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PERSONA Y SER Juan José Sanguineti Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) 2018 Apuntes del curso del primer semestre 2017-18 (inspirado en la perspectiva de L. Polo) INDICE 1. Introducción. Metafísica y antropología 2. Ser A. Aspectos históricos B. Ser y esencia: distinción real C. El acto de ser del universo material: comenzar, persistencia 3. El problema epistemológico. El acceso al ser A. Conocimiento metafísico ordinario: los primeros principios B. El método de la filosofía C. Trascender la abstracción. Evitar el logicismo D. Entender el ser 4. La persona como acto de ser A. La perfección y superioridad del ser humano como persona B. Algunos textos de Santo Tomás sobre el valor de la persona C. Personalismo D. El acto de ser personal D1. ¿Cómo conocemos a la persona? D2. ¿Cómo relacionamos a la persona con el ser? E. La tesis de Polo sobre la persona E1. Alcanzar a la persona: el hábito sapiencial E2. La caracterización del acto de ser personal. Los trascendentales personales E2.1. Esencia humana E2.2. Otros trascendentales a. Potencia b. Unidad, identidad, totalidad, relación, orden E2.3. Diferencias humanas E2.3.1. Varón-mujer E2.3.2. Situaciones ontológicas de la persona humana E3. Ser-además E4. Intimidad E5. Ser-con E5.1. Coexistir con el mundo E5.2. Coexistir con el otro E5.2.1 Percibir y entender al otro en reciprocidad a. Aspectos educativos b. El encuentro personal: el otro come persona 2 E5.2.2. Descentralización existencial E5.2.3. La base de la ética: el respeto de la persona igual a mí y la responsabilidad E5.2.4. El otro no nos pertenece (y viceversa) E6. Inteligencia personal: la búsqueda del Otro E6.1. La inteligencia humana y Dios en Santo Tomás E6.1.1. Inclinación natural al conocimiento de Dios E6.1.2. Conocimiento natural implícito de Dios E6.1.3. El intelecto agente como “luz divina” E6.1.4. El deseo natural de ver a Dios E6.2. La búsqueda de una réplica personal E6. 3. La inteligencia en el plano de la objetivación E6.3.1. Conocimiento objetivo. La verdad E6.3.2. Panorama de las objetivaciones. Las instituciones E7. Amor de donación E7.1. Análisis del amor visto según la tradición clásica E7.1.1. Bien amable: objeto y operación; deseo y gozo E7.1.2. Bien útil, agradable y honesto a. Bien honesto o intrínseco b. Bienes útiles c. Bien agradable E7.1.3. Noción de amor a. Amor, ser, vivir b. Amor y conocimiento c. Voluntas ut natura y voluntas ut ratio E7. 2. ¿Qué significa amor de donación? a. Amistad y amor personal b. Dos “yo” (ergo yo y tú) c. Donación, comunicación d. Existencia compartida e. Amistad en el dolor f. Eros y ágape g. Formas de la amistad y de la convivencia h. La nobleza de la benevolencia: caridad, donación sin correspondencia, sacrificio i. Amor conyugal E7. 3. Amor de donación: trascendental antropológico a. Del amor humano al amor divino b. Dialéctica de donación y aceptación. Libertad, obras y juicio c. Donación y prójimo 3 1. Introducción. Metafísica y antropología Este curso pretende presentar una antropología basa en la persona humana y en su estructura esencial, a cuya luz se podrán comprender mejor las dimensiones del obrar humano. Las fuentes de los contenidos que vamos a desarrollar son principalmente la filosofía de Tomás de Aquino y algunos elementos del pensamiento filosófico de Leonardo Polo (1926-2013, filósofo español, profesor de la Universidad de Navarra, Pamplona, España, durante muchos años)1. Seguiré un método filosófico entendido en sentido amplio, en el que daré espacio a la perspectiva metafísica, a la exploración antropológica y a las relaciones, cuando sea el caso, entre la filosofía y las ciencias. Tendré en cuenta algunas temáticas teológicas, dado que las relaciones entre la fe revelada y la razón, por tanto entre la teología y la filosofía, son positivas y muy convenientes. La filosofía no puede basarse sobre la fe, porque en tal caso sería una teología, pero sí puede elaborarse teniendo en cuenta el conocimiento más alto que procede de la Revelación divina, y puede entenderse como un saber que adquiere una dimensión más alta cuando se transfiere al ámbito de la fe teológica. La visión antropológica hoy es especialmente necesaria, porque con las ciencias contemporáneas, como la biología, la neurociencia y la psicología, el volumen de los conocimientos sobre el hombre se ha incrementado considerablemente, mientras falta a menudo una síntesis en la que se pueda ver al hombre a la altura de su condición en el ámbito de la naturaleza y de la creación. El núcleo de esta síntesis es la persona y no sólo la naturaleza humana, un punto que pertenece a la concepción cristiana del hombre. Esta concepción, tradicional en Occidente y también en otras culturas en las que el Cristianismo ha tenido algún influjo, a veces se olvida o queda relegada, como si fuera irrelevante, o como si tuviera sólo aspectos éticos. Hoy no sólo se corre el riesgo de perder la noción de persona, sólo rescatada por urgencias éticas o jurídicas, sino que incluso empieza a resultar extraño hablar de antropología, y en ciertas tradiciones académicas filosóficas ni siquiera existe la antropología como una temática específica de la filosofía, 1 Sigo especialmente su libro Antropología trascendental, Pamplona, Eunsa 2016. No es mi intención explicar aquí la antropología de Polo, aunque ella estará muy presente en estas páginas. Las referencias a Polo serán siempre explícitas. De lo contrario, lo que se dice en estos apuntes corresponde a mi reflexión filosófica personal. 4 mientras se reconoce validez, por ejemplo, a la filosofía de la mente, de la neurociencia, a la epistemología, o a la filosofía de la ciencia. La filosofía del hombre, tal como aquí le entendemos, no es simplemente una parte sectorial del saber filosófico, sino su núcleo central, si se presupone una base previa constituida por la filosofía de la naturaleza, en la que se incluye la filosofía de la vida. En una perspectiva clásica, podría pensarse que el núcleo de la filosofía sería la metafísica. Pero si la metafísica es el estudio filosófico del ser, entonces se ha de reconocer que, en este mundo, el ser más alto es el hombre, visto precisamente como persona. Por tanto, el estudio del ser se resuelve (no digo que se reduzca) en el estudio del ser personal. De aquí cabe remontarse ulteriormente al ser absoluto que es Dios, un Ser eminentemente personal, creador del universo y de la persona humana. 2. Ser Nuestro curso es a la vez antropológico y metafísico. El motivo es sencillo: la persona es la expresión más alta del ser y, en el mundo material, la expresión más alta del ser es el hombre, no las plantas, los animales u otras cosas. De todas maneras, para entender al ser, y también la persona, hace falta un modo especial de pensar. Como hoy estamos acostumbrados a razonar en términos científicos cuando queremos llegar a un nivel alto de comprensión racional, nos encontramos con más dificultades para pensar racionalmente de un modo tal que puedan aprehenderse el ser y la persona. El problema fundamental de la cultura hoy es la sustitución de la filosofía por las ciencias naturales. Por este motivo serpentea en el ambiente cierta desconfianza ante lo que puede decir la filosofía. El problema está, pues, por un lado, en establecer una conexión esencial entre la metafísica y la antropología (sobre todo para el que cree en la metafísica). Por otro lado, la cuestión es encontrar un modo de pensar adecuado para la filosofía, más allá del modo de pensar científico. A. Aspectoshistóricos Respecto al primer problema, echemos ahora un vistazo a la historia del pensamiento metafísico. Entiendo por metafísico todo lo que tiene que ver con la interpretación última de la realidad, “última” no como algo exhaustivo, sino en el 5 sentido de definitivo o esencial, que no remite a “algo ulterior”. Si dejamos de lado a las religiones y vamos a las filosofías, veremos cómo en los grandes filósofos o en las grandes visiones filosóficas (como pueden ser el realismo, el idealismo, el materialismo, el escepticismo, etc.) se da siempre una última interpretación, razonada y no simplemente adoptada, en la cual el conjunto de la realidad (naturaleza, hombre, Dios) se ve a la luz de algún “aspecto” (en realidad es algo radical) que resulta resolutivo. Ese “aspecto”, que repito no es tal, puede ser la materia, la naturaleza, el cosmos, el hombre, la historia, Dios, la cultura, la razón, la ciencia, el dominio tecnológico. En las respuestas negativas, como el escepticismo, o el relativismo, el problema metafísico, que el hombre no puede evitar plantearse (salvo que presuponga una respuesta, sin formular una pregunta explícita), se repliega sobre la incapacidad humana de saber, por ejemplo de conocer el sentido de la realidad o del hombre mismo. Pero ésta es ya una respuesta metafísica. En términos generales, la resolución metafísica en los clásicos griegos era cosmológica en un sentido físico (así era en los presocráticos), o bien se remitía a las Ideas en Platón, o al ser substancial y al intelecto subsistente absoluto en Aristóteles. Apuntaba, en definitiva, a una resolución teológica, pues el principio último, explicativo de todo, en el Estagirita era Dios concebido come Nóus, como Intelecto que se entiende a sí mismo y que a la vez es el principio o causa primera de todo el cosmos. La sabiduría metafísica, es decir, que va más allá de la física, ciencia de las cosas mudables, en Aristóteles era el saber acerca del ser, el cual en Parménides había sido concebido en un sentido absoluto y originario, tanto que llegaba a eliminar la consistencia de lo que no era el ser absoluto. En Aristóteles el ser, caracterizado como analógico, en última instancia se resolvía en la substancia, y la substancia, eso que es capaz de subsistir en sí mismo, en un sentido fuerte era el intelecto. Por tanto, en Aristóteles el ser se resuelve en el intelecto, así como en Platón se resolvía en la idea del bien, y quizá del uno. La filosofía elaborada por los cristianos (Agustín, Tomás de Aquino) asume la pregunta griega por los primeros principios (arjái) o las primeras causas universales de todo lo que existe, y la resuelve en Dios, fuente sapiencial y amorosa creadora del universo y del hombre. De este modo, la metafísica del ser se resuelve en la teología (también la teología natural), concretamente en un Ser absoluto, sin potencialidad ni 6 mutación alguna, caracterizado positivamente como Inteligencia y Amor subsistente. Es una metafísica creacionista. Toda la realidad del mundo y del hombre es radicalmente creada, es decir, puesta en absoluto, sin presupuesto alguno. El ser parmenídeo era absoluto y sin creación. El Ser absoluto de los doctores cristianos es creador, por lo que existe una distinción fuerte entre el Creador y la creatura, una distinción ontológica o metafísica (Creador: dador del ser desde la nada; creatura, derivada completamente de Dios). Pero el ser absoluto y divino tiene un contenido positivo: es plenitud de Sabiduría y Amor, un ser Personal, es más, a la luz de la Revelación cristiana es un ser Tri-personal (Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo). En la filosofía moderna de corte racionalista, las dificultades críticas de acceder al ser real produjeron una crisis de la metafísica clásica, abriendo así la etapa “gnoseologista” de la filosofía (Descartes, Kant), en la que la mente humana, en un primer momento, resulta bloqueada en sus propias representaciones. La trascendencia del pensamiento, es decir, su alcance ontológico, indiscutida entre los clásicos, ahora se vuelve problemática y así el pensamiento aparece encerrado en su propia inmanencia. El ser es representación, concepto pensado, impresión sensible. El representacionsimo es la premisa del idealismo. La posición idealista, una vez liberada de la restricción de la “cosa en sí”, pone en el pensamiento (razón, conciencia, autoconciencia, yo, concepto, espíritu) el punto resolutivo del que hablábamos arriba. En Hegel la razón es histórica y dialéctica: se desenvuelve hacia su última plenitud, la autoconciencia absoluta (Espíritu Absoluto). Ya no hay una distinción fuerte entre el Creador y la creatura: el finito es un momento del infinito, si bien el Infinito necesita de ese momento para su realización como Espíritu en plenitud (panteísmo ontológico). Las filosofías post-idealistas de los siglos XIX-XXI son muy complejas. Sólo parcialmente, a veces, parece que se abren a un más allá del pensamiento. Así lo vemos en ciertas formas de la fenomenología, o de la filosofía analítica, o de la hermenéutica. Otras veces se cierran del todo, con el añadido de que llegan a la eliminación de la consistencia del pensamiento o del yo, reducido a voluntad de poder (Nietzsche), o a lenguaje puro (Foucault). Así sucede en algunas orientaciones del 7 pensamiento post-moderno que proclaman la muerte del sujeto o la muerte del hombre. El existencialismo en la versión de Heidegger recupera de algún modo la centralidad del ser. La existencia humana se ve come un ser-ahí, Dasein, como un yo proyectado en un mundo de utilidades cotidianas, que aspira en cierta manera, o al menos podría hacerlo, a un encuentro con el ser (un ser no especificado, no aclarado), a la vez que parecería que el ser debería llegar como un don, aunque a menudo venga dado en formas no auténticas, como sucede en la cultura actual dominada por las tecnologías. Por otro lado, en el transcurso de los últimos tiempos, sobre todo desde el siglo XIX hasta hoy, el desarrollo de las ciencias y la tecnología pusieron en primer plano el pensamiento científico en su confrontación con la realidad material o natural. Se abrió así la vía hacia el materialismo (hoy en especial con ocasión del biologismo). Pero eso no sucedió de un modo unívoco, porque el conocimiento de la materia está mediado por el pensamiento científico (física, química, biología), cosa que puede llevar a un movimiento pendular entre el cientificismo y el naturalismo. Movimiento pendular, sí, porque si la ciencia natural puede sugerir que la única realidad son las cosas materiales, ella puede igualmente llevar a la idea de que conocemos la naturaleza a través de nuestros modelos científicos –representacionismo–, aunque a su vez esos modelos pueden interpretarse de un modo biológico. Es ésta la oscilación entre el naturalismo y el idealismo, que resulta inevitable si se rechaza la perspectiva metafísica. En este panorama, tan típico de un sector muy amplio de la cultura moderna, no es posible proponer una antropología que esté conectada con la metafísica. El conocimiento del hombre será reconducido al naturalismo biológico, o quizá a nuevas versiones sofisticadas del idealismo (inmanentismo, constructivismo, etc.). B. Ser y esencia: distinción real Bajo la inspiración de Leonardo Polo y de otros autores que de un modo u otro han promocionado una vía antropológico-metafísica, en este curso vamos a reponer la cuestión del ser en un cuadro de realismo metafísico, lo que es una cuestión intrínsecamente ligada al tema de la persona. Si es así, parece conveniente proponer la 8 siguiente tesis: el núcleo de la persona humana no es algo que se añade al ser, y ni siquiera es una modalidad esencial del ser, ni tampoco la mera composición de elementos esenciales (como el alma y el cuerpo). El núcleo radical de la personahumana es precisamente el acto de ser personal o, si queremos, su existencia entendida como acto. De este modo, puede sostenerse la existencia de un acto existencial subpersonal, correspondiente a las cosas materiales, incluyendo a los vivientes no espirituales, y de un acto existencial personal. Presuponemos aquí la primacía del ser como acto y su distinción real respecto a la esencia de las cosas. Este punto es central en la metafísica de Tomás de Aquino. No es éste el sitio para explicarlo en más detalle. Pueden recordarse en este sentido las investigaciones tomistas de E. Gilson y C. Fabro, autores en los que se ve cómo esta distinción es una característica fundamental de la filosofía del Aquinate, que de alguna manera se preparó en las filosofías aristotélica, neoplatónica cristiana y árabe-neoplatónica. El planteamiento que aquí presentamos se comprende, en un primer momento, dentro de la tradición clásica que busca el principio de las cosas, lo que es precisamente la tarea de la metafísica aristotélica, como lo era también en la Dialéctica platónica (búsqueda del principio o de los principios, también llamados causas en un sentido clásico: eso de lo que dependen las cosas o los eventos). Pero también los modernos buscaron el principio, sólo que la filosofía de la conciencia, o como queramos llamarla, puso ese principio originario en el pensamiento, no en el ser. Así por ejemplo, en Husserl de alguna manera el punto resolutivo de su andadura filosófica es el yo trascendental. No tiene importancia aquí que los filósofos no utilicen siempre el término “principio”. Lo que cuenta es que llegan o suponen un “punto resolutivo”, y esto no acaba de evitarse aunque sostengan la inexistencia de ese término resolutivo, o que piensen que es vano pensar de este modo, porque en ese caso al final todo se resuelve en el lenguaje, el poder, la materia, o cosas de este tipo. Un principio clásico platónico-aristotélico muy conocido es la esencia o la naturaleza de las cosas, “analizada” en términos de forma y materia (es decir, no como pura forma, al modo platónico). La esencia –ousía– se concibe en Aristóteles no 9 como una definición o un concepto universal (lo que más bien sería el conocimiento de la esencia), sino como un acto (acto formal, junto a la potencia material). Pero en la metafísica de Santo Tomás, por detrás de la esencia, casi como sustentándola, se da un principio aún más radical que explica no la especificidad formal de las cosas, sino su existencia en acto. Ese principio es el ser, asumido en este sentido, como es sabido, como actus essendi (en Santo Tomás la distinción suele ponerse según los binomios ens-esse o forma-esse). El hecho de que el ser como acto se decline según la esencia especifica los diversos “tipos” de ente y es índice de su finitud. No se da, pues, en el mundo una pura identidad de ser, un ser puro, infinito, pleno, lo que corresponde a Dios, sino una dualidad o “composición” entre ser y esencia (distinción real). La finitud del ser exige, en Tomás de Aquino, su derivación del Creador, dador del ser porque Él mismo es pura identidad de ser. De este modo, el conocimiento del acto de ser como principio radical de todo ente en el mundo es correlativo al conocimiento de las cosas del mundo como creadas. La metafísica del ser es, así, una metafísica de la creatura. Es una metafísica que revela a los entes como creados. En la perspectiva que deseo seguir según la inspiración de Polo, sin embargo, el acto de ser no puede considerarse como igual o unívoco en las cosas materiales y en la persona humana. ¿Por qué tendría que ser igual? Si entendemos el ser como acto, no como una forma particular, parece natural no verlo como unívoco, ni simplemente como “lo que hace existir”. Sí podemos verlo como existencia, pero no como el simple “hecho de existir”, lo que no es más que una atribución lógico-verbal referible a cualquier cosa que no sea una pura nada. No queremos reducir el existir como acto, pues: 1) ni a sus formalidades esenciales (por ejemplo, diciendo que “ser” sin más no es nada, sino que se reduce a “ser-gato”, “ser- agua”, etc.; 2) ni al ámbito lingüístico (como hace Quine, para quien el ser no es más que el cuantificador existencial lingüístico, en virtud del cual decimos “se da el caso de que una mosca exista”, “existe un tal que es mosca”, etc.). Lo tomamos, en cambio, seriamente como acto, es más, un acto radical. Pero el ser como acto no es tampoco el ser universalísimo e indeterminado como término de la apertura trascendental de nuestra inteligencia. Hay muchos modos 10 de interpretar el sentido del ser así tomado. Uno de ellos es la idea universal del ser, o el ser pre-temático irrestricto, lo que es asumido por los “tomistas trascendentales” como Rahner o Lonergan. El ser de la apertura trascendental se puede relacionar también con el Sein del que habla Heidegger, o con el ser ideal de Rosmini. Sea como sea, no es éste el ser del que aquí queremos discurrir. Por otro lado, no parece adecuado asumir el ser indeterminado como punto de partida del método metafísico para la determinación del ser real y existencial. Esto no quita que la intencionalidad universal del intelecto con relación a omne ens es una indicación gnoseológica importante que nos dice mucho sobre la relación entre intelecto y ser. ¿Podría decirse que el acto de ser de las cosas es igual o idéntico en todos, y si es diverso, en dónde radicaría tal diversidad? No es fácil responder a esta pregunta. Decir simplemente que es igual en todos, como si fuera una primera formalidad común a todos los existentes, corre el riesgo de reducirlo a una forma general, al esse commune omnium de la escolástica, cuyo único “efecto” sería “actuar la existencia”, hacer real lo que de otro modo sería sólo posible, como una pura posibilidad lógica (así en Avicena y otros escolásticos). Otros, como Fabro, sugirieron que el acto de ser podría verse como “intensivo”, en un cuadro de gradaciones, por lo que podría decirse, por ejemplo, que el ser de los vivientes es más intenso que el ser de las cosas inanimadas, y que el ser del hombre es aún más intenso, aproximándose así a la perfección del Ser absoluto divino. Tal intensidad estaría determinada, sin embargo, por la esencia. Una esencia sólo material, sin vida, reduciría el ser a un grado de intensidad bajo, y así siguiendo. Pero entonces la distinción de los entes correría a cargo de la esencia, mientras que el ser, en el fondo, aparece siempre como una última formalidad común que resulta más o menos restringida por la esencia. La tesis de la gradualidad intensiva de los entes en el mundo nace de la observación de la obvia gradación de perfecciones de las cosas: seres inanimados, vivientes sin conciencia, animales y hombre (persona). Explicar esta diversidad según la variedad de composición entre el ser y la esencia no es del todo satisfactorio y podría resultar complicado. Además, parece que así no se ve el enorme salto que se da entre los seres naturales y el hombre, que no es simplemente el animal más perfecto. La dimensión espiritual del hombre es muy fuerte como novedad respecto a los 11 animales, como veremos. Sin caer en el dualismo de mundo físico vs persona, como si el hombre no fuera una parte del mundo, no se ha de olvidar que el hombre como ser espiritual trasciende en un modo asombroso todas las estructuras del mundo físico. El no es solamente el ser más alto del universo. El libro bíblico del Génesis dice que fue hecho “a imagen y semejanza” de Dios: casi un dios. Obviamente una visión biologista o materialista del hombre no podrá aceptar este punto. C. El acto de ser del universo material: comenzar, persistencia Las dificultades mencionadas se pueden confrontar con la tesis de L. Polo, según la cual es preciso establecer una distinción fuerte entre elacto de ser de las cosas del mundo y el acto de ser del hombre. El ser material, según Polo, se ha de atribuir al conjunto del universo subhumano. Se puede hablar, entonces, del ser o del acto existencial del universo. Se evita así el problema de pensar si esta piedra, ese árbol, este río, etc., tienen un acto de ser propio y singular. Pero esta afirmación no significa hacer del universo una substancia. Significa más bien tomar al universo como un entramado dinámicamente interconectado, analizado filosóficamente según el papel relacional que puede establecerse entre las diversas modalidades de causas o principios esenciales (causalidades material, formal, eficiente, final), que da lugar, según variados niveles, a distintos tipos de entidades (partículas, substancias naturales, substancias más complejas, vegetales, animales). Este conjunto dinámico y relacional, que llamamos universo, visto así, según la descripción sumaria precedente, no es sino la esencia del universo, una esencia vista no como una substancia, sino como una unitas ordinis (para Tomás de Aquino el universo es una unidad de orden). Y precisamente aquí, a ese nivel, podemos hablar del acto existencial del universo, cuya “característica” no es la de estructurar el mundo, porque la esencia corre a cargo de esa función, sino la de mantenerlo en la situación de existencia creada. Este modo de hablar del ser como acto no nos permite describirlo como si fuera una cosa, sino más bien intuirlo en su tenor de acto. Cuando hablamos del ser como no contradictorio, concretamente, en un primer momento lo pensamos en términos lógicos (un discurso contradictorio no tiene sentido: si se dice que algo es, entonces 12 no se puede decir que no es, etc.), pero en realidad nos damos cuenta en seguida que tal no-contradictoriedad se ha de asignar al ser tomado como acto. Cabe decir entonces, según Polo, que el ser real del mundo es persistente, es decir, es en el sentido de no desaparecer en la nada, de no cesar nunca: un acto incesante que no es seguido de otro resultado posterior, que “no hace nada” (porque son las causas las que “hacen”). A la vez, puede afirmarse que tal acto de ser comienza, no en un determinado momento, sino siempre. Es un puro comenzar que persiste. ¿Por qué comienza? Porque no es auto-suficiente, y por tanto “debe comenzar”. Pero no se trata de un originarse temporal. La cuestión del nacimiento temporal se reconduce al análisis de la esencia porque tiene que ver con la causalidad intracósmica. Naturalmente, las cosas se transforman y todo el universo está siempre sometido a transformaciones, pero persiste en su existencia y no vuelve a la nada. Persiste en su carácter de devenir. En la perspectiva metafísica en la que estamos situados hay que decir entonces que el ser del mundo comienza y no hace más que comenzar, en absoluta gratuidad. Decir que comienza es lo contrario a decir que existe necesariamente. Indica, pues, una contingencia absoluta. Tal contingencia exige, entonces, una derivación de algo más allá, pero no de otra entidad del universo, ni de retrotraerse a una situación física anterior o más honda en la base material, sino de un tal que no comience y del qie el ser cósmico físico pueda decirse que comienza “no en un tiempo”. Evidentemente estamos diciendo que el ser del universo, en cuanto acto existencial, de suyo es creado, es decir, remite a un Creador. Polo sintetiza este punto con la fórmula del ser del universo como un comienzo incesante no seguido. Si comienza radicalmente, quiere decir que detrás no hay nada, salvo el Creador. No comienza desde otro que comienza, porque entonces no se trataría de un comenzar radical, sino sólo de que es generado desde otros. Es incesante, pero no como un inerte durar en el tiempo. No podemos entender el comenzar persistente del ser creado en un sentido temporal2. Por este motivo resulta irrelevante preguntarse si el universo tiene un inicio o si es eterno. La cuestión del tiempo finito o infinito es derivada y se debe resolver, si se 2 Cfr. L. Polo, Curso de teoría del conocimiento, vol. IV, Eunsa, Pamplona 2004. 13 puede, en términos cosmológicos, o en todo caso a nivel de estudio de la esencia. Pero en el nivel del acto de ser no se plantea válidamente. Decir que el acto de ser es un comenzar que persiste y no cae en la nada, y que no es seguido de otra cosa (pues de suyo es completo, y no tiene sentido sostener que sería seguido o continuado por otro acto) no equivale a decir que sea eterno. El mundo es temporal, pero el acto de persistir como ser no es de suyo temporal, aunque la expresión “persistir” pueda hacer pensar, con la imaginación, en una especie de continuación en el tiempo. 3. El problema epistemológico. El acceso al ser Hasta aquí hemos hablado del ser como acto y de la distinción entre el acto de ser y la esencia con referencia a la tradición aristotélico-tomista. Pero no se ha de olvidar la problemática gnoseológica. ¿A título de qué podemos hablar del ser? Es ésta la cuestión tradicional del método de la filosofía y en especial del método de la metafísica. Es una temática muy presente en Polo, es más, este autor normalmente parte de consideraciones metodológicas para hacer metafísica y antropología. Basta ver su libro Curso de teoría del conocimiento (4 volúmenes) y considerar la importancia que él atribuye a lo que llama “el abandono del límite” como método para hacer metafísica. La cuestión del método hoy es especialmente importante porque la gran mayoría de las personas está convencida de la validez del método científico, mientras que el método de la filosofía, en cambio, aparece como problemático incluso para los filósofos. De hecho, cada escuela filosófica propone un método especial, como puede ser la analogía tomista, el análisis del lenguaje en la filosofía analítica, el método fenomenológico en la corriente que lleva ese nombre, el método dialéctico en Hegel, el método hermenéutico en tantos autores contemporáneos, y así siguiendo. A. Conocimiento metafísico ordinario: los primeros principios Llegados a este punto me parece oportuno indicar lo que es dominante en la vida común cognitiva de cualquier persona y en la cultura humana3. Existe en primer lugar un modo de conocer sensitivo-conceptual propio de la vida corriente de todo ser humano, siempre basado en la estructura y en la semántica de un determinado 3 Los puntos que desarrollo a continuación no son de Polo, si bien no son incompatibles con su filosofía. 14 lenguaje. Podemos llamar a esta modalidad cognitiva, nada despreciable, el conocimiento ordinario, que se contrapone al conocimiento científico, tanto filosófico como el que pertenece al cuerpo de las ciencias particulares4. El conocimiento corriente es un verdadero conocimiento. Está condicionado por las categorías culturales, por un cierto tipo de lenguaje y por su semántica y modalidad de uso, e igualmente por los conocimientos científicos de cada época. Es claro, sin embargo, que este conocimiento tiene un alcance metafísico fundamental, no de un modo especializado. Gracias a ese conocimiento, que no es más que el ejercicio normal de nuestro intelecto, alcanzamos la realidad que nos rodea, a nosotros mismos y a los demás. Los alcanzamos cognitivamente en cuanto seres reales, no posibles ni virtuales, seres distintos entre sí, capaces de interactuar entre ellos, algunos de los cuales son inertes, otros vivientes y otros son personas humanas (este punto se asemeja a la noción de Husserl de “mundo de la vida”) (Lebenswelt). Este conocimiento fundamental normalmente es tácito, presupuesto, implícito, aunque pueda expresarse en frases como “yo soy”, “tú eres”, “yo no soy tú”, “yo no soy el mundo”, “puedo conocer el mundo”, “lo quetú dices es verdad” (noción básica de verdad y falsedad), “esto es irreal, es fruto de la imaginación” (distinción de base entre la realidad y la imaginación). No hace falta reflexionar explícitamente sobre estos aspectos y ni siquiera expresarlos en frases, como acabamos de hacer. Sin embargo, es un tipo de conocimiento continuo, mientras estamos conscientes, con frecuencia a título de “conjunto de presupuestos” que sostienen el sentido y la verdad de todos los demás conocimientos específicos. Por ejemplo, si decimos “ésta es la calle que buscas”, normalmente presuponemos que esa calle es una realidad independiente de nosotros, real y no virtual, y que podemos conocerla y emitir juicios de verdad sobre ella. Si esa frase se dirige a otra persona, presuponemos que ésta la entiende, es decir, que es una persona semejante a nosotros, con la que podemos compartir nuestra vida cognitiva según la verdad, aunque con la posibilidad del error (la conciencia del error se basa sobre el conocimiento de la verdad, pues de lo contrario el error no tendría sentido). 4 Llamo “ciencias particulares” a las ciencias en general, por contraposición a la filosofía. 15 Así pues, el conocimiento ordinario contiene un núcleo suficientemente amplio de elementos fundamentales acerca de la realidad del mundo, de nosotros mismos y de los demás iguales a nosotros, y todo esto en recíproca relación, tanto en la perspectiva ontológica como epistémica. El conocimiento común posee entonces, de modo nuclear, de lo que los filósofos clásicos llamaban los primeros principios: nociones de ente, ser, bondad, justicia, realidad, verdad, persona, viviente, un conjunto de juicios universales fundamentales, como el principio de no-contradicción. Pero los primeros principios no se agotan en dos o tres axiomas de base (contradicción, identidad, tercero excluso), como a veces se ha pensado. Un mínimo de reflexión muestra que son mucho más amplios. No deben verse como una “lista” (aunque puedan hacerse algunas listas), sino como una trama cognitiva fundamental, una trama que merece el nombre de experiencia ontológica primaria. En esta experiencia los tres grandes elementos son el mundo, yo, los demás. Estas tres entidades “son” (es decir, son una modalidad de “ser”), pero no son en el mismo sentido, aunque el “soy” referido a mí lo advierto, después de un poco de experiencia y reflexión, como semejante al “soy” que dicen las demás personas: yo soy y ellos son (como mí). Por tanto, mi persona no está sola, ni es el centro, porque están los demás, que valen tanto como yo. Es más, la experiencia del otro y del mundo condiciona la experiencia que tengo de mí mismo, y esto ya en el infante en sus primeros estadios cognitivos. El hecho de llamar experiencia a este conocimiento habitual, no puntual, sino continuo y a título de presupuesto, indica la modalidad del conocimiento de los primeros principios (si bien en Polo la persona no es un primer principio, un punto que veremos más adelante). Entiendo aquí por “experiencia” un modo de conocer inmediato, no reflejo, una vivencia no puramente sensitiva, pero tampoco conceptual en un sentido abstracto, un poco como cuando decimos “conozco la universidad por experiencia”, es decir, no de oídas, no por haberla estudiado en los libros, etc. El conocimiento experiencial se puede expresar parcialmente en juicios. Una cosa es darse cuenta “por experiencia”, por ejemplo, de que la relación entre lo que 16 decimos (o lo que dicen los otros) y la realidad es “la verdad”, y otra cosa es tratar de expresar esta experiencias en frases como “esto que digo es verdad”. Algunos autores quizá hablarían aquí de intuición en vez de experiencia. Sin embargo, este último término me parece más adecuado. La experiencia es global, porque incluye un conjunto de cosas. La intuición es un conocimiento inmediato más puntual, que por otro lado no se limita a la sensibilidad, como pensaba Kant siguiendo a Ockham. La intuición intelectual es la aprehensión inmediata de un contenido inteligible (puede ser una verdad, o sólo un contenido conceptual, también complejo). Maritain sostiene la existencia de una especial intuición intelectual del ser como acto. Aquí en cambio me refiero más bien a la intuición (si se quiere) o advertencia continua y permanente de la existencia como una presencia o presentación del ser real al intelecto (presencia del mundo y de nosotros mismos a nosotros mismos), quizá análoga a la visión beatífica que tienen los bienaventurados de Dios, si bien en nuestro caso se limita a la existencia finita y creada, y no incluye una comprensión profunda, cosa que requiere reflexión y trabajo filosófico. La intuición o experiencia originaria de algo puede considerarse como la fuente radical de toda ulterior elaboración conceptual. Los conceptos son “generados” desde una comprensión original realizada por la inteligencia (al menos, los conceptos de base). Nuestras intuiciones se desarrollan, elaboran, racionalizan, “procesan”, mediante objetivaciones conceptuales y lingüísticas. La intuición intelectual es lo que le falta radicalmente a la inteligencia artificial. Una máquina informática puede de alguna manera realizar deducciones e inducciones, pero no tiene sentido decir que “intuye”. La intuición pertenece a la inteligencia personal. Aristóteles hablaba de la existencia de un hábito de los primeros principios. “Hábito” (héxis) (cognitivo) indicaba en este filósofo un tipo de acto cognitivo (no operación) presente en el sujeto cognoscente a título de “saber” previo, innato o adquirido, que puede expresarse en operaciones cognitivas (juicios, razonamientos). Otros hábitos son afectivos o también voluntarios, como las virtudes. Un ejemplo de hábito cognitivo es la lengua que una persona sabe, también cuando no habla o duerme. Una persona “sabe”, por ejemplo, inglés, y lo sabe precisamente con un saber habitual. 17 El hábito cognitivo en cuanto tal es inconsciente (no en el sentido de Freud). El que habla inglés no tiene una sensación especial de tener en su mente el lenguaje que domina. Pero puede inferir que sabe inglés sobre la base de sus operaciones lingüísticas conscientes. Los hábitos no se auto-perciben. Tampoco las virtudes morales se auto-perciben. Se advierten las operaciones y, en otro sentido, se advierte también el sujeto de las operaciones (el yo). El hábito cognitivo (las ciencias que sabemos, por ejemplo) puede considerarse como una forma de memoria, es decir, como un bagaje cognitivo permanente, presente incluso mientras dormimos, que se actualiza parcialmente ad usum, en el momento en que es usado en las operaciones cognitivas. Recordemos la metáfora de Platón en el Teeteto: el pájaro en la jaula, conservado en la memoria, y el pájaro tenido en la mano, “usado” en las operaciones5. Por consiguiente, podemos considerar el hábito cognitivo como un saber habitual presente en el sujeto también cuando no está consciente, por ejemplo mientras duerme, o bien presente en el cognoscente que realiza operaciones cognitivas conscientes. En este último caso, el hábito ilumina el conjunto de los actos cognitivos operativos, al modo de un fondo (background) del que proceden las operaciones y que dan un sentido completo a su despliegue y dinamismo. Así por ejemplo, mientras estoy hablando, estoy conociendo de modo implícito el principio de no-contradicción, lo que me permite emitir innumerables juicios, así como cuando hablo inglés mi conocimiento habitual me permite formar frases correctas y con sentido en esa lengua. El hábito de los primeros principios no es adquirido, sino natural o, mejor, personal, pero no como un saber implícito innato, porque se forma naturalmente, podríamos decir, apenas el desarrollo neurofisiológico lo permite. De este modo, el embriónhumano, siendo una persona, podemos decir que posee el hábito de los primeros principios en un sentido potencial, mientras que en la persona madura, aunque no se trate de un conocimiento operativo, no se encuentra en el mismo “estado de acto” que cuando está potencialmente en el embrión. 5 Cfr. Platón, Teeteto, nn. 197-199. La interpretación del conocimiento habitual que aquí proponemos se inspira parcialmente en la gnoseología de Polo. Nada tiene que ver el hábito cognitivo con el acostumbramiento ni la mera facilidad para realizar actos. 18 El conocimiento ordinario no sólo se refiere, obviamente, a los primeros principios. Contiene además un conjunto de nociones, juicios, hábitos, prácticas racionales, etc., adquiridos por la experiencia, la educación, el aprendizaje, siempre en una determinada cultura. Algunos filósofos alemanes de comienzos del siglo XX se referían a este ámbito de conocimientos con el término de “cosmovisión” (Weltanschauung). Así, un griego del siglo V a. C. tenía una visión del mundo distinta de la de un hebreo del siglo X a. C. Pero todos compartimos los primeros principios (noción de verdad, de realidad, etc.), si bien con matices diversos y con modos distintos de explicitación. Las ciencias particulares consideran aspectos específicos de la realidad. Presuponen el conocimiento común, pero lo amplían y corrigen (por ejemplo, corrigen y profundizan en los conocimientos naturales sobre los vegetales, los animales, el clima, las enfermedades mentales, etc.). Normalmente presuponen y no indagan sobre los primeros principios, porque de lo contrario pasarían del nivel científico al filosófico. Modernamente algunas ciencias –las ciencias naturales, desde la física hasta la biología– consiguieron establecer criterios de cientificidad más precisos, como por ejemplo definir el tipo de observaciones, de pruebas, etc., aceptado por su metodología. De este modo, hoy podemos establecer con más rigor la distinción entre: 1) el conocimiento común y el científico; 2) el conocimiento científico y el pseudo- científico; 3) el saber científico y el filosófico. El reduccionismo anula algunas de estas distinciones e intenta (inútilmente) ver el conocimiento científico –según ciertos cánones de cientificidad– como el único conocimiento válido o serio. Pero el rigor metodológico de las ciencias nunca es total y no es absolutamente puro. En las ciencias hay, por ejemplo, elementos meta-científicos y también filosóficos o metafísicos, aceptados como presupuestos. Investigar sobre los primeros principios es lo que hace la filosofía (o la metafísica). De todos modos, sobre algunos de ellos intervienen también la religión, o la fe en la revelación divina con su elaboración racional –la teología–, para dar a conocer el sentido de algunos de esos principios (por ejemplo, con relación al sentido del universo, de la persona, de la verdad, del destino humano, de la vida moral, de Dios). 19 B. El método de la filosofía ¿Cuál será, entonces, el método de la filosofía o de la metafísica?6. La respuesta a esta pregunta no es fácil, ya que éste es uno de los problemas fundamentales de la filosofía. “Método” (de conocimiento) significa un cierto modo de usar la inteligencia (experiencia, conceptos, juicios, lenguaje) que permite llegar cognitivamente a un ámbito de la realidad. Es evidente que no pensamos del mismo modo para entender la matemáticas, las leyes estatales, la historia, etc. El método se descubre por una vía reflexiva. Primero llegamos a la realidad, en cierto sector, y luego podemos reflexionar sobre cómo lo hemos hecho, también mediante comparaciones, correcciones y ajustes, para así generalizar. El método no se determina a priori, sino que se obtiene mediante pruebas, y luego se justifica, de alguna manera, cuando se ve que es eficaz, es decir, que resulta útil para alcanzar cierto tipo de conocimientos. En la filosofía se han usado diversos métodos, algunos de los cuales pueden ser inadecuados (por ejemplo, el método del racionalismo puro), mientras que otros pueden ser compatibles entre sí y parcialmente útiles (así con el uso de la analogía, el recurso a la experiencia, a la intuición). De alguna manera en la filosofía se llega a establecer el método por la vía reductiva, es decir, mediante confrontaciones entre los distintos modos de pensar, tratando así de “reducir” o “conducir” el conocimiento a cierta modalidad que sea útil para el objetivo de la filosofía. Como términos de confrontación, tenemos dos modos de conocer, uno el del conocimiento ordinario, al que me he referido arriba, otro el de las ciencias. Por demás, también las ciencias se han interrogado muchas veces sobre problemas metodológicos, cuando se vio que ciertos caminos eran insuficientes (de tipo matemático, experiencial, etc.). Concretamente, por poner un ejemplo, la psicología todavía no ha logrado un consenso unánime de la comunidad científica sobre su propio método, pues existen diversas escuelas psicológicas que emplean métodos distintos para hacer psicología. Al ver que las ciencias siguen métodos especiales y muy selectivos con el objeto de obtener los conocimientos específicos perseguidos, presuponiendo ciertos 6 Cfr. mi trabajo Il problema del metodo della metafisica, “Acta Philosophica”, 23, 2014, pp. 189-202. 20 principios básicos, podemos concluir, en primer lugar, que la filosofía no puede seguir un método científico entendido de ese modo, porque el intento del saber filosófico es el conocimiento de lo que es primario, esencial, fundamental. La filosofía investiga precisamente eso que las ciencias y el conocimiento ordinario presuponen, como por ejemplo el valor de la racionalidad, el sentido de la verdad, el contenido y la justificación de lo que es bueno, y así siguiendo. La filosofía, podemos concluir en un primer momento, profundiza en el valor de verdad de la experiencia originaria, tratando de extraer de allí conclusiones. Posee, pues, cierta continuidad con el conocimiento común en lo que éste tiene de experiencia intelectual básica, pero no en sus contenidos específicos, que son más bien culturales o científicos (por ejemplo, la clasificación de las especies vivientes, y cosas de este tipo). Pero en cuanto es ciencia, la filosofía posee un rigor conceptual que la pone en continuidad, aquí sí, con el empeño cognitivo de las ciencias, es decir, no es un simple comentario del conocimiento ordinario, sino que pretende corregirlo, precisarlo y ampliarlo. Y aunque la filosofía indaga sobre los presupuestos, no por esto parte de cero, sin presupuestos. Parte de ellos para examinarlos críticamente, tanto para confirmarlos, como para precisarlos o quizá corregirlos (por ejemplo, con relación a ciertas interpretaciones) y para profundizar en ellos. Pero, ¿cómo lo hace? ¿Intuitivamente? ¿Conceptualmente? ¿Poéticamente? ¿Simbólicamente? Nuestra respuesta es que la filosofía emplea de modo sistemático y racional la inteligencia humana tal como éste se usa en su experiencia inmediata y originaria de la realidad, para así llegar a una comprensión del ser y lo que pertenece más directamente al ser de las cosas. En algunos campos la filosofía puede tratar de delimitar la esencia o lo que es esencial en alguna determinada realidad suficientemente amplia, cuando esto puede hacerse (por ejemplo, para definir a las virtudes). Pero en el cuadro de la metafísica, con respecto a los principios fundamentales, la filosofía no puede más que comenzar con una aproximación intelectual (“intuitiva”, si se quiere). No utiliza inicialmente los conceptos (abstractos), sino que sigue un método de comprensión intelectiva de la realidad, que posteriormente se podrá (o no) conceptualizar (concretamente, es problemático que el ser puedaconceptualizarse). Es así como conocemos a nivel filosófico, explícito, no comeo mero presupuesto implícito, qué es la verdad como 21 relación entre el conocimiento y la realidad, y es así como conocemos el mismo conocimiento y la realidad (en tanto que realidad), o como conocemos que en nuestras acciones hay finalidades. Lo mismo vale para temas semejantes fundamentales. Algunos dirán que estos conocimientos son intuitivos, otros que serían una forma de experiencia intelectual. Polo sostiene que constituyen un conocimiento “habitual”, en el sentido del hábito aristotélico de los primeros principios, entendiendo por “hábito”, como hemos visto, no una mera predisposición para pasar a una operación intelectual, sino un auténtico modo de conocer pre-operativo y pre- lingüístico. Basta pensar, para ilustrar este punto, precisamente en la comprensión del ser real como acto existencial. Esto es: me doy cuenta de la existencia de las cosas, advierto –mejor que “concibo”– el ser o el existir real de las cosas. C. Trascender la abstracción. Evitar el logicismo Precisemos algunos de los puntos esbozados. Según Polo, para acceder al ser real y existencial, hace falta “abandonar el límite” del conocimiento intencional, es decir, objetivante. Esto equivale a decir que no podemos pretender llegar al conocimiento del ser a través de conceptos abstractos. Para entender este punto, quizá cercano a la intuición de Bergson, o a la captación existencial de los existencialistas, o a la “comprensión” a la que apelaban algunos filósofos alemanes, como algo distinto de la “explicación” (verstehen vs erklären), pensemos, por ejemplo, en lo que sucede si pretendemos entender el movimiento o el tiempo. El “pasar” del “moverse” o del “tiempo” no son propiamente aferrables a través de conceptos. Si pensamos “movimiento” o “tiempo”, abstractamente, no captamos el movimiento y el tiempo como actos fluyentes. El pensamiento conceptual, que no agota todo el orden del conocimiento intelectual, pone un contenido pensado fuera del tiempo y del movimiento (el tiempo pensado no pasa, el movimiento pensado no se mueve, etc.). Esto no significa que pensar abstractamente el tiempo, el movimiento, la vida, la existencia, no tenga sentido. Solamente quiere decir que este sentido, útil y significativo para muchos objetivos teóricos y prácticos, es siempre relativo a una comprensión que está “por debajo” (o “por encima”) de ese sentido conceptual. Esa comprensión, presente en nuestro conocimiento ordinario, es la que el método de la filosofía, entendida de ese modo, querría usar sistemáticamente, al menos al inicio o, 22 mejor, como momento fundamental, lo que no quita que de ahí, derivadamente, se recurra también a formas lingüísticas conceptuales y a razonamientos. Podemos aplicar lo que hemos apenas dicho a nuestro problema del acceso cognitivo al ser, relacionándolo luego con el conocimiento de la persona. Hemos dicho que en Aristóteles se daba una primacía del acto. Actos (enérgeia) y no ideas (eidos) son en el Estagirita el sentir, el percibir, el obrar, el moverse, el entender, el amar (operaciones), así como ciertas realidades “no operativas”, como los hábitos, la forma, el alma, el vivir, y el ser precisamente como acto (no como “ente”) (esas realidades eran llamadas por los escolásticos “actos segundos”). Tales actos se entienden como tales especialmente cuando “son en acto”, si cabe hablar así, esto es, no en abstracto, como cuando decimos “el acto de sentir”, sino en mi sentir que muevo la mano, en mi percibir que pienso, o en percibir que una persona me está hablando. La sensación capta actos sensitivos, pero el pensar capta igualmente actos u operaciones concretas (recordemos, por otra parte, que sentir y pensar normalmente están asociados). Consideremos, por ejemplo, cómo captamos “la existencia en acto” de las cosas que nos rodean: “advertimos”, “notamos” la existencia de las cosas, y también nuestra personal existencia. Por lo que se refiere a los actos subjetivos, la filosofía analítica recurre en este sentido a la noción de “conocimiento en primera persona” (sólo mía), contrapuesto al “conocimiento en tercera persona” (más abstracta y objetiva). Una cosa es que yo sienta mi dolor, y otra hablar del dolor en general o de sus manifestaciones observables (en la conducta o en su base neural). La filosofía, de modo análogo a lo que hacen las ciencias desde su punto de vista, se enfrenta además con el problema de categorializar las cosas. La gramática del lenguaje ordinario nos ofrece una primera vía que puede seguirse, aunque no sea absoluta. Así, una determinada gramática –latina, inglesa, italiana, etc. – contiene sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios, pronombres, que parecen indicar “tipos de realidades”, como son las substancias, sus notas o propiedades, las acciones, las modalidades de las acciones, su temporalidad (los tiempos verbales), etc.7 7 Cfr., sobre este punto, Aristóteles, Peri Hermeneias. 23 La gramática, es decir, el lenguaje, posee ya un alcance metafísico –no absoluto–, aunque no por esto resuelve los problemas de la metafísica. Ella nos sugiere concretamente que existe una distinción entre substancias individuales, propiedades, relaciones, “cosas abstractas” –como justicia, ley, números– y así siguiendo. Así se comprende el intento de Aristóteles de presentar un cuadro de “categorías”, a las que se añade luego un grupo de “post-predicamentos”, completados por los escolásticos con los “trascendentales”. Existen también otros tipos de “entidades” realmente existentes según cierto estatuto ontológico. Así, el mundo objetivo –el “mundo 3” de Popper– existe sólo en cuanto es objeto del pensamiento humano, pero carece de una verdadera constitución real o extramental. Los números nada son fuera de la mente humana que los piensa. En cambio, los actos son perfecciones reales de las cosas. El objeto pensado conceptualmente puede, sin embargo, remitir a cosas y eventos extramentales (idea de libro à libros reales, etc.). Las clasificaciones categoriales son frecuentes en muchas formas de filosofía, como la escolástica o el aristotelismo, y por supuesto que están presentes también en las ciencias. Ellas se inspiran en las clasificaciones que nos ofrece el lenguaje y el conocimiento ordinario (en este sentido decimos, por ejemplo, que “sonreir” es un accidente, o que es un cierto acto y no una substancia), aparte de los conocimientos ulteriores obtenidos por la investigación científica y filosófica. Algunas categorializaciones pueden ser relativamente arbitrarias, según el criterio escogido, que puede ser más o menos esencial o accidental, o que quizá está motivado por encuadramientos lógicos que no corresponden exactamente a la realidad (en Kant serían construcciones mentales), como son, por ejemplo, las clasificaciones botánicas o zoológicas. El problema que estoy presentando aquí es bien conocido en la historia de la filosofía y no raramente se aplica a la interpretación de las entidades de las que hablan las ciencias (naturales, empíricas, teóricas), pero también a otras propias del lenguaje ordinario. Lo que aquí está en juego, en este cuadro, es el alcance ontológico de los conceptos o de ciertas entidades que parecen ser “candidatos” a ser “de algún modo”. 24 Algunas entidades existen sólo en relación al pensamiento humano que las concibe: son las entidades de razón de los escolásticos (típicamente: los objetos matemáticos como tales). En buena medida el mundo 3 de Popper está constituido por entes de razón. Hay también “entidades imaginativas” que existen sólo como objeto de la imaginación humana, como son por ejemplo las novelas o las melodías musicales. Estas entidades se “encarnan” o “expresan” en las cosas sensibles tan sólo como símboloso como expresiones (así, el Quijote no es el libro físico externo que lleva por título “El Quijote”, sino una entidad imaginativa que se encarna sensiblemente en un libro físico lleno de símbolos). Existen, además, entidades institucionales, algunas de las cuales son colectivas (un club, un país, una ley, una Constitución, el dinero, un contrato, actos como votar o ganar un partido, una escuela, una universidad)8. Estas entidades, como lo es el mismo lenguaje, existen sólo si los hombres en una determinada sociedad han creado mentalmente estas realidades mind-dependent, las cuales a veces pueden tener una base empírica o material (así, una universidad incluye ciertos edificios). Decir que tales entidades son puras ficciones sería nominalismo. Decir que existen como substancias quizá sería un tipo de platonismo. Decir, en fin, que son mind-dependent no significa que no sean reales y que a veces no tengan cierta “independencia” respecto de los seres humanos (no podemos cambiar la naturaleza de los números primos, pero estos existen sólo si hay mentes humanas que los piensan). El idealismo, en este sentido, sería la teoría filosófica según la cual todo lo que existe es ente de razón. El riesgo de logicismo o de substancialismo, o del “cosismo”, está presente en las filosofías que intentan una sistematización ontológica de la realidad. Ya Aristóteles reprochaba a Platón porque había hecho de los conceptos abstractos entidades reales y subsistentes (la justicia, los números, las especies universales). A su vez, el neoplatonismo de la época de Santo Tomás, y también Duns Escoto, introducían en las cosas una multiplicidad de formas pensadas (las formalitates). ¿Qué sentido puede tener decir, por ejemplo, que el árbol es árbol porque tiene la 8 Estos puntos sobre la ontología de las instituciones están inspirados en la filosofía de John Searle. Cfr. Jorge Jesús López, La normatividad del lenguaje en la construcción de la realidad social en John Searle, Tesis Doctoral, Universidad de la Santa Cruz, Roma 2018, en vías de publicación. 25 “forma árbol”? Si esto se dice simplemente porque usamos esa palabra, sería como decir que el viviente es tal porque vive, o que el durmiente es tal porque duerme, etc., es decir, así no se resuelve nada, sino que simplemente se toma una abstracción desde diversos ángulos (“sonreir-sonrisa-sonriente”, “jugar, juego, jugador”, etc.). El lenguaje, sin embargo, no es simplemente isomorfo a la realidad (“no es una fotocopia de la realidad”, suele decirse). Dicho de otro modo: no todo lo que pensamos o decimos tiene el mismo estatuto ontológico, porque el modo de pensar o de conocer no es exactamente igual al modo de ser ( (modus cognoscendi y modus essendi). No es verdad que ordo et connexio idearum idem est ac ordo et connexio rerum, vs Spinoza y Hegel. Las palabras –ciertos conceptos– no deben producir en nosotros como una especie de “prisión” lingüística, sostenía Wittgenstein (“una imagen nos tenía prisioneros”)9. No pienses, ¡mira!, escribe en las Investigaciones (denk nicht, sondern schau!)10. Recordemos en este sentido las cautelas lingüísticas de los clásicos, especialmente los místicos –Dionisio, el mismo Santo Tomás– con relación a las realidades inefables, como es el caso, sobre todo, de Dios. Según la teología negativa, Dios no puede ser propiamente nombrado porque no puede ser pensado conceptualmente. De ahí el recurso a los símbolos y a las expresiones indirectas. Pero hay que emplear cautelas lingüísticas también para no interpretar ingenuamente las cosas subhumanas, sobre todo inorgánicas (que son más difíciles de conceptualizar), aunque para referirnos a ellas usemos simples palabras y analogías. Así, la palabra “energía” no se puede entender intuitivamente o de un modo cualitativo, sino que debe entenderse con relación a las ecuaciones matemáticas que las definen funcionalmente. Esto sucede con frecuencia en la terminología de la física teórica y sirve como criterio para interpretar correctamente las llamadas “entidades teóricas” de la física moderna. La filosofía contemporánea, ya desde Hegel, posee en este sentido una especial conciencia del límite del lenguaje “conceptuoso” y desconfía de la interpretación 9 L. Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, & 114 y 115. 10 Ibid., n. 66. 26 simplista de los términos abstractos (“nocionismo”). Éste es el gran reproche que se hizo a la filosofía escolástica. Muchos esfuerzos especulativos de los filósofos contemporáneos –existencialismo, pragmatismo, vitalismo, filosofía analítica– tienden a valorizar la experiencia y la acción como ámbitos en los que el lenguaje adquiere su verdadero sentido, contra el logicismo del “racionalismo” moderno, pero también clásico. D. Entender el ser Nuestro problema, que estamos siguiendo desde el inicio de este curso, es la comprensión del ser, especialmente cuando queremos calificar a la persona como ser personal, sin reducirla a algo marginal o de poca entidad. No da lo mismo decir que la persona “es un ser”, “es una substancia”, “es un compuesto”, “es la conciencia”, etc. Para esto, tenemos que detenernos todavía un poco más en el ser como acto (actus essendi). Hablar de ser puede indicar simplemente una forma verbal, como la cópula que conecta un sujeto gramatical a un predicado (S es P). Puede también indicar una identidad (S=P). El ser lingüístico constituye a veces una especie de “predicado” extraño, como cuando se dice X es, donde “es” no es un verdadero predicado, sino que indica un estar, haber (“aquí hay cosas”: hic sunt res). Muchos filósofos sostienen que esta última expresión señala la “puesta en realidad”, la “actualidad” de una “posibilidad”, así como si decimos “tortuga”, mencionamos simplemente un contenido conceptual que se “realizará” (en inglés suele decirse instantiated) sólo si “se da” o “hay” –est– un caso concreto de tortuga. Aquí “ser” no indica un acto real, sino más bien la realidad en cuanto contrapuesta a la posibilidad. Para Santo Tomás, en cambio, est puede indicar la actualidad de una forma (homo est), pero también el actus essendi, es decir, no el hecho de que una forma exista in rerum natura y que no se limite a ser una posibilidad, sino la realidad de un verdadero acto, análogamente a cuando se dice que un animal “vive”. De aquí se sigue la distinción real entre ser y esencia, ser y forma, ser y ente. En este curso me he referido con frecuencia al acto (enérgeia) en el sentido aristotélico. El término acto no es “cosista” (ni “substancial”), y está dotado de una fuerte connotación ontológica. El acto no puede encuadrarse en una categoría y no es 27 reductible a una idea o a un objeto pensado. La palabra “acto” se toma inicialmente de las operaciones, cosa nada problemática (“acto de ver”, “acto de pensar”, etc.). Se puede decir también acción, actividad, tanto inmanente (sentir, pensar) como transitiva (golpear, tocar, mover algo). La palabra acto adquiere un significado filosófico especial cuando se usa, como hace Aristóteles, para indicar un aspecto inteligible de una realidad (es significativo que en inglés actually signifique realmente), un aspecto que asumimos como real y no como simplemente pensado (no es un objeto), profundo, escondido de alguna manera, así como la operación nos resulta más manifiesta. El acto alude, además, a una realidad más o menos permanente, no el simple “ahora” (presente), pero nunca una “cosa” o una entidad. Así es como lo usa Aristóteles, como cuando dice que el alma es acto (un acto más perfecto que el acto del movimiento) del cuerpo orgánico. Dado que este tipo de acto –substancial, formal, accidental– es la raíz de las operaciones, podemos denominarlo también un “principio”. En cuanto es acto, sin embargo,es relativo a algo de lo cual es acto, un algo que no es tampoco una substancia (así como, en cambio, el ver es acto de un vidente). En este sentido lo relacionamos con una “potencia” pasiva, es decir, eso de lo que el acto es tal. Por eso hablamos del alma como acto del cuerpo, expresión en la que se ve cómo la “forma” es acto. En cambio, la forma pensada, como por ejemplo el concepto universal de casa, no es un acto, sino un objeto, en el sentido de objeto pensado. En definitiva, en Aristóteles la realidad se reduce al acto (obviamente, comprendiendo también la potencia, cuando es el caso). Y en Tomás de Aquino el acto fundamental es el acto de ser, un acto que se entiende en profundidad sólo si se lo entiende como creado, es decir, con una referencia a Dios Creador. Se entiende ahora por qué habíamos caracterizado al acto de ser creado como un comenzar incesante no seguido, un persistir en el comenzar, siguiendo una formulación de Polo, precisamente para evitar el logicismo de pensar el ser como una simple atribución chata. La formulación en términos de “comienzo” parece temporal, pero no lo es. Se acude a ella casi como forzando al lenguaje, para poner en palabras la intuición del ser existencial de las cosas del mundo. Recordemos cómo los filósofos 28 tantas veces han acudido a expresiones como subsistir (para la substancia) o consistir (para la esencia), así como etimológicamente “existir” indica un ser que se sale (ex) de sus causas (ex-sistere). 4. La persona como acto de ser A. La perfección y superioridad del ser humano como persona Veamos a continuación el tema del ser personal. Como anticipé arriba, en el contexto del empeño metafísico que busca el ser como el primer principio responsable de las perfecciones formales, parece relevante ver en el ser humano la expresión de un sentido del ser más alto que el ser de las realidades que están por debajo del hombre. La mayor perfección del ser humano es fácilmente admitida por todos. No es muy difícil reconocernos como superiores a los animales y al resto del universo material (estrellas, planetas, minerales, vegetales, animales). En los clásicos la superioridad del hombre se ponía en la inteligencia y en la libertad o en la voluntad (así en Platón y Aristóteles). La superioridad de la inteligencia, a su vez, se puede entender si se considera la capacidad contemplativa del hombre y su potencia tecnológica ilimitada desde el punto de vista formal, a pesar de los límites provenientes de la materia (es decir, de los recursos energéticos). Podemos añadir la capacidad humana de ser auto-conscientes, de donde se sigue el auto-dominio de los propios actos y de la propia conducta. La distinción entre naturaleza y persona se perfila al principio, por otra parte, cuando observamos que muchos individuos poseen la naturaleza humana. Esto significa que, en un primer momento, “persona” equivale a “individuo” dotado de capacidad racional (que es la noción de persona de Boecio) o, más simplemente, de individuo de la especie humana. El valor de la persona como tal se ve tradicionalmente en el hecho de que todas las perfecciones formales del ser humano son y se realizan solamente en el individuo singular con nombre y apellido. En consecuencia, la persona, esta persona, este quién, no un qué o cosa individual, es como un “punto de resolución” del ser humano, a diferencia de la humanidad genérica, de la sociedad o de la historia. La terminología usada para expresar este punto fue tradicionalmente la de subsistencia, atribuible al 29 individuo en sentido fuerte y substancial. “Sólo la persona” subsiste, y todo lo demás, entre las cosas humanas, “subiste en la persona” (la sociedad, las ideas, la cultura, la historia). Así pues, la persona es el verdadero sujeto, el verdadero singular, el verdadero concreto, el verdadero existente, el verdadero viviente, el verdadero subsistente, el verdadero agente. La actividad corresponde al sujeto personal, no a sus partes, ni a las uniones entre los sujetos. La sociedad no actúa, la historia no actúa, un ente institucional no actúa, etc. Por tanto, el hombre no puede ser entendido en la abstracción, aunque la abstracción puede ayudar a entender algunos aspectos humanos, si son personalizados. En la perspectiva fenomenológica, la importancia y “prioridad” de la persona se vivencia en el hecho de que nosotros podemos hablar, tratar, actuar, etc., sólo con personas, no con ideas o hechos culturales. La persona con la cual interactúo directamente a través de actos y encuentros cognitivos y afectivos correlativos, es decir, actos que prevén una correspondencia recíproca, se dice tú, así como la persona que eventualmente conozco, sin un encuentro “personal”, se dice él o ella. La persona autoconsciente es, por su parte, el yo (lo es así para sí misma: por eso se dice un seipsum, un self, indicando así su auto-reflexión). Estos puntos nos muestran, incluso a un nivel todavía pre-filosófico, la importancia de la persona en cuanto persona. Todo lo que se hace en el mundo humano se personaliza y se debe “remitir” a las personas. La comunicación entre las personas se dice interpersonal. Leer la biografía de un individuo humano no es un contacto personal. El encuentro personal recíproco, por tanto, asume una importancia superior a cualquier otra relación con las cosas. De alguna manera es semejante o se coloca al mismo nivel que el del encuentro personal, si cabe hablar así, conmigo mismo. Todo esto trasciende en absoluto la consideración abstracta o general de las perfecciones humanas o de la humanidad. La persona humana, a causa de su relevancia ontológica, posee un despliegue en el tiempo dotado de un valor propio. Este despliegue hoy se menciona con nombres como carácter narrativo o biográfico de la persona, existencia (en el sentido del existencialismo), historicidad personal. Para entender a una persona no basta conocer su naturaleza. Hay que conocer su proyecto existencial, su vida, sus opciones, sus intereses, sus amores, sus éxitos y fracasos, su desarrollo desde su nacimiento hasta su 30 muerte. No es posible entrar en comunión con otro u otra ignorando su vida, la cual se puede expresar sólo en la forma de una narración, y no con un discurso teórico o abstracto. Recapitulando las características que hemos visto, diremos que la persona manifiesta individualidad, subjetividad, es decir que no es sólo un sujeto, sino un sujeto auto-consciente (yo), subsistencia, agencia (sólo la persona actúa), narratividad. Aunque otros individuos substanciales puedan poseer algunas de estas notas, la persona no es un simple sujeto entre otros, porque su individualidad- subjetividad-singularidad es mucho más fuerte y consistente que la de los otros seres del mundo inferiores a la persona, precisamente porque su individualidad es menos importante. La importancia de la persona como individuo en sentido fuerte nace de la autoconciencia y de la libertad (ser por sí mismo, desde sí mismo, para sí mismo, si bien con límites, no al modo de Dios). Una gota de agua “tiene sentido” sólo si está unida a otras gotas de agua. El sujeto individual de las cosas inertes tiene más razón de parte que de “todo”. El sujeto viviente comienza a emerger sobre los demás de su misma especie, un hecho que es especialmente notable en los animales. Sin embargo, los individuos sub-humanos existen más bien en función de la especie e incluso en función de la totalidad de la naturaleza y de sus equilibrios. En cambio, es problemático decir que una persona encuentre un sentido sólo en cuanto sería una manifestación “de paso” de la especie humana en el ámbito completo de la ecología o de la naturaleza cósmica (esto sería “naturalismo”). Es verdad que cualquier persona humana en muchos aspectos puede parecer insignificante en paragón con las potencialidades de lanaturaleza humana, y que su vida contingente “pasará” quizás sin ninguna importancia histórica. En cierto sentido la especie humana o la humanidad trascienden los límites personales, siempre situados en un contexto y cultura. Pero donde más se puede apreciar la importancia ontológica de la persona es en la ética, que impone un especial respeto de los demás, de sus bienes y su libertad, e incluso un respeto de nuestra propia persona. No podemos hacer con nosotros lo que se nos antoja, lo que significa que la autoposesión de la libertad no es absoluta. Si no fuera así, la ética no existiría (la ética no puede reducirse a no dañar a los demás). Un sector importante de los expertos en ética basan 31 las normas morales y jurídicas en el valor de la dignidad personal y no sólo de la naturaleza humana. Precisamente por este motivo tenemos que respetar a la persona –a nosotros mismos y a los otros–, que es el único sujeto capaz de obrar por sí mismo, de ser responsable de sus actos e de poseer cosas como propias. La persona, hablando propiamente, no puede ser poseída por otro (a pesar de la esclavitud, que ontológicamente es imposible: se puede poseer sólo el cuerpo de otro), justamente porque con su libertad la persona se posee a sí misma (dominio: auto-dominio, señorío). Es ésta la raíz del “poder poseer cosas”. De aquí nacen los derechos inalienables de la persona humana. He aquí el fundamento por el que no podemos matar ni robar a otras personas, es decir, privarles de su vida o de sus bienes, ni siquiera por una utilidad colectiva o de la especie, y tampoco matarnos a nosotros mismos o arruinarnos antropológicamente (haciéndonos el mal, o haciéndonos malos). Este punto subraya la igualdad entre los demás y nosotros mismos. El valor ontológico de la persona humana consiste, así, en el hecho de que ella es un cierto fin para sí misma (no absoluto, pues en este caso sería Dios), y no un ser en función de otros seres del universo, y ni siquiera en función de otras personas finitas, ni tampoco de la humanidad en general. Este valor, como es sabido, fue acentuado especialmente por el Cristianismo. Con razón suele considerarse que el valor de la persona humana –de toda persona–, lo que parece una adquisición de la modernidad, hunde sus raíces en la cultura cristiana. Cuando Kant dice que hay tratar al otro como un fin y nunca como un medio, lo dice por su herencia cristiana. Este imperativo categórico, base de la moral, procede de la experiencia cristiana del valor absoluto de la caridad entendida en un sentido fuerte, no come un mero consejo, sino como un deber absoluto. Su raíz es el precepto de amar al prójimo como a uno mismo, es decir, de identificarse con el otro y de tratarlo con el mismo cuidado con que nos tratamos a nosotros mismos, porque somos dos subjetividades que tienen la misma dignidad (presuponiendo que nos tratamos a nosotros mismos como es debido). 32 B. Algunos textos de Santo Tomás sobre el valor de la persona Tomás de Aquino no emplea, obviamente, la terminología moderna personalista. Sin embargo, podemos entrever en algunos textos suyos una concepción metafísica en la que la persona humana aparece situada de un modo absoluto por encima del universo físico, aunque a la vez forme parte del mismo, y esto sin caer en el dualismo moderno que contrapone la naturaleza a la libertad. El Aquinate habla de la persona utilizando las nociones de creatura racional, naturaleza intelectual, substancia intelectual y expresiones similares. No habla nunca del alma o del intelecto de un modo separado cuando le toca sostener la superioridad del ser humano en el interior del universo. Alude directamente a la persona en términos de individuos contrapuestos a la especie. Veamos una serie de puntos situados en el libro III de la Contra Gentiles, capítulos 111-113, que versan explícitamente sobre la Providencia divina. Las tesis que sostiene aquí el Aquinate son, a mi modo de ver, sorprendentes. Contienen una especie de antropocentrismo metafísico muy fuerte, pero absolutamente válido, contrapuesto al naturalismo y al cosmologismo de raigambre griega, aunque no al teocentrismo. Son tesis que podrían resultar escandalosas sólo a algunos ecologistas y animalistas que ponen al hombre y los animales en paridad ontológica, incluso atribuyendo a los animales no humanos una forma de dignidad “personal”. I. El capítulo 111 indica los motivos especiales por los que la creatura racional está bajo los cuidados de la Providencia de Dios de un modo muy distinto a como Dios Creador cuida y “se interesa” por las creaturas sub-humanas: * Sólo el ser humano domina sus propios actos y obra por sí mismo: se mueve a sí mismo en un sentido riguroso. Por contraste, las otras creaturas parecen ser más bien movidas (magis aguntur quam agunt). El agens en sentido fuerte es el sujeto libre (la persona humana). En cierto sentido es el único verdadero agens del universo (pero esto no quiere decir que Santo Tomás niegue a las criaturas no racionales su obrar propio). * Únicamente la creatura inteligente alcanza el último fin del universo con sus propios actos: el conocimiento y el amor de Dios. Las demás creaturas llegan a Dios sólo por semejanza. 33 II. El capítulo 112 sostiene la tesis de que las personas humanas son gobernadas propter seipsas, por amor a ellas mismas. Las demás creaturas son gobernadas por Dios in ordine ad eas, en función de las personas humanas (o creaturas racionales). Esto significa que todo el universo sub-humano está finalizado al mundo personal. Es éste el orden “inmanente” de conjunto establecido por el Creador para el cosmos creado. Las creaturas irracionales se ordenan a Dios a través de su ordenación al hombre. He aquí los argumentos aducidos: * Las creaturas que no obran por sí mismas se ponen de modo natural al servicio de los verdaderos agentes del mundo, que son los seres racionales. * La creatura libre es causa de sí misma. La creatura que actúa por pura necesidad está como al servicio o al uso de los agentes libres. Esta tesis podría completarse con una idea de Aristóteles que Tomás de Aquino suele citar: gobernar es propio de los seres inteligentes, que conocen el orden. Los seres inteligentes están llamados a gobernar y los no inteligentes son por naturaleza “esclavos” –no son libres–, por lo que están destinados a ser gobernados por los seres racionales. Las creaturas intelectivas están destinadas a gobernar y a dirigir a las creaturas no intelectivas porque conocen el orden de las cosas11. La potencia intelectual es de suyo ordenadora y gobernadora12. * En un complejo teleológico, ciertas cosas están en función de otras, hasta que se llega a algunas que alcanzan la meta por sí mismas y directamente. Se ilustra esta tesis con la analogía aristotélica del ejército, en el que muchas cosas están para servicio de los soldados. Estos alcanzan el fin –la victoria– directamente por sí mismos. En consecuencia, “sólo la naturaleza intelectual es querida por sí misma en el universo, y todas las demás cosas son queridas en función de ella”13. La creatura 11 Santo Tomás, CG III, 78. 12 “Virtus autem intellectiva de se est ordinativa et regitiva”: ibid. De acuerdo con el pensamiento aristotélico, el texto sugiere que los más inteligentes dominan naturalmente a los que lo son menos. Esto podría dar lugar al racismo y a la justificación de la esclavitud, como era el caso en Aristóteles. Por otra parte, la idea es muy discutible, porque hay muchas formas de ser inteligentes y porque el talento para gobernar no depende sólo de la inteligencia, sino de otras capacidades. Además habría que explicar por qué a veces los gobernantes opresores predominan sobre los gobernantes justos. Pero no son estos nuestros temas aquí. 13 “Sola igitur intellectualis natura est
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