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Ana de Miguel violencia de genero y feminsimo

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La construcción de un marco feminista 
de interpretación: la violencia de género
Ana DE MIGUEL ÁLVAREZ
Universidad de A Coruña
anamig@udc.es
Recibido: 6 junio 2005
Aceptado: 13 junio 2005
RESUMEN
El objetivo de este artículo es reconstruir un doble proceso, el de deslegitimación de la violencia contra
las mujeres y el de elaboración de un nuevo marco de interpretación de la misma. Este proceso se ha rea-
lizado históricamente desde el feminismo.
En primer lugar partimos de las nuevas teorías sobre los movimientos sociales, teorías que investigan su
dimensión como constructores de nuevos marcos de interpretación de la realidad. A continuación expo-
nemos la visión patriarcal de la violencia contra las mujeres y ofrecemos una reconstrucción del nuevo
marco feminista de interpretación de «la violencia de género». Por último se exponen algunas de los es-
tudios académicos que contribuyen a legitimar la visión feminista de la violencia contra las mujeres y se
señala el proceso de difusión del nuevo marco en nuestro país.
Palabras clave: violencia de género, movimiento feminista, patriarcado, estudios de género.
The construction of a feminist framework: gender violence
ABSTRACT
The aim of this article is to explain a double process – the rejection of the justification of violence against
women and the construction of a new frame to interpret such violence. Historically the feminist move-
ment has played the most important part in the development of this viewpoint.
Firstly, I begin from a standpoint which adopts the new theories concerning social movements. These the-
ories examine the role of social movements in creating new frames from which to interpret reality. Se-
condly, I outline the patriarchal interpretation of violence against women and I explain the steps invol-
ved in the construction of a new feminist frame of interpretation. Finally, I will look at some of the
academic studies that have helped to legitimate the feminist view of violence against women and at how
the new feminist frame has spread within Spain.
Key words: gender violence, feminist movement, patriarchy, gender studies.
SUMARIO: 1. El movimiento feminista. Políticas reivindicativas y políticas de redefinición. 2. El
marco de interpretación patriarcal sobre la violencia. 3. Los inicios de un nuevo marco: la vio-
lencia contra las mujeres en los clásicos del feminismo. 4. La elaboración de un marco estructu-
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ISSN: 0214-0314
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ral: los radicales años sesenta. 5. Del marco teórico a las reivindicaciones políticas: el debate en
torno al derecho penal. 6. La consolidación académica del marco feminista: los estudios de gé-
nero. 7. A título de Conclusión: La difusión del marco de la violencia de género en el caso espa-
ñol. 8. Bibliografía.
1. EL MOVIMIENTO FEMINISTA. POLÍTICAS REIVINDICATIVAS 
Y POLÍTICAS DE REDEFINICIÓN
El feminismo, como teoría y como movimiento social ha recorrido un largo
camino repleto de dificultades hasta llegar a redefinir la violencia contra las mu-
jeres como un problema social y político. Y es que la visión tradicional, es decir,
patriarcal, de este tipo de violencia ha oscilado y oscila entre su consideración
como algo normal y necesario en el sentido de natural, anclado en la naturaleza
diferente de los sexos y en sus relaciones personales, a su consideración como
problema patológico en los casos más graves. Como ejemplo baste recordar que
en todos los códigos penales españoles hasta el de 1983 se consideraba un ate-
nuante la relación conyugal en los malos tratos de los hombres a las mujeres. Por
tanto, comprender la vigencia del fenómeno de la violencia contra las mujeres
exige volver la mirada hacia nuestra historia para estudiar y tomarse en serio el
hecho de que durante siglos nuestra cultura, tanto popular como académica, ha
legitimado esta violencia. Y que una de las tareas decisivas del feminismo ha con-
sistido en descubrir y desarticular las múltiples y a veces contrapuestas formas
de legitimación ancladas en nuestra sociedad. Para recorrer algunos hitos de es-
te camino y de la construcción alternativa de una interpretación feminista de la
violencia y su redefinición como violencia de género, vamos a diferenciar dos ti-
pos de prácticas o políticas del feminismo, las políticas reivindicativas y las po-
líticas de redefinición o elaboración de marcos teóricos de reinterpretación de la
realidad (de Miguel, 2002).
En las dos últimas décadas se han desarrollado nuevos y sugerentes enfoques
teóricos sobre los movimientos sociales. A pesar de las diferencias entre los mis-
mos, sí existe cierto consenso a la hora de considerar que los movimientos pre-
sentan formas de acción y organización cuyo impacto sobre el cambio social no
había sido ni comprendido ni valorado adecuadamente por los enfoques clásicos.
Entre estos nuevos enfoques figuran los constructivistas y culturales. Estos enfo-
ques han recuperado el concepto de marco, definido en su día por Goffman como
el conjunto de las orientaciones mentales que permiten organizar la percepción y
la interpretación (Goffman, 1974). En la actualidad, la importancia de los movi-
mientos como creadores de nuevos marcos de interpretación o referencia —«mar-
cos de injusticia»—, que pugnan con otros agentes sociales por hacer hegemóni-
ca su definición de la situación, no ha dejado de enriquecer el panorama teórico1.
1 Estos nuevos enfoques han tenido una buena recepción entre nosotras como prueba la continua edi-
ción de publicaciones colectivas estos últimos años. Entre otras E. Laraña y J. Gusfield (eds.), Los Nuevos
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Para nuestro objetivo nos interesa resaltar que, para estos enfoques, las rei-
vindicaciones objetivas y políticas de los movimientos no se consideran como
«algo dado», obvio y evidente en sí mismo. Al contrario, recordemos que inclu-
so una reivindicación tan aparentemente «natural o evidente» como el derecho al
voto femenino, era rechazado como antinatural por la mayor parte de la sociedad,
mujeres incluidas, y algunas de ellas notables luchadoras por otros derechos de
las mujeres. Por tanto, se considera que el proceso por el que un colectivo social
llega a definir como injusto y objeto de cambio social una situación generalmente
legitimada por la tradición cultural, la costumbre —y como diría Burke la dura-
ción—, es una de las contribuciones más importantes de los movimientos al cam-
bio social. Los enfoques culturales, sin infravalorar la presencia combativa de los
movimientos en la esfera pública, presentan una imagen de las redes de los mo-
vimientos y de su acción interna y externa cercana a los laboratorios de innova-
ción cultural de los que hablara Melucci (Melucci, 1994). En estos laboratorios,
los nudos de las redes feministas, fermenta lentamente la creación de nuevos mar-
cos de referencia, de nuevos significados para interpretar los a menudo dema-
siado viejos hechos, como la violencia patriarcal. Tal y como ha escrito Gusfield,
la sola existencia de un movimiento es ya un principio para situar acontecimien-
tos en un marco, presenta un aspecto de la vida social que ya está sometido a dis-
cusión pública, aunque anteriormente se hubiera aceptado como la norma: «don-
de la elección y la disputa estaban ausentes, están ahora presentes las alternativas»
(Gusfield, 1994). Esta visión que enfatiza la relevancia de la teoría o praxis cog-
nitiva y el protagonismo de los movimientos en los cambios de mentalidad y cul-
turales, nos parece especialmente explicativa para valorar los profundos cambios
que el feminismo está introduciendo en la visión social de la violencia contra las
mujeres.
Los movimientos sociales se definen entonces como una formade acción co-
lectiva
«1) que apela a la solidaridad para promover o impedir cambios sociales; 2)
cuya existencia es en sí misma una forma de percibir la realidad, ya que vuelve
controvertido un aspecto de ésta que antes era aceptado como normativo; 3) que
implica una ruptura de los límites del sistema de normas y relaciones sociales en
el que se desarrolla su acción; 4) que tiene capacidad para producir nuevas nor-
mas y legitimaciones en la sociedad» (Laraña, 1999: 126).
De acuerdo con este planteamiento se def iende la tesis de que la redef ini-
ción de la realidad o praxis cognitiva, es decir, la subversión de los códigos
culturales dominantes es, junto con las ya más conocidas y estudiadas políti-
cas reivindicativas y de igualdad, una de sus prácticas fundamentales. Reto-
mamos aquí una vez más las palabras de Celia Amorós sobre la teoría femi-
Movimientos Sociales, Madrid, CIS, 1994; F. Quesada (ed.), Ideas Políticas y Movimientos sociales, Ma-
drid, Trotta, 1997; P. Ibarra y B. Tejerina (eds.) Los Movimientos Sociales, Madrid, Trotta, 1998; D. McA-
dam, J.Mcarthy y M.N. Zald (eds.), Movimientos sociales: perspectivas comparadas, Madrid, Istmo,
1999; J.M. Robles Morales, El reto de la participación, Madrid, Libros Antonio Machado, 2002; M.J.
Funes y R. Adelll (eds.), Movimientos sociales: cambio social y participación, Madrid, UNED, 2003.
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nista como teoría crítica que irracionaliza la visión establecida de la realidad
y que nos recuerdan la raíz etimológica de teoría, que en griego signif ica ver,
para subrayar el que es el f in de toda teoría: posibilitar una nueva visión, una
nueva interpretación de la realidad, su resignif icación (Amorós, 2002). La te-
oría, pues, nos permite ver cosas que sin ella no vemos, el acceso al feminis-
mo supone la adquisición de un nuevo marco de referencia, «unas gafas» que
muestran a menudo una realidad ciertamente distinta de la que percibe la ma-
yor parte de la gente. Efectivamente, una de las cuestiones centrales que ha te-
nido y tiene que afrontar el movimiento feminista es el hecho claro de que mu-
chas mujeres no aceptan la visión feminista de la realidad. Tal y como lo
enunciara Mary Wollstonecraft hace ya más de dos siglos, el hecho de que las
mujeres parecieran dedicarse más a sacar brillo a sus cadenas que a tratar de
sacudírselas.
La ideología patriarcal está tan firmemente interiorizada, sus modos de so-
cialización son tan perfectos que la fuerte coacción estructural en que se des-
arrolla la vida de las mujeres, violencia incluida, presenta para buena parte de
ellas la imagen misma del comportamiento libremente deseado y elegido. Estas
razones explican la crucial importancia de la teoría dentro del movimiento femi-
nista, o dicho de otra manera, la crucial importancia de que las mujeres lleguen
a deslegitimar «dentro y fuera» de ellas mismas un sistema que se ha levantado
sobre el axioma de su inferioridad y su subordinación a los varones. La teoría fe-
minista tiene entre sus fines conceptualizar adecuadamente como conflictos y
producto de unas relaciones de poder determinadas, hechos y relaciones que se
consideran normales o naturales, en todo caso, inmutables. Aquellos de los que
se suele afirmar que «siempre ha sido así y siempre lo será», en expresiones ta-
les como «la prostitución es el oficio más viejo del mundo» o «los hombres siem-
pre serán más fuertes, más violentos y más promiscuos… son hombres y eso no
hay quien lo cambie», en referencia, por ejemplo, a las causas de la violencia con-
tra las mujeres.
El f in de este proceso tiene como resultado lo que se ha denominado la li-
beración cognitiva (MacAdam, 1982), la puesta en tela de juicio de principios,
valores y actitudes aprendidos e interiorizados desde la infancia, y, por su-
puesto, el paso a la acción, tanto individual como colectiva. La constitución
de una identidad colectiva feminista, un Nosotras capaz de articularse en fun-
ción de los intereses específ icos de las mujeres como tales, capaz de abstraer
las profundas diferencias que por fuerza ha de tener un sujeto colectivo que
afecta a la mitad de la humanidad (Valcarcel, 1997). El feminismo, no hace
falta decirlo, no habría dado un paso sin las luchas políticas, sin los cambios
legales y las reformas estructurales del espacio público ligadas al estado de
bienestar, pero su consolidación real procede igualmente de la compleja lucha
por captar adecuadamente las muy diversas formas de legitimación de la des-
igualdad sexual y contrarrestarlas desde la creación de nuevos discursos fe-
ministas de legitimación social, tal y como ha sido el caso de la violencia con-
tra las mujeres.
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2. EL MARCO DE INTERPRETACIÓN PATRIARCAL 
SOBRE LA VIOLENCIA
Las sociedades premodernas se han caracterizado como sociedades en que la
muerte y la violencia eran un hecho cotidiano, con el que se convivía con resigna-
ción y cierto fatalismo. Tanto si abrimos las páginas del Antiguo Testamento, como
los libros de historia (por ejemplo de la civilizada Roma), como si acompañamos a
Foucault en su ya clásico recuerdo del espectáculo popular que eran las ejecuciones
en la plaza del pueblo medieval, encontramos escenas de una violencia que al día de
hoy nos cuesta asociar con la realidad. Parecen más bien escenas del reino de la cien-
cia ficción y las más graves psicopatías. En este contexto no es difícil imaginar que
la violencia contra las mujeres formaba parte de un marco en que, salvo en casos
realmente graves, y generalmente así valorados o bien por el elevado estatus de la
víctima o bien por el bajo estatus del agresor, no es ya que fuera tolerada, es que pa-
saba desapercibida. Así nos lo hace ver Vigarello en el relato con que comienza su
documentada obra sobre la violación en la Francia del Antiguo Régimen. Este au-
tor ha rastreado en muy diferentes tipos de fuentes —relatos, memorias, juicios—
para mostrar que la violación, como muchas violencias antiguas, está severamente
condenada por los textos del derecho clásico, pero como otras muchas, casi nunca
denunciada y poco perseguida por la justicia (Vigarello, 1999).
La violencia contra las mujeres, aún en medio de un universo de violencia, pre-
senta claves específicas. Es decir, formas específicas de legitimación, basadas no
en su condición de personas sino de mujeres. Esta legitimación procede de la con-
ceptualización de las mujeres como inferiores y como propiedades de los varones,
a los que deben respeto y obediencia, y encuentra un refuerzo crucial en los discur-
sos religiosos que las presentan como malas y peligrosas —y recordemos fenóme-
nos de violencia colectiva como las quemas de brujas— o como la «tentación», la
ocasión para pecar (los sujetos, los varones). Todos estos elementos se fusionan pa-
ra que en las sociedades premodernas las agresiones se interpreten como merecidos
castigos e incluso, en terminología actual, como castigos «preventivos»2.
Con la llegada de las sociedades modernas, factores de muy diversa índole con-
tribuyeron a la paulatina deslegitimación de la violencia como medio para resolver
conflictos, como forma de relación entre los individuos, los grupos sociales y las
naciones. A la aspiración Kantiana de una paz perpetua seguirá la constatación de
las ciencias sociales sobre las nuevas formas de cohesión social. Basadas en el co-
mercio, la interdependencia y la socialización más que en la guerra, la violencia y
la coacción. Pues bien, es en estos momentos de constitución de un nuevo orden
social cuando los pensadores modernos se encargarán de no expulsar una forma de
violencia específica, la violencia contra las mujeres. En palabras de Luisa Posada
«La violencia contra las mujeres entra como referente normativo en el discursode
2 Recuerdo un refrán que decía algo así:«golpea a tu mujer de vez en cuando, que aunque tú no se-
pas por qué lo haces, ella sí lo sabe». Tampoco recuerdo si refleja la sabiduría oriental, la occidental o
las dos, en este tema parece que se diluía el célebre choque de civilizaciones.
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la modernidad» (Posada, 2001). Así lo instituyeron de forma indirecta y directa al-
gunos de los grandes filósofos contractualistas, como Locke, Rousseau y Kant, es-
tableciendo la inferioridad de las mujeres respecto a los varones, su eterna mino-
ría de edad y la consecuente obediencia y sumisión a las órdenes o deseos de sus
mentores. Esta filósofa ha rastreado con agudeza este paradigma normativo en dos
filósofos opuestos, y nos presenta a Rousseau como el mejor legitimador de la vio-
lencia doméstica y a Sade como el ideólogo de la violencia como transgresión. Has-
ta tal punto la filosofía y las ciencias sociales quedaron en este tema enredadas en
los prejuicios de la época, que hasta aquéllos que se autopercibían como los más
transgresores de los transgresores, de Sade a Bataille, pasando por Nietzsche, han
coincidido con sus oponentes «pequeñoburgueses» en la bondad o la necesidad de
pegar a las mujeres. Baste recordar el final del capítulo de las enseñanzas de Za-
ratustra, el gran transmutador de todos los valores, sobre las mujeres: «¿Vas con
mujeres? ¡No olvides el látigo! Así habló Zaratustra».
Entonces, si unimos el discurso tradicional de la biblia y la iglesia, con el dis-
curso costumbrista-popular de los cancioneros y refraneros, más las aportacio-
nes de la literatura seria y didáctica como la del Infante Don Juan Manuel, con
el discurso radical de un Rousseau y el discurso transgresor de un Sade o un
Nietzsche, observamos que desde todos los lados del abanico ideológico ha es-
tado y está justificada la violencia.
3. LOS INICIOS DE UN NUEVO MARCO: LA VIOLENCIA 
CONTRA LAS MUJERES EN LOS CLÁSICOS DEL FEMINISMO
Si nos interesa reconstruir la historia de la violencia no es tanto para sopesar
sus cifras, como para buscar la línea que une los cambios en la situación y la per-
cepción social de las mujeres con los diferentes grados de sensibilidad e intole-
rancia ante su persistencia. El ya citado Vigarello relaciona este cambio con la
evolución del Sujeto. Efectivamente, sólo un sujeto a quien se reconoce plena au-
tonomía puede ser golpeado y violado «contra su voluntad», contra su consenti-
miento. Comenzamos, pues, nuestra reconstrucción, por el momento en que las
mujeres inician su lucha colectiva por ser sujetos, los albores de la Ilustración.
La Ilustración supone también el primer momento histórico en que, al hilo del de-
sarrollo de una teoría crítica, capaz de deslegitimar el discurso dominante sobre
la condición femenina, se forjó un movimiento activista capaz de desencadenar
la lógica de las vindicaciones en el espacio público (Amorós, 1997). Estas rei-
vindicaciones giraron en torno a los derechos en el espacio público: derecho a la
educación, al trabajo asalariado, a la ciudadanía3. Será en el siglo diecinueve cuan-
3 La girondina Olympe de Gouges redactó en plena Revolución francesa la primera Declaración de
los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. En el artículo X afirma «La mujer tiene el derecho de su-
bir al cadalso; debe tener también el de subir a la Tribuna». De Gouges, que fue guillotinada, señala una
verdad reveladora, las mujeres, que nunca fueron sujetos de derechos siempre lo fueron para el derecho
penal. El único que tradicionalmente ha considerado a las mujeres personas, responsables de sus actos.
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do comiencen las primeras denuncias del matrimonio como un espacio peligro-
so para las mujeres. En 1825 aparece una obra titulada La demanda de la mitad
de la raza humana, las mujeres, en la que se compara sistemáticamente la situa-
ción de las mujeres con la de esclavitud. Para sus autores, los cooperativistas Wi-
lliam Thompson y Anna Wheeler, las esposas viven aisladas en lo que denomi-
nan «establecimientos aislados de crianza» por lo que su estado es de absoluta
indefensión, en todo caso cuentan con la misma protección legal que los escla-
vos: la defensa frente a los casos extremos de violencia y abuso. En realidad, la
situación de las esposas es peor que la de las esclavas ya que éstas últimas no tie-
nen que doblegar también su alma al amo. Las esposas por ley, educación y opi-
nión pública, están obligadas a someterse a la voluntad del esposo hasta en los
más nimios actos de la vida cotidiana si éste así lo desea. Están obligadas a hu-
millar toda voz propia y todo gesto de autodeterminación, a aparentar o alcanzar
el grado de debilidad e imbecilidad física y mental que más halague la vanidad
de su amo. En definitiva, trazan un cuadro del matrimonio en que la frustración,
la locura y la muerte rondan a las mujeres casadas. Y su referente eran las muje-
res inglesas de clase media (Thompson y Wheeler, 2000). Las sufragistas tam-
bién centraron buena parte de sus esfuerzos en la lucha por sacar a las mujeres
de las jaulas doradas del matrimonio. Hay que destacar el feminismo radical nor-
teamericano, que emprendió una lucha contra el alcohol por su relación con la
violencia doméstica y el inglés, contra la prostitución a la que se calificó como
«la esclavitud blanca» (Evans, 1980, y Robotham, 1980). Hasta tal punto ha es-
tado legitimada la violencia contra las mujeres, que el filósofo feminista John
Stuart Mill denunciaba cómo en la Inglaterra del XIX un respetable caballero in-
glés podía matar a su esposa sin temer ningún castigo legal por ello. Desde lue-
go, intentos no faltaban. La ya citada coautora de La demanda sufrió doce años
de continuados malos tratos hasta que huyó a Francia con sus hijas; su hermana,
casada con un celebre político irlandés, acabó encerrada en un manicomio por su
respetable esposo; su colega francesa Flora Tristán, una de las precursoras del fe-
minismo socialista, sobrevivió al intento de asesinato por su marido en plena ca-
lle. Flora Tristán, en su obra Unión Obrera, describió las condiciones de vida fa-
miliares en el proletariado francés, condiciones que ella conocía de primera mano.
Para Tristán, la desigualdad sexual siempre genera violencia en el hogar: «Hay
que haber visto de cerca estos hogares obreros (sobre todo los peores) para ha-
cerse una idea de la desgracia que sufre el marido, del sufrimiento que padece la
mujer. De los reproches, de las injurias, se pasa a los golpes, después a los lloros,
al desaliento y a la desesperanza» (Tristán, 2002: 120-1). El propio Engels, a pe-
sar de su idealizada visión de las relaciones entre los sexos en el proletariado, nos
ha dejado una frase reveladora. En un texto en que se explaya sobre cómo en el
hogar obrero han desaparecido todas las bases de la supremacía masculina ter-
mina concluyendo «… excepto, quizás, cierta brutalidad para con las mujeres,
muy arraigada desde el establecimiento de la monogamia» (Engels, 1976: 72).
Sin embargo, la realidad es que estos elocuentes testimonios son escasos, es
más general y revelador el silencio. Las feministas del diecinueve están absor-
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tas en otros graves problemas y sus intereses se centraron en luchar contra las
causas de la degradada condición femenina. Cuando aparece el tema de la vio-
lencia lo hace, sobre todo, como violencia en el ámbito público y, aunque se re-
conoce implícitamente la violencia doméstica, no se tematiza como un proble-
ma separado y específico de reflexión, tal y como sí se hiciera con la prostitución.
Las denuncias contra la «brutalidadmasculina» en los hogares aparecen como
adjetivos o la compañía inseparable de una condición que se llegó a calificar de
esclavitud.
4. LA ELABORACIÓN DE UN MARCO ESTRUCTURAL:
LOS RADICALES AÑOS SESENTA
Los sesenta fueron años de intensa agitación política y de cambios sociales y
culturales, años en que bajo el eslogan «lo personal es político» cambió el pro-
pio concepto de lo político. Los movimientos sociales se erigieron en protago-
nistas de la lucha contra un Sistema (con mayúsculas) que se legitimaba en la uni-
versalidad de sus principios y que era en realidad clasista, sexista, racista e
imperialista. Y además, hipócrita y aburrido. El movimiento feminista, uno de los
más combativos, fue muy plural y desarrolló tan diversas formas de acción como
de planteamientos teóricos. Fue el feminismo radical el que elaboró un marco es-
tructural desde el que explicar el sentido y el alcance de la violencia contra las
mujeres (Amorós y de Miguel, 2005).
Desde el feminismo radical se elaboró el concepto de patriarcado, con el que
se hacía explícita la existencia de un sistema de dominación basado en el sexo-
género e independiente de otros sistemas de dominación. Se consumaba así la au-
tonomía de un movimiento subsumido entonces en la lucha de clases y califica-
do como una «contradicción secundaria». El sistema patriarcal presenta formas
de opresión y legitimación propias y distintas, no sólo relacionadas con la des-
igualdad en la esfera de lo público, sino muy fundamentalmente con las prácticas
que tiene lugar en la esfera de lo privado. Las feministas radicales ampliaron el
concepto de lo político al extenderlo a todo tipo de relaciones estructuradas por
el poder, como las que se dan entre varones y mujeres.
En su obra Política sexual, Kate Millett escribe: «No estamos acostumbrados
a asociar el patriarcado con la fuerza. Su sistema socializador es tan perfecto, la
aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad humana
tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia». Y, sin em-
bargo, continúa Millett «al igual que otras ideologías dominantes, tales como el
racismo y el colonialismo, la sociedad patriarcal ejercería un control insuficien-
te, e incluso ineficaz, de no contar con el apoyo de la fuerza, que no sólo consti-
tuye una medida de emergencia, sino también un instrumento de intimidación
constante» (Millett, 1975: 58). También identifica el problema de la invisibilidad
de la violencia y de la indulgencia con que son tratados sus casos. Por un lado,
remiten casi siempre al pasado y se observan como prácticas exóticas o primiti-
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vas; por otro, los casos presentes se interpretan como «extravíos individuales, pa-
tológicos o excepcionales, que carecen de significado colectivo».
Desde el marco de interpretación propuesto por Millett la violencia contra las
mujeres deja de ser un suceso, un problema personal entre agresor y víctima, pa-
ra definirse como violencia estructural sobre el colectivo femenino. La violen-
cia tiene una función de refuerzo y reproducción del sistema de desigualdad se-
xual. Su amenaza doblega la voluntad de las mujeres, cercena sus deseos de
autonomía. Ahora bien, la formulación de estas tesis, que hoy nos resultan ya fa-
miliares, requería en su momento una más que notable «imaginación feminista».
Como bien señalara Millett el proceso de socialización era casi perfecto. Si la
mayoría de las mujeres en los años sesenta no percibían que sus elecciones, casi
siempre opuestas a las de los varones, fueran fruto de la coacción, ni percibían
como una anomalía democrática su exclusión de los centros de poder, menos aún
podían creer que la violencia patriarcal fuera una amenaza colectiva. Era algo que
les sucedía a algunas mujeres desdichadas, a las víctimas.
Otra de las obras clásicas de la época desarrollará las misma tesis de Millett
de forma más concreta y explícita. Contra nuestra voluntad de Susan Brownmi-
ller tratará de demostrar cómo el miedo a la violación condiciona el comporta-
miento cotidiano de todas las mujeres, y cómo en este sentido todas son víctimas
de la violación. Además nos interesa muy especialmente el caso de Brownmiller
porque representa como nadie la autoconciencia del giro interpretativo que esta-
ba protagonizando el feminismo. «Escribí este libro porque soy una mujer que
cambió de idea respecto a la violación». En el prólogo explica la génesis de la su
investigación, a la que se acercó inicialmente con los prejuicios de la época. Pe-
riodista de profesión, había realizado en 1968 un reportaje sobre un caso de vio-
lación interracial con ramificaciones políticas. En ese artículo había adoptado la
perspectiva de sospechar de la víctima. Realizó muchas entrevistas, pero nunca
intentó hablar con la víctima, sencillamente no sentía afinidad alguna con ella ni
debía parecerle necesario. Brownmiller explica que esta perspectiva era la nor-
mal en el ambiente en que se movía: el movimiento de derechos civiles, las ha-
zañas de los abogados defensores, y, por supuesto «la simpatía psicológica por
los acusados», tema crucial sobre el que volveremos en el siguiente apartado. El
giro copernicano tendría lugar en una de aquellas reuniones de mujeres feminis-
tas. Leemos: «De modo que cuando un grupo de amigas mías habló sobre la vio-
lación una noche de Otoño de 1970, estuve a punto de gritar. Yo sabía qué era y
qué no era la violación. La violación era un crimen sexual, el producto de una
mente enferma, trastornada. La violación no era un problema feminista, era…
bueno, ¿qué era?» (Brownmiller, 1981: 8)
Plantear este interrogante, querer volver a pensar unos hechos que ya estaban
catalogados por la ciencia, la criminología y toda la opinión pública de la época,
es lo que constituye el comienzo de una visión alternativa, feminista de la reali-
dad. Encontrar respuesta a este interrogante es lo que conduce a Brownmiller a
una investigación que cuenta con más de 400 páginas. En ellas analiza exhausti-
vamente la violencia en las guerras, tanto en las dos guerras mundiales como en
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conflictos contemporáneos de Bangladesh y Vietnam. También la violación en
grupo, el mito del violador heroico y, por fin, el tema de las víctimas. Las con-
clusiones de su estudio representan, como decíamos, el paso de la interpretación
patriarcal a la feminista. La violación forma parte del proceso de intimidación
masculina del que son víctimas todas las mujeres, no sólo las que han sido vio-
ladas. El sentido de esta tesis se hace patente cuando consideramos que mujeres
que nunca han sido violadas muestran una ansiedad y miedos similares a las que
sí lo han sido, y que para evitar la mera posibilidad tienen que aceptar limitar con-
siderablemente su autonomía en el espacio público. No salir de noche ni por lu-
gares solitarios, no volver tarde del trabajo, no abrir la puerta a desconocidos, no
entrar con un varón a un ascensor; si viven solas, no escribir el nombre en el bu-
zón. Estos son algunos de los consejos dados por una publicación de la época pa-
ra minimizar los riesgos de victimización. Pero hay otro que subyace a todos ellos:
es posible que una mujer realice tranquilamente todas las actividades anteriores
siempre y cuando esté acompañada de un varón. Según este análisis el mensaje
de la violencia o la violencia latente contra las mujeres está muy clara: una mu-
jer «sola» está en peligro. Y funciona como un mecanismo eficaz para retenerlas
en el espacio que siempre les asignó el patriarcado: el espacio privado. Como ha
señalado Amorós, en una sociedad patriarcal la mujer que no pertenece a ningún
varón en particular pertenece potencialmente a todos, es la célebre «mujer pú-
blica» (Amorós, 1990). Tambiénes cierto que los datos de la violencia de géne-
ro muestran que la situación de la «mujer privada» tampoco carece de peligros y
remiten a la crítica feminista a la institución matrimonial.
Este trabajo fue considerado, en su día, exagerado y radical. Y, sin embargo, hoy,
el propio Giddens en su muy difundido manual de Sociología expone sus conclu-
siones como una parte más del conocimiento académico. Por otro lado este plante-
amiento sobre la violación puede recibir la objeción de que los violadores son, en
su mayoría, varones con patologías diversas y que la mayoría de ellos repudian es-
te delito. Este tipo de objeciones no parecen comprender la clave del planteamien-
to feminista de la violencia. No se mantiene que todos los varones sean violadores
en potencia, sino que la violación forma parte de un sistema del que no sólo intere-
sa conocer la figura del violador sino otros aspectos del mismo como son las res-
puestas judiciales y de la opinión pública. Y las sentencias, supuestamente dictadas
por personas «normales», tradicionalmente han culpabilizado a las víctimas (Os-
borne, 2001). Y la opinión pública, compuesta también por mujeres, tradicional-
mente ha trivializado la agresión y dudado de la falta real de consentimiento.
5. DEL MARCO TEÓRICO A LAS REIVINDICACIONES POLÍTICAS:
EL DEBATE EN TORNO AL DERECHO PENAL
El avance hacia sociedades más igualitarias junto con la progresiva acepta-
ción de los marcos de interpretación desarrollados por el movimiento feminista
explican, en buena medida, la deslegitimación de la violencia contra las mujeres
A. de Miguel Álvarez La construcción de un marco feminista de interpretación: la violencia de género
241 Cuadernos de Trabajo Social
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y su reconceptualización como un problema social. Sin embargo, este proceso no
estaría completo sin concretarse en unas políticas reivindicativas para su erradi-
cación. Políticas que, en general, se han centrado tanto en medidas preventivas co-
mo punitivas. En este apartado trataremos cómo la demanda de justicia penal ha
necesitado también de la elaboración de un marco positivo de denuncia pública y
criminalización de lo que tanto tiempo se consideró una conducta propia de la «es-
fera privada». Este proceso, en lo que conlleva de criminalización y condena pú-
blica de los agresores y visibilización, atención y apoyo a las víctimas, se encua-
dra en un proceso más general de redefinición de la violencia, la desviación y el
papel social del derecho penal.
Comenzaremos también haciendo algo de historia. En los años sesenta había
surgido, de la mano del interaccionismo simbólico, un nuevo y radical enfoque
de la desviación, la teoría del etiquetaje. Esta teoría supuso una inversión de la
imagen positivista del desviado, que pasaba de ser el peligro social número x, a
considerarse una «creación» y víctima del control social. Frente al enfoque co-
rreccional se imponía una nueva actitud: escuchar, comprender sus razones, «sim-
patizar» con el desviado. El posterior desarrollo de estos planteamientos en los
contraculturales años sesenta insistirá en la imagen del desviado como un rebel-
de político, lo sepa o no, transgresor del orden capitalista y la moral burguesa.
En este contexto «descriminalizador», en que se reivindica la abolición de cár-
celes y manicomios, en que se vivía y escribía con la sensación de que el fin del
Sistema estaba al alcance de la mano, era prácticamente imposible que el movi-
miento feminista reivindicara un uso ejemplar del derecho penal.
La lenta pero progresiva irrupción de las mujeres como sujetos en todas las es-
feras de la vida pública ha supuesto un revulsivo a aquella visión romántica y an-
tisistema de la violencia y la desviación. Efectivamente, el análisis de género ha
planteado con inusitada dureza la condición de víctimas de las mujeres en la so-
ciedad patriarcal: ¿son acaso progresistas los malos tratos o el acoso sexual?, ¿qué
significado profundamente contracultural pueden tener pintadas del tipo «si la vio-
lación es inevitable, relájate y disfruta?», ¿qué dosis de transgresión, romanticis-
mo y alegría de vivir —tan bien y tan machaconamente fundamentadas por reco-
nocidos pensadores, literatos y cineastas— podemos encontrar en el ejercicio de
la prostitución? Si bien las mujeres no fueron las únicas en centrarse en las olvi-
dadas víctimas, sus análisis fueron especialmente valiosos a la hora de establecer
la relación entre las víctimas y una estructura de poder determinada, en este caso,
la estructura patriarcal. El descubrimiento de la relación entre la sociedad patriarcal
y la victimización de las mujeres supuso la aparición del debate en torno al uso
del derecho penal como instrumento de cambio social progresista y feminista. Tan-
to el castigo a los agresores como la aplicación más dura de las leyes existentes.
Este renovado debate tiene entre sus protagonistas al movimiento feminista, pero
puede también contextualizarse en el marco más amplio de una nueva concepción
del derecho penal por parte de los nuevos movimientos sociales.
La criminología crítica había etiquetado el derecho penal como un instrumento
de clase al servicio del poder. Sin embargo, de esta posición podían seguirse dos
A. de Miguel Álvarez La construcción de un marco feminista de interpretación: la violencia de género
242Cuadernos de Trabajo Social
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posturas contrapuestas por parte de quienes impugnan dicho poder: o bien recha-
zar el derecho penal, o bien reivindicar una aplicación más igualitaria del mis-
mo. Pues bien, esta segunda opción parece haber logrado, no sin fuertes tensio-
nes, cierta hegemonía en la década de los ochenta. Así lo relata Larrauri: «A partir
de entonces, lo que se observa con desmayo es la facilidad con que los movi-
mientos progresistas recurren al derecho penal. Grupos de derechos humanos, de
antirracistas, de ecologistas, de mujeres, de trabajadores, reclamaban la introduc-
ción de nuevos tipos penales» (Larrauri, 1991: 217). La contradicción salta a la
vista. Los mismos movimientos que en los años sesenta habían combatido la bon-
dad del derecho penal y la cárcel como instrumento de resocialización y morali-
zación públicas reclaman ahora su valor simbólico y «penas ejemplares». No es
éste el lugar adecuado para sintetizar un debate realmente complejo, pero sí para
terminar con alguna reflexión al respecto. En primer lugar el feminismo, preci-
samente por ser un movimiento social, se caracteriza por una más que notable he-
terogeneidad de posturas y estrategias. Dentro de la gama de posturas, un extre-
mo es el adoptado por algunos grupos de feministas de la diferencia, que rechazan
acudir a la ley, ley que consideran hecha «por y para varones». Sin embargo, de-
jando de lado esta postura extrema, y matizando que ningún grupo confía en la
mera represión vía derecho penal como única solución, sí parece haberse dado
cierto consenso sobre la necesidad de ampliar y endurecer los tipos penales y exi-
gir una contundente y severa aplicación de la ley. Entre otras razones, por el ejem-
plar valor simbólico del castigo, ya que aquellas conductas que no están penadas
no parecen especialmente graves. En segundo lugar, es cierto que esta actitud en-
cierra contradicciones, ya que son bien conocidas las deficiencias del sistema pe-
nal y carcelario como agentes de rehabilitación y reinserción social, pero, en to-
do caso, supone la asunción una jerarquía de valores y actuaciones en que el peligro
y la protección de las víctimas, es decir de las mujeres, se ha situado, finalmen-
te, en el primer lugar de la misma.
6. LA CONSOLIDACIÓN ACADÉMICA DEL MARCO FEMINISTA:
LOS ESTUDIOS DE GÉNERO
De la reconstrucción que estamos realizando se desprende que los movi-
mientos sociales abren un espacio especialmente idóneo para que se den las con-
diciones de la creación e innovación en el conocimiento. Las teorías pueden ser
y de hecho son fruto de individualidades, las teóricas del movimiento —líderes
epistemológicas—, perodesde la perspectiva cognitiva el conocimiento apare-
ce como el resultado final de un intenso proceso colectivo de puesta en común
de experiencias, ideas, pasiones, luchas y solidaridad. El conocimiento es el pro-
ducto de continuas interacciones sociales, dentro de los movimientos, en gene-
ral muy plurales y cambiantes y en continua polémica interna y externa, la que
se genera dentro del movimiento y la que mantiene con sus oponentes (Eyerman
y Jamison, 1991).
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243 Cuadernos de Trabajo Social
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A partir de 1975 los enfoques teóricos feministas comenzaron a entrar en la
universidad y a reivindicar el estatuto de conocimiento académico. Desde en-
tonces se ha producido el despegue y consolidación académica de los llamados
estudios feministas, estudios de la mujer y, cada día más, estudios de género. En-
tre la nueva abundancia de estudios, proyectos, congresos, etc., algunas autoras
han planteado los peligros que entraña el que parte de ellos son, en realidad, cie-
gos a la perspectiva feminista, con el consiguiente daño al marco de interpreta-
ción que aquí hemos reconstruido (Posada, 2001). La crítica es acertada y tiene
fundamento, pero también es verdad que lo propio del conocimiento académico
es la publicidad y transparencia con lo que los trabajos apresurados y oportu-
nistas siempre pueden ser objeto de crítica y refutación. Por otro lado muchos
de ellos sí contribuyen a fundamentar y prestar aval científico y académico a la
visión feminista de la violencia. Estos trabajos abarcan numerosas líneas de in-
vestigación. Las investigadoras poseen recursos vitales, como son los proyectos
de investigación, para aplicar las técnicas que contribuyen a contrastar y verifi-
car las teorías parciales que surgen de y reafirman el marco feminista de inter-
pretación. A título de ejemplo y sin ánimo de exhaustividad exponemos a conti-
nuación algunas de sus ya reconocidas aportaciones.
En primer lugar están los trabajos que se han orientado a demostrar que no
hay nada natural ni patológico en la violencia contra las mujeres. Por ejemplo,
acudiendo a la diferencia entre agresividad y violencia. Las personas agresivas
lo son en cualquier momento, siempre pueden explotar. Los agresores de muje-
res son a menudo personas muy bien consideradas en su entorno. Nadie sospe-
cha de ellas puesto que no son personas agresivas. Sus estallidos de violencia no
se producen con los superiores, ni con los fuertes, ni con sus pares, ni siquiera
con todas las mujeres ¿qué tiene entonces esta violencia de natural, de genética?
(Corsi). En todo caso, e independientemente de cómo sean las hormonas o las co-
nexiones neuronales masculinas, lo que sí ha sido reiteradamente demostrado es
que el uso de la violencia se aprende y también se aprende a aceptarla. Myriam
Miedzian en su libro Chicos son hombres serán realiza un exhaustivo estudio so-
bre los estrechos y profundos lazos que de forma aprendida unen masculinidad
y violencia. Para no llegar a ser un «mariquita o una nenaza» el niño tiene que
aprender el uso legítimo de la violencia. Para comprobarlo basta con acercarse a
una juguetería, con cargar un videojuego de éxito. La violencia es un valor en la
construcción de la mística de la masculinidad (Miedzian, 1995).
Otra serie de aportaciones son las que tratan de acotar la extensión, el alcance
y la gravedad del fenómeno. Así lo están haciendo numerosas obras colectivas que,
desde una perspectiva multidisciplinar, tratan de abarcar realidades aparentemen-
te diversas pero que se van unificando —como en su día los movimientos terres-
tres y celestes bajo la newtoniana Ley de Gravedad— bajo el rótulo de violencia
contra las mujeres y violencia de género (Osborne, 2001, y Bernárdez, 2001). Aho-
ra bien, es verdad que la designación violencia de género es objeto de disputa y con-
troversia. Tanto entre las propias feministas, que a veces consideran esta designa-
ción vacía de carga política, como por los intelectuales mediáticos, que sin haber
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abierto en su vida un libro de feminismo o «de género», es decir, desde la igno-
rancia sobre el debate, critican con acidez el uso del concepto de género o bien por
motivos lingüisticos o bien por formar parte de lo denostado «políticamente co-
rrecto» (Puleo, 2004). Por nuestra parte observamos más pros que contras en el ró-
tulo unificador de violencia de género, y asumimos las tesis de Amorós cuando
mantiene que una sociedad igualitaria no produciría la marca de género, por lo que
el mismo concepto de género remite al de patriarcado, a que las relaciones entre
los géneros son relaciones de poder (Amorós, 1997). Asimismo, la argumentación
de Puleo sobre cómo hablar de violencia de género implica pensar ambos sexos de
manera relacional y abrir la puerta a una transformación liberadora.
Sin embargo, y siguiendo con el debatido tema de la adecuada conceptualiza-
ción, siempre encontraremos obras, como la de Alberdi y Matas, titulada La vio-
lencia doméstica. Porque como explican las autoras en un apartado justamente de-
dicado a los problemas de acotación del objeto de estudio, el suyo se centra en este
subconjunto de la violencia de género —los estudios empíricos rara vez pueden abor-
dar «la violencia de género» en su totalidad y diversidad. La obra contiene un capí-
tulo titulado «La violencia doméstica en cifras». En el mismo podemos apreciar mu-
chas de las dificultades con que se encuentra el cumplimiento del mandato de la
Unión Europea de 1997 de «recoger, elaborar y publicar anualmente datos sobre la
violencia contra las mujeres en cada uno de los países miembros», mandato que a
juicio de las autoras «se sigue sólo a medias». Pero también encontraremos en este
capítulo las referencias a las fuentes más importantes sobre el tema y a los más re-
cientes cambios metodológicos en la recogida de datos (Alberdi y Matas, 2002).
Por último, citaremos la línea de investigación encaminada a mostrar un as-
pecto de central importancia en el tema que nos ocupa: los testimonios directos
de las personas, de las mujeres que han sido víctimas de la violencia. Estos tes-
timonios, aparte de su propio valor intrínseco en un tema realmente tan desco-
nocido —o lo que es peor, conocido sólo de forma superficial, cuando no frívo-
la por la opinión pública—contribuyen a ilustrar y contrastar las aportaciones
teóricas al tiempo que suministran nuevos datos para la reflexión. En su obra La
voz de las invisibles, Bosch y Ferrer persiguen el objetivo de cuestionar los mi-
tos en torno al maltrato. Estos mitos, abordados con rigor y documentación cien-
tíficos, suelen girar en torno a dos cuestiones básicas: 1) ¿por qué maltratan los
hombres? y 2) ¿por qué aguantan las mujeres? Los que nombramos a continua-
ción son algunos de los mitos sobre los hombres que maltratan a las mujeres: los
hombres que maltratan a las mujeres han sufrido a su vez maltrato por parte de
sus padres; los hombres que maltratan son enfermos mentales y alcohólicos en
porcentajes muy altos de los casos; los malos tratos ocurren por los celos. De
los mitos sobre la responsabilidad de las mujeres en aguantar la situación desta-
ca el mito del masoquismo: si las mujeres no abandonan la relación, será quizás
porque les gusta. Esta consideración individualista del problema ha ido siendo
sustituida por nuevos modelos explicativos que desculpabilizan a las víctimas pa-
ra situar en un punto central su miedo y sus intentos por sobrevivir a una situa-
ción de violencia estructural. En definitiva, La voz de las invisibles nos conduce
A. de Miguel Álvarez La construcción de un marco feminista de interpretación: la violencia de género
245 Cuadernos de Trabajo Social
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a la conclusión de que el único rasgo común a los maltratadoteses el alto nivel
de misoginia. Las personas que consideran a sus cónyuges o parejas como igua-
les, por muchas discusiones, conflictos y desamores que vivan, no utilizarán la
violencia contra las mismas. En palabra de Bosch y Ferrer: «el desprecio produ-
ce y justifica la violencia, el desprecio se alimenta de prejuicios y falsas creen-
cias» (Bosch y Ferrer, 2002).
Con la referencia a algunas de las obras académicas publicadas en los últimos
años hemos querido mostrar el lazo entre el movimiento feminista y los cambios
epistemológicos y cómo el marco teórico desarrollado por las feministas de los se-
senta queda contrastado en los trabajos académicos de las feministas de los dos mil.
7. A TÍTULO DE CONCLUSIÓN: LA DIFUSIÓN DEL MARCO 
DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN EL CASO ESPAÑOL
La influencia de los movimientos en el cambio social también se ha definido
como la creación de «un sentido común alternativo». Así, el sentido común pa-
triarcal caracterizado por la norma de la inferioridad y subordinación de las mu-
jeres y la aceptación implícita de la violencia está siendo sustituido por una nue-
va visión en que la violencia patriarcal se hace visible e intolerable para la mayor
parte de la sociedad. Este proceso no habría sido posible sin la creación de un
marco alternativo, feminista de interpretación, pero tampoco sin la extraordina-
ria difusión que ha conocido el nuevo marco interpretativo en nuestro país. Así
pues, y aunque desborda los límites de nuestro trabajo, tenemos que señalar que
éste no quedaría completo sin hacer referencia a ésta historia que aún está por
contar4. Historia de la que son protagonistas los movimientos feministas y aso-
ciaciones de mujeres en toda su diversidad, las Conferencias Internacionales y el
feminismo institucional, las innumerables mujeres que desde sus puestos de tra-
bajo se han convertido en agentes feministas y, finalmente, los medios de comu-
nicación. La enorme difusión del marco en el caso español ha tenido como con-
secuencia que el nuevo gobierno socialista se comprometiera a que su primera
Ley sería una Ley Integral contra la violencia de género, y así ha sido.
Por último apuntar la paradoja de que la mayor difusión y aceptación social del
marco feminista y mayores grados de intolerancia ante la violencia pueden estar
generando la confusa sensación de que éste es un problema mayor en nuestro pa-
ís que en otros de nuestro entorno. No es esto, ni muchos menos lo que dicen los
datos5, aunque algunos países como Rusia o Rumanía ni los recogen, pero sí es
4 Como en mi proyecto inicial sí estaba el reconstruir el proceso de difusión, comencé a realizar al-
gunas entrevistas. Quiero agradecer su buena disposición y su tiempo a Montserrat Boix, creadora y co-
ordinadora del ciberespacio feminista Mujeres en Red, a Ángeles Álvarez, coordinadora en distintos fren-
tes contra la violencia y a Andrés Montero de la Sociedad Española de Psicología de la violencia. Y decir
también que mi intención era realizar muchas más.
5 Pueden consultarse informes de la ONU, el Defensor del Pueblo Europeo, los Eurobarómetros y
otros que se encuentran en la Red.
A. de Miguel Álvarez La construcción de un marco feminista de interpretación: la violencia de género
246Cuadernos de Trabajo Social
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cierto, y podemos dar cuenta a nivel personal de ello, que circula un machacón in-
terrogante formulado tanto por colegas extranjeros como por estudiantes Erasmus
¿qué pasa en España con la violencia contra las mujeres? La conclusión que en-
cierra nuestro trabajo no es, en general, la que esperan escuchar (algo sobre la pa-
sión latina): pasa que nos estamos tomando la violencia en serio.
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