Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
¿Es amor o es adicción? Brenda Schaeffer ¿Es amor o es adicción? Hazelden Center City, Minnesota 55012 Hazelden.org ©1987, 1992 por Hazelden Foundation Derechos reservados. Publicado en 1987 Publicado en español por el Grupo Patria Cultural, SA de CV En el 2012 Hazelden lo publicó en español. Ninguna parte de esta publicación puede copiarse, guardarse en un sistema de recuperación o transmitirse de ninguna forma o por otro medio, tanto sea electrónico, mecánico, fotocopiado, grabado, escaneado, o de otra forma—sin el permiso expreso por escrito del editor. No cumplir con estas condiciones puede exponerlo al riesgo de una acción legal y perjuicios por violación de los derechos de autor. ISBN: 978-1-61649-472-8 Ebook ISBN: 978-1-61649-465-0 http://Hazelden.org Índice Prefacio Agradecimientos Dedicatoria Parte I. La verdad acerca del amor adictivo 1. El poder del amor 2. Orígenes de la adicción al amor 3. Psicología de la adicción al amor Parte II. ¿Cómo te amo? 4. Adictos al amor 5. Juegos de poder 6. Pertenencia sana Parte III. Esperanza para el mañana 7. De la adicción al amor 8. Ayúdese a superar la adicción al amor Bibliografía Prefacio El amor es, simplemente, un hecho de la vida. Nadie escapa a sus efectos. Pero las razones de por qué se vive como una experiencia buena o mala no son en absoluto simples. Como psicoterapeuta que ayuda a la gente a disminuir su dolor emocional, he descubierto que la mayoría de las personas con las que he trabajado se enfrentan al amor de alguna manera, sea el autoamor, el del padre o la madre por el hijo, o bien, la pérdida de algo o alguien amado o una relación amorosa que atraviesa por momentos difíciles. También me he dado cuenta de que casi todos presentan tendencias adictivas. La mayoría de nosotros sabe que puede volverse adicto al alcohol y otras drogas, y que los métodos de la sociedad para tratar estas adicciones son cada vez mejores. Los programas que ponen énfasis en las bases médicas de tales problemas estimulan a la gente a sentirse más libre para buscar ayuda. En mi opinión, hay otro tipo de adicciones que rara vez se reconocen o tratan y que hacen más difíciles nuestras vidas. Algunas se vuelven más graves que otras. La lista de las cosas a las que la gente se puede volver adicta incluye la comida, el ejercicio, el gasto de dinero, los cultos religiosos, la psicoterapia, la nicotina, el azúcar, la cafeína, el sexo, el juego, el trabajo, la televisión, el dolor, la enfermedad y los objetos amorosos. Quizá ustedes reconozcan entre ellas una obsesión propia. El interés de este libro es facilitar la comprensión de la adicción al amor; cómo y por qué caemos en ella, cómo identificarla y, sobre todo, cómo superarla. Espero que hallen por lo menos una idea que cambie sus vidas significativamente. Este libro no intenta curar problemas específicos; sin embargo, creo que cuando tenemos una mayor conciencia de ellos podemos empezar a resolverlos más fácilmente. Entre más piezas del rompecabezas de la vida obtengamos, más felices y libres seremos. Espero que este libro les proporcione algunas de dichas piezas. Agradecimientos Un libro comienza como una idea creativa en la mente del autor. El camino desde la idea hasta la publicación es largo y a veces arduo. En mi camino hubo mucha gente que me apoyó y a la que deseo reconocer y dar las gracias. Quiero agradecer a Muriel James, Jean Clark y Patricia Daoust por alentarme a escribir; a mi hermano Michael Furtman; a mis amigos el doctor Bart Knapp y Lynnell Mickelsen por su revisión crítica del primer borrador. Aprecio profundamente su honestidad y aliento. Quiero agradecerle a Pam Miller su creativa edición. Nancy Barret, mi mecanógrafa, merece un agradecimiento especial por la milagrosa “traducción” de mi texto manuscrito a tipo legible. Gracias, también, a mi agente Vicky Lansky por su entusiasta apoyo y a mi secretaria Jan Johannes por trabajar a deshoras para poder cumplir las entregas. Quiero dar las gracias a Jim Heaslip, Beth Milligan y Pat Benson, miembros de los Hazelden Educational Materials (Materiales Educativos Hazelden), que creyeron en mi libro y me alentaron a publicarlo. Asimismo, agradezco a los editores Judy Delaney y Brian Lynch por dedicarle tiempo e interés a mis percepciones y sentimientos. Mi mayor agradecimiento quizá es para los pacientes que dedicaron su tiempo para dar vida y validez a la teoría sobre la que escribo; especialmente doy las gracias a los que escribieron sus historias para que otros puedan tener esperanza. Gracias al reverendo Fred W. Hutchinson por su guía y apoyo espiritual y un agradecimiento especial a mis hijos Heidi y Gordy por aceptarme a mí y el tiempo que empleé en escribir este libro. Y a Ted, un agradecimiento especial por la oportunidad de vivir el amor y la amistad de una manera ennoblecedora. A mis hijos Heidi y Gordy para que puedan conocer un amor sano; a Ralph Furtman, mi padre, en agradecimiento por su apoyo e interés constantes; a mi difunta madre, Bernice Furtman, en reconocimiento por permitirme ser todo lo que puedo ser. Un buen libro es flexible y maleable. Está hecho para discutir con él, ser puesto en tela de juicio y marcado. Es un campo de batalla para las ideas y debe mostrar alguna evidencia de la lucha o, al menos, de las escaramuzas preliminares. Es bueno para encender mentes. No es el principio y fin para una vida equilibrada y productiva, pero puede desencadenar pensamientos y acciones necesarias. NORMAN COUSINS Parte I: La verdad acerca del amor adictivo CAPÍTULO 1 El poder del amor Amor sano En su libro El arte de amar, el psicoanalista Erich Fromm, afirma que la mayoría de las personas que hacen el esfuerzo de amar fracasan a menos que hayan intentado desarrollar activamente su potencial y personalidad individuales. Este autor define al amor como “la expresión de la productividad [que] implica interés, respeto, responsabilidad ‘y conocimiento; un esfuerzo por crecer y hallar la felicidad de la persona amada, enraizado en la propia capacidad de amar”. Los conceptos que con frecuencia asociamos con el amor incluyen elementos como: afecto, interés, valoración, confianza, aceptación, entrega, alegría y vulnerabilidad. El amor es un estado del ser que emana de nosotros y se extiende hacia afuera. Es energía, es incondicional, es expansivo y no requiere de un objeto específico. El primer amor que experimentamos viene de nuestros padres. Idealmente, el amor del padre o la madre afirma incondicionalmente la valía y vida del niño. Los padres satisfacen pronta y fácilmente las necesidades del niño y le brindan la sensación de “¡es bueno estar vivo!, ¡qué bueno que soy yo!, ¡es bueno estar con los demás!” Stanton Peele y Archie Brodsky, autores de Love and Addiction (Amor y adicción), definen adicción como “un estado inestable del ser, marcado por la compulsión a negar lo que se es o se ha sido, que privilegia una experiencia nueva y estática”. La adicción, afirman, es “un tumor maligno de las inclinaciones humanas”. Nuestras necesidades son legítimas, y cuando le roban tiempo y atención a asuntos mucho más importantes, se convierten en adicciones. Los términos que a menudo asociamos con la adicción son: obsesivo, excesivo, destructivo, compulsivo, habitual, atado y dependiente. Y si se mira bien, algunas de estas palabras también se usan para hablar del amor. ¿Significa esto que el amor es un hábito que hay que dejar? No, en absoluto. Nuestra necesidad de experimentar el amor es real y nuestro propósito es dejar fuera de nuestras vidas elementos de dependencia que son enfermizos y procurar un amor sano.Las relaciones amorosas no son blancas o negras, sino que tienen tanto elementos buenos como malos. Hay dependencias sanas y dependencias enfermizas. La mayoría de nuestros hábitos y acciones pueden tener elementos de dependencia, pero no por ello son enfermizos. Muchas de las cosas que creemos necesarias para la sobrevivencia de hecho lo son. Necesitamos alimentos, casa, contacto físico y otras formas de estímulo, reconocimiento y sensación de pertenencia. De igual manera, hay muchas otras cosas que creemos necesitar cuando, en realidad, podemos sobrevivir sin ellas. Al tomar en cuenta el amor, el tema de la necesidad se vuelve mucho más complejo. Recientemente escuché a alguien decir que no necesitamos amor para sobrevivir. Y es verdad que incluso un bebé que depende de los adultos no necesita amor para sobrevivir, porque lo que requiere es atención y cuidados que activen su sistema nervioso central y estimulen su crecimiento. Un bebé al que se le brinda atención adecuada —aunque no sea emocional— que incluya contacto físico, sobrevivirá igual que uno al que se le dio un cuidado amoroso. Sin embargo, si casi nunca o jamás se le toca puede enfermar, deprimirse y, en casos extremos, volverse retrasado mental o morir. Así, en el sentido más primitivo, no necesitamos amor para sobrevivir; pero sin la experiencia de ser amados cuando niños, la receta para crear un ser humano pleno y sano está incompleta. Uno puede vivir sin amor, pero hallará dificultades para desarrollar la autoestima y el amor hacia los demás o, peor aún, el amor por la vida, todos ellos ingredientes necesarios para las relaciones sanas, no dependientes. Sí, la gente puede vivir sin amor, pero quienes tienen dificultades para amarse a sí mismos y a los demás, por lo general son personas que en la niñez fueron privadas del cuidado y el amor incondicional de los padres. El amor puede ser bueno o malo dependiendo de cómo nos sirve. Habría que considerar las siguientes preguntas: ¿qué es la adicción al amor? ¿Cómo se vuelve adictivo el amor? ¿Por qué algo tan maravilloso puede convertirse en algo tan malo? ¿Es amor o adicción? ¿Qué es una relación sana? Mi experiencia sobre la adicción al amor revela que se trata de la búsqueda de apoyo en alguien externo a uno mismo en un intento por cubrir necesidades no satisfechas para evitar el temor o el dolor emocional, solucionar problemas y mantener el equilibrio. La paradoja es que la adicción al amor es un intento por lograr el control de nuestras vidas y, al hacerlo, nos descontrolamos al darle poder personal a alguien distinto de uno mismo. Es nuestra dependencia enfermiza en los otros, que muy a menudo se asocia con sentimientos de “nunca tener lo suficiente” o “nunca ser suficiente”. La adicción al amor también es una forma de pasividad en tanto no resolvemos directamente nuestros propios problemas, sino que intentamos estar en convivencia con los demás para que se hagan cargo de nosotros y, por lo tanto, de nuestros problemas. Voluntariamente nos hacemos cargo de los otros a costa de nuestro propio desgaste emocional. Toda persona inmiscuida en una relación dependiente ha seguido un camino que la llevó hacia dicha relación. Es necesario descubrir cómo la adicción al amor tiene sentido para quien la padece. Así podrá crearse el camino de regreso para superarla y alcanzar el amor y el sentido de pertenencia maduros. Volvemos al enigma: ¿cómo es que algo tan bueno se convierte en algo tan malo? Amor adictivo Como psicoterapeuta, estoy muy consciente de que a menudo las relaciones amorosas están ensombrecidas por experiencias anteriores, especialmente por los lazos con los padres durante la infancia. La historia de Ana ilustra cómo los traumas infantiles rondan muchas relaciones adultas como poderosos, aunque invisibles, fantasmas. Si bien la historia de esta mujer puede parecer extrema, demuestra claramente una verdad fundamental: el amor es mucho, pero mucho más que la atracción y compatibilidad sexuales. Ana, de 32 años de edad y madre de cuatro hijos, era una mujer atractiva e inteligente. Acudió a la terapia debido a su ansiedad y depresión crónica. Entre las razones de tal estado figuraban sus inquietantes sentimientos hacia su supervisor, Andrés, de 50 años de edad. Aunque Ana sentía simpatía y respeto por Andrés, se sentía perturbada porque él había comenzado a exigirle “favores” de índole sexual. Ella había llegado a creer que estaba en su poder y que no podía rechazarlo, aunque no sabía por qué. Sólo tenía claro que se sentía fuertemente obligada a cooperar con él, a evitar que él se deprimiera. Ana sentía amor por Andrés, pero no le agradaban sus exigencias sexuales, que a menudo se presentaban en el trabajo, donde su puesto era de mayor jerarquía que el de ella. Sabía que el hecho de involucrarse con él amenazaba el matrimonio de cada uno de los dos y que la relación era enfermiza, pero no entendía ni podía controlar su impotencia emocional respecto de él. Ana me llamó una noche, estaba perturbada. Unos días antes había prometido sostener una relación estrictamente profesional con Andrés. No obstante, él la había llamado para suplicarle que fuera a verlo. En medio de la angustia que generan la desolación y la añoranza, Ana se dio cuenta de que su convicción de no verlo se tambaleaba. “Me siento obligada a verlo —me dijo. Me duele el cuerpo, no puedo dejar de temblar, creo que estoy enloqueciendo; tengo que verlo si no quiero enfermar o volverme loca. ¡Por favor, ayúdeme! ¡Me siento tan impotente!” Le pregunté: “Ana, ¿qué cree que pasará si no lo ve?” “No lo sé — respondió—, pero siento como si algo verdaderamente terrible fuera a suceder y estoy asustada. ¡Y parece tan absurdo!” La tranquilicé diciéndole que nada horrible pasaría. Se calmó un poco y, por el momento, la crisis pasó. Poco después, en una sesión de terapia, Ana renovó su compromiso de no ver a Andrés. Sin embargo, cuando dijo: “No lo veré”, su cuerpo tembló y se puso a llorar. “¿Por qué tiene tanto miedo?”, pregunté. Tuvo que hacer un esfuerzo para explicarse. “Parece una locura —exclamó —tengo miedo de no verlo; si lo abandono, algo malo le pasará. Quizá se sienta tan mal que se haga daño. ¡Siento que me necesita!” “Bien, esta preocupada por Andrés —intervine—, pero ¿qué es lo que le provoca miedo? Usted es la que está perturbada y tiene miedo. ¿Qué es lo que obtiene de esta relación? ¿Por qué está tan ligada a este hombre?” La respuesta no se obtuvo fácilmente, pero en sesiones de terapia posteriores, conforme comenzó a hablar de su infancia, empezaron a surgir muchas claves para explicar su situación. El miedo que sentía por Andrés era un miedo familiar, era el mismo que alguna vez había sentido por su padre, un hombre muy parecido a Andrés. El padre de Ana, a quien ella veía como un refugio para protegerse de su madre —una enferma mental violenta—, le provocaba sentimientos conflictivos. Aunque podía ser un hombre cariñoso y amable, exigía mucho a la joven Ana, aun en el terreno sexual. Mientras su madre se desentendía de ella y la violentaba, su padre le brindaba atención y protección, aunque a un precio terrible. Ana había crecido con la idea de que su padre la necesitaba, que no podía arreglárselas sin ella y que debía procurar su felicidad. En gran medida, la depresión adulta de la paciente se derivó de su infancia desdichada. El dolor y la culpa, como víctima de un incesto, la llevaron a presentarse como una adulta asexuada, si bien, cuando sus sentimientos sexuales eran estimulados, no podía controlar el deseo y las emocionesque había reprimido tan vigorosamente la mayor parte del tiempo. No se daba cuenta de que uno no debe ser consecuente con los deseos sexuales por el solo hecho de tenerlos. “¿Por qué creía que debía hacerse cargo de los sentimientos y las necesidades sexuales de su padre?”, le pregunté en una sesión. “Mi papá era la única persona con la que podía contar para defenderme de mi madre —explicó al relatar episodios de abuso emocional y físico a los que la sometió su madre—; mi papá era mi protector, me amaba.” Hacer sentir bien a su padre, aunque abusara sexualmente de ella, le había dado a Ana la sensación de que podía ser amada. La insté a que hablara acerca de los sentimientos que le provocaba actuar en el papel de sirvienta de su padre. En los meses siguientes, la tragedia de la primera experiencia amorosa de Ana, que echaron a perder sus padres, fue surgiendo poco a poco. Quedó claro que Ana nunca había separado el amor hacia su padre de la agonía y la culpa que el incesto le provocaba. El resultado fue una confusión emocional acerca de su padre y del concepto del amor. Durante una sesión, Ana afirmó: “Necesitaba tener cerca a mi padre y, para lograrlo, creía que debía hacerlo feliz; si no, me rechazaría o me dejaría. ¡Desde que era niña eso significaba que moriría! ¿Qué otra opción tenía más que cooperar con él y tratar de hacerlo feliz?” Allí estaba su creencia subyacente de que la presencia y aprobación de otra persona —aun de una que abusara sexualmente de ella— significaban la vida misma. Y había algo de verdad: ¡Ana necesitaba ser protegida! Su obsesión por Andrés también incluía esa creencia; explicaba mucho de su pánico y debilidad para hacer frente a sus exigencias. Conscientemente, Ana sabía que podía sobrevivir sin Andrés. Pero, inconscientemente, creía que sin su aceptación no podría ser querida y su vida no tendría objeto ni significado. Desde que era niña estaba convencida de que necesitaba una relación intensa o perdería su equilibrio mental y, a la postre, la vida. Nuestro objetivo central en la terapia era evitar que se repitiera la terrible historia. En la terapia, Ana comenzó a explorar su yo interno arcaico —la niña dependiente, asustada— que gobernaba muchas de sus emociones adultas, incluida su inclinación por hombres como Andrés. Fue descubriendo una por una las poderosas creencias inconscientes que provocaban su terror. —Bien, ya no tiene cuatro o cinco años, es una adulta. ¿No es cierto? —pregunté. —Sí, es cierto, pero no siempre me siento así. Cuando estoy con esta persona, a menudo siento que sólo tengo cuatro o cinco años. —Pero ¿qué edad tiene? —32 años. —Y ¿qué es lo que sabe? ¿Realmente necesita que esta persona la proteja? —la reté. —No —dijo luego de pensarlo. —¿Necesita que esta persona crea que usted es digna de ser amada? —No estoy segura, porque en realidad no me siento muy digna de ser amada —afirmó titubeante. —¿Conoce a alguna otra persona que la quiera? —Sí, conozco a otras personas que me quieren. —¿Ésta es la única persona que le da sentido a su vida? Negó con la cabeza. Las preguntas le ayudaron a aclarar sus temores y los pensamientos que apoyaban éstos. Poco a poco fue aprendiendo que la conducta que para ella había tenido sentido en la infancia ya no tenía por qué gobernarla. Después de cierto tiempo fue capaz de enfrentarse a Andrés y decirle que ya no le permitiría acariciarla u hostigarla. Terminó su relación con él y pudo reencauzar sus energías hacia el trabajo y la familia, incluso hacer frente a los problemas matrimoniales. Posteriormente, Andrés también buscó ayuda profesional debido a la forma en que maltrataba a sus compañeras de trabajo, tal como lo hizo con Ana. Ana, cuyas inseguridades tenían raíces muy profundas debido a una infancia más problemática que la de la mayoría, debe estar siempre alerta respecto de su tendencia a obsesionarse por hombres necesitados, exigentes y abusivos. Sin embargo, logró manejar una situación de este tipo y poner al descubierto las motivaciones de su conducta, lo que significó un gran logro. Este caso puede parecer un tanto extremo, pero no es único. Detrás de toda relación obsesiva, a menudo destructiva —a la que llamaremos amor adictivo—, se oculta la idea de que tal dependencia tiene un propósito importante. Para la mente inconsciente, el amor adictivo tiene perfecto sentido; uno cree que es necesario para sobrevivir. Y para un adicto al amor, aun una relación patológica puede parecer normal y necesaria. Conforme entendemos nuestros temores y las formas en que usamos el amor adictivo, éstos pierden a menudo su poder. El amor adictivo es egocéntrico y busca satisfacer únicamente las propias necesidades, Ana, la niña, amaba a su padre no de manera desinteresada, sino para satisfacer sus propias necesidades. Creía que necesitaba la atención y aprobación de su padre para mantener su autoestima…y su vida. Aunque esa creencia tenía sentido en su infancia, la Ana adulta ya no necesitaba a alguien como su padre para sentirse querida y viva. Tenía sus propias cualidades, incluso la posibilidad de amar libre y abiertamente y en igualdad de circunstancias. También era evidente el egocentrismo en su obsesión por Andrés; creía que sin su aceptación perdería la poca autoestima que le quedaba y se hundiría cada vez más en la desesperación e, incluso, ¡quizá moriría! La intensidad de la adicción al amor es, a menudo, directamente proporcional a la intensidad con la que se sienten las necesidades no satisfechas durante la infancia. Una intensa adicción al amor frecuentemente va de la mano de una baja autoestima. Esta obsesión nos plantea una gran paradoja: cuando caemos en ella al intentar un control sobre nuestra vida, confiamos dicho control a fuerzas externas. Tal voluntad de ceder el control nace del temor al dolor, a la pérdida, a decepcionar a alguien, al fracaso, a la culpa, enojo o rechazo, a estar solos, a enfermar o volverse loco y a la muerte. Los adictos al amor actúan bajo la ilusión de que la relación dependiente solucionará sus temores. Indagaremos acerca de las muchas y complejas razones por las cuales el amor adictivo ejerce un poder de sometimiento en las personas y por qué no es fácil abandonarlo. Como Ana, mucha gente cae en él una y otra vez. Pero ¿cómo es que la gente se vuelve adicta al amor? Las semillas de la adicción al amor se arraigan profundamente en nuestra biología, nuestra educación, nuestra búsqueda espiritual y nuestras creencias psicológicas. Exploraremos cada una de ellas. CAPÍTULO 2 Orígenes de la adicción al amor El papel de la biología La necesidad de estar cerca de otras personas —el anhelo de ser especial para alguien— está tan profundamente arraigada en la gente que puede calificarse de biológica. La antropóloga Helen Fisher explica cómo el establecimiento de los lazos emocionales evolucionó al principio de la historia de la humanidad para garantizar la actividad sexual regular y la protección de la descendencia. Dichos lazos se volvieron cruciales cuando las mujeres perdieron su periodo de celo y la ovulación se hizo oculta, con lo que se hicieron sexualmente más sensibles. Al dar a luz más a menudo, las mujeres fueron requiriendo un mayor apoyo moral y físico de los hombres. Con el tiempo, los lazos emocionales llegaron a ser más que simples ligas funcionales con los compañeros sexuales y sus hijos, quienes dependían de ellas. De igual manera, se desarrollaron complejas reglas, y con ellasvinieron las emociones humanas fundamentales encaminadas a formarlas y preservarlas. Y, ciertamente, la mayoría de estas reglas y emociones son aspectos sanos y encantadores de nuestra naturaleza humana. Como otros temores y hábitos primitivos, muchas conductas altamente emotivas que gobiernan las relaciones humanas han permanecido con nosotros. Aún flirteamos, aún sentimos pasión al comienzo de una relación amorosa, así como devoción durante ésta y tristeza cuando termina. Nos sentimos culpables si somos promiscuos y celosos, o vengativos si somos traicionados. Los hombres aún temen que sus esposas sean infieles, y ellas a ser abandonadas. Y si bien ya no necesitamos de un lazo que garantice la actividad sexual o mantenga vivos a nuestros niños, lo seguimos buscando. Al parecer, por el hecho de ser humanos deseamos vínculos con los demás. Como otros temores del pasado —a caer, a las alturas, a lugares cerrados, a la obscuridad—, el miedo a estar solo provoca terror y desesperación. El impulso a formar alianzas emocionales con los otros parece ser una característica innata, que nos hace humanos y, sin duda, seguirá existiendo. Nuestro deseo de establecer vínculos, entonces, puede considerarse instintivo. Conforme fuimos sobresaliendo en el reino animal, desarrollamos respuestas determinadas a nuestro medio ambiente. Desde el punto de vista biológico, la separación puede provocar una ansiedad intensa. Físicamente procuramos el equilibrio interno. Los niños identifican sus necesidades de supervivencia a través de sensaciones: hambre, sed, calor, frío, satisfacción e irritación. Si los bebés se sienten incómodos, lloran a gritos hasta que otra persona responda a su demanda. Cuando sus necesidades son satisfechas, y en tanto no se presentan las siguientes, están de nuevo cómodos y en paz. Se sienten bien de estar vivos, a salvo y protegidos; experimentan confianza en ellos mismos y en los demás. Este diagrama ilustra una situación ideal: A veces, el cuidado que dan los padres es por muchas razones inadecuado; las necesidades no se satisfacen y la incomodidad aumenta. Los padres no siempre pueden estar allí cuando surge la necesidad. En ocasiones nos separamos de nuestros padres, y otras personas que nos parecen extrañas se hacen cargo de nuestro cuidado. Los niños parecen intuir que morirán si no satisfacen ciertas necesidades, y como resultado, sobreviene el terror. La situación se presenta así: Los recuerdos de esas épocas terribles se graban en nuestros sistemas nerviosos; no queremos volver a experimentar jamás ese terrible sentimiento de desamparo. También es posible que los adultos estén inconscientemente convencidos de que sufrirán o, aun, morirán si no se satisfacen ciertas necesidades apremiantes. Así, surge el intenso y a menudo irracional miedo cuando alguien nos rechaza o abandona. Los adultos desesperados parecen olvidar que ahora pueden cuidarse a sí mismos y resolver solos la mayoría de los problemas. Tenemos la capacidad de pensar y, por lo tanto, podemos identificar nuestras propias necesidades. A menudo, lo que percibimos como una necesidad es tan sólo un deseo, algo que no nos hace falta para sobrevivir. A continuación presentamos un modelo para la solución adulta de problemas: FÓRMULA PARA LA SOLUCIÓN ADULTA DE PROBLEMAS Este diagrama —que representa la reacción normal, sana, adulta, al problema— es útil en la terapia que tiene por objeto ayudar a la gente a entender sus necesidades y deseos, y a emprender acciones adecuadas para alcanzar alivio o equilibrio emocional. Desafortunadamente, muchos de nosotros hemos aprendido a negar el dolor o a limitar nuestras opciones para resolver problemas; así, no realizamos actos razonables y seguimos sintiéndonos física y emocionalmente incómodos. En lugar de reaccionar lógicamente, el niño que llevamos dentro nos hace sentir terror, aferrarnos a otro y pedirle encarecidamente que “nos haga completos” y nos dé una sensación de equilibrio. A veces no estamos conscientes de lo que necesitamos porque hemos aprendido a bloquear las sensaciones y sentimientos de incomodidad asociadas a nuestras necesidades. En ocasiones nos sentimos insatisfechos, pero no podemos explicarnos qué necesitamos, o bien, nos sentimos molestos, lo razonamos, pero permanecemos en estado de incomodidad, sin hacer nada. Y otras veces no hay manera de satisfacer nuestros deseos, y para recuperar el balance, nos lamentamos de nuestras pérdidas. El papel de la cultura Durante la mayor parte de su vida, Antonio, un hombre atractivo, fuerte y varonil, cercano a los 30 años de edad, había negado muchos de sus sentimientos. De niño aprendió a no llorar o mostrar una conducta de “mariquita”. Los únicos sentimientos que expresaba frecuentemente y sin inhibición eran enojo, entusiasmo y deseo sexual. Se sentía avergonzado cuando expresaba ternura, tristeza o temor. Antonio entró a terapia debido a que su esposa Susana amenazaba con dejarlo. Ella temía por su matrimonio; quería que Antonio fuera más espontáneo y expresivo con ella. Él estaba desconcertado por las exigencias de su esposa, aunque dijo estar dispuesto a aprender cómo expresar ternura sin sentirse avergonzado. El examen minucioso de la relación entre Antonio y Susana reveló que ella siempre había sido la compañera expresiva. De hecho, manifestaba mucha emoción y, por momentos, su conducta rayaba en la histeria. Antonio continuó reprimiendo sus sentimientos porque pensaba que si los dos eran emotivos, “algo se rompería”. Estaban atrapados en un círculo vicioso: entre menos se expresaba él, más emocional era ella; entre más emocional se ponía ella, más se ensimismaba él. A través de la terapia aprendieron que, debido a que Susana actuaba como la compañera que sentía y Antonio se desempeñaba como el pensante —papeles sexuales tradicionales—, la pareja funcionaba como una sola persona. Eso producía molestias, ya que limitaba las posibilidades de expresión individual. Antonio tenía que aprender de nuevo a sentir y expresar toda la gama de emociones adultas; Susana debía llegar a conocerse a sí misma lo suficiente como para sentirse más calmada y confiada acerca de sus habilidades y puntos fuertes. Aprender a ser más expresivo no fue fácil para Antonio; al principio se sintió “menos masculino” cuando trataba de hablar sobre sus sentimientos con su esposa. Y a ella se le hacía difícil aprender a pensar y actuar por sí misma. Ahora, ambos están esforzándose por desarrollarse en forma individual y tener un mejor matrimonio. Todos los días, nuestra sociedad nos estimula de mil maneras a buscar relaciones adictivas. Nuestra cultura idealiza e invita a la dependencia. El amor dependiente se muestra en la música, la literatura, el cine y la televisión, que ponen el énfasis en la sensación de que no podemos vivir sin otra persona. Sea testigo de la trama de una novela popular o una telenovela dirigida tanto a hombres como a mujeres: son típicas odas al amor destructivo. Cuando amamos, podemos sentirnos naturalmente de esta manera, pero ello debería equilibrarse con una valoración sana de nuestra independencia y valía propias. Incluso nuestras familias y amigos nos dirigen hacia relaciones adictivas. Aunque esa dirección es sutil y no verbal, resulta poderosa y penetrante. Desde pequeños, callada, constantemente, observamos cómo los adultos resuelven problemas. Vemos y buscamos modelos a imitar. Sin embargo, es frecuente que nuestros modelos no tengan conocimiento acerca de las relaciones y maneras sanas de solucionar problemas, y la importancia de la individualidady la autonomía. En suma, mamá y papá no siempre son los mejores maestros; tienen sus cualidades, pero también sus limitaciones. En las sesiones iniciales de terapia, a menudo se le pregunta al paciente: “Si sus padres hubieran tenido este mismo problema en su relación, ¿cómo lo habrían resuelto?” Las respuestas muestran, por lo regular, que la persona no ha adquirido las herramientas necesarias para escapar de las relaciones dependientes y fomentar las sanas, basadas en el respeto por uno mismo. Una y otra vez, la gente trata de armar los rompecabezas de su relación sin tener todas las piezas. Si usted tiene 40 piezas de un rompecabezas de 100, ¿cuál es la probabilidad de que lo complete? ¡No muy alta! Tiene sentido buscar las 60 piezas restantes antes de tirar el rompecabezas o proclamar que sabe cómo armarlo sin las piezas que faltan. Resulta trágico que muchos prefieran tirar el rompecabezas antes de buscar éstas. No es sorprendente que la tasa de divorcios sea tan alta. Mucha gente vive en familias “cerradas”; esto es, se espera que los niños piensen y se comporten como lo hacen sus padres. A menudo, eso está perfectamente bien, pero cuando las reacciones aprendidas a los problemas llevan a la infelicidad y la frustración, llega el momento de salirse de la familia para aprender maneras nuevas y más efectivas de solucionar los conflictos. La mente es como una computadora: recaba y almacena información, y la programa para utilizarla cuando es necesario. Si la computadora tiene información inadecuada o no tiene programa alguno, el problema no se puede resolver. El papel de las búsquedas espirituales Muchos dirían que la espiritualidad es lo que distingue a los hombres de los animales. Y es cierto: sentir nuestra naturaleza espiritual es una de las experiencias más profundas que podemos tener. No estamos hablando de una experiencia estrictamente religiosa, aunque ésta puede desempeñar un papel importante. La búsqueda espiritual puede definirse como aquella que transporta a una persona más allá de las necesidades materiales, más allá de los placeres terrenales, hacia una búsqueda muy personal y profunda del significado y finalidad de la vida. Debido a que poca gente ha aprendido a desarrollar su espiritualidad, la adicción al amor puede adquirirse bajo la falsa creencia de que la unión de dos dependencias es la mayor experiencia espiritual. Y es fácil entender cómo puede ocurrir esto, ya que al principio de una relación amorosa, las personas se sienten eufóricas, alcanzan un éxtasis de proporciones casi místicas, y el pensamiento racional se subordina justamente a esas sensaciones. El psicólogo Abraham Maslow, quien cree que las teorías de la personalidad y motivación deben poner énfasis en el desarrollo sano y normal, ha propuesto una jerarquización de necesidades para describir el desarrollo ya no a partir de motivaciones físicas e intuitivas, sino más racionales y trascendentes. La teoría de Maslow de la “autorrealización”, útil para entender la importancia del cuestionamiento espiritual, afirma de una manera sencilla que los humanos tienden a ser todo lo que pueden ser. Aquí se ilustra la pirámide de los esfuerzos humanos de Maslow: Asimismo, a continuación se enlistan las características de la gente que se acerca a la autorrealización: 1. Aceptación de la realidad. 2. Aceptación de sí mismos y del resto de la gente y el mundo por lo que son. 3. Espontaneidad. 4. Concentración en los problemas más que en sí mismos. 5. Actitud de desapego y necesidad de privacía. 6. Autonomía e independencia. 7. Valoración de la gente y las cosas más realista que estereotipada. 8. La mayoría tiene experiencias místicas o espirituales —no necesariamente religiosas— profundas. 9. Identificación con la humanidad. 10. Relaciones íntimas con unas cuantas personas, a quienes aman de una manera especial, y tienden a ser profundas, no superficiales. 11. Valores y actitudes democráticos. 12. No confunden medios con fines. 13. Sentido del humor filosófico más que agresivo. 14. Oposición al conformismo cultural. 15. Trascienden el medio ambiente por medio de la cultura en lugar de sólo lidiar con él. Mientras la naturaleza humana se concentra en la supervivencia y la seguridad, nuestra naturaleza espiritual busca el crecimiento de la persona y la fusión con los otros. Maslow cree que la naturaleza reconoce nuestra necesidad de pertenencia, de ser parte del grupo humano. El amor erótico obsesivo suele ser un intento errático de lograr esa fusión que tanto deseamos. Queremos terminar con los sentimientos de soledad causados por los frenos que hemos aprendido a poner a la verdadera intimidad. En un estado de excitación sexual, a menudo uno está dispuesto a rebasar esos límites para fundirse en el otro. Si la fusión es dependiente e inmadura, el resultado es una barrera a la autorrealización. Como dijo Erich Fromm, “ese deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el hombre. Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana…El amor erótico…es el anhelo de la fusión completa…Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal…” Adoptada desde niña por una familia que le daba poco amor o apoyo emocional, Silvia había sufrido maltrato físico y emocional, así como abuso sexual. Como resultado, prometió que nunca se acercaría a nadie, ya que hacerlo era demasiado peligroso (eso le habían llevado a creer sus experiencias de la infancia). En su juventud, no obstante, Silvia luchó con su necesidad interna de establecer vínculos con los otros, una necesidad que había sido bloqueada por su promesa de autoprotección. La única manera en la que se sentía capaz de estar cerca de otro era a través del sexo. Sus relaciones eran superficiales, sólo sexualmente motivadas y de poca duración. Una y otra vez, Silvia se quejaba de una sensación de vacío y un deseo de estar cerca de alguien por quien sintiera afecto, y que éste fuera recíproco. Sin duda, en la gente madura, el amor erótico complementa bellamente el amor espiritual. Tristemente, sin embargo, el deseo sexual es para muchos sólo un intento por aliviar el temor a la soledad, por tratar de llenar un vacío. En ese sentido, el amor es adictivo. Creencias psicológicas: el papel del niño que llevamos dentro La adicción al amor también puede originarse en una búsqueda inconsciente por satisfacer necesidades no cubiertas en la infancia y fortalecer poderosas creencias infantiles. Cada uno de nosotros representa un drama que busca respuesta a las preguntas: “¿quién soy?, ¿quiénes son los otros?, ¿cómo obtengo de la vida lo que necesito?” El drama no se representa en la mente consciente, pero afecta nuestros pensamientos, emociones, elecciones y comportamientos conscientes. Los protagonistas del drama son mitos, roles y restricciones diseñados por nosotros en la infancia para enfrentar necesidades de supervivencia tempranas. Una promesa hecha a uno mismo, como la de Silvia —quien la hizo en un momento de trauma—, puede gobernar nuestra conducta. En la infancia valorábamos el mundo de la mejor manera que podíamos, para determinar qué hacer o no hacer y, así, asegurarnos la comodidad y supervivencia. Y para algunos, como Silvia, eso significaba limitar la capacidad propia de intimidad, autonomía y espontaneidad. Cada uno de nosotros cree que sabe quién es. Sin embargo, no estamos realmente conscientes de lo que somos; lo que uno sabe sobre sí mismo es apenas la punta de un iceberg. Cada experiencia vital se graba en el sistema nervioso. Desde las experiencias tempranas, buenas ymalas, combinamos nuestras concepciones con creencias lógicas en las cuales nos basamos para tomar decisiones adultas. Eso incluye, desde luego, decisiones conscientes o inconscientes acerca del amor. En nuestra vida usaremos tan sólo una pequeña porción de nuestro potencial físico, emocional, intelectual y espiritual, los cuales desempeñan un papel en el amor verdadero. ¿Por qué nos limitamos tanto? Y, ¿de qué manera esta limitación afecta al amor? Las respuestas a estas preguntas pueden ser útiles para nuestra comprensión de los orígenes psicológicos de la adicción al amor. CAPÍTULO 3 Psicología de la adicción al amor Trabajo con mucha gente que ha pasado por tratamientos para combatir la dependencia de sustancias químicas, clínicas para perder peso o programas para dejar de fumar, así como con quienes han tenido varias relaciones amorosas no satisfactorias. Muchos de los que han superado un patrón de conducta problemático ven que aún albergan impulsos compulsivos para continuar una adicción o sustituirla por otra. Racionalmente pueden comprender que esa conducta es autodestructiva, pero física y emocionalmente todavía les atrae. Cuando una persona abandona una adicción sólo para sustituirla por otra revela una personalidad adictiva. Si tal conducta ocurre una y otra vez, se debe buscar ayuda externa. Existe una razón psicológica para nuestra dependencia insana hacia otras personas. Es necesario descubrir la base psicológica de dicha conducta para superarla. Como se asentó anteriormente, la adicción psicológica parece ser resultado de necesidades de dependencia no satisfechas y una búsqueda inconsciente por satisfacerlas. La historia de Andrea revela cómo varios tipos de conducta compulsiva pueden estar presentes en un solo individuo. Andrea, de 30 años de edad, había tenido varias relaciones dependientes en la adolescencia y principios de su vida adulta. Sus relaciones amorosas eran, por lo general, emocionalmente desgarradoras y a menudo conllevaban abuso físico. Tendía a enamorarse de hombres que la usaban y abusaban de ella. Cuando Andrea comenzó la terapia, su confianza en sí misma era baja. Aunque tenía una personalidad encantadora, una mente aguda y un rostro hermoso, tenía un exceso de peso, alrededor de 20 kilogramos de más. Esperaba descubrir por qué no era capaz de perder peso sin volver a subir, ya que había probado varias dietas y en ocasiones, logrado la imagen corporal que deseaba —peso medio y buen tono corporal—, pero recuperaba kilos en unos cuantos meses. Andrea también habló de su anhelo de una relación amorosa duradera. En ese momento estaba profundamente involucrada con un hombre abusivo, un antiguo amante, entonces casado, que la llamaba de vez en cuando y a quien aceptaba sus invitaciones. En el curso de la terapia se le pidió a Andrea que su parte de gorda escribiera una carta a la parte que quería un cuerpo delgado y saludable. “Si te mantengo gorda y poco atractiva —escribió—, no tendrás que sentir el miedo de iniciar una relación. No tendrás que sentir incertidumbre y deseos de complacer. Puedo mantenerte alejada del dolor que causa el tipo de hombres que te atraen: ¡sinvergüenzas! Siempre te involucras con hombres excesivamente machos que te dominan hasta que te ofendes, o escoges hombres que tienen demasiadas necesidades. No confío en tu elección de un hombre bueno, así que te protejo manteniéndote gorda. ¡No me iré hasta que esté segura de que no seguirás lastimándote a ti misma!” La carta de Andrea revelaba una profunda convicción de que su compulsión por la comida —el lado dependiente de su personalidad— hacía las veces de una amiga protectora. Su adicción a la comida era un intento por protegerse del abuso y el dolor; paradójicamente, su obesidad la exponía exactamente a lo que quería evitar. Andrea debía desarrollar su autoestima y potencial personal. La terapia hacía énfasis en la restructuración de sus sentimientos e ideas acerca de sí misma, no de su peso. En un nivel inconsciente, las tendencias dependientes pueden hacer las veces de protectoras mal encaminadas; dan una ayuda tergiversada e inefectiva para lograr la estabilidad emocional y la supervivencia. El objetivo de una buena terapia y de los libros de autoayuda es proporcionar herramientas para auxiliar a la gente, como Andrea, para que tenga una vida menos frustrante, más satisfactoria. Comprensión psicológica de las dependencias El análisis transaccional, desarrollado en las décadas de los cincuenta y sesenta por el doctor Eric Berne, es un modelo de desarrollo de la personalidad que ha probado ser especialmente efectivo para la comprensión de las relaciones caracterizadas por la adicción. Puede ser útil para extraer de raíz el drama vital subyacente que da sustento a la conducta caracterizada por la adicción. En las siguientes páginas aparece un breve resumen de algunos de los principios de este sistema; resultan útiles para comprender cómo nuestro drama vital se relaciona con la adicción al amor. El análisis transaccional divide nuestras personalidades en tres partes o estados bien definidos: el del ego paternal, el del ego adulto y el del ego infantil. El estado del ego paternal estructura, nutre y protege. El del ego adulto piensa y resuelve problemas. El del ego infantil siente e identifica necesidades. Estado del ego infantil El estado del ego infantil es la primera parte de nuestra personalidad que se forma y la única que tenemos al nacer. Es la fuente de nuestras sensaciones y sentimientos más profundos. En él percibimos la vida fundamentalmente a través de nuestros sentidos, a través de sentimientos y deseos profundos. El estado del ego infantil es el que identifica lo que necesitamos y queremos, y establece contacto con el mundo, confiando en que las necesidades serán satisfechas. Es donde comienzan los mitos que apoyan la adicción al amor. Estado del ego adulto La segunda parte de la personalidad que se desenvuelve, el estado del ego adulto, actúa de manera similar a una computadora: recaba información, la procesa y da respuestas. La solución racional de problemas, no la emoción, es su sello distintivo. Si el estado del ego adulto recibe información precisa, proporcionará soluciones manejables. Desafortunadamente, la información es a menudo imprecisa; el solo hecho de operar en dicho estado no es garantía de que las soluciones a los problemas funcionarán. Estado del ego paternal La tercera y última parte de la personalidad que se forma es conocida como el estado del ego paternal porque su función se asemeja a la del padre. Consiste en un plan maestro de líneas generales, reglas y permisos para la vida; proporciona protección; nos dice qué hacer para tener una vida productiva; a veces controla, critica e impide el desarrollo de nuestra parte infantil. Podemos experimentar tres tipos de dependencia en las relaciones, pero no todas se caracterizan por la adicción. Los adultos tienen acceso a los tres estados del ego, pero los niños no. Y es que, obviamente, los niños no pueden pensar o protegerse por sí mismos; establecen una dependencia sana y necesaria con sus padres, y junto con ellos funcionan como una sola persona. Toman prestados los estados del ego adulto y paternal de sus padres hasta que tienen los suyos propios. En una relación padre-hijo normal y sana, el padre proporciona amor, protección y alimento. Esto recibe el nombre de dependencia primaria. Es necesaria si el niño ha de prosperar y desarrollar la habilidad para establecercontactos íntimos, ser espontáneo, independiente y, finalmente, interdependiente. La dependencia autónoma supone que los tres estados del ego de dos adultos están disponibles para dar y recibir de manera sana. Pero para que un niño pase de la dependencia absoluta a la autonomía es preciso que la figura paterna satisfaga sus necesidades específicas en cada etapa de desarrollo. En cada una de éstas, el niño debe tener experiencias importantes y escuchar palabras que afirmen su valía, habilidades y derechos. Debido a que muy pocos o prácticamente ninguno de nosotros obtiene todo lo que necesita de su dependencia primaria en la infancia, se desarrolla un sistema secundario, conforme se esfuerza por sobrevivir y crecer. Esta dependencia, a la que llamaré sistema de dependencia caracterizado por la adicción, es la base para las relaciones adultas caracterizadas por la adicción. Habría que recordar el caso de Ana, cuya infancia dominada por el abuso le dificultó aprender a estimarse a sí misma y ser autosuficiente. Tal sistema dominaba su conducta adulta conforme se hacía cargo de otros con la creencia de que, al hacerlo así, obtendría estima y autosuficiencia. El niño interior: la dependencia adictiva El estado del ego infantil merece un escrutinio más profundo, ya que es importante para nuestro examen de la adicción al amor. En ese estado, dice Berne, hay tres componentes: el niño natural, el pequeño profesor y el padre en el niño. Al nacer, sólo está presente el niño natural, la fuente de sensaciones y sentimientos que nos dice qué necesitamos para sobrevivir. El niño natural entra en contacto con el mundo espontáneamente con la esperanza de obtener lo que necesita. Y continuará haciéndolo a menos que se le detenga, ignore o asuste. Aproximadamente a los seis meses aparece el pequeño profesor. Este aspecto creativo e intuitivo de la personalidad explora el mundo para responder a la pregunta: “¿Cómo hago para que los adultos permanezcan aquí?” Al pequeño profesor, maestro del cálculo infantil, lo impele la necesidad innata de sobrevivir. El niño natural sabe que necesita ciertas cosas —alimento, calor, protección, estimulación, ser tocado— para mantenerse vivo; en suma, el niño natural sabe que debe mantener a las personas grandes a su alrededor para sobrevivir. Es tarea del pequeño profesor responder a la pregunta que plantea este conocimiento: ¿cómo mantenerlos aquí? A la edad de tres años se desarrolla la tercera parte del estado del ego infantil: el padre en el niño. Esta etapa, que dura hasta la edad de siete u ocho años, es el reino de los mitos y la magia, de Santa Claus, del coco y los monstruos. Así, cuando su madre decía: “¡me haces enojar!” o “¡me haces sentir bien!”, usted tomaba sus palabras literalmente; usted se creía capaz de controlar los sentimientos de ella, y que ella controlaba los suyos. Usted pensaba en blanco y negro —sin gris—, porque ésa era la única manera en la que su mente podía funcionar en ese entonces. El padre en el niño es el detentador de mitos, a los que considera verdades y que dan sustento al amor adictivo. He aquí una historia de mi niñez, pero quizá también sea de la suya. Recuerdo que cuando tenía como cuatro años me dijeron que si cruzaba la calle sin permiso, algo malo me pasaría. Un día, estaba sentada en la banqueta con mi hermana de cinco años y medio y podía ver que no había coches cerca. Dije: “Apuesto a que nada malo pasa si cruzo la calle.” A pesar de las protestas de mi hermana atravesé corriendo la calle y regresé. “¿Viste? ¡No pasó nada!”, exclamé. Sin embargo, mi bravura era superficial; no estaba segura de que no iba a pasar algo malo debido a mi mala conducta; el miedo recorría todo mi cuerpo. Esa tarde, nuestra familia iba en el coche cuando sonó una sirena. Me dio pánico y pregunté: “¿Qué es eso?” Mi padre respondió sarcásticamente: “Oh, es la policía. Supongo que alguna de ustedes hizo algo malo.” Estaba aterrorizada; ¡me habían descubierto! Traté de esconderme debajo del asiento. Mis padres no podían entender mis lágrimas y gritos, y la forma en que mi mente pequeña y mágica estaba interpretando los acontecimientos, ya que no sabían lo que había pasado unas horas antes. Cuando por fin pudieron interrogarme, me ayudaron a distinguir entre mis conclusiones erradas y la realidad. Me aseguraron que era una niña buena aun si me había portado mal una vez; que las sirenas sonaban porque había un incendio; que a veces era peligroso cruzar la calle. Me explicaron que su advertencia la habían hecho porque un vecino había sido atropellado por un auto. Al calmarme con explicaciones y reafirmaciones, me ayudaron a distinguir entre el pensamiento imaginario y la realidad. No tenía la edad suficiente para hacerlo por mí misma. Si mis padres me hubieran reñido o zurrado, bien pude haber creído que era realmente mala. La expresión a veces es muy importante para los niños pequeños, quienes a menudo piensan en términos absolutos —siempre, nunca—, que terminan por ser decepciones adultas. Los niños de cuatro y cinco años —y algunos adultos a quienes sus padres no les explicaron las cosas tan bien como los míos— tienen la firme creencia de que no deben hacer ciertas cosas, a menudo algunas que están perfectamente bien, o pondrán en peligro a los demás y a ellos mismos. El niño natural sabe que necesita algo; el pequeño profesor descubre la manera de conseguir ese algo, y el padre en el niño realiza un plan de acción para mantener cerca ese “algo”, es decir, las personas esenciales alrededor. En un niño, tales dinámicas son perfectamente normales, pero en un adulto pueden causar problemas cuando alimentan creencias que convierten al amor, la más preciosa de las emociones humanas, en una dependencia insana. Los mitos detrás de la adicción al amor Detrás de toda relación amorosa dependiente se oculta una historia infantil dominada por el pensamiento mágico y por poderosos mitos. Una historia así es la de Bruno, un profesionista financieramente exitoso, muy respetado en la comunidad, que empezó la terapia con una autoestima alta. Su problema era una incapacidad para establecer relaciones que satisficieran sus necesidades de apoyo y cercanía. Parecía tener un patrón de selección de mujeres con necesidades muy grandes o que eran tan independientes que no respondían a sus propias necesidades. Desde el punto de vista racional estaba consciente de sus patrones y selecciones, pero era incapaz de entenderlos. Al explorar sus antecedentes, gran parte de los cuales había olvidado conscientemente, surgió la siguiente historia. Un día común y corriente, Bruno, de cuatro años de edad, abrazó a su madre y salió corriendo para jugar; la vida era feliz. Pasó el tiempo, y como hace cualquier niño, Bruno fue a casa para reportarse con su mamá y asegurarse de que el mundo en el que vivía seguía marchando en orden. Cuando entró, encontró a su madre llorando; tenía en brazos a su hermanito, quien también lloraba. Bruno no sabía que sus padres acababan de tener una discusión por teléfono. Súbitamente, su mundo parecía amenazado y sintió terror. “¿Qué he hecho o dejado de hacer?”, se preguntó a sí mismo. Para hallar consuelo y reafirmación, Bruno preguntó: “¿Qué pasa, mami? ¿Está todo bien?” Ella respondió: “Querido, estoy tan contenta de que estés aquí. Dile a mami que todo va a estar bien.” Bruno sintió una confusión momentánea y después hizo lo que su madre le sugería. Le palmeó el brazo, le sonrió y dijo mágicamente: “Está bien, mami, todo estará bien. ¡Estoy seguro!” Su madre sonrió y dijo: “Eres un hijo maravilloso. No sé qué haría sin ti.” Nuevamenteel mundo de Bruno estaba en orden. Pero en ese momento sucedió algo significativo. El niño de cuatro años no pudo percibir que el incidente era una ocurrencia natural y aislada, y que el consuelo que le ofreció a su madre no era el resultado de algún poder mágico que él tuviera. Nació un mito y se estableció la grandiosidad: Bruno empezó a creer que de alguna manera tenía la capacidad de hacer sentir bien a su madre (y quizá a todo el mundo); además, tenía que hacerlo para satisfacer sus propias necesidades. La creencia infantil que prevaleció era: “Estoy a cargo de hacer sentir bien o mal a la gente; lo que diga, piense, sienta o haga hará que permanezcan cerca o los alejará.” La historia de la infancia de Bruno puede sonar conmovedora y dulce: un niño preocupado por su madre triste. Pero Bruno era un niño que necesitaba que su madre fuera una persona grande que se preocupara por él. Como otros niños de esta edad que aún no son capaces de distinguir el “hacer como que” y la realidad, temía que si algo les pasaba a sus padres, su mundo se acabaría. También creía que él podía ser la causa del dolor de su madre; los padres a menudo dicen inconscientemente frases como “me haces sentir mal”, que el niño interpreta literalmente. De adulto, Bruno hubiera respondido a la situación con un razonamiento como el siguiente: “Mamá está perturbada. Le voy a ofrecer mi simpatía, aunque no puedo hacer que las cosas mejoren.” Cuando era niño, Bruno necesitaba de una información y una reafirmación que no recibió. Necesitaba que su mamá le dijera: “Gracias por preocuparte por mí; estoy bien.” En lugar de recibir consuelo maternal para su estado del ego infantil asustado, Bruno fue invitado a cuidar el estado del ego infantil triste de su madre, con lo que suprimió en el proceso sus propios temores y necesidades. Había cuidado de su madre a costa de su propia estabilidad emocional, y continuó haciéndolo en sus relaciones adultas. Desde el punto de vista de un niño, la decisión de Bruno era adaptativa: “ya no tendré miedo ni necesidades y la cuidaré”. Y, ¡parecía funcionar de verdad! ¡Mamá sí permanecía cerca! ¡E incluso sonreía! Debido a que Bruno continuó con su patrón inconsciente de suprimir sus propios sentimientos y necesidades, escogía inconscientemente mujeres que apoyaban su sistema de creencias. Así, de hecho, conseguía lo que quería en sus relaciones problemáticas y dependientes; éstas eran autocomplacientes. Sus compañeras dependientes le impedían satisfacer sus propias necesidades. La tragedia es que Bruno necesitaba y tenía derecho a sus propios sentimientos, deseos y apoyo; necesitaba que lo cuidaran sin tener que cuidar primero a los demás. En la adicción al amor, los lazos de dependencia van de uno de los niños internos al del otro integrante de la pareja. Algo que está dentro de los adictos al amor los hace creer que deben estar unidos a alguien con el fin de sobrevivir y que el otro tiene la habilidad mágica de hacerlos sentir plenos. Por ello, el amor deja de funcionar a menudo. Los adictos al amor no creen que pueden ser plenos si están solos. Como Ana y tantos otros, sólo cuando Bruno fue capaz de examinar sus temores y creencias inconscientes desde una nueva perspectiva adulta tuvo la libertad psicológica para establecer una interdependencia sana con las mujeres. El amor inmaduro e infantil cree que “si te cuido y amo de la misma manera en la que quiero que me ames, entonces tú también me amarás de esa manera”. Podemos pensar que el amor de un niño es generoso e inocente, pero no suele ser así. Los niños todavía no son capaces del amor espiritual; su amor es egocéntrico. Aman a fin de sobrevivir, de evitar el dolor, el miedo y las carencias. Y ese patrón, como lo estamos viendo, es un fantasma que ronda a los adictos al amor. La historia de Bruno ilustra otro punto importante: ¡la adicción al amor no es sólo para mujeres! No hay una dependencia en un solo sentido, sino que siempre es mutua. En un nivel social siempre se cree que los hombres son independientes o antidependientes y las mujeres dependientes. Sin embargo, psicológicamente, a los hombres se les motiva a ser dependientes y a las mujeres independientes. A menudo escuchamos que el número de hombres que mueren, sufren depresiones, intentan suicidarse o encuentran una nueva pareja en el primer año y medio después de la pérdida de una pareja, es mayor que el de las mujeres que tienen esas conductas. Como me dijo un hombre muy enojado: “Ni siquiera sabía qué cosa eran los sentimientos antes de que ella me dejara. Ahora que los tengo, no sé qué demonios hacer con ellos. ¿Y adónde acudo para obtener ayuda? Los hombres no tienen amigos cercanos, grupos de apoyo y, ¡Dios no lo quiera!, sentimientos. Es un maldito truco. Ni imaginar que los hombres establezcan relaciones cercanas.” Las mujeres tienen el permiso cultural de sentir, necesitar, llorar y, aun, estar deprimidas y tener miedo. Viven más, desarrollan redes de apoyo y a menudo están felices después de recuperarse de su pesar. Después de todo, son las cuidadoras tradicionales. Lo único que deben hacer es incluirse a sí mismas en sus cuidados. Los hombres también sufren en sus relaciones, pero no siempre tienen el apoyo para reconocer abiertamente el dolor y buscar ayuda. Los hombres tienen la misma necesidad de pertenecer, establecer lazos de intimidad y experimentar la realización en el amor. Parte II: ¿Cómo te amo? Esta bestia que me pone a la vista de todos, este amor, esta añoranza, esta cosa inconsciente, que me tiene sometido cuando caen las últimas hojas, se hartará, se enfermará, se habrá ido en primavera. La herida sanará, la fiebre se abatirá, el nudo de dolor se aflojará en el pecho; olvidaré antes de que las llamas se apareen con tu mirada, que hoy es mi oriente y occidente. Ilesa, sin embargo, de una garra tan profunda y, aunque amara de nuevo, no iría: a lo largo de mi cuerpo, despertando mientras duermo, al agudo beso, frío en la mano como la nieve, la cicatriz de este encuentro como una espada yacerá entre mí y mi perturbado señor Fragmento de “Fatal interview” EDNA ST. VICENT MILLAY CAPÍTULO 4 Adictos al amor Identificación del amor adictivo La mayoría de las relaciones amorosas —si no es que todas— alberga ciertos elementos de adicción. Encarémoslo: la interdependencia armoniosa y madura es sólo un ideal al cual aspiramos. Si hemos de alcanzar el amor maduro, debimos haber experimentado de niños el amor de nuestros padres, constante y profundo, que nos ayuda a amarnos a nosotros mismos. El amor paternal nos brinda una sensación de bienestar y nos permite experimentar el dar por el simple placer de hacerlo. Como adultos, esto nos permite sentir y también expresar todo nuestro espectro de emociones y deseos. Podemos pensar claramente y separar la ilusión de la realidad, así como dar voz a nuestros pensamientos y determinar cuál es la mejor manera de satisfacer nuestras necesidades. Si hemos de ser capaces de experimentar el amor maduro de adultos, debemos desarrollar un sistema interno que consiste en que seamos padres de nosotros mismos. Se trata de un sistema que proporcione autoestima incondicional, una guía propia sabia y un fuerte apoyo a uno mismo. Si todos satisficiéramos estas necesidades del amor maduro, estaríamos autocontenidos; incluso seríamos capaces de experimentar el tipo de amor que satisficiera nuestro profundo anhelo de estar cerca de los demás. El amor paternal constante y profundo nutriría la autoestima madura en los niños;ellos gozarían de una fuerte sensación de bienestar y, por lo tanto, serían capaces de experimentar el dar por el simple placer de hacerlo. Ese es el ideal, pero pocas personas son tan afortunadas como para tener todo lo que hace falta para ser individuos y amantes, completamente maduros. Es mucho lo que los adultos pueden aprender acerca del amor y la libertad, y ése es nuestro objetivo en este libro. El amor infantil opera bajo el principio de “amo porque soy amado” en tanto que el amor maduro responde a la idea de “soy amado porque amo”. El amor inmaduro argumenta que “te amo porque te necesito”. El amor maduro permite la individualidad y fomenta la libre expresión de ideas y sentimientos; consiente la discusión de valores y, en ocasiones, incluso la confrontación. Los elementos de la dependencia malsana se cuelan incluso en las mejores relaciones amorosas maduras. El reto que enfrentamos es identificar y reconocer a los elementos que causan adicción, desenmascarar los mitos que los apoyan, hacer lo que podamos por cambiarlos y construir a partir de los mejores aspectos de la relación. ¿Cómo sabemos si nuestro amor es una adicción? Para hallar la respuesta veamos 20 características del amor adictivo. Características del amor adictivo Las personas envueltas en relaciones adictivas presentan las siguientes características: 1. Se sienten consumidas. 2. No pueden definir las fronteras del ego. 3. Muestran sadomasoquismo. 4. Temen dejar ir a la pareja. 5. Temen riesgos, cambios y a lo desconocido. 6. Experimentan poco crecimiento individual. 7. No experimentan la verdadera intimidad. 8. Juegan juegos psicológicos. 9. Dan para obtener algo a cambio. 10. Tratan de cambiar a los otros. 11. Necesitan al otro para sentirse plenos, equilibrados y seguros. 12. Buscan soluciones fuera de sí mismos. 13. Exigen y esperan amor incondicional. 14. Se niegan al compromiso. 15. Recurren a otros para afirmarse y sentirse valorados. 16. Temen al abandono aun en la separación cotidiana. 17. Recrean viejos sentimientos negativos. 18. Desean pero temen la cercanía. 19. Se hacen cargo de los sentimientos de los otros. 20. Juegan juegos de poder. Ahora veamos cada una de estas características con más detalle. Se sienten consumidas Podemos desear a nuestro amado (o amada) tan ardiente o tan intensamente que creemos lo siguiente: “¡Debo tenerlo (o tenerla) o no puedo seguir adelante!” Esto es especialmente cierto en el principio de una relación. ¿Recuerdan cómo Ana experimentaba sensaciones físicas reales —el temblor— que la llevaron a pensar que ella o Andrés estaban en peligro cuando rompió sus lazos con él? El objeto de nuestro amor consume gran parte de nuestra energía mental porque estamos ocupados en descifrar las necesidades y pensamientos del otro, hacemos planes en torno a él y aplazamos nuestras propias necesidades y deseos. La energía para otros objetivos de vida más importantes se ve minada. Nuestro crecimiento se retrasa o reprime. No pueden definir las fronteras del ego Esto significa que otras personas dominan nuestros egos de una manera tan completa que se hace difícil saber quién está pensando qué cosa, qué sentimientos pertenecen a quién y quién es responsable de qué actos. Las fronteras del ego deberían ser lo suficientemente abiertas como para permitir el libre flujo de pensamientos y emociones, pero no tanto como para que la energía individual sea minada y nuestras identidades se confundan con las de los demás. Me di cuenta de ello con una pareja. Siempre que le preguntaba al esposo qué sentía la esposa, ella rápidamente contestaba en su lugar; cuando le preguntaba a ella qué pensaba, su esposo rápidamente contestaba por ella. Al principio, no estaban conscientes de que respondían por el otro, pero pronto se percataron de que en la relación ella era la responsable de los sentimientos y él de los pensamientos. A partir de ese arreglo se hizo claro que ambos temían la separación, ya que funcionaban juntos como uno solo, e inconscientemente se permitían a sí mismos actuar como meras mitades. La noción romántica que incita a dos a “convertirse en uno” suena ideal, pero es imposible en la vida real, y el concepto no es ni romántico ni un ideal digno de ser perseguido. No necesitamos perdernos para estar cerca de otra persona. Muestran sadomasoquismo En muchas relaciones dependientes, malsanas, un compañero generalmente da más mientras que el otro toma más. El sadomasoquismo puede ser sutil, como cuando se hacen casi todas las bromas a costa de una persona o se le considera “el problema” de la relación. Uno de los dos puede disfrutar inconscientemente al lastimar o decepcionar al otro, en tanto que éste disfruta inconscientemente cuando se le lastima o decepciona. En casos severos, un compañero abusa físicamente del otro. La historia de Gerardo es un ejemplo de esto. Gerardo era joven, guapo y viril; ansiaba encontrar el amor y estar contento; sin embargo, una y otra vez escogía mujeres que le tomaban el pelo, lo ridiculizaban y le eran sexualmente infieles. Cuando era niño, a menudo le habían dicho que era malo y no merecía ser amado, así que inconscientemente aún creía que esto era cierto. Escogía compañeras acordes con esta situación y sufría emocionalmente hasta que, como él decía, ya “no podía aguantarlo”. En ese punto solía abusar físicamente de su compañera. El daño y la culpa resultantes confirmaban su sentimiento de que no valía nada. En la terapia, la transformación de su creencia subyacente se convirtió en el objetivo de Gerardo. Debía aprender a creer que merecía ser amado y que podía importarle a la gente para que, con el tiempo, pudiera escoger compañeras que en verdad lo amaran y se interesaran en él. Temen dejar ir a la pareja Debido a que el amor adictivo es tan intenso, hay un temor a dejar partir a la pareja. Como resultado, algunas relaciones claramente patológicas pueden durar años. La relación de Diana y Eduardo había estado muerta durante años. Aunque a menudo hablaban de divorcio, evitaban dar pasos para hacerlo. Al explorar su horror por el divorcio de cara a la irredimible pérdida de su amor, descubrieron su temor a estar solos y una falta de confianza en su capacidad para salir adelante después de la separación, por lo que permanecieron juntos e infelices. De niños, ambos habían sido abandonados física o emocionalmente por sus padres, así que ninguno de los dos quería vivir el dolor de la pérdida o el rechazo. Lo que tenían parecía preferible a lo que temían. Diana y Eduardo no confiaron en sus capacidades individuales para ser independientes, para salir adelante después de la separación y para experimentar relaciones satisfactorias en el futuro. En la actualidad están separados; a pesar del dolor que esta decisión implicó, fue la correcta para ellos. Todos hemos experimentado la pérdida en nuestras vidas, y es dolorosa. Hemos sido rechazados, y es doloroso. La mayoría de la gente magnifica su dolor al creer que no puede soportarlo y al hacer todo lo posible por evitarlo. En lugar de encararlo y confiar en que terminará, se aferra a relaciones malsanas para evitar la aflicción. Sin embargo, la pérdida y el rechazo son parte de la vida; creer que podemos evitarlos es una forma mágica o mítica de pensar. La aflicción es una respuesta natural y curativa a la pérdida. Contrariamente a lo que podríamos creer, tenemos la capacidad de manejar el dolor. Las adicciones son un intento no razonado por aumentar nuestro nivel de consuelo. Temen riesgos, cambios y a lo desconocido Otro elemento de laadicción al amor es su aparente seguridad y carácter previsible. Alguna vez le pregunté a mi hijo menor: “¿Por qué crees que los ganadores pueden tener más pérdidas que los perdedores?” Después de pensarlo un poco, contestó: “Porque corren más riesgos y hacen más cosas.” Y eso es cierto. Los ganadores no se detienen cuando cometen un error; no se dan de golpes cuando pierden. Se preguntan: “¿Qué puedo aprender de esto? ¿Cómo puedo hacerlo de manera distinta la próxima vez?” Pero los adictos al amor se aferran una y otra vez, porque el amor dependiente es seguro y previsible, o eso creen ellos. Carmen entró a terapia “para aprender a crecer”. Salía con Miguel, quien la acusaba de ser una bebé y le había dicho que si no “crecía” la dejaría por otra mujer que había estado viendo. El motivo de Carmen para tratar de cambiar era complacer a Miguel; no quería perderlo. Pero, en realidad, él no quería que Carmen cambiara. Quería justificar su relación con otra mujer culpando a Carmen por su incapacidad de crecer. Cuando ella se dio cuenta de que Miguel favorecía su dependencia, se retiró de la terapia, temiendo aún perderlo. Un año después estaba de vuelta. Esta vez decía que había acudido por sí misma. Sabía que merecía sentirse adulta y feliz. Si Miguel quería unírsele, bien. Si no, se sentía lista para arriesgarse a lo desconocido y avanzar en su vida. Experimentan poco crecimiento individual En el amor adictivo, los amantes se estancan; a menudo están satisfechos con un estilo de vida monótono. Emplean más energías en preocuparse por su relación que en su crecimiento personal, en su autorrealización. Como lo descubrió Abraham Maslow, los humanos tienen el impulso natural de crecer, y cuando se descuida dicho impulso debido a una relación caracterizada por la adicción, estamos, en cierto sentido, muriendo (si no física, sí espiritualmente). La gente envuelta en relaciones dependientes suprime dones y habilidades individuales; por lo tanto, no está viviendo de conformidad con sus potencialidades. Negarse a uno mismo el crecimiento es un abuso en contra de la propia persona y dicha negación a menudo provoca enfermedades emocionales o físicas después de que la tensión se acumula hasta un cierto nivel. La razón de esto es que cada uno de nosotros tiene una cierta cantidad de energía para expresarla a través de sentimientos, pensamientos y actos. La energía tiene que ir a alguna parte, y cuando es suprimida o bloqueada, tarde o temprano sucede una de las siguientes dos cosas: se dirige hacia adentro, en cuyo caso nos enfermamos, explotamos y golpeamos a los otros. Bárbara era brillante y creativa. Alentada por Gabriel, su esposo, volvió a la universidad cuando sus hijos llegaron a la edad escolar. Con el tiempo obtuvo un posgrado y empezó a ampliar sus intereses y actividades. De muchas maneras parecía estar superando a su marido en cuanto a educación y éxito. Entonces, las inseguridades de Gabriel emergieron. Se quejaba de que el trabajo de su mujer era más importante para ella que su matrimonio. Bárbara, ansiosa por complacerlo, empezó a limitar sus amistades y actividades, y con el tiempo, cayó enferma. En ese momento, ambos acudieron a un consejero. La terapia se centraba en enseñarle a Gabriel a explorar y librarse de sus temores e inseguridades para que apreciara y fomentara la creatividad y éxito de Bárbara. También le ayudó a ella a explorar su tendencia a negar sus necesidades y encontrar un balance entre las exigencias de su carrera y su matrimonio. No experimentan la verdadera intimidad La intimidad —el intercambio de ideas, sentimientos y acciones en una atmósfera de franqueza y confianza— es una expresión profunda de nuestras identidades que nos deja en un estado eufórico. Eric Berne afirma que somos afortunados si experimentamos tan sólo tres horas de intimidad verdadera en nuestras vidas. La intimidad real es rara. Somos vulnerables y estamos expuestos tanto al éxtasis como a ser lastimados y a la decepción. Recuerde el componente del niño natural en su estado del ego infantil: la intimidad verdadera involucra el contacto del niño natural con dos personas. Pero los amantes dependientes suelen suprimir ese estado en sus intentos por hacerse cargo de los demás, y a menudo confunden dependencia malsana con intimidad. Juegan juegos psicológicos Lo que aparece como intimidad pocas veces lo es. En las relaciones adictivas, los juegos psicológicos melodramáticos sustituyen a la intimidad. Dichos juegos proporcionan interacción y drama, y son una manera indirecta de buscar la realización de nuestros deseos y necesidades. Quizás usted ha visto tal “actuación” entre los integrantes de una pareja. Aunque pedir algo indirectamente —a través de juegos— es menos riesgoso, también es más probable que obtengamos lo que deseamos siendo directos. Los adictos al amor, por lo tanto, se sienten frecuentemente decepcionados. Un jugador adopta usualmente uno de tres papeles: víctima, rescatador o perseguidor. Si bien tales juegos parecen absurdos para los que están fuera de ellos, quienes los perciben como son realmente, para los jugadores resultan perfectamente lógicos. Gina era una joven mujer deprimida, sexualmente insensible y cuyo juego favorito era: “¿No es él horrible?” Se refería a su esposo Ramón, quien era sexualmente muy agresivo con ella y con otras mujeres. El juego favorito de Ramón era: “Pobre de mí”, y su cantaleta de autocompasión era: “¿Cómo esperan que sea fiel con una esposa que no me deja tocarla?” Gina manifestaba depresión e ira para justificar su incapacidad para responder; Ramón manifestaba frustración e ira para justificar su infidelidad. En realidad, ambos estaban contentos con el melodrama que habían montado. Temían el compromiso y la intimidad riesgosos, y sus juegos les permitían un contacto, una interacción, muy retorcida. Entre tanto, no tenían que salir adelante de sus problemas o tomar decisiones difíciles acerca de algún cambio. Dan para obtener algo a cambio En el amor adictivo, lo que parece ser amor altruista a menudo no lo es. El amor adictivo es condicional, con el deseo subyacente de: “Si hago lo correcto, obtendré lo que quiero.” Dar espontáneamente puede experimentarse como rendirse, ceder o perder parte de uno mismo. Esto ocurre porque, en un nivel inconsciente, el que da ha prometido no otorgar el control al otro. En muchas ocasiones, atormentados por la tristeza del rechazo o la pérdida, hacemos promesas encaminadas a protegernos a nosotros mismos, y nuestra conciencia las interpreta literalmente. Cuando el amor lo lastima a uno, es importante escuchar lo que uno se dice. En lugar de: “Nunca volveré a hacer eso”, diga: “Soy más grande que este dolor; sanaré y amaré de nuevo.” Tenga en mente que está sintiendo profundamente, está indefenso y los mensajes emocionales recibidos a menudo se vuelven verdades que usted mismo inventa y conforme a las cuales después actúa. Tratan de cambiar a los otros Debido a que podemos percibirnos a nosotros mismos como personas incompletas —y, por lo tanto, acudimos a otros en nuestra búsqueda de la persona completa—, la adicción al amor implica intentos por cambiar a los otros y hacer un escrutinio de sus fallas. Mis clientes afirman: “Si Bárbara se quedara en casa, yo sería feliz”; “si Gina fuera más sensible, estaría contento”; “si Carmen creciera, yo sería feliz”; “si las mujeres me amaran de verdad, por fin sería feliz”. Una y otra vez, la gente trata de ocultar sus propios temores e insuficiencias. Miguel, la pareja de Carmen, expresaba confianza
Compartir