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ES AMOR O ES ADICCION

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¿Es	amor	o	es	adicción?
Brenda	Schaeffer
¿Es	amor	o	es	adicción?
Hazelden
Center	City,	Minnesota	55012
Hazelden.org
©1987,	1992	por	Hazelden	Foundation
Derechos	reservados.	Publicado	en	1987
Publicado	en	español	por	el	Grupo	Patria	Cultural,	SA	de	CV
En	el	2012	Hazelden	lo	publicó	en	español.
Ninguna	parte	de	 esta	publicación	puede	 copiarse,	 guardarse	 en	un	 sistema	de	 recuperación	o
transmitirse	de	ninguna	 forma	o	por	otro	medio,	 tanto	 sea	electrónico,	mecánico,	 fotocopiado,
grabado,	escaneado,	o	de	otra	forma—sin	el	permiso	expreso	por	escrito	del	editor.	No	cumplir
con	estas	condiciones	puede	exponerlo	al	riesgo	de	una	acción	legal	y	perjuicios	por	violación	de
los	derechos	de	autor.
ISBN:	978-1-61649-472-8
Ebook	ISBN:	978-1-61649-465-0
http://Hazelden.org
Índice
Prefacio
Agradecimientos
Dedicatoria
Parte	I.	La	verdad	acerca	del	amor	adictivo
1.	El	poder	del	amor
2.	Orígenes	de	la	adicción	al	amor
3.	Psicología	de	la	adicción	al	amor
Parte	II.	¿Cómo	te	amo?
4.	Adictos	al	amor
5.	Juegos	de	poder
6.	Pertenencia	sana
Parte	III.	Esperanza	para	el	mañana
7.	De	la	adicción	al	amor
8.	Ayúdese	a	superar	la	adicción	al	amor
Bibliografía
Prefacio
El	 amor	 es,	 simplemente,	 un	 hecho	 de	 la	 vida.	 Nadie	 escapa	 a	 sus
efectos.	Pero	las	razones	de	por	qué	se	vive	como	una	experiencia	buena
o	mala	no	son	en	absoluto	simples.
Como	 psicoterapeuta	 que	 ayuda	 a	 la	 gente	 a	 disminuir	 su	 dolor
emocional,	he	descubierto	que	la	mayoría	de	las	personas	con	las	que	he
trabajado	se	enfrentan	al	amor	de	alguna	manera,	sea	el	autoamor,	el	del
padre	o	la	madre	por	el	hijo,	o	bien,	la	pérdida	de	algo	o	alguien	amado
o	una	relación	amorosa	que	atraviesa	por	momentos	difíciles.
También	me	he	 dado	 cuenta	 de	 que	 casi	 todos	 presentan	 tendencias
adictivas.	 La	 mayoría	 de	 nosotros	 sabe	 que	 puede	 volverse	 adicto	 al
alcohol	y	otras	drogas,	y	que	los	métodos	de	la	sociedad	para	tratar	estas
adicciones	son	cada	vez	mejores.	Los	programas	que	ponen	énfasis	en	las
bases	médicas	 de	 tales	 problemas	 estimulan	 a	 la	 gente	 a	 sentirse	más
libre	para	buscar	ayuda.
En	mi	opinión,	hay	otro	tipo	de	adicciones	que	rara	vez	se	reconocen	o
tratan	y	que	hacen	más	difíciles	nuestras	vidas.	Algunas	se	vuelven	más
graves	que	otras.	La	lista	de	las	cosas	a	las	que	la	gente	se	puede	volver
adicta	 incluye	 la	 comida,	 el	 ejercicio,	 el	 gasto	 de	 dinero,	 los	 cultos
religiosos,	 la	 psicoterapia,	 la	 nicotina,	 el	 azúcar,	 la	 cafeína,	 el	 sexo,	 el
juego,	 el	 trabajo,	 la	 televisión,	 el	 dolor,	 la	 enfermedad	 y	 los	 objetos
amorosos.	Quizá	ustedes	reconozcan	entre	ellas	una	obsesión	propia.
El	 interés	 de	 este	 libro	 es	 facilitar	 la	 comprensión	 de	 la	 adicción	 al
amor;	cómo	y	por	qué	caemos	en	ella,	cómo	identificarla	y,	sobre	todo,
cómo	superarla.	Espero	que	hallen	por	lo	menos	una	idea	que	cambie	sus
vidas	 significativamente.	 Este	 libro	 no	 intenta	 curar	 problemas
específicos;	 sin	 embargo,	 creo	 que	 cuando	 tenemos	 una	 mayor
conciencia	de	ellos	podemos	empezar	a	resolverlos	más	fácilmente.	Entre
más	piezas	del	rompecabezas	de	la	vida	obtengamos,	más	felices	y	libres
seremos.	Espero	que	este	libro	les	proporcione	algunas	de	dichas	piezas.
Agradecimientos
Un	 libro	 comienza	 como	 una	 idea	 creativa	 en	 la	 mente	 del	 autor.	 El
camino	desde	 la	 idea	hasta	 la	publicación	es	 largo	y	a	veces	arduo.	En
mi	camino	hubo	mucha	gente	que	me	apoyó	y	a	la	que	deseo	reconocer
y	dar	las	gracias.	Quiero	agradecer	a	Muriel	James,	Jean	Clark	y	Patricia
Daoust	por	alentarme	a	escribir;	a	mi	hermano	Michael	Furtman;	a	mis
amigos	el	doctor	Bart	Knapp	y	Lynnell	Mickelsen	por	su	revisión	crítica
del	 primer	 borrador.	 Aprecio	 profundamente	 su	 honestidad	 y	 aliento.
Quiero	agradecerle	 a	Pam	Miller	 su	 creativa	 edición.	Nancy	Barret,	mi
mecanógrafa,	 merece	 un	 agradecimiento	 especial	 por	 la	 milagrosa
“traducción”	de	mi	 texto	manuscrito	a	 tipo	 legible.	Gracias,	 también,	a
mi	 agente	Vicky	 Lansky	por	 su	 entusiasta	 apoyo	y	 a	mi	 secretaria	 Jan
Johannes	por	trabajar	a	deshoras	para	poder	cumplir	las	entregas.
Quiero	 dar	 las	 gracias	 a	 Jim	 Heaslip,	 Beth	 Milligan	 y	 Pat	 Benson,
miembros	de	los	Hazelden	Educational	Materials	(Materiales	Educativos
Hazelden),	 que	 creyeron	 en	 mi	 libro	 y	 me	 alentaron	 a	 publicarlo.
Asimismo,	 agradezco	 a	 los	 editores	 Judy	 Delaney	 y	 Brian	 Lynch	 por
dedicarle	tiempo	e	interés	a	mis	percepciones	y	sentimientos.
Mi	mayor	agradecimiento	quizá	es	para	los	pacientes	que	dedicaron	su
tiempo	 para	 dar	 vida	 y	 validez	 a	 la	 teoría	 sobre	 la	 que	 escribo;
especialmente	doy	las	gracias	a	los	que	escribieron	sus	historias	para	que
otros	puedan	tener	esperanza.
Gracias	 al	 reverendo	 Fred	 W.	 Hutchinson	 por	 su	 guía	 y	 apoyo
espiritual	 y	 un	 agradecimiento	 especial	 a	mis	 hijos	Heidi	 y	 Gordy	 por
aceptarme	a	mí	y	el	tiempo	que	empleé	en	escribir	este	libro.
Y	 a	 Ted,	 un	 agradecimiento	 especial	 por	 la	 oportunidad	 de	 vivir	 el
amor	y	la	amistad	de	una	manera	ennoblecedora.
A	mis	hijos	Heidi	 y	Gordy	para	que	puedan	 conocer
un	 amor	 sano;	 a	 Ralph	 Furtman,	 mi	 padre,	 en
agradecimiento	por	su	apoyo	e	interés	constantes;	a	mi
difunta	 madre,	 Bernice	 Furtman,	 en	 reconocimiento
por	permitirme	ser	todo	lo	que	puedo	ser.
Un	buen	libro	es	flexible	y	maleable.	Está	hecho	para
discutir	con	él,	ser	puesto	en	tela	de	juicio	y	marcado.
Es	un	campo	de	batalla	para	las	ideas	y	debe	mostrar
alguna	 evidencia	 de	 la	 lucha	 o,	 al	 menos,	 de	 las
escaramuzas	 preliminares.	 Es	 bueno	 para	 encender
mentes.	 No	 es	 el	 principio	 y	 fin	 para	 una	 vida
equilibrada	 y	 productiva,	 pero	 puede	 desencadenar
pensamientos	y	acciones	necesarias.
NORMAN	COUSINS
Parte	I:
La	verdad	acerca	del	amor	adictivo
CAPÍTULO	1
El	poder	del	amor
Amor	sano
En	su	libro	El	arte	de	amar,	el	psicoanalista	Erich	Fromm,	afirma	que	la
mayoría	de	las	personas	que	hacen	el	esfuerzo	de	amar	fracasan	a	menos
que	hayan	intentado	desarrollar	activamente	su	potencial	y	personalidad
individuales.	 Este	 autor	 define	 al	 amor	 como	 “la	 expresión	 de	 la
productividad	 [que]	 implica	 interés,	 respeto,	 responsabilidad	 ‘y
conocimiento;	un	esfuerzo	por	crecer	y	hallar	la	felicidad	de	la	persona
amada,	 enraizado	en	 la	propia	 capacidad	de	 amar”.	 Los	 conceptos	que
con	frecuencia	asociamos	con	el	amor	incluyen	elementos	como:	afecto,
interés,	 valoración,	 confianza,	 aceptación,	 entrega,	 alegría	 y
vulnerabilidad.	El	amor	es	un	estado	del	ser	que	emana	de	nosotros	y	se
extiende	 hacia	 afuera.	 Es	 energía,	 es	 incondicional,	 es	 expansivo	 y	 no
requiere	de	un	objeto	específico.
El	 primer	 amor	 que	 experimentamos	 viene	 de	 nuestros	 padres.
Idealmente,	el	amor	del	padre	o	la	madre	afirma	incondicionalmente	la
valía	 y	 vida	 del	 niño.	 Los	 padres	 satisfacen	 pronta	 y	 fácilmente	 las
necesidades	del	niño	y	le	brindan	la	sensación	de	“¡es	bueno	estar	vivo!,
¡qué	bueno	que	soy	yo!,	¡es	bueno	estar	con	los	demás!”
Stanton	Peele	y	Archie	Brodsky,	autores	de	Love	and	Addiction	(Amor	y
adicción),	definen	adicción	como	“un	estado	inestable	del	ser,	marcado
por	la	compulsión	a	negar	lo	que	se	es	o	se	ha	sido,	que	privilegia	una
experiencia	 nueva	 y	 estática”.	 La	 adicción,	 afirman,	 es	 “un	 tumor
maligno	 de	 las	 inclinaciones	 humanas”.	 Nuestras	 necesidades	 son
legítimas,	 y	 cuando	 le	 roban	 tiempo	 y	 atención	 a	 asuntos	mucho	más
importantes,	 se	 convierten	 en	 adicciones.	 Los	 términos	 que	 a	 menudo
asociamos	 con	 la	 adicción	 son:	 obsesivo,	 excesivo,	 destructivo,
compulsivo,	habitual,	atado	y	dependiente.	Y	si	se	mira	bien,	algunas	de
estas	palabras	también	se	usan	para	hablar	del	amor.	¿Significa	esto	que
el	 amor	 es	 un	 hábito	 que	 hay	 que	 dejar?	 No,	 en	 absoluto.	 Nuestra
necesidad	de	experimentar	el	amor	es	real	y	nuestro	propósito	es	dejar
fuera	de	nuestras	vidas	elementos	de	dependencia	que	son	enfermizos	y
procurar	un	amor	sano.Las	relaciones	amorosas	no	son	blancas	o	negras,
sino	que	tienen	tanto	elementos	buenos	como	malos.	Hay	dependencias
sanas	y	dependencias	enfermizas.
La	mayoría	de	nuestros	hábitos	y	acciones	pueden	tener	elementos	de
dependencia,	pero	no	por	ello	son	enfermizos.	Muchas	de	las	cosas	que
creemos	necesarias	para	 la	sobrevivencia	de	hecho	 lo	son.	Necesitamos
alimentos,	 casa,	 contacto	 físico	 y	 otras	 formas	 de	 estímulo,
reconocimiento	 y	 sensación	 de	 pertenencia.	 De	 igual	 manera,	 hay
muchas	otras	cosas	que	creemos	necesitar	cuando,	en	realidad,	podemos
sobrevivir	sin	ellas.
Al	tomar	en	cuenta	el	amor,	el	tema	de	la	necesidad	se	vuelve	mucho
más	 complejo.	 Recientemente	 escuché	 a	 alguien	 decir	 que	 no
necesitamos	amor	para	sobrevivir.	Y	es	verdad	que	incluso	un	bebé	que
depende	de	los	adultos	no	necesita	amor	para	sobrevivir,	porque	lo	que
requiere	es	atención	y	cuidados	que	activen	su	sistema	nervioso	central	y
estimulen	su	crecimiento.	Un	bebé	al	que	se	le	brinda	atención	adecuada
—aunque	 no	 sea	 emocional—	 que	 incluya	 contacto	 físico,	 sobrevivirá
igual	que	uno	al	que	se	le	dio	un	cuidado	amoroso.	Sin	embargo,	si	casi
nunca	 o	 jamás	 se	 le	 toca	 puede	 enfermar,	 deprimirse	 y,	 en	 casos
extremos,	volverse	retrasado	mental	o	morir.
Así,	en	el	sentido	más	primitivo,	no	necesitamos	amor	para	sobrevivir;
pero	sin	la	experiencia	de	ser	amados	cuando	niños,	la	receta	para	crear
un	ser	humano	pleno	y	sano	está	incompleta.	Uno	puede	vivir	sin	amor,
pero	hallará	dificultades	para	desarrollar	 la	autoestima	y	el	amor	hacia
los	 demás	 o,	 peor	 aún,	 el	 amor	 por	 la	 vida,	 todos	 ellos	 ingredientes
necesarios	para	las	relaciones	sanas,	no	dependientes.
Sí,	la	gente	puede	vivir	sin	amor,	pero	quienes	tienen	dificultades	para
amarse	a	sí	mismos	y	a	los	demás,	por	lo	general	son	personas	que	en	la
niñez	fueron	privadas	del	cuidado	y	el	amor	incondicional	de	los	padres.
El	 amor	 puede	 ser	 bueno	 o	 malo	 dependiendo	 de	 cómo	 nos	 sirve.
Habría	 que	 considerar	 las	 siguientes	 preguntas:	 ¿qué	 es	 la	 adicción	 al
amor?	¿Cómo	se	vuelve	adictivo	el	amor?	¿Por	qué	algo	tan	maravilloso
puede	convertirse	en	algo	tan	malo?	¿Es	amor	o	adicción?	¿Qué	es	una
relación	sana?
Mi	 experiencia	 sobre	 la	 adicción	 al	 amor	 revela	 que	 se	 trata	 de	 la
búsqueda	de	apoyo	en	alguien	externo	a	uno	mismo	en	un	 intento	por
cubrir	 necesidades	 no	 satisfechas	 para	 evitar	 el	 temor	 o	 el	 dolor
emocional,	solucionar	problemas	y	mantener	el	equilibrio.	La	paradoja	es
que	la	adicción	al	amor	es	un	intento	por	lograr	el	control	de	nuestras	vidas
y,	al	hacerlo,	nos	descontrolamos	al	darle	poder	personal	a	alguien	distinto	de
uno	mismo.	 Es	 nuestra	 dependencia	 enfermiza	 en	 los	 otros,	 que	muy	 a
menudo	 se	 asocia	 con	 sentimientos	 de	 “nunca	 tener	 lo	 suficiente”	 o
“nunca	 ser	 suficiente”.	 La	 adicción	 al	 amor	 también	 es	 una	 forma	 de
pasividad	 en	 tanto	 no	 resolvemos	 directamente	 nuestros	 propios
problemas,	sino	que	intentamos	estar	en	convivencia	con	los	demás	para
que	se	hagan	cargo	de	nosotros	y,	por	 lo	tanto,	de	nuestros	problemas.
Voluntariamente	 nos	 hacemos	 cargo	 de	 los	 otros	 a	 costa	 de	 nuestro	 propio
desgaste	emocional.
Toda	persona	 inmiscuida	en	una	relación	dependiente	ha	seguido	un
camino	que	la	llevó	hacia	dicha	relación.	Es	necesario	descubrir	cómo	la
adicción	al	amor	tiene	sentido	para	quien	la	padece.	Así	podrá	crearse	el
camino	 de	 regreso	 para	 superarla	 y	 alcanzar	 el	 amor	 y	 el	 sentido	 de
pertenencia	maduros.	Volvemos	al	enigma:	¿cómo	es	que	algo	tan	bueno
se	convierte	en	algo	tan	malo?
Amor	adictivo
Como	 psicoterapeuta,	 estoy	 muy	 consciente	 de	 que	 a	 menudo	 las
relaciones	 amorosas	 están	 ensombrecidas	 por	 experiencias	 anteriores,
especialmente	por	los	lazos	con	los	padres	durante	la	infancia.
La	historia	de	Ana	ilustra	cómo	los	traumas	infantiles	rondan	muchas
relaciones	adultas	como	poderosos,	aunque	invisibles,	fantasmas.	Si	bien
la	historia	de	esta	mujer	puede	parecer	extrema,	demuestra	claramente
una	 verdad	 fundamental:	 el	 amor	 es	 mucho,	 pero	 mucho	 más	 que	 la
atracción	y	compatibilidad	sexuales.
Ana,	 de	 32	 años	 de	 edad	 y	 madre	 de	 cuatro	 hijos,	 era	 una	 mujer
atractiva	 e	 inteligente.	 Acudió	 a	 la	 terapia	 debido	 a	 su	 ansiedad	 y
depresión	 crónica.	 Entre	 las	 razones	 de	 tal	 estado	 figuraban	 sus
inquietantes	 sentimientos	 hacia	 su	 supervisor,	 Andrés,	 de	 50	 años	 de
edad.	 Aunque	 Ana	 sentía	 simpatía	 y	 respeto	 por	 Andrés,	 se	 sentía
perturbada	 porque	 él	 había	 comenzado	 a	 exigirle	 “favores”	 de	 índole
sexual.	Ella	había	llegado	a	creer	que	estaba	en	su	poder	y	que	no	podía
rechazarlo,	 aunque	 no	 sabía	 por	 qué.	 Sólo	 tenía	 claro	 que	 se	 sentía
fuertemente	 obligada	 a	 cooperar	 con	 él,	 a	 evitar	 que	 él	 se	 deprimiera.
Ana	 sentía	 amor	 por	 Andrés,	 pero	 no	 le	 agradaban	 sus	 exigencias
sexuales,	 que	 a	menudo	 se	presentaban	 en	 el	 trabajo,	 donde	 su	puesto
era	de	mayor	jerarquía	que	el	de	ella.	Sabía	que	el	hecho	de	involucrarse
con	él	amenazaba	el	matrimonio	de	cada	uno	de	los	dos	y	que	la	relación
era	 enfermiza,	 pero	 no	 entendía	 ni	 podía	 controlar	 su	 impotencia
emocional	respecto	de	él.
Ana	me	 llamó	 una	 noche,	 estaba	 perturbada.	 Unos	 días	 antes	 había
prometido	 sostener	 una	 relación	 estrictamente	 profesional	 con	 Andrés.
No	 obstante,	 él	 la	 había	 llamado	para	 suplicarle	 que	 fuera	 a	 verlo.	 En
medio	de	la	angustia	que	generan	la	desolación	y	la	añoranza,	Ana	se	dio
cuenta	de	que	su	convicción	de	no	verlo	se	tambaleaba.
“Me	siento	obligada	a	verlo	—me	dijo.	Me	duele	el	cuerpo,	no	puedo
dejar	 de	 temblar,	 creo	 que	 estoy	 enloqueciendo;	 tengo	 que	 verlo	 si	 no
quiero	 enfermar	 o	 volverme	 loca.	 ¡Por	 favor,	 ayúdeme!	 ¡Me	 siento	 tan
impotente!”
Le	 pregunté:	 “Ana,	 ¿qué	 cree	 que	 pasará	 si	 no	 lo	 ve?”	 “No	 lo	 sé	—
respondió—,	 pero	 siento	 como	 si	 algo	 verdaderamente	 terrible	 fuera	 a
suceder	y	estoy	asustada.	¡Y	parece	tan	absurdo!”
La	tranquilicé	diciéndole	que	nada	horrible	pasaría.	Se	calmó	un	poco
y,	por	el	momento,	la	crisis	pasó.	Poco	después,	en	una	sesión	de	terapia,
Ana	 renovó	 su	 compromiso	 de	 no	 ver	 a	 Andrés.	 Sin	 embargo,	 cuando
dijo:	“No	lo	veré”,	su	cuerpo	tembló	y	se	puso	a	llorar.
“¿Por	qué	tiene	tanto	miedo?”,	pregunté.	Tuvo	que	hacer	un	esfuerzo
para	 explicarse.	 “Parece	 una	 locura	 —exclamó	 —tengo	 miedo	 de	 no
verlo;	si	lo	abandono,	algo	malo	le	pasará.	Quizá	se	sienta	tan	mal	que	se
haga	daño.	¡Siento	que	me	necesita!”
“Bien,	esta	preocupada	por	Andrés	—intervine—,	pero	¿qué	es	lo	que
le	provoca	miedo?	Usted	es	la	que	está	perturbada	y	tiene	miedo.	¿Qué
es	 lo	 que	 obtiene	 de	 esta	 relación?	 ¿Por	 qué	 está	 tan	 ligada	 a	 este
hombre?”
La	 respuesta	 no	 se	 obtuvo	 fácilmente,	 pero	 en	 sesiones	 de	 terapia
posteriores,	 conforme	 comenzó	 a	 hablar	 de	 su	 infancia,	 empezaron	 a
surgir	muchas	claves	para	explicar	su	situación.	El	miedo	que	sentía	por
Andrés	era	un	miedo	familiar,	era	el	mismo	que	alguna	vez	había	sentido
por	 su	 padre,	 un	 hombre	muy	 parecido	 a	 Andrés.	 El	 padre	 de	 Ana,	 a
quien	 ella	 veía	 como	 un	 refugio	 para	 protegerse	 de	 su	 madre	 —una
enferma	 mental	 violenta—,	 le	 provocaba	 sentimientos	 conflictivos.
Aunque	podía	ser	un	hombre	cariñoso	y	amable,	exigía	mucho	a	la	joven
Ana,	aun	en	el	terreno	sexual.	Mientras	su	madre	se	desentendía	de	ella
y	la	violentaba,	su	padre	le	brindaba	atención	y	protección,	aunque	a	un
precio	terrible.
Ana	había	crecido	con	 la	 idea	de	que	su	padre	 la	necesitaba,	que	no
podía	 arreglárselas	 sin	 ella	 y	 que	 debía	 procurar	 su	 felicidad.	 En	 gran
medida,	 la	 depresión	 adulta	 de	 la	 paciente	 se	 derivó	 de	 su	 infancia
desdichada.	El	dolor	y	la	culpa,	como	víctima	de	un	incesto,	la	llevaron	a
presentarse	como	una	adulta	asexuada,	si	bien,	cuando	sus	sentimientos
sexuales	eran	estimulados,	no	podía	controlar	el	deseo	y	 las	emocionesque	había	reprimido	tan	vigorosamente	la	mayor	parte	del	tiempo.	No	se
daba	cuenta	de	que	uno	no	debe	ser	consecuente	con	los	deseos	sexuales
por	el	solo	hecho	de	tenerlos.
“¿Por	 qué	 creía	 que	 debía	 hacerse	 cargo	 de	 los	 sentimientos	 y	 las
necesidades	sexuales	de	su	padre?”,	le	pregunté	en	una	sesión.
“Mi	 papá	 era	 la	 única	 persona	 con	 la	 que	 podía	 contar	 para
defenderme	 de	 mi	 madre	 —explicó	 al	 relatar	 episodios	 de	 abuso
emocional	 y	 físico	 a	 los	 que	 la	 sometió	 su	 madre—;	 mi	 papá	 era	 mi
protector,	me	amaba.”
Hacer	sentir	bien	a	su	padre,	aunque	abusara	sexualmente	de	ella,	 le
había	dado	a	Ana	 la	sensación	de	que	podía	ser	amada.	La	 insté	a	que
hablara	acerca	de	 los	sentimientos	que	le	provocaba	actuar	en	el	papel
de	 sirvienta	 de	 su	 padre.	 En	 los	 meses	 siguientes,	 la	 tragedia	 de	 la
primera	experiencia	amorosa	de	Ana,	que	echaron	a	perder	sus	padres,
fue	surgiendo	poco	a	poco.	Quedó	claro	que	Ana	nunca	había	separado
el	 amor	 hacia	 su	 padre	 de	 la	 agonía	 y	 la	 culpa	 que	 el	 incesto	 le
provocaba.	El	resultado	fue	una	confusión	emocional	acerca	de	su	padre
y	del	concepto	del	amor.
Durante	una	sesión,	Ana	afirmó:	“Necesitaba	tener	cerca	a	mi	padre	y,
para	 lograrlo,	 creía	 que	debía	hacerlo	 feliz;	 si	 no,	me	 rechazaría	 o	me
dejaría.	 ¡Desde	 que	 era	 niña	 eso	 significaba	 que	 moriría!	 ¿Qué	 otra
opción	tenía	más	que	cooperar	con	él	y	tratar	de	hacerlo	feliz?”
Allí	estaba	su	creencia	subyacente	de	que	la	presencia	y	aprobación	de
otra	 persona	 —aun	 de	 una	 que	 abusara	 sexualmente	 de	 ella—
significaban	la	vida	misma.	Y	había	algo	de	verdad:	¡Ana	necesitaba	ser
protegida!	 Su	 obsesión	 por	 Andrés	 también	 incluía	 esa	 creencia;
explicaba	 mucho	 de	 su	 pánico	 y	 debilidad	 para	 hacer	 frente	 a	 sus
exigencias.
Conscientemente,	 Ana	 sabía	 que	 podía	 sobrevivir	 sin	 Andrés.	 Pero,
inconscientemente,	creía	que	sin	su	aceptación	no	podría	ser	querida	y
su	 vida	 no	 tendría	 objeto	 ni	 significado.	 Desde	 que	 era	 niña	 estaba
convencida	 de	 que	 necesitaba	 una	 relación	 intensa	 o	 perdería	 su
equilibrio	mental	y,	 a	 la	postre,	 la	vida.	Nuestro	objetivo	 central	 en	 la
terapia	era	evitar	que	se	repitiera	la	terrible	historia.
En	la	terapia,	Ana	comenzó	a	explorar	su	yo	interno	arcaico	—la	niña
dependiente,	 asustada—	 que	 gobernaba	 muchas	 de	 sus	 emociones
adultas,	 incluida	 su	 inclinación	 por	 hombres	 como	 Andrés.	 Fue
descubriendo	 una	 por	 una	 las	 poderosas	 creencias	 inconscientes	 que
provocaban	su	terror.
—Bien,	 ya	 no	 tiene	 cuatro	 o	 cinco	 años,	 es	 una	 adulta.	 ¿No	 es
cierto?	—pregunté.
—Sí,	es	cierto,	pero	no	siempre	me	siento	así.	Cuando	estoy	con
esta	persona,	a	menudo	siento	que	sólo	tengo	cuatro	o	cinco	años.
—Pero	¿qué	edad	tiene?
—32	años.
—Y	¿qué	es	lo	que	sabe?	¿Realmente	necesita	que	esta	persona	la
proteja?	—la	reté.
—No	—dijo	luego	de	pensarlo.
—¿Necesita	 que	 esta	 persona	 crea	 que	 usted	 es	 digna	 de	 ser
amada?
—No	estoy	segura,	porque	en	realidad	no	me	siento	muy	digna	de
ser	amada	—afirmó	titubeante.
—¿Conoce	a	alguna	otra	persona	que	la	quiera?
—Sí,	conozco	a	otras	personas	que	me	quieren.
—¿Ésta	es	la	única	persona	que	le	da	sentido	a	su	vida?
Negó	con	la	cabeza.
Las	 preguntas	 le	 ayudaron	 a	 aclarar	 sus	 temores	 y	 los	 pensamientos
que	apoyaban	éstos.	Poco	a	poco	fue	aprendiendo	que	 la	conducta	que
para	 ella	 había	 tenido	 sentido	 en	 la	 infancia	 ya	 no	 tenía	 por	 qué
gobernarla.	Después	de	cierto	tiempo	fue	capaz	de	enfrentarse	a	Andrés
y	 decirle	 que	 ya	 no	 le	 permitiría	 acariciarla	 u	 hostigarla.	 Terminó	 su
relación	 con	 él	 y	 pudo	 reencauzar	 sus	 energías	 hacia	 el	 trabajo	 y	 la
familia,	 incluso	 hacer	 frente	 a	 los	 problemas	 matrimoniales.
Posteriormente,	 Andrés	 también	 buscó	 ayuda	 profesional	 debido	 a	 la
forma	en	que	maltrataba	a	sus	compañeras	de	trabajo,	tal	como	lo	hizo
con	Ana.
Ana,	 cuyas	 inseguridades	 tenían	 raíces	muy	 profundas	 debido	 a	 una
infancia	 más	 problemática	 que	 la	 de	 la	 mayoría,	 debe	 estar	 siempre
alerta	respecto	de	su	tendencia	a	obsesionarse	por	hombres	necesitados,
exigentes	y	abusivos.	Sin	embargo,	 logró	manejar	una	situación	de	este
tipo	 y	 poner	 al	 descubierto	 las	 motivaciones	 de	 su	 conducta,	 lo	 que
significó	un	gran	logro.
Este	caso	puede	parecer	un	tanto	extremo,	pero	no	es	único.	Detrás	de
toda	 relación	 obsesiva,	 a	 menudo	 destructiva	 —a	 la	 que	 llamaremos
amor	 adictivo—,	 se	 oculta	 la	 idea	 de	 que	 tal	 dependencia	 tiene	 un
propósito	 importante.	 Para	 la	 mente	 inconsciente,	 el	 amor	 adictivo	 tiene
perfecto	 sentido;	 uno	 cree	 que	 es	 necesario	 para	 sobrevivir.	 Y	 para	 un
adicto	 al	 amor,	 aun	 una	 relación	 patológica	 puede	 parecer	 normal	 y
necesaria.	Conforme	entendemos	nuestros	 temores	y	 las	 formas	 en	que
usamos	el	amor	adictivo,	éstos	pierden	a	menudo	su	poder.
El	 amor	 adictivo	 es	 egocéntrico	 y	 busca	 satisfacer	 únicamente	 las
propias	 necesidades,	 Ana,	 la	 niña,	 amaba	 a	 su	 padre	 no	 de	 manera
desinteresada,	 sino	 para	 satisfacer	 sus	 propias	 necesidades.	 Creía	 que
necesitaba	 la	 atención	 y	 aprobación	 de	 su	 padre	 para	 mantener	 su
autoestima…y	su	vida.	Aunque	esa	creencia	tenía	sentido	en	su	infancia,
la	Ana	 adulta	 ya	 no	 necesitaba	 a	 alguien	 como	 su	 padre	 para	 sentirse
querida	 y	 viva.	 Tenía	 sus	 propias	 cualidades,	 incluso	 la	 posibilidad	 de
amar	libre	y	abiertamente	y	en	igualdad	de	circunstancias.	También	era
evidente	 el	 egocentrismo	 en	 su	 obsesión	 por	 Andrés;	 creía	 que	 sin	 su
aceptación	 perdería	 la	 poca	 autoestima	 que	 le	 quedaba	 y	 se	 hundiría
cada	vez	más	en	la	desesperación	e,	incluso,	¡quizá	moriría!
La	 intensidad	 de	 la	 adicción	 al	 amor	 es,	 a	 menudo,	 directamente
proporcional	 a	 la	 intensidad	 con	 la	 que	 se	 sienten	 las	 necesidades	 no
satisfechas	 durante	 la	 infancia.	 Una	 intensa	 adicción	 al	 amor
frecuentemente	va	de	la	mano	de	una	baja	autoestima.	Esta	obsesión	nos
plantea	una	gran	paradoja:	cuando	caemos	en	ella	al	intentar	un	control
sobre	 nuestra	 vida,	 confiamos	 dicho	 control	 a	 fuerzas	 externas.	 Tal
voluntad	 de	 ceder	 el	 control	 nace	 del	 temor	 al	 dolor,	 a	 la	 pérdida,	 a
decepcionar	 a	 alguien,	 al	 fracaso,	 a	 la	 culpa,	 enojo	 o	 rechazo,	 a	 estar
solos,	a	enfermar	o	volverse	loco	y	a	la	muerte.
Los	 adictos	 al	 amor	 actúan	 bajo	 la	 ilusión	 de	 que	 la	 relación
dependiente	solucionará	sus	temores.	Indagaremos	acerca	de	las	muchas
y	complejas	razones	por	 las	cuales	el	amor	adictivo	ejerce	un	poder	de
sometimiento	en	 las	personas	y	por	qué	no	es	 fácil	abandonarlo.	Como
Ana,	mucha	gente	cae	en	él	una	y	otra	vez.	Pero	¿cómo	es	que	la	gente
se	vuelve	adicta	al	amor?	Las	semillas	de	la	adicción	al	amor	se	arraigan
profundamente	en	nuestra	biología,	nuestra	educación,	nuestra	búsqueda
espiritual	 y	 nuestras	 creencias	 psicológicas.	 Exploraremos	 cada	 una	 de
ellas.
CAPÍTULO	2
Orígenes	de	la	adicción	al	amor
El	papel	de	la	biología
La	necesidad	de	estar	cerca	de	otras	personas	—el	anhelo	de	ser	especial
para	alguien—	está	tan	profundamente	arraigada	en	la	gente	que	puede
calificarse	 de	 biológica.	 La	 antropóloga	 Helen	 Fisher	 explica	 cómo	 el
establecimiento	 de	 los	 lazos	 emocionales	 evolucionó	 al	 principio	 de	 la
historia	de	la	humanidad	para	garantizar	la	actividad	sexual	regular	y	la
protección	 de	 la	 descendencia.	 Dichos	 lazos	 se	 volvieron	 cruciales
cuando	las	mujeres	perdieron	su	periodo	de	celo	y	la	ovulación	se	hizo
oculta,	 con	 lo	 que	 se	 hicieron	 sexualmente	más	 sensibles.	Al	 dar	 a	 luz
más	a	menudo,	las	mujeres	fueron	requiriendo	un	mayor	apoyo	moral	y
físico	de	los	hombres.	Con	el	tiempo,	los	lazos	emocionales	llegaron	a	ser
más	 que	 simples	 ligas	 funcionales	 con	 los	 compañeros	 sexuales	 y	 sus
hijos,	 quienes	 dependían	 de	 ellas.	 De	 igual	 manera,	 se	 desarrollaron
complejas	 reglas,	 y	 con	 ellasvinieron	 las	 emociones	 humanas
fundamentales	 encaminadas	 a	 formarlas	 y	preservarlas.	Y,	 ciertamente,
la	 mayoría	 de	 estas	 reglas	 y	 emociones	 son	 aspectos	 sanos	 y
encantadores	de	nuestra	naturaleza	humana.
Como	otros	temores	y	hábitos	primitivos,	muchas	conductas	altamente
emotivas	 que	 gobiernan	 las	 relaciones	 humanas	 han	 permanecido	 con
nosotros.	 Aún	 flirteamos,	 aún	 sentimos	 pasión	 al	 comienzo	 de	 una
relación	 amorosa,	 así	 como	 devoción	 durante	 ésta	 y	 tristeza	 cuando
termina.	 Nos	 sentimos	 culpables	 si	 somos	 promiscuos	 y	 celosos,	 o
vengativos	 si	 somos	 traicionados.	 Los	 hombres	 aún	 temen	 que	 sus
esposas	 sean	 infieles,	 y	 ellas	 a	 ser	 abandonadas.	 Y	 si	 bien	 ya	 no
necesitamos	 de	 un	 lazo	 que	 garantice	 la	 actividad	 sexual	 o	 mantenga
vivos	a	nuestros	niños,	 lo	 seguimos	buscando.	Al	parecer,	por	el	hecho
de	ser	humanos	deseamos	vínculos	con	 los	demás.	Como	otros	 temores
del	pasado	—a	caer,	a	las	alturas,	a	lugares	cerrados,	a	la	obscuridad—,
el	miedo	a	estar	solo	provoca	terror	y	desesperación.	El	impulso	a	formar
alianzas	emocionales	con	 los	otros	parece	ser	una	característica	 innata,
que	nos	hace	humanos	y,	sin	duda,	seguirá	existiendo.
Nuestro	 deseo	 de	 establecer	 vínculos,	 entonces,	 puede	 considerarse
instintivo.	 Conforme	 fuimos	 sobresaliendo	 en	 el	 reino	 animal,
desarrollamos	respuestas	determinadas	a	nuestro	medio	ambiente.	Desde
el	punto	de	vista	biológico,	 la	separación	puede	provocar	una	ansiedad
intensa.
Físicamente	procuramos	el	equilibrio	interno.	Los	niños	identifican	sus
necesidades	 de	 supervivencia	 a	 través	 de	 sensaciones:	 hambre,	 sed,
calor,	 frío,	 satisfacción	 e	 irritación.	 Si	 los	 bebés	 se	 sienten	 incómodos,
lloran	a	gritos	hasta	que	otra	persona	responda	a	su	demanda.	Cuando
sus	necesidades	son	satisfechas,	y	en	tanto	no	se	presentan	las	siguientes,
están	de	nuevo	cómodos	y	en	paz.	Se	sienten	bien	de	estar	vivos,	a	salvo
y	protegidos;	experimentan	confianza	en	ellos	mismos	y	en	los	demás.
Este	diagrama	ilustra	una	situación	ideal:
A	 veces,	 el	 cuidado	 que	 dan	 los	 padres	 es	 por	 muchas	 razones
inadecuado;	las	necesidades	no	se	satisfacen	y	la	incomodidad	aumenta.
Los	padres	no	 siempre	pueden	estar	allí	 cuando	 surge	 la	necesidad.	En
ocasiones	 nos	 separamos	 de	 nuestros	 padres,	 y	 otras	 personas	 que	 nos
parecen	extrañas	se	hacen	cargo	de	nuestro	cuidado.	Los	niños	parecen
intuir	que	morirán	si	no	satisfacen	ciertas	necesidades,	y	como	resultado,
sobreviene	el	terror.
La	situación	se	presenta	así:
Los	recuerdos	de	esas	épocas	terribles	se	graban	en	nuestros	sistemas
nerviosos;	 no	 queremos	 volver	 a	 experimentar	 jamás	 ese	 terrible
sentimiento	 de	 desamparo.	 También	 es	 posible	 que	 los	 adultos	 estén
inconscientemente	convencidos	de	que	sufrirán	o,	aun,	morirán	si	no	se
satisfacen	 ciertas	 necesidades	 apremiantes.	 Así,	 surge	 el	 intenso	 y	 a
menudo	 irracional	miedo	 cuando	alguien	nos	 rechaza	o	 abandona.	 Los
adultos	 desesperados	 parecen	 olvidar	 que	 ahora	 pueden	 cuidarse	 a	 sí
mismos	 y	 resolver	 solos	 la	 mayoría	 de	 los	 problemas.	 Tenemos	 la
capacidad	de	pensar	y,	por	lo	tanto,	podemos	identificar	nuestras	propias
necesidades.	A	menudo,	 lo	 que	 percibimos	 como	una	 necesidad	 es	 tan
sólo	un	deseo,	algo	que	no	nos	hace	falta	para	sobrevivir.
A	 continuación	 presentamos	 un	 modelo	 para	 la	 solución	 adulta	 de
problemas:
FÓRMULA	PARA	LA	SOLUCIÓN	ADULTA	DE	PROBLEMAS
Este	 diagrama	—que	 representa	 la	 reacción	 normal,	 sana,	 adulta,	 al
problema—	es	útil	en	la	terapia	que	tiene	por	objeto	ayudar	a	la	gente	a
entender	 sus	 necesidades	 y	 deseos,	 y	 a	 emprender	 acciones	 adecuadas
para	 alcanzar	 alivio	 o	 equilibrio	 emocional.	 Desafortunadamente,
muchos	 de	 nosotros	 hemos	 aprendido	 a	 negar	 el	 dolor	 o	 a	 limitar
nuestras	 opciones	 para	 resolver	 problemas;	 así,	 no	 realizamos	 actos
razonables	y	seguimos	sintiéndonos	física	y	emocionalmente	incómodos.
En	 lugar	 de	 reaccionar	 lógicamente,	 el	 niño	 que	 llevamos	 dentro	 nos
hace	sentir	terror,	aferrarnos	a	otro	y	pedirle	encarecidamente	que	“nos
haga	 completos”	 y	 nos	 dé	 una	 sensación	 de	 equilibrio.	 A	 veces	 no
estamos	 conscientes	 de	 lo	 que	 necesitamos	 porque	 hemos	 aprendido	 a
bloquear	 las	 sensaciones	 y	 sentimientos	 de	 incomodidad	 asociadas	 a
nuestras	 necesidades.	 En	 ocasiones	 nos	 sentimos	 insatisfechos,	 pero	 no
podemos	explicarnos	qué	necesitamos,	o	bien,	nos	sentimos	molestos,	lo
razonamos,	 pero	 permanecemos	 en	 estado	 de	 incomodidad,	 sin	 hacer
nada.	Y	otras	veces	no	hay	manera	de	satisfacer	nuestros	deseos,	y	para
recuperar	el	balance,	nos	lamentamos	de	nuestras	pérdidas.
El	papel	de	la	cultura
Durante	 la	mayor	parte	de	 su	vida,	Antonio,	un	hombre	atractivo,
fuerte	 y	 varonil,	 cercano	 a	 los	 30	 años	 de	 edad,	 había	 negado
muchos	de	sus	sentimientos.	De	niño	aprendió	a	no	llorar	o	mostrar
una	conducta	de	“mariquita”.	Los	únicos	sentimientos	que	expresaba
frecuentemente	 y	 sin	 inhibición	 eran	 enojo,	 entusiasmo	 y	 deseo
sexual.	Se	sentía	avergonzado	cuando	expresaba	 ternura,	 tristeza	o
temor.
Antonio	entró	a	terapia	debido	a	que	su	esposa	Susana	amenazaba
con	dejarlo.	Ella	temía	por	su	matrimonio;	quería	que	Antonio	fuera
más	 espontáneo	 y	 expresivo	 con	 ella.	 Él	 estaba	 desconcertado	 por
las	exigencias	de	su	esposa,	aunque	dijo	estar	dispuesto	a	aprender
cómo	expresar	ternura	sin	sentirse	avergonzado.
El	examen	minucioso	de	la	relación	entre	Antonio	y	Susana	reveló
que	 ella	 siempre	 había	 sido	 la	 compañera	 expresiva.	 De	 hecho,
manifestaba	mucha	emoción	y,	por	momentos,	 su	conducta	rayaba
en	 la	 histeria.	 Antonio	 continuó	 reprimiendo	 sus	 sentimientos
porque	 pensaba	 que	 si	 los	 dos	 eran	 emotivos,	 “algo	 se	 rompería”.
Estaban	atrapados	en	un	círculo	vicioso:	entre	menos	se	expresaba
él,	más	emocional	era	ella;	entre	más	emocional	se	ponía	ella,	más
se	ensimismaba	él.
A	 través	 de	 la	 terapia	 aprendieron	 que,	 debido	 a	 que	 Susana
actuaba	como	 la	 compañera	que	 sentía	y	Antonio	 se	desempeñaba
como	 el	 pensante	 —papeles	 sexuales	 tradicionales—,	 la	 pareja
funcionaba	como	una	sola	persona.	Eso	producía	molestias,	ya	que
limitaba	las	posibilidades	de	expresión	individual.
Antonio	tenía	que	aprender	de	nuevo	a	sentir	y	expresar	toda	 la
gama	 de	 emociones	 adultas;	 Susana	 debía	 llegar	 a	 conocerse	 a	 sí
misma	 lo	 suficiente	 como	 para	 sentirse	 más	 calmada	 y	 confiada
acerca	 de	 sus	 habilidades	 y	 puntos	 fuertes.	 Aprender	 a	 ser	 más
expresivo	 no	 fue	 fácil	 para	 Antonio;	 al	 principio	 se	 sintió	 “menos
masculino”	cuando	trataba	de	hablar	sobre	sus	sentimientos	con	su
esposa.	Y	a	ella	se	le	hacía	difícil	aprender	a	pensar	y	actuar	por	sí
misma.	Ahora,	ambos	están	esforzándose	por	desarrollarse	en	forma
individual	y	tener	un	mejor	matrimonio.
Todos	los	días,	nuestra	sociedad	nos	estimula	de	mil	maneras	a	buscar
relaciones	adictivas.	Nuestra	cultura	 idealiza	e	 invita	a	 la	dependencia.
El	amor	dependiente	se	muestra	en	la	música,	 la	literatura,	el	cine	y	la
televisión,	que	ponen	el	énfasis	en	la	sensación	de	que	no	podemos	vivir
sin	otra	persona.	 Sea	 testigo	de	 la	 trama	de	una	novela	popular	o	una
telenovela	dirigida	tanto	a	hombres	como	a	mujeres:	son	típicas	odas	al
amor	destructivo.	Cuando	amamos,	podemos	sentirnos	naturalmente	de
esta	manera,	pero	ello	debería	equilibrarse	con	una	valoración	sana	de
nuestra	independencia	y	valía	propias.
Incluso	 nuestras	 familias	 y	 amigos	 nos	 dirigen	 hacia	 relaciones
adictivas.	Aunque	esa	dirección	es	sutil	y	no	verbal,	resulta	poderosa	y
penetrante.	Desde	pequeños,	callada,	constantemente,	observamos	cómo
los	 adultos	 resuelven	 problemas.	Vemos	 y	 buscamos	modelos	 a	 imitar.
Sin	embargo,	es	frecuente	que	nuestros	modelos	no	tengan	conocimiento
acerca	de	 las	 relaciones	y	maneras	sanas	de	solucionar	problemas,	y	 la
importancia	de	la	individualidady	la	autonomía.	En	suma,	mamá	y	papá
no	 siempre	 son	 los	 mejores	 maestros;	 tienen	 sus	 cualidades,	 pero
también	sus	limitaciones.
En	 las	 sesiones	 iniciales	 de	 terapia,	 a	 menudo	 se	 le	 pregunta	 al
paciente:	 “Si	 sus	 padres	 hubieran	 tenido	 este	 mismo	 problema	 en	 su
relación,	 ¿cómo	 lo	 habrían	 resuelto?”	 Las	 respuestas	 muestran,	 por	 lo
regular,	que	la	persona	no	ha	adquirido	las	herramientas	necesarias	para
escapar	de	las	relaciones	dependientes	y	fomentar	las	sanas,	basadas	en
el	 respeto	por	uno	mismo.	Una	y	otra	vez,	 la	 gente	 trata	de	 armar	 los
rompecabezas	de	su	relación	sin	tener	todas	las	piezas.	Si	usted	tiene	40
piezas	de	un	 rompecabezas	de	100,	 ¿cuál	 es	 la	 probabilidad	de	que	 lo
complete?	 ¡No	 muy	 alta!	 Tiene	 sentido	 buscar	 las	 60	 piezas	 restantes
antes	de	 tirar	el	 rompecabezas	o	proclamar	que	sabe	cómo	armarlo	sin
las	 piezas	 que	 faltan.	 Resulta	 trágico	 que	 muchos	 prefieran	 tirar	 el
rompecabezas	antes	de	buscar	éstas.
No	es	sorprendente	que	la	tasa	de	divorcios	sea	tan	alta.	Mucha	gente
vive	en	familias	“cerradas”;	esto	es,	se	espera	que	los	niños	piensen	y	se
comporten	como	lo	hacen	sus	padres.	A	menudo,	eso	está	perfectamente
bien,	pero	cuando	las	reacciones	aprendidas	a	los	problemas	llevan	a	la
infelicidad	y	la	frustración,	llega	el	momento	de	salirse	de	la	familia	para
aprender	maneras	nuevas	y	más	efectivas	de	solucionar	los	conflictos.	La
mente	es	como	una	computadora:	 recaba	y	almacena	 información,	y	 la
programa	 para	 utilizarla	 cuando	 es	 necesario.	 Si	 la	 computadora	 tiene
información	inadecuada	o	no	tiene	programa	alguno,	el	problema	no	se
puede	resolver.
El	papel	de	las	búsquedas	espirituales
Muchos	dirían	que	la	espiritualidad	es	lo	que	distingue	a	los	hombres	de
los	animales.	Y	es	cierto:	 sentir	nuestra	naturaleza	espiritual	es	una	de
las	 experiencias	 más	 profundas	 que	 podemos	 tener.	 No	 estamos
hablando	de	una	experiencia	estrictamente	religiosa,	aunque	ésta	puede
desempeñar	un	papel	importante.	La	búsqueda	espiritual	puede	definirse
como	aquella	que	transporta	a	una	persona	más	allá	de	las	necesidades
materiales,	más	allá	de	los	placeres	terrenales,	hacia	una	búsqueda	muy
personal	y	profunda	del	significado	y	finalidad	de	la	vida.
Debido	a	que	poca	gente	ha	aprendido	a	desarrollar	su	espiritualidad,
la	 adicción	 al	 amor	 puede	 adquirirse	 bajo	 la	 falsa	 creencia	 de	 que	 la
unión	de	dos	dependencias	es	la	mayor	experiencia	espiritual.	Y	es	fácil
entender	 cómo	puede	ocurrir	 esto,	 ya	que	al	principio	de	una	 relación
amorosa,	 las	 personas	 se	 sienten	 eufóricas,	 alcanzan	 un	 éxtasis	 de
proporciones	 casi	 místicas,	 y	 el	 pensamiento	 racional	 se	 subordina
justamente	a	esas	sensaciones.
El	 psicólogo	 Abraham	 Maslow,	 quien	 cree	 que	 las	 teorías	 de	 la
personalidad	y	motivación	deben	poner	 énfasis	 en	 el	 desarrollo	 sano	y
normal,	ha	propuesto	una	jerarquización	de	necesidades	para	describir	el
desarrollo	 ya	 no	 a	 partir	 de	motivaciones	 físicas	 e	 intuitivas,	 sino	más
racionales	y	trascendentes.	La	teoría	de	Maslow	de	la	“autorrealización”,
útil	para	entender	la	importancia	del	cuestionamiento	espiritual,	afirma
de	 una	 manera	 sencilla	 que	 los	 humanos	 tienden	 a	 ser	 todo	 lo	 que
pueden	 ser.	 Aquí	 se	 ilustra	 la	 pirámide	 de	 los	 esfuerzos	 humanos	 de
Maslow:
Asimismo,	a	continuación	se	enlistan	las	características	de	la	gente	que
se	acerca	a	la	autorrealización:
1.	 Aceptación	de	la	realidad.
2.	 Aceptación	de	sí	mismos	y	del	resto	de	la	gente	y	el	mundo	por	lo
que	son.
3.	 Espontaneidad.
4.	 Concentración	en	los	problemas	más	que	en	sí	mismos.
5.	 Actitud	de	desapego	y	necesidad	de	privacía.
6.	 Autonomía	e	independencia.
7.	 Valoración	de	la	gente	y	las	cosas	más	realista	que	estereotipada.
8.	 La	 mayoría	 tiene	 experiencias	 místicas	 o	 espirituales	 —no
necesariamente	religiosas—	profundas.
9.	 Identificación	con	la	humanidad.
10.	 Relaciones	 íntimas	 con	 unas	 cuantas	 personas,	 a	 quienes	 aman	 de
una	manera	especial,	y	tienden	a	ser	profundas,	no	superficiales.
11.	 Valores	y	actitudes	democráticos.
12.	 No	confunden	medios	con	fines.
13.	 Sentido	del	humor	filosófico	más	que	agresivo.
14.	 Oposición	al	conformismo	cultural.
15.	 Trascienden	el	medio	ambiente	por	medio	de	la	cultura	en	lugar	de
sólo	lidiar	con	él.
Mientras	 la	naturaleza	humana	se	concentra	en	 la	 supervivencia	y	 la
seguridad,	 nuestra	 naturaleza	 espiritual	 busca	 el	 crecimiento	 de	 la
persona	 y	 la	 fusión	 con	 los	 otros.	 Maslow	 cree	 que	 la	 naturaleza
reconoce	 nuestra	 necesidad	 de	 pertenencia,	 de	 ser	 parte	 del	 grupo
humano.
El	 amor	 erótico	 obsesivo	 suele	 ser	 un	 intento	 errático	 de	 lograr	 esa
fusión	que	tanto	deseamos.	Queremos	terminar	con	los	sentimientos	de
soledad	 causados	 por	 los	 frenos	 que	 hemos	 aprendido	 a	 poner	 a	 la
verdadera	 intimidad.	En	un	estado	de	excitación	sexual,	a	menudo	uno
está	dispuesto	a	rebasar	esos	límites	para	fundirse	en	el	otro.	Si	la	fusión
es	 dependiente	 e	 inmadura,	 el	 resultado	 es	 una	 barrera	 a	 la
autorrealización.	 Como	 dijo	 Erich	 Fromm,	 “ese	 deseo	 de	 fusión
interpersonal	 es	 el	 impulso	 más	 poderoso	 que	 existe	 en	 el	 hombre.
Constituye	su	pasión	más	 fundamental,	 la	 fuerza	que	sostiene	a	 la	raza
humana…El	 amor	 erótico…es	 el	 anhelo	de	 la	 fusión	 completa…Por	 su
propia	naturaleza,	es	exclusivo	y	no	universal…”
Adoptada	 desde	 niña	 por	 una	 familia	 que	 le	 daba	 poco	 amor	 o
apoyo	 emocional,	 Silvia	había	 sufrido	maltrato	 físico	 y	 emocional,
así	 como	 abuso	 sexual.	 Como	 resultado,	 prometió	 que	 nunca	 se
acercaría	 a	 nadie,	 ya	 que	 hacerlo	 era	 demasiado	 peligroso	 (eso	 le
habían	llevado	a	creer	sus	experiencias	de	la	infancia).
En	su	juventud,	no	obstante,	Silvia	luchó	con	su	necesidad	interna
de	establecer	vínculos	 con	 los	otros,	una	necesidad	que	había	 sido
bloqueada	por	su	promesa	de	autoprotección.	La	única	manera	en	la
que	se	sentía	capaz	de	estar	cerca	de	otro	era	a	través	del	sexo.	Sus
relaciones	eran	superficiales,	sólo	sexualmente	motivadas	y	de	poca
duración.	 Una	 y	 otra	 vez,	 Silvia	 se	 quejaba	 de	 una	 sensación	 de
vacío	y	un	deseo	de	estar	cerca	de	alguien	por	quien	sintiera	afecto,
y	que	éste	fuera	recíproco.
Sin	 duda,	 en	 la	 gente	 madura,	 el	 amor	 erótico	 complementa
bellamente	el	amor	espiritual.	Tristemente,	sin	embargo,	el	deseo	sexual
es	 para	muchos	 sólo	 un	 intento	 por	 aliviar	 el	 temor	 a	 la	 soledad,	 por
tratar	de	llenar	un	vacío.	En	ese	sentido,	el	amor	es	adictivo.
Creencias	psicológicas:	el	papel	del	niño	que	llevamos
dentro
La	 adicción	 al	 amor	 también	 puede	 originarse	 en	 una	 búsqueda
inconsciente	 por	 satisfacer	 necesidades	 no	 cubiertas	 en	 la	 infancia	 y
fortalecer	 poderosas	 creencias	 infantiles.	 Cada	 uno	 de	 nosotros
representa	un	drama	que	busca	respuesta	a	las	preguntas:	“¿quién	soy?,
¿quiénes	son	 los	otros?,	¿cómo	obtengo	de	 la	vida	 lo	que	necesito?”	El
drama	 no	 se	 representa	 en	 la	 mente	 consciente,	 pero	 afecta	 nuestros
pensamientos,	emociones,	elecciones	y	comportamientos	conscientes.	Los
protagonistas	 del	 drama	 son	mitos,	 roles	 y	 restricciones	 diseñados	 por
nosotros	 en	 la	 infancia	 para	 enfrentar	 necesidades	 de	 supervivencia
tempranas.	Una	promesa	hecha	a	uno	mismo,	como	la	de	Silvia	—quien
la	hizo	en	un	momento	de	trauma—,	puede	gobernar	nuestra	conducta.
En	la	infancia	valorábamos	el	mundo	de	la	mejor	manera	que	podíamos,
para	determinar	qué	hacer	o	no	hacer	y,	así,	asegurarnos	la	comodidad	y
supervivencia.	 Y	 para	 algunos,	 como	 Silvia,	 eso	 significaba	 limitar	 la
capacidad	propia	de	intimidad,	autonomía	y	espontaneidad.
Cada	uno	de	nosotros	cree	que	sabe	quién	es.	Sin	embargo,	no	estamos
realmente	conscientes	de	lo	que	somos;	lo	que	uno	sabe	sobre	sí	mismo
es	apenas	la	punta	de	un	iceberg.	Cada	experiencia	vital	se	graba	en	el
sistema	 nervioso.	 Desde	 las	 experiencias	 tempranas,	 buenas	 ymalas,
combinamos	 nuestras	 concepciones	 con	 creencias	 lógicas	 en	 las	 cuales
nos	 basamos	 para	 tomar	 decisiones	 adultas.	 Eso	 incluye,	 desde	 luego,
decisiones	conscientes	o	inconscientes	acerca	del	amor.
En	 nuestra	 vida	 usaremos	 tan	 sólo	 una	 pequeña	 porción	 de	 nuestro
potencial	 físico,	 emocional,	 intelectual	 y	 espiritual,	 los	 cuales
desempeñan	 un	 papel	 en	 el	 amor	 verdadero.	 ¿Por	 qué	 nos	 limitamos
tanto?	Y,	¿de	qué	manera	esta	limitación	afecta	al	amor?	Las	respuestas
a	 estas	 preguntas	 pueden	 ser	 útiles	 para	 nuestra	 comprensión	 de	 los
orígenes	psicológicos	de	la	adicción	al	amor.
CAPÍTULO	3
Psicología	de	la	adicción	al	amor
Trabajo	con	mucha	gente	que	ha	pasado	por	tratamientos	para	combatir
la	 dependencia	 de	 sustancias	 químicas,	 clínicas	 para	 perder	 peso	 o
programas	para	dejar	de	fumar,	así	como	con	quienes	han	tenido	varias
relaciones	amorosas	no	 satisfactorias.	Muchos	de	 los	que	han	 superado
un	 patrón	 de	 conducta	 problemático	 ven	 que	 aún	 albergan	 impulsos
compulsivos	 para	 continuar	 una	 adicción	 o	 sustituirla	 por	 otra.
Racionalmente	pueden	comprender	que	esa	conducta	es	autodestructiva,
pero	física	y	emocionalmente	todavía	les	atrae.
Cuando	una	persona	abandona	una	adicción	sólo	para	sustituirla	por
otra	revela	una	personalidad	adictiva.	Si	tal	conducta	ocurre	una	y	otra
vez,	 se	 debe	 buscar	 ayuda	 externa.	 Existe	 una	 razón	 psicológica	 para
nuestra	dependencia	insana	hacia	otras	personas.	Es	necesario	descubrir
la	 base	 psicológica	 de	 dicha	 conducta	 para	 superarla.	 Como	 se	 asentó
anteriormente,	 la	 adicción	 psicológica	 parece	 ser	 resultado	 de
necesidades	de	dependencia	no	satisfechas	y	una	búsqueda	inconsciente
por	satisfacerlas.
La	 historia	 de	 Andrea	 revela	 cómo	 varios	 tipos	 de	 conducta
compulsiva	pueden	estar	presentes	en	un	solo	individuo.
Andrea,	 de	 30	 años	 de	 edad,	 había	 tenido	 varias	 relaciones
dependientes	en	la	adolescencia	y	principios	de	su	vida	adulta.	Sus
relaciones	 amorosas	 eran,	 por	 lo	 general,	 emocionalmente
desgarradoras	 y	 a	 menudo	 conllevaban	 abuso	 físico.	 Tendía	 a
enamorarse	de	hombres	que	la	usaban	y	abusaban	de	ella.
Cuando	Andrea	comenzó	la	terapia,	su	confianza	en	sí	misma	era
baja.	Aunque	tenía	una	personalidad	encantadora,	una	mente	aguda
y	 un	 rostro	 hermoso,	 tenía	 un	 exceso	 de	 peso,	 alrededor	 de	 20
kilogramos	 de	 más.	 Esperaba	 descubrir	 por	 qué	 no	 era	 capaz	 de
perder	peso	sin	volver	a	subir,	ya	que	había	probado	varias	dietas	y
en	ocasiones,	logrado	la	imagen	corporal	que	deseaba	—peso	medio
y	 buen	 tono	 corporal—,	 pero	 recuperaba	 kilos	 en	 unos	 cuantos
meses.
Andrea	 también	 habló	 de	 su	 anhelo	 de	 una	 relación	 amorosa
duradera.	 En	 ese	momento	 estaba	 profundamente	 involucrada	 con
un	 hombre	 abusivo,	 un	 antiguo	 amante,	 entonces	 casado,	 que	 la
llamaba	de	vez	en	cuando	y	a	quien	aceptaba	sus	invitaciones.
En	 el	 curso	 de	 la	 terapia	 se	 le	 pidió	 a	 Andrea	 que	 su	 parte	 de
gorda	escribiera	una	carta	a	la	parte	que	quería	un	cuerpo	delgado	y
saludable.	“Si	 te	mantengo	gorda	y	poco	atractiva	—escribió—,	no
tendrás	que	sentir	el	miedo	de	iniciar	una	relación.	No	tendrás	que
sentir	 incertidumbre	 y	 deseos	 de	 complacer.	 Puedo	 mantenerte
alejada	 del	 dolor	 que	 causa	 el	 tipo	 de	 hombres	 que	 te	 atraen:
¡sinvergüenzas!	 Siempre	 te	 involucras	 con	 hombres	 excesivamente
machos	 que	 te	 dominan	 hasta	 que	 te	 ofendes,	 o	 escoges	 hombres
que	tienen	demasiadas	necesidades.	No	confío	en	tu	elección	de	un
hombre	bueno,	así	que	te	protejo	manteniéndote	gorda.	¡No	me	iré
hasta	que	esté	segura	de	que	no	seguirás	lastimándote	a	ti	misma!”
La	 carta	 de	 Andrea	 revelaba	 una	 profunda	 convicción	 de	 que	 su
compulsión	 por	 la	 comida	—el	 lado	 dependiente	 de	 su	 personalidad—
hacía	las	veces	de	una	amiga	protectora.	Su	adicción	a	la	comida	era	un
intento	 por	 protegerse	 del	 abuso	 y	 el	 dolor;	 paradójicamente,	 su
obesidad	 la	 exponía	 exactamente	 a	 lo	 que	 quería	 evitar.	 Andrea	 debía
desarrollar	 su	autoestima	y	potencial	personal.	La	 terapia	hacía	énfasis
en	la	restructuración	de	sus	sentimientos	e	ideas	acerca	de	sí	misma,	no
de	su	peso.
En	un	nivel	inconsciente,	las	tendencias	dependientes	pueden	hacer	las
veces	 de	 protectoras	 mal	 encaminadas;	 dan	 una	 ayuda	 tergiversada	 e
inefectiva	 para	 lograr	 la	 estabilidad	 emocional	 y	 la	 supervivencia.	 El
objetivo	 de	 una	 buena	 terapia	 y	 de	 los	 libros	 de	 autoayuda	 es
proporcionar	herramientas	para	auxiliar	a	 la	gente,	como	Andrea,	para
que	tenga	una	vida	menos	frustrante,	más	satisfactoria.
Comprensión	psicológica	de	las	dependencias
El	análisis	transaccional,	desarrollado	en	las	décadas	de	los	cincuenta	y
sesenta	 por	 el	 doctor	 Eric	 Berne,	 es	 un	 modelo	 de	 desarrollo	 de	 la
personalidad	 que	 ha	 probado	 ser	 especialmente	 efectivo	 para	 la
comprensión	de	las	relaciones	caracterizadas	por	la	adicción.	Puede	ser
útil	para	extraer	de	raíz	el	drama	vital	subyacente	que	da	sustento	a	la
conducta	caracterizada	por	la	adicción.	En	las	siguientes	páginas	aparece
un	breve	resumen	de	algunos	de	los	principios	de	este	sistema;	resultan
útiles	 para	 comprender	 cómo	 nuestro	 drama	 vital	 se	 relaciona	 con	 la
adicción	al	amor.
El	análisis	transaccional	divide	nuestras	personalidades	en	tres	partes
o	estados	bien	definidos:	el	del	ego	paternal,	el	del	ego	adulto	y	el	del
ego	infantil.
El	estado	del	ego	paternal	estructura,	nutre	y	protege.
El	del	ego	adulto	piensa	y	resuelve	problemas.
El	del	ego	infantil	siente	e	identifica	necesidades.
Estado	del	ego	infantil
El	estado	del	ego	infantil	es	la	primera	parte	de	nuestra	personalidad	que
se	 forma	 y	 la	 única	 que	 tenemos	 al	 nacer.	 Es	 la	 fuente	 de	 nuestras
sensaciones	 y	 sentimientos	 más	 profundos.	 En	 él	 percibimos	 la	 vida
fundamentalmente	 a	 través	 de	 nuestros	 sentidos,	 a	 través	 de
sentimientos	 y	 deseos	 profundos.	 El	 estado	 del	 ego	 infantil	 es	 el	 que
identifica	 lo	 que	 necesitamos	 y	 queremos,	 y	 establece	 contacto	 con	 el
mundo,	 confiando	 en	 que	 las	 necesidades	 serán	 satisfechas.	 Es	 donde
comienzan	los	mitos	que	apoyan	la	adicción	al	amor.
Estado	del	ego	adulto
La	 segunda	parte	 de	 la	 personalidad	 que	 se	 desenvuelve,	 el	 estado	 del
ego	 adulto,	 actúa	 de	 manera	 similar	 a	 una	 computadora:	 recaba
información,	 la	 procesa	 y	 da	 respuestas.	 La	 solución	 racional	 de
problemas,	 no	 la	 emoción,	 es	 su	 sello	 distintivo.	 Si	 el	 estado	 del	 ego
adulto	recibe	información	precisa,	proporcionará	soluciones	manejables.
Desafortunadamente,	 la	 información	 es	 a	 menudo	 imprecisa;	 el	 solo
hecho	de	operar	en	dicho	estado	no	es	garantía	de	que	las	soluciones	a
los	problemas	funcionarán.
Estado	del	ego	paternal
La	 tercera	 y	última	parte	de	 la	personalidad	que	 se	 forma	es	 conocida
como	el	estado	del	ego	paternal	porque	su	 función	se	asemeja	a	 la	del
padre.	Consiste	en	un	plan	maestro	de	líneas	generales,	reglas	y	permisos
para	la	vida;	proporciona	protección;	nos	dice	qué	hacer	para	tener	una
vida	 productiva;	 a	 veces	 controla,	 critica	 e	 impide	 el	 desarrollo	 de
nuestra	parte	infantil.
Podemos	 experimentar	 tres	 tipos	 de	 dependencia	 en	 las	 relaciones,
pero	no	todas	se	caracterizan	por	la	adicción.	Los	adultos	tienen	acceso	a
los	 tres	 estados	 del	 ego,	 pero	 los	 niños	 no.	 Y	 es	 que,	 obviamente,	 los
niños	 no	 pueden	 pensar	 o	 protegerse	 por	 sí	 mismos;	 establecen	 una
dependencia	sana	y	necesaria	con	sus	padres,	y	junto	con	ellos	funcionan
como	 una	 sola	 persona.	 Toman	 prestados	 los	 estados	 del	 ego	 adulto	 y
paternal	 de	 sus	 padres	 hasta	 que	 tienen	 los	 suyos	 propios.	 En	 una
relación	 padre-hijo	 normal	 y	 sana,	 el	 padre	 proporciona	 amor,
protección	y	alimento.	Esto	recibe	el	nombre	de	dependencia	primaria.
Es	 necesaria	 si	 el	 niño	ha	 de	 prosperar	 y	 desarrollar	 la	 habilidad	 para
establecercontactos	 íntimos,	 ser	 espontáneo,	 independiente	 y,
finalmente,	interdependiente.	La	dependencia	autónoma	supone	que	los
tres	estados	del	ego	de	dos	adultos	están	disponibles	para	dar	y	recibir
de	manera	sana.	Pero	para	que	un	niño	pase	de	la	dependencia	absoluta
a	la	autonomía	es	preciso	que	la	figura	paterna	satisfaga	sus	necesidades
específicas	 en	 cada	 etapa	 de	 desarrollo.	 En	 cada	 una	 de	 éstas,	 el	 niño
debe	tener	experiencias	importantes	y	escuchar	palabras	que	afirmen	su
valía,	habilidades	y	derechos.
Debido	a	que	muy	pocos	o	prácticamente	ninguno	de	nosotros	obtiene
todo	 lo	 que	 necesita	 de	 su	 dependencia	 primaria	 en	 la	 infancia,	 se
desarrolla	un	sistema	secundario,	conforme	se	esfuerza	por	sobrevivir	y
crecer.	 Esta	 dependencia,	 a	 la	 que	 llamaré	 sistema	 de	 dependencia
caracterizado	 por	 la	 adicción,	 es	 la	 base	 para	 las	 relaciones	 adultas
caracterizadas	por	la	adicción.	Habría	que	recordar	el	caso	de	Ana,	cuya
infancia	 dominada	 por	 el	 abuso	 le	 dificultó	 aprender	 a	 estimarse	 a	 sí
misma	 y	 ser	 autosuficiente.	 Tal	 sistema	 dominaba	 su	 conducta	 adulta
conforme	se	hacía	cargo	de	otros	con	la	creencia	de	que,	al	hacerlo	así,
obtendría	estima	y	autosuficiencia.
El	niño	interior:	la	dependencia	adictiva
El	estado	del	ego	infantil	merece	un	escrutinio	más	profundo,	ya	que	es
importante	para	nuestro	examen	de	la	adicción	al	amor.	En	ese	estado,
dice	Berne,	hay	tres	componentes:	el	niño	natural,	el	pequeño	profesor	y
el	padre	en	el	niño.
Al	nacer,	sólo	está	presente	el	niño	natural,	la	fuente	de	sensaciones	y
sentimientos	 que	 nos	 dice	 qué	 necesitamos	 para	 sobrevivir.	 El	 niño
natural	 entra	 en	 contacto	 con	 el	 mundo	 espontáneamente	 con	 la
esperanza	de	obtener	lo	que	necesita.	Y	continuará	haciéndolo	a	menos
que	se	le	detenga,	ignore	o	asuste.
Aproximadamente	a	 los	 seis	meses	aparece	el	pequeño	profesor.	Este
aspecto	 creativo	 e	 intuitivo	 de	 la	 personalidad	 explora	 el	mundo	 para
responder	a	la	pregunta:	“¿Cómo	hago	para	que	los	adultos	permanezcan
aquí?”	 Al	 pequeño	 profesor,	 maestro	 del	 cálculo	 infantil,	 lo	 impele	 la
necesidad	innata	de	sobrevivir.	El	niño	natural	sabe	que	necesita	ciertas
cosas	 —alimento,	 calor,	 protección,	 estimulación,	 ser	 tocado—	 para
mantenerse	vivo;	en	suma,	el	niño	natural	sabe	que	debe	mantener	a	las
personas	 grandes	 a	 su	 alrededor	 para	 sobrevivir.	 Es	 tarea	 del	 pequeño
profesor	responder	a	 la	pregunta	que	plantea	este	conocimiento:	¿cómo
mantenerlos	aquí?
A	la	edad	de	tres	años	se	desarrolla	la	tercera	parte	del	estado	del	ego
infantil:	el	padre	en	el	niño.	Esta	etapa,	que	dura	hasta	la	edad	de	siete	u
ocho	años,	es	el	reino	de	los	mitos	y	la	magia,	de	Santa	Claus,	del	coco	y
los	monstruos.	Así,	cuando	su	madre	decía:	“¡me	haces	enojar!”	o	“¡me
haces	 sentir	 bien!”,	 usted	 tomaba	 sus	 palabras	 literalmente;	 usted	 se
creía	capaz	de	controlar	 los	 sentimientos	de	ella,	y	que	ella	controlaba
los	suyos.	Usted	pensaba	en	blanco	y	negro	—sin	gris—,	porque	ésa	era
la	única	manera	en	la	que	su	mente	podía	funcionar	en	ese	entonces.	El
padre	en	el	niño	es	el	detentador	de	mitos,	a	los	que	considera	verdades
y	que	dan	sustento	al	amor	adictivo.
He	aquí	una	historia	de	mi	niñez,	pero	quizá	también	sea	de	la	suya.
Recuerdo	que	cuando	 tenía	 como	cuatro	años	me	dijeron	que	 si
cruzaba	 la	calle	 sin	permiso,	algo	malo	me	pasaría.	Un	día,	estaba
sentada	 en	 la	 banqueta	 con	mi	 hermana	 de	 cinco	 años	 y	medio	 y
podía	 ver	 que	 no	 había	 coches	 cerca.	 Dije:	 “Apuesto	 a	 que	 nada
malo	pasa	si	cruzo	la	calle.”	A	pesar	de	las	protestas	de	mi	hermana
atravesé	corriendo	la	calle	y	regresé.
“¿Viste?	 ¡No	pasó	nada!”,	exclamé.	Sin	embargo,	mi	bravura	era
superficial;	no	estaba	segura	de	que	no	iba	a	pasar	algo	malo	debido
a	mi	mala	conducta;	el	miedo	recorría	todo	mi	cuerpo.
Esa	tarde,	nuestra	familia	iba	en	el	coche	cuando	sonó	una	sirena.
Me	 dio	 pánico	 y	 pregunté:	 “¿Qué	 es	 eso?”	 Mi	 padre	 respondió
sarcásticamente:	“Oh,	es	la	policía.	Supongo	que	alguna	de	ustedes
hizo	algo	malo.”
Estaba	aterrorizada;	¡me	habían	descubierto!	Traté	de	esconderme
debajo	del	 asiento.	Mis	 padres	 no	podían	 entender	mis	 lágrimas	 y
gritos,	 y	 la	 forma	 en	 que	 mi	 mente	 pequeña	 y	 mágica	 estaba
interpretando	 los	 acontecimientos,	 ya	 que	 no	 sabían	 lo	 que	 había
pasado	unas	horas	antes.
Cuando	por	fin	pudieron	interrogarme,	me	ayudaron	a	distinguir
entre	mis	conclusiones	erradas	y	la	realidad.	Me	aseguraron	que	era
una	 niña	 buena	 aun	 si	 me	 había	 portado	 mal	 una	 vez;	 que	 las
sirenas	sonaban	porque	había	un	incendio;	que	a	veces	era	peligroso
cruzar	 la	 calle.	Me	 explicaron	que	 su	 advertencia	 la	 habían	hecho
porque	un	vecino	había	sido	atropellado	por	un	auto.
Al	calmarme	con	explicaciones	y	 reafirmaciones,	me	ayudaron	a
distinguir	entre	el	pensamiento	imaginario	y	la	realidad.	No	tenía	la
edad	 suficiente	 para	 hacerlo	 por	 mí	 misma.	 Si	 mis	 padres	 me
hubieran	 reñido	 o	 zurrado,	 bien	 pude	 haber	 creído	 que	 era
realmente	mala.
La	 expresión	 a	 veces	 es	 muy	 importante	 para	 los	 niños	 pequeños,
quienes	a	menudo	piensan	en	términos	absolutos	—siempre,	nunca—,	que
terminan	por	ser	decepciones	adultas.	Los	niños	de	cuatro	y	cinco	años
—y	algunos	adultos	a	quienes	sus	padres	no	les	explicaron	las	cosas	tan
bien	 como	 los	míos—	 tienen	 la	 firme	 creencia	 de	 que	 no	 deben	 hacer
ciertas	 cosas,	 a	 menudo	 algunas	 que	 están	 perfectamente	 bien,	 o
pondrán	en	peligro	a	los	demás	y	a	ellos	mismos.
El	niño	natural	sabe	que	necesita	algo;	el	pequeño	profesor	descubre	la
manera	de	conseguir	ese	algo,	y	el	padre	en	el	niño	realiza	un	plan	de
acción	para	mantener	cerca	ese	“algo”,	es	decir,	 las	personas	esenciales
alrededor.	En	un	niño,	tales	dinámicas	son	perfectamente	normales,	pero
en	un	adulto	pueden	causar	problemas	cuando	alimentan	creencias	que
convierten	al	amor,	 la	más	preciosa	de	las	emociones	humanas,	en	una
dependencia	insana.
Los	mitos	detrás	de	la	adicción	al	amor
Detrás	 de	 toda	 relación	 amorosa	 dependiente	 se	 oculta	 una	 historia
infantil	 dominada	 por	 el	 pensamiento	 mágico	 y	 por	 poderosos	 mitos.
Una	historia	así	es	la	de	Bruno,	un	profesionista	financieramente	exitoso,
muy	 respetado	 en	 la	 comunidad,	 que	 empezó	 la	 terapia	 con	 una
autoestima	 alta.	 Su	 problema	 era	 una	 incapacidad	 para	 establecer
relaciones	que	satisficieran	sus	necesidades	de	apoyo	y	cercanía.	Parecía
tener	un	patrón	de	selección	de	mujeres	con	necesidades	muy	grandes	o
que	 eran	 tan	 independientes	 que	 no	 respondían	 a	 sus	 propias
necesidades.	Desde	 el	 punto	 de	 vista	 racional	 estaba	 consciente	 de	 sus
patrones	y	selecciones,	pero	era	incapaz	de	entenderlos.	Al	explorar	sus
antecedentes,	gran	parte	de	 los	cuales	había	olvidado	conscientemente,
surgió	la	siguiente	historia.
Un	día	común	y	corriente,	Bruno,	de	cuatro	años	de	edad,	abrazó
a	 su	madre	 y	 salió	 corriendo	 para	 jugar;	 la	 vida	 era	 feliz.	 Pasó	 el
tiempo,	 y	 como	 hace	 cualquier	 niño,	 Bruno	 fue	 a	 casa	 para
reportarse	 con	 su	mamá	 y	 asegurarse	 de	 que	 el	mundo	 en	 el	 que
vivía	 seguía	 marchando	 en	 orden.	 Cuando	 entró,	 encontró	 a	 su
madre	 llorando;	 tenía	 en	 brazos	 a	 su	 hermanito,	 quien	 también
lloraba.	 Bruno	 no	 sabía	 que	 sus	 padres	 acababan	 de	 tener	 una
discusión	por	teléfono.	Súbitamente,	su	mundo	parecía	amenazado	y
sintió	terror.	“¿Qué	he	hecho	o	dejado	de	hacer?”,	se	preguntó	a	sí
mismo.	Para	hallar	consuelo	y	reafirmación,	Bruno	preguntó:
“¿Qué	 pasa,	mami?	 ¿Está	 todo	 bien?”	 Ella	 respondió:	 “Querido,
estoy	 tan	 contenta	 de	 que	 estés	 aquí.	 Dile	 a	mami	 que	 todo	 va	 a
estar	bien.”	Bruno	sintió	una	confusión	momentánea	y	después	hizo
lo	 que	 su	 madre	 le	 sugería.	 Le	 palmeó	 el	 brazo,	 le	 sonrió	 y	 dijo
mágicamente:	“Está	bien,	mami,	todo	estará	bien.	¡Estoy	seguro!”	Su
madre	sonrió	y	dijo:	“Eres	un	hijo	maravilloso.	No	sé	qué	haría	sin
ti.”
Nuevamenteel	 mundo	 de	 Bruno	 estaba	 en	 orden.	 Pero	 en	 ese
momento	 sucedió	 algo	 significativo.	 El	 niño	 de	 cuatro	 años	 no	 pudo
percibir	que	el	 incidente	era	una	ocurrencia	natural	y	aislada,	y	que	el
consuelo	que	 le	ofreció	a	 su	madre	no	era	el	 resultado	de	algún	poder
mágico	 que	 él	 tuviera.	 Nació	 un	mito	 y	 se	 estableció	 la	 grandiosidad:
Bruno	empezó	a	creer	que	de	alguna	manera	tenía	la	capacidad	de	hacer
sentir	 bien	 a	 su	madre	 (y	 quizá	 a	 todo	 el	mundo);	 además,	 tenía	 que
hacerlo	para	satisfacer	sus	propias	necesidades.	La	creencia	infantil	que
prevaleció	era:	“Estoy	a	cargo	de	hacer	sentir	bien	o	mal	a	 la	gente;	 lo
que	 diga,	 piense,	 sienta	 o	 haga	 hará	 que	 permanezcan	 cerca	 o	 los
alejará.”
La	historia	de	la	infancia	de	Bruno	puede	sonar	conmovedora	y	dulce:
un	 niño	 preocupado	 por	 su	madre	 triste.	 Pero	 Bruno	 era	 un	 niño	 que
necesitaba	 que	 su	madre	 fuera	 una	 persona	 grande	 que	 se	 preocupara
por	 él.	 Como	 otros	 niños	 de	 esta	 edad	 que	 aún	 no	 son	 capaces	 de
distinguir	el	“hacer	como	que”	y	la	realidad,	temía	que	si	algo	les	pasaba
a	 sus	padres,	 su	mundo	 se	acabaría.	También	creía	que	él	podía	 ser	 la
causa	 del	 dolor	 de	 su	 madre;	 los	 padres	 a	 menudo	 dicen
inconscientemente	 frases	 como	 “me	 haces	 sentir	 mal”,	 que	 el	 niño
interpreta	 literalmente.	 De	 adulto,	 Bruno	 hubiera	 respondido	 a	 la
situación	 con	 un	 razonamiento	 como	 el	 siguiente:	 “Mamá	 está
perturbada.	Le	voy	a	ofrecer	mi	simpatía,	aunque	no	puedo	hacer	que	las
cosas	mejoren.”
Cuando	 era	 niño,	 Bruno	 necesitaba	 de	 una	 información	 y	 una
reafirmación	que	no	recibió.	Necesitaba	que	su	mamá	le	dijera:	“Gracias
por	 preocuparte	 por	 mí;	 estoy	 bien.”	 En	 lugar	 de	 recibir	 consuelo
maternal	para	su	estado	del	ego	 infantil	asustado,	Bruno	 fue	 invitado	a
cuidar	el	estado	del	ego	infantil	triste	de	su	madre,	con	lo	que	suprimió	en
el	proceso	sus	propios	temores	y	necesidades.	Había	cuidado	de	su	madre	a
costa	de	su	propia	estabilidad	emocional,	y	continuó	haciéndolo	en	sus
relaciones	 adultas.	 Desde	 el	 punto	 de	 vista	 de	 un	 niño,	 la	 decisión	 de
Bruno	era	adaptativa:	“ya	no	tendré	miedo	ni	necesidades	y	la	cuidaré”.
Y,	¡parecía	funcionar	de	verdad!	¡Mamá	sí	permanecía	cerca!	¡E	incluso
sonreía!
Debido	a	que	Bruno	continuó	con	su	patrón	inconsciente	de	suprimir
sus	 propios	 sentimientos	 y	 necesidades,	 escogía	 inconscientemente
mujeres	que	apoyaban	su	sistema	de	creencias.	Así,	de	hecho,	conseguía
lo	que	quería	en	sus	relaciones	problemáticas	y	dependientes;	éstas	eran
autocomplacientes.	Sus	compañeras	dependientes	le	impedían	satisfacer
sus	 propias	 necesidades.	 La	 tragedia	 es	 que	 Bruno	 necesitaba	 y	 tenía
derecho	 a	 sus	 propios	 sentimientos,	 deseos	 y	 apoyo;	 necesitaba	 que	 lo
cuidaran	sin	tener	que	cuidar	primero	a	los	demás.
En	 la	 adicción	 al	 amor,	 los	 lazos	 de	 dependencia	 van	 de	 uno	de	 los
niños	internos	al	del	otro	integrante	de	la	pareja.	Algo	que	está	dentro	de
los	adictos	al	amor	los	hace	creer	que	deben	estar	unidos	a	alguien	con
el	 fin	de	sobrevivir	y	que	el	otro	tiene	 la	habilidad	mágica	de	hacerlos
sentir	plenos.	Por	ello,	el	amor	deja	de	funcionar	a	menudo.	Los	adictos
al	amor	no	creen	que	pueden	ser	plenos	si	están	solos.
Como	Ana	y	 tantos	 otros,	 sólo	 cuando	Bruno	 fue	 capaz	de	 examinar
sus	 temores	 y	 creencias	 inconscientes	 desde	 una	 nueva	 perspectiva
adulta	tuvo	la	libertad	psicológica	para	establecer	una	interdependencia
sana	con	las	mujeres.
El	amor	inmaduro	e	infantil	cree	que	“si	te	cuido	y	amo	de	la	misma
manera	en	la	que	quiero	que	me	ames,	entonces	tú	también	me	amarás
de	esa	manera”.	Podemos	pensar	que	el	amor	de	un	niño	es	generoso	e
inocente,	 pero	 no	 suele	 ser	 así.	 Los	 niños	 todavía	 no	 son	 capaces	 del
amor	 espiritual;	 su	 amor	 es	 egocéntrico.	 Aman	 a	 fin	 de	 sobrevivir,	 de
evitar	el	dolor,	el	miedo	y	las	carencias.	Y	ese	patrón,	como	lo	estamos
viendo,	es	un	fantasma	que	ronda	a	los	adictos	al	amor.
La	 historia	 de	 Bruno	 ilustra	 otro	 punto	 importante:	 ¡la	 adicción	 al
amor	 no	 es	 sólo	 para	 mujeres!	 No	 hay	 una	 dependencia	 en	 un	 solo
sentido,	 sino	que	siempre	es	mutua.	En	un	nivel	 social	 siempre	se	cree
que	 los	 hombres	 son	 independientes	 o	 antidependientes	 y	 las	 mujeres
dependientes.	 Sin	 embargo,	 psicológicamente,	 a	 los	 hombres	 se	 les
motiva	 a	 ser	 dependientes	 y	 a	 las	 mujeres	 independientes.	 A	 menudo
escuchamos	que	el	número	de	hombres	que	mueren,	sufren	depresiones,
intentan	 suicidarse	 o	 encuentran	 una	 nueva	 pareja	 en	 el	 primer	 año	 y
medio	 después	 de	 la	 pérdida	 de	 una	 pareja,	 es	 mayor	 que	 el	 de	 las
mujeres	 que	 tienen	 esas	 conductas.	 Como	 me	 dijo	 un	 hombre	 muy
enojado:	“Ni	siquiera	sabía	qué	cosa	eran	los	sentimientos	antes	de	que
ella	me	dejara.	Ahora	que	los	tengo,	no	sé	qué	demonios	hacer	con	ellos.
¿Y	 adónde	 acudo	 para	 obtener	 ayuda?	 Los	 hombres	 no	 tienen	 amigos
cercanos,	 grupos	 de	 apoyo	 y,	 ¡Dios	 no	 lo	 quiera!,	 sentimientos.	 Es	 un
maldito	 truco.	 Ni	 imaginar	 que	 los	 hombres	 establezcan	 relaciones
cercanas.”
Las	 mujeres	 tienen	 el	 permiso	 cultural	 de	 sentir,	 necesitar,	 llorar	 y,
aun,	 estar	 deprimidas	 y	 tener	miedo.	 Viven	más,	 desarrollan	 redes	 de
apoyo	 y	 a	 menudo	 están	 felices	 después	 de	 recuperarse	 de	 su	 pesar.
Después	de	 todo,	 son	 las	 cuidadoras	 tradicionales.	 Lo	único	que	deben
hacer	es	incluirse	a	sí	mismas	en	sus	cuidados.
Los	hombres	también	sufren	en	sus	relaciones,	pero	no	siempre	tienen
el	 apoyo	 para	 reconocer	 abiertamente	 el	 dolor	 y	 buscar	 ayuda.	 Los
hombres	 tienen	 la	misma	 necesidad	 de	 pertenecer,	 establecer	 lazos	 de
intimidad	y	experimentar	la	realización	en	el	amor.
Parte	II:
¿Cómo	te	amo?
	
	
Esta	bestia	que	me	pone	a	 la	vista	de	 todos,	este	amor,	 esta	añoranza,
esta	cosa	inconsciente,	que	me	tiene	sometido	cuando	caen	las	últimas
hojas,	se	hartará,	se	enfermará,	se	habrá	ido	en	primavera.
La	herida	sanará,	la	fiebre	se	abatirá,
el	nudo	de	dolor	se	aflojará	en	el	pecho;
olvidaré	antes	de	que	las	llamas	se	apareen
con	tu	mirada,	que	hoy	es	mi	oriente	y	occidente.
Ilesa,	 sin	 embargo,	 de	 una	 garra	 tan	 profunda	 y,	 aunque	 amara	 de
nuevo,	no	iría:
a	 lo	 largo	de	mi	 cuerpo,	 despertando	mientras	duermo,	al	 agudo	 beso,
frío	en	la	mano	como	la	nieve,	la	cicatriz	de	este	encuentro	como	una
espada	yacerá	entre	mí	y	mi	perturbado	señor
Fragmento	de	“Fatal	interview”
EDNA	ST.	VICENT	MILLAY
CAPÍTULO	4
Adictos	al	amor
Identificación	del	amor	adictivo
La	mayoría	 de	 las	 relaciones	 amorosas	—si	 no	 es	 que	 todas—	 alberga
ciertos	 elementos	 de	 adicción.	 Encarémoslo:	 la	 interdependencia
armoniosa	 y	 madura	 es	 sólo	 un	 ideal	 al	 cual	 aspiramos.	 Si	 hemos	 de
alcanzar	 el	 amor	 maduro,	 debimos	 haber	 experimentado	 de	 niños	 el
amor	 de	 nuestros	 padres,	 constante	 y	 profundo,	 que	 nos	 ayuda	 a
amarnos	a	nosotros	mismos.	El	amor	paternal	nos	brinda	una	sensación
de	bienestar	y	nos	permite	experimentar	el	dar	por	el	 simple	placer	de
hacerlo.	Como	adultos,	esto	nos	permite	sentir	y	también	expresar	todo
nuestro	espectro	de	emociones	y	deseos.	Podemos	pensar	 claramente	y
separar	 la	 ilusión	 de	 la	 realidad,	 así	 como	 dar	 voz	 a	 nuestros
pensamientos	 y	 determinar	 cuál	 es	 la	 mejor	 manera	 de	 satisfacer
nuestras	necesidades.	Si	hemos	de	ser	capaces	de	experimentar	el	amor
maduro	de	adultos,	debemos	desarrollar	un	sistema	interno	que	consiste
en	que	 seamos	padres	de	nosotros	mismos.	 Se	 trata	de	un	 sistema	que
proporcione	autoestima	incondicional,	una	guía	propia	sabia	y	un	fuerte
apoyo	a	uno	mismo.
Si	 todos	 satisficiéramos	 estas	 necesidades	 del	 amor	 maduro,
estaríamos	autocontenidos;	incluso	seríamos	capaces	de	experimentar	el
tipo	de	amor	que	satisficiera	nuestro	profundo	anhelo	de	estar	cerca	de
los	demás.	El	amor	paternal	constante	y	profundo	nutriría	la	autoestima
madura	en	los	niños;ellos	gozarían	de	una	fuerte	sensación	de	bienestar
y,	 por	 lo	 tanto,	 serían	 capaces	 de	 experimentar	 el	 dar	 por	 el	 simple
placer	 de	 hacerlo.	 Ese	 es	 el	 ideal,	 pero	 pocas	 personas	 son	 tan
afortunadas	como	para	tener	todo	lo	que	hace	falta	para	ser	individuos	y
amantes,	completamente	maduros.
Es	mucho	 lo	 que	 los	 adultos	 pueden	 aprender	 acerca	 del	 amor	 y	 la
libertad,	y	ése	es	nuestro	objetivo	en	este	libro.
El	amor	 infantil	opera	bajo	el	principio	de	“amo	porque	soy	amado”
en	tanto	que	el	amor	maduro	responde	a	la	idea	de	“soy	amado	porque
amo”.	El	amor	inmaduro	argumenta	que	“te	amo	porque	te	necesito”.	El
amor	maduro	permite	la	individualidad	y	fomenta	la	libre	expresión	de
ideas	y	 sentimientos;	 consiente	 la	discusión	de	valores	y,	 en	ocasiones,
incluso	la	confrontación.
Los	 elementos	 de	 la	 dependencia	 malsana	 se	 cuelan	 incluso	 en	 las
mejores	 relaciones	 amorosas	 maduras.	 El	 reto	 que	 enfrentamos	 es
identificar	 y	 reconocer	 a	 los	 elementos	 que	 causan	 adicción,
desenmascarar	 los	 mitos	 que	 los	 apoyan,	 hacer	 lo	 que	 podamos	 por
cambiarlos	 y	 construir	 a	 partir	 de	 los	mejores	 aspectos	 de	 la	 relación.
¿Cómo	 sabemos	 si	 nuestro	 amor	 es	 una	 adicción?	 Para	 hallar	 la
respuesta	veamos	20	características	del	amor	adictivo.
Características	del	amor	adictivo
Las	 personas	 envueltas	 en	 relaciones	 adictivas	 presentan	 las	 siguientes
características:
1.	 Se	sienten	consumidas.
2.	 No	pueden	definir	las	fronteras	del	ego.
3.	 Muestran	sadomasoquismo.
4.	 Temen	dejar	ir	a	la	pareja.
5.	 Temen	riesgos,	cambios	y	a	lo	desconocido.
6.	 Experimentan	poco	crecimiento	individual.
7.	 No	experimentan	la	verdadera	intimidad.
8.	 Juegan	juegos	psicológicos.
9.	 Dan	para	obtener	algo	a	cambio.
10.	 Tratan	de	cambiar	a	los	otros.
11.	 Necesitan	al	otro	para	sentirse	plenos,	equilibrados	y	seguros.
12.	 Buscan	soluciones	fuera	de	sí	mismos.
13.	 Exigen	y	esperan	amor	incondicional.
14.	 Se	niegan	al	compromiso.
15.	 Recurren	a	otros	para	afirmarse	y	sentirse	valorados.
16.	 Temen	al	abandono	aun	en	la	separación	cotidiana.
17.	 Recrean	viejos	sentimientos	negativos.
18.	 Desean	pero	temen	la	cercanía.
19.	 Se	hacen	cargo	de	los	sentimientos	de	los	otros.
20.	 Juegan	juegos	de	poder.
Ahora	veamos	cada	una	de	estas	características	con	más	detalle.
Se	sienten	consumidas
Podemos	 desear	 a	 nuestro	 amado	 (o	 amada)	 tan	 ardiente	 o	 tan
intensamente	que	creemos	 lo	siguiente:	“¡Debo	tenerlo	(o	 tenerla)	o	no
puedo	seguir	adelante!”	Esto	es	especialmente	cierto	en	el	principio	de
una	 relación.	 ¿Recuerdan	 cómo	 Ana	 experimentaba	 sensaciones	 físicas
reales	—el	temblor—	que	la	llevaron	a	pensar	que	ella	o	Andrés	estaban
en	peligro	 cuando	 rompió	 sus	 lazos	 con	 él?	El	 objeto	de	nuestro	 amor
consume	gran	parte	de	nuestra	energía	mental	porque	estamos	ocupados
en	descifrar	las	necesidades	y	pensamientos	del	otro,	hacemos	planes	en
torno	a	él	y	aplazamos	nuestras	propias	necesidades	y	deseos.	La	energía
para	 otros	 objetivos	 de	 vida	 más	 importantes	 se	 ve	 minada.	 Nuestro
crecimiento	se	retrasa	o	reprime.
No	pueden	definir	las	fronteras	del	ego
Esto	significa	que	otras	personas	dominan	nuestros	egos	de	una	manera
tan	completa	que	se	hace	difícil	saber	quién	está	pensando	qué	cosa,	qué
sentimientos	pertenecen	a	quién	y	quién	es	responsable	de	qué	actos.	Las
fronteras	 del	 ego	 deberían	 ser	 lo	 suficientemente	 abiertas	 como	 para
permitir	el	libre	flujo	de	pensamientos	y	emociones,	pero	no	tanto	como
para	 que	 la	 energía	 individual	 sea	 minada	 y	 nuestras	 identidades	 se
confundan	con	las	de	los	demás.
Me	 di	 cuenta	 de	 ello	 con	 una	 pareja.	 Siempre	 que	 le	 preguntaba	 al
esposo	 qué	 sentía	 la	 esposa,	 ella	 rápidamente	 contestaba	 en	 su	 lugar;
cuando	 le	 preguntaba	 a	 ella	 qué	 pensaba,	 su	 esposo	 rápidamente
contestaba	 por	 ella.	 Al	 principio,	 no	 estaban	 conscientes	 de	 que
respondían	por	el	otro,	pero	pronto	se	percataron	de	que	en	la	relación
ella	 era	 la	 responsable	de	 los	 sentimientos	y	él	de	 los	pensamientos.	A
partir	de	ese	arreglo	 se	hizo	 claro	que	ambos	 temían	 la	 separación,	ya
que	funcionaban	juntos	como	uno	solo,	e	inconscientemente	se	permitían
a	sí	mismos	actuar	como	meras	mitades.
La	 noción	 romántica	 que	 incita	 a	 dos	 a	 “convertirse	 en	 uno”	 suena
ideal,	pero	es	imposible	en	la	vida	real,	y	el	concepto	no	es	ni	romántico
ni	un	ideal	digno	de	ser	perseguido.	No	necesitamos	perdernos	para	estar
cerca	de	otra	persona.
Muestran	sadomasoquismo
En	 muchas	 relaciones	 dependientes,	 malsanas,	 un	 compañero
generalmente	 da	 más	 mientras	 que	 el	 otro	 toma	 más.	 El
sadomasoquismo	 puede	 ser	 sutil,	 como	 cuando	 se	 hacen	 casi	 todas	 las
bromas	 a	 costa	 de	 una	 persona	 o	 se	 le	 considera	 “el	 problema”	 de	 la
relación.	Uno	de	los	dos	puede	disfrutar	inconscientemente	al	lastimar	o
decepcionar	al	otro,	en	tanto	que	éste	disfruta	inconscientemente	cuando
se	 le	 lastima	 o	 decepciona.	 En	 casos	 severos,	 un	 compañero	 abusa
físicamente	del	otro.	La	historia	de	Gerardo	es	un	ejemplo	de	esto.
Gerardo	 era	 joven,	 guapo	 y	 viril;	 ansiaba	 encontrar	 el	 amor	 y
estar	contento;	sin	embargo,	una	y	otra	vez	escogía	mujeres	que	le
tomaban	 el	 pelo,	 lo	 ridiculizaban	 y	 le	 eran	 sexualmente	 infieles.
Cuando	 era	 niño,	 a	 menudo	 le	 habían	 dicho	 que	 era	 malo	 y	 no
merecía	 ser	 amado,	 así	 que	 inconscientemente	 aún	 creía	 que	 esto
era	 cierto.	 Escogía	 compañeras	 acordes	 con	 esta	 situación	 y	 sufría
emocionalmente	 hasta	 que,	 como	 él	 decía,	 ya	 “no	 podía
aguantarlo”.	En	ese	punto	solía	abusar	físicamente	de	su	compañera.
El	daño	y	la	culpa	resultantes	confirmaban	su	sentimiento	de	que	no
valía	nada.
En	 la	 terapia,	 la	 transformación	 de	 su	 creencia	 subyacente	 se
convirtió	 en	 el	 objetivo	 de	 Gerardo.	 Debía	 aprender	 a	 creer	 que
merecía	ser	amado	y	que	podía	importarle	a	la	gente	para	que,	con
el	tiempo,	pudiera	escoger	compañeras	que	en	verdad	lo	amaran	y
se	interesaran	en	él.
Temen	dejar	ir	a	la	pareja
Debido	a	que	el	amor	adictivo	es	tan	intenso,	hay	un	temor	a	dejar	partir
a	 la	 pareja.	 Como	 resultado,	 algunas	 relaciones	 claramente	 patológicas
pueden	durar	años.
La	 relación	 de	 Diana	 y	 Eduardo	 había	 estado	 muerta	 durante
años.	Aunque	 a	menudo	hablaban	de	 divorcio,	 evitaban	dar	 pasos
para	hacerlo.
Al	 explorar	 su	 horror	 por	 el	 divorcio	 de	 cara	 a	 la	 irredimible
pérdida	de	su	amor,	descubrieron	su	temor	a	estar	solos	y	una	falta
de	 confianza	 en	 su	 capacidad	 para	 salir	 adelante	 después	 de	 la
separación,	 por	 lo	 que	 permanecieron	 juntos	 e	 infelices.	De	niños,
ambos	 habían	 sido	 abandonados	 física	 o	 emocionalmente	 por	 sus
padres,	así	que	ninguno	de	los	dos	quería	vivir	el	dolor	de	la	pérdida
o	el	rechazo.	Lo	que	tenían	parecía	preferible	a	lo	que	temían.
Diana	 y	 Eduardo	 no	 confiaron	 en	 sus	 capacidades	 individuales
para	 ser	 independientes,	 para	 salir	 adelante	 después	 de	 la
separación	 y	 para	 experimentar	 relaciones	 satisfactorias	 en	 el
futuro.	En	la	actualidad	están	separados;	a	pesar	del	dolor	que	esta
decisión	implicó,	fue	la	correcta	para	ellos.
Todos	 hemos	 experimentado	 la	 pérdida	 en	 nuestras	 vidas,	 y	 es
dolorosa.	Hemos	sido	rechazados,	y	es	doloroso.	La	mayoría	de	la	gente
magnifica	su	dolor	al	creer	que	no	puede	soportarlo	y	al	hacer	 todo	 lo
posible	por	evitarlo.	En	lugar	de	encararlo	y	confiar	en	que	terminará,	se
aferra	a	relaciones	malsanas	para	evitar	la	aflicción.
Sin	embargo,	 la	pérdida	y	el	 rechazo	son	parte	de	 la	vida;	creer	que
podemos	evitarlos	es	una	forma	mágica	o	mítica	de	pensar.	La	aflicción
es	una	respuesta	natural	y	curativa	a	la	pérdida.	Contrariamente	a	lo	que
podríamos	 creer,	 tenemos	 la	 capacidad	 de	 manejar	 el	 dolor.	 Las
adicciones	 son	 un	 intento	 no	 razonado	 por	 aumentar	 nuestro	 nivel	 de
consuelo.
Temen	riesgos,	cambios	y	a	lo	desconocido
Otro	elemento	de	laadicción	al	amor	es	su	aparente	seguridad	y	carácter
previsible.	Alguna	vez	le	pregunté	a	mi	hijo	menor:	“¿Por	qué	crees	que
los	ganadores	pueden	tener	más	pérdidas	que	los	perdedores?”	Después
de	pensarlo	un	poco,	contestó:	“Porque	corren	más	riesgos	y	hacen	más
cosas.”	Y	eso	es	cierto.	Los	ganadores	no	se	detienen	cuando	cometen	un
error;	no	se	dan	de	golpes	cuando	pierden.	Se	preguntan:	“¿Qué	puedo
aprender	de	esto?	¿Cómo	puedo	hacerlo	de	manera	distinta	 la	próxima
vez?”	Pero	los	adictos	al	amor	se	aferran	una	y	otra	vez,	porque	el	amor
dependiente	es	seguro	y	previsible,	o	eso	creen	ellos.
Carmen	 entró	 a	 terapia	 “para	 aprender	 a	 crecer”.	 Salía	 con
Miguel,	quien	la	acusaba	de	ser	una	bebé	y	le	había	dicho	que	si	no
“crecía”	 la	 dejaría	 por	 otra	 mujer	 que	 había	 estado	 viendo.	 El
motivo	de	Carmen	para	tratar	de	cambiar	era	complacer	a	Miguel;
no	 quería	 perderlo.	 Pero,	 en	 realidad,	 él	 no	 quería	 que	 Carmen
cambiara.	 Quería	 justificar	 su	 relación	 con	 otra	mujer	 culpando	 a
Carmen	por	su	incapacidad	de	crecer.	Cuando	ella	se	dio	cuenta	de
que	 Miguel	 favorecía	 su	 dependencia,	 se	 retiró	 de	 la	 terapia,
temiendo	aún	perderlo.
Un	 año	 después	 estaba	 de	 vuelta.	 Esta	 vez	 decía	 que	 había
acudido	por	sí	misma.	Sabía	que	merecía	sentirse	adulta	y	 feliz.	Si
Miguel	quería	unírsele,	bien.	Si	no,	se	sentía	lista	para	arriesgarse	a
lo	desconocido	y	avanzar	en	su	vida.
Experimentan	poco	crecimiento	individual
En	el	amor	adictivo,	los	amantes	se	estancan;	a	menudo	están	satisfechos
con	un	estilo	de	vida	monótono.	Emplean	más	energías	en	preocuparse
por	su	relación	que	en	su	crecimiento	personal,	en	su	autorrealización.
Como	 lo	 descubrió	 Abraham	 Maslow,	 los	 humanos	 tienen	 el	 impulso
natural	 de	 crecer,	 y	 cuando	 se	 descuida	 dicho	 impulso	 debido	 a	 una
relación	 caracterizada	 por	 la	 adicción,	 estamos,	 en	 cierto	 sentido,
muriendo	(si	no	física,	sí	espiritualmente).
La	 gente	 envuelta	 en	 relaciones	 dependientes	 suprime	 dones	 y
habilidades	individuales;	por	lo	tanto,	no	está	viviendo	de	conformidad
con	 sus	 potencialidades.	 Negarse	 a	 uno	 mismo	 el	 crecimiento	 es	 un
abuso	 en	 contra	 de	 la	 propia	 persona	 y	 dicha	 negación	 a	 menudo
provoca	enfermedades	emocionales	o	físicas	después	de	que	la	tensión	se
acumula	 hasta	 un	 cierto	 nivel.	 La	 razón	 de	 esto	 es	 que	 cada	 uno	 de
nosotros	tiene	una	cierta	cantidad	de	energía	para	expresarla	a	través	de
sentimientos,	 pensamientos	 y	 actos.	 La	 energía	 tiene	 que	 ir	 a	 alguna
parte,	y	cuando	es	suprimida	o	bloqueada,	tarde	o	temprano	sucede	una
de	 las	 siguientes	 dos	 cosas:	 se	 dirige	 hacia	 adentro,	 en	 cuyo	 caso	 nos
enfermamos,	explotamos	y	golpeamos	a	los	otros.
Bárbara	era	brillante	y	creativa.	Alentada	por	Gabriel,	su	esposo,
volvió	a	la	universidad	cuando	sus	hijos	llegaron	a	la	edad	escolar.
Con	el	tiempo	obtuvo	un	posgrado	y	empezó	a	ampliar	sus	intereses
y	 actividades.	 De	 muchas	 maneras	 parecía	 estar	 superando	 a	 su
marido	en	cuanto	a	educación	y	éxito.
Entonces,	las	inseguridades	de	Gabriel	emergieron.	Se	quejaba	de
que	 el	 trabajo	 de	 su	 mujer	 era	 más	 importante	 para	 ella	 que	 su
matrimonio.	Bárbara,	ansiosa	por	complacerlo,	empezó	a	limitar	sus
amistades	y	actividades,	y	con	el	tiempo,	cayó	enferma.
En	ese	momento,	ambos	acudieron	a	un	consejero.	La	 terapia	se
centraba	en	enseñarle	a	Gabriel	a	explorar	y	librarse	de	sus	temores
e	 inseguridades	 para	 que	 apreciara	 y	 fomentara	 la	 creatividad	 y
éxito	de	Bárbara.	También	le	ayudó	a	ella	a	explorar	su	tendencia	a
negar	sus	necesidades	y	encontrar	un	balance	entre	las	exigencias	de
su	carrera	y	su	matrimonio.
No	experimentan	la	verdadera	intimidad
La	intimidad	—el	intercambio	de	ideas,	sentimientos	y	acciones	en	una
atmósfera	 de	 franqueza	 y	 confianza—	 es	 una	 expresión	 profunda	 de
nuestras	 identidades	 que	 nos	 deja	 en	 un	 estado	 eufórico.	 Eric	 Berne
afirma	que	somos	afortunados	si	experimentamos	tan	sólo	tres	horas	de
intimidad	verdadera	en	nuestras	vidas.	La	intimidad	real	es	rara.	Somos
vulnerables	y	estamos	expuestos	tanto	al	éxtasis	como	a	ser	lastimados	y
a	la	decepción.
Recuerde	el	componente	del	niño	natural	en	su	estado	del	ego	infantil:
la	 intimidad	 verdadera	 involucra	 el	 contacto	 del	 niño	 natural	 con	 dos
personas.	Pero	 los	amantes	dependientes	 suelen	 suprimir	ese	estado	en
sus	 intentos	 por	 hacerse	 cargo	 de	 los	 demás,	 y	 a	 menudo	 confunden
dependencia	malsana	con	intimidad.
Juegan	juegos	psicológicos
Lo	 que	 aparece	 como	 intimidad	 pocas	 veces	 lo	 es.	 En	 las	 relaciones
adictivas,	 los	 juegos	 psicológicos	 melodramáticos	 sustituyen	 a	 la
intimidad.	Dichos	 juegos	proporcionan	 interacción	y	drama,	 y	 son	una
manera	 indirecta	 de	 buscar	 la	 realización	 de	 nuestros	 deseos	 y
necesidades.	Quizás	usted	ha	visto	 tal	“actuación”	entre	 los	 integrantes
de	una	pareja.
Aunque	 pedir	 algo	 indirectamente	—a	 través	 de	 juegos—	 es	 menos
riesgoso,	 también	 es	 más	 probable	 que	 obtengamos	 lo	 que	 deseamos
siendo	 directos.	 Los	 adictos	 al	 amor,	 por	 lo	 tanto,	 se	 sienten
frecuentemente	 decepcionados.	 Un	 jugador	 adopta	 usualmente	 uno	 de
tres	 papeles:	 víctima,	 rescatador	 o	 perseguidor.	 Si	 bien	 tales	 juegos
parecen	absurdos	para	los	que	están	fuera	de	ellos,	quienes	los	perciben
como	son	realmente,	para	los	jugadores	resultan	perfectamente	lógicos.
Gina	 era	 una	 joven	 mujer	 deprimida,	 sexualmente	 insensible	 y
cuyo	juego	favorito	era:	“¿No	es	él	horrible?”	Se	refería	a	su	esposo
Ramón,	 quien	 era	 sexualmente	muy	 agresivo	 con	 ella	 y	 con	 otras
mujeres.	 El	 juego	 favorito	 de	 Ramón	 era:	 “Pobre	 de	 mí”,	 y	 su
cantaleta	 de	 autocompasión	 era:	 “¿Cómo	 esperan	 que	 sea	 fiel	 con
una	esposa	que	no	me	deja	tocarla?”	Gina	manifestaba	depresión	e
ira	 para	 justificar	 su	 incapacidad	 para	 responder;	 Ramón
manifestaba	frustración	e	ira	para	justificar	su	infidelidad.
En	 realidad,	 ambos	 estaban	 contentos	 con	 el	 melodrama	 que
habían	montado.	Temían	el	compromiso	y	la	intimidad	riesgosos,	y
sus	 juegos	 les	 permitían	 un	 contacto,	 una	 interacción,	 muy
retorcida.	Entre	tanto,	no	tenían	que	salir	adelante	de	sus	problemas
o	tomar	decisiones	difíciles	acerca	de	algún	cambio.
Dan	para	obtener	algo	a	cambio
En	el	amor	adictivo,	lo	que	parece	ser	amor	altruista	a	menudo	no	lo	es.
El	amor	adictivo	es	condicional,	con	el	deseo	subyacente	de:	“Si	hago	lo
correcto,	 obtendré	 lo	 que	 quiero.”	 Dar	 espontáneamente	 puede
experimentarse	como	rendirse,	ceder	o	perder	parte	de	uno	mismo.	Esto
ocurre	 porque,	 en	 un	 nivel	 inconsciente,	 el	 que	 da	 ha	 prometido	 no
otorgar	el	control	al	otro.
En	muchas	 ocasiones,	 atormentados	 por	 la	 tristeza	 del	 rechazo	 o	 la
pérdida,	 hacemos	 promesas	 encaminadas	 a	 protegernos	 a	 nosotros
mismos,	y	nuestra	conciencia	las	interpreta	literalmente.	Cuando	el	amor
lo	lastima	a	uno,	es	importante	escuchar	lo	que	uno	se	dice.	En	lugar	de:
“Nunca	 volveré	 a	 hacer	 eso”,	 diga:	 “Soy	 más	 grande	 que	 este	 dolor;
sanaré	 y	 amaré	 de	 nuevo.”	 Tenga	 en	 mente	 que	 está	 sintiendo
profundamente,	 está	 indefenso	 y	 los	mensajes	 emocionales	 recibidos	 a
menudo	se	vuelven	verdades	que	usted	mismo	inventa	y	conforme	a	las
cuales	después	actúa.
Tratan	de	cambiar	a	los	otros
Debido	 a	 que	 podemos	 percibirnos	 a	 nosotros	 mismos	 como	 personas
incompletas	—y,	por	lo	tanto,	acudimos	a	otros	en	nuestra	búsqueda	de
la	persona	completa—,	la	adicción	al	amor	implica	intentos	por	cambiar
a	los	otros	y	hacer	un	escrutinio	de	sus	fallas.
Mis	 clientes	afirman:	 “Si	Bárbara	 se	quedara	en	casa,	yo	 sería	 feliz”;
“si	 Gina	 fuera	más	 sensible,	 estaría	 contento”;	 “si	 Carmen	 creciera,	 yo
sería	 feliz”;	 “si	 las	mujeres	me	 amaran	 de	 verdad,	 por	 fin	 sería	 feliz”.
Una	 y	 otra	 vez,	 la	 gente	 trata	 de	 ocultar	 sus	 propios	 temores	 e
insuficiencias.
Miguel,	 la	 pareja	 de	 Carmen,	 expresaba	 confianza

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