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1 ABDOMEN AGUDO ISBN 956-7416-03-6 2 ABDOMEN AGUDO Dr. Antonio Yuri P. Editor 3 © Sociedad de Cirujanos de Chile Inscripción N° 104.230 Derechos Reservados Registro de Propiedad Intelectual Prohibida la reproducción total o parcial de este libro sin el permiso escrito de la Sociedad de Cirujanos de Chile. Sociedad de Cirujanos de Chile Román Díaz 205 - Of. 401 Fonos: 2362831 - 2351741 (Fax) Santiago 4 Producción Electrónica Editorial IKU ltda. Av. Manquehue Sur 520 Of. 328 Fono: (56-2) 22126384 e- mail: contacto@editorialiku.cl 5 mailto:contacto@editorialiku.cl Autores Dr. Ricardo Espinoza G. MSCCh Servicio de Cirugía, Hospital del Trabajador, Departamento de Cirugía Digestiva, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Sergio Guzmán B. MSCCh Profesor de Cirugía, Departamento de Cirugía Digestiva Pontificia Universidad Católica de Chile 6 Co-Autores Dr. Carlos Carvajal H. MSCCh Profesor Asociado de Cirugía, Departamento de Cirugía, Hospital del Salvador, Santiago, Chile Dr. Octavio Castillo C. MSCCh Servicio de Urología, Clínica Santa María, Santiago, Chile Dr. Francisco Cruz O. Departamento de Radiología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Attila Csendes J. MSCCh Profesor de Cirugía, Departamento de Cirugía, Hospital Clínico de la Universidad de Chile Dr. Lorenzo Cubillos O. MSCCh Profesor de Cirugía, Departamento de Cirugía Digestiva, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Mario Fava P. Departamento de Radiología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Wendell A. Goins Howard University, College of Medicine, EEUU Dr. Mario Guerrero L. Departamento de Anestesiología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Humberto Guiraldes del Canto Profesor de Anatomía, Departamento de Anatomía, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Juan Hepp K. MSCCh 7 Dr. Juan Hepp K. MSCCh Servicio de Cirugía, Hospital Militar y Clínica Alemana, Santiago, Chile Dr. Glenn Hernández R Programa de Medicina Intensiva, Departamento de Anestesiología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Arturo Kirberg B. MSCCh Centro de Endoscopio Quirúrgica, Hospital Regional de Iquique, Chile Dr. Owen Korn B. MSCCh Departamento de Cirugía, Hospital Clínico de la Universidad de Chile Dr. Rodrigo Lema C. Servicio de Ginecología y Obstetricia, Clínica las Nieves, Santiago, Chile Dra. M. Soledad Loyola Z. Departamento de Radiología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Osvaldo Llanos L. MSCCh Profesor de Cirugía, Departamento de Cirugía Digestiva, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Jorge Martínez C. MSCCh Servicio de Cirugía, Hospital Dr. Sótero del Río, Departamento de Cirugía Digestiva, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Luis Miguel Noriega R. Servicio de Medicina Interna, Hospital Dr. Sótero del Río Departamento de Medicina Interna, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Hernán Oddó A. 8 Profesor Adjunto de Anatomía y de Ginecología y Obstetricia Departamento de Anatomía y de Ginecología y Obstetricia, Pontificia Universidad Católica de Chile Dra. Anamaría Pacheco F. MSCCh Servicio de Cirugía, Hospital de la Asistencia Pública Dr. Alejandro del Río. Santiago, Chile Dra. Karin Papapietro U. Unidad de Nutrición Intensiva, Departamento de Cirugía, Hospital Clínico de la Universidad de Chile Dr. Alejandro Rahmer O. MSCCh Profesor Adjunto de Cirugía, Departamento de Cirugía Digestiva, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Juan Reyes F. MSCCh Profesor Asociado de Cirugía, Departamento de Cirugía, Hospital del Salvador, Santiago, Chile Dr. Guillermo Ríos O. Departamento de Radiología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Aurelio Rodríguez Profesor Asociado de Cirugía, University of Maryland School of Medicine, EEUU Dr. Ricardo Sonneborn G. MSCCh Servicio de Cirugía, Hospital del Trabajador Santiago, Chile Dr. Pedro Uribe J. MSCCh Servicio de Cirugía Cardiovascular, Clínica Las Condes. Santiago, Chile 9 Dr. Francisco Valdés E. MSCCh Profesor Adjunto de Cirugía Departamento de Enfermedades Cardiovasculares, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Vicente Valdivieso D. Profesor de Medicina, Departamento de Gastroenterología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Cristián Varela U. Departamento de Radiología, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Guillermo Watkins S. MSCCh Servicio de Cirugía, Hospital de la Fuerza Aérea de Chile, Departamento de Cirugía Digestiva, Pontificia Universidad Católica de Chile Dr. Álvaro Zúñiga D. MSCCh Profesor Adjunto de Cirugía Departamento de Cirugía Digestiva, Pontificia Universidad Católica de Chile 10 Prefacio Pocas circunstancias son tan exigentes en la vida de un médico y tan trascendentes para el paciente como la que ocurre con lo que se ha llamado Abdomen Agudo. Este término, algo discutido por su amplitud e incluso por su relativa ambigüedad, ha encontrado un sitio en la medicina y sobre todo en el mundo de la medicina de urgencia. Es difícil definir con precisión lo que es un abdomen agudo. Si lo circunscribimos específicamente a los cuadros de peritonitis, estamos excluyendo muchas causas de abdomen agudo en los que la irritación peritoneal no es el centro. Hay numerosos ejemplos que ilustran esta experiencia: un cólico nefrítico puede presentarse como un abdomen agudo; lo mismo puede ocurrir con una gastroenteritis o con una crisis ulcerosa sin perforación. En este texto se ha pretendido dar una visión amplia del abdomen agudo, considerando como tal a aquel cuadro abdominal que se presenta en forma aguda, con dolor como síntoma central, en el que puede o no haber irritación peritoneal y que lleva al paciente a la consulta de urgencia. El término de abdomen agudo es útil en la práctica por cuanto llama la atención sobre un cuadro que se caracteriza por su inicio súbito y porque es capaz de poner en peligro rápidamente la vida del paciente. Por esto constituye un compromiso hacia la evaluación diagnóstica y hacia la decisión terapéutica rápida. Sin embargo, para su buen desenlace estos pacientes no toleran la acción médica superficial, por lo que el diagnóstico de abdomen agudo no se debiera formular como un diagnóstico final. Al contrario, constituye el primer paso para proceder a la búsqueda de un diagnóstico preciso de su causa y su tratamiento más adecuado. Es efectivo que muchas veces no es posible, por ejemplo, precisar la causa de una peritonitis, pero sí se puede establecer rápidamente la indicación quirúrgica. En otros casos la historia del paciente, sus antecedentes y su examen físico permiten establecer diagnósticos diferenciales en los que el tratamiento quirúrgico inoportuno puede ser potencialmente perjudicial. En resumen, es necesario reiterar que el diagnóstico de abdomen agudo no es un diagnóstico final, sino una forma de llamar la atención de que un paciente está en una situación de urgencia grave. Por estas consideraciones, en este texto se han incluido capítulos que se refieren al abdomen agudo producido por patologías de tratamiento médico y también, por supuesto, aquellas de tratamiento quirúrgico. Se han incluido, además, capítulos relacionados a la patología vascular, a la patología urológica y a la 11 capítulos relacionados a la patología vascular, a la patología urológica y a la patología ginecológica, porque ésta es la realidad que vive el médico de la urgencia: el diagnóstico diferencial del abdomen agudo exige esta visión integradora de sus potenciales causas. Todos los capítulos han sido escritos por destacados especialistas. Agradezco sinceramente su colaboración y quisiera hacer presente que ella constituye un honor para los editores y también para la Sociedad de Cirujanos de Chile. Es de esperar que este texto, ambicioso en sus alcances, sea de utilidad para los cirujanos que lo utilicen y que influya en el mejor tratamiento de nuestros pacientes. Dr. Sergio Guzmán B. 12 Capítulo 1 Abdomen agudo: antecedentes históricos 13 Abdomenagudo: antecedentes históricos Dr. Lorenzo Cubillos O. “Pensemos, en consecuencia, cuántos enfermos debemos operar aún sin un diagnóstico preciso, pero pensemos al mismo tiempo cuántos enfermos deben morir año tras año porque un médico tímido temporiza, creyendo que debe esperar la aparición del cuadro clínico clásico.” Lucas Sierra, 1928. Aunque el término de abdomen agudo (AA) es un barbarismo lingüístico1, es una expresión útil para el médico, ya que lo alerta para enfrentar a un paciente con dolor abdominal de aparición repentina. Como éste puede estar determinado por diversas patologías, algunas graves y de curso fatal, el clínico está obligado a realizar un rápido diagnóstico diferencial, seguido de un tratamiento de urgencia, sea médico o quirúrgico. Desde los albores de la humanidad hasta fines del siglo XIX el AA cobró muchas vidas, tanto por la ignorancia de este concepto como por la elevadísima mortalidad de la cirugía abdominal en la época prelisteriana. El advenimiento de la anestesia y la aplicación de la asepsia y de la antisepsia en el siglo XIX cambiaron el pronóstico de esta grave noxa y estimularon a los cirujanos de comienzos de esta centuria a ser más agresivos en su tratamiento. Es así como en Chile, en el II Congreso Nacional de Cirugía realizado en Santiago en 1925, uno de los relatos oficiales fue “Abdomen agudo” y estuvo a cargo del Dr. Enrique Arancibia Basterrica2. Más tarde se agregaron en el quehacer quirúrgico la preservación de la homeostasis, la antibioticoterapia y la introducción de las Unidades de Cuidados Intensivos, que junto a las conquistas decimonónicas pasaron a ser los pilares fundamentales en que descansa el tratamiento más racional y exitoso del AA. A ellos podemos agregar el apoyo del Laboratorio, la punción abdominal, la laparoscopia3’4, los estudios por imágenes (radiología, ecotomografía, TAC abdominal) e incluso la laparotomía exploradora, en pos del diagnóstico y tratamiento oportuno. El AA es un cuadro evolutivo cuyo síntoma cardinal es el dolor, al cual se agregan generalmente manifestaciones sépticas y/o hemodinámicas graves. Según su manejo definitivo -conservador o agresivo- se distinguen el AA médico o quirúrgico. 14 En el primero reconocemos causas muy variadas, como el cólico renal, el herpes zoster en período preeruptivo, trastornos metabólicos (v.gr.: acidosis diabética, porfiria aguda), intoxicaciones (v.gr.: plúmbica= cólico saturnino), patologías torácicas con repercusión abdominal (v.gr.: infarto cardíaco, procesos pleuropulmonares agudos), etcétera, las cuales se tratarán en un capítulo especial. Nos referiremos fundamentalmente al AA quirúrgico, cuyas diversas etiologías puedan estar fisiopatológicamente asociadas, pero por razones didácticas las analizaremos individualmente. Ellas son: inflamatorias, obstructivas, vasculares, hemorrágicas y traumáticas. 1. CAUSAS INFLAMATORIAS 1.1 Peritonitis En los tiempos hipocráticos, ante la imposibilidad de elaborar un diagnóstico con el abdomen abierto in vivo o post mortem, la atención se concentró en la minuciosa observación y descripción de los síntomas y signos y en el pronóstico de la enfermedad. En los trastornos abdominales agudos se reconocían dos condiciones: el cólico o dolor abdominal importante, con frecuencia reversible, y el íleo o pasión ilíaca6 (Figura 1), de la cual el paciente raramente se recuperaba. El antiguo concepto de íleo, que prevaleció por dos milenios, era más amplio que el actual y comprendía todas las enfermedades abdominales agudas de curso fatal7. En las etapas avanzadas de éstas se describía la típica facies hipocrática. Hoy, el término de íleo es más restringido y se reserva sólo a la obstrucción intestinal con todas sus variedades. 15 Figura 1. Página de “Thesaurus Pauperum”, escrita por Petrus Hispanus, más tarde Papa Juan XXI (Amberes, 1486), en la cual incluye probablemente todas las variedades de apendicitis bajo el término “pasión ilíaca”6. Hipócrates y Galeno reconocieron que el íleo en sus etapas iniciales puede ser de origen inflamatorio y que ocasionalmente puede dar lugar a un absceso que se exterioriza y abre espontáneamente. En 1780, W Cullen7 observó la anatomía patológica del peritoneo inflamado y acuñó el término de peritonitis, aunque no lo correlacionó con la clínica. En 1907, el cirujano berlinés Moritz Blumberg describió en las peritonitis, especialmente de origen apendicular, el signo del dolor provocado por la descompresión brusca del abdomen. En la época prelisteriana, cerca del 90% de los pacientes con infecciones intraabdominales fallecía de sepsis, lo que podría considerarse como el curso natural de la peritonitis8. En Chile, una de las primeras contribuciones al tema es 16 la de L Sierra y H Cruz9 en 1932, en la que preconizaron el drenaje de la cavidad peritoneal en la peritonitis. La introducción de la asepsia y de la antisepsia permitió al cirujano reducir la letalidad de la cirugía abdominal y abordar, con mayor probabilidad de éxito y con más frecuencia, los procesos inflamatorios de las vísceras abdominales. Es así como Kirschner10, en 1926, comunicó que la mortalidad por peritonitis en grandes series se había reducido a menos del 50%. En 1954, A Lavín11, en un exhaustivo trabajo, puso al día la terapia de la peritonitis, basada en la experiencia recogida en 1295 casos atendidos en los Servicios de Urgencia de Santiago. Wittmann12 en una revisión actualizada sobre el tema ilustró que, en la década del ‘80, la mortalidad por esta afección había descendido a un 20-30% gracias a la asociación de la cirugía con la antibioticoterapia y los cuidados intensivos; además destacó su experiencia en el lavado peritoneal por etapas a través de la relaparotomía planificada. Como secuela de una peritonitis o de intervenciones quirúrgicas intraabdominales pueden formarse bridas peritoneales, que a posteriori pueden dar lugar a un íleo mecánico, otra causa de AA (ver causas obstructivas). 1.1.1. Apendicitis aguda Sin duda que esta patología ha acompañado al hombre a través de su historia; sin embargo, costó mucho para que la apendicitis aguda fuese reconocida como entidad anatomoclínica independiente. Por muchos años se habló de flegmón o absceso de la fosa ilíaca derecha (FID), desconociéndose el rol que jugaba el apéndice. Mélier7, en Francia (1827), tratando de interpretar el papel de los cuerpos extraños en la inflamación del apéndice, afirmó que ésta es la causa más frecuente de los flegmones de la FID y expresó: “si esta afección no ha sido observada más a menudo, es porque no se ha prestado bastante atención al apéndice, órgano que se ha mirado como de poca o ninguna importancia y se ha creído superfino investigar sus lesiones en las autopsias ”, y añadió proféticamente: “si fuese posible establecer el diagnóstico de esta afección de una manera cierta y positiva, y mostrar que ella está siempre circunscrita, la posibilidad de una operación puede ser concebida; tal vez algún día ello se consiga ”. Sin embargo, este punto de vista fue negado por Dupuytren13 (1827), quien con todo el peso de su autoridad sustentó que la tiflitis (inflamación del ciego) era la causa del flegmón o absceso de la FID y acuñó el término de peritiflitis. Este concepto prevaleció cerca de medio siglo. En 1867, Willard 17 Parker13 de Nueva York drenó exitosamente abscesos de la FID, y esta simple intervención se popularizó como “la operación de Parker”. Esta técnica la realizó exitosamente Treves en el rey Eduardo VII de Inglaterra, pocos días antes de su coronación (1902). En Alemania, Mikulicz13 (1877) y luego Krónlein13 insistieron en la laparotomía precoz en todo caso de peritonitis. Este último (1884) aparentemente fue el primero en reconocer un caso de peritonitis secundaria a apendicitis perforada, y realizó la primera apendicectomía reglada para esta enfermedad, pero el paciente falleció. En 1886, TG Morton14 de Filadelfia practicó la primera apendicectomía exitosa en una apendicitis aguda perforada. El concepto de la historianatural de la enfermedad fue esclarecido ese mismo año por Reginald H Fitz15, Profesor de Anatomía Patológica de la Universidad de Harvard, quien sobre la base de una experiencia de 257 casos de perforación apendicular postuló que el tratamiento más eficaz debía ser la apendicectomía en la primera etapa de la inflamación, antes que ocurriese la perforación. A Charles Mac Bumey16, cirujano de Nueva York, contemporáneo de Fitz, corresponde el mérito de haber descrito el cuadro clínico de la enfermedad, destacando los síntomas que permiten el diagnóstico precoz y la indicación oportuna de la operación dentro de las primeras 48 horas de iniciado el cuadro; igualmente sentó las bases de la técnica operatoria, muchas de las cuales prevalecen hasta hoy. Fitz y Mac Burney dieron razón a la tesis de Mélier e hicieron realidad su profecía. Este nuevo enfoque del manejo de la apendicitis aguda fue aceptado y difundido rápidamente en EEUU, entre otros por Fowler, Murphy, Deaver, Ochsner; en Francia por Reclus, Roux y Dieulafoy; en Inglaterra por Hancock, Treves y Lockwood; en Alemania, por Krönlein, Mikulicz, Kümmell y Sonnenburg13, etc. En Chile, la primera publicación sobre una apendicitis aguda complicada y operada corresponde a Olof Page17 (1894), de Valparaíso (Figura 2). Se trataba de un paciente con absceso apendicular que sobrevivió al drenaje quirúrgico (Figura 1). Sin embargo, las primeras apendicectomías exitosas comunicadas en la literatura nacional corresponden a Ventura Carvallo E18 (1896). Lucas Sierra19 dio gran importancia a este tema y generó numerosas publicaciones sobre el tema. Acuñó algunos aforismos en relación al AA y a la apendicitis aguda, que han pasado a la posteridad: “El abdomen es una caja de sorpresas” y 18 “la apendicitis aguda es una enfermedad que cuando se diagnostica de día debe operarse antes que se ponga el sol y diagnosticada de noche, debe intervenirse antes que salga el sol”. Figura 2. Dr. Olof Page17, de Valparaíso, fue el primero en publicar en Chile un caso de apendicitis aguda complicada y operada. Después de un siglo, el manejo quirúrgico de la apendicitis aguda es universalmente aceptado. Se discrepa en cuanto a si procede la cirugía inmediata20, 21 o diferida22 en la peritonitis apendicular localizada, aunque se tiende a privilegiar esta última postura. Con el advenimiento de la cirugía laparoscópica, se ha propuesto esta técnica para la apendicitis aguda23, sin embargo ésta tiene limitantes, condicionadas por el proceso anatomopatológico y el costo/complejidad del procedimiento. La experiencia nacional, al respecto, ha sido comunicada por Carlos A Rivera24. 1.1.2. Colecistitis y colangitis aguda La alta incidencia de la litiasis biliar en Chile, especialmente en mujeres, determina que la colecistitis aguda como causa de abdomen agudo sea frecuente. En la época prelisteriana, los procedimientos para aliviar este problema eran 19 muy cautelosos. Los primeros ensayos quirúrgicos se refieren al empiema vesicular. Jean Louis Petit13, en Francia, en 1743, recomendó que una vesícula distendida debe aliviarse por punción y en lo posible se debe practicar la colecistolitotomía. En 1867, John Bobbs13 de Pensylvania ejecutó accidentalmente y con éxito la primera colecistostomía del siglo, la cual fue replicada por Teodoro Kocher13 de Berna, en 1878, y por Lawson Tait13 en Inglaterra, en 1879. Aunque la colecistectomía había sido ejecutada en siglos anteriores en perros y gatos por algunos experimentadores, “corresponde a Karl Langenbuch13 del Lazaras Krankenhaus de Berlín el mérito de llevarla a la práctica en el hombre (1882) e iniciar con esto una de las ramas más felices de la Cirugía que se haya podido idear”. La historia de la coledocotomía se inicia en Alemania con Sprengel13 (1884), seguida por Kümmel (1886) y por Courvoisier13, en Francia (1890). El drenaje del colédoco o coledocostomía fue recomendado por Kehr13, en 1897. La verdadera cirugía de las vías biliares nació en nuestro país con la primera colecistectomía practicada por Lucas Sierra25, en 1899 (Figura 3). El Maestro escribió al respecto: “Nuestros primeros fracasos con la colecistostomía nos hicieron modificar nuestras tendencias conservadoras; el primer éxito operatorio en las vías biliares lo obtuvimos con una colecistectomía y coledocotomía a la vez”. Por una rara casualidad, la primera operación feliz en las vías biliares, ejecutada en Chile, fue también el primer caso de coledocotomía. Los cirujanos chilenos pusieron rápidamente en práctica este tipo de cirugía, aunque temían el abordaje quirúrgico precoz de la colecistitis aguda, preferían “enfriar” el proceso y operar en forma diferida. Fue mérito de algunos cirujanos de la Asistencia Pública (AP)26, 28, en particular del Dr. Emilio Salinas29, 30, haber introducido y demostrado la ventaja de la colecistectomía de urgencia en la colecistitis aguda, criterio que prevalece hasta la fecha. También es mérito de Salinas y cols31 haber introducido la coledocostomía de urgencia en la colangitis aguda, con lo cual se ha reducido notablemente la mortalidad de esta grave enfermedad. 20 Figura 3. Dr. Lucas Sierra Mendoza (1866-1937)13, “verdadera figura apostólica de la Cirugía chilena, es el cirujano que con incansable actividad ha mantenido, como ningún otro, el espíritu e interés por la ciencia quirúrgica”. Tuvo especial predilección por el tema abdomen agudo. La incorporación de la cirugía laparoscópica en patología biliar también se ha proyectado a la colecistitis aguda32, incluso en Chile33. En la colangitis aguda, como procedimientos menos invasivos, se han preconizado el drenaje biliar externo transhepático34, la esfinterotomía endoscópica35 y el drenaje endoscópico bilionasal36, con resultados favorables. 1.1.3. Salpingitis aguda Dentro de los procesos inflamatorios pelvianos, la salpingitis aguda gonocócica fue la más frecuente y constituyó un problema epidemiológico importante en EEUU, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial37. En la era preantibiótica, la salpingitis tuberculosa se observaba con mayor incidencia que ahora y muchas veces complicada con peritonitis. En los últimos años, otros microorganismos como clamidias y anaerobios se han detectado más frecuentemente en los procesos inflamatorios pelvianos. La salpingitis aguda puede plantear difíciles problemas en el diagnóstico diferencial con la apendicitis aguda y obligar a una laparotomía de urgencia. Hoy, gracias a la 21 laparoscopia, se puede dilucidar esta situación. Existe la experiencia que sólo el 50% de los procesos inflamatorios pelvianos diagnosticados clínicamente ha sido confirmado por este procedimiento38. Descartada la apendicitis aguda, el tratamiento de la salpingitis es conservador, con mayor razón en la era antibiótica. Distinto es el caso de la ruptura intraperitoneal de un absceso tuboovárico, secuela de una antigua gonorrea, que puede sobrevenir espontáneamente o ser el resultado de una exploración bimanual o de un traumatismo accidental. Esta complicación requiere de tratamiento quirúrgico urgente, que además del aseo peritoneal incluye la exéresis del anexo comprometido. 1.1.3. Pancreatitis aguda (PA) La importancia fisiológica del páncreas fue señalada primeramente por Claude Bernard39 (1856), quien, además, en estudios experimentales en perros produjo PA al inyectar aceite en el conducto pancreático. En 1878, Friedreich13 expuso el cuadro clínico, basado en los trabajos anatomopatológicos de Rokitansky, Virchow y Klebs. Sin embargo, la descripción magistral de la clínica de la PA corresponde a Reginald H Fitz40, en 1889, en particular de las formas más graves. EL Opie41, en 1901, al descubrir la presencia de un cálculo enclavado en la ampolla de Vater en un paciente con PA, enunció la clásica teoría del “canal común” y del reflujo biliar hacia los conductos pancreáticos como causa de esta afección. Sin embargo, AR Rich y GL Duff42 pusieron en duda la importancia del “canal común” y crearon el concepto de “obstrucción de losconductos pancreáticos” como factor etiopatogénico de la PA, criterio que ha sido compartido por otros autores. En un estudio nacional realizado por E Cumsille y R Guzmán43 sobre factores etiopatogénicos de la PA en 1959, los autores encontraron enfermedad biliar en el 72% de los casos; antecedentes alcohólicos en el 6,5%; infecciosos en el 5,4%; operatorios en el 5,4% e indeterminados en el 10,7%. El rol preponderante de la litiasis biliar en la génesis de la PA en nuestro medio ha sido corroborado por numerosos autores. La asociación de PA y alcohol fue descrita por primera vez por Friedreich39 (1878) y ratificada por Fitz (1889), Halsted (1901) y Opie (1902). La PA alcohólica en general es más grave y tendría mayor mortalidad que la biliar39. 22 El diagnóstico precoz de la PA, a pesar de la intensidad del “drama pancreático”, no se establece con mayor frecuencia antes de la operación porque, como dice Koerte44, “no siempre se tiene presente que todo enfermo tiene un páncreas” y porque se piensa con mayor frecuencia en otras causas de AA. Además, en Chile hasta la década del ‘20 se creía que la PA necrohemorrágica o apoplejía pancreática era muy rara. Sin embargo, la tesis de licenciatura de Wenceslao Vivanco G45 (1922) desmintió esta apreciación y llamó la atención sobre su elevada mortalidad. Numerosas publicaciones posteriores demuestran que la PA es tan frecuente entre nosotros como en el extranjero, lo cual no debe extrañar dada la enorme frecuencia de las afecciones biliares en Chile13. De acuerdo con las estadísticas nacionales, hasta 1958 el diagnóstico de PA se hacía en el 50% de los casos y en el resto no se sospechaba39, transformándose en un sorpresivo hallazgo operatorio o de necropsia. Los avances de los estudios de Laboratorio y de la Imagenología, especialmente de la TAC abdominal, han contribuido no sólo al diagnóstico precoz46, sino que también a seguir objetivamente la evolución y a establecer el pronóstico de esta enfermedad47. El tratamiento de la PA a través del tiempo ha oscilado entre el manejo médico y quirúrgico. Hoy se tiene una posición más bien conservadora, reservándose la cirugía sólo para resolver las complicaciones. 1.2. Ruptura de víscera hueca 1.2.1 Ulcera gastroduodenal perforada Esta complicación generalmente tiene un comienzo más dramático y evoluciona como una peritonitis difusa aguda, cuya mortalidad antes del tratamiento quirúrgico era cercana al 100%. La primera descripción de ella en una autopsia fue hecha en 1727 por C Rawlinson48. En 1799, M Baillie49 ilustró en su Atlas de Anatomía Patológica una típica úlcera gástrica perforada. Durante el siglo XIX, la experiencia sobre el tratamiento quirúrgico de esta afección fue desfavorable y en ella fracasaron cirujanos importantes como Mikulicz7 (1884) y Taylor (1887). En 1892, Ludwig Heusner7 practicó exitosamente, en Alemania, la primera sutura en un paciente con una úlcera gástrica perforada, caso que fue publicado por Kriege50. En Inglaterra, un caso similar corresponde a Morse51. En los años posteriores la sutura de la úlcera gástrica perforada se ha 23 transformado en un procedimiento de rutina y su mortalidad ha descendido progresivamente a menos de 10%, gracias a la precocidad de la intervención7. En 1902, Keetley13 realizó con éxito una resección del estómago en un paciente con úlcera gástrica perforada. A partir del año ‘20, diversos cirujanos alemanes, austríacos y rusos recomendaron esta intervención13. En casos apropiados puede ser exitoso el tratamiento conservador propuesto por Taylor y Warren52, mediante sonda nasogástrica y terapia parenteral. En 1990, Mouret y cols33 comunicaron su experiencia con el tratamiento laparoscópico de la úlcera péptica perforada, con resultados favorables en la mayoría de los casos (4/5). Caupolicán Pardo C54 fue el primero en Chile en presentar un caso de peritonitis por perforación de úlcera duodenal diagnosticada en necropsia (1899). Guillermo Münnich55 fue el primero en operar con éxito una úlcera gástrica perforada, asociada a estenosis cicatrizal del píloro de origen ulceroso; realizó una gastrorrafia y una gastroenteroanastomosis. Una experiencia similar, con la misma técnica, comunicó De Amesti56 en 1927. G Münnich, en 1911, fue el primero en efectuar una resección gástrica en un enfermo con una úlcera del estómago perforada en peritoneo libre; el enfermo falleció. Sin embargo, Marcial Baeza13 en 1943 y 1946 insistió en esta técnica, con resultados favorables, en pacientes atendidos en la AP de Santiago, Alma Mater de la Cirugía de nuestro país13. La indicación de gastrorrafia o resección en la úlcera gástrica perforada debe estar condicionada por la precocidad del diagnóstico, las condiciones generales del paciente y la experiencia del cirujano. 1.2.2 Ulceras tíficas perforadas La fiebre tifoidea o “chavalongo”, enfermedad endémico-epidémica de los pueblos aborígenes americanos, ha afectado a nuestra población hasta el presente. Germán Schneider13, médico colono alemán del siglo pasado, fue el primero en mencionar la fiebre tifoidea en los Anales de la Universidad de Chile (1854), lo mismo que las perforaciones intestinales por esta causa (1866). En estudios estadísticos de los hospitales de Santiago se demostró que en esa época era una de las enfermedades con mayor morbimortalidad13. Dieulafoy13 en 24 Francia (1897) y Lucas Sierra19 en Chile (1906) llamaban la atención sobre la necesidad de laparotomías precoces en los casos de apendicitis aguda y otros procesos agudos abdominales, incluyendo la tifoidea. Las primeras intervenciones por complicaciones quirúrgicas de la fiebre tifoidea fueron ejecutadas por G Münnich57, en Valparaíso (1916). La mortalidad del tratamiento quirúrgico de esta enfermedad en la experiencia de diversos autores13 era aproximadamente 55%. El advenimiento del cloramfenicol, alrededor del año 1950, logró reducir la incidencia de la fiebre tifoidea y de sus complicaciones, pero en los últimos años ha reaparecido, por persistencia de condiciones higiénico-sanitarias deficientes de la población. 1.2.3. Perforación de colon Puede ser complicación de una patología colónica preexistente (cáncer, colitis ulcerosa, colitis amebiana58, etcétera) o secundaria a un trauma extrínseco (ver causas traumáticas de AA). La perforación de colon es una complicación muy grave si se considera el natural polimicrobismo de la peritonitis fecal o estercorácea, en el cual se ha dado mucha importancia al Bacteroides fragilis59. 1.3. Ruptura masiva de quiste hidatídico hepático en peritoneo libre Es una complicación rara, dramática por el violento shock anafiláctico y expuesta a la siembra hidatídica peritoneal. La primera experiencia nacional fue comunicada por M Garcés y L Tapia60. Se aconseja el aseo peritoneal exhaustivo, marsupialización del quiste, drenaje tubular y no emplear nunca formalina local con fines parasiticidas. 2. CASUSAS OBSTRUCTIVAS: OBSTRUCCIÓN INTESTINAL Hipócrates y Galeno caracterizaron el íleo por tres síntomas: dolor, vómitos fecaloideos y distensión abdominal7. De las diferentes etiologías del antiguo concepto de íleo se diferenció la obstrucción intestinal o cólico miserere7, entre cuyas causas está la hernia estrangulada7. 25 Actualmente el concepto de íleo reconoce dos grandes formas, la paralítica y la mecánica. La primera tiene diversas causas, incluyendo la peritonitis. El fleo mecánico u obstrucción intestinal puede ser con o sin compromiso vascular. Dentro de las causas del íleo mecánico con compromiso vascular se destacan la hernia estrangulada y el vólvulo o torsión intestinal, cuya historia analizaremos brevemente. 2.1. Hernia estrangulada (HE) Las hernias abdominales pueden ser externas e internas, siendo más frecuentes las primeras. 2.1.1 Hernias externas estranguladas Praxágoras de Cos (400 a.C.) describió el procedimiento de taxis para la HE. Sin embargo, de no reducirse ésta, se consideraba incurable y no se operaba. En la Edad Media, la intervención electiva de las herniasla realizaban los “herniotomistas” ambulantes, de dudosa formación. En el siglo XVI (1556), Pierre Franco61 operaba las HE seccionando el anillo herniario para lo cual se valía de una sonda acanalada protectora del intestino. En los siglos XVI y XVII proliferaron las descripciones anatómicas en estudios post mortem, que se dieron a conocer especialmente a través de Morgagni7. En el siglo XVIII se individualizó clínicamente y se diagnosticó la obstrucción intestinal. En la primera mitad de ese siglo, Velse62 operó exitosamente una invaginación intestinal, y en la segunda mitad Pillore7 realizó con éxito una cecostomía por obstrucción del intestino grueso. Cheselden63 (1713) salvó la vida de un paciente con hernia umbilical estrangulada, resecando un gran segmento de intestino necrosado. Sin embargo, estos casos exitosos eran aislados en comparación con la elevada mortalidad que tenía esta patología, por la cual muchos médicos, entre otros Huguier13, preferían no operar la HE. También Gosselin13 propuso la taxis forzada a cuatro manos, maniobra que se proscribió por su alta iatrogenia. En Chile, la primera publicación sobre HE corresponde a una hernia umbilical en una paciente intervenida por Carlos Leiva13 (1856), en la que se practicó quelotomía con resultado favorable, pese a una fístula intestinal transitoria. La fistulización del intestino o “ano preternatural” en el infundíbulo de Scarpa 26 como una solución a la hernia crural estrangulada fue descrita por Dupuytren, según W Díaz64. Aunque el tema de la HE ha motivado a muchos cirujanos, el primer trabajo que reúne la casuística de Santiago es el de Nataniel Pantoja65 (1933), quien en 3.622 hernias abdominales encontró 533 estranguladas (14,7%) y demostró que era más frecuente en la mujer (29%) que en el hombre (10%). En el orden de frecuencia decreciente estuvieron la hernia crural (32%), la umbilical (28%) y la inguinal (8%). La mortalidad de la HE fue de 13,32%. A Lavín y R Alvarado66 publicaron la experiencia de la AP de Santiago (1950-1955) en 822 pacientes con HE y en los cuales la mortalidad descendió a 4,9%. 2.1.2 Hernias internas estranguladas Son menos frecuentes que las internas, pero su mortalidad es mayor, ya que por lo general su diagnóstico es tardío, como hallazgo de laparotomía o de necropsia. Dentro de estas hernias debe considerarse la hernia obsturatriz descrita por Arnoud de Ronsil67, en 1724; un hijo de éste, G de Ronsil, informó del primer caso de hernia obsturatriz estrangulada reducida exitosamente por taxis; el primer caso operado con sobrevida es de H Obre, en 1850. En la literatura nacional sobre el tema están las comunicaciones de J Marín y L Aguirre68 y de L Cubillos69. Moynihan y Dobson70, en 1906, describieron las diversas fosas peritoneales e hicieron una completa revisión de las hernias intraabdominales. GH Hansmann y SA Morton70 analizaron exhaustivamente la literatura, destacando que las hernias paraduodenales son las más frecuentes (250/467), seguidas de las pericecales y del íleon terminal (61/467), del foramen de Winslow (37/467), etc. 2.2 Vólvulo o torsión intestinal En nuestra historia de comienzos del siglo XIX debe considerarse el bastón del Dr. Nataniel Cox13 para destorcer el colon sigmoideo torcido, responsable de los cólicos “estercoráceos”, y que constituyó una práctica habitual en el antiguo Hospital de San Juan de Dios. El primer caso de obstrucción intestinal registrado en la literatura chilena corresponde a una torsión del sigmoides, intervenido por el Dr. Barros Borgofío13 (1885); en el momento de incidir el abdomen, el 27 enfermo presentó un vómito fecaloideo abundante que aspiró y que determinó su muerte por asfixia. Este infausto desenlace era la tónica de la época. El Dr. Ismael Bruna71, en su tesis de licenciatura “Tratamiento de las torsiones intestinales”, hizo este comentario: “es sensible ver en nuestros hospitales a desgraciados que solicitan un lecho para ser curados de una torsión intestinal, y saber, puede decirse de antemano, que el mismo que viene a solicitar nuestros conocimientos será dentro de poco un cadáver”. En 1890, en la Clínica Quirúrgica del Dr. Ventura Carvallo se practicó con éxito la primera destorsión quirúrgica de una torsión de la S. ilíaca72. Posteriormente aparecieron numerosas publicaciones nacionales, dentro de las cuales se destacan las de R Pavés73 (1936), en que da a conocer el resultado de la operación de Paul-Mikulicz en el tratamiento del vólvulo sigmoideo. En 1937, E Acevedo y A Thompson74 realizaron un completo “Estudio clínico-estadístico de la obstrucción y estrangulación intestinal en Chile” (962 casos), con una mortalidad de 18%. De esta casuística, el 50% correspondía a diversas HE, el 12% a vólvulos y un 8% a estrangulaciones y obstrucciones por bridas y adherencias. 2.3 Íleo mecánico sin compromiso vascular Generalmente es causado por bridas o adherencias peritoneales, cuya frecuencia ha aumentado paralelamente con la práctica de la laparotomía; su manejo es médico conservador, pero cuando hay sospecha de daño vascular se impone la exploración quirúrgica. Otra causa de este tipo de íleo es el íleo biliar, complicación de la colelitiasis ya descrita en el siglo XVII13. El primer caso en Chile fue comunicado por Arturo Brandt75, en 1901. Diversos cirujanos comunicaron más tarde su experiencia al respecto destacando su conducta clínica oscilante y su elevada mortalidad que, con el advenimiento de la adecuada compensación hidroelectrolítica, la descompresión intestinal por sonda, la antibioticoterapia y la simple enterolitotomía, han mejorado su morbiletalidad75. En la Escuela de Medicina de la Universidad Católica, a comienzos de la década del ‘40, surgió un trabajo multidisciplinario sobre el íleo y su enfoque diagnóstico-terapéutico integral, por Rodolfo Rencoret et al76, que debe 28 considerarse en nuestro medio como modelo de simposio (Figura 4). Figura 4. Facsímil del trabajo multidisciplinario sobre íleo realizado por el Dr. Rodolfo Rencoret D. y colaboradores76. Debe considerarse como modelo de simposio sobre un tema médico en Chile. 3. CASUSAS VASCULARES 3.1. Isquemia mesentérica aguda (IMA) El infarto intestinal es el evento final en la evolución de diferentes patologías médicas y quirúrgicas que comprometen la circulación visceral, sea en forma focal o difusa. Una vez alcanzada la fase de necrosis, las manifestaciones clínicas de AA y el compromiso hemodinámico de tipo séptico, que generalmente acompañan al infarto intestinal, señalan al cirujano que está frente a una batalla perdida. F Valdés77, en 1990, señala: “a pesar de los notables avances alcanzados por la Medicina contemporánea en el diagnóstico y tratamiento de un gran número de enfermedades de elevada morbimortalidad, en el campo de la IMA no ha habido un progreso significativo”. Dumphy78, en 1936, llamó la atención que el 58% de los pacientes que fallecían 29 por gangrena intestinal tenía el cuadro prodrómico de angina mesentérica. A partir de entonces se reconoció que, en casos seleccionados, podría anticiparse el diagnóstico de insuficiencia vascular mesentérica durante la fase preinfarto. En 1951, Klass79 comunicó la primera embolectomía mesentérica en un paciente con IMA, sin embargo, el enfermo falleció de insuficiencia cardíaca a los dos días. A partir de entonces se inició la era de la revascularización como tratamiento de elección en la IMA. En 1960, Stewart y cols80 comunicaron la que debe ser considerada como la primera embolectomía exitosa, efectuada en 1951. Shaw81 reportó en 1958 la primera tromboendarterectomía mesentérica en un caso de trombosis aguda del tronco mesentérico superior. Siendo la IMA infrecuente, fue ignorada en Chile hasta 1939, año en que Grinschpun87 comunicó dos casos catalogados como “apoplejía visceral” en su trabajo “Nuevas causas de abdomen agudo”. Las mayores casuísticas nacionales publicadas en el período prerrevascularización77 corresponden a M Vos y cols del Hospital JJ Aguirre, en 1952, con 17 casos;E Parrochia y cols del Hospital Salvador, en 1954, con 52 casos y a E Collao y A Yuri de la Asistencia Pública, en 1960, con 15 casos, cuya mortalidad osciló entre 80 y 98%. Aunque el primer intento de revascularización mesentérica por IMA fue realizado en 1969 por J Tocornal83 del Hospital Clínico de la PU Católica, las primeras series clínicas de este tipo de operación corresponden a F Valdés, A Krämer y F Cruz84 del mismo centro hospitalario, en 1983. Con posterioridad, se ha comunicado la experiencia recogida con dicha técnica en el Hospital Grant Benavente de Concepción y los Hospitales del Salvador y de la P Universidad Católica de Santiago77. En este último, la mortalidad de la IMA embólica es de 22% y aquella de la IMA trombótica es de 77%. A pesar de ello, este problema vascular sigue siendo muy grave y la disminución de su mortalidad sólo se puede esperar de la precocidad del diagnóstico clínico y angiográfico y de la cirugía correspondiente. 3.2. Quiste ovárico torcido Es una complicación de los quistes pediculados del ovario, en los cuales a la masa tumoral se agrega dolor intenso repentino por el compromiso vascular secundario a la torsión del pedículo, y cuya solución lógica es la extirpación del quiste. E McDowell85 en Kentucky (EEUU), en 1809, extirpó un tumor ovárico 30 gigante a una paciente, a la cual le dijo que era un experimento. “Esta aceptó los riesgos y demostró su fe en su médico y en el Señor cantando himnos durante la intervención. Mientras McDowell la realizaba, su casa fue rodeada por gran cantidad de amigos de la enferma, con manifiestas intenciones de balearlo o ahorcarlo en el caso de que la mujer muriera. Afortunadamente esto no ocurrió. La recuperación fue rápida; la operada vivió 32 años más y falleció a la edad de 78”. En la historia nacional corresponde a Concepción el honor de ser la ciudad en que se practicó por primera vez una ovariotomía en Chile (1868), por los Drs. Pedro Ortíz, Osvaldo Aichel y Lorenzo Carrasco13. Con la introducción de la antisepsia en la Cirugía, tanto en Europa como en Chile, esta técnica tuvo una amplia aceptación y difusión (Figura 5). Figura 5. Operación de un gran quiste ovárico complicado en un centro asistencial de Santiago (Chile), a comienzos del siglo XX. Las reglas de asepsia y de antisepsia aún no estaban incorporadas en el quirófano ni en el equipo quirúrgico. 3.3. Torsión primitiva aguda del epiplón mayor Es una patología poco frecuente, descrita en 1858 por Pierre de Marchetti y comunicada en Chile por L Tapia86. El diagnóstico constituye, generalmente, un 31 hallazgo de laparotomía exploradora; se resuelve por resección del epiplón. 4. CASUSAS HEMORRÁGICAS 4.1. Embarazo ectópico complicado Hasta el siglo XIX, la sepsis puerperal y la hemorragia cataclísmica producida por el embarazo ectópico roto, generalmente tubario, fueron las primeras causas de mortalidad materna. Aunque muchos cirujanos franceses se preocuparon del hematocele pelviano, a Nelaton13 se le reconoce el honor de ser el primero en dar fisonomía propia a la afección, al describirla magistral mente en 1851. Hugier13 pensó, en esa época, que dentro de las diversas causas del hematocele pelviano debía considerarse la ruptura de un embarazo extrauterino. Sin embargo, Lawson Tait13 destacó el rol preponderante que desempeña la rotura de la trompa grávida en la génesis de las hemorragias intraperitoneales de la mujer (1885-1888) y difundió la práctica de laparotomizar de urgencia a toda mujer con hemorragia interna por aborto o ruptura tubaria, concepto formulado por Keller13 en 1872 y que es válido hasta hoy día. El primer trabajo sobre el embarazo extrauterino en Chile corresponde a Gregorio Amunátegui Solar87, en 1892, quien adhirió a la postura de Lawson Tait. Posteriormente el tema despertó gran interés en nuestro medio y generó nuevas tesis de licenciatura12, como la de Arístides González (1903) y la de Mario García D (1921), que dieron a conocer la experiencia de la Clínica Ginecológica del Profesor Víctor Körner del Hospital San Vicente (1900-1920) y del Servicio de Ginecología del Hospital Salvador del Dr. Enrique Arancibia (1910-1920). La tesis de licenciatura del Dr. Mario García reunió 230 casos de embarazos tubarios operados. La revisión de 900 casos operados en la AP de Santiago durante 10 años consecutivos generó la tesis de prueba del Dr. Eduardo Contreras T88 (1938) y la comunicación de Aníbal Rodríguez89 en la Revista Médica de Chile (1942). Desde que Shapiro y Adler90 publicaron en 1973 el primer caso de embarazo tubario resuelto por vía endoscópica, la laparoscopia quirúrgica se ha transformado en el procedimiento de elección en la resolución de esta patología, por las ventajas que ofrece: acorta el tiempo operatorio, disminuye el dolor postoperatorio, tiene una recuperación más rápida y abrevia el tiempo de 32 hospitalización. Las bondades de esta nueva técnica están avaladas por numerosas publicaciones extranjeras y nacionales, dentro de las cuales destacamos las de C Atala y cols (1989), JL López y cols (1991), G Duque y cols (1991), O Solar y E Gómez (1992), todas publicadas en la Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología. Sin embargo, el diagnóstico laparoscópico de embarazo ectópico no complicado, con embrión vivo, sigue motivando un conflicto ético en relación con el destino del embrión. Hasta ahora no se ha logrado implantar con éxito estos embriones en la cavidad uterina. 4.2. Ruptura de aneurisma de aorta abdominal (aaa) Es la complicación más frecuente y letal de los aaa, a través de hemorragia fulminante y anemia aguda. Ocupa el 15° lugar entre las causas de deceso del hombre en EEUU91. La incidencia de la ruptura del aaa ha aumentado en las últimas tres décadas92 y es mayor en pacientes de edad avanzada. Esta complicación sin tratamiento quirúrgico es inevitablemente fatal. Por desgracia, la mortalidad posreparación quirúrgica de la ruptura también es excesiva y en la experiencia de diferentes autores es aproximadamente 50%93. En Chile, W Sunkel fue el primero en operar exitosamente un aaa roto (1963), aunque ya antes (1957) lo había intentado S Törnvall en Valparaíso, pero sin éxito94. El grupo quirúrgico del Hospital Clínico de la Universidad Católica tiene una casuística de 64 casos de aaa rotos operados, que se desglosa en dos períodos: 8 casos entre 1966-1975 y 56 casos en el período 1975-1995. En el primer período la mortalidad fue de 50% (4/8) y descendió a 28,6% (16/56) en el segundo período95, lo que coincide con las mejores estadísticas mundiales93. Las diferentes cifras de mortalidad de diversos Centros pueden atribuirse a la variabilidad de las poblaciones estudiadas, del cuidado prehospitalario y del transporte, a la oportunidad del tratamiento y a la diferente experiencia de los cirujanos. La mortalidad de la cirugía en la ruptura aneurismática sigue siendo alta, en acentuado contraste con la baja mortalidad de la reparación electiva de los aneurismas. El manejo de estos pacientes sigue siendo una de las más desafiantes y formidables tareas que debe afrontar el cirujano vascular93. La resección electiva de los aaa con factores de riesgo ha mejorado el pronóstico de esta afección. La primera reparación quirúrgica exitosa de un aaa fue hecha 33 por C Dubost96 en París, en 1951. La introducción de esta cirugía en el Hospital Clínico de la U Católica se debe a R Domínguez, en 1968. En este mismo hospital, los Drs. Valdés, Krämer y cols97, en un período de 20 años (1976- 1995) han operado 479 pacientes, de los cuales 378 se operaron electivamente, con una mortalidad de 5,94% en el primer decenio y de 0,72% en el segundo decenio. El screening de las poblaciones de alto riesgo y la reparación electiva de los aaa son los únicos medios prácticos que pueden reducir significativamente la muerte por esta enfermedad. 4.3. Hematoma de la vaina del músculo recto anterior del abdomen Por su localización extraperitoneal y por no constituir un riesgo vital, ha sido catalogado como falso AA.Se debe tener presente en el diagnóstico diferencial ante un cuadro doloroso abdominal, unilateral, brusco, en correspondencia con esfuerzos y con aparición de una masa palpable, en especial en pacientes de edad avanzada, hipertensos o afectos a un cuadro hemorragíparo. Su manejo es conservador, pero en casos complicados puede recurrirse a la punción o al drenaje quirúrgico. La primera comunicación nacional corresponde a S Silva98, que más tarde fue ampliada por M Garcés y cols99. 5. CAUSAS TRAUMÁTICAS “Es más seguro mirar y ver qué hay, que esperar a ver qué pasa”. Sir Cuthbert Wallace100 5.1. Por accidente o agresión Desde sus orígenes, el hombre ha estado expuesto al trauma, sea por caídas, catástrofes naturales (terremotos), agresiones de animales y del propio hombre. El signo de Caín se ha perpetuado a través de la historia en constantes manifestaciones homicidas, cada vez más tecnificadas (guerras, agresiones individuales, etcétera). A ello debemos agregar los crecientes accidentes del transporte terrestre y aéreo, lo mismo que de los nuevos y variados deportes peligrosos, que hablan de la alienación del mundo postmoderno. 34 En el trauma abdominal se distinguen aquellos que comprometen vísceras macizas como el hígado, el bazo y los riñones, generando hemoperitoneo que de acuerdo con su magnitud pueden requerir de cirugía. En casos de ruptura del bazo con hemorragia exanguinizante se impone la esplenectomía de urgencia que O Reigner101, en Breslau, practicó por primera vez en 1893. La experiencia nacional sobre el tema corresponde cronológicamente a G Valenzuela Basterrica102 (1899), B Salas103 (1921), B Muñoz Pal104 (1927) y R Vargas Molinare105 (1942). Por la importancia inmunológica del bazo, hoy se tiene un enfoque quirúrgico más conservador del trauma esplénico. La ruptura de una víscera hueca, sea por arma blanca, por bala, etcétera, es sinónimo de peritonitis y precisa de tratamiento quirúrgico urgente. Según H de Monfroid106, este concepto lo tenían aún los pueblos primitivos, como es el caso de los somalíes, nómades a nivel de los hombres de la Edad de Piedra. Este autor, en estilo novelesco, describe la gastrorrafia con mandíbulas de termitas practicada por un curandero a un guerrero con una herida cortante del estómago, producto de un lanzazo... pero no relata el resultado de la operación. La medicina militar a través de los tiempos dará cuenta de una casuística interminable, con resultados pavorosos. En 1883, Kocher7 suturó exitosamente una perforación gástrica por bala. En el siglo XX, afortunadamente, las cosas han cambiado. En un estudio comparativo de la mortalidad por trauma abdominal107 en soldados en acción de la II Guerra Mundial (1942-43) y del conflicto de Corea (1952-53) se observó un notable descenso de la letalidad, en cuanto al compromiso de las vísceras abdominales. En el caso del colon, bajó de 23,0% a 9,3%; en el caso del estómago, descendió de 29% a 0%; y en el del bazo, bajó de 12% a 0%. También hubo un importante descenso de la mortalidad en función del número de órganos comprometidos; así, cuando se trataba de un solo órgano la letalidad bajó de 10% a 7%; cuando eran tres órganos afectados, descendió de 42 a 27% y cuando se trataba de cinco órganos, bajó de 92% a 16%. La reducción de la mortalidad en Corea es atribuible al uso más amplio de transfusiones de sangre total, al empleo rutinario de la penicilina profiláctica, al uso frecuente de antibióticos de amplio espectro, a la disponibilidad de helicópteros para evacuar a los pacientes más graves y a la posibilidad de atenderlos precozmente en un quirófano bien equipado. 35 En la experiencia nacional, respecto al AA traumático y de manera anecdótica se recuerda el empalamiento de Caupolicán durante la Conquista española, relatado dramáticamente por Alonso de Ercilla108 en “La Araucana” y la impresionante observación del Dr. Guillermo Blest13 sobre las agresiones con arma blanca en el siglo pasado (1828), que él calificó como “la plaga aterradora de los heridos a cuchillo, la peste en Chile”. En nuestro país, una de las primeras comunicaciones sobre herida por bala corresponde a J Aiquel109 en 1954, quien estudió 140 casos atendidos en la Asistencia Pública de Santiago, cuya mortalidad fue de 33,57%. 5.2. Peritonitis postoperatoria Fue casi la regla en el período prelisteriano. Disminuyó considerablemente con el advenimiento de la antisepsia y de la asepsia, pero continúa presente en la medida que la laparotomía y la laparoscopia se han transformado en técnicas rutinarias. Su origen puede ser la contaminación bacteriana exógena o una iatrogenia quirúrgica intraoperatoria, como la ruptura intestinal o el vaciamiento en peritoneo libre de un absceso intraperitoneal circunscrito. Esta complicación puede alcanzar extraordinaria gravedad y su tratamiento hacerse muy complejo; en parte se puede prevenir empleando una técnica quirúrgica rigurosa al abordar la cavidad abdominal110. CONSIDERACIONES FINALES A través de los tiempos, el enfrentamiento del AA ha tenido notables avances tanto en el conocimiento de su fisiopatología como en los aspectos diagnósticos (estudios por imágenes, punción abdominal, laparoscopia, etcétera) y terapéuticos (laparotomía oportuna, antibioticoterapia, alimentación parenteral, etcétera). Todo este armamentario es un importante apoyo a la labor del clínico, pero en ningún caso lo exime de la observación personal ni de la actitud vigilante y criteriosa frente a cada enfermo, que es de rigor en el AA. Esta entidad ha sido, es y seguirá siendo un desafío permanente para el cirujano. BIBLIOGRAFÍA 1. Marañón G: Manual de diagnóstico etiológico. 8a ed. Madrid: Espasa Calpe, 1954; p. 239. 36 2. Relatos y relatores de Congresos Chilenos de Cirugía (1924-1953). Noveno Congreso Interamericano y Vigésimo séptimo Chileno de Cirugía. Santiago 1953, pp. 15-21. 3. Rosin D: History in minimal access medicine and surgery. 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Como consecuencia del desarrollo embriológico, la morfología de la cavidad peritoneal es compleja. En el transcurso del peritoneo entre las diferentes partes de la pared abdominal y las vísceras o de una víscera a otra se forman entidades anatómicas denominadas ligamentos, mesos y omentos o epiplones. La reflexión del peritoneo parietal hacia vísceras forma los recesos o fondos de saco y las goteras paracólicas. La implantación del mesocolon transverso permite dividir la cavidad peritoneal en una parte supramesocólica y una inframesocólica, y a esta última en una mitad derecha y una izquierda por la presencia de la raíz del mesenterio. En general, las dependencias del peritoneo están formadas por dos o más hojas entre las cuales transcurren los vasos arteriales, venosos y linfáticos que irrigan las vísceras. La cavidad peritoneal puede ser subdividida en una parte anterior, extensa, el saco mayor, y una parte que se encuentra detrás del estómago, el saco menor, unidos por el foramen epiploico. La cavidad peritoneal de la mujer se comunica con la cavidad uterina por las trompas. Por este motivo, la cavidad peritoneal de la mujer es abierta. DESARROLLO EMBRIONARIO DEL PERITONEO La compleja estructura del peritoneo se puede entender mejor haciendo un recuerdo de la embriología del intestino. En etapas tempranas del desarrollo, el intestino del embrión está suspendido de la pared posterior por el mesenterio dorsal medio. Este se denomina mesogastrio dorsal en la región proximal o gástrica, mesoduodeno en la primera parte del intestino, y mesenterio en el resto del intestino delgado y grueso. El páncreas dorsal se desarrolla en el 44 morelio morelio morelio morelio morelio mesoduodeno. El estómago del embrión está unido además a la pared abdominal anterior por el mesogastrio ventral, en el cual se desarrollará después el hígado. El mesogastrio ventral tiene un borde libre inferior que se extiende del ombligo al píloro (Figura 1). El desarrollo del hígado divide al mesogastrio ventral en el ligamento falciforme y el omento menor. El asa del intestino medio se encuentra en el embrión fuera de la cavidad abdominal, en el celoma extraembrionario. Su retorno a la cavidad abdominal, acompañada de la rotación intestinal y de la diferente velocidad de crecimiento de las distintas secciones del intestino determina la disposición final del peritoneo (Figura 2). Figura 1. Corte sagital esquemático de un embrión de 5 semanas que muestra el desarrollo del hígado en el mesogastrio ventral. (1) Hígado; (2) estómago; (3) mesogastrio dorsal; (4) intestino. 45 Figura 2. Corte sagital esquemático de un embrión de 5 semanas que muestra la disposición del intestino primitivo. (1) Intestino; (2) aorta; (3) arteria mesentérica superior; (4) páncreas; (5) estómago; (6) mesogastrio ventral; (7) hígado; (8) arteria umbilical; (9) alantoides. El bazo se desarrolla en la parte superior del mesogastrio dorsal que queda dividido en una parte ventral, el ligamento gastro-esplénico, y una parte dorsal, el ligamento lienorrenal. El saco menor se forma como una evaginación en el mesogastrio dorsal desde la derecha. Mientras crece, el estómago va rotando de manera que su lado derecho se hace posterior mientras su lado izquierdo se hace anterior. Como consecuencia de esta rotación, el saco menor queda ubicado detrás del estómago. El crecimiento del saco menor detrás del estómago es determinante en la formación del omento mayor. DISPOSICIÓN DEL PERITONEO EN EL ADULTO La cavidad peritoneal principal, llamada saco mayor, se comunica con el saco menor por un pequeño espacio ubicado detrás del borde libre del omento menor, orientado hacia la derecha y abajo. Esta comunicación se denomina foramen epiploico (hiato de Winslow) y está limitada por delante por el omento menor, por detrás por el peritoneo parietal frente a la vena cava inferior, por arriba por el 46 lóbulo caudado del hígado y por debajo por la primera parte del duodeno (Figura 3). Figura 3. Foramen epiploico. (1) Lóbulo cuadrado del hígado; (2) omento menor; (3) curvatura menor del estómago. Saco mayor: el peritoneo parietal anterior de la región supraumbilical hasta la superficie inferior del diafragma forma una entidad constituida por dos hojas de peritoneo y que rodea a la vena umbilical obliterada, llamada ligamento falciforme. El peritoneo parietal hacia la derecha se continúa con la hoja derecha del ligamento falciforme, es reflectado por el lóbulo derecho del hígado constituyendola hoja superior del ligamento coronario, y una reflexión similar hacia la izquierda, entre el hígado y el diafragma, forma el ligamento triangular izquierdo del hígado. Esta parte del peritoneo es continuación de la hoja izquierda del ligamento falciforme (Figura 3). El peritoneo cubre toda la superficie superior del hígado, y después de su borde anterior cubre su cara visceral que queda casi completamente revestida del peritoneo, con excepción de una pequeña área, al reflejarse el peritoneo entre el hígado y el diafragma, formando la hoja inferior del ligamento triangular izquierdo del hígado y también hacia la curvatura menor del estómago, formando la hoja anterior del omento menor (Figura 4). 47 Figura 4. Omento menor. (1) Vesícula biliar; (2) hígado; (3) omento menor; (4) estómago; (5) colon transverso. El peritoneo de la cara superior del lóbulo derecho del hígado se extiende hacia la cara visceral, cubre la vesícula biliar y llega hasta el diafragma, cubriendo parte del riñón y de la glándula suprarrenal derecha, formando la hoja inferior del ligamento coronario. Más abajo se continúa con el peritoneo de la hoja anterior del mesocolon, y hacia la izquierda conforma la pared posterior del saco menor. Las dos hojas del ligamento coronario se juntan hacia la derecha formando el ligamento triangular derecho del hígado. Entre ellos queda una zona desperitonizada en el hígado, llamada área desnuda. El omento menor pasa desde el hilio hepático hasta la curvatura menor del estómago. Después de cubrir las caras del estómago las hojas se ponen en contacto a mitad de la curvatura mayor para formar las dos hojas anteriores del omento mayor (Figura 5). Este se extiende una distancia variable hacia abajo en la cavidad peritoneal. Después se dirige hacia el colon transverso y después de cubrirlo forma el mesocolon transverso (Figura 6). Las hojas de éste se separan en la pared posterior, delante del páncreas. Hacia la izquierda vuelven a juntarse a nivel de la unión duodenoyeyunal, lugar en que se inicia la raíz del mesenterio (Figura 7). 48 Figura 5. Omento mayor. (1) Omento mayor; (2) colon transverso; (3) yeyuno. Figura 6. Mesocolon transverso. (1) Colon ascendente; (2) duodeno; (3) páncreas; (4) mesocolon transverso; (5) raíz del mesenterio. 49 Figura 7. Raíz del mesenterio. (1) Colon ascendente; (2) colon transverso; (3) raíz del mesenterio; (4) colon descendente. Las hojas del omento mayor hacia la izquierda forman el ligamento gastro- esplénico y el ligamento lienorrenal entre el riñón izquierdo y el diafragma. En la pared posterior, en relación con las porciones ascendentes y descendentes del colon, se forman cuatro “goteras”: 1. Paracólica lateral derecha entre colon y pared lateral derecha. 2. Paracólica lateral izquierda entre el colon descendente y la pared lateral izquierda. 3. Cólica medial derecha entre el colon ascendente y el mesenterio. 4. Cólica medial izquierda entre el colon descendente y mesenterio. Estas comunican la cavidad abdominal con la cavidad pelviana, con excepción de la cólica medial derecha (Figura 8). Hacia la izquierda, en relación con las ramas de la arteria mesentérica inferior, el peritoneo parietal posterior se levanta adquiriendo la forma de una V invertida y se denomina mesocolon pélvico o sigmoideo. Este cubre la parte superior de la cara anterior del recto y se refleja hacia la vejiga en el hombre y hacia el útero en la mujer (Figura 9). 50 Figura 8. Mesenterio - goteras cólicas. (1) Gotera paracólica derecha; (2) colon ascendente; (3) gotera cólica medial derecha; (4) omento mayor; (5) gotera paracólica izquierda; (6) gotera cólica medial izquierda; (7) mesenterio. Figura 9. Mesocolon pélvico o sigmoideo. (1) Mesocolon pélvico; (2) colon sigmoideo; (3) recto. 51 Bajo el ombligo, en la pared abdominal anterior, se forman cinco pliegues: un pliegue umbilical medio frente al uraco, dos pliegues laterales frente a las arterias umbilicales obliteradas y dos pliegues más laterales frente a las arterias epigástricas inferiores. En la pelvis el peritoneo cubre la cara superior de la vejiga. En el hombre se extiende después de la cara anterior del recto formando el fondo del saco rectovesical, bajo el cual se encuentran las vesículas seminales (Figura 10). Figura 10. Reflexión del peritoneo en la pelvis masculina. (1) Vejiga; (2) fondo de saco rectovesical; (3) recto. En la mujer, después de la vejiga, cubre la cara anterior del cuerpo del útero, después del cual se extiende sobre la cara posterior del cuerpo y cuello uterino (Figura 11). 52 Figura 11. Reflexión del peritoneo en la pelvis femenina. (1) Vejiga; (2) fondo de saco vésico-uterino; (3) cuerpo del útero; (4) recto; (5) fondo de saco recto- uterino. Se forman así un fondo de saco anterior vésico-uterino y uno posterior muy profundo, el fondo de saco recto-uterino. Este se encuentra en íntimo contacto con el fórnix vaginal posterior. Hacia los lados, en la mujer, el peritoneo forma los ligamentos anchos del útero, y en relación con éste el mesosalpinx y el meso-ovario. El saco menor del peritoneo se divide en un compartimento superior y uno inferior por los pliegues gastropancreáticos frente a las arterias gástrica izquierda y hepática común (Figura 12). En relación con el duodeno y el ciego se forman los recesos peritoneales: duodenal superior e inferior paraduodenal. 53 Figura 12. Pared posterior del saco menor. (1) Arteria gástrica izquierda; (2) arteria esplénica; (3) vena esplénica; (4) arteria hepática común. En relación con la unión ileocecal hay un receso superior, uno inferior y uno retrocecal (Figura 13). Figura 13. Recesos ileocecales. (1) Tenia cólica; (2) apéndice; (3) receso ileocecal inferior; (4) receso retrocecal. Clínicamente la cavidad peritoneal se divide en tres compartimentos principales: supracólico, infracólico y pélvico. 54 IRRIGACIÓN E INERVACIÓN La irrigación del peritoneo proviene de pequeñas ramas de las arterias de las vísceras adyacentes. Los vasos más importantes son los gastro-epiploicos que irrigan el omento mayor. El drenaje linfático también se ordena de acuerdo con las vísceras adyacentes. Entre las hojas del peritoneo se encuentran numerosos linfonodos, especialmente en el omento mayor y en el mesenterio. La inervación del peritoneo parietal posterior proviene de los segmentos torácicos inferiores y lumbares adyacentes. En la parte superior hay áreas inervadas por el nervio frénico. 55 Capítulo 3 Fisiología y fisiopatología del peritoneo 56 Fisiología y fisiopatología del peritoneo Dr. Jorge Martínez C. I. INTRODUCCIÓN: BASES ANATÓMICAS El peritoneo es una membrana serosa, constituida por un epitelio de células mesoteliales aplanadas del mismo origen embriológico que las células endoteliales de los vasos sanguíneos. Este mesotelio descansa sobre una membrana basal y un estroma de tejido conectivo laxo en donde se disponen vasos sanguíneos, nervios, fibras elásticas y abundantes mastocitos y macrófagos. Constituye la serosa más extensa del organismo, con una superficie aproximada de 1,8 m2, que prácticamente iguala la superficie cutánea del mismo individuo1. Delinea todas las paredes de la cavidad abdómino-pélvica y cubre la mayor parte de las vísceras abdominales. Esta membrana es un continuo que pasa desde las paredes del abdomen a las vísceras formando de esta manera los llamados ligamentos. Aquella parte que recubre el interior de las paredes del abdomen se denomina peritoneo parietal, y la parte que cubre las vísceras se llama peritoneo visceral. Es similar en prácticamente toda su extensión, salvo sobre la superficie inferior del diafragma, donde las células mesoteliales se disponen con espacios intercelulares que fueron descritos ya en 1863 por Von Recklinghausen. Son los denominados estomas2 Toda esta membrana encierra así una cavidad, normalmente virtual, denominada cavidad peritoneal. La disposición de las vísceras del abdomen da origen a una serie de repliegues del peritoneo que constituyen
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