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Cartografías pedagógicas para educadores sociales José García Molina Directores de la colección: Segundo Moyano y Jordi Planella Diseño del libro y de la cubierta: Natàlia Serrano Primera edición: octubre 2012 Primera edición en formato digital: febrero 2013 © José García Molina, del texto © Editorial UOC, de esta edición Rambla del Poblenou 156, 08018 Barcelona www.editorialuoc.com Realización editorial: El Ciervo 96, S.A. ISBN: 978-84-9029-967-8 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright. A Juan Sáez Carreras. Por el presente cotidiano de una amistad estelar. Índice introducción 7 de LA inVeStiGAción PedAGóGicA 13 Miradas trascendentes, prácticas inmanentes 13 Pensar no es investigar y viceversa 18 Hacer cosas con Foucault 21 Arqueólogos 24 Genealogistas 27 Cartógrafos 32 ¿Politizar la investigación pedagógica? 37 de LA formAción de LoS educAdoreS SociALeS 47 De la investigación a la docencia 47 Alumnos y estudiantes. Profesores y maestros 51 cAjA de herrAmientAS PedAGóGicAS PArA educAdoreS SociALeS 61 La metáfora de la «caja de herramientas» 61 5 6 Bricolaje: cómo construir su propio modelo educativo 64 Principio. Establecer distinciones 64 Leer y traducir el encargo político e institucional 72 Elementos contingentes para un modelo educativo institucional 74 Políticas y éticas de la acción educativa 88 notAS A LAS cArtoGrAfÍAS 97 bibLioGrAfÍA 101 7 introducción Pero, ¿qué es el tiempo? ¿Quién podría fácil y brevemente explicarlo? ¿Quién puede formar una idea clara del tiem- po para explicarlo después con palabras? Por otra parte, ¿qué cosa más familiar y manida en nuestras conversacio- nes que el tiempo? Entendemos muy bien lo que significa esta palabra cuando la empleamos nosotros y también cuando la oímos pronunciar a otros. ¿Qué es pues el tiempo? Se bien lo que es si no se me pregunta. Pero cuando quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. San Agustín. Confesiones. Resulta paradójica e inquietante la perplejidad que asalta a quien se propone meditar y escribir acerca de lo, por haber sido nombrado infinidad de veces y practica- do en los quehaceres cotidianos, demasiado conocido y familiar. Perplejidad que no atañe solo a los grandes temas de la filosofía. También, y a todas luces, alcanza a lo que sabemos pero apenas podemos explicar sin recurrir a sobreentendidos y, más hondamente si cabe, en los tránsitos pedagógicos que intentan acompañarnos entre el pensar y el hablar, el investigar y el escribir, el 8 enseñar y el aprender. Si una de las mayores dificultades a la hora de escribir acerca de lo que nos es tan propio es hacerlo sin sobreentendidos, intentarlo requerirá revisar y poner en orden las ideas y experiencias acumuladas a lo largo de una trayectoria obligándonos a pensar lo que hacemos y a saber expresar lo que pensamos para hacer posible que otros quieran saberlo y pensarlo (de nuevo). Por lo mismo, la finalidad de este pequeño texto no es otra que llegar a expresar formal e inteligiblemente, pero de forma fragmentaria, las propias ideas y convicciones acerca de las prácticas universitarias y profesionales alrededor de la educación social. Quién sabe si además sea una herramienta para comenzar a pasar, como intentaba San Agustín, del yo ya me entiendo al puedo explicarlo; para que, de algún modo, también tú lo leas, lo pienses, lo sepas y lo practiques. Resulta incuestionable que esta particular visión de las cosas se ha ido generando al amparo de dos formas diferentes de ser y de hacer. He tenido el privilegio de participar en la conformación de ciertos habitus profe- sionales y universitarios en ese territorio que damos en llamar educación social. Pero ante todo, la posición actual es fruto de una historia de encuentros, conversaciones, dudas y trabajos compartidos; historia atravesada por la preocupación respecto a ciertos temas de indagación intelectual y por ciertos lenguajes singulares hechos de conceptos especializados que resuenan en libros, revis- tas, congresos y seminarios. En otras palabras, la actual posición es el resultado parcial de una reflexión en, desde y sobre lo social, de la práctica educativa y del hábito de la conversación con algunos colegas de una y otra tribu (la profesional y la académica) que me han ido llevan- 9 do desde el esfuerzo por sistematizar el pensamiento hasta la preocupación por problematizarlo. He intentado pasar, en el transcurrir de los últimos años, de un pensa- miento sistemático a un pensamiento problemático. ¿Cuál es la diferencia entre ambos? Podría resumirse acudiendo al clarificador ejemplo propuesto por Walter Kaufmann y que aseguraba que si Platón era un pensador sistemático, Nietzsche era un pensador problemático. La proble- matización de lo que acontece en el territorio social y pedagógico ha abierto posibilidades ensayísticas para el pensamiento y la escritura que no puedo ignorar por más tiempo. Me aventuro entonces a delinear un segundo objetivo para este texto: problematizar el propio campo del conocimiento y las prácticas sin menospreciar las deu- das personales y profesionales que mantengo con ellos. Reconozco las herencias, pero quisiera hacer de ellas una oportunidad para la renovación antes que un testamento de obligado cumplimiento. Aspiración que sigue bebien- do de la fuente del famoso verso de René Char «Notre héritage n’est précédé d’aucun testament». Parece oportuno, antes de comenzar, realizar una pequeña aclaración. Problematizar, en la estela abierta por Foucault, no significa polemizar, quejarse, lamen- tarse por infortunios pasados o presentes o criticar des- calificando al supuesto oponente. El polemista no está dispuesto a cambiar su pensamiento porque escribe para ocupar y mantener un lugar, su verdad. Contrariamente, el problematizador experimenta y construye campos de problemas para pensar el qué, el cómo y el quién; para entender los procesos de emergencia y producción de un discurso o una práctica que tocan a lo que hoy somos y hacemos y más aún, para poner en entredicho su supues- 10 ta naturalidad, sustantividad o universalidad. Pensar problemáticamente implica, también, sacudirse un poco los estrechos límites de las territorializaciones disciplina- res complacidos en delimitar un objeto de estudio o un marco de acción propio, único, excluyente. Significa dar paso a otras formas de mirar, de pensar y de escribir lo que nos acontece, lo que somos, sus motivos y motiva- ciones. La construcción de un problema —o un campo de problemas— prefiere proponer hipótesis y fuerzas que extralimiten el trabajo de los sistemas teóricos dis- ciplinares a la cómoda verdad de lo estrechamente esta- blecido. Es lo que Michel Foucault denominó «penser autrement»; una voluntad de acoger el acontecimiento, lo inédito e intempestivo para componerse con sus efectos sin remitirlo obligatoriamente a lógicas previas o impe- rantes. Se trata, en última instancia, de un pensar abierto a los signos y síntomas que las situaciones emiten, a lo que insiste y persiste para existir. Pensar problemáticamente implica mantener abiertas ciertas preguntas siempre atra- vesadas por la propia inmanencia del pensar, el educar y el escribir. De esta manera cobran sentido aquellas palabras de Chantal Maillard que, parafraseando a Aristóteles, afirmaba que allí «donde hay evidencia no hay discusión posible». No es la pretensión de este librito desvelar nin- gunaverdad esencial escondida. Anhela, en todo caso, proporcionar una excusa al lector que quiera tomar a su cargo los fragmentos discursivos desperdigados por las distintas páginas y atreverse a continuar debatiendo con- sigo mismo acerca de sus posiciones, sobre las posibles articulaciones entre el territorio pedagógico y el social. Este es un librito incompleto que no presupone un cuer- 11 po teórico uniforme. O es, quizás y en el mejor de los casos, un cuerpo desmembrado, el inestable lugar en el que el debate, la discusión y la toma de posición siguen siendo condición imprescindible. ¿Es posible pensar, trabajar y enseñar alrededor de las prácticas sociales y educativas tomándolas como un campo de problemas antes que como simple objeto de estudio disciplinar? El abordaje de la pregunta abre vías de intuición respecto a nuestro papel en la investigación y formación de profesionales de la educación social. Intuiciones que aventuran que resulta más formativo abordar problematizaciones que aprender nociones; más enriquecedor y efectivo pensar problemas que saber temas. El ejercicio profesional ético requiere capacidad y elasticidad reflexiva para abordar situaciones que pueden, en algunos casos, diferir y/o chocar frontalmente con los propios marcos teóricos, con las verdades teórico–disci- plinares asumidas. Pensar problemáticamente nos permi- te acoger los signos de la situación que no encajan con los supuestos teóricos de referencia. Pensar es un ejercicio capaz de introducir matices y tonalidades en las situa- ciones; una práctica que contempla las eventualidades y acontecimientos asumiendo la pluralidad y la diferencia entre los hombres; una destreza ética que nos acerca a la figura del agente doble (García Molina, 2011). El presente libro propone una desordenada caja de herramientas para construir y pensar problemas propios a la investigación, la formación y el ejercicio profesio- nal en la educación social. Desordenada porque evita recurrir a formas de clausura epistemológica, teórica o metodológica invitando a cada lector a servirse de lo que pueda serle útil para pensar problemas constituidos y 12 constituyéndose en relaciones sociales y educativas sin- gulares. Desorden que incita a una práctica de teorización pedagógica que, parafraseando a Hanna Arendt (1995), se atreva a «pensar sin barandilla». 13 de LA inVeStiGAción PedAGóGicA miradas trascendentes; prácticas inmanentes Usted habló de «pensar sin fundamento»; yo tengo una metáfora que no es tan dura, que nunca he hecho pública ya que me la he guardado para mí misma. Yo lo llamo «pensar sin barandilla». En alemán, Denken ohne Geländer. Esto es, mientras usted sube y baja las escaleras siempre se apoya en la barandilla para no caer. Pero hemos perdi- do esta barandilla. Esta es la forma en la que me lo digo a mí misma. E incluso es lo que trato de hacer. H. Arendt. De la historia a la acción. La historia de la filosofía, al menos desde que Parménides planteara la cuestión del Ser, nos ha mos- trado que todo pensador que ensaya una ontología se ve abocado a partir de un principio ordenador (de un Uno). Platón, y neoplatónicos como Plotino, Proclo o Agustín, sentaron las bases de una práctica filosófica tendente a pensar lo Uno del Ser. La filosofía, el pensamiento, se entendía entonces como necesidad de ordenar la exis- tencia alrededor de algún principio funda(menta)nte que priorizase, jerarquizase y/u organizase lo trascendente y 14 lo inmanente. Hemos transitado hasta nuestros días toda suerte de distinciones entre lo Uno y el Ser, Dios y el Ser, el Ser y la Sustancia, Esencia y Existencia… En este largo periplo incluso quienes han negado la unidad del Ser y se han resistido a pensar desde cualquier clase de Uno tras- cendente —el Bien, la Idea, el Motor Inmóvil, el Cogito, la Ley, la Voluntad, etc.— parecen haberse apresurado finalmente a abrazar otros nombres del Uno: Diferencia, Devenir, Dialéctica, Intuición, etc. Fatalidades del pen- sar, donde podría afirmarse que el Uno no es pero debemos aceptar que hay Uno. Eliminar el Uno del pensamiento, eliminar el principio, imposibilita pensar. No se trata de abrazar un Uno numérico, ni una homogénea esencia ordenadora de la vida; la multiplicidad de los entes (la pluralidad discreta del existir) y la diferencia (el continuo diferir de lo vivo) desmentirían tal pretensión. Pero, por provisorios o paradójicos que sean, un pensamiento sin principios —representados en conceptos que nombren, ordenen y den sentido a esa multiplicidad— se hace imposible. Hay principios en el pensar por el simple hecho de que hablamos, contamos, numeramos y escri- bimos; porque no tenemos otra forma de acechar lo real del ser expresado en los entes que mediante el recurso al Uno del orden simbólico (Badiou, 1998: 32). En definitiva, pensar necesita principios, conceptos y distinciones que no se encuentran en lo real mismo pero que nos orientarán a través de él. Pensar es entonces un acto trascendente. Pero lo trascendente es el acto y el resultado del pensar (producción de conceptos y dis- cursos), no lo que da a pensar y requiere ser pensado (la inmanencia de lo real). La condición de posibilidad del pensamiento, lo que nos da a pensar, se encuentra en la 15 inmanencia de los cuerpos y sus gestos, en los espacios que ocupan, transitan y habitan, en las huellas que dejan sus relaciones. ¿Qué significaría, entonces, pensar sin barandilla en el quehacer pedagógico? Un pensar susceptible de alterar la trama de redundancias dominantes, de acabar con la complacencia de las nociones universales, las oposiciones genéricas y los analogismos forzados. Una revolución en favor de los pequeños gestos del pensamiento encarna- do. La celebración de la contingencia de cualquier tarea educativa. La llegada del tiempo de ir a ver lo que pasa allí donde pasa, participando de los devenires sin adscribirlos previamente a marcos normativos y/o teóricos. Estar preparados para sobrepasar «las trascendentes leyes del deber ser educativos. Pensar y actuar ni más acá ni más allá del mismo suelo que nos da a pensar. El caso es que el despertador del sueño dogmático de tantos discursos de las ciencias y profesiones sociales y pedagógicas lleva sonando bastante tiempo. Sería inte- resante desperezarse y comenzar a mirar alrededor, a lo cercano, entendiendo que no necesitamos elevarnos a los cielos para comprender lo que acontece en los suelos de las prácticas. Es tiempo de pensar en las prácticas, no solo sobre las prácticas, evitando ubicarnos en alturas teórica- mente celestiales o en lenguajes totalizantes proyectados sobre los cuerpos, las cosas, las relaciones. Solo así se alcanzan a entender sus condiciones de funcionamiento, los principios semióticos y materiales que las posibilitan, los mecanismos y procesos constituyentes que les apor- tan consistencia. Solo así seremos capaces de agrupar lo discontinuo del mundo (teorizar) respetando lo diverso (singularizando) y detectando los factores, palabras, 16 conceptos y afectos favorables a la situación en la que estamos envueltos. Lo queramos o no, las prácticas profesionales de los educadores sociales suelen ubicarse, por norma general, al margen de las doctrinas. Los quehaceres contingentes ignoran despreocupadamente la palabra de los sabios; su lejana trascendencia suele resultarles extraña. Que investigadores y profesores creamos en la pertinencia y eficacia de nuestras propias ideas, sistemas y conceptos, no les obliga a compartirlas. No es que los profesionales no tengan ideas, incluso teorías de referencia, sino que las situaciones en las que trabajan obligan a construirlas desde el ensayo y el bricolaje antes que atendiendo a la aplicación directa de corpus o sistemas. No se trata por tanto de denostar la reflexión y la conceptualización sino de confiar en un pensamiento situado en las prácticas; un pensamiento atento a las microfísicaspara poder desplegar líneas de sentido y acción no predeterminadas. Práctica de inmanencia que no impide la mirada analítica y crítica (es decir, trascendente, aunque postulada como crítica local y localizada), la conceptualización y la discu- sión sobre lo que vemos que pasa. Si inmanencia signifi- cara estar pegado literalmente a lo que pasa, naturalizar o reificar la realidad, sería más conveniente elegir la tras- cendencia de las religiones. Pero estamos convencidos de que en la inmanencia de los procesos se puede ver mejor y más lejos; también de que no existe mirada más pano- rámica que la situada en un plano o territorio que acepta cierta opacidad (Virno, 2003). Las alturas desde las que Nietzsche decía mirar el mundo y los asuntos humanos siempre estuvieron ubicadas a ras de suelo. Un pensamiento pedagógico que quiera dar cuenta 17 de prácticas reflexivas, formativas y profesionalizadoras, precisa mirar y pensar lo que (nos) pasa sin apoyarse permanentemente en las barandillas disciplinares ya construidas. Transitar otros derroteros permite divisar las múltiples formas del estar unos con otros, la vin- culación y el tránsito de cuerpos y palabras, espacios y tiempos, estrategias y tácticas, (con)tactos, fuerzas, afec- ciones, etc. Para tal tarea no es preciso derribar todos los edificios de la abstracción, habitar la intemperie o practicar un nomadismo intelectual permanente. No es imprescindible enterrar las herencias de nuestros modos de pensar y hacer. No odiamos el uso de la abstracción o conceptualización —imprescindible para la práctica de la teorización— sino la autosatisfacción esclerótica en que solemos practicarlas pedagogos y educadores. Lo que nos interpela a ver y a hacer de otra forma no es la negatividad de las grandes teorías y métodos, es el abuso de su aplicación indiscriminada en situaciones siempre singulares; la homogeneidad presupuesta y la homoge- neización practicada como modos de alejamiento de lo que nos (pre)ocupa: las prácticas de pensar, investigar, escribir, educar… 18 Pensar no es investigar y viceversa Una de las razones por las que esta disciplina no está siempre en buen estado es, quizás, la desgana de los que piensan, de los teóricos, por confesar y creer que este (pensar) es importante y también la de los que consideran que solo el compromiso y el «engagement» es importan- te. Da la impresión que la gente no cree en lo que está haciendo. H. Arendt. De la historia a la acción. ¿Cuál es la naturaleza del pensar? ¿En qué puede ser distinto de la investigación? Arendt afirma que la razón, la capacidad de pensar que todos disponemos, tiene necesidad de auto-realizarse1. Todos somos capaces de pensar si por tal cosa entendemos la posibilidad de ordenar y dar forma a un relato mientras se vive. Pero también sabemos que Arendt se afanó a distinguir entre vita contemplativa y vita activa, otorgando a la primera un estatus fuera del alcance de cualquiera. Si pensamiento y acción no pueden ir siempre de la mano es porque pensar es una actividad solitaria que solo podemos hacer 1. Algunos síntomas dela universidad de nuestro tiempo cuestionan tal afirmación. La máxima con la que Kant saluda a la Ilustración —Sapere aude— ha sido desterrada de muchas aulas, o ha comenzado a hacer las maletas. ¿Hemos salido los profesores y estudiantes de educación social de la minoría de edad que nos incapacita, por pereza y/o cobardía, a hacer uso de la propia razón? ¿Nos atrevemos a pensar por nosotros mismos, a preguntarnos ante otros y con otros, o seguimos apegados al cumplimiento incuestionado de las doctrinas de tutores y autores, de guías espirituales? 19 por nosotros mismos, mientras que la acción precisa del concierto de varios, del compromiso de un grupo. De hecho, contradiciendo de algún modo su propia queja respecto al secuestro y monopolio del pensamiento por parte de filósofos y metafísicos, Arendt separa radical- mente la actividad de pensar de la acción cotidiana o comprometida. A su juicio, pensar requiere condiciones que la nerviosidad moderna y sus requerimientos sociales dificultan, por no decir imposibilitan. Si a la falta de condiciones añadimos que la adopción de una posición firme parece detener el pensar mismo —es decir, que el compromiso fácilmente puede condu- cir a un punto donde ya no pensemos—, la cuestión del pensar se vuelve ampliamente problemática. Forzando la idea: ¿es o no cierto que cuando abrazamos una verdad (intelectual, científica, política, social, etc.) ya no hay demasiado que pensar? Profesar alguna teoría, abrazar un presupuesto teórico o metodológico, en el dominio que sea, ¿no hace que corramos el riesgo de dejar de pensar? Pregunta que propone una enseñanza: los principios son la condición para pensar, el despliegue del pensar; no la respuesta a lo que debe seguir pensándose2. El principio no debería coincidir con el final. Para evitar tales tenta- ciones es oportuno practicar aquella moral de la incomodidad que Foucault admiró en Merleau–Ponty y que invita a «no consentir jamás en sentirse totalmente a gusto con las 2. Kant distinguía entre pensar y conocer. Hay cosas que podemos pen- sar pero no llegaremos a conocer (Dios, por ejemplo). Así, pensar las relaciones educativas como prácticas situadas nos lleva a aceptar que, pudiendo recrear sus condiciones de posibilidad, no podemos pretender alcanzar un conocimiento exahustivo, completo o universalizable de las mismas. 20 propias evidencias » (Eribon, 1992: 360). La comodidad de los principios teóricos puede convertir la actividad de pensar en un ejercicio tautológico, en mera reproducción de una teología del Uno garante. Siguiendo el argumento de Kant, retomado por Arendt, podemos aceptar que cualquiera es capaz de pen- sar. Aun así, parece necesario distinguir entre pensamien- to espontáneo y pensamiento metódico; reconocer que existen distintas intensidades y complejidades del pensar relativas a las situaciones en las que se piensa, los objetos y fenómenos pensados, la naturaleza de los problemas a resolver, etc. Nos enfrentamos, en lo cotidiano, a situa- ciones de dificultad que requieren de operaciones men- tales para ser abordadas, aunque no sepamos con certeza por qué decidimos lo que decidimos y hacemos lo que hacemos. También los universitarios y profesionales de la educación se enfrentan a problemas cuya complejidad precisa de capacidades singulares para pensar las situacio- nes en las que emergen y se instauran. Las operaciones mentales requeridas, así como las habilidades y actitudes puestas en juego, exigen algo más que la simple ordena- ción del relato de lo que pasa. Ser profesional significa estar en condiciones de abordar problemas más o menos complejos para dar un sentido a la propia acción. Pensar es, entonces, una actividad inherente al desempeño pro- fesional. Y si esto es así, debiera contemplarse como un contenido, competencia o procedimiento básico en la formación de los estudiantes universitarios. Retomando el problema desde otro ángulo, pensar es un ejercicio de ética intelectual que pone en tela de juicio las propias certezas sin renunciar a tener convicciones. Podemos investigar disposiciones y dispositivos pedagógicos en su 21 dimensión histórica, fáctica u organizativa; y podemos mediante la investigación alcanzar conocimiento teóri- co con carácter normativo, prescriptivo, organizativo o metodológico para que los profesionales lo recreen en sus prácticas. Sin embargo, lo nuclear de la praxis educativa, la relación educativa, lo aconteciendo en la distancia entre agentes y sujetos de la educación, solo puede ser pensado de forma inmanente mediante el concurso y la elabo- ración de palabras que no tienen cosa (García Molina, 2008: 55–61). La relación educativa reclama ser pensada antes que investigada. Si no más, porque las palabras que intentan definirla «se vuelven esquivas; cuando hablamos de su significado, nadase mantiene ya fijo, todo empieza a ponerse en movimiento» (Arendt, 1995: 121). hacer cosas con foucault Las actuales lógicas de publicación científica y de evaluación del profesorado universitario conforman un entramado de relaciones y prácticas que tiende a con- vertirlas en productos medibles o cuantificables según ciertos valores de uso técnico y tecnológico. Así, la investigación alimenta un entramado de saber y poder institucional marcado por una clara tendencia a la mer- cantilización del conocimiento y al desarrollo de traba- jos acordes a criterios y formas propias del capitalismo cognitivo y mercantil (evidente en la continua arenga a la cooperación entre universidad y empresa mediante proyectos I+D+i). Hace tiempo que es difícil dedicarse, libremente, a producir saber si más no porque quien pre- tende investigar bajo criterios alternativos se encuentra en la paradoja de tener que cuestionar los fundamentos 22 de aquello en lo que, de un modo u otro, participa cons- titutivamente desde el momento en que pliega a la debida formalización de proyectos. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo investigar —y que se den las condiciones de posibilidad para hacerlo— sin renunciar a cuestionar, traducir y modificar las coor- denadas de la situación (entre ellas los propios saberes académicos y sus presupuestos)? Si nuestras herramientas de análisis pueden contribuir, en mayor o menor medida, a producir y reproducir lo analizado, cabe pensar que la investigación puede también atreverse a jugar y desesta- bilizar las propias reglas del juego. En otras palabras, la investigación puede ser crítica3. Intentando abordar algunas posibilidades de inves- tigación crítica, me detendré en repasar ciertas virtuali- dades de la enseñanza de Michel Foucault. Enseñanzas que posibilitan trastocar, a quien se aventure en una lectura interesada, su relación con las propias verdades heredadas y asumidas. Lectura interesada que desestima, como él mismo aconsejaba, lecturas demasiado fieles que desembocan en la sacralización de los textos, el sacerdo- cio para con el autor, su mistificación. Para Foucault, los textos y los autores son puntos de partida, nunca lugares 3. Entiendo como críticas las prácticas que, por un lado, politizan un orden determinado para desnaturalizarlo y mostrar las relaciones de interés, deseo y poder que lo consolidan como orden establecido y, por otro, contribuyen a constituir otros órdenes posibles, formas diferentes de habitar la institución universitaria. Por lo mismo, la crítica no puede ejercerse desde un conjunto de contenidos dogmáticos o verdades adquiridas; tampoco tiene lugar último al que llegar. Voluntad crítica significa, primero y sobre todo, ir contra uno mismo, contra las coorde- nadas y barandillas que nos sostienen poniendo en el centro una actitud problematizadora y productiva. 23 de llegada4. Por ello rechaza al lector fielmente simplista, imitador mimético, repetidor y hagiográfico, ensalzando al lector arriesgado que asume el posible extravío deriva- do de la separación de la ortodoxia. En palabras de Pierre Bourdieu (2000: 198): Para ser verdaderamente fiel al espíritu de Foucault, ¿no sería necesario leer a Foucault como él mismo ha dicho que leía y así solamente? Se ha recordado, en efecto, que Foucault había dicho que había leído tal o cual autor no para sacar de él saberes, sino para sacar reglas para cons- truir su propio objeto. Es necesario distinguir entre los lectores, los comentadores —que leen para hablar des- pués de lo que han leído—, y los que leen para hacer algo, para hacer avanzar el conocimiento, los autores. ¿Cómo hacer una lectura de autor, que quizá podrá ser infiel a la letra de Foucault, pero fiel al espíritu foucaultiano? Desafortunadamente hay ocasiones en que los deseos imaginan lugares a los que no nos autorizamos llegar. A veces nos quedamos a descubierto en la intem- perie entre lo interesante, lo necesario y lo posible. Esta es una de esas ocasiones y por lo mismo, el presente texto se conforma con señalar algunas virtualidades 4. «No necesito que Marx haya dicho esto para estar convencido de que es una tarea que es preciso hacer. El estudio de la realidad sociohistórica es un terreno que me interesa. El primer reproche, por tanto, que planteo a estos marxistas que denomino “blandos”, es la desconfianza que tienen respecto al material histórico, a la realidad histórica con la que se enfrentan, y su respeto infinito por los textos, algo que los encadena necesariamente a la tradición académica del comentario de texto. Se cierran en banda en el academicismo movidos incluso por su respeto a los textos de Marx» (Foucault, 1999: 147–148). 24 heurísticas que el proyecto foucaultiano pueda tener para nuestro campo de estudio, para el ejercicio crítico de lo que somos en el presente, de los procesos de disciplina- rización de nuestras disciplinas de referencia, para la pro- blematización de ciertas lógicas biempensantes, tuertas o inconscientes respecto a lo que somos y hacemos en el ejercicio profesional. Arqueólogos Hoy en día sabemos, Foucault así lo reconocía, que arqueología y genealogía son procedimientos insepa- rables a la hora de abordar la historia de las ciencias y las prácticas. Pero no es menos cierto que una primera etapa de su trabajo (generalmente ubicada desde Historia de la locura en la época clásica hasta La arqueología del saber) se encuentra atravesada por el proyecto de una arqueo- logía de las ciencias humanas o, en otras palabras, por el intento de sacar a la luz la constitución y formación histórica de sistemas de pensamiento que han tomado al hombre como objeto (entre las que destacan la medicina y la psiquiatría). La arqueología inaugura, ya en la estela del Nietzsche genealogista, una nueva forma de análisis de los discursos de las emergentes disciplinas: allí donde generalmente la historia intenta desentramar los secretos de nuestra civilización o cultura atendiendo a la idea de origen y evolución de las grandes construcciones ella se interesa justo por aquello que las sociedades excluyen o rechazan. El arqueólogo detecta suelos de emergencia a partir de lo excluido, descubre los regímenes de visibili- dad de un discurso, de una práctica, de una verdad. Tal exclusión solo se hace visible en el archivo y por ello, la arqueología es tan descriptivamente gris, meticulosa y 25 paciente como el trabajo de archivo, en el archivo y sobre el archivo. No interpreta jamás documentos, no examina su veracidad, pero los toma como si fuesen monumen- tos —vaciándolos, aislando sus elementos, disponiendo relaciones, constituyendo conjuntos— para describir las condiciones que sirvieron de suelo a la emergencia de un acontecimiento, una ruptura o discontinuidad. La arqueología saca a la luz los elementos que componen dichos monumentos para desmentir la ilusión del origen, para refutar cualquier ley de totalización que pretenda asegurar un principio histórico de cohesión y desarrollo. Siguiendo el camino de los descentramientos provo- cados por Marx, Nietzsche y Freud, Foucault busca una doble transformación en los modos de hacer la historia.5 5. Resulta erróneo identificar genealogía con origen. Buscar un origen sería como reconocer la existencia de un lugar de la esencia o un lugar de la verdad. Nietzshe se empeñó a fondo en acabar con la hegemonía metafísica del pensamiento occidental y antepuso a la esencia, que busca lo dado desde, por y para siempre, el estudio histórico que desvela que en las cosas solo hay construcciones hechas «pieza a pieza a partir de figuras que le eran extrañas» (Nietzsche, 1985a: 123). El filósofo del martillo descubrió en la verdad una «especie de error que tiene para sí misma el poder de no ser refutada sin duda porque el largo conocimiento de la historia la ha hecho inalterable» (Nietzsche, 1985b: S265). Foucault retomará su proyecto y utilizará la historia como desmentido de la ilusiónde verdad. Lejos de ubicarse en un más allá del mundo simbólico y material, ella se encuentra ampliamente ligada a sus juegos de saber y poder, a los pod- eres del saber y a los discursos y prácticas que la instauran en un juego de relaciones dadas en dispositivos. Foucault entiende que Marx, Nietzsche y Freud no se dedicaron a interpretar objetos mas o menos complejos, sino que se hicieron cargo de las interpretaciones que habían generado las grandes producciones de sentido de la modernidad. Interpretación de interpretaciones que desmonta la supuesta originalidad de cualquier construcción simbólica, social, económica o política. Si interpretar fuese aclarar lentamente una significación oculta en el origen, solo la metafí- sicia podría interpretar el devenir de la humanidad. Pero «no hay nada 26 Por un lado pretende acabar con el continuismo del aná- lisis histórico; por otro, pretende librarse de la centralidad del sujeto, del antropologismo omnipresente en las cien- cias humanas. El arqueólogo no descubre el núcleo secreto de los hombres porque sabe que las propias ciencias huma- nas y sus profesionales constituyen una red de discursos, saberes y formas de pensamiento anónimos. Se trata de una estructura o red preexistente, mucho más extensa que el hombre mismo, que su conciencia no alcanza a dominar; una red en la que el hombre mismo se disuelve como un rastro de arena en los límites del mar. No es que Foucault ignore la participación de individuos singulares (filósofos, escritores, magistrados, juristas, médicos…) en las tramas de lo que parece funcionar sin que nadie lo haga funcio- nar (máquinas discursivas y prácticas previstas, pensadas, imaginadas o diseñadas por personas o maquinistas cuyo rostro apenas importa). El problema es que los discursos irrumpen, circulan y se distribuyen conformando raciona- lidades prácticas que otorgan lugares a los individuos, que condicionan las definiciones que de ellos se hacen, de las formas de vida, de la conducta y de la conducción de sí. El sujeto trascendental se convierte en sujeto localizado que ocupa una posición. El sujeto ya no expresa la conciencia del que habla ni el autor de una formulación sino una posición, un lugar a ocupar por individuos concretos dadas ciertas condiciones. De este modo, un individuo podrá ocupar diferentes posiciones de sujeto siempre que el lugar no sea definido invariablemente o de una vez para siempre. de absolutamente primario que interpretar pues, en el fondo, todo es ya interpretación: cada signo es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino la interpretación de otros signos» (Foucault, 2004: 43). 27 En resumen, el arqueólogo no encuentra el saber directamente en la exegesis del texto ni en una interpre- tación del documento que desvelaría el sentido de las palabras escritas. El saber es aquello de lo que se habla en una práctica discursiva; el saber da lugar a una serie de comportamientos singulares o a desviaciones respecto al objeto construido por una disciplina cualquiera (por ejemplo, la locura, el encierro o la sexualidad). La pre- gunta del arqueólogo ya no gira en torno a «qué es esto o aquello» o «qué significa». Se cuestiona, preferentemente, por el campo epistemológico en el que ciertos conoci- mientos o ideas son posibles; por las condiciones de posi- bilidad de un enunciado; por cómo se opera una división o discontinuidad en las formas de enunciación; por el cri- terio previo, las modalidades del orden de lo decible y de lo verídico. Por ello, el blanco de la crítica ya no lo cons- tituyen los individuos, las instituciones o las ideologías sino las prácticas mismas, los regímenes de prácticas que cuentan con regularidades, lógicas, estrategias y razones propias. El arqueólogo hace historia de las prácticas de producción de verdades disciplinares; recorre las condi- ciones de posibilidad de una nueva racionalidad apoyada y dispuesta en territorios donde lo verdadero y lo falso pasa a ser regulado, reglamentado, disciplinado. Genealogistas Como es sabido, el trabajo de Foucault avanza de la arqueología de las ciencias y los saberes (de las prácticas discursivas) hasta una genealogía de las transformaciones producidas en lo discursivo (enunciados) y lo no discur- sivo (medios), de las prácticas y estrategias envueltas en ellas. El genealogista pone en segundo plano la actividad 28 archivística del arqueólogo para convertirse en cartógrafo, estratega y crítico (Deleuze, 2005). Su finalidad es posi- bilitar la insurrección de los saberes sometidos y silenciados por los juegos de poder relativos a la coherencia y a la jerarquía científica. Profundizando en Nietzsche y cues- tionando las trampas en que caemos al tomar demasiado al pie de la letra la idea de autonomía de los discursos, Foucault pasa de la arqueología del saber a la genealogía del poder. El gran modelo de la lengua y los signos —el estructuralismo— ya no puede dar cuenta del espacio social de la guerra y la batalla. En él se establece antes una relación de poder que una relación de sentido, ya que el sentido y la inteligibilidad de la historia se descubren a partir de las luchas, las estrategias y las tácticas. Aun así, saber y poder se encuentran intrínsecamente relacionados. Si el saber es producido por los juegos de poder, el poder necesita decorados, textos legitimadores que permitan su instauración, bifurcación, reproducción. No es posible el ejercicio del poder «sin cierta economía de los discursos de verdad que funcionan en, a partir de y a través de este poder. El poder nos somete a la producción de la verdad y solo podemos ejercer el poder por la producción de la verdad» (Foucault, 2000: 34)6. Definitivamente, la genea- 6. La concepción del poder en Foucault precisaría de un estudio amplio que no cabe realizar aquí. No obstante, puntualizando sus balizas, podría señalarse un alejamiento de la cuestión ¿qué es el poder? para concentrarse en otras: ¿cómo funciona el poder?, ¿cuáles son sus mecanismos y sus efectos de ver- dad? Foucault rehúsa enviar los problemas de emergencia y constitución a una sola instancia ideológica (como hacía el marxismo) o a un sujeto constituyente (como hacía la fenomenología). Eliminar al sujeto tras- cendente no es apostar por una maquinaria que se mueve sin maquinista, sino comprender a los individuos como efecto del poder y como uno de sus vehículos de circulación y difusión en regímenes políticos, sociales, 29 logía se configura como práctica que sitúa el régimen de producción de lo verdadero y lo falso en el centro del análisis histórico y de la crítica política. La genealogía rehúsa ser acta notarial del destino inevitable del progreso y evolución de los discursos, los hombres o las sociedades. Más que dos ocupaciones dis- tintas, historia y genealogía son dos maneras diferentes de hacer. Mientras la historiografía clásica se atribuye un objeto e intenta resolver los problemas que le pueda plantear, la genealogía trata un problema y determina a partir de allí el ámbito del objeto que hay que recorrer para resolverlo. Lejos de ordenar monótonamente los sucesos históricos los busca y encuentra «allí donde menos se espera y en aquello que pasa desapercibido por no tener nada de historia —los sentimientos, el amor, la conciencia, los instintos—» (Foucault, 1991: 7). Negado el origen y la continuidad invariable de los elementos, asumiendo que toda identidad es una máscara, Foucault se vuelca en pensar la procedencia y la emergencia. Mientras la procedencia se enraíza en el científicos. El poder no se tiene ni se ostenta perennemente; el poder es un ejercicio de influencia discontinua y variable. Por ello se ejerce, se juega, circula en redes discursivas y prácticas atravesadas por tácticas y estrategias de combate y resistencia. Las ideologías son acompañamien- tos de las máquinas de poder, construidas pieza a pieza por elementos dispersos que se configuran asu vez como eficaces instrumentos de formación, acumulación y transmisión de saber, métodos de obser- vación, técnicas de registro, procedimientos de indagación y aparatos de verificación. Frente a los esclerotizantes análisis ideológicos globales practicados por ciertos críticos sociales, la genealogía se centra en las prácticas reales y efectivas en las que el poder se encuentra en relación directa e inmediata con su campo de aplicación, donde se implanta y donde produce efectos reales. En este punto, como en tantos otros, percibimos que Foucault piensa sin barandilla. 30 cuerpo (la genealogía se encuentra en la articulación del cuerpo y de la historia), la emergencia designa el punto de surgimiento de la entrada en escena de las fuerzas, el lugar (que es más bien un no–lugar, una escena de distribución de los actores) de un enfrentamiento del que nadie puede vanagloriarse de ser responsable. Lucha, voluntad y ejercicio de poder que no encajan en los cuadros de la batalla bidireccional supuesta por el pensamiento dialéctico y antagonista. En ese espacio sin geometría, campo contiguo a otros, se producen múltiples batallas al mismo tiempo, retiradas y oculta- mientos en los que deseo, interés y poder se dan cita sin establecer relaciones de correlación perfecta. La noción de emergencia se asocia a la idea de suceso en la his- toria, donde suceso no es la materialidad u objetividad de «una decisión, un tratado, un reino o una batalla, sino una relación de fuerzas que se invierte, un poder confiscado, un vocabulario retomado y que se vuelve contra sus utilizadores, una dominación que se debili- ta, se distiende, se envenena a sí misma, algo distinto que aparece en escena, enmascarado» (Foucault, 1991: 20)7. La genealogía de la moral nietzscheana inspira la búsqueda de emergencias de sucesos o acontecimien- tos que desvelen la presencia de fuerzas en lucha. Es una mirada parcial, interesada y/o politizada capaz de 7. Ante los historiadores que discutían el papel que en «la realidad» jugaron ciertos discursos, prácticas o dispositivos analizados, Foucault replica que su objeto de análisis es la voluntad y la racionalidad, no la realidad de lo que pasa. Ante una visión de la realidad histórica identificada con lo acontecido de facto, lo observable, presupone una realidad compleja compuesta por ideas, proyectos, voluntades y dispositivos que tal vez no se materializaron pero estaban presentes, como anhelos, en la realidad de una época. 31 descubrir la diferencia/discontinuidad en el juego de la voluntad por imponer valores y significados y de poner al descubierto que las palabras y las cosas no fueron siempre ni iguales ni las mismas. Si el genealogista practica y escribe la historia dife- rentemente es porque las asume como historia con la perspectiva de una crítica interesada. Parcialidad que se sabe preñada de elecciones, prioridades y toma de decisiones poco neutrales, casi injustas; que se sabe acto político y ético, acto de coraje y de libertad que descarta todo relativismo asumiendo, no obstante, la pluralidad de opciones posibles. Nada es verdad, pero no todo vale lo mismo. El coraje de atreverse a pensar de otra manera, sin aspirar a conocerlo todo, descartando y jerarquizan- do, es un acto político y ético que reconoce mirar desde un lugar o ángulo determinado para llegar a decir sí o no. El genealogista conoce desde la voluntad, mientras «la objetividad en el historiador es la inversión de las relacio- nes de querer en saber, y es, al mismo tiempo, la creencia necesaria en la Providencia, en las causas finales y en la teleología» (Foucault, 1991: 24). Resumiendo, allí donde la arqueología se muestra como análisis paciente, meticuloso y gris de las discur- sividades locales, la genealogía es táctica y estrategia de liberación de los saberes locales sometidos por saberes- poderes científicos unitarios, hegemónicos, totalizantes. El paso del arqueólogo al genealogista privilegia el estu- dio de las tácticas, técnicas y funcionamientos que per- miten cartografiar los juegos de poder presentes en redes siempre tensas y activas. Sujeción, dominación y com- bate se encuentran dondequiera que se mire (Dreyfus y Rabinow, 2001: 138). La visión del poder emergiendo en 32 la inmanencia de las relaciones convierte al genealogista en cartógrafo. « Soy un cartógrafo », afirma Foucault en una entrevista publicada en Nouvelles littéraires en 1975 (citado por Deleuze, 2005: 71). cartógrafos Escribir es luchar, resistir; escribir es devenir; escribir es cartografiar. Gilles Deleuze. Foucault. El concepto de cartografía proviene del campo de la geografía y concretamente, de una práctica que resultó altamente útil para la navegación trasatlántica practicada en los albores de la época moderna europea. Pero en lo concerniente al territorio del pensamiento filosófico y social el término empieza resonar, incluso a hacer fortu- na, a partir de la segunda mitad del siglo xx y de la mano de Gregory Bateson. A este autor debemos, en buena medida, el éxito de la fórmula que diferenciaba el mapa del territorio y que arrojó mucha luz sobre los límites de la representación. Tirando de estos hilos, Deleuze entendió que una parte del proyecto intelectual de Foucault podía leerse como la práctica de un cartógrafo que concibe espacios. Práctica topográfica y topológica de diagramas capaces de acoger la discontinuidad discreta del mundo y que, por lo mismo, se obliga a dibujar o diseñar mapas para orientarnos en sus territorios. La cartografía es una apuesta epistemológica y metodológica por diagramar las relaciones de fuerza si bien, en ocasiones, se acerca 33 más al arte de la pintura que a la práctica de la ciencia. La cartografía es el arte de una escritura capaz, mediante sus análisis, de pintar cuadros visibles. Por ello, para Deleuze (2005: 49–50): Foucault siempre ha sabido pintar maravillosos cuadros como fondo de sus análisis. Aquí, el análisis se hace cada vez más microfísico y los cuadros cada vez más físicos, expresando los «efectos» del análisis, no en el sentido causal, sino en el sentido óptico, luminoso, de color. […] El análisis y el cuadro van a la par; microfísica del poder y proyección política del cuerpo. Cuadros coloreados sobre un mapa milimétrico. Pictografía que Foucault retoma de Baudelaire para llevarla a sus análisis sobre la Ilustración y la moderni- dad. El poeta ilustra una modernidad que deja de ser entendida como crítica o revolución para adentrarse en una heroización irónica del presente. Mira su presen- te, la contingencia del aquí y ahora aconteciendo en el mercado, en la calle, en las modas, sin osar identificarse con lo que le rodea y sin despreciarlo. El pintor de la vida moderna se limita a detectar las líneas de fuerza y movimiento en las que es capaz de encontrar lo eterno, lo consistente (Baudelaire, 2007). Y así mientras Baudelaire defiende y asume las nuevas funciones del arte, Foucault parece seguirle en aras a la interpretación de una realidad problemática atravesada por el juego de espejos entre los objetos y el mundo. La atención a lo transitorio y fugiti- vo se convierte en seña analítica del artista moderno; la microfísica deviene en seña de la cartografía foucaultiana. El pintor de la vida moderna, también el cartógrafo, hace 34 renacer en el papel lo inestable y fugitivo a base de cons- truir imágenes más vivas que la vida misma. En los cuadros pintados por el cartógrafo no hay localización primera ni última; hay trayectos, redes y diagramas por los circulan las relaciones de poder que anudan temporalmente enunciados y objetos, discursos e instituciones. Tal saber renuncia a ver una jerarquía o una escala de valores a priori en los datos y las situacio- nes; renuncia a reenviar lo emergente a grandes sistemas explicativos predeterminados; y renuncia a construir síntesis reductoras de la historia pasada o en curso. El cartógrafo separece más a un periodista que a un filósofo o a un científico8. Su tarea es cartografiar el presente de lo que somos y de lo que nos acontece, ensayar una ontolo- gía del nosotros en el presente al que pertenecemos, sin renunciar a la historia pero sabiendo inventar, como el genealogista, una nueva forma filosófica de interrogarla. Ella le responde mostrando las condiciones de posibi- lidad de los discursos y de lo visible de cada época, sus formas de expresión y sus formas de contenido. La cartografía acoge algo que podría decirse del orden de la creatividad. Deleuze y Guattari (1991 y 1997) afirmaron que la cartografía no calca, sino que mapea. Allí donde el calco copia un territorio, el mapeo, la carto- grafía propiamente dicha, opera como un simulacro que señala la autonomía de las líneas respecto de un original fijo. El calco implica obediencia a los discursos y a los 8. En una entrevista realizada en 1979 —publicada en Dits et écrits, Vol. II— donde pervive la acostumbrada lógica de la huida, la difuminación y el deseo de perder el rostro, Foucault afirma que no es un filósofo, ni un escritor, ni siquiera un historiador, sino un periodista (citado por Fournel y Zancarini, 2010: 7). 35 hechos; la cartografía es acto creativo de traer, dar forma, diagramar líneas aún poco visibles. Este procedimiento o metodología de experimentación se preocupa esen- cialmente por hacer visibles las potencias que afloran en ellas (lo no estable, lo móvil o eventual, lo frágil, lo no percibido de la situación, los vínculos latentes, las líneas de fuga) y permite detectar, diagramar y hacer resonar la aparición de interferencias y mutaciones en los espacios, instituciones o colectividades en los que se investiga. Avanzando en el tiempo, otras formas de cartografía se han abierto paso con la intención de convertir la inves- tigación en una suerte de proceso creativo de emergencia del deseo y liberación de enunciados de individuos y grupos sociales envueltos en situaciones contingentes (Guattari y Rolnik, 2005). No es que la cartografía rehú- ya las grandes líneas que traviesan los campos políticos o sociales, es que prefiere diagramarlas o mapearlas en situaciones inmanentes, en la microfísica propia de las relaciones, los poderes y los deseos. La preferencia por lo molecular escapa a la mirada del político y del experto porque precisa de otras formas de mirar, pensar y escri- bir —con atención y disposición pero sin demasiadas contaminaciones conceptuales previas— lo que acontece en las instituciones y en los colectivos. La cartografía dibuja mapas resignificando y rearti- culando las fuerzas y potencias que recorren un territorio, preguntándose por las pasiones, los afectos, los humo- res, las patologías, las fantasías, los relatos, los deveni- res de las figuras sociales (Duschatzky y Corea, 2005; Duschatzky, 2007). La figura del investigador se ve atra- vesada por las dinámicas de la situación en la que habita porque él mismo es parte del presente que aborda, parte 36 del régimen de luz que le permite ver, parte del diagrama que intenta construir. Su investigación se ve abocada al ensayo, a la narración o descripción impresionista de lo que nos acontece, a la construcción de un conocimiento sensible que no se limita a la emergencia de un mero esti- lo personal. Se trata, más bien, de poner en cuarentena las ópticas o visiones, las retóricas, giros del lenguaje, excesos de argumentos (Skliar, 2007), posiciones episte- mológicas, políticas y/o morales demasiado aceptadas y compartidas. Tales ópticas nos son conocidas, provocan la sensación de haber leído eso antes, en otro sitio, escri- to por otro, hablando de otras cosas, pero escrito más o menos igual, diciendo más o menos lo mismo. Aunque dichas ópticas, estilos de investigación y estilos de escri- tura pueden ser útiles para acercarnos a la complejidad y a las realidades de lo social, resulta imprescindible evitar ciertas formas monolíticas y reiterativas, zafarnos del «cielo de la mente llena de loros» (Valéry, 2004: 71–72), de las palabras loro que aprendimos y repetimos cre- yendo que tienen un sentido fijo antes que fijado, de los automatismos del pensar, del decir, del escribir. 37 ¿Politizar la investigación pedagógica? A mi juicio usted ha sido el primero en enseñarnos algo fundamental, a la vez en sus libros y en un terreno prácti- co: la indignidad de hablar por los otros. M. Foucault y G. Deleuze. «Los intelectuales y el poder ». En las últimas décadas hemos asistido a la emergen- cia de una pléyade de formas de resistencia a las lógicas del capitalismo mundial integrado. Formas alternativas de pensar, investigar, estudiar y vivir que han afectado en diversos lugares las formas de la producción de cono- cimiento, los espacios de sociabilidad profesional y los procesos de subjetivación institucionales y sociales. El nuevo escenario económico, político y social ha genera- do el caldo de cultivo para la aparición y consolidación de un número significativo de colectivos y movimientos que han hecho de una suerte de investigación militante su seña de identidad. Desencantados de y amenazados por el avance de las lógicas mercantiles y los procesos de precarización política, económica, social y subjetiva, diferentes colectivos han ido construyendo modos de pensamiento implicado y de acción social comprometida con lo que acontece en los lugares en los que la vida pasa. Algunos de ellos probaron en otros tiempos la vincula- ción a los habituales partidos políticos (generalmente de izquierdas), a movimientos obreros, feministas, de barrio o vecinales, etc. Pero se hicieron conscientes de la retóri- ca e ineficacia de la ideología, del desfondamiento de ese tipo de organización, para dar cuenta de los problemas 38 y vivencias (tránsitos sociales, laborales, afectivos coti- dianos) de las gentes en lo cotidiano de sus necesidades, demandas o aspiraciones. Por norma general, los colecti- vos ligados a la investigación militante expresan una serie de insatisfacciones respecto a las formas de agregación políticas y sociales basadas en la identidad o en la ideolo- gía; también respecto a los dispositivos de conocimiento desencarnados y circulares; a la actividad política que bajo grandes consignas evita tomarse en serio los interrogan- tes moleculares de la acción política cotidiana. A su juicio, todas ellas representan formas de pensamiento y acción inofensivas, desfondadas, que ahogan la fuerza de las buenas preguntas para que no pase (apenas) nada. Los colectivos militantes practican una militancia del pensar y el escribir que podría nombrarse como el intento de alcanzar una política más allá de la política, una política del contrapoder (Colectivo Situaciones, 2001: 19). Pero lo que a juicio de los investigadores militantes no se ha agotado todavía son las luchas por la dignidad de las personas y la justicia social. Principios irrenunciables que cuestionan y reinventan los territorios existenciales desde marcos diferentes a los de la «política seria» (la de los partidos habituales), tan saturada de sentidos ideológicos previos sobre el mundo y sus órdenes, tan atrapada por estrategias de poder y tácticas utilitaristas. La activación de las luchas desde otras formas de saber y de potencia, desde fenomenologías y genealogías no objetivas u objeti- vantes, alienta la producción y difusión de las hipótesis del contrapoder9. En tales prácticas de investigación y mili- 9. «Cuando se habla de contrapoder en general, en realidad se está hablan- do de tres cosas: de resistencia contra el viejo poder, de insurrección y de 39 tancia se juega no tanto un escenario de representación de una realidad o de grupo, sino la socialización de un hacer práctico. No hay trampa más previsible que concebir la política como gestión y organización de la complejidad de la vida (de los otros). En consecuencia, la investigación militante huye de las formasclásicas y modernas de política y acción social, también de la investigación, para interesarse por otros dispositivos de producción de subjetividad en la línea de una singularización (o re–singularización) colectiva. Políticas e investigación que se resisten a las formas de la fabricación capitalista y massmediática. Su problema (que no objeto de estudio) se ocupa de la producción de existencia humana en los nuevos contextos históricos sin caer en formas reduccionistas ni consignas genera- listas y/o estereotipadas. Es decir, su acción no pasa por recomendaciones generales y normativas (aspecto sempiterno en la investigación social y educativa), tam- poco por buenas lecturas puramente intelectuales, sino por prácticas efectivas de experimentación cuyo pensar potencia constituyente de un nuevo poder. Resistencia, insurrección, poder constituyente representan la figura trinitaria de una única esencia del contrapoder» (Negri, 2001: 83). A modo de ampliación podría señalarse, siguendo los borradores de investigación del Colectivo Situaciones, que el contrapoder supone la construcción desde abajo de nuevas relaciones humanas asentadas en la resistencia y la creación. No son relaciones caóticas que nieguen cualquier forma de organización, pero se niegan a erigirse sobre un único centro. El contrapoder prefiere establecer lazos entre experiencias alternativas de lucha que, fieles a la multiplicidad, trabajen por la solidaridad y la libertad. Contrapoder es, también, un no saber que no es ignorancia, sino condición para el pensamiento situado, es la búsqueda, la alerta y el despliegue de la rebeldía frente al poder de la figura del individuo. Disponible en: <www.nodo50.org/colectivosit- uaciones/borradores_02.html>. 40 atraviesa transversalmente los niveles microsociales, ins- titucionales y globales. Se trata de pensar habitando la situación, poniendo el cuerpo, desarrollando una ética que sostiene físicamente las palabras para, en último término, hacer del pensamiento una potencia materia, una alegría de la lucha y una apropiación del porvenir (Colectivo Situaciones, 2001: 34). No es sencillo intentar explicar —máxime cuando la resistencia a «ser atrapados» por discursos académicos, esquemáticos y explicativos, es una de sus banderas— la pluralidad y multiplicidad de movimientos y colectivos que se identifican con el concepto de investigación militante. No obstante, echando mano de sus propias producciones, creo poder articular ciertas nociones, fina- lidades y operatorias comunes o compartidas por buena parte de los colectivos de investigación y militancia. En primer lugar, cabría señalar la decidida influencia de la producción de Deleuze y Guattari (y de su mano la de precedentes como Spinoza, Marx o Nietzsche), y otros contemporáneos como Negri, Virno, Badiou, Rancière, Lazzarato, Rolnik, etc. Los conceptos utilizados, los len- guajes hablados, las formas de acción, creación y resisten- cia en y ante los excesos del capitalismo postfordista, dejan entrever soportes discursivos y expresivos cercanos a los autores de Mil mesetas: cartografías, máquinas, líneas de fuga, rizoma, nomadismo, errancia, deseo, agenciamien- to, composición, etc. En segundo lugar, el rechazo del objeto de estudio en aras a la constitución de problemas preside sus (pre)ocupacio- nes y acciones. Los problemas son, desde siempre, algo que nos da a pensar; y para pensar hacen falta preguntas. Quizás la pregunta común que atraviesa a estas prácticas 41 podría ser enunciada de una manera próxima a: ¿es posi- ble construir mapas que hablen de las prácticas, operato- rias y producciones sociales y de subjetivación no visibles a los ojos de los grandes discursos teóricos y organizati- vos de las instituciones?10 Se trata de la construcción de mapas que hablan de lo viviendo/vivido en lo cotidiano, de los itinerarios y recorridos, de lo no estático, de lo no lleno, de lo que sucede simultáneamente y al margen de lo oficial, de lo hibrido o, en definitiva, de todo lo soterrado en los rincones físicos y temporales de los lugares donde las prácticas oficiales de cualquier tipo tienen lugar. Si es posible establecer esos mapas, es pertinente la figura del investigador militante como desarrollador de una labor teórica y práctica orientada a coproducir saberes y modos de una sociabilidad alternativa a partir de la potencia de saberes subalternos. Su problemática es, en palabras de Guattari (1990), la producción de existencia humana para hacer habitables los territorios existenciales de este momento histórico. Preguntas y desafíos que buscan poner a prueba y experimentar, en lo local, miradas laterales; preguntas incrustadas en el centro de modalidades de investigación diferentes a lo generalmente producido en universidades o instituciones políticas. Así, a diferencia de la investiga- 10. La pregunta común abre otras posibles que nos colocan «de lleno en la aridez del desierto posmoderno, en —como dicen los compañeros del Colectivo Situaciones— la realidad ontológica de la dispersión (social, espacio-temporal, subjetiva). Y nos llevaron inmediatamente a otras ¿cómo se produce la voluntad común en el mundo de la dispersión? Y ¿cómo medir la efectividad de la articulación entre pensamiento y políti- ca cuando los criterios de eficacia y de crecimiento de la vieja política ya no nos sirven? ¿Cómo medirlos sin caer en la autocomplacencia y/o en la resignación?» (Precarias a la deriva, 2004: 90). 42 ción universitaria al uso (especialmente en el territorio pedagógico y por muy crítica o participativa que se pos- tule) la investigación militante apuesta por trabajar en colectivos autónomos que no respondan ni obedezcan las reglas impuestas por la academia. No se pretende utilizar las experiencias como campo de conformación de las hipótesis de laboratorio, sino de establecer un vínculo positivo con los saberes subal- ternos, dispersos, ocultos, para producir un cuerpo de saberes prácticos de contrapoder. La investigación académica está sometida a un conjunto de dispositivos alienantes que separan al investigador del sentido mismo de su actividad: se debe acomodar el trabajo a determinadas reglas, temas y conclusiones. El financiamiento, las tutorías, los reque- rimientos del lenguaje, el papeleo burocrático, los con- gresos vacíos y el protocolo, constituyen las condiciones en que se desarrolla la práctica de la investigación oficial. (Colectivo Situaciones, 2001: 39). Caminar preguntándose, recorrer los circuitos y lugares de manera colectiva, romper las distancias entre el yo y el tú, el nosotros y el ellos, el investigador y el inves- tigado, el militante y los grupos o colectivos; distancias siempre dominando las técnicas de la sociología cuali- tativa y las forma comunicativas de la militancia clásica (Precarias a la deriva, 2004: 84). Un cuestionamiento lan- cea el corazón de las prácticas de investigación: «¿Cómo comunicar lo que hacemos sino es —precisamente— haciendo? Es decir, ¿cómo transmitir una reflexión (pala- bra comprometida en una experiencia, en unas prácticas, en un pensamiento vivo) sobre la reflexión sin hacer 43 una metateoría sobre nosotros mismos?» (Colectivo Situaciones, 2004: 95). Es usual que las miradas dominantes (dominadas ellas mismas por discursos científicos, políticos, mora- listas o educativos) vean el caos en lo que observan, que asuman rápidamente la necesidad de corrección o mejora de las situaciones y estilos de vida. Ante esta mirada clásica y clasificada, la investigación militante opta por investigar afrontando el desafío de proponer mesetas conceptuales, indagar otros márgenes disciplinares que conecten con las situaciones vividas. Ante la lógica de la explicación causal y del deber ser de las cosas y personas —tan habitual en la política oficial y en la investigación social y educativa universitaria— la investigación militan- te presta atención a lo que emerge como potencia ynue- vas formas del ser–singular–plural, sin enfrentamientos, ni oposiciones, ni victimismos; con decidida vocación de creación colectiva y de socialización de la producción. Creo que plantearse la investigación desde los movi- mientos sociales y no sobre los mismos, es todavía una asignatura pendiente. En este sentido hay que evitar las investigaciones dogmáticas que pretenden más legitimar una(s) teoría(s) que envolverse en lo social. Muchas veces nos expresamos con lengua de trapo, repitiendo una serie de términos que funcionan como consignas, en vez de usarlos como conceptos a problematizar o herramientas útiles para relacionarnos con lo social. […] Una investigación crítica debería implicar más un «poner- nos en juego», que no el deseo de ver verificadas/legi- timadas nuestras teorías por el «tribunal de los hechos», 44 porque esta obsesión por validar nuestros presupuestos teóricos nos conduce a un círculo vicioso encerrado en sí mismo. Quizás haya diferentes hipótesis o teorías que puedan sernos útiles, que tengan validez como herramien- tas a partir de las cuales iniciar nuestro recorrido, pero sería un error fetichizarlas. Debemos medir las teorías por su valor de uso y no por su valor de cambio en el mercado del saber/poder. En caso contrario, corremos el riesgo de generar investigaciones circulares en las que no aprendemos nada, no producimos conocimiento y solo legitimamos discursos ajenos —esta es una de las causas de que perspectivas supuestamente críticas terminen convirtiéndose en nuevos mandarinatos (universitarios, políticos, asociativos)—. Es necesario problematizar nuestras ideas preconcebidas. Ya que toda investigación social debería ser un ejercicio de apertura a lo indeterminado. (Colectivo Pantera Rosa, 2004: 192) Politizar la investigación social y educativa significa buscar suelos más pequeños y cercanos a lo que pasa y nos pasa, a lo que le acontece a las personas y grupos allí donde trabajan, producen y viven. La investigación se vuelve, entonces, inmanente y contingente porque mira, piensa y actúa desde la horizontalidad ética del investigar con los otros y no a los otros. Pero entiéndase bien: la mirada inmanente no es específicamente local o localista, no está despojada de los signos transversales que atraviesan una época; tampoco es una mirada identificadora; es aquélla que pone en conexión ciertos rasgos singulares en los que operan las lógicas globales cuestionando, a la vez, las antiguas categorías de clase social, género, edad. Es, 45 ante todo, una mirada extrañada y sensible que interroga y se interroga componiéndose con lo que hay y con lo que pasa. El investigador militante no trata de descu- brir evidencias, justificar campos, legitimar métodos o denunciar la caducidad de ciertos parámetros; se ocupa de describir las mutaciones y de narrar las experiencias desde el esfuerzo por inventarse cada vez en los terrenos transitados, desde una demanda permanente de atención a los signos emitidos y la disponibilidad para su elabora- ción (Sztulwark, 2007). Hay quien se preguntará: ¿cómo hablar de investi- gación si no hay objeto que investigar? Pero la potencia de la investigación militante es, justamente, su intento de investigar sin objetualizar; es decir, el abandono de la imagen habitual del investigador y la investigación tradicional que producen las mismas objetualizaciones que estudian, operando como separadores y cosificadores. La deter- minación del objeto, de sus propiedades, de sus límites, que en tiempos de hegemonía de la epistemología había adquirido el rango de pasión popular es una tarea que ha declinado opacamente (Campagno y Lewkowicz, 2007). El objeto de investigación no tiene sentido ni interés para la investigación militante ya que no pueden darse donde no existe voluntad de objetivizar generadora de conoci- miento prescriptivo o normativo. Su interés, repito, es generar nuevos modos de sociabilidad, nuevos territorios existenciales o, en palabras de Nietzsche, liberar la vida de los discursos y prácticas que intentan aprisionarla, limitar sus potencias, adormecerla y subyugarla a la lógica del Todo, del Estado, del Poder. Politizar la investigación, hacerla militante, es antes una experiencia de amistad que de alineamiento político; 46 un pensamiento colectivo y de producción común de la verdad (encarnada en los cuerpos) que de producción de verdad científica (almacenada en las bibliotecas y manuales). 47 de LA formAción de LoS educAdoreS SociALeS de la investigación a la docencia. Desde su constitución moderna, el contexto uni- versitario no ha dejado de problematizar las relaciones entre la lógica de descubrimiento, la lógica epistemológica y la lógica docente. Uno de los motores que impulsaron la problematización es la sospecha de que la inversión en investigación no se rentabiliza en mejora de la docencia en las aulas. En demasiadas ocasiones, los profesores vivimos la dedicación a la investigación como algo distinto, incluso contrapuesto, a las exigencias de la docencia. Por ello mismo, ser un buen docente es muy distinto a ser un buen investigador, o un buen gestor. Nadie niega la importancia de la buena investigación pero, al menos para el caso que nos ocupa, ella no se puede sustituir ni igualar (ni en objetivos, ni en habilida- des, ni en mentalidad, ni en actuaciones concretas, ni en conocimientos precisos) con la buena docencia. «Parece claro que el hecho de poseer un alto nivel de excelencia como investigador no garantiza el que la práctica docen- te resulte igualmente exitosa. Aún más clara resulta la divergencia entre tareas de gestión y tareas docentes» (Zabalza, 2002: 108). 48 De este modo, aparece como altamente discutible el axioma de que una buena enseñanza se sostiene en una buena investigación, o que el mejor docente es un buen investigador. A priori, ser buen docente universitario pasa por estar al día de lo que se investiga y por hacerlo accesible en modalidades efectivas de enseñanza y apren- dizaje. Pero, siguiendo esta premisa, la actividad propia para llegar a ser un buen profesor no es la investigación, sino el estudio. Obviar tal distinción puede conllevar a la supresión del estudio entre las tareas de los profesores lo que podría significar la defunción de la universidad como lugar de pensamiento. No en vano hoy en día, al menos desde las posiciones más oficialistas, se nos invita insistentemente a investigar y a enseñar, pero se relega el estudio —el cuestionamiento profundo que no tiene prisa por convertirse en producto en forma de publicaciones— a un lugar marginal de la universitas. Buena parte de profesores universitarios no estudia pero investiga; otros disfrazan de investigación sus horas de estudio, dando lugar a embarazosas situaciones de un disimulo innecesario porque es evidente que allí donde la investigación demuestra, el estudio y el pensamiento inventan, crean, generan nuevas posibilidades a las que la investigación científica bien puede no alcanzar. Ambos son necesarios y útiles a un campo de conocimiento que busca saber y reinventar lo indeterminado de las prácti- cas educativas. Ambas son importantes, pero no son la misma cosa porque se puede investigar sin pensar, del mismo modo que se puede enseñar sin investigar. Lo que parece más complicado es llegar a ser un buen docente sin una buena cantidad de horas de estudio, sin el hábito propio de estudiar a las espaldas. En definitiva, y aunque 49 pueda ser discutido, un buen docente no tiene porqué ser un buen investigador (o tener espíritu investigador en el sentido señalado). Entiendo en cambio que la curiosidad por el mundo y por las preguntas que mueven a estudiar se adecúa mejor al contagio y transmisión de las ganas de saber de los alumnos. Por otro lado, en el actual contexto universitario, la transferencia de la investigación a la docencia está atravesada por numerosas interferencias. Laactualidad universitaria de las ciencias sociales y educativas (marcada por la tecnicidad otorgada a la formación de profesiones sociales bajo la coartada de la necesidad de respuestas rápidas a problemas urgentes) provoca que sean malos tiempos para el pensar, quizás algo mejores para enseñar (competencias) y óptimos para investigar y publicar a cualquier precio (¡criterios de evaluación obligan!). Si en nuestros días se pide algo a la investigación y forma- ción universitaria es que sean útiles para apuntalar las coordenadas de lo que ya hay. ¡Todo lo otro es inútil! Asistimos a la extensión e intento de hegemonía de un discurso tecnocrático sobre lo humano y lo social para el que todo sujeto, práctica y fenómeno puede ser visto, explicado, ordenado y, si es necesario, corregido median- te la aplicación de las herramientas técnicas adecuadas (valga como ejemplo, en el caso de la educación social, la devota creencia en la infalibilidad de los talleres de habi- lidades sociales). La ideología tecnocrática y sus modos de docencia y evaluación, conllevan la reducción de las posibilidades de emergencia de sujetos (estudiantes) capaces de hacer con las condiciones de su vida propia. Así, mientras el modelo tecnosocial promueve un sistema en el que cada cual puede encontrar el buen funciona- 50 miento si desarrolla adecuadamente las competencias oportunas, los trabajadores de lo social constatan a diario la imposibilidad de muchos para encajar armoniosamente en el reparto. No podemos olvidar que la formación universitaria está convocada a jugar un importante papel como agente de formación de profesionales y más allá, de producción y reproducción de vida social. Tal encargo abre oportu- nidades y retos, pero también obliga a la atención crítica sobre los cambios observados y sobre las implicaciones en el modo de sociedad que contribuimos a construir. De sobra sabemos que la institución y pervivencia en el tiem- po de ciertas instituciones en una sociedad (entre ellas la propia universidad y las profesiones) no depende exclusi- vamente de las condiciones materiales y económicas que las producen. Necesitan también de mitologías o, en otras palabras, de instituidos que potencien su eficacia simbóli- ca tales como discursos de orden, normativas, emblemas y eslóganes productores de efectos subjetivantes de con- formidad y consenso con el imaginario, de rituales que sostengan y reproduzcan su lógica, etc. No hay poder sin decorado (Abraham, 1995: 5) aunque tampoco hay institución ni instituido total capaz de frenar la imagina- ción radical de nuevos instituyentes (Castoriadis, 1983). Si la verdad no es una, si la realidad no es tanto algo fijo como fijado temporalmente, si lo que somos y nuestras formas de percibir el mundo responden en buena medida 51 a luchas simbólicas por el poder de conservar o trans- formar lo dado, otra universidad (otra investigación y docencia) también son posibles. No pretendo ejercer la práctica docente contra el mundo, ni contra la universidad, ni mucho menos contra la profesión; es inútil, estéril, triste (en el sentido spi- noziano del término). Pero tampoco puedo, ni quiero, identificarme con las lógicas que rigen la actual coyuntu- ra. Opto por seguir pensando, investigando y formando profesionales desde criterios capaces de articular las dimensiones educativas, políticas y éticas que se dan cita en ese espacio universitario ocupado por lo social, lo pro- fesional y lo subjetivo. Opto por seguir intentando unas prácticas más dignas, enriquecedoras, llenas de promesas que aún no tienen nombre. Alumnos y estudiantes. Profesores y maestros. De manera simplificada y sintética, se podrían pre- sentar las concepciones contemporáneas de la enseñanza y el aprendizaje aludiendo a dos grandes metáforas: la de la transmisión y la de la construcción de conocimientos. Curiosamente, o quizás no tanto, si se echa una ojeada a las concepciones contemporáneas sobre la comuni- cación es fácil reencontrar las mismas metáforas de la transmisión de información y de la construcción de sig- nificados11. 11. Este capítulo está inspirado en algunos escritos sobre construccion- ismo en educación elaborados por Félix Díaz, profesor de la UCLM. A diferencia de lo planteado en otro lugar (García Molina, 2003), en esta ocasión tomo la metáfora de la transmisión como mero traspaso o vuelco de información. 52 La comunicación es entendida, desde el plantea- miento transmisionista clásico, como el acto de un emisor que transmite, por medio de un canal que sortea las interferencias del ruido, un mensaje hecho de infor- mación que llega hasta un receptor. Ciertas pedagogías y concepciones comunes sobre la enseñanza, insistentes y persistentes en nuestro escenario universitario, se siguen apoyando en esta metáfora de la comunicación, trasla- dando al ámbito educativo el lenguaje de la transmisión de contenidos e informaciones. Así, en el ámbito edu- cativo, el docente adopta sistemáticamente el papel de emisor y el estudiante el papel de receptor. La enseñanza consiste entonces en la transmisión de contenidos del docente al discente, por medios orales o escritos, utili- zando ciertos códigos lingüísticos y minimizando el ruido (en el sentido más literal, garantizando silencio en el aula) para garantizar la correcta transmisión de los contenidos. El proceso educativo estándar, expresado en términos transmisionistas, basados en la explicación, representa un proceso en el que el profesor comunica conocimientos que el estudiante recibe, retiene y es capaz de presentar (proceso cognitivo) de acuerdo a ciertos patrones que marcarán la evaluación final. Resulta evidente la correlación entre las teorías de la comunicación transmisionistas y las teorías cognitivistas del procesamiento de la información. La transmisión de mensajes y el procesamiento de información en el inte- rior de cada alumno (sic) remiten a una noción estática de información: objeto definido contenido en las mentes de individuos que puede transitar de unos individuos a otros a través de actos comunicativos. Pero el alcance de la metáfora de la posesión individual e individualista del 53 conocimiento no acaba en los procesos individuales de aprendizaje y se extiende a los procedimientos institucio- nales de evaluación que intentan asegurar la continuidad y equivalencia entre lo impartido y lo adquirido. Los conocimientos recibidos pasan a componer un bagaje que se va acumulando de asignatura en asignatura, de curso en curso, de institución en institución a lo largo del devenir de cualquier individuo por los distintos niveles del sistema educativo. Se cree, además, ingenuamente a nuestro modo de ver, que a lo largo del proceso formati- vo los conocimientos son progresivamente incorporados en el alumno (no por el estudiante). A los planteamientos transmisionistas puede opo- nerse la metáfora de la construcción. Su principio básico defiende que el conocimiento se construye por interacción entre los conocimientos previos y la nueva información producida por la acción de un sujeto en un contexto de aprendizaje. Gracias a esta interacción el conocimiento del aprendiz se reestructura en nuevas formas de concebir la realidad. El constructivismo, derivado de las investigaciones de Piaget y Ausubel, no 54 superó el planteamiento transmisionista de la comunica- ción (atravesada aún por los presupuestos de la psicología cognitiva), ni la metáfora de posesión individualista de contenidos. Encontramos una respuesta más contunden- te a la posición mentalista y al «mito de la interioridad» en el campo de la filosofía y de las ciencias del lenguaje (desde Nietzsche hasta el segundo Wittgenstein, la prag- mática de James o Austin, las teorías foucaultianas sobre el discurso y de Deleuze sobre el sentido), en propuestas antropo–sociológicas derivadas del interaccionismo o la etnometodología, y lingüístico–literarias que abarcan desde Benveniste
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