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Palabras al oído de un educador - José Ramón Urbieta

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Y aunque me quiten la vida
o engrillen mi libertad,
y aunque chamusquen, quizá,
mi guitarra en los fogones,
han de vivir mis canciones
en el alma de los demás.
 
ATAHUALPA YUPANQUI
 
 
Antes de casarme tenía cuatro hermosas teorías
sobre cómo educar a mis hijos.
Ahora tengo cuatro hermosos hijos
y no tengo ninguna teoría.
 
JOHN WILMOT (siglo XVII)
 
 
No me resigno a que, cuando yo muera,
siga el mundo como si yo no hubiera vivido.
 
PEDRO ARRUPE
4
 
 
 
 
 
GRACIAS, EDUCADOR...
Gracias por creer que tu tarea es la más importante de cuantas existen.
Gracias por el amor que activas cada mañana y por el ambiente que sabes
crear de cercanía y de trabajo para que podamos dar consistencia a nuestro
armazón interior.
Gracias porque crees que el verdadero crecimiento nace de nuestro interior.
Gracias por ser coherente y educarnos con tu ejemplo, por ser flexible ante
nuestras dificultades y errores, y tener más en cuenta nuestros intentos sinceros
y nuestros aciertos que nuestros fallos.
Gracias por estar cercano a nosotros sin invadir nuestra intimidad ni
condicionar nuestra personalidad.
Gracias porque sabes ponerte en nuestro lugar con el deseo de sernos valioso, y
de aceptarnos sin prejuicios.
Gracias porque nos amas sin que tu amor dependa de nuestra inteligencia,
nuestra belleza, nuestras cualidades, nuestros comportamientos, nuestros
resultados académicos... sino que nace de la fuente de tu aceptación
incondicional, que no pretende que seamos como nos habías soñado.
Gracias porque sabes esperar y confiar en tu sementera, aunque las prisas del
crecimiento y los resultados inmediatos llamen a tu puerta.
Gracias porque preparas nuestro futuro ayudándonos a vivir intensamente
nuestro presente.
Gracias, educador, porque eres de esas personas que, al margen de
reconocimientos y medallas, eres imprescindible para la humanidad.
 
TUS ALUMNOS Y TUS HIJOS
(dentro de algunos años)
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Presentación
 
Una tarde de verano caminaba por uno de los maravillosos bosques cercanos a
mi vivienda. Caminaba sin ninguna prisa, adentrándome en el bosque poblado de
castaños, robles de hasta seis metros de diámetro, hayas, abedules, acebos y
tejos, fresnos, álamos, avellanos, serbales... El sotobosque presentaba el esplendor
de un manto de brezos, helechos, zarzas, árgomas, arándanos, musgos, líquenes...
Era una tarde luminosa de verano, como digo, y hasta pude gozarme con el
fascinante vuelo del azor. La temperatura era fresca y agradable, contribuyendo
a disfrutar más si cabe del paseo. Todo me invitaba al saboreo de aquel
espectáculo único que me regalaba la naturaleza. Seguí caminando lentamente,
olvidado del tiempo, mirando, admirando, disfrutando, oliendo... maravillado por
la belleza incomparable que se me ofrecía gratuitamente.
A lo largo de mi paseo encontré una de esas rocas lisas y redondeadas
adornada de musgo fresco. Me senté en la roca en una zona donde el sol, que
atravesaba los árboles con un haz luminoso, hacía cálida la humedad del bosque.
Casi al mismo tiempo que yo se sentó junto a mí una persona semejante a mí:
con mi misma edad, mi misma historia, con las mismas ilusiones que yo había
tenido a lo largo de mi vida y había pretendido. Había tomado a lo largo de su
vida las mismas decisiones que yo y había experimentado mis mismas alegrías y
tristezas; había disfrutado de los mismos logros y aciertos que yo y sufrido mis
mismos fracasos. Evidentemente se trataba de mí mismo, de ese yo interior al
que no dedico la atención que se merece ni escucho suficientemente, ocupado o
preocupado con cosas de cada día que parecen no poder esperar.
Acabé olvidándome del bosque y del tiempo... porque quedé cautivado y
absorto en la conversación conmigo mismo, un poco difícil y torpe al principio, y
poco a poco más ágil y más fácil. Mi yo interior hablaba en un tono muy bajo,
apenas perceptible para mis oídos, más acostumbrados al trajín. Comprendí
enseguida por qué escucho tan pocas veces su voz: y es que, cuando estoy
envuelto cada día por el ajetreo y el barullo habitual, me resulta imposible oír –
menos aún atender y escuchar– la voz de mi yo interior, que en realidad no
habla, sino que susurra.
Pero aquella era una ocasión que se me regalaba para escuchar con
detenimiento mi voz interior, esa voz que suena como suenan las palabras al
oído, los susurros.
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Cada día agradezco aquel encuentro conmigo mismo, aquel susurro sencillo,
verdadero, cercano, personal, positivo, de esperanza, humilde, paciente, de visión
larga, también doloroso.
No era mi primer soliloquio ni el segundo... «La verdadera conversación es la
que sostenemos en nuestro interior», decía Unamuno. Recuerdo soliloquios junto
al mar, o sentado en calveros resecos y áridos, o paseando por algún parque, o
transformando el tiempo excitante de un atasco en tiempo útil y reflexivo.
De los desvelamientos de mis soliloquios nació mi intención primero y mi
determinación después de invitar a todo educador –profesor o padre– a escuchar
su propio interior como palabras al oído, porque seguramente las necesita para
vivir su nada fácil tarea de educar hoy, con las alas desplegadas y volando sobre
un mar demasiado revuelto.
Espigando entre mis reflexiones, estudio, desvelamientos, búsquedas,
desaprendizaje de teorías y malas prácticas; revisando con serenidad mi práctica
educativa; releyendo mis apuntes pedagógicos; bebiendo de la sabiduría de
autores de prestigio, sobre todo de filosofía, ética, poesía y pedagogía, han nacido
estas Palabras al oído de un educador, que solo desean susurrar. No pretenden
demostrar ni convencer, solo necesitan un oído que atienda. No pretenden,
querido lector, que tragues sin masticar... pero sí te invitan a que, si lo que
masticas te parece interesante, aunque al principio se te haga un poco duro,
ácido o amargo, lo rumies despacio en tu corazón.
De esta forma, Palabras al oído de un educador puedes considerarlo como una
segunda parte de mi libro Exigencia y ternura (Madrid, PPC, 2009). En realidad
es como si se tratara del segundo volumen de un mismo libro: Exigencia y
ternura es un conjunto de cartas dirigidas a los educadores que intenta aportar
fundamentos y estrategias pedagógicas sobre diversos aspectos de la educación de
cada día, durante la infancia y la adolescencia; Palabras al oído de un educador,
por su parte, busca el corazón del educador con la pretensión de animarle a
mantener conversaciones frecuentes consigo mismo, a fin de que no caiga en el
desánimo, no se deje llevar por los malos vientos, sino que, por el contrario,
hinche el velamen de su barco, tome con fuerza el timón y siga navegando rumbo
a la persona lograda en sus alumnos o en sus hijos.
Creo en la recuperación de todo educador, sea cual sea su situación actual o su
historia como educador. Una recuperación que, para mí, tiene mucho que ver con
el ejercicio del soliloquio, ya que, en realidad, consiste en amar mucho la verdad
de la propia vida hasta llegar a escuchar la voz del corazón: una voz que le
ayudará eficazmente a ratificar, corregir, curar, desaprender, aprender... y tomar
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de nuevo la vida como educador con sus propias manos.
El estilo con que escribo Palabras al oído de un educador no es original, sino
que está inspirado en el libro Escuela de padres (Barcelona, Herder, 1977).
Miguel Bertrán Quera, su autor, fue precursor y maestro de las Escuelas de
Padres, la primera de las cuales dirigió personalmente durante veinte años.
Palabras al oído de un educador intenta ofrecer una filosofía y una
espiritualidad para la vida y la tarea del educador. Y, para facilitar su lectura,
he dividido mi libro en apartados, y cada apartado en reflexiones.
Para su lectura puedes seguir el orden que desees, aunque te sugiero leerlo
lentamente desde el principio, a ser posible con sosiego. Si algo llama tu
atención, creo que es mejor dejar la lectura y masticar lo descubierto como
interesante para el momento que estás viviendo; y si, además, deseas
incorporarlo a tu bagaje educativo, entonces rúmialo.Si no es de tu interés,
déjalo sin más.
¿La dosis? Algo así como cuando nos prescriben medicación. Lee cuanto
desees, pero rumiar sosegadamente, solo una dosis de 1-0-1 como máximo. No
pretendas sobredosis, porque, además de no hacer más efecto, puede ser
perjudicial y provocar empacho.
 
JOSÉ RAMÓN URBIETA JÓCANO
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1
Educar
 
Educar es lo mismo
que poner motor a una barca...
hay que medir, pesar, equilibrar...
y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja
que ese barco, ese niño,
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia los puertos distantes,
hacia islas lejanas.
Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.
 
GABRIEL CELAYA
 
1. «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres»
(Pitágoras).
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2. En último término, educar es preparar para tomar decisiones válidas para
vivir bien.
3. Hay dos tipos de educación: la que enseña a ganarse la vida y la que enseña
a vivir. ¿Será posible intentar ambas cosas?
4. El objeto de la educación es formar personas aptas para gobernarse a sí
mismas, y no para ser gobernadas por los demás.
5. La educación se parece a la raíz de una cepa, que no queda paralizada en
invierno por duro que sea, sino que, aunque sufra el frío, la lluvia, las heladas y
nevadas... junto a los malos vientos, convierte la adversidad en alimento,
enriqueciendo e hinchando sus raíces, fundamentando su identidad y preparando,
en medio del cierzo, sus primeros pámpanos. La persona lograda depende de su
raíz. Ahí está la importancia de tu intervención como educador: en la raíz,
también en invierno.
 6. «Educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada
persona lo que le impide ser él mismo, permitirle realizarse según su genio
singular» (Oliver Reboul).
 7. Si te falta el amor en el acompañamiento de tus alumnos o de tus hijos,
serás para ellos como una campana resquebrajada con un sonido estridente, sin
vibraciones ni mensaje, porque la educación es obra del amor.
 8. «Cambié dinero por tiempo para estar con mis hijos, y os aseguro que no
me ha ido mal». Así lo expresaba una madre educadora.
 9. La educación de tus alumnos o de tus hijos les evitará muchos disgustos
cuando sean mayores, aunque ahora debas soportarlos tú.
10. Has recibido la vida de otros y es a otros a quienes has de dársela. Como
educador has de ser, al mismo tiempo, acogida total y don total.
11. «Si crees que la educación cuesta mucho, prueba con la ignorancia y el
abandono» (Derek Bok).
12. Recordarás, sin duda, el cuento de la lechera. Pues bien, la «lechera»
conocida era, en realidad, la pequeña de las tres hermanas de la familia. Podría
llamarse «Antoñita la fantástica»: con su cántaro de leche a la cabeza iba
soñando, fantaseando, cantando y corriendo por el sendero: «... con lo que me
den de la venta de la leche –se decía– compraré una oveja que me dará corderos
y nuevas ovejas... y con la venta de su leche y de su carne podré comprar lindos
vestidos, llamar la atención de los chicos más guapos de la comarca y casarme
con el más guapo de todos». Pero un tropezón, debido a su atolondramiento,
acabó con el cántaro estrellado contra el suelo, la leche derramada y el globo de
sus fantasías explotado en mil pedazos. Era una muchacha ilusa.
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La hermana de en medio se llamaba Angustias, y era de un natural
catastrofista. Después de lo que le sucedió a su hermana pequeña, sus padres la
enviaron a ella a llevar el cántaro de leche al mercado. Llevaba el cántaro bien
asido con sus manos y apretado contra su cuerpo por miedo a que se le cayera;
pero sus pensamientos eran muy negativos. Decía para sí: «Verás cómo tropiezo
y se cae el cántaro, como le pasó a mi hermana; verás cómo me asalta alguien y
me roba y me maltrata; verás cómo nadie querrá comprar mi leche: verás
cómo...». Total, que, absorta en sus pensamientos negativos, le acabó pasando lo
mismo que a su hermana ilusa: un tropezón hizo que se cumplieran sus
catastróficas profecías, y ella hecha un mar de lágrimas.
Por fin, al día siguiente, sus padres enviaron a la hermana mayor, que se
llamaba Prudencia, con el cántaro de leche al mercado. Prudencia iba tranquila,
con el cántaro bien asegurado a su cintura, cuidando de no tropezar, sin
fantasías y sin miedos, caminando a su paso normal... Así llegó al mercado,
vendió la leche, se compró un dulce y se quedó con unas perrillas para sus
ahorros.
A partir de aquel día, sus padres siempre enviaban a Prudencia con el cántaro
de leche para venderla en el mercado. Con lo que todos ganaron.
La sorpresa fue cuando un día, próximo a las fiestas del pueblo mayor de la
comarca, Prudencia apareció con una falda nueva que hizo maravillarse a sus
padres y llenó de envidia a sus hermanas, ilusa la una y miedosa la otra.
13. Un educador es un soñador que trabaja su sueño. No es un iluso... porque
sabe que el primer paso no coincide con el último. No tiene solo metas, sino
también caminos. Se pregunta e intuye a dónde quiere llegar, pero no olvida
dónde está. Sabe que sus alumnos o sus hijos son reales. Está convencido de que
lo que sueña para sus alumnos o para sus hijos ha de sembrarlo y cultivarlo en
ellos cada día.
14. Compra una escalera para bajar, a fin de que tus alumnos o tus hijos no
te vean demasiado arriba, porque entonces se sentirán lejos de ti y con deseos de
verse fuera de tu alcance. Si, por el contrario, son ellos quienes se sienten arriba
(acogidos, aceptados, amados) se sentirán cerca, y eso les ayudará a sentirse
dentro.
15. La educación pide a los educadores paciencia (capacidad de padecer y
esperar) y constancia (capacidad de firmeza y tenacidad). Pero no olvides que
también llega el cansancio, la duda, el desencanto, a veces cierta hartura y
deseos de abandonar... sobre todo cuando falta coraje emprendedor ante las
dificultades y nutrición interior.
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16. La educación no consiste en ganar tiempo, sino en perderlo.
17. Siempre hay tiempo suficiente para lo que quieres realizar, sobre todo si es
importante para ti.
18. Educar es como andar por un laberinto: puedes creer que no tiene salida,
pero sí la tiene, y para salir airoso de ese laberinto necesitas conocimientos: no
dejes de aprender.
19. Si, como educador, solo ofreces a tus alumnos o a tus hijos propuestas
frías, ellos se alejarán de ti, porque tu frialdad no tendrá ningún atractivo. Lo
que esperan de ti son mensajes cálidos, cercanos, positivos, que les ayude a
encontrar un sentido gozoso de su vida.
20. Tu lenguaje adquiere seriedad y credibilidad si es parte integrante de tu
conducta vivida y constatada por tus alumnos o tus hijos.
21. Educar es contribuir a la felicidad de tus alumnos o de tus hijos, a la
felicidad razonable –la absoluta es imposible, aunque sea muy deseada–, que
consiste en vivir en armonía toda su persona, edificada sobre el amor. No hay
felicidad sin amor; tampoco hay amor sin renuncias.
22. Dice un proverbio turco que «el verdadero huérfano es el que no ha
recibido educación».
23. El hedonismo pretende educar poniendo el bienestar y el placer como
metas de la vida, lo que supone un grave error, porque todas las vidas –también
las de tus alumnos o tus hijos– está y estará surcada por dificultades, problemas,
luchas, fracasos, cansancios...
24. Nadie dijo que la educación fuese fácil; solo dijeron que valía la pena
entregarse a ella.
25. Donde hay un sueño siempre hay un camino.
26. Los profesores y padres que descubren en la educación una forma
privilegiada de amar a sus alumnos o a sus hijos tratarán de regalarles lo mejor
de sí mismos y la mejor actuación para su crecimiento. Tratarán de formarse en
esa dirección y de buscar los mejores medios para esa tarea, que prolonga la
gestación de los hijos.
27. Nacer rico es una casualidad. Convertirse en señor o señoraes una
maravilla que requiere luz y esfuerzo, y que puede lograrse a través de la
educación.
28. «La educación es el gran motor del desarrollo personal. Es a través de la
educación como la hija de un campesino puede convertirse en médico, como el
hijo de un minero puede convertirse en jefe de la mina, como un niño de los
trabajadores agrícolas puede llegar a ser el presidente de una gran nación»
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(Nelson Mandela).
29. No es necesario que intentes ser un profesor, un padre o madre fuera de
serie, pero tampoco hecho en serie.
30. No quieras educar en solitario, por tu cuenta, sino cultiva la colaboración,
la coordinación, la corresponsabilidad: forma parte activa de un equipo
educativo.
31. Para educar no es necesario que te inmoles; por el contrario, vive tu vida
y tu tarea con ilusión... disfrutando.
32. Sabes que estás educando en un mundo apasionante, complejo,
cambiante... Por eso, más que dogmático sé buscador.
33. No tengas prisa. Tus alumnos o tus hijos han de recorrer caminos,
experimentar procesos y necesitan tiempo para madurar.
34. El clima educativo tiene gran importancia. Intenta crear ese clima de
libertad para que tus alumnos o tus hijos se abran a la comunicación, al diálogo,
a la expansión... a fin de que la educación sea para ellos y para ti más agradable
que onerosa.
35. «El que no quiera responsabilizarse del mundo, que no eduque» (Joan
Carles Mèlich).
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Enseñar-aprender
 
Lo que dentra a la cabeza,
de la cabeza se va.
Lo que dentra al corazón,
se queda y no se va más.
 
RAFAEL AMOR
 
36. «Todos somos ignorantes, pero no todos ignoramos las mismas cosas»
(Albert Einstein).
37. Hoy es absolutamente necesario aprender a aprender.
38. Cuando una persona logra hacer suya una idea nueva, nunca volverá a ser
la misma persona: cambiará.
39. Quien no lee, ni aprende, ni encuentra encanto en sí mismo... se muere
lentamente.
40. Como educador has de poseer los conocimientos que son básicos para el
desempeño de tu función de enseñar. Has de sentirte libre para tomar decisiones
con responsabilidad, tolerar opiniones y modos de actuar diferentes, valorar las
inquietudes y los esfuerzos de cambio, generar experiencias significativas y
creadoras, respetar la sensibilidad e individualidad, evitando imponer ideas o
formas de pensamiento.
41. Enseñar y aprender tendrían que ser dos intervenciones paralelas y
simultáneas que tiendan al mismo fin. No se puede entender la una sin la otra.
42. Para posibilitar el aprendizaje en tus alumnos o en tus hijos has de
proporcionarles herramientas a fin de que aprendan lo que les enseñas.
43. «La ignorancia es la noche de la mente; una noche sin luna y sin estrellas»
(Confucio).
44. Quienes se aferran a sus criterios, pensamientos y prácticas de forma que
impiden a toda costa seguir aprendiendo, demuestran precisamente su fragilidad.
45. Un buen educador es el que sabe hacer fácil lo difícil, no al revés.
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46. Siempre que enseñes, enseña también a dudar de lo que enseñas, para
infundir en tus alumnos o en tus hijos el afán de seguir buscando.
47. Sería muy provechoso para tus alumnos o para tus hijos que desarrollases
la pedagogía de la pregunta, a fin de que no te veas en la necesidad de responder
a preguntas que tus alumnos o tus hijos no te hacen.
48. «La única diferencia que hay entre hombres y bestias es la escuela. El
maestro da al niño todo aquello que sabe y espera. Cuando crece, el niño añade
algo más, y así la humanidad avanza» (Lorenzo Milani).
49. No dejes de enseñar a tus alumnos o a tus hijos que sus fracasos les están
enseñando algo que necesitan aprender.
50. «Por la ignorancia nos equivocamos, y por la equivocación podemos
aprender» (proverbio romano).
51. El maestro que intenta enseñar sin inspirar en sus alumnos el deseo de
aprender se parece a quien pretende forjar un hierro frío.
52. Es imposible enseñar a quien no quiere aprender, porque el verbo
«aprender», como el verbo «amar», no puede conjugarse en imperativo. Solo
aprende el que quiere, y no porque un adulto lo pida o intente imponerlo a la
fuerza. De ahí la necesidad de más motivación y menos imposición.
53. Fomenta en tus alumnos o en tus hijos la curiosidad, la alegría y la
colaboración. De esta forma les estarás ayudando a que cada aprendizaje tenga
para ellos el valor de un descubrimiento personal.
54. Hay un tipo de ignorante que rechaza al que sabe, ridiculiza lo que le
resulta nuevo y menosprecia lo diferente: es la conocida «ignorancia orgullosa»,
de la que dicen que es muy atrevida. Hay otro tipo de ignorante que quiere
aprender: este es inteligente y cada día aprende algo nuevo que no sabía.
55. «Es obligación del maestro que el niño aprenda, y obligación de la familia
que el niño estudie» (José Antonio Marina).
56. Lo que merece ser hecho, merece hacerse bien.
57. El mejor regalo que puedes recibir de tus alumnos o de tus hijos es el de
sentirse capaces y preparados para poder independizarse de ti.
58. Seguramente recuerdas con agrado a aquellas personas que supieron
animarte, acompañarte, estimularte... cuando eras niño. Procura que tus alumnos
o tus hijos te recuerden por eso.
59. Todos aprendemos de todos y de todo, si hemos decidido aprender.
Algunas personas, por el contrario, aunque les pase de todo, no aprenden nada.
Abre tu mente y la de tus alumnos o tus hijos a todo conocimiento. Eso os
ayudará enormemente a crecer en sabiduría.
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60. Quien se niega a hacer preguntas renuncia a aprender.
61. La razón por la que tus alumnos o tus hijos se aburren con tus
enseñanzas, está en que quieres enseñárselo todo,... demasiado deprisa.
62. No llega antes el que corre más, sino el que sabe a dónde va.
63. «Una buena cabeza y un buen corazón son una combinación formidable»
(Nelson Mandela).
64. Hay bastantes personas que se quejan de su mala memoria, pero muy
pocas las que se quejan de su poca inteligencia.
65. «El que repite lo que no comprende no es superior a un asno cargado de
libros» (Khalil Gibran).
66. Es mejor que haya preguntas sin respuesta que respuestas sin pregunta.
67. Te sentirás un profesor o un padre feliz si no necesitas premiar a tus
alumnos o a tus hijos con otro premio que tu aprecio y la satisfacción del deber
cumplido.
68. «El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad» (Ludwig van
Beethoven).
69. Los profesores o los padres no ayudáis a vuestros alumnos o a vuestros
hijos haciendo las cosas que deben hacer ellos.
70. Me sorprende la sabiduría –en su sencillez– que encierran estas dos
sentencias de Confucio: «Si quieres tardar la mitad de tiempo en cortar el árbol,
emplea el doble en afilar el hacha»; «Me lo explicaron y lo olvidé; lo vi y lo
entendí; lo hice y lo aprendí».
71. Lo maravilloso del saber es que nadie te lo puede quitar.
72. No olvides en tu estilo educativo lo que dice el refrán: «Más enseña la
necesidad que la universidad».
73. «Ante la llegada de las nuevas tecnologías se corre el peligro de robotizar
al alumno. Hay que tener en cuenta que la palabra del maestro es insustituible y
tiene que permanecer sobre cualquier otro medio auxiliar de aprendizaje»
(Josefina Aldecoa).
74. No permitas que los medios técnicos suplan la comunicación natural y
genuina, física y directa con tus alumnos o tus hijos.
75. En la enseñanza-aprendizaje, tus alumnos o tus hijos necesitan más
modelos y menos críticos.
76. «El ciruelo no habla, pero siempre se hace un sendero hasta donde él está»
(proverbio chino).
77. No formes parte de los educadores que explican pero no aplican.
78. Di a tus alumnos o a tus hijos que no estudien por estudiar, sino que el
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estudio es un trabajo que han de hacer por su propio bien.
79. El estudio ha de adaptarse a tus alumnos o a tus hijos, y no al revés,
porque no todas las personas son iguales. Has de adaptarte, como enseñante, a su
ritmo, a su capacidad de comprensión, de memoria, a su capacidad de expresión.
Al mismo tiempo has de indicarles un plan, un horario diario y a ser constantes.
80. Intenta que tus alumnos o tus hijoscomprendan, no solo memoricen. Se
retiene más si se aprende en pequeñas dosis. También en la enseñanza puede
haber empacho.
81. Enseña a tus alumnos o a tus hijos a hacer sus propios apuntes, resúmenes
y esquemas.
82. Enseña a tus alumnos o a tus hijos que antes de empezar a estudiar
repasen lo del día anterior. Esta estrategia les ayudará a centrarse más
rápidamente y a afianzar lo aprendido.
83. A los niños les encanta lo concreto, es lo que entienden; no han
descubierto aún el pensamiento abstracto, cosa que sucederá en la adolescencia.
Los adolescentes comienzan a comprender el pensamiento abstracto, que les da la
posibilidad de relacionar unos datos con otros, unos hechos con otros; de
reflexionar, pensar, valorar, preferir, sacar conclusiones, ser coherentes,
investigar.
84. «El saber y la razón hablan, la ignorancia y el error gritan» (Arturo
Graf).
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3
La colaboración 
entre profesores y padres
 
Enseñaréis a volar, pero no volarán vuestro vuelo.
Enseñaréis a soñar, pero no soñarán vuestro sueño.
Enseñaréis a vivir, pero no vivirán vuestra vida.
Sin embargo...
en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño,
perdurará siempre la huella del camino enseñado.
 
TERESA DE CALCUTA
 
85. Habéis de comenzar reconociéndoos mutuamente como educadores, tanto
los profesores como los padres.
86. Que los profesores y los padres trabajéis juntos y en la misma dirección es
algo insustituible y que, por desgracia, está todavía por inventar en la práctica de
cada día de bastantes centros educativos.
87. Necesitáis deciros, los profesores y los padres juntos, que creéis en la
educación como acompañamiento activo, como propuesta, como estímulo
cercano, con cariño, dedicación, respeto, inteligencia, creyendo en vuestros
alumnos o hijos para que también ellos crean en sí mismos. Es una conciencia
compartida.
88. Unos y otros conocéis los problemas que tiene el compromiso de educar.
Pero la educación, más que un problema, habría de convertirse para vosotros en
un reto en el que empleéis las mejores fuerzas de vuestra vida.
89. No os resignéis a que a vuestros alumnos o a vuestros hijos los eduquen
en la calle.
90. Tened sueños educativos compartidos. Para los educadores, soñar consiste
en implicarse en su logro; lo contrario son fantasías.
91. Soñar es luchar, no combatir. Los educadores no combaten contra nadie,
menos aún entre sí, sino que luchan a favor de la vida digna y plena de sus
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alumnos o sus hijos.
92. De vuestros sueños compartidos saldrá vuestro impulso, vuestra
colaboración, vuestra ilusión al levantaros cada mañana.
93. Los sueños educativos no son nostalgia: mi alumno de Infantil o Primaria,
mi niño tan manejable... se va haciendo tan grande... yo que soñaba con tener
alumnos o hijos atentos, colaboradores... yo que soñaba con...
94. Para un educador, soñar es mirar hacia adelante. Sus sueños han de
convertirse en profecías que señalen caminos e inventen recursos hasta donde no
los haya.
 95. Los profetas saben que no hay atajos. Saben que hay que trabajar, insistir
y vivir el camino. Si tenéis sueños positivos, os llenaréis de esperanza y daréis
esperanza.
 96. Vivir sin sueños es paralizante para un educador, y hasta mortal. Sin
sueños educativos, la rutina, la falta de relieve y el espesor de lo real acabarían
por aplastaros.
 97. No dejéis de preguntaros con qué estáis amueblando la mente de vuestros
alumnos o hijos: qué pensamientos, valores, ideales os parece que deberían llenar
la mente de vuestros alumnos o hijos; con qué estáis amueblando su corazón: con
qué sentimientos, con qué actitudes, con qué virtudes; con qué fortaleza estáis
entrenando sus brazos: para qué logros les enseñáis a esforzarse, en qué hábitos
de conducta les estáis ejercitando; cómo fortalecéis sus piernas para que sean
firmes y puedan sostener el edificio de su vida, cómo les enseñáis a tomar
decisiones, qué decisiones toman; cómo educáis su estómago: qué convicciones
digieren y asimilan para que su vida quede iluminada.
 98. Si no creéis ni confiáis los unos en los otros –profesores y padres–, no
caminaréis en la misma dirección; si no creáis caminos comunes, referencias
comunes, iniciativas conjuntas, tampoco caminaréis juntos. Si, por el contrario,
lo hacéis, estaréis haciendo un gran servicio a vuestros alumnos o a vuestros
hijos. Se sentirán en buenas manos tanto en el colegio como en su familia.
 99. Caminad juntos creyendo de verdad que os necesitáis para que crezca
vuestra confianza mutua; para que no os consideréis rivales, sino colaboradores;
para que no os engañéis ni os mintáis entre vosotros, porque eso solo perjudicaría
a vuestros alumnos o a vuestros hijos. Apoyaos mutuamente, porque, si os
desprestigiáis entre vosotros, nacerá el descrédito de ambos. Caminad juntos
creando caminos juntos. Cread iniciativas, formas de ayudaros, de apoyaros, de
enriqueceros mutuamente para la educación de vuestros alumnos o hijos.
100. Como educadores, no tenéis la certeza de si lo que les enseñáis hoy a
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vuestros alumnos o a vuestros hijos les servirá para toda su vida, a no ser que les
enseñéis a buscar sus propias respuestas, a trabajar su interior, a vivir según su
conciencia.
101. Intentad dirigiros a lo mejor de vuestros alumnos o de vuestros hijos
desde lo mejor de vosotros mismos. Comprenderán vuestro mensaje y se sentirán
llamados a lo mejor, porque también ellos desean lo mejor. Y todo mensaje –
dicho y hecho– nacido de lo mejor de vosotros es auténtico y fuente de vida. ¡No
lo dudéis!
102. El intercambio y la convivencia entre profesores noveles y veteranos,
entre padres noveles y veteranos, enriquece a todos, porque regenera la vida de
unos y aprovecha la sabiduría que guardan en sus arcones los otros.
103. Un sistema escolar que no tenga a los padres como cimiento es igual a
un saco con un agujero en el fondo.
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La palabra que educa
 
Fue él al que le debo tanto,
él, que demostró paciencia infinita
para enseñarme mis primeras líneas hechas a mano,
a saber decir mi primera palabra con sentido...
y a ser alguien de palabra verdadera.
Gocé viendo cómo, poco a poco, avanzaba,
cómo podía formar sola mis primeras frases,
cómo podía leerlas con fluidez y encanto.
Sí, el encanto de saber que podía volar
con mis propias alas, sin necesitar muletas.
Gracias a tus enseñanzas aprendí
el valor que la sabiduría y el deber alcanzan.
«Maestro», que en siete letras aportas conocimiento,
creas humanidad, enseñas pensamiento.
A ti, maestro, te doy mi gratitud por tus palabras.
 
K. P.
 
 
104. El buen maestro tiene metodología y didáctica, pero el maestro excelente
tiene además la sensibilidad de hablar al corazón de sus alumnos o de sus hijos.
105. La palabra acompaña el arrullo del bebé y su primera palabra articulada;
responde a la curiosidad del niño cuando abre sus ojos ante este mundo
fascinante; deja expresarse al púber cuando comienza a levantar su voz y a pedir
la palabra; se pone de parte del adolescente que necesita hablar; escucha al joven
que comienza a tener algo que decir; es la mejor amiga del adulto que sabe lo
que se dice; es la mayor riqueza de la persona mayor cuya palabra es densa como
vida amasada.
106. La palabra que educa, consuela, instruye, enseña contenidos y ciencia,
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aconseja, corrige para enseñar. También discrepa, protesta, reivindica...
107. La palabra que educa busca ser camino de amor y sabiduría.
108. La palabra es el puente que une todos los abismos entre las personas;
también entre los educadores y los educandos.
109. «El lenguaje es la fuente del pensamiento» (Jean Piaget).
110. Escuchar es permitir que tus alumnos o tus hijos puedan expresar lo que
sienten. Es acoger. La cosa se hace más difícil cuando se trata de sentimientos
negativos (rabia, envidia, celos...). Pero has de tener en cuenta que toda palabra
acogida es liberadora, mientras que la palabra no acogida vuelve a quien la dijo
hiriéndole.
111. Aprende a dialogar con tus alumnos o con tus hijos también sin palabras:
con tu mirada, tus gestos, tu delicadeza...Son modos de comunicación a veces
más elocuentes que las palabras.
112. Tu calidad de educador se mide por lo que expresan u ocultan tus
palabras y silencios.
113. Sin palabra verdadera no hay camino de humanidad. De hecho, junto a
la palabra puede estar el gesto que acaricia, o el que amenaza, o el silencio
impuesto... No todas las palabras son verdaderas. Hay palabras vanas, sin
contenido, falsas, incumplidas, engañosas... palabras que son como una cortina,
que ocultan una verdad, demagógicas... palabras y más palabras que encubren
más que expresan o comunican.
114. Sin palabra propia no hay persona. Sin persona en libertad tampoco hay
palabra humana, porque queda paralizada por el miedo, la represión... y es
sustituida por la repetición de consignas o creencias.
115. «Hay personas que hablan como loros y viven como monos: dicen lo que
han oído y hacen lo han visto hacer» (Maurice Baring).
116. No es fácil para nadie decir palabras verdaderas. No lo es ni en la vida
personal ni en la educación de tus alumnos o de tus hijos. Y, cuando no puedes o
no te atreves a decir palabras verdaderas, te sientes acobardado, amenazado,
dolido, aislado, desprotegido... Si en la educación pierdes la palabra verdadera,
pierdes tu principal recurso.
117. El solo hecho de hablar en familia significa que la familia está viva. La
palabra acrecienta la vida familiar, mientras que la negación de la palabra es la
negación de la vida.
118. ¿Has caído en la cuenta de que cuando te sientes mal contigo también
interpretas mal cualquier palabra ajena? Si no te encuentras bien es mejor que
permanezcas callado. Pero eso no es ningún ideal, es solo una estrategia
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momentánea.
119. Como persona no tienes más alternativa que sentarte en torno a una
mesa y sacar lo que llevas dentro, tratando de comprender a los otros, de asumir
la parte de responsabilidad que tengas y de estar dispuesto a mejorar.
120. Cuando conectas con tus alumnos o tus hijos te sientes bien. Una palabra
compartida en paz ayuda a todos a superar situaciones difíciles. Lo peor es
acumular palabras y sentimientos hasta que llega el reventón y el destrozo.
121. Seguramente habrás experimentado el gusto y el disgusto de la
comunicación.
122. ¿Tienes miedo a comunicar? ¿Y no tienes miedo a las consecuencias de
la falta de comunicación: frialdad, lejanía, desencuentro...? No aplaces la
comunicación disimulando, seleccionando, censurando en tu interior lo que deseas
compartir.
123. Ten en cuenta que tus alumnos o tus hijos necesitan tu palabra
verdadera.
124. También hablan tus silencios. Tanto el silencio que calla cuando debería
hablar, y se convierte en silencio cómplice, como el silencio amoroso que acoge
con inteligencia, respeto y paciencia, sabiendo esperar con amor el mejor
momento para decir la mejor palabra.
125. También habla tu entusiasmo o tu decepción por la vida. Como
profesores o padres sois los modelos de persona más cercanos y reales que tienen
vuestros alumnos o vuestros hijos: unos modelos que deberían entusiasmar,
sazonar con lo bueno, impregnar de bondad la vida, suscitar y desarrollar los
deseos de lo mejor.
126. Escuchar a vuestros alumnos o a vuestros hijos es ayudarles a expresar lo
que sienten, cosa que supone acogida y tiempo regalado; pero no emitas ningún
juicio sobre ellos solo escuchándoles una vez. Si, además, los juicios son
negativos, considéralo como un venero para vuestras relaciones.
127. Vuestros alumnos o vuestros hijos necesitan vivir y crecer entre personas
habitadas por la palabra.
128. Escucha a tus alumnos o a tus hijos para que se sientan aceptados,
queridos, valorados; para que te sientan cerca cuando están tristes,
preocupados... En esos casos has de intentar que tu escucha vaya acompañada de
gestos de cercanía: una mirada cariñosa, un beso, una sonrisa, una mano...; para
interpretar bien y comprender las situaciones más allá de lo que expresan; para
ponerte en su lugar y captar cómo viven lo que están diciendo –lo digan bien o
mal–, a fin de comprender sus sentimientos de temor, inseguridad, ansiedad,
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angustia, ignorancia, rabia...
129. Siempre han tenido fama por su elocuencia electrizante los buenos
oradores, incluso sofistas o demagogos; mucha más que los buenos escuchadores.
Sin embargo, en la educación de tus alumnos o de tus hijos es mejor otra
práctica: hablar lo necesario y, sobre todo, escuchar.
130. ¿Has descubierto el cartel que cada persona lleva colgado a su cuello, en
el que se lee: «Escúchame, por favor, que lo necesito muchísimo»?
131. Nada hay tan fuerte como la palabra. Nada tan peligroso. Nada tan
frágil. Nada tan liberador. Nada tan digno. Nada tan propio de un educador.
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Pequeñas palabras y hechos de amor
 
La vida sin amor vale mucho menos.
La justicia sin amor se hace discriminatoria.
La inteligencia sin amor se hace cruel.
La amabilidad sin amor se hace hipócrita.
El deber sin amor se hace una carga.
La cultura sin amor se hace discriminación.
La disciplina sin amor se hace rígida.
La agudeza sin amor se hace hiriente.
La amistad sin amor se hace interés.
La autoridad sin amor se hace dominio.
La responsabilidad sin amor se hace intransigencia.
Lograr metas sin amor crea enemigos.
La educación sin amor es solo una carga.
 
AUTOR DESCONOCIDO
 
 
132. Hay adultos que enseñan y ensanchan la mente de sus alumnos, o de sus
hijos, o de sus lectores... con palabras que hacen crecer el saber, la ciencia, la
literatura, las artes, la técnica, el pensamiento, la humanización en definitiva.
Enhorabuena y el reconocimiento agradecido a tantos hombres y mujeres que
han contribuido o contribuyen hoy a hacernos crecer ayudando a crecer nuestra
mente.
133. Hay personas que se consideran a sí mismas maestros y guías de la
humanidad, con un magisterio ejercido a base de grandes palabras que acarician
el oído de sus seguidores; hacen grandes promesas, sobre todo para el futuro;
llegan a rumbosos acuerdos sin que estos vayan más allá de los discos duros de
sus ordenadores o de los titulares y columnas de periódicos y revistas; de
declaraciones públicas repletas de micrófonos, y que reposan en sus respectivas
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páginas web. Esas grandes palabras resultan ser grandes cascadas de demagogia,
detrás de las que se esconde inconsistencia, carencia ética, mantenimiento de
privilegios, buenos negocios y grandes mentiras: humo.
134. Las palabras pequeñas, en cambio, son partecitas de vida, sobre todo
cuando van acompañadas de pequeños y verdaderos hechos de amor.
135. Son pequeñas palabras de amor las que estimulan la vida de cada día:
«Sabes que te quiero de verdad y siempre; eres lo más importante de mi vida; tú
vales; tú puedes; cuenta conmigo; el esfuerzo merece la pena y da alegría; cuando
tienes buena conciencia, se alegra tu corazón; la mentira nace de tu inseguridad
y genera malestar; puedes creer que eres libre, cuando en realidad solo haces tus
caprichos; tú vales para algo más que para llenar de alcohol tu fin de semana; el
miedo siempre paraliza e impide vivir; sentirás gran alegría en tu interior
siempre que cumplas la palabra dada; es mejor trabajar por la paz y ser pacífico
que ser un matón; hazte respetar para defender tu dignidad; cuando compartes,
te haces digno como persona; todos los logros exigen esfuerzo y dan mucha
alegría; los intentos por lograr, aunque no lo logres, merecen el mismo aplauso
que si lo lograras; la amistad es un tesoro que necesita reciprocidad y nobleza;
nunca te des por vencido: lucha; tu sonrisa sincera ilumina tu persona; cuida tu
exterior: es tu tarjeta de presentación; sé una persona que inspire confianza...».
136. Son pequeños hechos de amor los que llenan toda una vida: a veces son
pequeños gestos o miradas de comprensión y estímulo; actitudes de cercanía; a
veces es el perdón ofrecido con una sonrisa, una escucha serena, el aprecio
verdadero, la valoración positiva, el estímulo y la ayuda; a veces es una espera,
un detalle, una delicadeza; otras es serenidad, o firmeza, o exigencia, o paciencia;
otras veces es elbuen ejemplo, o el silencio, o el olvido, o la sinceridad, o la
austeridad; a veces es una verdad que no humilla, una responsabilidad, una
postura honrada; otras veces es aguante amoroso, fidelidad, regalo de tiempo sin
reloj; también es corrección, o prohibición, o saber adelantarse, o sentido del
humor; a veces consiste en no dar a las cosas más importancia que la que tienen,
sin dramatizar, sino estimulando; también es dar otra oportunidad, no condenar,
estar disponible o decir no con serenidad y firmeza; también es la generosidad, o
guardar un secreto, o proponer y vivir con corazón de fiesta, de alegría, la
propuesta de vivir desde lo positivo y posible; también es libertad, sencillez y
humildad para pedir perdón.
137. Las pequeñas palabras y los pequeños hechos de amor salen del corazón
y han de ser el acompañante cotidiano de un educador activo.
138. Le preguntaron a una mujer saharaui, madre de numerosos hijos, a cuál
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de ellos quería más: «Al pequeño hasta que crezca, al enfermo hasta que sane, al
viajero hasta que regrese», respondió (Rafael Prieto).
139. Ser amable con tus alumnos o con tus hijos es más importante que saber
de todo; y entender esto es el principio de la sabiduría educativa.
140. Seguramente conoces de cerca, entre tus alumnos o tus hijos sin ir más
lejos, situaciones de ceguera para mirar y ver la riqueza y belleza de la vida; de
sordera para escuchar y disfrutar la sinfonía de uno mismo; de soledad y
marginación hechas de silencios impuestos y de discriminación, de manipulación
y mentira. También de falta de comunicación y diálogo, de falta de alegría y
esperanza, de falta de ternura y de acogida, de abuso y prepotencia. También de
aburrimiento y falta de motivos para vivir, de falta de esfuerzo para lograr una
vida digna, de ignorancia y de complejos, de cansancio y deseos de abandonarlo
todo, de falta de libertad para tomar decisiones en la dirección de la dignidad.
Estoy convencido de que solo las pequeñas palabras junto a los pequeños
hechos de amor tienen la capacidad de que desaparezca la parálisis, la ceguera, la
mudez, la ignorancia, el miedo... de tus alumnos o de tus hijos, siempre que te
arremangues y te pongas a trabajar, porque los vagos no cambian nada, no
aportan nada, aunque saben como nadie criticar duramente a quienes lo
intentan.
141. Pon atención por un momento en tus pequeñas palabras y hechos de
amor que ya dices y haces: en tu entrega, en la buena disposición con la que
educas a tus alumnos o a tus hijos, en la generosidad que derrochas, en tu dar
con las manos llenas...; fíjate también, si lo deseas, en si en tu estilo educativo
existe palabrería, discursos vanos, incoherencia, grandes palabras inútiles,
pobreza de propuestas; fíjate, si lo deseas, en si pretendes educar alumnos o hijos
brillantes, de bella imagen, como pavos reales que descuidan, en cambio, el
crecimiento de su riqueza interior.
142. La familia a veces consiste en vender generosidad propia y comprar
egoísmos ajenos: no es precisamente un negocio rentable.
143. No pienses que tus alumnos, o sobre todo tus hijos, son completamente
distintos de ti. Bajo la capa exterior, que os diferencia, se parecen a ti en muchas
cosas.
144. Aunque trabajes fuera de casa, reserva para dentro la mejor cara con la
mejor sonrisa.
145. Algunos educadores enseñan a sus alumnos o a sus hijos que la vida es
difícil; pero a veces se la hacen más difícil de lo que sería conveniente.
146. Si escuchas a tu corazón siempre encontrarás caminos nuevos y
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verdaderos.
147. Seguro que a tus alumnos o a tus hijos, sobre todo adolescentes, les
encantan las grandes palabras: justicia, paz, amor, libertad... pero tienen miedo a
las palabras pequeñas, porque les gusta soñar más que trabajar.
148. Me imagino que también tú estarás en alguna o varias listas: en la lista
del Registro civil, en la lista de la Seguridad Social, en la lista del colegio, en la
lista de alguna asociación, de algún equipo, en la empresa o como autónomo, en
el paro, en Hacienda, y posiblemente en alguna lista de espera. Se hacen listas de
los mejores cantantes, de los mejores deportistas. Existe la galería de hombres
ilustres, y hasta la de los cuarenta principales. ¿No te gustaría estar en la lista de
los educadores que dicen y hacen palabras pequeñas? Para ello, basta con que te
pongas de parte del amor: a convertir en amor servicial cada intervención
educativa, cada propuesta que hagas a tus alumnos o a tus hijos; a convertir en
amor tus sentimientos hacia ellos y cada palabra; a llenar de amor los proyectos
que rondan por tu cabeza, las dificultades que encuentras en la educación, tus
errores, tus frustraciones, tus cansancios, tu trabajo, tu esperanza. Sobre todo tu
alegría de poder acompañar una vida que crece, de constatar sus logros, de ver
cómo superan sus dificultades, cómo aprenden, cómo intentan, cómo crecen...
¡Convertir todo en amor, pero en amor dicho y hecho en cosas pequeñas... y
constantes!
149. «Una sonrisa no cuesta mucho y produce mucho; enriquece a quienes la
reciben sin empobrecer a quienes la dan; no dura más que un instante, pero tiene
un recuerdo a veces eterno; nadie es demasiado rico para prescindir de ella; nadie
es demasiado pobre para no merecerla; da felicidad en el hogar y apoyo en el
trabajo; una sonrisa da reposo al cansado; anima a los más deprimidos; no se
puede comprar, ni prestar, ni robar, pues es un tesoro que no tiene valor hasta el
momento que se da; nadie tiene más necesidad de una sonrisa como el que no
puede dársela a los demás» (Mohandas Gandhi).
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6
Hablar con los alumnos o los hijos
 
Tu mirada de amor
descubre lo que otros no quieren ver.
Tu nobleza
te hace apreciar lo que los demás desprecian.
Tu amor desinteresado
te hace defender a los pequeños
que otros atacan o menosprecian.
Tu palabra
despierta confianza, amor a la vida
y esperanza en un futuro mejor.
 
AUTOR DESCONOCIDO
 
150. ¿Es más importante lo que callas o disimulas con tus alumnos o tus hijos
que lo que hablas con ellos?
151. «Si me tocas suave y dulcemente, si me miras y me sonríes, si me
escuchas algunas veces antes de hablar tú, yo creceré, creceré de verdad»
(Bradley Levison).
152. La educación de una persona comienza varias generaciones atrás.
153. «Ninguna familia puede colgar un letrero en la puerta de su casa que
diga: “Aquí no pasa nada”» (proverbio chino).
154. ¿Has aprendido a hablar, a dialogar, a debatir sin enfadarte?
155. Algunos dicen, no sin cierta impotencia, que, para no enfadarse, lo mejor
es callar. Por tu parte, no dejes de aprender que, para gozar, lo mejor es
aprender a dialogar.
156. A los niños hay que hablarles a la cara, a corta distancia y con frases
cortas.
157. Solo estás capacitado para el diálogo sincero y las relaciones cálidas con
tus alumnos o tus hijos si estás dispuesto a dejarte transformar por ellos cuando
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dialoguen o se relacionen contigo.
158. Hay educadores que nunca piden ayuda a sus educandos por pura
vanidad o por miedo a que les superen demasiado pronto. Y por eso les pasa lo
que les pasa: que su terquedad hace muy difícil su palabra y su relación.
159. Rechaza de tu estilo educativo las formas de indiferencia, desinterés o
soledad. Tus alumnos o tus hijos no han de tener la sensación o la certeza de que
no tienen a quién acudir con confianza, sin miedo a ser juzgados o adoctrinados.
160. No abrir tu oído y tu corazón a tu hijo es negarle su posibilidad de
crecer.
161. No juzgues como incoherencias de tus alumnos o de tus hijos lo que solo
son intentos de crecer, porque, de momento, es lo único que pueden hacer:
intentos.
162. El púber piensa hablando. Por eso es tan contradictorio y defiende hoy lo
que condenó ayer, y por eso necesita un adulto dispuesto a escuchar.
163. El adolescente necesita debatir, pero cree erróneamente que debatir es
pelearse con palabras, sobre todo para vencer a los adultos. Como adulto, sabes
que debatir nace de una convicción: que nadie tiene toda la verdad ni todo el
error; que todos sabemos y todosignoramos; que todos estamos en lo cierto y en
el error respecto de algo. Por eso, en el debate con tus alumnos o tus hijos, tu
palabra ha de ser constructiva, generadora de vida, de pensamiento, de dignidad.
No te pelees, tampoco des gritos; será mejor que aportes argumentos,
pensamiento, razones.
164. No olvides que, entre dos que debaten, el más inteligente es el que sabe
adaptarse al modo de ser del otro
165. Para debatir hay que situarse lejos de la descalificación, el prejuicio... o
del complejo de superioridad o de inferioridad; de lo contrario puedes sentirte o
amenazador o amenazado.
166. Debatir implica querer aprender, no intentar vencer o imponerse. De ser
así estarías en la palabra como arma de lucha más que como herramienta de
humanización.
167. Que sepas más que otra persona no significa que tengas mayor dignidad,
sino mayor ciencia, incluso mayor prestigio. Ser consciente de que tu dignidad no
proviene del saber más ni del cargo que ocupas, sino de la persona que eres,
indica que estás preparado para debatir con tus alumnos o con tus hijos, porque
estás preparado para respetarlos.
168. A debatir se aprende debatiendo, lo que quiere decir que el adolescente
necesita tener con quién hacerlo.
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169. No olvides que, en el debate con los adolescentes, lo importante es cómo
se debate, más que sobre qué se debate.
170. En el debate con tus alumnos o tus hijos adolescentes es importante lo
que decís, pero lo realmente importante está escondido en lo que se
sobreentiende. Has de llegar a leer en ellos lo que no dicen verbalmente: fíjate en
sus ojos, en sus gestos, en su postura corporal, en su silencio...
171. El debate entre profesores y alumnos puede versar sobre el contenido de
las diversas ciencias. Pero el debate entre padres e hijos no tiene por qué
consistir en estos conocimientos. Puede ser que, a veces, tus hijos sepan más que
tú sobre algunas materias, pero estate bien seguro de que no saben más que tú
sobre cómo vivir. Tanto los profesores como los padres sabéis bastante más sobre
la vida real y sobre los caminos hacia la madurez, la autonomía, la libertad, el
amor... que lo que saben vuestros alumnos o vuestros hijos. Una madre
comentaba que, hablando con su hijo de veinte años sobre cómo vivir, el chico le
dijo: «Pero, mamá, ¿a estas alturas de mi vida me vas a enseñar a vivir?». Y la
mamá dio por bueno lo que le dijo su hijo.
172. Los conflictos con tu hijo adolescente sobre la hora de llegar a casa los
fines de semana, las amistades que no te gustan, ir a lugares poco recomendables,
comprarse una moto, sacarse el carné de conducir... serán constantes, y la única
forma de salir airoso como padre, sin romper el debate con el hijo, requiere de ti
un alto grado de madurez y de sentido común.
173. Has de ser flexible ante las nuevas situaciones, incluso llegar a modificar
tus criterios si así lo aconsejan razones que te convenzan.
174. En el debate con tus alumnos o tus hijos muestra siempre sentido del
humor y ten gestos de cariño; no dramatices ni eches mano de la ironía ni de la
descalificación. No olvides que estás ante un aprendiz de adulto.
175. Asumir lo antes posible la realidad familiar, personal y social que te ha
tocado vivir es de gran ayuda para no desesperarte ni quejarte inútilmente.
176. Si has que dar órdenes a tus alumnos o a tus hijos adolescentes, dáselas
después de razonar y sin actitudes agresivas: desde el amor y la serenidad, desde
la firmeza; pero con la seguridad interior de que estás haciendo lo mejor para
ayudar a tu hijo en su crecimiento. No hagas uso del «porque sí... porque aquí
mando yo».
177. Educar hoy a alumnos o a hijos adolescentes requiere soportar cierta
dosis de soledad y frustración personal y social.
178. Si sabes crear con tus alumnos o tus hijos relaciones afectuosas y
generosas, disfrutarás con ellos. Si fomentas la bondad del corazón, ayudarás en
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gran medida a que tus alumnos o tus hijos descubran que les quieres de verdad.
179. En una etapa tan tormentosa, de amores y fobias, de euforias y bajones,
como es la adolescencia, una buena ayuda que puedes aportar como educador es
tu conducta serena, estable, paciente, firme, tolerante, dialogante, comprensiva y
esperanzada.
180. No respondas a la inestabilidad del adolescente con más de lo mismo:
aspavientos, amenazas, inestabilidad, desequilibrio.
181. Quien mejor sabe debatir es quien va con el ejemplo por delante.
182. Del debate con los alumnos o con los hijos adolescentes hay que terminar
amigablemente y con un deseable «continuará».
183. Cuentan que un poderoso rey cabalgaba por sus inmensos bosques, iba
de cacería, acompañado de sus nobles y servidores. Poco después de comenzar la
cacería observó una cantidad apreciable de árboles que tenían una flecha clavada
en el corazón mismo de las dianas pintadas en los árboles. El rey mandó que
buscaran inmediatamente al arquero que tenía aquella puntería maravillosa e
infalible. Poco después le comunicaron que el arquero maravilloso era un niño.
«¿Un niño?», exclamó el rey impresionado. Un momento después, el niño
arquero estaba en le presencia del rey, que le preguntó: «¿Eres tú el autor de
semejante hazaña?». Y, como el niño respondiera que sí, el rey le preguntó de
nuevo, con asombro, cómo era capaz de lograrlo. «Muy sencillo –respondió el
niño–, primero lanzo y clavo la flecha en el árbol, y luego pinto la diana».
Aprenderás mucho si hablas frecuentemente con tus alumnos o tus hijos.
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7
El criterio de la madurez relativa
 
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana:
que sepa reírse de sus errores,
que no se envanezca con sus triunfos,
que no se considere elegida sobre los otros,
que no huya de sus responsabilidades,
que defienda la dignidad humana,
que desee tan solo andar el camino de la verdad y la honradez,
que sepa tocar el corazón de las personas.
Gente a quien los golpes duros de la vida
les enseñó a vivir con la serenidad dentro de su alma.
 
MARIO DE ANDRADE
 
184. Tu madurez como adulto comienza cuando te hayas reconciliado con tu
pasado.
185. Un signo de madurez para los adultos consiste en vivir en paz y sosiego
durante algún tiempo.
186. «Madurez es lo que alcanzo cuando ya no tengo necesidad de juzgar ni
culpar a nadie de lo que me sucede a mí» (Tony de Mello).
187. Dicen que llegamos a la madurez como personas cuando, teniendo dos
opciones, elegimos la que nos permite llegar antes a casa.
188. Por lo que se refiere a tus alumnos o a tus hijos, no entiendas por
madurez la que sería propia de los adultos. Ellos también tienen su madurez
relativa en cada etapa de su vida: son maduros o inmaduros para esto o para
aquello. Una madurez o inmadurez respecto a...
189. Los profesores y los padres tenéis que estar atentos para leer los signos
de madurez o de inmadurez de vuestros alumnos o de vuestros hijos para actuar
adecuadamente.
190. Para conocer la madurez relativa de tus alumnos o de tus hijos puedes
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fijarte en estos dos aspectos: su preparación y su motivación. Están preparados
cuando tienen conocimientos, saben y conocen el modo de hacer o evitar
determinadas cosas. Están motivados cuando su voluntad está decidida a dar el
paso necesario, y, junto a su voluntad dispuesta, las ganas de hacerlo, la decisión
para hacerlo, el gusto por ello, la aceptación de los riesgos reales y las
consecuencias que implica. Por eso la preparación y la motivación han de darse
simultáneamente.
191. Tu hijo bebé no tiene ninguna madurez: ni preparación ni motivación.
Has de aplicar, por tanto, una pedagogía totalmente directiva que supla su
inmadurez.
192. Tus alumnos o tus hijos, cuando son niños, necesitan aprenderlo todo: no
están preparados, pero suelen estar bien dispuestos, incluso deseosos, de
aprender. Por eso has que insistir en que tus alumnos o tus hijos, cuando son
niños, aprendan sobre todo cómo se hacen las cosas, cómo se evitan, cómo se
logran, cómo se intentan, cómo se superan... ¡El secreto está en el cómo más que
en el qué! Necesitan una pedagogía didáctica queles enseñe métodos. Si no saben
cómo se hacen las cosas, fracasarán, y su fracaso se convertirá en un golpe contra
su buena disposición.
193. Tal vez te gustaría que las cosas fuesen de otra forma, pero, tratándose
de alumnos o de hijos adolescentes, encontrarás que ya saben bastantes cosas,
pero no quieren hacerlas. No te desanimes: tu intervención educativa ha de
centrarse en la motivación.
194. Motivar consiste en que tus alumnos o tus hijos aprendan que el esfuerzo
merece la pena, aunque al principio les parezca lo contrario.
195. Estimula más la motivación el que tú actúes más y hables menos. Por
ejemplo, no aceptes las soluciones facilonas y falsas que te propongan tus
alumnos o tus hijos para enfrentarse a sus problemas, verdaderos y reales; no
aceptes promesas, exige hechos; no permitas aplazamientos nacidos de la
ocurrencia, la pereza o la vagancia. No te entretengas en «discursos», exige
«acciones».
196. ¿Querer es poder? Es un principio que al menos yo aprendí de pequeño.
En eso se basaba toda motivación: en la voluntad convertida en voluntarismo.
Sin embargo, hoy creo que es más cierto que, para querer, es imprescindible
poder. Y creo también que tanto el voluntarismo como el miedo ocasionan
muchas frustraciones.
197. Si tu estilo educativo es el de la «turrada»: repetir las mismas cosas una
y otra vez, notarás que no tienes mucha acogida por parte de tus alumnos o de
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tus hijos, sino todo lo contrario, notarás rechazo y hartazgo.
198. Cuando se trata de cosas perjudiciales no hay madurez que valga: no hay
madurez, por ejemplo, para tontear con la droga, para hacer el vago, para hacer
lo que venga en gana, para beber alcohol hasta la borrachera, para jugar al sexo
de usar y tirar, para frecuentar lugares indebidos, para gastar sin medida...
199. Los educadores, sobre todo los padres, soléis preguntar: «¿A qué edad
puedo dejar a mi hijo o mi hija que hagan esto o aquello... que vayan... que
tomen...?». ¿Por qué no os hacéis esta otra pregunta: «¿Qué madurez tiene mi
hijo o mi hija para...?
200. Para un educador que pisa tierra, la edad no es criterio suficiente para
considerar maduro o inmaduro a su educando. Si la edad fuese criterio suficiente,
bastaría con dejar pasar algunos años y dar por terminados todos los problemas
de la educación. Sin embargo, algunos educadores piensan así, o al menos así
actúan: «Cuando cumplas 18 años podrás hacer lo que quieras, pero mientras
estés en esta casa...».
201. Como educador, ten en cuenta que tus alumnos o tus hijos no maduran
en todas las dimensiones de su persona al mismo tiempo y con el mismo ritmo.
Los adolescentes, por ejemplo, maduran antes las dimensiones biológicas y el
deseo en su sexualidad que sus dimensiones afectivas, relacionales, éticas...
202. Procura que ni a tus alumnos ni tus hijos les valgan las excusas, las
salidas por la tangente, los aplazamientos... sino ponles mirando hacia adelante,
hacia su crecimiento, y, aunque lo intenten, no les permitas volver a la
comodidad que tenían cuando eran niños, renunciando a ser lo que son y a hacer
lo que ya saben y pueden hacer.
203. Un buen educador indica a sus alumnos o a sus hijos el tipo de
conquistas que tienen pendientes, además de las que les regala la naturaleza (el
crecimiento físico, el desarrollo sexual, la atracción entre sexos...). Se trata de
logros que nadie regala, sino que hay que conquistar: su madurez afectiva, la
madurez de su voluntad, la madurez intelectual, el riesgo de tomar buenas
decisiones... Conquistas que dependen de ellos mismos: de su determinación y de
su esfuerzo.
204. Los educadores excelentes son aquellos que logran despertar en la
conciencia de sus alumnos o de sus hijos la necesidad que tienen de lo que ellos,
como educadores, les proponen: porque no les proponen males, sino bienes. Por
eso, hablad bien de lo que proponéis como bien y estad seguros de que vuestros
alumnos o vuestros hijos adolescentes desean para su vida algo más que el
botellón.
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205. Cuando tus alumnos o tus hijos son adolescentes, entre los 15 y 18 años,
cultiva el diálogo asiduo con ellos. Ellos no saben dialogar, también han de
aprenderlo, pero puedes ayudarles si les dejas hablar y les iluminas con tus
razones.
206. Cuando tus alumnos o tus hijos han logrado una madurez suficiente en
algunos aspectos, es decir, están bien preparados y motivados, no dependen de
otros para actuar y saben ser autónomos sabiendo lo que se traen entre manos...
siguen necesitando tu guía, pero también necesitan ejercitar su autonomía.
207. En cuanto tus alumnos o tus hijos sepan volar, necesitan volar.
208. El contexto social presiona permanentemente, sobre todo a los padres,
para que dejéis volar a vuestros hijos sin tener aún plumas y sin haber aprendido
a volar, lo cual es una enorme temeridad. No se trata de que tengas miedo ante
lo que puedan hacer tus hijos, sino de que seas responsable ante su inmadurez.
Por el contrario, si eres rígido, puedes impedir volar como personas autónomas a
tus hijos cuando ya saben, pueden, quieren y necesitan volar, si no en todo y del
todo, sí en algunos aspectos de su vida. En ese caso no se trataría de
responsabilidad, sino de miedo.
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Persona lograda
 
Atrás van quedando rostros,
nombres, calles y ciudades.
Atrás quedó el que yo era
y que ahora ya no es nadie.
El que yo soy y el que fui
y el que seré algo más tarde
están juntos y se miran
como si se preguntasen:
«¿Quién sabe lo que es atrás
y quién sabe qué es delante?».
Así tiemblan y se extinguen
tres ramitas con el aire.
 
FERNANDO ORTIZ
 
209. «Tengo la impresión de que el hombre de nuestros días se halla perdido
en la superficialidad de una existencia de la que no siempre se siente verdadero
autor» (Javier de las Heras).
210. Es muy difícil que un saco vacío se tenga en pie. Tampoco la sabiduría
habita en una casa vacía o en una persona hueca.
211. La persona lograda es fácil de gobernar, pero difícil de manipular.
212. «Madurez es el arte de vivir en paz con lo que no se puede cambiar»
(Ann Landers).
213. No te empeñes en querer ser lo que no eres, sino en alcanzar lo que eres:
en eso consiste saber vivir.
214. «Lo único que deseo es no ser cualquier otra persona» (Woody Allen).
215. Seguramente no eres perfecto, pero sí hay aspectos de ti que son
excelentes. Descúbrelos y vívelos con alegría.
216. Algunos maestros de sabiduría enseñan que persona lograda es la que
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comprende los defectos ajenos sin que por eso justifique los propios.
217. Para que tus alumnos o tus hijos lleguen a ser personas logradas
necesitan un educador artista: un violín o un piano están llenos de melodías
increíbles, pero sin las manos de un artista quedarán encerradas y dormidas en
su interior.
218. Tus alumnos y tus hijos han de aprender, sobre todo de tu ejemplo, que
el estudio, el trabajo, el esfuerzo por crecer en conocimientos, el cultivo de
aficiones, la curiosidad abierta en todas las direcciones del saber y de las artes...
les libera. Como les libera la amistad, el amor, la solidaridad. Si, por el contrario,
quedan encerrados en sí mismos, abandonados a la pereza, se convierten en
esclavos. Y eso que desde el primer día que pusieron los pies en la tierra querían
ser libres y personas logradas.
219. Educar es desarrollar capacidades para una vida buena, para vivir bien;
lo que quiere decir que es preparar para la felicidad.
220. Si contribuyes a la felicidad de otra persona encontrarás el verdadero
bien, el auténtico significado de tu propia vida.
221. Puede que algún día termine el negocio de las guerras... pero mientras
sigamos viviendo encerrados en el egoísmo, la violencia, la ambición... y la
educación no engrede personas capaces de amar, convivir y perdonar, en la tierra
no habrá paz.
222. Di a tus alumnos y a tus hijos que una persona lograda es la que ha
instaurado la paz en su corazón. ¿De forma definitiva? No, porque vivir es
cambiar tanto disfrutando como sufriendo los cambios que sobrevienen, incluso
para crecer.
223. Si no puedes ser un pino en lacima de una colina, sé maleza en el valle,
pero sé la mejor maleza junto al torrente. Sé arbusto si no puedes ser árbol. Si
no puedes ser camino real, sé atajo. Pero no te resignes, ni te anules, ni huyas...
Trabaja constantemente para ser realmente bueno en lo que seas.
224. En una agencia de viajes recibieron una llamada en la que un señor
preguntaba por dónde se iba a Santiago. La señorita que le atendía le dijo que
dependía de dónde se encontrara. Así sucede cuando, como educador, deseas que
tus alumnos o tus hijos logren una determinada meta: has de comenzar sabiendo
y reconociendo dónde se encuentran y qué posibilidades y actitudes tienen.
225. En último término, persona lograda es la que toma su propia vida en sus
propias manos.
226. La personalidad no consiste en tener mal genio. Eso es propio de
personas dominadas por sus caprichos... y con poca personalidad.
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227. La persona superficial, vacía de intimidad, distrae y divierte; pero puede
perder su atractivo, en caso de haberlo tenido, al cabo de poco tiempo de tratar
con ella.
228. «¡No corras, vete despacio, porque adonde tienes que llegar es a ti
mismo!» (Juan Ramón Jiménez).
229. Te propongo seguir lo que Jorge Bucay formula como los cinco permisos
que cada persona ha de darse a sí misma para poder vivir con dignidad:
– Me concedo permiso a mí mismo para ser quien soy, sin esperar a que otro
determine quién debería ser.
– Me concedo permiso a mí mismo para sentir los sentimientos que siento, sin
esperar a que otros me digan lo que debería sentir.
– Me concedo permiso a mí mismo para pensar lo que pienso y a expresarlo
con libertad, o a callarlo si lo deseo, sin esperar a que otro me diga qué debo
pensar, qué debo decir o qué debo callar.
– Me concedo permiso a mí mismo para decidir con libertad, aceptando las
consecuencias de mis decisiones.
– Me concedo permiso a mí mismo para buscar lo que creo mejor para mí en
lugar de esperar a que sean otros quienes tengan que darme permiso para ello.
230. Si le preguntas a un cabrero te hará ver cómo sus cabras siempre tienden
a subir. Así habrías de educar a tus alumnos y a tus hijos, ayudándoles a subir,
aupándolos, yendo por delante hacia las cimas. Por el contrario, no lograrán
mucha altura ni serán muy felices si son domesticados y pierden el sentido de la
ascensión, y prefieren la seguridad de un collar que les ate al aire puro de las
alturas y al cielo azul.
231. «Si un día tienes que elegir entre el mundo y el amor, recuerda que, si
eliges el mundo, te quedarás sin amor; pero, si eliges el amor, con él conquistarás
el mundo» (Albert Einstein).
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Entrenador para la vida
 
Compañero maestro escuela,
decimos que educar es
no solo enseñar la letra.
¿Sabremos jacerlo ver?
Compañero de trabajo,
nuestra fuerza debe estar
levantando a los de abajo.
¿Sabremos bien empujar?
Compañero de ilusiones,
hemos de cambiar el mundo
sin dinero y sin cañones.
¿Sabremos seguir er rumbo?
 
JOSÉ MARÍA ORTEGA
 
232. Entrena a tus alumnos o a tus hijos estimulándolos a que se ejerciten en
el esfuerzo y a dedicarse con constancia a sus tareas; a tener metas y a adquirir
aprendizajes; a saber ir de menos a más y poco a poco; pero no lo hagas por la
fuerza, con amenazas o castigos humillantes; tampoco a base de permisividad,
creyendo que así ganas la voluntad de tus alumnos o de tus hijos.
233. Los resultados en educación no se improvisan: son resultado de una
hermosa y a veces difícil tarea que ha de comenzar en la familia desde el primer
día y continuar todos los días.
234. Determinar ser uno mismo y no otro en una sociedad que cultiva el
travestismo requiere luchar la dura batalla de ir a contracorriente sin
abandonarse nunca.
235. Nadie llega a sentirse valioso y capaz si no se siente querido por los
suyos.
236. Como entrenador, has de poseer el arte de motivar, estimular y reforzar
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positivamente; dar ejemplo con tu vida disciplinada, como la que propones;
cultivar la alegría y no perder la serenidad; hacer ver lo positivo y lo útil de una
vida disciplinada; estar siempre cercano a tus alumnos o a tus hijos para no
perderte el espectáculo de su crecimiento; abundar en paciencia y constancia...
sin dejar de tener en cuenta que las propuestas contrarias a las tuyas, que
reciben tus alumnos o tus hijos de otras muchas instancias, tienen mucho
atractivo para ellos.
237. Un buen entrenador educativo cree firmemente en sus alumnos o en sus
hijos; sabe esperarlos; no cae en la desesperanza; les da siempre otra
oportunidad; no confunde una racha con una vida entera.
238. «El sabio puede sentarse sobre un hormiguero, pero solo el necio se
queda sentado en él» (proverbio chino).
239. A tus alumnos y a tus hijos has de enseñárselo todo: a valerse por sí
mismos, a cuidar de sí, a encontrar su lugar en el mundo, a aceptar sus normas,
e incluso a transgredirlas cuando no sean justas... Han de aprenderlo todo, pero
solos no lo harán.
240. «Usa tus piernas y tendrás piernas. Nadie conoce la fuerza de sus
facultades hasta que las ha puesto a prueba» (John Locke).
241. ¿Cómo van a aprender tus alumnos o tus hijos, por ejemplo, la paciencia
si nunca tienen que esperar porque corres a satisfacer sus peticiones, que a veces
son caprichos o no tienen ninguna urgencia?
242. ¿Has pensado si tus alumnos o tus hijos son víctimas de tu
superprotección, que les impide crecer y ser ellos mismos?
243. ¿Cómo aprenderán a ser emprendedores si les proteges hasta anular su
iniciativa, les impides tomar decisiones... como si fueran inútiles para todo?
244. Enseña a tus alumnos o a tus hijos que lo que requiere esfuerzo es valioso
y que, por otra parte, el esfuerzo requiere valentía para decidirse y actuar. La
valentía está en la base de cualquier valor vivido.
245. No es aconsejable una ambición desmesurada, pero sí la ambición que
señala metas y, sobre todo, el valor de luchar por lograrlas.
246. Tu ejemplo es fundamental. Tus alumnos o tus hijos necesitan ver cerca
de ellos modelos reales que se dedican a mantenerse en forma, a ser fieles a sí
mismos, a crecer como personas conscientes y cultivadoras de su dignidad.
247. Mira a ver si eres de esos educadores que entrenan a sus alumnos o a sus
hijos a saber enfrentarse a sus problemas, a interpretar sus fracasos como nuevas
posibilidades, a creer en sus capacidades, a luchar, a no darse por vencidos... en
vez de huir, abandonar o darlo todo por perdido.
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248. Como entrenador, deja que las sirenas canten sus encantamientos y
seducciones, y ayuda a tus alumnos o a tus hijos a poner su nave, como Ulises,
rumbo a la persona lograda desde el amor hecho acompañamiento y cercanía
educativa.
249. Como entrenador, has de ser amable, lo que quiere decir hacerte querer.
250. Puede que tus alumnos o tus hijos lleguen a obedecerte, pero lo
importante es que crean y confíen en ti. El amor empieza con el amor.
251. «Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo
necesite» (anónimo).
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La disciplina que educa
 
 1. Desde pequeños, dales todo lo que te pidan. No uses nunca el «no» en
su educación. Así crecerán convencidos de que el mundo es suyo.
 2. No les des ninguna educación interior ni recurras a su conciencia, a su
honradez, a la sinceridad consigo mismos. De este modo, no dudes de
que aprenderán a fingir, a mentir, a ser superficiales.
 3. No les corrijas ni les digas nunca que han hecho algo mal, porque les
podrías crear traumas. Así aprenderán a echar la culpa a los demás y a
no asumir responsabilidades.
 4. Desde pequeños, ve detrás de ellos recogiendo lo que dejen tirado:
libros, zapatos, ropa... Hazles todas las cosas y no les dejes que se
esfuercen ni que se equivoquen. Así creerán que todos están y han de
estar a su servicio.
 5. Ten sumo cuidado con lo que entra por sus bocas, pero no te
preocupes por lo que entra por sus ojos o por sus oídos... aunque su
mente se llene de basura.
 6. Discute con tu pareja siempre que puedas delante de tus hijos. Seguro
que crecerá vuestro prestigio y autoridad anteellos.
 7. Dales todo el dinero que quieran gastar, no vayan a aprender que,
para tener dinero, es necesario merecerlo, esforzarse o trabajar.
 8. Satisface todos sus deseos, caprichos, comodidades y gustos, porque la
austeridad, la generosidad y la solidaridad podrían llenar sus vidas de
frustraciones.
 9. Cuando, por ejemplo, digan groserías, ríeselas. Tu risa complaciente
les ayudará a hacerse los graciosos, y les animará a decir y a hacer
gracias constantemente.
10. Cuando, en el colegio, tengan algún conflicto con sus profesores o con
sus compañeros... tú, como padre-madre, ponte siempre
incondicionalmente de parte de tu hijo, sin conocer lo que ha pasado
realmente. Deja que su imaginación invente e invente, y piensa más
bien que todo el mundo está en contra de tus hijos, que les han tomado
manía y que les quieren mal.
Si pones en práctica estos criterios, no lo dudes: tus alumnos o tus hijos
irán adquiriendo malos hábitos de conducta.
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252. La disciplina educativa pretende enseñar a tus alumnos o a tus hijos a
cumplir sus obligaciones y responsabilidades, junto a las exigencias de vivir en
sociedad: en la familia, en el colegio y fuera de esos ambientes.
253. El sometimiento es destructivo en la educación de una personalidad sana;
por eso la disciplina educativa no tiene como objetivo el sometimiento, como
tampoco el poner obstáculos al crecimiento de tus alumnos o de tus hijos
haciéndoselo desagradable, sino deseado y posible.
254. Cuando mandes, enseña. No olvides que tus alumnos o tus hijos han de
estar aprendiendo cuando están obedeciendo.
255. Tus manifestaciones frecuentes de cariño no están reñidas con la
disciplina.
256. Los niños necesitan una estructura externa –la disciplina– por su falta de
consistencia; pero esa estructura externa tiene como objetivo educativo ir
logrando una estructura interna, la autodisciplina; es decir, aprender a darse sus
propias normas para aprender a vivir, a gobernar su propia vida con consistencia
y con gozo, con seguridad y confianza en sí mismos.
257. Si en un momento determinado no sabes cómo actuar, pon en
funcionamiento tu sentido común; podrás evitar errores si te preguntas si lo que
pretendes beneficia o perjudica a tus alumnos o a tus hijos, y no solo si te
desahoga a ti.
258. Ningún educador logrará que sus alumnos o sus hijos consigan ser
autodisciplinados a la fuerza.
259. ¿Tienes necesidad de ponerte uniforme para tener autoridad? La
autoridad educativa no está en el uniforme, ni en los gestos de enfado, ni en las
palabras gruesas, ni en las normas intransigentes... sino en tu prestigio, en tu
autoridad moral, que nace del ejemplo.
260. Si en la educación de tus alumnos o de tus hijos sobreabundas en una
disciplina intransigente y prescindes de la propuesta respetuosa de lo mejor y lo
excelente, tus normas no serán percibidas por tus alumnos o por tus hijos como
una propuesta de bienes, sino como obstáculo para una vida buena.
261. Acostúmbrate a darte tiempo a ti mismo y a dar tiempo a tus alumnos o
a tus hijos, a darles siempre otra oportunidad, para que no caigan en la
desesperanza o en la angustia.
262. Cuando felicitas a tus alumnos o a tus hijos por la nobleza y la altura de
miras que expresan a través de valores-fines: ser felices, lograr una cultura
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amplia, lograr cotas sociales dignas, ser honrado, lograr un mundo justo y en
paz, pensar en los demás de forma solidaria... les sienta muy bien. En cambio,
cuando les dices que, para lograrlo, han de poner en marcha los valores-medios
necesarios, suelen recibirlos como un jarro de agua fría: «Mira, para eso hay que
trabajar, y para eso hay que esforzarse, y para eso hay que ser constante, y para
eso hay que hacer algunas renuncias. Para ser solidario hay que tocar el bolsillo o
el tiempo libre... dando de lo propio. La paz también pasa por respetar a tu
hermano... aceptando... perdonando... La justicia también pasa por casa...
colaborando... no solo soñando».
263. El mundo es mejor mejorando tú. Es decir, en gerundio: actuando,
trabajando, estudiando, tomando partido, perdonando, volviendo a empezar,
colaborando, jugando, sonriendo, dando nuevas oportunidades... en gerundio.
264. Tus alumnos o tus hijos no se sienten estimulados por tus palabras, sino
por tus hechos.
265. Tu firmeza contribuye enormemente a sacar a tus alumnos o a tus hijos
del laberinto de sus caprichos.
266. Tus alumnos o tus hijos tienen o tendrán problemas, y han de estar
preparados para afrontarlos. Si les educas protegiéndolos en todo, les enseñas a
ser inválidos, porque no crees en ellos, y lo que lograrás es que sean inseguros,
incapaces de luchar... porque les impides crecer.
267. Tus alumnos o tus hijos aprenderán a escurrir sus problemas
acobardándose y huyendo de ellos cuando la disciplina se convierte en una fuente
de obstáculos. Y eso ocurre cuando pretendes educarles a base de riñas,
haciéndoles ver permanentemente sus defectos, castigándolos incesantemente y
sin motivo, ridiculizándolos, comparándoles con otros... sin aplaudir lo positivo
que logran o intentan.
268. Si crees en tus alumnos o en tus hijos, enséñales a luchar a pesar de
todo.
269. Si tus alumnos o tus hijos te ven como un rival, perciben la disciplina
como un incordio permanente, desaparece la alegría de buscar lo mejor y
comienza, por el contrario, la decisión por lo mediocre con resignación y
aburrimiento, incluso con frustración, porque el incordio impide dar lo mejor de
uno mismo.
270. Cuando tus alumnos o tus hijos no gozan haciendo las cosas, su mayor
deseo es dejar de hacerlas cuanto antes.
271. La disciplina educativa es hija de la excelencia interior, lo que quiere
decir que las relaciones entre los educadores y sus educandos han de ser
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armónicas, positivas, cercanas, confiadas, colaboradoras, de apoyo. Si esas
relaciones producen bienestar, no llegará nunca el agotamiento ni el deseo de
abandonar.
272. La seguridad no les viene a los niños de hacer sus caprichos, sino de
aceptar el otro lado de la moneda, el de la obediencia, el de la convivencia, el de
la superación, el de los aprendizajes... porque nadie regala el crecimiento.
273. No conozco a ningún pedagogo que señale la obediencia como la virtud
suprema. Si ponderas la obediencia has de especificar qué es lo que hay que
obedecer, incluso a quién, y también a quién no hay que obedecer o presentar
objeción. Lo contrario favorece la sumisión, el sometimiento y el infantilismo.
274. ¿No prefieres hoy jóvenes rebeldes, insumisos, más que jóvenes
amaestrados y sumisos? Pero la rebeldía requiere una causa que merezca la pena
y la creación de las propias normas desde los propios principios.
275. Puede llegar el momento en que sospeches y luego te convenzas de que
cuanto haces con tu alumno o tu hijo no vale para nada; pero no es así. Estás
cultivando un terreno que va a tardar en dar fruto, pero que lo dará. Ten en
cuenta que tú mismo estás aplicando –con las variaciones que hayas
incorporado– lo que aprendiste cuando tenías la edad de tus hijos.
También ellos se convertirán en padres, y estate seguro de que educarán a sus
hijos a partir de lo que ellos están recibiendo ahora de ti. Las pautas que van a
seguir –con las variantes que deseen incorporar– van a ser las que tú les estás
dando hoy.
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Mírate tú
 
Aquel que desee convertirse en maestro,
debe empezar a enseñarse a sí mismo antes de enseñar a los demás;
y debe enseñar primero con el ejemplo antes de hacerlo con palabras.
Pues aquel que se enseña a sí mismo y rectifica sus propios
procedimientos merece más respeto y estima
que el que enseña y corrige a otros eximiéndose a sí mismo.
 
KHALIL GIBRAN
 
 
276. Los profesores y los padres sois los primeros que tendríais que revisar
vuestra jerarquía de valores.
277. Rosa y Daniel son un matrimonio que, después de dos años de casados,
no lograban tener hijos, a pesar de intentarlo con asiduidad. Daniel insistía, una
y otra vez, en que era Rosa quien debía visitar al médico, porque algo raro debía
de estar

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