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La fuerza del amor_ El camino hacia la realización personal y la madurez afectiva - Bernabé Tierno

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Dedico este libro a mis padres y hermanos, cuyo amor fue para mí la fuerza que me
impulsó a superar no pocas dificultades en mi adolescencia y juventud.
Lo dedico también a mi esposa y a mis hijos, que son mi familia y el centro de mi
vida. Su comprensión, apoyo y cariño me son imprescindibles.
Finalmente, hago extensiva la dedicatoria y el agradecimiento a todas las personas
con las que me he relacionado a lo largo de mi vida, quienes con su actitud positiva,
afectuosa y comprensiva me ayudaron a sentirme valioso, a perdonarme y a quererme.
A todos debo la firme convicción que rige hoy mi existencia y que en este libro es
una constante: solo el amor nos construye hacia dentro y hacia fuera de nosotros mismos
y nos proporciona verdadera felicidad.
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No hay dificultad que amor suficiente no pueda conquistar. Ni enfermedad que
bastante amor no pueda curar.
No hay puerta que no se abra con bastante amor, ni brecha que con bastante amor no
se pueda cerrar.
Ni muro que con amor bastante no se pueda derribar, ni pecado que con bastante amor
no se logre redimir.
No importa cuán profundo sea el problema, ni cuán desesperado sea el futuro, ni la
monstruosidad del error cometido, con bastante amor todo se resolverá.
Si solo pudieras amar lo suficiente serías el ser más feliz y más poderoso del mundo.
EMMET FOX
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PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN
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¿Me necesitas porque me amas, o me amas porque me necesitas?...
Pensemos detenidamente la respuesta
En abril de 1999 aparecía la primera edición de La fuerza del amor, libro completamente
actualizado, renovado y puesto al día y que en 2010 cumple once años de existencia.
A lo largo de una década he venido recibiendo muchas opiniones favorables,
alentadoras y gratificantes sobre su contenido, pero también he escuchado críticas y
comentarios poco motivadores, especialmente de personas que no creen en la posibilidad
de un amor de verdad o de aquellas otras a las que un terrible desamor les ha causado un
grave daño emocional.
Espero que tanto este prólogo a la nueva edición como la revisión de todo el libro
efectuada en profundidad haga posible que todos creamos en el amor auténtico y en la
posibilidad de que nos acompañe a lo largo de toda nuestra existencia.
¿De qué se quejan los detractores del amor verdadero y duradero? Piensan que ese
tsunami emocional que sentimos y nos inunda de sensaciones y que vivimos como un
amor de verdad, pasada la fascinación y pasión del momento, se convierte en egoísmo,
deseos de satisfacer el propio ego y de llenar nuestras carencias y vacíos de afecto. Por
eso, argumentan que «en amor», se pasa tan fácilmente al odio, al desprecio y hasta al
deseo de venganza.
Los que defienden la posibilidad del amor auténtico, que son la mayoría, tienen claro
que el amor como sentimiento grande y profundo demuestra su autenticidad cuando le
impulsa a uno a necesitar la presencia del otro y, por consiguiente, a promover la vida en
común por el puro sentimiento-deseo de ver dichoso a su pareja, de hacerla feliz y de
que esa felicidad, bienestar y paz de la persona amada forme parte de su propia dicha,
gozo y plenitud personal.
Por eso es tan importante dar cumplida y sincera respuesta a las preguntas que
hacía al principio: ¿Necesitas a tu pareja porque la amas o la amas porque la necesitas, es
decir, porque te es rentable amarla? A quien ama de verdad, la fuerza de ese gran amor
puro le impulsa a necesitar estar a su lado para darse el placer de ver feliz a quien tanto
quiere.
Hay otros detractores del amor auténtico que son los que no admiten que después del
amor de «enamoramiento» o «amor químico» pueda existir un amor verdadero, puro y
grande que pueda durar toda la vida. Hasta no hace mucho, la mayoría de los autores e
investigadores sobre el amor han defendido que lo que llamamos «amor» es pura y
llanamente un cóctel hormonal, pura química y que una vez pasada la etapa del
enamoramiento o fase del amor apasionado, en la mayoría de las parejas se pasa a una
fase de amor fraternal, más tranquilo y sosegado que puede durar varios años.
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Como veremos después, las últimas investigaciones demuestran que es posible la
convivencia del amor químico o amor pasión y el amor duradero y maduro y sereno,
durante toda la vida.
¿Cuál es la realidad? ¿Qué es lo que sabemos a día de hoy sobre las posibilidades
de amarse toda la vida plenamente y sin que se pierda la pasión? Es verdad que al
principio, en lo que se llama «etapa del enamoramiento», los enamorados perciben en su
organismo el mismo efecto que el que produciría una fuerte dosis de cocaína, como ha
demostrado recientemente el psicólogo Arthur Aaron, de la Universidad de Nueva
York, con la ayuda de la tomografía cerebral.
A las personas que participaban en la investigación les mostraban fotografías de sus
enamorados y se observaba que en ese preciso instante, la zona del cerebro que refleja el
placer que sentimos y su intensidad se inundaba de dopamina, que como ya sabemos
es la sustancia que aparece en la sangre siempre que nos embargan sensaciones tan
agradables como comer chocolate o mantener relaciones sexuales.
En estas circunstancias placenteras, detectamos en nuestra sangre hormonas como
la oxitocina o la vasopresina, las cuales estimulan la necesidad del contacto físico y
emocional entre los enamorados.
Cuando miras a los ojos con admiración a tu pareja durante un tiempo y ella
responde a tu mirada con otra cargada de ternura, admiración y deseo; también cuando
nos abrazamos gozosa y estrechamente fundidos el uno en el otro y al realizar el acto
sexual, sin duda segregamos oxitocina. Por lo que respecta a la vasopresina, es la
encargada de formar apegos y vínculos emocionales; anclajes afectivos y de gran
admiración y cariño entre las personas que comparten un gran amor o una extraordinaria
amistad. En ambos casos, la mutua admiración y el deseo de una felicidad compartida
están siempre presentes.
Hasta hace poco se creía que en la mayoría de las parejas, por muy enamoradas
que estuvieran, el amor de enamoramiento, que siempre va acompañado de una gran
«descarga emocional», duraba tan solo entre dos y tres años como mucho y que de
manera gradual, como hemos dicho anteriormente, se va pasando a un amor más
sosegado, tranquilo y maduro; pero ahora se está viniendo abajo esta teoría porque ya
hay estudios que demuestran que el amor apasionado vuelve a nacer y renacer con la
misma persona como si de nuevos enamoramientos se tratara.
En la Universidad de Santa Bárbara, se han estudiado tomografías de parejas que
afirmaban que se sentían tan enamorados como cuando se conocieron, aunque habían
pasado veinte, treinta o más años. Las tomografías presentaban reacciones análogas a las
de los cerebros de personas que se habían enamorado recientemente. Parece ser que la
fórmula está en enamorarse varias veces de la misma pareja a lo largo de toda la vida
amorosa.
La conclusión es que la razón de la perdurabilidad del amor de enamoramiento o
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amor químico puede darse al mismo tiempo que el amor maduro y es la tónica en las
parejas y matrimonios que comparten vivencias gratificantes de cualquier tipo y que de
forma más o menos directa estimulan la producción de dopamina.
En las más de cien personas nonagenarias que he venido entrevistando en los
últimos cuatro años, la felicidad y disfrute de la convivencia conyugal era la tónica en
nueve de cada diez ancianos felices consultados. Lo que estos mayores llaman una
relación matrimonial amistosa y de buen entendimiento es la clave y razón de que no se
apague el fuego del amor en una pareja y que la convivencia gratificante sea la norma
general.
Sentirse a gusto y acogido amorosamente, respetado, valorado y admirado, sin
tensiones frecuentes, sin acoso, sin controles y sin la necesidad y la exigencia de tener
que cambiar demasiado para dar pronta y cumplida satisfacción a las constantes
demandas del otro, contribuye no solo a la estabilidad de cualquier matrimonio o pareja,
sino a que él y ella sientan verdaderosdeseos de hacer feliz a quien pone todos los
medios para procurar la dicha y felicidad de la persona amada. Es lógico que estando así
las cosas se activen en los matrimonios y parejas los mecanismos que desencadenan el
cóctel del amor químico cada cierto tiempo y sea posible la maravilla de volver a
enamorarse varias veces en la vida de la misma persona y que la llama del amor
apasionado y romántico no se apague jamás por completo.
De especial interés, a mi entender, es el capítulo de este libro que lleva por título
«matar el amor». Lea y vuelva a leer y reflexionar cada uno de los doce golpes
certeros contra el amor y la convivencia conyugal y en pareja. A algunos lectores les
parecerá que exagero en mis apreciaciones y análisis, pero puedo asegurar que cuanto
digo está sacado de la experiencia de cientos de casos reales que he vivido y tratado
profesionalmente como psicólogo.
El amor se cultiva si se riega con respeto y se cuida con la comprensión, el perdón, la
admiración, la empatía, la tolerancia y por encima de todo, el deseo de hacer feliz a la
persona amada hasta el punto de que su felicidad se convierta en motivo de la propia
dicha.
El amor se destruye día a día manteniendo una crítica casi permanente a cuanto piensa,
dice o hace el otro, recordándole frecuentemente sus fallos, errores, carencias y
debilidades.
Destruye el amor quien con su aspereza de carácter y su trato hiriente, desdeñoso y
exasperante hace posible que el otro se sienta aliviado y con mayor paz y tranquilidad
cuando no está bajo los efectos de sus comentarios y críticas destructivas.
En definitiva, el amor verdadero siempre es constructivo y pone su interés y atención en
las cualidades, virtudes y valores del amado. Es posible el amor de plenitud, el amor
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maduro en interacción con el amor de enamoramiento o amor químico, sin fecha de
caducidad. La clave está en desear y procurar la felicidad de la persona amada, sin
privarle de su paz, su libertad de acción, su espacio, su sosiego y su manera habitual de
ser. Santa Teresa de Jesús lo expresó claramente con estas palabras: «Esta fuerza tiene
el amor si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien nos ama».
Estoy descubriendo que otra característica del amor de plenitud, el amor grande y
auténtico y de por vida, es que participa de los mismos atributos y cualidades de una
amistad noble y verdadera. Si escribo algún otro libro sobre el amor, sin duda estudiaré
con amplitud cómo la amistad es el ingrediente más seguro para un amor perdurable.
Quien te ama debería quererte por encima de todo como el más fiel e incondicional
amigo. Si a esto añadimos «el amor químico» y la costumbre de enamorarnos varias
veces en la vida de la misma persona…, el amor no tendrá fechas de caducidad, porque
amar es vivir y vivir es amar.
Pero recuerda que solo es fuerte, grande y auténtico tu amor y con verdaderas
esperanzas de futuro si la necesidad de vivir, convivir y compartir tu vida con la persona
que dices que amas nace del mismo amor; tiene como causa primera hacerla feliz y por
eso, para los dos, amar y vivir son prácticamente la misma cosa.
Todos los capítulos de este libro te ayudarán a entender que solo la fuerza de un
amor así hace entender que la vida sea el mejor regalo y la excepcional oportunidad que
a todos se nos da de hacer de nuestra existencia en la tierra un verdadero cielo, porque si
somos amor y convertimos la vida en amor, ya estamos completos. Acertadamente
afirma san Agustín: «Ama et fac quod vis» (Ama y haz lo que quieras).
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INTRODUCCIÓN
Próximos a finalizar el siglo y el milenio, a nadie se le escapa que, a pesar de tantas
guerras, genocidios, luchas de clases, males y miserias humanas, a pesar de que a estas
alturas todavía se siguen pisoteando los derechos del hombre y de la mujer y no hemos
erradicado la esclavitud, caminamos hacia una mayor humanización de la persona y de la
sociedad.
Acontecimientos tan dolorosos como el del huracán Mitch o el terremoto de
Colombia, terribles coletazos de desastre con los que se despide el siglo XX, han dejado
bien a las claras que en el corazón humano laten con fuerza los nobles sentimientos de
amor, generosidad y solidaridad.
Tengo la firme convicción de que, en las próximas décadas, esos valores de una
«Nueva Era» de los que se viene hablando últimamente estarán cada vez más presentes
en la sociedad, precisamente porque la fuerza del amor que nos construye está en la
misma raíz de todos ellos.
El respeto por la naturaleza, la interdependencia que hace que todos necesitemos de
todos, la cooperación versus la competitividad, la no violencia contra la dominación y la
explotación, la confraternidad universal de manos abiertas, los valores del espíritu y el
compromiso solidario son nuevos valores impulsados y alentados, todos y cada uno, por
la fuerza del amor. ¿Por qué? Porque el amor es la base de nuestra existencia, está en
nuestra misma esencia.
Y de ese amor, que es una constante en nuestra vida, es de lo que trata este libro,
cuyo objetivo no es otro que demostrar que el hilo conductor de todas las etapas
evolutivas del individuo, desde el nacimiento hasta la muerte, no es otro que el amor.
En la medida en que nuestra vida se convierta en amor y seamos amor, en esa
medida creceremos y maduraremos como personas y seremos un bien para nosotros
mismos y para la sociedad en que nos integramos.
En el capítulo I invito al lector a reflexionar sobre lo que se entiende por amor.
Después trato de relacionar el amor con la razón y la voluntad, y llevo mi reflexión a
otros aspectos del amor: como actitud que refleja el ser íntimo de la persona; como
fuerza unificadora de los procesos de la personalidad; como motor y motivo del
crecimiento humano.
Tras hacer la distinción entre amor de concupiscencia y de benevolencia y referirme
a los componentes básicos del amor, finalizo el capítulo con una breve reflexión sobre el
amor y el perdón y su beneficiosa influencia en la salud psicofísica.
En el capítulo II se detalla la importancia del «apego seguro» o fuerza del amor que
transmite la madre a su bebé desde el nacimiento y que conforma esa «urdimbre básica»
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a partir de la cual se siente seguro y con fuerzas para ¡atreverse! a explorar el ambiente, a
experimentar y, por tanto, aprender.
Hago mención a diversas investigaciones de los últimos años efectuadas con
primates y humanos que llegan a las mismas conclusiones sobre la necesidad de ese
apego-amor o vinculación primaria con la madre y también con el padre.
El capítulo III nos traslada a «la otra orilla», la de la falta de amor y de un trato
afectuoso y sus graves consecuencias.
Aunque nos duela, no podemos obviar la realidad del maltrato. Por eso defino las
clases de malos tratos y hago referencia a cómo se desarrollan los niños maltratados y en
qué se diferencian de los no maltratados. Finalmente, me pregunto si el maltrato se
transmite de padres a hijos.
Del apego a la autoestima o del amor y de la seguridad que nos dieron al amor y
seguridad que nos damos y daremos a los demás es el contenido del capítulo IV. La
autoestima, motor de la persona y valor fundamental para la madurez psicoafectiva, tiene
una importancia decisiva en la preadolescencia, la adolescencia y la juventud. Es evidente
que toda acción educativa de la persona inmadura debe ir orientada a incrementar la
autoestima o sano amor a sí mismo, que nada tiene que ver con el orgullo o con la
soberbia.
En el capítulo V continúa la potenciación de la autoestima en el individuo adulto,
pero como paso previo, como conditio sine qua non para la madurez psicoafectiva y el
amor maduro y consciente que se autorrealiza.
Se detallan los 24 aspectos de la madurez psicoafectiva y se invita al lector a un
ejercicio de trabajo personal para un mayor crecimiento en el amor maduro.
El capítulo VI está dedicado por completo al verdadero amor, el que nos construye
hacia dentro y hacia fuera de nosotros mismos y que entre los esposos adquiere un
carácter y una fuerzatransformadora y beneficiosa para ambos.
Un apartado fundamental del capítulo se ocupa de las tres formas de amar:
Amor de enamoramiento o necesidad de que el otro me complete y supla
mis carencias.
Amor de conveniencia o conformista, que dice «no te amo pero me
convienes y me adapto».
Amor verdadero, incondicional, de pura benevolencia, que dice «te veo y te
amo por ti mismo y deseo y busco tu felicidad».
Termina el capítulo con unas reflexiones para potenciar la fuerza y el valor curativo
del amor.
En el capítulo VII intento demostrar al lector que es también en los momentos más
críticos y difíciles de nuestra vida, ante una grave enfermedad, ante la vejez y ante la
muerte, cuando la fuerza del amor más se deja notar.
Quien se ha dedicado a vivir, pero amándose y amando a los demás, necesariamente
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se sentirá invadido por una indescriptible y vigorosa plenitud interior, tanto para aceptar
su vejez y mayor debilidad psicofísica, como para soportar sin quejas y lamentos
constantes una terrible enfermedad y esperar con serena paz el final de su existencia en la
Tierra.
El libro termina con un apéndice en el que se ofrece todo un abanico de citas,
pensamientos sobre lo que es el amor y lo que de él han opinado a lo largo de la historia
filósofos, escritores, políticos, pensadores…
Termina estableciendo una estrecha relación entre el amor y otras virtudes, valores
y actitudes humanas como la amabilidad, la amistad, la belleza, la verdad, la vida y la
valentía.
Sé que el amor y otros valores y actitudes con los que guarda estrecha relación
serán temas estrella en el próximo siglo, que no será el siglo de la razón, como alguien ha
dicho, sino un siglo de encuentros, de solidaridad, de acogida y de mayor humanización,
en cuya base permanecerá siempre activa y dinámica la fuerza incontenible del amor.
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capítulo
uno
Algunas reflexiones sobre el amor
La vida es vida, solamente cuando hay amor.
GANDHI
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El amor, la base de la existencia humana
El amor es la base de la existencia, su esencia y su fin. Solamente por el amor
conseguimos conocernos a nosotros mismos, así como comprender el mundo y
la vida.
HERIVERT RAU
Este es un libro que tiene como objetivo profundizar en el amor como hilo conductor,
como base de la existencia humana en todas y cada una de las etapas evolutivas por las
que pasamos los seres humanos. La «fuerza del amor», que hace posible la necesaria
vinculación afectiva, el apego seguro del niño a sus padres ya desde la cuna, es la misma
fuerza que despierta y potencia la autoestima del adolescente y del joven, y también la
misma que en los últimos años de nuestra vida nos da la deseada paz y la serena
aceptación para envejecer en compañía de la persona amada.
Decía Helen Keller que las cosas mejores y más hermosas del mundo no pueden
verse ni tocarse, pero se sienten en el corazón. Sin duda, el amor es la mejor y más bella
de las cosas que no tocamos ni vemos, a no ser sus efectos, y precisamente por eso son
necesarias las reflexiones que nos hacemos a continuación.
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¿Hay una relación directa entre el amor y la razón?
No es precisamente la razón la que dicta sus normas al amor.
MOLIÈRE
Si es verdad que la razón está presente en toda acción humana, sin duda debe haber
alguna relación entre el amor y la razón. Sin embargo, en el tema del amor todos somos
aprendices, y hasta los más entendidos y sabios se ven obligados a revisar
frecuentemente sus conclusiones. Ocurre a menudo que, cuando se buscan las razones
para el amor, no se encuentran; cuando se pretende hallar el porqué del amor, parece que
se oscurece lo más puro que hay en él: el sentimiento.
A mi juicio, la verdad del amor es el sentimiento, y este debe ser protegido tanto de
la mentira como del sofisma, que trata de buscar razones allí donde probablemente no
pueden encontrarse. La canción popular lo expresa con esta contundente claridad: «Te
quiero porque te quiero, porque me sale del alma». Y Unamuno lo rubricaba en esta
frase: «El amor quiere ser amado “porque sí” y no por razón alguna, por noble que esta
sea».
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¿Qué sucede entre el amor y la voluntad?
¿Puede haber amor sin decisión voluntaria?
No hay amor donde no hay voluntad.
GANDHI
Evidentemente, no. Yo concibo al amor como un «dos en uno», no solo porque cuando
dos personas se aman tratan de fundirse en una, formando una misma cosa, sino porque
las caras del amor son dos: la del sentimiento y la de la decisión voluntaria. Cuando el
sentimiento es puro, la voluntad se inclina a conservarlo eternamente. Sin voluntad, el
amor degenera fácilmente en puro sentimentalismo, algo así como esa «flor de un día»
que aparece y desaparece sin que uno lo pretenda. Pero cuidado, porque la sola decisión
de amar no sería más que la parodia de un amor que quiere ser, pero no puede; en
definitiva, puro voluntarismo o legalismo de conveniencia. Es del abrazo y la mutua
colaboración entre el sentimiento y la voluntad de donde nace el amor.
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El amor es la actitud fundamental que refleja el ser íntimo de la
persona
Decía E. Rod, escritor, novelista y crítico francés, que «en el fondo de cada persona
existen tesoros escondidos que realmente descubre el amor». Esto tiene lugar cuando la
comunicación ha llegado a convertirse en una forma de intimidad más profunda, plena e
íntima, que yo llamo «comunión» del amor, cuando los que se aman hacen mutuas
donaciones de sus más íntimos secretos y deseos.
Por poco que haya vivido el lector, por mucha que sea su juventud, convendrá
conmigo en que sin el amor el ser humano encierra la riqueza de su individualidad
original en un caparazón de egoísmo, y que gracias al amor se abre a la trascendencia del
otro.
Con toda razón, M. Mounier entendía a la persona como «capacidad de ser para el
otro». Ahora que tanto se habla de la empatía, hay que recordar que la raíz de la
sociabilidad humana y del sentimiento básico de compasión y bondad ha de buscarse
precisamente en esa «sensibilidad alterocéntrica» (empatía) que hace del hombre el
«animal político por naturaleza», como lo definiera el filósofo.
Vamos a continuación a clarificar los conceptos de individualidad e
individualismo.
El primero hace referencia a «lo que de propio tiene un ser y nadie más que él
puede aportar a su existencia y a la existencia de los demás». Precisamente, la
individualidad es eso que le hace distinto, único e irrepetible. Supongamos que una
persona insista única y exclusivamente en su individualidad, en lo que le hace diferente.
¿Qué sucederá? Que caerá en el individualismo, que solo conduce al aislamiento y el
empobrecimiento. Es precisamente aquello que podemos aportar a los demás como seres
humanos lo que nos convierte en personas, y es el amor el que nos impulsa a abrirnos a
ellos y a romper el cerco absurdo y empobrecedor del individualismo.
En realidad, para «ser persona» en su sentido más profundo hay que «ser para el
otro», ¡amar!, que es la forma más segura y sabia de «ser para uno mismo». Vemos que
es la fuerza del amor la que nos rescata de un aislamiento sin sentido y nos pone en el
camino del progreso y del crecimiento humano personal, afectivo, social…
Con motivo de la publicación de mi libro Abiertos a la esperanza. Los valores de
una juventud comprometida en abril de 1998, me invitaron a dar una conferencia a
jóvenes universitarios, la mayoría de ellos comprometidos con labores humanitarias y
pertenecientes al gran colectivo del voluntariado. El título de la conferencia era: «Mi
plenitud a través de los demás». Al llegar el momento del coloquio, y tras esos breves
segundos de silencio sepulcral que siempre se producen cuando se invita a los oyentes a
formular alguna pregunta, se puso en pie una joven y me dijo:
«A lo mejor digo una tontería, pero por la definición que ha dado del término
individualismo pienso que todo nacionalismo llevado a sus últimas consecuencias no
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sería otra cosa que un “individualismo colectivo” o la suma de muchos individualismos.
¿No cree que ahora, que tanto se habla dela aldea global, la involución hacia un
individualismo extremo a nadie favorecería?».
Ahora fui yo quien guardé unos segundos de silencio mientras pensaba y sopesaba
bien mi respuesta. Los nacionalistas, dije, hacen bien en potenciar y cultivar aquello que
les hace distintos: toda su cultura, su idioma, su arte, sus costumbres, su literatura, etc.,
pero con el propósito de salir del aislamiento, de abrirse a los demás, a la gran familia
humana que es como la gran nación que acoge a todas las pequeñas nacionalidades.
Estas son grandes por cuanto tienen de autóctono y de singular, pero también por la
generosidad en su apertura y disponibilidad en esa confraternidad con los demás.
Al hilo del tema que nos ocupa, me viene a la memoria una frase de Pau Casals que
todos deberíamos tener siempre bien presente; dice así: «Cada hombre debería pensar
que es una de las hojas de un árbol y que ese árbol es toda la Humanidad. No podemos
vivir sin los demás, sin el árbol».
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El amor es la fuerza que más unifica los procesos de la personalidad
De la misma manera que buscamos la verdad, no solo con la cabeza, sino con todo
nuestro ser, como advertía Agustín de Hipona, también podemos decir que amamos con
todo nuestro ser. ¿Por qué? Porque el amor moviliza nuestros recursos psicofísicos en
beneficio de la persona amada. Y si la personalidad es la unidad funcional de la conducta,
a decir de D. Stern, cabe afirmar que no hay fuerza que más unifique sinérgicamente los
procesos de la personalidad que el amor. La fuerza del amor es, pues, evidente, y hasta
para convalidar la verdad necesitamos de él; sin amor es imposible alcanzarla, como
reconocía Platón al afirmar: «El amor es filósofo». Sin amor, puede que ningún objetivo
auténticamente humano le sea dado al hombre, porque el amor es la fuerza que nos hace
penetrar en el mundo de los valores, aquello que hace buenas a las cosas, lo cual
constituye el objetivo del amor como deseo del bien.
Es verdad que amamos con todo nuestro ser, pero hay otra verdad según la cual
todo está conectado por el Amor —con mayúscula—. Es lo que parece querer transmitir
Albert Einstein cuando afirma: «La idea de que somos entidades separadas es una ilusión
óptica de la conciencia. Todas las cosas del universo están interrelacionadas en un gran
campo de energía (…). Si Dios existe, Dios es armonía».
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El amor es un sentimiento espontáneo y natural
Nadie puede imponerlo por la fuerza, ni por la fuerza de decretar su desaparición. Tan
evidente es la fuerza del amor como imposible que exista a la fuerza. Su componente
emotivo, al igual que en los demás sentimientos, hace que este surja y desaparezca
espontáneamente.
Ocurre con frecuencia que alguien exige por las bravas y con tozudez ser amado,
sencillamente porque así lo decide, aduciendo como razón que quiere a la otra persona
«con locura». También los padres, a veces, se oponen al amor que su hijo muestra por
una chica, solo porque a ellos no les gusta: «¡Te prohibimos que ames a esa chica!». El
cerrilismo de tal expresión resulta jocosamente insensato.
El amor surge de forma libre y natural, y no admite imperativos de ningún tipo. Tan
incoherente y estúpido se muestra quien prohíbe un amor como quien exige por la fuerza
ser amado, porque todo amor es hijo de la libertad interior y de la espontaneidad. Phil
Bosmans afirma que «solo en el amor eres libre», reconociendo que ninguna decisión,
ningún acto humano, es más íntimo, personal e intransferible. Por eso decía hace unos
instantes que amamos con todo nuestro ser, porque nada queda en nosotros indiferente:
ama nuestra mente, nuestro pensamiento, nuestra inteligencia y voluntad, todas nuestras
potencias, y ama nuestro cuerpo con cada uno de los sentidos.
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El amor como fuerza propulsora, como motor y motivo del
crecimiento humano
Sabemos que para explicar la sorprendente variedad de las reacciones y conductas
humanas ante estímulos aparentemente idénticos, los psicólogos han recurrido a los
motivos como factores que mueven a obrar a las personas desde el núcleo central de su
determinación personal. En este sentido, es posible que no haya una fuerza propulsora
que mueva a obrar más libremente al hombre que el amor.
Me estoy refiriendo a uno de los motivos más específicamente humanos, un
«motivo de crecimiento» —en expresión de Maslow— que tiende a crecer
indefinidamente y nunca queda del todo saciado… Siempre es posible crecer en el amor.
Nadie puede creer que ya ha amado cuanto podía. Por eso, el «hoy te quiero más que
ayer, pero menos que mañana» no es un simple eslogan publicitario, sino una gozosa
realidad psicológica. Amar es igual a crecer por dentro en virtudes y valores. Bellamente
lo expresa Rabindranath Tagore en esta metáfora: «La hoja, cuando ama, se transforma
en flor; la flor, cuando ama, se transforma en fruto».
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El amor nos abre a la trascendencia
En el caso concreto de las personas creyentes, y de tantos otros, creyentes o no, que con
su vida y sus obras buscan el bien de los demás, y luchan por la paz y la convivencia
solidaria de todos los seres humanos sin distinción de raza, credo o sexo, es el amor el
que hace posible el paso de un «yo» a un «tú» y a un «nosotros» universal. Tras el tú
que amamos en la esposa, el hijo, el amigo, el anciano a quien aliviamos su soledad y
hasta el vecino que pretende hacernos la vida menos grata, siempre nos es posible
encontrar un Tú que agote en nosotros esa infinita capacidad de amar que parece anidar
en el corazón humano. El amor nos trasciende. Recordemos la frase antes citada de Pau
Casals.
En palabras de Teilhard de Chardin, «el amor entre dos personas puede expandirse
todavía más. Cuanto más profunda y apasionadamente se ame una pareja, mayor será su
preocupación por el estado del mundo en el que viven». El amor verdadero es difusivo
de sí mismo y se completa y perfecciona en la medida en que abarca a todo lo creado
porque todo corazón capaz de amar late con los mismos latidos que el corazón del
Universo.
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Amor de concupiscencia y amor de benevolencia
En referencia al amor físico o de deseo, el amor de concupiscencia, un simpático joven
de veintitrés años se expresaba así de contundente en una ocasión: «Yo a mi novia la
quiero por cómo es, por los valores y cualidades que tiene como persona; pero que es
muy guapa salta a la vista que me motiva un montón, por lo menos tanto como que sea
buena, virtuosa, cariñosa y que esté colada por mí».
La fuerza del amor físico, del deseo y la atracción sexual, del amor de
concupiscencia, no es menor que la fuerza del amor de benevolencia, más espiritual y
desinteresado, que busca el bien de la persona amada. Los dos tipos de amor pueden y
deben darse y complementarse entre las personas que se aman. Quien solamente busca
en la relación con otra persona la mera satisfacción sexual, el placer que pueda
proporcionarle el acto íntimo, reduce su «amor» a algo tan material y fisiológico que no
pasa de lo animal.
Para que el amor sea humano en un sentido estricto, necesariamente debe buscar el
bien de la persona amada y procurárselo con obras que hagan patente ese amor, que va
más allá del atractivo físico y el placer sexual. El amor de benevolencia tiene como
referentes otros valores y cualidades que trascienden lo físico, lo material.
Lo deseable en el amor humano completo entre un hombre y una mujer es la
plenitud del amor físico y el espiritual, del amor de concupiscencia y del de benevolencia.
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Los componentes básicos del amor
Seguramente es imposible dar una definición completa del concepto «amor» si
pretendemos que en ella estén comprendidas todas sus dimensiones. Sin embargo, sí creo
posible señalar los componentes o ingredientes básicos de lo que en general la inmensa
mayoría entiende por amor. Son estos:
1. La actitud dinámica. El primer componente del amor es el movimiento, el
acercamiento de un «yo» a un «tú» al que se saca del anonimato. Quiero decir que el
otro tiene que aparecer en un primer plano y todo lo demás queda relegado a unsegundo
lugar. Quien ama da al amado «carta de naturaleza», lo ve y siente con un rostro y un
nombre, con unas cualidades y aptitudes que desea. «Me importas, significas para mí
algo muy especial» sería el primer ingrediente de todo amor.
2. La solicitud, la diligencia y la prontitud. Estas características a la hora de
atender a la persona amada y procurar satisfacerle sus necesidades y deseos constituyen
el segundo componente del amor. El mensaje que transmite el que ama expresa a las
claras que se responsabiliza y hace cargo de la persona amada, porque la valora tanto que
necesita contribuir a su felicidad… «Tu felicidad será mi felicidad», dice sinceramente
quien ama de verdad.
3. El afecto. Un tercer componente del amor, consecuencia de los anteriores, es el
afecto, el clima cálido de acogida, de compañía, de necesidad de estar juntos y de
compartir cosas: tiempo, alegrías, tristezas, problemas, silencios, miradas, múltiples y
variadas vivencias. El afecto es la actitud de entrega que acompaña al amor. Es decir «te
quiero» no solo de palabra, sino con obras y distintas manifestaciones, expresiones y
emociones.
4. La correspondencia. Este es, finalmente, el último componente del amor: sentir
el amor del amado. El sentimiento mutuo no tarda en buscar la proximidad física, la
intimidad, llevada al extremo tan deseado de la fusión apasionada y gozosa de los
cuerpos, así como de las mentes y los corazones. Esta intimidad-fusión plena hace
posible que el otro se abra sin límites, se manifieste tal como es, sin tapujos ni miedos,
porque la actitud de confianza plena y de entrega incondicional le ha dado motivos para
confiarse y descansar en la persona amada.
El amor lúcido y pleno, lo que hoy llamamos «la inteligencia del corazón», supone
un buen equilibrio entre todos estos ingredientes.
28
El amor viene del amor
Apoyándonos en las últimas investigaciones sobre el apego o primera relación afectiva
entre el niño y su madre, vamos a sentar las bases de la inexorable fuerza del amor en el
ser humano desde el primer instante de su nacimiento. Demostraremos que el amor viene
del amor, que los hombres aprendemos a ser humanos, a sentirnos humanos y a amar
como tales, porque, si bien es verdad que el amor es un sentimiento espontáneo y
natural, latente en lo profundo del alma humana, también es verdad —como demuestran
diferentes investigaciones— que se trata de una respuesta y una emoción aprendidas. Sin
duda, aprendemos a amar y podemos desarrollar nuestro potencial para el amor, como
desarrollamos otras potencialidades humanas; aunque en el caso concreto del amor se
aprende mejor con más seguridad, más amor, y con una mayor paz y armonía en nuestro
entorno.
Cada vez estoy más convencido de que todo ser humano vibra en su propio corazón
como instrumento incomparable que sabe interpretar a su modo la polifonía de los
sentimientos. Aunque seamos muchos los que «desafinamos» por diferentes causas y
circunstancias, al final es la fuerza del amor la que nos inunda de su armonía, serenidad y
plenitud universal. Y es que las personas nos sentimos en comunión con los demás, y
hasta con cualquier ser vivo, mientras disfrutamos de la sempiterna melodía del
Universo.
En el próximo capítulo intentaremos descubrir dónde, cuándo y cómo aparece en el
ser humano esa fuerza del amor que condiciona toda su existencia. Pero antes de ello
leamos estas profundas y bellas palabras de Rascovsky:
Cuando tu hijo…
Te busque con la mirada, MÍRALO.
Te tienda sus brazos, ABRÁZALO.
Te busque con su boca, BÉSALO.
Te quiera hablar, ESCÚCHALO.
Se sienta desamparado, AMPÁRALO.
Se sienta solo, ACOMPÁÑALO.
Te pida que lo dejes, DÉJALO.
Te pida por volver, RECÍBELO.
Se sienta triste, CONSUÉLALO.
Esté en el esfuerzo, ANÍMALO.
Esté en el fracaso, PROTÉGELO.
Pierda toda esperanza, ALIÉNTALO.
29
Amor, perdón y salud psicofísica
El perdón es como la cola del universo.
El perdón es el poder del poderoso.
El perdón es la serenidad de la mente.
GANDHI
No hay verdadero amor posible, salud psicofísica y paz interior sin perdón. Si tenemos
problemas, si experimentamos dolor en el alma, si nos invade el desánimo y la tristeza, si
estamos confusos y heridos por las ofensas de alguien que pretende hacernos sentir mal,
necesitamos perdonar.
La ira, el deseo de venganza y el resentimiento, así como el disfrute enfermizo de
ver a alguien castigado o maltratado «purgando» sus culpas, es un peligrosísimo veneno
que se enquista en la mente y en el corazón, y puede llevarnos incluso a graves
enfermedades del cuerpo. Actúan sobre nuestro organismo con tanta virulencia como
algunas enfermedades irreversibles.
Debemos, pues, perdonar; si no por beneficiar a las otras personas, al menos por
nuestro propio bien, para no perjudicarnos y envenenarnos con nuestro mismo odio.
Perdonar es reconocer mediante un acto consciente que alguien nos ha hecho daño o
pretende hacérnoslo, y sacar esa ofensa de nuestro corazón. Al perdonar nos
reconciliamos con nosotros mismos, nos sacamos la «espina» del mal que nos han
hecho, y lo normal es que la otra persona perdone a su vez.
Si el otro no perdona, no hace las paces, no debe preocuparnos, porque lo
verdaderamente importante es «desprendernos» del sentimiento de odio que es
enfermizo y sustituirlo por un nuevo sentimiento de olvido total de la ofensa, pero con
amor; deseando el bien de aquel a quien perdonamos. El perdón es extraordinariamente
beneficioso por la paz y gozo interior que nos reporta. Nos descarga y libera por
completo del peso del mal, nos fortalece física y psíquicamente, y desbloquea todo lo
que se interpone entre nosotros mismos y nuestra capacidad de autoamor.
Quien no perdona sigue encadenado al temor y no permite al amor crecer y
extenderse. Quien no perdona pierde la esperanza, no libera su dolor y no logra superar
la tristeza.
El perdón es un acto consciente y de libre elección por el cual decidimos que solo el
amor estará presente en nuestras vidas; en tanto que paz interior y salud del cuerpo y del
alma, es condición sine qua non para la felicidad y fuente inagotable de energía.
Pruebe el lector a hacerse a sí mismo el mejor regalo posible, que no es otro que
aprender a perdonar y sustituir gozosa, inteligente y conscientemente todo recelo,
resquemor y maldad hacia alguien. Este sentimiento liberador de perdón-amor, como
toda forma de amor, se mueve con un fuerte impulso hacia arriba, hacia lo espiritual y
universal; abre los brazos de la mente y del corazón al mismo tiempo que los brazos de
30
nuestro cuerpo, siempre dispuesto a las actitudes de acogida y afecto.
No hay posible crecimiento del amor ni crecimiento de la persona sin un sincero y
total perdón de las ofensas. El perdón da paso al amor, la más poderosa y eficaz de las
energías conocidas; es el que barre todos los impedimentos y obstáculos que dificultan e
impiden canalizar la fuerza de nuestro amor. Como veremos más adelante, mediante el
perdón-amor logramos vivir más y de forma más saludable, y hasta mantendremos bien
altas las defensas físicas y psíquicas, lo cual nos permitirá prevenir y curar enfermedades
del cuerpo y del alma.
Ya el mismo Platón intuía que el perdón era compañero inseparable del amor,
cuando describe a este como una escalera compuesta de siete escalones que van desde el
amor a las cualidades y la forma física de una persona hasta el amor a lo más sublime y
elevado:
1. Enamorarse de la cualidad de la forma de otro.
2. Amar a toda forma física hermosa.
3. Amar la belleza de la mente, independientemente de la forma física.
4. Amar las prácticas hermosas como la ética, la imparcialidad, la justicia, la
amabilidad.
5. Desarrollar amor por las intuiciones hermosas: la familia, la sociedad, el
sentimiento holístico…
6. Amar la totalidad del cosmos, la armonía, el orden y las leyes del universo.
7. Experimentar amor por la manifestación permanente de la belleza misma,
por lo absoluto.
Debemos amarnos para amar y amar para amarnos; perdonarnos para perdonar y
perdonar para perdonarnos.No hay bondad, ni bien, ni felicidad, ni crecimiento, ni
progreso auténtico sin amor, pero tampoco amor sin perdón. Por eso, nada más grande,
valioso y meritorio que una persona sencilla y anónima que realiza actos de bondad por
el simple hecho de contribuir con su vida al bien de los demás, que disfruta por ser así,
por amar, haciendo suyo el breve y bello poema de Sai Baba:
La vida es una canción; cántala.
La vida es un juego; juégalo.
La vida es un reto; afróntalo.
La vida es un sueño; realízalo.
La vida es un sacrificio; ofrécelo.
La vida es amor; disfrútalo.
31
32
capítulo
dos
El apego seguro y la vinculación con la
madre
El primero y más fundamental derecho es el derecho al amor.
PHIL BOSMANS
33
La fuente de donde dimana la seguridad, la confianza básica, el
sentirnos valiosos y competentes
Cuando el hombre tiene amor, ya no está a merced de fuerzas superiores a él;
pues él se convierte en la fuerza poderosa.
LEO BUSCAGLIA
Ya incluso antes de nacer, pero sin duda desde el primer día de nuestra vida, disponer de
un fuerte y seguro lazo afectivo que los expertos llaman «apego», y que no es otra cosa
que el amor y la seguridad que nos proporciona nuestra madre, determina y condiciona
nuestro futuro. Esto es lo que afirman con rotundidad diversas investigaciones de los
últimos años, que veremos más adelante.
La seguridad y confianza en nosotros mismos, el sentirnos valiosos y capaces de
afrontar dificultades, con un buen nivel de autoestima, guarda una relación directa con la
vinculación y el apego del niño a la madre, y también al padre, ya desde la cuna. Tanto
en su familia, como fuera de ella, no se atreverá a explorar el mundo ni a conocerse a sí
mismo si no es desde un refugio seguro, desde cierta confianza básica o «urdimbre
afectiva» sentida y vivida en la infancia.
Cuando acaba de nacer, es la fuerza del amor de los padres, y en especial de la
madre o de quien haga sus veces, la que empieza a inyectarle en todo su ser esa
seguridad radical que le hará caminar hacia una más pronta y segura maduración
psicoafectiva, la que le dará confianza para atreverse a explorar el entorno, a superar
dificultades y adquirir un mínimo de autonomía.
Durante la etapa adolescente y juvenil, la fuerza de ese apego-amor inicial
evoluciona, ayudando al inmaduro a sentirse independiente y capaz de afrontar su
permanente inseguridad; así podrá pasar a la acción, tomar decisiones autónomas y saber
quién es y qué quiere hacer con su vida, teniendo como base la necesaria autoestima.
Próximo a la edad adulta, a la fuerza del amor primero, vivido como apego y
vinculación con la madre, se unirá el amor que siente con incontenible potencia por otro
ser humano con el que necesita imperiosamente establecer lazos amorosos. Desde ese
momento, el amor maduro crece en el sentido de vivir en el otro y para el otro, sin
condiciones, y cada vez necesita menos cosas para sentir y compartir la mutua paz y
aceptable felicidad. En palabras de Teilhard de Chardin, «somos uno, después de todo,
tú y yo, juntos sufrimos, juntos existimos. Y para siempre nos recrearemos uno al otro».
Finalmente, cuando el ser humano toca esa otra orilla del amor y es capaz de
sintonizar los latidos de su corazón con los de los demás seres de la creación
percibiéndose como parte activa e integrante del gran corazón del Universo, es cuando
esta fuerza se convierte en la más poderosa. Seguramente porque ya ha convertido su
vida en amor y ha empezado a comprender que ser para los demás es, sin duda, la forma
más sabia, inteligente y práctica de ser para sí mismo.
34
35
Diversas investigaciones con animales y niños llegan a idénticas
conclusiones sobre el apego o vinculación primaria
Solo en la seguridad del amor el hombre puede desarrollarse humanamente.
PHIL BOSMANS
Ya en 1958, las investigaciones de H. F. Harlow y M. K. Harlow con animales, y de John
Bowlby con niños, llegaron a las mismas conclusiones sobre lo que significa la necesidad
de afecto. Son estas:
1. La satisfacción de las necesidades de alimentación no tiene la importancia
capital que siempre se le ha atribuido.
2. En el bebé (neonato) la necesidad de contacto y de cercanía física con la
madre prevalece sobre el hambre. Es más importante «saciar» el afecto que
el hambre.
3. Ya desde el nacimiento, el afecto (amor) no se nutre solo de la leche
materna, sino de otros componentes más profundos que contribuyen tanto
al desarrollo físico como al emocional y afectivo. No hay la menor duda de
que existen comportamientos que se desvinculan e independizan de las
necesidades meramente fisiológicas —como el alimentarse— y se sitúan en
el plano de la búsqueda de la interacción con los demás, del contacto piel a
piel.
Sabemos hasta ahora que el apego es el ligamen de afecto específico que el niño
establece con su madre y que produce unos efectos muy positivos. Pero ¿qué pasa si
este falta? Pues que tiene efectos negativos, retardados pero evidentes, y a veces
dramáticos. Más adelante nos ocuparemos de los malos tratos y sus efectos.
Las interesantísimas investigaciones de Harlow y Harlow (1962) se centran en las
condiciones en las que se produce la conducta de apego. En su experimento cogieron a 8
monos a las 12 horas de nacer y los separaron de sus madres, colocándolos en jaulas
individuales con dos «madres» de alambre, una de ellas cubierta por un paño; 4 monos
recibían el biberón de la madre de alambre y los otros 4, de la madre cubierta por el
paño. Los 8 monos ganaron peso al mismo ritmo, pero su comportamiento fue diferente.
Después de 165 días viviendo con sus madres artificiales, todos empezaron a manifestar
especial preferencia por la madre cubierta de paño. Los monos alimentados por la madre
de alambre se quedaban con ella solo el tiempo justo para alimentarse, y volvían
rápidamente a abrazarse a la de paño. Y cuando un mono estaba asustado se aferraba
siempre a esta, nunca a la madre de alambre.
Así pues, quedó demostrado que la necesidad de agarrarse, del «cuerpo a cuerpo»
entre la madre y el hijo, del tacto suave, acogedor y cálido supera la necesidad de
36
alimento.
Los Harlow estaban entusiasmados con el resultado de sus investigaciones y querían
saber qué consecuencias podía tener en el desarrollo social de los monos separarlos de
sus madres poco después de nacer, con tan solo 12 días de vida. Para averiguarlo,
colocaron a estos monos con otros que habían tenido una crianza normal. ¿Qué ocurrió?
Pues que al relacionarse los monitos separados de sus madres con los monos «normales»
daban respuestas extremas: unas veces se retiraban con temor evitando el contacto social,
y otras, mostraban una fuerte e injustificada agresividad.
Igualmente, observaron que la falta de interacción con la madre verdadera tenía
consecuencias en su conducta sexual. Por ejemplo, los monos machos eran torpes e
incapaces de procrear, y las hembras, enjauladas con machos criados normalmente,
fueron madres, pero su conducta maternal quedó afectada. No sabían comportarse como
tales y, o se sentaban encima de los hijos, o los cogían de una pata con la cabeza para
abajo o, incluso, los empujaban y a veces llegaban a agredirles.
El interés y la dedicación de los Harlow por sus investigaciones no tenían límites. Se
les ocurrió averiguar qué sucedía si se separaba a los monos de su madre durante un
mes, pero cuando ya hubiesen vivido junto a ella, de forma ininterrumpida, durante 5 o 6
meses. ¿Qué pasó después de ese periodo de desgarro afectivo? Pues que los pobrecitos
pasaban la mayor parte del tiempo colgados de sus madres, aferrados a ellas, temiendo
una nueva separación. Y como consecuencia de esa tremenda necesidad de asegurar el
contacto con su madre, apenas exploraban el entorno.
Los Harlow entendieron que esta conducta mostraba que los monitos necesitaban
recuperar la seguridad perdida durante ese mes que habían sido apartados de su madre.
Las investigaciones llevadas a cabo hasta el momento ofrecían resultados de los
efectos que producía la separación de la madre,pero a corto plazo, y los Harlow querían
dar un paso definitivo averiguando los posibles efectos a largo plazo. ¿Qué hicieron?
Pues cogieron unos monos que llevaban ya 7 meses con sus padres y los separaron de
ellos solo durante 6 días. Pudieron observar que en los monos que tenían entre 12 y 18
meses se encontraban conductas de apego más acentuadas y, al mismo tiempo, que
disminuía su conducta de exploración del entorno en comparación con otros monos que
no habían sido separados de sus padres. Cuando los monos de esta investigación
cumplieron 30 meses, estas diferencias ya no eran evidentes, pero sí se observó en ellos
una mayor inhibición social (timidez) y una menor tolerancia a la frustración.
La conclusión a que nos lleva esta última investigación es que los efectos a largo
plazo de una separación temprana de los padres pueden no aparecer en condiciones de
vida normales, pero están latentes y es posible que se manifiesten como una mayor
vulnerabilidad al estrés.
A estas alturas creo que el lector tiene ya una idea de lo que es el «apego seguro»,
tan importante para un adecuado desarrollo en los animales y en las personas, pero
prefiero, no obstante, dar una definición concreta del mismo: el apego es un lazo afectivo
37
fuerte y duradero que se establece entre el niño (neonato) y la persona más cercana a él,
por lo general su madre. Se entiende como una conducta adaptativa que facilita la
supervivencia, porque mantiene a la cría cerca de su madre mientras no es autónoma. El
apego le da seguridad en su entorno y, más adelante, le ayudará a atreverse a explorar, a
salir de ese espacio seguro y a ser cada vez más autónomo.
En el bebé animal o humano, lo que yo llamo «fuerza del amor» se denomina
«apego seguro». En realidad, es la relación afectiva que se forma desde las primeras
interacciones entre la madre y el hijo. Se cree que hacia los 7-8 meses esa relación
afectiva está plenamente establecida y, por eso, aparecen las conductas de apego, que se
dividen en varias categorías:
Conductas de llamada de atención, como balbucear, reír o llorar.
Conductas de orientación, como mirar a la figura de apego.
Conductas de movimiento y acercamiento, como seguir y acercarse.
Conductas de contacto físico activo, como abrazar, subir a los brazos,
aferrarse…
38
Etapas de la vida según Erikson
El primer deber del hombre es desarrollar todo lo que posee, todo aquello en
que él mismo puede convertirse.
ANDRÉ MAUROIS
En el siguiente cuadro se sintetizan las diversas etapas que E. Erikson distingue en la
vida:
EDAD ÉXITO FRENTE AL FRACASO
8.ª Etapa de
madurez
Integridad
Se acepta la propia existencia como algo
valioso. Satisfacción de haber vivido.
Desesperación
Se considera que se ha perdido el tiempo
y que la vida acaba. Temor a la muerte.
7.ª Etapa de la
edad adulta
Generatividad
Se es productivo y creativo. Proyección de
futuro. Colaboración con nuevas generaciones.
Estancamiento
Empobrecimiento temprano.
Egocentrismo. Improductividad.
6.ª Etapa de la
juventud adulta
Intimidad
Capacidad de amar y de entregarse. Sexualidad
enriquecedora. Vínculos sociales estables y
abiertos.
Aislamiento
Dificultades para relacionarse: Problemas
de carácter. Relaciones inauténticas.
5.ª Etapa de la
adolescencia-
pubertad
Identidad
Se sabe quién es uno y qué quiere en la vida.
Seguridad. Independencia. Capacidad de
aprender mucho. Sexualidad integrada.
Confusión
Inseguridad. No se sabe lo que se quiere.
No se sabe uno situar frente al trabajo, la
sociedad y la sexualidad.
4.ª Etapa entre 6 y
11 años
Laboriosidad
Trabajador. Previsor. Emprendedor. Le gusta
hacer cosas y jugar. Competitivo.
Inferioridad
Pereza, falta de iniciativa, falta de
competición. Se cree inferior y
mediocre.
3.ª Etapa entre 4 y
5 años
Iniciativa
Imaginación, viveza, actividad. Orgullo por las
propias capacidades.
Culpabilidad
Falta de espontaneidad, inhibición. Se
siente culpable («malo»).
2.ª Etapa entre 1 y
3 años
Autonomía
El niño se ve «independiente», se atreve a hacer
cosas y desarrollar sus capacidades.
Vergüenza y duda
Demasiado controlado por los padres, no
se atreve, duda, aprende tarde todo.
39
1.ª Etapa de los 12
primeros meses
Confianza
Se siente protegido y seguro. Desarrolla el
sentimiento básico de confianza en la vida.
Desconfianza
Reñido, desprotegido o abandonado,
teme y aprende a desconfiar del mundo.
En el encuentro madre-hijo aparece un sentimiento básico que Erikson (1968, 1970)
denominó confianza básica y que no es otra cosa que el apego seguro.
En el cuadro anterior, que hay que leer de abajo arriba, podemos ver que cada etapa
se apoya en la anterior: un niño que ha desarrollado la confianza básica en sí mismo será
autónomo y se atreverá; otro niño que no la haya desarrollado desconfiará de sí mismo y
de sus capacidades, sentirá vergüenza, dudará de sus posibilidades y no pasará a la
acción. Los logros son siempre consecuencia del modo en que el ambiente influye en el
«yo» (de forma notable especialmente en la niñez), cuando todo depende de la actitud de
los padres, de los maestros y de los compañeros.
Un niño al que en la familia y en la escuela se le anima, motiva y alienta, lo normal
es que eleve su autoestima, desarrolle su capacidad de iniciativa y tome sus decisiones.
Por el contrario, aquel a quien se castiga, ridiculiza o minusvalora, o es considerado malo
o molesto, desarrollará sentimientos de culpa, de incapacidad y de temor a emprender
nuevas cosas porque se sentirá inferior y poco hábil.
Si nos fijamos en la 5.ª etapa, la de la adolescencia-pubertad, observamos que es
fundamental la forma en que el «yo» reacciona ante el ambiente. El sentido de la propia
identidad, así como la seguridad necesaria para sentirse independiente y con suficiente
autoestima y sentimientos de competencia, tiene mucho que ver con el sentimiento
básico de confianza propiciado en el entorno familiar, que se traduce en confianza en uno
mismo, en los demás y en la vida, y es el motor de todas las demás etapas del desarrollo
evolutivo hasta llegar a la edad adulta y de plena madurez.
40
La teoría del apego según John Bowlby (teórico) y Mary Ainsworth
(investigadora)
El amor es una reacción emocional aprendida. Como todo comportamiento
aprendido, se efectúa por la interacción del que aprende con su entorno, por la
habilidad para aprender de la persona y por el tipo y la fortaleza de los
refuerzos presentes. Es una interacción dinámica, vivida durante cada segundo
de nuestras vidas.
LEO BUSCAGLIA
En 1950, la OMS (Organización Mundial de la Salud) pidió al psiquiatra británico John
Bowlby que estudiara los problemas de salud mental en los niños británicos que habían
sido separados de sus familias y educados en instituciones. Bowlby comprobó que estos
niños, tras la separación de sus familias, sentían miedo y trataban de escaparse. Después
pasaban por una etapa de depresión que no conseguían superar, a no ser que volvieran a
establecer vínculos afectivos con alguna persona de su entorno. Todo este proceso
terminaba en un estado de indiferencia hacia el contacto humano que Bowlby llamó
desapego.
Fue a partir de esta experiencia cuando el investigador desarrolló su teoría del apego
en términos etológicos, entendiendo el lazo afectivo del bebé con la madre como una
conducta adaptativa. Esto quiere decir que el niño ya nace con una serie de conductas
innatas relacionadas con el apego, las cuales favorecen el acercamiento a la madre y,
precisamente por causa del encuentro afectuoso y cálido entre madre e hijo, este se
sentirá más seguro y protegido.
Hasta que se constituye el vínculo de relación afectiva entre el niño y la madre, se
distinguen cuatro etapas evolutivas, según Bowlby:
1. Primera etapa o del pre-apego. Comprende desde el nacimiento hasta la 6.ª
semana. Durante este tiempo, el niño echa mano de los reflejos innatos de que está
dotado para la supervivencia y llora para llamar la atención o agarra las cosas y dirige su
mirada hacia quienes le cuidan. Aunque todavía no expresaconductas de apego, ya
reacciona ante la voz de la madre o de quien haga sus veces, a quien es capaz de
distinguir de otras personas porque conoce las claves emocionales de su voz.
2. Segunda etapa o de la formación del apego. Es el periodo que va desde la 6.ª
semana a los 6-8 meses. Ya no existe la menor duda de que el niño distingue
perfectamente a su madre del resto de las personas. Su comportamiento lo prueba
constantemente porque el niño balbucea, ríe y atiende más y con mayor facilidad a la
madre que a nadie, y manifiesta mucha más tranquilidad cuando es ella quien le toma en
brazos. La atención que presta a cuanto hace su madre es mucho mayor que la que
puede prestar a lo que hagan otras personas. La necesidad de contacto afectuoso es tan
grande que la falta del mismo le resulta tan aversiva y dolorosa si es de su madre como si
41
se le priva del contacto humano con otra persona.
3. Tercera etapa o del apego propiamente dicho. Es la que va desde los 6-8 meses
a los 18 meses. Claramente podemos observar que las reacciones de enfado y ansiedad
del niño ante la separación de su madre son la prueba evidente del apego que manifiesta.
Todo cuanto hace desde entonces, como andar a gatas, manipular objetos, tirarlos para
que se los den, etc., está orientado a conseguir una mayor presencia y atención de la
madre.
4. Cuarta etapa o de formación de las relaciones recíprocas. Tiene lugar desde
los 18 meses a los 2 años en adelante. Un niño de año y medio ya puede representarse
mentalmente a su madre cuando no está delante y, además, ya comienza a hablar. Todo
esto provoca en él un cambio de conducta radical. Es interesante observar que esa gran
ansiedad que antes le producía al niño separarse de su madre va remitiendo, porque sabe
que la separación física no es definitiva y que su madre volverá pronto. Además, ya
puede sustituirla con una representación mental de ella misma. A esto hay que añadir que
la madre puede explicar a su pequeño cómo y cuándo va a volver a su lado, algo que él
comprenderá y le ayudará a calmarse.
Estas cuatro fases culminan en un lazo afectivo (vínculo) sólido, seguro y duradero
entre el niño y su madre.
42
se le priva del contacto humano con otra persona.
3. Tercera etapa o del apego propiamente dicho. Es la que va desde los 6-8 meses
a los 18 meses. Claramente podemos observar que las reacciones de enfado y ansiedad
del niño ante la separación de su madre son la prueba evidente del apego que manifiesta.
Todo cuanto hace desde entonces, como andar a gatas, manipular objetos, tirarlos para
que se los den, etc., está orientado a conseguir una mayor presencia y atención de la
madre.
4. Cuarta etapa o de formación de las relaciones recíprocas. Tiene lugar desde
los 18 meses a los 2 años en adelante. Un niño de año y medio ya puede representarse
mentalmente a su madre cuando no está delante y, además, ya comienza a hablar. Todo
esto provoca en él un cambio de conducta radical. Es interesante observar que esa gran
ansiedad que antes le producía al niño separarse de su madre va remitiendo, porque sabe
que la separación física no es definitiva y que su madre volverá pronto. Además, ya
puede sustituirla con una representación mental de ella misma. A esto hay que añadir que
la madre puede explicar a su pequeño cómo y cuándo va a volver a su lado, algo que él
comprenderá y le ayudará a calmarse.
Estas cuatro fases culminan en un lazo afectivo (vínculo) sólido, seguro y duradero
entre el niño y su madre.
43
Al parecer, las formas de apego no son iguales en todas las culturas. Diversos
estudios transculturales muestran claras diferencias en los porcentajes de niños que se
sitúan en una u otra categoría. Así, por ejemplo, en Alemania se observa una mayor
frecuencia del apego evitante, y en Japón, del apego resistente. Una explicación podría
ser que los alemanes fomentan más la independencia de sus hijos y que en Japón los
niños no se separan de sus madres ni interactúan con extraños en los primeros años. Pero
dejando a un lado estas diferencias, el apego seguro es el que genera mayor autoestima,
el más frecuente en todas las sociedades.
44
Comportamientos de la madre que favorecen los diversos patrones
de apego
El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices.
OSCAR WILDE
En 1971, la citada Mary Ainsworth y su equipo de investigadores observaron cómo 26
madres criaban a sus hijos durante los 3 primeros años de vida y descubrieron que el
grado de sensibilidad de la madre permitía predecir el tipo de conducta de apego de los
niños ante una situación extraña cuando cumplían un año. Las madres sensibles
desarrollaban en sus hijos un apego seguro, mientras que las relativamente insensibles
solo lo lograban en un 20 por ciento de los hijos; el 80 por ciento restante mostraba un
apego evitante o resistente.
Los investigadores volvieron a observar a estas madres durante la segunda mitad del
primer año y clasificaron su conducta según las siguientes cuatro dimensiones:
1. Sensibilidad/insensibilidad. En esta escala se observan distintas conductas de
las madres según interpreten correctamente las señales de su bebé o, por el contrario, no
lo hagan. Las madres sensibles están atentas y saben adaptarse a las necesidades de sus
hijos, mientras que las insensibles atienden a sus hijos según se lo permitan sus
actividades y ocupaciones, o de acuerdo con su estado de ánimo del momento.
2. Aceptación/rechazo. La aceptación se manifiesta en el placer, el cuidado y las
atenciones hacia el bebé, mientras que el rechazo se observa en aquellas madres que
consideran a sus hijos molestos, como algo incómodo, y constantemente les regañan y se
oponen a sus deseos y necesidades.
3. Cooperación/interferencia. Las madres cooperadoras saben respetar la
autonomía del bebé y procuran que sus interrupciones les resulten lo menos molestas
posible; por eso ejercen el control de su hijo de forma suave y agradable. Las madres
que se oponen son las que interfieren en exceso, no respetan la autonomía de sus hijos e
imponen sus deseos y gustos sin importarles el estado de ánimo del niño o la actividad
que esté realizando en ese momento.
4. Accesibilidad/ignorancia. La madre accesible se delata a sí misma porque está
pendiente de su bebé, aunque se encuentre a distancia y haciendo otras cosas. Por su
parte, la madre poco accesible, la que en buena medida ignora a su niño, da preferencia
a sus propios pensamientos y actividades y solo dedica al niño el tiempo imprescindible,
cuando el pequeño la requiere con gran insistencia y hasta con desesperación.
Las conclusiones a las que llegaron Ainsworth y sus colaboradores fueron las
siguientes:
45
1. Los niños que mostraban apego seguro tenían madres que podían clasificarse
por encima de la media en las cuatro dimensiones positivas: sensibilidad, aceptación,
cooperación y accesibilidad.
2. Los niños que mostraban apego evitante, por el contrario, se habían criado con
madres rechazantes e insensibles.
3. Los niños que mostraban apego resistente también tenían madres rechazantes,
pero con tendencia a no cooperar, a interferir y no respetar la autoestima de sus hijos o a
ignorarlos.
Como síntesis de lo dicho, cabe destacar que la sensibilidad de la madre y su
capacidad de respuesta ante las señales de su hijo parecen ser los elementos más
importantes para lograr un apego seguro.
46
Investigaciones de René Spitz y John Bowlby sobre el
comportamiento de los niños privados de la presencia de su madre
No tiene el mundo flor en tierra alguna, ni el mar en ninguna bahía perla tal
como un niño en el regazo de su madre.
C. SWINBURNE
En 1965, René Spitz observó el desarrollo de niños educados en instituciones que habían
sido abandonados por sus madres entre el tercer mes de vida y el primer año. Estos
bebés, en grupos de 7-8, estaban a cargo de una cuidadora en habitaciones separadas y
sin estímulos. Poco tiempo después de la separación de sus madres, se mostraban muy
vulnerables a las infecciones y las enfermedades,y manifestaban un retraso cognitivo y
social.
Spitz constató la depresión anaclítica que se producía en los niños si se les
separaba de su madre después de los 6 meses y antes del año. Este cuadro clínico se
caracteriza por los siguientes signos: se origina en los primeros meses de vida, se
relaciona directamente con la privación de la madre y sus cuidados y presenta severos
trastornos psicofisiológicos como llanto, agitación, desesperanza y, después, extrema
pasividad, falta de reacción a los estímulos, etc. Al poco de llegar a la institución, estos
niños lloraban, perdían peso, se aislaban del entorno y no lograban dormir, hasta caer en
la depresión. Si no recobraban pronto el afecto y el cuidado de su madre, la enfermedad
podía volverse irreversible.
A conclusiones semejantes llegó Bowlby, quien en 1973 estudió el comportamiento
de los niños que no habían tenido ocasión de establecer un vínculo afianzado. Como
estos eran criados en instituciones en las que se sustituían frecuentemente unos
cuidadores por otros, no podían establecerse de manera consistente respuestas mutuas
entre ambos y las criaturas no lograban expresar sus emociones. Las consecuencias
fueron tremendas: caían en una apatía profunda y en un estado anímico deplorable.
Bowlby estudió también el caso de niños hospitalizados cuando se interrumpe la
relación afectiva con la madre. Si la estancia del niño en el hospital se prolonga durante
mucho tiempo con ausencia de la madre, Bowlby describe tres etapas:
1. En la primera etapa tiene lugar una tremenda protesta del niño al perder la
figura de apego. Llora, grita, patalea y hasta se da con la cabeza en la cuna rechazando a
cualquiera que pretenda sustituir a su madre.
2. En la segunda etapa, que puede tener lugar horas o días después de la primera,
se observa que el niño ya no lucha, ha perdido la esperanza de recuperar a su madre y se
muestra calmado. Si llora, es de forma monótona y sin ninguna esperanza.
3. En la tercera etapa el niño empieza a aceptar la ayuda de los cuidadores y
puede incluso formar nuevos vínculos afectivos. Si la madre va a visitarles, se muestra
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falto de interés y con desapego.
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El apego al padre
El hacer el padre por su hijo es hacer por sí mismo.
MIGUEL DE CERVANTES
El lector se preguntará a estas alturas si no hay más figura de apego que la madre y, en
concreto, qué características tiene el apego del niño al padre. La realidad es que, aunque
la madre o figura materna es esencial para el desarrollo afectivo del hijo, no es menos
cierto que desde el principio el pequeño va formando vínculos afectivos importantes y
muy sólidos con otras figuras de su entorno, como son los hermanos, los abuelos, otros
familiares y, por supuesto, el propio padre.
Seguramente la excesiva importancia de la figura materna ha determinado que la
figura del padre ocupe en las investigaciones un papel secundario. No obstante, se ha
demostrado que los niños muestran apego por ambos progenitores, aunque prefieren a la
madre en situaciones de estrés, mientas que desde el punto de vista afiliativo, después
del primer año de la vida, los varones prefieren al padre porque este es el que interactúa
más con el hijo en este plano.
Esta distinción la hace M. E. Lamb, quien entiende como «comportamiento de
apego» el llanto y búsqueda de ayuda. El «compor-tamiento afiliativo», sin embargo, se
expresa a través de sonrisas y vocalizaciones y constituye un acto de interacción amistosa
especialmente con el padre y hasta con personas extrañas al niño.
Entre los 7-9 meses, el 71 por ciento de los niños lloran y se afligen tanto ante el
alejamiento del padre como de la madre, y expresan alegría y gozo a su retorno.
Según M. Kotelchuck, la protesta por el alejamiento de los padres no tiene lugar si
uno de ellos (da igual uno que otro) se queda con el niño. Las preferencias se sitúan en
un 55 por ciento con la madre, un 25 por ciento con el padre y un 20 por ciento que no
muestra preferencia.
En 1973, E. Spelke observó que los niños que tienen una relación más estrecha con
el padre comienzan a protestar más tarde por la separación y el llanto dura menos.
Otro comportamiento investigado ha sido el de a quién acude el niño para pedir
auxilio en un momento dado. Según L. J. Cohen y J. J. Campos, el orden preferente es:
madre, padre y figura extraña; pero según otros investigadores, las diferencias entre
padre y madre no son tan evidentes. Cuando J. Bowlby, en 1974, estudia
longitudinalmente el tema del apego con ambas figuras, con los dos progenitores, lo hace
con niños de 7, 8, 12, 13 y 24 meses. Sus conclusiones son que los niños prefieren padre
o madre indistintamente, antes que a un extraño, hasta los 12 meses; las niñas mantienen
esta preferencia hasta los 24 meses, mientras que los varones muestran clara preferencia
hacia el padre y solo se dirigen a la madre en situación de estrés.1
¿En qué se diferencia, pues, el apego que el niño establece con el padre del que
establece con la madre? En los diversos estudios realizados, se ha podido observar que el
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niño no interrumpe su juego tan fácilmente cuando es el padre quien se marcha y
abandona la habitación. Como si echara más en falta a la madre que al padre.
Lo que sí ha quedado claro es que un factor fundamental en la formación del apego
al padre es la cantidad de tiempo que pasa cuidando al hijo. Cuando los dos progenitores
pasan el mismo tiempo con su hijo, la reacción que tiene el niño ante el hecho de salir
alguno de la habitación inesperadamente es muy parecida.
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¿En qué se diferencia fundamentalmente la relación de la madre y el
padre con el niño?
Un niño es un amor que se ha hecho cosa visible.
NOVALIS
Se ha observado que, a medida que el niño crece y madura, adquiere mayor importancia
el papel del padre y que este resulta fundamental para el desarrollo del mundo afectivo y
de las destrezas sociales. Si un padre está presente de forma comprometida y activa en la
educación de su hijo desde la infancia, y habla y juega con él con bastante frecuencia, la
relación será mucho mejor en la segunda infancia, la preadolescencia y la adolescencia.
También se ha demostrado que, cuando los padres se muestran distantes y casi
inaccesibles con sus bebés, estos tienen dificultades para establecer unas relaciones
afectivas sólidas y fluidas cuando llegan a la adolescencia y la juventud. Este último
punto deberemos tenerlo bien presente al ver cómo se forma la autoestima en la infancia
y la adolescencia a partir del apego seguro no solo a la madre, sino también al padre.
Como testimonio de lo dicho, reproduzco a continuación un poema de Stan
Gebhardt titulado «Pero no lo hiciste»:
El otro día te miré y sonreí,
creí que me verías, pero no lo hiciste.
Te dije «te quiero» y aguardé tu respuesta,
creí que me oirías, pero no lo hiciste.
Te pedí que salieras a jugar conmigo,
creí que me seguirías, pero no lo hiciste.
Hice un dibujo solo para ti,
creí que lo guardarías, pero no lo hiciste.
Levanté un campamento para los dos en el bosque,
creí que vendrías, pero no lo hiciste.
Encontré gusanos para ir de pesca,
creí que querrías ir, pero no lo hiciste.
Necesitaba hablarte, compartir mis pensamientos,
creí que querrías, pero no lo hiciste.
Te hablé del partido esperando que fueras,
creí que vendrías, pero no lo hiciste.
Te pedí que compartieras mi juventud,
creí que querrías, pero no lo hiciste.
Mi país me llamó a la guerra,
creí que al fin me pedirías que volviera a casa sano y salvo.
Pero no lo hiciste.
En conclusión, las investigaciones con animales y con seres humanos parecen dejar
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claro que el apego seguro o confianza básica es determinante para todas y cada una de
las etapas evolutivas del desarrollo de la personalidad.
En el próximo capítulo, para resaltar todavía más la importancia del amor, me veo
en la necesidad de hacer unas reflexiones sobre la otra cara de la moneda, la de la falta
de amor y de seguridad básica, pero llevada al extremo de los malos tratos y su terrible
fuerza destructiva en elindividuo. Espero que las páginas que siguen sirvan de revulsivo
y activen lo mejor de nosotros mismos, haciéndonos ver con meridiana claridad el bien
incomparable que podemos hacer con nuestras nobles acciones de bondad, acogida y
comprensión; y, también, que el maltratar a otro ser humano física o psicológicamente es
la acción más innoble, reprobable e inhumana por el daño, casi siempre irreparable, que
podemos causarle, si no con verdadera maldad, sí con estúpida inconsciencia.
Valgan como motivo de reflexión estas palabras que un día alguien escribió con gran
sabiduría:
Dentro de cincuenta años no importará
el tipo de coche que condujiste,
el tipo de casa donde viviste,
la cantidad que tuviste en el banco
ni la calidad de la ropa que usaste.
Pero el mundo tal vez sea un poco mejor
porque fuiste importante
en la vida de un niño.
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capítulo
tres
La falta de amor y de un trato afectuoso y
sus consecuencias
Los no amados, los rechazados y los abandonados se transforman en desechos
para la sociedad. Por eso debemos hacer que todos se sientan amados.
MADRE TERESA DE CALCUTA
He creído necesario pasar «a la otra orilla» del amor, la del desamor, para dejar bien
claro que el primero tiene tal poder, tal fuerza, que sirve de antídoto del maltrato
padecido, evitando su efecto multiplicador y de transmisión de padres a hijos. El amor
propicia las mejores condiciones para que los niños desatendidos o maltratados en su
infancia no repitan en sus hijos los mismos esquemas de conducta destructiva que ellos
tuvieron que sufrir.
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El maltrato infantil y sus clases
El principio más profundo del carácter humano es el deseo de ser apreciado.
WILLIAM JAMES
Hemos visto antes que el amor, la sensibilidad y la aceptación parten de sus padres y de
las personas que le cuidan y proporcionan al niño la necesaria seguridad para vivir y
desarrollarse, esa confianza básica que es la fuente de donde dimana todo su potencial y
que le permite «atreverse» a explorar el entorno, desde la infancia hasta la madurez:
crecer con autonomía, capacidad de iniciativa, laboriosidad, sentido de la propia
identidad…
Por el contrario, la falta de amor y de seguridad, y mucho más los malos tratos,
convierten a los niños en criaturas inseguras, desconfiadas, frustradas y autodestructivas,
con tendencia a producir en los demás el mismo maltrato o daño padecido.
Por suerte, buena parte de los niños encuentran en su hogar y en el entorno la
necesaria acogida amorosa y la satisfacción de ese apego seguro que tanto precisan para
desarrollarse adecuadamente. En ese hogar y en ese entorno (la escuela, el barrio), el
niño empieza a establecer una serie de relaciones que le permiten alcanzar un concepto
positivo de sí mismo y de los demás, absolutamente necesario para acercarse al mundo y
a la sociedad con verdadera confianza, afrontar las dificultades con valentía y eficacia, y
obtener la ayuda y el apoyo de los demás o proporcionárselo generosamente.
Pero ¿qué ocurre con los niños maltratados? Pues que aprenden por la experiencia
diaria que no pueden esperar afecto, cuidado y protección; en consecuencia, desarrollan
una visión muy negativa del mundo y se acostumbran a dar respuestas de retraimiento,
temor, huida o violencia. No pocas veces, este obstáculo infranqueable que impide
aprender y materializar unas relaciones maduras con los demás al llegar a la edad adulta
no es sino producto del maltrato y del desafecto padecidos en los primeros años de la
vida.
Probablemente, una de las peores consecuencias del maltrato es que lleva al
convencimiento de que no se puede esperar afecto y protección segura, e instala al
maltratado en un estado de permanente desconfianza y recelo. Es evidente que tal
convicción negativa genera tremendas dificultades socioemocionales de cara al futuro en
toda persona.
Pero ¿qué son exactamente los malos tratos? ¿Y cuáles sus diferentes tipos o clases?
Entre los investigadores del tema hay cierto acuerdo en definir el maltrato como «el
tratamiento inadecuado que proporcionan al niño las personas encargadas de cuidarle.
Este tratamiento le produce tanto daño que se convierte en un grave obstáculo para su
adecuado desarrollo como persona».
Respecto a los tipos, actualmente se diferencian cinco: abuso físico, abuso
emocional, negligencia física, negligencia o abandono emocional y abuso sexual.
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1. El abuso físico o maltrato físico activo: cualquier acción, no accidental,
realizada por el adulto que cuida del niño y que le produce un daño físico directo o le
sitúa en alto riesgo de padecerlo.
2. El abuso emocional o maltrato emocional activo: acción psicológicamente
destructiva que lleva a cabo el adulto que cuida al niño, deteriorando gravemente su
desarrollo psicológico o representando un grave riesgo para producirlo; por ejemplo,
aterrorizarle, hacerle sentirse inútil…
3. La negligencia física o maltrato físico pasivo: constante falta de atención a las
necesidades físicas del niño, como alimentación, higiene, vestido, cuidados médicos…
4. La negligencia o abandono emocional, o maltrato emocional pasivo: habitual
falta de atención a las necesidades psicológicas del niño, como seguridad, afecto y
comunicación. Dicha falta de disponibilidad y de interés constituye un claro abandono
emocional.
5. El abuso sexual: cualquier acción de tipo sexual de un adulto hacia un niño. Si
ordenáramos los distintos tipos de maltrato en función del daño que causan al niño,
seguramente habría que situar este en el nivel del deterioro más grave, seguido del abuso
físico y del emocional. Además, el riesgo de abuso sexual aumenta si se alcanzan niveles
graves de maltrato activo físico y emocional.
En el libro Niños y no tan niños, de Javier Urra, defensor del menor, leo lo
siguiente: «Sería interminable el listado de malos tratos que apreciamos que sufren
nuestros niños: van desde el sometimiento para dar satisfacción sexual a los adultos hasta
el trabajo ilegal, pasando por la utilización para propagar la xenofobia o imponer el
terrorismo, desde la posesión del padre hasta el “reservado el derecho de admisión” de
algunas APA, desde cercenar su desarrollo, hasta empobrecer su ética, desde nacer en la
cárcel hasta el infinito».
Muchas veces hemos oído la expresión «no me explico cómo un niño ha podido
hacer eso», bien se trate de un destrozo, una agresión a la madre o una violación. Les
aseguro que al terminar la exploración psicológica del niño en cuestión suelen quedar
meridianamente claras las «razones» que, si bien no son de obligado cumplimiento, a la
larga resultan inductoras y decisivas.
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Cómo se desarrollan los niños maltratados. Los tres mecanismos
básicos que se deterioran
Nada existe más elevado, más fuerte, más sano y más útil para el porvenir en
la vida que el buen recuerdo de la infancia y la casa paterna.
FIÓDOR DOSTOIEVSKI
Hago mías las palabras antes citadas de Javier Urra y, como tantos psicólogos con larga
experiencia profesional, puedo decir que, salvo contadísimas excepciones, la ciencia
psicológica no hace otra cosa que confirmar el principio de casualidad: «Nihil est sine
ratione suficiente sui» (No hay nada que no tenga una causa). En el caso de los niños sin
amor y niños maltratados, cuando hacen daño a otros, casi siempre es con o por el daño
que han sufrido ellos mismos. Esta consideración debemos tenerla bien presente para
profundizar mejor en las consecuencias de los malos tratos en niños y adolescentes. De
hecho, casi todas las investigaciones realizadas sobre el problema se han centrado en los
siguientes aspectos: características de los padres, problemas de la familia y relaciones
padres-hijos.
Se da por supuesto que la exposición a situaciones de maltrato tiene graves
repercusiones en el desarrollo tanto a corto como a largo plazo, pero, aunque parezca
extraño, no contamos con suficientes investigaciones que estudien el asunto de forma
rigurosa. Muchos trabajos interesantes se han realizado desde la teoría del apego y sobre
los modelos internos que se originan

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