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Zarandeados - Weine Cordeiro

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Aquí, en uno de los campos misioneros más desalentadores de Estados
Unidos, he entrenado a fundadores de iglesias que se sienten derrotados y
listos para renunciar, y también he asesorado a posibles fundadores de
iglesias que nunca han tenido ningún revés serio en su ministerio.
Zarandeados les habla a ambos grupos. Les ofrece una profunda sabiduría
bíblica procedente de mentores maduros que comprenden los retos a los
que se enfrentan los fundadores de iglesias. Puesto que soy alguien que he
sido profundamente zarandeado en los últimos años, voy a estar regalando
este libro con frecuencia.
—Ross Anderson, catalizador
regional de la fundación de iglesias,
Utah Advance Ministries
En esta vida, todos nos enfrentamos a pruebas y desafíos. El poderoso
libro Zarandeados, de Wayne Cordeiro, te preparará, capacitará y animará
para experimentar toda la fortaleza de Dios en medio de tus mayores
pruebas.
—Craig Groeschel, autor de
Desintoxicación espiritual
Zarandeados es una obra original y necesaria que libera a los líderes
de las iglesias para que persigan de nuevo su primer amor. Eliminando con
transparencia y gracia una a una las capas de autodestrucción que se
presentan en los líderes, Zarandeados ofrece no solo esperanza, sino
también aplicaciones prácticas. Es un libro de lectura obligatoria para
todos los pastores, los fundadores de iglesias y las personas que asisten a
ellas.
—Brandon Hatmaker, autor de
Barefoot Church
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La misión de Editorial Vida es ser la compañía líder en satisfacer las necesidades de las personas con recursos cuyo
contenido glorifique al Señor Jesucristo y promueva principios bíblicos.
ZARANDEADOS
Edición en español publicada por
Editorial Vida – 2014
Miami, Florida
© 2014 por Wayne Cordeiro
Este título también está disponible en formato electrónico.
Originally published in the USA under the title:
Sifted
Copyright © 2012 by Wayne Cordeiro
Published by permission of Zondervan, Grand Rapids, Michigan 49530
All rights reserved.
Further reproduction or distribution is prohibited.
Editora en Jefe: Graciela Lelli
Traducción: Andrés Carrodeguas
Edición: Marta Díaz
Adaptación del diseño al español: ThePixelStorm
A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de La Santa Biblia, Nueva Versión
Internacional® NVI® © 1999 por Bíblica, Inc.® Usados con permiso. Todos los derechos reservados mundialmente.
Citas bíblicas marcadas «RVR1960» son de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960 © 1960 por Sociedades Bíblicas en
América Latina, © renovado 1988 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca
registrada de la American Bible Society y puede ser usada solamente bajo licencia.
Esta publicación no podrá ser reproducida, grabada o transmitida de manera completa o parcial, en ningún formato o a través
de ninguna forma electrónica, fotocopia u otro medio, excepto como citas breves, sin el consentimiento previo del publicador.
Edición en formato electrónico © julio 2014: ISBN 978-0-8297-6343-0
CATEGORÍA: Iglesia cristiana / Liderazgo
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Contenido
Introducción: La duodécima repetición
PRIMERA PARTE
El trabajo en el corazón
1. Donde comienza el zarandeo
2. Identifica los dos días más grandes de tu vida
3. Expectativas, críticas y crisis
4. Clama a Dios
SEGUNDA PARTE
El trabajo en el hogar
5. El canal de la familia
6. Descanso, reposo y empuje
7. Tiempos de desesperación
8. Cuando necesitas dar un paso adelante
TERCERA PARTE
El trabajo duro
9. La mano en el arado
10. El acceso al carácter
11. La mejora de tus habilidades
12. El aula del gran liderazgo
Epílogo: Zarandeados para beneficio de los demás
Reconocimientos
Acerca del autor
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Zarandeados: participio pasivo del verbo «zarandear» o
«zarandar»
Limpiar el grano o la uva, pasándolos por una zaranda, criba
o colador. Por extensión, examinar detenidamente,
escudriñar, separar de lo común lo especial y más precioso.
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Introducción
La duodécima repetición
Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran
trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú,
cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos.
—Lucas 22.31–32
Hace algunos años contraté a un entrenador de gimnasia para que me
ayudara con el levantamiento de pesas. (Ya no me molesto en tener un
entrenador; ahora solamente dejo que mi peso se entrene solo.) Cuando
hacía levantamientos con mi entrenador, le añadía varias pesas a la barra y
me ponía en posición en el banco de levantamiento. Empujar hacia arriba
aquel peso durante las diez primeras repeticiones era todo un trabajo, pero
lo podía soportar. Entonces era cuando las repeticiones se volvían más
lentas y los brazos me comenzaban a vibrar.
En la undécima repetición, ya estaba convencido de que no podía más.
Me parecía como si la barra se me hubiera pegado al pecho. Entonces
gritaba pidiendo socorro: «¡Ya no puedo más! ¡Ayúdame!».
Como si fuera una alegre colegiala, mi entrenador sonreía y me decía:
«¡Sigue empujando! Ahora es cuando estás haciendo músculos. ¡Ahora es
cuando empiezas!».
En mi mente, yo estaba pensando: ¿y qué crees que he estado haciendo
durante las diez repeticiones anteriores? Pero mi entrenador seguía con su
estribillo: «¡Ahora es cuando estás haciendo músculos! ¡Ahora es cuando
empiezas!». Él debe haber comprendido la urgencia que yo sentía, porque
se inclinaba y me daba con dos dedos solamente la ayuda imprescindible
para que pudiera levantar la barra, pero no lo suficiente para permitir que
descansara, o que me diera por vencido.
Cuando me sentía totalmente agotado, él me urgía para que «hiciera un
esfuerzo extra» y repitiera el ejercicio por última vez, porque según sus
propias palabras, esa sería «la repetición más importante de todas».
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A la mañana siguiente, aunque no podía ni levantar los brazos para
darme champú en el cabello, repetía aquella escena en la mente. Estoy
seguro de que todas las repeticiones eran importantes, pero sabía que mi
entrenador tenía razón: el verdadero desarrollo de mis músculos no
comenzaba sino cuando ya estaba agotado. En aquella duodécima repetición
era cuando el tejido muscular viejo se rompía, y una nueva masa muscular,
que yo esperaba que fuera mayor, ocupaba su lugar.
El zarandeo es esa duodécima repetición. El proceso de zarandeo, que
nos lleva a ese momento en que nuestras fuerzas se han agotado, es la forma
en que Dios edifica nuestra fe. Es un proceso que forja un carácter nuevo,
rompiendo con los puntos de vista viejos y poniendo verdades frescas en su
lugar. Los hábitos del pasado son desechados y las tendencias equivocadas
son abandonadas.
Esa es la repetición que nos sentimos más tentados a pasar por alto. Y
sin embargo, es la más importante de todas las repeticiones.
EL ZARANDEO Y LA DUODÉCIMA REPETICIÓN
Cada vez que estoy pasando por una temporada difícil en la vida o el
ministerio, siento el deseo de que el proceso de zarandeo sea optativo. En
Lucas 22, Jesús les dice a sus discípulos que Satanás ha pedido
zarandearlos, como se zarandea el trigo en el piso de la era para separar lo
bueno de lo malo. Entonces Jesús anima a sus discípulos diciéndoles que él
ha orado por ellos, para que su fe no falle.
Estas palabras no me parecen muy tranquilizadoras. Lo que yo querría
es que Jesús hubiera orado para que se le hubiera impedido actuar a
Satanás, o incluso para que Dios enviara ángeles a ayudarme. ¿Pero que mi
fe no falle? Esto no parece muy tranquilizador. Jesús, al orar de esta
manera, parece sugerir que hay una posibilidad muy fuerte de que mi fe
falle de verdad. ¡A tragar saliva!
Me imagino a mí mismo colgado del borde de un acantilado, gritando
para pedir auxilio, mientras mi amigo está arrodillado junto a una mesa de
picnic y me dice que está orando para que mi fe no falle. ¡Eso no es lo que
hace un amigo!
Pero aquí viene la buena noticia, y hablaremos más de esto en las
próximas páginas: si la oración de Jesús se convierte en realidad —y yo
estoy seguro de que así será—, y si mi fe se mantienedentro de su rumbo,
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entonces tendré un nuevo calibre de confianza en Dios que me autorizará
para fortalecer a otros.
«Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos». Cuando
termina la temporada del zarandeo —y nos hemos ido abriendo paso de la
manera debida a través de las dificultades—, terminamos teniendo un nuevo
nivel de fe; una calidad que no se encuentra a nuestro alcance por ningún
otro medio. El zarandeo produce claridad en cuanto a quiénes somos y qué
hacemos, dándole definición a la obra del ministerio que produce unos
resultados y una fertilidad a largo plazo.
En ese caso, la verdadera cuestión no es si nos vamos a enfrentar al
fracaso. Es lo bien que nos vamos a enfrentar a él. Nuestra manera de
reaccionar ante los retos y las pruebas que se presenten en nuestra vida y
nuestro ministerio hacen todo un mundo de diferencia.
¿Qué haces tú cuando las cosas no van como las tenías planificadas?
Tal vez has fundado una iglesia, o estás dedicado al liderazgo pastoral,
o acabas de entrar en una nueva temporada en tu ministerio y las cosas no
marchan como tú esperabas. Es fácil verse atrapado en un ciclo
interminable de cambios en los programas, y buscando siempre la próxima
herramienta que promete resolver todos los problemas. Al final, nos
podemos quedar llenos de frustración, desaliento, soledad e incluso ira. Tal
vez tu matrimonio ha perdido el equilibrio, o tus finanzas te tienen
acorralado. Te encuentras anhelando y orando continuamente para que se
produzca algún progreso. Tienes una gran necesidad de llegar a ese
próximo paso, cualquiera que sea el aspecto que este tenga paso en tu
mente, pero por mucho que te esfuerces, ese próximo paso no parece llegar
nunca.
Agárrate con fuerza.
Tal vez estés en una temporada de zarandeo, y si reaccionas de la
manera correcta, esa temporada puede tener tanta importancia como el
tiempo de la cosecha. El zarandeo le da musculatura a nuestra fe, al darnos
el calibre de fortaleza que necesitaremos para lo que nos está esperando al
doblar de la esquina. Las Escrituras nos dicen que los desafíos a los que
nos enfrentamos durante la vida se producen por una razón, y el proceso del
zarandeo nos refina, revelando nuestras debilidades, poniendo al
descubierto lo mucho que dependemos de nosotros mismos e invitándonos a
tener una fe mayor en Dios y una dependencia mayor de sus promesas.
Nuestra oración durante una temporada así no debe consistir en pedir que
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no seamos zarandeados, sino en que atravesemos bien el proceso y, después
de haber sobrevivido, nuestra fe sea ratificada.
Vamos a llevar esto al nivel personal. Cuando comienza el zarandeo,
todos nos preguntamos: ¿podré sobrevivir a algo como esto? Y si
sobrevivo, ¿saldré al otro lado fortalecido, o fracasaré? Esa es la gran
pregunta. ¿Tendré las habilidades, la paciencia y la profundidad espiritual
necesarias para sobrevivir al proceso de zarandeo?
La persona que ha sido zarandeada es alguien que por la gracia de Dios
es capaz de reflexionar sobre su experiencia y surgir de una temporada de
prueba con un concepto mejor de lo que más importa. Es la persona que ha
sido sometida a prueba, y ha demostrado ser capaz y madura.
EL PUNTO DE PARTIDA DE LOS GRANDES
LÍDERES
Si estás en estos mismos momentos pasando por una temporada difícil en tu
ministerio, estás en buena compañía.
En las páginas que siguen, te vamos a proporcionar un mapa de
carreteras para irte moviendo con éxito. Algunas de esas pruebas ya
nosotros las hemos experimentado. Otras, aún nos estamos enfrentando a
ellas. Quiero que sepas que tienes guía para este viaje, y puesto que somos
compañeros de viaje, caminaremos juntos. Consuélate al saber que todo
líder que ha triunfado, encuentra pruebas. Por ejemplo, piensa en estas
situaciones:
 El entrenamiento de David se produjo en cuevas del desierto,
escondiéndose de sus enemigos, y no en los pasillos de mármol de un
palacio.
 El entrenamiento de José tuvo lugar en las prisiones de Egipto.
 Moisés aprendió —y se volvió humilde— mientras trabajaba como
pastor en las arenas del Sinaí.
 A Jacob se le asignó el Profesor Labán como instructor por más de
catorce años.
Cada uno de estos líderes, cuando se enfrentó a un reto difícil, tuvo la
oportunidad de vengarse, negarse, echarse atrás o huir. Pero no hicieron
ninguna de esas cosas. Lo que hicieron fue decidirse a seguir haciendo
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esfuerzos hasta llegar a la duodécima repetición para crear la verdadera
musculatura de la fe en el proceso.
¿El resultado?
 David se convirtió en el mayor de los reyes que tuvo Israel en todos
los tiempos.
 José se convirtió en el segundo hombre en autoridad para todo Egipto,
y él solo salvó a Israel de morir de hambre.
 Moisés sacó a dos millones de personas de la esclavitud.
 Jacob se convirtió en el padre de las doce tribus y ayudó a poner los
cimientos para la gloriosa venida del Mesías.
Dios sabía lo que estaba haciendo.
En los capítulos que siguen, veremos tres aspectos principales de las
dificultades por las que debemos atravesar en el ministerio: el trabajo del
corazón, el trabajo en el hogar y el trabajo duro. Imagínate cada uno de
estos aspectos como un océano en medio de una tormenta. Cada uno de
ellos tiene poder suficiente para hacernos naufragar, pero si nosotros
piloteamos bien en ese océano, llegaremos a nuestro puerto de destino.
Aunque las contracorrientes sean profundas y traten de desviarnos de
nuestro rumbo, el final del viaje bien habrá valido el esfuerzo, si
navegamos bien.
—Wayne Cordeiro con Francis Chan
y Larry Osborne
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PRIMERA PARTE
EL TRABAJO EN EL CORAZÓN
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Corazón: sustantivo
El centro de toda la personalidad, incluyendo la
voluntad, la mente y las emociones.
Espíritu, valentía o entusiasmo. La zona más interior de
una persona.
Michael Plant era un pionero, un aventurero que se internaba solo en el
océano. Los franceses lo llamaban «el Súpercañón» de los mares por la
pasión que tenía de navegar en medio de los vientos más bravíos. Las
contracorrientes del mar abierto lo llenaban de energía. Tal vez esto
explique por qué a uno de los barcos con los que hizo su circunnavegación
le puso el nombre de Duracell. Pero su tercer recorrido alrededor del
mundo fue diferente. Diseñó y construyó un barco de carreras que le costó
seiscientos cincuenta mil dólares. Era un velero con el casco hecho de
espuma de goma protegida por fibra de vidrio de peso ligero, y era
increíblemente rápido. A su nuevo barco, que le auguraba el éxito, le puso
por nombre el Coyote. Estaba equipado con lo último en tecnología y
diseñado para atravesar las contracorrientes del océano como un cuchillo
de sushi.
El 16 de octubre de 1992, Plant salió de Nueva York y se lanzó a través
del Atlántico con gran fanfarria, rumbo a Francia. En aquella carrera, si
tenía éxito, atravesaría más de veinticuatro mil millas náuticas, lo cual le
tomaría cerca de cuatro meses. Sin embargo, no había avanzado mucho en
su viaje cuando comenzó a tener problemas. Nadie supo de él durante
varios días. Entonces, el 21 de octubre, un carguero ruso que pasaba cerca
recogió una transmisión suya.
«No tengo energía eléctrica», le dijo Plant al capitán del carguero,
«pero estoy trabajando para resolver el problema». Terminó la transmisión
con su única petición: «Díganle a Helen que no se preocupe». Helen Davis,
de cuarenta y tres años, era la prometida de Plant. Esta breve transmisión
fue la última comunicación directa que se tuvo con Plant. Ya en aquellos
momentos había recorrido casi la tercera parte de su ruta por el Atlántico, y
estaba a unas mil trescientas millas náuticas del lugar donde por fin fue
hallado el Coyote.
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Después de treinta y dos días, un domingo por la mañana, un petrolero
griego avistó al fin el Coyote. Iba volcado y a la deriva a unas cuatrocientas
cincuenta millas náuticas al norte de las islas Azores, y no había señal
alguna del solitario pionero. El mástil, todavía con su vela desplegada,
estaba hundido hasta una profundidad de cerca de cien metros en aquellas
aguasheladas. El casco estaba intacto. La quilla estaba vertical y ponía al
descubierto el fatal problema: el contrapeso de tres mil ochocientos kilos
de plomo que le daba estabilidad al barco había sido cortado. Hasta el día
de hoy, nadie sabe si se trató de una travesura de alguna ballena, o de
desechos marinos, o simplemente una construcción defectuosa que dañó el
barco, pero sin el peso del balastro, aquel pequeño barco no podía hacer
nada para atravesar las contracorrientes y los fuertes vientos de la alta mar.
El peso del balastro en la parte inferior del barco era el que le daba
estabilidad y equilibrio en aquellos mares borrascosos, y sin él, el peso de
la parte superior del barco lo desequilibraría y lo haría fácil presa de la
furia del océano.
Por decirlo de una manera simple, sin quilla y sin balastro, el barco
estaba perdido.
Ciertamente, yo no soy experto en barcos de carreras. No conozco gran
cosa acerca de pinturas marinas, velas y mástiles. Pero hay un dato de
máxima importancia que sí sé: para que un velero navegue en mar abierta,
debe pesar más debajo de la línea de flotación, que encima de ella.
Cuando Dios comienza una temporada de zarandeo en nuestra vida, lo
primero que pone a prueba es el balastro que hay en ella, que es nuestro
corazón. Ese es el peso que llevamos por debajo de la línea de flotación.
No se puede ver, pero cuanta purificación reciba nuestro corazón va a
afectar a todo lo demás que hagamos. El corazón no tiene que ver con
capacidades, dones o incluso con un llamado. Es algo más profundo aún. Es
el epicentro; el núcleo de todo.
 Es donde le respondemos a Dios.
 Es donde procesamos lo que nos sucede y deliberamos en cuanto a lo
que decidimos.
 Es el depósito desde el cual toma forma nuestro futuro.
 Es aquello no negociable que necesitamos tener intacto cuando nos
lanzamos a mar abierto.
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La mejor de todas las cosas que podemos hacer durante una temporada
de zarandeo es entregarnos al proceso y dejar que la obra de Dios siga su
curso. Oramos para que este libro te ayude a reconocer y comprender los
caminos de Dios, de manera que cuando te encuentres con las
contracorrientes de un océano borrascoso, tengas más peso debajo de la
línea de flotación, que encima de ella, y tu fe no falte.
En los cuatro primeros capítulos de este libro, examinaremos lo que
sucede cuando el corazón de un líder es sometido a un zarandeo.
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1
Donde comienza el zarandeo
¿Puedes recordar dónde estabas cuando sentiste por primera vez que Dios
te llamaba a guiar a una iglesia, servir en el ministerio pastoral, fundar una
obra o ser un miembro estratégico dentro del equipo fundador de una
congregación?
Es probable que aquel llamado fuera muy real, vital y poderoso. Dios te
estaba invitando a soñar grandes sueños para él y sentiste que te estaba
levantando para que hicieras una gran obra para la honra de su nombre. Me
imagino que estarías impaciente por comenzar esa gran aventura orientada
hacia el reino.
Tal vez tu sueño se pareciera a algo como lo siguiente:
 La iglesia que te imaginaste que dirigirías sería altamente eficaz.
Tenías la visión de que Dios la usaría de una manera grandiosa, de
manera que ayudara a ganar un gran número de personas para Cristo.
Habría vidas transformadas. Matrimonios sanados. Familias
restauradas. Sería una iglesia que obtendría grandes logros para el
reino de Cristo.
 Tenías grandes esperanzas en cuanto a la ilimitada amplitud de la
influencia de tu iglesia. Siguiendo el ejemplo de las Escrituras, tu
iglesia sería testigo en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines
de la tierra (Hechos 1.8), lo cual significaría que comenzaría de
manera local en tu comunidad, después desplegaría su influencia a tu
ciudad, y más tarde, ¿quién sabe lo grande que se volvería?
 Tal vez te imaginabas que tu iglesia evolucionaría para ser distinta a
otras iglesias. Tenías la intención de «hacer las cosas en la iglesia»
de una manera diferente, a fin de alcanzar a una nueva generación.
Irías al encuentro de la gente, exactamente donde estuviera. En tu
iglesia no habría ningún código anticuado sobre la manera de vestir.
No habría cargas procedentes de tradiciones del pasado. El café
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estaría recién hecho. La música sería estupenda. La gente acudiría a
tu iglesia, porque sentiría un mover fresco del Espíritu de Dios, y ese
atractivo sería irresistible. Sentías que Dios se movería en el núcleo
mismo de toda esa obra. La nueva iglesia iría adquiriendo fuerza, y
no habría manera de detener ese impulso.
 Tal vez soñaras en celebrar varios cultos, o comenzar diferentes
locales de la iglesia en sitios esparcidos por toda la ciudad,
enlazados entre sí por medio de vídeos. Estas iglesias florecerían
todas hasta el punto en que ellas a su vez comenzarían sus propias
iglesias. Tal vez tu sueño era llegar a crecer hasta el tamaño en que
necesitarías comenzar tu propia red de fundación de iglesias. ¡Miles
de vidas serían transformadas!
 La idea de ayudar a crear una iglesia que alcanzara al mundo te atraía.
Anhelabas entrar a una comunidad para ser allí sal y luz en el nombre
de Cristo. Esperabas con ansias compartir el evangelio y ser una
fuerza a favor de la justicia y la acción social de maneras creativas y
eficaces. Tu visión era verdaderamente misionera: presentar a Jesús
a las personas, e invitarlas a acercarse a él.
Cualesquiera que fueran las particularidades específicas que tuvieras en
tu sueño ministerial, sin duda este sería noble, alimentado por buenas
intenciones y confirmado por Cristo y por otros seguidores de Cristo en
varios lugares estratégicos de tu camino. Te emocionaba trabajar con la
gente de tu equipo. Eran tus amigos y colegas, y un grupo lleno de energía
formado por visionarios con ideas afines. Todas las personas estaban
entregadas al llamado, y estabas seguro de que todos ellos seguirían siendo
amigos tuyos para siempre.
Tu denominación también se sentía entusiasmada. Tu cónyuge estaba de
acuerdo con tu llamado. Hasta tus hijos (si los tenías) contemplaban la
visión. Todos compartían la misma meta: fundar una iglesia; una iglesia
altamente eficaz. ¡Iba a ser una poderosa obra para la gloria de Dios! Con
el sueño en la mano, comenzaste tu ministerio.
¡Tenías lleno el corazón!
Han pasado unos cuantos años. ¿Cómo se encuentra hoy ese sueño? Si
lo fueras a valorar con sinceridad, ¿dirías que la obra del liderazgo de la
iglesia se parece en algo a la visión que tú tenías?
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EL TRABAJO MÁS SOLITARIO QUE JAMÁS
HARÁS
Todo lo que teníamos cuando fundamos nuestra primera iglesia, era mucho
corazón.
No teníamos sillas, mucho menos un sistema de sonido. Pedíamos
prestadas las cafeteras y nos sentábamos en las mesas de la cafetería.
Usábamos los atriles de música que tomábamos del cuarto de la banda, y
todo el mundo tenía gran cantidad de tiempo para fijar la mirada en el
nombre de la escuela que estaba pintado en lo que usábamos de púlpito. No
teníamos mucho, ¡pero teníamos corazón!
Nos emocionaba el que alguien llegara siquiera a nuestros cultos.
Nuestro comité de bienvenida formaba un guante humano en la puerta del
frente para darles un abrazo a los asistentes. Cuando un recién llegado se
sentaba, ya lo habían abrazado por lo menos doce veces. Más tarde, cuando
la gente nos describía, decía: «Ya sabes cómo es esa gente de la Iglesia
New Hope. Abrazan a todo lo que encuentran a tres metros de distancia».
No solo poníamos el corazón en todo lo que hacíamos, sino que todo lo
que recibíamos, lo invertíamos de vuelta en el ministerio. Recuerdo la
primera ofrenda que tomamos. Reunimos quinientos cincuenta dólares.
¡Estábamos encantados! Yo fui a una tienda de muebles de oficina y compré
sillas, para que no nos tuviéramos que seguir sentando en las mesas de la
cafetería. A la semana siguiente, lo primero que hizo mi administrador fue
acercarse al micrófono para decir: «Recibimos una maravillosa ofrenda de
quinientos cincuenta dólares la semana pasada. ¿Y saben dónde está?
¡Ustedes están sentados en ella!».
Yo les recordaba con frecuenciaa nuestros voluntarios que una mente
puede alcanzar a otra mente, pero solo un corazón puede alcanzar a otro
corazón. Hacía que lo recordaran, diciéndoles: «No limpien las mesas con
una toalla de secar la vajilla. Limpien las mesas con su corazón». O a los
que recibían a los asistentes, les decía: «No distribuyan los boletines con
las manos. Distribúyanlos con el corazón». Pasaron varios meses, y pronto
tuvimos dinero suficiente para comprar nuestras propias cafeteras, e incluso
nuestro propio sistema de sonido. Compramos nuestros propios atriles, e
incluso nos quedó suficiente dinero para poner en todos ellos el nombre de
nuestra iglesia. ¡Estábamos en el cielo!
Un día, después de habernos estado reuniendo por un tiempo, una sabia
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dama de la iglesia me llamó aparte para decirme: «Pastor, veo que ahora
tenemos nuestras propias sillas y nuestras propias mesas. Tenemos
actividades y clases. Sin embargo, ¿dónde está el corazón que solíamos
tener? No lo siento como lo solía sentir antes». Mientras ella hablaba, yo
comprendí que estaba en lo cierto. Habíamos seguido con nuestras
actividades, pero con el tiempo, el amor del corazón que poníamos en todo
lo que hacíamos había ido disminuyendo. Ahora estábamos muy ocupados,
y en algún punto del camino, aunque aún seguíamos dedicados a nuestra
misión, la pasión y el entusiasmo se habían comenzado a desvanecer.
Habíamos perdido nuestro corazón.
Esto sucede con mayor frecuencia de la que nos damos cuenta, esta
pérdida de corazón. ¿Has visto alguna vez ese programa de televisión que
se llama Dirty Jobs [Trabajos sucios]? Mike Rowe, el anfitrión, explora
los trabajos más sucios, difíciles y muchas veces extraños que encuentra.
Cada episodio presenta a Mike trabajando un día típico en un trabajo sucio
distinto. En los últimos programas, Rowe ha trabajado en todo lo siguiente:
 Minero en una mina de carbón.
 Acarreador de materiales con mulas.
 Instalador de pararrayos.
 Preparador de estiércol para criar gusanos.
 Limpiador de accidentes en los caminos.
 Inspector de aguas negras.
 Techero encargado de echar la brea caliente.
Siempre me he preguntado cuándo Mike Rowe irá a trabajar como
ministro. El liderazgo de una iglesia es uno de los trabajos más difíciles
que se pueden realizar. Es muy exigente en el sentido emocional, espiritual,
mental e incluso físico. Dirigir una iglesia, en particular cuando se funda o
se comienza un ministerio nuevo, puede ser algo semejante a comenzar un
nuevo negocio. Los rumores son ciertos: muchos de los que dirigen iglesias
no triunfan, y el cementerio de los líderes de iglesias se halla
amenazadoramente superpoblado. Si recientemente has pasado tiempo
pensando en abandonar tu puesto en el ministerio, puedes estar seguro de
que no eres el primer líder de iglesia que batalla con ese pensamiento. Sin
embargo, no dejes que la tentación te abrume, porque hay esperanza. Otros
también han recorrido ese difícil camino, y han triunfado. Solo porque tu
21
ministerio no tenga el aspecto que tú esperabas en el pasado que tuviera, o
porque sientas que no tienes el corazón que tuviste una vez, eso no quiere
decir que tengas que tirar la toalla.
Lo cierto es que la mayor parte de los líderes de las iglesias se
encuentran con grandes dificultades en la complicada tarea de fundar,
estabilizar y guiar una iglesia saludable. Muchos líderes de iglesias se
desaniman. Cada año comienzan cuatro mil iglesias nuevas a lo largo y
ancho de Estados Unidos. Dentro de un período dado de unos cinco años,
hay cerca de veinte mil personas trabajando en las trincheras de la
fundación de iglesias. Para unos cuantos de esos fundadores, esos primeros
años son unos tiempos dinámicos y emocionantes, llenos de lo que ellos
consideran un éxito tras otro. Sin embargo, las investigaciones confirman
que, para la mayoría de los casos de los fundadores de iglesias, lo típico es
que estos tiempos sean momentos de grandes luchas. No solo se hallan
presentes la logística y la dinámica de todo lo que es hacer nacer una nueva
iglesia, sino que también aparecen las luchas con la soledad y el desaliento
que surgen inevitablemente del trabajo duro en su papel de pioneros de una
empresa. A mí me sorprendió descubrir en un sondeo hecho recientemente
que mil quinientos ministros abandonan cada mes el ministerio pastoral por
diferentes razones. Ese número es sorprendente. Por una u otra razón, estos
líderes sienten la necesidad de acabar con su ministerio. Y no solo son los
líderes de las iglesias los que batallan a lo largo de este proceso de
zarandeo, sino que también batallan muchas iglesias. Una encuesta reciente
indicó que cada año mueren en Estados Unidos unas tres mil quinientas
congregaciones. Esto indica que el asombroso número de treinta y cinco mil
congregaciones se extinguirán durante los próximos diez años.
Cualquiera que sea el modelo, el enfoque del ministerio o la tradición
de una iglesia, la gran mayoría de sus líderes se enfrentan a unas
dificultades que en algún momento los llevan a poner en tela de juicio si en
realidad, ellos habrían debido dedicarse al ministerio. Sueñan despiertos,
preguntándose si no habrá tal vez otra clase de trabajo que podrían estar
haciendo; por supuesto, uno que sea más fácil. Tal vez de mineros en una
mina de carbón.
O incluso tal vez trabajar preparando estiércol para criar gusanos.
EL DIAGNÓSTICO DE UN
22
DESCORAZONAMIENTO
Ahora bien, ¿qué es lo que hace tan difícil el liderazgo en las iglesias, y en
particular la fundación de nuevas iglesias? ¿Por qué son tantos los líderes
que se descorazonan y quieren renunciar? Hablando en sentido metafórico,
el corazón puede ser un órgano delicado. En Proverbios 4.23 se nos hace
esta advertencia: «Por sobre todas las cosas, cuida tu corazón, porque de él
mana la vida». Las presiones del ministerio pueden conducir al
descorazonamiento de varias maneras:
 Has fundado una iglesia, pero ha llegado a los cincuenta miembros y
parece haberse estancado. Te sientes confuso, desilusionado; tal vez
incluso avergonzado. Tú no te comprometiste con esta labor para
mantener una iglesia pequeña y sin crecimiento. Han muerto tus
sueños y te sientes frustrado.
 Tal vez tu iglesia haya tenido el problema opuesto: ha crecido con
excesiva rapidez. En los dos primeros años, ya has tenido que
celebrar tres cultos en el mismo día. Pero te sientes constantemente
empujado en una docena de direcciones distintas y, francamente, estás
exhausto. La interminable cadena de acostarte tarde, levantarte
temprano y dedicarte a intervenir en crisis te ha dejado solitario,
agotado, cansado, y hasta es posible que te haya alejado de tus
amigos, colegas, cónyuge e hijos.
 La iglesia está adquiriendo velocidad poco a poco, pero los sistemas
y las normas que favorecen el que opere con tranquilidad no acaban
de funcionar como es debido. Te sientes como si fueras el capitán de
un barco en medio de una fuerte tormenta, pero esa tormenta nunca
amaina. Día tras día, las olas chocan contra la proa, amenazando con
hundir tu navío con todos los que están a bordo.
 Sencillamente, no hay finanzas. Tú planificaste. Proyectaste.
Conseguiste la cantidad adecuada de apoyo económico. Hiciste los
sacrificios necesarios, pero sigues careciendo de fondos. Las facturas
a pagar siempre parecen adelantarse a las ofrendas que recibes.
 Hiciste tus planes con un equipo de grandes amigos tuyos. Cuando
comenzaste, todos estaban entusiasmados y deseosos de comenzar a
trabajar. Pero ahora están cansados —todos, incluso tú mismo— y
sus relaciones se han vuelto tensas. Las tareas que se necesitaba
realizar están quedando sin hacer. Sigue habiendo mucho por hacer,
23
pero te da la impresión de que a tu equipo (o gran parte de él, de
todas maneras) se le ha acabado el combustible.
 Desde el principio, la visión de tu iglesia nunca fue firmemente
sólida. Parte de tu equipo quería convertirla en la próxima
megaiglesia. La otra parte quería mantener su actividad sencilla y
orgánica. Todo el mundo pensaba que podrían ir aclarando sobre lamarcha la cultura de tu iglesia. Pero ahora el equipo está dividido, y
se nota.
 Todo marcha tan bien como sería de esperar, pero sencillamente, el
trabajo de ser líder de la iglesia día tras día sin parar es abrumador y
te está agotando por completo. La monotonía del trabajo no cesa, y te
sientes atrapado en su ciclo. Ahora, la obra que Dios está haciendo
por medio de ti sobrepasa a la cantidad de trabajo que está haciendo
en ti.
En diversos lugares a lo largo de este libro te vamos a invitar a que
hagas un poco de trabajo por tu propia cuenta, para hacer personal su
contenido y ayudarte a llevar a la práctica lo que estás aprendiendo. Ahora
mismo, te invitamos a detenerte un momento para definir cuál es el mayor
de los desafíos con los que te enfrentas. Después, trata de redactar tu
oración más coherente y sentida por tu iglesia. Toma una pluma y escribe
unas cuantas notas en los espacios que aparecen a continuación. ¿Cómo
completarías las frases siguientes?
 El desafío más grande al que me enfrento como líder de la iglesia
es:
 Señor, en cuanto a esta iglesia, yo necesito de veras que tú:
24
Permíteme que te proponga una idea radical. Tal vez al principio te
parezca un tanto extraña. ¿Y si todo lo que te está pasando ahora mismo,
todas las dificultades a las que te enfrentas en el papel que desempeñas en
esta iglesia, incluso la presión que te quiere descorazonar, es exactamente
lo que necesitas que te suceda?
Sí, todo.
¿Y si Dios te ha llamado realmente a dirigir o fundar una iglesia; y no,
tú no has entendido mal su llamado? ¿Y si Dios te está llamando en verdad
a dirigir esta iglesia mientras atraviesa por una temporada muy pedregosa,
la temporada actual en medio de la cual te sientes atrapado, y tiene una
razón muy poderosa para que estés en esta difícil temporada? Esa es la
premisa de este libro. Sin conocer los datos específicos de tu situación, eso
es lo que me atrevo a apostar que te está sucediendo en estos momentos.
A eso se le llama ser zarandeado.
FRUSTRADO CON DIOS
Larry Osborne
Con frecuencia, los procesos mentales de un nuevo líder de
iglesia se presentan de esta manera: después de terminar sus
estudios formales, o después de sentir el llamado de Dios a fundar
una iglesia, cree tres cosas de manera automática:
1. Que está listo para comenzar el trabajo enseguida.
2. Que va a tener éxito rápidamente, de acuerdo con su propia
definición de lo que es tener éxito.
3. Que como Dios lo ha llamado a realizar este trabajo, raras
veces o tal vez nunca se va a encontrar con dificultades en
medio del proceso.
Así que el nuevo líder de iglesia comienza su trabajo de
inmediato, pero muy pronto se da cuenta de que se ha metido en algo
que es más grande que él. O comienza la iglesia, pero eso no se
25
parece en nada a la que él tenía en mente. O se encuentra con
dificultades, pero se pregunta por qué Dios no le está haciendo el
camino más fácil.
Esas expectativas que no se han cumplido forman la base de la
desilusión, la frustración y las ganas de renunciar. Nada de lo que él
esperaba se ha logrado, y al final del día, el fundador de iglesia se
siente frustrado consigo mismo, con su equipo de apoyo, con su
denominación o red de iglesias, con su trabajo y tal vez incluso con
Dios mismo.
Muchas veces, ni siquiera le es posible articular una oración
movida por su frustración. Pero si le fuera posible, sería algo
parecido a esto: «Señor, ¿por qué no has ayudado más a esta
iglesia?». O bien: «Señor, ¿por qué no me estás ayudando más?». O
tal vez: «Señor, ¿por qué esto es tan difícil?».
La lógica que inspira estas oraciones parece muy clara y directa:
a. Dios te llamó a dirigir una gran iglesia.
b. Tú fuiste fiel a ese llamado.
c. Pero en estos momentos, te da la impresión de que la iglesia
que fundaste no tiene nada de grande.
Y no te sientes bien con la situación. No sabes qué hacer.
Con frecuencia, el tema básico de nuestras oraciones es que
Dios habría podido —o habría debido— ayudarte más. Pero es
evidente que no lo ha hecho. Entonces te preguntas qué habrá
funcionado mal. Ese examen de conciencia te mantiene despierto por
las noches. Tal vez entendiste mal el llamado de Dios. O quizá, para
comenzar, tú no eres en realidad un líder fuerte. Hasta es posible
que este asunto de ser el líder de una iglesia termine derrotándote.
Tal vez deberías salirte de esa rutina cuando todavía estés a tiempo.
Cuando cierras los ojos para tratar de dormir un poco, sientes
con fuerza la tentación de cerrar las puertas de la iglesia que has
fundado, y buscarte otro tipo de trabajo. Piensas que tal vez sea hora
de abandonar el barco.
No lo hagas. La esperanza está más cerca de lo que crees.
26
EL PRINCIPIO DEL ZARANDEO
Raras veces, tal vez nunca, se enseña el concepto del zarandeo en los
manuales actuales para los líderes de iglesias. La mayoría de los libros
sobre el liderazgo en las iglesias que se publican hoy en día contienen
modelos y enfoques. Son libros «de trabajo». Te dicen de qué forma aclarar
tu visión, o formar un equipo mejor, o atraer más gente a tu iglesia, y cosas
por el estilo. Esos libros no están equivocados, y tanto Larry como Francis,
y un servidor, te animamos a leer y estudiar tantos como te sea posible. Este
libro, por el contrario, habla sobre lo que debemos ser. Gira alrededor del
cuidado personal y la salud del liderazgo de los líderes que van surgiendo.
Ayuda a líderes como tú a analizar el centro mismo de su ser y prosperar en
el liderazgo dentro de todos los aspectos de su persona: espiritual, física y
emocionalmente.
Permíteme aclararte una cosa: yo detesto el zarandeo.
Ahora que me he sincerado contigo, y te das cuenta de que no soy tan
espiritual como tal vez creías, podemos seguir adelante con la manera de
tomarnos esta medicina tan desagradable. Ya sé, ya sé. Se supone que dé
gracias en todas las cosas (1 Tesalonicenses 5.16), pero cuando las luchas
siguen, yo me debilito.
No siempre se trata de lo profundo que sea el dolor. Se trata de lo
mucho que dure.
Como ya mencioné, es terrible desperdiciar una crisis. Me imagino que
me he vuelto más humilde, más sabio, más flexible y más comprensivo por
medio del proceso de zarandeo, pero perdóname que te diga que me sigue
sabiendo mal. Sin embargo, no es posible progresar sin él.
El concepto del zarandeo tiene una connotación negativa y otra positiva.
En su centro mismo, ser zarandeados significa que pasamos por retos y
pruebas en nuestro liderazgo. Esa es la parte negativa. A nadie le gusta
pasar por pruebas. Sin embargo, este proceso es inevitable. Todo líder va a
ser zarandeado; ese no es el asunto. El asunto es si va a salir del zarandeo
convertido en un líder de éxito. ¿Cómo va a reaccionar ante las pruebas y
los retos a los que se tenga que enfrentar?
Medita en los siguientes pasajes que describen el proceso de zarandeo.
Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a
ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que
no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus
27
hermanos.
—Lucas 22.31–32
Muchas veces damos por seguro que cada vez que Dios nos abre una
puerta, todas las cosas van a funcionar con facilidad. Pero las puertas que
se abren siempre vienen acompañadas de enemigos. En este pasaje se nos
enseña que el diablo ha pedido permiso para zarandear a los discípulos de
Dios. En otras palabras, muchas de las dificultades a las que nos
enfrentamos han sido puestas de manera deliberada en nuestro camino. Tal
como nos lo recuerda el libro de Job, por razones que nos son desconocidas
a nosotros, Dios permite a veces que esto suceda. Sin embargo, el hecho de
que sea inevitable el que nos enfrentemos a desafíos por ser discípulos de
Cristo y líderes de iglesias no debería agotar nuestra esperanza. Tampoco
debemos dar por sentado que esos desafíos indican que lo que tenemos ante
nosotros es una puerta cerrada, o significan que hemos fracasado en nuestro
llamado. Jesús nos muestra que el proceso de zarandeo tiene su final.
Cuando haya quedado atrásesa temporada de zarandeo, seremos más
fuertes, y con esa fuerza nos podremos volver entonces hacia los demás
para fortalecerlos.
Desde el punto de vista de las Escrituras, sabemos que algunas veces
las dificultades nos podrán venir del diablo; sin embargo, hay ocasiones en
que nos vienen directamente de la mano de Dios. De hecho, Dios puso a
prueba a todos los grandes patriarcas del Antiguo Testamento en algún
momento, permitiendo que pasaran por circunstancias difíciles para someter
a prueba su fe, lo cual los llevaba a confiar más plenamente en él. Cuando
estemos pasando por algo que constituya un verdadero desafío, no debemos
emplear demasiado tiempo en tratar de averiguar qué lo está causando. La
decisión a la que nos enfrentamos es sencilla: ¿estamos dispuestos a confiar
en Dios y buscarlo a él a lo largo de todas las dificultades con las que nos
encontremos, cualquiera que sea su causa, o no lo estamos?
Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este
mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al
mundo.
—Juan 16.33
En este pasaje aprendemos que Jesús no les promete a sus discípulos
que van a recorrer un camino fácil. Al contrario, reconoce que las
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tribulaciones se las arreglarán para llegar hasta tu agenda diaria. Si ocupas
algún puesto en el liderazgo, tengo tres palabras para ti: ¡espera los
problemas! Por supuesto, debes sobrevivir a esos problemas; no debes
sucumbir. Pero tendrás problemas.
Bienvenido al ministerio.
Sin embargo, una vez más, este versículo de advertencia contiene
también una promesa: Cristo ha vencido al mundo. Cuando nosotros
vivimos en Cristo, y nos apoyamos en lo que él nos proporciona y nos
promete, se renueva nuestro corazón. Él es mayor que cuantos enemigos
tengamos que enfrentar en este mundo (1 Juan 4.4). Tal vez se tarde más
tiempo del que tú piensas para vencer, y es posible que esa victoria venga
metida en algún paquete extraño. Quizá pierdas cosas que querías
conservar, y te queden cosas que habrías preferido perder, pero él vencerá
si tú no permites que falle tu fe.
Yo estoy aún en el final de una temporada de dos años, en la cual la
profundidad de mi dolor ha venido acompañada por la sensación de que me
han atrapado. Las cosas no han sido tan sencillas como renunciar y abordar
un barco con destino a Tarsis. Sentirse atrapado en el dolor de una situación
sin resolver es como una especie de tortura espiritual extrema para mí. Y en
medio de todo esto, he dicho y hecho cosas de las que no me siento
orgulloso.
Pero a fin de cuentas, lo que importa es que mi fe no puede fallar. Me
puedo sentir fracasado, pensar que soy un fracasado, pero al igual que Job,
debo decir: «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13.15,
RVR1960). Los discípulos proclamaron este mismo sentimiento cuando
Jesús habló de su cuerpo y su sangre como comunión. Muchos decidieron
en ese momento que había otras iglesias más civilizadas que esta, guiada
por un autoproclamado y rebelde mesías. Sin embargo, sus discípulos más
cercanos le dijeron: «Aquí estamos. ¿A quién iremos? Solo tú tienes las
palabras de la vida eterna».
La realidad es que vas a fallar. Sencillamente, no vas a tener lo que te
hace falta cuando comiences. Tal vez tengas el llamado, el celo, la energía y
el apoyo. O puede que tengas el local, la invitación e incluso el dinero.
Pero cuando comiences, no vas a tener lo que hace falta para poder
terminar.
«¿Y qué es eso?», posiblemente preguntes. Lo que aún no tienes es ese
núcleo interior, esa fe fuerte capaz de soportar la tirantez que solo se revela
29
cuando estamos bajo tensión. Es una cualidad del carácter que no se pone a
prueba en el puerto, sino en alta mar. Y esta prueba es la que ratifica tu
llamado; no el que asistas a un campamento de entrenamiento para
fundadores de iglesias, ni el sello de aprobación de una junta. Esta
necesidad tampoco la resuelven tus títulos ni las cartas de recomendación
que te den. Es algo que solo se puede adquirir por medio del fracaso,
aprendiendo a saber cuáles son tus limitaciones, y a confiar, no en ti mismo,
sino en el Dios que te llamó.
No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del
maligno.
—Juan 17.15
En este pasaje, Jesús está orando por sus discípulos. No pide que sean
sacados del mundo. No pide que sean sacados de las desafiantes
situaciones con las que se van a enfrentar. Lo que pide es que Dios los
proteja en medio de esas difíciles situaciones. Pide que no caigamos al
precipicio; que no tiremos la toalla y nos entreguemos a una aventura
amorosa, o empecemos a usar drogas para escapar al dolor, o que
destruyamos impetuosamente nuestro matrimonio con el fin de sentir una
liberación de unas responsabilidades que ya no somos capaces de manejar.
Jesús sabe que somos débiles, y que en ocasiones vamos a ser frágiles,
pero ora para que no falle nuestra fe.
LO DESCONOCIDO
Si queremos seguir a Cristo y convertirnos en líderes de su iglesia, la
cuestión no está en que vayamos a ser zarandeados o no. La Biblia nos
indica que nos vendrán pruebas si andamos en busca de un liderazgo
cristiano. Seremos zarandeados. Tienes que saber que va a suceder. Lo
único desconocido es el momento en que sucederá.
La buena noticia es que somos zarandeados con un propósito; es un
proceso que produce en nosotros una purificación. La persona que ha sido
zarandeada recuerda sus pruebas desde una perspectiva diferente. Sale del
proceso más sabia, y por haber sido probada, conoce sus capacidades y sus
debilidades. En fin de cuentas, no deberíamos orar para que Dios nos libre
de este proceso, sino para que aprendamos a atravesarlo de la manera
correcta, y cuando Dios haya terminado el zarandeo, nuestra fe florecerá.
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La mayor parte del crecimiento y la purificación que se producen en el
proceso de zarandeo comienza cuando aceptas que estás exactamente donde
Dios quiere que estés; al menos por el momento. La clave es que
aprendamos a no batallar contra el zarandeo; a no batallar contra lo que
Dios está haciendo en nuestra vida, y a reconocer que en última instancia,
es él mismo quien tiene el proceso bajo su control. Prácticamente, una de
las mejores formas de comprender el proceso y colaborar con él, es
hacernos unas difíciles preguntas que revelen nuestras motivaciones; unas
preguntas que pongan al descubierto los verdaderos deseos de nuestro
corazón:
 ¿Estoy dispuesto a dirigir una congregación de cincuenta personas, y
hacerlo sintiéndome privilegiado y honrado, en lugar de sentirme
derrotado?
 ¿Estoy de acuerdo en seguir sirviendo al mismo tiempo que hago otro
trabajo, si hace falta?
 ¿Estoy dispuesto a servir y a dirigir, aunque no sea famoso ni
reconocido por lo que hago, o aunque haya otros líderes que me
consideren un fracasado?
 ¿Estoy dispuesto a permitir que esta iglesia recién nacida sea
imperfecta, a confiar en una administración desordenada y confiarle
los detalles a Dios, soltando el control por una temporada?
 ¿Estoy dispuesto a permitir que mis expectativas y mis aspiraciones
queden sin realizar durante un tiempo?
Estas preguntas nos ayudan a comprender las motivaciones y los afanes
que impulsan nuestras aspiraciones y nuestra manera de entender el
llamado. Muchas veces, son el fracaso, el desaliento, la desilusión y las
dificultades los que revelan aquellos aspectos de nuestro corazón en los
cuales no estamos escuchando a Dios, sino a nosotros mismos. Por eso es
importante que dediques tiempo a escuchar en medio de esta temporada. Si
no escuchamos lo que Dios nos está tratando de enseñar por medio de esas
experiencias, terminaremos entendiendo mal su lenguaje. Esto les sucede a
muchos, y por eso abandonan su ministerio antes de tiempo, dejando tras sí
una cadena de intentos fracasados en el ministerio, o de fundaciones de
iglesias.
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QUIÉNES SOMOS
Cuando comencé a trabajar en este libro, llamé a dos queridos amigos,
Larry Osborne y Francis Chan, y nos reunimos a conversar en una oficina
que tengo en Oregón. Mientras hablábamos y compartíamos nuestrashistorias, todos comprendimos que, aunque nuestras experiencias eran muy
diferentes, a lo largo del camino habíamos aprendido algunas lecciones que
nos eran comunes. A menos que lo indique de otra forma, yo (Wayne) voy a
estar hablando en primera persona a lo largo de todo este libro para que
haya coherencia en cuanto a nuestras historias y el tono de ellas, pero
quiero que sepas que todas las lecciones de este libro proceden de la
conversación que sostuvimos los tres. Todos hemos vivido de acuerdo con
estas ideas, y sostenemos las lecciones que compartimos.
El proceso de zarandeo es diferente para cada uno de nosotros, y sin
embargo, siempre se caracteriza por una temporada de desafío que dura por
un extenso período de tiempo. A pesar de nuestros mejores esfuerzos e
intenciones, todos hemos pasado por reveses, fracasos y desilusiones como
líderes de la iglesia.
DEJANDO ATRÁS EL ÉXITO (FRANCIS CHAN)
Francis y su esposa fundaron Cornerstone, su primera iglesia, en 1994 con
treinta personas solamente. Al cabo de dos meses, la iglesia había crecido
hasta alcanzar más de un centenar de personas. Después de seis años, tenía
mil seiscientos miembros. Y entonces, solo dos años más tarde, creció con
una gran rapidez hasta convertirse en una congregación de cuatro mil
miembros. Se produjo mucho fruto durante este tiempo; sin embargo,
también fue un tiempo en el que Dios los purificó y les dio forma. Aunque
la mayoría de la gente ve el éxito externo —los grandes números y la
creciente plataforma de Francis como escritor y orador—, la mayor parte
de esas cosas se produjo después de la duodécima repetición, el tiempo del
zarandeo.
La madre de Francis murió mientras lo daba a luz, y su madrastra murió
cuando él tenía nueve años. Su padre murió cuando solo tenía doce. Estas
pérdidas tuvieron un profundo impacto en Francis, y creció con una
profunda sensación de inseguridad, y sintiendo que tal vez no habría un
mañana. Hace algunos años, Francis escribió un libro llamado Crazy Love
(Loco amor). Era un libro sencillo que hablaba acerca de cómo el Dios del
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universo nos ama con un amor radical, incondicional y sacrificado. El libro
se disparó de inmediato en la lista de éxitos de ventas del New York Times y
se terminaron vendiendo más de dos millones de ejemplares. El éxito de la
iglesia fundada por Francis y el amplio éxito que obtuvo su primer libro
fueron inesperados, y esos éxitos causaron que él pasara por una inesperada
cantidad de examen interno de su propia persona, e incluso de desilusión.
Unos pocos años antes de escribir Crazy Love, Francis había viajado a
Uganda, y aquel viaje alteró su manera de pensar y de vivir. Este viaje, y
varios más que le siguieron, lo llevaron a una postura de profunda
preocupación por los pobres y socialmente marginados del mundo, al
mismo tiempo que se atrevió a hacerse la pregunta: ¿qué aspecto tiene esto
de amar a mi prójimo como a mí mismo? Francis y su familia simplificaron
su vida, mudándose a una casa más pequeña. Él dirigió a su iglesia en
varias iniciativas de gran alcance para recoger dinero a favor de los
pobres. Después que su libro tuvo aquel éxito tan grande, decidió donar lo
que recibía por derechos de autor al Fondo Isaías 58, una organización sin
fines de lucro que ayuda a los pobres a nivel internacional.
Entonces, en el año 2010, Francis sorprendió a todo el mundo
anunciándole a su congregación que se sentía llamado a renunciar a su
puesto en la Iglesia Cornerstone de Simi Valley. La blogosfera se volvió
loca. Algunas personas se preguntaban si no habría caído en pecado y por
eso necesitaba renunciar, lo cual no era el caso. Otros lo defendían y decían
que era un héroe, lo que también lo hacía sentirse incómodo. Todavía,
mientras escribo estas líneas, Francis no se siente seguro sobre la forma
que tendrá su nuevo llamado, pero vive día tras día con la seguridad de que
Dios es bueno, y lo va a guiar. A pesar de sus éxitos anteriores —un libro
famoso y una iglesia en crecimiento—, Dios ha llevado a Francis a una
nueva temporada en su vida; una temporada de zarandeo. Su respuesta es un
gran ejemplo de la manera de reaccionar cuando aparece una temporada
así. Hagamos lo que hagamos, vivimos cada día con la seguridad de que
Dios nos ama, de que le pertenecemos, y de que él es fiel para dirigirnos y
guiarnos a fin de que nos convirtamos en la persona que él quiere que
seamos. Lo que hagamos fluirá de manera natural de la persona en que nos
convirtamos mientras Dios nos va moldeando.
MÁS QUE UN EDIFICIO (LARRY OSBORNE)
Larry Osborne, el segundo de mis amigos que contribuyeron a este libro, es
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el pastor principal en la Iglesia North Coast, en Vista, California, y autor de
varios libros que son éxitos de venta. Entre ellos están Sticky Church
[Iglesia difícil], Sticky Teams [Equipos difíciles] y 10 cosas tontas que
creen los cristianos inteligentes.
En 1980, una iglesia recién fundada que se estaba reuniendo en la
cafetería de una escuela secundaria llamó a Larry para que fuera su pastor
principal. Él solo tenía veintiocho años, y carecía de experiencia previa
como pastor principal. En su primer domingo, se reunieron para el culto
ciento veintisiete personas, entre adultos y niños. En las semanas, los meses
y los años que siguieron, la asistencia fue descendiendo de aquel número
original. Aquellos años difíciles fueron un tiempo de prueba; una temporada
de zarandeo (Larry: yo los llamo «los años tenebrosos»), y al recordarlos,
Larry está consciente de que Dios estaba haciendo algo vital durante ese
tiempo. Sin que se dieran cuenta los involucrados en el proceso, Dios
estaba juntando lentamente un sólido equipo central de personal y ancianos;
el equipo que terminaría llevando a la Iglesia North Coast al floreciente
ministerio del que disfruta hoy.
Uno de los momentos clave de aquellos primeros años fue la decisión
que tomaron de edificar el ministerio de la iglesia alrededor de grupos
pequeños. Esto se convirtió con rapidez en el centro de toda la actividad y
de todo el crecimiento espiritual. Después de unos cuantos golpes y
arañazos, el plan comenzó a producir fruto, y ya en 1990, la Iglesia North
Coast había crecido hasta tener cerca de ochocientas personas. Se reunían
en un edificio alquilado, y justo cuando se estaban acomodando y viendo
algún crecimiento en los números, perdieron su contrato de alquiler. Con
apenas el dinero necesario en el banco para comprar un auto usado, la
congregación de Larry se enfrentó a una difícil decisión: ¿se debían atrever
a gastar cerca de dos millones de dólares para comprar y arreglar un
edificio, o debían ir a lo seguro y alquilar el local de un establecimiento
comercial que era mucho más pequeño y que pudieran pagar con facilidad?
En el local cabría cómodamente la congregación de ese momento, pero en
realidad, le estaría cerrando las puertas a todo crecimiento futuro.
Los líderes decidieron atreverse y hacer sacrificios para comprar una
propiedad más grande, y el riesgo que corrieron produjo frutos. En el año
1998, más de tres mil personas estaban asistiendo todos los fines de
semana, llenando al máximo unas dependencias donde había un santuario
con quinientos asientos. Aquello había ido demasiado rápido, y con mucha
frecuencia se quedaban sin espacio. Les faltaban los fondos y el tiempo
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para edificar unas dependencias más grandes, así que la iglesia decidió
innovar y proporcionar un culto adicional, usando la adoración en vivo y
una presentación por medio de vídeo que contenía el mensaje del fin de
semana. Para gran sorpresa de todos, este riesgo también produjo frutos. Su
creativo y novedoso enfoque fue el que inició un movimiento nacional de
iglesias que ofrecían sus cultos de adoración por medio de videos, lo cual
fue uno de los factores clave que llevaron al crecimiento del movimiento de
las iglesias multisitios varios años más tarde.
En el año 2000, la iglesia comenzó el proceso de adquirir una
propiedad de dieciséis hectáreas con el plan de crear un nuevo conjunto de
dependencias. La terminaciónde aquel plan se tomó diez años, y en junio
de 2010 la iglesia se mudó por fin a su nueva ubicación. Hoy en día, usando
una combinación de cultos de adoración en vivo y transmisión de la
adoración por medio de vídeos, la iglesia se reúne en tres recintos
diferentes y ofrece numerosas opciones para los cultos de fin de semana,
con una asistencia de más de ocho mil personas.
Larry admite que uno de los mayores retos que encontraron en el camino
fue el de asegurarse de que la Iglesia North Coast fuera más que un edificio.
Aunque North Coast ha ganado aclamación a nivel nacional, y ha sido
reconocida como una de las iglesias más influyentes e innovadoras de
Estados Unidos, su enfoque ha sido siempre llevarle al pueblo la Palabra
de Dios y permitir que sea Cristo quien transforme las vidas. Esta iglesia
desarrolla una amplia labor de alcance a la comunidad, con un promedio de
alrededor de dos proyectos de servicio al día cada año. Hace algunos años,
cerraron la iglesia durante un fin de semana y tuvieron el mayor fin de
semana de servicio realizado jamás por una sola iglesia. Durante cuarenta y
ocho horas, más de seis mil miembros de la Iglesia North Coast se
repartieron por toda la comunidad para realizar cerca de cien proyectos de
servicio. Hoy en día, hacen actividades similares aproximadamente cada
año y medio.
EL VAGÓN MAL RECIBIDO (WAYNE
CORDEIRO)
¿Y yo?
Mi esposa, Anna, y yo nos mudamos para Hilo, Hawái, en 1984. Yo
tenía treinta y un años de edad, y la iglesia que comencé a pastorear contaba
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con veintidós personas. Once años más tarde, la congregación había
crecido hasta alcanzar cerca de dos mil personas. Construimos un edificio
nuevo, y todo parecía ir bien, a pesar de las presiones continuas e intensas
que trae consigo el ministerio pastoral.
Entonces, en 1995, sentí muy fuertemente que Dios quería que
comenzara de nuevo… a partir de cero. Para mí, aquello era una clase
distinta de zarandeo; un verdadero caminar en fe. Ya tenía cuarenta y dos
años, y sentía que Dios me pedía que fundara otra iglesia a cuatrocientos
kilómetros al norte de donde estábamos ubicados. En nuestros once años
allí, ya habíamos fundado nueve iglesias, y cuando sentí por vez primera el
llamado, pensé que solo tendría que entrenar a otro fundador de iglesias y
enviarlo. Sin embargo, Dios tenía en mente algo distinto. Terminé
entregándole el liderazgo a mi asistente, y mi esposa, mis tres hijos y yo
dejamos nuestro cómodo hogar y la familia de nuestra iglesia para
comenzar de nuevo en esta aventura de fundar una iglesia en Honolulu.
Cuando llegué, puse un plano de Honolulu en mi pared. Era una ciudad con
un millón de habitantes. En mi mente, caminaría por las calles y oraría por
la salvación de los que vivían a los lados de los caminos. Algunas veces
recorría las calles con mi mano en el plano, y sentía como si en verdad
estuviera compartiendo el dolor de los que residían allí.
El 10 de septiembre de 1995 celebramos nuestro primer culto en la
nueva iglesia. El plan comenzó sin propaganda alguna, y pronto nos vimos
desbordados. Al cabo de seis meses teníamos una asistencia promedio de
mil quinientas personas. Estábamos celebrando tres cultos cuando Dios me
retó a celebrar cuatro, y después cinco. Yo estaba cansado y exhausto, pero
la iglesia estaba creciendo y no tenía más remedio que seguir adelante con
la duodécima repetición en el banco de ejercicios.
Fue entonces cuando comenzó de nuevo el zarandeo.
Un grupo de pastores descontentos pidieron una reunión–almuerzo
conmigo. Yo había recibido cartas de varios de ellos en los meses pasados,
porque algunos de los miembros de sus congregaciones habían dejado sus
iglesias, y ahora estaban asistiendo a la nuestra. «Ladrón de ovejas»,
«Predicador de un evangelio rebajado» y «Todo forma parte de su
personalidad» eran frases que citaban con frecuencia. Hasta comenzaron a
darle a nuestra iglesia el nombre de Wayne’s World [el mundo de Wayne].
Al principio era divertido, pero después comenzó a herir profundamente.
Anticipándome al tribunal, luché con la forma en que respondería a sus
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alegatos. Reuní mis defensas y coordiné mis razonamientos. La noche
anterior escribí mis argumentos y justifiqué mis acciones en un papel que
tenía en la mesa de noche. Satisfecho con mi línea de razonamiento, me metí
en la cama. Pero no podía dormir. Dios me indicó que me levantara para
volverme a arrodillar. En secreto, estaba esperando que él me revelara una
defensa mejor aun para mi reivindicación, y tenía la pluma preparada para
las nuevas municiones cuando oí que el Señor me decía: «Mañana vas a
morir». ¡No era eso precisamente lo que yo estaba pensando! De nuevo me
repitió esas mismas palabras: «¡Mañana vas a morir!». Confuso, le pedí
que me aclarara aquellas palabras, y oí que me decía: «La razón por la que
hay tanto antagonismo entre los líderes de esta comunidad, es que ninguno
está dispuesto a morir. Te estoy pidiendo que no uses defensa alguna.
Guarda silencio, recibe lo que ellos te digan, y muere, en lugar de pelear.
No habrá victoria alguna mientras no haya alguien que escoja morir
voluntariamente, en lugar de ganar».
Tengo que confesar que, aunque esto suena muy espiritual, en aquellos
momentos no estaba dispuesto a ir allí. Luché con Dios, batallando con mi
necesidad de defenderme, hasta que finalmente me sentí en paz con lo que él
me estaba pidiendo. Centré mi atención en la cruz, y recordé que Jesús no
venció al poder de la maldad y el pecado a base de lanzar sobre él una
legión de ángeles para que realizaran un juicio justo. Como logró la victoria
fue estando dispuesto a sufrir la humillación y la muerte.
Al día siguiente, decidí morir. Decidí que no iba a contestar peleando;
no iba a tratar de defenderme. Al principio, sentía como si me estuvieran
taladrando los dientes sin anestesia, pero al fin pude ver que se trataba de
una batalla espiritual, no una batalla de relaciones. Lo que estaba
sucediendo tenía más que ver con lo que Dios estaba realizando para sus
propósitos eternos, que con lo que yo quería que se hiciera en el futuro
temporal inmediato. Mientras escuchaba las historias que aquellos pastores
y líderes de iglesias compartían conmigo, comencé a comprender en
realidad su lamentable situación y a valorar su sufrimiento. Oí decir a
alguien en una ocasión que se puede definir la fe como vivir por adelantado
lo que solo vamos a poder comprender en marcha atrás. Al llegar a aquella
reunión, sé que no tenía pista alguna, y solo sabía lo que Dios me había
revelado. No había garantías. Todo lo que yo tenía era fe.
Hoy en día, disfruto de buenas relaciones con los pastores de nuestra
zona. La mayoría de las tensiones y sus amargos resentimientos han
quedado resueltos. Nuestra iglesia tiene un promedio de asistencia de
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catorce mil personas y nueve recintos satélites, y más de ciento diez mil
personas han tomado por primera vez la decisión de hacerse cristianas.
También hemos fundado otras veinte iglesias New Hope en Oahu, y ciento
veintidós iglesias a lo largo de todo el borde del Pacífico y más allá.
Tenemos sitios en Hawái, Las Vegas, Seattle, Los Ángeles, Montana, las
Filipinas, Japón, Myanmar y Australia.
Con todo, el proceso de zarandeo nunca se acaba por completo, aunque
haya temporadas en las cuales las pruebas son grandes. Recientemente, el
Señor me ha estado haciendo atravesar por otra temporada más. En 2008, el
devastador ritmo de mis formas de ministrar y mis hábitos de trabajo me
alcanzó, y me encontré en un hospital de California sufriendo una operación
de emergencia del corazón. Por la gracia de Dios, sobreviví, pero sabía que
necesitaba cambiar mi manera de vivir. Había llevado demasiado tiempo
caminando demasiado rápido, y Dios tenía un nuevo mensaje para mí: que
el liderazgo en la iglesia tiene tanto que ver con lo que somos, como con lo
que hacemos, y este es uno de los mensajes centrales que contiene el
presente libro.
CUANDO ERES ZARANDEADO
¿Y tú?
Sin duda, los detalles concretos de tu historia son diferentes a los
nuestros.Sin embargo, entre tú y yo, y Larry y Francis, todos compartimos
muchos rasgos y muchas metas en común. Todos queremos ver avanzar el
evangelio. Todos queremos ver que se fundan iglesias saludables en el
mundo entero. A fin de cuentas, todos queremos seguir a Jesucristo con todo
el corazón. Y todos hemos sentido que el Señor nos ha dicho «no» o
«espera» en temporadas en las que nosotros habríamos querido que él nos
dijera que «sí».
En resumen, al final, lo que todos estamos esperando es que florezcan
líderes de iglesias que tengan un carácter piadoso y excelente, y que
establezcan nuevas congregaciones para la gloria de Dios. Queremos que
participes en un ministerio eficaz y significativo, y al mismo tiempo que
aprendas a mantener bien cuidado tu corazón a través de tantas tensiones
difíciles.
Te queremos exhortar a que, en lugar de rebelarte contra esta temporada
de zarandeo, aprendas el lenguaje de Dios y colabores con lo que él está
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haciendo. Sigue levantando las pesas que estás alzando, aunque tengas
ganas de darte por vencido. Dios ha prometido darte la ayuda suficiente
para que levantes todo ese peso, al mismo tiempo que edificas la
profundidad de carácter y la fortaleza necesarias que él quiere desarrollar
en ti. Dios va a hacer algo por medio de ti, si tú primero le permites que él
haga algo dentro de ti.
RECUERDA
Primero, Dios tiene que realizar algo dentro de ti, antes de poder
realizar algo por medio de ti.
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2
Identifica los dos días más grandes
de tu vida
Me agradaría comenzar este capítulo haciéndote una pregunta que, para
bien o para mal, se hacen a sí mismos o les hacen a sus colegas muchos
líderes de iglesias. Es una pregunta sincera en la cual pensamos de vez en
cuando. Imagínate dos pastores, ambos de treinta y cuatro años de edad.
Asistieron a la misma universidad, al mismo seminario y tienen los mismos
títulos. Ambos son hombres con habilidades y capacidades, entregados al
evangelio de Jesucristo, pero sus llamados dentro del ministerio son
radicalmente distintos.
¿Cuál de estos dos líderes es el que ha tenido mayor éxito?
Como es natural, para responder esa pregunta querríamos saber qué han
hecho. Saber hasta qué punto ha sido eficaz su ministerio.
El primer hombre fundó una iglesia en un barrio de gente acomodada en
una ciudad rica de Estados Unidos. Los que asisten a su iglesia son en su
mayoría personas que han obtenido grandes logros y tienen una familia
joven. El fundador de la iglesia es un hombre dinámico, agradable y buen
comunicador. Predica directamente de la Palabra de Dios y el crecimiento
de su iglesia ha sido increíble.
A los diez años de comenzar su ministerio, su iglesia celebra ya cinco
cultos, y cuenta a su haber con varios miles de personas que han decidido
por primera vez seguir a Cristo, sin contar miles de vidas más que han sido
tocadas con el evangelio. De acuerdo con todas las apariencias, este
fundador de iglesia ha hecho exactamente lo que Dios le ha pedido que
haga.
El otro hombre se mudó a otra gran ciudad de Estados Unidos y
comenzó una iglesia orientada hacia el alcance de la comunidad, que le
ministra a un grupo étnico determinado de personas. Tradicionalmente, este
grupo ha estado cerrado al evangelio. De hecho, con frecuencia los que se
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convierten al cristianismo dentro de esta subcultura son objeto de las burlas
de sus parientes y amigos. Algunas veces han cortado todas las relaciones
que tenían con ellos. Este ministro no se puede anunciar abiertamente, y ni
siquiera hablar acerca de su iglesia, por temor a las represalias de los
líderes de esa comunidad étnica que él está tratando de alcanzar.
A los diez años de comenzar su ministerio, la iglesia que se reúne en su
casa cuenta con ocho personas. En el tiempo transcurrido desde que
comenzó esa obra ha tenido muchas conversaciones espirituales con la
gente acerca de la persona y el ministerio de Jesucristo, pero las
conversiones han sido muy pocas.
Pensemos de nuevo en la pregunta: ¿cuál de estos dos líderes es el que
ha tenido mayor éxito?
¿Estás luchando ahora con la respuesta a la pregunta?
Como ves, teológicamente podemos razonar esta pregunta y estar de
acuerdo en que ambos líderes están actuando con fidelidad a su llamado, y
que Dios mide el éxito por la fidelidad, y no por los números. Tal vez
podríamos decir que ante los ojos de Dios, ambos líderes tienen el mismo
éxito. Y yo creo que eso es correcto. Ambos líderes han sido fieles a la
obra que Dios los ha llamado a realizar.
Pero ahora viene la pregunta más difícil; la que revela nuestro corazón.
¿Cuál de los dos preferirías ser tú?
EL INSTINTO DE COMPARAR
Vivimos en unos tiempos en los cuales nos es más fácil que nunca
compararnos con los demás. Hay estadísticas y cifras por todas partes, y
podemos con facilidad comparar nuestra iglesia con otras a partir del
número de asistentes, los bautismos, o alguna otra métrica que se nos ocurra
para medir el crecimiento y el éxito. En un instante, podemos ver el número
de seguidores que tenemos en Facebook, el número de seguidores en
Twitter que están pendientes de todos nuestros pensamientos, el número de
personas que entran a leer nuestros blogs, el número de veces que han visto
un sermón, y prácticamente cualquier otro número que queramos conocer.
También podemos visitar el portal que tiene en la web otra iglesia y ver
con exactitud lo que esa iglesia está haciendo. Podemos descubrir
información acerca de su tamaño, elogios, alcance, amplitud e influencia.
Podemos ir al portal personal o la página de Wikipedia de cualquier otro
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pastor, y ver los artículos y los libros que están escribiendo los demás
pastores. Podemos ver su calendario de conferencias diarias y mensuales.
Tenemos acceso instantáneo a lo grandiosos que ellos —y nosotros— son
(o no son). Y todo esto crea en los líderes de las iglesias una tentación
enorme: la tentación de compararse. Nos podemos decir a nosotros mismos
que lo importante es la fidelidad; hacer lo que Dios nos ha llamado a hacer.
Sin embargo, la tentación de compararnos yace dormida en nuestro corazón,
y surge cada vez que nos preguntamos: ¿cómo me va a mí, comparado con
todos los demás?
Los estudios han demostrado constantemente que una de las cuestiones
personales más difíciles para los que fundan iglesias, y al fin y al cabo,
para todos los líderes de iglesias, es la autoestima. Los líderes nos
enfrentamos a tentaciones en este aspecto cada vez que miramos a otro
ministerio y nos preguntamos por qué no vemos en el nuestro el mismo nivel
de éxito. O tal vez miremos al número de cultos de otra iglesia, al tamaño
de su congregación, o al número de personas convertidas en un año
determinado, y al saber que a nosotros nos va mejor, nos sintamos seguros y
pensemos que hemos obtenido grandes logros. Vemos lo que hacen otros y
nos decimos que deliberadamente no vamos a imitar en nuestras iglesias
algo que hemos visto, o hacemos lo contrario y copiamos lo que admiramos
o valoramos. Nos comparamos con otro líder y, o bien nos sentimos en
competencia, pensando que nosotros podemos hacer las cosas mejor, o nos
sentimos inadecuados, pensando que nunca estaremos a su altura. Caemos
en una de las trampas más comunes en el liderazgo de las iglesias: dejamos
de encarnar para comenzar a imitar.
He aquí algunas preguntas a tener en cuenta:
 Cuando oyes decir que el líder de otro ministerio está experimentando
el éxito en los números, ¿qué es lo que te pasa por la mente de
inmediato? ¿Te alegras por él, o te sientes frustrado porque no ves
reflejados esos números en tu iglesia? El hecho de oír hablar de los
números de otra iglesia, ¿provoca en ti una sensación de
competencia, o incluso de celos?
 ¿Alguna vez has mirado el éxito de otro pastor o de otra iglesia que ha
sido fundada, y te has preguntado a ti mismo en voz baja por qué ese
no puedes ser tú?
 Si otra iglesia de tu ciudad está realizando un tipo concreto de
ministerio, ¿has sentido alguna vez la necesidad de copiar ese
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ministerio, o de igualar su tamaño? Por ejemplo:«Ellos tienen
planificados cuatro cultos para la víspera de Navidad, así que
nosotros debemos hacer lo mismo».
 ¿Alguna vez te has sentido envidioso de las «ventajas» que ha
recibido otro pastor, ya sea en cuanto a sueldo, apoyo, edificios a su
disposición, conferencias, contratos para escribir libros o número de
personas que asisten a su iglesia?
 Cuando has entrado al portal de otra iglesia u otro pastor en la web, y
da la impresión de que esa iglesia o ese ministerio está alzando el
vuelo, ¿cómo te sientes realmente en ese momento? ¿Te agrada saber
que ese ministerio está avanzando, o te sientes celoso, frustrado o
incapacitado?
 ¿Alguna vez has visitado una iglesia que tiene una programación
espectacular y le has quitado importancia diciendo algo como esto:
«Bueno, el evangelio no es un espectáculo como el que ellos están
presentando. ¡La iglesia no es Las Vegas! Es la esposa de Cristo»,
cuando en realidad te estás sintiendo inseguro o inferior ante lo que
acabas de ver?
Muchos pastores me preguntan acerca de lo que yo pienso con respecto
a las iglesias misioneras que están surgiendo, o qué me parecen las iglesias
en los hogares. Yo me limito a decirles que me siento contento por todos
ellos. Entonces me contestan: «¡Pero si esa gente te clasifica a ti y a otros
pastores de megaiglesias como espiritualmente adulterados y “orientados
solamente a las multitudes”!».
Yo les pregunto: «¿Has visto alguna vez a un nadador de estilo libre en
una competencia?». Estos nadadores saltan desde un extremo de la piscina y
cuando llegan a otro extremo se encogen bajo el agua y disparan el cuerpo
en la dirección contraria a base de empujarse con la pared de la piscina.
Esto les da propulsión e impulso. Nosotros hacemos eso con otros
ministerios o líderes a quienes tal vez no comprendamos. Nos alejamos de
la megaiglesia con un buen empujón, haciendo resaltar algo con lo que no
estamos de acuerdo, y eso le da poder e impulso a nuestro punto de vista.
Nos apartamos de un golpe de un estilo, o empujamos algo para conseguir
impulso. No hagas eso. Todo el mundo necesita ser capaz de mantenerse en
pie por sí mismo, sin comparar lo que él hace con lo que hacen otros. No
nos es posible adquirir un impulso que perdure a base de edificar nuestra
visión en respuesta al ministerio de otra persona.
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Dedica ahora mismo un momento para hacerte algunas preguntas
difíciles. Toma un lápiz y escribe tu respuesta en la próxima página. ¿Cómo
responderías ante el impulso siguiente?
 Cuando me siento tentado a compararme a mí mismo (o a mi ministerio)
con otro líder (o ministerio), esa tentación suele tomar el siguiente
aspecto:
Esta cuestión de la comparación en realidad tiene que ver con lo que
nosotros creemos que es el éxito. ¿Tu idea de lo que es tener éxito se
relaciona con la fidelidad, o tiene que ver más con la influencia? ¿O acaso
se trata de algo totalmente distinto? En la Palabra de Dios se encuentra la
respuesta. ¿Cómo determina Dios si hemos triunfado o no? ¿Y cómo
aprendemos nosotros a servirlo a él de una manera que evite la trampa de la
comparación constante con los demás?
SI TODO EL CUERPO FUERA OJO
En muchos aspectos de la vida, el éxito sigue una senda progresiva y lineal.
Por ejemplo, para ganar una carrera, lo que importa es llegar a la meta más
rápido que los demás. Cuando hacemos un examen en la escuela, el éxito
está determinado por el hecho de conseguir una puntuación, y
preferiblemente, mientras más alta, mejor. En este paradigma, el éxito es
definido a base de superlativos: la persona con mayores éxitos es la
primera, la más rápida, la mayor, la mejor, la más estupenda, la más rica, la
más lista, y así sucesivamente.
En cambio, el éxito en el ministerio es definido por un paradigma
paradójico. Jesús dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último
de todos y el servidor de todos» (Marcos 9.35). O veamos el salón de la
fama que aparece en Hebreos 11. Los que son mencionados allí «murieron
sin haber recibido las cosas prometidas» (Hebreos 11.13). Aunque son
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aclamados como ejemplos de fe, si fuéramos a juzgar a partir de las
apariencias solamente, tendríamos que considerarlos a todos como
fracasados. Si queremos comprender lo que significa tener éxito como líder
de una iglesia, debemos comenzar por desechar nuestros paradigmas
culturales y aprender a aceptar lo que dice la Biblia.
Entendido de esta forma, el éxito como líder de una iglesia no viene por
ser:
 el primero
 el más rápido
 el mayor
 el mejor
 el más estupendo
 el más rico
 el más listo
En ese caso, ¿qué significa tener éxito como líder de una iglesia?
La Biblia nos presenta una imagen poco usual para ayudarnos a definir
el éxito: un cuerpo. El tema de 1 Corintios 12 es territorio conocido para la
mayoría de los líderes de las iglesias. Todos sabemos que Pablo habla de
que la iglesia está unida como lo está el cuerpo de una persona y, sin
embargo, está compuesta por muchas partes. Dios les da diferentes dones a
personas diferentes para el bien común. Unos reciben el mensaje de
sabiduría por medio del Espíritu; otros el mensaje de conocimiento, otros
fe, otros dones de sanidades, otros interpretación de lenguas, y la lista
sigue.
En el pasado, los cristianos han medido el éxito centrándose en la
unidad. Es un buen punto de partida, pero ¿cómo definir la unidad? ¿Cómo
logra un cuerpo que todas sus partes, tan diferentes y únicas, funcionen
como un todo unido con una coordinación perfecta? Pensar en el cuerpo nos
ayuda a ver que la unidad no consiste en que todas las partes hagan
exactamente lo mismo. El estómago no puede esperar que el hígado
funcione igual que él. Esa clase de unidad en un cuerpo se deletrea como
«m–u–e–r–t–e».
Hay una definición mejor de unidad en el cuerpo, y es cuando el
estómago actúa como estómago, y el hígado actúa como hígado. El
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verdadero éxito no viene de que los diferentes órganos se comparen unos
con otros, luchando para ver cuál es el mejor o el más útil. Al contrario, se
produce cuando apoyan y aplauden el papel importante y distintivo que
desempeña cada uno de ellos, aunque el corazón se sienta tentado
constantemente a enfocarse en lo temporal que es la uña de un dedo. Cuando
mejor funciona un cuerpo es cuando cada una de sus partes apoya las
diferentes funciones de cada miembro. Es el mismo Espíritu quien da los
diferentes dones, y todos son para el bien común. Pablo comenta de manera
humorística lo raro que sería que un pie dijera: «Como no soy mano, no soy
del cuerpo» (1 Corintios 12.15). O si una oreja se comparara a sí misma
con un ojo y se preguntara por qué ella no desempeña la misma función. O
si un cuerpo solo fuera una nariz gigantesca, ¿qué otra cosa podría hacer,
que no fuera olfatear?
Lo que Pablo nos quiere enseñar es que la comunidad cristiana está
pensada para que funcione como un equipo. Las personas que componen ese
equipo tienen funciones diferentes, y eso es de esperarse; incluso es
necesario. Las comparaciones no funcionan dentro de este paradigma,
porque la estructura estaría comparando manzanas con naranjas, o triciclos
con camiones Mack. La meta no está en la igualdad ni en la similitud, sino
en una madura aceptación de la diversidad; en el reconocimiento de que el
equipo solo avanza cuando funciona como un todo, y cada uno de los
miembros contribuye al gran cuadro de éxito.
Tal como la Biblia lo define, tu éxito como líder de una iglesia procede
de:
 estar consciente de tus dones específicos, y
 ser fiel en la práctica de esos dones para la honra del nombre de
Jesús.
¿Cuál es tu contribución específica al cuerpo de Cristo? Dedica un
momento a poner en orden lo que sabes acerca de tus dones. Toma un lápiz
y escribe tu respuesta en los espacios que aparecen a continuación.
 Mis puntos más fuertes en el ministerio son:
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 Mis aspectos más débiles en el ministerio son:
¿Estás practicando tus dones de la mejor manera que te es posible, sin
mirar con desprecio a los líderes que tengan dones diferentes, ni desear
tener los dones que tienen otros

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