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ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA*
GONZALO CRUZ ANDREOTTI
Universidad de Málaga
La intención de las líneas que siguen es, en la medida de lo posible, complementar 
lo dicho en estas mismas páginas por los colegas Patrick Counillon y Francesco 
Frontera sobre la naturaleza de la obra estraboniana y su Libro III, individualizán-
dolo en la especificidad de la Bética-Turdetania. Adicionalmente, y siempre tenien-
do en cuenta la tradición de la geografía helenística de la que parte y su propio 
método de recopilación y elaboración, dilucidar también qué proceso histórico sub-
yacente existe detrás de la descripción estraboniana de aquélla.
1 
Si Estrabón lo vemos en esta segunda edición de los Coloquios sobre «La invención 
de una geografía de la Península Ibérica» obviamente no es solo por una cuestión 
cronológica, sino porque representa otra etapa en la percepción de Iberia. Una etapa 
que no está marcada por una «geografía de la guerra», es decir, la que se construye al 
paso de los ejércitos durante el largo proceso de conquista y pacificación (y que es la 
que queda reflejada en las actas publicadas en el 2006)1, sino por una «geografía de 
la civilización», entendida como la de la integración de los territorios peninsulares 
La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P., 
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 251-270.
* Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación HUM 2004-02609/HIST del Ministerio de 
Educación y Ciencia y en el Grupo de Investigación de Estudios Historiográficos (N.º Hum. 0394) de la Consejería 
de Educación de la Junta de Andalucía. 
Las citas textuales del Libro III corresponden a la traducción realizada por F.J. Gómez Espelosín para Alianza 
Editorial, Madrid, 2007. Salvo que se indique lo contrario, las referencias son a la Geografía de Estrabón. Damos 
las gracias desde aquí a todos los colegas que nos han permitido consultar los trabajos en prensa.
1 Una introducción muy sugerente a la relación entre conquista y aprehensión geográfica para el período 
republicano en LE ROUX, P. (2006): 37 ss.
Gonzalo Cruz Andreotti
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en el marco mediterráneo, y de la transformación de su paisaje político y humano a 
lo largo de buena parte de la historia que –en cada caso– podamos reconocer.
No voy a repetir lo que otros ilustres colegas han escrito en las páginas prece-
dentes, pero, como habitualmente se admite, no pretendamos encontrar en Estrabón 
una «geografía del presente», sino, por el contrario, tenemos ante nuestros ojos el 
resultado acumulativo de distintas experiencias sobre Iberia, pasadas por el tamiz 
reflexivo del corpus teórico y conceptual de la geografía helenística2. Es muy difícil 
encontrar en él, de manera explícita, referencias a fuentes que no sean las clásicas de 
la disciplina geográfica e histórica, que para el caso de Iberia son más que conoci-
das: Eratóstenes, Píteas, Polibio, Posidonio, Artemidoro, Asclepíades o Timóstenes3. 
También es sabido que los datos de carácter jurídico y administrativo, tampoco nada 
abundantes, aparecen como escueto resumen final de cada uno de sus capítulos4.
Para Estrabón los territorios que definitivamente integran la ecúmene medite-
rránea (¡como a Heródoto no le interesa otra!) son bastante más que una sucesión de 
penínsulas jalonadas por accidentes geográficos, ciudades, villas o pueblos; se con-
forman además a partir de la historia que pasa a través de ellos hasta dotarle de un 
nombre, una personalidad y una idiosincrasia particular, y cuyo resultado en última 
instancia está en el «carácter» final de sus habitantes y sus pueblos5. Pasado y pre-
sente histórico se terminan fundiendo en una única realidad, lo que condiciona parte 
de la descripción geográfica con un material que está muy elaborado. Asumiendo 
este principio como estructural a su consideración de qué geografía es útil para el 
deleite y el conocimiento del hombre de gobierno (I 1.1), podremos comprender 
mejor su idea de la «geografía como una filosofía», es decir, como parte de una 
enseñanza (paideia) que informa al hombre culto –a la vez que lo entretiene– sobre 
la «mejor forma de vida» entendida desde una perspectiva histórica6.
2 Como apunta PRONTERA, F. (2003): 101: «De la plena y declarada adhesión del autor a los motivos 
ideológicos del Imperio, fundado por Augusto, deriva la perspectiva dominante que origina la reelaboración de la 
literatura helenística. Pero reflexionar sobre la enorme trama en que se inserta la tradición de la geografía ibérica, 
puede quizás ayudar a comprender mejor la novedad de la perspectiva de Estrabón».
3 Vid. TROTTA, F. (1999): 81-99.
4 Y siempre vistos desde una perspectiva procesual: «…los romanos por su parte denominaron de la misma 
forma Iberia o Hispania a todo el territorio, a una parte de ella la llamaron ulterior y a la otra citerior; pero sus 
divisiones varían con el tiempo adaptando su dominio político a las circunstancias…» (III 4.19). Ello explicaría la 
superposición de terminologías distintas: cf. POTHECARY, S. (2005): 162-68. 
5 THOMPSON, L.A. (1979): 213-230.
6 Las citas sobre qué entiende por geografía, hasta construir un verdadero manual de la disciplina, son muy 
abundantes en todo el libro I, especialmente en su capítulo 1. Elevar a la geografía a la categoría de filosofía es, 
de esta manera, ponerla en el primer nivel de las enseñanzas fundamentales, lo que coincide –por ejemplo– con el 
renovado interés sobre el tema en estos momentos: cf., por ejemplo, la intención frustrada de Cicerón de redactar 
una geografía (CIC., Att. 2.4,1; 2.6,1; 2.7,1) –vid. en estas mismas páginas el trabajo de Pascal Arnaud y el ya clá-
sico de NICOLET, Cl. (1989): 3 ss. Es la geografía una filosofía porque comparten ambas «disciplinas» una forma-
ción interdisciplinar, una tradición común y un conocimiento universal. Y, además, porque es útil al hombre culto y 
de gobierno, le aporta sabiduría y placer (vid. PRONTERA, F. [1984]: 215 ss.).
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El caso de Turdetania es particularmente paradigmático en el sentido del que 
estamos hablando, como ya ha sido destacado por algunos autores7. Dentro de una 
descripción de Iberia que tiene mucho de retórica a partir de la gradación civilización/
barbarie8, a medida que ascendemos de latitud la comunión entre un pasado históri-
co remoto y las transformaciones del paisaje geográfico y humano en el presente se 
va diluyendo a favor de un tiempo más cercano, en el que el protagonismo romano 
adquiere un papel más sobresaliente no sólo porque estructura unos territorios y orga-
niza unas comunidades hasta ese momento empobrecidas y dispersas en un espacio 
muy fragmentado, sino sobre todo porque las introduce en el curso de la historia9. 
2 
Aunque el Libro III define una unidad peninsular, delimitada de manera clara con los 
Pirineos como frontera (III 1.3; 4.11), la articulación interna sigue un modelo peri-
7 Trabajos que se han convertido en clásicos: ARCE, J. (1989): 213-222; PLÁCIDO, D. (1987-1988): 243-256.
8 En la que juegan un papel substancial las condiciones naturales y climáticas y el nivel de aislamiento/
comunicación: «De ésta [Iberia], la mayor parte de su territorio está poco habitado: pues consiste sobre todo en 
montañas, bosques y llanuras de suelo pobre y ni siquiera regado de manera uniforme; la parte situada al norte 
es muy fría además de escarpada y se halla situada junto al Océano, a lo que se añade su aislamiento y su falta de 
relación con las demás partes, de manera que destaca por las difíciles condiciones de su habitabilidad. Estas par-
tes son tales como decimos. En cambio la parte del sur es casi toda ella fértil, sobre todo la situada más allá de las 
Columnas» (III 1.2).
Ver en general THOLLARD, P. (1987); recientemente: CASTRO PÁEZ, E. (2004a): 243-253, y el trabajo de 
Patrick Counillon en estas mismas páginas.
9 Clarificador:«Pues en los pueblos más conocidos y reputados se conocen las migraciones y las distribu-
ciones del territorio y los cambios de denominación y cualquier otra cosa similar: pues son objeto de mención por 
parte de muchos y especialmente por los griegos, que se han convertido en los más locuaces de todos en estas cues-
tiones. Pero en lo que respecta a los pueblos bárbaros, alejados, pequeños y dispersos, las menciones existentes no 
son seguras ni numerosas; pues cuanto más lejos quedan de los griegos más aumenta la ignorancia» (III 4.19).
Aunque no es la intención de este trabajo, el papel de Roma en el interior debe ser matizado, pues no es lo 
mismo Celtiberia que la zona septentrional, poniendo por caso. Recuérdese que debe polemizar con Polibio y 
Posidonio (en III 4.13) sobre el número de ciudades que computaban uno y otro en la Celtiberia en tiempos de 
T.S. Graco, lo que está en relación con el grado de desarrollo de la región en el pasado no romano y el papel juga-
do por Roma: «de la misma manera los que afirman que las ciudades de los iberos son más de mil, me parece que 
llegan hasta esta cantidad calificando como ciudades las aldeas grandes. Pues ni la naturaleza del territorio permi-
te la existencia de numerosas ciudades por la aridez, el aislamiento y su carácter salvaje, ni sus modos de vida ni 
sus acciones, a excepción de los que habitan el litoral de nuestro mar, avalan nada semejante: pues los que habitan 
en aldeas son salvajes, y tales son la mayor parte de los iberos; y ni siquiera las ciudades constituyen un factor de 
civilización cuando predomina el hecho de habitar en los bosques para daño de sus vecinos…» (ibidem), porque 
ahora «…todos los iberos que han adoptado esta forma de comportamiento son denominados togati (entre estos se 
incluyen también los celtíberos que fueron considerados en un tiempo los más salvajes de todos)…» (en III 2.15). 
Pero compárese con la descripción de los «pueblos montañeses» que tienen un nivel de vida primitivo y donde la 
acción civilizadora a través de la guerra de conquista ha sido más directa e inmediata: galaicos, astures, cántabros, 
pleutauros, bardietas, alotriges, etc. (en III 3.7), … «en la actualidad, como dije, todos han dejado de hacer la gue-
rra: pues César Augusto ha puesto fin a las actividades de los cántabros y sus vecinos, que todavía en la actualidad 
persistían en sus costumbres de bandidaje…» (III 3.8).
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plético y corográfico de costa a interior, en el que ciertas unidades geográficas orga-
nizadas en torno a grandes corrientes fluviales (Ebro; Guadalquivir-Guadiana; Tajo 
y, en mucho menor medida, Duero) y cadenas montañosas (Idúbeda y Orospeda) 
poseen entidad y homogeneidad por sí mismas10. Paradójicamente, y aunque nuestro 
autor es deudor de una ciencia geográfica que poco tiene que ver con la práctica de 
la conquista11, su punto de vista coincide con la perspectiva geográfica del conquis-
tador, que después de la segunda guerra púnica prioriza las regiones marítimas sobre 
las continentales, y las más cercanas a Roma frente a las más lejanas. Una coinci-
dencia –la perspectiva de los «circuitos de la tierra» y la del avance los ejércitos 
romanos en los dos largos siglos de conquista– que aunque Estrabón no lo afirma 
taxativamente es posiblemente el resultado de sus afinidades con Polibio, para quién 
serán sobre todo los ejércitos los que faciliten el desarrollo de la geografía y permi-
tirán que los espacios vayan siendo definidos (adquieran un nombre, diría él –PLB., 
III 37.11–), aunque a pesar de ello la geografía como tal será siempre el resultado 
de una combinación entre el saber acumulado, la necesidad de conocer del hombre 
culto y las nuevas realidades históricas (PLB., III 59.3 ss.).
Dicho esto, la estructura descriptiva de la Turdetania es bien sencilla, y común 
a otros lugares de similares características: a su localización y extensión (III 1.6; 
2.1), le sigue la enumeración más o menos detallada del tipo y la densidad de su 
poblamiento (III 1.1 a 3), de las comunicaciones y las posibilidades económicas (III 
2.3-6), de las condiciones y de las riquezas naturales (III 2.6 a 10), para, finalmente, 
retrotraerse a la «historia antigua» del país (III 2.11 a 14) y el grado de implantación 
y adaptación a lo romano (III 2.15). Como puede verse, Estrabón combina básica-
mente un criterio cartográfico y etnográfico con el histórico para definir y describir 
esta parte de Iberia, más acorde con la tradición de la que parte y con la geografía 
que pretende alcanzar, y no un criterio administrativo –que conoce perfectamente, 
cf. III 2.15, 3.8 y 4.20–.
En este sentido, nuestro geógrafo encuentra en Turdetania todos los mimbres 
para elaborar una geografía descriptiva que se pueda considerar como tal: posee unos 
corpora de tradiciones propias y asociadas al territorio, y la posibilidad de reconstruir 
su historia y su geografía hasta el presente; tiene ante sí un paisaje homogéneo, ver-
10 Cf. PRONTERA, F. (2003): 97 ss. y la aportación de Patrick Counillon y sus mapas en estas mismas 
páginas, en la que queda meridianamente claro que existen importantes espacios interiores «cartográficamente en 
blanco», particularmente los meseteños, condicionado como está nuestro autor ya sea por el peso del periplo como 
esquema organizativo y que privilegia las zonas costeras (especialmente las mediterráneas), ya sea por la evidente 
falta de datos hidrográficos u orográficos contrastables que moldeen dichos espacios. 
Esto produce, asimismo, que en Estrabón coincidan una noción de Iberia/iberos en sentido amplia, con otra en 
sentido concreto: la que está entre los Pirineos (desde la zona cántabra), la Idúbeda, la Orospeda y las Columnas –la 
Iberia originaria– y perfectamente diferenciada étnico-territorialmente de la Turdetania, la Celtiberia, La Lusitania 
y la zona galaica y astur (cf. GÓMEZ FRAILE, J.M.ª [1999]: 159-187).
11 Y ésta es la conclusión principal del Coloquio –editado en el 2006– que precedió al que incluye estas 
páginas.
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tebrado y limitado según los principios geográficos más clásicos –costa, río, monta-
ña–; y, para rematar, está la evidencia constatada del «éxito» romano. La Turdetania 
se presenta, de esta manera, como el espacio ideal en el que poner en práctica buena 
parte de lo elaborado y aprendido hasta ahora sobre la geografía histórica12. 
3
A priori, los límites físicos de Turdetania están claros: la Orospeda o la cadena 
montañosa que «discurre sobre» Malaca al este (III 4.2; 6; 10); como frontera sep-
tentrional el curso superior del Anas, aunque también menciona una cadena monta-
ñosa sin nominarla (III 2.3) –posiblemente la parte occidental de Sierra Morena–; el 
Anas, en su tramo final, es también la frontera turdetana al occidente (III 2.1; 3) y, 
finalmente, la costa atlántica más allá de las Columnas por el sur (III 2.1): el espa-
cio está así perfectamente delimitado por accidentes reconocibles; en su interior una 
amplia llanura, rica y densamente poblada (III 1.6; 2.1) (vid. fig. 1). 
Obsérvese que aunque establece una clara analogía entre la denominación 
derivada del río homónimo –y que termina por definir la unidad administrativa 
romana– y la que procede del étnico (III 1.6; Bética/Turdetania), cuando se trata 
de delimitar los territorios excluye los que están «más acá» de la Orospeda, que 
por el contrario incluye en el relato de la costa mediterránea y el interior desde 
las Columnas hasta los Pirineos, así como también los que se encuentran ubica-
dos «más allá» del Anas, hasta el punto de que el Promontorio Sagrado merecerá 
un excurso aparte (en III.1.4 ss.). Está claro que la homogeneidad geo-etnográfica 
prima sobre cualquier otra consideración. Turdetania es, por tanto, el territorio de 
los turdetanos bañado por el Betis como eje primordial, a cuya navegabilidad, a sus 
posibilidades de comunicación, de acceso desde desembocadura (incluyendo los 
esteros y lasfluctuaciones regulares de las mareas), de riqueza agrícola, ganadera, 
pesquera y mineral proverbial o a las ciudades de sus orillas dedica buena parte de 
los parágrafos, lo que está en consonancia con su esquema de desarrollo histórico 
político y económico, alentado ahora por la pax romana13.
Pero los límites están menos claros aún cuando nos trasladamos al «mapa étni-
co», que es el que –no lo olvidemos– le da nombre al país y lo articula (vid. fig. 1). 
12 Vid. los trabajos de ARCE, J. (1989) y PLÁCIDO, D. (1987-1988) cits. y CRUZ ANDREOTTI, G. (1993): 
13-31.
13 Y obviamente defiende la continuidad Tarteso-Turdetania (pero ¿en algún momento coexistirían ambas 
denominaciones, como sostiene F. Villar [1995]: 265?). 
Estrabón distingue, además, el nombre derivado del hidrónimo del término administrativo que, para él, sigue 
siendo «ulterior» (XVII 3.25 y III 4.20 para la división en dos provincias); en él lo que tenemos en realidad es el 
proceso de transición hacia la definición del 16/15 a.C.; vid. POTHECARY, S. (2005): 163-65 e infra, n. 25.
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Más allá de que podamos asignarle un origen paleoindoeuropeo, como se ha hecho 
recientemente (de las raíces hidronímicas -tar/tart, -tur/-turt derivarían las formas 
helena Tarteso y latina Turdetania/turdetanos/túrdulos, al igual que de Baetis deri-
varía Baeturia y Baetica)14, no es menos cierto que no tenemos noticias de la men-
ción de Turdetania antes de de la llegada de Roma15. El «proceso etnogenético» de 
la construcción turdetana lo muestra nuestro autor con pinceladas. Éste es el motivo 
que explica, por ejemplo, que «actualmente» –es decir entre Polibio y el presen-
te– entre túrdulos y turdetanos «no parece que exista diferencia alguna» (III 1.6); 
unos túrdulos que, según Eratóstenes (en STR., III 2.11), eran los que habitaban la 
«tartéside», es decir el amplio espacio costero extremo occidental más allá de las 
Columnas (y «culturalmente» fenicio), pero que sólo ahora tras la llegada de Roma 
se pueden ubicar con más precisión: ya lo hizo Polibio (XXXIV 9.1-3) al colocarlos 
diferenciados al norte de los turdetanos, y lo remata Estrabón al «diluirlos cultural-
mente» (III 1.6) con estos últimos aunque resituándolos geográficamente en torno a 
Augusta Emérita (III 2.15), corrigiendo al alejandrino (III 2.11), y definirlos como 
«togados» o «estolados» (III 2.15) –como, por cierto, define ahora a la otra periferia 
de la Turdetania, la Celtiberia16–.
Unos túrdulos, dicho sea de paso, que persisten en su confusa ubicación geo-
gráfica (¿y en una identidad aparte y firme?17): dejando a un lado el polémico 
tema de los turduli ueteres del noroeste (Plinio –NH 4.112 y 13– y Mela –III 8–)18, 
Plinio (NH 3.8) y Mela (III 3-4) los emplazan junto con los bástulos, en la costa 
bética oceánica; pero a la vez el naturalista (PLIN., NH 3.13-14), define una zona 
de concentración de poblaciones túrdulas en la Baeturia Turdulorum al norte de la 
Turdetania. Asimismo, Ptolomeo (II 4.5), además de adjudicarle incluso poblaciones 
levantadas en la costa gaditana (como el Puerto Menesteo, Baelo, etc.), también les 
atribuye todos los territorios orientados hacia la Tarraconense, situados al norte de 
los bástulos poinoí hasta casi absorber a los turdetanos orientales (PTOL., II 4.9); 
unos turdetanos que, precisamente, el mismo Ptolomeo traslada hacia el occidente19.
Pero, como ha demostrado recientemente J. Untermann20, detrás de este etnó-
nimo homogéneo se esconde una realidad toponímica muy distinta: una céltica, la 
14 RODRÍGUEZ ADRADOS, F. (2000): 12-16; Un estudio exhaustivo con todas las variables en VILLAR, 
F. (1995): 268-270, donde propone un carácter indoeuropeo.
15 Una síntesis en GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. (2002a): 45 ss.
16 Para este tema CANTO, A.M.ª (2001): 423-474 e infra § 5.
17 Recuérdese un L. Antonio Vegeto Túrdulo (de los alrededores de Mérida), quien todavía a finales del siglo 
I o principios del II mostraba interés en resaltar este étnico en su origo (cf. SAQUETE, J.C. [1998]: 117-29).
18 Que Estrabón (III 3.5) hace ir hacia allá junto con los célticos.
19 En extenso: PLÁCIDO, D. (2004): 15-42, especialmente 36-41. Para Plinio nos remitimos al trabajo de 
F. Beltrán en estas mismas páginas. Para la Beturia túrdula ver PÉREZ GUIJO, S. (2001): 315-349; (2000-2001): 
105-121.
20 (2004): 299-214, especialmente pp. 204-208.
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de los túrdulos de la Beturia y de Lusitania, y otra que llama ibero-tartésica, la de 
los túrdulos meridionales; el etnónimo de estos últimos sería el derivado de la raíz 
común Turd-, Turt-, Tart-, Tars- en todo el área. La extensión del etnónimo a una 
amplia región geográfica se realizaría por homofonía entre el gran ethnos turdetano 
y los turduli hispano-célticos del norte, lo que originaría las elaboraciones (y confu-
siones) etnogenéticas comentadas.
Igualmente, Estrabón reconoce explícitamente la posibilidad de incluir dentro 
de Turdetania a los bástulos/bastetanos –III 1.7; 4.1– que habitan más allá de las 
Columnas, en torno a Calpe/Heraclea (III 2.1: «los bastetanos que mencionamos 
también pueden incluirse dentro de la Turdetania…» –en la antigua tartéside de 
Eratóstenes–), distinguiendo unos bastetanos «más acá»/«más allá» de Calpe (III 
4.1)21. Quizá podemos pensar lo mismo cuando a pesar de erigirse Oretania como 
uno de los límites orientales de Turdetania (III 1.6), incluye a sus regiones mineras 
y a sus principales ciudades (Cástulo; Sisapo) dentro de la descripción de esta últi-
ma (III 2.1), lo que puede ser lógico si tenemos en cuenta el recorrido del Betis que 
pasa «no muy lejos de Cástulo» (III 2.11). De hecho, llega a afirmar en otro lugar 
que se incluyen en la Turdetania «…los que habitan más allá del Anas y muchos 
otros de los pueblos limítrofes…» (III 2.1); y nos preguntamos: ¿célticos o conios 
de Conistorgis? (III 2.2); ¿lusitanos al sur del Tajo? (III 1.6); ¿gaditanos de Asta? 
(III 2.2); ¿oretanos o carpetanos occidentales? (III 2.1); ¿túrdulos de la Beturia 
céltica de Plinio? (III 2.3); ¿bástulos-bastetanos «más acá» de Calpe (III 4.1)?; o 
¿incluso los pueblos limítrofes dónde las fuentes del Betis, que son las del Tajo y 
del Anas, antaño tierra de celtíberos? (III 1.6; 2.11)22. 
21 Curiosamente, en la estructura descriptiva distingue Estrabón la Turdetania fluvial de la costera; la pri-
mera constituye el grueso de la narración (capítulo segundo), mientras que la segunda (exceptuando Gades que, 
como islas, son detalladas por separado, según era habitual) merece unos parágrafos inmediatamente después 
de la descripción del Promontorio Sagrado (III 1.7 a 9). Obviamente, la razón inicial hay que verla en fuentes 
elaboradas a la manera de periplo –¿Artemidoro?, ¿Timóstenes?– (la organización narrativa así lo indica) (cf. 
KRAMER, B. [2006]: 97-114). Pero no es menos cierto que esa «unidad geográfica costera» coincide con una 
identidad fenicia particular; una singularidad que también tiene su traslación política (¿conventual?) en torno a 
Gades, véase sino en III 2.2: «La ciudad más conocida en los esteros (…) es Asta, donde los gaditanos se reúnen 
en asamblea habitualmente, ya que está situada a menos de cien estadios del puerto de la isla». Vid. para un 
sustrato púnico a un lado y otro de las Columnas FERRER ALBELDA, E. (2004): 283-298 e ID. y PRADOS 
PÉREZ, E. (2001-2002): 273-282; interesante es la consideración de A. Domínguez Monedero –(1995): 223-
239– que piensa que Estrabón en la identidad bástulo-bastetana, «ha contaminado nombres correspondientes a 
dos entidades diferentes (o más probablemente a momentos y circunstancias distintas), los bástulos y los baste-
tanos, del mismo modo que se ha producido entre los turdetanos y los túrdulos» –p. 234–; autor que no descarta, 
por otro lado, el sustrato púnico.
22 Ampliando lo que apuntábamos al principio (cf. ns. 8 y 9), Turdetania es un espacio con etnias pero –para-
fraseando a G.Nenci cuando se refería a Heródoto– «sin etnografía», pues su condición de «sociedad urbana» con 
todo lo que ello implica no precisa de más precisión sobre la «forma de vida» de sus habitantes, al contrario de 
otras zonas peninsulares: con afirmar que tenían «crónicas y poemas de antigua tradición, y leyes versificadas de 
seis mil años» (III 1.6) bastaba y sobraba.
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Observamos que el etnónimo traspasa las «fronteras naturales» del propio 
territorio; cuanto no de las supuestos límites administrativos. Esto ha sido explicado 
en el sentido de que Estrabón, en su análisis, se ve condicionado por la evolución 
y los reajustes de los propios límites provinciales. De esta manera, la Turdetania 
sensu lato, aquélla que traspasa el Guadiana –y que habría que poner en relación 
con una Lusitania al norte del Tajo (III 3.3)– sería el reflejo de las modificaciones 
en los fronteras provinciales del 27 a.C.; en cambio, la Turdetania sensu stricto, que 
absorbe a los bástulos pero que se queda en el Guadiana, habría que leerla como la 
Hispania ulterior Baetica tras las reformas del 7-2 a.C., y que asimismo habría que 
relacionar con la afirmación estraboniana de que «ahora» a los antiguos lusitanos al 
norte del Duero se los llama galaicos (III 4.20; III 3.2 y 3), es decir, con la inclusión 
del cuadrante noroccidental a la Hispania citerior Tarraconensis y la reducción de 
la Lusitania al sur del Duero23. En esta situación de cambios acelerados es donde se 
entiende mejor la alusión estraboniana (III 4.20) a la existencia de un legado al norte 
del Duero, como paso previo a la definitiva inclusión en la citerior Tarraconensis24.
Con todo, pensamos que es muy posible que Estrabón conozca la nueva deno-
minación de la provincia bética, como la lusitana, pero la posibilidad de confusión 
entre el «nombre geográfico» y el «administrativo» le lleva a describir Iberia divi-
dida en dos partes –del César y del Senado–, aunque administrada por tres legados 
(III 4.20), lo que concuerda por otro lado con su afirmación de que Hispania recibe 
tantos nombres como circunstancias político-militares de cada momento, aunque 
privilegiando la perspectiva geográfica sobre la administrativa (III 4.19 cit. n. 4), así 
como con la afirmación –claramente aproximativa– de que Turdetania (¿Bética?) 
abarca «…los pueblos más allá del Anas y la mayor parte de pueblos limítrofes…» 
(III 2.1)25.
Existen, por tanto, evidentes dificultades de ajuste entre un mapa etno-históri-
co y uno administrativo planteado con pinceladas. Solo cabe entenderlo porque, una 
vez más, están entrando en conflicto una perspectiva helenística de la geografía, 
globalizante pero procesual –y en la que prima la formación etno-geográfica de los 
territorios (en este caso alrededor de la Turdetania/el Betis)–, con una información 
23 Curiosamente la Lusitania que comprende ahora también el sur del Tajo está «habitada en su mayor parte 
por célticos y algunos lusitanos, que habían sido trasladados allí desde el otro lado del Tajo por los romanos; en las 
regiones más hacia el interior habitan también carpetanos, oretanos y una buena parte de los vetones» (III 1.6). Cf. 
para todo ello PÉREZ VILATELA, L. (1990): 99-125; ID. (1991): 459-467; en extenso: ID. (2000) passim.
24 Que, como tal, Estrabón explícitamente no nombra; ¿hay que ponerlo posiblemente en relación con 
la prouincia transduriana del edicto del Bierzo (fechado en el 15 a.C.)? Cf. para este edicto a SÁNCHEZ 
PALENCIA, F.J. & MANGAS, J. (2000); GRAU LOBO, L. & HOYAS, J.L. (2001); un análisis muy sugerente 
sobre las implicaciones que conlleva para el estudio del alcance real de la transformación romana sobre el paisaje 
político y humano de Callaecia y, por extensión, del conjunto de territorios conquistados (diferente interrelación 
entre castellum, ciuitas y ethnos; reubicaciones de comunidades; política de premios y castigos, etc.), aunque sin 
entrar en lo que implica para un concepto amplio de prouincia, en PEREIRA, G. (2005): 121-128. 
25 POTHECARY, S. (2005): 165-67 y GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. (2002b): 193-94.
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA
259
más apegada al terreno cual es la romana, es decir, la de un territorio como el his-
pano en el que las fronteras/las denominaciones administrativas no responden a una 
realidad homogénea sino a las exigencias político-militares de cada momento26. 
Un espacio natural homogéneo debía corresponderse con una etnia integradora. 
Los turdetanos son a ojos de Estrabón el elemento aglutinante, que por su idiosincra-
sia «explican» el territorio, no solo lo «definen»; dan sentido histórico a un valle que 
–a pesar de lo reiteradamente manifestado por el geógrafo– es en realidad un área 
sometida a cambios: fundaciones ex novo y mixtas, viejas ciudades fenicias, zonas 
de antiguo control púnicos, traslados de población, «fronteras» que se cambian en un 
corto espacio de tiempo, grupos étnicos que aparecen o desaparecen, etc. Para él la 
etnia es, del conjunto de fenómenos observables, el que más destaca, porque respon-
de a un tiempo histórico diferente al de las eventualidades del presente. Turdetania 
es, en suma, y en este caso, un agente etno-cultural con capacidad de absorber –no 
sin dificultades– a grupos menores. Es por ello que su perspectiva procesual deja 
entrever una situación etno-territorial –homofonías aparte– en la que la centralidad 
del valle del Betis (frente a Gades) ejerce una atracción indudable en demérito de la 
periferia. Las antiquísimas etnias hecataicas, si es que alguna vez podemos llegar a 
definirlas o identificarlas27, han desaparecido a favor de etnias históricas construidas 
a partir del topónimo/hidrónimo actuales; únicamente Tarteso se salva del olvido28.
4 
En este contexto se explica perfectamente que el caso turdetano sea el único en todo 
el libro III en el que podemos integrar de una forma más o menos coherente el terri-
torio con una historia antigua mediterránea pos-troyana. Primero aclara su posición 
en relación a qué noticias de Homero sobre el extremo occidente son fiables y cuá-
les no: por imposibles de corroborar rechaza todas aquellas lecturas que se pierden 
en el tiempo del mito, para aceptar sólo las que se pueden colocar tras la caída de 
Troya, el retorno de los heraclidas y las sagas de los nostoi, hasta desembocar final-
26 CADIOU, F. y MORET, P. (2004): en prensa. Eso está claro en la combinación de términos como Ulterior/
Turdetania/Bética-Lusitania/Citerior (vid. POTHECARY, S. [2005]).
27 Cf. MORET, P. (2006): 49 ss.
28 Pero, como afirma Domingo Plácido (2004), Estrabón recoge finalmente una situación cuyo proceso for-
mativo, aunque en buena medida se nos escapa, tuvo que establecerse en torno a la conquista: «La realidad prerro-
mana consistiría en una diversidad amplia con tendencia a la reducción por motivos históricos de hegemonía, y no 
en un proceso lineal (…). La etnogénesis de los pueblos conocidos sería resultado de aquel proceso de homoge-
neización política. Ello facilitaría la homogenización étnica (…). La etnicidad aparecería así como producto de la 
guerra, más que como causa» (p. 36). Véase nuestro (2007a), en prensa y GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J., en prensa, 
en el que se hace una extensa puesta al día de la cuestión turdetana desde esta perspectiva de «etnicidad/identidad 
dinámica», y en la que concluye que el caso turdetano se podría caracterizar por su heterogeneidad cultural y su 
complejidad étnica, integrante de muy diversos «pueblos», tal como se hace eco Estrabón.
Gonzalo Cruz Andreotti
260
mente el Tarteso y el «dominio» fenicio-púnico y romano sobre la casi totalidad del 
mediodía peninsular, es decir, en el arco cronológico asumido por la historia griega 
(III 2.12 y 13). 
Para dotar de verosimilitud a este largo recorrido histórico de civilidad, y 
que ha potenciado la prosperidad natural de las tierras que baña el Betis, tiene la 
pruebas irrefutables de la existencia de la propia Gadesy del Heracleion gadita-
no (III 5.5 ss.), una serie de vestigios literarios (Homero, Estesícoro, Heródoto, 
Anacreonte, etc. –III 2.11, 13 y 14–) y arqueológicos (ciudad de Odisea, Templo 
de Atenea –III 2.13; 4.3–), así como el rescate del las fauces del mito a la olvidada 
Tarteso, casi homónimo de lo Turdetano (III 2.11). Esta «homonimia» la reafirma, 
además, rechazando toda posible derivación de nombre de Tarteso de Tártaro, como 
muchos comentaristas de Homero pensaban (III 2.12). Para finalizar, posee la apo-
yatura adicional del argumento citado de una lengua antigua común, unas leyes y 
una literatura (¡no como el resto de los iberos!) –III 1.6–, que, aunque olvidadas 
casi por completo por la romanización, pone a los turdetanos al nivel de otros pue-
blos mediterráneos, según la definición de «pueblo» dada en su día por Heródoto 
(VIII 144.2). Los turdetanos tienen, así, su propia historia e identidad, lo que les ha 
conferido un carácter de pueblo laborioso y hospitalario, que la presencia romana 
no hace sino potenciar, también con la «construcción» de la etnia hegemónica.
Pero –como hemos desarrollado recientemente29– hay un aspecto que lo aleja 
del modelo clásico exportado a buena parte del mediterráneo (como magistralmente 
resumió E.J. Bickerman30): la ausencia de un héroe fundacional que marcase el hito 
del comienzo, le diese nombre y conformase el lugar; ni Heracles ni Odiseo asumen 
esta función. Es posible que el que no haya existido una fuerte impronta colonial 
imposibilitase la aplicación de un esquema fundacional griego; los mitos que –pru-
dentemente– asocia al extremo occidente tampoco asumen ese papel: los héroes del 
regreso de Troya son presentados –como lo hacía Tucídides– como simples «pira-
tas», que llegaron aquí atraídos por la riqueza de un lugar dominado por los fenicios 
(III 2.13).
5 
Y llegados aquí, el segundo elemento que le da una identidad a Turdetania, es, 
precisamente, la naturaleza urbana de su organización territorial, que compara 
Estrabón explícitamente con otras zonas de la Península31 (vid. fig. 2). Aquí se trata 
29 (2007b), en prensa; en ese mismo volumen la aportación de J. Martínez-Pinna, en el que concluye que un 
elemento clave para entender lo que sigue es la falta de ciudades en el sentido griego del término.
30 (1952): 65-81.
31 Particularmente con la vecina céltica o la Celtiberia.
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA
261
de demostrar que la ciudad hunde sus raíces en el desarrollo histórico, está propi-
ciada por las condiciones naturales del territorio y favorecida por la acción romana 
como elemento catalizador. No vamos a entrar sobre qué entiende un geógrafo grie-
go, y en particular Estrabón, sobre ciudad, pues originaría todo un debate aparte. 
Lo que es indudable es que lo que Estrabón interpreta como ciudad lo es desde la 
perspectiva de un observador acostumbrado a vivir en ellas, a lo que se añade la 
de un estudioso habituado a reflexionar sobre sus funciones y características en un 
contexto histórico, no administrativo o urbanístico32. Así, Turdetania es un territorio 
densamente urbanizado (se afirma con prudencia que tiene «incluso 200 ciudades» 
–III 2.1–; un total de 38,09% de las menciones consideradas como tales33), aunque 
en la práctica solo cita unas pocas y solo a partir de determinadas características. 
Veámoslas:
� La mayoría, son elegidas por su importancia económica y su ubicación en 
zonas (costa; ríos; vías principales) donde la producción-comunicación es fácil 
y cómoda: como centro agrícola, minero, puerto pesquero o de transformación 
del garum; o como centros neurálgicos redistribuidores de materias primas o 
productos manufacturados. Aquí sí privilegia Estrabón el dinamismo intrínse-
co del espacio natural y la potencialidad económica del presente, adecuada-
mente organizado en torno a la ciudad opuesta a la «chora» (que no aparece 
prácticamente en la descripción de Turdetania y sí como elemento del pasado 
reciente en la Celtiberia, por ejemplo –III 4.13–).
� Ciudades vinculadas a la campaña de Munda y a la victoria de César, que marca 
el inicio de una «nueva era» (Munda, Ategua, Urso, Tucci, Ulia y Egua –III 2.2–).
� En bastante menor medida, ciudades resaltables por su condición político-jurí-
dica: seleccionadas o por su capacidad de integrar sectores romanos e indí-
genas que ejerzan el liderazgo comunitario (Gades –III 2.1; 5.3 y passim–; 
Corduba –III 2.1–), o como instrumento de transformación del entorno indí-
gena, como hemos visto en los límites del territorio turdetano actual (Emerita 
–III 2.15; 4.20–; Pax –III 2.15–).
� Por su historia antigua: Tarteso –III 2.11–, Odisea –III 2.13; 4.3– (Uliso/i 
– ¿Loja?–34), Carteia –III 2.14–, o la misma Gades –III 2.11; 2.13–35.
32 PRONTERA, F. (1994): 845-858.
33 CASTRO PÁEZ, E. (2004b): 176.
34 CIL II, 880, 1182, 5498, 5499.
35 Seguimos a CORTIJO CEREZO, M.ªL. (2004): 119-138; CASTRO PÁEZ, E. (2004b): 169-199.
Gonzalo Cruz Andreotti
262
Lo que si es cierto es que no encontramos ninguna adscripción étnica en las 
ciudades turdetanas –como sí lo vemos para el caso de Pax Augusta, Emerita o 
Caesaraugusta–, salvo la alusión genérica al pasado dominio fenicio o púnico de 
buena parte del mediodía peninsular (III 2.13 y 14), como tampoco es comparable 
con el grado de precisión de la información pliniana pocos años después. La evi-
dencia de la trama urbana que explícitamente nos muestra Estrabón es sobre todo 
la de una parrilla donde el factor económico (producción de materias primas expor-
tables, comercio, comunicación interna y externa) prima sobre todos los demás; un 
componente que indica una profunda transformación romana del paisaje: no que-
ramos encontrar vestigios de un remoto pasado indígena, porque no los hay, como 
tampoco detallados procesos de integración36.
En relación a esto último, cabría para finalizar un parágrafo que ha origina-
do un cierto debate. Se trata del conocido texto con el que cierra la descripción de 
Turdetania, y en el que aparece la controvertida caracterización de los turdetanos 
como togati:
«La civilización y la organización política fueron las consecuencias naturales de la 
prosperidad de este territorio para los turdetanos; también lo son para los célticos a 
causa de su vecindad, –según ha dicho Polibio por su parentesco–, pero en un grado 
menor (pues la mayor parte viven organizados en aldeas); en cambio, los turdetanos, y 
especialmente los que habitan junto al Betis, se han convertido completamente al modo 
de vida de los romanos y ya no se acuerdan ni de su propia lengua: la mayoría se han 
convertido en latinos y han recibido romanos como colonos de forma que falta poco 
para que sean todos ellos romanos; las ciudades mixtas que se han fundado en la actua-
lidad, Pax Augusta entre los célticos, Augusta Emérita entre los túrdulos y Cesaraugusta 
en los dominios de los celtíberos, y algunas otras colonias ponen de manifiesto la trans-
formación de las mencionadas organizaciones políticas. Y en efecto todos los iberos 
que han adoptado esta forma de comportamiento son denominados togati (entre estos 
se incluyen también los celtíberos que fueron considerados en un tiempo los más salva-
jes de todos). Y esto es lo que hay que decir sobre los turdetanos» (III 2.15).
Es indudable que, contrariamente a lo que es habitual en él, combina ele-
mentos de naturaleza jurídica con los más comunes de carácter geográfico. Pero la 
expresión concreta –si efectivamente es ésta– no hace alusión a una categoría jurí-
dica como la formula togatorum, aplicada por Roma únicamente a los socii itálicos 
y en desuso ya desde casi un siglo37. En otro parágrafo, aclara nuestro geógrafo la 
36 Quizá a excepción de Corduba (colonia fundada como mixta de entre «individuos elegidos de los roma-
nos y de los indígenas» –III 2.1–) o Gades (vinculada con Roma por una férrea alianza y que posee, hoy en día, un 
importante censo de caballeros –III 2.1; 5.3–).
37 Ver WULFFALONSO, F. (1991): 173 ss. y (2002): 245 ss. (y las conclusiones respectivas) donde se 
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA
263
condición del término: «…el tercer [legado] vigila las tierras del interior; se ocupa 
de los llamados ya <togados>, como si se les denominara ‘pacíficos’ y han cambia-
do su modo de vida a la civilización y a la manera itálica en su vestimenta togada» 
(III 4.20). Itálicos aquí en un sentido muy amplio, es decir, todos los habitantes de 
Italia, ya romanos por estas fechas, y togado con un significado evidentemente cul-
tural.
En un trabajo denso y muy cuidado ya citado, A.M.ª Canto38 replantea la 
cuestión, no sólo en lo relativo al término togati en sí, sino también respecto a la 
interpretación y las implicaciones del conjunto del texto39. Aceptando una lectura 
restrictiva –de manera que Estrabón estaría hablando de Turdetania, por un lado, y 
de su periferia, por otro40– o general, es cierto que el término togati no aparece en 
ningún códice, y es una «imposición» admitida por una interpretación específica 
del contexto, ya sea en III 2.15 como en III 4.1041.
De todas maneras, ya sea admitiendo la toga o la stola –lo que está más en con-
sonancia con la tradición manuscrita–, no es menos cierto que es difícil admitir que 
detrás de una expresión de este tipo pudiera haber algo más que una reflexión de 
naturaleza cultural, es decir, que hiciese una alusión explícita a una categoría jurídi-
demuestra que, en ningún caso, dicha fórmula se aplica más allá de Italia y/o los itálicos. Es por ello que P. Le 
Roux –(2006): 22– habla de que el término «evoca» la formula, no la concreta.
38 (2001): 423-474.
39 Sobre todo en lo relativo a la condición de las tres ciudades citadas: apunta que hubo deducciones de vete-
ranos sobre comunidades indígenas preexistentes hasta constituir, por ello, comunidades mixtas a la manera de 
Corduba (III 2.1); en este sentido, el texto estraboniano hay que leerlo como una casuística particular –sinoicísti-
ca– aplicable exclusivamente a las citadas comunidades, dentro de las cuales un grupo selecto de «indígenas» fue-
ron seleccionados para integrarse en un modo de vida urbano y ciudadano, conocidos como stolati. Es importante 
reproducir su traducción: «…La mayoría [de los Turdetanos] se han convertido en ciudadanos Latinos y han acogi-
do nuevos colonos romanos, de forma que es poco lo que les separa de ser todos Romanos. Por otro lado, las ciu-
dades [preexistentes] que acaban de ser repobladas de forma mixta, como Paxaugusta entre los Célticos, Augusta 
Emerita entre los Túrdulos, Caesaraugusta en la vecindad de los Celtíberos y otros asentamientos de veteranos, 
demuestran claramente el progreso de los (indígenas) elegidos para vivir como ciudadanos. Los hispanos que pro-
ceden de este origen son llamados estolados [stolátoi], y entre éstos se cuentan incluso los Celtíberos, que antes 
eran tenidos por los menos civilizados de todos...» (pp. 433-434). La clave de su argumento es que Estrabón dife-
rencia la realidad de Turdetania, más latinizada y «casi» romanizada, de la periferia, en fase de transición a través 
de mecanismos sinoicísticos que conducen a la latinidad de grupos concretos –expresada por Estrabón a través de 
la vestimenta o stola– (todo ello en pp. 437-61).
40 Como ya comentamos en otro lugar ([2002-2003]: 35-54, especialmente n. 44, pp. 47-8), la distinción 
geográfica es clara: una cosa es la condición de los que habitan junto al/en torno al (peri; to;n) Betis, de los que 
habitan entre (ejn) los célticos, entre (ejn) los túrdulos o junto/en torno a (peri; to;n~) los celtíberos. Por consiguien-
te, ni podemos hacer extensiva la condición de togati –en caso de que ese fuese el término usado– a todos los ibe-
ros, ni incluso a los más civilizados, ya que explícitamente afirma que a éstos «poco les falta».
41 La stola, que admite F. Lasserre para III 2.15, no lo acepta para 4.10. Aquí (n. 1, p. 81) conjetura togati 
por la alusión a la «vestimenta togada» (...th` thbennikh` ejsqh`ti...) que «nos habla de ciudadanos romanos» que, 
obviamente, vestían toga, al contrario de la stola de III 2.15; contra CANTO, A.M.ª (2001): 459-60, quien argu-
menta razones de contexto («…inexacto e incorrecto llamar ‘togados’ a quienes el propio Estrabón dice que no son 
aún ‘romanos’ sino todavía ‘itálicos’… –p. 460–) e históricas: como en III 2.15, Estrabón se refiere a un estatuto 
intermedio entre lo indígena y lo romano, parangonable con lo itálico, esto es, latino.
Gonzalo Cruz Andreotti
264
ca latina: en uno u otro caso significa una «prenda honorable». Además de que para 
estas fechas romanos e itálicos (y más para un griego) son sinónimos, la vestimenta 
para Estrabón no es reflejo de un estatus político sino de una condición o forma de 
vida: cuando Estrabón quiere expresar una categoría jurídica bien que lo dice con 
claridad, como así lo hace para los turdetanos, añadiendo con ello un dato más a la 
pérdida de su identidad ligüística y cultural en el sentido más amplio del término42.
En este sentido, son acertadas las palabras de P. Le Roux –quien admite la lec-
tura de togati– que visto el texto en su conjunto, con la adopción de una indumen-
taria romano-itálica «…correspondiente al ámbito de lo visto y lo vivido, la toga 
refleja valores culturales y políticos cuyo contenido no está determinado a priori; es 
apenas un indicio (…) sugiere que la toga va unida a un determinado tipo de com-
portamiento y propicia una progresión dentro de un proceso de aculturación cada 
vez más profundo», de manera que «…el deseo de identificación se transformó así 
en título de identidad otorgado por el conquistador», aunque «…la dimensión no 
romana no está excluida del proceso de integración» y «remite a las modalidades 
y a las dificultades de elaboración de una nueva identidad, pero en un contexto 
muy concreto, el del gobierno romano o, mejor dicho, el de las formas sucesivas de 
gobierno romano»43.
6 
¿Qué podemos concluir? Estrabón eleva a Turdetania –dentro del conjunto de los 
territorios hispanos– a la categoría de paradigma de un proceso histórico de larga 
duración, en la que a sus cualidades excepcionales inherentes a un territorio y un 
pueblo singulares (pronoia), se le suma su capacidad para aprender de aquéllos que 
vienen de fuera (simpateía), hasta desembocar en el modelo idealizado de civili-
dad y cultura en torno al modo de vida urbano, que da estabilidad social y progreso 
económico. La presencia romana a través de sus colonias, la progresiva conversión 
de los turdetanos en togati –parafraseando a P. le Roux–, los cambios en la catego-
ría de las provincias, la división conventual, la articulación de pactos con ciuda-
des relevantes o la constitución de comunidades mixtas, son escalones dentro de 
un esquema que, dadas las condiciones, se entiende como procesual y natural. En 
este contexto, una gran etnia con fuertes bases en el pasado (lengua, cultura y tra-
diciones históricas), pero consolidada al calor de la prosperidad romana –a decir de 
42 ORTIZ DE URBINA ÁLAVA, E. (2000): 93: aunque no descarta la lectura estraboniana de la situación 
de los turdetanos como referida a la categoría concreta de latinos, tiende a pensar que hace más bien una reflexión 
cultural, aunque de fondo se puede reconocer dicha condición jurídica. Para la «latinidad» republicana puede verse 
GARCÍA FERNÁNDEZ, E. (2001): 150 ss.
43 LE ROUX, P. (2006): 24-25.
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA
265
Estrabón–, unida a un territorio homogéneo y privilegiado, son condiciones previas 
sin las que no podría darse todo lo demás. Pero es posible que más allá de este pano-
rama armónico, presentado sin estridencias, se nos presenta una realidad diferente; 
algo nos indica Estrabón cuando nos habla de cambios de fronteras y de identida-
des étnicas que se suman o dividen; comunidades mixtas y posibles integraciones 
selectivas, o culturas antaño hegemónicas (como la fenicia) ahora desaparecidas;o, incluso, la superposición de dos denominaciones, la hidronímica y la étnica, que 
quizá no sean inicialmente intercambiables. 
Pero, además, podríamos preguntarnos si la visión que procura reflejar quizá 
esté dirigida también a los hombres cultos, a esos togati (¿provinciales?) que nece-
sitan nuevas bases en las que reafirmar su identidad. Roma y los romanos (también 
los de provincias) tienen su propia historia repleta de héroes y generales victorio-
sos, con las que refuerzan su identidad frente a un mundo que dominan pero que es 
resultado de una conquista. Pero, ¿qué poseen esas oligarquías periféricas –griegas, 
turdetanas, etc.– para explicar su posición en este nuevo mundo? ¿podríamos aven-
turar que esta geografía –no la pliniana, obviamente– les da un papel que les niega 
la Historia romana? Una geografía donde tan importante como la pax romana es 
la vieja condición culta de unos pueblos tan antiguos y civilizados como la propia 
Roma e integrados desde antiguo en la koiné helenística44. Es una posibilidad; no 
olvidemos que Asclepíades vino a Turdetania a enseñar «gramática» a esos togati 
hispanos y escribió una descripción de los pueblos de la zona (III 4.3), posible-
mente occidentalizando viejas tradiciones pónticas45. Podría también la geografía 
de Estrabón entenderse en ese contexto: pensamos que no debemos rechazar esta 
probabilidad46. 
44 En un trabajo muy reciente, y enormemente sugerente, se apunta la posibilidad de que en estos momen-
tos (al menos hasta la «homogenización» flavia) estemos asistiendo en cierta medida a una reafirmación identitaria 
propia (alrededor, quizás, de la existencia de un étnico aglutinante como turdetanos/Turdetania) a partir de este ele-
mento común (¿helenístico-púnico?), como sobre todo queda patente en la moneda –un elemento identitario de pri-
mer orden– a pesar de la aparente diversidad de tipos (vid. CHAVES TRISTÁN, F., GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. 
& FERRER ALBELDA, E., [2006]: 813-828).
45 MORET, P. (2006): 67.
46 Para las oligarquías ciudadanas como público lector de la Geografía de Estrabón ver ENGELS, J. (2005): 
129 ss.
G
onzalo C
ruz A
ndreotti
266
Fig. 1. Etnias de Iberia en Estrabón. Adaptado por M.V. García Quintela de J.M. Gómez Fraile (Los celtas en los valles altos 
del Duero y del Ebro, Alcalá de Henares, 2001) y editado en Estrabón: Geografía de Iberia, trad. de F.J. Gómez Espelosín; 
introducciones, notas y comentarios de G. Cruz Andreotti, M.V. García Quintela y F.J. Gómez Espelosín, Madrid: Alianza, 2007
A
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267
Fig. 2. Las ciudades de Iberia en Estrabón, por M.V. García Quintela en Estrabón: Geografía de Iberia, trad. de F.J. Gómez 
Espelosín; introducciones, notas y comentarios de G. Cruz Andreotti, M.V. García Quintela y F.J. Gómez Espelosín, Madrid: 
Gonzalo Cruz Andreotti
268
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