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Y el Verbo era Dios (Spanish Ed - Jean de Lusignan

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Y EL VERBO ERA DIOS
Jean de Lusignan
Y EL VERBO ERA DIOS
Filosofía & Religión
Ediciones Johannes
Jean de Lusignan
Y el Verbo era Dios / Jean de Lusignan. - 1a ed ampliada. - Junin : Ediciones
Johannes, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-28146-5-6
1. Filosofía de la Religión. 2. Espiritualidad Cristiana. 3. Teología. I. Título.
CDD 231.04
Y el Verbo era Dios
Autor: ©2021, Jean de Lusignan
Ediciones Johannes, 2021
Todos los derechos reservados
Diseño de portada: Mariel Mambretti
Ilustraciones: Raúl Leonardo Campos
Edición, corrección y diseño interior: Juan Gabriel Villegas
Colaboración y diagramación: María Elena Gaviola
Imagen de portada: La adoración del cordero místico (1432). Jan Van Eyck.
Gante. Bélgica
Queda hecho el deposito que establece la ley 11.723
ISBN 978-987-28146-5-6
Primera edición
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la
transmisión o la transformación de este libro, en cualquier formato o por cualquier
medio, sin el permiso previo y escrito del Autor. Su infracción está penada por las leyes
11.723 y 25.446 de la República Argentina.
ÍNDICE
Prefacio
PARTE I: La relación entre el Hombre y Dios:la unidad entre lo Humano y
lo Divino
1. Dios está en cada espacio de la creación
2. Hay un solo Dios
3. El camino espiritual
4. Todos estamos aprendiendo
5. En qué Dios podemos creer
6. Dios vive en el corazón humano
7. Amor o egoísmo: tú eliges
8. El poder que está en nosotros
9. El cultivo de la sensibilidad
PARTE II: La constitución del Hombre: cuerpo, alma y espíritu (planos
emocional, mental y espiritual)
10. La Sabiduría suprema
11. La relación entre el alma y el Espíritu
12. Otras observaciones sobre el alma y el Espíritu
13. El alma, el Espíritu y Dios
14. Qué es el ser humano
15. Significado del Cristo o Mesías
PARTE III: Cristianismo. Gnosticismo. Dios y las religiones. Las
escuelas de misterios. El evangelio verdadero.
16. Cristianismo y Gnosticismo
17. Fundamentos del Cristianismo
18. La Gnosis divina
19. Cristo y las escuelas iniciáticas
20. Los dos lados de Dios
21. La pequeña y la gran vía
22. Religión, esoterismo y exoterismo
23. Caín y Abel: las dos humanidades
24. El evangelio del Cristo
PARTE IV: La Trinidad filosófica y teológica. El Verbo como
manifestación divina. El olvido de la Sabiduría. El Reino y el
Nombre de Dios
25. Las manifestaciones de Dios
26. El Verbo sagrado y el Hijo
27. El misterio de la trinidad
28. El olvido de la Sabiduría
29. Teología de la trinidad
30. Los pilares del reino de Dios
31. El paraíso reencontrado
32. La naturaleza del mal
33. Sobre el nombre de Dios
PARTE V: Las dimensiones superiores de la realidad. La cábala, el
hermetismo y la alquimia. El simbolismo bíblico, griego y
romano. Las leyendas célticas y artúricas.
34. El viaje interior: itinerario del filósofo
35. El Verbo y la escalera del conocimiento
36. La regeneración y la obra espiritual
37. El simbolismo de Jonás
38. El rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda
39. Los conceptos fundamentales de la existencia
40. Las dimensiones de la vida
Epílogo
Bibliografía
“En el Principio existía el Verbo, y el Verbo
estaba con Dios, y el Verbo era Dios”.
Juan 1,1
“Y el Espíritu de Dios (Ruah Elohim)
se movía sobre la faz de las aguas”.
Génesis 1,2
PREFACIO
El ser humano ha recibido el regalo supremo de un alma divina. Y
hacia ella nos dirigiremos, para conocer también a su Creador o
Donador. Dios se despliega, de manera constante, en todas las
dimensiones que Él mismo ha creado, mediante las potencias o
seres que nos comunican su Esencia Trascendente.
Cuando sentimos la presencia del Ser superior en nuestro interior,
queremos saber de qué se trata, e intentamos definirlo y volverlo
accesible. Esta experiencia es la del propio Dios que se encuentra
en toda la inmensidad de la Existencia. Sentimos así una
“presencia” que permanentemente nos cuida, sostiene y acompaña.
Podemos llamarlo alma, espíritu o Dios; pero no interesa su nombre
en estos momentos. Aquella esencia divina nos va protegiendo de
manera increíble, mientras transitamos confiadamente por nuestro
camino. Ya que son numerosos los peligros que tenemos para
vencer. Y si no fuera por aquella ayuda divina, no podríamos
sortearlos con éxito.
A medida que vamos creciendo y relacionándonos con el mundo
en su totalidad, es que esa Luz o guía que tenemos va creciendo o,
mejor dicho, nosotros vamos creciendo en ella.
Y de esa manera va alumbrando nuestro camino. Siempre
debemos escuchar aquella voz en nuestra conciencia, siempre
debemos volvernos hacia esa fuente y, entonces, quedaremos a
resguardo. Pero no todo es así de fácil. ¡Ojalá lo fuera! Al contrario,
esta guía o luz puede opacarse, puede quedar velada y por último
podemos apartarnos de ella. ¿Por qué ocurre esto? Hay una
explicación en el Evangelio de Juan 1,9-10 cuando dice que la luz
viene al mundo, pero el mundo no la puede conocer. Esto quiere
decir que el mundo la ignora y rechaza. La luz debe vencer para
llegar allí donde desea arribar. Hay resistencias materiales y
mundanales. Y esto, precisamente, implica un aprendizaje, “una
iniciación en la luz y por la luz”; esto es, un querer no apartarse o un
querer retornar a ella.
Los nombres aquí no importan, como ya dijimos, ni los símbolos y
ritos con que todas las tradiciones y religiones han querido expresar
estas grandes verdades. Hay que ir más allá de ellos, si queremos
llegar a la profundidad de sus enseñanzas.
Es sorprendente ver que todos los relatos nos hablan acerca de
una caída, de un apartarse voluntario y de una posterior
recuperación. Pareciera que debemos experimentar tal separación
interior, para valorar luego aquello que se había perdido. Y dicho
reencuentro es de fundamental importancia, ya que representa el
triunfo del espíritu sobre los aspectos caídos o mundanos. “Es el
reencuentro con el propio Dios, con la propia alma luminosa, con
nuestro más íntimo ser”. Justamente aquel que la psicología ha
tildado de inconsciente por hallarse más allá de la conciencia, es
decir, de un centro más verdadero y profundo de nuestra
personalidad. La conciencia corriente no puede llegar a comprender
lo que ocurre en ese ámbito que escapa a todo razonamiento.
Volver a sentir aquella “presencia divina” es una victoria que debe
ser celebrada con las mejores expresiones de felicidad. Pareciera la
leyenda del ave fénix resucitando de sus cenizas. “La Luz es, pues,
triunfo en sí misma ya que todo lo vence y llega hasta lo más
recóndito de nuestro ser”. Esta “luz” es, como veremos
posteriormente, la propia Sabiduría o Espíritu que ha salido de Dios
para alumbrar a todos los hombres.
Ahora bien, ¿por qué puede volverse infructuosa semejante
búsqueda, y cuando no puede llevarse a cabo se convierte en
imposibilidad y anegamiento para nosotros? Debemos considerar
que las relaciones personales son harto complejas, porque es
complejo el ser humano en sí mismo. Pero también porque, de
manera muy evidente, no todos tienen un objetivo trascendente a
ellos mismos. Y además, porque de aquellos que sí creen tenerlo, la
mayoría yerra de manera significativa acerca de los valores y la
comprensión de estos misterios. Así que, si bien se lo ve, se
transforma en un camino individual y solitario a través de grandes
pruebas y con un final incierto. Porque, digamos la verdad, de todos
aquellos que dicen comprender las grandes leyes espirituales, casi
nadie está capacitado realmente para expresarlas en un lenguaje
desligado de símbolos e imágenes. Y quien no puede ir más allá de
símbolos e imágenes, es evidente que no ha alcanzado el centro del
conocimiento.
Imaginemos un caminante o adepto que quiere adentrarse en el
laberinto de la Sabiduría. Muchos son los caminos que no lo
conducen al centro, muchas son las fantasías en las cuales queda
atrapado. Por eso debemos tener en cuenta que, si bien podemos
escuchar a todos, no todos han recorrido el camino divino y conocen
el misterioso entramado de sus líneas.
Y detodas las dificultades hay una que pesa demasiado y
obstruye todo progreso: nuestra excesiva racionalidad. Cuando el
alma se desprende del lastre acumulado por los errores de nuestro
propio intelecto, entonces, como por arte de magia el alma parece
volar hacia la meta que tanto anhelaba.
Es que si nuestra alma es luz debe, en consecuencia, ser atraída
hacia el centro de donde emana toda luz. De ese modo, puede
acercarse a aquella “Potencia Sublime” que ha creado a todos los
seres, y a la cual aspira unirse definitivamente.
Allí habrá finalizado el viaje. Habremos alcanzado nuestro más
excelente y elevado propósito. Y aquello que antes parecía
imposible, será ahora lo más sencillo de realizar. “El alma no debe
apartarse nunca de aquella Presencia que le da la Vida”. Para ello
será imprescindible conocer realmente nuestro origen celestial. Y las
distintas etapas que debe atravesar el alma en su descenso y
ascenso, para regresar indemne y victoriosa de su periplo divino.
Recordemos ahora todas esas historias que parecen tener un
mismo propósito y objetivo, como son los relatos del paraíso y la
expulsión. Bueno pues el hombre que ha salido fuera de sí mismo, y
ha conocido el dolor y el sufrimiento que aquello ocasiona, quiere
luego volver imperiosamente a reencontrarse con su ser más
verdadero, el cual había dejado de lado, el cual había sacrificado
para recuperarlo más completo.
Quien tiene la experiencia de los dos mundos, el terrenal y el
divino, es quien puede obtener la “corona de la vida”, nos dice la
Biblia alegóricamente (Santiago 1,12; Revelaciones 2,10). Si Dios
nos ha hecho reyes en nuestro reino interior, ¿por qué habremos de
ser esclavos de las cosas y de los demás seres? ¿Dónde podemos
encontrar, entonces, el Ser de Dios? A saber, en cuatro diferentes
lugares o planos. Y en cada uno de ellos su esencia resplandece
eternamente, mostrándonos la unidad de su Amor y Sabiduría.
Estos lugares donde Dios ha establecido su morada son: a) en “Dios
Mismo”, su Ser absoluto y trascendente; b) en su “Espíritu”, fuente
de toda luz, es la región angelical; c) en el “Alma”, donde brilla
gracias a su inteligencia; y d) en el “Universo”, esto es, en su infinita
extensión y en cada individuo creado por Él, siendo el “ser humano”
su más alta concepción.
Se comenta que la Biblia puede ser entendida según cuatro
grados en orden de complejidad. Y que son muy pocos quienes
pueden escalar y ascender al cuarto de ellos. Este último está
reservado para aquellos que realmente han hecho ese recorrido. Es
decir, para aquellos que han experimentado en carne propia las
vicisitudes del camino hacia la Divinidad. Se dice que no es fácil
dicho camino. Pero, ¿a quién puede resultarle difícil? Sino a nuestra
propia conciencia aferrada a la materialidad bruta. Cuando
despegamos de ella, comenzamos a ver las maravillas de los
mundos sutiles, invisibles o espirituales.
“Y el Verbo era Dios” nos conduce por el camino verdadero que
realiza Dios a través de los cuatro planos de la Existencia, en los
cuales nos movemos y pasamos continuamente de uno a otro, sin
percibir adecuadamente acerca de ellos. “Y el Verbo era Dios” nos
revela a Dios mismo como potencia infinita que se renueva en todos
los seres, y vive predilectamente en el corazón del hombre. Dios
desciende al mundo para comulgar con sus criaturas y llevarlas a su
plenitud. Y el hombre asciende hacia Dios para reencontrarse con
su esencia divina, y unirse con su Creador. Desde este punto de
vista, “Y el Verbo era Dios” no pertenece exclusivamente a una
religión, sino que su carácter es universal y se encuentra en todas
las culturas y civilizaciones que han surgido en la historia de la
humanidad. Se trata, más específicamente, de una “tetrarquía
divina” o gobierno de cuatro poderes celestes. Este último no es otro
que el gobierno de Dios sobre la Tierra. Los cuatro reinos se
manifiestan como una Totalidad, cuya unidad intrínseca iremos
develando a través del presente estudio filosófico y teológico.
PARTE I
La relación entre el Hombre y Dios:la unidad
entre lo Humano y lo Divino
CAPÍTULO 1
DIOS ESTÁ EN CADA ESPACIO DE LA
CREACIÓN
Dios está presente en cada átomo de la Creación. Por eso, es
imposible que haya un tiempo y un lugar en el que no se manifieste
la Presencia de Dios. Cuando sientes esa presencia en todo tu ser,
se termina la búsqueda que habías emprendido hacia la fuente
prístina de donde provienen todos los seres.
Siempre me he preguntado: ¿cómo pertenecer a una sola religión,
si veo a Dios en todas y en todos lados? Entonces, es que
pertenezco a todas por igual.
Llegará el día en que puedas experimentarlo y entenderás lo
maravilloso que es esta unión con lo más Trascendente y, al mismo
tiempo, lo más cercano. Pues nunca estamos separados o aislados,
excepto por una ilusión generada por nuestra mente, de la
“Divinidad” sea el nombre con que se la quiera llamar.
Dios no es una cuestión personal, una creación nuestra o un
deseo, ni una necesidad; mucho menos un capricho, ni producto de
alguna evolución. Dios es el Ser por excelencia del cual proceden
todas las cosas, desde lo más espiritual hasta lo más material. Nada
queda fuera de su Existencia.
Por eso decimos que es imposible buscarlo en un solo lugar y no
en el resto, pues cada partícula lleva impreso el sello de su
Divinidad. Dios es Luz supraesencial que trasciende el universo.
Cuando el entendimiento se hace presente en nuestra alma, nos
permite comprender que la vida que merece ser vivida está siempre
condicionada por un acercarse a esa Fuente que otorga todo poder
y dignidad. Y un proyectarse desde allí, a todos los demás sucesos
de nuestra existencia consuetudinaria.
Cuando mires a tu alrededor, donde sea que vayas o estés, y
veas y sientas a Dios, entonces habrás comprendido que su Templo
es la totalidad de la Existencia, que nada escapa a su Presencia y
que todos los seres participan de Dios.
Pero antes debemos eliminar toda la oscuridad que hay en
nuestro corazón. Desde que fuimos creados estamos llamados de
vuelta a la vida divina, y también a ser los portadores del espíritu de
Dios para iluminar el mundo.
Tenemos que confiar en nuestro ser más íntimo y sagrado; aquel
que nos ha sido concedido por la gracia de Dios. Y acudir a él todas
las veces que lo consideremos necesario, para hallar la protección y
seguridad que tanto buscamos afuera.
Nuestra verdadera misión es llevar la luz de Dios a todos lados.
“Pues somos la lámpara santa donde arde el espíritu de Dios”. ¡No
temas! La oscuridad es abundante, pero se disipa rápidamente
cuando enfocamos nuestra luz sobre ella.
Las religiones son humanas y parecen haber olvidado su principal
cometido: enseñar que Dios vive en nosotros y que somos parte de
Dios. Han olvidado decirnos que somos hijos de Dios: del Dios único
y verdadero. Y que el mal no podrá tocarnos, mientras tengamos la
presencia de su Espíritu. Y que es más fácil hacer el mal que el
bien, y justamente por eso nos alejamos de Dios. Y que veneramos
a los amos del mundo, en lugar de inclinarnos frente a nuestro único
Dios.
Tengamos presente que, si bien hemos sido salvados por la
Gracia sobreabundante de Dios sobre nosotros, también se nos ha
mostrado el “camino de la salvación”. Depende de nosotros
recorrerlo alegremente, o apartarnos de la senda pletórica de luz y
amor. Debemos aproximarnos a Dios con todas nuestras fuerzas;
apreciar la deslumbrante belleza que hay en su infinita creación; y
amar a cada ser humano de alma noble y generosa, como a la obra
más excelsa salida de la mano de su maravilloso Creador. La
salvación y redención humanas solo pueden hacerse realidad,
cuando el hombre ha aceptado a Dios en su corazón.
Recuerda: ¡Llevas a Dios en ti! No lo rebajes, no lo vendas, no lo
reemplaces. Ni rebajes a tus semejantes porque en ellos vive
también Dios, aunque la mayoría de las veces no puedan
reconocerlo por ignorancia. Eres luz y tu misión es alumbrar la vida
propia, y la de aquellos que se acercan a Ti. Por lo tanto, “vive
siempre en la luzde Dios, y así la vida será llevada a su máximo
esplendor”.
Observa a Dios en el rostro de todos los seres, incluso en el rostro
de una flor. Entonces, no tendrás que buscarlo por vías
intelectuales, ya que nuestra limitada razón jamás podrá entender el
poder y la gloria de Dios. Piensa con el corazón; allí está el centro
de tu personalidad. Y silencia tu ego, el cual quiere todo para sí y
excluye al resto de los seres. Entiende que tu único Dios te ha dado
la vida más elevada. Y solo a Él debes retribuirle, haciendo crecer lo
mejor de Ti. No te creas dueño de Dios, porque es Él quien te posee
y te reviste con su poder y su gracia. Encuentra a Dios en lo
profundo de tu alma, y levanta su altar en tu corazón. Allí desciende
Dios y comulga eternamente con el hombre.
CAPÍTULO 2
HAY UN SOLO DIOS
Hay un solo Dios que se difunde sobre todos los seres de manera
infinita. Pero es evidente que este se halla más allá del pequeño
dios que promueven las religiones, el cual ha sido concebido con
nombre y forma humana. Sin embargo, un dios con forma humana
no puede ser Dios, sino una imagen de Dios.
No confundas a Dios con la multitud de dioses levantados por
cada religión. ¡Pues hay un solo Dios! No adores tampoco a dioses
de figura humana. Levítico 19,4 lo dice de esta manera: “No os
volváis hacia los ídolos, ni os hagáis dioses de fundición. Yo soy
Yahveh vuestro Dios”.
Cuando te elevas por encima de todas las figuras mentales que
has hecho respecto de Dios, entonces existe la posibilidad de que
comulgues con aquel Ser perfectísimo y soberano que permanece
por encima de todos los demás dioses.
Cuando sientes la presencia del Único Dios actuando en tu vida,
entonces has alcanzado el equilibrio que tanto anhelabas. Has
encontrado la paz, la calma y el amor que tanto buscabas. Al
comulgar con Dios encuentras todo lo que se te niega en este
mundo material, el cual es también obra de un solo Dios.
El alma busca anhelosamente la presencia de lo Único que la
puede satisfacer. Por eso, cuando se encuentran el alma y Dios, el
júbilo es similar al de dos entrañables compañeros que hace tiempo
no se veían. El alma se somete mansamente a su Creador, pues
sabe que toda otra relación es engañosa y produce dolor. Así, el
alma estando en Dios, ve a Dios y lleva a Dios en todas sus
relaciones. Esta alma trae también la paz, el consuelo justo, el
cariño exuberante, la armonía en todas sus intervenciones. Se
convierte en aquel objetivo que las ciencias vislumbran como el
arquetipo del ser humano completo.
No confundas a Dios con todos aquellos dioses que has creado
para autosatisfacerte, para tu conveniencia, para llevar temor en
lugar de amor, para imponer tiranía en lugar de sabia comprensión.
Trascender nuestras propias creencias y falsos pensamientos, nos
acerca cada vez más a la ignota y luminosa Fuente capaz de
contener a todos los seres del universo.
Incluso puedes oponerte a aquellos dioses de rango inferior. Y lo
más probable es que tengas razón. Pues aun así sabes que tu
relación no era con esos dioses. Sino que tu camino apunta hacia
algo más verdadero y elevado. Hacia un Dios que te mira, te guía y
te protege, te escucha y te ofrenda de su Ser para que puedas
igualarte con Él. De este modo, cada momento de nuestras vidas
queda impregnado con la presencia de Dios.
Hay un solo Dios que se manifiesta en múltiples formas. Es a este
Dios al que nos referimos. Al “Dios Desconocido” que han
pregonado en todo tiempo los místicos y sabios. Es pues un Dios
Inmaculado, porque está más allá de toda impureza que pueda
atribuirle la mente humana. ¿No lo has visto? ¿Cómo es eso
posible? ¡Si permanentemente está colmando todo tu ser!
CAPÍTULO 3
EL CAMINO ESPIRITUAL
Observa atentamente a tu alrededor y podrás ver a Dios en todos
los seres. Si solo lo ves cuando vas a tu templo de piedra y barro, y
no en cada minuto de tu existencia, entonces te estás mintiendo a ti
mismo. Si no lo buscas en todos lados, sino solo donde a ti te
conviene verlo, entonces no estás conociendo al Dios verdadero,
sino a tu propio dios: una imagen que te has hecho de Dios, pero
que no es Dios. Puedes adorar a semejante dios, pero no te
engañes ni engañes a los demás. Pues Dios no está solamente en
tu templo, ni en tus sacramentos y ritos paganos. Cuando observes
el rostro de cada semejante y veas a Dios, cuando encamines tus
pasos hacia todas partes y sientas a Dios; entonces sí, allí estás
experimentando al Dios que está más allá de todas las religiones y
gustos personales. El Salmo 16,8 nos recuerda: “Tengo siempre
presente a Yahveh; Él está a mi lado. Nunca vacilaré”.
Este Dios que viene de lo Alto es el Ser supremo que puede ser
conocido por todos, siempre y cuando se vaya más allá de las
creencias de una mente pequeña que apenas puede ver su espacio
particular, sin atender a la totalidad de la Vida.
Una mente que se hace una con Dios ha traspasado los límites de
su propia egoticidad, para alcanzar el espacio sin fin del universo
todo. Y en ese espacio infinito e inconmensurable, todo entra en la
experiencia de Dios. ¡Todo, absolutamente todo! La espiritualidad no
pertenece a ninguna religión, y la vía que conduce hacia ella es
esencialmente el “conocimiento interior”.
Dios es al mismo tiempo el Dios de judíos, árabes, budistas y
cristianos, si se lo sabe ver con el ojo purificado del Espíritu. “Pues
Dios es la Esencia Infinita que abarca a todos los seres”. Y si bien
Dios es uno solo, en cambio es imposible que haya una sola
religión, ya que cada grupo humano fabrica un dios a su imagen, y
lo reviste con características y cualidades propias. De allí que el dios
cristiano sea diferente al dios árabe, al dios judío y al dios de la India
cuando, en realidad, se trata de un mismo Dios para todos.
El último y más alto compromiso del ser humano debería ser la
total adhesión a este único Dios. Pues si bien los modos de cada
religión son distintos, todos ellos nos conducen a una misma meta.
No deben confundirse entonces los medios, y la religión es solo uno
entre tantos, con el fin que es la apertura del alma humana hacia los
vastos horizontes del Ser.
El Camino espiritual puede resultarnos largo, sinuoso y
complicado; pero, aun así la gracia del Espíritu está siempre a
nuestro lado. Y la templanza nos conduce por la vía recta y perfecta
hacia Dios. Vivir “en” Dios, “por” Dios y “para” Dios ha de ser el
objetivo fundamental de todo ser humano. Un Dios que se muestra
sin artificios, ni máscaras humanas. Y se comunica de manera
directa y con lenguaje diáfano al alma de todo ser viviente.
CAPÍTULO 4
TODOS ESTAMOS APRENDIENDO
Todos estamos aprendiendo en este Camino de la Vida. Por eso,
no juzgues el potencial que cada individuo pueda poseer. Por lo
contrario, es necesario acompañarlo. Lo que ayer puede haber sido
un error, hoy puede estar ya superado. No somos seres estáticos,
sino seres en permanente cambio y evolución. Y lo más difícil es
mirar con los ojos puros del corazón. Mirar allí donde el sol
resplandece más, y nos permite dar cuenta de nuestro origen
celestial. Estamos rodeados de gente que no puede ver estas
cosas. Pero también está aquella gente que sí puede ir más allá. Es
a esta última a la que le escribo. Para que no vuelva atrás, para que
siga avanzando en su camino hacia la Divinidad. Y para que esté
siempre alerta y despierta, ya que nos necesitamos unos a otros si
queremos progresar.
Admiro y respeto a quienes se dedican a ayudar a los demás
desde el punto de vista de la psicología o ciencia del alma. En la
actualidad, esto tiene gran auge y difusión. Y parecen aplicarse
increíbles fórmulas para desarrollar las vías espirituales del ser
humano, siempre ávido de respuestas concretas e inmediatas.
Igualmente, no podemos medir a todos con la misma vara.
Tampoco se puede creer que las cuestiones espirituales se
reducen a un simple conjunto de reglas y preceptos morales. La
“conquista del Espíritu” exige más que eso, ya que se trata del
ascenso a los distintos niveles o grados de aproximación a Dios.
Podemosatravesar grandes pruebas y salir airosos de varias de
ellas. Y nos faltarán superar algunas otras. Pero nuestra mirada
debe estar siempre dirigida a aquella Luz que desde el principio de
los tiempos nos está alumbrando y guiando.
Recuerdo algo que está en la Biblia: la Luz viene al mundo, pero
el mundo no la ha conocido. Nos corresponde a nosotros ser
portadores de esa antorcha individual, para iluminar un poco más el
sendero por el cual todos habremos de transitar. No tengo una
religión en especial sobre la cual predicar. Ya he superado esas
etapas. Puesto que Dios se encuentra por encima de todo
pensamiento o confesión emitido por hombre, grupo o sociedad
alguna. Y todos ellos, en definitiva, nos muestran el camino hacia
una misma realidad suprema que es Dios. De manera que deben
apreciarse los aportes invaluables que cada civilización y cultura ha
transmitido al resto de la Humanidad. No tengo dioses en piedra,
metal, paja o madera a los que deba adorar. También lo he
superado. Desde el mismo momento en que podemos ver y sentir la
inigualable presencia de un solo y único Dios en toda la extensión
del universo. Solo tengo la “luz del espíritu” a la cual debo atenerme,
o esperar sus justas e inapelables sentencias.
Todos los pueblos han adorado siempre a un mismo Dios; sin
saberlo, claro. Le han propuesto diversos nombres y lo han llegado
a venerar con diversas imágenes y formas. Quien puede ver más
allá de las imágenes puede ver al verdadero Dios, que es el modelo
para todos los demás. No temo a este Dios. Pero sí temo a esos
falsos dioses que pregona el pseudo espiritualismo, por hacer de
ellos fetiches que todos deben adorar.
Todos estos dioses evanescentes y fatuos son solo productos de
la mente humana, como un modo de querer comprender y perpetuar
aquello que nos es desconocido. “Y, en definitiva, todos los dioses
no son más que imágenes de un solo y único Dios”. De manera que,
todas las religiones del mundo deberían rendir tributo a un mismo
Dios sagrado, bondadoso, benigno, que aborrece el mal y que
desea la salvación de sus criaturas. El Salmo 96,5-6 nos conmina:
“Los dioses de los pueblos no son más que apariencia. Pero Yahveh
hizo el cielo; en su presencia hay esplendor y majestad; en su
santuario, poder y hermosura”. Sin embargo, no puede haber temor
ni estupor cuando se está en la presencia de lo más puro y sagrado.
Un solo mandamiento he escuchado que viene de Dios: “Acércate
a Mí y serás bendecido; apártate y tú mismo serás juzgado por tus
propias acciones y por las leyes del mundo”. No creo que Dios sea
un misterio inaccesible y lejano. ¿Cómo puede serlo Aquello que,
antes de darnos la vida, ya está en contacto con nosotros desde el
primer momento? Entonces, Dios se convierte en aquel sublime Ser
que atiende y cuida de todos nosotros como de sus propios hijos.
Dios es pues nuestro Padre celestial del cual derivan todos los
demás seres, y no hay otro igual con el que se lo pueda llegar a
comparar.
El hombre que ha encontrado y experimentado a Dios ya no
puede volver a ser el mismo. Se han trastocado todos sus valores, y
ha transmutado todo su ser. Y desde entonces, lo guarda como el
tesoro más sagrado en su corazón. Se pueden decir y escribir
muchas cosas más; pero, por ahora está bien. Todos estamos
aprendiendo en este Camino de la Vida.
CAPÍTULO 5
EN QUÉ DIOS PODEMOS CREER
Creo en el Dios que está más allá de todos los dioses y creencias.
Que ama a todos los seres, y cuya única ofrenda es un alma pura y
desinteresada.
Creo en el Dios misericordioso, bondadoso, lleno de amor y
sabiduría, que no juzga ni castiga. Y perdona a todos los que se
arrepienten verdaderamente sin discriminar.
Creo en el Dios redentor que no imprime temor ni apesadumbra,
sino que libera y procura la salvación de sus criaturas. Y que ejerce
justicia divina, tanto en el cielo como en la tierra.
Creo en el Dios que nos ha donado de su ser para volvernos
semejantes a Él. Por eso creo en el Dios de la paz y no de la guerra;
creo en el Dios del amor y no de la venganza.
Creo en el Dios que nos ha creado con dulzura, paciencia y
comprensión. Y nos regala a cada instante la posibilidad de mejorar
y ascender en la escala infinita de los seres espirituales que llegan
hasta Él.
Creo en el Dios que le ha dado al hombre la potestad de su vida,
y le permite desarrollarse y expandirse libremente en todos los
niveles de su ser.
Creo en el Dios divino y amoroso que desde el principio de los
tiempos se está manifestando. Y que no prueba a sus criaturas, ni
las hace sufrir para que puedan creer en Él.
Creo en el Dios que ama nuestras limitaciones y defectos, y nos
va guiando cual lazarillo en el camino del Bien y la Verdad. De allí
que nunca nos ha abandonado, sino que miríadas de ángeles suyos
acuden en nuestro socorro y cuidado.
Creo en el Dios que ama su creación y no desea destruirla, ni
hacer pactos secretos u ocultos con unos pocos. Por tanto, no ha
elegido un grupo u organización por encima de otros, ni ha
designado representantes en su Nombre. Son los seres humanos
quienes nombran a sus líderes espirituales, según la invención y
necesidad de sus creencias.
Creo en el Dios que nos mira con benevolencia, y que se entrega
en cada instante de nuestras vidas. Por ese motivo, le ha dado al
hombre un alma pura y una inteligencia soberana para que puedan
conocerlo y acercarse a Él, sin artificios vanos ni especulaciones
espúreas.
Creo en el Dios que dialoga perpetuamente con el alma del
hombre y le ha enseñado, al mismo, el lenguaje sagrado para
nombrar todas las cosas que quedarán escritas por siempre en el
“Libro de la Vida”. Pues Dios se muestra a todos los seres por igual;
y a cada uno, según su grado de entendimiento.
Creo en un solo Dios por encima de todos los hombres, profetas,
santos y ángeles. El cual se comunica con sus criaturas y las colma
de bendiciones. Dios es como el “Gran Escanciador” que, en
sucesivas oleadas, vierte el contenido de su cántaro celestial sobre
todos los seres que lo alaban. La lluvia de Dios se distribuye sobre
todos, pero no toda alma puede percibirla y aprovechar sus
beneficios.
CAPÍTULO 6
DIOS VIVE EN EL CORAZÓN HUMANO
Dios vive en cada latido de tu corazón.
En cada aliento de tu respiración.
En cada movimiento de tu ser.
En cada pensamiento de tu inteligencia.
¿Cómo dices no verlo ni sentirlo?
¿Cómo dices siquiera querer buscarlo?
¡Cuando está dentro tuyo y también a tu alrededor!
Donde sea que mires o dirijas tus pasos.
Si lo buscas es porque lo has perdido.
Si lo has perdido es que te olvidaste de ti mismo.
Recuerda, entonces, cuándo ocurrió eso.
Cuándo fue que te alejaste de ti mismo y de Dios.
Cuándo fue que dejaste de considerarte.
De atender tu verdadero origen y tu verdadero ser.
Entonces, pues, regresa allí a la brevedad.
Emprende raudamente tu “camino de retorno”.
Vuelve a la fuente que todo te lo ha dado.
Sacíate nuevamente de las primicias espirituales.
Satisface pronto tu alma, antes que ella se aleje
de la Fuente sobreabundante que es Dios.
La fuente de la Luz esparce sus rayos hacia el infinito.
Y mientras más nos apartamos de ella, más sufre el alma.
Jamás se ha separado Dios de nosotros. Y además,
nos ha dado un instrumento infalible para reconocerlo.
La luz de Dios alumbra todas las cosas.
Y también brilla esa luz en nuestra alma.
Esta luz lucha contra la oscuridad, y esa guerra es mortal.
Nadie sabe quién vencerá: solo tú inclinas la balanza.
Todo nuestro ser es iluminado por dicha luz.
Y ella se irradia hacia aquellos que desean recibirla.
Somos la luz resplandeciente que viene del Espíritu,
la cual procede de una sola Lámpara sagrada: Dios.
Si consideramos que dicha luz proviene de nosotros,
cometeremos el error de creer que somos Dios.
Todos los seres esparcen esa luz con pureza y alegría.
No olvidemos, entonces, de dónde ha surgido aquella.
Esa luz que viene del Espíritu es quien vivifica el alma.
Pues el Espíritu desciende desde Dios, y esa es la sabiduría.
Recibimos la ciencia, el consejo y el entendimiento
del Espírituque tiene su origen en el mismo Dios.
Dios puede ser conocido a través de su Espíritu.
Así como las personas pueden ser conocidas a través
de la medida de Espíritu que hay en sus almas.
El Espíritu se da entero y no hay en él mezquindad.
Es en nuestras almas terrenales que regulamos,
la “medida de Espíritu” que podemos poseer.
Las verdades del Espíritu son extrañas al mundo.
Pues son dos planos diferentes de la existencia.
El Espíritu no tiene fronteras, ni denominación,
es libre, gratuito y viene de un solo Dios.
Confía en Dios y atiende sus mandamientos.
Así no se apartará el alma de su Presencia.
Bendice Dios a quienes se acercan sin temor a Él,
y prepara el camino para aquellos que lo buscan.
El camino hacia la paz gloriosa del alma
y a la felicidad del corazón, está en tu interior.
Que no te obnubilen las cosas externas.
Búscalo dentro de Ti y lo hallarás.
CAPÍTULO 7
AMOR O EGOÍSMO: TÚ ELIGES
Todo es divino. Pues Dios está en todas partes.
Por tanto, no tienes que buscarlo, sino experimentarlo.
Donde sea que vayas o cualquier cosa que hagas,
siempre está presente el Espíritu de Dios.
Cada vez que te esfuerzas por llegar a Dios,
significa que has perdido tu contacto con Él.
Endereza tu corazón, despréndete de tu ego.
Y sentirás, de manera simple y natural, a Dios.
Aquellos que se afanan por alcanzar a Dios,
jamás han comprendido lo que Aquel es.
Dios es lo más simple, y de esa manera
puede estar en todas las cosas y seres.
Si quieres conocer a Dios, simplemente “ama”.
No te arrodilles ante ningún ídolo, ni adores
imágenes vanas, pues Dios es el único Señor
en tu corazón y su lenguaje es el “Amor”.
Quien “ama” ha cumplido con Él.
Y todo lo demás es advenedizo y pasajero.
Quien “ama” cumple con el único mandamiento
que hay para su corazón: el Amor.
Ama y serás libre.
Sé libre y tendrás plenitud.
Sé pleno y serás un creador más
de las maravillas presentes y futuras.
Cuida tu mente y tu corazón.
Protégete de aquellos que desprecian el amor,
y dispersan su veneno hacia la vida.
Consigue buenas armaduras y usa armas nobles.
Y sobre todas las cosas, siéntete seguro.
Ya que lo superior (Dios) está siempre
inundando con su espíritu en todos los estratos.
Y donándonos de su Sabiduría para afrontarlo todo.
Mantén tu corazón fuerte y elevado,
tu espíritu atento y tu alma con pureza.
Sé paciente y entrega lo mejor de ti.
Todo lo demás vendrá por su propia cuenta.
Descubre al verdadero Dios y no el que han impuesto.
Entonces verás que Él está en todos los seres.
Y que es muy fácil acceder a su conocimiento.
Pues Dios es el principal motivo de toda la existencia.
Ten en cuenta que el peor de los enemigos
eres tú mismo: tu egocentricidad autodestructiva.
La acción de Dios es justamente lo contrario:
es pura expansividad que abarca a todos los seres.
Tienes la opción de alimentar tu ego,
y generar más violencia en ti mismo y a tu alrededor.
O la opción de amar y liberarte de todo error.
En la actualidad la gente ama a Dios con su ego,
y esa es la más nefasta forma de adorar a Dios.
Es pues en la Tierra donde se producen
los conflictos y luchas más terribles.
Y el mayor de los sufrimientos,
debido a la acción egoísta de los seres humanos.
Todo lo que se produce con el ego es contra el amor.
No puedes amar con tu ego; despréndete de él.
Toda la educación hace del ego una pequeña semilla
que debe crecer hasta convertirse en un árbol.
Ve tu ego, analízalo, ve toda la maldad que acarrea.
Libérate de él y podrás hacer lo que quieras.
Pues todas tus acciones llevarán desde ese momento
la impronta de la bondad, el sacrificio y el amor.
Quien ama verdaderamente lo hace siempre sin el ego.
Se lo ha comparado con una bestia ciega y arrogante.
Tú eliges; alimentas la bestia que es tu ego,
o alimentas el amor: el Ser verdadero.
CAPÍTULO 8
EL PODER QUE ESTÁ EN NOSOTROS
Dios es el verdadero poder que está en nosotros, pero que no nos
atrevemos a conocer. Porque siempre nos enseñaron que Aquello
está por encima y fuera de nosotros. Esto que los demás ven como
algo externo y nos exigen que debemos alcanzar, no es otro que
aquel Ser superior que ha producido a todos los seres, y cuyo reflejo
se encuentra ya en nuestro interior: Dios.
Una vez que hemos comprendido esto, debemos llevarlo a la
práctica. Usarlo para mejorarnos a nosotros mismos y a los demás.
Cuando el hombre se ha identificado con Dios, se halla con su
esencia perdurable y eterna. Pues la verdadera conquista del ser
humano es la conquista de su interior.
En cambio, seguir a falsos líderes y doctrinas erróneas nos
separa cada vez más de Aquel. Debemos tomar contacto con ese
poder que habita en nosotros. Y así habremos alcanzado el centro
de nuestro Ser, el cual contiene a Dios como su máximo poder. Para
eso, será necesario conocer nuestra propia luz y abrir nuestro propio
camino. Los demás saben avizorar cuando alguien resplandece por
sí mismo. En nuestra alma se halla la más preciosa “perla del amor”
oculta a los ojos del profano.
Dios es ese poder inmenso que está en nosotros. Es quien por
medio de su Espíritu nos da fortaleza, confianza y valor. Y quien se
brinda plena y completamente al alma humana para restaurarla,
reconfortarla y elevarla en comunión santa con Él. Es Dios quien
nos ofrece su “Sabiduría”, “Belleza” y “Bondad”, cual tres perlas
engarzadas o mundos espiralados, que se van a armonizar en su
infinito “Amor”.
El Espíritu verdadero procede de Dios y llega a todos los seres.
Siendo el pecado mortal aquel que se comete en contra del Espíritu
(Lucas 12,10). Es imprescindible, entonces, respetar la diversidad
de creencias y tradiciones. Pues la Verdad sobre Dios está por
encima de todas ellas. En tanto que la negación de Dios es, al
mismo tiempo, la dialéctica del diablo: una falsa dialéctica, la
dialéctica del mal, la separación de Dios.
Los caminos del triunfo y de la perdición se bifurcan frente a
nuestros ojos como dos posibilidades. El ser humano tiene así la
potestad de decidir entre uno u otro. Dios no es impersonal. Él se
relaciona con las personas, se muestra, se da a conocer; y es el
verdadero alimento para nuestro ser. La gloria de Dios está
reservada para aquellos que son puros de corazón y alma.
El Espíritu conduce al ser humano hacia el Bien Supremo. El “Sí
Mismo” de la filosofía y psicología se refiere pues a dicho Espíritu. Y
es Él quien produce la resolución de los conflictos y la unión de
todos los contrarios. Más allá de los planos físicos y mentales se
halla la existencia verdadera del Espíritu.
Dios está presente en todo lo que Él ha creado. El Mundo y el
Alma son también una creación de Dios. Y es Dios quien los
sostiene y redime con su Sabiduría, Poder e Inteligencia. Como nos
recuerda 1 Timoteo 2,4: “Dios quiere que todos los hombres sean
salvos, y lleguen al pleno conocimiento de la verdad”.
CAPÍTULO 9
EL CULTIVO DE LA SENSIBILIDAD
Todos recurrimos en diversos momentos de nuestras vidas a
alguien que nos dé confianza y seguridad. Pretender que somos
seres completos individualmente es, tal vez, una gran falacia. Lo
opuesto de todo esto es: el cultivo de la sensibilidad.
Hemos sido educados para conquistar, para matar, para
esclavizar, para adorar héroes de civilizaciones pasadas. Y no para
amar. He aquí el destino de la humanidad. Escribir un poema de
amor, cultivar flores, hablar de familia e hijos, alentar la fraternidad
universal, pareciera algo extraño y descabellado. Nos vamos
hundiendo así en nuestra propia oscuridad.
Parecemos lobos y nos complace sobremanera vivir como las
bestias. Siempre hambrientos, siempre sedientos de la sangre
ajena. Devoramos todo y arrasamos con todo lo que es bueno a
nuestro paso. “Nunca queda el recuerdo en nuestros corazones de
la dulce melodía del Amor”. Todo aquel que mata y ama la guerra se
convierte así en un adversario de Dios. Pues no ha superado el
estadio animal de su naturaleza; excepto cuando es por causas
altamente justificables o en defensa de la propia vida. Y todo acto de
violencia necesita ser expurgado.
Como manifiestaÉxodo 20,12-15: “Honra a tu padre y a tu madre,
para que tus días sean prolongados en la tierra que Yahveh tu Dios
te da. No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No
levantarás falso testimonio contra tu prójimo”. Estas son las leyes
que regulan la convivencia y el bienestar de toda civilización que
desea la Paz y la Abundancia de Dios.
Sin embargo, la verdadera guerra se desarrolla en nuestro interior.
Allí se encuentran nuestros enemigos más peligrosos a los que,
tarde o temprano, nos habremos de enfrentar. De ahí que el Reino
de la Paz sea solo para aquellos que son fuertes de corazón, alma y
espíritu. “Quien tiene Luz propia no teme a la oscuridad”. Y mil
lanzas envenenadas no podrán atravesarlo. El Corazón es como la
estopa embebida en alcohol, donde arde la llama eterna del Amor.
Fabricamos corazas alrededor de nuestra personalidad. Nos
ocultamos, desconfiamos de todos y hasta de nosotros mismos. Y
así, la práctica de los sentimientos y emociones puras queda
relegada, o es vista como un signo de debilidad. Cuando, en
realidad, todo nuestro ser se edifica a través del aprendizaje y la
asimilación natural de estos elementos.
Solo la práctica de la sensibilidad puede devolvernos el ser tierno,
profundo, fuerte, valiente, compañero; que defiende la vida por
encima de todo, que busca el bien común y con el cual es posible
una nueva civilización más humana o, simplemente, el progreso
personal interno y la unidad con todos los demás seres de la Infinita
Realidad Universal.
La Sensibilidad no es aquí la mera percepción que pueden
aportarnos los sentidos materiales o físicos, como proponen la
psicología y la filosofía en general, sino aquella que proviene del
contacto directo de nuestro Espíritu con la realidad exterior. De esta
manera, nuestro Espíritu puede abarcar en su totalidad a la materia,
ya que se trata de un ser distinto de ella.
“Solo el alma libre puede elevarse a las alturas y obtener las
riquezas que allí habitan”. O cultivamos nuestro ser interior, nuestra
sensibilidad, nuestro amor por el resto de los seres, o seremos
condenados al sufrimiento de una conciencia débil, lánguida y llena
de violencia en todos los asuntos de nuestra vida cotidiana. La
elección es nuestra y de nadie más, de cada uno de nosotros y no
de los supuestos líderes que dominan el mundo para su propio
provecho, despilfarro y devastación. Solo aspiramos a ser más
humanos, para seguir desarrollando todas nuestras potencialidades
a pleno. Pero algunos prefieren la acción inversa, al querer sojuzgar
y esclavizar a los demás. Vivimos como en una gran manada con
sus jefes y autoridades dispuestas a sacrificar su propia persona y la
de sus congéneres, para encadenar y atormentar a los indómitos e
intrépidos corazones buscadores de la Verdad.
La verdadera revolución solo puede producirse por la unión entre
nuestra alma y el Espíritu. Pero no por la violencia, guerra y
discriminación. Bienvenidas a este mundo almas enamoradas.
Transformadlo con vuestras manos y vuestro espíritu. Encended la
chispa sagrada en vuestro corazón. Forjad los cimientos de un
nuevo hombre y una nueva espiritualidad que incluya a todos por
igual, con el conocimiento de la verdad y el objetivo de la justicia
universal como su más alto ideal.
Para llevar adelante esta tarea es necesario comprender que el
“otro” es una categoría diferente del “mí” que posee su propio valor y
realidad. Y es también el sujeto por excelencia que nos permite toda
apertura trascendental. Siendo Dios mismo ese “Otro absoluto” con
quien podemos relacionamos, y al cual es posible conocer. La Biblia
lo expresa en numerosas ocasiones cuando dice que Dios ha
levantado su tienda en medio de su pueblo, y habita entre nosotros
para otorgarnos la salvación (Revelaciones 21,3 - Ezequiel 37,27 -
Levítico 26,11).
De este modo, se nos quiere dar a conocer que cada uno de
nosotros es un ser “semejante a Dios” y que podemos comulgar
íntimamente con Él. Cuando el ser humano es capaz de cumplir con
las leyes que Dios ha dado a su creación, Aquel desciende y hace
su morada junto a aquella parte de la humanidad que es obediente y
fiel a sus mandatos.
El amor es una “fuerza viviente” y no un simple concepto o
sentimiento abstracto. Por medio de él podemos embellecer cada
momento de nuestra existencia cotidiana. Solo con amor podemos
abrazar y cultivar los más elevados ideales y llevarlos a la práctica,
sin temor a perder algo de nosotros mismos; sino, por lo contrario,
aumentando la potencia o razón de cada ser. El amor debe brotar a
raudales de la fuente más profunda y sagrada del corazón. Allí pues
reside Dios en su máxima pureza, y allí vemos también su rostro
colmado de bondad y santidad. “Comulgar con el Dios interno es
alcanzar la beatitud eterna y el reino incorruptible donde pervive la
ley del Amor”.
No solamente reprimimos nuestros instintos primitivos o naturales,
como nos dicen habitualmente las ciencias naturales, sino que
también postergamos y dejamos de lado nuestras más dignas
aspiraciones espirituales, explica Viktor Frankl, creador de la
logoterapia. Aquella ciencia del espíritu que nos permite entender la
constitución de nuestro ser, y comenzar así una vía de restitución,
superación e iluminación.
La Sensibilidad es la más alta expresión de un corazón que se ha
purificado a sí mismo, y ha alcanzado el equilibrio de todas sus
fuerzas contrapuestas llegando, de esa manera, a la cúspide de la
evolución de su “ser interior”.
PARTE II
La constitución del Hombre: cuerpo, alma y
espíritu (planos emocional, mental y espiritual)
CAPÍTULO 10
LA SABIDURÍA SUPREMA
La “Conciencia” es la más elevada forma de la Existencia, y por
eso se encuentra por encima de todos los seres. En tanto que el
Espíritu es el ser consciente por excelencia. Somos dicha
Conciencia divina, Alma pura o Espíritu viviendo en un cuerpo físico
y mental: he aquí la “Sabiduría Suprema”.
No hay en nosotros un yo inferior y un yo superior; una conciencia
inferior y una conciencia superior. Pues somos una unidad, un solo
ser, conciencia o Espíritu. He aquí nuestro “Yo real o verdadero” que
se proyecta en los planos de la realidad. En general, las enseñanzas
filosóficas y religiosas tratan de acentuar la división de nuestro ser;
pero, eso no es real.
“Somos un solo ser, único e indiviso”. Este ser es espiritual por
encima de todo, pero comprende las demás dimensiones de la
existencia. A ese ser suele llamárselo Alma divina, Conciencia
suprema o Espíritu. Y nada puede alterar su estado.
Está en nosotros llegar a reconocerlo y experimentarlo como la
más alta realidad que somos y hemos sido en todo momento. Para
ello será imprescindible romper con las distintas cáscaras o
múltiples personalidades con las que actuamos, si queremos llegar
a nuestro ser verdadero. No es difícil, para nada. ¿Cómo podría
serlo, si solo consiste en sentir lo que somos en lo más profundo?
Cualquier técnica es superficial, cualquier método es inadecuado,
cualquier enseñanza está de más. Nos conocemos de manera
directa y personal a través de nuestro ser espiritual.
Solo debemos mirar en nuestro ser interior, allí donde la luz brilla
con más intensidad. Este es puro amor, paz y sabiduría. Es
imposible confundirlo y está siempre presente, aunque a veces lo
negamos por medio de diversos pensamientos.
No se trata de un ser distinto de nosotros y que debemos
alcanzar. ¡No! Es, simplemente, lo que ya somos. Un solo ser o
conciencia actuando indivisamente en todos los planos. Pues todos
ellos conforman una unidad vivencial y existencial.
La mente de una hormiga es distinta a la de un pájaro. La mente
del pájaro es distinta a la del elefante. La mente del elefante es
distinta a la del hombre. Pero, la mente es una sola. Entiéndase
aquí mente como sinónimo de espíritu.
No hay divisiones en la mente; ella lo abarca todo. El
pensamiento, en cambio, particulariza y divide, esa es su función.
Sin embargo, somos la mente y somos el pensamiento. Somos todo
a la misma vez.
Somos la mente, el pensamiento y la materiasobre la que
actuamos y modelamos a nuestro antojo. La mente es el rey, el
pensamiento es su más fiel sirviente o caballero, y la materia es
aquello sobre lo que actúan el rey y sus caballeros: el reino. Pero a
veces adoptamos la posición más baja de sirvientes o, peor aun, la
de las cosas u objetos materiales.
Si no logramos vislumbrar quiénes somos en realidad, difícilmente
podremos reconocer todo lo que hay en nosotros y a nuestro
alrededor. La aventura más grande del ser humano consiste en
conquistar el reino perdido, la isla misteriosa, la tierra prometida: el
Ser (subjetivo y objetivo).
Meister Eckhart, teólogo y filósofo alemán de principios del siglo
XIV, lo expresa de la siguiente manera: “Hay un espíritu en el alma,
no tocado por el tiempo ni la carne, que fluye del Espíritu,
permanece en el Espíritu y es totalmente espiritual. En este principio
está Dios”.
“Somos un cuerpo, un alma y un espíritu”. El Espíritu se
corresponde con la región más elevada de nuestro ser: es la luz
divina que penetra todas las cosas, restaura los cuerpos y da salud
al alma. Es superior a la conciencia cotidiana y por eso es que
recibe el nombre de supra-conciencia. No se trata del inconsciente
“mágico” que postula la psicología profunda de Jung, ni el
inconsciente personal estudiado por Freud. Es más bien el Espíritu
quien actúa tanto sobre la conciencia como en el inconsciente,
dando origen a todas las formas mentales. “El Espíritu es el
compañero fiel del alma y sostén material del cuerpo”. Es la luz que
mana directamente de Dios y alimenta al universo. Y su principal
característica es la Sabiduría, que habita en las alturas y se difunde
sobre todos los seres.
El Espíritu es también la Conciencia suprema, pues se trata del
principio de todos los seres y, por tanto, del más consciente de
todos. De allí que sea “pura conciencia de ser”. De ese modo, el ser
existente le es posterior. El gran filósofo Wilhelm Hegel lo define
acertadamente como “conciencia absoluta”. A la cual se llega
mediante un camino dialéctico, donde el pensamiento o logos va
actualizando su ser a través de la síntesis de sus contrarios.
Arribando, de esta forma, a la cúspide de sí misma donde puede
contemplarse en su totalidad.
Hegel divide al Espíritu en tres fases: el espíritu subjetivo que
debe volver sobre sí mismo (conciencia, autoconciencia y razón); el
espíritu objetivo que es su realización en el mundo (sociedad,
derecho, Estado), y el espíritu absoluto que permite las formas
fundamentales de la vida (arte, filosofía y religión).
“La gloria del cuerpo es el alma, la gloria del alma es el espíritu, la
gloria de todos ellos es Dios”. El espíritu está también en la carne,
tan cierto como el sol brilla sobre nuestras cabezas. La manera de
estar del espíritu en los demás seres da lugar a estas tres formas:
inmortalidad, transmigración y restauración. La inmortalidad
pertenece al espíritu, la transmigración al alma y la restauración a
los cuerpos. El Espíritu viene a la carne para transformarla y
edificarla plenamente. Y Dios mismo quiere ser glorificado según
esta misma fórmula. Pues si la materia ha sido creada por Dios,
entonces Dios también ama a la materia. Esto se relaciona
directamente con el “misterio de Cristo” o de Dios hecho hombre
(Juan 6,53-54). Y también con la construcción del paraíso terrenal,
es decir el descenso de la Jerusalén celestial: el Cielo en la Tierra.
La Sabiduría suprema consiste en reunir lo superior y lo inferior, lo
más alto y lo más bajo, lo más luminoso y lo más oscuro, ya que
dichos polos nunca han estado separados. Y darles un orden y una
jerarquía de carácter universal, de modo que se llegue a la
comprensión de su Unidad. Es entender que, en toda estructura
ontológica, el Ser es la fuente de todos los seres y que no hay
reflejos deformados, empobrecidos o incompletos, sino diferencias
en grado, generación y especie. Es vislumbrar que todos los seres
contienen en sí mismos los trazos o huellas de la propia Divinidad.
Es percibir el perfume inmaculado de la santidad en todas las
criaturas a las que Dios les ha dado forma. Es, en definitiva, aceptar
que el corazón del hombre cumple su realización más acabada y
perfecta, cuando se somete mansa y delicadamente a la voluntad
que dimana del Corazón de Dios.
CAPÍTULO 11
LA RELACIÓN ENTRE EL ALMA Y EL
ESPÍRITU
Cuando se enciende la “luz en el alma” esta se llena de amor,
alegría y felicidad. Simplemente debemos dejar fluir libremente al
Espíritu hacia ella. Así, cuando el Espíritu entra en el alma es como
la energía eléctrica que prende la bombilla y la ilumina por completo.
Esta no es una teoría más, ni una abstracción hecha por nuestra
mente.
Esta es la más pura verdad que se ha mantenido a lo largo de los
tiempos por los grandes místicos y sabios. Es también la diferencia
esencial que existe entre nuestra alma y el espíritu. El jivatman y
atman, respectivamente, de la filosofía oriental; ka y ba de los
egipcios; neshamah y ruah de los hebreos; psyxe y pneuma de los
griegos.
Diferencia fundamental si se quiere entender el proceso por el
cual se llega a alcanzar la iluminación de todo nuestro ser. Los
distintos grados de elevación son los que diferencian a un alma
sana de un alma enferma o falta de luz espiritual. Por tanto, nuestra
sanidad no depende exclusivamente del cuerpo, sino del espíritu
que llega y renueva todas las cosas.
Cuando nuestra alma recibe la luz del Espíritu comienza a
sublimarse, llegando a los diferentes niveles que ha querido
alcanzar. El Alma es nuestro ser espiritual por excelencia, donde
actúa Dios a través de su Espíritu y da nacimiento a todas las
formas universales. En tanto que la “iluminación” o sabiduría es la
unión consciente de nuestra alma con el Espíritu que la habita. El
alma necesita ser esculpida, por medio del sacrificio y la constancia,
hasta convertirla en un diamante precioso.
El alma conoce directamente a Dios por encima de todas las
imágenes, figuras y símbolos. En el templo del Alma habitan todas
las formas religiosas, todos los dioses sagrados, todas las
sabidurías del mundo, todas las criaturas del universo. Cuando el
alma se ha purificado, es atraída hacia la luz del Espíritu. De allí que
el Espíritu es quien ilumina, y el alma es iluminada.
Estas verdades han sido expresadas tanto por reconocidos
filósofos de la antigüedad (Parménides, Heráclito, Platón), como por
místicos y religiosos (San Agustín, Santo Tomás). Y se ha
constituido en una “cura para el alma” a través de diferentes
psicólogos (Rollo May, Abraham Maslow, Viktor Frankl). De modo
que estas enseñanzas se corresponden con los tres grandes
saberes de la historia: Filosofía, Teología y Psicología.
La diferencia entre alma y espíritu se halla en el libro del Génesis.
En Génesis 1,27 dice: “Y creó Dios (Elohim) al hombre a su imagen,
a imagen de Dios (Elohim) lo creó”. Y luego, en Génesis 2,7 leemos:
“Y formó Yahveh Dios (Elohim) al hombre del polvo del suelo [...] y el
hombre vino a ser un alma viviente”. Esto quiere decir que el
hombre primero es “creado” en espíritu y después se le ha dado la
“forma” de un alma. Cuando el alma recibe a Dios, todos los seres
cantan un himno de alegría, pues se ha consumado el fin de todo
propósito divino.
CAPÍTULO 12
OTRAS OBSERVACIONES SOBRE EL
ALMA Y EL ESPÍRITU
Todo el esfuerzo religioso, filosófico y psicológico consiste en la
unión entre el alma personal y el Espíritu universal. He aquí el
matrimonio sagrado o “bodas místicas” que se celebran en el interior
de cada ser humano.
El Espíritu es la máxima personalidad que procede de Dios. Y se
manifiesta en todos los ámbitos de la Existencia. Constituye el
verdadero “Sujeto trascendente” al que aluden constantemente las
ciencias. Es el Ser y el Principio de todos los seres.
Es este Espíritu quien se sacrifica en la materia, para volver a
renacer en su condición original. Es como el oro puro que, por más
enlodado que esté, no pierde su verdadera naturaleza. La tarea del
Espíritu consiste en derramar toda su energía en los planosmás
burdos de la materia, para regenerarlos y llevarlos a su plenitud. El
Espíritu busca incesantemente dónde anidar, y construye para ello
su morada predilecta: el Alma. Allí trabaja esmeradamente, para
hacerla agradable a su estadía temporaria. No tiene ataduras de
ningún tipo, y por ello es que puede donarse sin perderse a Sí
mismo.
“El Espíritu es el ser perfecto, puro e inmutable”. Construye un
alma donde albergarse, y ha elegido al hombre como su más fiel
representante. Es como el Ave que mediante materiales escogidos
va levantando su cálido y luminoso hogar. Es como el Escultor que
va tallando la piedra bruta, hasta darle la forma artística deseada. Es
como el Ángel que gobierna los cuatro elementos, para hacerlos
más dóciles a sus mandatos.
Una vez destruido el nido, el Espíritu buscará un nuevo lugar
donde recomenzar y perfeccionar su obra. ¿No has visto al Ave
volar más alto y perderse en la inmensidad, para un día cualquiera
regresar y mirar todo con ojos nuevos?
“¿Quién eres?”, preguntaron un día al Maestro. Una chispa del
Espíritu Eterno que ha venido a rescatar las almas alicaídas.
Entonces, el alma humana se construye, pero puede también
destruirse como todo lo que es perecedero. “Solo el Espíritu es
inmortal” y quien puede brindar dicha cualidad a los demás seres.
Aquellos que se aferran exclusivamente a su alma como a un
salvavidas, no pueden ver que se hunden junto con ella. Es el
Espíritu pues quien opera sobre la resurrección de todas las almas.
El Espíritu es la “luz” que guía al alma; es el “maestro” que la
conduce por caminos de rectitud; es la “chispa” de Dios que
resplandece en todos los aspectos de la existencia; es el “jinete” que
ha de dominar al brioso animal (cuerpo y alma) con el fin de
conducirlo a lugares más elevados; es el “heraldo” principal del reino
de Dios. La fuerza del Espíritu actúa sobre el alma y la vida material,
llevándolos a su perfección y redención.
“Porque, ¿quién de entre los hombres conoce las cosas del
hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?”; nos señala
firmemente 1 Corintios 2,11. Y seguidamente, en 2,14: “Pero el
hombre psíquico (psyxikos de anthropos) no percibe las cosas del
espíritu de Dios porque para él son necedad; y no las puede llegar a
conocer porque se examinan espiritualmente”.
Véase el siguiente dibujo sobre las dimensiones espirituales:
Obsérvese las tres dimensiones principales de la realidad: Alma, Espíritu y
Dios que dan origen a la Vida Universal y a todos los seres. Esta figura recibe
el nombre de “Árbol de la Vida”. Y el eje que une todos los mundos es el
mismo Cristo o Jésus: el Hombre Universal o Trascendente.
En el esquema anterior se halla la región del Espíritu que contiene
al primer hombre, hombre superior o “Adam elyon”. Este aparece
también en Revelaciones 1,13 y 14,14. Aquí se encuentra el Árbol
de la vida. Más abajo está el Alma y el segundo hombre formado
con el soplo de la vida, junto al Árbol del conocimiento. El Alma se
convierte así en ese “mundo-medio” entre el Espíritu y el Mundo,
donde se revela con gran claridad la Luz que viene de Dios. Es
desde este medio sutil de donde han salido o han sido expulsadas
nuestras almas, para encarnar en el mundo físico o natural. Este
último es el reino de Dios sobre la Tierra, la vida universal que debe
reintegrarse con los demás planos, para recuperar el esplendor que
Dios le ha dado.
Los cuatro mundos que integran la Existencia son: vida, alma,
espíritu y Dios. Los dos de arriba reciben el nombre de “mundo
superior”; y los dos de abajo, de “mundo inferior”. Esta Unidad ha
sido conocida a través de todos los tiempos con la figura del
“Hombre Universal” o “Árbol de la Vida”.
El “Libro de la claridad”, recopilación del siglo XII d.C., lo describe
en su apartado 119: “¿Y qué es este árbol del que has hablado? Le
dijo: todos los poderes de Dios están dispuestos en estratos y ellos
son como un árbol: al igual que el árbol produce su fruto a través del
agua; así, Dios a través del agua incrementa los poderes del árbol.
¿Y cuál es esa agua de Dios? Es la Sabiduría; y el fruto del árbol es
el alma de los justos”.
Como nos exhorta la Biblia: “Quien quiera salvar su vida, la
perderá” (Mateo 16,25). Esto parece algo difícil de entender y todo
un misterio. Nuestra alma pues no tiene vida propia, sino aquella
que le viene dada por el Espíritu. En otras palabras, el hombre debe
perderse a sí mismo, si quiere reencontrarse con Dios y descubrir su
esencia perfecta y divina.
CAPÍTULO 13
EL ALMA, EL ESPÍRITU Y DIOS
La luz del alma proviene del mismo Espíritu. “El Espíritu es la
manifestación directa de Dios sobre el alma”. Hay almas que están
siempre iluminadas, porque tienen en ellas la presencia permanente
del Espíritu. Y es Dios quien llega al alma de todos los seres, por
medio de su Espíritu.
El alma siempre puede aspirar a dicha iluminación y, desde luego,
la desea por encima de todas las cosas. La búsqueda de armonía,
paz, conocimiento, amor y felicidad dependen enteramente de que
sean provistas por el mismo Espíritu.
En el Génesis de la Biblia se dice que el hombre fue creado a
imagen y semejanza de Dios. Imagen y semejanza tienen que ver
con el espíritu y el alma, respectivamente. El Espíritu es la imagen
más perfecta de Dios, pues procede directamente de Él. En tanto
que el alma es la imagen más perfecta del Espíritu pero ella es, a su
vez, semejante a Dios.
Juan 3,5-7 nos dice: “Quien no nace del agua y del Espíritu no
puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne;
pero lo que nace del Espíritu es espíritu. No te asombres de lo que
te he dicho: es preciso nacer de lo alto”.
Buscamos las cosas que más deseamos en los planos más bajos
de la Existencia. Y dejamos de lado la verdadera Fuente que es
Dios. Todos los seres portan en sí mismos la Presencia de Dios.
¿Cómo es eso posible? Por medio de la donación gratuita de su
Espíritu. Este Espíritu es infinito y principio de toda ulterior
manifestación. El Espíritu nos conduce al “estado de gracia” o de
unión con Dios. Y solamente a él le corresponden los nombres de
“verdadero” y “fiel”, como figura en Revelaciones 3,14. Igualmente,
no debemos confundir este Espíritu con Dios. Pues esta diferencia
es fundamental.
¿Dónde se instala el Espíritu y le da vida a los demás seres? En
el corazón de la Existencia, generando el Alma. Es, entonces, en el
“Alma” donde se realizan y llevan a cabo las primicias del “Espíritu”
que viene de “Dios”. El Alma es así la última instancia del ser de
Dios, antes de su descenso en el mundo.
Dios no actúa directamente sobre el Alma, sino que lo hace por
medio de su Espíritu. El Espíritu jamás puede mancharse,
permanece siempre impoluto y el pecado no puede alcanzarlo.
Mientras el Alma está unida al Espíritu, recibe de este toda su
acción benefactora. El Alma desciende a su vez sobre el mundo
para darle forma, y es la causa de la aparición del hombre y de
todos los seres que hay sobre él.
Esto requiere de una explicación metafísica: sabemos que Dios es
infinitamente más grande que toda su Creación. Pero no se oculta,
ni se aleja, sino que se manifiesta en todo momento y lugar. Y da
vida en abundancia a todos los seres, mediante su Espíritu divino. El
Camino comienza pues en nuestra Alma. Y podemos alcanzar las
máximas alturas, si le incorporamos alas del Espíritu para volar.
¡Atrévete! ¡Sé el creador y hacedor de tu magnífico y maravilloso
Destino!
CAPÍTULO 14
QUÉ ES EL SER HUMANO
“El ser humano es la obra más perfecta de la Creación”. Fue
formado en el sexto día antes del reposo divino. Viene a simbolizar
la culminación en la evolución de todos los seres y criaturas. Se han
dispensado en él las más altas y finas cualidades a través de un
alma espiritual; y se lo ha provisto de belleza y ductilidad por medio
de un cuerpo. El ser humano es la “corona de la Creación”; es la
joya más preciada del Altísimo. Es el diamante que ha sido forjado
en las propias entrañas de Dios, y en el cual refulge el eterno
resplandor de su gloria. Por tanto,no hay en él mancha alguna que
pueda deformar su íntima esencia.
El ser humano es primordialmente un “alma espiritual” que se ha
encarnado en un cuerpo, y se hace una con la materia; sin dejar de
ser un alma y recibir, al mismo tiempo, las donaciones del Espíritu.
Es mediante la conjunción de estos tres elementos que se conforma
el verdadero ser del hombre. Así lo expresa San Pablo en 1
Tesalonicences 5,23: “Que el mismo Dios de paz los santifique
completamente. Y sanos en todo sentido sean conservados el
espíritu (pneuma), el alma (psyxe) y el cuerpo (soma) de ustedes”.
San Máximo el confesor, uno de los grandes exponentes del siglo
VII d.C., nos confirma: “Dios nos ha creado para que nos hagamos
partícipes de la naturaleza divina, para que entremos en la
eternidad, para que aparezcamos semejantes a Él. Siendo
deificados por la gracia que produce todos los seres existentes, y
trae a la existencia a todo lo que no existía”. Nos parece este un
resumen perfecto respecto de la doble naturaleza, terrenal y
celestial, presente en toda la Realidad.
El hombre es un ser espiritual por encima de todo. Y en cuanto
logra desapegarse de la sustancia material, accede a las verdaderas
dimensiones de su ser. Y participa de la vida divina que le
corresponde naturalmente debido a su origen superior.
La naturaleza del hombre es así de carácter espiritual. Pero se
relaciona a su vez con la materia, a la cual debe modelar para que
le sea su fiel servidor y apoyo inestimable. La materia, si bien es el
último eslabón de la existencia, recibe de los planos anteriores sus
correspondientes beneficios y participa de ellos. En cuanto tal, está
necesitada de guía y sustento espiritual.
El alma es el cáliz que contiene el elixir de inmortalidad; esto es,
el Espíritu. Y es Dios quien se realiza perfectamente en el alma del
hombre, por medio de su Espíritu. El alma recibe las influencias
espirituales y va conformando, de esa manera, a su ser existente: el
hombre.
“El Espíritu es el verdadero hacedor de la síntesis entre el alma y
Dios”. El error espiritual consiste en creer que somos un Espíritu
puro; o incluso, que somos Dios. Aunque lo somos también, pero no
de la manera como regularmente se dice. Es más bien nuestra alma
quien se vuelve espiritual y, en última instancia, también divina al
recibir las afluencias que provienen del Espíritu y de Dios.
Es pues en el alma donde se produce la conversión hacia lo
Divino. Esto ocurre cuando ella se da cuenta o toma conciencia de
que nunca ha estado separada de los niveles superiores a los que
siempre ha intentado arribar. Es el alma, entonces, quien apoyada
en la materia debe emprender el camino de retorno hacia Dios, una
vez que se ha nutrido de las gracias divinas del Espíritu. Hay en el
ser humano una chispa de la Divinidad que se encuentra unida a su
alma, y entre estos conforman su ser esencial y principal.
En la iconografía religiosa el alma es la Esposa y el Espíritu es el
Esposo; el alma es la virgen y el Espíritu es la paloma que
desciende del cielo o espíritu santo. Esto quiere decir que el alma
debe prepararse y purificarse a sí misma, si ha de recibir en ella a lo
más santo. La virginidad del alma es la manera más correcta de
concebirla, si pretendemos que el Espíritu de Dios penetre en ella y
establezca su morada.
“El alma es el vaso purísimo e inmaculado donde se hace
presente Dios a través de su Espíritu”. Somos seres divinos, es
decir, hijos de Dios, pues nuestra alma proviene directamente del
Creador. Y, al mismo tiempo, descendemos y encarnamos en el
mundo para realizarnos en toda su plenitud. Para ayudar a los
demás seres, y para restituir la verdad en todos los niveles de la
Existencia. Esta es la más elevada misión que tiene el ser humano,
una vez que se ha comprometido con Dios y con las elevadas leyes
que manan de Él.
De esta manera, el ser humano entrega amorosamente su
corazón hacia el Ser superior. Y allí encuentra toda la felicidad que
antes se le hubiese podido negar, por haberlo ocupado con
cuestiones sin significado, estériles y que lo alejan de la vida divina
a la que permanentemente está llamado.
“El Espíritu es la chispa divina que vivifica el alma y por eso
dependemos de Él”. Y Dios es el Ser Supremo que ha dado orden y
armonía a todo el Universo, y llena con su presencia cada átomo de
la Creación.
El ser humano ha sido considerado, por todas las grandes
tradiciones relativas al conocimiento superior, como el Templo
sagrado donde Dios construye su morada eterna. Mientras el
“hombre terrenal” abarca las dimensiones del cuerpo y el alma, el
“hombre celestial” incluye al espíritu y a Dios. Por tanto, el hombre
viene a completarse en todas sus fases, recién cuando realiza en sí
mismo estas cuatro dimensiones universales.
¿Qué es aquello divino que hay en el alma del ser humano? No
puede ser más que la llama mística del Espíritu. A partir de su alma
el hombre va tomando conciencia de su ser superior, hasta lograr la
unión definitiva con él. Aquello divino que hay de Dios “en nosotros”
es, precisamente, el Espíritu de Dios.
Cuando el alma humana, por medio del Espíritu que viene de
Dios, logra conquistar y unir su doble naturaleza permite el
advenimiento del “Hombre Verdadero”. Alguien en el que todas las
religiones hacen especial hincapié. Pero que ha llevado a una
antropoformización de la Naturaleza de Dios.
Si bien es cierto que las religiones tienen como fundamento
acentuar las relaciones entre el hombre y Dios, y promueven de esa
manera un ideal de hombre, la proyección del hombre celestial; no
es totalmente correcto hacer de ello el único motivo de su
existencia. La religión se centra, pues, en la consecución del
hombre perfecto o “cristo” (palabra griega que designa este hecho) y
viene a decaer en una hominización respecto de las relaciones con
lo Divino. Se vuelve finalista y olvida las causas. Cristo es así el
“fruto dorado” que se apoya indefectiblemente en las raíces, tronco y
ramas que conforman el Árbol de la Vida. De otra manera, se
perderían de vista las verdaderas riquezas de las relaciones
surgidas entre las tres hipóstasis del Alma, el Espíritu y Dios.
CAPÍTULO 15
SIGNIFICADO DEL CRISTO O MESÍAS
Dios es la Persona por excelencia; en tanto que el espíritu y el
alma son manifestaciones ulteriores de la Única Persona que es
Dios. Entre los tres forman la naturaleza trinitaria o divinidad de
Dios. Se puede emplear aquí un símbolo que puede ser válido para
explicar este acontecimiento: Dios es el fuego, el cual a su vez
brinda luz y calor. La luz (espíritu) y el calor (alma) son
características innatas e inseparables del fuego o Dios.
Lo que no debería resultarnos nunca como demasiado esfuerzo,
es destacar la primacía que tiene Dios sobre el resto de los seres,
sean estos espirituales o de cualquier naturaleza. Recordemos que
el principal mandamiento de todos es el que describe Deuteronomio
6,4: “Escucha Israel, Yhaveh nuestro Dios, Yahveh es uno”. Y
Deuteronomio 4,39: “Por tanto, reconoce hoy y reflexiona en tu
corazón que Yahveh es Dios (Elohim) arriba en los cielos y abajo en
la tierra; no hay otro”. En Efesios 4,6 encontramos la siguiente
afirmación: “un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos,
por todos y en todos”. Y en la primera carta a los Corintios 8,6: “para
nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las
cosas”.
Luego que se ha esclarecido este hecho trascendental en cuanto
a la naturaleza de Dios y sus hipóstasis o emanaciones, se puede
proceder a indagar acerca del hombre, su entorno y su relación con
Dios.
Hemos visto que el hombre es un alma espiritual encarnada en
una materia, el último elemento que va a completar el periplo de la
Divinidad. Muchas filosofías han querido ver en esto una caída del
alma en la sustancia material, a la cual consideran el más terrible
enemigo para la espiritualidad. Numerosas sectas de los primeros
siglos cristianos dieron forma a esta “doctrina de la caída”, la cual se
sigue dispersando hoy en día sin tener el conocimiento correctoacerca de Dios. Nosotros, en cambio, debemos rescatar este último
plano y otorgarle la dignidad que le corresponde en la totalidad del
Reino de Dios.
Nos queda, por último, mostrar el camino de retorno a Dios. Y
esto tiene que ver con el Cristo (del griego Xristos), el cual hace
alusión al Hombre redimido y liberado.
“Cristo es el Hombre en la medida que va realizando a Dios”. Es
el Hombre en camino hacia Dios. Pues se trata del proceso por el
cual todo hombre va tomando conciencia de su propia divinidad, y
adquiere el título de verdadero hijo de Dios. El hombre, en cuanto
alma espiritual, puede comprender la visión de las cosas divinas, y
emprender el camino de regreso al hogar de donde procede su ser
verdadero.
Puede verse claramente que es luego de su pasión, muerte y
resurrección que Cristo asciende al cielo y se coloca al lado del
Padre. Es, entonces, al finalizar el peregrinaje terrenal que Cristo es
declarado Rey y Salvador de los hombres. Pues se trata del Hombre
mismo que, en todas sus potencialidades, ha sido elevado hacia
Dios. Y participa, de esa manera, en todos los atributos y virtudes
que pertenecen al “nuevo hombre” u hombre restaurado.
“La Cristificación del Hombre” es, por tanto, un proceso lento y
puramente personal, ya que atañe al ser más íntimo de cada ser
humano y a la acción directa de Dios y sus hipóstasis o ángeles
sobre él. El hombre va revistiéndose, de este modo, con distintas
prendas de luz a medida que va progresando en su escala
espiritual.
Cristo también representa “la luz de Dios sobre el mundo”, en
cuanto está emparentado directamente con el Espíritu y su función
restauradora. Puede verse aquí la filiación directa de Cristo con el
Espíritu y con Dios. Y la alusión permanente que hace aquel
respecto de estos dos.
Y es que Cristo dispone de su alma primero para recibir al
Espíritu, y de esa forma acercarse y hacerse uno con Dios. El Dios
santísimo de Abraham, de Isaac y de Jacob, esto es, aquel Dios que
está más allá de todos los dioses e ídolos. Y que, por tanto, no tiene
nombre aunque se lo conoce con uno para que quede plasmada la
sabiduría que de Él proviene.
Cristo hace referencia al Hombre mismo, como hemos visto; esto
es, el Hombre compuesto de un alma espiritual. “Tú eres Cristo, en
cuanto estás llamado de nuevo a Dios”. Es decir, el Hombre
universal y verdadero al que apunta toda religión y, en definitiva,
toda ciencia del saber. Cada vez que se menciona a Cristo se está
mencionando tu nombre oculto y secreto. De allí que te corresponde
a ti despertar y renacer a la vida espiritual, para la cual estás como
dormido y simbólicamente muerto. Es tu resurrección la que se
espera y de la que se habla. Con ella, la misión del ser humano ha
sufrido una transformación. Y consiste ahora en traer el reino de
Dios a todos los hombres.
El Hombre cumple aquí con su doble naturaleza espiritual y
corporal, ya que une los dos mundos, el de arriba y el de abajo. Y al
hacerlo va dando forma a la profecía del Mesías, es decir, a la
renovación de todas las cosas y del mundo.
Así, la naturaleza divina que es trinitaria en sí misma, se realiza
también en el mundo material, el cuarto elemento que viene a
completar los misterios respecto de Dios. Inaugurando, de esta
manera, la posibilidad de estar próximos a Dios.
Esto se encuentra simbolizado a través del Nombre de Dios de
cuatro letras, donde cada una de ellas representa a uno de los
mundos en que se manifiesta su divinidad. Tenemos así que la
última letra hace referencia al cuarto plano, hacia el cual confluyen
todas las bendiciones divinas. De esta manera, el mundo es el lugar
por excelencia donde se concentran todas las energías espirituales
y donde se realiza de manera concreta Dios, en la medida en que el
Hombre interviene y le da forma al mismo con cada uno de sus
actos. El mundo es el verdadero ámbito donde “Dios toma carne
para sí” y da forma a todos los seres que allí habitan, por medio de
su Palabra.
Cristo se convierte así en el “cáliz de la vida” por el cual vienen a
resumirse todos los misterios. “Es la transfiguración del Hombre en
Hijo de Dios”. Es, finalmente, el símbolo del Hombre resucitado y
elevado a la categoría de Dios.
Cristo es la unidad entre Dios y el Hombre, “la encarnación de
Dios en el Hombre”. Esto es lo que todas las tradiciones han
siempre esperado y deseado. Nos dice san Ireneo de Lyon que el
hombre es carne, pero carne capaz de salvación (car capax salutis).
Esta es la historia de la salvación del hombre que ha sido creado, en
un principio, a imagen y semejanza de Dios. Pues su verdadera
finalidad es la restitución de toda la creación a su dimensión
plenamente divina, a través del Cristo.
Dios se hace presente en el alma del hombre por medio de su
Espíritu, que es Infinito. Y de esa forma da nacimiento al Hijo de
Dios o Cristo. Así, Cristo es el cordero celestial que como “sacrificio
de Dios” se ofrece al mundo para su salvación; y es también, el cáliz
de la resurrección.
En este último sentido, la palabra Cristo designa “un estado
espiritual del alma humana” que puede ser alcanzado por todo aquel
que busca incansable y sinceramente a Dios. Y sabe que su templo
está construido con materiales eternos en el interior de su ser. Tal
templo es de carácter espiritual y, por tanto, no puede corromperse.
A diferencia de las manifestaciones externas que las instituciones
humanas intentan levantar, tratando de imitar a aquel cuyo origen es
divino.
Cristo comprende, por encima de todas las cosas, la OBRA DE
DIOS cuya finalidad es la REDENCIÓN DEL MUNDO. Se trata del
Cristo universal que aparece en preciosos mosaicos multicolores en
las iglesias de tradición griega; y que viene a representar al Príncipe
de la Paz y el Rey del Mundo. Esto demuestra con mucha claridad
la unidad que hay entre Cristo, Dios y el Espíritu de Dios. Así como
la función preponderante que debe asignarse a cada uno de ellos, y
que iremos develando en capítulos posteriores.
Cada religión tiene, a su vez, a su propio Cristo (“ungido”, en
griego) y lo llama con distintos nombres, según el idioma de cada
una de ellas. Es Krishna (el Oscuro o Pleno) para la India,
Muhammad (el Alabado) para Arabia, y el profeta Elías (Yah es mi
Dios) o Mesías (el Ungido) para el pueblo de Israel.
Y es que Cristo está más allá de la persona física e histórica, y se
refiere a una cualidad de carácter metafísico y atemporal. El Verbo,
en cuanto Cristo, puede ser entendido según estos dos aspectos:
histórico individual o universal. En el primer caso se trata de una
sola persona divina que ha encarnado directamente de Dios, y se ha
manifestado como hombre aquí en la Tierra. Tal es el caso de Jesús,
como de otros tantos santos y profetas, de menor jerarquía, a lo
largo de la historia de la humanidad. Pues se obtienen noticias de
grandes seres iluminados venidos directamente de Dios, en muy
distintas épocas de la antigüedad.
Se sabe, por otra parte, que esto es totalmente natural y se
corresponde con ritmos cosmológicos, donde Dios se hace presente
a través de su Hijo. Un refrán antiguo dice que antes del Cristo de
esta Era han habido otros Cristos. Esto quiere decir que la venida
del Hijo de Dios a la Tierra ocurre según ciertos ciclos que aseguran
así la transmisión de sus enseñanzas.
Por otro lado, desde el punto de vista atemporal, “Cristo es el
descenso de Dios a todos los hombres”. Esto significa que no hay
un momento ni espacio determinados en los que Dios venga a
encarnarse, sino que su llegada es a todos los hombres por igual.
En este segundo caso, Dios se patentiza al alma del hombre sin
importar raza, religión, tiempo ni lugar. De allí el carácter universal
de dicha manifestación.
La historia de Cristo no es otra que la del propio hombre; vale
decir, la del alma divina y humana a un mismo tiempo. La cual ha
descendido, se ha encarnado, ha tomado forma de hombre, se ha
sacrificado y se ha transmutado para alcanzar nuevamente las
gracias y dones de las que Dios le ha hecho su especial heredera,
desde el principio de los tiempos

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