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Ya sali de Babilonia - Néstor A Martinez

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Ahora sí, con pretensiones de llamarlo Un Libro y para 
cerrar el entendimiento de lo escrito en “Una Mosca en 
la Nariz”… 
El Ministerio de Enseñanza Bíblica Radial 
TIEMPO DE VICTORIA 
Presenta: 
Ya Salí de 
Babilonia; ¿Y 
Ahora? 
Autor: Espíritu Santo. 
Colaboradores: Muchos Instrumentos humanos utilizados por el Autor 
Escrito por: Néstor Martínez – Rosario – República Argentina 
(Uno de esos instrumentos)
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Prólogo 
Muchos de lo que leyeron mi primer libro, me escribieron 
llamándome: Bendecido, Siervo, Ungido, Apóstol, Profeta, 
Pionero y demás bellezas por el estilo. 
Otros, por su parte, también me escribieron llamándome: 
Resentido, Hereje, Anticristo, Basura y demás “bellezas” por 
el estilo. 
Con el debido perdón de los unos y los otros, me atrevo a 
asegurarles que no soy ni una cosa ni la otra. 
Sólo soy un hombre que recibió del Señor la directiva de 
escribir “Una Mosca en la Nariz” tal como está, sin tener ni la 
menor idea la razón o el motivo y simplemente obedeció. 
El mismo hombre que, una vez publicado el primer trabajo, 
recibió la luz amplia y necesaria para encarar este, su 
complemento. 
Lo que vas a leer le pertenece íntegramente al Espíritu Santo 
de Dios. No me lo dio sólo a mí, sino que lo distribuyó entre 
varios hombres deseosos de servirle. 
Yo he tomado los principios que cada uno de ellos recibió (He 
descartado sus propias opiniones) y los he sumado a los que yo 
mismo recibí, (Dejando de lado también mis “maravillosas” 
ideas humanas). El resultado está aquí. Léelo, examínalo, 
reflexiónalo y evalúalo. De acuerdo con lo que pueda dejarte 
en tu espíritu, procede. 
Pero, atención: sea cual fuere tu reacción, para uno u otro 
sector, de todos modos muévete. Recuerda que la victoria será 
de los Pacíficos, pero jamás de los Pasivos. La victoria será de 
los que se mueven en alguna dirección. La derrota, mientras 
tanto, patrimonio de los que se quedan inmóviles esperando que 
otros más “espirituales” piensen por ellos.
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A Modo de Introducción… 
No tuve ningún inconveniente, ni tampoco ninguna clase de falso pudor, para decírtelo en 
aquel momento cuando escribí Una Mosca en la Nariz: no tenía ni la más pálida idea del motivo por 
el cual lo estaba haciendo. Lo único que sabía con total y absoluta certeza, era que Dios me había 
ordenado hacerlo. 
Y no sólo me había dado la orden de escribir eso, sino que incluso me había delineado día 
por  día  y momento  por momento  (A  veces  sin que  ni  yo mismo me diera  cuenta del  todo),  de  la 
manera que tenía que hacerlo. Con qué contenidos, formas, léxico y epicentros básicos. 
Te confieso que tuve muchas dudas y algunos miedos, pero una palabra precisa y concreta 
del Señor me tranquilizó primero, me convenció seguidamente y me activó en último término: No hay 
espacio para los cobardes en el Reino de Dios. 
Sin embargo, no quisiera que te hagas una imagen mía que no se parece en nada a la real. 
De ninguna manera soy un valiente caballero de  la edad media que con su sola  lanza en  ristre se 
apresta a encarar contra todo un ejército de miles y miles de feroces soldados. 
Soy un hombre (Un “tipo”, como decimos en Argentina), de lo más vulgar, común, corriente y 
hasta algo menos, si quieres. Y no estoy menoscabándome ni subestimándome. A eso quizás lo hice 
en parte en el primer libro y ya me lo criticaron y me lo corrigieron. Soy un hijo de Dios. 
Y  es  el  ser  un  hijo  de  Dios  lo  que  me  hace  una  persona  especial,  no  alguna  otra  virtud 
personal, familiar, eclesiástica o de cualquier otra naturaleza. Y si sobresalgo por sobre tanta gente 
que hace las mismas cosas, no es porque yo sea mejor que ellos, sino porque – repito – yo soy un 
hijo de Dios. 
¡Hermano! ¿Usted me está queriendo decir que hay gente que también planta páginas Web, 
escribe artículos sobre Jesucristo y hasta predica en vibrantes audios que no son hijos de Dios? No 
te lo estoy “queriendo” decir; te lo estoy diciendo por una simple razón: es verdad. Y el ochenta por 
ciento de quienes leen esto, lo saben. 
Pero entiende bien,  por  favor,  porque en este  tiempo se escucha,  se ve  y  se  lee  cualquier 
barbaridad. No te estoy diciendo que sea EL Hijo de Dios encarnado. A eso, ya hay algunos que “se 
les escapó la tortuga”, que andan jurándolo por la Web. Yo dije que soy UN hijo de Dios. Como tú, tú 
o tú, hermano o hermana, sin acepción de personas. 
La  diferencia  es  que  yo  he  sido  comisionado  por  el Reino  de Dios,  enviado  por mi  Padre 
celestial,  sustentado  por mi  Señor  Jesucristo,  inspirado  y  fortalecido  por mi  amado Espíritu  Santo 
para hacer esto que estoy haciendo,  y no otra de  las  tantas  cosas que otros  van a hacer o están 
haciendo ya. 
El  mayor  problema  que  hemos  tenido  como  pueblo  santo,  ha  sido  el  suponer  que  todos 
estábamos para hacer de todo y que aquellos que no hacían las cosas según las costumbres de lo 
que llamábamos “la iglesia”, no pertenecían a ella. Lamento decirte que una gran mayoría de estos sí 
que pertenecían a una iglesia de la cual muchos de sus jefes estaban fuera.
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El caso es que,  tal como  te  lo  relaté en el primer  libro,  fui  llamado, capacitado y  levantado 
para hacer una  tarea muy específica,  concreta y apuntada a  complementarse  con otras que otros 
hombres de Dios están haciendo hoy por hoy de una punta a la otra del planeta. 
No son pocos los lugares en los que se están hablando cosas que no tienen sabor a iglesia, 
que sólo tienen sabor a verdad. Y la verdad no te promete terminar en la iglesia. La verdad siempre 
te lleva al reino de Dios. La iglesia es un medio, no es la meta. 
Yo  creo  que  hemos  sobre  enfatizado  a  la  iglesia  de  tal  manera,  que  cuando  Dios  quiere 
manifestarse  tal  como  Él  es,  no  tiene  por  donde  entrar.  Cuando  el  amor  Ágape  de  Dios,  quiere 
manifestarse, el amor que la iglesia ha creado en su lugar, no se lo permite. 
El amor de Dios es fuerte. Es más que obvio que nosotros tenemos mucho más Phileo que 
Ágape.  Entonces,  con  todos  estos  romanticismos  inventores  de  las  “contenciones”  psicológicas 
dentro de la iglesia, no hemos dejado que se manifieste. Dios es fuerte, pero siempre va a traerte a 
posiciones en Él. 
La  verdadera autoridad de Dios es  realmente  fuerte,  pero  la manipulación  y el  control,  que 
son las imitaciones más abundantes de ella, no tienen ninguna clase de fortaleza. Porque bastará un 
gramo  de  inteligencia  en  un  creyente  para  que  nadie  pueda  manipularlo  ni  controlarle 
despóticamente su vida. 
Sin embargo, por lo que podemos ver, ese gramo de inteligencia no es abundante. Es mucho 
más la gente que llega a amar y respetar, amén de obedecer a quienes les palmean sus espaldas 
aunque luego los abusen de varias maneras, al que seriamente pero con una autoridad que no está 
exenta de amor, les dice la verdad. A esos, poco a poco, se les van cerrando todos los caminos. 
Es  que  hay  algo  que  va  más  allá  de  los  comportamientos  humanos.  Hay  una  cuestión 
dimensional. El ministro de luz y el falso ministro de luz, viven en dimensiones opuestas. Y eso es 
algo que trasciende el problema del hermanito que te viene a protestar. 
Ya  sabemos  que  el  nuevo  sacerdocio,  no  tiene  absolutamente  nada  que  ver  con  el  viejo 
sacerdocio. No habla igual, no tiene las mismas prioridades, no tiene los mismos valores, no predica 
igual, no prepara sus mensajes igual y no usa los mismos materiales de apoyo. En nada es igual. Es 
más: nadie lo identificaría como un sacerdote. No le hace; Dios lo levantó y lo es. Punto. 
Nada. Nada de lo anterior. Tampoco usa esas biblias especiales de estudio con que la mayor 
parte estudiaba. Nada viene de lo viejo. Para lo único que sirven aquellas biblias de estudio, es para 
tener  más  espacio  para  hacer  nuestras  anotaciones.  Pero  ya  nunca  más  para  llevarnos  por  los 
comentarios de viejos teólogos incapaces de sostenerseen algo fresco. 
En suma: nada de lo que se usaba antes, se está usando ahora. La misma Palabra de Dios 
ha cambiado. Antes estaba en una urna, ahora está en una urna de oro; es gubernamental. Ahora se 
dice lo que hay que decir, no lo que conviene decir para seguir teniendo gente los domingos. Estoy 
hablando de la Iglesia, no de Babilonia, entiende. 
Si se dice lo que hay que decir, la verdad prevalece. Lamentablemente, este no es el cuadro 
que vemos. Podrán acusarme de negativo, pero no hago más que reflejar una realidad que estamos 
comenzando a vivir porque este el tiempo de vivir esto y no otra cosa. 
¿Por  qué  estoy  hablando  así?  Entiendo  que  la  mayor  parte  de  quienes  leen  esto,  puede 
suponer que soy alguien que pretende armar algo nuevo y colocarse al frente. Lo han hecho cientos 
o miles durante todos estos tiempos. No tendría nada de raro que una vez más se repitiera. 
Te equivocaste. No tengo edad ni ganas para armar algo, y mucho menos si ese algo es una 
idea mía y no una orden de Dios. Yo ya he tenido suficiente en mi vida con las decenas o centenas 
de “brillantes” ideas que se me ocurrieron. Gracias a Dios y su misericordia te lo puedo contar.
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También  podría  estar  haciendo  esto  en  la  búsqueda  de  hermanitos  desprotegidos  a  los 
cuales  manipular  a  mi  antojo  y  necesidad  (Todo  con  un  barniz  de  santa  sujeción)  con  el  fin  de 
convertirme en una especie de jeque moderno con diferentes calidades de harem sin menosprecio 
de los literales. 
Créeme  que  conforme  a  la  “educación  cristiana”  que  la  mayoría  hemos  recibido  en  las 
iglesias,  hacer  esto  sería  decididamente  sencillo.  Hay  cientos  y  cientos  de  seres  buscando 
desesperadamente que alguien los someta en todas las áreas que se le ocurra porque no saben ni 
pueden vivir de otra manera. Vendría a ser algo así como un supuesto masoquismo cristiano… 
Y,  finalmente,  también  podría  andar  por  la  vida  diciendo  cosas  explosivas  dudosamente 
demostradas bíblicamente, con el afán simple de hacer dinero. Ya sé que suena demasiado fuerte y 
hasta  grosero,  pero  dime  qué  otra  cosa  has  visto  hacer  a  tantos  y  tantos  por  allí  disfrazados  de 
ministros… 
Lo que te dije, se prueba y comprueba con actitudes que vemos a diario a lo largo y ancho del 
planeta.  El  mundo  critica  a  la  iglesia  porque  es  impío,  incrédulo  y  pecador  y  por  lo  tanto  está 
endemoniado,  pero  ¿Sabes  que?  En  más  de  la  mitad  de  sus  críticas,  lamentablemente,  el 
mundo está diciendo la verdad. Muy bien: no es mi caso. 
Digo  esto  porque  pretendo,  espero  y  deseo  que,  al  menos  un  alto  porcentaje  de  quienes 
acceden a estos estudios, donde quiera que se encuentren, puedan levantarse en fe para aportar lo 
suyo a que en el Reino de Dios se cumpla de una vez por todas, Su soberana voluntad. 
Es decir: que cada uno de ustedes sea un oráculo; y que ninguno sea ni eco ni sombra de 
alguien  prestigioso.  Esto  te  dice  que  tus  reacciones  ante  la  vida,  ahora  ya  no  están  en  un  arca 
inmóvil sino en un compartimiento gubernamental. Lee, escudriña, estudia y aprende: 
(Mateo 27: 45)= Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora 
novena. 
(46)  Cerca  de  la  hora  novena,  Jesús  clamó  a  gran  voz,  diciendo:  Elí,  Elí,  ¿lama 
sabactani?  Esto  es:  Dios  mío,  Dios  mío,  ¿por  qué  me  has  abandonado?  (Jesús,  aquí,  está 
haciendo una pregunta, está hablando con alguien.) 
(Verso 47)= Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama este. 
(48) Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y 
poniéndola en una caña, le dio de beber. 
(49) Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle. 
(50) Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. 
(51) Y he aquí, el velo del templo se rasgó de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas 
se partieron; 
Aquí vemos que desde la sexta hasta la novena hora, que es el tiempo más claro del día, (De 
doce  a  tres  de  la  tarde),  se  pone  absolutamente  oscuro. Oscuridad es  ausencia  de  luz.  No  hubo 
eclipse, no fue algo científico, sino que la luz del mundo se estaba apagando. 
Es importante que entiendas esto. Porque no hubo un eclipse, no fueron nubes que taparon el 
sol. Quedó todo absolutamente negro, de tan oscuro que estaba. Ausencia de luz. Una colisión de 
dos realidades. ¿Necesitas tocarlo con tus manos para creerlo, Tomás?
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El  impacto fue tan fuerte, que se manifiesta como  terremoto en  lo natural. Fue  tan fuerte el 
impacto de vida, que revivió a ciertos muertos que luego caminaron por la ciudad. Lo que ocurre en 
esa realidad o en esa dimensión, es tan fuerte que produce varias manifestaciones en la dimensión 
tangible, palpable, o en la realidad del mundo natural. 
El verso 51 dice que el velo fue rasgado. La palabra scico, “demolición”, en el griego clásico. 
Es un rasgado de un sistema o de una estructura. Recuerda: no había caja, no había arca, desde 
el tiempo del templo de Zorobabel. Pasa el tiempo de Herodes. Cuando se rasga el velo, no hay 
arca. 
De manera que no hay una gloria manifestada. No hay un querubín, no hay un maná, no hay 
nada. Lo que había era otra dimensión. No fue acceso a una caja, no fue acceso a Dios, sino que el 
velo se corre, se rasga y se abre otra dimensión al ser humano. 
Tan fuerte fue esa manifestación, que hubo terremotos. El  impacto de una dimensión, nos 
da evidencias en la otra. Cuando Dios habló en el Sinaí, la tierra también tembló. Nota que lo que 
ocurre en el mundo del espíritu, se refleja en el mundo natural. 
Lo triste del caso es que tú te pongas a seguir y estudiar la historia natural y no entiendas lo 
que está pasando en el espíritu. Es decir que,  la  condición natural  imperante,  fue el  resultado del 
impacto de otra dimensión. ¡Pastor! ¡En la iglesia no pasa nada! ¿Qué estás estudiando? 
¿Sabes cual es el  lamento diario de un evangelista del Señor? Las miles y miles de almas 
que se pierden en el infierno sin llegar a conocer a Jesucristo. ¿Sabes cual es el de un maestro del 
Señor? Que miles  y miles de personas que concurren a  templos,  acompañados de profesores de 
historia  bíblica,  de  teología  y  en  divinidades  se  vayan  al  mismo  infierno  aún  cuando  suponían 
haberlo conocido. 
Quiero reenfatizar que el acceso no era a Dios. Que el velo se rasgara, no nos daba acceso a 
Dios, daba acceso a otra dimensión. Dice Jeremías 3:16 que el tiempo llegará en que no vamos a 
procurar el arca, porque va a haber relaciones de alianza en un nivel de reyes. 
Nota que  lo que  intercambia el arca, es un nivel de  relación. Dice el Salmo 133 que es allí 
donde habita el Señor. Este ámbito natural, este ámbito al que llamamos “la realidad”, es un mundo 
de ilusión. Nosotros fuimos diseñados (Y ten en cuenta que todo esto es alegoría pura), para operar 
en la otra dimensión. 
Nosotros somos espíritu, y estamos viviendo una experiencia terrenal. En Génesis, Dios tiene 
un plan. Él va a crear un hombre a su  imagen. Ese es el plan de Dios. …Hagamos el hombre a 
nuestra imagen… 
Dios,  desde  que  comienza  a  crear,  comienza  a  traer  separación.  Mucho  antes  de  que  el 
tiempo  comenzara,  ya  la  tierra  fue  creada.  El  tiempo  comienza  efectivamente,  cuando  hay 
separación de día  y noche. Y el  tiempo que  transcurrió  entre  la  creación de  la  tierra  y en el  que 
hubiera día y noche, pudieron ser esos billones de años que los científicos han descubierto. 
Tú,  hazme caso en algo:  jamás discutas  con  la ciencia. Muy a  su pesar para  los hombres 
científicos,  la  ciencia generalmente  termina  apoyando  la Biblia.  Sólo  que ellos  llegan allí mil  años 
después que nosotros, aunque la televisión no venga a hacernos entrevistas por ello. 
Eso,  claro  está,  si  tú  te  crees  como  se  debe  lo  que  dice  la  Biblia.  Pero  también,  debes 
reconocer quenos hemos inventado una sarta de teorías que no tienen nada que ver con Dios. Por 
ejemplo: la Biblia dice que la muerte entró por un hombre. Muy bien; eso elimina a toda la raza pre 
adámica,  porque  si  la muerte no  existía  hasta  que un  hombre muere,  entonces,  ¿Cómo murieron 
todos los demás?
8 
La caída del hombre fue tan fatal y tan deprimente, que el hombre cuando se imagina algo, 
siempre  lo  imagina  más  inteligente  que  sí  mismo.  ¿Un  marciano?  ¡Más  inteligente!  Cientos  de 
películas de ciencia ficción los han mostrado así. 
Bastará con decir una palabra casi mágica: extraterrestre, para que inmediatamente cualquier 
hombre o mujer, sin dudarlo, estimen que ese extraterrestre es más inteligente que nosotros. ¿Nadie 
va a decir, nunca, que si somos hechos a imagen y semejanza de Dios, no puede existir cosa 
más inteligente que nosotros? 
No estoy  levantando debate ni polémica sobre ovniología ni vida  interplanetaria. Sólo estoy 
predicando el evangelio, enseñando sobre el Reino de Dios. Ellos, si quieren, que sigan pensando 
que somos seres inferiores a cualquier tipo de vida intergaláctica. Tú eres imagen de Dios y no hay 
nada superior a eso. 
¿Y que significa imagen de Dios? Ah, te sonríes, eh? Espera que termine esto y verás. Por 
eso mataron a Cristo. …Hagamos al hombre a nuestra  imagen y a nuestra semejanza… ­ …Y 
luego vamos a darle dominio… 
La palabra imagen, es tselem. Es un icono, o la casa de Dios. La palabra significa “la exacta 
especificación”.  Una  copia  exacta  en  integridad,  moralidad  y  carácter.  La  misma  naturaleza.  Las 
mismas propiedades que. 
Cuando Dios dice: “hagamos al hombre de esta manera”,  lo está diciendo en Génesis 1:26, 
27 y 28. Lo que Dios construye en Génesis 1:26, es su maqueta. Todo plan, comienza con una idea. 
El hombre de Génesis 1:26­27, no está formado. 
Es una creación en la mente de Dios. …hagamos el hombre, a mi imagen… Aquí lo tengo. 
¡Perfecto!  Es  decir  que  el  plan  de  Dios,  era  encarnarse.  Transferirse  de  una  dimensión  a  otra. 
Cuando Dios descansa, entonces forma al hombre. En su descanso. 
El hombre no es hecho en el sexto día, sino en el séptimo. El hombre es creado ser con una 
imaginación de lo que Dios quiere. Es el producto final, lo tengo ya calculado, esta es la maqueta del 
producto final, pero no está en la  tierra. Génesis 2:5 dice que no había hombre que la abrace a  la 
tierra. 
Esto  significa que aún no existía el  hombre. Génesis 2:7 dice que Dios  formó al  hombre. 
Ahora escucha: cuando formó a Adán, Corintios nos dice que Adán es alma viviente. Dios es espíritu 
vivificante. Adán no es la imagen de Génesis 1:26. 
Adán  es  el  comienzo  de  un  proyecto,  que  termina  en  la  imagen  de  Dios.  Y  eso  es, 
exactamente,  lo  que  estamos  tratando de  terminar  ahora.  Como  toda  construcción  empieza  en  el 
fundamento y llega al pronto final, que viene a ser igual a la maqueta que es el comienzo. 
Adán es alma viviente, Dios es Espíritu vivificante. Dios no es un ser creado. Dios es santo. 
Adán  era  inocente.  No  es  ni  santo  ni  profano.  ¿Qué  es  tener  misericordia,  sin  estar  rodeado  de 
debilidades  de  la  que  se  necesita  ser  liberado?  ¿Qué  es  ser  bueno  sin  andar  en  un  mundo  de 
maldad? 
¿Qué es ser santo, o fiel, sin la oportunidad de apostatar? Adán no es imagen de Dios. Adán 
es el comienzo de un proyecto. El hombre es creado,  formado y  luego colocado. Así  lo vemos en 
Génesis 2:15. Yo sé que esto va en contra de todo lo que aprendimos, pero no le hace. Sigue siendo 
cierto. 
Ya mismo va a empezar a cobrar sentido para ti todo el plan de Dios. Porque la imagen que 
tenemos  si  aceptamos  la  enseñanza  clásica,  es  la  de  un  Dios  que  fracasa  dos  veces  antes  de 
comenzar. Se le escapa un ángel y después se le escapó el primer hijo.
9 
Ahora bien: si es un Dios, ­ Tal como te lo muestra la teología ­, que ha fracasado dos veces 
antes de empezar todo esto, yo te pregunto: ¿Cuál será la garantía de que no va a fracasar una vez 
más cuando regrese? Utiliza tu inteligencia, no seas religioso papagayo. 
Fíjate que nuestra doctrina nos da a entender, o quizás lo dice concretamente, que nosotros 
somos salvos porque Israel lo rechazó, y eso nos hace salvos de pura casualidad, porque si Israel 
no lo llegaba a rechazar, nosotros no entrábamos ni disfrazados de monos… 
Eso  es  lo  que  dicen  nuestras  doctrinas  básicas.  Esas  a  las  cuales,  encima,  les  llamamos 
“sana doctrina”. Que somos un plan alterno. Que entramos porque  Israel no  lo  quiso. Somos una 
especie de trozo de jamón entre dos panes llamados Israel. 
Esto  nos  deja  el  criterio  de  que,  como  no  pudo  vencer  entonces,  pues  entonces  se  fue  y 
prometió que algún día regresaría para, en este caso, vencer. Ahora piensa. ¿Cuál es la garantía que 
podemos tener nosotros que, si no venció la primera vez, va a vencer ahora cuando venga? 
¡Pero es que esa es nuestra doctrina! Claro, yo lo estoy mostrando con un tinte humorístico, 
pero  créeme  que  todavía  es  eso  lo  que  andamos  enseñando  en  nuestros  institutos  y  seminarios 
bíblicos.  No  sirve.  Había  que  aprenderlo  todo mal  para  venir  en  este  tiempo  a  refrescar  nuestro 
entendimiento. 
Entonces  esta  es  la  época  en  que  las  librerías  cristianas  van  a  comenzar  a  quedarse  sin 
lectores,  que  es  como  decir:  sin  clientes.  Porque  ellos,  sujetos  a  las  “supervisiones”  ministeriales 
estructuradas,  sólo  van a poder  vender  lo  que es aprobado por  tales  y  tales  concilios. Y eso que 
resulta aprobado, como ya te habrás percatado, sabe a un té de agua; insaboro, incoloro e inodoro. 
Es un reflejo de lo que hoy por hoy también está ocurriendo en las congregaciones cristianas. 
Y que va mucho más allá de si tal o cual pastorcito ha hecho un gran negocio en lugar de una gran 
iglesia. En  todo caso, esa es una parte de  la corrupción ambiente que se filtra por  las deficiencias 
espirituales que el sistema ha propuesto desde su creación. 
Y una vez que tú has visto todo eso (Y si me estás leyendo es porque lo has visto, ya que de 
otro modo hubieras salido huyendo a los alaridos de: ¡¡¡Herejía!!! ¡¡¡Herejía!!!), es cuando no sabes 
adonde colocarte, literal y espiritualmente. 
Muchos se ponen a orar para que el pastor Fulanito cambie, y no se dan cuenta que, por una 
parte, están haciendo una oración hechicera, porque suponen que sus voluntades van a prevalecer 
por sobre las del pastor Fulanito. Y por otra parte, ese cambio que piden para Dios resulta imposible 
porque Fulanito  tiene todas  las condiciones que quieras encontrarle, pero  lo único que no tiene es 
llamado de Dios ni mucho menos unción pastoral. 
Otros se ponen a  interceder a favor de la  iglesita que los vio nacer y hoy anda tambaleante 
con más señales de derrumbarse que de sostenerse. Y lo hacen con sinceridad y fervor, porque en 
sus  corazones  sentimentales  aman  a  esas  cuatro  paredes,  al  púlpito  que  quizás  ellos  mismos 
barnizaron y a ese bautisterio donde aquella noche fueron bautizados. 
Y esto, que en esencia no es malo ni mucho menos, porque habla de los afectos y los buenos 
sentimientos  de  las  personas,  en  el  ámbito  espiritual  actúa  de manera  contraproducente.  Porque 
Dios que andaba presto a borrar del mapa a ese lugar nido de ladrones y corruptos, se ve paralizado 
e  impedido de hacerlo por causa de la  intercesión romántica de muchos de sus fieles hijos a  los 
cuales no puede dejar de oír. 
Y otros  se  van. Abandonan  los  templos esperando, en principio,  que Dios  les muestre  con 
claridad a cual otro deberán concurrir y a que pastor deberán darle el parte de presentes y prestos 
para todo servicio, sujeción, diezmo y obediencia.
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Les caerá muy pesado a sus tradiciones costumbristas  la novedad de que Dios  les muestre 
que  no deben  ir  a  ninguna  iglesia  de  las  conocidas,  que Él  está  por  llevar  a  cabo  una  tremendareforma y que en esa reforma lo conocido ya no tiene espacio, lugar y mucho menos poder o unción. 
Entonces,  alguno  de  ellos,  (Como  fue  mi  caso  específico),  reciben  la  directiva  de  escribir 
algunos  pormenores  de  su  epopeya  eclesiástica,  de  sus  aventuras  en  la  religión,  matizada  con 
alguna pequeña enseñanza que presenta en sociedad al cáncer que más cristianos ha asesinado: 
Babilonia. 
El dilema vendrá después de finalizar y publicar por la vía que sea el trabajo. Porque uno se 
mira hacia adentro, se echa a temblar de temor santo y se formula la pregunta que hoy le da título a 
esta segunda entrega: “ Ya Salí de Babilonia; ¿Y ahora?”  
Dicho así parecería lo más lógico del planeta, pero no siempre se lo cataloga así. Muchos de 
los que nos conocen suelen preguntarnos: ¿Así que se fueron de la iglesia? Me lo quedo mirando y 
le digo: ¿Tú te crees que yo ando de gran parranda pecaminosa y perdida? A lo cual me responden: 
“¡No, hermano! ¡No dije eso!” 
Sí que dijiste eso. Porque  irse de  la  iglesia del Señor, es  regresar a Egipto, al mundo, a  la 
impiedad,  la pecaminosidad. ¿Y entonces? Entonces  resulta  ser que no me  fui  nada de  la  iglesia, 
porque YO SOY IGLESIA. De donde si me fui, es de los templos evangélicos tradicionales, que es 
algo muy distinto. 
Entonces muchos de ellos que en más de una ocasión a esa actitud la estuvieron barajando 
como una de las posibilidades a seguir, me quedan mirando con una pregunta muda que también yo 
en  su  momento  me  hice:  Ajá,  está  muy  bonito  eso,  pero…  ¿Y  ahora,  que?  Mi  Dios  tiene  la 
respuesta. 
Y  lo hubiera dejado allí por  tiempo  indefinido…si no fuera porque Dios me dio  la  respuesta 
casi  inmediatamente  a  la  colocación  del  trabajo  en  la  página Web.  Es  como  si  hubiera  estado 
esperando que yo obedeciera su mandato inicial para, recién allí, pasarme la letra de lo que seguía. 
Y  si  has  leído ese primer  libro habrás  visto de qué modo  fui  capacitado. Por una suma de 
“casualidades”  fui  recibiendo  material  ordenado  por  rubros  durante  un  determinado  lapso.  No 
terminaba de aprender una materia cuando ya Él me pasaba a la siguiente. 
Así me capacitó para poder cumplir con esta tarea que hoy trato de administrar con la mayor 
excelencia. ¿Y por qué tendría que cambiar su modalidad? Esto era lo que yo aguardaba, un cambio 
de formas que me hiciera conocer lo que yo sabía (Aunque no conocía) debía venir a continuación de 
lo escrito.
Él,  demostrando  que  la  palabra  Soberanía  le  queda  exacta  (Es  al  único,  porque  no  hay 
hombre,  por  mucho  poder  que  ostente,  que  sea  verdaderamente  soberano),  decidió  hacerlo  del 
mismo modo. Entonces, así como en mis comienzos se encargó de enviarme desde cualquier sitio 
diversos  temas  específicos,  así  lo  volvió  a  hacer  ahora,  con  matemática  precisión,  claridad  y 
exactitud.
Aquella  vez  lo  hizo  en  forma  de  libros,  videos,  casetes  y  predicaciones  en  vivo.  Hoy 
prácticamente  la  fórmula  es  la  misma,  sólo  que  con  el  agregado  de  la Web,  un  adelanto  técnico 
sumamente criticado y satanizado por  la  iglesia por causa de su inmensa oferta pornográfica, pero 
único  vehículo,  hasta  hoy,  conjuntamente  al  de  la  tele  vía  satélite,  capaz  de  cumplir  con  los 
fundamentos de la Gran Comisión. 
Por esa  razón es que no puedo decir,  tal  cual  lo hice en Una Mosca en  la Nariz que yo, 
Néstor Martínez, soy el autor de este segundo libro. Sigue siéndolo el Espíritu Santo. Y a mí me toca 
ser UNO de los instrumentos usados por Él para bendecirte. Pero acompañado de muchos otros…
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Otros a los cuales no menciono por una sencilla razón: ellos tampoco fueron autores de lo 
que  escribieron  o  dijeron. El mismo Espíritu  Santo plasmó  la  enseñanza  y  la  dejó  allí  para  que 
cada hombre dispuesto a aceptarla, creerla y ponerla por obra, la usara para la gloria y honra de SU 
nombre,  y  no  para  beneficio  personal,  tal  como  observamos  en  la  mayor  parte  de  la  literatura 
cristiana. 
¡¡Pero  hermano!!  ¡¡Está  equivocado!!  ¡¡El  obrero  es  digno  de  su  salario!!  ¿Por  qué  va  a 
negarse a percibir dinero por un trabajo que esté realizando para el Señor? Te equivocaste, no me 
niego a eso, todo lo contrario. A  lo que sí me niego es a manipularle  las emociones a alguien para 
sacarle unos centavos en el nombre del Señor. A eso sí me niego y me seguiré negando. 
Por  tanto, no soy autor porque, sin el Espíritu Santo, no soy capaz de escribir una  jota. En 
todo caso soy co­autor, a eso lo acepto. Y los beneficios materiales que esa co­autoría produzca, me 
serán liquidados a mi cuenta por intermedio del Banco Celestial. Más seguro que eso, imposible. 
En el  lapso de algo menos de un año, (Lo que va desde el mes de Junio de 2005, que fue 
cuando  finalicé  el  libro  publicado  en  primer  término,  hasta  hoy),  me  llegaron  por  distintas  vías 
trabajos de otros siervos que, en lo global, quizás respondían a determinadas tendencias no del todo 
recomendables. 
Pero trabajos que, leídos con atención, u oídos con juiciosidad, tenían dentro de sí partes que 
eran toda una  revelación  relacionada con  la  iglesia del futuro. Es decir que cada uno de nosotros, 
(Obviamente me  incluyo),  tiene algo del Señor para decir y un montón de  interpretaciones propias 
que ni siquiera valdría la pena mostrar, pero que a la hora de escribir un libro, va todo junto. 
Una Mosca en  la Nariz  tiene,  indudablemente, mucho que viene directamente del Señor, 
tanto a través de decenas de siervos fieles como de mí mismo en alguna pequeña proporción. Pero 
también tiene un porcentaje que emana de mí mismo, de mi interior no crucificado, que viene a ser la 
parte que ni siquiera debería ser leída. Pero así somos los cristianos cuando hacemos literatura, que 
es el modo correcto de definir a todo esto, ya que la Literatura Cristiana sencillamente no existe. 
Si tú tomas aquel, se lo sumas a los que Dios pueda poner en tus manos relacionados con el 
mismo tema, y ahora le agregas éste, los juntas y extraes de ello lo bueno, tal el consejo paulino, no 
interesa que  el  resto  tenga  que  ir  al  cesto de  la  basura,  lo  que  importa es que  lo  que  queda,  es 
revelación pura y guía para tu dirección futura. 
Es que…hermano…no es ese el concepto que yo tengo de la  literatura cristiana, ¿Sabe? – 
Sí,  lo  sé.  Lo que ocurre es que así  como existe una  literatura  secular que se maneja  conforme a 
rudimentos y códigos propios, así  también existe algo que la gente  llama “literatura cristiana”, cosa 
que en realidad no existe. 
¿Cómo que no existe? ¿No anduvo nunca usted por las centenas de librerías cristianas que 
hay? Sí, anduve. Y si bien hace algunos años pude hallar material medianamente aceptable, hoy lo 
único que encuentro es autoayuda con versículos bíblicos, testimonios de gente famosa convertida y 
recetas para ser feliz, agradar al pastor, prosperar rápidamente y cien mentiras más encerradas entre 
dos tapas que, para justificar su ascendencia cristiana, se complementan con versículos bíblicos que 
tienen más o menos algo de relación con lo que se dice. 
Ese es un negocio denominado como “literatura cristiana”. No me opongo a él, no confronto ni 
confrontaré a  los miles que están en el negocio, así como  tampoco  lo defenestraré como cosa del 
diablo. Pero ni loco les hago el juego o les publicito sus engendros. Y mucho menos publicaría algo 
allí. 
Porque un libro que se precie de llamarse “cristiano”, es como la Palabra de Dios y como la 
Unción  del  poder.  O  viene  de  parte  de  Dios  o  es  una  imitación,  un  paralelo  falso,  ilegítimo  y 
corrupto que hemos llamado Babilonia.
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Y si  viene de parte de Dios, nuestra obligación,  como vehículos aptos,  es escribirlo  con  la 
mayor  excelencia,  totalmente  despojados  de  cualquier  intencionalidad  promocional  propia  y 
entregarlo de gracia tal cual como lo hemos recibido,también de gracia. 
Si es algo que Dios considera bueno por nuestra parte, Dios mismo se va a encargar como a 
Él le parezca, de recompensarnos en nuestro esfuerzo. Esto que digo parece una quimera ilusoria y 
digna de un místico irracional. Sin embargo, tengo que decirte que ¡¡Funciona!! Dios paga todas sus 
cuentas. 
En ese tenor, te invito a sumergirte en la lectura de Ya Salí de Babilonia; ¿Y ahora? Porque, 
al menos en este tenor crítico y confrontativo para con la iglesia tradicional que conocemos, será el 
último. Lo que venga después, si Dios así lo quiere, será formativo para los que están fuera, dejando 
librados a sus propias decisiones, para siempre, a los que quedaron dentro. 
Y todo eso sin saber si entre los que están fuera, habrá mayoría femenina, tal cual vemos hoy 
en los templos, o si habrá supremacía masculina. Creo que lo ideal sería construir la iglesia tal cual 
está construido el mundo: diferencias más, diferencias menos, mitad y mitad. 
Que no es el caso de hoy, a eso todos lo sabemos. Y no sólo lo sabemos, sino que incluso lo 
comprendemos,  lo  avalamos  y  lo  justificamos.  No  hay  lugar  ya  en  la  iglesia  para  los machismos 
estériles e irracionales, pero sí para un grado de equidad con la Palabra. 
Por  allí  comenzaremos  esto  que  yo  denominaría  de modo  doméstico,  como  un:  Pequeño 
Manual ilustrado para salir de los templos para ir a ser parte de la Iglesia, sin suicidarse por la 
culpa o morir aterrorizado por lo que te dicen los antiguos “ hermanos” .
13 
1 
¿Adonde Están los 
Hombres de la Iglesia? 
Yo te confieso una vez más, que cuando comencé a escribir mi primer libro, no tenía ni la 
menor  idea del motivo,  la causa o el fundamento por el cual  lo estaba haciendo. Ya te  lo dije en la 
Introducción. Pero  también debo confesarte que, por un  instante, pasó por mi cabeza  la  idea que, 
seguramente, pasó por la de muchos que lo leyeron. 
Si estaba contando abiertamente mis vicisitudes personales en una congregación evangélica; 
si estaba confrontando una tarea pastoral que dejaba algo que desear; si de alguna manera estaba 
poniendo en tela de juicio todo el sistema eclesiástico de mi ciudad, de mi provincia, de mi país, o yo 
estaba siendo enviado por el Señor a un trabajo muy grande o tenía un resentimiento de enorme 
magnitud. 
Claro; no sería ni el primero ni el último. Conocí a mucha gente en esas condiciones. Y en 
todos los casos produjeron en mí una imagen altamente negativa. Porque no se trataba de hermanos 
prestos  a  buscar  lo  mejor  en  la  iglesia  de  su  Señor,  sino  de  personas  dolidas,  lastimadas, 
perjudicadas y amargadas dispuestas a destruir todo lo que tuviera color a pastor y a hermanos. 
Mi ignorancia sobre los fundamentos reales de esta publicación, más las historias vívidas de 
tantos y  tantos, sumado a  la opinión de amigos convertidos en  “ex­amigos” que me  lo echaban en 
cara abiertamente, te confieso, me hicieron pensar y esperar en Dios con auténtico temor y temblor. 
Y Él no se hizo esperar demasiado. Me mandó a un diccionario secular a ver el significado de 
la palabra en juego. Resentido: Que muestra o tiene algún resentimiento.­ Resentimiento: Disgusto 
o sentimiento penoso del que se cree maltratado por la sociedad, la suerte o la vida. 
Claro; el diccionario es secular y la palabra iglesia no figura en ellos porque no forma parte, 
(Según  su  interpretación humanista)  de algo  digno  de  tener  en  cuenta. Pero  lo  podemos  agregar 
porque es real y visible: disgusto o sentimiento penoso del que se cree maltratado por la sociedad, la 
suerte, la iglesia o la vida. 
Reflexión privada,  íntima  y personal:  ¿Fui maltratado  en  la  sociedad? Gracias a Dios,  no. 
Tampoco te voy a decir que me sentí elevado por ella, pero maltrato no tuve. ¿Por la suerte? Bueno; 
convengamos que jamás me saqué la Lotería, pero tampoco puedo decir que por eso “la suerte” me 
haya tratado tan mal. ¿Y la vida?
14 
Pasé  las  que  pasé.  Desde  cero  a  veinte  años  no  puedo  quejarme.  De  los  veinte  a  los 
veinticinco,  una  y  una,  cal  y  arena,  indistintamente.  De  los  veinticinco  a  los  treinta  un  pequeño 
infiernillo terrestre. A los treinta y uno, Jesucristo. Fin del maltrato de la vida, sanidad total y nueva 
vida en el Señor. 
Entonces  me  queda  la  iglesia.  ¿Fui  maltratado  en  la  iglesia?  Ya  te  lo  relaté  bien 
detalladamente en “Una Mosca…”  Una historia como la de tantos y tantos hermanos. Pero no podría 
llamarle a eso maltrato. No sufrí ninguno de esos horribles abusos que hoy muchos me relatan haber 
vivido. 
De todos modos, la idea de albergar algún resentimiento recóndito, todavía daba vueltas por 
mi cerebro. Allí fue donde el Señor me mostró que estar resentido con alguien o con algo, es lisa y 
llanamente aguardar ocupar el lugar de aquel que nos ha herido para, ­ pensamos ­, hacer las cosas 
mejor. 
Eso significaría  que,  si  yo estuviera  resentido,  ­  por ejemplo  ­,  con quien  fuera mi pastor, 
sería porque en mi  intimidad estaría pensando que yo  lo haría mucho mejor que él. ¿Sabes que? 
Jamás me imaginé siquiera ser pastor de la manera en que lo son los que conocemos. Ni siquiera 
cuando me lo propusieron, tal como te lo conté en mi primer libro. 
Entonces, muy bien podría estar resentido con la  iglesia. Eso significaría que yo tendría en 
mente erigir una iglesia mucho mejor que esa si me lo permitieran. ¿Sabes que? Tampoco eso pasó 
ni una miserable vez por mi cabeza. Es más: creo que no tendría ni la menor idea de cómo manejar 
una organización eclesiástica tal como las que vemos a nuestro alrededor. 
Entonces,  ¿Resentimiento  de  que podría  tener? Por más  que busqué,  no  lo  encontré.  Ni 
siquiera  guardo  el  menor  rencor  o  alguna  sensación  parecida  por  algo  o  alguien  de  mi  vida 
eclesiástica. Lo conté como lo conté porque, ­ estuve siempre convencido ­, no serían pocos los que 
iban a identificarse, y mis vivencias le darían mucha paz a sus corazones oprimidos por el miedo. 
¿Miedo?  Sí,  miedo.  La  iglesia  estructural  ha  sabido  aceitar  con  el  correr  de  los  años,  un 
prolijo  y  cuidadoso sistema de  inhibiciones que ha  llevado a mucha gente a  suponer que,  de  sólo 
pensar cosas como las que yo he relatado, eso era suficiente motivo para irse de cabeza al infierno. 
Pero  las  decenas,  o  centenas,  o millares  de  cristianos  que  hoy  por  hoy  están  con miedo 
dentro de las congregaciones, no pueden siquiera imaginarse el motivo o las causas por las cuales lo 
padecen. De ninguna manera se les ocurriría pensar que han sido sutilmente manipulados hacia ello. 
¡Hermano!  ¿Usted me  está diciendo que hay gente  que  trabaja para  infundir miedo  en  los 
miembros de una iglesia? Sí mi amigo; eso es exactamente lo que estoy diciendo. Valiéndose de las 
veladas amenazas u otra clase de artimañas, hay gente presta a infundirle miedo a otros para que se 
comporten conforme a lo que se espera de ellos. 
¡Pero  hermano!  ¡Eso  no  puede  ser!  ¡Es  antibíblico!  Porque  infundir  miedo  en  la  gente,  es 
conducirlos hacia la cobardía. Y la Palabra es muy clara al respecto: …el Reino de Dios no es para 
los cobardes… 
Sin embargo, es así. Y no me crea, por favor,  lo que le estoy diciendo sin comprobarlo con 
dos o  tres  testigos. Los va a encontrar  rápidamente. En cualquier congregación evangélica hallará 
muchos más con ciertos miedos que con total tranquilidad y libertad. 
La duda que en ese caso nos queda, es que, si hay personas con poder suficiente como para 
operar en dirección a  la  inspiración de miedo, y con eso fabricar cobardes incapaces de confrontar 
corrupciones o mentiras, esa gente no está trabajando conforme a la Palabra de Dios, ¿Verdad?
15 
Es la resultante de una suma. Dos más dos, es cuatro. Si opero manipulando emociones para 
despertar miedo en alguien, fabrico cobardía en esa persona. Y si los cobardes no entran al Reino de 
Dios, yo estoy haciendo que alguien no entre.La pregunta es: ¿Para quién estoy trabajando yo? 
¿Pero es  tan así,  hermano? No  sé  como  lo  será en  tu  tierra,  pero en  la mía  te puedo dar 
garantías  que  sí.  Y  si  no,  bastará  hacer  una  pequeña  encuesta  entre  las  hermanas  de  cualquier 
congregación local. Simplemente pregúnteles que piensan de los hombres de la iglesia. Ellas van a 
responder con expresiones que darán espacio a lo que termino de decirte. 
Y  eso  ha  determinado,  entre  otras  cosas,  que  las  iglesias  estén  conformadas 
mayoritariamente por mujeres, haciéndole creer a una sociedad que tiene predilección machista, que 
los  hombres  no  tienen  espacio  para  moverse  en  esos  sitios  espirituales.  Una  enorme  mentira 
satánica  con  gran  aceptación,  incluso,  dentro  de  nuestros  ambientes  supuestamente  muy 
espirituales. 
Yo recuerdo que en mi infancia (Y no deja de ser un milagro que con más de sesenta pueda 
recordarlo), participando de la gigantesca mesa de campo, donde una vez por mes se almorzaba un 
domingo en la casa de mi abuela materna, se armaban unas tremendas discusiones centralizadas en 
dos temas: política y religión. 
Mi  madre  tuvo  tres  hermanas  y,  a  excepción  de  la  menor  que  en  esa  época  aún  estaba 
soltera,  las  otras  dos  solían  participar,  cuando  podían,  de  esos  almuerzos,  con  sus  respectivos 
maridos. Ellos, sumados a mi padre, armaban la tremolina grande de interminables discusiones que 
jamás llegaban a una conclusión limpia o positiva. 
Todo ante la atenta e interesada mirada de mi abuelo, un hombre de infinita bondad y dueño 
de un  carácter muy singular.  Jamás  tuve  la  ocasión de  ver enojado a mi abuelo,  y mucho menos 
deprimido. Era muy  inteligente  y  creativo para  la  época,  el medio ambiente  y  su propia  condición 
social. 
Políticamente,  mis  tíos  eran  enemigos  ideológicamente  irreconciliables,  y  mi  padre,  solía 
hacer  de  moderador,  aunque  por  allí  también  perdía  los  estribos  porque  atesoraba  sus  propias 
simpatías y no las podía ocultar. De hecho, allí mismo se terminaba la paz familiar. 
Profesionales  radicales,  obreros  peronistas,  terratenientes  conservadores  y  líricos 
demócratas, que aquí constituían una especie de centro­derecha moderada no podrían  jamás, por 
más que se amaran como parte integrante de la misma familia, llegar a acuerdos conciliatorios. 
Entonces, cuando las cosas se ponían color violeta oscuro y a mi abuelo se  le empezaba a 
terminar  la paciencia  y  los miraba con cara de echarlos a  todos a puntapiés,  decidían  cambiar de 
tema y, tanto como para aliviar las cosas, se metían con la religión. ¡Mucho peor, todavía! 
Porque la religión cristiana, en mi primera infancia, obviamente no iba ni podría ir más allá de 
las  distintas  opiniones  que  cada  uno  tenía  de  la  única  iglesia  conocida  en  la  pequeña  población 
donde nací: la Católica, Apostólica Romana. Pensar en otro credo, era sacar credencial de herejía. 
Y esas discusiones eran más complicadas que  las  otras,  porque no estaban  referidas a  la 
existencia o no existencia de un Dios al que cada uno veía como mejor le parecía, o sencillamente no 
veía, sino directa y sencillamente a  la validez, credibilidad, honorabilidad o todo  lo contrario de  los 
curas. 
Y  digo  que  esta  discusión  era  mucho  más  compleja,  porque  en  contraposición  con  las 
divagaciones  pretendidamente  ideológicas  de  mi  gente  mayor,  aquí  inmediatamente  tomaban 
participación y partido las mujeres, lo cual solía hacer más voluminoso el escándalo dominguero. 
A los hombres se les llenaba la boca criticando a curas borrachines, mujeriegos, jugadores de 
naipes  de  la  baraja  española  o  dueños  de  otros  hábitos  no  menos  “santos”  que  esos.
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Matemáticamente, aparecían las mujeres encabezadas por mi abuela, asumiendo la defensa de esos 
“santos curitas” que vivían haciendo el bien. 
Y  si  bien  estando  de  pie,  mi  nariz  aún  no  llegaba  a  la  altura  de  la  enorme  mesa  de  las 
deliberaciones entremezcladas con la “pasta” del domingo (Tradición exportada de la Italia lejana de 
los bisabuelos), mi capacidad de  razonamiento me alcanzaba para definir algo que quizás  todavía 
tiene demasiada incidencia hoy: la religión era una cuestión reservada para las mujeres. 
Porque  a medida  que  fui  creciendo,  (Naturalmente,  como Católico  Apostólico Romano  por 
bautismo de aspersión, catecismo y hostia) el panorama se fue ampliando conforme a lo que podía 
ver las contadas veces que, por obligación, desde luego, fui a una misa. 
La iglesia no se limitaba a estar formada por mujeres, sino que había que agregarle viejos y 
viejas, además de  los niños que, como este servidor, no  tenían otro  remedio que sumarse porque 
eso era lo que “correspondía” hacer para cumplir con los preceptos y no exponerse a un sermón que 
te dejara mal parado con todo el pueblo. 
Porque mi  pueblito  natal  era muy pequeño,  (Unos quinientos  habitantes),  y  a una misa  de 
domingo por  la mañana (La única del día)  iban más o menos unas cuarenta personas. Todas ellas 
cruzaban  la única plaza,  llena de árboles y plantas de moras no evidenciando un  interés espiritual 
demasiado fuerte. 
Iban porque había que ir, no porque se creyeran demasiado lo que allí adentro se hacía o se 
decía. Lo  importante era hacerse ver porque un día cualquiera  iban a necesitar del sacerdote para 
algo de la familia y había que estar en buenas relaciones. No había otro incentivo. 
Pero  si  el  cura  llegaba a  criticar por alguna  razón a alguien  conocido  (Todos se  conocían) 
para  la  tarde  lo  sabían  los  quinientos  del  pueblo.  Y  supongo  que  ocho  o  diez  perros,  también. 
Parecería ser que así nació el periodismo informativo, no? 
Entonces, todo este prolegómeno que te he hecho, sirve para que me entiendas que yo crecí 
viendo como la cosa más natural del mundo, que todo lo que tuviera que ver con iglesia y religión, 
estaba reservado para viejos, mujeres y niños. 
Los  hombres  se  dignaban  en  pisar  la  parroquia  sólo  en ocasiones muy  especiales.  Todos 
saben ya que esas ocasiones especiales podían ser tres: bautismo de hijo, casamiento propio y 
funeral de despedida mortuoria de alguien cercano. 
En  esa  clase  de  religión  nacimos,  por  lo  menos,  el  ochenta  o  noventa  por  ciento  de  los 
hombres  de  mi  generación  en  mi  país.  Una  gran  mayoría  de  ellos  no  tuvieron  oportunidad  o  no 
quisieron aprovecharla, de conocer a Jesucristo. A mí, por  la tremenda misericordia de Dios, me 
fue dada esa oportunidad. 
Y la tomé como un náufrago toma una tabla que va a permitirle flotar y salvarse al menos por 
un rato. Y no creo haber sido  la excepción;  la mayor parte de los que hemos conocido al Señor de 
adultos,  hemos  llegado  de  ese  modo:  respirando  hondo  sin  llenar  los  pulmones,  con  los  ojos 
desorbitados y a punto de asfixiarnos. 
Acepto  como  mera  formalidad  religiosa  de  culto  dominguero,  que  alguien  pase  a  dar  su 
testimonio y me cuente que llegó a Cristo atraído por la magnificencia de su Deidad. Será muy difícil 
que me pueda convencer que no llegó porque ya no sabía más para donde mirar, como llegué yo. 
Lastimados, humillados, heridos, ofendidos, traicionados, por citar apenas cinco expresiones 
con las que la mayor parte de los nuevos creyentes pisa alguna vez por primera vez un templo. ¿Qué 
buscan?  Buscan  a  Cristo.  ¿Qué  les  dan?  Generalmente,  oraciones,  imposiciones  de  manos  y 
sanidad interior.
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¿Les hace mal? No, no les hace mal, al contrario; los ayuda y bastante. Pero les enseña que 
la solución a sus problemas íntimos y personales, siempre pasará por las manos, las decisiones y las 
oraciones de un determinado líder. Y desvían su mirada de Aquel a quien jamás habrá que dejar de 
mirar. 
Ahora bien;  el  caso es que  la mayoría de esas  lastimadas,  humilladas,  heridas,  ofendidas, 
traicionadas, abusadas y violadas,suelen ser mujeres. En el  “mejor” de  los casos,  (Si a eso se  le 
puede llamar “mejor”) por extraños de manera circunstancial. En el peor, por sus propios allegados, 
familiares e, incluso, sus mismísimos maridos. Cualquiera ha visto esto sobradamente. 
Así es que, si se suman estas dos alternativas que te he mencionado, por cada hombre que 
arrima  a  una  congregación,  están  llegando  no menos  de  diez  mujeres.  Y  de  esas  diez,  será  un 
verdadero hallazgo si dos de ellas tienen matrimonios normales y buenos. 
Si a eso le sumas que los matrimonios contraídos dentro mismo de la congregación por parte 
de miembros de la iglesia entre sí tampoco suelen ser un reaseguro de éxito conyugal, eso nos da un 
resultado de mayoría femenina y con profundos desacomodos en sus vidas domésticas. 
Yo todavía no puedo saber quien fue el inventor de la iglesia como lugar de contención para 
este tipo de problemas. ¿Contención? ¿La  iglesia del Señor, predestinada a  recuperar el  reino del 
Padre usurpado por el diablo y devolvérselo a Él, limitada a un opaco grupo de autoayuda? ¡Cuánto 
mal te ha hecho el humanismo descarnado iglesia mía! 
El caso es que es demasiada la gente la que llega a la iglesia con esa expectativa: encontrar 
una almohada fiel sobre la cual llorar sus desdichas. Que no estaría mal ni sería contraproducente en 
demasía, si no fuera porque paulatinamente, esa gente olvida a la figura central del sitio en el cual se 
encuentra y comienza a dedicar sus esfuerzos, amor, trabajo y alabanza a la figura humana a cargo. 
001 - La Iglesia Romántica… 
Y por alguna razón que la sociología quizás podría explicar debidamente y mejor que yo, que 
no tengo ninguna autoridad en esa materia, todas nuestras congregaciones cristianas se componen, 
como promedio, por un setenta y cinco por ciento de mujeres y el restante veinticinco por hombres y 
niños. 
Y  eso,  entre otros  inconvenientes  que  luego  detallaré,  ha  determinado  que  el  espíritu  que 
impera en  la  iglesia,  todavía,  tenga que ver mucho más con cierto  romanticismo florido que con el 
espíritu guerrero que Dios pensó desde el principio para ella. No descubro nada si digo que la mujer 
tiene una tendencia sana al romanticismo muy por encima del hombre. 
Pero esto no es crítica, es  realidad. Y una  realidad que no deja de ser positiva y buena:  la 
mujer  es  romántica  por  su  propia  naturaleza,  mientras  que  el  hombre  es  más…rústico,  por 
catalogarlo de alguna manera más elegante a las decenas de bestias peludas que andamos por allí. 
Y  si  bien  esa  suavidad,  esa  femineidad  romántica  es  excelente  para  adornar  noviazgos  y 
matrimonios, no  resulta  tan positiva ni exitosa a  la hora de  llevar adelante  la marcha de  la  iglesia. 
Porque a  la  hora  de  elegir  entre  canciones  de guerra  o baladas  que hablan  de  amor,  la mayoría 
femenina inclina la balanza y el resultado tú lo conoces tan bien como yo. 
No puedo hacer de esto un análisis evaluativo de  calibre profesional,  pero  sí  puedo acotar 
pequeñas  grageas  que  he  ido  recogiendo  en mi  experiencia  personal  por  los  templos  de  distinta 
categoría social,  teológica, económica y espiritual:  iglesia guerrera, veinte por ciento;  iglesia de 
amor, ochenta por ciento. 
En  una  ocasión,  una  joven  mujer  que  era  oyente  de  uno  de  mis  trabajos  radiales,  me 
preguntó  si  aceptaría  ir  a predicar  a  su  iglesia.  Le dije  que  sí,  pero que  lógicamente  quien  debía 
invitarme era su pastor, que con las intenciones de ella no era suficiente.
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Me respondió con una amplia sonrisa que no me preocupara, que lo diera por hecho y que 
fuera reservando fecha. La esposa del pastor era tía suya y estaba convencida que no iba a haber 
ningún problema en convencerlos. 
¿Sabes algo? Fue así, nomás. Antes de una semana tenía una invitación formal para visitar a 
una iglesia que no conocía, firmada por un pastor al que tampoco conocía, quien había dirigido esa 
invitación a un predicador que él tampoco conocía. Toda una pintura rosada… 
Fui  con  mi  familia.  Por  “sugerencia”  de  esta  niña,  la  banda  de  alabanza  me  recibió  a  mi 
ingreso con los acordes de la música que yo utilizaba como presentación de mi espacio radial. Me 
pareció  una  verdadera  “cholulada”  (No  sé  como  se  le  llama  a  esa  clase  de  ridiculeces  en  otros 
países), pero lo acepté como un acto de amor fraternal para conmigo. 
La iglesia tenía, además del pastor principal y su esposa, tres o cuatro co­pastores más. No 
era demasiado grande, (Unos cien miembros) pero la noche de mi visita estaban todos. Me pareció 
muy bueno eso de tener muchos líderes porque yo todavía andaba convencido en la “contención” de 
las personas, por encima de la validez de la Palabra enseñada. 
Creía, como todavía lo siguen creyendo miles de cristianos, (O acaso millones), que la iglesia 
estaba para cubrir las necesidades de la gente. Y jamás lo pude ver en la Biblia, hasta el día en que 
fueron abiertos mis ojos, que no se trataba de Las Necesidades, sino de La Necesidad. Y la única 
necesidad que tiene el hombre, es Jesucristo. 
A todo lo demás, si se lo hace y se lo tiene, bienvenido sea como accesorio, pero la base de 
una iglesia del Señor, es la predicación fiel de Su Palabra genuina y, a partir de allí, el discipulado de 
cada uno de los que Dios añada a ese lugar. 
Solía  ejemplificar  un  pastor  que,  un  avión  de  línea,  tiene  como  objetivo  trasladarte  a  un 
determinado destino. Que durante el viaje tú uses el aire acondicionado, la música funcional, el cine y 
el  restaurante de a bordo,  es accesorio. Pero a nadie  se  le ocurriría  ir  solamente a  ver  cine a un 
avión. 
Entonces, el único problema que tenía en mi corazón, era la palabra que el Señor me había 
dado para  llevar allí. Luego de orar y creo que hasta ayunar respecto a ello, Él me había dirigido a 
llevar nada menos que Gálatas 5: ¡Las obras de la carne! 
¿Pero como iba yo a devolver tanta gentileza, pleitesía y exagerado respeto ministerial para 
conmigo y mi familia, predicándoles sobre las mugres del pecado, a toda esa gente que seguramente 
recibía contención, enseñanza y guía permanente por parte de todos sus pastores a cargo? ¡Eso era 
sencillamente una muestra de falta de consideración! 
Sin embargo, y pese a que me faltaban varias monedas para completar el peso en mi vida 
espiritual, algo ya estaba teniendo muy claro en ella: obedecía sin chistar las órdenes de mi Padre 
celestial o cualquier cosa que hiciera carecía de unción. 
Entonces, sencillamente y sin   el menor pudor, a continuación de los homenajes y palabras 
alusivas, sumadas a los afectuosos saludos de todo el cuerpo ministerial de la iglesia, las alabanzas 
y adoración de rigor y los anuncios, me cedieron el púlpito y Gálatas 5 cobró vida y efecto. 
A esa altura de  la  jornada,  yo  ya me había  convencido que esa Palabra Dios me  la había 
dado porque, seguramente, habría alguien a quien le iba a calzar de perlas. Estaba convencido que 
esa gente estaba lo suficientemente pastoreada como para no necesitar examinarse su carne, pero 
que por allí a uno, apenas a uno, podía serle útil. No iba a pasar al frente, claro está, pero iba a ser 
bendecido.
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Con esa tranquilidad en mi corazón, me olvidé del viejo pastor, de su esposa  (La tía de mi 
joven intermediaria), de todos los pastores ayudantes y me dejé llevar por el Espíritu Santo. Leí las 
obras de la carne, fluí en conceptos claros, precisos, concretos y específicos. 
Y  en  el  final  del  mensaje,  hice  un  llamado  sin mucha  convicción  a  que,  si  alguien  debía 
reconocer haber estado influenciado por alguna de estas obras de la carne, que pasara al frente que 
con gusto íbamos a orar pidiendo misericordia al Señor por esos pecados y recibir el ansiado perdón 
y la paz que precede al arrepentimiento genuino. 
Tal  como  te dije antes,  no esperaba movimiento alguno,  por  lo  que no  creí  ni  necesario ni 
oportunorepetir  ese  llamado,  tal  como  lo  tienen  por  costumbre  la  mayoría  de  los  predicadores, 
esencialmente los evangelistas. Cerré mi Biblia, cerré mis ojos e hice una breve oración de gracias. 
Cuando  los abrí, casi me voy al suelo y no  tocado por el Espíritu, precisamente. Allí, en el 
frente,  apretujados  y  casi  empujándose  entre  ellos  para  poder  llegar,  estaba  la  iglesia  completa. 
Mejor dicho: casi completa: faltaban los pastores principales y sus tres ayudantes. El resto, todo… 
Hubo llantos, arrepentimientos casi a gritos, reconocimiento de pecados sin confesar, gente 
de  rodillas,  gente  desparramada  por  el  suelo  sin  que  nadie  les  orara  ni  los  tocara,  en  fin;  un 
monumental barullo en un sitio no demasiado acostumbrado a estas cosas. 
Estoy  seguro  que  para  la  gente,  mi  paso  por  allí  fue  de  bendición.  No  dudo  que  fueron 
muchos  los  que  entraron  en  un  camino  genuino  de  sincera  fe  en  Jesucristo,  abandonando  los 
rudimentos tradicionales de la religión costumbrista. 
Pero también estoy más que seguro que en el plano del liderazgo, las cosas no fueron vistas 
del mismo modo. ¿Cómo iba yo a predicar una palabra de tal naturaleza que desnudara la falta de 
trabajo pastoral y cuidado por todas esas ovejas? ¿Qué me había creído? 
Me fui del  lugar despedido por una inmensa cantidad de, todavía, emocionados hermanos y 
hermanas de  todas  las edades y condiciones. El pastor, su esposa y  los  tres ayudantes, creo que 
fueron los únicos que no aparecieron por  las cercanías. Se habían ofendido duramente, claro…Los 
entiendo.  Sentí  mucha  culpa  los  días  subsiguientes  por  ese  episodio,  pero  Dios  es  Dios  y  los 
hombres son los hombres. Según a quien respondas, allí estás. 
Cuando un hombre sabe perfectamente  lo que  tiene que hacer, adonde  lo  tiene que hacer, 
como  lo  tiene que hacer  y  en que momento  lo  tiene  que  hacer,  pero  por  alguna  causa  no puede 
hacerlo, ese hombre está controlado por otros hombres. 
El  caso  es  que  en  esa  congregación,  esa  “brillante”  actuación,  significó mi  debut  y,  en  la 
misma reunión, mi despedida. Jamás volví allí. Y no sólo eso, sino que la jovencita que había hecho 
la gestión para que se me invitara, debió mudarse a otra  iglesia porque los tíos no quisieron saber 
más nada con ella y sus afanes espirituales progresistas. 
¿Por qué  te he  relatado esta anécdota  tan similar a  tantas que  les deben haber ocurrido a 
miles de predicadores por todo el planeta? Por una simple razón: la decisión (Independientemente de 
si  acertada  o  equivocada)  de  llevarme  allí,  fue  tomada  por  dos mujeres.  Una  joven  y  su  tía.  Por 
encima de la mismísima autoridad pastoral principal y sus ayudantías. 
¿Acaso este será un pensamiento de carácter machista? No. En absoluto. Nadie más  lejos 
del sentir machista que este hijo de Dios. Estoy más que en claro que, cuando Dios dice no hacer 
acepción de personas,  eso  incluye  también al hombre  y  la mujer,  aunque en muchos sitios no se 
haya enseñado así. 
Entre  otras  cosas,  porque  un  día  estudiando  sobre  la  ayuda  idónea,  descubrí  que  no  se 
traducía como yo imaginaba en eso: ayuda, apoyo, bastón, respaldo o similares. Ayuda idónea es, 
literalmente: lo mejor que Dios ha encontrado para ti…
20 
¿Y entonces? Entonces, tiene que ver con un estilo cargado de romanticismo que hoy por hoy 
todavía gobierna espiritualmente a las congregaciones. Lugares en que los pocos hombres que hay, 
se dedican a disputarse cargos y posiciones, mientras que sus mujeres se calzan el efod sacerdotal y 
llevan adelante a la iglesia en ese ámbito. 
¿Eso  está  mal?  No,  no  lo  está,  ya  que  si  termino  de  decirte  que  para  Dios  (Y  para  mí 
tampoco,  obvio),  no hay acepción de personas, estaría muy a  contramano que yo  la  hiciera aquí. 
Pero  la  iglesia se compone de familias, y éstas de hombres y mujeres. Y las que veo, no tienen la 
necesaria presencia masculina como para tomar su rol guerrero. 
Pero  resulta  ser que para  ser un buen guerrero,  un hombre  tiene que  tener por encima de 
cualquier otra  virtud,  cierta  valentía. Que no es  irresponsabilidad o  inconsciencia,  sino  fuerza para 
vencer cualquier temor. Y allí es donde el hombre desaparece. Ha sido tan meticulosamente operado 
en sus emociones que, a la hora de esgrimir su potencial masculino, éste no aparece. 
Si partimos de la base que en la mayoría de las predicaciones, por causa de la supremacía 
del  ministerio  pastoral  (No  predican  los  otros  ministerios  restantes),  se  proclama 
preponderantemente a un Dios de amor (Porque ese es el corazón del pastor); la suma se convierte 
en algo demasiado débil como para preocupar al diablo y sus demonios. 
Entonces se cae en vicios demasiado abundantes y conocidos como para que a alguien les 
resulten novedosos. El  espíritu  de  Jezabel  se  hace verdaderos  “picnic”  con muchos ministerios  y, 
como  instrumentos de ese espíritu, hay una mayoría femenina, que es  la que mejor se adapta, ya 
que opera eminentemente por seducción. 
He  recorrido  (Mientras  fui  persona  más  o  menos  grata  para  la  estructura),  decenas  de 
congregaciones. Tuve oportunidad de conocer mujeres fuertes, mujeres ungidas, mujeres influyentes 
y mujeres  con  enorme  capacidad  de  organización.  Lo  que  conocí  muy  poco,  fue  a  hombres  con 
autoridad, comportamiento y estilo masculino. Déspotas y autoritarios, sí, unos cuantos, pero no 
es lo mismo. 
Y que conste que no estoy hablando de los clásicos y también demasiado abundantes “don 
juanes”  cristianos.  Muchachos  que  andan  por  los  templos  en  búsqueda  de  hermanitas  solas, 
aburridas,  tristes o desprotegidas para, en el mejor de  los casos, establecer alianzas eclesiásticas 
firmes, y en el peor… 
Pero debo reconocer que abundan hermanos cuyo comportamiento, actitud y gestualidad te 
dejan  pensando  como  mirarlos  de  la  mejor  manera  para  no  equivocarte  feo  en  el  tratamiento 
protocolar y confusamente tratarlos de “hermanitas…” 
Esto, indudablemente, es fruto de un feo error que viene cometiéndose con la complicidad de 
ciertas enseñanzas  sobre  santidad,  erróneas. El  error  consiste en  suponer que,  al  convertirse,  un 
hombre  perderá  su  carácter  rústicamente  masculino  y  se  transformará  en  una  suave  mariposa 
escuálida volando alegremente sin destino cierto. 
No tengo nada en contra de los homosexuales desde lo social, no soy un discriminador, pero 
sí debo consignar una vez más que  la homosexualidad desagrada a Dios. Es un avance diabólico 
que con mucha sutileza ha  logrado  infiltrarse en ambientes  supuestamente  cristianos produciendo 
verdaderos estragos y tomando un carácter de cosa corriente. 
El  cuento  chino  (con  el  debido  perdón  de  mis  hermanos  chinos),  de  la  conducta  sexual 
alternativa  ha  logrado demasiados adeptos adentro. Que  yo  sepa,  Dios dijo  al  crearlos  que eran 
varón y hembra. Si Él hubiera planificado un tercer estado sexual, lo hubiera dicho. Dios jamás hizo 
sus cosas a medias.
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Y pensar que hay unos cuantos que, incluso, han llegado a formar iglesias de homosexuales. 
Eso, a mí, a  la  luz de  la Palabra y sin el menor asomo de discriminar o cazar brujas, me causa  la 
misma sensación que el asunto de los matrimonios. 
Porque en el planeta entero, mientras  los matrimonios heterosexuales cada vez son menos, 
ya que los jóvenes optan por hacer lo que Dios ha prohibido, esto es: irse a vivir en pareja con sus 
novias,  cometiendo  lisa  y  llanamente  fornicación,  las  parejas  gay  luchan  denodadamente  para 
poder casarse…¿Lo quieres más sutil y perverso? 
Y  digo  que  esas  enseñanzas  conllevan  error,  porque  nuestras  militancias  antiguas  en  el 
catolicismo  romano  no  parecen  habernos  dejado  ninguna  lección  a  aprender.  Entonces,  ante  la 
demanda  de  una  santidad  inequívoca  para  servir  al  Señor  y  no  poseyéndolaefectivamente,  se 
adopta la postura de la auto­represión, con los resultados legendariamente conocidos, antes y ahora. 
Allá y acá. 
Para muestra, basta un botón, dice el refrán. Cuando apareció el movimiento de la santidad, 
el  catolicismo  romano  entendió  que  lo  mejor  para  poder  lograrlo,  era  la  reclusión  en  soledad. 
Entonces  crearon  los  monasterios.  Y  en  lugar  de  conseguir  santidad,  lograron  aumentar  y 
sobreabundar el alcoholismo, la homosexualidad y demás chistes por el estilo. 
En la iglesia evangélica ocurrió algo parecido, por eso digo que nadie parece haber aprendido 
la  lección.  En  aras  de  alcanzar  la  tan  ansiada,  declamada  y  ordenada  santidad,  viendo  ciertas 
imposibilidades  por  causa  de  nuestra  naturaleza  pecaminosa,  se  optó  por  la  represión  y  la 
disciplina. Podrá tener un color parecido, pero no es la misma cosa, sin dudas. 
Entonces salieron los que prohibieron esto, aquello y lo otro. No te pongas eso, no te pintes, 
no uses pantalones, no te cortes el cabello y cien cosas más que, lo único que consiguieron fue darle 
campo propicio al adulterio por parte de hombres que, ahuyentados por esposas con rostros lavados 
con cloro, eran atraídos por mujeres bellas y sin limitaciones. Astuto el diablo… 
Pero  no  te  creas  que  allí  terminaron  las  alucinantes  novelas  de  la  santidad  eclesiástica. 
También  hubo  cientos  de  hermanas  que  de  pronto  cayeron  en  las  redes  de  los  pocos  hombres 
masculinos  que  quedaban  por  causa  de  no  sentir  ya  atracción  por  maridos 
demasiado….suaves…¿Santidad o Represión? 
Todos sabemos la diferencia abismal que hay entre una cosa y la otra. Santidad es algo que 
viene desde adentro hacia fuera, es producto de un estado interior mancomunado con Cristo y una 
permanente actitud de: No quiero, No lo necesito, No me interesa. 
Represión, mientras, es: No puedo, No se me permite, No debo. En algún momento se cae 
el andamiaje carnal y el estrépito del zafarrancho de combate se oye a miles de kilómetros. La iglesia 
se ahorraría mucho pecado si en  lugar de  imponer buena conducta a sus miembros, presentara a 
Jesucristo como cabeza de  toda  razón y de  toda vida, dejando que Él produzca fruto a ciento por 
uno. 
Sin  embargo,  en  una  iglesia  sobrecargada  de  romanticismos  poéticos  y  hombres  débiles 
sometidos  a  límites  insospechados  de  abuso  espiritual  por  parte  de  otros  hombres  con  fuerte 
autoritarismo, no podían estar ausentes los problemas de alcoba. 
¿Nadie ha sido capaz de examinar que, si en los matrimonios cristianos, no existe una clara 
definición  entre  la  masculinidad  del  hombre  y  la  femineidad  de  la  mujer,  algo  o  alguien  va  a  ser 
enviado por el diablo a cubrir esos espacios de carencias afectivas y de las otras? 
La idiosincrasia femenina contempla,  inexorablemente, una natural necesidad de protección. 
Pese a  la fortaleza que muchas damas han exhibido, en su intimidad femenina, ellas añoran a ese 
hombre fuerte capaz de amarlas, protegerlas y hacerlas sentir muy mujeres.
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Pero  resulta  ser  que  esa  tergiversación  de  roles  que  por  años  se  ha  dado  dentro  de  las 
congregaciones, como resultado de una sujeción lindante con la esclavitud, ha determinado que en 
muchos casos,  un hombre  se  transformara poco menos que en el  califa de un harem cristiano. Y 
para colmo de males, sin la menor vocación de eunuco. 
Porque la hermana puede ser muy eficiente y útil en su ministerio, pero se corre el riesgo de 
alterar  el  orden  divino,  que  habla  del  hombre  como  cabeza  espiritual  del  hogar.  Son  tantos  los 
matrimonios en los que esto no se da, que casi ha ingresado en descrédito y no son pocos los que 
llegan a cuestionar a la misma Biblia por expresarlo. 
El caso es que, cuando la mujer es la que se calza el efod sacerdotal, (Y no hablo de maridos 
inconversos,  sino  de maridos  cristianos  débiles),  toma  el  mando  con  autoridad,  firmeza,  unción  y 
buenos frutos. Lo único en lo que queda en deuda, es en su necesidad interior de sentirse mujer. 
Porque para que ello suceda tal como Dios lo planificó, indefectiblemente deberá tener cerca 
suyo a ese hombre que, con su fortaleza, física y espiritual, la hará sentir segura, protegida, cubierta 
y respaldada como para ser poco menos que imbatible. Por eso es que la Biblia habla del matrimonio 
como un  cordón de tres dobleces. 
Cuando eso no ocurre porque ese esposo es alguien timorato,  incapaz de tomar decisiones 
sin consultar a su pastor, incluidas las domésticas y propias de la pareja, esa mujer está incompleta. 
Y  pese  a  su  fidelidad,  su  lealtad  al  Señor  y  sus  mejores  intenciones,  interiormente  añora  ese 
protector que por naturaleza femenina necesita para sentirse plena. 
Y  casi  sin  proponérselo,  comienza  a observar  a  su  alrededor en búsqueda de modelos.  Y 
generalmente, al primero (Cuando no el único) que encuentra, es al pastor. No creo que haga falta 
comentar las tremendas vicisitudes que deben pasar estos hijos de Dios para no caerse. 
Una  vez  más  habrá  que  decir:  ¡Diablo  astuto!  Porque  él  sabe  muy  bien  que  cualquier 
congregación  local  está  basada  y  fundamentada  en  las  familias  que  la  componen.  ¿Entonces? 
Entonces,  si  la  quiere  destruir,  simplemente  habrá  que  atacar  de  la manera  que  se  pueda  a esa 
familia. 
Y podrán salir novedades de cualquier calibre y color al respecto, pero hoy por hoy, todavía el 
mejor modo de destruir a una familia, es destruyendo primeramente el matrimonio principal que  la 
conforma. Y el primer punto de ese socavamiento, es precisamente, el socavamiento a la autoridad. 
Todo  lo  demás,  es  consecuencia  de  esa  pérdida  de  autoridad.  Cuando  un matrimonio  se 
pierde el respeto mutuo, es porque un tiempo antes, se ha perdido el sentido de la autoridad. En uno 
de  ellos  o  en  ambos.  Todo  lo  que  pueda  suceder  después,  apenas  es  una  prosecución  de 
consecuencias. 
Esto  es  lo  mismo  que  esa  caprichosa  clasificación  de  pecados  que  en  algunos  sitios 
eclesiásticos se ha inventado para que se estudie y se prepare la defensa. No existe clasificación ni 
calificación  de  pecados.  Hay  un  pecado  que  es  la  madre  y  el  padre  de  todos  los  demás: 
incredulidad. 
Porque  tú  te  largas  a  pecar  alegremente  y  sin  el  menor  temor  porque,  en  el  fondo  de  tu 
intimidad, crees que no va a suceder absolutamente nada. Y si crees eso después que has leído en 
la Biblia lo que has leído, es porque en verdad tú no crees que exista un Dios después de todo… 
Pero volvamos al tema central. ¿Qué es lo que sucede con los hombres en la iglesia? ¿Por 
qué son las mujeres las que mayoritariamente, están involucradas en las máximas responsabilidades 
administrativas de los ministerios? 
Particularmente,  siento un enorme  respeto por  la  capacidad organizativa de  la mujer. Creo 
que llegado el momento de las grandes decisiones, las mujeres cuentan con un plus especial que les
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permite tomar las decisiones más importantes con su mente mucho más fresca y ágil que cualquier 
hombre. 
Sin embargo,  también entiendo que en  la  iglesia espiritual, esa que  tiene muy poco o nada 
que ver con la organizativa, Dios se preocupó por crear un orden y darlo a conocer. Pero para que 
eso sea efectivo, no basta con que se lo declame desde los púlpitos o se lo escriba en los boletines 
eclesiásticos. Los hombres creyentes genuinos deben consolidar sus estados  internos para que, a 
partir de ello, puedan cumplir fehacientemente con el rol que se les ha asignado. 
No te olvides que la “fama” del yugo desigual se fundamenta en la pareja conformada por un 
o una creyente y un o una incrédula. Sin embargo, y sin perder esta línea que es inamovible, debo 
decirte que la unión entre un o una ungida y un o una “dominguera”, también es yugo desigual. 
Pero  claro;  para  que  todo  eso  suceda,  tiene  que  existirdentro  de  cada  persona,  una 
convicción que irá mucho más allá de la simple pertenencia al credo, denominación o membresía de 
una iglesia local. El creyente, tendrá que tener certeza de una identidad espiritual propia. 
¿Y como se consigue eso? Escudriñando la Escritura. Buscando las puntas, los extremos de 
un  ovillo  de  fino  hilado  que  terminará  constituyendo  una  madeja  capaz  de  fortalecer  nuestras 
estructuras íntimas. Está muy bien, pero ¿Qué escudriñar? 
Escudriñar  los  principios  básicos  que  se  encuentran  encerrados  en  los  relatos  bíblicos 
literales.  ¡Pero  hermano!  ¡A mí me  enseñaron  que…!  Sí,  ya  sé  lo  que a  ti  te  enseñaron  por  una 
simple razón: es lo mismo que me han enseñado a mí. 
Pero si yo, que no soy una excepción en lo más mínimo, pude tener la misericordia de Dios a 
mi favor para poder ver lo que había detrás de toda nuestra enseñanza clásica, no veo el motivo por 
el cual no puedas tú también acceder a ese mismo privilegio. 
Allí  será  cuando  caigas  en  la  cuenta  que  todo  el  tiempo  que  te  pasaste  supuestamente 
estudiando  la  Biblia,  no  has  hecho  otra  cosa  que  enriquecer  tu  intelecto  con  historia  hebrea. 
Asimismo,  todo el  tiempo utilizado en el  cumplimiento  férreo de devocionales diarios,  lo único que 
produjeron en tu vida ha sido el aprendizaje de versículos de memoria, cosa que está muy bien en sí 
misma, pero que no produce los resultados que te mencionaba. 
Cuando yo hablo de acceder a principios básicos, estoy  refiriéndome a que como genuinos 
hijos de Dios, podamos acceder al pensamiento básico de nuestro Padre. Si los hijos no saben como 
piensa su padre, jamás podrán cumplimentar con los objetivos de la familia. 
Lo primero que deberemos conocer, entonces, es nuestra condición de redención. ¿Nuestra 
condición? ¿Cómo que nuestra condición? ¡Somos salvos y se acabó el problema! Sí, eso es lo que 
piensan casi  todos. No voy a poner en  tela de  juicio  la salvación de nadie, obviamente, pero sí el 
conocimiento que cada uno pueda tener de cómo se produce esa salvación. 
¡Pero hermano! ¡Todos sabemos muy bien como se produce nuestra salvación! ¡Es el ABC, lo 
elemental del aprendizaje del evangelio! ¿Quién puede ignorarlo? ­  La mayoría. ­ ¿Qué? – Lo que 
lees. Porque tú podrás saber la historia que te han relatado, pero es muy probable que no sepas lo 
que verdaderamente ocurrió en aquella cruz del Gólgota. ¿Quieres comprobarlo? Sigue leyendo sin 
distraerte en nada.
24 
2 
¿Qué Fue lo que Sucedió 
en la Cruz? 
Ya hemos proclamado en muchos trabajos que Cristo murió por ti, no en tu lugar. Hemos 
expresado, también,  que lo que eventualmente murió en la cruz, fue nuestra naturaleza adámica. 
Ahora  vamos  a  recorrer  la  Biblia  para  probarlo,  ya  que  es  el  único  modo  en  que  habremos  de 
entender todo lo que Dios está preparando para este tiempo… 
Es decir que vamos a salirnos de  la  fraseología evangélica tradicional, clásica y conocida y 
vamos a entrar en la Palabra para ver, efectivamente, como es que eso que dijimos tantas veces ha 
ocurrido  verdaderamente. Como  es que eso  que  sucedió en  la  cruz,  viene  a  ser nuestro.  Porque 
recién cuanto tú entiendes la cruz, entiendes el sentido de tu vida aquí. 
Porque  todo  lo que más adelante  tendré para decirte, enseñarte y quizás descubrirte,  tiene 
razón y sentido de ser si tú sabes quien eres, por qué estás aquí, como es que has sido redimido y 
qué  cosa  real  sucedió  en  la  cruz del  calvario más  allá de  la  figurita  colgada  que nos  vendiera el 
catolicismo romano. 
(2 Timoteo 1: 8)= Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni 
de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, (9) 
quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el 
propósito  suyo  y  la  gracia  que  nos  fue  dada  en  Cristo  Jesús  antes  de  los  tiempos  de  los 
siglos,  (10)  pero  que  ahora  ha  sido  manifestada  por  la  aparición  de  nuestro  Salvador 
Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, (11) 
del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles. 
Quiero que entiendas bien algo que aquí  es esencial. Te está diciendo que el  evangelio 
contiene,  en  sí  mismo,  el  suficiente  potencial  como  para  determinar  inmortalidad.  No  es, 
necesariamente,  ese  evangelio  chato  y  sin  fuerza  que  suele  predicarse  en  las  iglesias,  es  el 
verdadero. ¿Pero es tan así, hermano? No lo sé; compruébalo tú mismo: mira a tu alrededor. 
El  verdadero  evangelio,  tiene  el  potencial  de  producir  el  fin.  Dice  allí:  …el  cual  quitó  la 
muerte…algo que ya es un hecho, …y sacó a  la  luz… es decir: reveló. Esto significa que existe, 
pero no es manifestado hasta que se revela. Hay mucha gente clamando por una manifestación de 
Dios, pero cuando ésta  llega por  revelación, como ha sido formado en otro  tipo de doctrina, se  la 
pierde porque no la cree. 
El verdadero evangelio te revela, saca a  la  luz  lo que es vida e  inmortalidad. Y todo eso es 
por medio del evangelio. Si es el verdadero evangelio, te va a enseñar como vencer la muerte. Para 
ello, sólo es necesario producir fe. Esa una tarea básica de la iglesia. 
Que la  iglesia que tú y yo conocemos no esté cumpliendo correctamente con ese cometido, 
no  es un  asunto de  organizaciones,  pastores  ni  denominaciones. Es  un asunto  tan  espiritual  que
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tiene  que  ver  con  una  guerra  que  en  muchos  sitios  ni  siquiera  se  sabe  que  se  esté  librando.  Y 
además tiene que ver con un proceso que Dios está llevando adelante en este tiempo. 
Yo sé que habrá muchos que aquí mismo dirán: ¡Ah, no! ¡Este asunto de las revelaciones es 
demasiada  fantasía!  ¿Por  qué  deberíamos  apartarnos  de  las  líneas  correctas  y  reconocidas  de 
interpretación bíblica, para caer en el riesgo de la confusión por causa de seguir la locura de alguien? 
Eso sería altamente  correcto  si  no  fuera por un pequeño detalle. Yo conozco  (Debe haber 
más) al menos cuatro líneas clásicas de interpretación bíblica: pre­milenarista – post­milenarista – 
historicista – espiritualista. 
Suponte que lo aceptamos como válido. Vamos a la Biblia para ver qué nos dice ella de todo 
esto.  Buscamos  y  no  encontramos  a  un  Dios  pre­milenario,  tampoco  hallamos  a  un  Dios  post­ 
milenario y mucho menos a un Dios histórico. ¿Entonces? ¡Ah, no lo sé! Lo único que pude hallar, 
es que en muchos pasajes dice que Dios es Espíritu. Tú imagínate el resto… 
Recuerda que nada sucede hasta que alguien primero lo dice, lo predica y se convierte en un 
mover,  hasta que  se materializa.  Debemos  revestirnos.  Entiende:  re­vestirnos,  vestirnos  con  otro 
ropaje.  No  estábamos  desnudos,  teníamos  otra  ropa  no  válida  para  este  presente.  Estamos 
gimiendo, ya, cansados de esta dimensión. 
Y podemos observar casi con triste sorpresa, que mientras la iglesia tradicional anda a gusto 
en el cuerpo, nosotros andamos disgustados con la caída. Estamos buscando la próxima dimensión 
en Dios. La iglesia va a redimir los tiempos, apresurando los tiempos. Hay que apresurarlos. 
Te di esta última escritura, sólo para que veas que la Palabra contiene un elemento mucho 
más  vital  que  el  de  producir  salvación.  La  salvación  incluye  tres  tiempos  y  tres  dimensiones.  La 
dimensión del espíritu, el alma y el cuerpo, ayer, hoy y mañana. 
Entiende:  estamos  siendo  salvos.  Y  si  logramos  reprogramar  la  configuración  de  la 
computadora de nuestro viejo inquilino, al que con demasiado respeto solemos llamar “viejo hombre”, 
veremos la redención de nuestros cuerpos. Una es contingente de la otra, no viene automático. Tú 
no puedes vivir como se te da la gana y esperar reinar con Cristo. 
Algunos estarán dentro, y otros no. Algunos entrarán cerca, y otros no. Unos traerán parte de

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