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¡Soy más lista que el hambre!
Cómo desbloquearte para conseguir
el cuerpo que siempre has querido
y ser más feliz
 
 
Eva Campos Navarro
 
 
 
2
Primera edición en esta colección: noviembre de 2011
© Eva Campos Navarro, 2011
© de la presente edición, Plataforma Editorial, 2011
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 231, 4-1B – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14
www.plataformaeditorial.com
info@plataformaeditorial.com
Diseño de cubierta:
Agnès Capella Sala
 
El papel que se ha utilizado para imprimir este libro proviene de explotaciones forestales
controladas, donde se respetan los valores ecológicos, sociales y de desarrollo sostenible
del bosque.
Depósito Legal: B.28.038-2012
ISBN EPUB: 978-84-15577-96-6
 
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización
escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la
reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares
de la misma mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir
algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
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http://www.plataformaeditorial.com
 
 
 
 
 
A mis padres y mi hermano, por su amor incondicional y su apoyo.
A mis abuelos, apoyándome siempre, dondequiera que estén.
A Jes, por construir un mundito perfecto para los dos.
A ti, que has decidido cambiar tu vida.
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Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
 
Introducción
1. ¡Viva mi cuerpo serrano!
2. ¿Cómo como?
3. Acepta tus retos
4. Yo, yo y yo
5. Algunos casos reales
6. Yo me pienso, luego existo
Unas últimas palabras
Anexo I: Registro
Anexo II: Contrato
Agradecimientos
La opinión del lector
Otros títulos de la colección
Ser enfermera
África en 10 palabras
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Introducción
 A veces, la guerra contra los kilos de más no es sino una cortina de humo para no
lidiar con nosotros mismos.
 
En la sociedad en la que vivimos parece que la apariencia lo es todo. ¡Y a más de una
nos han dicho demasiadas veces «Pero si tienes una cara muy bonita»! ¿Eso significa
que si fuera «fea» no merecería la pena? Esta es solo una muestra de nuestro estado
social tan superficial.
Por eso nos centramos en hacer desaparecer los síntomas en vez de la causa, en
adelgazar en vez de analizar las razones que nos han llevado allí, al estado en el que nos
encontramos, a veces llegando a la desesperación. Y esta ansiedad por perder esos kilos
nos lleva a gastar cientos, incluso miles de euros o dólares en productos adelgazantes,
probar incontables dietas, hacer ejercicio sin control y, en definitiva, posponer la vida
que queremos «para cuando esté delgada».
Este libro ha sido escrito con gran ilusión y pretende apoyar a las personas que luchan
contra esos kilos de más para que busquen sus razones y, una vez identificadas, no se
preocupen por qué se llegó hasta allí. Lo importante es saber qué se quiere hacer con lo
que se ha destapado, cuál es el camino que se desea recorrer y celebrar los
descubrimientos.
¡Trabaja por ser la persona que quieres ser! Y no dejes que el pasado, que esas razones
te bloqueen. Úsalas para saber hacia dónde encaminar ahora tus pasos.
Usando técnicas de coaching, ejercicios de intervención desde la psicología, técnicas
de pensamiento positivo y de inteligencia emocional, este libro te abrirá la puerta para
llegar a donde desees, ser feliz contigo misma y emprender una nueva vida sin
complejos ni tapujos. Pero, ante todo, te presento técnicas que usé yo misma para poder
llegar a donde quería: un total de 60 kg menos y una persona plena, sana y feliz.
Puede darte la impresión de que el libro está enfocado hacia aquellos casos de
personas que tienen un gran sobrepeso. Sin embargo, sean 3 o sean 60 kg los que te
sobran, aprenderás cuál es tu relación con la comida y cómo puedes modificarla para
tener una vida más sana, haciendo que mantenerte en tu peso o abordar una reducción de
peso sean algo natural y consciente.
Poco a poco te darás cuenta de que, pese a que este libro está enfocado a los casos de
kilos de más, puede apoyarte en muchas áreas diferentes de la vida. Porque la persona, al
fin y al cabo, es una, con muchas áreas (pareja, familia, trabajo, cuerpo, desarrollo
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personal…), y todas esas áreas están interrelacionadas. Así que ¡descúbrete!
Y, descubras lo que descubras, ¡celébralo! Celébralo porque eso forma parte de ti.
Celébralo porque es el primer paso para soltar los lastres que, aunque no lo creamos,
pesan más que los kilos. Y verás cómo poco a poco consigues tu objetivo: ser feliz con
tu cuerpo.
Estoy convencida de que cualquier persona puede perder esos kilos de más. Pero sé,
por experiencia propia, que esos kilos de más se irán cuando seamos capaces de mirar
dentro de nosotros y ver los bloqueos que nos impiden seguir una dieta, crear y
conservar hábitos saludables, sacar la fuerza de voluntad necesaria para mantenernos
firmes en nuestro propósito de adelgazar y, lo más importante de todo, ser conscientes de
qué nos pasa.
Este libro presenta casos reales, algunos pertenecientes a compañeras de camino –y a
mi propio camino– y algunos a clientes que acudieron a mi despacho de coaching
desmoralizados por no poder conseguir sus objetivos, pero todos ellos tienen algo en
común; cuando se dieron cuenta de qué pasaba pudieron escoger qué querían que pasara
y decidir cómo querían que pasara. Quizá te identifiques con algunas de las pinceladas
de los casos que aquí se recogen, quizás alguno sea exactamente igual al tuyo, quizá
tengas un poco de todos ellos, quizá solo de dos o tres de ellos… No hay prototipos
exactos, pero deja que cada uno de esos casos de personas que superaron con gran éxito
sus barreras te hable, deja aflorar los pensamientos que brotan de tu interior y acéptalos.
Trabaja con este libro. Escribe en él, si lo necesitas. Haz los ejercicios, responde a las
preguntas, sin prisas, pero sin pensar demasiado para que las barreras mentales no te
lleven al punto de partida. Usa este libro todo lo que necesites. Y, ante todo, disfruta y
diviértete en el camino.
 
¡Ten la vida que quieres!
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1. ¡Viva mi cuerpo serrano!
 Una «gordita feliz»
 
Yo me miraba en el espejo, ¡y me encantaba lo que veía! Era una mujer de más de 120
kg que, incluso, llegó a reírse de sí misma haciéndose un precioso tatuaje con ironía
sobre sus kilos de más. Vestía como si mi cuerpo en vez de 120 kg pesara 75; trajes
ajustados, escotes y todo lo que me apeteciera (si había talla) eran para mí.
¡Fantástico! Aceptaba mi cuerpo y lo cuidaba estéticamente como si los kilos no
fueran un problema.
Además, era una de esas llamadas «gorditas felices». Tenía una buena vida social
llena de eventos, fiestas y planes todos los fines de semana. Tenía un buen trabajo en una
multinacional. Era atractiva a los ojos de muchos, y yo me sentía como tal. Se podía
decir que tenía una vida divertida y plena, en todos los sentidos.
 
Mentira.
 
Cuando uno de los planes era hacer algo físico, como por ejemplo trekking por la
sierra, yo me quedaba en casa sin hacer nada o, peor, cocinando y comiendo hasta
saciarme, y más.
«Como ellos se están divirtiendo, yo me divierto así», me decía a mí misma.
Cuando quedaba con alguien para ir de compras, yo siempre decía que no tenía
dinero, o que no encontraba nada que me gustase. Y no, me mentía y mentía a los demás;
simplemente, no quería probarme nada delante de la gente, porque sabía que no me iba a
quedar bien.
Cuando íbamos a algún local a bailar, yo me quedaba agazapada en la barra.
«Con mi peso, yo no puedo bailar.»
¿Realmente estas conductas son de alguien feliz? No, me temo que no.
Ahora vamos a hacer un pequeño ejercicio. Coge papel y lápiz y responde a esta
pregunta: ¿qué cosas estás dejando de hacer o de vivir debido a tus kilos de más? Pueden
ser cosas que estén directamente relacionadas, como dejar de bailar porque tu cuerpo no
tiene forma física,o cosas indirectamente relacionadas, como dejar de ir a la playa
porque te sientes mal en bañador.
Sin cronómetros, date el tiempo que necesites, pero no lo pienses demasiado, deja que
fluyan tus «Dejo», lo suficiente para escribir diez o más cosas en tu listado.
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Te puedo dar unos cuantos ejemplos basados en mi propia experiencia y en la de
muchas otras personas:
• Dejo de arreglarme.
• Dejo de hacer deporte.
• Dejo de bailar.
• Dejo de probar experiencias que me apetecen, como esquiar, hacer surf o subir una montaña.
• Dejo de ir a la playa.
• Dejo de ir a comprar ropa.
• Dejo de usar tacones.
• Dejo de usar biquini.
• Dejo de cruzar las piernas.
• Dejo de jugar con mis hijos.
• Dejo de ir a pasear al parque cuando hay mucha gente.
• Dejo de tener sexo con mi pareja.
• Dejo de ir a eventos sociales.
• Dejo de ir a comer con mis compañeros de trabajo.
• Dejo de acudir a eventos sociales dentro de mi trabajo.
• Dejo escapar algunas oportunidades de negocio por sentirme insegura.
• Dejo de sentirme atractiva para mí y para los demás.
• Dejo de tener pareja.
• Dejo de cuidar mi vida en pareja.
 
Como ves, la lista puede ser enorme. Bien, ¿la tienes ya? Pues continuemos con la
siguiente parte. Ahora pregúntate: de todos esos «Dejo», ¿cuáles quiero realizar?
Puede ser que sean todos, o solo unos cuantos. Pero estoy segura de que varios de esos
«Dejo» son cosas que te encantaría poder hacer en tu día a día.
Personalmente, todas son cosas que quiero realizar. O, al menos, poder decidir si las
quiero realizar o no.
Sigamos. Ahora evalúa: de todos los «Dejo» que has escogido, ¿cuáles tienen gran
importancia (2), cuáles tienen menos importancia (1) y cuáles no tienen ninguna
importancia para ti (0)?
No se trata de asignar todas las puntuaciones, simplemente puntúa. Puede ser que todo
lo que dejaste de hacer no tenga mucha importancia para ti, o que todos tengan mucha.
La vida no se constituye solo de cosas muy importantes, sino de pequeños placeres
que nos la hacen más llevadera. Para mí puede no ser muy importante usar tacones, pero
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si sé que a mi pareja le gustan y eso le hace saber que me preocupo por él, me gusta
llevarlos de vez en cuando. Y no quiero dejar de hacerlo porque mis pies me duelan por
los kilos que han de soportar. Porque, aunque todo esto se trate de mí, la verdad es que
vivo en sociedad, tengo relaciones y lo que sí me hace directamente feliz es cuidarlas.
Para finalizar el ejercicio, simplemente responde a esta pregunta: ¿Eres feliz dejando
de hacer esas cosas?
Yo lo tuve muy claro: NO. No era feliz dejando de hacer cosas. No era feliz dando
excusas a los demás y a mí misma para dejar de hacerlas. Y, sobre todo, me di cuenta de
que estaba dejando escapar la vida que me gustaría vivir, la persona que quería ser. Y
que no paraba de mentirme. Creé un personaje de mí misma, que jugaba a ser feliz. Creía
que esa era la vida que quería, que todo iba bien. Pero la verdad es que sabía que estaba
dejando escapar la vida, que esa no era la vida que quería, ni la persona que quería ser.
 
 
Mi templo en ruinas
 
Me mentí durante tantos años que soy incapaz de recordar cuándo fue la última vez que
mi báscula me dio un peso sano. De este concepto hablaremos más adelante, no te
preocupes.
Busqué fotos mías de cuerpo entero. Encontré muy pocas. Y las pocas que encontré
no me gustaron lo más mínimo. Me vi mucho más gorda de lo que me veía frente al
espejo. No me reconocía en ellas. Mi concepto de mí con respecto a mi cuerpo se estaba
desmoronando. Una de mis clientas me dijo en una ocasión: «Es como si de repente me
hubiera dado cuenta de que tengo un cuerpo, y el poco respeto que le tengo».
Tal cual, así me sentí yo.
Entendemos por respeto la consideración de que alguien o algo tiene valor por sí
mismo. Más allá de consideraciones morales, sociales o filosóficas, el respeto no deja de
ser la capacidad de valorar positivamente –en este caso tu cuerpo– y actuar en
consecuencia. El respeto hacia uno mismo es la capacidad de reconocer que necesitas
cuidarte por dentro y por fuera, saber que el bienestar es tanto físico como mental y
emocional, y saber decir «no» cuando lo que te hacen o lo que te haces va en menoscabo
de tu bienestar.
 
• Cuando bebemos demasiadas copas, no nos respetamos.
• Cuando comemos una caja de chocolates para aliviar la ansiedad, no nos respetamos.
• Cuando comemos sin hambre porque estamos en una reunión familiar, no nos respetamos.
• Cuando comemos porque no sabemos qué hacer, no nos respetamos.
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• Cuando nos damos un atracón de comida, no nos respetamos.
• Cuando no escuchamos lo que nuestro cuerpo necesita, no nos respetamos.
• Cuando comemos las sobras de los platos de los demás, además de nuestra ración, no nos
respetamos.
• Cuando tenemos una actitud socarrona del estilo «yo soy capaz de comerme ocho perritos
calientes», no nos respetamos.
• Cuando somos el personaje gracioso entre nuestros amigos porque nos «comemos todo lo que
nos echen», no nos respetamos.
• Cuando nos vestimos con cualquier cosa, aunque no nos guste, no nos respetamos.
• Cuando dejamos de hacer cosas que deseamos hacer, no nos respetamos.
• Cuando no enseñamos nuestro cuerpo, o parte de él, por vergüenza, no nos respetamos.
• Cuando no luchamos por tener un peso que no nos ponga en la cuerda floja de la enfermedad,
no nos respetamos.
• Cuando nos miramos al espejo y rechazamos de pleno lo que vemos, no nos respetamos.
 
Cuando dejas de cuidarte, de quererte, de atenderte, no te estás
respetando. Cuando no escuchamos las necesidades de nuestro
cuerpo, no lo estamos respetando.
 
Vamos a hacer otro pequeño ejercicio. Coge otra hoja de papel y un lápiz. Vamos a
hacer un listado: Escribe seis o más conductas que creas que llevas a cabo y que
demuestran poco o ningún respeto hacia ti misma. No tienen por qué estar todas
relacionadas con la comida, pero sí al menos la mitad.
Bien, ahora, de todas esas conductas,
• ¿Cuántas has realizado una vez en el último mes?
• ¿Cuántas más de una vez en el último mes?
• ¿Cuántas las realizas varias veces al día?
No te preocupes por tus respuestas. No te sientas mal si has encontrado muchas
conductas que no te demuestran respeto y que realizas muchas veces. Todo tiene
solución, y este libro te ayudará a aceptar lo que te has hecho y a cambiar tu forma de
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actuar contigo misma. Así que destierra el sentimiento de culpa y construye la
convicción de que tú puedes cambiar lo que quieras cambiar.
Sigamos. Ahora responde, por cada una de las conductas que has descrito, ¿para qué
haces o realizas esas conductas?
Las respuestas pueden ser muchas, y muy diferentes. Recuerda que no hay respuestas
malas o buenas; son tus respuestas, y de tu sinceridad depende tu éxito.
Ahora responde: Y tú, ¿te respetas y respetas tu cuerpo?
Pero ¡para! No te castigues. Esto es lo que has hecho hasta ahora. La buena noticia es
que puedes cambiar, cambiar a tu antojo tus conductas y aprender a quererte más. Tienes
esa capacidad, todo ser humano la tiene. Solo necesitas saber qué hacer y confiar en tus
posibilidades.
Ahora, al lado de cada conducta vas a escribir una frase que comience con «Cuando
yo me respeto, yo…». Por ejemplo, si una de mis frases es «Como cuatro rosquillas para
desayunar, aunque no tenga hambre», al lado escribiré «Cuando yo me respeto, yo no
como rosquillas para desayunar, sino un desayuno sano y equilibrado, y si alguna vez me
apetece hacerlo, como tan solo una». Es importante que lo escribas en primera persona y
en presente. ¿Por qué? Sencillo, porque se trata de ti, y solo de ti, de cosas que tú haces
y, por tanto, cosas que puedes cambiar. Además, si las escribes en presente ¡estás
empezando a asumir que las puedes cambiar!
Puedes actuar de otra forma, puedes cambiar tus conductas. Y puedes empezar a
hacerlo ya.
 
 
Yo y el mundo
 
Otra cosa a la que afectaban enormemente mis kilos de más era a mis relaciones.
Relaciones sexuales, relaciones emocionales, relaciones laborales, de amistad e incluso
familiares.
¡Cómono lo iba a hacer! Es lógico. Creé una burbuja en la que solo entraban las
personas que ya conocía, me cerré a conocer personas nuevas. ¿Inseguridad? ¿Miedo al
rechazo? ¡Desde luego! Todas hemos escuchado comentarios molestos sobre nuestros
kilos. Comentarios de conocidos y de desconocidos, algunos de ellos llegando más
hondo de lo que podíamos imaginar. Todas hemos desconfiado de si seríamos aceptadas
o no, quizá sin darnos cuenta, y esa desconfianza a veces traspasa los muros de nuestro
hogar y empezamos a desconfiar del amor de nuestra pareja, de nuestros amigos e
incluso de nuestra familia.
Recuerdo una vez que tuve que dar un curso de formación en mi entorno laboral.
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Estaba fuera de mi casa, y fue un evento no programado, por lo que la tarde anterior,
cuando me enteré, tuve que ir a comprar ropa. Simplemente no encontré nada. Lo único
que encontré fue un traje de chaqueta que me pareció horrible y que quemé el día que
comencé mi tratamiento para adelgazar. Lo odiaba. Al día siguiente me sentía realmente
mal con lo que vestía, me sentía muy insegura, y pensaba que todo el mundo creería que
ese traje me sentaba fatal. Tal fue mi preocupación durante toda la formación, que la
inseguridad se dejó notar en mi voz temblorosa, cuando nunca antes me había ocurrido.
Tal vez ese fue uno de los eventos que me pusieron en guardia para plantearme qué me
estaba pasando.
También recuerdo que en reuniones con altos ejecutivos me quedaba en segundo o
tercer plano, discretamente agazapada. Mis ideas se las escribía en una hoja a mi
compañera para que ella las transmitiera. El resultado fue un ascenso de mi compañera.
Mi carrera en la multinacional fue bastante meteórica. En pocos años conseguí
ascender lo que se tarda muchos años en lograr. Lógicamente, eso suscitó muchas
envidias. Y también muchos comentarios en la sala de café del tipo «Pues no entiendo
cómo a la gorda esa la han ascendido y no a ti». Aunque no lo hubiera constatado, en mi
cabeza ya estaba la idea de que dirían algo así. Y, obviamente, mi enfado con ellos se
hizo notar.
Sin darme cuenta estaba dejando que mi problema con mis kilos fuera afectando poco
a poco a mi trabajo. No tanto a mi desempeño, pero sí a cómo me sentía yo dentro de mi
ámbito laboral. Y trabajar en un entorno en el que no te sientes relajada contigo misma
puede llegar a ser muy duro.
Nunca he tenido problemas para conseguir pareja, esa es la verdad. Pero quizá sí los
tenía a la hora de mantenerla porque yo misma me limitaba, me metía en mi burbuja.
Recuerdo cómo una de mis compañeras de camino relataba la forma en que su pareja
rompió la relación:
«Salíamos todos los fines de semana, sin mirar qué comía, pese a conocer mi
tendencia a engordar. Él me decía que me quería de cualquier manera, pero yo comencé
a encerrarme en mí misma, a quererme menos. Al final me dejó porque no era la mujer
activa que él había conocido».
Nunca había pensado que este pudiera ser mi caso, pero echando la vista atrás me doy
cuenta de que tal vez sí lo fuera en algún momento.
No me preocupa lo más mínimo, sinceramente. No me preocupan los «porqué», las
razones por las que esas personas desaparecieron de mi vida y gracias a ello he conocido
a otras, he tenido otras experiencias y he aprendido lo que es el amor. Lo que sí me
preocupa es no volver a caer en lo mismo. Esta es otra de las grandes razones para
cambiar mi cuerpo y, con él, mi vida.
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Sin embargo, sí hay un tipo de personas que me preocupan enormemente. Hace un
tiempo contactó conmigo, por medio de un foro de internet, una mujer llamada Cecilia.
Cecilia vive en Estados Unidos, es hija de emigrantes españoles, y me relató su historia
de la siguiente manera:
 
«Eva, te he leído en el foro en infinidad de ocasiones, pero nunca he contactado
contigo porque no sé cómo empezar a explicar todo esto, pero necesito ayuda.
»Soy hija de una gallega y un asturiano, que vinieron hace muchos años a Estados
Unidos en busca de fortuna. Mi madre es cocinera y desde pequeña pasaba horas con
ella en la cocina, así que tengo una gran cultura de la buena comida. Siempre pensé
que esa era la causa de mis kilos de más. Ya de adolescente era obesa, y nunca me
planteé adelgazar; pertenezco a una familia de grandes comedores, así que suponía
que eso es lo que tenía que ser. A los 18 años conocí a mi marido, un hombre muy
atractivo, con negocio propio y que me cuidaba y me quería tal como era. Al principio
no me fijé demasiado en él, pero un día una amiga me dijo que ese hombre sería el
único que me querría con mi peso, así que empecé a verlo con otros ojos. Al año de
noviazgo nos casamos, y él me repetía que me quería tal como era. Y eso pensé yo. Él
siempre me dijo que adoraba mi cuerpo, adoraba mi forma de ser y adoraba que
estuviera tan “redondita”. Nuestra vida transcurría feliz, yo me quedé en casa para
cuidar de todo mientras él trabajaba. Cuando llegaba por las noches, su mayor placer
era encontrar una mesa llena de comida, y ver cómo me la comía. Poco a poco fui
engordando, y él seguía diciendo que me adoraba tal como era.
»Una noche me dijo que quería ser él el que me diera de comer, y al poco tiempo
teníamos como “tradición” que las cenas me las daba él. Cada vez la cantidad de
comida era mayor, pero para mí era un enorme placer ver cómo él disfrutaba. Cuando
llegué a pesar 440 lb (cerca de 200 kg) apenas me podía mover, y quedé postrada en la
cama.
»Un día, navegando por internet, descubrí lo que son los feeders, es decir, personas
cuya fantasía es engordar a otra persona. No tuve ninguna duda de que mi marido era
un feeder y que pretendía tejer una red de dependencia absoluta de mí hacia él.
»A día de hoy peso cerca de 660 lb (cerca de 300 kg), no tengo prácticamente
movilidad y hasta me cuesta escribirte, pero necesito ayuda. Sé que he de salir de esto
porque moriré. Nunca he trabajado, y dependo absolutamente de mi marido. Quiero
dejar esto, quiero vivir una vida normal, quiero ser una mujer bella y esbelta,
independiente y con un hombre al que amar y que me ame, sin encarcelarme, porque
es así como me siento, encarcelada en mi propio cuerpo».
14
La historia de Cecilia me conmocionó. Sé que es una historia más que extrema, pero
es real. Este tipo de personas, los feeders, existen. Quizá no sea una práctica demasiado
extendida, pero existen y se aprovechan de aquellas mujeres que no se aman lo suficiente
para saber qué es lo correcto para ellas y su cuerpo, convirtiéndolas –como nos cuenta
Cecilia– en mujeres «encarceladas en su propio cuerpo».
En el caso de Cecilia hay muchas cosas que analizar.
Por ejemplo, la creencia de que, como su familia es una familia de grandes
comedores, es lo que ella debía ser. Sobre las creencias y cómo influyen en nuestros
bloqueos hablaremos más adelante, en el capítulo 2.
También nos habla de que, al principio, su marido no la atraía demasiado, pero que
alguien le dijo que si él no la quería, ¿quién lo iba a hacer? Cecilia aceptó esta
afirmación como propia por su falta de autoestima, es decir, ella no creía que nadie la
fuera a querer debido a su peso. Por tanto, aceptó como válido algo que para ella, a
priori, no lo era. Y esta conducta sí es un ejemplo de muchas relaciones que se
establecen por el simple hecho de pensar que nadie va a querer a una persona tan gorda,
de modo que es mejor aceptar al primero que venga y te quiera así, que esperar a quien
tú quieras.
También sucede, en muchos casos, que estamos agotadas de la relación. Ya no
queremos a la persona que tenemos al lado, pero la pregunta traicionera nos asalta…: «si
él no me quiere, ¿quién me va a querer?». Entonces nos dejamos enterrar por una
relación que ya no disfrutamos, pero que nos es confortable y, peor aún, creemos que es
la única que podremos tener.
Cecilia también nos habla de que su marido «pretendía tejer una red de dependencia
absoluta de mí hacia él». Este caso suele ser muy típico también, parejas que nos dicen
«Si yo no te quiero, ¿quién te va a querer?». Y hay que tener mucha fuerza y una alta
autoestimapara contestarles «¡Pues muchísimos otros!». Este tipo de personas se sienten
inseguras, y crean en su pareja una inseguridad que las hace emocionalmente
dependientes de ellas, para asegurarse, de esta forma, de que no se van a ir.
 
Nuestros kilos de más pueden ser pesados lastres para nuestras relaciones:
• Haciendo que las perdamos por nuestra inseguridad y baja autoestima.
• Viviendo relaciones que no deseamos por nuestra baja autoestima.
• Brindándole a nuestra pareja el poder de hacernos sentir bien o mal con nosotros mismos.
• Creando dependencias hacia nuestra pareja.
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Un día me encontré a Leo, una de mis clientas, varios meses después de terminar su
proceso de coaching conmigo, y me contaba:
 
«Después de mi cambio, empecé a querer salir, a hacer cosas. Me ponía bonita,
busqué un grupo de “gordis” con las que hacer ejercicio y trabamos una buena
amistad. De ahí pasamos a salir a almorzar, hacer algunas fiestas, cosas de chicas,
cosas que yo no recordaba cuántos años llevaba sin hacer. Pero mi marido no soportó
la situación; en vez de ser feliz por mí y mi nueva vida, no aguantaba que yo tuviera
una vida más allá de quedarme en casa y prepararle la comida, la cena y la ropa. Yo
nunca desatendí mis obligaciones con mi hogar, así que no entendía por qué él se
sentía molesto. Un día lo entendí; él no me amaba a mí, amaba la seguridad que mis
kilos le daban, así que me divorcié».
Vivir una relación que no quieres vivir es un verdadero cautiverio, y no te permitirá
llegar a ser la persona que deseas ser. Si este es tu caso, te propongo que respondas a las
siguientes preguntas:
• ¿Es la relación que vives la relación que quieres vivir?
• ¿No dejas la relación porque piensas «Si él no me quiere, ¿quién me va a querer?»?
• Si dejaras la relación, ¿qué es lo peor que te podría suceder? Haz un listado con las
consecuencias, y lo llamaremos «Costes».
• Si dejaras la relación, ¿qué es lo mejor que te podría suceder? Haz un listado con todos estos
beneficios y lo llamaremos «Ganancias».
• ¿Superan las Ganancias a los Costes?
• Ahora, haz un listado con, al menos, veinte cualidades tuyas.
• ¿Crees que solo tu pareja podrá amar esas cualidades, o que existen otras personas que puedan
amarlas?
Si eres una de esas «Princesas cautivas», ahora puedes decidir tu libertad. Solo has de
confiar en ti, en tus posibilidades, en tus cualidades y virtudes, y dejar de temer la
soledad. La soledad nos permite encontrarnos con nosotras mismas, querernos y
aprender a convivir con lo que somos. Y, ante todo, nos enseña a elegir a quien nosotras
amamos, no a quedarnos con quien creemos que será el único que podrá amarnos.
Cecilia, a día de hoy, ha salido de ese círculo. Primero pidió ayuda a su familia, y les
contó qué sucedía. Con su apoyo logró divorciarse y se fue a la casa paterna. Consiguió
perder peso y posteriormente fue operada con éxito de reducción de estómago, y ya ha
perdido la mitad de su peso. Mientras, ha estudiado Psicología en la universidad y quiere
ayudar a las personas que se encuentren en su misma situación a salir de lo que ella
considera una «cárcel de los kilos».
16
Otra área en la que nos podemos ver afectadas es la familia. Hay que distinguir entre
Familia Actual (pareja e hijos), Familia de Origen (padres y hermanos) y Familia de
Sangre (primos, tíos, abuelos, etc.).
Yo no tengo hijos, por lo que no puedo explicar en primera persona cómo mis kilos de
más podrían influir en mi relación con ellos. Sin embargo, Néstor, un compañero de
camino, me contó su historia, y creo que esta sí puede transmitir cómo pueden afectar
nuestros kilos de más a nuestros hijos:
 
«Cuando María, mi novia, se quedó embarazada, yo empecé a comer. Ya no salíamos
tanto, así que organizaba cenas en casa. La verdad es que la noticia me pilló por
sorpresa, yo tenía muchos planes, y en ese momento un hijo me los torcía por
completo. Pero ella se quedó embarazada e hicimos frente al tema. Cuando Néstor (mi
hijo) nació, yo ya pesaba 110 kg, y fue verle la cara y enamorarme de esa luz de vida
de sus ojos. Pasaron los años y Néstor fue al colegio. Un día vino a casa y me
preguntó por qué yo nunca había jugado al fútbol con él. No supe qué responderle. Me
fui a nuestro cuarto y lloré desconsoladamente. Sabía la respuesta: físicamente no
podía, pesaba ya 168 kilos y jamás había podido jugar con mi hijo al fútbol. ¿Qué
otras cosas me estaba perdiendo de la experiencia de ser padre?».
 
Esta triste historia se repite más de lo que pensamos. Ana, otra compañera de camino,
me dijo que el día más triste de su vida fue cuando no pudo agacharse para abrocharle
los primeros zapatos a su bebé. Sonia, otra compañera, me contó que ella nunca había
bajado al parque con su hija porque le avergonzaba que otras madres la vieran sentada
todo el rato en el banco.
¿Recuerdas el ejercicio de los «Dejo»? Pues ahora lo vamos a aplicar a tu relación con
tus hijos. Responde a estas preguntas:
 
¿Qué estás dejando de hacer con tus hijos debido a tus kilos? Recuerda que para
escribir esta lista no existe un tiempo determinado.
Ahora pregúntate: De todos esos «Dejo», ¿cuáles quiero realizar yo? y, de todos esos
«Dejo», ¿cuáles quieren realizar mis hijos?
Ya sabes que es posible que de ese listado queráis realizar uno, varios o todos, pero
estoy segura de que si están en la lista es porque, al menos, has pensado alguna vez en
llevarlos a la práctica.
Ahora toca puntuar. Evalúa: De todos los «Dejo» que has escogido, ¿cuáles tienen
gran importancia (2), cuáles tienen menos importancia (1) y cuáles no tienen ninguna
importancia para ti (0)?
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Si tus hijos tienen la edad suficiente, déjales la lista y que evalúen ellos. Si no, ponte
en su lugar y puntúa tú: De todos los «Dejo» que has escogido, ¿cuáles tienen gran
importancia (2), cuáles tienen menos importancia (1) y cuáles no tienen ninguna
importancia para tus hijos (0)?
Quizá para tus hijos todo sea muy importante. Es el ímpetu de quien está deseoso por
descubrir el mundo, así que déjales que sean ellos los que te ayuden a conocer mejor sus
intereses. Si quieren añadir cosas, déjales, quizás ellos vean cosas que tú no ves.
Aunque a veces no lo creamos, podemos aprender mucho de los hijos.
Para finalizar el ejercicio, simplemente responde a esta pregunta: ¿Eres feliz dejando
de hacer esas cosas con tus hijos?
Y, la más importante: ¿Eres feliz negando a tus hijos vivir esas experiencias contigo?
No te sientas mala madre, o mal padre, por lo que hayas podido descubrir. Lo serías
si, descubriéndolo, no te importara lo más mínimo. Pero si has decidido que quieres
modificar tu relación con tus hijos, dejar atrás esos kilos de más que no son más que un
muro entre vosotros, y llenar de experiencias tu vida y la suya, ¿sabes?, ¡puedes hacerlo!
La Familia de Origen y la Familia de Sangre, como en el caso de Cecilia, nos
transmiten muchas creencias. Con ellos nos criamos, nos dan sus valores y principios, y
nos transmiten qué es lo relevante para pertenecer al grupo. Ana, otra compañera, me
contaba que ella es incapaz de dejar comida en un plato porque, desde pequeña, eso es lo
que le han enseñado.
Mi madre siempre nos dejaba comer lo que queríamos. Ella entendía que si no
queríamos más era porque no teníamos más hambre. Sin embargo, en mi Familia de
Sangre, que un niño no se comiera todo lo que le ponían en el plato era sinónimo de que
estaba enfermo o, simplemente, de que era un niño malo. No les culpo por ello: su
relación con la comida, al haber carecido de ella durante la guerra, era de acumular y
compartir toda la comida posible. Pero yo nací muchas décadas después de la guerra, y
no era el patrón que tenía que aprender. Como consecuencia aprendí que, si no me comía
todo lo que me ponían en el plato, o demostraba estar enferma o era una mala niña.
Ana, además, me contaba que en su familia todo lo bueno se ha celebrado siempre
comiendo. Si, por lo que fuera, ella no tenía hambre y no quería comer, su familia se
entristecía pensando que ella no deseaba formar parte de la celebración.Descubrir qué nos ha enseñado nuestra familia con respecto a la comida es importante por dos
cuestiones fundamentales:
Nos permite desechar mitos y creencias, y
Nos permite darnos cuenta de si estamos transmitiendo lo mismo a nuestros hijos.
18
 
¿Para qué desechar mitos y creencias? Para afinar nuestra relación con la comida y
tener la relación que nosotros consideramos que debemos tener, no la que nos han
enseñado.
Además, si transmitimos hábitos saludables a nuestros hijos, y una relación natural
con la comida, las posibilidades de que en un futuro tengan problemas de sobrepeso se
minimizarán.
Coge papel y lápiz, que vamos a escribir. Recuerda que ahora se trata de tu Familia de
Origen y tu Familia de Sangre. Primero responde a esta pregunta: En tu familia, ¿la
comida es algo para subsistir o es más un acto social?
Bien, ahora las siguientes preguntas. Las comidas en tu familia, ¿son copiosas o
ligeras? ¿Son muy elaboradas o poco elaboradas? ¿Se controlan las grasas?
Continuemos. En las celebraciones, ¿qué importancia tienen las comidas? ¿Son algo
más o el acto central sobre el que se genera la celebración?
Sigamos. En tu familia, ¿se considera una comida más deliciosa cuanto más elaborada
es?
Ahora piensa por un momento. ¿Qué tipo de «tradiciones» hay en tu familia con
respecto a la comida? Aquí podemos incluir que siempre se coma con pan, que haya
entrantes, primer plato, segundo plato y postre obligatorio, que los postres sean
azucarados siempre, etc. Escribe todo aquello que se te ocurra.
Y, por último, termina estas frases:
 
• Si estoy en una celebración con mi familia y no como, ellos piensan que
• Si estoy comiendo con mi familia, ellos esperan que yo
• Si un niño se deja comida en el plato, mi familia dice que ese niño es
• Si tengo que comer con mi familia, pero yo no tengo hambre, yo
 
Ahora piensa. De todas estas «tradiciones», ¿cuáles has tomado como propias?
Muchas veces no somos conscientes de que nuestra forma de alimentarnos está
determinada por el entorno, la familia en la que nos hemos criado. No te culpes por ello,
ni los culpes a ellos. Es una forma de interrelacionarse como otra cualquiera, y ellos no
van a cambiarla fácilmente. Lo que sí puedes hacer es cambiar esas «tradiciones» en tu
día a día. Por ejemplo, si en tu familia se cocina con mucha grasa y tú estás repitiendo
ese patrón, introduce en tu hogar una comida más saludable para tu Familia Actual. Si en
tu Familia de Origen todo se celebra comiendo, tú puedes instaurar en tu Familia Actual
19
que determinadas celebraciones se lleven a cabo haciendo actividades.
Para ello haz una lista. Coloca a un lado las «tradiciones» de comida que has
identificado de tu familia y, en el otro, alternativas que tú consideras más saludables. Por
ejemplo:
 
 
Si vives sola es aún más fácil; cambia progresivamente tus patrones hacia aquellos
que tú consideres saludables. Y, si aún vives con tu Familia de Origen, habla con ellos,
diles que a partir de ahora tú te vas a encargar de tu propia alimentación y
responsabilízate de ella. Ellos entenderán que quieras sentirte mejor contigo misma, con
tu cuerpo, y empezar a cuidarte.
¿Qué hacer ante eventos familiares? Pues muy sencillo, disfrútalos. Disfrútalos, pásalo
bien, y luego vuelve a tus nuevos hábitos. No se trata de sufrir, se trata de saber cuándo
se puede hacer un exceso, cuándo se está comiendo sano y cuándo no.
Y no tienes que esperar, puedes comenzar a hacerlo ya. Tienes las herramientas, sabes
qué has de hacer. Si has decidido hacerlo, ¿para qué esperar? Puedes cambiar, puedes
cambiar tus relaciones y puedes cambiar el modo en que te relacionas con el mundo.
¿Quieres cambiarlo?
 
 
Yo y la Teletienda
20
 
Mi historia de kilos de más se remonta a hace muchos años, a la pubertad. No te voy a
aburrir con toda ella, simplemente te diré que desde que recuerdo he estado intentando
hacer una dieta. Y digo «intentando» porque nunca tenía el convencimiento real de
llevarla a cabo, por lo que empezaba, la dejaba, la retomaba, me daba un capricho, luego
dos… y así hasta que definitivamente la abandonaba. Desde dietas de 1.000 kcal (con 12
años) a dietas hiperproteicas, visitas a diversos endocrinos, médicos varios e incluso
naturópatas. Nada, no conseguía nada. ¿Te suena? Algunas de las dietas tuvieron éxito…
temporal. Porque, una vez en mi peso, volvía a recuperar los kilos. E incluso más.
Desde luego, hay que entender que cada cuerpo es un mundo, y lo que para unos
funciona, para otros no tiene ningún tipo de efecto.
Antes de continuar, quiero remarcar que este libro no trata de obligarte ni empujarte a
seguir una dieta. Tú mejor que nadie sabes si tu camino es realizar una dieta, un
tratamiento quirúrgico, un tratamiento estético o cualquier otra alternativa en el mercado.
Lo que sí está claro es que sin unos hábitos saludables nunca vas a alcanzar tu objetivo, y
sí, de lo que se trata con este libro es de que veas qué te sucede para que, hasta el
momento, no hayas podido alcanzar tu objetivo o para que, habiéndolo alcanzado, hayas
vuelto a retomar todos esos kilos de más.
En mi caso, sí, he seguido dietas. Para mí ha sido fundamental ver cómo los kilos se
iban fundiendo casi por arte de magia, pero sin perder de vista que la dieta, el perder los
kilos, es simplemente parte de una nueva vida que conlleva asumir hábitos saludables,
aprender a relacionarme de nuevo conmigo misma y con los demás y, desde luego,
convertirme en la persona que quiero ser.
Mi sobrepeso era de 60 kg. Obviamente, si tu sobrepeso es de 5 o 6 kg, puedes lidiar
perfectamente con ello sin que tengas que seguir una dieta rigurosísima. Pero en mi caso
decidí hacer dieta porque tenía muy claro que sin una disciplina ni un control médico no
llegaría a mi objetivo. Tanto si te sobran 6 kg como si te sobran 65 kg, no te diré qué has
de hacer, pero te voy a hablar un poco de mi caso.
Tras varias dietas frustradas, llegué a los 129 kg. Siempre pensé que si no podía
llevarlas a cabo era porque no tenía suficiente fuerza de voluntad, es decir, no confiaba
en mí misma. ¿Te suena? Sí, creo que es el caso de muchísimas personas que no
consiguen comenzar una dieta.
Sin embargo, un día me di cuenta de que había tenido mucha fuerza de voluntad para
otras cosas; sacar mis estudios, realizar estudios de posgrado, llevar a cabo proyectos
profesionales, incluso paralelamente a mi trabajo. Así pues me pregunté que si sabía que
tenía fuerza de voluntad, ¿para qué no la usaba con respecto a mi cuerpo?
Fíjate en que pregunto «¿para qué?» en vez de «¿por qué?». La razón es sencilla, el
21
«¿por qué?» me lleva a las causas pasadas, a los traumas y a las razones que ya no puedo
cambiar. Sin embargo, «¿para qué?» me empuja a pensar en el momento actual, en qué
es lo que sucede ahora y cómo me siento con respecto a ello.
Bien, pues descubrí que no aplicaba mi fuerza de voluntad para autosabotearme. Ahí
fue cuando hice «¡clac!» y sentí que necesitaba el cambio corporal, porque conlleva un
cambio mental necesario para llegar a ser la persona que quiero ser.
Así pues, me embarqué en una investigación sobre qué tipos de dieta podría seguir,
analicé las que ya había realizado y sus resultados y, para mi sorpresa, descubrí que se
han realizado muchos avances en esta área.
Como te digo, este no es un libro sobre dietas, así que no haré un tratado sobre los
tipos que existen. Solo te pido que, si tu opción es realizar una dieta, te informes muy
bien sobre ellas, leas, acudas a foros de internet, páginas, libros y todo el material que
tengas a tu alcance para saber qué es lo que vas a hacerle a tu cuerpo. Pero sobre todo te
pido que, por favor, no realices ninguna dieta-milagro y menos aún sin control médico.
 
Si decides realizar una dieta y respetas tu cuerpo, infórmate sobre qué le vas a hacer. Deja a un
lado las dietas milagrosas y haz algo sano y médicamente controlado.
Otra faceta de mi problema con los kilos de más es la cantidad de dinero gastado en
aparatos de ejercicios durante todos estosaños; obviamente, no quería ir a un gimnasio.
Creo que la media de vida útil en mis manos de cada uno de esos aparatos no pasó de
una semana. Quedaban relegados a un octavo plano en el trastero de mi casa.
Cada vez que veía en televisión algo que prometía unos resultados en «solo semanas»,
corría a pedirlo. Cuando era estudiante, ¡incluso pasaba meses ahorrando para poder
comprarlo!
La primera semana que el aparato estaba en mi casa, era una explosión de excitación,
y todos los días corría para subirme en él. Pero luego, por una u otra razón, nunca tenía
tiempo, o estaba demasiado cansada o, simplemente, no quería volver a usarlo. Me
inventaba excusas como que era incómodo, que me dañaba la espalda, que ocupaba
demasiado espacio… Y mis padres se hartaron. Me prohibieron volver a comprar ni uno
solo de esos aparatos. Nunca les estaré suficientemente agradecida por ello, porque
evitaron un buen desfalco de mi cuenta bancaria y la sensación de frustración «porque
nada funciona conmigo».
22
Nunca he creído en cremas milagrosas. Sí es cierto que he usado cremas durante mi
proceso de decirles a los kilos «¡Adiós!», pero como complemento, no como la panacea
que venden por muchos medios. Las cremas, pastillas, ungüentos y potingues variados
que nos venden como milagros, «10 cm de cadera en dos semanas», no existen ni
funcionan. Y, si funcionan, es en detrimento del equilibrio corporal; nos hacen expulsar
líquidos necesarios para nuestro cuerpo, por lo que, una vez que los reponemos, los
centímetros perdidos vuelven a aparecer.
Ana me contó un día que ella se había gastado más de 1.500 $ en cremas, y que esa
vez había encontrado la definitiva. Estuvo durante dos semanas aplicándose una crema, y
tomando unas pastillas que –supuestamente– expulsaban la grasa por medio de la orina.
Estaba feliz, durante esas dos semanas había perdido 3 kg y 7 cm de cintura. Un día
estaba en una reunión de trabajo, empezó a sentirse mareada y se cayó al suelo. En sus
análisis encontraron falta de sodio, potasio, hierro y varias vitaminas, fruto de las
pastillas y la crema, porque dicha crema lo único que hacía era obligar al cuerpo de Ana
a orinar más, a su hígado y sus riñones a trabajar más y, como consecuencia, Ana
padecía una pequeña anemia.
No te fíes, por favor, de las cremas milagrosas. No existen productos milagrosos,
tengan el formato que tengan. Existen cremas que te pueden ayudar, y medicamentos
que el médico ha de decir si te son necesarios y si puedes tomarlos, pero no confíes en la
publicidad que te garantiza resultados en días o semanas. Puedes obtener resultados, sí,
pero ¿cuánto estás dispuesta a pagar? Y no me refiero a dinero, sino a salud.
Recuperar la figura es una carrera de fondo. Decidas el método que decidas para la
pérdida de peso, ten por seguro que para reducir, reafirmar, tonificar y devolver todo a su
sitio necesitarás tiempo, ejercicio y, sí, el apoyo de cremas, incluso quizá terapias
estéticas o cirugía.
No te desesperes, con tesón, fuerza de voluntad y ganas, todo llega.
23
2. ¿Cómo como?
 ¿Para qué usamos el «¿por qué?»?
 
Ya te he dicho antes que la pregunta «¿por qué?» es un tipo de pregunta que yo no uso.
Desde el punto de vista del coaching, que es desde donde está escrito este libro, esa
pregunta carece de significado. La razón es que nosotros vamos a trabajar cómo estamos
ahora, cómo nos sentimos, hacia dónde queremos ir y cómo conseguirlo.
Así que, a partir de ahora, aprende a preguntarte «¿para qué?». Eso te va a llevar a
verte en el estado actual, a conocer tus posibilidades, aprender cómo manejarlas y
decidir hacia dónde quieres ir.
Sí, es cierto, el pasado es lo que nos ha traído aquí. Por tanto, necesitamos saber qué
nos ha traído aquí, pero no como excusa, no como fuente de incomodidad, sino como
forma de saber qué nos pasa para poder cambiarlo. Por lo tanto, no vamos a ahondar en
las causas pasadas. Si tienes interés en ello, te aconsejo que vayas a un buen profesional
de la psicología. En este libro vamos a ver cómo estamos, cómo podemos modificarlo y
cómo podemos alcanzar las metas que nos propongamos.
Así pues, tenemos una Situación Actual, que es cómo nos encontramos, qué nos pasa.
Tenemos una Situación Deseada, que en este caso es deshacernos de los kilos de más y
que nunca vuelvan. Entre la Situación Actual y la Situación Deseada hay un camino que
hemos de andar, en el que aprenderás a establecer objetivos para alcanzar tus metas. Si
sigues este sencillo proceso, y te comprometes contigo misma a llevar a cabo tus
objetivos, llegarás a ser la persona que quieres ser.
 
 
Sé consciente
 
Una de las cosas fundamentales que debemos hacer es tomar conciencia de cómo
comemos. Ser consciente significa conocer cómo somos, cómo nos comportamos, e
identificar nuestra realidad actual.
Por tanto, necesitamos ser conscientes no solo de qué compone nuestra dieta, sino de
cuándo, cómo, en qué ocasiones y en qué circunstancias comemos. Analizar nuestros
hábitos actuales nos dará la pauta de dónde debemos intervenir para poder llegar a la
Situación Deseada, así que no te quedará más remedio que trabajar un poco para llegar a
ser consciente de qué es lo que te haces con la comida.
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Para ello te propongo que realices un registro. Este registro será bastante exhaustivo y
con él aprenderás qué comes, cuándo comes y cuáles son tus conductas automáticas a la
hora de comer. Con esta información, podrás ser consciente de cuál es tu relación con la
comida y ver qué es lo que necesitas cambiar para modificar esa relación. Lo ideal sería
que realizaras este registro durante una semana y, si tienes un evento o celebración, el
día de dicho evento. De esta forma recogerás toda la información posible, días laborales,
días festivos y días de celebración. En el anexo I encontrarás un ejemplo de hoja de
registro. Úsala, o crea la tuya propia, lo que te resulte más cómodo, pero recoge todos los
datos que se indican en la hoja de registro.
Es mucho trabajo, lo sé. Pero te aseguro que comparado con lo que puedes conseguir
es un granito de arena de una montaña. Quizá si supone para ti tanto esfuerzo que no
quieres realizar el registro deberías plantearte si realmente estás convencida de querer
cambiar, si te has comprometido contigo misma a llegar a ser la persona que quieres ser.
Si es así, si estás comprometida con el cambio, si tu deseo de ser quien quieres ser te
aleja de una actitud vaga y te impulsa a trabajar por ti misma, ¡enhorabuena! Ahora estás
en el camino para empezar a actuar y liberarte de tu capa de grasa.
 
 
Hábitos, para qué os quiero
 
Cuando tanto la forma en que comemos como los alimentos que escogemos se
convierten en una conducta automática, es que hemos generado un hábito. Un hábito es
la tendencia a comportarse de una manera determinada en un contexto particular. Por
ejemplo, un hábito sería que cada vez que llegamos a casa cojamos una bolsa de patatas
fritas y la comamos delante del televisor mientras vemos nuestra serie favorita. Otro
hábito puede ser el hecho de que en casa de nuestros padres siempre acabemos la comida
con un postre de arroz con leche, nos apetezca o no. Hábitos más sutiles pueden ser
comer con bebidas gaseosas todos los días, comer con pan aunque no nos apetezca,
desayunar bollos y llevarnos uno para el trayecto al trabajo, tomar cafés con azúcar en
cada descanso del trabajo…
Los hábitos son difíciles de identificar, puesto que son automáticos. Esto significa que
los hemos repetido tantas veces que incluso pueden llegar a ser inconscientes para
nosotros. De hecho, nuestro día a día está lleno de hábitos, que nos evitan tener que estar
pensando cada paso que damos. Levantarnos y preparar el café, lavarnos los dientes por
la mañana, dejar las llaves en el mismo sitio… todos son hábitos que nos hacen la vida
más sencilla. Sin embargo, cuando hablamos de hábitos alimenticios, puede ser que
estemos construyendo nuestra propia trampa.
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Estudios científicos han demostrado que son necesarios 21 días de repetición de una
conductapara que pase a ser un hábito. Por tanto, cambiar de hábitos no es tan rápido
como nos gustaría, pero tras esos 21 días de repetir una conducta saludable, esta se
quedará con nosotros.
Además, debido a su carácter automático, siempre tenderemos a escoger el hábito
entre dos alternativas. Por ejemplo, si tenemos el hábito de llegar a casa y abrir una bolsa
de patatas, y la alternativa que nos planteamos es comer una zanahoria, lo más probable
es que automáticamente vayamos al armario de las patatas en vez de dirigirnos al
frigorífico. Día a día escogeremos lo mismo, con lo que estamos reforzando el hábito.
Por tanto, es necesario hacer del hábito algo consciente y gestionar los hábitos más
saludables de forma consciente para que, a través de la repetición, se consoliden como
hábitos automáticos.
 
Un hábito es algo personal, es decir, lo hacemos nosotros mismos y lo tomamos como nuestro. Es,
además, automático, por lo que no solemos tener conciencia de que lo tenemos. Pero es
modificable, así que ¡trabaja por ser consciente de tus malos hábitos!
En tu registro diario deberás recoger tus hábitos alimenticios, tanto positivos como
negativos, haciendo hincapié en los negativos. ¿Recuerdas cuando hablábamos de las
«tradiciones» de tu familia? Las tradiciones pueden convertirse o no en hábitos. Por
ejemplo, tu familia puede cocinar con mucha grasa (tradición), pero tú puedes tener el
hábito de hacerlo con menos grasa. Por tanto, recupera la lista de «Tradiciones» de tu
familia, fijándote en aquellas que has hecho propias, pues has llevado las tradiciones al
estado de hábitos.
A continuación, te doy varios ejemplos de malos hábitos alimentarios:
 
• No desayunar.
• Desayunar demasiados hidratos de carbono (harinas, féculas, cereales, leguminosas).
• Comer demasiada bollería industrial (dos o más piezas a la semana).
• No beber líquidos (es necesario beber, dependiendo de la persona, un mínimo de 2 l diarios de
agua, aparte del café, las infusiones, los zumos, etc.).
• Tomar azúcar refinado.
• Tomar bebidas gaseosas en las comidas.
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• Abusar de alimentos ricos en grasas.
• Comer sin hambre.
• Asociar determinadas situaciones con comer, por ejemplo, comer chocolatinas o palomitas
siempre que se va al cine, picar aperitivos cuando se ve la televisión, desayunar dos veces
porque se desayuna con los compañeros del trabajo, etc.
• No realizar ejercicio.
• Comer menos de cinco veces al día (desayuno, media mañana, comida, merienda y cena).
• Dejar más de cinco horas entre cada comida.
• Comer de pie.
• Comer demasiado deprisa.
• Comer demasiados platos precocinados (fritos, congelados, preparaciones industriales, etc.).
• Usar chocolates, aperitivos, pastelillos o dulces como premio, ya sea para nosotros o para
nuestros hijos.
• Salir a tomar aperitivos y alcohol todos los días.
 
¿Has visto en esta lista algún hábito que tengas? Yo tenía, al menos, ocho de los
hábitos de la lista. Parecen muchos, pero nuestro día a día, como dijimos antes, está lleno
de hábitos. No te asustes si obtienes un listado muy extenso de hábitos. Vas a poder
cambiarlos, así que es mejor que identifiques todos los que puedas. Pero no significa que
dejes de hacer todas las cosas que te gustan.
Por ejemplo, si eres de esas personas que adora tomar el aperitivo en la calle, puedes
seguir haciéndolo, pero sustituye el alcohol por bebidas light y sin alcohol, y los
aperitivos por alimentos más saludables, por ejemplo, en vez de un buñuelo, una tostada
con jamón, o un poco de ensalada variada. O sigue haciéndolo, pero, en vez de todos los
días, una vez cada quince días. De lo que se trata es de encontrar alternativas más sanas y
de que las apliques. Así que coge tu listado de hábitos, y al lado de cada uno escribe
alternativas que te resulten más sanas y que sepas que puedes aplicar.
Por ejemplo:
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Estos son solo algunos ejemplos. Desde luego, es fundamental que tú hagas tu listado
y las alternativas posibles según tu forma de vida, el tiempo que le puedes dedicar a
cocinar, los alimentos que puedes encontrar en tu lugar de residencia, etc. De lo que
estoy absolutamente segura es de que, sea cual sea tu forma de vida, tu tiempo y tu lugar
de residencia, siempre podrás encontrar alternativas mucho más saludables a todos esos
malos hábitos que has identificado.
Una vez identificados los malos hábitos (los buenos, desde luego, ¡no los cambies!
Además, felicítate por ellos y manténlos) has de encontrar tu estrategia para lograr el
cambio. ¿Cómo hacerlo? ¡Usa tu imaginación! Además, puedes hacer del cambio de
hábito algo divertido para todos los miembros de tu hogar. Veamos en el ejemplo de la
bolsa de patatas cómo podríamos hacerlo. Ya sabemos que lo más probable es que te
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dirijas al armario donde guardas las patatas. ¿Qué hacer? Pues tienes varias alternativas:
 
• No comprar patatas, de forma que el armario se encuentre vacío.
• Pegar una nota en la bolsa de patatas diciendo «Coge zanahorias del frigorífico, es bueno para
ti».
• Cambiar las patatas de sitio, de forma que para encontrarlas tengas que buscarlas y, por tanto,
serás consciente de que estás incurriendo en un mal hábito.
• Pedir a alguien que esconda las patatas.
• Sustituir las patatas por un snack más sano, como la soja asada, que puedes preparar un
domingo por la tarde con tus hijos (y así ellos, además, aprenderán a cocinar sano y tomar
conciencia de la alimentación).
 
Por ejemplo, has decidido que a partir de ahora vas a desayunar. Tu problema no es
otro que el tiempo. Entonces puedes:
 
• Dejarte el desayuno preparado por la noche, así por la mañana solo tendrás que calentarlo.
• Despertarte un poco más temprano que el resto de la familia, y dedicar ese tiempo del desayuno
para ti (esto es lo que hace mi madre desde hace muchos años, y adora esos minutitos para ella
sola).
• Unificar el desayuno para todos los integrantes de la casa, es decir, si has decidido que el
desayuno sano para ti es cereales con leche, un poco de embutido y una pieza de fruta, también
es sano para tu familia. ¡Edúcalos en una alimentación sana!
• Cocinar tus propias galletas integrales y bajas en azúcares. Hay infinidad de recetas de
repostería sana que puedes aprovechar para hacer con tus hijos. Y, por ejemplo, preparar
galletas con mamá es una estupenda actividad para compartir tiempo y que ellos aprendan la
necesidad de una buena alimentación.
 
Al igual que las alternativas, tu estrategia depende de tu forma de vida, del tiempo del
que dispongas, de tu entorno… Así que piensa en estrategias realistas. Y por realista
entendemos algo que puedas llevar a cabo, que esté acorde con tu forma de vida, para
que puedas realizarlo sin que suponga tener que modificar de forma drástica tu vida. Así,
por ejemplo, si en tu trabajo no te permiten realizar un descanso porque es un trabajo de
jornada intensiva de seis horas, será difícil que puedas comer cada cuatro horas y,
obviamente, no vas a dejar de trabajar para poder comer cada cuatro horas. Pero sí
puedes, por ejemplo, llevar un batido casero para bebértelo mientras trabajas.
De modo que sí, cambiar de hábitos es posible, caminar hacia hábitos saludables de
vida se puede hacer, y tú ya sabes cómo hacerlo. Así que ¡empieza a caminar hacia una
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vida más sana! Eso te va a llevar hacia la persona que quieres ser, no lo dudes.
 
 
¿Somos lo que comemos?
 
Si te has fijado, una de las cuestiones que encontramos en los hábitos es qué comemos.
Muchas veces, por pereza, por desidia, por falta de tiempo… cogemos cualquier cosa del
frigorífico o del congelador, o incluso vamos a uno de esos restaurantes de comida
rápida, más conocida como comida basura (por algo será), y no nos fijamos en qué
comemos.
Está bien que comamos cinco veces al día, menos cantidad que si comemos solo dos,
ya que comiendo cinco veces el cuerpo nos demandará menos alimentos cada vez, y
llegará menos hambriento a la siguiente comida, por lo que será más fácil controlar el
comer en exceso. Además, comer regularmente mantiene nuestro metabolismoactivo.
¿Qué es el metabolismo y por qué es importante mantenerlo activo? Bueno, una
explicación muy general del metabolismo es que es el sistema encargado de convertir el
alimento en energía. Es decir, el metabolismo realiza la combustión de los alimentos, lo
que solemos llamar «quemar calorías». Cuando el cuerpo no prevé que le vayan a llegar
más alimentos en poco tiempo, tiende a acumular provisiones. Esta es la razón por la que
engordamos aunque comamos muy poco, porque el cuerpo, que es muy listo, piensa que
no se le va a alimentar y, por tanto, acumula grasas, azúcares y otros nutrientes que,
posteriormente, convierte en esos kilos de más. Por eso es necesario darle al cuerpo
alimentos cada cierto tiempo, para que esté activo y no se acostumbre a guardar en su
almacén particular.
Algo parecido sucede con los líquidos. El cuerpo necesita una cantidad de líquidos
diaria para funcionar correctamente. Si no le damos los suficientes líquidos, lo que hará
será almacenar los que ya tiene para poder usarlos cuando los necesite. Esto es conocido
como retención de líquidos y es uno de los problemas con los que nos encontramos,
sobre todo, las mujeres. El líquido pesa mucho, pero ocupa poco espacio. Por eso,
cuando nos deshacemos de esas retenciones, la báscula baja a velocidad de vértigo, pero
no notamos mucha diferencia en cuanto a volumen.
Sabemos que retenemos líquidos porque nos encontramos hinchadas, con las piernas
cansadas y, en algunos casos, con el abdomen hinchado y durito. Esto suele ser debido a
que no le damos al cuerpo el suficiente líquido, de ahí la importancia de beber 2 l o más
diarios. Yo, personalmente, hay días en que llego a los 4 l de agua, pero no bebo otra
cosa más que agua. A veces, el cuerpo necesita más líquido. Ya sabes, es cuestión de
escuchar lo que quiere, de respetarlo y dárselo, pero sabiendo que, si le damos más de 4
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o 5 l al día, la pérdida de nutrientes esenciales puede llevarnos a sufrir carencias.
Si tu cuerpo te pide mucha agua constantemente, ve al médico, suele ser síntoma de
diabetes. Si pese a tener una ingesta adecuada de líquidos sientes que tu cuerpo los
retiene, ve al médico, puede ser síntoma de problemas de circulación, de los riñones u
otros. Además, has de tener en cuenta que días antes de la menstruación tu cuerpo
retendrá líquidos sí o sí, pero los soltará una vez pasados esos días. Así que no te alarmes
si unos días al mes retienes más de lo habitual.
Obviamente, no es cuestión de comer más veces y beber más y pensar que por ello se
va a adelgazar. Es cuestión, también, de saber qué se come. Vamos a hablar un poco de
los tipos de alimentos.
 
Según su composición química, hay dos tipos de alimentos:
1. Orgánicos, que son los que aportan energía, hidratos de carbono, proteínas, fibra, grasas y
vitaminas, e
2. Inorgánicos, que no aportan energía, pero son fundamentales para el buen funcionamiento del
cuerpo, como la sal o el agua.
 
Según su función nutricional, existen tres tipos de alimentos:
1. Plásticos o formadores, que proporcionan sustancias imprescindibles tanto para la formación
como para la conservación de nuestra estructura física;
2. Energéticos, que son los que nos proporcionan energía, y
3. Reguladores, que aportan a nuestro organismo nutrientes imprescindibles, como la fibra, los
minerales y las vitaminas.
 
Según sus nutrientes, tendremos:
1. Hidratos de carbono, o carbohidratos, que son los encargados de proporcionar energía al cuerpo.
2. Proteínas, que son la materia principal de los tejidos y las células del cuerpo, siendo
fundamentales para producir hormonas y otras sustancias importantes.
3. Lípidos o grasas, que proporcionan energía y mantienen la temperatura del cuerpo.
4. Fibras, fundamentales para el sistema digestivo ya que equilibran el sistema y evitan el
estreñimiento.
5. Vitaminas, fundamentales para regular los procesos químicos del cuerpo y para convertir la
grasa en energía.
6. Minerales, que ayudan a mantener la estructura ósea y controlan el equilibrio del líquido del
cuerpo y las secreciones glandulares.
 
31
Por último, los siete grupos de alimentos son:
1. Leche y derivados: Su función es plástica, es decir, ayudan a crecer y mantener la estructura
ósea, por lo que son fundamentales durante el crecimiento. Aportan proteínas y grasas.
2. Carnes, pescados y huevos: Son también plásticos. Proporcionan proteínas, por lo que son
fundamentales en una dieta equilibrada. Los pescados, además, aportan omega 3, un ácido graso
esencial muy beneficioso para nuestro organismo.
3. Patatas, legumbres y frutos secos: Tienen tanto función plástica como energética, ya que
cuentan con un gran contenido de hidratos de carbono y, en el caso de los frutos secos, grasas.
Las legumbres, además, proporcionan proteínas y fibra.
4. Verduras y hortalizas: Su función principal es reguladora, por lo que son imprescindibles en una
dieta equilibrada. Aportan grandes cantidades de vitaminas, fibra, minerales y otras sustancias
necesarias para el correcto funcionamiento del cuerpo. Además, tienen pocos hidratos de
carbono, proteínas y grasas, por lo que contienen pocas calorías.
5. Frutas: Su función principal es también reguladora, siendo muy similares a las verduras y
hortalizas, pero aportan glucosa, fructosa y sacarosa, que son, por lo general, de bajo contenido
calórico.
6. Cereales y derivados, azúcar y dulces: Su función es energética, por su alto contenido en
hidratos de carbono, azúcares y, en algunos casos, grasas.
7. Grasas, mantequillas y aceites: Función energética. Es imprescindible no abusar de las grasas,
puesto que podemos llegar a encontrarnos con verdaderos problemas de salud (colesterol alto,
obesidad, problemas circulatorios, de corazón, de hígado…).
 
Bien, ya sabemos los tipos de alimentos que existen y para qué sirven, grosso modo,
todos ellos. Este libro no es un tratado sobre dietética o nutrición, pero sí necesitamos
unas pequeñas nociones para saber qué es comer sano.
Comer sano es comer moderada y equilibradamente, sabiendo que nuestro cuerpo
necesita de todos los nutrientes y funciones anteriormente citados. Por tanto, es necesario
comer todo tipo de alimentos, pues la variedad hará que el cuerpo tenga lo que necesita,
según nuestra forma de vida. Por ejemplo, si tu vida es muy sedentaria, no vas a
necesitar demasiada energía, así que habrás de controlar el consumo de alimentos
energéticos (hidratos de carbono, azúcares y grasas).
El problema es que tanto los hidratos de carbono como los azúcares son difíciles de
controlar, y no todas las personas los sintetizan de igual manera. Existe un concepto de
nutrición que es el Índice Glucémico (IG) sobre el que se basan muchas dietas, ya sean
de control de peso como de mantenimiento de peso. El IG es, a grandes rasgos, un índice
que nos indica el porcentaje del contenido total de azúcar que el cuerpo digiere de cada
alimento. Así, a mayor IG, mayor cantidad de azúcar que el alimento aporta al cuerpo.
32
Cuando se digieren los alimentos con hidratos de carbono, estos se convierten en glucosa
(azúcar) en nuestro organismo, así que el cuerpo aumenta la secreción de insulina, que es
la encargada de digerir los carbohidratos y azúcares. Como ese alimento con IG alto
necesita mucha insulina para poder procesarse, las células no pueden quemar todo, así
que el metabolismo empieza a transformarlas en grasa que almacena para momentos en
que necesite de esa energía. Como comemos regularmente, las grasas se quedan
almacenadas y así llegamos a la obesidad. Por tanto, lo mejor es escoger alimentos que
contengan un IG bajo, para que el cuerpo lo pueda metabolizar todo con rapidez y no le
dé tiempo a realizar esa acumulación de grasas. Los alimentos se clasifican, según su IG,
en:
 
• Bajo IG: De 0 a 54.
• Medio IG: de 55 a 70.
• Alto IG: Más de 70.
 
Está bien comer hidratos de carbono, pero si vamos a comerlos cinco veces al día
tendremos que elegir aquellos que menor IG tengan; de lo contrario, estaremos haciendo
que nuestro metabolismoacumule grasa en cada una de las comidas.
Por ejemplo, el pan tiene un IG de 85. Si en cada comida comemos un bocadillo, ese
pan se convertirá en grasa. Las patatas, dependiendo de la forma en que las cocinemos,
tienen un IG de entre 70 y 95, así que si comemos pan en tres comidas y patatas en otras
dos, estamos haciendo que nuestro cuerpo acumule grasas. Además, hay que añadir las
grasas usadas para cocinar, y las que los alimentos incluyen. Teniendo todo esto en
consideración, una tarde viendo la televisión con una bolsa de patatas fritas,
definitivamente, nos está costando un poco más de grasa para el cuerpo.
Si quieres encontrar una relación de los alimentos y sus IG, solo tienes que buscar en
internet. Encontrarás muchos listados diferentes y páginas en donde se amplía la
información sobre cómo funciona el metabolismo.
Esta cuestión es, indudablemente, cultural. Durante mi primera etapa de vida en Asia,
¡no solo no engordé ni un gramo, sino que adelgacé! Analizando la forma de comer de
los asiáticos, me di cuenta de que apenas usan grasas, sino que casi toda la energía
proviene de los hidratos de carbono que proporciona el arroz. Además, al ser un arroz
muy puro, el IG es menor que el del arroz de las culturas occidentales. En todos los
platos usan hidratos de carbono (procedentes del arroz o la soja), proteínas (carnes,
huevos, pescados o soja) y verduras. Consumen muchísima soja, sustitutivo natural de
los lácteos y, aunque existen dulces y fritos, su consumo no es diario. Este tipo de dieta
es un ejemplo de dieta cultural muy equilibrada. Entiendo que adoptar esta dieta en
33
nuestros países es difícil; no digo que a partir de ahora cocines todo con salsa de soja en
un wok. Solo te pido que pienses en qué comes.
Todos estos apuntes son válidos para una dieta sana. Pero si lo que queremos es
perder peso, la ecuación es muy clara: ¡Quema más de lo que consumes! Así el cuerpo
no tiene más remedio que tirar de sus reservas. Para quemar más de lo que se consume,
tendremos que restringir los alimentos que nos proporcionan energía, es decir, los
hidratos de carbono, las grasas y los azúcares. Cuanto mayor sea tu deseo de adelgazar,
mayor será el nivel de restricción que asumas. Otra alternativa es realizar el ejercicio
suficiente para quemar lo que consumas, lo que sucede es que quemar diariamente, por
ejemplo, 2.000 kcal es muy difícil, así que de cualquier forma deberás restringir el
consumo de hidratos de carbono, grasas y azúcares.
Yo, por ejemplo, desterré de mi dieta todo tipo de azúcares, la mayoría de los hidratos
de carbono y, desde luego, las grasas. Gracias a ello he descubierto cómo funciona mi
cuerpo y tengo claro que si un día quiero comerme un plato de arroz, ese día el pan se
acabó para mí. Pero no me importa, estoy contenta porque lo que gano (un cuerpo más
sano, una vida con más posibilidades, saber que puedo controlar y decir NO a ciertos
alimentos) compensa el trozo de pan que no como.
Como sabes, este libro no trata de dietas, no trata de convencerte de que has de seguir
una dieta. Tú deberás elegir el método que consideres más efectivo para adelgazar o
mantenerte en tu peso. Pero has de tener claro que las personas que tenemos sobrepeso
debemos rehacer nuestra relación con la comida, viéndola como un aliado para conseguir
nuestra meta: una vida sana. Por tanto, es muy importante incidir en qué comes, cuándo
lo comes y cómo lo comes, para conocerte mejor, para saberte mejor y para usarlo a tu
favor en vez de contra ti.
 
Controlar qué comes y cuándo lo comes te ayudará a:
• Saber qué le sienta bien a tu cuerpo y qué no.
• Controlar los excesos que tu cuerpo no pueda quemar.
• Crear tu propia forma de comer, adaptada a tu forma de vida y a tus circunstancias personales.
• Ser más responsable de tu cuerpo y, por tanto, de ti.
¡Ojo! No digo que no comer nada de grasa, ni dulces, ni todas esas cosas que nos
gustan sea algo que tengamos que hacer durante toda la vida. Es solo durante el periodo
en que perdemos peso cuando tenemos que restringir inflexiblemente esos alimentos, y
34
aprender durante ese tiempo qué es lo que mejor le sienta a nuestro cuerpo, cómo
podemos mantenernos con una dieta equilibrada y compensar esos pequeños excesos que
de vez en cuando cometeremos.
 
Bien, ahora sabes qué significa comer sano. Con tu registro podrás identificar si tu
dieta es sana, equilibrada, o por el contrario contiene demasiadas grasas, hidratos de
carbono y azúcares.
Trabajemos sobre ello. Cuando hayas completado tu registro durante una semana
entera, analiza qué comes. Para ello, responde a estas preguntas:
 
• ¿Tiene tu dieta demasiado alcohol?
• ¿Cómo crees que puedes bajar ese consumo de alcohol?
• ¿Consumes todos los días alimentos de todos los grupos?
• ¿Cuál, de los siete grupos de alimentos, es el predominante en tu dieta?
• ¿Para qué escoges esos alimentos en vez de otros?
• ¿Cuántas comidas realizas al día basadas en hidratos de carbono, azúcares o dulces?
• Cuando no te apetece cocinar, o no sabes qué hacerte de comer, ¿recurres a grasas, azúcares,
dulces e hidratos de carbono?
• Tu desayuno, ¿se basa en dulces y grasas?
• ¿Cuántos dulces comes al día?
• ¿Es tu dieta una dieta sana y equilibrada?
 
 
Ahora ya sabes qué necesita tu cuerpo, cómo lo necesita y qué le estás dando. Si
respetas tu cuerpo, ¡ámalo! Nútrelo con lo que necesita, escucha qué te pide y cuándo te
lo pide. Amar tu cuerpo es amarte. Y amarte es fundamental para ser la persona que
deseas ser.
 
 
¡Manos arriba! ¡Esto es un atracón!
 
Bien, ya sabes cuáles son tus tradiciones familiares con respecto a la comida, tus hábitos
alimentarios y de qué se compone tu dieta. ¡Enhorabuena! Ya tienes mucho trabajo
realizado. Pero aún tienes un camino por delante que debes seguir recorriendo. ¡Continúa
así! Cada vez estás más cerca de la persona que quieres ser y del cuerpo que quieres
tener.
35
En tu registro aún queda una cosa por anotar. Cómo comes. Y me explico. Lo normal
es que se coma lo suficiente como para no quedarse con hambre, pero sin sentir que «vas
a explotar». La sensación de que «voy a explotar» nos indica que nos hemos
sobrealimentado. A veces es lícito tener esa sensación, por ejemplo, en comilonas
familiares, o cuando accedemos a alimentos que nos gustan mucho y que normalmente
no tenemos al alcance. Por ejemplo, yo soy muy capaz de sentir que «voy a explotar»
cuando puedo comer sin limitaciones boletus o angulas. ¡Me encantan! Y, como no son
alimentos a los que tenga acceso diariamente, cuando puedo satisfacer mis deseos de
comer sin limitación, lo hago.
Pero soy consciente de que lo estoy haciendo, y, por tanto, puedo realizar acciones de
compensación. La compensación es cuando sabemos que no hemos realizado una
comida sana y ese mismo día, o al día siguiente, seguimos una alimentación más estricta,
por ejemplo, basada solo en verduras y pescado. No te olvides de que has de hacer todas
tus comidas diarias, es decir, si comes copiosamente, compensar no es no cenar.
Compensar es cenar unas espinacas al vapor y un poco de merluza a la plancha. Y, si no
tienes hambre, pues simplemente cómete las espinacas. Pero no te olvides: la técnica de
compensar sirve para mantenerte en tu peso. Si lo que quieres es perder kilos, compensar
no es una técnica para perderlos, solo para, por ejemplo, si un día has de hacer un exceso
(celebración, boda, cumpleaños, etc.), asegurarte de que no se va a ver reflejado con un
aumento de peso en la báscula.
Una persona engorda cuando ingiere más de lo que gasta. Como recordarás, el tipo de
alimentos que comemos nos puede llevar a estar acumulando más de lo que gastamos,
así como comer pocas veces al día. Pero también almacenamos más de lo que debemos
cuando comemos sin hambre o por encima de las necesidades de nuestro cuerpo. Lo peor
es que, muchas veces, no somos conscientes de que estamos comiendo de esa manera,
porque lo hemos convertido en hábito. Sin embargo, la buena noticia es que es fácil de
identificar, puesto que es el comportamientoque más visible resulta. Por ejemplo, si me
como una bolsa de patatas fritas delante del televisor al llegar a casa todos los días, sé
que estoy comiendo sin hambre (además de grasas e hidratos de carbono en demasiada
cantidad). Así que no nos será difícil identificar cómo comemos.
Lo primero que debemos tener claro es la diferencia entre tener hambre y tener ganas
de comer. A veces las dos expresiones las usamos como sinónimos, pero nada más lejos
de la realidad, y es necesario aprender a identificar cada una para saber qué darle al
cuerpo en cada momento.
Tener hambre son las ganas físicas de comer, por necesidad del cuerpo. Es el
mecanismo por el cual el cuerpo nos indica que necesita alimento, y nos lo hace notar
con la sensación de estómago vacío y algunas molestias estomacales. Por ejemplo, puedo
36
llegar a casa y comerme frente al televisor una bolsa de patatas fritas porque ¡mi
estómago rugía en el coche! En ese caso como con hambre, aunque la elección de qué
como no sea la mejor para mi cuerpo.
Tener ganas de comer es sentir que quieres comer, normalmente sin que sea necesario
para tu cuerpo. Así, por ejemplo, puedo pasar por delante de una pastelería y sentir unas
irrefrenables ganas de comerme un pastelito pero, definitivamente, no tengo hambre.
Existen tres conductas típicas que son absolutamente negativas para nuestro cuerpo:
comer sin hambre, comer en exceso y comer compulsivamente. Vamos a hablar un poco
de cada una de ellas.
 
 
Comer sin hambre
 
Comer sin hambre no es sinónimo de «Tener ganas de comer». Y me explico. Podemos
comer sin hambre porque estamos en un evento, por ejemplo, una comida familiar, o
porque es la hora de comer. En el primer caso –cuando estamos en un evento y no
tenemos hambre– comemos no porque tengamos hambre, o ganas de hacerlo, sino
simplemente porque en la situación en la que estamos es lo que se espera de nosotros. En
el segundo caso –comer porque es la hora– comemos porque es el momento estipulado
de hacerlo y, quizá, si no lo hacemos a la hora indicada, ya no podremos hacerlo (porque
en el trabajo no nos dan descanso hasta pasadas unas cuantas horas, porque la vuelta
hasta casa es larga y tediosa, o cualquier otro motivo).
Pero sí que «tenemos ganas de comer» generalmente sin hambre, aunque no solemos
ser conscientes de que no tenemos hambre, es decir, creemos que «tener ganas de
comer» es sinónimo de «estar hambrientos». Estas ganas de comer pueden darse por
muchos motivos y en muchas situaciones diferentes. Recuerdo que Silvia, una amiga, me
decía que su problema era que el trabajo la aburría sobremanera, pero la única forma de
poder levantarse de su sitio era yendo a la máquina de café. Sin embargo, ella no toma
café, así que iba a por chocolate. Como en el puesto de trabajo estaba prohibido comer,
además aprovechaba para comer una pastita con el chocolate y así poder alejarse durante
cinco o diez minutos cada hora de su puesto de trabajo. Así que ella siempre tenía ganas
de comer su chocolate y su pasta y decía «es que debe de ser que siempre tengo
hambre».
Martín, un cliente, me contaba que en su casa, desde pequeño, siempre habían comido
pasteles los domingos. Era una tradición familiar. Cuando se fue de casa de sus padres,
él mantuvo esa tradición (convirtiéndola, así, en hábito), y daba igual si había comido
suficiente como para quedarse saciado o estaba con amigos, él siempre tenía ganas de
37
comer pasteles los domingos.
En el caso de Silvia, «tener ganas de comer chocolate y pastas» era una forma de huir
de una situación que no le gustaba y, para salir de ella, se escudaba en que «siempre
tengo hambre», no siendo consciente de la diferencia entre ambos términos. En el caso
de Martín «tener ganas de comer pasteles los domingos» es un reflejo de una tradición
convertida en hábito.
Por tanto, en tu registro hay una columna en donde marcarás si tenías hambre o no en
el momento en que comiste. Es fundamental que seas consciente de la diferencia entre
comer por necesidad del organismo (hambre) o por otras necesidades (tener ganas de
comer o antojos).
Satisfacer la demanda de nuestro cuerpo cuando tiene hambre es escucharlo y
respetarlo. Anteponer otras necesidades es sobrealimentar el cuerpo y, por tanto, forjar el
camino más corto para no conseguir quitarnos esos kilos de más.
Pero ¿por qué tenemos esas otras demandas?
Esta es, sin lugar a dudas, la pregunta del millón. Los motivos pueden ser de lo más
diverso, como en el caso de Silvia, porque quiere huir de una situación que no le gusta, o
en el caso de Martín, porque así se lo han enseñado. Cada persona tiene sus motivos,
pero solo tú puedes saber los tuyos. Como ahora sabes cuándo comes sin hambre,
también puedes aprender qué desencadena esa conducta. En esta pequeña lista te dejo
algunos de los motivos que me han dado las numerosas personas con las que he hablado.
Quizá te veas reflejado en alguno de ellos.
 
• Como porque me aburro en el trabajo.
• Como porque el día ha sido agotador.
• Como porque es lo que siempre hago, comer patatas cuando llego a casa.
• Como sin hambre porque tengo estrés y así lo paro.
• Como porque es lo que se espera de mí, siempre he sido el más comilón de mis amigos y
compañeros de trabajo.
• Como porque me aburro.
• Como porque no me gusta lo que pone en la tele mi pareja y me voy a la cocina y pico.
• Como porque necesito sentir algo dulce en mi boca.
 
Quizá tus motivos sean diferentes. Piénsalos y escríbelos en un listado.
Ya sabes que no me gusta usar «por qué», así que modificaremos la pregunta y verás
como el significado cambia. Así lo hice con las personas que me dieron las razones
anteriores, y esto fue lo que me respondieron cuando les pregunté «¿para qué comes sin
38
hambre?»:
 
• Para poder huir del trabajo unos minutos cada hora.
• Para darme un premio por un día agotador.
• Para hacer lo que siempre hago. (Recuerda que «hacer lo que siempre hago» es un hábito.)
• Para sentirme mejor conmigo misma.
• Para no decepcionar a los demás.
• Para sentir que hago algo y no aburrirme.
• Para no enfrentarme con mi pareja a la hora de elegir lo que vemos en televisión.
• Para sentirme bien saboreando algo dulce.
 
Por tanto, ahora modifica tu listado de razones. Comienza las frases con un «para»,
como en la lista anterior.
¿Ves cuán importante es preguntarse «¿para qué?»? En el primer caso las razones
podemos asignarlas a cosas que no dependen de nosotros. Pero en el segundo caso no
nos queda más remedio que darnos cuenta de que somos nosotros los responsables de
comer sin hambre. Y como si tú eres responsable de algo puedes cambiarlo, ¡cámbialo!
Sí, lo sé, es difícil. ¡Pero no imposible! Comer sin hambre es un hábito, pero se
pueden encontrar alternativas también saludables a ello. Por ejemplo, en este listado
recojo algunas situaciones en las que la gente se encontraba comiendo sin hambre y las
soluciones que encontraron:
 
39
40
Ahora coge tu hoja de registro.
Identifica los momentos en los que no has comido con hambre y, en cada uno de ellos,
responde a estas preguntas:
• ¿Qué situación ha desencadenado que comieras sin hambre?
• ¿Cómo te has sentido?
• ¿Para qué has comido sin hambre?
• ¿Cómo te quieres sentir?
• ¿Qué necesitas para sentirte de una forma más positiva?
• ¿Qué puedes hacer para sentirte de esa forma?
• De lo que puedes hacer, ¿qué te va a hacer sentir mejor contigo y con tu cuerpo?
Estos ejemplos son, en verdad, de personas que asumieron su responsabilidad y
decidieron buscar el cambio. Todas y cada una de ellas te pueden decir cómo se
encontraban de perdidas, sin encontrar soluciones. Se preguntaban cómo se podían dar
un empujón y superar sus bloqueos. La respuesta es una: ¡sé consciente!
Ya has identificado el momento en que comes sin hambre (cuando me aburro en el
trabajo), cómo te sientes en ese momento (triste, aburrida, desaprovechada) y cómo
quieres sentirte (con retos, responsabilidades). Sabes, entonces, qué hacer para llegar a
sentirte como quieres sentirte. Y, no lo olvides, ¡tienes

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