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Cinzia Arruzza - El género como temporalidad social_ Butler (y Marx) - (2018)

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El género como temporalidad social: Butler 
(y Marx) 
21/02/2018​ | Cinzia Arruzza 
Hacia fines de los noventa, Nancy Fraser y Judith Butler entablaron un interesante debate 
con respecto al carácter “meramente cultural” de la performatividad de género y la 
opresión sexual. Aunque ambas estaban de acuerdo en que la opresión de género se funda 
en condiciones materiales y tiene efectos materiales, estaban en desacuerdo con respecto 
a lo que queremos decir por “material”, y con la relación que el modo de producción 
capitalista tendría con la performatividad de género y la opresión sexual. En su artículo 
“Merely Cultural”, en respuesta a algunas de las objeciones que Fraser sostiene respecto a 
El Género en Disputa, Butler remarcó el rol de la heterosexualidad normativa al interior 
del modo de producción capitalista.[1] Refiriéndose al análisis marxista de la centralidad 
que tendría la familia en la reproducción de la fuerza de trabajo, Butler intentó mostrar 
que la heterosexualidad normativa, en conjunto con la falta de reconocimiento que en 
consecuencia se tendría de la homosexualidad y de otras formas de elección del objeto de 
deseo sexual, es una herramienta formidable para la perpetua reproducción de la familia 
mononuclear y heterosexual. En otras palabras, lejos de ser un hecho meramente cultural, 
la heterosexualidad normativa jugaría un rol crucial para el modo de producción en sí 
mismo y para el proceso de reproducción social como un todo. 
En su respuesta a este artículo, Fraser saludó “la dedicación de Butler, en su ensayo, a 
identificar y recuperar los aspectos genuinamente valiosos del marxismo y el feminismo 
socialista de los setenta que las modas políticas e intelectuales de la actualidad conspiran 
para reprimir”[2], pero la criticó por mostrar una cierta tendencia a confundir lo que es 
“material” y lo que es “económico”. De acuerdo con la distinción de Fraser, lo primero 
implica una serie de formas de discriminación sexual y de género implementadas y 
reproducidas por prácticas e instituciones sociales, tales como la educación y los sistemas 
de salud, mientras que lo “económico” refiere a las relaciones de producción. La opresión 
sexual tiene una dimensión propiamente material en ambos enfoques; tiene 
consecuencias para la vida de las personas y se sostiene en instituciones sociales, que no 
pueden ser vistas como mero lenguaje y actos de discurso, o como una mera falta de 
reconocimiento simbólico. Pero lo que no queda claro en el discurso de Butler es si la 
heterosexualidad normativa debiera también ser considerada un componente constitutivo 
de las relaciones de producción. Por ejemplo, ¿juega o no un rol estructurante en la 
división del trabajo? 
Los argumentos de Butler en “Meramente Cultural” apuntaban a cuestionar la jerarquía 
de la opresiones “primaria” y “secundaria”, o entre la explotación y la opresión, que le 
reprochaba a un “marxismo ortodoxo” inespecífico. Butler criticaba la presuposición del 
“marxismo ortodoxo” de que la esfera de la cultura y la esfera económica debían estar 
separadas de algún modo estable. Sumado a eso, Butler también abrió la fructífera 
posibilidad de pensar la construcción del género en su relación con un modo de 
producción de tipo capitalista, desde una perspectiva que cuestiona las aproximaciones 
reduccionistas y unidireccionales expresadas en la fórmula infame de la 
“estructura-superestructura”. Esta posibilidad, en todo caso, no tuvo mayor desarrollo ni 
teorización en su trabajo sobre el género. 
En el centro del debate entre Butler y Fraser se encontraba, para decirlo en términos de 
Rosemary Hennessy, la pregunta por la relación entre “los discursos mediante los cuales 
hacemos el mundo inteligible y las estructuras de la acumulación y el trabajo”.[3] 
Refiriéndose a la noción althusseriana de “sobredeterminación”, Hennessy pone énfasis 
en que el modelo tradicional de base-superestructura no logra reconocer la autonomía 
relativa de la cultura ni el hecho de que la relación de determinación no es unidireccional, 
puesto que las construcciones culturales e ideológicas también afectan y actúan sobre las 
relaciones de producción y su desarrollo.[4] Por ejemplo, aunque ciertamente es verdad 
que el desarrollo capitalista es una fuerza disolutoria en relación a los sistemas 
preexistentes de relación social, también es cierto que esta tendencia es altamente 
contradictoria y que un cierto tipo de relaciones patriarcales y familiares en ciertas 
regiones del mundo o en ciertas esferas de la producción mercantil no solo pueden 
sobrevivir, sino que incluso dar forma a la división del trabajo y las relaciones de 
explotación. En otras palabras, el modelo de base-superestructura –que en realidad no 
pertenece a Marx, quien usa la metáfora de la base-superestructura muy rara vez y en 
términos bastante vagos– no ve que la explotación capitalista nunca tiene lugar de forma 
pura o en un espacio vacío. En efecto, esta debe lidiar necesariamente con construcciones 
económicas, sociales e ideológico-culturales preexistentes, algunas de las cuales 
sobreviven y adquieren formas nuevas producto de las relaciones de explotación a las que, 
a su vez, contribuyen a dar forma, dando a luz a formaciones sociales variadas y variables. 
Pero yo argumentaría que incluso la noción de “sobredeterminación”, al mantener un 
modelo de separación espacial entre esferas que actúan unas sobre las otras (a saber, la 
estructura económica y la esfera cultural o ideológica), no le hace justicia completamente 
a la forma rica y compleja en que Marx analiza las relaciones sociales.[5] 
Hennessy lamentaba que la tendencia prevalente en la teoría queer para lidiar con la 
necesidad de superar el modelo de base-superestructura, haya sido reemplazar la relación 
de determinación unidireccional por el juego incesante de diversos tipos de relaciones 
sociales –en otras palabras, por la idea de que todo determina a todo lo demás, tanto así 
que al final la idea misma de determinación termina careciendo de sentido[6]. Aunque la 
situación ha cambiado significativamente en los últimos quince años, tras la publicación 
de un número de textos que enfocan su atención nuevamente en la relación entre opresión 
sexual, identidad sexual y las dinámicas actuales del capitalismo[7], la observación de 
Hennessy se aplica perfectamente a los primeros trabajos de Butler sobre el género. En 
Cuerpos que Importan, por ejemplo, Butler llega incluso a defender cierta forma de 
regresión infinita en su forma de dar cuenta del carácter de cita de la performatividad de 
género: 
“Pero, la ley ya existente que él [el juez] cita, ¿de dónde obtiene su autoridad? ¿Hay una 
autoridad original, una fuente primaria? O, en realidad, ¿es en la práctica misma de la cita 
–potencialmente infinita en su retroceso– donde se constituye el fundamento de 
autoridad como diferimiento perpetuo? Dicho de otro modo: la autoridad se constituye 
precisamente haciendo retroceder infinitamente su origen hasta un pasado irrecuperable. 
Este diferimiento es el acto repetido mediante el cual se obtiene legitimación. La 
referencia a una base que nunca se recobra llega a constituir el fundamento sin 
fundamento de la autoridad.”[8] 
La insistencia en la pluralidad de prácticas sociales que refuerzan las normas que forman y 
regulan las identidades, combinada con el rechazo a nociones de determinación, puede 
ofrecer una fenomenología y una genealogía crítica, pero es constitutivamente incapaz de 
proveer el tipo de explicación causal que puede servir para desarrollar una fenomenología 
más robusta de dichas identidades. Además, el intento de mostrar que las relaciones de 
clase no tienen ningún tipo de prioridad sobre otras relaciones sociales puede llevar no 
solo a pasar por alto su rol necesario e ineludible en la existencia misma del capitalismo, 
sino también a borrar del análisis la categoría misma de explotación. 
Es a la luz de esta problemática general, a saber, la creación deun marco teórico no 
reduccionista para analizar la relación entre capitalismo, género y sexualidad que permita 
dar cuenta del rol determinador de las relaciones capitalistas de producción, que me 
gustaría desarrollar una serie de propuestas relativas a la performatividad y la 
temporalidad en los trabajos tempranos de Butler sobre género. Este trabajo se estructura 
en cuatro pasos. Primero, doy cuenta del rol y la naturaleza de la temporalidad en la teoría 
de Butler sobre la performatividad de género. Segundo, muestro algunas similitudes y 
conexiones entre el rol que juega la temporalidad en la teoría sobre performatividad de 
género de Butler y su rol en el análisis de Marx del capital. En ambos casos tenemos no 
solo una estrategia de desnaturalización de fenómenos sociales tales como el género y el 
capital, sino también la idea de que las prácticas transformadoras pueden tomar lugar por 
y desde las grietas e inconsistencias de esos fenómenos sociales en su repetición 
performativa. Tercero, presento algunas críticas con respecto a la comprensión de Butler 
de la temporalidad y la historicidad, enfocándome en particular en la falta de historización 
de sus propias categorías tanto en El Género en Disputa como en Cuerpos que Importan. 
Sostengo que este déficit es consecuencia del marco lingüístico desde el que opera, es 
decir, de su comprensión de las prácticas y relaciones sociales a través de los lentes de 
conceptos lingüísticos extrapolados de su contexto teórico. Finalmente, me refiero a los 
análisis de Floyd y Hennessy acerca de la formación de identidades sexuales como 
ejemplos de una historización fructífera de la performatividad de género: ambas, Floyd y 
Hennessy, relacionan de manera persuasiva la reificación de las identidades sexuales con 
la difusión del consumo masivo de mercancías, ayudando así a arrojar luz sobre lo que 
llamo “el carácter abstracto” de la temporalidad de la performatividad de género. 
Luego de haber resumido lo que haré en este artículo, probablemente sea recomendable 
que anuncie aquello que no voy a hacer. El objetivo de este artículo es abordar algunos 
problemas teóricos específicos que tienen relación con el tiempo y la temporalidad en los 
primeros trabajos de Butler sobre género, en particular en El Género en Disputa: una 
revisión y discusión articulada de elaboraciones más recientes sobre el tiempo por parte de 
la teoría queer queda, por lo tanto, fuera de su alcance. El objetivo limitado de este artículo 
explica también la ausencia de una discusión sobre la relación específica entre lo queer y la 
raza, o de los trabajos recientes sobre raza y performatividad.[9] 
La temporalidad en la obra de Butler 
La relevancia de la pregunta por la temporalidad en el análisis de la performatividad se 
corrobora por un número de escritos que, al comienzo del revolucionario trabajo de Butler, 
se enfocaron en ese aspecto. El compromiso de las y los teóricos Queer con nociones de 
tiempo y temporalidad abarca desde la elaboración de una concepción del “tiempo 
queer”[10], pasando por el análisis de la forma en que los procesos temporales y la 
regulación del tiempo contribuyen a la sedimentación y normalización de las identidades 
sexuales y raciales articulando así lo queer y la racialización[11], hasta la relación entre 
pasado histórico sedimentado y porvenir, es decir, agencia, nuevas aperturas, 
posibilidades y transformaciones.[12] 
Esta insistencia en la temporalidad, que Butler tiene en común con otros teóricos queer, es 
a menudo una estrategia teórica orientada a resistir los intentos de naturalizar y 
deshistorizar las relaciones de género y las identidades. Al subrayar el carácter temporal 
de las prácticas que sedimentan las identidades de género, los teóricos queer ciertamente 
desesencializan el género y abren un camino a la transformación, el porvenir y la agencia. 
En su introducción al libro Tiempo Queer, Devenir Queer, por ejemplo, McCallum y 
Tuhkanen escriben: 
“Abordar este problema sobre el tiempo y la vida de manera indirecta, problematizando el 
lenguaje, las categorías, las definiciones y los marcos conceptuales, es seguir una línea de 
pensamiento crítica y antiesencialista −un andamiaje filosófico a través del cual la teoría 
queer, impulsada no solo por Foucault sino también por las críticas deconstructivistas a la 
identidad y las respuestas feministas a las definiciones restrictivas de la diferencia sexual, 
emerge desde la crítica a la metafísica occidental y su ontología estable”.[13] 
Como es bien sabido, en El Género en Disputa Butler se enfrenta a una perspectiva 
esencialista del género y los cuerpos sexuados, argumentando que la apariencia de un 
género con un estatuto ontológico no es más que el resultado de una serie de prácticas 
regulatorias que, mediante su sedimentación, ocultan su origen. El género es entonces 
socialmente construído, y esta construcción hace que el cuerpo sea socialmente visible, en 
la medida en que sólo a través de la mediación de esta serie de prácticas sociales es que el 
cuerpo deviene generizado: el cuerpo “… no es un «ser» sino un límite variable, una 
superficie cuya permeabilidad está políticamente regulada, una práctica significante 
dentro de un campo cultural en el que hay una jerarquía de géneros y una heterosexualidad 
obligatoria”[14]. 
Sin embargo, la afirmación de Butler no es solo que el género es el resultado social de una 
serie de prácticas regulatorias, sino que además el género debe ser identificado con esas 
mismas prácticas en su ser o haber sido performadas: “Como no hay una «esencia» que el 
género exprese o exteriorice ni un ideal objetivo al que aspire, y puesto que el género no es 
un hecho, los distintos actos de género producen el concepto de género, y sin esos actos no 
habría ningún género”[15]. El género es entonces tanto la sedimentación de una serie de 
normas, que se presentan a sí mismas en la forma reificada de estilos corporales al modo 
de una “configuración natural de los cuerpos”, como las prácticas que ejecutan estos 
estilos y que por ende producen sujetos generizados. El tiempo es, en ambos casos, un 
factor crucial. En el primer caso, la sedimentación de normas y los estilos corporales son 
producidos a lo largo del tiempo. En el segundo caso, la ejecución de estos estilos implica 
repetir a lo largo del tiempo los actos que performan el género y crean los sujetos 
generizados. Como escribe Butler: 
“…el género es una una identidad débilmente formada en el tiempo, instaurada en un 
espacio exterior mediante una reiteración estilizada de actos … Este planteamiento aleja Ia 
concepción de género de un modelo sustancial de identidad y Ia sitúa en un ámbito que 
exige una concepción del género como temporalidad social constituida”.[16] 
El género es definido como una temporalidad social constituída: si los estilos corporales 
son la forma reificada que toma la sedimentación de las normas, estas pueden ser 
entendidas como tiempo objetivado, como tiempo pasado que acecha el presente bajo la 
forma de la reificación. Es el hecho de que estas normas son dadas en una forma reificada 
lo que les otorga su apariencia de “naturaleza”. En esta aparición de lo “natural”, además, 
podemos reconocer la inversión típica de causa y efecto característica de la reificación 
como tal. En efecto, la noción de reificación juega implícitamente un rol central en la 
aproximación de Butler al género. En El Género en Disputa, por ejemplo, subraya las 
huellas de la noción marxista de reificación tanto en la teoría de Wittig como de Foucault, 
particularmente en su insistencia en la confusión de la “causa” con el “resultado” que 
tiene como consecuencia hablar del “sexo” como algo dado sin mediación. En la medida 
en que Butler comparte esta aproximación con Wittig y Foucault, mediante el 
reconocimiento del origen marxista de esta crítica de la reificación en sus teorías, ella está 
admitiendo al mismo tiempo, de manera implícita, su propia deuda con elmarxismo[17]. 
De todas formas yo sostendría que la ausencia de una articulación explícita de la noción de 
reificación en El Género en Disputa, y la falta de un análisis más detallado e 
históricamente específico de las relaciones sociales que reifican el género, ha llevado a una 
serie de lecturas erradas de su posición, en particular a la confusión entre la 
performatividad y la performance consciente del género operada por un sujeto 
presuntamente soberano y libre. En función de disipar precisamente esta clase de lecturas 
erradas, en Cuerpos que Importan Butler se basa de manera más fuerte en la noción de 
Foucault de normatividad e insiste en el carácter restrictivo de una performatividad 
entendida como la “reiteración forzada de normas”: 
“En este sentido, no se trata solamente de que haya restricciones a la performatividad; 
antes bien, es necesario reconcebir la restricción como la condición misma de la 
performatividad. La performatividad no es ni libre juego ni autopresentación teatral; ni 
puede asimilarse sencillamente con la noción de performance en el sentido de realización. 
Además, la restricción no necesariamente es aquello que fija un límite a la 
performatividad; la restricción es, antes bien, lo que impulsa y sostiene la 
performatividad”.[18] 
El proceso a través del cual un cuerpo se vuelve generizado implica una repetición 
constante y estilizada de actos a través del tiempo: la temporalidad en juego aquí es 
aquella que consiste en “volver a efectuar y a experimentar una serie de significados ya 
determinados socialmente”[19]. En otras palabras, estas repeticiones son necesarias para 
la reproducción continua del género. Precisamente porque esta construcción no es un acto 
singular o un evento, no es un “proceso causal iniciado por un sujeto y que culmina en una 
serie de efectos fijados”, sino más bien un “proceso temporal que opera a través de la 
reiteración de normas”, y por ende hay una cierta inestabilidad implicada en el proceso 
mismo[20]. De hecho, los cuerpos nunca acatan completamente las normas que limitan su 
materialización[21]: las brechas y las fisuras se abren constantemente en el proceso de 
repetición, y las normas nunca se citan perfectamente. 
Como hemos visto, es posible distinguir la capacidad de sedimentación de aquella de 
re-ejecución. La ejecución reiterada de normas objetivadas siempre implica la posibilidad 
necesaria de la variación en el modo en que las normas son performadas. En conclusión, la 
repetición y la temporalidad socialmente constituida –en la forma de una historicidad sin 
historia− son los dos conceptos claves de la desesencialización que Butler hace del género. 
Incluso el cuerpo generizado es, como hemos visto, una corporeización del tiempo, de 
modo tal que la metáfora espacial de una “base” no es más que la repetición y 
sedimentación en la forma de la reificación.[22] Finalmente, en la medida en que la 
ejecución de estilos corporales requiere de una repetición performativa de actos y 
prácticas, la identidad de género nunca puede ser considerada estable, puesto que siempre 
está expuesta a la posibilidad del quiebre de esta temporalidad abstracta, mediante fallos, 
resistencias, el juego irónico de las performances de género, rupturas de las fronteras 
binarias impuestas por la heteronormatividad, y la incoherencia entre género y elección 
del objeto de deseo sexual. 
Oponerse a una visión esencialista y localizar la construcción del género en una 
temporalidad social abre, por ende, la posibilidad de la transformación. Si esta 
transformación debe situarse al nivel de la performance individual o si –de manera 
consistente con el carácter social de las normas que crean el género– debe entenderse 
como un proceso colectivo, no está totalmente claro en El Género en Disputa. Queda más 
claro en escritos posteriores de Butler: puesto no existe tal cosa como un individuo que 
esté por fuera de las relaciones sociales que lo constituyen, el potencial de libertad 
implicado en la performatividad es siempre social. 
Marx y la Temporalidad 
En esta sección me gustaría explorar algunas de las similitudes entre el análisis de Butler 
con respecto a la temporalidad de la reificación de género y la comprensión de Marx de la 
temporalidad del capital. Butler misma enfatiza sin ambigüedades la centralidad de la 
temporalidad para su propia obra en un texto corto publicado en 1997: “Further Reflection 
on Conversations of our Time”. En éste, saluda la obra de Laclau y Mouffe, Hegemonía y 
Estrategia Socialista, presentándola como un trabajo marxista que aborda seriamente la 
forma en la que el discurso no es una mera representación de realidades sociales sino que 
es un elemento que les es constitutivo. Dicho trabajo, plantea Butler, señala un 
distanciamiento de la consideración althusseriana del modo de producción como una 
totalidad estructural o como objeto teórico, distanciamiento que posibilita la 
reintroducción de consideraciones sobre temporalidad y porvenir en el análisis de las 
formaciones sociales[23]. Aunque Butler saluda el trabajo de Laclau y Mouffe por la 
novedad que implica traer la pregunta por la temporalidad al pensar la estructura, ella 
tiene plena conciencia de que las consideraciones sobre el carácter temporal de las 
formaciones sociales, incluída la preocupación por el porvenir, es central en la obra de 
Marx. En Cuerpos que Importan, en una interesante nota al pie sobre las Tesis sobre 
Feuerbach de Marx, enfatiza la similitud entre su comprensión de la materialidad y la 
crítica de Marx a un materialismo y empiricismo triviales e ingenuos. Como ella indica, en 
las Tesis sobre Feuerbach la praxis social-transformadora es constitutiva de la 
materialidad misma: 
“En ambos casos, de acuerdo con este nuevo materialismo que propone Marx, el objeto no 
sólo experimenta una transformación, sino que es la actividad transformadora misma y, 
además, su materialidad se establece mediante este movimiento temporal de un estado 
anterior a uno ulterior, En otras palabras, el objeto se materializa por cuanto es un sitio de 
transformación temporal”[24] 
Sumado a esta referencia a las Tesis sobre Feuerbach, Butler podría haber notado que la 
consideración del tiempo es crucial en la comprensión de Marx del capital. Primero que 
todo, la economía capitalista puede ser reducida en última instancia −como pasa con 
cualquier otro modo de producción− a una economía del tiempo, como famosamente 
establece Marx en los Grundrisse: 
“Economía del tiempo: a esto se reduce finalmente toda economía. La sociedad debe 
repartir su tiempo de manera planificada para conseguir una producción adecuada a sus 
necesidades de conjunto, así como el individuo debe también dividir el suyo con exactitud 
para adquirir los conocimientos en las proporciones adecuadas o para satisfacer las 
variadas exigencias de su actividad. Economía del tiempo y repartición planificada del 
tiempo del trabajo entre las distintas ramas de la producción resultan siempre la primera 
ley económica sobre la base de la producción colectiva”.[25] 
Entonces, lo que diferencia un modo de producción de otro es, entre otros factores, 
precisamente la especificidad histórica del modo en que se organiza el tiempo. En el 
capitalismo, como subrayan Stavros Tombazos, Daniel Bensaïd y Maximiliano Tomba, 
entre otros, el tiempo es tanto una relación social como una medida de las relaciones 
sociales. En esta economía del tiempo, se entrecruzan distintas temporalidades –la de la 
producción analizada en el primer volumen de El Capital, la de la circulación en el segundo 
volumen y la reproducción del trabajo como un todo en el tercer volumen[26]. Lejos de 
haber una unión armónica entre estos distintos tiempos entrecruzados, el tiempo del 
modo de producción capitalista está fundamentalmente “dislocado”. El problema, de 
hecho, yace en la necesidad continua de combinar temporalidades discordantes y en 
conflicto. Estos conflictos de tiempo no conciernen simplementea las relaciones entre la 
producción, la circulación y la reproducción. Uno puede reconocer un primer conflicto 
crucial ya en el terreno de la producción, en la oposición entre trabajo vivo y trabajo 
muerto, y entre trabajo concreto y trabajo abstracto. Como mercancía, desde el punto de 
vista del valor, el capital constante es la cristalización sólida de tiempo de trabajo 
abstracto[27]: ambas son objetivaciones del tiempo que acechan el presente. En la 
mercancía, el carácter social del trabajo humano está oculto, puesto que se manifiesta a sí 
mismo en forma reificada como el carácter objetivo del producto[28]. En el capital fijo, el 
trabajo muerto, es decir, el trabajo pasado objetivado, se plantea ante el trabajo vivo como 
un poder externo y hostil, que disciplina al cuerpo del trabajador sometiendo la rica 
temporalidad de su vida a la temporalidad mecánica, regular y homogénea del trabajo 
abstracto. En los Grundrisse, esta oposición es descrita también como una relación entre 
tiempo y espacio, puesto que el trabajo pasado acecha el trabajo vivo, presente, en la forma 
de espacio: 
“Lo único diferente al trabajo objetivado es el trabajo no objetivado, que aún se está 
objetivando, el trabajo como subjetividad. O, también, el trabajo objetivado, es decir, como 
trabajo existente en el espacio, se puede contraponer en cuanto trabajo pasado al existente 
en el tiempo”.[29] 
En la circulación, el trabajo pasado interactúa y a veces entra en conflicto, en la forma del 
capital mercancía y del capital dinero, con la temporalidad de la repetición de los circuitos 
del capital, en que el capital atraviesa incesantemente la fantasmagoría de sus continuas 
metamorfosis. Dentro del proceso de la reproducción capitalista como un todo, esta 
tensión entre temporalidades en conflicto finalmente explota en la proliferación de 
múltiples tiempos, aquellos de las formaciones sociales concretas a las que el capital da a 
luz, considerado como una totalidad en su movimiento real[30]. El movimiento del 
capital, en todo caso, no es un mero resultado de la superposición contingente y arbitraria 
de diferentes temporalidades y relaciones sociales. Su núcleo, su misterio, que Marx 
explica entrando a la “morada escondida de la producción”[31], es el movimiento de 
autovalorización del valor, el proceso de reproducción en una escala que aumenta 
progresivamente. En otras palabras, es el proceso de acumulación, que implica la 
repetición constante de la apropiación del plusvalor y la repetición constante de la 
transformación del trabajo vivo en trabajo muerto. 
Mientras que Butler habla del género como una “temporalidad social constituida”, Marx 
describe la mercancía y el capital constante como cristales de tiempo de trabajo abstracto 
objetivados: en ambos casos, tenemos una reificación del tiempo como relación social. En 
Butler, la espacialidad del género, a saber, su inscripción en el cuerpo, no es sino 
temporalidad social constituida, en otras palabras, actos sociales realizados en el pasado. 
Del mismo modo, para Marx el tiempo de trabajo objetivado y pasado se opone como 
espacio al tiempo presente del trabajo vivo. Mientras que Butler niega que el género es un 
hecho, insistiendo que el género está constituido constantemente mediante la repetición 
de actos performativos a lo largo del tiempo, Marx insiste en que el capital no es una cosa, 
sino un proceso de autovalorización del valor que implica la repetición de la apropiación 
plusvalor tanto como la repetición de los circuitos del capital y su unidad. Uno podría decir 
que mediante estas repeticiones el capital se performa a sí mismo. Como escribe Marx en 
el capítulo 4 del segundo volumen, refiriéndose a la metamorfosis del capital en la 
circulación: 
“El capital como valor que se valoriza no sólo implica relaciones de clase, determinado 
carácter social que se basa en la existencia del trabajo como trabajo asalariado. Es un 
movimiento, un proceso cíclico a través de distintas fases, que a su vez encierra tres 
formas distintas del proceso cíclico. Por eso sólo se lo puede concebir como movimiento y 
no como cosa estática.”[32] 
Finalmente, las formas que toma el capital industrial en su metamorfosis son fluidas[33]. 
En estos pasajes, además de dar la definición del capital como un movimiento, Marx 
también refuta una mirada estrecha en términos económicos de las relaciones capitalistas 
de producción, puesto que estas no implican solo la explotación del trabajo asalariado al 
interior del proceso productivo, sino que la metamorfosis completa del capital. Tomar en 
consideración la dinámica y el panorama general de las relaciones capitalistas que se 
muestran aquí ayuda a evitar una interpretación reduccionista de las relaciones 
capitalistas y de la interacción entre cultura y economía. Para usar una formulación de 
Tombazos: 
“El capital es una organización conceptual del tiempo. No es una simple relación social 
sino una racionalidad viviente, un concepto activo, la “idea inmediata” de la economía, 
como probablemente lo diría Hegel, “una abstracción in actu”, como escribió Marx varias 
veces. No hay una relación de separación entre leyes abstractas, inmanentes a la 
racionalidad económica activa, y el tiempo histórico, sino más bien una relación de 
comunicación y fecundación recíproca. Lo primero se realiza en formaciones históricas 
concretas, que son económicas, institucionales y políticas…”[34] 
La insistencia de Marx en el carácter de proceso del capital hace énfasis en el hecho de que, 
lejos de ser un fenómeno natural anclado en una naturaleza humana inmutable, el capital 
es una forma específica de organización de las prácticas sociales. Como tal, tiene un 
carácter eminentemente histórico y, por ello, pese a su apariencia de naturaleza, no es el 
destino inevitable de la humanidad. Además, la posibilidad de una praxis transformadora, 
o de la lucha de clases, se enraíza en este mismo carácter de proceso, en el proceso de 
reproducción misma del capital, que está lleno de contradicciones y fisuras. Este vínculo 
entre temporalidad y posibilidad para la agencia y la transformación caracteriza al 
esfuerzo de desnaturalización que Marx y Butler hacen del capital y el género 
respectivamente. 
Temporalidad de género sin historia 
Hasta ahora he subrayado las similitudes entre la centralidad que tiene la temporalidad en 
la forma en que Butler da cuenta del género y la forma en que Marx da cuenta del capital. 
Sin embargo, esta similitud va acompañada por una disimilitud más profunda, que ahora 
deberemos abordar. Al referirse a la nota al pie de Butler con respecto a las Tesis de 
Feuerbach, Kevin Floyd señala el error en que incurre Butler al no hacer una distinción 
entre lo temporal y lo histórico: la materia, para Marx, no solo es temporal, como subraya 
Butler, sino también social e histórica[35]. Mientras que en función de desnaturalizar el 
género e incluso el cuerpo sexuado, Butler insiste varias veces en la historicidad de las 
normas, la historia está sorprendentemente ausente de su análisis tanto en El Género en 
Disputa como en Cuerpos que Importan. En el caso de El Género en Disputa, esto se debe a 
la fuerte influencia de Derrida, como explicaré luego, en la elaboración de la noción de 
performatividad. En el caso de Cuerpos que Importan, aunque la influencia de Foucault se 
vuelve más fuerte y los análisis de Butler se hacen menos abstractos que en sus trabajos 
anteriores, de todas formas la dimensión histórica o al menos genealógica de las normas 
es minimizada de facto, pese a las apelaciones formales a la historicidad, de modo que 
incluso su análisis de los límites permanece abstracto y mayormente confinado a la 
dimensión psicoanalítica.[36] 
Por ejemplo, permanece poco claro si es que el análisis que Butler hace del género puede 
aplicarse consistentemente a distintas circunstancias históricas, a través de diversos 
modos de producción y épocas históricas. Para estar seguros, el objetivode su trabajo es, 
como ya he dicho, des-esencializar el género: esto implica, por supuesto, que el carácter 
construido del género debe ser tomado como un fenómeno transhistórico. En otras 
palabras, todas las épocas históricas han construido y objetivado el género. Sin embargo, 
la forma de dicha reificación no es por fuerza la misma a lo largo de distintas épocas. 
Ahora bien, una de las características fundamentales de la elaboración que Butler hace 
sobre el género es el vínculo, que ella analiza correctamente, entre género y sexualidad: 
los géneros “«inteligibles» son los que de alguna manera instauran y mantienen 
relaciones de coherencia y continuidad entre sexo, género, práctica sexual y deseo”.[37] 
Sin embargo, en el primer volumen de la Historia de la Sexualidad, Foucault insiste en el 
hecho de que la noción misma de la sexualidad y la subsecuente reificación de las 
identidades heterosexual y homosexual es un fenómeno relativamente reciente que él 
ubica alrededor del final del siglo diecinueve. Como es usual, Foucault describe este 
fenómeno en términos de regímenes de conocimiento, la creación y difusión de nuevas 
disciplinas, entre las cuales el psicoanálisis figura como el punto culminante de un 
proceso de reificación de la sexualidad. Cuando se ve en la necesidad de aclarar la 
periodización histórica de este proceso, sorprendentemente –dado su rechazo a las 
nociones de determinación– lo vincula en un pasaje muy breve al auge de la clase 
burguesa y las necesidades de la producción capitalista y su transformación a lo largo del 
tiempo: 
“El primer momento correspondería a la necesidad de constituir una “fuerza de trabajo” 
(por lo tanto nada de “gasto” inútil, nada de energía dilapidada: todas las fuerzas volcadas 
al solo trabajo) y de asegurar su reproducción (conyugalidad, fabricación regulada de 
hijos). El segundo momento correspondería a la época del Spätkapitalismus donde la 
explotación del trabajo asalariado no exige las mismas coacciones violentas y físicas que 
en el siglo XIX y donde la política del cuerpo no requiere ya la elisión del sexo o su 
limitación al solo papel reproductor; pasa más bien por su canalización múltiple en los 
circuitos controlados de la economía: una desublimación sobrerrepresiva, como se 
dice”.[38] 
A la luz de esto, sería natural pensar que el diagnóstico de Butler del género solo se aplica a 
un período histórico específico: este aspecto, sin embargo, no se aborda en su obra. Como 
consecuencia, Butler fracasa en su propio terreno, puesto que pese a haber insistido varias 
veces en la historicidad, no historiza sus propias categorías ni aborda las condiciones 
históricas que hacen posible su descripción del género en primera instancia. Más aún, en 
la medida en que ella borra completamente al capital de su análisis, incluso cuando aborda 
el problema de los límites en Cuerpos que Importan, resulta poco claro qué tipo de límites 
imponen las relaciones capitalistas de producción sobre esas variaciones de la cita y la 
repetición de las normas, en las que ella aloja la posibilidad de agencia y 
transformación.[39] 
De hecho, el carácter de estas variaciones es más bien abstracto: ¿Son variaciones 
simplemente aleatorias, en la medida en que son atribuibles solo a la libre agencia, o 
algunas de estas variaciones en la repetición y la re-ejecución de las normas siguen una 
lógica subyacente conducida por algo que aún nos queda por descubrir? Más aún, si cada 
repetición no es exactamente igual a aquello que repite, si las normas nunca se citan 
perfectamente, cómo podemos distinguir las variaciones de las repeticiones? Y, en 
general, ¿es capaz esta metodología de análisis de dar cuenta seriamente de un fenómeno 
histórico empírico de transformación y subversión? Puesto que su énfasis en la 
temporalidad del género no va acompañada de un análisis históricamente específico de 
estas normas sedimentadas y su contenido, resulta poco claro qué clase de limitaciones 
encarna esta sedimentación con respecto a las posibilidades de una variación 
subversiva.[40] 
El carácter formal del análisis de la performatividad de género en El Género en Disputa es 
la consecuencia de la aplicación que hace Butler de las nociones de iteración y cita de 
Derrida a la deconstrucción del género[41]. Butler, de hecho, toma prestada de Austin la 
noción de enunciado performativo, leída desde Derrida, y la aplica a un rango más amplio 
de prácticas sociales, las que no son lingüísticas en un sentido estricto. 
Si bien queda fuera del alcance de este artículo una discusión completa de la lectura que 
hace Derrida de Austin, puede ser útil de todas formas discutir brevemente el rol que juega 
la noción de iterabilidad en el análisis de Derrida de la noción de enunciados 
performativos en Austin, y luego mencionar brevemente un par de pasajes de Excitable 
Speech de Butler, publicado en 1997, que pueden arrojar luz sobre su trabajo previo en 
relación a la performatividad del género. En Cómo hacer cosas con palabras, Austin define 
los enunciados performativos como aquellos enunciados que, en vez de describir el estado 
de cosas (como los enunciados constatativos), realizan una acción en el momento mismo 
en que son enunciados. Aunque parecen constataciones, esos enunciados no pueden ser 
“verdaderos” o “falsos” en la medida en que su función no es dar cuenta de cómo son las 
cosas. Los famosos ejemplos que Austin entregó en su intento definición y delimitación 
preliminar de los enunciados performativos con respecto a los enunciados constatativos, 
son aquellos en que se le da nombre a un barco, el “sí, quiero” que se enuncia en una 
ceremonia de matrimonio, el de un testamento (“entrego y lego mi reloj a mi hermano”), 
y aquellos enunciados tales como “te apuesto”. Lo que estos ejemplos tienen en común es 
que “expresar la oración (por supuesto que en las circunstancias apropiadas) no es 
describir ni hacer aquello que se diría que hago al expresarme así, o enunciar que lo estoy 
haciendo: es hacerlo.”[42] 
Cuando discute la noción de los enunciados performativos de Austin en Firma, 
Acontecimiento, Contexto, Derrida parte por saludar el logro de Austin al liberar el análisis 
de la performatividad de la autoridad del valor de verdad, y abrir camino a una 
comprensión de la comunicación que no se define estrechamente a partir de la 
transmisión de un contenido semántico, ni se orienta por el ideal de una correspondencia 
con el estado de cosas. Sin embargo, Derrida identifica la raíz del tratamiento aporético de 
Austin de la performatividad y su dificultad y, en última instancia, su incapacidad para 
proveer una clasificación convincente de los enunciados performativos y su distinción con 
respecto a los constatativos. Según Derrida, la razón para estas dificultades se encuentra 
en el hecho de que Austin no toma en consideración lo que él llama la “grafemática en 
general”, es decir, el sistema de predicados que están ya siempre implicados en la 
estructura de la locución como tal, previo a cualquier distinción entre ilocución y 
perlocución.[43] Una de las características de la grafemática es la iterabilidad. Lo que esto 
quiere decir es que un signo es tal únicamente en tanto puede ser repetido, y es 
precisamente esta repetición la que le confiere el estatuto de signo. Desde este punto de 
vista, cada acto de discurso es estructuralmente citacional, y tiene un carácter ritual. Más 
aún, esta citacionalidad general o iterabilidad es lo que hace posibles estas afirmaciones 
performativas: un acto de discurso performativo no podría ser exitoso sin citar: “Un 
enunciado performativo ¿podría ser un éxito si su formulación no repitiera un enunciado 
«codificado» o iterable, en otras palabras, si la fórmula que pronuncia para abrir una 
sesión, poner a andar un barco o un matrimonio no fuera identificable como conforme a 
un modelo iterable, si por tanto no fuera identificable de alguna manera como «cita»?[44] 
Es precisamente esta iterabilidad generaly el carácter citacional de cada acto de discurso 
lo que Austin no reconoce adecuadamente. Hablar de una iterabilidad general como 
característica constitutiva del lenguaje levanta naturalmente el problema del estatuto del 
acontecimiento. Derrida responde a la pregunta de si aún podemos hablar de un 
acontecimiento cuando cada acto de discurso es una iteración, sugiriendo que debemos 
superar la oposición entre la pureza del acontecimiento por un lado, y la citacionalidad e 
iterabilidad por el otro: “Más que oponer la citación o iteración a la no-iteración de un 
acontecimiento, uno debiera construir una tipología diferencial de formas de 
iteración”[45]. En efecto, el punto de Derrida aquí es que la repetición de un signo nunca 
es la iteración de lo idéntico, puesto que cada repetición implica una variación. Lo que 
necesitaríamos, entonces, es algún tipo de clasificación de los distintos tipos de 
iteración/variación, más que buscar la pureza de “lo aconteciente”[46]. 
Como es bien sabido, la noción de performatividad elaborada por Austin es clave en la 
concepción de Butler sobre la performatividad del género. Pero su recepción de Austin está 
mediada fundamentalmente por Derrida, como queda claro no sólo en el prefacio de 1999 
a El Género en Disputa[47] y en su insistencia en la cita y la repetición a lo largo del libro, 
sino también en su apoyo a la crítica que Derrida le hace a Austin por mantener la ilusión 
de un sujeto intencional como el autor de los efectos discursivos. En Excitable Speech 
escribe: “En efecto, ¿pudiera ser que la producción del sujeto como origen de sus efectos 
sea precisamente una consecuencia de esta citacionalidad disimulada?”[48]. Antes en el 
mismo texto, Butler insiste en que cuestionar la idea de un sujeto soberano no equivale a 
demoler la agencia como tal. Al contrario, uno sólo puede entender adecuadamente la 
agencia en la medida en que tome en consideración los límites habilitadores al interior de 
los cuales la agencia tiene lugar, es decir, sólo en la medida en que uno se deshaga de la 
idea de soberanía. Pero, ¿qué tipo de límites tiene en mente Butler aquí? Pareciera ser que 
estos límites son fundamentalmente lingüísticos: “Quien actúa (que no es lo mismo que el 
sujeto soberano) actúa precisamente en la medida en que él o ella está constituido como 
un actor y, por lo tanto, opera desde el comienzo al interior de un campo lingüístico de 
habilitaciones restrictivas”[49]. Mi posición es que, en sus primeros trabajos sobre 
género, y especialmente en El Género en Disputa, Butler apoya un giro lingüístico en la 
comprensión de las prácticas sociales – giro lingüístico que desvía su atención de la 
dimensión histórica (no-teleológica) del proyecto genealógico de Foucault. Lo que se 
pierde aquí son dos de los tres principios metodológicos que gobiernan el análisis 
genealógico: la discontinuidad y la especificidad, es decir, la idea de que los sistemas de 
discurso son únicos e irreductibles, y que estos no se derivan de sistemas previos mediante 
transformaciones continuas[50]. Como escribe Foucault en Poder/Saber: 
“Uno puede estar de acuerdo con que el estructuralismo dio forma al esfuerzo más 
sistemático para evacuar el concepto de acontecimiento, no sólo desde la etnología sino 
desde una serie de otras ciencias y en el caso extremo de la historia. En ese sentido, no veo 
quién pudiera ser más antiestructuralista que yo”.[51] 
En vez de prestar atención a las discontinuidades radicales, Butler atribuye un carácter 
citacional a las prácticas sociales, tanto a aquellas que estilizan el cuerpo mediante la 
repetición de la norma, como a aquellas que subvierten la norma que repiten, incluidas las 
luchas de las personas queer: estas luchas, en efecto, son interpretadas como variaciones 
performativas que citan la norma de modo tal de subvertirla: “La principal tarea más bien 
radica en localizar las estrategias de repetición subversiva que posibilitan esas 
construcciones, confirmar las opciones locales de intervención mediante la participación 
en esas prácticas de repetición que forman la identidad y, por consiguiente, presentan la 
posibilidad inherente de refutarlas”[52]. En cualquier caso, la aplicación de nociones de 
citacionalidad e iterabilidad a las prácticas sociales se enfrenta con severas limitaciones. 
Las nociones de citación y variación son herramientas más bien insuficientes para 
entender las transformaciones históricas. ¿Podemos establecer periodizaciones históricas 
sobre esta base? ¿Cuándo una variación representa un cambio de época histórica y por 
qué? ¿Podemos concebir una noción de evento histórico al interior de un marco como este? 
Aquí es útil comparar el pasaje de Butler sobre la agencia (más arriba), con las primeras 
líneas del Dieciocho Brumario de Marx: 
“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de 
los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a 
transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es 
precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman 
prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez 
venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. 
Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió 
alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y la 
revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición 
revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante al aprender un idioma nuevo lo 
traduce mentalmente a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma 
y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin 
reminiscencias y olvida en él su lengua natal”.[53] 
En una lectura superficial, este pasaje parecería sugerir una visión de la agencia similar a 
aquella enfatizada por Butler.[54] Sin embargo, examinándolo más de cerca se ve que lo 
cierto es lo contrario. Para usar los términos de Butler, tenemos aquí una discrepancia 
entre el carácter paródico y citacional de la autocomprensión y autorrepresentación 
colectiva de la clase trabajadora revolucionaria de París en 1848, y lo que estaban haciendo 
realmente. Mientras que ellos interpretaban sus acciones en los términos de la revolución 
francesa de 1789, o en otras palabras, mientras para ellos la única forma de inteligibilidad 
de que lo estaban haciendo era la citación a eventos históricos pasados, sus acciones 
estaban ya comenzando algo radicalmente nuevo que no era una citación y que era algo 
distinto de la repetición subversiva de una norma. Como Marx aclara de inmediato luego 
del pasaje citado más arriba, estas “conjuraciones de los muertos de la historia universal” 
ocultaban el hecho de que estos revolucionarios estaban en realidad performando la tarea 
del presente. La razón para esto es que la historia nada sabe de repeticiones: la indicación 
de Marx de que los grandes eventos históricos se repiten a sí mismos como farsa, se 
entendería más correctamente si enfatizamos el hecho de que los eventos históricos no se 
repiten a sí mismos en absoluto[55]. La farsa, entonces, yace únicamente en el engaño de 
los actores de la historia con respecto a las consecuencias de la revolución de 1848, 
quienes al pensar que estaban repitiendo los eventos del pasado, no sabían lo que estaban 
haciendo, vestidos en trajes anticuados y representando personajes que no eran los suyos 
en una comedia colectiva de errores. 
En conclusión, la insistencia en el carácter citacional de las prácticas sociales y el hecho de 
que Butler situara la posibilidad de lucha en la participación en repeticiones subversivas, 
mezcla los límites del sentido, o de la inteligibilidad de las acciones, con los límites de las 
prácticas sociales en términos más generales. 
La temporalidad abstracta dela performatividad de género 
Como señalé antes, la temporalidad que Butler toma en consideración en su análisis de la 
performatividad de género tiene un carácter abstracto: es una temporalidad de la 
sedimentación, la repetición y la variación. En la sección anterior de este artículo enfaticé 
el carácter ahistórico de esta temporalidad, y sugerí que esto es el resultado de la 
aproximación lingüística de Butler a las prácticas sociales. En esta última sección del 
artículo me gustaría sugerir una lectura distinta de este asunto, una lectura que, sin 
embargo, es perfectamente compatible con la primera que di. 
Mi propuesta es que el carácter formal y abstracto de la temporalidad de la 
performatividad de género es un rasgo distintivo de la construcción del género y las 
identidades sexuales en los países capitalistas avanzados. En otras palabras, aunque la 
misma Butler no reconoce explícitamente esta relación, el carácter ritualístico de la 
performatividad de género, esta espacialización de un tiempo vacío que toma lugar en la 
repetición forzada de los actos de estilización, está mediada por la generalización del 
tiempo abstracto dada por la difusión de la forma mercancía. Para Marx, el tiempo de 
trabajo abstracto es el tiempo homogéneo, indiferente, medido por el reloj y cristalizado 
en el capital constante, las mercancías y el dinero, en contraste con el tiempo de trabajo 
concreto, individual, colmado con un contenido específico[56]. Este tiempo abstracto, 
lineal, calculable, medido a través de relojes y cronómetros, que a su vez mide el trabajo, 
expande su reinado mucho más allá de las paredes de los lugares de trabajo, y regula 
crecientemente incluso el tiempo de ocio, a través de la mediación de las mercancías. 
Floyd enfatiza precisamente este aspecto, cuando insiste en que el carácter performativo 
de la masculinidad en los Estados Unidos al interior del régimen fordista de acumulación, 
es el resultado de una serie de comportamientos y patrones de consumo prescritos en el 
marco de un tiempo de ocio rígidamente regulado por la forma de la mercancía. Compara 
estos actos performativos con una suerte de “trabajo calificado” ejecutado durante el 
tiempo de ocio. Este trabajo calificado consiste en comportamientos visibles ejecutados en 
la esfera del consumo y por tanto mediados por las mercancías, un trabajo calificado que 
produce tanto la masculinidad como la ilusión ontológica de una masculinidad que 
preexiste a esta producción. Es en el consumo, entonces, que se formula una definición 
coherente de lo que es ser hombre. Sin embargo, el hecho de que la masculinidad se 
performe particularmente al interior de la esfera del consumo, no implica que estos actos 
performativos sean el resultado de elecciones de consumo individuales y libres: al 
contrario, la forma mercancía no sólo organiza y abstrae la temporalidad del tiempo de 
ocio, sino que da un carácter fundamentalmente disciplinario al consumo mismo[57]. En 
este sentido, podría ser quizás menos ambiguo y más efectivo situar la performatividad de 
género al interior de la esfera de la circulación, más que al interior de la esfera del mero 
consumo. Hacer esto permitiría, por ejemplo, tomar en consideración un conjunto más 
amplio de fenómenos que contribuyen a la reificación de las identidades sexuales. Si nos 
referimos a la circulación en vez de al consumo, podemos abordar la estilización de ciertos 
tipos de trabajo que son claves para la esfera de la circulación (la venta de mercancías y 
servicios, por ejemplo) o para la forma en que el esfuerzo en pos de la realización del valor 
(encontrar mercados para las mercancías producidas) contribuye a la creación no sólo de 
nuevas necesidades, sino también de nuevos deseos. 
Aunque Floyd se enfoca sólo en la construcción de la masculinidad en los Estados Unidos 
durante el régimen de acumulación fordista, en contraste con la definición de la hombría 
característica del siglo diecinueve, su argumento puede expandirse para comprender la 
performatividad del género como tal. La descripción específica que da Butler de la 
performatividad aprehende el carácter de la construcción del género –como identificada 
con la elección del objeto de deseo sexual y regulada por la heterosexualidad normativa– 
tal y como se da al interior de un período histórico específico de la acumulación capitalista 
en los países capitalistas avanzados. Rosemary Hennessy y Kevin Floyd han señalado el 
vínculo entre la reificación de la heterosexualidad en una identidad y la reificación que 
está implicada en la producción mercantil, entre el final del siglo diecinueve y las primeras 
décadas del siglo veinte[58]. Ambos están de acuerdo en que el desplazamiento hacia la 
elección del objeto de deseo sexual como un rasgo definitorio de la identidad sexual está 
relacionado con el impacto disolvente del capital en las redes de parentesco y en los lazos 
sociales tradicionales. Por otro lado, el proceso de acumulación de capital, al dar nuevas 
formas a la división del trabajo, al emplear masivamente a las mujeres en la fuerza de 
trabajo, al generalizar el consumo de mercancías, induce a una crisis de las estructuras y 
relaciones patriarcales tradicionales, difuminando así, potencialmente, las fronteras entre 
las identidades sexuales y las identidades de género. Yo agregaría que el desacoplamiento 
entre el sexo y la reproducción ha implicado una contribución sustancial a este proceso. 
Por otro lado, el capitalismo contribuye a la persistencia de la división del trabajo por 
género, incluido el de la reproducción de la fuerza de trabajo, y contribuye a darle nueva 
forma a las identidades de género y asegurar su estabilidad mediante la 
heteronormatividad, es decir, mediante la fusión normativa entre la identidad de género y 
la elección de objeto de deseo sexual. En otras palabras, es innegable que el capital tiene 
una capacidad disolvente que, aplicada a la jerarquía de género, a las relaciones de 
parentesco y particularmente a las formas de reproducción de la vida material que se 
fundan en las relaciones de parentesco, podría llevar a su superación total. Sin embargo, el 
otro lado de la moneda es que esta es sólo una de las tendencias constitutivas del capital, 
en la medida en que el capital sí reproduce constantemente las identidades y jerarquías de 
género, preservando la división jerárquica de los géneros y al mismo tiempo remodelando 
profundamente lo que queremos decir por identidad de género[59]. La performatividad es 
una respuesta a la nueva inestabilidad del género y las identidades sexuales producidas 
por las tendencias disolventes del capital: en la medida en que estas siempre se ponen 
potencialmente en duda en la producción capitalista, su misma estabilidad inestable se 
asegura mediante la performatividad; en otras palabras, mediante la repetición continua y 
teatral de los actos discursivos y las prácticas sociales a lo largo del tiempo. De este modo, 
éstas llegan a ser parte de la organización conceptual del tiempo que lleva adelante el 
capital. 
No sólo la reificación de las identidades sexuales, sino también el proceso mismo 
mediante el cual esta reificación toma lugar, a saber, la repetición de su ejecución a través 
del tiempo, puede ser comprendida como una parte de la totalidad capitalista, en la 
medida en que uno pueda entender esta última como una organización conceptual del 
tiempo y un conjunto de relaciones y prácticas sociales. Sin embargo, esta totalidad es una 
que se pone a sí misma en movimiento. En otras palabras, nunca está dada de manera 
estable, sino que debe performarse a sí misma una y otra vez mediante las repeticiones 
constantes a través del tiempo. Esta perspectiva sobre la temporalidad y la 
performatividad, en conclusión, ilumina las imbricaciones fundamentales entre 
objetificación y repetición o reproducción que caracteriza tanto al capital como al género 
en los países capitalistas avanzados. 
2015 
Traducido por Alondra Carrillopara ​Revista Posiciones 
Artículo publicado en la revista ​Historical Materialism​, Volumen 23, Número 1, páginas 28 – 
52. 
https://www.revistaposiciones.cl/2017/11/16/163/ 
Notas 
[1] Butler 1998; Butler 2007; Fraser 1997. 
[2] Fraser 1998, p.140 (traducción propia). 
[3] Hennessy 2000 (traducción propia). 
[4] Althusser 2005. 
[5] Para una crítica del modelo espacial de esferas separadas presente en la noción 
althusseriana de sobredeterminación, véase Meiksins Wood, 1995, pp. 49-75. Para una 
crítica de la aproximación estructuralista a la relación entre la opresión de género y el 
capitalismo, véase Ferguson 1999 y Ferguson 2008. Para la defensa de un feminismo 
marxista estructuralista, véase Gimenez 1997. 
[6] Hennessy, 2000, p.88-90. 
[7] Véase por ejemplo Cruz-Malavé y Manalansan (eds.) 2002; Duggan 2002; Eng, 
Halberstam 
y Muñoz (eds.) 2005; Drucker 2011. El tratamiento teórico más articulado sobre este tema 
es de Floyd, 2009. 
[8] Butler, 2002, p.163-164. 
[9] La formulación inicial de la performatividad de género en El Género en Disputa no 
incluía un análisis sostenido sobre la raza. En Cuerpos que Importan y posteriores trabajos 
de Butler, se han incorporado trabajos sobre raza y racialización de manera creciente. 
Véase, por ejemplo, Butler 1997a. 
[10] Véase, por ejemplo, Halberstam 2005. En la obra de Halberstam, la temporalidad 
queer se entiende como un ‘modo de vida’ específico, una alternativa encarnada a la 
temporalidad convencional de la vida de las personas. Contrario a esta temporalidad 
convencional, que está determinada y se mueve al ritmo del ciclo de marcadores de 
experiencia altamente regulados, tales como el nacimiento, el matrimonio, la 
reproducción y la herencia, y por un deseo de largos períodos de estabilidad, el tiempo 
queer “es un término para aquellos modelos de temporalidad específicos que emergen al 
interior de la posmodernidad una vez que uno abandona esos marcos temporales de la 
https://www.revistaposiciones.cl/2017/11/16/163/
reproducción y familia burgesa, la longevidad, riesgo/seguridad y herencia” (Halberstam 
2005, p.6, traducción propia). 
[11] Véase, por ejemplo, Freeman 2007. Como escribe Elizabeth Freeman en su 
introducción a un artículo de GLQ dedicado a las “Temporalidades Queer”, la 
temporalidad es un modo de implantación a través del cual las fuerzas institucionales 
aparecen como hechos somáticos: mediante la manipulación del tiempo, y con ello de la 
experiencia temporal, las esencias no sólo se cualifican sino que son de hecho producidas. 
Es entonces la manipulación del tiempo la que hace posible una política del cuerpo. 
Freeman profundiza su crítica a la idea de una objetividad y una naturalidad de la 
temporalidad de nuestras vidas mediante la formulación de la noción de 
“crononormatividad” en Freeman 2010. 
[12] Véase por ejemplo Freccero 2006, Love 2007 y Muñoz 2009. Que la teoría queer deba 
preocuparse por el porvenir se ha vuelto un tema controversial. Al interior del debate con 
respecto al “giro antisocial”, por ejemplo, Lee Edelman ha propuesto que los teóricos 
queer debieran rechazar cualquier porvenir, más aún cualquier política normativa, y 
adherir por completo a la negatividad a la que se encuentran atadas de todas formas las 
personas queer: Edelman 2004. 
[13] McCallum y Tuhkanen (eds) 2011, p.2 (traducción propia). 
[14] Butler, 2007, p. 271 
[15] Butler, 2007, p. 272 
[16] Butler, 2007, p. 274 
[17] Butler, 2007, p. 85 
[18] Butler, 2002, p. 145 
[19] Butler, 2007, p. 273 
[20] Butler, 2002, p. 29 
[21] Butler, 2002. 
[22] Butler, 2007: “Si Ia base de Ia identidad de género es Ia reiteración estilizada de actos 
a través del tiempo y no una identidad supuestamente inconsútil, entonces Ia metáfora 
espacial de una «base» se desplazará y se convertirá en una configuración estilizada, en 
realidad, una corporalización del tiempo marcada con el género.” p. 274 
[23] Butler, 1997. 
[24] Butler, 2002, p. 59, n.5 
[25] Marx, 2007, p. 101 
[26] Véase Tombazos, 1994; Bensaïd, 2002; y Tomba, 2012. 
[27] Marx define la mercancía, desde el punto de vista del valor, como un cristal sólido de 
trabajo y como la cristalización del tiempo de trabajo. Esta segunda definición viene a mi 
mente cuando Marx toma en consideración las mercancías como quantos determinados de 
trabajo, en otras palabras cuando se refiere a la “medida” de trabajo. Véase por ejemplo 
este pasaje del capítulo 7 del Volumen I: “Determinadas cantidades de producto, fijadas 
por la experiencia, no representan ahora más que determinadas cantidades de trabajo, 
determinada masa de tiempo de trabajo solidificado. Son, únicamente, la concreción 
material de una hora, de dos horas, de un día de trabajo social” (Marx, 2010, p. 230). 
[28] Marx, 2010. 
[29] Marx, 2007, p. 213 
[30] Bensaïd, 1995 
[31] Marx, 2010, p.214 
[32] Marx, 1976, p. 123 
[33] Marx, 2008, p.122: “El capital como un todo se encuentra entonces simultáneamente 
en sus distintas fases, yuxtapuestas en el espacio. Pero cada parte pasa constantemente y 
por turno de una fase, de una forma funcional, a la otra, y así funciona sucesivamente en 
todas. Las formas son así formas fluidas, cuya sucesión es mediadora de su 
simultaneidad.” 
[34] Tombazos, 1994, 11-12 (traducción propia). 
[35] Floyd, 2009, p. 116. 
[36] En efecto, los límites que discute aquí son aquellos que operan en la estructura misma 
del lenguaje en la perspectiva de Lacan sobre la asunción de una posición sexuada 
mediante el tabú del incesto. 
[37] Butler 2008, p.72. 
[38] Foucault, 1998, p.139. 
[39] Butler, 2002. 
[40] En este punto véanse los excelentes comentarios de Floyd, 2009, p.115-119. 
[41] Véase Derrida, 1988, p. 1-23. 
[42] Austin, Cómo hacer cosas con palabras, p.6. Véase también la esclarecedora 
interpretación del tratamiento de la performatividad en Crary 2007, pp. 49-95. Aunque 
Crary está de acuerdo con Derrida –a diferencia de la mayoría de quienes lo comentan- en 
leer a Austin como si estuviera atacando la idea del significado literal de las oraciones en 
general, ella sostiene, en contraposición con Derrida, que esto abre el camino no a negar la 
idea de objetividad sino a elaborar una concepción menos estrecha de objetividad. 
[43] Derrida, 1988, p.15 
[44] Derrida, 1988, p.22 
[45] Derrida, 1988 p.22 
[46] “Eventhood”, aquello que tiene la propiedad del acontecimiento o del evento. 
[47] Butler 2008, p. xv. Aquí Butler aclara que su lectura original de la performatividad 
estuvo fuertemente influida por la lectura de Derrida del texto de Kafka “Ante la ley”. 
[48] Butler, 1997a, p.51 (Traducción propia) 
[49] Butler, 1997a, p.16 (Traducción propia) 
[50] Gutting 1990, p.340. 
[51] Foucault 1980, p. 114. (Traducción propia) 
[52] Butler 2008, p.286. La misma visión vuelve a plantearse en términos algo distintos en 
Butler 2011: “La performatividad describe esta relación de estar implicado en aquello a lo 
que uno se opone, este modo de volver el poder contra sí mismo para producir 
modalidades alternativas de poder, para establecer un tipo de oposición política que no es 
una oposición “pura”, una “trascendencia” de las relaciones contemporáneas de poder, 
sino que constituye la difícil tarea de forjar un futuro empleando recursos inevitablemente 
impuros.” (Butler 2011, p.338) 
[53] Marx 2003, p. 10-11. 
[54] Y de hecho, el Dieciocho Brumario ha sido sujeto de lecturas posmodernas. Véase, por 
ejemplo, Cowling y Martin (eds.) 2002, y en particular el artículo de James Martin, que 
amplía la noción de performatividad tomada de Austin a la comprensión de Marx de la 
lucha de clases en Francia: Martin, 2002. 
[55] Véase, por ejemplo, a Maximiliano Tomba: “La forma de la repetición redefine la 
forma misma de la cita de Hegel: la fórmula de la repetición de la historia hace de “Hegel” 
mismo una farsa, y no porque la historia, debido a alguna ley misteriosa, deba repetirse a 
sí misma en la forma de la farsa, sino porque no hay repetición.”(Tomba 2013, p.23. 
Traducción propia) 
[56] Tombazos, 1994, p.18. 
[57] Floyd 2009, p.94-119. 
[58] Hennessy 2000, p.97-103; Floyd 1998. 
[59] Para una formulación de este punto, véase, por ejemplo, Gimenez 1997. 
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