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+ 7 años
SE
 V
EN
DE
Óscar vende mamá 
de 38 años. Es bastante 
guapa, cariñosa 
y de voz agradable. 
Le gusta ir a los parques 
de atracciones, conoce 
un montón de cuentos 
y casi nunca regaña. 
¿Que por qué la vende? 
Porque desde que nació 
el Garbanzo, Óscar cree 
que ya no le quiere igual.
Se vende mamá
Care Santos
Ilustraciones
de Andrés Guerrero
Haz 
los deberes, 
recoge la habitación, 
cómete la verdura...
Por más vueltas que 
le doy, no se me ocurre 
otra solución: vendo 
a mi mamá.
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Primera edición: mayo de 2009 
Octava edición: abril de 2015 
Edición ejecutiva: Paloma Jover
Coordinación editorial: Berta Márquez 
Revisión editorial: Carolina Pérez 
Coordinación gráfica: Lara Peces
© del texto: Care Santos, 2009
© de las ilustraciones: Andrés Guerrero, 2009 
© Ediciones SM, 2015 
Impresores, 2 
Parque Empresarial Prado del Espino 
28660 Boadilla del Monte (Madrid) 
www.grupo-sm.com
ATENCIÓN AL CLIENTE
Tel.: 902 121 323 / 912 080 403 
e-mail: clientes@grupo-sm.com 
Cualquier forma de reproducción, distribución, 
comunicación pública o transformación de esta obra 
solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, 
salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO 
(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) 
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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Para Adrián, Elia y Álex,
mi inspiración diaria.
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• 1
Si quieres triunfar como publicista, 
nunca digas la verdad 
La verdad es que sin Nora no lo habría 
conseguido. Nora es la mejor con el ordenador. 
Y la más lista. Pero es mi amiga por esa y por 
muchas otras cosas.
Fue el sábado por la tarde. 
Estábamos en su casa, donde, 
como de costumbre, no había 
nadie. Nora preparó la me­
rienda (galletas con cho­
colate, zumo de naranja, 
ositos de regaliz y pistachos) 
y luego conectó el aparato 
y me enseñó la página de la 
que me había hablado.
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–Adelante, hazlo –me invitó con una mano 
extendida hacia la luminosidad de la panta­
lla–, ¿o necesitas ayuda?
Le dije que no, pero me precipité. Durante 
un buen rato, estuve intentando escribir aque­
llas frases. Escribía tres palabras, borraba dos 
y me quedaba un buen rato mirando la que 
había dejado, sin saber qué hacer. 
Nunca había pensado que escribir un sim­
ple anuncio fuera tan difícil. Pero había tantos 
requisitos que cumplir que terminé por blo­
quearme.
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–Recuerda que tiene que ser claro, directo, 
sencillo, atractivo y cierto, pero sin pasarse 
–recordaba Nora, la experta, a quien todo eso 
se lo había explicado una de las novias de su 
padre, que compraba de todo en aquella página: 
desde mascotas o pantalones de color naranja 
hasta los servicios de un pintor o un abogado.
Con tanta presión no había forma de avan­
zar. Entonces, Nora dijo:
–Anda, quita. Déjame a mí, eres más lento 
que un caracol lesionado –y ocupó el lugar 
frente a la pantalla.
Mi amiga no dudó ni un 
momento. Frunció el ceño, 
muy concentrada, agarró 
el ratón, borró todo lo 
que yo había escrito 
(que no era mucho, 
la verdad) y dijo:
–Vamos a decirlo 
de una manera que 
llame la atención. 
Ese es el secreto de la 
publicidad, ¿lo sabías? 
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Un palito parpadeante esperaba en la pan­
talla a que alguien comenzara a hacer algo.
–Primero hay que rellenar esto –dijo Nora, 
señalando un punto de la página de internet 
que había abierto–: aquí donde dice «descrip­
ción del producto», ¿qué quieres que digamos?
Dudé de nuevo. Mi padre siempre dice que 
mis neuronas se colapsan cuando tienen que to­
mar decisiones. Tiene razón. Cuando tengo que 
elegir algo (incluso algo sencillo como si pre­
fiero yogur o flan), comienzo a pensar en 
un montón de cosas, y me bloqueo. Como 
los teléfonos móviles cuando escribes 
tres veces una clave de acceso equivo­
cada. Mi pantalla también se queda 
en blanco. 
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–¿Tú qué crees que deberíamos decir? –le 
pregunté a Nora–. Tal vez, lo mejor sería dejarlo 
en blanco.
–¡De ninguna manera! ¿Cómo vas a ven­
derla si no explicas cómo es? ¿O tú compra­
rías algo sin tener ni idea de qué hace?
–No... Supongo que no...
–¡Por supuesto que no!
A veces, la seguridad de Nora me da un poco 
de miedo. Otras, me hace sentirme a salvo. Mi 
madre suele decir que todo el mundo tiene su 
carácter y que nadie debe avergonzarse por ser 
como es. Si fuéramos un fenómeno atmosfé­
rico, yo sería un día de primavera, en que no 
hace mucho frío ni mucho calor, no hay mu­
chas nubes pero tampoco luce un sol esplén­
dido. Nora, en cambio, sería uno de esos días 
de agosto en que te mueres del sofoco. O tal vez 
una tormenta de otoño, con granizo, rayos, 
truenos y mucho viento. Ella es de las que lla­
man la atención: habla con voz fuerte, siempre 
se mete en líos, es la capitana del equipo de 
balonmano, la delegada de la clase y la direc­
tora del grupo de teatro. Yo, en cambio, pre­
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fiero no tener que levantarme de mi silla ni 
para ir al baño, y lo que más me gusta es estar 
en la última fila de clase para no llamar la 
atención.
–¡Mira que eres pasmado...! –me reprochó–. 
Bueno, mientras lo piensas, iré rellenando tus 
datos. A ver... Nombre, Óscar Cabal Paloma. 
Edad, 8.
–Casi nueve –corregí.
–Vale, pongo ocho y medio. Ya está. ¿Sigues 
pensando? Veo que voy a tener que hacerlo yo...
Nora se comportaba como de costumbre: 
no dudaba nada, ni las cosas más difíciles. Sus 
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dedos se movían de un lado a otro del teclado, 
a toda prisa, mientras el texto del anuncio co­
menzaba a cobrar forma. Yo iba leyendo al 
mismo ritmo que escribía y me maravillaba 
que supiera tan bien lo que había que decir:
–Eso no es 
verdad –señalé 
la última frase.
Ella sonrió como 
justificándose y dijo:
–Son estrategias de marketing. Ningún ven­
dedor dice nunca toda la verdad.
–¿Y lo de la sobrasada crees que hay que 
decirlo?
Se vende mamá de 38 años, pelo 
de color castaño claro, no muy alta 
(pero tampoco bajita), ojos marrones, 
bastante guapa. Le salen muy bien 
la lasaña, la pizza de cuatro quesos 
y los crepes de sobrasada. Le gusta 
ir a los parques de atracciones. 
Es muy cariñosa y tiene la voz 
agradable. Conoce un montón 
de cuentos. Casi nunca regaña.
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–¡Claro! ¡Están riquísimos! Hay un montón 
de gente que se animará a contestar solo para 
probar los crepes de sobrasada, estoy segura.
Me dejó descolocado, sin saber qué decirle. 
Ese es uno de los efectos secundarios más mo­
lestos de todos los que me provoca la compa­
ñía de Nora.
Agarró el ratón y verificó que no se nos ol­
vidara nada.
–Aquí dice si aceptas permutas –dijo.
La miré extrañado, porque nunca había oído 
esa palabra tan rara.
–Significa que no solo aceptas dinero, tam­
bién otras cosas a cambio.
–¿Qué cosas?
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–No lo sé. Cosas. Lo que te ofrezcan. Ya lo 
verás más adelante, ¿no? Yo pondría que sí.
–Muy bien, pues pon que sí.
Nora marcó una casilla.
–¿Quieres añadir algo más?
Me encogí de hombros.
–Como dices que las cosas malas no pueden 
decirse... –susurré.
–Por supuesto que no. Para conseguir clien­
tes, solo debes decir las cosas buenas. Las ma­
las, ya las sabrán en su momento, cuando ya 
no haya vuelta atrás. 
Todo aquello del marketing era un poco raro. 
Para mí hubiera sido mucho más fácil redactar 
un anuncio con toda la verdad. Algo así como:
Vendo mamá seminueva de 38
 años 
(pero que aparenta36 o meno
s), guapa, 
buena cocinera (aunque cocina
 poco y cuando 
lo hace se empeña en hervir 
verduras todo 
el tiempo), adicta a la fruta y 
obsesionada 
por los libros (y porque todo 
el mundo lea). 
Últimamente se ha vuelto más
 cascarrabias 
y más ordenada que nunca. Ya
 no va al cine 
ni a ninguna otra parte. Y me
 está 
dejando de querer.
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Pero ya entiendo que habría sido muy poco 
práctico.
–Tenemos que ponerle un precio.
¡Menudo problema! De nuevo, no tenía ni 
idea. Y creo que, en este caso, la culpa no era de 
mi carácter. ¿O habría muchos niños de ocho 
años capaces de saber cuánto vale su madre?
–Pondremos un euro más gastos de envío 
–dijo Nora.
–¿Solo un euro? 
–Es lo que hacen todos, mira –respondió se­
ñalando otros anuncios, todos de cosas–. Si les 
interesa, ya te ofrecerán más por ella –senten­
ció–. Se llama subasta.
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–Ah. Bueno, 
de todas formas, 
yo no lo hago por 
el dinero –respondí.
–Muy bien. Entonces, ya está.
Los dedos de Nora adquirieron otra vez 
velocidad sobre el teclado.
Interesados, contac
tar con: 
topoazul@patum.c
om
Y si eres del barrio
 del Almanaque, 
puedes dirigirte a 
la puerta del CEIP 
 
Mar Salado cualqu
ier tarde, a las cinc
o 
(por la puerta de lo
s contenedores).
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Y, como si fuera el perfecto final para aque­
lla escena, el índice de Nora describió una pa­
rábola perfecta sobre el teclado, como a cámara 
lenta; luego comenzó a descender, despacio, 
hasta aterrizar con la seguridad acostumbrada 
sobre la tecla grande de la derecha, la que en­
viaba el anuncio. 
En la pantalla del ordenador apareció un 
mensaje:
Enhorabuena. 
Tu anuncio «Se ve
nde mamá» 
acaba de publicar
se en la página 
«Vender y compra
r cualquier cosa, 
útil o no». 
¡Esperamos que t
engas mucha suer
te 
y te lluevan las of
ertas enseguida!
No se me ocurrió nada que decir, salvo:
–Gracias. Sin ti no habría sabido hacerlo.
Nora contestó:
–De nada. Los amigos están para eso, ¿no? 
El día que yo me decida a vender a mi padre, 
tú también me ayudarás, supongo.
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19
• 2
Los remordimientos se parecen 
a las pizzas de cuatro quesos
El padre de Nora es Martín Galán. Sí, sí, 
el famoso Martín Galán, el presentador del 
concurso estrella de la televisión El más memo 
siempre gana. No hay ni uno solo de mi clase 
que se pierda ese programa. Es fantástico, so­
bre todo cuando el presentador 
(es decir, el padre de Nora), 
con aquella cara de borde, 
da un paso atrás para que 
el suelo se abra y el con­
cursante más torpe empuje 
al más listo, al que ha 
acertado más preguntas 
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y, de hecho, ha ganado el concurso. Es diverti­
dísimo verles caer en el tanque de aceite sucio 
y negro, y luego levantarse tan pringosos y tan 
empapados, resbalar varias veces antes de con­
seguir tenerse en pie y caminar a duras penas 
hasta el pulsador rojo que declara el concurso 
acabado y al memo completamente a salvo. 
¡Y Martín Galán mirando a la cámara con 
aquella expresión de malas pulgas, con una 
ceja arriba y otra en su sitio, mientras suena 
la misma música de suspense de siempre!
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