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Terapia Metacognitiva para la ansiedad y la depresión - Adrian Wells

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Título de la edición original: METACOGNITIVE THERAPY FOR ANXIETY AND
DEPRESSION
© 2009 The Guilford Press. New York, USA Published by arrangement with
International Editors’ Co
Traducción: Fernando Mora
© EDITORIAL Desclée De Brouwer, S.A., 2020
Henao, 6 – 48009 Bilbao
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A la memoria de Robert G. Johnson, un ser humano excelente
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Prólogo
Carmelo Vázquez
Catedrático de Psicopatología
Universidad Complutense de Madrid
“Dios te libre, lector, de prólogos largos y de malos epítetos”. Esto es lo que
literalmente escribía Quevedo en una obra dedicada al Duque de Osuna en 1612.
Intentaré ser fiel al irónico deseo del insigne autor intentando no alargar esta
introducción ni tampoco hacer un ditirambo plagado de epítetos incondicionales, sean
malos o buenos.
Quien lea este libro, originalmente publicado en 2009, y oportunamente traducido al
castellano, tendrá ante sí uno de los ejemplos más interesantes de los cambios que se han
producido en las dos últimas décadas en el modo en que concebimos los problemas
clínicos. El trabajo de Adrian Wells, ha sido muy innovador, pero también ha visto
amplificada su repercusión pues ha coincidido en el tiempo con algunas crisis
conceptuales de la Psicología clínica que el autor ha sabido atisbar para construir una
aproximación teórica innovadora en la conceptualización y tratamiento de los trastornos
mentales.
¿Qué tenemos en nuestras cabezas? Quizás esta es la pregunta fundamental sobre la
que ha operado la psicología clínica desde sus orígenes. El objetivo de clínicos e
investigadores ha sido desvelar los contenidos de la actividad mental (sueños, fantasías,
ideas irracionales, pensamientos negativos, creencias disfuncionales, distorsiones
cognitivas…) para intentar enderezarlas, habitualmente con mucho esfuerzo y, en no
pocos casos, con una descorazonadora ineficacia. La perspectiva tradicional, común a la
mayor parte de las intervenciones clínicas directa o indirectamente “cognitivas”, ha
estado centrada en desentrañar y desarmar contenidos mentales negativos.
Desde hace unos pocos años, esa vieja perspectiva ha sido retada por una idea que
rompe de un modo frontal con esa rutina histórica. ¿Y si lo que importara no es lo que
tenemos en la cabeza sino cómo lo tenemos? En otras palabras, más que analizar los
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contenidos mentales y su desarticulación, quizás deberíamos prestar atención al mismo
hecho de que aparezcan esos pensamientos y ocupen espacio psicológico y emocional.
Como resumidamente señala Wells en su libro, “estos contenidos no son la causa del
trastorno, puesto que la mayoría de las personas albergan este tipo de pensamientos” y
no les supone un malestar permanente ni especialmente doloroso. Lo central, según el
autor, es que el malestar emocional estable e intenso emana de creencias previas:
creencias sobre las mismas creencias negativas y en creencias sobre cómo ha de
reaccionarse en respuesta a esos pensamientos. Lo que plantea Wells es que la
metacognición es a su vez otro patrón de estructuras y actividad mentales (“pensamiento
extendido”, lo ha llamado) que es la causa de los pensamientos negativos y el malestar
asociado. En consecuencia, el centro de las intervenciones debería bascular hacia los
pensamientos sobre los propios pensamientos: las metacogniciones. Este es el núcleo de
la terapia metacognitiva (TMC).
Un aspecto interesante de la perspectiva metacognitiva defendida por el autor, es que
las metacogniciones no sólo se relacionan con creencias sobre los pensamientos sino
también con estrategias de acción. Por ejemplo, si uno cree que los pensamientos son
peligrosos en sí mismos es posible que esa creencia esté también articulada, con
creencias sobre qué debería resultar más eficaz para controlarlos. De este modo, si uno
cree que lo mejor es ocupar la mente para apartar esos pensamientos invasores negativos
es posible se empeñe en usar estrategias supresoras que, más que cortocircuitarlos
pudiera, en muchas ocasiones, multiplicarlos. Por lo tanto, la idea de metacognición es
relativamente amplia en el marco de la TMC de Wells y va algo más allá de la
concepción original que tuvo originalmente el término en la psicología cognitiva.
Una de las peculiaridades que más aprecio del trabajo de Wells es que es un modelo
erigido sobre una actividad clínica experimental en la que el propio autor ha destacado
desde hace décadas. No es un modelo que surja sólo de la experiencia clínica, sin duda
imprescindible, sino también de un sólido bagaje de la psicología científica
experimental. De hecho, las piezas básicas de su modelo de funcionamiento mental y
conductual, expuestas con claridad en el presente libro, ya estaban expuestas en su obra
de 1994, Attention and Emotion, en donde ya aventuraba que procesos de
autofocalización y autorreferencia excesivos podían causar problemas emocionales e
incluso bloquear el funcionamiento ejecutivo normal (impidiendo un normal rendimiento
cognitivo y atencional). Aunque aún no conocemos bien los entresijos de los sesgos
atencionales ni, sobre todo, su relación con otros sesgos importantes (de memoria o de
interpretación, fundamentalmente), Wells asienta su edificio conceptual en el papel que
supuestamente tiene el sistema atencional para centrarse excesivamente bien en
amenazas externas (como ocurre en la ansiedad), como en uno mismo (como ocurre en
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la depresión). Este sistema, que denomina de un modo quizás no suficientemente
descriptivo (pues engloba tanto elementos cognitivos como conductuales y
emocionales), Síndrome Cognitivo Atencional (SCA) sería la línea de flotación que está
por debajo de la cubierta visible de los pensamientos y creencias.
Lo que la TMC plantea es que ese sistema cognitivo-atencional tiene una acción
bienintencionada pero paradójica: aumenta y mantiene el sufrimiento a través de un
círculo vicioso que es necesario interrumpir. Si se albergan pensamientos negativos, pero
se les confiere importancia bien mediante metacreencias positivas (por ejemplo, “es
bueno preocuparse”) o negativas (ej.: “es horroroso pensar así”), es posible que esas
metacreencias actúen como una lupa psicológica incrementando el foco atencional hacia
esos pensamientos y, finalmente, alimentando el combustible de la maquinaria mental
para multiplicar aún más esos pensamientos iniciales negativos.
La clave de bóveda de la TMC, en consecuencia, no es tanto dirigir la artillería
terapéutica hacia los pensamientos negativos sino a los mecanismos (mentales) que los
mantienen. Se trata de ir más atrás, por decirlo de alguna manera, en el acto terapéutico.
Una de las propuestas más atrevidas de Wells, es que las terapias cognitivas y sus
variantes, podrían estar de hecho magnificando la importancia de los pensamientos
negativos al estar obligando al paciente a escudriñarlos, analizarlos, y combatirlos. La
idea del autor es que quizás la propia maquinaria de análisis alimentada por las terapias
cognitivas clásicas pudiera aumentar el autofoco, la rumiación y la idea de que los
pensamientos son elementos “reales” que hay que combatir. La idea es interesante (y
recuerda a las críticas que en la misma dirección se han hecho históricamente a las
prácticas psicoanalíticas), pero es sólo una sugestiva hipótesis que debería ponerse a
prueba con estudios comparativos cuidadosos sobre los procesos cognitivos que se
activan,o desactivan, en terapias diferentes (algo de lo que sabemos muy poco). Pero, en
todo caso, la propuesta de la TMC lanza un reto indudable al olimpo de las terapias que
han reinado durante varias décadas y Adrian Wells claramente puja, en este libro y en
otras contribuciones, por hacer un hueco a la TMC, quizás a veces extremando las
diferencias entre su aportación de la aproximación metacognitiva respecto a las terapias
cognitivas más tradicionales.
Obviamente, la posición de la TMC enlaza con otras intervenciones existentes que se
centran en la redirección de la atención y, en particular con el mindfulness como una
práctica particular de meditación orientada al control atencional. De todos modos, es
interesante hacer notar que aquí el autor también hace un esfuerzo por no identificarse
con las prácticas habituales de mindfulness pues, aparte de los significados ambiguos del
término (ej.: estar en el momento presente, o tener una mente de principiante, por señalar
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algunos de los más conocidos), podrían ser contraproducentes al aumentar el autofoco, o
alimentar estrategias malsanas de redirigir la atención. De un modo más restringido, en
la TMC mindfulness se refiere a ser consciente de los propios pensamientos y poder
distinguir entre el pensamiento en sí y el dolor que produce. De modo que lo que se
propone es un entrenamiento atencional transversal para el tratamiento de diferentes
problemas mentales para ayudar a los pacientes a distanciarse de los contenidos que
ocupan su mente (dettached mindfulness, o mindfulness desapegado como correctamente
se traduce en el libro). Se trata de que quienes sufren vean su mente desde fuera, como
un campo de operaciones en el que se puede contemplar una batalla en la que uno mismo
es, en realidad, una víctima.
¿Es posible la integración de la TMC con otros modelos de terapia? No resulta fácil
responder a esta pregunta. Los autores de nuevas propuestas terapéuticas por lo general
tratan de maximizar las diferencias con lo que intentan remplazar. El nuevo orden frente
al viejo orden. Un cambio en el sistema de creencias. En el caso de la TMC, claramente
el formato de las sesiones, y el marco general (ej.: la idea de que los problemas mentales
son deudores de procesos cognitivos o de regulación emocional alterados), no se aleja en
exceso de su más inmediato alter ego (las terapias cognitivas o cognitivo conductuales).
Pero los autores de la TMC, por razones que quizás tienen que ver también con la
sociología y el mercado de la ciencia, insisten en remarcar más las diferencias de
enfoque o, digamos, epistemológicas, que las similitudes.
En cualquier caso, el presente libro es uno de los más estimulantes que se han escrito
en los últimos años sobre tratamientos alternativos, basados en estudios empíricos y una
buena base teórica anclada en la psicología experimental y cognitiva. Desde el escaso
tiempo de su publicación original, en 2009, la TMC ha recibido apoyo adicional, no sólo
por los fans de la misma, sino por otros autores, lo que resulta esencial para comprobar
la solidez de cualquier nueva propuesta. Asimismo, desde la publicación del libro ha
habido desarrollos de la TMC para su uso en otros trastornos (personalidad, psicosis,
etc.) y en otras poblaciones (ej.: niños y adolescentes), lo que indica el vigor de esta
nueva aproximación. Pero, sin duda hay muchos asuntos pendientes, como demostrar
mejor los mecanismos psicológicos que propician el cambio, el mantenimiento de las
mejorías en estudios a largo plazo, y la comparación sistemática de la eficacia
comparada de la TMC con otras modalidades que han sido sancionadas como eficaces
según los criterios al uso.
La primera de las tareas pendientes, desentrañar los mecanismos psicológicos que
operan, no es sencillo. Mucha de la investigación realizada sobre la TMC se basa
exclusivamente sobre cuestionarios que, por cierto, el lector encontrará en una muy útil
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sección en los anexos finales del libro. Pero, análogamente a lo que ocurre en el mundo
de los fenómenos físicos, tal y como indica el principio de indeterminación de
Heisenberg, puede que la propia observación modifique en sí mismo el fenómeno
observado. En otras palabras, pudiera ser que la medida de la metacognición puede que
exija una precisión introspectiva que normalmente no tenemos y un esfuerzo por indagar
en nuestros propios procesos mentales que quizás pudiera crear sombras imaginarias. En
un formidable artículo de 1977, dos grandes de la psicología, Richard Nisbett y Timothy
Wilson, ya nos avisaban de que a veces en la investigación psicológica pedimos a los
individuos que “digan más de lo que saben” respecto a sus procesos mentales.
En 2015 se publicó un número especial sobre TMC en la revista Cognitive Therapy
and Research con aportaciones de una gran diversidad de autores e instituciones. A pesar
del tono muy positivo sobre las contribuciones de la TMC, Gerald Matthews, en un
comentario final sobre dichas contribuciones, también publicado en ese número especial,
hacía un par de observaciones sobre algunos de los retos pendientes de la TMC. En
primer lugar, la necesidad de hacer ajustes con una mayor precisión entre el modelo
general teórico del síndrome cognitivo-atencional, pues quizás resulta demasiado
genérico frente a la cada vez mayor precisión que proviene de los estudios
experimentales sobre cognición, emoción y neurociencia. Un segundo reto tendría que
ver con la dificultad de estar en condiciones de competir con terapias de referencia,
como la terapia cognitivo-conductual, que tiene tantas aplicaciones, seguidores, y
tradición.
Sin duda, la ambición de la TMC es convertirse no en un complemento de terapias
existentes sino una alternativa. La apuesta ha sido lanzada con entusiasmo y con
ambición. En cualquier caso, sea cual sea el desenlace de esta batalla, que nos
convendría presenciar con una actitud de mindfulness desapegado, es saludable que se
tambaleen convicciones e inercias asentadas y, sobre todo, poder ofrecer más opciones
de tratamiento eficaces que encajen tanto con las preferencias de quienes proporcionan
las terapias como con las de quienes las reciben.
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Prefacio
Las cogniciones son importantes. A estas alturas ya es bien sabido que los
pensamientos tienen un fuerte impacto en nuestro bienestar emocional y psicológico.
Consideremos ahora lo siguiente: ayer tuvimos miles de pensamientos, algunos de los
cuales fueron agradables y otros menos, pero ¿adónde han ido a parar todos esos
pensamientos?
Los pensamientos aparecen y desaparecen. Una premisa fundamental del enfoque
expuesto en este libro es que el trastorno psicológico tiene que ver con el grado en que se
reprocesan y extienden algunos pensamientos, mientras que otros simplemente pasan.
Este proceso de selección y control de estilos de pensamiento depende de la
metacognición.
La teoría cognitivo-conductual concede gran importancia al contenido del pensamiento
como determinante de la presencia del trastorno. Sin embargo, el modo en que pensamos
acerca de un evento, o cómo pensamos en torno a una constelación de conversaciones,
de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, tiene un efecto más profundo en este
sentido. De hecho, el modo en que respondemos a los pensamientos puede, y así ocurre
con frecuencia, abocar al sufrimiento emocional.
Durante los últimos 40 años, el modelo cognitivo-conductual ha aportado una sólida
comprensión del impacto que tiene la cognición en el bienestar psicológico, llevando al
desarrollo de técnicas para tratar la ansiedad, el estado anímico y otros trastornos. Al
igual que este modelo, la terapia metacognitiva (TMC) asume que el trastorno
psicológico es consecuencia del sesgo del pensamiento; sin embargo, nos ofrece un
relato diferente de su naturaleza y sus causas. Los enfoques anteriores decían, de manera
un tanto sorprendente, muy poco acerca de la cuestión de qué es lo que da lugar a los
patrones de pensamiento poco útiles. No es suficiente atribuir este tipo de patrones a la
presencia de creenciassubyacentes sobre el yo y el mundo, como “Soy vulnerable” o
“Soy un fracasado”. Una creencia negativa, como “Soy un fracasado”, puede servir para
impulsar un conjunto de respuestas, tales como el despliegue de estrategias para llegar a
tener éxito, que podrían incluir aprender de los errores, trabajar más, desarrollar nuevas
habilidades o descartar la creencia como un simple pensamiento irrelevante.
Las creencias negativas no conducen necesariamente a los patrones de pensamiento
perturbado y el sufrimiento emocional persistente. La teoría metacognitiva propone que
los desarreglos en el pensamiento y la emoción surgen de metacogniciones que están
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separadas del tipo de pensamientos y creencias enfatizados en la terapia cognitivo-
conductual (TCC).
Hay algo muy significativo en el patrón de pensamiento que percibimos en el trastorno
psicológico, y es que manifiesta una cualidad repetitiva, cíclica y obsesiva que resulta
difícil de controlar. Las teorías precedentes han tendido a decir poco o nada de esta
cualidad y, en su lugar, han preferido ocuparse del contenido de los pensamientos. Los
abordajes del pasado se han centrado en las creencias específicas racionales o los
pensamientos automáticos breves y negativos, pero esta es solo una pequeña
característica de la cognición que podría tener una importancia limitada. Por ejemplo, la
mayoría de los pacientes informan de largas cadenas de actividad cognitiva incontrolable
que difícilmente encaja en la descripción de los pensamientos automáticos. Lo que reside
en el núcleo del sufrimiento emocional es el control de los procesos mentales y la
selección de algunas ideas para pensar en ellas de manera persistente. Así pues, en lugar
de identificar los problemas emocionales con los pensamientos automáticos, la TMC
sostiene que los estados internos problemáticos están estrechamente relacionados con
procesos de preocupación y rumiación y con estrategias infructuosas de control mental.
Al principio de mi viaje hacia la TMC, que ha durado más de 20 años, parecía que lo
que se requería para avanzar en este campo era dar cuenta de los factores que controlan
el pensamiento y que hacen que proliferen y amplíen los pensamientos angustiosos.
Creía que eso dependía de ampliar el concepto de metacognición y su evaluación y de
utilizarlo para formular el control de la atención y de los procesos mentales en el
trastorno psicológico.
La metacognición, que se refiere a los factores cognitivos internos que controlan,
monitorizan y evalúan el pensamiento, puede subdividirse en el conocimiento
metacognitivo (por ejemplo, “Debo preocuparme para afrontar las cosas”), las
experiencias (por ejemplo, la sensación de saber) y las estrategias (por ejemplo, modos
de controlar los pensamientos y proteger las creencias).*
Una idea fundamental es que los factores metacognitivos son cruciales para determinar
los estilos de pensamiento poco útiles que encontramos en los trastornos psicológicos y
que dan lugar a las emociones negativas persistentes. En su forma “dura”, la teoría
metacognitiva sugiere que las creencias o esquemas irracionales –o al menos, su
persistencia e influencia– enfatizada por Albert Ellis y Aaron T. Beck en sus respectivas
teorías cognitivas, son producto de las metacogniciones.
Las metacogniciones dirigen la atención, determinan el estilo de pensamiento y
condicionan las respuestas de afrontamiento de un modo repetitivo que da lugar a un
conocimiento disfuncional. Esta es una visión dinámica de las creencias en tanto que
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generadas por metacogniciones más estables, la cual implica que son las
metacogniciones, y no sus consecuencias, las que deben ser modificadas por el
tratamiento.
En su forma “blanda”, la teoría sugiere que las creencias metacognitivas existen junto
con otras creencias almacenadas respecto del yo y el mundo, pero como entidades
separadas que son responsables de controlar la cognición y utilizar otras creencias y
conocimientos más generales. De este modo, si bien el tratamiento retiene el componente
tradicional de desafiar las creencias, también aborda las metacogniciones que coexisten
con aquellas.
Tanto en su modalidad dura como blanda, el enfoque metacognitivo tiene profundas
implicaciones para el tratamiento, promoviendo estrategias que permiten a los pacientes
desarrollar una nueva relación con sus pensamientos y creencias. Así pues, en lugar de
cuestionar la validez de los pensamientos y creencias, como ocurre en la TCC
tradicional, el terapeuta intenta modificar las metacogniciones que dan lugar a estilos
inadaptados de pensamiento negativo, repetitivo y difícil de controlar. Por ejemplo, el
enfoque metacognitivo para tratar el trauma asume que las creencias metacognitivas y
las estrategias de control que impiden la autorregulación interna son el motivo por el
cual los síntomas no remiten de manera natural. La tendencia a la preocupación o la
rumiación, a centrar la atención en la amenaza y afrontarla evitando determinados
pensamientos, interfiere con el proceso de adaptación normal y aboca al pensamiento
sostenido sobre el peligro y la persistencia de los síntomas.
De ello se deduce que el tratamiento debe centrarse en eliminar la preocupación y la
rumiación, abandonar las estrategias atencionales de monitorización de amenazas y
ayudar a los individuos a experimentar los pensamientos intrusivos sin evitarlos o
reaccionar a ellos con intentos de supresión inútil, o con estrategias de pensamiento
rumiativo o prolongado. Este tipo de tratamiento difiere de la TCC estándar en que no
implica desafiar los pensamientos o creencias acerca del trauma, ni la exposición
prolongada y repetida a los recuerdos traumáticos, puesto que se relaciona con los
pensamientos de manera diferente, suprimiendo la resistencia o el análisis conceptual
elaborado y suspendiendo los estilos de pensamiento inadaptados de preocupación,
rumiación y monitorización inflexible de las amenazas. Aunque, en la TMC, las
creencias también se ven desafiadas, el foco recae en las creencias que alberga la persona
sobre la misma cognición.
En el tratamiento de la depresión, la TMC se centra en el proceso de rumiación y no en
el contenido de una serie de pensamientos automáticos negativos. El tratamiento se
centra en la técnica de entrenamiento en la atención para tratar de interrumpir los estilos
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repetitivos de pensamiento negativo y recuperar el control flexible sobre los estilos de
pensamiento. Esto se combina con el desafío de las creencias metacognitivas negativas
acerca de la incontrolabilidad del pensamiento depresivo, así como el desafío de las
creencias positivas acerca de la necesidad de la rumiación como medio de afrontar y
encontrar respuestas a los problemas de la depresión o tristeza.
Es inevitable que cada persona que se acerque a este libro tenga sus propios objetivos
al leerlo y su propio estilo de procesar el material en él contenido. Este libro es un
manual de tratamiento detallado y contiene técnicas terapéuticas fundamentadas
teóricamente. El lector encontrará en él cronogramas de entrevistas para desarrollar
formulaciones de caso, planes de tratamiento y mediciones para ayudar a la evaluación.
Dado que muchas de las ideas expuestas serán nuevas, es probable que requieran
experiencia en su aplicación para apreciar plenamente la naturaleza de la TMC. He
tratado de omitir la mayor cantidad posible de terminología técnica, espero que sin
perder la integridad científica y conceptual del enfoque TMC.
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Adenda a la presente edición
Desde la primera impresión de este libro, la investigación en terapia metacognitiva no
ha dejado de efectuar descubrimientos importantes. Así, por ejemplo, las creencias
metacognitivas referentes a la memoria se asocian ahora con los síntomas traumáticos de
manera más poderosa que las características de la memoria (Bennett y Wells, 2010). Los
resultados positivos de la TCC para el trastorno obsesivo-compulsivo y la adicción al
alcohol están asociados con las creencias metacognitivas (Solem, Haland, Vogel,Hansen
y Wells, 2009; Spada, Caselli y Wells, 2009). El mecanismo del cambio en la
psicoterapia, con independencia de la modalidad utilizada, también puede depender de
factores metacognitivos. Además, las aplicaciones del modelo metacognitivo se están ex-
tendiendo a áreas como el síndrome de fatiga crónica y de salud y susceptibilidad
emocional al estrés vital (Maher-Edwards, Fernie, Murphy, Wells y Spada, en prensa;
Yilmaz, Gencoz y Wells, en prensa). Se han publicado ensayos que demuestran la
posible superioridad de la TMC sobre otros tratamientos (Wells et al., 2010; Nordahl,
2009), con varios ensayos controlados a gran escala en curso. Mi esperanza es que este
libro siga estimulando investigaciones de este tipo, ya que aspiramos a una mejor
comprensión de las causas del sufrimiento mental y su tratamiento.
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Referencias bibliográficas de la adenda
Bennett, H. y Wells, A. (2010). “Metacognition, memory disorganization, and
rumination in posttraumatic stress symptoms”, Journal of Anxiety Disorders, 24, págs.
318-325.
Maher-Edwards, L., Fernie, B.A., Murphy, G., Wells, A. y Spada, M.M. (en prensa).
“Metacognitions and negative emotions as predictors of symptom severity in chronic
fatigue syndrome”, Journal of Psychosomatic Research.
Nordahl, H.M. (2009). “Effectiveness of brief metacognitive therapy versus cognitive-
behavioral therapy in a general outpatient setting”, International Journal of Cognitive
Therapy, 2, págs. 152-159.
Solem, S., Haland, A.T., Vogel, P.A., Hansen, B. y Wells, A. (2009). “Change in
metacognitions predicts outcome in obsessive-compulsive disorder patients
undergoing treatment with exposure and response prevention”, Behaviour Research
and Therapy, 47, págs. 310-317.
Spada, M.M., Caselli, G. y Wells, A. (2009). “Metacognitions as a predictor of drinking
status and level of alcohol consumption following TCC in problem drinkers: A
prospective study”, Behaviour Research and Therapy, 47, págs. 882-886.
Wells, A., Welford, M., King, P., Papageorgiou, C., Wisely, J. y Mendel, E. (2010). “A
pilot randomized trial of metacognitive therapy versus applied relaxation in the
treatment of adults with generalized anxiety disorder”, Behaviour Research and
Therapy, 48, págs. 429-434.
Yilmaz, A.E., Gencoz, T. y Wells, A. (en prensa). “The temporal precedence of
metacognition in the development of anxiety and depression symptoms in the context
of life-stress: A prospective study”, Journal of Anxiety Disorders.
* Quisiera señalar que existen cuestiones importantes de la arquitectura cognitiva, los efectos relativos de los
niveles de control atencional y cuestiones referentes a los recursos cognitivos, que si bien la teoría tiene en
cuenta, se abordan en otros trabajos (Wells y Matthews, 1994, 1996). El modelo metacognitivo hace suya la
investigación y la teoría en estas importantes áreas y ofrece una explicación de los efectos del sesgo y la
atención en el desempeño de diferentes tareas. No obstante, esto es de interés periférico para la mayoría de los
profesionales de la TMC y, en consecuencia, no se considera en detalle en este libro.
15
 
Agradecimientos
El viaje que culmina con el trabajo presentado en este libro empezó hace más de 20
años. He trabajado con mucha gente durante ese periodo, tanto colegas como
estudiantes. Mi tesis doctoral abordó el tema de los procesos de autoatención en la
ansiedad. Mi supervisor fue el doctor Roy Davies, mi mentor y una influencia decisiva.
Posteriormente tuve la fortuna de verme acompañado por Gerald Matthews como
coautor del libro Attention and Emotion: A Clinical Perspective, que proporcionó la base
teórica inicial de la TMC. También trabajé con Aaron T. Beck en Filadelfia, donde recibí
entrenamiento en terapia cognitiva. En los primeros años, hasta mediados de la década
de los 90, colaboré con David M. Clark y otros colegas de Oxford, donde desarrollamos
un modelo cognitivo y un tratamiento para la fobia social basado en mi anterior trabajo
sobre la metacognición. En ese momento estaba llevando a cabo al unísono tanto la
terapia cognitiva como la TMC. Esto es evidente en mi libro Cognitive Therapy of
Anxiety Disorders: A Practice Manual and Conceptual Guide.
Después de trasladarme a la Universidad de Manchester continué desarrollando y
evaluando la TMC y publiqué mi primer libro dedicado por completo a la TMC,
Emotional Disorders and Metacognition: Innovative Cognitive Therapy, si bien no tuve
el valor suficiente para omitir completamente desde el principio la etiqueta de “terapia
cognitiva” en el título de esa obra, ya que la TMC estaba demostrando ser controvertida.
Sin embargo, hay muchos colegas involucrados en la TMC hoy en día. Estoy
particularmente agradecido a mis colegas académicos en Trondheim –Hans Nordahl,
Tore Stiles y Patrick Vogel–, quienes están llevando a cabo investigaciones sobre la
TMC. También estoy agradecido a Chris Brewin por nuestras recientes colaboraciones
en un proyecto financiado por el Medical Research Council, relacionado con la
aplicación de la TMC a la depresión.
Uno de mis estudiantes de doctorado, Costas Papageorgiou, ha colaborado conmigo
desde hace mucho tiempo; nuestro trabajo sobre la depresión puede encontrarse en el
libro publicado con el título Depressive Rumination: Nature, Theory and Treatment. Por
su parte, mi secretaria, Joyce Russell, ha sido un gran apoyo en todo momento. Sundeep
Sembi ha estado involucrado en la evaluación temprana de la TMC para el trastorno de
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estrés postraumático, Peter Fisher se ha dedicado a la evaluación temprana de la TMC
para el trastorno obsesivo-compulsivo, mientras que Marcantonio Spada ha trabajado en
el campo de las adicciones. Karin Carter desempeñó un papel importante en el trabajo
temprano sobre el entrenamiento en la atención y la investigación sobre el TAG
[trastorno de ansiedad generalizada] y formuló sugerencias útiles sobre cómo mejorar el
manuscrito. Estoy sumamente agradecido a cada una de estas personas y a las muchas
otras con las que he trabajado a lo largo de estos años.
17
Teoría y naturaleza de la terapia metacognitiva
Los pensamientos no son lo importante; lo que importa es cómo nos
relacionamos con ellos.
Si bien todos tenemos pensamientos negativos –y, a veces, creemos en ellos– no todas
las personas desarrollan ansiedad, depresión o sufrimiento emocional permanente. Por
eso, la pregunta importante en este sentido es la siguiente: ¿qué es lo que controla
nuestros pensamientos y determina si podremos desecharlos, o nos sumiremos, por el
contrario, en un distrés más profundo y prolongado?
Este libro aporta una respuesta a esta pregunta, proponiendo que son las
metacogniciones las responsables del control sano o insano de la mente. Además, está
basado en el principio de que no es solo qué pensamos, sino cómo pensamos, lo que
determina nuestras emociones y el control que tenemos de ellas.
El pensamiento puede compararse a la actividad de una gran orquesta en la que
intervienen muchos músicos e instrumentos. Para dar lugar a una interpretación
aceptable debe haber una partitura y un director de orquesta. La metacognición es la
partitura y el director que hay detrás del pensamiento. La metacognición es la cognición
aplicada a la misma cognición y, de ese modo, monitoriza, controla y evalúa los
productos y el proceso de nuestra conciencia.
El malestar emocional es, para la mayoría de nosotros, algo transitorio porque
aprendemos maneras de abordar con flexibilidad las ideas negativas (es decir, los
pensamientos y creencias) que elabora nuestra mente. El enfoque metacognitivo se basa
en la hipótesis de que las personas permanecen atrapadas en los trastornos emocionales
debido a que sus metacogniciones dan lugar a patrones particulares de respuesta ante las
experiencias internas que sustentan la emoción y fortalecen las ideas negativas. Este tipo
de patrones recibe el nombre de síndrome cognitivo atencional (SCA), el cual está
compuesto de preocupación, rumiación, atención obsesiva y estrategias de
autorregulación o conductasde afrontamiento poco útiles.
Un indicio de este patrón tóxico puede apreciarse en la respuesta de una paciente
reciente. Le pregunté a esta persona: “¿Cuál es la principal cosa que ha aprendido
durante la terapia metacognitiva para su depresión?”. Y ella respondió: “El auténtico
problema no es que tenga pensamientos negativos sobre mí misma, sino cómo reacciono
a ellos. He aprendido que estaba echando leña al fuego. No había percibido ese proceso
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antes”. Esta paciente descubrió que sus respuestas a los pensamientos negativos se
habían convertido en un estilo inadvertido de pensamiento poco útil que reforzaba la
percepción negativa que tenía de sí misma. Más adelante, en este mismo capítulo,
volveremos a la naturaleza de este proceso.
La terapia metacognitiva (TMC) se basa en el principio de que la metacognición es de
vital importancia para comprender de qué modo funciona la cognición y cómo genera las
experiencias conscientes que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.
La metacognición modela aquello a lo que prestamos atención y los factores que
penetran en nuestra conciencia. También condiciona nuestras apreciaciones e influye en
el tipo de estrategias que utilizamos para regular nuestros pensamientos y sentimientos.
La hipótesis expuesta e ilustrada a lo largo del presente libro propone que la
metacognición constituye una influencia crucial en lo que creemos y pensamos,
aportando la base de nuestras experiencias emocionales y conscientes, tanto normales
como anormales.
Una premisa básica de la terapia cognitivo-conductual tradicional (TCC), como la
teoría de los esquemas de Beck (por ejemplo, Beck, 1967, 1976) y la terapia racional
emotiva conductual de Ellis (TREC; Ellis, 1962; Ellis y Harper, 1961) es que son las
perturbaciones o sesgos en el pensamiento las que causan los trastornos psicológicos.
Ambos enfoques otorgan un papel crucial a las creencias disfuncionales. La TMC está de
acuerdo con esta visión como principio general, considerándola una modalidad de
terapia cognitiva. En lo que difiere de los enfoques anteriores es en identificar como
causa del trastorno un estilo particular de pensamiento y determinados tipos de
creencias, algo que no subrayan las otras teorías. Sin embargo, el estilo de pensamiento
enfatizado no tiene que ver con distorsiones cognitivas, tales como los estándares
absolutos o el pensamiento en términos de blanco o negro. El estilo que más interesa a la
TMC es el SCA, el cual se caracteriza por entregarse de manera exagerada a la
cavilación y el pensamiento verbal persistente en forma de preocupación y rumiación.
Esto se ve acompañado de un sesgo atencional específico en el que la atención se centra
en la amenaza. Las creencias importantes para la TMC no son, como ocurre en la TCC y
la TREC, las cogniciones ordinarias concernientes al mundo y al yo social y físico, sino
las creencias relativas al mismo pensamiento (creencias metacognitivas).
El abordaje tradicional de la TCC al trastorno psicológico sostiene que no son los
eventos en sí los que causan los problemas psicológicos, sino la forma en que se
interpretan dichos eventos. La TCC se centra en los significados que las personas
atribuyen a sus experiencias, asumiendo que el problema radica en las visiones erróneas
y distorsionadas acerca del yo y el mundo. En consecuencia, trata de cambiar el
19
contenido de estos pensamientos y la creencia en la validez de dichos contenidos. En
cambio, la TMC se ocupa del modo en que piensan las personas y asume que el
problema reside en los estilos inflexibles y recurrentes de pensamiento en respuesta a los
pensamientos, sentimientos y creencias negativas, centrándose en eliminar los estilos
inútiles de procesamiento y proponiendo que cualquier desafío a los temas cognitivos
(contenidos) ocurre exclusivamente en el nivel metacognitivo. Por ejemplo, si
consideramos el caso de un paciente deprimido que cree que es un inútil, el terapeuta de
la TCC abordará el problema preguntándole: “¿Qué pruebas tiene de ello?”. En cambio,
el terapeuta de la TMC preguntará: “¿Qué sentido tiene que usted se valore de ese
modo?”.
Tanto el enfoque de la TCC como el de la TMC consideran que es el contenido de las
creencias y los pensamientos el que determina el tipo de trastorno experimentado. Los
pensamientos acerca del peligro generan ansiedad, mientras que los pensamientos
relativos a la pérdida y la devaluación de uno mismo dan lugar a la tristeza. Sin embargo,
la TMC postula que estos contenidos no son la causa del trastorno, puesto que la mayoría
de las personas albergan este tipo de pensamientos, siendo la emoción también algo
transitorio en la mayoría de los casos. El problema del trastorno emocional es que el
sujeto permanece bloqueado en un estado de distrés crónico o recurrente. El trastorno
emocional es causado por las metacogniciones que dan lugar a estilos de pensamiento
que confinan al individuo en estados prolongados y periódicos de procesamiento
negativo autorrelevante. En esencia, la TMC se centra en los factores que abocan a un
tipo de pensamiento sostenido y de afrontamiento mal dirigido.
La TCC sostiene que las interpretaciones erróneas de los eventos que causan el
trastorno psicológico dimanan de las creencias, si bien dichas creencias residen en el
dominio cognitivo ordinario. Son creencias tales como “El mundo es peligroso” y “Soy
inadecuado”. Por su parte, para la TMC, estas creencias son el producto de
metacogniciones que dan lugar a patrones de atención y pensamiento que, de manera
repetida, generan ese tipo de ideas o se aferran a ellas. La implicación es que el
tratamiento debe tratar de modificar la metacognición y los patrones de pensamiento
porque estos son la causa de las creencias negativas persistentes o “cogniciones
ordinarias”. Así pues, el practicante de la TMC no ve las creencias o esquemas de la
TCC como entidades persistentes que deban ser eliminadas, sino como el producto de los
procesos de pensamiento.
De la presentación anterior se desprende claramente que la TMC establece una
distinción importante entre la cognición y la metacognición, centrando el trabajo
terapéutico sobre todo en este último ámbito. Las terapias cognitivas anteriores no
20
establecen una distinción clara entre cognición y metacognición. Esto se ejemplifica en
el siguiente fragmento, tomado de los influyentes escritos de Beck: “Al entrevistar a esta
madre deprimida, descubrí que su pensamiento estaba controlado por ideas erróneas
sobre sí misma y su mundo. A pesar de la evidencia en sentido contrario, ella creía que
había fracasado como madre” (Beck, 1976, pág. 16).
En este caso, resulta evidente que el pensamiento depresivo se atribuye a la presencia
de creencias negativas acerca de haber “fracasado”. Beck asume, por tanto, que el
pensamiento de la paciente está controlado por sus ideas erróneas acerca del fracaso. Sin
embargo, de ello no se sigue necesariamente que la creencia de que uno ha fracasado
terminará asumiendo el control de nuestros pensamientos. Si tenemos en cuenta a todos
los individuos que en algún momento creen eso, ¿podemos concluir que todos ellos
terminarán deprimiéndose? Según la teoría cognitiva, la respuesta debería ser afirmativa,
aunque es muy poco probable que esto responda a la realidad. La TMC percibe esta
situación de manera distinta porque, si bien asume que la mayoría de los individuos
tienen pensamientos o creencias acerca del fracaso, cada individuo responde a estos
pensamientos de diferentes maneras dependiendo de sus metacogniciones. Así pues, no
son las cogniciones ordinarias las que controlan el pensamiento subsecuente, sino el
conocimiento y las creencias metacognitivas.
Veamos esto con más detalle. En algún momento de su vida, la mayoría de las
personas creerán que han “fracasado” pero, en algunas, esta creencia se verá
reemplazada por el esfuerzo renovado de tener éxito, mientras que en otros casos será
seguida por cadenas de pensamientos negativos que les llevarán a obsesionarse con sus
defectos y debilidadespersonales. Así pues, lo que se requiere es un mecanismo que
explique la existencia de estas diferencias en los patrones de respuesta cognitiva y
emocional. Mi propuesta es que este mecanismo es la metacognición, es decir, la faceta
de la cognición que controla el modo en que la persona piensa y actúa en respuesta a un
determinado pensamiento, creencia o sentimiento.
En el caso de la madre deprimida, descrito por Beck, podemos suponer que su
pensamiento está controlado por creencias metacognitivas, quizá parecidas a lo
siguiente: “Si recapacito en mis errores y analizo por qué ocurrieron, seré una mejor
madre”. Por desgracia, es poco probable que el proceso de reflexión resultante de esta
creencia metacognitiva conduzca a una respuesta satisfactoria, con lo que la paciente
persistirá en pensar que ha fracasado.
En el resto de este capítulo, describiré con mayor profundidad los principios básicos de
la teoría y el tratamiento de la TMC. Una implicación básica de la metacognición como
eje conductor del trastorno psicológico es que el tratamiento no debe invertir esfuerzos
21
en interrogar y comprobar la realidad de los pensamientos y creencias individuales de la
persona, sino centrarse en cambiar cómo responde a esas ideas. El foco de la
intervención se desplaza, pues, hacia los procesos cognitivos y las metacogniciones que
los originan, alejándose de la evaluación de las pruebas a favor o en contra de los
productos cognitivos (como, por ejemplo, “Soy un fracasado”). La única excepción a
este respecto ocurre cuando los productos mismos son metacogniciones, como en el caso
de la preocupación acerca de la preocupación (por ejemplo, “Preocuparme me hará
daño”).
Hasta ahora, en este capítulo, hemos elaborado la argumentación que sustenta la
metacognición, en las páginas siguientes exploraremos este constructo con mayor
detalle, antes de presentar completamente el modelo metacognitivo del trastorno.
22
La naturaleza de la metacognición
El estudio de la metacognición emergió en el área de la psicología del desarrollo y,
posteriormente, en la psicología de la memoria, el envejecimiento y la neuropsicología
(Brown, 1978; Flavell, 1979; Metcalfe y Shimamura, 1994). Solo en época reciente se ha
postulado que la metacognición es la base fundamental de la mayoría o la totalidad de
los trastornos psicológicos (Wells y Matthews, 1994; Wells, 1995, 2000).
La metacognición se refiere una gama de factores interrelacionados que componen
cualquier conocimiento o proceso cognitivo, en el que esté implicada la interpretación, la
monitorización o el control de la cognición, y que podemos subdividir de manera útil en
conocimientos, experiencias y estrategias (por ejemplo, Flavell, 1979; Nelson, Stuart,
Howard y Crawley, 1999; Wells, 1995).
Conocimiento y creencias
El “conocimiento metacognitivo” se refiere a las creencias y teorías que las personas
tienen acerca de sus propios pensamientos y está formado por las creencias que albergan
sobre ciertos tipos de pensamientos, así como las creencias referentes a la eficacia de la
memoria o el poder de concentración. En este sentido, hay individuos que creen que
algunos pensamientos son perjudiciales. La persona religiosa, por ejemplo, puede creer
que experimentar ciertos pensamientos es pecaminoso y merecedor de castigo. Estos son
ejemplos de creencias metacognitivas relacionadas con la importancia de los
pensamientos. El hecho de sustentar este tipo de creencias tiene implicaciones en el
modo en que la persona responde a sus pensamientos y los organiza.
Según la teoría metacognitiva del trastorno psicológico, existen dos tipos de
conocimiento metacognitivo (Wells y Matthews, 1994; Wells, 2000): (1) creencias
explícitas (declarativas) y (2) creencias implícitas (procedimentales).
El conocimiento explícito puede ser expresado de modo verbal. Los ejemplos incluyen
“La preocupación puede causar un ataque al corazón”, “Tener malos pensamientos
significa que tengo algún defecto mental” y “Si me concentro en el peligro, evitaré el
daño”.
En cambio, el conocimiento implícito no es directamente accesible verbalmente.
Podemos concebirlo como un conjunto de reglas o programas que dirigen el
pensamiento, tales como los factores que controlan la distribución de la atención, la
búsqueda en la memoria y el uso de la heurística para formular juicios. El plan o
programa de tratamiento puede inferirse indirectamente de estrategias de evaluación
como el perfil metacognitivo (Wells y Matthews, 1994). El conocimiento implícito o
23
procedimental se refiere, pues, a las “habilidades de pensamiento” que tienen los
individuos.
Además de estos dos tipos de conocimiento metacognitivo, existen dos dominios de
amplio contenido en la TMC. Los trastornos individuales muestran alguna especificidad
de contenido dentro de estos dominios. Estos dominios son las creencias metacognitivas
positivas y las negativas. Las creencias metacognitivas positivas se refieren a los
beneficios o ventajas derivadas de poner en práctica las actividades cognitivas que
constituyen el SCA. Ejemplos de creencias metacognitivas positivas son “Es útil centrar
la atención en las amenazas” y “Preocuparme por el futuro significa que puedo evitar el
peligro”.
Las creencias metacognitivas negativas, en cambio, son creencias que conciernen a la
incontrolabilidad, significado, importancia y peligrosidad de los pensamientos y las
experiencias cognitivas. Ejemplos de tales creencias incluyen “No controlo mis
pensamientos”, “La preocupación podría dañar mi mente”, “Si tengo pensamientos
violentos me obligarán a actuar contra mi voluntad” y “Ser incapaz de recordar los
nombres es síntoma de un tumor cerebral”.
Según la TMC, las creencias metacognitivas son una influencia clave en el modo en
que los individuos responden a los pensamientos, creencias, síntomas y emociones
negativas. Son la fuerza impulsora que hay detrás del estilo de pensamiento tóxico y que
aboca al sufrimiento emocional persistente.
Experiencias
Las experiencias metacognitivas se refieren a los sentimientos y evaluaciones
situacionales que los individuos tienen de su estado mental. Por ejemplo, las
interpretaciones negativas que los pacientes obsesivos hacen de sus pensamientos
intrusivos son experiencias metacognitivas. La preocupación por la preocupación, que es
una característica de la ansiedad generalizada, es un ejemplo de experiencia
metacognitiva. Otro ejemplo es la mala interpretación de los eventos cognitivos que
efectúan los pacientes con trastorno de pánico, cuando creen que están a punto de
enloquecer o de perder el control de sus actos.
Las experiencias también incluyen a las sensaciones subjetivas. Un estado de
sensación metacognitiva muy normal y familiar es el efecto de tener algo en la punta de
la lengua, en el que el sujeto siente poderosamente que posee un elemento de
información almacenado en la memoria, si bien no resulta accesible en ese momento.
Hay experiencias similares como la “sensación de saber” y los juicios de aprendizaje,
que han sido examinados en trabajos experimentales sobre los juicios y la meta-memoria
24
(por ejemplo, Nelson, Gerler y Narens, 1984; Nelson y Dunlosky, 1991). Estas
experiencias subjetivas influyen en comportamientos tales como el esfuerzo de
recuperación y las estrategias de aprendizaje.
Según la TMC, las evaluaciones negativas de los sentimientos y pensamientos
contribuyen a la percepción de la amenaza y motivan los intentos de controlar el
pensamiento. Aunque puedan utilizarse la información derivada de los estados subjetivos
de los sentimientos y las evaluaciones de la cognición para influir en los juicios
referentes a la amenaza y el afrontamiento, estas experiencias no suelen ser adecuadas
para este propósito. Por ejemplo, un hombre que padecía pensamientos obsesivos de que
podía haber cometido un asesinato trataba de completar sus recuerdos referentes a un
determinado periodo para decidir si había cometido o no el asesinato e interpretaba
cualquier laguna en su memoria como un posiblemomento durante el cual pudo haber
cometido el acto. En este caso, sus estrategias y apreciaciones del estado de su memoria
(meta-experiencias) eran inútiles y solo contribuían a alimentar su ansiedad.
Estrategias
Las estrategias metacognitivas son las respuestas que se llevan a cabo para controlar y
alterar el pensamiento en aras de la autorregulación emocional y cognitiva. Las
estrategias seleccionadas pueden intensificar, suprimir o cambiar la naturaleza de las
actividades cognitivas. El objetivo de algunas de ellas es reducir los pensamientos o
emociones negativas, alterando determinados aspectos de la cognición. Por ejemplo, un
individuo puede enfocar su atención en la amenaza en un intento de estar preparado, o
bien puede tratar de suprimir pensamientos distresantes, utilizar el pensamiento positivo
o distraerse de la emoción.
En los trastornos psicológicos, la experiencia subjetiva que tiene el paciente es que está
fuera de control. Las estrategias aplicadas en este caso suelen consistir en tratar de
controlar la naturaleza del pensamiento. Estos intentos, que tienden a ser
contraproducentes a largo plazo, incluyen tentativas de suprimir ciertos pensamientos,
analizar las experiencias para encontrar respuestas, o tratar de predecir lo que podría
suceder en el futuro para evitar problemas. En los trastornos de ansiedad, los individuos
a menudo interpretan negativamente la presencia de determinados pensamientos, y sus
estrategias suelen implicar intentos de suprimirlos. Por su parte, en trastornos como la
hipocondría y la ansiedad generalizada, una posible estrategia consiste en centrarse en
estímulos negativos concretos y preocuparse por ellos. Por ejemplo, un paciente
hipocondríaco explicó de qué modo analizaba las posibles causas dañinas de su
debilidad muscular para asegurarse de no omitir nada que pudiera ser importante. El
problema con esta estrategia, como con la mayoría de las estrategias utilizadas por
25
nuestros pacientes, es que contribuía a alimentar su sensación de amenaza.
En otro caso, una mujer deprimida que recibía TMC describió que afrontaba sus
sentimientos de tristeza, insistiendo (rumiando) en sus insuficiencias y errores. Su
objetivo era llegar a sentirse peor para “obligarse a salir de la situación”.
Es obvio que estas estrategias dependen del conocimiento metacognitivo y de los
modelos internos que tienen los individuos sobre el modo en que funcionan su cognición
y sus emociones. En el trastorno psicológico, el conocimiento metacognitivo (creencias),
las experiencias y las estrategias son interdependientes y funcionan conjuntamente.
La teoría metacognitiva del trastorno psicológico considera que la inadaptación del
conocimiento, las experiencias y las estrategias se combinan para dar lugar a un patrón
de pensamiento estéril que conduce a la perturbación psicológica. Sin embargo, antes de
describir en detalle dicho patrón, me gustaría centrar la atención en un aspecto de las
experiencias metacognitivas que desempeña un importante papel en la TMC.
El hecho de que los seres humanos tengamos la capacidad de participar en la cognición
ordinaria y también de pensar en el pensamiento significa que existen dos maneras de
experimentar los pensamientos, a las que en el pasado he llamado “modos” (Wells,
2000).
26
Dos formas de experimentar: modos
Lo más habitual no es experimentar los pensamientos o creencias como si fuesen
eventos mentales, sino que solemos considerarlos objetos y los experimentamos
directamente como si fuesen percepciones, de la misma manera que una persona
experimenta el tictac de un reloj o la visión de los copos de nieve cayendo sobre los
tejados. Sin embargo, las cogniciones pueden ser experimentadas de una manera
diferente, es decir, como pensamientos o sentimientos, y no como si fuesen el mundo
real.
No solemos ver nuestros pensamientos o creencias como eventos internos, sino que los
fusionamos con la realidad. Es como si viésemos a través de ellos el mundo exterior y a
nosotros mismos y, de ese modo, actúan como un filtro que colorea el modelo que
tenemos de todas las cosas. No percibimos nuestros pensamientos como
representaciones o construcciones internas que son independientes del yo o del mundo
real. He denominado a este tipo habitual de experimentación modo objeto, y en él los
pensamientos o creencias no se distinguen de las experiencias directas del yo o del
mundo. Por lo general, experimentamos una conciencia indiferenciada, sin establecer
distinción alguna entre eventos internos y acontecimientos externos, así como entre
pensamientos y percepciones.
El modo objeto puede ser contrastado con el modo metacognitivo de la experiencia, en
el cual observamos de manera consciente los pensamientos como eventos separados del
yo y del mundo. Estos eventos son simplemente una forma de representación que posee
un grado variable de exactitud. En dicho modo, la relación que el individuo establece
con los pensamientos es la de tomar una cierta distancia y observarlos como parte del
panorama multifacético y más amplio de la experiencia consciente.
No obstante, el modo metacognitivo no equivale a identificar y desafiar los
pensamientos negativos, tal como ocurre en la TCC. Si bien, en la TCC, el terapeuta
desafía la creencia que tiene el paciente en el grado de exactitud de un pensamiento, es
muy posible que ese desafío no cambie la forma en que experimenta el pensamiento.
Cambiar al modo metacognitivo de experiencia requiere práctica, ya que supone la
capacidad de relacionarse con las experiencias internas de manera alternativa, con
independencia de la exactitud de los pensamientos. Esta habilidad se adquiere a través de
la práctica. Al aproximarnos al modo metacognitivo y experimentarlo se fortalecen y
desarrollan los mecanismos y procesos metacognitivos imprescindibles para sustentar
este tipo de procesamiento. Dicho con otras palabras, gracias a la experimentación del
modo metacognitivo, el individuo empieza a desarrollar y fortalecer el programa
27
metacognitivo integrado que posibilita esta actividad (es decir, el conocimiento
procedimental).
Dentro del modo metacognitivo, otro tipo de experiencia es posible y deseable en la
terapia metacognitiva. Nos referimos a la experiencia del mindfulness desapegado (MD;
Wells y Matthews, 1994). En este contexto, el término “mindfulness” se refiere a la
conciencia objetiva de un determinado pensamiento o creencia, mientras que el término
“desapegado” se relaciona con dos factores: (1) el distanciamiento de cualquier actividad
conceptual, o basada en el afrontamiento, como respuesta al pensamiento y (2) la
separación entre la experiencia consciente y el yo que tiene el pensamiento. Este último
factor consiste en que el individuo cobra conciencia de ser quien percibe el pensamiento
y de estar separado de él. Por tanto, una creencia o un pensamiento negativo pueden ser
ubicados fuera de los límites del yo y separados del modelo de uno mismo, en cuyo caso
se tornan irrelevantes para la autorregulación, puesto que la persona ya no define el yo o
interpreta su mundo con referencia a ellos.
28
El modelo metacognitivo del trastorno psicológico
Una vez introducidos algunos de los conceptos más importantes del modelo
metacognitivo del trastorno psicológico, pasaré ahora a describir el modelo con mayor
detalle. El modelo básico se denomina modelo de función ejecutiva autorreguladora (S-
REF) (Wells y Matthews, 1994, 1996; Wells, 2000), así llamado porque da cuenta de los
factores cognitivos y metacognitivos implicados en el mantenimiento o el control
vertical del trastorno emocional. En la Figura 1.1 se muestra una representación
esquemática del modelo con sus componentes meta-nivel puestos de manifiesto.
En este modelo, los procesos cognitivos se extienden a través de tres niveles de
interacción que incluyen el procesamiento automático y reflexivo (procesamiento de
bajo nivel), el procesamiento consciente en línea de pensamientos y conductas
(denominado estilo cognitivo) y una biblioteca de conocimientoso creencias de
naturaleza metacognitiva almacenados en la memoria a largo plazo.
En la Figura 1.1, el meta-sistema se diferencia del resto del sistema cognitivo
ordinario, pero al igual que otros sistemas se distribuye a través de diferentes niveles de
procesamiento. Dicho meta-sistema contiene un modelo o una representación de este
procesamiento cognitivo ordinario y lo dirige a alcanzar el objetivo del plan activado.
29
Figura 1.1. El modelo S-REF del trastorno psicológico con las
metacogniciones puestas de manifiesto. Extraído de Wells y Mathews (1994)
Uno de los principios básicos de la TMC es que el trastorno psicológico está
relacionado con la activación de un estilo concreto de pensamiento tóxico denominado
SCA. Para la mayoría de las personas, los periodos de evaluación y emoción negativa
(por ejemplo, tristeza, ansiedad, ira, falta de valor) tienen un carácter aislado y
transitorio. Sin embargo, los efectos del SCA atrapan a algunas personas en
perturbaciones prolongadas o repetitivas de este tipo.
30
El SCA está constituido por un estilo de pensamiento perseverativo que asume la
forma de la preocupación o rumiación, el enfoque de la atención en la amenaza y los
comportamientos de afrontamiento poco útiles y destinados al fracaso (por ejemplo,
supresión del pensamiento, evitación, uso de sustancias). Este estilo tiene una serie de
consecuencias que abocan al mantenimiento de las emociones y al fortalecimiento de las
ideas negativas. En términos generales, el SCA alimenta la sensación de amenaza que
experimenta el individuo.
Un ejemplo de los efectos del SCA puede observarse en el desarrollo del trastorno de
pánico. Los ataques de pánico espontáneos son muy comunes y suceden a muchas
personas en algún momento de su vida. Sin embargo, la preocupación por ataques
posteriores (que es una parte del SCA) prolonga la ansiedad, mientras que la
monitorización de las sensaciones corporales (otra faceta del SCA) aumenta las
condiciones desencadenantes (intrusión de sensaciones corporales) para que ocurran
ataques posteriores. En consecuencia, es más probable que el individuo propenso a
activar este patrón de respuesta cognitivo-atencional muestre una persistencia del arousal
de la ansiedad y desarrolle repetidos ataques de pánico. Este patrón apoyará a su vez el
desarrollo de las creencias sobre las consecuencias incontrolables y dañinas de la
ansiedad.
Aunque el SCA emerge a partir del conocimiento y las creencias, estas no pertenecen
al dominio cognitivo ordinario de las creencias referentes al yo y el mundo, sino que son
de naturaleza metacognitiva. Dos tipos de creencias son importantes en este sentido: (1)
las creencias positivas sobre la necesidad de implicarse en aspectos del SCA (por
ejemplo, “Si me preocupo por mis síntomas, no pasaré por alto nada importante”) y (2)
las creencias negativas sobre la incontrolabilidad, peligrosidad o importancia de los
pensamientos y sentimientos (por ejemplo, “No controlo mi mente; mi ansiedad podría
llevarme a perder la razón”).
En esta coyuntura, y antes de entrar en mayores detalles, creo que será útil resumir los
principios básicos del enfoque metacognitivo:
1.Propone que las emociones de ansiedad y tristeza son señales internas básicas de una
discrepancia en la autorregulación y de amenazas al bienestar.
2.Estas emociones normalmente son de duración limitada debido a que la persona
utiliza estrategias de afrontamiento para reducir la amenaza y controlar la cognición.
3.El trastorno psicológico es el resultado del mantenimiento de las respuestas
emocionales.
4.Se mantienen debido a las estrategias y al estilo de pensamiento individual.
31
5.El estilo poco útil, que encontramos en todos los trastornos, se denomina SCA y está
formado por preocupación/rumiación, monitorización de amenazas, estrategias poco
útiles de control del pensamiento y otras formas de comportamiento (por ejemplo,
evitación) que impiden el aprendizaje adaptativo.
6.El SCA es el resultado de creencias metacognitivas erróneas (conocimiento) que
controlan e interpretan los pensamientos y los sentimientos.
7.El SCA prolonga e intensifica la experiencia emocional negativa a través de varios
mecanismos/rutas claramente especificados.
32
El SCA
Los patrones de pensamiento de los individuos que padecen trastornos psicológicos
tienen una cualidad repetitiva y rumiativa, difícil de controlar y enfocada en temas
relacionados con el propio yo. Esta cualidad es indicativa del SCA y se caracteriza por
una atención incrementada y centrada en uno mismo.
El SCA consiste en un procesamiento conceptual excesivo en forma de preocupación y
rumiación. Estas son largas cadenas de pensamiento predominantemente verbal en las
que la persona intenta responder a preguntas (preocupaciones) como “¿Qué pasaría
si…?” o a cuestiones sobre el significado de los eventos (por ejemplo, “¿Por qué me
siento así?”).
Además de este componente conceptual, el SCA comporta un sesgo atencional en el
modo de fijar la atención en los estímulos relacionados con la amenaza. Esto es lo que se
denomina “monitorización de amenazas” (Wells y Matthews, 1994). Por ejemplo, un
individuo traumatizado debido a un robo describió cómo posteriormente escaneaba el
entorno en busca de peligros potenciales. Una paciente con baja autoestima reportó que
era muy sensible a verse ignorada por otras personas, descubriéndose que esta
sensibilidad estaba asociada con la monitorización de signos de que podría no gustarle a
la gente.
Estos procesos conceptuales y atencionales forman parte de la estrategia de la persona
para afrontar las amenazas, las autodiscrepancias y las emociones que estas suscitan.
Hay otras estrategias adicionales que constituyen el SCA, incluyendo estrategias de
control del pensamiento, tales como la supresión, y comportamientos como la evitación
emocional, cognitiva y conductual. Algunos ejemplos del SCA son evidentes en los
siguientes casos:
Una mujer de 43 años refirió que, desde que era adolescente, experimentaba episodios repetidos de
depresión. El episodio actual empezó tras el nacimiento de su segunda hija, hacía más o menos catorce
meses. Cuando se le preguntó cuánto tiempo había dedicado a pensar en sus sentimientos y su depresión a lo
largo de la semana anterior, dijo que había pasado muchas horas haciéndolo. Entonces se le pidió un ejemplo
de este tipo de pensamiento y describió que se quedaba sentada mirando la pantalla del televisor pensando en
lo anormal que era sentirse de ese modo, por qué se sentía tan triste, por qué no tenía los sentimientos
correctos hacia su hija, por qué le sucedía esto y lo que ello significaba acerca de su idoneidad como madre.
Se puso de relieve que pasaba mucho tiempo rumiando de esta manera en respuesta a los pensamientos
negativos referentes a su hija. Al preguntarle cuál podría ser el objetivo de ese tipo de pensamientos, explicó
que intentaba empeorar su estado de ánimo en un intento de enfadarse consigo misma para obligarse a “salir
de la depresión”.
La paciente recién descrita respondía a su bajo estado de ánimo con la rumiación y la
33
focalización persistente en sus sentimientos en un intento de afrontar su tristeza. En
efecto, trataba de “creerse mejor” mediante la rumiación porque albergaba la creencia
metacognitiva de que, al enfadarse, podría salir de su tristeza.
Tras verse expuesto a la explosión de una bomba, uno de nuestros pacientes sufría de trastorno de estrés
postraumático (TEPT) de inicio retardado. Explicó que se había sentido bien durante varios años después de
ocurrido el suceso, pero recientemente, como resultado de leer sobre los ataques terroristas, había tenido
pesadillas y se veía asaltado por la ansiedad cada vez que utilizaba el transporte público y visitaba la ciudad.
Cuando se le preguntó de qué modo afrontaba sus pesadillas y pensamientos no deseados, explicó que
“trataba de superarlo”. Al ser interrogado más en detalle, se hizo evidente que trataba de obligarse a pensar y
sentir emociones relacionadas con el traumaporque había leído que esta era la manera de acelerar la
recuperación. Además, consideraba que era ventajoso preocuparse por los acontecimientos terroristas en el
futuro para poder mantenerse “en guardia” contra posibles peligros.
En este ejemplo, el estilo de pensamiento del paciente en respuesta a las intrusiones
estaba dominado por el hecho de tratar de pensar (rumiación) y de sentir emociones para
acelerar la recuperación. Además, su preocupación referente a las amenazas futuras era
un medio de prepararse para ellas. Estas características del SCA tuvieron resultados
contraproducentes y aumentaron su ansiedad y su sensación de amenaza.
Una paciente de 39 años de edad se describió como una persona preocupada de manera crónica. La
exploración de un reciente episodio angustioso de preocupación estableció que, en respuesta al pensamiento
negativo “¿Qué sucedería si uno de mis hijos se lesiona?”, se había entregado de manera persistente a la
preocupación para tratar de generar una serie de posibles maneras de afrontar esa eventualidad. En esta
ocasión, la preocupación la llevó a tener un ataque de pánico porque creía que estaba perdiendo el control de
su mente. A partir de entonces, había tratado de reprimir los pensamientos referentes a que sus hijos se viesen
involucrados en un accidente y también evitaba leer la prensa local para que no le diese un nuevo motivo de
preocupación.
En este caso, la preocupación prolongada en respuesta a los pensamientos negativos, la
supresión del pensamiento y la evitación eran componentes fácilmente observables del
SCA. Preguntas posteriores llevaron a la paciente a describir de qué modo creía que la
preocupación era un medio eficaz para evitar problemas en el futuro, indicando
claramente la implicación de las creencias metacognitivas positivas en el problema, así
como de las creencias metacognitivas negativas referentes a la pérdida del control.
Un joven de 23 años se presentó con un problema de ansiedad en situaciones sociales, en las que temía
parecer ansioso y “raro”. Cuando se le preguntó acerca de su experiencia más reciente de ansiedad social,
respondió que había experimentado ansiedad antes de asistir a la sesión de tratamiento. Se le preguntó
entonces qué es lo que había pensado antes y durante cuánto tiempo. El paciente describió que había tratado
de anticipar cómo sería la situación y ensayado formas de responder a cualquier pregunta difícil. También se
le preguntó si, durante la sesión, había prestado más atención a sí mismo o al entorno exterior. El paciente
respondió que, al principio de la sesión, había prestado más atención a sí mismo y, en particular, que se había
34
centrado en cuál era la impresión que causaba en el terapeuta. Así pues, trataba de parecer normal
controlando su comportamiento.
La característica más evidente del SCA es, en este caso, la perseveración en forma de
preocupación anticipatoria, también la monitorización de amenazas al centrarse en cuál
es la impresión que causa, así como una conducta de afrontamiento que le lleva a tratar
de parecer “normal”.
En cada uno de los casos recién descritos es posible identificar y aislar el SCA. El
problema del SCA es que sus componentes encierran a la persona en una experiencia
emocional prolongada y producen conflictos en la autorregulación que conducen a una
sensación de impotencia y pérdida del control adaptativo sobre la cognición y la
emoción.
35
Consecuencias del SCA
¿Pero qué tiene de malo el SCA? Son varias las consecuencias que abocan a trastornos
psicológicos. Las consecuencias negativas para la autorregulación se muestran, en la
Figura 1.1, en las flechas marcadas con las letras A y B. La flecha marcada como A
describe el efecto que las evaluaciones y los comportamientos de afrontamiento tienen
en las creencias. Por ejemplo, centrar la atención en la amenaza refuerza la creencia en la
presencia del peligro, mientras que evitar experiencias como la ansiedad impide que la
persona descubra la realidad acerca de la naturaleza positiva de la emoción. La flecha
etiquetada como B en la Figura 1.1 se refiere al efecto emocional que tiene ese estilo de
pensamiento y de afrontamiento automático de bajo nivel. Por ejemplo, la preocupación
puede mantener activada la ansiedad y desviar la atención del procesamiento de
imágenes intrusivas, bloqueando así el procesamiento emocional. También es probable
que existan vínculos directos entre el conocimiento del meta-sistema y el nivel inferior,
en el sentido de que ciertos tipos de procesamiento automático pueden potenciar la
recuperación de conocimientos o planes que orienten el procesamiento posterior, tal
como se muestra en la flecha marcada como C.
Consideremos ahora con más detalle, en el modelo, los efectos perjudiciales atribuidos
al SCA. La preocupación y la rumiación están invariablemente sesgadas y hacen que el
individuo se enfoque en la información negativa. Esto conduce a una impresión
distorsionada del yo y del mundo. Por ejemplo, aunque la preocupación se centra en el
peligro potencial futuro, tiene escasa relación con la probabilidad real de que ocurran
sucesos peligrosos.
La rumiación busca respuestas a preguntas que a menudo no tienen una respuesta
única o identificable, como “¿por qué a mí?”. De este modo, perpetúa la incertidumbre y
las autodiscrepancias entre lo que la persona sabe y lo que desea saber. Además, la
preocupación y la rumiación movilizan y mantienen una sensación de amenaza que hace
que, en lugar de ser transitorias, persistan la ansiedad y la depresión. Estos procesos
consumen valiosos recursos atencionales y pueden perjudicar, bajo presión, la toma de
decisiones clara y controlada. La práctica repetida de la preocupación y la rumiación
incrementa la fuerza del hábito de este tipo de respuestas de tal manera que el individuo
tiene menor conciencia de estas actividades, lo que les permite proceder sin control. La
fuerza del hábito y la falta de conciencia contribuyen a la sensación de pérdida de control
respecto de estos procesos mentales. La preocupación y la rumiación también interfieren
con otros procesos cognitivos de autorregulación. Por ejemplo, la preocupación, que es
predominantemente verbal, puede interferir con el procesamiento de imágenes
36
imprescindible para el procesamiento emocional posterior al trauma. De igual modo, la
rumiación acerca del pasado, pensando, por ejemplo, en los fallos y errores, incrementa
la importancia de este material a la hora de emitir juicios en el futuro.
En el SCA, el componente de la “monitorización de amenazas” fija la atención en las
fuentes potenciales de amenaza. Esto es un problema porque (1) inflaciona la sensación
de peligro subjetivo, aumentando o manteniendo la activación emocional; (2) fortalece
un plan o programa para dirigir la cognición, que hace que el individuo se convierta en
un detector de amenazas más hábil y sensible; (3) en casos como el TEPT o el trauma, en
los que la cognición necesita sintonizarse de nuevo con un entorno normal libre de
amenazas, la estrategia impide este proceso; y (4) la monitorización de amenazas sesga
las redes de procesamiento del miedo responsables de generar intrusiones de estímulos
en la conciencia. De ese modo, la monitorización de amenazas puede incrementar las
experiencias intrusivas en la mente.
Las estrategias de control del pensamiento, como la supresión o pensar de maneras
especiales, también son problemáticas porque interfieren con el procesamiento
emocional normal, como, por ejemplo, la habituación emocional a través de la
exposición repetida a los pensamientos. La supresión es problemática porque no es
eficaz de manera consistente a la hora de detener los pensamientos indeseados, pudiendo
ser interpretado este fracaso como una pérdida de control. En cada uno de los casos
citados, se produce la persistencia en el procesamiento de la amenaza. Algunas
estrategias de regulación tienen efectos irónicos porque se basan en procesos disonantes.
Por ejemplo, un paciente puede creer que quizá salga dela depresión pensando en lo mal
que se siente y en por qué se siente de ese modo. Pero ese tipo de obsesión no hace sino
ahondar y prolongar la depresión porque confina a la persona en la información más
negativa relacionada consigo misma. De manera similar, las personas que padecen
preocupación crónica siguen preocupándose para tener la sensación de que serán capaces
de afrontar el futuro.
Otras conductas de afrontamiento, como la evitación y recurrir a sustancias para
regular la emoción y la cognición, también son problemáticas porque privan al individuo
de la oportunidad de descubrir que sobrellevar situaciones y emociones no es algo
peligroso. En ese caso, persiste una sensación de peligro prospectivo debido a que
algunas conductas de afrontamiento impiden que los pensamientos y creencias negativas
sean cotejados con la realidad. Por ejemplo, la no ocurrencia de una catástrofe como
padecer un “colapso mental” se puede atribuir a la evitación del estrés y no al hecho de
que la creencia acerca de que el estrés puede causar un colapso es errónea.
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Creencias metacognitivas positivas y negativas
El SCA está controlado por las creencias erróneas relativas al pensamiento. Existen
dos dominios diferentes de contenidos de la creencia metacognitiva que contribuyen a
este estilo: (1) las creencias metacognitivas positivas y (2) las creencias metacognitivas
negativas.
Las creencias metacognitivas positivas se refieren a la utilidad de la preocupación, la
rumiación, la monitorización de amenazas y otras estrategias similares. Algunos
ejemplos incluyen:
“Si me preocupo, estaré preparado”.
“Concentrarme en el peligro me mantendrá a salvo”.
“Debo recordarlo todo y entonces sabré si soy culpable”.
“Si analizo por qué me siento así, descubriré la respuesta”.
“Debo controlar mis pensamientos o haré algo malo”.
A primera vista, estas creencias pueden parecer razonables. Sin embargo, para mostrar
su naturaleza errónea y distorsionada, se reproducen a continuación acompañadas de
algunas preguntas útiles (en cursiva) que el terapeuta metacognitivo puede utilizar para
redefinirlas:
“Si me preocupo, estaré preparado”.
¿Es posible estar preparado sin preocuparse?
¿Es posible preocuparse por todo lo que pueda ocurrir?
¿La preocupación brinda una perspectiva más equilibrada o más sesgada del futuro?
“Concentrarme en el peligro, me mantendrá a salvo”.
¿Cómo sabe en qué peligro debe concentrarse?
¿El peligro que le sorprenderá es el que ve o el que no ve?
¿Es posible que enfocarse en el peligro le haga estar menos seguro porque le hace olvidar las cosas
habituales?
“Debo recordarlo todo y entonces sabré si soy culpable”.
¿Es posible recordarlo todo?
¿Cómo sabe que culpabilizarse le ayudará a sentirse mejor y seguir adelante?
¿Puede seguir adelante sin culpabilizarse?
“Si analizo por qué me siento así, descubriré la respuesta”.
¿Cuánto tiempo lleva haciendo eso? ¿Cuánto tiempo más lo hará?
¿Qué pasaría si la respuesta es dejar de analizar?
¿Qué ocurriría si no hay otra respuesta que no sea cambiar su forma de pensar?
“Debo controlar mis pensamientos”.
¿Cómo sabe qué pensamientos debe controlar?
¿Es posible controlar todos sus pensamientos?
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¿Podría el hecho de tratar de controlar sus pensamientos impedirle descubrir la verdad sobre ellos?
El segundo dominio de la creencia metacognitiva se refiere al significado negativo y el
sentido de los eventos cognitivos internos como pensamientos y creencias ordinarias.
Hay dos amplios subconjuntos de metacreencias negativas: las que se refieren a la
incontrolabilidad de los pensamientos y las relativas al peligro, importancia y significado
de los mismos. Estas metacreencias conducen a la persistencia del SCA debido al fracaso
en el intento de control y porque abocan a interpretaciones negativas y amenazadoras de
los eventos mentales. Estas creencias también pueden extenderse a los sentimientos y las
experiencias emocionales. Algunos ejemplos incluyen:
“No tengo control sobre mi preocupación/rumiación”.
“Preocuparme dañará mi cuerpo”.
“La angustia psicológica puede hacerme perder la razón”.
“Los malos pensamientos tienen el poder de inducirme a hacer cosas malas”.
“Algunos pensamientos pueden hacer que ocurran cosas negativas”.
“Mis pensamientos pueden convertirme en algo que no quiero ser”.
“Los pensamientos descontrolados son una señal de locura”.
“Si creo que soy malo, entonces, es que lo soy”.
“Sentir ansiedad significa que estoy en peligro”.
“Pensar en algo lo convierte en realidad”.
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Resumen del modelo metacognitivo
En resumen, la TMC se basa en el principio de que la persistencia del trastorno
psicológico se debe a los efectos de un determinado estado de pensamiento –esto es, el
SCA– relacionado con el conocimiento y las experiencias emocionales. El SCA
alimenta, a través de rutas específicas, la sensación negativa que tiene la persona de sí
misma y la percepción de la amenaza.
El SCA está vinculado a la activación de las creencias metacognitivas tanto negativas
como positivas. La distinción entre el nivel metacognitivo y el nivel cognitivo ordinario
implica que es posible experimentar los eventos internos, como pensamientos, creencias
y emociones, en modo cognitivo o en modo metacognitivo. Esto abre un rango de
posibilidades de tratamiento que se enfocan en eliminar el SCA, modificando las
creencias metacognitivas y desarrollando maneras alternativas de experimentar y
relacionarse con los eventos internos.
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El modelo A-B-C reformulado
Una manera de entender el modelo metacognitivo y de apreciar su relación con las
teorías cognitivo-conductuales precedentes es examinar cómo cambia el modelo A-B-C
estándar, que constituye la base de las terapias cognitivas.
En el modelo estándar, tal como se muestra en la Figura 1.2, un acontecimiento
activador (A) propicia la activación de un esquema o creencia [belief] irracional (B), lo
que a su vez conduce a consecuencias emocionales y conductuales (C).
Sin embargo, como ya hemos visto, un tema importante sin resolver en la teoría
cognitiva del trastorno psicológico es la cuestión de qué es lo que vincula las
evaluaciones o creencias negativas ordinarias con los pensamientos y emociones
negativas persistentes. Otra cuestión no resuelta se refiere a qué es lo que da lugar a los
patrones descontrolados de pensamiento que caracterizan el sufrimiento psicológico.
Figura 1.2. El modelo A-B-C
La TMC reformula el modelo A-B-C estándar ubicando en el centro del mismo las
creencias metacognitivas y permitiendo que el acontecimiento activador sea reemplazado
por la experiencia interna de un pensamiento negativo o creencia ordinaria, algo que se
representa en el modelo A-M-C de la Figura 1.3. Este es un modelo que se inicia después
del modelo A-B-C estándar, puesto que el antecedente en nuestro modelo reformulado
no es una situación, sino un evento cognitivo interno. En el nuevo modelo, el
componente M se refiere a las creencias metacognitivas y el SCA. Las evaluaciones
negativas más generales o creencias ordinarias (B) se ven influenciadas y utilizadas por
los procesos metacognitivos. Un ejemplo de caso quizá ayude a aclarar estas diferencias
de enfoque.
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Una mujer de 30 años había padecido depresión durante poco más de dos años cuando acudió a la TMC,
refiriendo que había estado deprimida y tenido pensamientos suicidas, la mayor parte del tiempo, durante
esos dos últimos años, desde que dejó su ciudad natal para conseguir un nuevo empleo. En la semana en que
fue evaluada, describió que estaba sola y que pensaba continuamente que “las cosas no cambiarían”, lo que la
había llevado a sentirse triste casi todo el tiempo y a un sentimiento de desesperanza y desesperación.
En la Figura 1.4 se presenta una formulación A-B-C de esta serie de eventos. Como se ve en dicha figura, el
antecedente era “estar sola”, el cual la llevaba a la creencia de que “las cosas no cambiarían” y a sentirse
triste y desesperanzada.
Figura 1.3. El modelo A-B-C reformulado. Adaptado de Wells (2000).
Copyright 2000 de John Wiley

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