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2 Título de la edición original: METACOGNITIVE THERAPY FOR ANXIETY AND DEPRESSION © 2009 The Guilford Press. New York, USA Published by arrangement with International Editors’ Co Traducción: Fernando Mora © EDITORIAL Desclée De Brouwer, S.A., 2020 Henao, 6 – 48009 Bilbao www.edesclee.com info@edesclee.com Facebook: EditorialDesclee Twitter: @EdDesclee Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. ISBN: 978-84-330-3871-5 Adquiera todos nuestros ebooks en www.ebooks.edesclee.com 3 http://www.edesclee.com mailto:info@edesclee.com https://www.facebook.com/EditorialDesclee https://twitter.com/EdDesclee http://www.cedro.org http://www.ebooks.edesclee.com/ A la memoria de Robert G. Johnson, un ser humano excelente 4 Prólogo Carmelo Vázquez Catedrático de Psicopatología Universidad Complutense de Madrid “Dios te libre, lector, de prólogos largos y de malos epítetos”. Esto es lo que literalmente escribía Quevedo en una obra dedicada al Duque de Osuna en 1612. Intentaré ser fiel al irónico deseo del insigne autor intentando no alargar esta introducción ni tampoco hacer un ditirambo plagado de epítetos incondicionales, sean malos o buenos. Quien lea este libro, originalmente publicado en 2009, y oportunamente traducido al castellano, tendrá ante sí uno de los ejemplos más interesantes de los cambios que se han producido en las dos últimas décadas en el modo en que concebimos los problemas clínicos. El trabajo de Adrian Wells, ha sido muy innovador, pero también ha visto amplificada su repercusión pues ha coincidido en el tiempo con algunas crisis conceptuales de la Psicología clínica que el autor ha sabido atisbar para construir una aproximación teórica innovadora en la conceptualización y tratamiento de los trastornos mentales. ¿Qué tenemos en nuestras cabezas? Quizás esta es la pregunta fundamental sobre la que ha operado la psicología clínica desde sus orígenes. El objetivo de clínicos e investigadores ha sido desvelar los contenidos de la actividad mental (sueños, fantasías, ideas irracionales, pensamientos negativos, creencias disfuncionales, distorsiones cognitivas…) para intentar enderezarlas, habitualmente con mucho esfuerzo y, en no pocos casos, con una descorazonadora ineficacia. La perspectiva tradicional, común a la mayor parte de las intervenciones clínicas directa o indirectamente “cognitivas”, ha estado centrada en desentrañar y desarmar contenidos mentales negativos. Desde hace unos pocos años, esa vieja perspectiva ha sido retada por una idea que rompe de un modo frontal con esa rutina histórica. ¿Y si lo que importara no es lo que tenemos en la cabeza sino cómo lo tenemos? En otras palabras, más que analizar los 5 contenidos mentales y su desarticulación, quizás deberíamos prestar atención al mismo hecho de que aparezcan esos pensamientos y ocupen espacio psicológico y emocional. Como resumidamente señala Wells en su libro, “estos contenidos no son la causa del trastorno, puesto que la mayoría de las personas albergan este tipo de pensamientos” y no les supone un malestar permanente ni especialmente doloroso. Lo central, según el autor, es que el malestar emocional estable e intenso emana de creencias previas: creencias sobre las mismas creencias negativas y en creencias sobre cómo ha de reaccionarse en respuesta a esos pensamientos. Lo que plantea Wells es que la metacognición es a su vez otro patrón de estructuras y actividad mentales (“pensamiento extendido”, lo ha llamado) que es la causa de los pensamientos negativos y el malestar asociado. En consecuencia, el centro de las intervenciones debería bascular hacia los pensamientos sobre los propios pensamientos: las metacogniciones. Este es el núcleo de la terapia metacognitiva (TMC). Un aspecto interesante de la perspectiva metacognitiva defendida por el autor, es que las metacogniciones no sólo se relacionan con creencias sobre los pensamientos sino también con estrategias de acción. Por ejemplo, si uno cree que los pensamientos son peligrosos en sí mismos es posible que esa creencia esté también articulada, con creencias sobre qué debería resultar más eficaz para controlarlos. De este modo, si uno cree que lo mejor es ocupar la mente para apartar esos pensamientos invasores negativos es posible se empeñe en usar estrategias supresoras que, más que cortocircuitarlos pudiera, en muchas ocasiones, multiplicarlos. Por lo tanto, la idea de metacognición es relativamente amplia en el marco de la TMC de Wells y va algo más allá de la concepción original que tuvo originalmente el término en la psicología cognitiva. Una de las peculiaridades que más aprecio del trabajo de Wells es que es un modelo erigido sobre una actividad clínica experimental en la que el propio autor ha destacado desde hace décadas. No es un modelo que surja sólo de la experiencia clínica, sin duda imprescindible, sino también de un sólido bagaje de la psicología científica experimental. De hecho, las piezas básicas de su modelo de funcionamiento mental y conductual, expuestas con claridad en el presente libro, ya estaban expuestas en su obra de 1994, Attention and Emotion, en donde ya aventuraba que procesos de autofocalización y autorreferencia excesivos podían causar problemas emocionales e incluso bloquear el funcionamiento ejecutivo normal (impidiendo un normal rendimiento cognitivo y atencional). Aunque aún no conocemos bien los entresijos de los sesgos atencionales ni, sobre todo, su relación con otros sesgos importantes (de memoria o de interpretación, fundamentalmente), Wells asienta su edificio conceptual en el papel que supuestamente tiene el sistema atencional para centrarse excesivamente bien en amenazas externas (como ocurre en la ansiedad), como en uno mismo (como ocurre en 6 la depresión). Este sistema, que denomina de un modo quizás no suficientemente descriptivo (pues engloba tanto elementos cognitivos como conductuales y emocionales), Síndrome Cognitivo Atencional (SCA) sería la línea de flotación que está por debajo de la cubierta visible de los pensamientos y creencias. Lo que la TMC plantea es que ese sistema cognitivo-atencional tiene una acción bienintencionada pero paradójica: aumenta y mantiene el sufrimiento a través de un círculo vicioso que es necesario interrumpir. Si se albergan pensamientos negativos, pero se les confiere importancia bien mediante metacreencias positivas (por ejemplo, “es bueno preocuparse”) o negativas (ej.: “es horroroso pensar así”), es posible que esas metacreencias actúen como una lupa psicológica incrementando el foco atencional hacia esos pensamientos y, finalmente, alimentando el combustible de la maquinaria mental para multiplicar aún más esos pensamientos iniciales negativos. La clave de bóveda de la TMC, en consecuencia, no es tanto dirigir la artillería terapéutica hacia los pensamientos negativos sino a los mecanismos (mentales) que los mantienen. Se trata de ir más atrás, por decirlo de alguna manera, en el acto terapéutico. Una de las propuestas más atrevidas de Wells, es que las terapias cognitivas y sus variantes, podrían estar de hecho magnificando la importancia de los pensamientos negativos al estar obligando al paciente a escudriñarlos, analizarlos, y combatirlos. La idea del autor es que quizás la propia maquinaria de análisis alimentada por las terapias cognitivas clásicas pudiera aumentar el autofoco, la rumiación y la idea de que los pensamientos son elementos “reales” que hay que combatir. La idea es interesante (y recuerda a las críticas que en la misma dirección se han hecho históricamente a las prácticas psicoanalíticas), pero es sólo una sugestiva hipótesis que debería ponerse a prueba con estudios comparativos cuidadosos sobre los procesos cognitivos que se activan,o desactivan, en terapias diferentes (algo de lo que sabemos muy poco). Pero, en todo caso, la propuesta de la TMC lanza un reto indudable al olimpo de las terapias que han reinado durante varias décadas y Adrian Wells claramente puja, en este libro y en otras contribuciones, por hacer un hueco a la TMC, quizás a veces extremando las diferencias entre su aportación de la aproximación metacognitiva respecto a las terapias cognitivas más tradicionales. Obviamente, la posición de la TMC enlaza con otras intervenciones existentes que se centran en la redirección de la atención y, en particular con el mindfulness como una práctica particular de meditación orientada al control atencional. De todos modos, es interesante hacer notar que aquí el autor también hace un esfuerzo por no identificarse con las prácticas habituales de mindfulness pues, aparte de los significados ambiguos del término (ej.: estar en el momento presente, o tener una mente de principiante, por señalar 7 algunos de los más conocidos), podrían ser contraproducentes al aumentar el autofoco, o alimentar estrategias malsanas de redirigir la atención. De un modo más restringido, en la TMC mindfulness se refiere a ser consciente de los propios pensamientos y poder distinguir entre el pensamiento en sí y el dolor que produce. De modo que lo que se propone es un entrenamiento atencional transversal para el tratamiento de diferentes problemas mentales para ayudar a los pacientes a distanciarse de los contenidos que ocupan su mente (dettached mindfulness, o mindfulness desapegado como correctamente se traduce en el libro). Se trata de que quienes sufren vean su mente desde fuera, como un campo de operaciones en el que se puede contemplar una batalla en la que uno mismo es, en realidad, una víctima. ¿Es posible la integración de la TMC con otros modelos de terapia? No resulta fácil responder a esta pregunta. Los autores de nuevas propuestas terapéuticas por lo general tratan de maximizar las diferencias con lo que intentan remplazar. El nuevo orden frente al viejo orden. Un cambio en el sistema de creencias. En el caso de la TMC, claramente el formato de las sesiones, y el marco general (ej.: la idea de que los problemas mentales son deudores de procesos cognitivos o de regulación emocional alterados), no se aleja en exceso de su más inmediato alter ego (las terapias cognitivas o cognitivo conductuales). Pero los autores de la TMC, por razones que quizás tienen que ver también con la sociología y el mercado de la ciencia, insisten en remarcar más las diferencias de enfoque o, digamos, epistemológicas, que las similitudes. En cualquier caso, el presente libro es uno de los más estimulantes que se han escrito en los últimos años sobre tratamientos alternativos, basados en estudios empíricos y una buena base teórica anclada en la psicología experimental y cognitiva. Desde el escaso tiempo de su publicación original, en 2009, la TMC ha recibido apoyo adicional, no sólo por los fans de la misma, sino por otros autores, lo que resulta esencial para comprobar la solidez de cualquier nueva propuesta. Asimismo, desde la publicación del libro ha habido desarrollos de la TMC para su uso en otros trastornos (personalidad, psicosis, etc.) y en otras poblaciones (ej.: niños y adolescentes), lo que indica el vigor de esta nueva aproximación. Pero, sin duda hay muchos asuntos pendientes, como demostrar mejor los mecanismos psicológicos que propician el cambio, el mantenimiento de las mejorías en estudios a largo plazo, y la comparación sistemática de la eficacia comparada de la TMC con otras modalidades que han sido sancionadas como eficaces según los criterios al uso. La primera de las tareas pendientes, desentrañar los mecanismos psicológicos que operan, no es sencillo. Mucha de la investigación realizada sobre la TMC se basa exclusivamente sobre cuestionarios que, por cierto, el lector encontrará en una muy útil 8 sección en los anexos finales del libro. Pero, análogamente a lo que ocurre en el mundo de los fenómenos físicos, tal y como indica el principio de indeterminación de Heisenberg, puede que la propia observación modifique en sí mismo el fenómeno observado. En otras palabras, pudiera ser que la medida de la metacognición puede que exija una precisión introspectiva que normalmente no tenemos y un esfuerzo por indagar en nuestros propios procesos mentales que quizás pudiera crear sombras imaginarias. En un formidable artículo de 1977, dos grandes de la psicología, Richard Nisbett y Timothy Wilson, ya nos avisaban de que a veces en la investigación psicológica pedimos a los individuos que “digan más de lo que saben” respecto a sus procesos mentales. En 2015 se publicó un número especial sobre TMC en la revista Cognitive Therapy and Research con aportaciones de una gran diversidad de autores e instituciones. A pesar del tono muy positivo sobre las contribuciones de la TMC, Gerald Matthews, en un comentario final sobre dichas contribuciones, también publicado en ese número especial, hacía un par de observaciones sobre algunos de los retos pendientes de la TMC. En primer lugar, la necesidad de hacer ajustes con una mayor precisión entre el modelo general teórico del síndrome cognitivo-atencional, pues quizás resulta demasiado genérico frente a la cada vez mayor precisión que proviene de los estudios experimentales sobre cognición, emoción y neurociencia. Un segundo reto tendría que ver con la dificultad de estar en condiciones de competir con terapias de referencia, como la terapia cognitivo-conductual, que tiene tantas aplicaciones, seguidores, y tradición. Sin duda, la ambición de la TMC es convertirse no en un complemento de terapias existentes sino una alternativa. La apuesta ha sido lanzada con entusiasmo y con ambición. En cualquier caso, sea cual sea el desenlace de esta batalla, que nos convendría presenciar con una actitud de mindfulness desapegado, es saludable que se tambaleen convicciones e inercias asentadas y, sobre todo, poder ofrecer más opciones de tratamiento eficaces que encajen tanto con las preferencias de quienes proporcionan las terapias como con las de quienes las reciben. 9 Prefacio Las cogniciones son importantes. A estas alturas ya es bien sabido que los pensamientos tienen un fuerte impacto en nuestro bienestar emocional y psicológico. Consideremos ahora lo siguiente: ayer tuvimos miles de pensamientos, algunos de los cuales fueron agradables y otros menos, pero ¿adónde han ido a parar todos esos pensamientos? Los pensamientos aparecen y desaparecen. Una premisa fundamental del enfoque expuesto en este libro es que el trastorno psicológico tiene que ver con el grado en que se reprocesan y extienden algunos pensamientos, mientras que otros simplemente pasan. Este proceso de selección y control de estilos de pensamiento depende de la metacognición. La teoría cognitivo-conductual concede gran importancia al contenido del pensamiento como determinante de la presencia del trastorno. Sin embargo, el modo en que pensamos acerca de un evento, o cómo pensamos en torno a una constelación de conversaciones, de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, tiene un efecto más profundo en este sentido. De hecho, el modo en que respondemos a los pensamientos puede, y así ocurre con frecuencia, abocar al sufrimiento emocional. Durante los últimos 40 años, el modelo cognitivo-conductual ha aportado una sólida comprensión del impacto que tiene la cognición en el bienestar psicológico, llevando al desarrollo de técnicas para tratar la ansiedad, el estado anímico y otros trastornos. Al igual que este modelo, la terapia metacognitiva (TMC) asume que el trastorno psicológico es consecuencia del sesgo del pensamiento; sin embargo, nos ofrece un relato diferente de su naturaleza y sus causas. Los enfoques anteriores decían, de manera un tanto sorprendente, muy poco acerca de la cuestión de qué es lo que da lugar a los patrones de pensamiento poco útiles. No es suficiente atribuir este tipo de patrones a la presencia de creenciassubyacentes sobre el yo y el mundo, como “Soy vulnerable” o “Soy un fracasado”. Una creencia negativa, como “Soy un fracasado”, puede servir para impulsar un conjunto de respuestas, tales como el despliegue de estrategias para llegar a tener éxito, que podrían incluir aprender de los errores, trabajar más, desarrollar nuevas habilidades o descartar la creencia como un simple pensamiento irrelevante. Las creencias negativas no conducen necesariamente a los patrones de pensamiento perturbado y el sufrimiento emocional persistente. La teoría metacognitiva propone que los desarreglos en el pensamiento y la emoción surgen de metacogniciones que están 10 separadas del tipo de pensamientos y creencias enfatizados en la terapia cognitivo- conductual (TCC). Hay algo muy significativo en el patrón de pensamiento que percibimos en el trastorno psicológico, y es que manifiesta una cualidad repetitiva, cíclica y obsesiva que resulta difícil de controlar. Las teorías precedentes han tendido a decir poco o nada de esta cualidad y, en su lugar, han preferido ocuparse del contenido de los pensamientos. Los abordajes del pasado se han centrado en las creencias específicas racionales o los pensamientos automáticos breves y negativos, pero esta es solo una pequeña característica de la cognición que podría tener una importancia limitada. Por ejemplo, la mayoría de los pacientes informan de largas cadenas de actividad cognitiva incontrolable que difícilmente encaja en la descripción de los pensamientos automáticos. Lo que reside en el núcleo del sufrimiento emocional es el control de los procesos mentales y la selección de algunas ideas para pensar en ellas de manera persistente. Así pues, en lugar de identificar los problemas emocionales con los pensamientos automáticos, la TMC sostiene que los estados internos problemáticos están estrechamente relacionados con procesos de preocupación y rumiación y con estrategias infructuosas de control mental. Al principio de mi viaje hacia la TMC, que ha durado más de 20 años, parecía que lo que se requería para avanzar en este campo era dar cuenta de los factores que controlan el pensamiento y que hacen que proliferen y amplíen los pensamientos angustiosos. Creía que eso dependía de ampliar el concepto de metacognición y su evaluación y de utilizarlo para formular el control de la atención y de los procesos mentales en el trastorno psicológico. La metacognición, que se refiere a los factores cognitivos internos que controlan, monitorizan y evalúan el pensamiento, puede subdividirse en el conocimiento metacognitivo (por ejemplo, “Debo preocuparme para afrontar las cosas”), las experiencias (por ejemplo, la sensación de saber) y las estrategias (por ejemplo, modos de controlar los pensamientos y proteger las creencias).* Una idea fundamental es que los factores metacognitivos son cruciales para determinar los estilos de pensamiento poco útiles que encontramos en los trastornos psicológicos y que dan lugar a las emociones negativas persistentes. En su forma “dura”, la teoría metacognitiva sugiere que las creencias o esquemas irracionales –o al menos, su persistencia e influencia– enfatizada por Albert Ellis y Aaron T. Beck en sus respectivas teorías cognitivas, son producto de las metacogniciones. Las metacogniciones dirigen la atención, determinan el estilo de pensamiento y condicionan las respuestas de afrontamiento de un modo repetitivo que da lugar a un conocimiento disfuncional. Esta es una visión dinámica de las creencias en tanto que 11 generadas por metacogniciones más estables, la cual implica que son las metacogniciones, y no sus consecuencias, las que deben ser modificadas por el tratamiento. En su forma “blanda”, la teoría sugiere que las creencias metacognitivas existen junto con otras creencias almacenadas respecto del yo y el mundo, pero como entidades separadas que son responsables de controlar la cognición y utilizar otras creencias y conocimientos más generales. De este modo, si bien el tratamiento retiene el componente tradicional de desafiar las creencias, también aborda las metacogniciones que coexisten con aquellas. Tanto en su modalidad dura como blanda, el enfoque metacognitivo tiene profundas implicaciones para el tratamiento, promoviendo estrategias que permiten a los pacientes desarrollar una nueva relación con sus pensamientos y creencias. Así pues, en lugar de cuestionar la validez de los pensamientos y creencias, como ocurre en la TCC tradicional, el terapeuta intenta modificar las metacogniciones que dan lugar a estilos inadaptados de pensamiento negativo, repetitivo y difícil de controlar. Por ejemplo, el enfoque metacognitivo para tratar el trauma asume que las creencias metacognitivas y las estrategias de control que impiden la autorregulación interna son el motivo por el cual los síntomas no remiten de manera natural. La tendencia a la preocupación o la rumiación, a centrar la atención en la amenaza y afrontarla evitando determinados pensamientos, interfiere con el proceso de adaptación normal y aboca al pensamiento sostenido sobre el peligro y la persistencia de los síntomas. De ello se deduce que el tratamiento debe centrarse en eliminar la preocupación y la rumiación, abandonar las estrategias atencionales de monitorización de amenazas y ayudar a los individuos a experimentar los pensamientos intrusivos sin evitarlos o reaccionar a ellos con intentos de supresión inútil, o con estrategias de pensamiento rumiativo o prolongado. Este tipo de tratamiento difiere de la TCC estándar en que no implica desafiar los pensamientos o creencias acerca del trauma, ni la exposición prolongada y repetida a los recuerdos traumáticos, puesto que se relaciona con los pensamientos de manera diferente, suprimiendo la resistencia o el análisis conceptual elaborado y suspendiendo los estilos de pensamiento inadaptados de preocupación, rumiación y monitorización inflexible de las amenazas. Aunque, en la TMC, las creencias también se ven desafiadas, el foco recae en las creencias que alberga la persona sobre la misma cognición. En el tratamiento de la depresión, la TMC se centra en el proceso de rumiación y no en el contenido de una serie de pensamientos automáticos negativos. El tratamiento se centra en la técnica de entrenamiento en la atención para tratar de interrumpir los estilos 12 repetitivos de pensamiento negativo y recuperar el control flexible sobre los estilos de pensamiento. Esto se combina con el desafío de las creencias metacognitivas negativas acerca de la incontrolabilidad del pensamiento depresivo, así como el desafío de las creencias positivas acerca de la necesidad de la rumiación como medio de afrontar y encontrar respuestas a los problemas de la depresión o tristeza. Es inevitable que cada persona que se acerque a este libro tenga sus propios objetivos al leerlo y su propio estilo de procesar el material en él contenido. Este libro es un manual de tratamiento detallado y contiene técnicas terapéuticas fundamentadas teóricamente. El lector encontrará en él cronogramas de entrevistas para desarrollar formulaciones de caso, planes de tratamiento y mediciones para ayudar a la evaluación. Dado que muchas de las ideas expuestas serán nuevas, es probable que requieran experiencia en su aplicación para apreciar plenamente la naturaleza de la TMC. He tratado de omitir la mayor cantidad posible de terminología técnica, espero que sin perder la integridad científica y conceptual del enfoque TMC. 13 Adenda a la presente edición Desde la primera impresión de este libro, la investigación en terapia metacognitiva no ha dejado de efectuar descubrimientos importantes. Así, por ejemplo, las creencias metacognitivas referentes a la memoria se asocian ahora con los síntomas traumáticos de manera más poderosa que las características de la memoria (Bennett y Wells, 2010). Los resultados positivos de la TCC para el trastorno obsesivo-compulsivo y la adicción al alcohol están asociados con las creencias metacognitivas (Solem, Haland, Vogel,Hansen y Wells, 2009; Spada, Caselli y Wells, 2009). El mecanismo del cambio en la psicoterapia, con independencia de la modalidad utilizada, también puede depender de factores metacognitivos. Además, las aplicaciones del modelo metacognitivo se están ex- tendiendo a áreas como el síndrome de fatiga crónica y de salud y susceptibilidad emocional al estrés vital (Maher-Edwards, Fernie, Murphy, Wells y Spada, en prensa; Yilmaz, Gencoz y Wells, en prensa). Se han publicado ensayos que demuestran la posible superioridad de la TMC sobre otros tratamientos (Wells et al., 2010; Nordahl, 2009), con varios ensayos controlados a gran escala en curso. Mi esperanza es que este libro siga estimulando investigaciones de este tipo, ya que aspiramos a una mejor comprensión de las causas del sufrimiento mental y su tratamiento. 14 Referencias bibliográficas de la adenda Bennett, H. y Wells, A. (2010). “Metacognition, memory disorganization, and rumination in posttraumatic stress symptoms”, Journal of Anxiety Disorders, 24, págs. 318-325. Maher-Edwards, L., Fernie, B.A., Murphy, G., Wells, A. y Spada, M.M. (en prensa). “Metacognitions and negative emotions as predictors of symptom severity in chronic fatigue syndrome”, Journal of Psychosomatic Research. Nordahl, H.M. (2009). “Effectiveness of brief metacognitive therapy versus cognitive- behavioral therapy in a general outpatient setting”, International Journal of Cognitive Therapy, 2, págs. 152-159. Solem, S., Haland, A.T., Vogel, P.A., Hansen, B. y Wells, A. (2009). “Change in metacognitions predicts outcome in obsessive-compulsive disorder patients undergoing treatment with exposure and response prevention”, Behaviour Research and Therapy, 47, págs. 310-317. Spada, M.M., Caselli, G. y Wells, A. (2009). “Metacognitions as a predictor of drinking status and level of alcohol consumption following TCC in problem drinkers: A prospective study”, Behaviour Research and Therapy, 47, págs. 882-886. Wells, A., Welford, M., King, P., Papageorgiou, C., Wisely, J. y Mendel, E. (2010). “A pilot randomized trial of metacognitive therapy versus applied relaxation in the treatment of adults with generalized anxiety disorder”, Behaviour Research and Therapy, 48, págs. 429-434. Yilmaz, A.E., Gencoz, T. y Wells, A. (en prensa). “The temporal precedence of metacognition in the development of anxiety and depression symptoms in the context of life-stress: A prospective study”, Journal of Anxiety Disorders. * Quisiera señalar que existen cuestiones importantes de la arquitectura cognitiva, los efectos relativos de los niveles de control atencional y cuestiones referentes a los recursos cognitivos, que si bien la teoría tiene en cuenta, se abordan en otros trabajos (Wells y Matthews, 1994, 1996). El modelo metacognitivo hace suya la investigación y la teoría en estas importantes áreas y ofrece una explicación de los efectos del sesgo y la atención en el desempeño de diferentes tareas. No obstante, esto es de interés periférico para la mayoría de los profesionales de la TMC y, en consecuencia, no se considera en detalle en este libro. 15 Agradecimientos El viaje que culmina con el trabajo presentado en este libro empezó hace más de 20 años. He trabajado con mucha gente durante ese periodo, tanto colegas como estudiantes. Mi tesis doctoral abordó el tema de los procesos de autoatención en la ansiedad. Mi supervisor fue el doctor Roy Davies, mi mentor y una influencia decisiva. Posteriormente tuve la fortuna de verme acompañado por Gerald Matthews como coautor del libro Attention and Emotion: A Clinical Perspective, que proporcionó la base teórica inicial de la TMC. También trabajé con Aaron T. Beck en Filadelfia, donde recibí entrenamiento en terapia cognitiva. En los primeros años, hasta mediados de la década de los 90, colaboré con David M. Clark y otros colegas de Oxford, donde desarrollamos un modelo cognitivo y un tratamiento para la fobia social basado en mi anterior trabajo sobre la metacognición. En ese momento estaba llevando a cabo al unísono tanto la terapia cognitiva como la TMC. Esto es evidente en mi libro Cognitive Therapy of Anxiety Disorders: A Practice Manual and Conceptual Guide. Después de trasladarme a la Universidad de Manchester continué desarrollando y evaluando la TMC y publiqué mi primer libro dedicado por completo a la TMC, Emotional Disorders and Metacognition: Innovative Cognitive Therapy, si bien no tuve el valor suficiente para omitir completamente desde el principio la etiqueta de “terapia cognitiva” en el título de esa obra, ya que la TMC estaba demostrando ser controvertida. Sin embargo, hay muchos colegas involucrados en la TMC hoy en día. Estoy particularmente agradecido a mis colegas académicos en Trondheim –Hans Nordahl, Tore Stiles y Patrick Vogel–, quienes están llevando a cabo investigaciones sobre la TMC. También estoy agradecido a Chris Brewin por nuestras recientes colaboraciones en un proyecto financiado por el Medical Research Council, relacionado con la aplicación de la TMC a la depresión. Uno de mis estudiantes de doctorado, Costas Papageorgiou, ha colaborado conmigo desde hace mucho tiempo; nuestro trabajo sobre la depresión puede encontrarse en el libro publicado con el título Depressive Rumination: Nature, Theory and Treatment. Por su parte, mi secretaria, Joyce Russell, ha sido un gran apoyo en todo momento. Sundeep Sembi ha estado involucrado en la evaluación temprana de la TMC para el trastorno de 16 estrés postraumático, Peter Fisher se ha dedicado a la evaluación temprana de la TMC para el trastorno obsesivo-compulsivo, mientras que Marcantonio Spada ha trabajado en el campo de las adicciones. Karin Carter desempeñó un papel importante en el trabajo temprano sobre el entrenamiento en la atención y la investigación sobre el TAG [trastorno de ansiedad generalizada] y formuló sugerencias útiles sobre cómo mejorar el manuscrito. Estoy sumamente agradecido a cada una de estas personas y a las muchas otras con las que he trabajado a lo largo de estos años. 17 Teoría y naturaleza de la terapia metacognitiva Los pensamientos no son lo importante; lo que importa es cómo nos relacionamos con ellos. Si bien todos tenemos pensamientos negativos –y, a veces, creemos en ellos– no todas las personas desarrollan ansiedad, depresión o sufrimiento emocional permanente. Por eso, la pregunta importante en este sentido es la siguiente: ¿qué es lo que controla nuestros pensamientos y determina si podremos desecharlos, o nos sumiremos, por el contrario, en un distrés más profundo y prolongado? Este libro aporta una respuesta a esta pregunta, proponiendo que son las metacogniciones las responsables del control sano o insano de la mente. Además, está basado en el principio de que no es solo qué pensamos, sino cómo pensamos, lo que determina nuestras emociones y el control que tenemos de ellas. El pensamiento puede compararse a la actividad de una gran orquesta en la que intervienen muchos músicos e instrumentos. Para dar lugar a una interpretación aceptable debe haber una partitura y un director de orquesta. La metacognición es la partitura y el director que hay detrás del pensamiento. La metacognición es la cognición aplicada a la misma cognición y, de ese modo, monitoriza, controla y evalúa los productos y el proceso de nuestra conciencia. El malestar emocional es, para la mayoría de nosotros, algo transitorio porque aprendemos maneras de abordar con flexibilidad las ideas negativas (es decir, los pensamientos y creencias) que elabora nuestra mente. El enfoque metacognitivo se basa en la hipótesis de que las personas permanecen atrapadas en los trastornos emocionales debido a que sus metacogniciones dan lugar a patrones particulares de respuesta ante las experiencias internas que sustentan la emoción y fortalecen las ideas negativas. Este tipo de patrones recibe el nombre de síndrome cognitivo atencional (SCA), el cual está compuesto de preocupación, rumiación, atención obsesiva y estrategias de autorregulación o conductasde afrontamiento poco útiles. Un indicio de este patrón tóxico puede apreciarse en la respuesta de una paciente reciente. Le pregunté a esta persona: “¿Cuál es la principal cosa que ha aprendido durante la terapia metacognitiva para su depresión?”. Y ella respondió: “El auténtico problema no es que tenga pensamientos negativos sobre mí misma, sino cómo reacciono a ellos. He aprendido que estaba echando leña al fuego. No había percibido ese proceso 18 antes”. Esta paciente descubrió que sus respuestas a los pensamientos negativos se habían convertido en un estilo inadvertido de pensamiento poco útil que reforzaba la percepción negativa que tenía de sí misma. Más adelante, en este mismo capítulo, volveremos a la naturaleza de este proceso. La terapia metacognitiva (TMC) se basa en el principio de que la metacognición es de vital importancia para comprender de qué modo funciona la cognición y cómo genera las experiencias conscientes que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La metacognición modela aquello a lo que prestamos atención y los factores que penetran en nuestra conciencia. También condiciona nuestras apreciaciones e influye en el tipo de estrategias que utilizamos para regular nuestros pensamientos y sentimientos. La hipótesis expuesta e ilustrada a lo largo del presente libro propone que la metacognición constituye una influencia crucial en lo que creemos y pensamos, aportando la base de nuestras experiencias emocionales y conscientes, tanto normales como anormales. Una premisa básica de la terapia cognitivo-conductual tradicional (TCC), como la teoría de los esquemas de Beck (por ejemplo, Beck, 1967, 1976) y la terapia racional emotiva conductual de Ellis (TREC; Ellis, 1962; Ellis y Harper, 1961) es que son las perturbaciones o sesgos en el pensamiento las que causan los trastornos psicológicos. Ambos enfoques otorgan un papel crucial a las creencias disfuncionales. La TMC está de acuerdo con esta visión como principio general, considerándola una modalidad de terapia cognitiva. En lo que difiere de los enfoques anteriores es en identificar como causa del trastorno un estilo particular de pensamiento y determinados tipos de creencias, algo que no subrayan las otras teorías. Sin embargo, el estilo de pensamiento enfatizado no tiene que ver con distorsiones cognitivas, tales como los estándares absolutos o el pensamiento en términos de blanco o negro. El estilo que más interesa a la TMC es el SCA, el cual se caracteriza por entregarse de manera exagerada a la cavilación y el pensamiento verbal persistente en forma de preocupación y rumiación. Esto se ve acompañado de un sesgo atencional específico en el que la atención se centra en la amenaza. Las creencias importantes para la TMC no son, como ocurre en la TCC y la TREC, las cogniciones ordinarias concernientes al mundo y al yo social y físico, sino las creencias relativas al mismo pensamiento (creencias metacognitivas). El abordaje tradicional de la TCC al trastorno psicológico sostiene que no son los eventos en sí los que causan los problemas psicológicos, sino la forma en que se interpretan dichos eventos. La TCC se centra en los significados que las personas atribuyen a sus experiencias, asumiendo que el problema radica en las visiones erróneas y distorsionadas acerca del yo y el mundo. En consecuencia, trata de cambiar el 19 contenido de estos pensamientos y la creencia en la validez de dichos contenidos. En cambio, la TMC se ocupa del modo en que piensan las personas y asume que el problema reside en los estilos inflexibles y recurrentes de pensamiento en respuesta a los pensamientos, sentimientos y creencias negativas, centrándose en eliminar los estilos inútiles de procesamiento y proponiendo que cualquier desafío a los temas cognitivos (contenidos) ocurre exclusivamente en el nivel metacognitivo. Por ejemplo, si consideramos el caso de un paciente deprimido que cree que es un inútil, el terapeuta de la TCC abordará el problema preguntándole: “¿Qué pruebas tiene de ello?”. En cambio, el terapeuta de la TMC preguntará: “¿Qué sentido tiene que usted se valore de ese modo?”. Tanto el enfoque de la TCC como el de la TMC consideran que es el contenido de las creencias y los pensamientos el que determina el tipo de trastorno experimentado. Los pensamientos acerca del peligro generan ansiedad, mientras que los pensamientos relativos a la pérdida y la devaluación de uno mismo dan lugar a la tristeza. Sin embargo, la TMC postula que estos contenidos no son la causa del trastorno, puesto que la mayoría de las personas albergan este tipo de pensamientos, siendo la emoción también algo transitorio en la mayoría de los casos. El problema del trastorno emocional es que el sujeto permanece bloqueado en un estado de distrés crónico o recurrente. El trastorno emocional es causado por las metacogniciones que dan lugar a estilos de pensamiento que confinan al individuo en estados prolongados y periódicos de procesamiento negativo autorrelevante. En esencia, la TMC se centra en los factores que abocan a un tipo de pensamiento sostenido y de afrontamiento mal dirigido. La TCC sostiene que las interpretaciones erróneas de los eventos que causan el trastorno psicológico dimanan de las creencias, si bien dichas creencias residen en el dominio cognitivo ordinario. Son creencias tales como “El mundo es peligroso” y “Soy inadecuado”. Por su parte, para la TMC, estas creencias son el producto de metacogniciones que dan lugar a patrones de atención y pensamiento que, de manera repetida, generan ese tipo de ideas o se aferran a ellas. La implicación es que el tratamiento debe tratar de modificar la metacognición y los patrones de pensamiento porque estos son la causa de las creencias negativas persistentes o “cogniciones ordinarias”. Así pues, el practicante de la TMC no ve las creencias o esquemas de la TCC como entidades persistentes que deban ser eliminadas, sino como el producto de los procesos de pensamiento. De la presentación anterior se desprende claramente que la TMC establece una distinción importante entre la cognición y la metacognición, centrando el trabajo terapéutico sobre todo en este último ámbito. Las terapias cognitivas anteriores no 20 establecen una distinción clara entre cognición y metacognición. Esto se ejemplifica en el siguiente fragmento, tomado de los influyentes escritos de Beck: “Al entrevistar a esta madre deprimida, descubrí que su pensamiento estaba controlado por ideas erróneas sobre sí misma y su mundo. A pesar de la evidencia en sentido contrario, ella creía que había fracasado como madre” (Beck, 1976, pág. 16). En este caso, resulta evidente que el pensamiento depresivo se atribuye a la presencia de creencias negativas acerca de haber “fracasado”. Beck asume, por tanto, que el pensamiento de la paciente está controlado por sus ideas erróneas acerca del fracaso. Sin embargo, de ello no se sigue necesariamente que la creencia de que uno ha fracasado terminará asumiendo el control de nuestros pensamientos. Si tenemos en cuenta a todos los individuos que en algún momento creen eso, ¿podemos concluir que todos ellos terminarán deprimiéndose? Según la teoría cognitiva, la respuesta debería ser afirmativa, aunque es muy poco probable que esto responda a la realidad. La TMC percibe esta situación de manera distinta porque, si bien asume que la mayoría de los individuos tienen pensamientos o creencias acerca del fracaso, cada individuo responde a estos pensamientos de diferentes maneras dependiendo de sus metacogniciones. Así pues, no son las cogniciones ordinarias las que controlan el pensamiento subsecuente, sino el conocimiento y las creencias metacognitivas. Veamos esto con más detalle. En algún momento de su vida, la mayoría de las personas creerán que han “fracasado” pero, en algunas, esta creencia se verá reemplazada por el esfuerzo renovado de tener éxito, mientras que en otros casos será seguida por cadenas de pensamientos negativos que les llevarán a obsesionarse con sus defectos y debilidadespersonales. Así pues, lo que se requiere es un mecanismo que explique la existencia de estas diferencias en los patrones de respuesta cognitiva y emocional. Mi propuesta es que este mecanismo es la metacognición, es decir, la faceta de la cognición que controla el modo en que la persona piensa y actúa en respuesta a un determinado pensamiento, creencia o sentimiento. En el caso de la madre deprimida, descrito por Beck, podemos suponer que su pensamiento está controlado por creencias metacognitivas, quizá parecidas a lo siguiente: “Si recapacito en mis errores y analizo por qué ocurrieron, seré una mejor madre”. Por desgracia, es poco probable que el proceso de reflexión resultante de esta creencia metacognitiva conduzca a una respuesta satisfactoria, con lo que la paciente persistirá en pensar que ha fracasado. En el resto de este capítulo, describiré con mayor profundidad los principios básicos de la teoría y el tratamiento de la TMC. Una implicación básica de la metacognición como eje conductor del trastorno psicológico es que el tratamiento no debe invertir esfuerzos 21 en interrogar y comprobar la realidad de los pensamientos y creencias individuales de la persona, sino centrarse en cambiar cómo responde a esas ideas. El foco de la intervención se desplaza, pues, hacia los procesos cognitivos y las metacogniciones que los originan, alejándose de la evaluación de las pruebas a favor o en contra de los productos cognitivos (como, por ejemplo, “Soy un fracasado”). La única excepción a este respecto ocurre cuando los productos mismos son metacogniciones, como en el caso de la preocupación acerca de la preocupación (por ejemplo, “Preocuparme me hará daño”). Hasta ahora, en este capítulo, hemos elaborado la argumentación que sustenta la metacognición, en las páginas siguientes exploraremos este constructo con mayor detalle, antes de presentar completamente el modelo metacognitivo del trastorno. 22 La naturaleza de la metacognición El estudio de la metacognición emergió en el área de la psicología del desarrollo y, posteriormente, en la psicología de la memoria, el envejecimiento y la neuropsicología (Brown, 1978; Flavell, 1979; Metcalfe y Shimamura, 1994). Solo en época reciente se ha postulado que la metacognición es la base fundamental de la mayoría o la totalidad de los trastornos psicológicos (Wells y Matthews, 1994; Wells, 1995, 2000). La metacognición se refiere una gama de factores interrelacionados que componen cualquier conocimiento o proceso cognitivo, en el que esté implicada la interpretación, la monitorización o el control de la cognición, y que podemos subdividir de manera útil en conocimientos, experiencias y estrategias (por ejemplo, Flavell, 1979; Nelson, Stuart, Howard y Crawley, 1999; Wells, 1995). Conocimiento y creencias El “conocimiento metacognitivo” se refiere a las creencias y teorías que las personas tienen acerca de sus propios pensamientos y está formado por las creencias que albergan sobre ciertos tipos de pensamientos, así como las creencias referentes a la eficacia de la memoria o el poder de concentración. En este sentido, hay individuos que creen que algunos pensamientos son perjudiciales. La persona religiosa, por ejemplo, puede creer que experimentar ciertos pensamientos es pecaminoso y merecedor de castigo. Estos son ejemplos de creencias metacognitivas relacionadas con la importancia de los pensamientos. El hecho de sustentar este tipo de creencias tiene implicaciones en el modo en que la persona responde a sus pensamientos y los organiza. Según la teoría metacognitiva del trastorno psicológico, existen dos tipos de conocimiento metacognitivo (Wells y Matthews, 1994; Wells, 2000): (1) creencias explícitas (declarativas) y (2) creencias implícitas (procedimentales). El conocimiento explícito puede ser expresado de modo verbal. Los ejemplos incluyen “La preocupación puede causar un ataque al corazón”, “Tener malos pensamientos significa que tengo algún defecto mental” y “Si me concentro en el peligro, evitaré el daño”. En cambio, el conocimiento implícito no es directamente accesible verbalmente. Podemos concebirlo como un conjunto de reglas o programas que dirigen el pensamiento, tales como los factores que controlan la distribución de la atención, la búsqueda en la memoria y el uso de la heurística para formular juicios. El plan o programa de tratamiento puede inferirse indirectamente de estrategias de evaluación como el perfil metacognitivo (Wells y Matthews, 1994). El conocimiento implícito o 23 procedimental se refiere, pues, a las “habilidades de pensamiento” que tienen los individuos. Además de estos dos tipos de conocimiento metacognitivo, existen dos dominios de amplio contenido en la TMC. Los trastornos individuales muestran alguna especificidad de contenido dentro de estos dominios. Estos dominios son las creencias metacognitivas positivas y las negativas. Las creencias metacognitivas positivas se refieren a los beneficios o ventajas derivadas de poner en práctica las actividades cognitivas que constituyen el SCA. Ejemplos de creencias metacognitivas positivas son “Es útil centrar la atención en las amenazas” y “Preocuparme por el futuro significa que puedo evitar el peligro”. Las creencias metacognitivas negativas, en cambio, son creencias que conciernen a la incontrolabilidad, significado, importancia y peligrosidad de los pensamientos y las experiencias cognitivas. Ejemplos de tales creencias incluyen “No controlo mis pensamientos”, “La preocupación podría dañar mi mente”, “Si tengo pensamientos violentos me obligarán a actuar contra mi voluntad” y “Ser incapaz de recordar los nombres es síntoma de un tumor cerebral”. Según la TMC, las creencias metacognitivas son una influencia clave en el modo en que los individuos responden a los pensamientos, creencias, síntomas y emociones negativas. Son la fuerza impulsora que hay detrás del estilo de pensamiento tóxico y que aboca al sufrimiento emocional persistente. Experiencias Las experiencias metacognitivas se refieren a los sentimientos y evaluaciones situacionales que los individuos tienen de su estado mental. Por ejemplo, las interpretaciones negativas que los pacientes obsesivos hacen de sus pensamientos intrusivos son experiencias metacognitivas. La preocupación por la preocupación, que es una característica de la ansiedad generalizada, es un ejemplo de experiencia metacognitiva. Otro ejemplo es la mala interpretación de los eventos cognitivos que efectúan los pacientes con trastorno de pánico, cuando creen que están a punto de enloquecer o de perder el control de sus actos. Las experiencias también incluyen a las sensaciones subjetivas. Un estado de sensación metacognitiva muy normal y familiar es el efecto de tener algo en la punta de la lengua, en el que el sujeto siente poderosamente que posee un elemento de información almacenado en la memoria, si bien no resulta accesible en ese momento. Hay experiencias similares como la “sensación de saber” y los juicios de aprendizaje, que han sido examinados en trabajos experimentales sobre los juicios y la meta-memoria 24 (por ejemplo, Nelson, Gerler y Narens, 1984; Nelson y Dunlosky, 1991). Estas experiencias subjetivas influyen en comportamientos tales como el esfuerzo de recuperación y las estrategias de aprendizaje. Según la TMC, las evaluaciones negativas de los sentimientos y pensamientos contribuyen a la percepción de la amenaza y motivan los intentos de controlar el pensamiento. Aunque puedan utilizarse la información derivada de los estados subjetivos de los sentimientos y las evaluaciones de la cognición para influir en los juicios referentes a la amenaza y el afrontamiento, estas experiencias no suelen ser adecuadas para este propósito. Por ejemplo, un hombre que padecía pensamientos obsesivos de que podía haber cometido un asesinato trataba de completar sus recuerdos referentes a un determinado periodo para decidir si había cometido o no el asesinato e interpretaba cualquier laguna en su memoria como un posiblemomento durante el cual pudo haber cometido el acto. En este caso, sus estrategias y apreciaciones del estado de su memoria (meta-experiencias) eran inútiles y solo contribuían a alimentar su ansiedad. Estrategias Las estrategias metacognitivas son las respuestas que se llevan a cabo para controlar y alterar el pensamiento en aras de la autorregulación emocional y cognitiva. Las estrategias seleccionadas pueden intensificar, suprimir o cambiar la naturaleza de las actividades cognitivas. El objetivo de algunas de ellas es reducir los pensamientos o emociones negativas, alterando determinados aspectos de la cognición. Por ejemplo, un individuo puede enfocar su atención en la amenaza en un intento de estar preparado, o bien puede tratar de suprimir pensamientos distresantes, utilizar el pensamiento positivo o distraerse de la emoción. En los trastornos psicológicos, la experiencia subjetiva que tiene el paciente es que está fuera de control. Las estrategias aplicadas en este caso suelen consistir en tratar de controlar la naturaleza del pensamiento. Estos intentos, que tienden a ser contraproducentes a largo plazo, incluyen tentativas de suprimir ciertos pensamientos, analizar las experiencias para encontrar respuestas, o tratar de predecir lo que podría suceder en el futuro para evitar problemas. En los trastornos de ansiedad, los individuos a menudo interpretan negativamente la presencia de determinados pensamientos, y sus estrategias suelen implicar intentos de suprimirlos. Por su parte, en trastornos como la hipocondría y la ansiedad generalizada, una posible estrategia consiste en centrarse en estímulos negativos concretos y preocuparse por ellos. Por ejemplo, un paciente hipocondríaco explicó de qué modo analizaba las posibles causas dañinas de su debilidad muscular para asegurarse de no omitir nada que pudiera ser importante. El problema con esta estrategia, como con la mayoría de las estrategias utilizadas por 25 nuestros pacientes, es que contribuía a alimentar su sensación de amenaza. En otro caso, una mujer deprimida que recibía TMC describió que afrontaba sus sentimientos de tristeza, insistiendo (rumiando) en sus insuficiencias y errores. Su objetivo era llegar a sentirse peor para “obligarse a salir de la situación”. Es obvio que estas estrategias dependen del conocimiento metacognitivo y de los modelos internos que tienen los individuos sobre el modo en que funcionan su cognición y sus emociones. En el trastorno psicológico, el conocimiento metacognitivo (creencias), las experiencias y las estrategias son interdependientes y funcionan conjuntamente. La teoría metacognitiva del trastorno psicológico considera que la inadaptación del conocimiento, las experiencias y las estrategias se combinan para dar lugar a un patrón de pensamiento estéril que conduce a la perturbación psicológica. Sin embargo, antes de describir en detalle dicho patrón, me gustaría centrar la atención en un aspecto de las experiencias metacognitivas que desempeña un importante papel en la TMC. El hecho de que los seres humanos tengamos la capacidad de participar en la cognición ordinaria y también de pensar en el pensamiento significa que existen dos maneras de experimentar los pensamientos, a las que en el pasado he llamado “modos” (Wells, 2000). 26 Dos formas de experimentar: modos Lo más habitual no es experimentar los pensamientos o creencias como si fuesen eventos mentales, sino que solemos considerarlos objetos y los experimentamos directamente como si fuesen percepciones, de la misma manera que una persona experimenta el tictac de un reloj o la visión de los copos de nieve cayendo sobre los tejados. Sin embargo, las cogniciones pueden ser experimentadas de una manera diferente, es decir, como pensamientos o sentimientos, y no como si fuesen el mundo real. No solemos ver nuestros pensamientos o creencias como eventos internos, sino que los fusionamos con la realidad. Es como si viésemos a través de ellos el mundo exterior y a nosotros mismos y, de ese modo, actúan como un filtro que colorea el modelo que tenemos de todas las cosas. No percibimos nuestros pensamientos como representaciones o construcciones internas que son independientes del yo o del mundo real. He denominado a este tipo habitual de experimentación modo objeto, y en él los pensamientos o creencias no se distinguen de las experiencias directas del yo o del mundo. Por lo general, experimentamos una conciencia indiferenciada, sin establecer distinción alguna entre eventos internos y acontecimientos externos, así como entre pensamientos y percepciones. El modo objeto puede ser contrastado con el modo metacognitivo de la experiencia, en el cual observamos de manera consciente los pensamientos como eventos separados del yo y del mundo. Estos eventos son simplemente una forma de representación que posee un grado variable de exactitud. En dicho modo, la relación que el individuo establece con los pensamientos es la de tomar una cierta distancia y observarlos como parte del panorama multifacético y más amplio de la experiencia consciente. No obstante, el modo metacognitivo no equivale a identificar y desafiar los pensamientos negativos, tal como ocurre en la TCC. Si bien, en la TCC, el terapeuta desafía la creencia que tiene el paciente en el grado de exactitud de un pensamiento, es muy posible que ese desafío no cambie la forma en que experimenta el pensamiento. Cambiar al modo metacognitivo de experiencia requiere práctica, ya que supone la capacidad de relacionarse con las experiencias internas de manera alternativa, con independencia de la exactitud de los pensamientos. Esta habilidad se adquiere a través de la práctica. Al aproximarnos al modo metacognitivo y experimentarlo se fortalecen y desarrollan los mecanismos y procesos metacognitivos imprescindibles para sustentar este tipo de procesamiento. Dicho con otras palabras, gracias a la experimentación del modo metacognitivo, el individuo empieza a desarrollar y fortalecer el programa 27 metacognitivo integrado que posibilita esta actividad (es decir, el conocimiento procedimental). Dentro del modo metacognitivo, otro tipo de experiencia es posible y deseable en la terapia metacognitiva. Nos referimos a la experiencia del mindfulness desapegado (MD; Wells y Matthews, 1994). En este contexto, el término “mindfulness” se refiere a la conciencia objetiva de un determinado pensamiento o creencia, mientras que el término “desapegado” se relaciona con dos factores: (1) el distanciamiento de cualquier actividad conceptual, o basada en el afrontamiento, como respuesta al pensamiento y (2) la separación entre la experiencia consciente y el yo que tiene el pensamiento. Este último factor consiste en que el individuo cobra conciencia de ser quien percibe el pensamiento y de estar separado de él. Por tanto, una creencia o un pensamiento negativo pueden ser ubicados fuera de los límites del yo y separados del modelo de uno mismo, en cuyo caso se tornan irrelevantes para la autorregulación, puesto que la persona ya no define el yo o interpreta su mundo con referencia a ellos. 28 El modelo metacognitivo del trastorno psicológico Una vez introducidos algunos de los conceptos más importantes del modelo metacognitivo del trastorno psicológico, pasaré ahora a describir el modelo con mayor detalle. El modelo básico se denomina modelo de función ejecutiva autorreguladora (S- REF) (Wells y Matthews, 1994, 1996; Wells, 2000), así llamado porque da cuenta de los factores cognitivos y metacognitivos implicados en el mantenimiento o el control vertical del trastorno emocional. En la Figura 1.1 se muestra una representación esquemática del modelo con sus componentes meta-nivel puestos de manifiesto. En este modelo, los procesos cognitivos se extienden a través de tres niveles de interacción que incluyen el procesamiento automático y reflexivo (procesamiento de bajo nivel), el procesamiento consciente en línea de pensamientos y conductas (denominado estilo cognitivo) y una biblioteca de conocimientoso creencias de naturaleza metacognitiva almacenados en la memoria a largo plazo. En la Figura 1.1, el meta-sistema se diferencia del resto del sistema cognitivo ordinario, pero al igual que otros sistemas se distribuye a través de diferentes niveles de procesamiento. Dicho meta-sistema contiene un modelo o una representación de este procesamiento cognitivo ordinario y lo dirige a alcanzar el objetivo del plan activado. 29 Figura 1.1. El modelo S-REF del trastorno psicológico con las metacogniciones puestas de manifiesto. Extraído de Wells y Mathews (1994) Uno de los principios básicos de la TMC es que el trastorno psicológico está relacionado con la activación de un estilo concreto de pensamiento tóxico denominado SCA. Para la mayoría de las personas, los periodos de evaluación y emoción negativa (por ejemplo, tristeza, ansiedad, ira, falta de valor) tienen un carácter aislado y transitorio. Sin embargo, los efectos del SCA atrapan a algunas personas en perturbaciones prolongadas o repetitivas de este tipo. 30 El SCA está constituido por un estilo de pensamiento perseverativo que asume la forma de la preocupación o rumiación, el enfoque de la atención en la amenaza y los comportamientos de afrontamiento poco útiles y destinados al fracaso (por ejemplo, supresión del pensamiento, evitación, uso de sustancias). Este estilo tiene una serie de consecuencias que abocan al mantenimiento de las emociones y al fortalecimiento de las ideas negativas. En términos generales, el SCA alimenta la sensación de amenaza que experimenta el individuo. Un ejemplo de los efectos del SCA puede observarse en el desarrollo del trastorno de pánico. Los ataques de pánico espontáneos son muy comunes y suceden a muchas personas en algún momento de su vida. Sin embargo, la preocupación por ataques posteriores (que es una parte del SCA) prolonga la ansiedad, mientras que la monitorización de las sensaciones corporales (otra faceta del SCA) aumenta las condiciones desencadenantes (intrusión de sensaciones corporales) para que ocurran ataques posteriores. En consecuencia, es más probable que el individuo propenso a activar este patrón de respuesta cognitivo-atencional muestre una persistencia del arousal de la ansiedad y desarrolle repetidos ataques de pánico. Este patrón apoyará a su vez el desarrollo de las creencias sobre las consecuencias incontrolables y dañinas de la ansiedad. Aunque el SCA emerge a partir del conocimiento y las creencias, estas no pertenecen al dominio cognitivo ordinario de las creencias referentes al yo y el mundo, sino que son de naturaleza metacognitiva. Dos tipos de creencias son importantes en este sentido: (1) las creencias positivas sobre la necesidad de implicarse en aspectos del SCA (por ejemplo, “Si me preocupo por mis síntomas, no pasaré por alto nada importante”) y (2) las creencias negativas sobre la incontrolabilidad, peligrosidad o importancia de los pensamientos y sentimientos (por ejemplo, “No controlo mi mente; mi ansiedad podría llevarme a perder la razón”). En esta coyuntura, y antes de entrar en mayores detalles, creo que será útil resumir los principios básicos del enfoque metacognitivo: 1.Propone que las emociones de ansiedad y tristeza son señales internas básicas de una discrepancia en la autorregulación y de amenazas al bienestar. 2.Estas emociones normalmente son de duración limitada debido a que la persona utiliza estrategias de afrontamiento para reducir la amenaza y controlar la cognición. 3.El trastorno psicológico es el resultado del mantenimiento de las respuestas emocionales. 4.Se mantienen debido a las estrategias y al estilo de pensamiento individual. 31 5.El estilo poco útil, que encontramos en todos los trastornos, se denomina SCA y está formado por preocupación/rumiación, monitorización de amenazas, estrategias poco útiles de control del pensamiento y otras formas de comportamiento (por ejemplo, evitación) que impiden el aprendizaje adaptativo. 6.El SCA es el resultado de creencias metacognitivas erróneas (conocimiento) que controlan e interpretan los pensamientos y los sentimientos. 7.El SCA prolonga e intensifica la experiencia emocional negativa a través de varios mecanismos/rutas claramente especificados. 32 El SCA Los patrones de pensamiento de los individuos que padecen trastornos psicológicos tienen una cualidad repetitiva y rumiativa, difícil de controlar y enfocada en temas relacionados con el propio yo. Esta cualidad es indicativa del SCA y se caracteriza por una atención incrementada y centrada en uno mismo. El SCA consiste en un procesamiento conceptual excesivo en forma de preocupación y rumiación. Estas son largas cadenas de pensamiento predominantemente verbal en las que la persona intenta responder a preguntas (preocupaciones) como “¿Qué pasaría si…?” o a cuestiones sobre el significado de los eventos (por ejemplo, “¿Por qué me siento así?”). Además de este componente conceptual, el SCA comporta un sesgo atencional en el modo de fijar la atención en los estímulos relacionados con la amenaza. Esto es lo que se denomina “monitorización de amenazas” (Wells y Matthews, 1994). Por ejemplo, un individuo traumatizado debido a un robo describió cómo posteriormente escaneaba el entorno en busca de peligros potenciales. Una paciente con baja autoestima reportó que era muy sensible a verse ignorada por otras personas, descubriéndose que esta sensibilidad estaba asociada con la monitorización de signos de que podría no gustarle a la gente. Estos procesos conceptuales y atencionales forman parte de la estrategia de la persona para afrontar las amenazas, las autodiscrepancias y las emociones que estas suscitan. Hay otras estrategias adicionales que constituyen el SCA, incluyendo estrategias de control del pensamiento, tales como la supresión, y comportamientos como la evitación emocional, cognitiva y conductual. Algunos ejemplos del SCA son evidentes en los siguientes casos: Una mujer de 43 años refirió que, desde que era adolescente, experimentaba episodios repetidos de depresión. El episodio actual empezó tras el nacimiento de su segunda hija, hacía más o menos catorce meses. Cuando se le preguntó cuánto tiempo había dedicado a pensar en sus sentimientos y su depresión a lo largo de la semana anterior, dijo que había pasado muchas horas haciéndolo. Entonces se le pidió un ejemplo de este tipo de pensamiento y describió que se quedaba sentada mirando la pantalla del televisor pensando en lo anormal que era sentirse de ese modo, por qué se sentía tan triste, por qué no tenía los sentimientos correctos hacia su hija, por qué le sucedía esto y lo que ello significaba acerca de su idoneidad como madre. Se puso de relieve que pasaba mucho tiempo rumiando de esta manera en respuesta a los pensamientos negativos referentes a su hija. Al preguntarle cuál podría ser el objetivo de ese tipo de pensamientos, explicó que intentaba empeorar su estado de ánimo en un intento de enfadarse consigo misma para obligarse a “salir de la depresión”. La paciente recién descrita respondía a su bajo estado de ánimo con la rumiación y la 33 focalización persistente en sus sentimientos en un intento de afrontar su tristeza. En efecto, trataba de “creerse mejor” mediante la rumiación porque albergaba la creencia metacognitiva de que, al enfadarse, podría salir de su tristeza. Tras verse expuesto a la explosión de una bomba, uno de nuestros pacientes sufría de trastorno de estrés postraumático (TEPT) de inicio retardado. Explicó que se había sentido bien durante varios años después de ocurrido el suceso, pero recientemente, como resultado de leer sobre los ataques terroristas, había tenido pesadillas y se veía asaltado por la ansiedad cada vez que utilizaba el transporte público y visitaba la ciudad. Cuando se le preguntó de qué modo afrontaba sus pesadillas y pensamientos no deseados, explicó que “trataba de superarlo”. Al ser interrogado más en detalle, se hizo evidente que trataba de obligarse a pensar y sentir emociones relacionadas con el traumaporque había leído que esta era la manera de acelerar la recuperación. Además, consideraba que era ventajoso preocuparse por los acontecimientos terroristas en el futuro para poder mantenerse “en guardia” contra posibles peligros. En este ejemplo, el estilo de pensamiento del paciente en respuesta a las intrusiones estaba dominado por el hecho de tratar de pensar (rumiación) y de sentir emociones para acelerar la recuperación. Además, su preocupación referente a las amenazas futuras era un medio de prepararse para ellas. Estas características del SCA tuvieron resultados contraproducentes y aumentaron su ansiedad y su sensación de amenaza. Una paciente de 39 años de edad se describió como una persona preocupada de manera crónica. La exploración de un reciente episodio angustioso de preocupación estableció que, en respuesta al pensamiento negativo “¿Qué sucedería si uno de mis hijos se lesiona?”, se había entregado de manera persistente a la preocupación para tratar de generar una serie de posibles maneras de afrontar esa eventualidad. En esta ocasión, la preocupación la llevó a tener un ataque de pánico porque creía que estaba perdiendo el control de su mente. A partir de entonces, había tratado de reprimir los pensamientos referentes a que sus hijos se viesen involucrados en un accidente y también evitaba leer la prensa local para que no le diese un nuevo motivo de preocupación. En este caso, la preocupación prolongada en respuesta a los pensamientos negativos, la supresión del pensamiento y la evitación eran componentes fácilmente observables del SCA. Preguntas posteriores llevaron a la paciente a describir de qué modo creía que la preocupación era un medio eficaz para evitar problemas en el futuro, indicando claramente la implicación de las creencias metacognitivas positivas en el problema, así como de las creencias metacognitivas negativas referentes a la pérdida del control. Un joven de 23 años se presentó con un problema de ansiedad en situaciones sociales, en las que temía parecer ansioso y “raro”. Cuando se le preguntó acerca de su experiencia más reciente de ansiedad social, respondió que había experimentado ansiedad antes de asistir a la sesión de tratamiento. Se le preguntó entonces qué es lo que había pensado antes y durante cuánto tiempo. El paciente describió que había tratado de anticipar cómo sería la situación y ensayado formas de responder a cualquier pregunta difícil. También se le preguntó si, durante la sesión, había prestado más atención a sí mismo o al entorno exterior. El paciente respondió que, al principio de la sesión, había prestado más atención a sí mismo y, en particular, que se había 34 centrado en cuál era la impresión que causaba en el terapeuta. Así pues, trataba de parecer normal controlando su comportamiento. La característica más evidente del SCA es, en este caso, la perseveración en forma de preocupación anticipatoria, también la monitorización de amenazas al centrarse en cuál es la impresión que causa, así como una conducta de afrontamiento que le lleva a tratar de parecer “normal”. En cada uno de los casos recién descritos es posible identificar y aislar el SCA. El problema del SCA es que sus componentes encierran a la persona en una experiencia emocional prolongada y producen conflictos en la autorregulación que conducen a una sensación de impotencia y pérdida del control adaptativo sobre la cognición y la emoción. 35 Consecuencias del SCA ¿Pero qué tiene de malo el SCA? Son varias las consecuencias que abocan a trastornos psicológicos. Las consecuencias negativas para la autorregulación se muestran, en la Figura 1.1, en las flechas marcadas con las letras A y B. La flecha marcada como A describe el efecto que las evaluaciones y los comportamientos de afrontamiento tienen en las creencias. Por ejemplo, centrar la atención en la amenaza refuerza la creencia en la presencia del peligro, mientras que evitar experiencias como la ansiedad impide que la persona descubra la realidad acerca de la naturaleza positiva de la emoción. La flecha etiquetada como B en la Figura 1.1 se refiere al efecto emocional que tiene ese estilo de pensamiento y de afrontamiento automático de bajo nivel. Por ejemplo, la preocupación puede mantener activada la ansiedad y desviar la atención del procesamiento de imágenes intrusivas, bloqueando así el procesamiento emocional. También es probable que existan vínculos directos entre el conocimiento del meta-sistema y el nivel inferior, en el sentido de que ciertos tipos de procesamiento automático pueden potenciar la recuperación de conocimientos o planes que orienten el procesamiento posterior, tal como se muestra en la flecha marcada como C. Consideremos ahora con más detalle, en el modelo, los efectos perjudiciales atribuidos al SCA. La preocupación y la rumiación están invariablemente sesgadas y hacen que el individuo se enfoque en la información negativa. Esto conduce a una impresión distorsionada del yo y del mundo. Por ejemplo, aunque la preocupación se centra en el peligro potencial futuro, tiene escasa relación con la probabilidad real de que ocurran sucesos peligrosos. La rumiación busca respuestas a preguntas que a menudo no tienen una respuesta única o identificable, como “¿por qué a mí?”. De este modo, perpetúa la incertidumbre y las autodiscrepancias entre lo que la persona sabe y lo que desea saber. Además, la preocupación y la rumiación movilizan y mantienen una sensación de amenaza que hace que, en lugar de ser transitorias, persistan la ansiedad y la depresión. Estos procesos consumen valiosos recursos atencionales y pueden perjudicar, bajo presión, la toma de decisiones clara y controlada. La práctica repetida de la preocupación y la rumiación incrementa la fuerza del hábito de este tipo de respuestas de tal manera que el individuo tiene menor conciencia de estas actividades, lo que les permite proceder sin control. La fuerza del hábito y la falta de conciencia contribuyen a la sensación de pérdida de control respecto de estos procesos mentales. La preocupación y la rumiación también interfieren con otros procesos cognitivos de autorregulación. Por ejemplo, la preocupación, que es predominantemente verbal, puede interferir con el procesamiento de imágenes 36 imprescindible para el procesamiento emocional posterior al trauma. De igual modo, la rumiación acerca del pasado, pensando, por ejemplo, en los fallos y errores, incrementa la importancia de este material a la hora de emitir juicios en el futuro. En el SCA, el componente de la “monitorización de amenazas” fija la atención en las fuentes potenciales de amenaza. Esto es un problema porque (1) inflaciona la sensación de peligro subjetivo, aumentando o manteniendo la activación emocional; (2) fortalece un plan o programa para dirigir la cognición, que hace que el individuo se convierta en un detector de amenazas más hábil y sensible; (3) en casos como el TEPT o el trauma, en los que la cognición necesita sintonizarse de nuevo con un entorno normal libre de amenazas, la estrategia impide este proceso; y (4) la monitorización de amenazas sesga las redes de procesamiento del miedo responsables de generar intrusiones de estímulos en la conciencia. De ese modo, la monitorización de amenazas puede incrementar las experiencias intrusivas en la mente. Las estrategias de control del pensamiento, como la supresión o pensar de maneras especiales, también son problemáticas porque interfieren con el procesamiento emocional normal, como, por ejemplo, la habituación emocional a través de la exposición repetida a los pensamientos. La supresión es problemática porque no es eficaz de manera consistente a la hora de detener los pensamientos indeseados, pudiendo ser interpretado este fracaso como una pérdida de control. En cada uno de los casos citados, se produce la persistencia en el procesamiento de la amenaza. Algunas estrategias de regulación tienen efectos irónicos porque se basan en procesos disonantes. Por ejemplo, un paciente puede creer que quizá salga dela depresión pensando en lo mal que se siente y en por qué se siente de ese modo. Pero ese tipo de obsesión no hace sino ahondar y prolongar la depresión porque confina a la persona en la información más negativa relacionada consigo misma. De manera similar, las personas que padecen preocupación crónica siguen preocupándose para tener la sensación de que serán capaces de afrontar el futuro. Otras conductas de afrontamiento, como la evitación y recurrir a sustancias para regular la emoción y la cognición, también son problemáticas porque privan al individuo de la oportunidad de descubrir que sobrellevar situaciones y emociones no es algo peligroso. En ese caso, persiste una sensación de peligro prospectivo debido a que algunas conductas de afrontamiento impiden que los pensamientos y creencias negativas sean cotejados con la realidad. Por ejemplo, la no ocurrencia de una catástrofe como padecer un “colapso mental” se puede atribuir a la evitación del estrés y no al hecho de que la creencia acerca de que el estrés puede causar un colapso es errónea. 37 Creencias metacognitivas positivas y negativas El SCA está controlado por las creencias erróneas relativas al pensamiento. Existen dos dominios diferentes de contenidos de la creencia metacognitiva que contribuyen a este estilo: (1) las creencias metacognitivas positivas y (2) las creencias metacognitivas negativas. Las creencias metacognitivas positivas se refieren a la utilidad de la preocupación, la rumiación, la monitorización de amenazas y otras estrategias similares. Algunos ejemplos incluyen: “Si me preocupo, estaré preparado”. “Concentrarme en el peligro me mantendrá a salvo”. “Debo recordarlo todo y entonces sabré si soy culpable”. “Si analizo por qué me siento así, descubriré la respuesta”. “Debo controlar mis pensamientos o haré algo malo”. A primera vista, estas creencias pueden parecer razonables. Sin embargo, para mostrar su naturaleza errónea y distorsionada, se reproducen a continuación acompañadas de algunas preguntas útiles (en cursiva) que el terapeuta metacognitivo puede utilizar para redefinirlas: “Si me preocupo, estaré preparado”. ¿Es posible estar preparado sin preocuparse? ¿Es posible preocuparse por todo lo que pueda ocurrir? ¿La preocupación brinda una perspectiva más equilibrada o más sesgada del futuro? “Concentrarme en el peligro, me mantendrá a salvo”. ¿Cómo sabe en qué peligro debe concentrarse? ¿El peligro que le sorprenderá es el que ve o el que no ve? ¿Es posible que enfocarse en el peligro le haga estar menos seguro porque le hace olvidar las cosas habituales? “Debo recordarlo todo y entonces sabré si soy culpable”. ¿Es posible recordarlo todo? ¿Cómo sabe que culpabilizarse le ayudará a sentirse mejor y seguir adelante? ¿Puede seguir adelante sin culpabilizarse? “Si analizo por qué me siento así, descubriré la respuesta”. ¿Cuánto tiempo lleva haciendo eso? ¿Cuánto tiempo más lo hará? ¿Qué pasaría si la respuesta es dejar de analizar? ¿Qué ocurriría si no hay otra respuesta que no sea cambiar su forma de pensar? “Debo controlar mis pensamientos”. ¿Cómo sabe qué pensamientos debe controlar? ¿Es posible controlar todos sus pensamientos? 38 ¿Podría el hecho de tratar de controlar sus pensamientos impedirle descubrir la verdad sobre ellos? El segundo dominio de la creencia metacognitiva se refiere al significado negativo y el sentido de los eventos cognitivos internos como pensamientos y creencias ordinarias. Hay dos amplios subconjuntos de metacreencias negativas: las que se refieren a la incontrolabilidad de los pensamientos y las relativas al peligro, importancia y significado de los mismos. Estas metacreencias conducen a la persistencia del SCA debido al fracaso en el intento de control y porque abocan a interpretaciones negativas y amenazadoras de los eventos mentales. Estas creencias también pueden extenderse a los sentimientos y las experiencias emocionales. Algunos ejemplos incluyen: “No tengo control sobre mi preocupación/rumiación”. “Preocuparme dañará mi cuerpo”. “La angustia psicológica puede hacerme perder la razón”. “Los malos pensamientos tienen el poder de inducirme a hacer cosas malas”. “Algunos pensamientos pueden hacer que ocurran cosas negativas”. “Mis pensamientos pueden convertirme en algo que no quiero ser”. “Los pensamientos descontrolados son una señal de locura”. “Si creo que soy malo, entonces, es que lo soy”. “Sentir ansiedad significa que estoy en peligro”. “Pensar en algo lo convierte en realidad”. 39 Resumen del modelo metacognitivo En resumen, la TMC se basa en el principio de que la persistencia del trastorno psicológico se debe a los efectos de un determinado estado de pensamiento –esto es, el SCA– relacionado con el conocimiento y las experiencias emocionales. El SCA alimenta, a través de rutas específicas, la sensación negativa que tiene la persona de sí misma y la percepción de la amenaza. El SCA está vinculado a la activación de las creencias metacognitivas tanto negativas como positivas. La distinción entre el nivel metacognitivo y el nivel cognitivo ordinario implica que es posible experimentar los eventos internos, como pensamientos, creencias y emociones, en modo cognitivo o en modo metacognitivo. Esto abre un rango de posibilidades de tratamiento que se enfocan en eliminar el SCA, modificando las creencias metacognitivas y desarrollando maneras alternativas de experimentar y relacionarse con los eventos internos. 40 El modelo A-B-C reformulado Una manera de entender el modelo metacognitivo y de apreciar su relación con las teorías cognitivo-conductuales precedentes es examinar cómo cambia el modelo A-B-C estándar, que constituye la base de las terapias cognitivas. En el modelo estándar, tal como se muestra en la Figura 1.2, un acontecimiento activador (A) propicia la activación de un esquema o creencia [belief] irracional (B), lo que a su vez conduce a consecuencias emocionales y conductuales (C). Sin embargo, como ya hemos visto, un tema importante sin resolver en la teoría cognitiva del trastorno psicológico es la cuestión de qué es lo que vincula las evaluaciones o creencias negativas ordinarias con los pensamientos y emociones negativas persistentes. Otra cuestión no resuelta se refiere a qué es lo que da lugar a los patrones descontrolados de pensamiento que caracterizan el sufrimiento psicológico. Figura 1.2. El modelo A-B-C La TMC reformula el modelo A-B-C estándar ubicando en el centro del mismo las creencias metacognitivas y permitiendo que el acontecimiento activador sea reemplazado por la experiencia interna de un pensamiento negativo o creencia ordinaria, algo que se representa en el modelo A-M-C de la Figura 1.3. Este es un modelo que se inicia después del modelo A-B-C estándar, puesto que el antecedente en nuestro modelo reformulado no es una situación, sino un evento cognitivo interno. En el nuevo modelo, el componente M se refiere a las creencias metacognitivas y el SCA. Las evaluaciones negativas más generales o creencias ordinarias (B) se ven influenciadas y utilizadas por los procesos metacognitivos. Un ejemplo de caso quizá ayude a aclarar estas diferencias de enfoque. 41 Una mujer de 30 años había padecido depresión durante poco más de dos años cuando acudió a la TMC, refiriendo que había estado deprimida y tenido pensamientos suicidas, la mayor parte del tiempo, durante esos dos últimos años, desde que dejó su ciudad natal para conseguir un nuevo empleo. En la semana en que fue evaluada, describió que estaba sola y que pensaba continuamente que “las cosas no cambiarían”, lo que la había llevado a sentirse triste casi todo el tiempo y a un sentimiento de desesperanza y desesperación. En la Figura 1.4 se presenta una formulación A-B-C de esta serie de eventos. Como se ve en dicha figura, el antecedente era “estar sola”, el cual la llevaba a la creencia de que “las cosas no cambiarían” y a sentirse triste y desesperanzada. Figura 1.3. El modelo A-B-C reformulado. Adaptado de Wells (2000). Copyright 2000 de John Wiley
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