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Vocabulario básico de orientación y terapia familiar - José Antonio Ríos González

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VOCABULARIO BÁSICO 
DE ORIENTACIÓN Y TERAPIA
FAMILIAR
 
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1.Discapacidades físicas y sensoriales. Alberto Espina/ Asunción Ortego
2.Vocabulario básico de orientación y terapia familiar. José A.Ríos (coord.)
3.Familia, evaluación e intervención. Silvia López / Valentín Escudero
4.La transmisión de modelos familiares. Adriana Wagner (coord.)
5.La adopción: situación y desafíos de futuro. Jesús García Alba (coord.)
6.Los ciclos vitales de la familia y la pareja. José A.Ríos
7.Psicoterapia de parejas. Pedro Jaen / Miguel Garrido
8.Terapia familiar breve. José L.Rodríguez-Arias / María Venero
9.La pareja: modelos de relación y estilos de terapia. José A.Ríos
10.Un modelo de intervención sistémica en la escuela. Ma del Pilar Berzosa
11.Instrumentos de evaluación familiar manual. Equipo EIF
12.Intervención psicoeducativa con familias. Félix Loizaga (coord.)
13.La relación familia-escuela. Silvia López
14.Manual de evaluación familiar y de pareja. Alberto Espina
José Antonio Ríos (coordinador)
 
3
(Prólogo de Alberto Espina Eizaguirre)
 
4
A Pilar y Marcos 
que siempre me enseñan y apoyan 
con su afecto y paciencia
 
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Equipo de colaboradores
María Abad Álamo
Psicopedagoga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Perita por el Tribunal de la Rota.
Realiza su tesis doctoral sobre la familia. Colaboradora del Centro de Psicología y
Sofrología en el área de atención a familias y parejas (Pozuelo de Alarcón. Madrid).
Isabel Ausucúa
Psicóloga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Del equipo psicológico de la Fundación de
Educación Especial «Gil Gayare» de Madrid.
María Dolores Baratas
Psicóloga y Terapeuta de Familia. Directora del CIFAT (Centro de Investigación,
Formación y Atención Terapéutica) de Madrid. Del equipo docente de la Escuela de
Formación en Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid) y del Consejo Editorial de
«Cuadernos de Terapia Familiar».
Sonia Beltrán
Psicopedagoga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Profesora ayudante
de la Facultad de Educación de la UNED. Realiza su tesis doctoral sobre un tema de
Orientación Educativa.
Virginia Cagigal San Gregorio
Psicóloga. Terapeuta de Familia. Profesora de la Universidad Pontificia de Comillas.
Directora del Centro de Atención a la Familia del Centro de Formación P.Piquer
(Madrid). Del equipo docente de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de
«Stirpe» (Madrid) y miembro del Consejo Editorial de «Cuadernos de Terapia Familiar».
Javier Cejalvo Blanco
Psicólogo y Experto en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe».
Alberto Espina Eizaguirre
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Psiquiatra y Terapeuta de Familia. Profesor Titular de Universidad. Coordinador de la
Unidad de Salud Mental Infanto-juvenil del Servicio Andaluz de Salud de Torremolinos
(Málaga) y Presidente de la Asociación Española para la Investigación y Desarrollo de la
Terapia Familiar. Del equipo docente de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de
«Stirpe» (Madrid) y del Consejo Asesor de «Cuadernos de Terapia Familiar».
Alfonso Fábregat
Orientador Familiar por la Universidad Pontificia de Salamanca y Experto en
Intervenciones Sistémicas por «Stirpe».
Teresina Féres Carneiro
Psicóloga. Profesora de Universidad en Río de Janeiro (Brasil).
Mar Gamella
Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Colaboradora y
coordinadora de Investigaciones en el mismo Centro.
Miguel Garrido Fernández
Psicólogo. Profesor Titular de la Universidad de Sevilla. Director del Máster de Terapia
Relacional. Vicepresidente primero de la Asociación Española para la Investigación y
Desarrollo de la Terapia Familiar. Del equipo docente de la Escuela de Formación en
Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid) y del Consejo asesor de «Cuadernos de Terapia
Familiar».
Mireya Gómez Aparicio
Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Del equipo psicológico de
la Fundación de Educación Especial «Gil Gayare» de Madrid.
Laura Gómez Rivas
Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Colaboradora del Centro
Médico «Roltes» (Villaverde Alto. Madrid).
Elena López Santiago
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Psicóloga. Experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Colaboradora y
Coordinadora de actividades formativas de la Escuela de Formación en Terapia Familiar
de «Stirpe» (Madrid).
Asunción Ortego
Psicóloga y Terapeuta de Familia. Secretaria de la Asociación Española para la
Investigación y Desarrollo de la Terapia Familiar. Psicóloga de la Unidad de Salud
Mental Infanto-juvenil del Servicio Andaluz de Salud de Torremolinos (Málaga.
Clarisse Pereira Mosmann
Psicóloga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Profesora de Universidad en Porto Alegre
(Brasil).
Francisco Petricone
Psicólogo y Terapeuta de Familia por «Stirpe». Director de CAIPES Centro de
Investigación Psicológico, Educativa (Madrid). Actualmente realiza su tesis doctoral
sobre un tema sistémico en la educación. Del equipo docente de la Escuela de Formación
en Terapia Familiar de «Stirpe» (Madrid) y miembro del Consejo Asesor de «Cuadernos
de Terapia Familiar».
Antonio Ríos Sarrió
Médico y Terapeuta de Familia por «Stirpe». Director del Centro FAYPA (Familia y
Pareja) de Alicante. Del equipo docente de la Escuela de Formación en Terapia Familiar
de «Stirpe» (Madrid) y miembro del Consejo Asesor de «Cuadernos de Terapia
Familiar».
Ángeles Soria
Psicóloga. Terapeuta de Familia por «Stirpe». Coordinadora del Servicio de Orientación
Familiar entre el Máster de la Facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla y los
Centros de Servicios Sociales de Alcalá de Guadaira y de Fremap. Del equipo docente
de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de «Stirpe». Del Consejo Editorial de
«Cuadernos de Terapia Familiar».
Ana Uribarri Linares
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Psicopedagoga. Orientadora Familiar por la Universidad Pontificia de Salamanca y
experta en Intervenciones Sistémicas por «Stirpe». Trabaja como experta en familia y
parejas en un gabinete privado en Burriana (Castellón).
Zayda Villar
Psicóloga y Terapeuta Familiar en «Stirpe» (Madrid). Miembro del equipo clínico y
docente de la Escuela de Formación en Terapia Familiar de «Stirpe». Del Consejo
Editorial de «Cuadernos de Terapia Familiar». Codirectora del Máster «Personalidad,
Desarrollo Humano y Contexto Familiar» del Instituto Virtual de Ciencias Humanas.
 
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Prólogo
Los diccionarios profesionales sirven para definir el campo de investigación y clarificar
los conocimientos desgranados en los diferentes términos. Por ello son una ayuda
inestimable en cualquier disciplina. En la orientación y terapia familiar hallamos un
conjunto de profesionales de la salud, ciencias sociales y educación que ayudan desde
diferentes posiciones a las familias en las dificultades que afrontan en la sociedad de hoy
día.
El ya clásico Vocabulario de terapia familiar de Simon, Stierlin y Wynne va a
cumplir 20 años. En estas dos últimas décadas han sido importantes las aportaciones
realizadas en el campo de la terapia familiar y grandes los cambios sociales que han
obligado a fijar la atención de clínicos e investigadores en nuevas áreas de la vida
familiar, así como en nuevas formas de funcionamiento y organización familiar.
Por ello, la aparición de un nuevo diccionario de orientación y terapia familiar está
no sólo justificada, sino que supone una actualización necesaria en un campo tan
dinámico y en continua evolución como es el de las terapias familiares. La descripción
de nuevas técnicas de intervención, conceptos, teorías, focos de atención sociales y
clínicos, y la oportunidad de repensar antiguos conceptos a la luz de nuevas pers
pectivas, hacen que un buen diccionario de terapia familiar suponga una aportación
imprescindible para los que trabajamos con familias.
Es de agradecer que este grupo de profesionales liderados por José Antonio Ríos
haya asumido la ardua tarea de elaboración de este Vocabulario básico de orientación y
terapia familiar. No es casual que sea precisamente José Antonio Ríos, pionero de la
Orientación y Terapia Familiar en nuestro país, el artíficede que este proyecto haya sido
felizmente llevado a término. Su amplio bagaje docente, clínico e investigador habrá
sido, sin lugar a dudas, la brújula que le ha guiado a la hora de elegir los conceptos a
describir (nunca pueden, ni deben, estar todos) y hacerlo de una forma concisa, sin caer
en farragosas descripciones que pueden enturbiar más que clarificar el campo. Este
vocabulario básico supone, en fin, una actualización necesaria y de gran utilidad para los
cada vez más numerosos estudiosos de la familia.
Alberto Espina
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Presentación
Los años dedicados a la formación de Terapeutas Familiares desde la creación en nuestro
Centro «Stirpe» (1965) de un Programa formativo (1980) que posteriormente se ha
transformado en la «Escuela de Formación en Terapia Familiar» avalada por la FEATF,
han ido poniendo de relieve la necesidad de contar con instrumentos adecuados para
hacer llegar a los alumnos el conjunto de teorías básicas que permitan orientar su trabajo
al tiempo que les familiariza con los conceptos básicos para ver el verdadero fundamento
de cuanto se hace en la práctica clínica y se amplía en el campo de la investigación.
A ello se unen nuestros años de docencia universitaria como profesor de la
asignatura de «Orientación Familiar» impartida desde su implantación como optativa en
el Plan de estudios de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense hasta mi
jubilación en septiembre de 2001. La idea prevalente durante esos años ha sido la de
proporcionar a todos los alumnos de una y otra institución lo que ahora aparece como un
volumen que ofrece al estudioso la facilidad de encontrar de manera rápida y clara los
elementos básicos para armar su estructura doctrinal desde el punto de vista del enfoque
sistémico en el trabajo con familias y parejas. Ese ha sido en definitiva, el objetivo de
nuestro quehacer terapéuti co y el deseo preferente en la búsqueda de metas que
introduzcan reestructuraciones y cambios enriquecedores en los sistemas familiares
afectados por disfunciones o conflictos.
Creemos que con ello ponemos en manos de terapeutas, orientadores, asesores
familiares, mediadores, psicólogos clínicos y de la educación, así como de los
trabajadores de las ciencias sociales que trabajan «a pie de obra», un bagaje doctrinal que
les permitirá encontrar de modo fácil el respaldo que da fundamento y raíz a su quehacer
terapéutico. Quienes me han acogido en Universidades e instituciones profesionales de
Brasil, República Dominicana, Bolivia y Perú y me han impulsado a trabajar con los
procedentes de más de 15 países hispanoamericanos durante los años de mi codirección
del Máster de Orientación y Asesoramiento Familiar de la Universidad de Santiago de
Compostela junto al profesor Dosil, representan para mí el empuje de esos países llenos
de posibilidades y ansiosos de progreso.
No hemos querido abusar de las referencias bibliográficas que puedan servir para
ampliar los conceptos que se han seleccionado. Sin duda que faltarán muchos, pero
hemos tenido que optar por una selección. Los autores citados en cada uno de los
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términos, aparecen en la bibliografía final. La formación personal del especialista
siempre es un trabajo arduo que no puede resolverse con dar todo masticado y totalmente
elaborado. Lo mismo resultará para los más exigentes con respecto a la inclusión o no de
nombres que forman parte de la historia de la Orientación y la Terapia Familiar tanto en
España como a nivel internacional. Hoy día son muchísimos los dedicados a este campo
cada vez más demandado. Que nadie vea exclusión voluntaria de nadie, sino simple tarea
de seleccionar lo que nos parece más significativo. Afortunadamente cualquier lector de
habla hispana cuenta con colecciones y series editadas por prestigiosas editoriales donde
encontrará nuevos nombres y numerosos títulos de obras importantes. Cualquier
sugerencia posterior que nos llegue la incorporaremos a nuevas ediciones, si la acogida
lo hiciese necesario.
El equipo encargado de la redacción de los distintos términos está integrado en su
mayor parte por profesionales jóvenes que se dedican al campo que hemos elegido. Los
responsables de cada término aparecen al pie de ellos y de cada uno se da una breve
referencia en el lugar oportuno. La mayoría se han formado en nuestra Escuela y aunque
en algún caso no «agotan el tema», cosa que sería estúpida para lo que se ha ideado
como un vocabulario básico de manejo ágil y rápido que abra nuevos caminos al más
inquieto, lo hemos hecho así porque hemos preferido ganar en frescura y fluidez aunque
pueda sentirse algo herida la «solidez» que no siempre es sinónimo de claridad didáctica
y lectura atrayente.
A todos mi agradecimiento. A la Asociación Española para la Investigación y
Desarrollo de la Terapia Familiar que ha promovido durante mi presidencia el
nacimiento de esta Colección y ahora me encomienda la dirección de la misma; a la
Editorial CCS bajo cuyos auspicios se lanza para llegar a España e Hispanoamérica; a
los colaboradores que han hecho un esfuerzo de síntesis ante lo pedido, y a Elena López
Santiago, psicóloga y terapeuta de familia que me acompaña en tareas de investigación y
une a su afecto y buen hacer el agradable talante de hacer todo sin impaciencias y con
meticulosidad.
Y a cuantos alumnos me han gratificado con sus exigencias para no dormirme y sus
demandas para no adocenarme.
José Antonio Ríos González
(Para manejar con utilidad este vocabulario, aconsejamos que cada vez que se encuentre
un asterisco (*) al lado de un término, se entienda que éste está desarrollado en su
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correspondiente lugar alfabético.)
 
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ABUELOS EN TERAPIA FAMILIAR
El planteamiento de la terapia familiar ha insistido siempre en la necesidad de estudiar
tres generaciones para poder adelantar hipótesis de cuanto sucede en la dinámica de la
familia. Cuando vemos a un «paciente designado» (*) nos interesa saber qué está
sucediendo en su vida y en sus interacciones. Pero todo esto resultaría insuficiente si
dejásemos a un lado el conocimiento de cuanto tiene y ha tenido lugar en la generación
de sus padres y en la de sus abuelos. Este enfoque es el que ha facilitado dar forma al
«modelo trigeneracional» (*) estudiado por muchos autores y que en este volumen lo
condensamos al presentar el postulado por Canevaro.
En nuestra experiencia clínica hemos tenido ocasiones de poder trabajar con las tres
generaciones, no sólo sobre el papel con la construcción del «genograma» (*), sino
trabajando directamente sobre el sistema total constituido por el paciente, los padres,
hermanos y algún abuelo.
Creemos que actualmente se utiliza muy poco la incorporación de los abuelos a las
sesiones de terapia familiar, con lo que prescindimos de unos agentes importantes para
explicarnos lo que está sucediendo en el momento en que vemos a la familia. Una prueba
evidente de tal importancia se pone de relieve cuando en la formación de terapeutas (y en
el seno del análisis de la Familia de Origen del Terapeuta [FOT] (*) la evocación de las
relaciones con los abuelos se muestra como eje fundamental de la constitución de la
personalidad. En un momento histórico en que los abuelos tienden a ser «marginados»
bajo máscaras más o menos culturizadas (residencia para ancianos, hogares para la
tercera edad, internados sofisticados llenos de cuidados materiales, sanitarios y de otra
índole) hay que recuperar a los abuelos para el trabajo con la familia. Si en las culturas
antiguas y primarias el abuelo era el «senior» que con su experiencia y dotes de
sabiduría ofrecía a la comunidad criterios útiles para su funcionamiento y ejercicio de
funciones esenciales, en las actuales no se aprovecha este enorme caudal humano. Tal
vez sea necesario citar aquí la aportación que en este sentido hace Julián Marías (1980)
cuando habla del valor que supone que «alguien» en la familia (él habla de los padres y
yo lo amplío hasta el ámbito de los abuelos) sirva de nexo con otras generaciones a
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través de esa «función narrativa»que consiste en «contar cosas» que nos hacen tomar
conciencia de dónde venimos y quiénes son nuestros auténticos antepasados y raíces. Lo
que se adquiere como resultado de ese quehacer que se deposita en manos de los
mayores es lo que Marías denomina «espesor histórico»: algo que da solidez a la vida y
las experiencias, algo que presta fundamentación robusta a cuanto vendrá después.
Lo que ha supuesto para todos la presencia de un abuelo o abuela cercano, tierno,
transmisor de experiencias, aunque haya sido mediante esa tarea tantas veces criticada y
menospreciada por ver sólo lo negativo que denominamos «contar batallitas», es algo a
recuperar. Si es verdad que los abuelos contribuyen con alguna frecuencia a «corromper»
a los nietos por un exceso de indulgencia y la toma de una actitud excesivamente
permisiva frente a los modelos educativos que desean llevar a cabo los padres, hay que
dar cabida a su presencia porque del modo de admitirles y equilibrar sus funciones, va a
depender el futuro de una labor coordinada entre padres y abuelos.
En el momento actual se está dando un fenómeno que los orientadores y terapeutas
familiares han de tener en cuenta y es lo que llamaría «la segunda paternidad de los
abuelos». Se trata del papel que juegan los abuelos en las familias de alguno de los hijos
cuando, por razones de trabajo y tiempo fuera de casa de éstos, tienen que hacerse cargo
de la tutela y educación diaria de los nietos. Metafóricamente podemos de cir que se trata
de una situación en la que lo que constituye el plano general de «cómo hay que educar»
pretenden trazarlo los padres porque manifiestan lo que desean los hijos y desean
conservar el poder en esta área de la vida de familia, pero el plano concreto de la mayor
parte de las horas del día está en manos de los abuelos que son los que los tienen en su
casa o se hacen cargo de ellos en el quehacer ordinario. Los padres trazan las supuestas
líneas maestras de lo que hay que hacer, pero las líneas concretas de lo que se hace
quedan totalmente en manos de los abuelos. Al final, y en no pocos casos, lo que se lleva
a la realidad es lo que hacen los abuelos como figuras sustitutivas de los padres. El
sentido de lo metafórico se encierra en lo que puede ilustrar lo que acontece en el plano
general de la educación que se suministra en un país: quien traza las directrices de lo que
hay que conseguir es el ministro de educación; lo que se logra es lo que hace cada
profesor en el interior recoleto de su aula. Es ahí, en lo microsistémico, donde triunfan o
fracasan los planes de estudio y no en el plano de lo macrosistémico que se traza desde
las altas instancias educativas de un país (J.A.Ríos).
ACCIDENTES EVOLUTIVOS
Son situaciones o hechos transitorios que «sirven de puente de entrada para que el
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terapeuta intervenga en orden a reestructurar lo que está amenazado» (Ríos, 1994a).
Obedecen a leyes puramente evolutivas que son inevitables en la vida de la persona,
dado que la evolución acarrea desajustes que hay que afrontar como normales por
constituir pasos gracias a los que se hace posible el crecimiento de la persona o los
grupos.
La mayoría de las consultas están cargadas de «quejas» a través de las que los padres
o los cónyuges nos describen simples acontecimientos que debieran esperarse porque sin
ellos no hay maduración posible. La carga de «negativismo» que le dan, constituye ya un
foco sobre el que habrá que intervenir redefiniendo (*) como puramente evolutivo lo que
están viendo y percibiendo como «anormal» o «patológico». En estas ocasiones se acude
al experto como a quien tiene que ha cer una «limpieza» general en muchos aspectos de
la vida familiar o conyugal. Convierten al especialista en un «manguero» que
simplemente usa la manga para arrojar agua y arrasar con la suciedad acumulada
(J.A.Ríos).
ACONTECIMIENTOS VITALES ESTRESANTES
Identificamos como tales aquellas encrucijadas vitales que afectan con mayor o menor
intensidad al desarrollo de la familia o sus miembros, reclamando un nuevo modo de
funcionar y el establecimiento de nuevas pautas o normas para su superación. Se han
descrito como «Aves» (Acontecimientos Vitales Estresantes [*]) que, efectivamente,
producen un verdadero estrés en la familia y sus miembros.
Es tal el «destrozo» que producen en algunas ocasiones, que no hay más remedio
que utilizar estrategias de solución inmediata de los conflictos desencadenados, aunque
lo que interesa resaltar es que, de manera especial, lo que sucede cuando se pide la ayuda
del experto es intervenir para «apagar el fuego» o para «limpiar la suciedad», en vez de
solicitar de él un trabajo más cuidadoso: el cultivo de los elementos que constituyen la
estructura, las funciones o el adecuado desarrollo del sistema afectado. Aquí se convierte
al especialista en «jardinero» que tiene que hacer un trabajo más complejo y minucioso
(J.A.Ríos).
ADOLESCENCIA Y AGRESIVIDAD
Podemos enfocar el análisis de la agresividad del adolescente teniendo en cuenta lo que
sigue.
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Confusión de identidad y frustración
Conocidos los mecanismos de la construcción de la personalidad del adolescente,
podemos hablar del sentido sintomático de la «agresividad» como patrón de conducta
que utiliza la fuerza con intención de causar daño a personas o bienes.
Es un patrón de conducta: repetitivo y persistente, un síntoma de algo que sucede en
niveles profundos, una respuesta defensiva ante «algo» que amenaza y una adaptación
inadecuada a situaciones frustrantes.
Frustración entendida como estado de ánimo producido por un problema insoluble,
privación de un deseo, fracaso en expectativas, pérdida de un estímulo, aparición de un
obstáculo, ya sea por factores externos al sujeto o por factores derivados de las
expectativas del sujeto ante sí mismo.
Ante la frustración, el sujeto reacciona violentamente ante el factor causante de la
misma que puede ser lo exterior o su mismo yo interno, canalizando la dirección de la
agresividad en una triple dirección: hacia el exterior, ocasionando la conducta
extrapunitiva, hacia sí mismo mediante la conducta intrapunitiva o hacia el vacío al no
dejarse afectar por el factor frustrante, lo que origina la conducta impunitiva.
Relacionando los tres elementos - familia, frustración y agresividad - podemos
encontrarnos con familias que «hacen enfermar» (*) y a las que hay que ayudar a
afrontar las frustraciones inevitables, las evitables, y aprender a poner en marcha el
control de lo agresivo para evitarse a sí mismas dolor, humillación y castigo.
En todas las familias hay tensiones inevitables, necesidad de límites, jerarquización
necesaria, modelos de autoridad, modelos de disciplina y estilos educativos derivados de
las familias de origen (*) de los padres, poniendo todo ello al servicio de la consecución
de lo que facilite conseguir controlar «la anarquía de las tendencias» canalizando los
impulsos instintivos.
Todo eso lleva una carga inevitable de frustración de la que es con-causa la familia.
Si la familia influye en la frustración y en su consecuente agresividad, el manejo de
la agresividad ha de tener en cuenta las potencialidades ocultas y patentes de la familia.
Elementos a poner en juego para «manejar» terapéuticamente la agresividad
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1.Descubrir las causas familiares de la frustración que desencadena la agresividad.
2.Buscar soluciones mediante el conocimiento de «quién es» el que adopta
conductas agresivas.
3.Ver qué ha hecho la familia para llegar a esa situación de frustración, en especial
los relacionados con los posibles productores de miedo y sentimiento de
amenazas, los excesos de cólera y las carencias de ternura.
4.Juego que se da en la familia entre «violencia» y «ternura» con desajustes y
desequilibrios.
5.Revisar los modelos de autoridad y disciplina para conseguir la verdadera
«auctoritas» y la sana disciplina que educa la elección del bien.
6.Construir en la interacción familiar desde el nacimiento de los hijos la «urdimbre
afectiva» (*) de Rof Carballo que sirva de dique para ladescarga del componente
agresivo.
7.Replantear el papel del padre en la «urdimbre» y educación de la agresividad
(función ordenadora, función vinculadora con el pasado [el «espesor histórico»
de Julián Marías], firmeza del padre para controlar y canalizar hasta producir
seguridad interior en el sujeto, confianza para respaldar decisiones...).
8.Potenciar el papel de la madre en la «urdimbre» y educación de la agresividad
(función amparadora y tutelar, proporcionar confianza básica que se transmite a
través de ternura para querer, expresividad para «saber dar», «saber recibir» y
saber comunicarse profundamente).
Consecuencias de una inadecuada urdimbre afectiva derivada de la familia
Como puede deducirse de lo expuesto al hablar de la «urdimbre afectiva y terapia
familiar» (*), podemos concluir en lo relativo al tema que se trata aquí:
1.Sin «confianza básica» (madre) el mundo se percibe como caótico, confuso,
laberíntico y amenazante.
2.Sin «seguridad interior» (padre) no hay posibilidad de estructurar un código de
referencia respecto a lo que debe hacerse y lo que no.
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3.Sin padre y madre que integren firmeza y ternura, el sujeto buscará «en el
horizonte» lo que no tiene en casa (buscar) y lo que desea abandonar (huir).
4.Sin «función ordenadora» no hay armonía interior que canalice las fuerzas que
pueden desviarse.
5.Sin «función integradora» todo queda anárquico, disperso, sometido al impulso de
cada momento.
6.Presencia física y emocional de las figuras parentales que facilite la adquisición de
«modelos a seguir» (identificaciones) y «modelo a construir» (identidad) (J. A.
Ríos).
ADOLESCENCIA Y TERAPIA FAMILIAR
Tema amplísimo para intentar resumir aquí. Y tema central en la mayoría de las
consultas necesitadas de Terapia Familiar ya que los adolescentes acaparan el mayor
número de éstas según algunos datos (Ríos, 1994b).
La adolescencia es una etapa de tránsito o «tierra de nadie» en la que se dan cita las
ambivalencias de ideales y metas. «Ya no es niño; aún no es adulto» con un variado
«despertar múltiple» que hay que abordar sin suficientes rituales de tránsito, lo que sitúa
al adolescente en una postura caracterizada por estar ante su propia realidad «sin armas
ni armaduras». Ese es el «drama del adolescente»: se le trata como a un niño (y ya no lo
es) y se le exige como a un adulto (y aún no lo es).
Durante toda esa etapa evolutiva hay mucha confusión ante lo intelectual, lo social,
lo afectivo, lo ético y moral, lo vocacional y lo familiar, destacando la «confusión de
identidad» por la persistencia de los restos no integrados de ¡den tificaciones infantiles
en el momento en que ha de definir con claridad la propia identidad como resultado de la
lucha entre un «yo diferenciado» y un «yo identificado» que necesita ser superado (Ríos,
1994a).
La adolescencia, en efecto, es una etapa de obligatorio esfuerzo para forjar la
personalidad que cristaliza gracias a la identidad (*). En etapas posteriores de la vida se
realizará el esfuerzo de otro modo. Tal vez sirvan de pauta los versos de san Juan de la
Cruz cuando envía un mensaje al amado: «Pastores, los que fuéredes/allá por las majadas
del otero/si por ventura viéredes/a aquel que yo más quiero/decidle que adolezco, peno y
muero»
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El terapeuta de familia ha de ayudar al adolescente a superar estas etapas tras
formularse y dar respuesta a tres preguntas claves para salir airoso de esta encrucijada:
¿quién soy?, ¿qué quiero? y ¿de qué soy capaz?
Como objetivos fundamentales, y a la luz de cuanto enseña la psicología evolutiva
(Ríos, 1994c), parece oportuno destacar los siguientes: consolidar la identidad personal
(*), fomentar la autonomía, respetar la individuación, respaldar la independencia,
permitir la expresividad afectiva y equilibrar la libertad.
Motivos frecuentes de consulta se presentan cuando la familia y el hijo necesitan
ayuda en:
-las dificultades de relación intrafamiliar;
-los trastornos de conducta;
-los trastornos de socialización;
-los trastornos escolares;
-los trastornos de alimentación y ante el tema de la adquisición, aceptación y
desarrollo del esquema corporal;
-las dificultades de adquisición de la identidad sexual.
Con los padres de los adolescentes en terapia:
-Haciendo que respondan, separadamente y después conjuntamente, a las mismas
preguntas que formulamos al hijo:
•Quién es este hijo o esta hija para mí.
•Qué creo que quiere y necesita profundamente.
•De qué creo que es capaz.
Teniendo tales metas muy presentes, 1) el terapeuta ha de adoptar actitudes y
estrategias que pueden integrarse en torno a saber esperar el momento oportuno para
intervenir eficazmente con el adolescente, dado que en la mayoría de los casos es
resistente y algo negativo a cualquier intento de terapia que lo viva como amenaza a su
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independencia. 2) Para ello es necesario redefinir la situación que le trae a la terapia
como una situación transitoria en la que hay que actuar más sobre los padres que sobre el
propio adolescente. 3) Hay que transmitirle que su «drama» no es más que una parte de
sí mismo que depende en gran parte de los otros. 4) El terapeuta, además, tendrá que
respetar la intimidad del adolescente, enfrentándolo consigo mismo y con la propia
realidad más que con los demás. Otras actitudes deben tener presente la 5) necesidad de
respetar su libertad, 6) potenciar la relación padres-hijo, 7) eliminar mitos (*) y 8) no
olvidar que lo evolutivo es siempre transitorio, necesita una comprensión elevadora y
requiere una aceptación razonable desde la despsicopatologización y despsiquiatrización
de muchos comportamientos que son simplemente reactivos.
Pueden verse algunas características que predicen posibles trastornos de su
personalidad en Lomos, 1999 y 2003. (J. A.Ríos).
AGRESIVIDAD Y FAMILIA
En la terapia familiar hay necesidad de abordar el tema de la agresividad, bien sea como
motivo central de la consulta, bien sea como elemento colateral que acompaña otros
conflictos que aparecen en la conducta de niños (*) o adolescentes (*).
El tema puede plantearse en torno a la pregunta ¿cómo manejar la agresividad del
adolescente en la familia?, cuestión que necesita ser encuadrada en un contexto más
amplio que permita dar sentido a cuanto hay que comprender y, desde tal comprensión,
plantear la intervención más idónea.
Para ello creemos necesario relacionar tres términos de cuya confluencia pueden
derivarse las aplicaciones prácticas adecuadas para el trabajo del terapeuta. Estos
términos son: agresividad, adolescencia y familia:
-Agresividad entendida como patrón de conducta que utiliza la fuerza con intención
de causar daño a personas o bienes.
-Adolescencia vista como etapa evolutiva que sigue a la infancia y precede a la
adultez, comprendiendo las edades cronológicas que van de los 12 a los 18 años
saproximadamente, aunque como muy bien se sabe, estas delimitaciones tienen
que aceptarse como fronteras flexibles y no rígidas.
-Familia (*), entendiendo por tal, aparte de la descripción dada en otro lugar como
unidad social formada por un grupo de individuos ligados entre sí por vínculos de
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matrimonio, parentesco o adopción. La familia brinda afecto y seguridad
emocional mediante relaciones estables y profundas.
La agresividad, como forma de conducta, se deriva de un estado afectivo en el que
intervienen, a su vez, otros más básicos que, integrados dentro de una interacción,
muestran una faceta específica a la conducta total. Estos estados afectivos básicos son:
miedo, cólera y ternura.
Cada uno de ellos, a su vez, se manifiesta de diferente modo en cada etapa evolutiva:
MIEDO: En la infancia: a lo físico que amenaza; en la adolescencia, a lo emocional
que lo pone en ridículo; en la edad adulta: a lo que amenaza la estabilidad y seguridad
personal; y en la vejez: a lo que queda por vivir.
CÓLERA: En la infancia, ante la impotencia; en la adolescencia: ante lo no
dominado; en la edad adulta, ante lo imprevisto; y en la vejez, ante lo no controlado.
TERNURA: En la infancia,ante los estímulos afectivos; en la adolescencia, ante las
emociones y sentimientos; en la edad adulta, ante la aceptación afectiva y la pasión, y en
la vejez; ante las pruebas de afecto.
La agresividad como resultado de la interacción de estados afectivos básicos:
A)Como estado afectivo
-Con su componente emocional o estado afectivo intenso de corta duración.
-Con su componente sentimental o estado afectivo no intenso y de larga
duración.
-Con su componente pulsional o estado afectivo intenso y de larga duración.
B)Como respuesta a los estados afectivos básicos
-La respuesta al componente de miedo es emocional (intenso y corto) (algo me
«amenaza»).
-La respuesta al componente de cólera es sentimental (puede ser no intenso y
largo) (debo «defenderme» de algo).
23
-La respuesta al componente de ternura es pulsional (no intenso, pero de larga
duración) (puedo «defenderme» recibiendo y dando).
En estas situaciones aparecen tres elementos importantes:
-Amenaza ante el «miedo»: veo todo como obstáculo que me cierra el avance y el
progreso, poniendo al yo en peligro.
-Defensa ante la cólera: veo que debo poner en juego algo que me ayude a controlar
la amenaza, para lo cual el «yo» tiene que levantar murallas.
-Apertura hacia algo a través de la ternura: lo que puedo poner en juego para no
encerrarme, para abrir caminos de solución: el «yo» debe abrir compuertas para
no quedar encerrado y paralizado.
(J.A.Ríos)
AGUJEROS NEGROS DEL TERAPEUTA
La vida personal de cualquier terapeuta presenta siempre aspectos que no han sido
superados de una manera total y de finitiva. Su solución corresponde a lo que el modelo
psicoanalítico tiene afrontado en gran parte mediante el establecimiento riguroso del
«análisis didáctico» en el que el analista profundiza en su vida para sentirse libre, en
cuanto es posible, de las ataduras conscientes e inconscientes de las vivencias de su
pasado.
En Terapia Familiar nos hemos encontrado con que los terapeutas de las primeras
generaciones precedíamos en mayor o menor intensidad del modelo psicoanalítico y esta
tarea, aunque fuese parcialmente, estaba abordada con resultados positivos. Las nuevas
generaciones de terapeutas de familia han sido «víctimas» de una idea bastante arraigada
en amplios sectores de la psicología y de la cual se ha concluido que no es necesario que
el psicólogo necesite algún tipo de terapia personal. Las primeras nuevas generaciones
de terapeutas familiares no escaparon a esta trampa hasta que la regulación de la
formación sistematizada de los mismos nos llevó a adoptar una forma adecuada para
cuanto puede resultar beneficioso para la maduración del terapeuta. Es lo que
denominamos FOT (Familia de Origen del Terapeuta [*]) que permite hacer un análisis
que, aunque no sea exhaustivo, es lo suficientemente amplio para que el futuro terapeuta
tome conciencia del fondo de sus experiencias y vivencias familiares. De este modo se
adiestra en el manejo de sus propios «conflictos» o «nudos relevantes» que son clave
24
para mejor comprenderse y conducirse.
En el modelo de FOT (*) que practicamos en nuestra Escuela de Formación, un
capítulo importante es el denominado «Agujeros Negros del Terapeuta», aspecto que
facilita descubrir aquellas áreas en las que la incidencia de experiencias no integradas
pudieran convertirse en un obstáculo o estorbo para la libertad interior del terapeuta
cuando trabaja con familias y siente la resonancia de éstas en la conexión que se
establece con la propia (J.A.Ríos).
AJUSTE DIÁDICO EN LA PAREJA
(Cuestionario DAS, Spanier)
El ajuste diádico hace referencia a la medida en la que una pareja está compenetrada en
diferente áreas. El instrumento más utilizado para evaluarlo es la Dyadic Adjustment
Scale (DAS) de Spanier (1976, 1989). El DAS ha sido reconocido como un instrumento
válido para medir la calidad del ajuste marital y otras díadas. Es una escala autoaplicada
de 32 ítems y mide la cantidad y la calidad de cualquier tipo de relación de pareja (ajuste
marital) a través de cuatro aspectos de las relaciones:
-CONSENSO (CO): Se refiere al grado de acuerdo entre los miembros de la pareja
en cuanto a las actividades domésticas, ocio, dinero, religión, amistades...
-SATISFACCIÓN (SA): Mide la cantidad de tensión en la relación, como la
consideración del desenlace de la relación. Se refiere al grado de satisfacción de
cada miembro en la pareja. A mayor puntuación, menos tensión o mayor
satisfacción.
-EXPRESIÓN DE AFECTO (EA): Sería la satisfacción individual respecto a la
expresión de afecto y sexuales en la relación. Recoge tanto aspectos sexuales
como expresiones afectivas.
-COHESIÓN (CH): Se basa en la frecuencia con la que realizan actividades en
común.
La escala se acompaña de una hoja de corrección, en la que se reparten los ítems en
función de las subescalas que componen. Cada ítem corresponde únicamente a una
subescala, obteniendo una puntuación de cada subescala sumando sus ítems. La
puntuación total de la escala se calcula sumando las puntuaciones de las cuatro
25
subescalas (entre 0 y 151). Spanier propone la transformación de las puntuaciones
directas, tanto la total como la de cada subescala, en puntuaciones T, en las que la media
sería 50 y una desviación típica de 10. El autor comenta que puntuaciones inferiores a
45, indicarían un ligero empobrecimiento del ajuste marital (correspondería a una
puntuación directa de 105). Otra forma diferente de interpretar los resultados del DAS,
es la propuesta por autores como Burger y Jacobson (1979) que proponen identificar las
puntuaciones inferiores a 100 como indicadoras de un pobre ajuste marital.
Crane et al. (1990) proponen la puntuación directa de 107 como un indicador de
estrés para los individuos casados; puntuaciones inferiores a esta indicarían una peor
calidad del ajuste marital para cada miembro. También se puede evaluar la calidad del
ajuste de la pareja, siguiendo el criterio de promediar las puntuaciones individuales para
determinar una puntuación de la pareja (Crane et al., 2000).
Según diferentes autores (Spanier, 1976; Spanier y Thomson, 1982; Antill y Cotton,
1982) los índices de fiabilidad están demostrados y son buenos. La fidelidad de la escala
total calculada a través del coeficiente alfa de Cronbach es de 0,96, en consenso (á =
0,90), en satisfacción (á = 0,94), en Cohesión (á = 0,86) y en expresión de afecto (á =
0,73). (Otros en la escala total 0.91,0.90). (A.Espina y A.Ortego).
ALIANZA EN EL SISTEMA
Como en todo grupo humano, en la familia se dan alianzas inevitables que se derivan del
tipo de interacción y afectividad que liga a unos miembros con otros. Lo característico
de toda alianza es que los miembros implicados en ella se apoyan y respaldan
mutuamente sin más exigencias. En las alianzas se encuentra una gratificación que
permite el crecimiento y desarrollo de las personas, por lo que no sólo hay que
respetarlas, sino que en muchos casos debe ser fomentada por el terapeuta a fin de
encontrar en esta dinámica grupal un punto de apoyo para introducir cambios y
reestructuraciones en la interacción. Un ejemplo particularmente útil en nuestra
experiencia clínica es el de provocar la aparición de alianzas entre hermanos, haciendo
que el miembro «paciente» encuentre en alguno de sus hermanos el apoyo necesario para
su crecimiento armónico personal. En el «sistema terapéutico» - generado de la
interacción de familias y terapeutas- puede estimularse para crear un vínculo que permita
movilizar capacidades latentes que de otro modo no aparecerían a lo largo del proceso
terapéutico (J.A.Ríos).
AMIGOS EN TERAPIA FAMILIAR
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Si la terapia familiar tiene como finalidad reestructurar las relaciones amenazadas de la
familia o la pareja en sus múltiples alternativas, y si, por otra parte y como ha
demostrado la terapia de redes, es necesario incorporar al trabajo terapéutico a todos los
agentes que rodean al que denominamos «paciente designado» (*) (padres, hermanos,
abuelos, familiares cercanos significativos, profesores,educadores de cualquier otra
institución no escolar...), la vida del niño y del adolescente se mueve en un contexto
social en el que la amistad juega un papel preponderante. Muchas horas del día se pasan
con los amigos, infinidad de experiencias se comparten con ellos, momentos de alegría o
de tristeza se convierten en materia de confidencialidad en la que brilla de modo especial
el apoyo y la ayuda que ofrecen éstos al sujeto que sabe aprovecharlo. De todo ello se
deduce que es imposible entender muchos comportamientos de un sujeto sin verlos a la
luz de lo que acontece en el mundo socio-amistoso del individuo. En nuestra sociedad
actual la presión del grupo ejerce un influjo mucho mayor que en otras épocas. Y la
realidad social nos muestra con excesiva frecuencia la existencia de grupos patológicos
que configuran no sólo la conducta, sino que modelan rasgos de personalidad que no
pueden eludirse. Las «tribus sociales», la existencia de «infraestructuras en el mundo
adolescente», los compromisos que van adquiriéndose y la necesidad de mantener nexos
de identidad con amigos a los que se debe fidelidad y lealtad, son factores que el
terapeuta ha de tener presente.
Para aprovechar cuanto pueda desprenderse de lo anterior, creemos necesario
empezar a plantearse la posibilidad de incluir, aunque a sea a modo de intervenciones
esporádicas que no han de convertirse en sesiones obligatorias y continuadas dentro del
proceso de terapia familiar que se está llevando a cabo, algunas sesiones en las que estén
los amigos del paciente cuando se trata de niños y adolescentes. Los amigos, por otra
parte, poseen información privilegiada que puede ser muy útil al terapeuta, al tiempo que
pueden convertirse en factores de apoyo para la superación de muchos problemas.
Creemos que este nuevo instrumento en el contexto de la terapia familiar abrirá nuevas
perspectivas (J.A.Ríos).
ASESORAMIENTO FAMILIAR
El asesoramiento familiar es una modalidad del trabajo con las familias que ha ido
adquiriendo distintos modelos y formas de aplicación. Terminológicamente suelen
identificarse con él el Consejo Familiar y cualquier otra modalidad de seguimiento a
través del que se ofrece a la familia medios y recursos para iluminar la búsqueda de
soluciones a sus conflictos o incertidumbres. Para nosotros constituye una parcela de la
27
Orientación Familiar dado que ésta es más amplia tanto en sus objetivos como en los
contenidos y manejo de técnicas e instrumentos tendentes al fortalecimiento del sistema
familiar. El Asesor Familiar es una figura necesaria en el equipo de orientación y su
tarea fundamental puede centrarse en la oferta de medios con los que ir dando respuestas
válidas y eficaces a las distintas encrucijadas que vive la familia en su camino de
crecimiento y desarrollo (J.A.Ríos).
ASOCIACIONES DE PSICOTERAPIA FAMILIAR
Aparte de las Asociaciones Autonómicas de Terapia Familiar integradas en la FEATF
(*) y de cuyas características puede encontrarse información detallada en la propia
Asociación o en la Federación que las cobija, y por no formar parte de ésta ya que los
Estatutos no admiten más que una Asociación por Comunidad Autónoma, queremos
indicar la existencia de las siguientes:
La ASOCIACIÓN ESPAÑOLA PARA LA INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO
DE LA TERAPIA FAMILIAR, con sede en Madrid, fue fundada en 1997 y sus
presidentes han sido J. A. Ríos González (1997-2002) y A.Espina Eizaguirre (2002-...).
La Asociación está integrada en la Federación Española de Asociaciones de
Psicoterapeutas (FEAP).
La ASOCIACIÓN VASCA DE PSICOTERAPIAS DINÁMICA Y SISTÉMICA
(AVAPSI), con sede en San Sebastián. Es una asociación de profesionales fundada en
1993 presidida por Alberto Espina y agrupa a psicoterapeutas de orientación dinámica y
sistémica. La Asociación está integrada en la Federación Española de Asociaciones de
Psicoterapeutas (FEAP).
ATRIBUCIONES EN LA FAMILIA
Las atribuciones se derivan de la investidura que se hace a cada miembro en función de
tareas que se le asignan o papeles que se le encomiendan.
Muy vinculadas a los roles familiares (*), tienen un origen oscuro difícil de
descubrir en su totalidad. A través de ellas se decide que un miembro va a jugar tal papel
y la presión es tal que no es posible escaparse de ese rol. En todas las familias hay quien
queda «adornado» con la atribución de ser el listo, el guapo, el simpático, el habilidoso,
el mediador, el que mantiene relaciones interesantes con el mundo externo. Los papeles
de bueno, acomplejado, equilibrado o conflictivo se reparten sin que nadie sepa muy
28
bien dónde se originó tal atribución. Lo cierto es que se asimila de tal modo que
desmontar estos mecanismos no es una tarea fácil.
Tras las respuestas a preguntas como «en mi familia yo soy...» y «esto me obliga
a...» se oculta la realidad desnuda derivada de todo lo anterior y que se traduce en «esto
me hace sentir...».
Muchas atribuciones van vinculadas a mitos (*) que ocasionan el nacimiento de un
verdadero sistema de papeles mutuamente acordados, pero deformados, y que los
miembros de la familia adoptan como postura defensiva ante algo que no se pone en tela
de juicio dentro del mismo sistema. Las atribuciones, como los mitos, no se discuten y
actúan como tabúes intocables cuyo desafío se hace muy arduo. La experien cia clínica
nos muestra que algunas de estas atribuciones se convierten en un verdadero emblema
familiar de cuya pertenencia todos se sienten orgullosos, rehusando, por el bien de la
unidad familiar, cualquier intento de cambio, quedando sometidos a las consecuencias de
su despótica presencia.
Las atribuciones suponen una aportación fundamentalmente centrada en la
incorporación de nuevos modos de relación cuando sobre alguno o algunos de los
miembros se proyectan otras exigencias y expectativas que se concretan en la
formulación de cada atribución. Su influencia se traduce en forma de aspiraciones y
exigencias que provocan tensiones y conflictos, al no poder ser cumplidas por aquellos
en quienes se han depositado tales esperanzas.
Las atribuciones poseen, por tanto, una carga negativa en cuanto sobreañaden al
sujeto la necesidad de dar respuestas en función de cualidades, aptitudes, rasgos
personales e intereses que no son propios, sino simplemente añadidos por quienes han
formulado la atribución concreta. A quien se le atribuye que es el «inteligente» no tiene
más remedio que responder a ello en el caso que lo asuma o, en caso contrario,
rechazarlo con la descalificación de tal calificativo y el subsiguiente enfrentamiento con
todo el entorno que ha asimilado el apelativo.
La atribución implica un mandato camuflado: «tú tienes que ser así y obrar así», «de
lo contrario, nos defraudarás», lo que supone la necesidad de elaborar la aceptación o el
rechazo de una despótica fidelidad que le viene impuesta desde fuera y, a veces, contra
lo más radical del propio modo de ser (J. A. Ríos).
AUTORIDAD EN LA FAMILIA: CONCEPTO
29
Por autoridad se entiende el derecho o poder de mandar, regir, gobernar, jerarquizar...
Esta definición se amplía en el marco familiar, al ser un sistema más complejo. La
autoridad en la familia tiene como único fin el de conseguir seres equilibrados ante unos
determinados valores, elaborando pautas, normas y valores como consecuencia interna
de la elaboración personal.
La autoridad en la familia corre el riesgo de producir «personalidades autoritarias»
caracterizadas por formarse en contextos familiares muy estrictos y competitivos. Así,
los sujetos autoritarios se caracterizan por mantener actitudes positivas hacia su grupo
(endogrupo) y negativas hacia los otros grupos (exogrupos), sustentando la convicción
de que estos últimos son, en general, inferiores y desplazando, en consecuencia, la
agresión hacia ellos.
Así, la autoridad de la figura paterna ha de enmarcarse en lo que constituye el
meollo de la transición de un respaldo que haga posible la integración de todas las
tendencias que laten en el fondo de la inicialmente anárquica personalidad del hijo.Hay
que ver qué tipo de autoridad suele desarrollarse en el interior de la dinámica familiar y
qué tipo de personalidad provoca cada modelo. Por tanto, en numerosas ocasiones
encontramos al padre que usa sus poderes para aumentar las capacidades, las
posibilidades, el despertar de potencialidades latentes en el hijo. En tal caso tendremos
un padre sanamente adornado de la autoridad.
Pueden consultarse: Alcover de la Hera, C.; Gil Rodríguez, F. (1999); Huici, C.
(1985); Ríos González, J. A. (1980); Ríos González, J. A. (1994a) (M.Gamella).
AUTORIDAD EN LA FAMILIA: TIPOS
Según Harvey, Hund y Schroeder (1961), citados por Ríos (1994), nos encontramos con
cuatro tipos:
a)Autoritarismo estable: Propio de los regímenes de tipo totalitario estabilizado. Las
pautas y metas de comportamiento vienen prescritas desde arriba, verticalmente y
de forma detallada por la autoridad de manera que no dimanan de la base, sino de
unos principios superiores, inexpugnables y nunca discutidos. Desde ellos se
estructura descendentemente un clima de disciplina donde están claramente
especificadas las metas del comportamiento y los procedimientos exactos o
pautas que conducen a su consecución. Atenerse a este sistema proporciona
determinadas compensaciones y recompensas, mientras que transgredirlo origina
30
castigos bien determinados. Sus consecuencias son una personalidad
conformista, escasos conflictos y escasa creatividad. La identidad personal se
define en términos externalistas. Ríos (1980) lo denomina como rigidez y
dominio al clasificar las actitudes educativas familiares, aunque algunas de sus
consecuencias se aprecian más en el tipo que ha denominado infantilismo.
b)Autoritarismo inestable: Adopta el sujeto una postura negativista, con oposición
reactiva y hostil tanto a los otros como a la sociedad. El sujeto posee una
conciencia de identidad personal, pero define esta autoimagen de forma negativa.
El mantenimiento de su identidad personal coincide con no ser invadido o
conquistado por nadie. La entrega amorosa a otra persona le resulta incompatible
con la defensa de su integridad y todo acercamiento lo vive como una amenaza.
Su ultima verdad es la negación. Aunque las pautas, premios y castigos vienen
definidas desde arriba, tales principios son reemplazados por la imprevisible
arbitrariedad del padre. Al niño se le premia hoy por lo mismo que se le castiga
mañana. Tal autoritarismo inestable configura un encuentro negativo con el
mundo y determina una demarcación negativa y hostil de las fronteras
personales. Los resultados son la aparición de un yo como negación del otro y
por la vía de enfrentamiento, un proceso de autonomía individual que es el
resultado de la necesidad de defenderse de los ataques exteriores al mismo
tiempo que la identidad personal se define en términos de una independencia
negativa, socialmente destructiva e individualmente estéril. Este sistema no
atrofia las estructuras cognitivas del sujeto, pero tampoco favorece un desarrollo
intelectual creador. Pinillos (1976, 1982) concluye que la mejor manera de que
un padre desarrolle ante él una actitud negativa por parte del hijo, así como ante
la figura de autoridad y la sociedad en general, es la de adoptar este rol
autoritario inestable, ya que con seguridad, los niños educados en tales ambientes
descubrirán su autonomía frente a la autoridad de sus padres y no con ellos.
c)Sobreprotección: El padre o educadores se encargan de que el niño consiga lo que
desea, sin necesidad de luchar por ello, así facilitan el incremento del nivel de
aspiraciones sin esfuerzos. Son padres caracterizados por la tolerancia para las
transgresiones. Los hijos se caracterizan porque las destrezas se montan sobre
una personalidad poco avezada a luchar con las dificultades, débil para afrontar
los obstáculos serios de la vida obteniendo así personas conformistas con una
definición de la propia identidad muy poco exigente consigo misma y demasiado
acogida a la protección del «establishment». La capacidad creadora queda
31
disminuida por virtud de lo que puede considerar un déficit ético, una carencia de
autodisciplina. Aunque el rendimiento intelectual de tales sujetos es superior al
que tienen los sujetos de los niveles 1 y 2, no alcanza niveles creadores. Si las
circunstancias los enfrentan a situaciones difíciles, la respuesta que estructuran es
de evasión por la vía de las reacciones depresivas, la droga o el suicidio. Los
resultados más probables de esta educación sobreprotectora son la evasión o la
entrega servil y astuta al poder. Utilizan cómodamente la ventaja de que disponen
para conseguir lo que desean, propiciando si es preciso la voluntad del poderoso
a costa de falsificarse y renunciar a sus convicciones. Es frecuente que este nivel
de autoridad se dé actualmente en las nuevas clases medias que quieren ahorrar a
sus hijos los esfuerzos y calamidades que ellos tuvieron que afrontar. Ríos
(1194a) lo define como «hiperprotección» y distingue dos modalidades: la
represiva que im pide la aceptación de una recta y equilibrada aceptación de la
libertad del hijo, y la indulgente en cuanto que en ella se manifiesta una continua
tendencia a transigir con el hijo, a conceder todo capricho, a dejar hacer y a evitar
cualquier frustración. Tales hiperprotecciones provocan en el hijo sentimientos
de inferioridad e inseguridad, aparte de que el hijo se ve privado de lo
competitivo porque todo le viene resuelto de manera inmediata. Con esta actitud
se elimina la iniciativa y la responsabilidad.
d)Independencia creadora: Se puede considerar una equilibrada forma de ejercicio
de la autoridad. Produce una autonomía responsable, una conciencia liberal. Las
estructuras cognitivas se estructuran en interacción esforzada con el medio.
Propicia el desarrollo de una actitud resolutoria y animosa frente a los obstáculos
y frustraciones inevitables de la vida. El yo personal se define con firmeza de
forma flexible y abierta en interacción con el medio evaluado con realismo y del
que el sujeto se siente responsable. La verdad de este tipo de personas es una
verdad recíproca y creadora. El sujeto se sabe agente libre, responsable de sus
acciones pero todo ello en reciprocidad con la sociedad de la que forma parte. La
integración de los sentimientos de autonomía y convivencia origina una libertad
responsable que no excluye la crítica. Su libertad no es libertad de o para, sino
libertad con, en solidaridad con la sociedad de que forma parte.
Pueden consultarse: Alcover de la Hora, C.; Gil Rodríguez, F. (1999); Huici, C.
(1985); Pinillos, J. L. (1982); Ríos González, J. A. (1994a) (M.Gamella).
 
32
CALOR (C) EN EE
Se refiere a la simpatía, afecto, interés, empatía y comprensión expresados por el
familiar en la entrevista hacia el paciente. La espontaneidad y el tono de voz son el
fundamento de la evaluación de esta escala que se valora teniendo en cuenta cinco
categorías:
0 = Ausencia de Calor.
1 = Muy poco Calor.
2 = Algo de Calor.
3 = Moderado Calor.
4 = Calor moderadamente alto.
5 = Calor alto.
(A.Ortego).
CAMBIO-1
Dentro del contexto sistémico definimos como «cambio-1» todo intento terapéutico de
modificación de uno de los miembros del sistema que estamos tratando, sin que por ello
se vean alteradas o afectadas las interacciones de ese miembro con el resto del sistema.
Aunque la teoría sistémica no guarde relación con el modelo psiquiatricista de n=1,
es útil aludirlo con objeto de ejemplificar en qué tipo de prácticas funciona este tipo de
cambio.
Efectivamente, al tratarse de un cambio en el plano individual, opera eficazmente en
las terapias centradas en el paciente que acude a consulta, bien por su propia voluntad,
33
bien por recomendación de sus allegados, y que sigue las recomendaciones del
profesional que trata su caso aisladamente. Con este último adverbio no nos referimos a
que el especia lista se olvide de que el cliente vive en un contexto social más amplio que
abarca a la familia, su red social, el trabajo, etc., si no que se centraen el trabajo que
pueda llevar a cabo con el cliente-paciente para que éste pueda cambiar adaptándose a
ese entorno aparentemente estático.
Volviendo al modelo sistémico (el cliente-paciente ya no está solo en la consulta y
se trabaja con ese contexto que en el anterior modelo era virtual y que ahora ya cobra
vida), el cambio-1 implicaría un «cambio EN el sistema, no DEL sistema». Esta
diferencia que apuntan Watzlawick y sus colaboradores en la obra de Navarro (Navarro,
J., 1992), supone que aplicando este tipo de cambio el sistema no varía.
En otras palabras: cuando en un sistema se intenta modificar la conducta de uno de
sus miembros (que suele coincidir con quien el resto del grupo rápidamente ha
etiquetado como «paciente» o «el que tiene el problema»), y no el patrón que siguen las
interacciones de sus componentes (los juegos) (*), lo más probable es que la etiqueta de
enfermo vaya pasando de unos a otros pero el juego disfuncional o «sucio» se mantenga.
El cambio-1 es típico de sistemas cerrados (*) muy morfostáticos (*) que tienden a
mantener el precario equilibrio que los mantiene unidos a expensas de ir localizando la
atención en los miembros de ese sistema que por un motivo u otro son más débiles y
encajan mejor el papel de enfermos. Estos sistemas se autoabastecen hasta que
consumen sus reservas y se destruyen porque no saben salir de sus dinámicas ineficaces
o no se atreven a desafiar sus pautas de interacción, y además no gustan de relacionarse
con otros sistemas.
En líneas generales, este término (junto con su inseparable pareja que definiremos en
breve, el cambio-2) (*) es fundamental para entender el objetivo de cualquier modelo
terapéutico, esto es: el cambio de las pautas de interacción de los componentes de un
sistema, o el cambio de sus miembros por separado y sin influencia real en los demás.
Son muchos los autores que han trabajado este concepto, aunque cabría destacar a
Watzlawick y Sluzki como los me jores representantes de lo que Navarro denomina
«Escuela de los terapeutas del cambio» (Ríos, J. A., 1994).
El primero de estos dos autores se valió junto con sus colaboradores J.Weakland y
R.Fisch, de la Teoría de Conjuntos y de los Tipos Lógicos para definir cambio-1 y
34
cambio-2 respectivamente. En su obra Cambio, el lector podrá encontrar detallada
información sobre estas teorías (J.Cejalvo).
CAMBIO-2
Dentro del contexto sistémico definimos «cambio-2» como todo intento terapéutico de
modificación del propio sistema que estamos tratando en su conjunto, basado en la
adecuada y estudiada alteración de las interacciones de sus miembros o de las pautas
comportamentales de uno o más de ellos, siempre que no se consideren aisladamente
como ocurría en el cambio-1.
En la Teoría General de Sistemas (*) de Von Bertalanffy, los sistemas están
sometidos a las leyes de la circularidad (*) y el cambio. Los miembros de un sistema
están obligados a influirse mutuamente de tal modo que lo que le ocurre a un
componente del círculo se acaba transmitiendo a todos los demás. En cuanto sistema
evolutivo, en él operan cambios, que serán de uno u otro tipo en función de su grado de
apertura y funcionalidad.
En el cambio-1 como ya apuntamos, esas influencias se mantienen y acaban siendo
disfuncionales porque no se adaptan a los cambios naturales de sus miembros. Todo lo
contrario que ocurre en el cambio-2, donde los cambios de los componentes del sistema
van acompañados de un cambio adaptativo en las interacciones que mantiene entre ellos.
Si anteriormente mencionábamos que el cambio-1 era propio de sistemas cerrados
muy morfostáticos, ahora el cambio-2 es característica de sistemas completamente
opuestos a los primeros. Esto es, familias o grupos abiertos que gustan de relacionarse
con otros grupos introduciendo nuevas pau tas de actuación que les ayuden a crecer y
moverse en la dirección correcta. Son por tanto muy morfogenéticos (*).
El cambio-2 es el objetivo básico de la Terapia de Familia de orientación Sistémica,
ya que es el cambio que realmente produce logros estables y duraderos. En las sesiones
clínicas sistémicas, al tratar presencialmente a todos los miembros de la familia cada vez
que intervenimos en uno de sus miembros, podemos comprobar in situ cómo afecta esta
intervención a sus pautas de interacción con el resto de componentes. Y una vez
identificadas esas pautas, entonces pasar a modificarlas generando el cambio-2.
Watzlawick y sus colaboradores distinguían en la obra de Navarro entre realizar
«cambios EN el sistema, o cambios DEL sistema» (Navarro, J., 1992). Con el cambio-2
35
ahora sí cambian los juegos entre las partes, y la manera en que estos elementos
interpretan esos juegos (pautas de interacción), el sistema al completo es otro, se ha
producido un cambio DEL sistema.
La etiqueta de enfermo ya no va pasando de unos a otros porque, en palabras de
estos autores, «lo que se intenta cambiar es el modelo de solución de problemas usado
por el paciente designado y por su familia hasta ese momento, que ha sido disfuncional».
En otras palabras, lo que está «enfermo» es la relación, el modo en que los componentes
del sistema se comunican y se afectan, y eso es lo que hay que sustituir.
Son muchos los autores que han trabajado este concepto, aunque como ya ocurrió en
el cambio - 1, volvemos a destacar a Watzlawick y Sluzki como los mejores
representantes de lo que Navarro denomina «Escuela de los terapeutas del cambio»
(Ríos, J. A., 1994).
El primero de los autores se valió junto con sus colaboradores J.Weakland y R.Fisch,
de la Teoría de Conjuntos y de los Tipos Lógicos para definir cambio-1 y cambio-2
respectivamente. En su obra Cambio, el lector podrá encontrar detallada información
sobre estas teorías (J.Cejalvo).
CICLOS VITALES DE LA FAMILIA Y LA PAREJA (1)
Son «etapas, estadios o fases» por las que pasa la familia en su proceso evolutivo.
Estas fases vienen determinadas por cada cultura, que define los roles y tareas
propias de cada etapa (criterio de elección de la pareja, duración del noviazgo, edad para
casarse, el tipo de contrato, el período de maternidad, la responsabilidad de la crianza...)
(A.Gimeno).
El paso de una etapa a otra suele ir marcado por un suceso relevante. Estas
transiciones, que siempre producen cambios, no se resuelven igual en todas las familias
(capacidad de resolución de conflictos, experiencias previas...). Para algunas,
constituyen una fuente de conflictos.
Minuchin y Fishman consideran a la familia como un sistema vivo, cuyo desarrollo
transcurre en etapas que siguen una progresión de complejidad creciente. «Hay períodos
de equilibrio y adaptación, caracterizados por el dominio de las tareas y aptitudes
pertinentes. Y hay también períodos de desequilibrio, originados en el individuo o en el
contexto. La consecuencia de éstos es el salto a un estadio nuevo y más complejo, en que
36
se elaboran tareas y aptitudes también nuevas.» Este modelo describe cuatro etapas
organizadas en torno al crecimiento de los hijos:
1. La formación de la pareja
El matrimonio o la formación de la pareja supone dar entrada al SFC (Sistema Familiar
Creado) (*); en este momento cada uno de los miembros de la pareja trae al nuevo
sistema, valores, creencias y modos de actuar propios de su familia de origen que se han
de revisar y comentar, con el fin de llegar a un acuerdo sobre lo que pretenden construir
(«identidad de pareja»). «El SFC, por tanto, va a surgir como consecuencia de un
acuerdo entre los cónyuges, acuerdo que ha de ser lo más explícito posible por cuanto en
él van a tener una gran fuerza la presencia y la formulación de reglas de comportamiento
que van a diferenciarse de las anteriormente vividas» (Ríos, 1994a). Para él se trata de
una tarea compleja en la que intervienen elementos emocionales concretos que precisan
de una orientación adecuada cuyos objetivos a atender son los siguientes:
•Conseguir una adaptación de pareja.
•Establecer unos niveles de comunicación.
•Alcanzar unos cauces de encuentro y contacto.
•Fijarunas metas de relación.
•Crear unos confines respecto al SFO de cada cónyuge.
Para Minuchin, la tarea básica de esta etapa consiste en definir unos límites
adecuados con el exterior (familia de origen, amigos y trabajo) y unas pautas de
funcionamiento común en el interior de la pareja (reglas sobre intimidad, jerarquización
(*), expresión del afecto..., pautas para resolver conflictos).
2. La familia con hijos pequeños
El nacimiento del primer hijo supone una reorganización del subsistema conyugal. A
partir de este momento se constituye el sistema parental, con la creación de nuevas
reglas y ejecución de nuevas tareas. Entre ellas destacaríamos la diferenciación clara de
los roles parentales/conyugales, la creación de un espacio de intimidad para la pareja, la
negociación de tareas y tiempo dedicado a la crianza de los hijos, las relaciones con el
exterior, etc.
37
Con el nacimiento de nuevos hijos se reformularán las reglas anteriormente
establecidas. En este momento, aparece el subsistema filial.
3. La familia con hijos adolescentes
En esta nueva etapa la familia se enfrenta a nuevos retos, crea nuevas reglas de
funcionamiento con el fin de mantener su equilibrio.
El hijo adolescente debe forjar su «identidad adolescente», tarea que tendrá que
realizar «solo», y para lo cual la familia puede ayudarle dando respuesta a tres
necesidades bá sicas (necesidad de independencia, necesidad de autonomía y afirmación
de la originalidad [Ríos, 1994a]).
Según Minuchin, los temas de la autonomía y el control tienen que renegociarse en
todos los niveles, especialmente cuando los padres se enfrentan con la «crisis de la mitad
de la vida», dado que en este momento surgen tensiones ante la revisión que hacen de su
vida personal, laboral y matrimonial.
También en esta etapa surge un elemento de conflicto y presión debido a las
adaptaciones que debe realizar la familia al tener que hacerse cargo de los abuelos (*).
4. La familia con hijos adultos
En esta etapa la familia vuelve al subsistema conyugal, enfrentándose con nuevas tareas
tales como el establecimiento de una nueva relación padres e hijos como adultos y la
creación de nuevas relaciones con sus nietos y con sus padres.
A este período se le denomina el «nido vacío» (*), por el sentimiento de vacío y
depresión, que experimentan sobre todo las mujeres que han centrado toda su vida en el
cuidado de los hijos.
También es un período de crecimiento para la pareja que se ve libre de tareas como
la crianza de los hijos.
Cuando la familia llega a la Tercera Edad se ve ante nuevos requerimientos como es
la aceptación y adaptación a las pérdidas: familiares, amigos, laborales, salud, así como
la valoración de los logros alcanzados a lo largo de la vida y la puesta en marcha de
nuevas posibilidades.
38
Últimamente estamos viviendo una serie de cambios importantes respecto a la
definición clásica de cada etapa, como señala A.Gimeno (1999): «las parejas se casan
más mayores, se retrasa la edad de la maternidad, se reduce el número de hijos, se
comparten las tareas domésticas y se distribuye entre ambos cónyuges la responsabilidad
del aporte económico, los hijos adultos permanecen más tiempo en la familia de origen,
se prolonga la etapa de nido vacío y la con vivencia de la pareja tras la jubilación, los
ancianos se acomodan en residencias geriátricas, etc.».
Históricamente, uno de los primeros trabajos sobre el ciclo evolutivo familiar es el
de Duval (1957), quien distingue tres etapas en el desarrollo familiar (constitución,
expansión y reducción).
R.Hill (1965) propone una clasificación similar, hablando de «estadios» por los que
pasa la familia, construyendo una teoría cíclica ya que se parte de la pareja para terminar
en ella.
Berman y Lief (1975) establecen una relación entre conflictos básicos de la etapa de
desarrollo vital con los problemas de familia, mientras que Minuchin (1984) defiende
una concepción dinámica de la familia, en continuo desarrollo, adaptándose a las
demandas tanto de dentro como de fuera.
Falicov (1991) considera que la familia pasa por una secuencia más o menos
ordenada de etapas y para Cusinato (1992) el paso por las distintas etapas conlleva la
resolución de tareas evolutivas que favorecen al crecimiento de la familia mientras que la
no resolución de las mismas genera crisis.
Con vistas a las aplicaciones clínicas de su utilización en terapia familiar pueden
utilizarse las fases del ciclo evolutivo familiar, de Carter y McGoldrick (1980), de gran
valor porque aportan información sobre la transición emocional y cambios necesarios
que se requieren en cada etapa.
Para Navarro Góngora (1992) hay cuatro temas a tener en cuenta de cara a la terapia:
la tarea evolutiva y recursos para cumplimentarla («en cada fase ha de realizarse una
tarea y cada tarea supone la necesidad de desarrollar una serie de habilidades...»), los
«ritos de paso», la definición de la relación («...contrato al que parece estar sujeto el
vínculo...») y los momentos centrípetos y centrífugos.
Ríos (1997) propone una nueva clasificación de los ciclos vitales de la familia y la
pareja, tal y como puede verse a continuación (I.Ausucúa).
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CICLOS VITALES DE LA FAMILIA Y LA PAREJA (II)
(Hacia una nueva clasificación. J.A.Ríos, 1997)
A)CICLOS VITALES NORMATIVOS DE LA FAMILIA: (Explican las crisis
normativas de la familia)
1.Emancipación del joven adulto.
2.Noviazgo: formación de la pareja. Percepción y decisión:
-dónde queda la motivación para una decisión madura o cómo construirse
un divorcio perfecto.
3.La forja de la pareja: del Sistema Familiar de Origen (SFO) al Sistema Familiar
Creado (SFC): de la filiación a la conyugalidad.
4.De lo real a lo deseado: del SFC al Sistema Familiar Querido o Deseado
(SFQ/D).
5.De la conyugalidad a la genitorialidad: el nacimiento de los hijos o de la díada
a la tríada.
6.1 Período de expansión: la Familia con hijos niños.
6.1. Los hijos niños en edad preescolar.
6.2. Los hijos niños en edad escolar.
7.II Período de expansión: la Familia con hijos adolescentes
8.III Período de expansión: la Familia con hijos jóvenes.
9.Período de contracción: el «nido vacío»: cuando los hijos marchan del hogar.
10.Contracción retenida: el «nido repleto»: cuando los hijos no rompen la
dependencia (consumismo protegido).
11.El envejecimiento evolutivo de la familia
B)CICLOS VITALES NORMATIVOS DE LA PAREJA: (Explican las crisis
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normativas de la pareja)
1.Noviazgo: formación de la pareja.
2.La «forja» de la pareja: del SFO al SFC: de la filiación a la conyugalidad.
3.De lo real a lo deseado: del SFC al SFQ/D.
4.La cohesión de la pareja.
5.El crecimiento interno de la pareja.
6.La estabilidad de la pareja.
7.La disolución evolutiva de la pareja.
C)CICLOS VITALES DE LA PAREJA POR CRISIS DE LO NORMATIVO
1:POR REDUCCIÓN DEL SISTEMA FAMILIAR
1.Parejas sin hijos.
2.Familias monoparentales.
2.1. Monoparentalidad paterna.
2.2. Monoprentalidad materna.
II:POR SEPARACIÓN O DIVORCIO DE LA PAREJA (Ver Divorcio [*]
(J.A.Ríos).
CIRCULARIDAD DURANTE LA SESIÓN DE TERAPIA SISTÉMICA
Se entiende por circularidad la relación e interacción que se establece entre los diferentes
miembros (acciones, percepciones, ideas, sentimientos, creencias) o eventos de un
sistema a través de mensajes verbales y no verbales de una manera continua y sucesiva.
Concretando más el concepto, podríamos decir que, mientras el sujeto 1 (estímulo) envía
un mensaje al sujeto 2, éste cuando lo reciba y elabore emitirá una repuesta que se
convertirá, a su vez, en estímulo-mensaje para el sujeto 1, repitiéndose dicho ciclo
sucesivamente.
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Esta circularidad de relaciones que se establece en el seno de un sistema familiar,
subsistemas que lo integran, junto con otros sistemas contextuales, son el objetivo de
estudio y diagnóstico de la terapia sistémica. La circularidad por tanto, también es «la
capacidad del terapeuta para conducir su evaluación del problema sobre la base de la
respuesta de la familia a la información que se les solicita.La información
auténticamente relevante lo es si se establece una diferencia y si la diferencia es una
relación (o un cambio de relación)» (S.Beltrán).
CIRCULARIDAD: CÓMO AGILIZARLA DURANTE LA SESIÓN
Para agilizar la circularidad dentro de las sesiones, obviamente el terapeuta y coterapeuta
deben partir de una hipótesis circular, es decir, partir de la concepción de que el paciente
designado o «problema» es una pieza más de la cadena del sistema interactivo
disfuncional. Por lo tanto, con el objetivo de estudiar, diagnosticar y reestructurar ese
círculo interaccional, el terapeuta puede agilizar el proceso a través del uso de preguntas
circulares. De esta manera, el terapeuta ayudará a hacer consciente el sistema circular de
relaciones. Muchas veces la familia se queda en un enfoque unidireccional de la
situación (E - R), quedándose en la mitad del proceso. El trabajo del terapeuta consistirá
en explicitar lo que muchas veces queda en silencio, esto es, R -* E, de algún miembro y
connotar a los restantes miembros del sistema, bajo preguntas circulares (y con las
preescripciones precisas), que las relaciones que se establecen no son unidireccionales,
consiguiendo abarcar el problema desde una nueva perspectiva (circularidad). Por lo
tanto, el terapeuta deberá otorgar «turnos de palabra», es decir, preguntar a los
componentes de la sesión con el fin de recoger información sobre la repercusión de actos
(conductas interactivas), cambios de conductas que revelan un cambio en las relaciones
antes o después de un acontecimiento, planteamiento de situaciones hipotéticas y buscar
diferencias o discrepancias que se puedan dar, estableciendo clasificaciones de los
miembros de la familia en relación con una conducta específica, etc. Para agilizar la
circularidad, el terapeuta deberá cuidar su neutralidad (*) y no caer en preguntas
irrelevantes o que parezcan repetitivas y triviales a los ojos de la familia.
Por último, considero importante que las preguntas circulares sean captadas como
tales por la familia (aunque no sea de un modo consciente) reelaborándolas las veces que
sea necesario por el terapeuta para resultar comprensibles por la familia (S.Beltrán).
CLIMA EMOCIONAL DE LA FAMILIA
El concepto de clima emocional no se encuentra definido en la bibliografía de la terapia
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familiar.
Sin embargo nos encontramos otros conceptos asociados que nos permiten
aproximarnos a la idea de clima emocional en la familia. Así Ríos (1) habla de distancia
emocional y mapa emocional de la familia, Bowen (2) de pegoteo emocional y
separación emocional. El concepto de emoción expresada (3) ha sido trabajado en
numerosas investigaciones de terapia familiar. Salem (4) se refiere al clima afectivo de la
siguiente forma: «El clima afectivo que reina en el sistema familiar es una de las
primeras realidades con las que todo terapeuta se encuentra confrontado en cada
encuentro. Este clima es a menudo poderoso y puede influir fuertemente en la conducta
del terapeuta. Algunas familias imponen de entrada una atmósfera de frialdad
intimidatoria; otras demuestran un contacto caluroso y abierto, y otras permiten un
ambiente de cordialidad-vana y superficial. El clima depende de una serie de factores
que desafían toda evaluación precisa y sólo permiten una evaluación intuitiva por parte
del observador exterior».
Para definir el concepto de clima emocional es preciso delimitar las emociones y
distinguir éstas de los sentimientos y afectos, ya que los tres términos son utilizados
muchas veces como sinónimos y, como señalan Greenberg y Paivio (5), «a lo largo de la
historia académica no se ha formulado una demarcación clara sobre el uso de los
términos afecto, emoción y sentimiento».
Marina y López Penas (6) establecen una taxonomía afectiva en la que consideran
que el afecto es un término más general, que incluye a los sentimientos. Éstos son
conceptualizados como «experiencias que integran múltiples infornaciones y
evaluaciones positivas o negativas, implican al sujeto, le proporcionan un balance de la
situación y provocan una predisposicion a actuar. Podemos dividirlos en:
-Estado sentimental: Sentimiento duradero y estable.
-Emoción: Sentimiento breve, de aparición normalmente abrupta y alteraciones
físicas perceptibles (agitación, palpitaciones, palidez, rubor, etc.).
-Pasión: Sentimientos intensos, vehementes, que ejercen un influjo poderoso sobre el
comportamiento».
Según Greenberg (5), el afecto se refiere a una respuesta biológica, no consciente,
ante cierta estimulación. Los afectos no suponen una evaluación reflexiva, mientras que
emociones y sentimientos son productos conscientes de estos procesos afectivos no
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conscientes.
El sentimiento supone un darse cuenta de las sensaciones básicas del afecto.
Las emociones dan significado personal a nuestra experiencia. Las emociones
emergen a la conciencia cuando se atiende a la sensación-sentida corporalmente y ésta se
simboliza en el darse cuenta.
Echevarría y Paez (7) distinguen entre:
-Afectividad: tonalidad o color emotivo que impregna la existencia del ser humano y
su relación con el mundo.
-Sentimiento: un tipo de afecto. Reacciones subjetivas de placer y displacer. Son
evaluaciones y estados de ánimo.
-Emociones: son un tipo de afecto, más intensas y complejas, que implican
manifestaciones expresivas, conductas, reacciones fisiológicas y estados
subjetivos. Son breves y están centradas en un objeto.
-Estados de ánimo: son afectos de intensidad media, globales, generalizados, sin
objeto específico.
De estas clasificaciones nos interesa la diferencia entre emoción y estado de ánimo.
La duración es el elemento distintivo, ya que cuando una emoción dura más de unas
horas se convierte en un estado de ánimo (o estado sentimental). Así, por ejemplo, la ira,
el miedo, la tristeza, son emociones, mientras que la irritabilidad, la ansiedad o la
depresión son estados de ánimo.
Podemos decir que la emoción es la respuesta de una persona a una situación o
acontecimiento, que surge cuando el sujeto evalúa esa situación como relevante para sus
intereses. Esta reacción se caracteriza por ser una respuesta global, intensa, breve y
transitoria y que va acompañada de un estado afectivo positivo (agradable) o negativo
(desagradable).
La emoción es entendida como una respuesta individual a un hecho. Greenberg
(2000) da un paso que nos acerca más a la idea del clima emocional familiar al afirmar
que «las emociones son fundamentalmente relacionales, proporcionan información
acerca de los vínculos».
44
En las interacciones familiares se producen una serie de respuestas emocionales en
cada uno de sus miembros, que están estrechamente ligadas y se influyen entre sí. La
respuesta emocional de un miembro de la familia está determinada y a su vez establece
las reacciones emocionales de los otros miembros.
La expresión y regulación de las emociones está sometida a las reglas de
funcionamiento familiar. La manera en que los padres expresan, demuestran y resuelven
sus emociones, determina sus relaciones emocionales y las de sus hijos.
Bowen se refiere a los procesos emocionales que tienen lugar en las interacciones
familiares, cuando un miembro de la familia reacciona automáticamente ante el estado
emocional del otro, sin que ninguno de los dos sea consciente del proceso.
El clima emocional de la familia está regulado por los procesos emocionales y es el
resultado de las emociones predominantes en las interacciones del grupo familiar.
Así, el clima emocional es el estado resultante de los procesos emocionales que
tienen lugar como consecuencia de las reacciones emocionales de cada miembro de la
familia.
A diferencia de las emociones que son reacciones individuales y cortas, el clima
emocional familiar se corresponde a un estado de cierta estabilidad que se produce,
como cualidad emergente, a partir de las reacciones individuales.
El clima emocional de la familia se asemeja a un continuo, con dos polos opuestos,
uno positivo, que coincide con estados agradables, y otro

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