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Arquitectura Románica

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ARQUITECTURA DEL ROMANICO 
 
 
MAMPOSTERÍA Y LABRA DE LA PIEDRA 
 
En la Europa del Prerrománico y del Románico, al mampostería, la técnica del muro, y la 
labra de la piedra, pueden considerarse como uniformes, si aceptamos que tal 
uniformidad sea tan diversa como la arquitectura misma. En general, podemos distinguir 
en todo caso las construcciones románicas de las romanas y góticas. Por lo regular, 
muros y pilares se construyen en estratos. Incluso en la mampostería de piedra 
de talla, las piedras más grandes y lisas se utilizan en las superficies. Los 
bloque angulosos y los residuos, mezclados con rico mortero, se emplean 
como relleno. Esto es, mampostería con argamasa de ripio, en la que frecuentemente 
se utilizan escombros. 
 
Las piezas de talla se disponen en hiladas horizontales, en lechos, pero también 
sesgadas y de canto, dando lugar, si cambia la inclinación, al aparejo en espiga o en 
espina de pez. Si las piedras son escuadradas con el mazo, hablamos de obra de 
mampostería concertada, de pequeña cantería. La transición a la sillería de gran 
tamaño es la mampostería aparejada, en la que las caras vistas están en todo caso 
labradas toscamente con el puntero, limitadas en general por un rectángulo. Por el 
contrario, la mampostería concertada, propiamente dicha, se caracteriza por la labra de 
los bordes, con la que el picapedrero, en primer lugar sobre la asnilla, da forma al 
bloque en bruto, Luego vuelve a labrar el almohadillado hasta reducirlo a un paño llano. 
En esta última fase del proceso, pica y alisa el paño con la escoda. En el período 
tardorrománico aparece la superficie dentada, lograda mediante acanaladuras. En 
muchas regiones se observan en esto paños marcas del picapedrero, sencillas figuras 
geométricas o letras talladas, así como señales entremezcladas. Según hipótesis 
generalmente aceptadas, servían para calcular el rendimiento de trabajo. 
 
Las principales técnicas de estos trabajos se aplican en todos los períodos que pasamos 
a considerar sucesivamente. Mampostería de piedra grande de talla, bien 
terminada y concertada, se encuentra hacia el año 800 en la catedral de Aquisgrán; 
en la iglesia de S. Pantaleón de Colonia, y en la iglesia de S. Miguel de Hildeshein, a 
comienzos del siglo XI; en Spira I hacia el año 1050; hacia el 1100 en Spira II, Cluny III, 
Durham, Bari, Pisa, Toulouse y Santiago. En el siglo XII en todas partes. Se encuentra 
mampostería ordinaria de piedra de cantera en bruto no solo en los edificios 
catalanes hacia el año 1000 y en muchas iglesias toscanas del s. XII, sino también 
en un edificio tan bien estructurado y articulado como es la iglesia conventual de 
Karden, erigida hacia el año 1200. 
 
Las superficies de la piedra de talla, finamente trabajadas y bien conservadas 
demuestran una maestría artesana a cuya belleza somos hoy particularmente 
sensibles. Nuestra época ha descubierto el encanto estético del primitivo mampuesto de 
piedra de talla, y muchas veces se intenta recuperarlo, dejando la obra descubierta, 
incluso allí donde no fue imaginada de tal modo, sino para que quedase recubierta con 
revocos. 
 
En lugar de extraer de la cantera la piedra de construcción, es natural que se tomase 
del material de derribo de los edificios que habían de ser sustituidos por otros más 
bellos o mayores... El material en bruto se tomaba también de las ruinas, sobre todo de 
los edificios romanos; esto se puede observar en todo el territorio del Imperio Romano. 
Aparecen relieves inscripciones y piezas labradas en un contexto totalmente 
distinto. Muchas veces se expoliaba sin recato alguno, abiertamente, tal vez con la 
idea de que hacerlo era un modo de mostrar el triunfo de la Iglesia sobre el paganismo. 
 
También se utilizaron con frecuencia los ladrillos romanos, que se reconocen por su 
forma aplanada. Si llegaron a fabricarse ladrillos y cuando, es cuestión que no 
puede ponerse en claro. En todo caso, el ladrillo cocido se produce a gran escala 
durante los siglos XI y XII en algunas regiones de Europa. 
 
(H. E. Kubach “Arquitectura románica”). 
 
 
UNIDAD Y VARIEDAD DE SOLUCIONES 
 
Los Primeros signos del renacimiento arquitectónico se manifiestan en los años mil, en el 
mismo momento en que se afirma el progreso de las matemáticas; el cronista Radulfo 
Glaber los percibió y su evocación del “Blanco manto de las iglesias nuevas” con que se 
cubren entonces los campos de Occidente es justamente célebre... El problema que los 
maestros de obra se esfuerzan ahora en resolver es el de la cobertura, al intentar 
extender la bóveda empleada hasta entonces en las partes más macizas de 
la construcción, al conjunto del edificio, en especial a la nave mayor. Por 
consiguiente tienen que encontrar el medio de hacer soportar a los muros de la 
iglesia una masa de piedra y de mortero infinitamente más pesada que la 
cubierta de madera de la tradición basilical. Sin duda, disponen ya de algunos 
elementos de la solución: los arquitectos carolingios sustituyeron el pilar macizo por 
la columna e introdujeron el uso del contrafuerte. Pero aún hay que adaptar estos 
elementos de detalle a los grandes espacios. Camino lento, marcado por muchos 
fracasos: hundimientos de naves, que cuentan las crónicas monásticas. Poco a poco se 
extiende el uso de los arcos perpiaños que, colocados a intervalos a través de la 
bóveda de cañón, hacen descansar la mayor parte del peso sobre los pilares 
apoyados exteriormente en los contrafuertes; luego la bóveda de arista que se 
origina por la intersección de dos bóvedas de cañón seguido cuyos empujes son 
derivados hacia los cuatro soportes del ángulo; luego la cúpula, que permite apoyar 
sobre los cuatros macizos periféricos del transepto la cubierta central de la iglesia; por 
último se descubren progresivamente todas la variaciones destinadas a combinar entre si 
las bóvedas. Al término de estos esfuerzos se produce, hacia 1075, una floración 
repentina de obras maestras. Empieza la gran época de la arquitectura románica. 
Arquitectura variada en extremo, y por este motivo se ha buscado durante mucho 
tiempo el repartir las iglesias de esta época entre diversas escuelas regionales. Es cierto 
que, en cada región, la feliz disposición de un edificio nuevo, éxito particular de 
determinado maestro de obra, fue reproducida en las cercanías en numerosas 
construcciones secundarias en especial en los pequeños santuarios rurales. Pero esa 
clasificación geográfica podría hacer olvidar la intensidad de los cambios interregionales, 
fenómeno característico precisamente del final del siglo XI: de hecho, elementos 
comunes se encuentran en las basílicas que jalonan tal o cual itinerario muy 
frecuentado, por ejemplo las que, desde Tours hasta Compostela, por Limoges y 
Toulouse, están situadas en uno de los grandes caminos de la peregrinación a Santiago. 
Así mismo, se reconoce la misma inspiración y concepciones análogas en iglesias de 
monasterios alejados unos de otros, pero unidos por vínculos de naturaleza religiosa. 
Hay que contar también con las relaciones personales que mantienen entre si los jefes 
de las comunidades eclesiásticas y con el desplazamiento de los canteros para explicar 
esta complejidad de influencias que se manifiestan por ejemplo en Borgoña donde dos 
tendencias divergentes son seguidas paralelamente, llevando a la gran basílica de Cluny 
y la otra la Abacial de Vezelay. Pero el hecho primordial sigue siendo la diversidad de 
soluciones aportadas a los problemas del equilibrio: así en el Poitou alternan con 
las iglesias de tres naves de igual altura, otras que no tienen más que una; unas 
cubiertas con bóveda de arista y otras con bóveda de cañón y también largas naves 
cubiertas por una sucesión de cúpulas. Diversidad que expresa la intensa ferentación, el 
prodigioso poder inventivo de la sociedad occidental en los años alrededor del 1100. 
 
 
ARQUITECTURA DEL ROMANICOMAMPOSTERÍA Y LABRA DE LA PIEDRA 
 
En la Europa del Prerrománico y del Románico, al mampostería, la técnica del muro, y la 
labra de la piedra, pueden considerarse como uniformes, si aceptamos que tal 
uniformidad sea tan diversa como la arquitectura misma. En general, podemos distinguir 
en todo caso las construcciones románicas de las romanas y góticas. Por lo regular, 
muros y pilares se construyen en estratos. Incluso en la mampostería de piedra 
de talla, las piedras más grandes y lisas se utilizan en las superficies. Los 
bloque angulosos y los residuos, mezclados con rico mortero, se emplean 
como relleno. Esto es, mampostería con argamasa de ripio, en la que frecuentemente 
se utilizan escombros. 
 
Las piezas de talla se disponen en hiladas horizontales, en lechos, pero también 
sesgadas y de canto, dando lugar, si cambia la inclinación, al aparejo en espiga o en 
espina de pez. Si las piedras son escuadradas con el mazo, hablamos de obra de 
mampostería concertada, de pequeña cantería. La transición a la sillería de gran 
tamaño es la mampostería aparejada, en la que las caras vistas están en todo caso 
labradas toscamente con el puntero, limitadas en general por un rectángulo. Por el 
contrario, la mampostería concertada, propiamente dicha, se caracteriza por la labra de 
los bordes, con la que el picapedrero, en primer lugar sobre la asnilla, da forma al 
bloque en bruto, Luego vuelve a labrar el almohadillado hasta reducirlo a un paño llano. 
En esta última fase del proceso, pica y alisa el paño con la escoda. En el período 
tardorrománico aparece la superficie dentada, lograda mediante acanaladuras. En 
muchas regiones se observan en esto paños marcas del picapedrero, sencillas figuras 
geométricas o letras talladas, así como señales entremezcladas. Según hipótesis 
generalmente aceptadas, servían para calcular el rendimiento de trabajo. 
 
Las principales técnicas de estos trabajos se aplican en todos los períodos que pasamos 
a considerar sucesivamente. Mampostería de piedra grande de talla, bien 
terminada y concertada, se encuentra hacia el año 800 en la catedral de Aquisgrán; 
en la iglesia de S. Pantaleón de Colonia, y en la iglesia de S. Miguel de Hildeshein, a 
comienzos del siglo XI; en Spira I hacia el año 1050; hacia el 1100 en Spira II, Cluny III, 
Durham, Bari, Pisa, Toulouse y Santiago. En el siglo XII en todas partes. Se encuentra 
mampostería ordinaria de piedra de cantera en bruto no solo en los edificios 
catalanes hacia el año 1000 y en muchas iglesias toscanas del s. XII, sino también 
en un edificio tan bien estructurado y articulado como es la iglesia conventual de 
Karden, erigida hacia el año 1200. 
 
Las superficies de la piedra de talla, finamente trabajadas y bien conservadas 
demuestran una maestría artesana a cuya belleza somos hoy particularmente 
sensibles. Nuestra época ha descubierto el encanto estético del primitivo mampuesto de 
piedra de talla, y muchas veces se intenta recuperarlo, dejando la obra descubierta, 
incluso allí donde no fue imaginada de tal modo, sino para que quedase recubierta con 
revocos. 
 
En lugar de extraer de la cantera la piedra de construcción, es natural que se tomase 
del material de derribo de los edificios que habían de ser sustituidos por otros más 
bellos o mayores... El material en bruto se tomaba también de las ruinas, sobre todo de 
los edificios romanos; esto se puede observar en todo el territorio del Imperio Romano. 
Aparecen relieves inscripciones y piezas labradas en un contexto totalmente 
distinto. Muchas veces se expoliaba sin recato alguno, abiertamente, tal vez con la 
idea de que hacerlo era un modo de mostrar el triunfo de la Iglesia sobre el paganismo. 
 
También se utilizaron con frecuencia los ladrillos romanos, que se reconocen por su 
forma aplanada. Si llegaron a fabricarse ladrillos y cuando, es cuestión que no 
puede ponerse en claro. En todo caso, el ladrillo cocido se produce a gran escala 
durante los siglos XI y XII en algunas regiones de Europa. 
 
(H. E. Kubach “Arquitectura románica”). 
 
 
UNIDAD Y VARIEDAD DE SOLUCIONES 
 
Los Primeros signos del renacimiento arquitectónico se manifiestan en los años mil, en el 
mismo momento en que se afirma el progreso de las matemáticas; el cronista Radulfo 
Glaber los percibió y su evocación del “Blanco manto de las iglesias nuevas” con que se 
cubren entonces los campos de Occidente es justamente célebre... El problema que los 
maestros de obra se esfuerzan ahora en resolver es el de la cobertura, al intentar 
extender la bóveda empleada hasta entonces en las partes más macizas de 
la construcción, al conjunto del edificio, en especial a la nave mayor. Por 
consiguiente tienen que encontrar el medio de hacer soportar a los muros de la 
iglesia una masa de piedra y de mortero infinitamente más pesada que la 
cubierta de madera de la tradición basilical. Sin duda, disponen ya de algunos 
elementos de la solución: los arquitectos carolingios sustituyeron el pilar macizo por 
la columna e introdujeron el uso del contrafuerte. Pero aún hay que adaptar estos 
elementos de detalle a los grandes espacios. Camino lento, marcado por muchos 
fracasos: hundimientos de naves, que cuentan las crónicas monásticas. Poco a poco se 
extiende el uso de los arcos perpiaños que, colocados a intervalos a través de la 
bóveda de cañón, hacen descansar la mayor parte del peso sobre los pilares 
apoyados exteriormente en los contrafuertes; luego la bóveda de arista que se 
origina por la intersección de dos bóvedas de cañón seguido cuyos empujes son 
derivados hacia los cuatro soportes del ángulo; luego la cúpula, que permite apoyar 
sobre los cuatros macizos periféricos del transepto la cubierta central de la iglesia; por 
último se descubren progresivamente todas la variaciones destinadas a combinar entre si 
las bóvedas. Al término de estos esfuerzos se produce, hacia 1075, una floración 
repentina de obras maestras. Empieza la gran época de la arquitectura románica. 
Arquitectura variada en extremo, y por este motivo se ha buscado durante mucho 
tiempo el repartir las iglesias de esta época entre diversas escuelas regionales. Es cierto 
que, en cada región, la feliz disposición de un edificio nuevo, éxito particular de 
determinado maestro de obra, fue reproducida en las cercanías en numerosas 
construcciones secundarias en especial en los pequeños santuarios rurales. Pero esa 
clasificación geográfica podría hacer olvidar la intensidad de los cambios interregionales, 
fenómeno característico precisamente del final del siglo XI: de hecho, elementos 
comunes se encuentran en las basílicas que jalonan tal o cual itinerario muy 
frecuentado, por ejemplo las que, desde Tours hasta Compostela, por Limoges y 
Toulouse, están situadas en uno de los grandes caminos de la peregrinación a Santiago. 
Así mismo, se reconoce la misma inspiración y concepciones análogas en iglesias de 
monasterios alejados unos de otros, pero unidos por vínculos de naturaleza religiosa. 
Hay que contar también con las relaciones personales que mantienen entre si los jefes 
de las comunidades eclesiásticas y con el desplazamiento de los canteros para explicar 
esta complejidad de influencias que se manifiestan por ejemplo en Borgoña donde dos 
tendencias divergentes son seguidas paralelamente, llevando a la gran basílica de Cluny 
y la otra la Abacial de Vezelay. Pero el hecho primordial sigue siendo la diversidad de 
soluciones aportadas a los problemas del equilibrio: así en el Poitou alternan con 
las iglesias de tres naves de igual altura, otras que no tienen más que una; unas 
cubiertas con bóveda de arista y otras con bóveda de cañón y también largas naves 
cubiertas por una sucesión de cúpulas. Diversidad que expresa la intensa ferentación, el 
prodigioso poder inventivo de la sociedad occidental en los años alrededor del 1100.

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