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Funciones_ejecutivas_Evaluación_de_las_funciones_ejecutivas_Alberto

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EVALUACIÓN
NEUROPSICOLÓGICA
DE LAS FUNCIONES
EJECUTIVAS
2
COLECCIÓN:
BIBLIOTECA DE NEUROPSICOLOGÍA
Serie:
GUÍAS PRÁCTICAS DE EVALUACIÓN NEUROPSICOLÓGICA
Coordinadores:
Fernando Maestú Unturbe
Nuria Paúl Lapedriza
OTRAS SERIES DE LA MISMA COLECCIÓN:
Neuropsicología de los procesos cognitivos y psicológicos
Neuropsicología aplicada
Campos de intervención neuropsicológica
Guías prácticas de intervención neuropsicológica
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5
Consulte nuestra página web: www.sintesis.com
En ella encontrará el catálogo completo y comentado
© Alberto García Molina
© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34. 28015 Madrid
Teléfono: 91 593 20 98
www.sintesis.com
ISBN: 978-84-917165-5-6
Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil previstos en las
leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de
recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o
cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A.
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Índice
Prólogo
1. Fundamentos generales
1.1. ¿Qué son las funciones ejecutivas?
1.1.1. Control ejecutivo: fácil de identificar, difícil de definir
1.1.2. Deconstruyendo las funciones ejecutivas
1.1.3. Sustrato neurobiológico del control ejecutivo
1.2. Funciones ejecutivas y ciclo vital
1.2.1. Desarrollo del control ejecutivo
1.2.2. Envejecimiento del control ejecutivo
1.2.3. Construcción sociocultural de las funciones ejecutivas
1.3. Funciones ejecutivas: ¿una ilusión pedagógica?
1.4. Evaluación neuropsicológica: interpretando los resultados
1.4.1. Nociones básicas de estadística descriptiva
1.4.2. Propiedades psicométricas de los test neuropsicológicos
1.4.3. Evaluación neuropsicológica y validez ecológica
2. El proceso de evaluación de las funciones ejecutivas
2.1. Consideraciones generales
2.2. Consideraciones específicas sobre la evaluación de las funciones
ejecutivas
2.2.1. No asumir que los términos frontal y ejecutivo son
sinónimos e intercambiables
2.2.2. Contratiempos con la validez de constructo
2.2.3. Problemas conceptuales
2.2.4. Impureza de la tarea
2.2.5. Baja fiabilidad de las medidas ejecutivas
2.2.6. Necesidad de novedad
2.2.7. Procesamiento en serie: percibir, pensar y actuar
2.2.8. ¿Dónde termina la normalidad y empieza el déficit?
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2.3. Medidas basadas en rendimiento y medidas de calificación
2.3.1. Modelo de doble procesamiento y evaluación de las
funciones ejecutivas
2.4. Evaluación y rehabilitación
2.4.1. Análisis de resultados en rehabilitación: ¿son los test
neuropsicológicos la medida adecuada?
2.4.2. Cambio de perspectiva
2.4.3. Planificación de objetivos y evaluación de resultados
2.5. Evaluación de las funciones ejecutivas en el contexto forense
2.6. Evaluando la simulación del déficit disejecutivo
2.6.1. Diagnóstico diferencial de la simulación
2.6.2. Herramientas para detectar a los simuladores
3. Procedimientos de evaluación de las funciones ejecutivas en población
adulta
3.1. Medidas basadas en el rendimiento
3.1.1. Wisconsin card sorting test
3.1.2. Trail making test
3.1.3. Color trails test
3.1.4. Medidas de fluidez verbal
3.1.5. Medidas de fluidez no verbal
3.1.6. Test de Stroop
3.1.7. Test de los cinco dígitos
3.1.8. Brixton test y Hayling test
3.1.9. Cognitive estimation test
3.1.10. Pruebas de la torre
3.1.11. Delis-Kaplan executive function system
3.1.12. Figura compleja de Rey
3.1.13. Behavioural assessment of the dysexecutive syndrome
3.1.14. Multiple errands test
3.1.15. Iowa gambling task
3.1.16. Cognitive bias task
3.1.17. Executive function performance test
3.1.18. Tareas de generación aleatoria
3.1.19. Tinkertoy test
3.2. Medidas de calificación
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3.2.1. Behavioral dysexecutive syndrome inventory
3.2.2. Behavior rating inventory of executive function-adult
version
3.2.3. Dysexecutive questionnaire
3.2.4. Frontal systems behavior scale
3.2.5. Inventario de síntomas prefrontales
3.2.6. Executive function index
3.2.7. Frontal behavioral inventory
3.2.8. Problem solving inventory
3.3. Caso clínico
4. Procedimientos de evaluación de las funciones ejecutivas en población
pediátrica
4.1. Medidas basadas en el rendimiento
4.1.1. Behavioral assessment of dysexecutive syndrome for
children
4.1.2. NEPSY-II
4.1.3. Matching familiar figures test
4.1.4. Evaluación neuropsicológica de las funciones ejecutivas
en niños
4.1.5. Escala Wechsler de inteligencia para niños
4.1.6. Tasks of executive control
4.2. Medidas de calificación
4.2.1. Comprehensive executive function inventory
4.2.2. Behavior rating inventory of executive function
4.2.3. Childhood executive functioning inventory
4.2.4. Delis rating of executive functions
4.2.5. Barkley deficits in executive function scale for children
and adolescents
4.3. Evaluación del control ejecutivo en los primeros años de vida
4.3.1. Actualización
4.3.2. Inhibición
4.3.3. Alternancia
4.4. Caso clínico
Bibliografía
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10
Prólogo
Ciertamente, es un honor escribir estas breves notas de prefacio, especialmente
tratándose de la obra de un exalumno como Alberto García.
Adentrarse en el complejo mundo de las funciones ejecutivas es como entrar en un
extenso laberinto o iniciar un peligroso viaje hacia una Ítaca lejana. Transitar por este
mundo requiere ciertas virtudes, como coraje, preparación (conocimiento), atención para
reconocer las amenazas (separar lo bueno de lo malo), paciencia, perseverancia,
motivación, y objetivos claros. Todas las virtudes citadas aparecen en este libro de forma
sencilla, fluida y progresiva.
Aunque el objetivo de la obra es la evaluación de las funciones ejecutivas, se
presenta un capítulo de fundamentos que entrelaza con otro capítulo sobre el proceso de
la evaluación. Todo un acierto.
En el capítulo sobre fundamentos generales, se realiza un repaso de múltiples
aportaciones publicadas en la literatura sobre las funciones ejecutivas. Se deja bien clara
su naturaleza fundamental, como conjunto de procesos neurobiológicos y mentales al
servicio de la adaptación ante entornos impredecibles y cambiantes. Esta idea básica
tiene, de hecho, complejos matices e interpretaciones que el lector encontrará a lo largo
de los párrafos del capítulo. En este momento, las funciones ejecutivas están envueltas
de muchos mitos que han sido detalladamente expuestos por Koziol (2014).
Este libro también trata el importante tema de la construcción sociohistórica de las
funciones mentales y destaca un modelo de funcionamiento ejecutivo social. Otro
acierto.
Si no hay una teoría funcional, es difícil establecer sistemas de evaluación
fundamentados, y más difícil realizar interpretaciones de los hallazgos de la exploración.
Por este motivo, el capítulo inicial establece los cimientos de las aportaciones ulteriores.
En este ámbito, se incluye un breve repaso de conceptos psicométricos básicos.
El tema de la evaluación se presenta dividido en tres capítulos: en el primero, se
explica el proceso de evaluación de las funciones ejecutivas, y los dos siguientes se
centran en los procedimientos de evaluación de las funciones ejecutivas en la población
adulta y en la población pediátrica, respectivamente.
El capítulo sobre el proceso de evaluación parte de consideraciones generales y
específicas sobre la evaluación de las funciones ejecutivas. Entre las consideraciones
descritas, destacan mensajes muy claros como “no asumir que los términos frontal y
ejecutivo son sinónimos e intercambiables”. Es bien cierto que, desde el mismo momento
que llega una aferencia sensorial al cerebro, se pone en marcha un complejo sistema de
procesamiento que implica, desde el inicio, la activación de respuestas de distinta
naturaleza. Dentrode estas respuestas, algunas de ellas reciben el nombre de ejecutivas.
11
En este complejo procesamiento, participan estructuras subcorticales, entre las que
destaca el papel de los ganglios de la base, como sistema de aprendizaje reforzado
(Koziol y Budding, 2009). Dentro de estos sistemas, destacan los componentes estriados
ventrales. Obviamente, en una visión holística de la función cerebral, el cerebelo
desempeña un destacado papel en la direccionalidad y la medida justa (ortometría) de las
actividades ejecutivas y no ejecutivas.
También es muy cierto que no existen homúnculos pensantes y ejecutivos en el
cerebro; hecho reconocido en esta obra. El cerebro no toma decisiones inteligentes. El
cerebro, como conjunto de redes neuronales, es absolutamente estúpido. El cerebro
simplemente computa información. Es la conducta la que tiene la propiedad de
inteligente. Este hecho forma parte de la problemática de la confusión entre el todo y las
partes en neurociencias (Bennett y Hacker, 2003).
En el capítulo sobre procedimientos de evaluación de las funciones ejecutivas en
población adulta, se establece una diferenciación entre medidas basadas en el rendimiento
y medidas de calificación (información aportada, fundamentalmente por terceros). Esta
clásica distinción tiene una relevancia práctica significativa que el lector reconocerá. En el
capítulo sobre procedimientos de evaluación de las funciones ejecutivas en la población
pediátrica, se repite la citada diferenciación. Además, se dedica un apartado específico a
la evaluación del control ejecutivo en los primeros años de vida. En este ámbito, cabe
recordar que, ya en la obra de Luria, se explica que un elemento fundamental en la
fisiología de los procesos mentales humanos es que su localización “no es estable,
constante, ya que cambia en el cuso del desarrollo del niño, y en las etapas ulteriores de
aprendizaje” (Luria, 1973: 74). Con esta afirmación, Luria indica que cada actividad
consciente compleja tiene originalmente una localización expandida y relacionada con
ayudas externas para su realización. Con posterioridad, esta actividad pierde
gradualmente tales ayudas para convertirse en una actividad motora automatizada. Este
hecho queda claramente ejemplificado en el aprendizaje de la escritura o de otros
procesos como las praxias constructivas gráficas. Dicho de otra forma, lo que
inicialmente es asociativo y ejecutivo pasa a ser automático o sensoriomotor. Estos
hechos tienen una importancia capital para reconocer la diferencia entre la evaluación del
adulto y del niño. En este ámbito, es muy importante recordar el papel fundamental de la
escolarización. Las praxias constructivas son un claro ejemplo.
Espero, obviamente, que el libro tenga una gran aceptación y que sirva para el
desarrollo de este ámbito complejo de la neuropsicología en sus aspectos teóricos y
prácticos. Se lo merece. También deseo que esta obra tenga continuidad temporal con
futuras ediciones. El tiempo va dando una perspectiva que obliga a los cambios, porque
la ciencia no es estática. Esto es lo que reiteradamente he planteado con la palabra rusa
perestroika. Lo que en su día enseñamos a nuestros estudiantes no es la verdad, es la
hipotética verdad temporal en el devenir de la ciencia y sus tecnologías.
Acabo, con una felicitación cordial a Alberto, animándolo a seguir por esta senda
de estudio y de excelencia.
12
Dr. Jordi Peña-Casanova
Director del máster en Neuropsicología y Neurología de la Conducta.
Departamento de Psiquiatría y Medicina legal.
Universitat Autònoma de Barcelona
Jefe emérito de la Sección de Neurología de la Conducta y Demencias.
Servicio de Neurología. Hospital del Mar (Barcelona)
13
1
Fundamentos generales
La medusa, con apenas 5.600 neuronas, o la hormiga, con poco más de 250.000
neuronas, son capaces de buscar alimentos y evitar a depredadores. Los animales con
cerebros más grandes, como es el caso del ser humano (con un cerebro formado por
86.000 millones de neuronas), disponen de un abanico de comportamientos más amplio y
flexible. Pero la flexibilidad conlleva un coste: los sistemas sensoriales y motores
proporcionan información detallada sobre el mundo exterior y un amplio repertorio de
acciones, pero tal situación comporta un mayor potencial de interferencia y confusión.
Así mismo, el procesamiento cerebral es competitivo. Diferentes vías, procedentes de
diferentes fuentes de información, compiten por expresarse en el comportamiento
humano.
La abundante información que se procesa sobre el mundo exterior y la miríada de
posibles respuestas comportamentales requieren procesos cerebrales de control que
gestionen la incertidumbre. Para hacer frente a esta multitud de posibilidades y reducir la
confusión, se dispone de mecanismos que coordinan los procesos sensoriales y motores.
Estos mecanismos de control reciben el nombre de funciones ejecutivas.
Las funciones ejecutivas (también denominadas control ejecutivo) engloban a una
familia de procesos cerebrales que permiten a los seres humanos formular planes,
ejecutarlos, anticipar posibles consecuencias y adaptar el comportamiento en función de
los obstáculos que puedan surgir en el camino.
Cuando el control ejecutivo está mermado o alterado, la capacidad funcional de la
persona acostumbra a verse seriamente comprometida y restringe su conducta a una serie
de comportamientos más o menos rígidos y estereotipados, que se caracterizan por:
– Vínculos estímulo-respuesta inflexibles, de gratificación inmediata.
– Orientación automática hacia un evento sobresaliente o destacado,
independientemente de su relevancia para los objetivos de la acción en
curso.
– Estar a merced de estímulos ambientales irrelevantes y asociaciones internas
tangenciales.
– Tendencia a repetir respuestas automáticas o sobreaprendidas, aun cuando
carecen de utilidad en una situación determinada.
– No dejar que haya lugar a la previsión y modificación de la asociación
14
estímulo-respuesta en función del contexto externo.
1.1. ¿Qué son las funciones ejecutivas?
En la década de 1980, el término funciones ejecutivas comienza a utilizarse regularmente
en la literatura para describir aquellos procesos cognitivos de control responsables de la
regulación de la actividad cerebral. En el ámbito empresarial, el término ejecutivo
acostumbra a asociarse con los cargos de responsabilidad encargados de guiar las
acciones de la empresa, de acuerdo con los objetivos internos, para que esta se adapte
con éxito a los cambios que puedan producirse en el entorno.
Independientemente del término empleado para referirse a los procesos cognitivos
de control, cómo actúan constituye una embarazosa zona de ignorancia de la
neurociencia. Los esfuerzos dirigidos a explorar este complejo constructo han generado
conclusiones contradictorias, lo que resulta en una falta de claridad, e incluso
controversia, respecto a su verdadera naturaleza. Así, se han generado diversas
cuestiones fundamentales aún sin resolver:
– ¿Hay un conjunto de funciones ejecutivas que operan a través de dominios
(es decir, son componenciales) o bien son funciones de control cognitivo
emergentes?
– Si el control ejecutivo es componencial, ¿cuáles son las funciones que lo
integran (o cuáles son los criterios para definir una función como ejecutiva)?
– ¿Los procesos de control ejecutivo operan independientemente de otros
procesos cerebrales?
Antes de intentar aportar una respuesta a la pregunta ¿qué son las funciones
ejecutivas?, es preciso detenerse un instante en otra cuestión no menos importante: ¿cuál
es su origen?, ¿por qué poseemos control ejecutivo? Prácticamente todos los esfuerzos
dirigidos a comprender qué son las funciones ejecutivas han ignorado sistemáticamente
cuáles pueden ser sus orígenes y propósitos evolutivos. Tal situación se explica por el
escaso interés que ha despertado en el seno de la neuropsicología el motivo por el cual
los seres humanos disponen de este complejo mecanismo cognitivo.
El control ejecutivo puede definirse, de formaconcisa, como todo aquel proceso
cerebral responsable de la asignación de recursos mentales para adaptar al organismo a
un entorno impredecible y cambiante. Procesos que hacen uso de representaciones
internas (objetivos) para la selección, modulación y coordinación de procesos cognitivos
y motores subordinados. Tal control es posible (y necesario) por los cambios evolutivos
en el tamaño y estructura del cerebro; cambios que han comportado un aumento
significativo de la longitud de las cadenas sinápticas que enlazan sensación y acción.
Uno de los principales cometidos del sistema nervioso central es vehicular cómo la
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información sensorial se vincula a respuestas adaptativas. En el caso de los anfibios,
reptiles o aves, el vínculo entre estímulo-respuesta acostumbra a ser rígido, lo que limita
la gama de eventos que pueden identificar. También genera comportamientos instintivos
y automáticos resistentes al cambio; incluso cuando sus consecuencias son de carácter
negativo.
En los mamíferos, existe una mayor distancia entre estímulo y respuesta. Al
mismo tiempo que eventos sensoriales idénticos pueden desencadenar reacciones
diferentes, dependiendo de las particularidades del entorno. Este distanciamiento entre
estímulo y respuesta otorga al organismo libertad biológica para elegir, entre las opciones
disponibles, la más pertinente. Esta flexibilidad conductual es producto de la interposición
de procesos intermedios o integradores no observables entre la sensación (estímulo) y la
acción (respuesta); lo que, en términos generales, recibe el nombre de cognición. La
cognición (cognoscere, lat. “conocer”) es la facultad que permite procesar información a
partir de percepciones, conocimiento adquirido (experiencia) o características subjetivas.
En 1967, Neisser define cognición como todo proceso cerebral mediante el cual las
aferencias externas e internas son transformadas, reducidas, elaboradas, almacenadas,
recuperadas y utilizadas.
La mediación de la cognición entre sensación y acción implica que todo lo que se
sabe y conoce sobre la realidad es participado no solo por los órganos de los sentidos,
sino también por sistemas cerebrales complejos que interpretan y reinterpretan la
información sensorial para emitir respuestas acordes a las necesidades del momento.
Patrones de respuestas que son diferentes dependiendo del contexto, experiencias
pasadas, necesidades presentes y potenciales consecuencias futuras.
Utilizando como marco conceptual la evolución biológica de la especie humana,
Coolidge y Wynn (2009) plantean la existencia de dos momentos temporales (o saltos)
caracterizados por desarrollos cognitivos extraordinariamente significativos:
– Cambios en los hábitos de vida (hace aproximadamente 1,5 millones de
años): el Homo erectus desarrolla un modo de vida diferente al de sus
ancestros, abandonando la seguridad de los hábitats forestales y
exponiéndose a los peligros de la sabana africana. Fruto de este cambio, el
Homo erectus desarrolla una mayor y mejor capacidad cognitiva espacial y
social (esta última ligada a las transformaciones en las estructuras sociales
asociadas al cambio de hábitat).
– Aparición del pensamiento moderno (hace aproximadamente entre 40.000 y
30.000 años): en el registro fósil, se encuentran evidencias de ornamentos
personales, arte, entierros rituales elaborados, tecnologías complejas de
múltiples componentes y métodos de recolección y caza programados y
organizados con meses y años de antelación. Para explicar este salto,
Coolidge y Wynn proponen una mutación genética simple que mejora la
capacidad cerebral del Homo sapiens para mantener y manipular
información de forma consciente; lo que, en psicología, se denomina
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memoria operativa o memoria de trabajo. Como resultado, se produce un
salto cualitativo y cuantitativo en nuestra capacidad de planificación y
razonamiento abstracto.
El Homo sapiens, a diferencia de otras especies animales, no se adapta a ningún
nicho ecológico específico, sino que crea el suyo propio. De acuerdo con la hipótesis del
nicho cultural, la cultura promueve un rango de posibilidades evolutivas de las que no
disponen las especies no culturales. El aprendizaje cultural permite resolver problemas
mediante el aprendizaje selectivo y la acumulación de pequeñas mejoras a lo largo del
tiempo (más allá de la existencia de un individuo). Esto no quiere decir que el control
cognitivo no sea importante, sino que, probablemente, el elemento diferencial del Homo
sapiens respecto a otras especies es su capacidad de aprendizaje.
Cosmides y Tooby (2000) proponen la hipótesis del nicho cognitivo. Este
posicionamiento teórico sobreestima el grado en que las capacidades cognitivas humanas
han sido las responsables del éxito de la especie y subestima el rol que en ese éxito ha
jugado la cultura. El nicho cognitivo se caracteriza por el aprovechamiento y explotación
de un tipo de información que otras especies encuentran demasiado costosa de adquirir y
demasiado voluble como para poder confiar en ella: la información local, transitoria y
circunstancial. Su uso permite al Homo sapiens generar comportamientos adaptativos en
una amplia gama de entornos. Esta atípica situación origina la necesidad de disponer de
un sistema cognitivo de control para poder resolver los nuevos problemas adaptativos
generados por la presión y necesidades derivadas del medio en el que el Homo sapiens
está inmerso.
Ahora bien, ¿y si fue al contrario? ¿Y si la aparición de entornos socioculturales
complejos favoreció el desarrollo de un sistema cognitivo capaz de regular las
experiencias del mundo exterior a través de su análisis e interpretación? Una tercera
alternativa podría ser la coevolución paralela de las funciones ejecutivas y ciertos
procesos socioculturales y tecnológicos. Desafortunadamente, el registro arqueológico
aún no puede resolver esta disyuntiva.
1.1.1. Control ejecutivo: fácil de identificar, difícil de definir
El control ejecutivo es necesario para hacer frente a nuevas tareas o situaciones que
obligan al individuo a formular una meta, planificar y elegir entre secuencias alternativas
de conducta para alcanzarla; comparar las diferentes opciones con respecto a sus
probabilidades de éxito y eficiencia en relación con el objetivo elegido, e iniciar el plan de
acción seleccionado, ejecutarlo y modificarlo si es necesario para lograr el objetivo
establecido inicialmente.
Las tareas o situaciones que no requieren de control ejecutivo tienden a ser
provocadas por inputs ambientales o por asociaciones estímulo-respuesta previamente
aprendidas. Aquellas que demandan control ejecutivo pueden ser iniciadas y controladas
17
independientemente de los inputs ambientales, pues presentan la flexibilidad adaptativa
suficiente como para alcanzar el objetivo incluso cuando el entorno cambia y no hay
disponible experiencia previa aprendida que haga las veces de guía. Norman y Shallice
(1980, 1986) describen cinco tipos de situaciones en las que la activación automática de
la conducta no es suficiente:
1. Situaciones que entrañan planificación o toma de decisiones.
2. Situaciones que implican corrección de errores o resolución de problemas.
3. Situaciones en las que las respuestas no están bien aprendidas o contienen
nuevas secuencias de acciones.
4. Situaciones peligrosas o técnicamente difíciles.
5. Situaciones que requieren la superación de una fuerte respuesta habitual.
El control ejecutivo no solo es necesario para gestionar las transacciones con el
entorno, sino también con el entorno interior. Del mismo modo, va más allá del entorno
de información interno o externo actual, pues interviene en la interpretación del pasado y
control activo del futuro. Los viajes mentales al pasado o futuros son la función
cognitiva más sofisticada del ser humano. Permiten la reconstrucción de eventos
pasados, la anticipación de eventos futuros y la construcción de escenarios imaginarios
gracias a dos elementos críticos. El primero es la conciencia autonoética, es decir, laconciencia de la propia existencia en el tiempo: la capacidad de proyectar el yo al pasado,
presente y futuro. El segundo elemento, disponer de una adecuada capacidad mnésica,
así como de procesamiento de la información, para poder reconstruir acontecimientos
pasados y construir escenarios futuros. Esta capacidad de viajar en el tiempo nos libera
del aquí y ahora, de los estímulos inmediatos; pero nos hace esclavos de los objetivos a
medio y largo plazo.
Las funciones ejecutivas son necesarias para iniciar nuevas secuencias
comportamentales, así como para interrumpir otras en curso. De tal forma, participan en
la supresión, inhibición o reemplazo de respuestas automáticas y habituales por
respuestas pertinentes al momento. Así mismo son necesarias para monitorizar el
desempeño con el fin de detectar y corregir errores, alterar planes cuando es evidente
que es poco probable que tengan éxito o reconocer nuevas metas más deseables, lo que
permite reformular los planes originales para alcanzarla.
Pese a la separación pedagógica entre procesos ejecutivos y no ejecutivos
planteada en los párrafos anteriores, en realidad, tal distinción no existe. No son estados
estables discretos del sistema cognitivo, sino puntos arbitrarios a lo largo de un continuo
determinado por el nivel de práctica alcanzado. Así mismo es un error considerar que
estos modos de control son más o menos eficientes en un sentido absoluto. Ambos son
óptimos en el nivel particular de práctica en el que son posibles. En este sentido, es
posible establecer un paralelismo entre estos términos y los tipos de procesamientos de la
información propuesto por Shiffrin y Schneider en 1977 (basados en los trabajos
realizados por Broadbent en la década de 1950):
18
– Procesamiento automático: secuencia de nodos que casi siempre se activa en
respuesta a un input con una configuración particular y sin necesidad de
control activo por parte del sujeto.
– Procesamiento controlado: secuencia de nodos activados bajo el control del
sujeto, que pueden ser alterados en situaciones nuevas para las cuales no
existen secuencias automáticas aprendidas.
Shiffrin y Schneider establecen que la práctica prolongada en cualquier tarea
comporta cambios cualitativos continuos en las formas en que se procesa la información;
lo que produce un tránsito progresivo de un procesamiento controlado a uno automático,
entendidos como los límites hipotéticos de un continuo. Si bien actualmente tienden a
concebirse estos conceptos como entidades discretas, Shiffrin y Schneider consideran
que el procesamiento controlado y el automático hacen referencia a los cambios
cualitativos, más que cuantitativos, que se producen en el desempeño de una tarea. De
hecho, el rendimiento automático es tan dependiente de la tarea que una alteración
aparentemente trivial en las demandas de esta produce una regresión inmediata al
comportamiento controlado.
Para las personas sin alteraciones neurológicas, recitar secuencias como 1-2-3-4-
5… o A-B-C-D-E… es un proceso automático. Así, la secuencia 1-3-5-7-9… también
es, en la mayor parte de los casos, un proceso automático (al menos para los primeros
números de la serie). Sin embargo, la secuencia A-C-E-G-I… no es automática: requiere
un procesamiento controlado. En este caso, intervienen activamente procesos cognitivos
como la memoria de trabajo, la inhibición o la actualización. De tal forma, la secuencia
A-C-E-G-I… es una sencilla tarea que permite valorar, de forma rápida y fácil, procesos
cognitivos controlados básicos.
Ahora bien, si la secuencia A-C-E-G-I… se práctica una y otra vez puede llegar a
ser procesada de forma automática (algo similar a lo que pasa con la secuencia A-B-C-
D…). La tarea que, inicialmente, era novedosa pasa a ser familiar, lo que produce un
cambio dinámico del locus de control: de un proceso controlado a un proceso
automatizado. Un indicador de este cambio de control es la reducción significativa del
tiempo empleado. Los procesos cognitivos controlados consumen un mayor número de
recursos que los automáticos.
Numerosas actividades cotidianas combinan procesos controlados con procesos
automáticos (en una constante fluctuación entre ambos). Muchos test neuropsicológicos
se comportan siguiendo este mismo patrón. Incluso aquellos que se consideran simples,
alternan episodios de control con episodios automáticos. Así, por ejemplo, el trail
making test tiene un gran valor diagnóstico cuando se compara su parte A
(fundamentado en un procesamiento automático de una secuencia numérica –aunque en
la estrategia de búsqueda intervienen procesos cognitivos controlados–) con la parte B
(tarea novedosa para la mayor parte de los sujetos en la que intervienen procesos
cognitivos controlados). Por su parte, el Wisconsin card sorting test constituye un
ejemplo de la transición de proceso controlado a proceso automático en el seno de una
19
misma tarea. Cada vez que el sujeto descubre el criterio de selección (categoría) la
velocidad de respuesta acostumbra a ser más rápida (puesto que el procesamiento pasa a
ser automático). Cuando se produce el cambio de criterio, la respuesta acostumbra a ser
más lenta y reflexiva (ya que entra en juego procesos cognitivos controlados).
La teoría del procesamiento de la información de Shiffrin y Schneider distingue
entre procesos cognitivos controlados y procesos cognitivos automáticos. Sin embargo,
no logra explicar plenamente cómo la información es seleccionada o inhibida frente a una
tarea concreta. Este vacío conceptual es subsanado por Posner y Snyder (1975) al
proponer el término control cognitivo. Concepto que glosa la capacidad de manejar los
pensamientos y emociones necesarios para la adaptación comportamental.
Por último, es preciso señalar que la diferenciación entre procesos controlados y
procesos automáticos favorece, en el último tercio del siglo xx, el auge de teorías e
hipótesis cognitivas jerárquico-categóricas; que consideran que los procesos cognitivos se
organizan en componentes independientes pero interrelacionados a nivel funcional.
Corriente teórica plenamente vigente, y dominante, aún hoy en día.
1.1.2. Deconstruyendo las funciones ejecutivas
El estudio de las funciones ejecutivas puede abordarse desde diferentes perspectivas.
Desde un punto de vista más global, se hallan múltiples definiciones genéricas que
intentan glosar la riqueza de estos procesos cognitivos en unas pocas líneas. Definiciones
que acostumbran a describir para qué sirven las funciones ejecutivas y cuál es su
objetivo. Otros autores van un paso más allá y proponen modelos teóricos, que,
sintéticamente, pueden agruparse en dos grandes tipologías: 1) modelos ejecutivos
basados en procesos cognitivos de orden superior; y 2) modelos ejecutivos que se
articulan a partir de procesos cognitivos elementales (componentes básicos).
Emplear definiciones genéricas para explicar el control ejecutivo es útil para
aquellas personas que no están familiarizadas con este constructo, pues son de gran
ayuda para comprender la importancia de estas funciones en la vida diaria de cualquier
individuo. E aquí algunos ejemplos:
– Stuss y Benson (1986): el concepto de funciones ejecutivas es un término
genérico que hace referencia a una variedad de capacidades que permiten
una conducta orientada a objetivos.
– Gioia, Isquith, Guy y Kenworthy (2000): las funciones ejecutivas son una
colección de procesos responsables de guiar, dirigir y administrar funciones
cognitivas, emocionales y comportamentales; especialmente durante la
resolución de problemas novedosos.
– Vriezen y Pigott (2002): la función ejecutiva es una construcción
multidimensional que encapsula procesos cognitivos de orden superior que
controlan y regulan procesos cognitivos, emocionales y comportamentales.
20
– Baron (2004): las habilidades de funcionamiento ejecutivo permiten que el
individuo perciba estímulos de su entorno, responda de manera adaptativa,
cambie con flexibilidad el foco de atención, anticipe metas futuras, considere
las consecuenciasy responda de manera integrada y con sentido común.
– Dawson y Guare (2010): las habilidades ejecutivas nos permiten organizar
nuestro comportamiento a través del tiempo y anular demandas inmediatas a
favor de objetivos a más largo plazo.
– Barkley (2011): las funciones ejecutivas son un conjunto de acciones
autodirigidas destinadas a alterar un futuro (alcanzar un objetivo).
Pese a su utilidad pedagogía, debe reconocerse que estas definiciones genéricas se
centran en destacar el propósito u objetivo del procesamiento ejecutivo y no tanto su
naturaleza fundamental. Por otra parte, resultan excesivamente pobres cuando se
trasladan del plano teórico al aplicado, ya sea clínico o investigador. Del mismo modo,
describir el control ejecutivo como el “administrador general del cerebro o el director de
orquesta” solo sirve, en última instancia, para proporcionar una pobre explicación de este
constructo. Al tiempo que crean la ilusión de un control central e incurren en una
paradoja de regresión infinita (el dilema del homúnculo o deus ex machina).
Saltando a otro nivel de análisis, mucho más elaborado conceptual-mente, las
funciones ejecutivas pueden describirse como un conjunto de procesos cognitivos de
orden superior (planificación, resolución de problemas, monitorización, razonamiento,
pensamiento abstracto, toma de decisiones, etc.) –lo que podrían denominarse modelos
basados en macroprocesos– o como un agregado de procesos cognitivos elementales (o
componentes básicos) –modelos basados en microprocesos–.
Entre los modelos basados en macroprocesos, está el planteado por Lezak a
principios de la década de 1980. Esta autora describe las siguientes funciones ejecutivas
de orden superior:
– Formulación de metas, entendida como la capacidad de generar y seleccionar
estados deseables en el futuro.
– Planificación, o selección de las acciones, elementos y secuencias necesarias
para alcanzar un objetivo.
– Desarrollo, habilidad para iniciar, detener, mantener y cambiar entre acciones
planificadas.
– Ejecución, o la capacidad para monitorizar y corregir acciones.
Otro ejemplo de modelo basado en macroprocesos es el modelo clínico de las
funciones ejecutivas de Mateer (1999):
– Iniciación (comportamiento inicial): con el fin de responder a la
información externa o las intenciones internas, cualquier sistema cognitivo
21
debe ser activado.
– Inhibición de respuestas (comportamiento de interrupción): capacidad para
inhibir las tendencias de respuesta automática o prepotente; crítica para el
comportamiento flexible dirigido a objetivos.
– Persistencia de la actividad (comportamiento de mantenimiento):
capacidad de mantener la atención y persistir hasta la finalización de una
actividad; se basa en una memoria de trabajo intacta.
– Organización (gestión de acciones y pensamientos): está involucrada en
controlar cómo se organiza y secuencia la información. Permite evitar
responder a información superflua borrándola de la memoria de trabajo. Así
mismo ayuda en los procesos necesarios para recuperar y secuenciar
información de forma organizada.
– Pensamiento generativo (creatividad, fluidez, flexibilidad cognitiva):
capacidad para generar soluciones, y pensar de manera flexible, para
resolver un problema.
– Monitorización (seguimiento y modificación del propio comportamiento):
capacidad para comprender las propias acciones y sentimientos, e incorporar
la retroalimentación del entorno para modificar el comportamiento.
Anderson (2002) formula un modelo explicativo del desarrollo de las funciones
ejecutivas en el que distingue cuatro dominios interrelacionados e interdependientes que
funcionan conjuntamente como un sistema integrado de supervisión o control:
1. Control atencional: capacidad para atender selectivamente a estímulos
específicos (e inhibir respuestas prepotentes) y enfocar la atención durante
periodos de tiempo prolongados. También implica la regulación y
seguimiento de las acciones para que los planes se desarrollen según lo
establecido, lo que permite la identificación y corrección de posibles errores.
2. Procesamiento de la información: hace referencia la fluidez, eficiencia y
velocidad de producción de las respuestas conductuales.
3. Flexibilidad cognitiva: capacidad para cambiar entre respuestas, aprender
de los errores, diseñar estrategias alternativas, dividir la atención y procesar
múltiples fuentes de información al mismo tiempo. En relación con este
último aspecto, el modelo sitúa la memoria de trabajo dentro de este
dominio.
4. Fijación de objetivos: desarrollo de nuevas iniciativas, así como la capacidad
para planificar acciones con anticipación y abordar las actividades de una
manera eficiente y estratégica.
Kane y colaboradores (2010) conciben el control ejecutivo como la compilación de
procesos cognitivos que permiten un comportamiento volitivo, dirigido a objetivos;
22
especialmente en contextos en los que el comportamiento es desafiado por distractores
ambientales o mentales o por respuestas habituales aprendidas. Identifican dos
componentes especialmente importantes ante la presencia de distractores: mantenimiento
de objetivos y monitorización. El primero constituye un mecanismo proactivo que se
inicia antes de la necesidad de control y se mantiene hasta la finalización de la tarea. El
segundo, de naturaleza reactiva, se moviliza cuando se identifica un conflicto en el
transcurso del comportamiento que pueda comprometer la consecución del objetivo
deseado.
Junto a los modelos fundamentados en procesos cognitivos de orden superior, se
hallan aquellos basados en microprocesos (o procesos cognitivos básicos). Dentro de esta
tipología, el modelo formulado por Miyake, Friedman, Emerson, Witzki, Howerter y
Wager (2000) es uno de los que gozan de mayor popularidad entre investigadores y
clínicos. Estos autores proponen un modelo ejecutivo factorial en el que identifican tres
componentes ejecutivos básicos claramente diferenciados, aunque no totalmente
independientes, que posibilitan el control ejecutivo:
– Actualización: implica la monitorización, manipulación y actualización de
información en tiempo real (lo que otros autores denominan memoria de
trabajo).
– Inhibición: capacidad para impedir de forma deliberada o controlada la
producción de respuestas automáticas cuando la situación lo requiere.
– Alternancia: habilidad para cambiar de forma flexible entre distintas
operaciones mentales o esquemas cognitivos.
Diamond (2006) plantea un modelo de procesos cognitivos básicos en el que, al
igual que Miyake y colaboradores (2000), describe tres funciones ejecutivas básicas:
control inhibitorio, memoria de trabajo y flexibilidad cognitiva.
El control inhibitorio ayuda a gestionar recursos cognitivos, comportamentales o
emocionales con el propósito de contrarrestar estímulos internos o externos y alcanzar el
objetivo definido. Sin control inhibitorio, la persona está a merced de los impulsos, viejos
hábitos de pensamiento o acción (respuestas condicionadas) y estímulos ambientales. Por
lo tanto, el control inhibitorio posibilita actuar y no tanto reaccionar.
La memoria de trabajo mantiene la información en mente y trabaja con ella. Esta
función ejecutiva básica es fundamental para el razonamiento y la resolución de
problemas, ya que permite trabajar con información que perceptualmente no está
presente.
Por último, la flexibilidad cognitiva ajusta la conducta a las demandas del entorno,
para adaptarse a las contingencias ambientales cambiantes. Es necesaria para hacer frente
a desafíos novedosos e imprevistos y valorar un problema desde diferentes perspectivas.
Según Diamond, esta función ejecutiva básica se basa en las dos anteriores y,
cronológicamente, aparece más tarde en el neurodesarrollo. Para ser flexibles, o cambiar
de perspectiva, es necesario inhibir (o desactivar) la configuración anterior y cargar en
23
memoria de trabajo (o activar) la nueva.
Las tres funciones ejecutivas básicas descritas constituyen, según Diamond, la base
sobre la que se asientanprocesos ejecutivos de orden superior como la resolución de
problemas, el razonamiento o la planificación.
La mayor parte de los modelos ejecutivos multicomponente, ya estén basados en
macro o microprocesos, proporcionan una visión componencial del control ejecutivo;
pero no hay que dejarse llevar por las apariencias. Si bien parecen reducir el control
ejecutivo a un conjunto de procesos cognitivos, ya sean de orden superior o inferior, en
realidad, conciben el control ejecutivo como un sistema con propiedades emergentes. La
mayor parte de los modelos teóricos existentes conciben el control ejecutivo como un
sistema que presenta un cierto orden o patrón autoorganizado de actividad visible cuando
se mira desde una perspectiva global, pero que no es reductible, o difícilmente
predecible, a partir de sus componentes fundamentales.
Desde la perspectiva de los sistemas dinámicos, los sistemas no pueden
descomponerse en relaciones aisladas, ya que todos sus elementos mantienen entre sí
una mutua dependencia. La totalidad, desde esta perspectiva, es algo más que la suma de
sus partes, y el reduccionismo no es una manera válida de abordar los fenómenos
complejos. La comprensión del sistema no se obtiene a través del conocimiento de sus
componentes, sino de la comprensión de las relaciones múltiples que se establecen entre
ellos. Estas relaciones, por otra parte, no siempre son lineales. A una misma causa no
siempre corresponde un mismo efecto, sino que ese efecto dependerá del estado del
sistema y de las relaciones que mantienen sus elementos entre sí en ese preciso instante.
El abecedario está formado por un número limitado de letras que, combinadas,
permiten construir una amplia variedad de palabras que, a su vez, se articulan entre ellas
formando oraciones. Estudiar el lenguaje obviando su gramática y sintaxis y reduciéndolo
al análisis de las palabras o las letras que las integran no parece la opción más acertada.
Curiosamente, esta opción claramente reduccionista es la que adoptan muchos
profesionales al conceptualizar el control ejecutivo. Cuando, probablemente, sea más
acertado concebirlo como un nuevo nivel de organización (sistema emergente) producto
de la interacción de los procesos cognitivos que lo conforman.
Pero, ¿cuáles son los procesos cerebrales que pueden considerarse ejecutivos? La
ausencia de una definición operacional brinda la posibilidad de realizar innumerables
interpretaciones sobre la naturaleza de las funciones ejecutivas; todas ellas plausibles
hasta que se demuestre lo contrario. Sin una definición coherente, acompañada de una
teoría verosímil que la sustente, las funciones ejecutivas se han convertido en un
metaconstructo neuropsicológico, o término paraguas, en el que tienen cabida un sinfín
de procesos cognitivos.
En 1994, se celebró en Washington DC una conferencia, organizada por el
National Institute of Child Health and Human Development, en la que se solicitó a diez
expertos en funciones ejecutivas que indicaran qué procesos las integran. Identificaron 33
componentes. Tras obtener este amplio listado, acordaron, por consenso, que las
funciones ejecutivas están formadas por seis componentes: autorregulación,
24
secuenciación del comportamiento, flexibilidad, inhibición de la respuesta, planificación y
organización conductual. Años después, en el 2009, Best, Miller y Jones identifican
quince componentes ejecutivos tras una exhaustiva revisión de la bibliografía. Estos
autores llegan a la conclusión de que las funciones ejecutivas están integradas por cuatro
componentes: inhibición, memoria de trabajo, flexibilidad y planificación. ¿Por qué Best,
Miller y Jones eligen estos cuatro componentes y no otros? Simplemente, porque son los
más utilizados y citados en la literatura especializada. Situación que no hace
necesariamente que sean los procesos cognitivos más importantes para comprender qué
son las funciones ejecutivas. Como dice Barkley (2012: 22), “it is only an indication of a
psychometric popularity contest”. Retomando la pregunta formulada, ¿cuáles son los
procesos cerebrales que pueden considerarse ejecutivos? –y dada la riqueza
terminológica ubicada bajo el paraguas ejecutivo–, no es extraño que aun a día de hoy
sea difícil construir una definición operacional explícita, consensuada, simple y clara de la
naturaleza de las funciones ejecutivas.
1.1.3. Sustrato neurobiológico del control ejecutivo
A pesar de que no existe una definición operacional consensuada que determine qué son
las funciones ejecutivas, muchos investigadores han intentado localizar el lugar del
cerebro dónde residen. Gran parte de lo que se conoce acerca de los sustratos
neurobiológicos del control ejecutivo deriva de estudios neuropsicológicos realizados en
pacientes con lesiones cerebrales. En las últimas décadas, las técnicas de neuroimagen
han permitido estudiar las bases neuroanatómicas de estos procesos cerebrales en
personas sanas, pacientes neurológicos con lesiones cerebrales estructurales y
poblaciones psiquiátricas. Los resultados obtenidos apuntan a los lóbulos frontales, más
concretamente a la corteza prefrontal, como el sustrato neurobiológico del control
ejecutivo.
25
Figura 1.1. Dos formas de secuenciación temporal de la acción. Parte superior: secuencia rutinaria y
sobreaprendida de acciones dirigidas a una meta; cada acción lleva al siguiente eslabón de la cadena. Parte
inferior: secuencia nueva y compleja; existe una contingencia entre las acciones a través del tiempo según el plan,
objetivo y acciones previas.
Fisiológicamente, la corteza cerebral está organizada de manera jerárquica. Las
áreas sensitivas y motoras constituyen la base de la organización cortical, mientras que
las áreas con un desarrollo filogenético y ontogenético posterior sustentan funciones
progresivamente más integradoras. La corteza prefrontal constituye el nivel más elevado
de la jerarquía cortical dedicada a la representación y ejecución de acciones y ocupa un
lugar privilegiado para orquestar el control ejecutivo: es la región cortical de integración
por excelencia, gracias a la información que envía y recibe virtualmente de todos los
sistemas sensoriales y motores.
La corteza prefrontal se localiza en las superficies lateral, medial e inferior del
lóbulo frontal, por delante de la corteza motora y premotora. Su función primordial es la
representación y ejecución de nuevas formas de acción dirigidas a objetivos a través de la
integración temporal de la información (figura 1.1). En otras palabras, ayuda a predecir
eventos futuros y preadaptarlos (Fuster, 2015). Las funciones ejecutivas sirven a esta
función supramodal de una forma u otra. Fuster (2015) identifica los siguientes procesos
ejecutivos:
– Planificación: esencial para la formulación y ejecución de nuevos planes de
comportamiento dirigidos a objetivos. Estos planes se representan
cerebralmente en forma de esquemas abstractos de acción.
– Set atencional: detonador anticipado selectivo de un sector del aparato
26
sensorial o motor para la percepción sensorial esperada o acción motora en
el curso de una secuencia de acciones dirigidas a objetivos.
– Memoria de trabajo: es la atención enfocada en una representación interna
para una acción intencionada en un futuro próximo. Se trata de una función
cognitiva predictiva, caracterizada esencialmente por la retención temporal
de un elemento de información para ejecutar una acción prospectiva. De tal
forma, Fuster entiende que la memoria de trabajo es una forma de atención
focalizada sobre una representación interna, básicamente memoria a largo
plazo actualizada y activada ad hoc para ser utilizada de forma prospectiva.
– Toma de decisiones: elección intencional de un curso de acción en un futuro
inmediato o alejado en el tiempo.
– Control de errores: mecanismo cognitivo dedicado a obtener y generar
señales sobre el éxito o fracaso de una acción, actividad o acto después de
su ejecución.
– Control inhibitorio: protege las estructuras de comportamiento de
interferencias externase internas.
Las funciones ejecutivas descritas, sin excepción, observan y están orientadas
hacia el futuro. Dicho de otro modo, todas ellas son prospectivas: la planificación, el set
atencional, la toma de decisiones y la memoria de trabajo lo son por definición. Control
de errores y control inhibitorio por implicación. Si bien se basan en información derivada
de experiencias anteriores de un tipo u otro, todas tienen en común su carácter
prospectivo. En la dinámica del cerebro, no hay futuro sin pasado. Antes y durante la
búsqueda de una nueva meta, la corteza prefrontal interviene para seleccionar la
información del pasado necesaria para guiar y corregir la acción en curso. Según Fuster,
ese uso del pasado es la esencia de la capacidad predictiva y preadaptativa de la corteza
prefrontal.
Koechlin y Summerfield (2007) plantean una arquitectura en cascada de la corteza
prefrontal, en la cual las funciones cognitivas menos complejas dependen de zonas
prefrontales posteriores y conforme estas van aumentando en complejidad involucran
áreas más anteriores. En esta arquitectura, el reclutamiento de procesos de control
ejecutivo depende directamente de la estructura temporal de las representaciones que
relacionan la acción con las señales que la determinan. De tal manera, este modelo
distingue cuatro niveles de control de la acción:
1. Sensorial: selección de acciones motoras en respuesta a estímulos (asociado
a la corteza premotora).
2. Contextual: activación de las asociaciones estímulo-respuesta en función de
las señales contextuales preceptivas que acompañan a la aparición del
estímulo (asociado a regiones caudales de la corteza prefrontal dorsolateral).
3. Episódico: activación de las asociaciones estímulo-respuesta en función del
transcurso temporal en el cual los estímulos aparecen (asociado a regiones
27
rostrales de la corteza prefrontal dorsolateral).
4. Branching: activación de los episodios de comportamiento o planes de
acción en función de las acciones que están desarrollándose
concomitantemente (asociado a las regiones más anteriores de la corteza
prefrontal, llamadas también polares o polo rostral).
Apuntar que, si bien la corteza prefrontal es esencial para el control ejecutivo, toda
funcionalidad atribuida a esta región cortical carece de sentido si no se considera su
ubicación en un mapa funcional conexionista cortico-subcortical. Por otra parte, no es
posible vincular procesos cognitivos de carácter ejecutivo con regiones prefrontales
concretas; aunque hay ciertas áreas de dominancia para determinados procesos. Fuster
subraya que esta dominancia no depende del proceso per se como del contenido
cognitivo particular con el que opera en un momento dado. Así, por ejemplo, un foco
dominante de actividad eléctrica o metabólica en la corteza prefrontal dorsolateral
durante la ejecución de una tarea de memoria de trabajo no es indicativo de la
localización del citado proceso en esa región cerebral, sino más bien de un signo de
activación de un nodo de la red cortical distribuida asociada a la memoria de trabajo. De
tal forma, es posible atribuir un dominio cortical preferido a un proceso cognitivo, el
cual dependerá de la distribución espaciotemporal dominante de la actividad cortical
asociada.
De este principio, se deriva que la infraestructura neuroanatómica vinculada a un
determinado proceso cognitivo también puede servir para otros procesos cognitivos (u
otros procesos cerebrales). Tal planteamiento sería aplicable tanto a la percepción, como
a la atención, memoria, lenguaje o funciones ejecutivas. En este marco conceptual, se
genera una pregunta trascendente de difícil respuesta: ¿tiene sentido establecer
diferencias entre procesos cognitivos tal y como se hace actualmente? Punto que se
retomará en otro apartado de este capítulo.
Por último, en la corteza prefrontal, a diferencia de otras regiones corticales, es
difícil establecer disociaciones dobles. Las funciones prefrontales, entre ellas las
implicadas en el control ejecutivo, se superponen anatómicamente y ninguna se localiza
específicamente en una región particular. De hecho, caer en la falacia reduccionista que
asume que el sistema cognitivo está compuesto por una colección de componentes o
módulos de procesamiento encapsulados, cada uno dedicado a realizar un proceso
cognitivo particular, no deja vislumbrar el papel supraordinado de la corteza prefrontal en
la dimensión temporal prospectiva del comportamiento.
1.2. Funciones ejecutivas y ciclo vital
Los bebés están invariablemente ligados al presente y reaccionan a los estímulos de su
entorno inmediato. Mientras que los niños en edad preescolar pueden pensar en el
28
pasado y planificar vislumbrando el futuro, así como considerar varias opciones para,
posteriormente, seleccionar la que consideran más acertada. Sin embargo, la capacidad
de los preescolares para controlar conscientemente sus pensamientos, acciones y
emociones es limitada. Y a menudo su conocimiento sobre lo que deben hacer supera su
capacidad para hacerlo.
El desarrollo del control ejecutivo, al igual que sucede con otros procesos
cognitivos, sigue un curso en el que es posible identificar tres etapas. Una primera etapa
emergente, donde se vislumbran indicios de la existencia de un procesamiento ejecutivo
todavía en fase embrionaria. Posteriormente, se produce una etapa de desarrollo,
caracterizada por una mayor integración ejecutiva si bien no plenamente funcional. Y,
finalmente, una última etapa en la que los procesos ejecutivos son plenamente operativos
y funcionales.
1.2.1. Desarrollo del control ejecutivo
Los procesos cognitivos que conforman las funciones ejecutivas presentan diferentes
trayectorias de desarrollo; caracterizados por saltos temporales que coinciden con tres
periodos claves en la maduración de su sustrato neurobiológico: entre el nacimiento y los
2 años de edad, de los 7 a los 9 años y en la adolescencia tardía, entre los 16 y 19 años
de edad.
En los primeros seis meses de vida, el bebé puede recordar representaciones
simples. No obstante, si está jugando con un juguete y se cubre con una toalla, este deja
de existir para él: no lo busca y se comporta como si no existiera. Alrededor de los ocho
meses, son capaces de buscar el objeto que le ha sido ocultado y recuperarlo. Esta
conducta sugiere una forma embrionaria de procesamiento ejecutivo: el bebé puede
mantener online información que no se halla presente (representación del juguete y su
ubicación espacial) para la consecución de un objetivo (levantar la toalla y recuperar el
juguete). Paralelamente, durante el primer año de vida, emerge la habilidad de suprimir
respuestas dominantes. La capacidad para dejar de hacer una actividad placentera (jugar
con un peluche) frente a una demanda del cuidador es la primera forma de inhibición
observada en humanos. Los bebés de 8 meses son capaces de inhibir una conducta
placentera en el 40% de las ocasiones, mientras que, entre los 22 y 33 meses, este
porcentaje se sitúa alrededor del 85%. No obstante, estas formas embrionarias de
funcionamiento ejecutivo son muy frágiles y fácilmente alterables.
Una de las pruebas que más interés ha suscitado en la investigación del desarrollo
del control ejecutivo durante los primeros años de vida es la tarea A-no B. En esta tarea,
se colocan frente al niño dos pantallas opacas. Ante su mirada, se oculta un juguete tras
una de las pantallas (pantalla A) y se insta a que lo busque. Tras diversos ensayos, y
siempre ante la mirada atenta del niño, se esconde el juguete tras la otra pantalla (pantalla
B). La mayoría de bebés con edades comprendidas entre los 8 y 12 meses no tiene
dificultad alguna para realizar esta tarea, siempre y cuando el intervalo temporal en el que
29
se produce el cambio de ubicación del juguete no exceda los 2 o 3 segundos. Sin
embargo, ante demoras temporales más largas, insisten en buscar el juguete tras la
pantalla A, a pesar de que esta ya no sea la ubicación donde se encuentra. Con el
aumento de edad, los bebés soncapaces de resistir demoras de tiempo cada vez más
amplias. Así, por ejemplo, es necesaria una demora de cinco segundos para que bebés de
9 meses cometan el error de buscar el juguete tras la pantalla A. Según Diamond (2006) ,
la dificultad para ejecutar correctamente la tarea A-no B se explica a una inhibición
ineficiente de la tendencia a repetir conductas exitosas y a un desvanecimiento de la
información (localización del juguete) tras la demora temporal. El aumento del periodo de
resistencia a la demora entre los 7 y 12 meses responde a una mayor capacidad para
mantener información online. La habilidad para manipular y transformar esta
información inicia su desarrollo posteriormente, entre los 15 y 30 meses de edad.
El uso de reglas para guiar la conducta en un niño de 3 años es superior a las
rudimentarias reglas empleadas por uno de 2 años. Si bien esta capacidad es todavía muy
limitada, tal y como puede observarse en los estudios realizados con la dimensional
change card sort (Garon, 2008). En esta prueba, los niños han de clasificar una serie de
tarjetas de acuerdo con la forma o color de los dibujos que contienen (estrella roja,
camión azul, etc.). Los resultados muestran que los niños de 3 años presentan
dificultades para cambiar de regla clasificatoria. Así, por ejemplo, si inicialmente se les
solicita que clasifiquen las tarjetas por la dimensión color (“pon las tarjetas rojas aquí y
las azules allí”) y, posteriormente, se cambia a la dimensión forma (“pon las estrellas aquí
y los camiones allí”), un niño de 3 años continúa clasificando las tarjetas según la
dimensión inicial (en este caso, el color). No es hasta los 4 años cuando el niño cambia
de dimensión sin problemas. Esta capacidad para utilizar un par de reglas arbitrarias
constituye el paso previo a la adquisición de la habilidad para integrar dos pares
incompatibles de reglas en un solo sistema de reglas; cambio que se produce alrededor de
los 5 años. Estos cambios tienen implicaciones significativas en la conducta del niño: le
permiten formular y utilizar juegos de reglas más complejos para regular su conducta.
Antes de los 3 años, a grandes rasgos, los niños son altamente dependientes de los
estímulos de su entorno, responden de forma rígida y estereotipada y su conducta está
orientada al aquí y ahora (al presente). Entre los 3 y 5 años, emerge la capacidad de
actuar de forma más flexible, así como de orientarse hacia el futuro. Gradualmente, el
niño muestra mayor capacidad para inhibir respuestas automáticas y respuestas asociadas
a refuerzos; si bien en pruebas como la day-night task se hacen patentes las dificultades
de los niños de 3 y 4 años para guiar sus acciones mediante reglas que requieren actuar
de forma contraria a sus inclinaciones. Alrededor de los 6 años, es posible observar una
mejora en la capacidad para controlar los impulsos; a los 9 años, los niños pueden regular
y monitorizar sus comportamientos de forma más eficiente.
La capacidad para aprender de los errores y formular estrategias alternativas se
adquiere de forma progresiva a lo largo de la infancia. Los niños más pequeños utilizan
estrategias muy simples que acostumbran a ser bastante ineficientes, azarosas o
fragmentadas. Entre los 7 y 10 años, la planificación de conductas y elaboración de
30
estrategias para su consecución es sensiblemente más organizada y eficiente. A pesar de
estas mejoras organizativas, en el periodo comprendido entre los 11 y 13 años, es posible
observar una regresión a estrategias fragmentadas, poco elaboradas. Esta paradoja podría
estar asociada a un conflicto interprocesos cognitivos en un periodo de transición entre
fases de desarrollo de las funciones ejecutivas. La implementación de estrategias
conceptuales y holísticas, por ejemplo, choca con la utilización de procesos de
autorregulación; procesos que requieren descomponer la actividad para una
monitorización precisa de su ejecución. El balance, y priorización, entre ambos procesos
requiere control ejecutivo. Y este es posible únicamente cuando cada uno de ellos
alcanza el umbral de desarrollo óptimo.
Llegada la adolescencia se constata una asombrosa contradicción: los jóvenes
muestran una disociación entre su capacidad de saber y hacer. Frecuentemente, saben lo
que tienen que hacer, pero no lo hacen, o al menos no aplican su conocimiento de
manera consistente. Tal situación muestra que, si bien se acostumbra a presuponer que
los adolescentes se comportan de manera similar a los adultos, su control ejecutivo aún
no es plenamente funcional. Los sistemas de regulación conductual son dirigidos
gradualmente por las funciones ejecutivas; inmersas estas en un largo proceso de
ensamblaje sometido a demandas crecientes de autorregulación.
Tradicionalmente, se consideraba que el control ejecutivo mejoraba de forma lineal
a medida que el individuo crecía. Sin embargo, cada vez hay más datos que apuntan a
que su desarrollo sigue un curso no lineal. Al igual que sucede entre los 11 y 13 años, por
ejemplo, en la adolescencia tardía, se constata un peor desempeño en tareas ejecutivas
en comparación con el rendimiento obtenido en la adolescencia temprana; diferencias
posiblemente explicadas por los procesos de reorganización neuronal que acontece en
este periodo vital.
1.2.2. Envejecimiento del control ejecutivo
Es ampliamente aceptado que, incluso en ausencia de patología, se produce un declive
cognitivo gradual a partir de la tercera década de vida. Sin embargo, no todos los
procesos cognitivos se afectan por igual, ni afectan a todas las personas de forma similar
o en mismo momento vital. Así, los cambios a lo largo de la vida varían según la
persona. Dos personas de 50 años, por ejemplo, pueden tener perfiles cognitivos
extremadamente diferentes. Además, dentro de una misma persona, diferentes funciones
disminuyen o decrecen a tasas variables. Se han descrito, por ejemplo, cambios
significativos en la atención, la memoria o las funciones ejecutivas, mientras que otras,
como la riqueza de vocabulario, son resistentes al envejecimiento cerebral e incluso
pueden mejorar con la edad. Las primeras entran dentro de la categoría de procesos
cognitivos asociados con la generación, transformación y manipulación de la información
y la riqueza de vocabulario, con el conocimiento acumulado a lo largo de la vida.
Estas dos grandes categorías reciben diferentes nombres dependiendo de la
31
orientación teórica. Los términos más utilizados clásicamente son inteligencia fluida e
inteligencia cristalizada. Otra forma de entender esta dicotomía es considerar que una
categoría agrupa procesos (razonamiento) y otros productos (conocimiento) asociados
con la cognición. En términos generales, los adultos mayores acumulan conocimiento
(sabiduría), fruto de una vida plagada de experiencias, pero ven reducida su capacidad
para utilizarlo.
En el caso de las funciones ejecutivas, es evidente su vulnerabilidad observando el
comportamiento cotidiano de los adultos mayores:
– Tienden a pensar de forma más concreta y literal.
– Muestran preferencia por la rutina y una menor tolerancia ante situaciones
improvisadas.
– Manifiestan dificultades en la planificación de actividades y ejecución de
tareas en paralelo o bien de forma alterna.
– Y una disminución en la habilidad para regular el comportamiento de acuerdo
con un plan.
En el transcurso del ciclo vital, las funciones ejecutivas dibujan una gráfica en
forma de U invertida, lo que muestra un marcado desarrollo durante la infancia y
adolescencia, seguida por una disminución progresiva y gradual en la edad adulta. Los
niños pequeños, al igual que los adultos mayores, tienden a responder a las demandas del
entorno (control ejecutivo reactivo), mientras que los niños mayores y adultos jóvenes
acostumbran a ser más habilidosos a la hora de planificar y anticipar (control ejecutivo
proactivo).
El control inhibitorio empeora sustancialmente en los adultos mayores. Estos
presentan una buena capacidad para atender a estímulos relevantes, pero dificultadespara suprimir o ignorar aquellos que no lo son. Independientemente de si están o no
aparentemente preparados o del intervalo temporal entre estímulos relevantes e
irrelevantes, los adultos mayores tienen más dificultades que los adultos jóvenes a la hora
de suprimir información innecesaria y prescindible. Por otra parte, el deterioro del control
inhibitorio explicaría, al menos en parte, los cambios en la memoria de trabajo descritos
en la literatura. Si bien en las actividades que requieren baja participación de memoria de
trabajo no muestran dificultades, en aquellas con una alta carga en memoria de trabajo, el
rendimiento disminuye de forma acusada.
Estudios experimentales sugieren que hay diferencias de edad en la forma en que
las personas forman e infieren conceptos. Cuando se solicita a un adulto mayor que
clasifique objetos tiende a hacerlo en función de relaciones funcionales y no tanto por
relaciones semánticas más abstractas (naranja y plátano son frutas; perro y león son
animales). En la twenty questions task, por ejemplo, el sujeto tiene que descubrir,
empleando un máximo de 20 preguntas cerradas de sí o no, qué estímulo objetivo ha
seleccionado el examinador de un conjunto de 30 estímulos. Los adultos mayores hacen
preguntas que descartan una sola alternativa, mientras que las realizadas por los adultos
32
jóvenes eliminan categorías completas de alternativas. Del mismo modo, en pruebas tipo
Wisconsin card sorting test, en las que se presenta una serie de estímulos que difieren en
múltiples dimensiones (forma, color, tamaño, etc.) y tienen que inferir la dimensión
particular correcta, a partir de la retroalimentación del examinador, acostumbran a rendir
peor que los adultos jóvenes. Incluso parece que respondan al azar, no beneficiándose de
la retroalimentación proporcionada a través de múltiples ensayos. En otros casos, tienden
a realizar selecciones repetitivas: mostrando francas dificultades para revisar sus
selecciones anteriores y planificar sus próximos movimientos. Tales dificultades se
observan incluso cuando las demandas de memoria de trabajo se mantienen al mínimo
(al introducir ayudas externas como pueden ser notas escritas).
En línea con lo descrito en el anterior párrafo, a menudo, los adultos mayores
abordan actividades de razonamiento de forma concreta. En tareas de clasificación, en
lugar de ordenar los objetos o estímulos sobre la base de categorías semánticas
abstractas, pueden agruparlos de acuerdo con la existencia de conexiones funcionales
entre ellos o bien para formar un patrón. En el subtest semejanzas de la escala de
inteligencia de Wechsler para adultos, por ejemplo, en comparación con los adultos
jóvenes, los adultos mayores tienen más probabilidades de identificar indicios concretos y
perceptivos en lugar de deducir el indicio abstracto común que une a ambos estímulos.
Por ejemplo, ante la pregunta ¿qué tienen en común una pera y una manzana?, en lugar
de responder que son frutas, indican que ambas pueden comerse. El establecimiento de
semejanzas implica de la participación de procesos cognitivos complejos. Descubrir las
semejanzas supone la separación (abstracción) de un indicio fundamental común y la
comparación (generalización) de ambos estímulos según dicho indicio.
Respecto a la flexibilidad, aunque existen evidencias sobre su disminución en los
adultos mayores, las implicaciones de estos hallazgos en la vida cotidiana son menos
claras. En tareas familiares, o en situaciones en las que no se requieren rápidos cambios
de comportamiento, los cambios graduales en la flexibilidad identificados en el laboratorio
tienen un impacto mínimo.
La toma de decisiones también se deteriora en el adulto mayor. Estos toman
decisiones menos ventajosas, dependen más de la heurística al formar juicios y, a
menudo, recaban y revisan un menor volumen de información en comparación con los
adultos más jóvenes. Sin embargo, cuando existe una motivación poderosa, las
diferencias relacionadas con la edad pueden reducirse, razón por la que los adultos
mayores procesan la información de una manera más preparada y apropiada. Igualmente,
los cambios en los horizontes temporales (es decir, la conciencia que el tiempo de vida
restante es muy limitado) pueden, en casos concretos, implicar decisiones más acertadas.
En determinados contextos, los adultos mayores son capaces de rendir igual de
bien, si no mejor, que los adultos más jóvenes; a pesar de los cambios cognitivos
experimentados con la edad. Por ejemplo, los adultos mayores acostumbran a generar
menos soluciones frente a un problema concreto, pero su calidad puede ser similar a las
elaboradas por un adulto joven. También hay evidencia de que los adultos mayores
abordan los problemas interpersonales de una manera cualitativamente diferente, pues
33
esta área de resolución de problemas permanece relativamente intacta. Además, el
rendimiento en las tareas de razonamiento e inducción que requieren utilizar el
conocimiento y experiencia adquirida en el transcurso de la vida tienden a mostrar
escasos déficits.
1.2.3. Construcción sociocultural de las funciones ejecutivas
Usualmente se pierde de vista que el cerebro es un órgano que forma parte del cuerpo
(embodied) y está incrustado en un medio sociocultural (embedded), del cual depende
ineludiblemente. El entorno en el que vive un individuo y las experiencias a las que está
expuesto acostumbran a ignorarse al describe el desarrollo del control ejecutivo. Cuando
la relevancia de elementos sociales y culturales son elementos sine qua non para
entender su desarrollo. Así mismo, no hay que subestimar que la dinámica de estos
procesos cognitivos en el transcurso de la vida está determinada, en última instancia, por
la interacción entre individuo (genoma) y entorno.
La neuropsicología asume que la mente opera bajo leyes naturales y universales
independientes de contenido y contexto. No obstante, las personas somos seres
culturales, cuyas acciones, pensamientos y sentimientos se hallan inmersas en entornos
socioculturales. Tal y como se indica desde la psicología cultural, la psicología
sociocultural o la psicología transcultural, la forma, contenido y función de los
fenómenos mentales (percibir, recordar y conocer) es inseparable del contexto
sociocultural en el que se producen. Los animales están condicionados por la biología,
mientras que las personas por la cultura. Es, pues, necesario concebir que los procesos
cerebrales no tienen lugar en el vacío, sino que están inmersos en un contexto físico y
temporal concreto. Si se estudian cerebros aislados, los resultados pueden no ser
relevantes para entender la base cerebral del comportamiento humano. Tal y como señala
Bruner, desde la psicología cultural, se asume que no es posible entender la actividad
mental si no se tiene en cuenta el contexto cultural en el que se produce y los recursos
culturales que proporcionan a la mente su forma específica.
La neuropsicología fundamenta su explicación del comportamiento en factores
esencialmente biológicos. El cuerpo de conocimiento que se ha generado en esta
disciplina psicobiológica trata de hallar vínculos entre los cambios cerebrales (fisiológicos)
y variaciones comportamentales, de manera que estos últimos se explican en función de
los primeros. Entendiendo que la mente, concebida como un producto derivado de los
procesos cerebrales, es un sistema contenido, encerrado y aislado del entorno, ubicado
dentro de la cavidad craneal. Lo que Donaldson ha denominado solipsismo cognitivo.
Desde este punto de vista, la mente es una entidad autosuficiente, gracias a la cual las
personas afrontan el mundo de manera autónoma. Y la cultura es, simplemente, una
fuerza que ayuda a moldear la mente, pero incapaz de influir sustancialmente en sus
dinámicas básicas.
Centrarse en aquello que sucede dentro de la cabeza aporta, sin lugar a dudas,
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información para entender el funcionamiento cerebral. Pero proporciona, en el mejor de
los casos, una visión parcial del desarrollo y consolidaciónde los procesos cerebrales. Y
es que el ser humano no es exclusivamente un ser cognitivo. Ni debe obviarse que los
procesos cerebrales son sensibles al contexto concreto en el que tienen lugar.
¿Por qué la neuropsicología acostumbra a olvidar la importancia del entorno en el
desarrollo y consolidación de los procesos cerebrales? Tal vez porque, históricamente, al
menos en la cultura occidental, esta disciplina se ha desarrollado a partir de modelos
teóricos que persiguen identificar elementos explicativos comunes y universales para
entender el funcionamiento del cerebro desde una perspectiva centrada en el sujeto; que
no contempla la influencia de las variaciones culturales. A la par, las teorías de
procesamiento de la información y su forma de ver el funcionamiento del cerebro son un
factor clave para entender este desafortunado sesgo.
Desde la psicología evolutiva y de la educación, las teorías culturales contextuales
conciben el entorno como un verdadero motor de desarrollo. Por su repercusión e
impacto en marcos conceptuales actuales y su notoria ruptura con visiones individualistas
del desarrollo, destacan la teoría sociohistórica de Vygotsky (1979) y la teoría ecológica
de Bronfenbrenner (1987).
Davis-Kean y Eccles (2005) proponen el modelo de funcionamiento ejecutivo
social; derivado, en parte, de la teoría ecológica de Bronfenbrenner. Este modelo
describe el papel de personas e instituciones sociales como gestores (lo que las autoras
denominan funcionarios ejecutivos) de la vida cotidiana de los niños.
En el centro del modelo, se sitúa el niño, que recibe recursos y procesa la
información del entorno que lo rodea. Al tiempo que aporta sus propias capacidades
cognitivas, personalidad y temperamento y otros factores constitucionales (figura 1.2). A
su alrededor, se articulan diversos funcionarios ejecutivos, donde los más cercanos son la
familia y la escuela. Este modelo propone que las escuelas, por ejemplo, actúan como
funcionarios ejecutivos de los niños cuando establecen programas para la gestión de su
tiempo y actividades. De manera similar, las familias ejercen de funcionarios ejecutivos
cuando instauran procedimientos para el manejo de las múltiples tareas vinculadas con la
crianza y educación de los hijos: horarios de comida, preparación para ir a la escuela,
actividades extraescolares, deberes o rutinas a la hora de ir dormir. Con la ayuda de
personas e instituciones de referencia, los niños, eventualmente, aprenden a gestionar y
organizar estas tareas y se convierten, en última instancia, en adultos autónomos y
socialmente integrados.
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Figura 1.2. Modelo de funcionamiento ejecutivo social.
Fuente: modificado de Davis-Kean y Eccles, 2005.
El modelo de funcionamiento ejecutivo social ofrece una interesante propuesta
sobre el desarrollo del control ejecutivo en el niño al establecer que es fruto de la
interacción de este con múltiples agentes contextuales. De lo que se deduce que es
necesario algo más que la maduración neurobiológica de unas estructuras cerebrales para
que las capacidades ejecutivas alcancen su máximo potencial.
¿Y por qué no plantearse supuestos similares para otras etapas vitales?
Habitualmente, se cree que, una vez concluido el desarrollo ejecutivo, no es posible que
se produzcan cambios sustanciales, pues se imagina que las relaciones entre individuo y
entorno son de naturaleza estática. Siguiendo la hipótesis propuesta por Davis-Kean y
Eccles, no sería descabellado contemplar la posibilidad de que la exposición continuada, a
entornos concretos (tanto a nivel familiar como laboral y social) influya y modifique la
capacidad de rendimiento ejecutivo del individuo en el transcurso de su vida.
1.3. Funciones ejecutivas:
¿una ilusión pedagógica?
A medida que se examinan diferentes modelos teóricos de atención y memoria, las
interrelaciones de estos constructos con las funciones ejecutivas son más que evidentes.
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Uno de los ejemplos más claros es la memoria de trabajo. Tanto los estudiosos de la
memoria como los del control ejecutivo, la consideran parte de su dominio de
investigación. Es más, Alan Baddeley, uno de los principales teóricos de este constructo,
escribe en 1993 un texto con el sugerente título Working memory or working attention?
Otro ejemplo. ¿Atención dividida o flexibilidad? La primera es uno de los componentes
del modelo clínico de atención de Sholberg y Mateer, mientras que la segunda es para
muchos una de las piedras angulares del control ejecutivo.
Retomando la definición de cognición de Neisser, esta es todo proceso cerebral
mediante el cual las aferencias externas e internas son transformadas, reducidas,
elaboradas, almacenadas, recuperadas y utilizadas. De lo cual podría derivarse que
aquello que se denomina funciones cognitivas (percepción, atención, memoria o
funciones ejecutivas, entre otras) son divisiones hipotético-teóricas de la cognición.
Figura 1.3. Procesamiento secuencial de la información según el modelo cognitivo clásico.
El cognitivismo clásico concibe el cerebro como un procesador de información que
recibe inputs del entorno (percepción), los manipula y utiliza y actúa siguiendo los
resultados obtenidos (respuestas o conducta). Este planteamiento, recogido en la figura
1.3, es una simplificación basada en la suposición que los procesos cerebrales siguen un
curso lineal, son discretos, no se superponen y son independientes. La observación de la
realidad muestra que tales suposiciones no son del todo correctas. Así, en lugar de actuar
únicamente de forma secuencial, estas etapas se superponen estructuralmente,
compartiendo relaciones de semejanza gradual y multidimensional (figura 1.4). El cerebro
trabaja sobre una arquitectura de interconexiones masivas distribuidas en paralelo cuya
conectividad se modifica mediante la experiencia y aprendizaje. Por ejemplo, no existe
un punto exacto en el que cesa la percepción y comienza la memoria, puesto que el
proceso de percepción trae consigo el aprendizaje y almacenamiento de información.
Además, al mismo tiempo coexisten con procesos de carácter atencional.
Por otra parte, a diferencia de los supuestos del cognitivismo clásico, no puede
obviarse que el procesamiento de la información no es pasivo, sino activo. Se busca
información. Se selecciona información. Se manipula información. Los seres humanos
son procesadores activos de información, y muchos fenómenos cognitivos resultan
incomprensibles a menos que se tenga en cuenta lo que el sujeto está tratando de hacer y
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el medio sociocultural en el que vive.
Figura 1.4. Representación esquemática del procesamiento cerebral.
Gran parte de los términos empleados en neuropsicología no corresponden a
entidades reales. Vocablos como atención, memoria o funciones ejecutivas son
constructos, conceptos no observacionales, no empíricos, cuyo significado científico
acostumbra a definirse a partir del producto de una medición neuropsicológica. Pero esta
situación es problemática en sí misma. Decir que la inhibición es lo que miden las
pruebas de inhibición genera una referencia particular para este término, pero no
determina ni clarifica su significado.
¿Se organiza la actividad del sistema nervioso central de acuerdo con los dominios
o procesos cognitivos utilizados usualmente? La respuesta es un rotundo no. La división
del procesamiento cognitivo en diferentes funciones cognitivas es enormemente útil en el
ámbito clínico para entender su funcionamiento, pues facilita, indiscutiblemente, la
exploración neuropsicológica y el establecimiento de programas terapéuticos de
intervención. No obstante, conceptualizar el funcionamiento cerebral en dominios
modulares genera una falsa sensación de seguridad, pero, al mismo tiempo, distorsiona y
limita la comprensión de las relaciones entre cerebro y conducta. Y es que el cerebro no
entiende de las fronteras artificiosas que se han establecido para estudiarlo e intentar
comprenderlo.
Se presupone que la actividad primordial del cerebro es la producción de
percepciones, ideas, almacenamientos

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