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MAURICE MOLHO 
FILOSOFIA NATURAL O FILOSOFIA RACIONAL: 
SOBRE EL CONCEPTO DE ASTROLOGIA EN LOS 
TRABAJOS DE PERSILES Y SEGISMUNDA 
Un tema mayor de los Trabajos de Persiles y Segismundo es el de 
la astrología, a la que A. Castro dedicó originales reflexiones. Frente 
a Cesare de Lollis que considera la astrología del Persiles como un 
rasgo de «reazionarismo», Castro reivindica la historia: «Cervantes 
admitía la posibilidad de la astrología, como muchos ingenios esclare­
cidos de la época». (Pensamiento, pág. 103-104). Según veremos ahora, 
no sólo la «admitía» sino que en la Weltschauung del Persiles desem­
peña un papel decisivo que confiere a la obra su esencial significación. 
La astrología que suele invocarse es la llamada judiciaria, o sea la cien­
cia de las relaciones determinantes que se establecen entre los cuerpos 
celestes y los moradores de los espacios sublunares. En efecto, la vida 
del hombre arrastrado en el devenir del mundo, depende de las estrel­
las y de la constante alteración de su curso 1. El judiciario, o sea el 
conocedor del juicio de las estrellas, es el que por su ciencia de los 
astros es capaz de leer y analizar esas relaciones. 
La ciencia y la sabiduría no tienen más representante en el Persiles 
que la docta figura del astrólogo. Así como el Don Quijote, el Persiles 
carece de grandes figuras eclesiásticas representativas de la espiritua­
lidad católica (los curas y canónigos del Quijote no debaten más que 
de literatura). Los sustituyen los astrólogos, que son dos: el del Septen­
trión es el irlandés Mauricio (sin duda un Fitz Maurice), y el meridio­
nal, que ha establecido su cueva entre Francia e Italia, es el español 
Soldino que sólo por el sufijo se salva de ser Soldán. 
La astrología judiciaria o divinatoria que practican Mauricio y Sol­
dino implica un riguroso determinismo que no deja lugar a la libertad 
humana. El naufragio que leyó Mauricio en los astros no dejó de pro­
ducirse a pesar de mil inquietas precauciones, y lo mismo con el incen­
dio que pronosticó Soldino. 
1 Pomponazzi, cit. por B. Groethuysen, Anthropologie philosophique, pág. 167: Unde 
corpora caelestia secundum diversas partes suas et diversos aspectos causant diversitatem 
in mundo inferiori. 
ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Maurice MOLHO. Filosofía natural y folosofía racional: sobr...
Sustituto de la Providencia, según la frase feliz de Burkhardt, la 
astrologia divinatoria contradice la fe cristiana en la medida en que 
pretende revelarnos lo que ha de permanecer secreto. Tal es la posi­
ción católica de un Pico de la Mirandola en sus Disputaciones adversus 
astrologiam divinatricern, para quien la lucha contra la astrologia no 
sólo es un combate en defensa de la libertad humana, sino la afirma­
ción del carácter divino del milagro, que la astrologia convierte en 
fenómeno natural, reduciendo la religión a una configuración natural 
de causas 2. 
Si he plantado el problema desde la perspectiva piquiana (Pico era 
el más clarividente adversario de la astrologia divinatoria), es porque 
permite de entrada reconstruir el sistema ideológico y moral en el que 
se insertan las prácticas astrológicas. 
Un error de nuestros contemporáneos (y entre ellos cuento a don 
Americo), es haber disociado los componentes del sistema, limitándose 
a relacionar la astrologia con la demonomanía como si fueran dos 
manifestaciones comparables de las supersticiones de entonces. 
Con toda evidencia, el problema es de otra índole. 
De hecho, nos hallamos ante dos concepciones del devenir y de la 
Providencia. Si tanto los adversarios de la astrologia como sus adeptos 
consideran que la judiciaria le quita al acontecer su carácter providen­
cial, unos respetan los designios de Dios, mientras que los otros, en 
su afán de racionalizar la experiencia humana la naturalizan, y más 
si es de índole sobrenatural. Tal es el caso del milagro (una plegaria 
satisfecha ya es un mínimo milagro), al que la astrologia reduce a un 
caso natural inscrito en una coyuntura celeste. 
Esta última postura, que es la de los astrólogos del Persiles, se 
inscribe en la línea de pensamiento de la escuela paduana, inaugu­
rada por Pietro Pomponazzi y sus discípulos. Incluso si Cervantes no 
ha leído a Pomponazzi (aunque lo más probable es que algo le llegó), 
lo cierto es que está impregnado de su pensamiento directa o indirec­
tamente, o sea mediante discípulos como Lazzaro Bonamico, Pietro 
Stozzi, o secuaces como Wierus. En una época en que ciertas ideas 
circulan bajo manto, bastan a veces contactos orales o fragmentos 
manuscritos. De todas formas, la enseñanza y los escritos de Pompo­
nazzi eran cosas bastante sonadas para que pudieran comunicarse en 
cenáculos romanos o incluso entre cautivos italianos de los baños de 
Argel. 
El caso es que la astrologia del Persiles se relaciona, directa o indi­
rectamente, con la teoría expuesta en el De naturalium effectum admi-
2 La bibliografía del tema la dominan, además de Groethuysen ya citado, y de Cassi­
rer {Individuo y Cosmos), los trabajos de H. Busson: Le rationalisme dans la littérature 
française de la Renaissance, y su edición francesa del De incantationibus de Pomponazzi 
(Paris, 1930) y el admirable libro de Eric Weil: La philosophie de Pietro Pomponazzi- Pic 
de la Mirandole et la critique de l'astrologie. Paris, 1985. 
ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Maurice MOLHO. Filosofía natural y folosofía racional: sobr...
randorum causis sine de incantationibus. El De incantationibus o 
Encantamentos fue acabado en su redacción manuscrita en Bologna 
en agosto de 1520. El libro circuló manuscrito y no llegó a imprimirse 
hasta 1547. 
El tema del libro es el de la inexistencia de los demonios, brujos 
y hechiceros. De ahí que haya sido ampliamente utilizado por Wierus, 
cuya enseñanza pasa al discurso de la misma Cañizares 3. 
Pero el De incantationibus trata de refutar toda creencia «que con­
duce a desatenderse de todo lo que es manifiesto y visible y por tanto 
conocible por vía de razón natural, para atenerse a lo inmanifiesto e 
incierto que no puede convencer por carecer de toda verosimilitud» 
(De incantationibus, cit. por Weil, pág. 31, nota 34). 
De ahí que para Pomponazzi y sus seguidores, la demonomanía y 
el milagro no sean sino dos facetas o manifestaciones de un mismo 
error del intelecto. El trabajo del espíritu humano consiste en con­
struir una cosmología por la que la naturaleza se represente como una 
diversidad ordenada de substancias activas (E. Weil, I.I.). 
La originalidad de Pomponazzi y de toda la línea filosófica que 
dimana de su enseñanza, radica precisamente en la identificación de 
todo lo sobrenatural, o por lo menos de todo lo que aparenta ser tal, 
en un caso único que, por no natural, o sea, no racional, no puede tener 
existencia propia ante la inteligencia. 
El Persiles está lleno de brujas voladoras, de licántropos y de 
hechiceras, de los que son víctimas los espíritus débiles y crédulos, 
siempre dispuestos a rendirse al demonio, como solución de facilidad, 
y no sin razón, ya que la malicia no es tanto del diablo como del hom­
bre. El Estudiante de la Cueva de Salamanca es demoníaco no por el 
diablo sino por el pecado ajeno que le perfuma a azufre. En el mismo 
Persiles, en un episodio capital que se analizará en su tiempo, una 
mujer se halla presa de un demonio inexistente que no está en su 
cuerpo sino en el credo de los circunstantes y en las cruces de los 
curas que la vienen a visitar. 
La primera embestida contra la demonomanía la hace el astrólogo 
irlandés Fitz Maurice con motivo de la licantropia y de la posesión en 
general, que considera, como Pomponazzi y sus seguidores, como una 
«enfermedad», y añade: «Todo esto se ha de tener por mentira y si algo 
hay pasa por la imaginación y no realmente», (I, 18). Pomponazzi: «Así 
ocurre que las potencias de la imaginación y del deseo se fijen con 
fuerza en un objeto [hasta el extremo que] el objeto imaginado y 
deseado puede ser producido por las fuerzasde la imaginación y el 
deseo» (Inc. XIV, in Busson, Enchantements, pág. 138). No dirá otra 
cosa la Cañizares: ... «porque todo lo que nos pasa en la fantasía es 
Véase nuestra edición y estudio del Casamiento engañoso y Coloquio de los perros. 
Paris, 1970. 
ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Maurice MOLHO. Filosofía natural y folosofía racional: sobr...
tan intensamente que no hay diferenciarlo de cuando vamos [al aque­
larre] real y verdaderamente». 
Más compleja, pero no de distinta índole, es la cuestión del mila­
gro. «Milagro o prodigio — dice Cicerón en el De Divinatione II, 22-28 
— es cosa que sucede pocas veces y que sorprende nuestra ignoran­
cia». Esa idea, que sin duda inspiraría a Pomponazzi, la recoge un 
caballero de la corte del rey Policarpo, ante el navio que flota al revés 
con la quilla al aire y el mástil rascando las arenas del fondo. De ese 
navio náufrago que primero toman por alguna ballena, salen vivos los 
protagonistas del Persiles, renovando el milagro de Joñas. Como ya se 
han dado casos semejantes, aunque rarísimos, la cosa «no se ha de 
tener a milagro sino a misterio, que los milagros suceden fuera del 
orden de la naturaleza; y los misterios son aquellos que parecen mila­
gros y no lo son, sino casos que acontecen raras veces» (II, 2, pág. 
136-164). Así pensaba un Montaigne para quien no había milagros sino 
solamente misterios o maravillas (Busson, op. cit., p. 63) 4. 
De hecho, los fenómenos que parecen situarse fuera del orden 
natural, entran por lo común en una cosmología por la que cobran, 
al naturalizarse, su estatuto racional, en cuanto se manifiesta la pre­
sencia o la posibilidad de propiedades activas que las suscitan (E Weil, 
op. cit., págs 31-32), que es lo que Pomponazzi entiende por «salvar 
los fenómenos» (experimema salvare). 
Ahora bien: ese pensamiento es el que elabora la construcción 
astrológica. Fitz Maurice o Soldino, con su saber matemático, dan 
cuenta del universo inmediato o inmediatamente próximo: «Por más 
que Dios sea la causa de todo, no actúa directamente sobre el mundo 
sublunar, sino solamente por la mediación de los cuerpos celestes: los 
astros son los signos que hay que descifrar. En el agua, en la tierra 
o en el aire, en el sueño o en la vigilia. De modo que es cosa cierta 
que todo debe relacionarse con los cuerpos celestes per se o per acci-
dens, y que del conocimiento de los astros puede deducirse o prede­
cirse todo lo aparentemente maravilloso. A partir de ahí se explican 
el milagro de la profecía y del oráculo». (E. Weil, op. cit., pág. 33). De 
modo que el movimiento de los astros impulsados por las Inteligencias 
motoras, declara la realidad del universo, legitimando la profecía de 
Soldino que ha sabido leer en el cielo tanto la decapitación de Ali-
Pachá a los pies de don Juan de Austria como la muerte del rey don 
4 Le toca a don Americo el mérito de haber llamado la atención sobre la relación 
de este pasaje del Persiles con la filosofía de Pomponazzi. Se ha afirmado (Avalle-Arce, nota 
155 de su edición) que «la intención implícita de Castro era engranear a Cervantes en el 
racionalismo moderno». Sin hurgar en las intenciones implícitas de nadie, permítaseme 
deplorar que A. Castro no haya seguido el hilo de su reflexión hasta dar con la totalidad 
del sistema filosófico de Pomponazzi subyacente al Persiles. En cuanto a Avalle-Arce, sólo 
diré que la frase del De Divinatione que recoge Castro sólo tiene sentido si se relaciona 
con la filosofía natural de Pomponazzi. De no ser así se limita a ser un tópico sin sentido 
propio. 
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Sebastián «de mil moras lanzas atravesado», las dos muertes compen­
sándose recíprocamente. Por el mismo saber divinatorio Fitz Maurice 
calcula dónde y cuándo podrá reunirse con su hija Transilla y predecir 
el naufragio del bajel de Arnaldo. 
A lo que hay que añadir que los dos son parangones de razón 
humana y de ponderación. Fitz Maurice se opone con todas sus fuerzas 
a las costumbres bárbaras de su tierra, y no admite en nombre de la 
verosimilitud el excessivo salto ecuestre de Periandro. Soldino vive en 
un jardín moral en que los árboles, aunque altos y pomposos, son 
humildes: «aquí tengo mi alma en mi palma, y aquí por vía recta enca­
mino mis pensamientos y mis deseos al cielo» (III, 18, pág. 395). Por 
cielo entiende sin duda tanto la morada del primer motor como la de 
las constelaciones. 
Lo que acabo de describir a grandes rasgos es precisamente lo que 
rechazaba Pico de la Mirándola: la naturalización de la Providencia al 
par que la sujeción del hombre al propio horóscopo. ¿Debe concluirse 
que frente al pensamiento católico piquiano, el naturalismo racionali­
sta de Fitz Maurice y de Soldino son una negación de la fe? De ninguna 
manera. Fitz Maurice hace profesión de fe católica: ... «Si yo no estu­
viera enseñado en la verdad católica» (I, 18, pág. 136), y Soldino: 
«Cuando conviene (sic), recibo los sacramentos, y busco lo que pueden 
ofrecer los campos para pasar la humana vida...» (III, 18, pág. 397). 
A pesar de las explícitas reservas que se perfilan en ambos discur­
sos (sobre todo en el de Soldino), diríase que los personajes del libro 
(y otros muchos entre sus contemporáneos), practicaban una filosofía 
de la doble verdad: todos se dan por católicos, van a la iglesia y cum­
plen con los deberes de la religión; saben incluso que cada uno tiene 
alma y que esa alma posee un valor. Pero por otro lado, lo que ocurre 
en el mundo y motiva sus comportamientos les lleva a pensar que la 
fe es una cosa y la vida otra: «Al volver de misa muchos van al astró­
logo» (E. Weil, op. cit., pág. 66). Por más que se repita que las estrellas 
«inclinan pero no fuerzan», los personajes del Persiles parecen conven­
cidos de que sí fuerzan y que el inclinar no es más que el preludio 
del forzar. El Persiles es un libro que ilustra la doble verdad que he 
dicho: por un lado las masas peregrinas van de santuario en santuario 
en busca de un Dios que, según la acertada frase de Michel de Certeau, 
se ha extinguido, mientras que los astrólogos trabajan por «salvar los 
fenómenos» e inscribir la experiencia humana dentro de un naturali­
smo racionalista (naturaleza es razón) que la haga inteligible, confundi­
dos y excluidos de una misma exclusión todos los prodigios, cual­
quiera sea su especie: milagrosos y/o diabólicos. 
Al concluir el Libro III, inmediatamente después de la entrevista 
con el astrólogo Soldino, y en la inmediata antecedencia de la peregri­
nación romana, se inicia «una de las más extrañas aventuras que se 
han contado en el curso deste libro» (III, 19, pág 102). Es la historia 
de Isabel Castrucho y de su casamiento con Andrea Marullo. 
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Aparece Isabel, toda de verde vestida, en una cabalgata guiada por 
su tío Alejandro Castrucho que la lleva a casar de España a Capua de 
donde la familia es oriunda. Isabel es huérfana, riquísima y Alejandro 
procura que no se le escape la fortuna de la sobrina. 
A los pocos días, los peregrinos llegan a Lucca, y al alojarse en 
una posada se enteran de que allí se ha acogido una mujer demoníaca, 
que no es otra que Isabel Castrucho. Cuando las peregrinas penetran 
en su aposento, las criadas le están atando los brazos a las balaustra­
das de la cama, para que no se los muerda 3. El médico multiplica las 
visitas, y el Castrucho viene a visitar a su ahijada acompañado de 
sacerdotes con cruces. 
Al encontrarse sola con las peregrinas, Isabel confiesa que es 
demoníaca fingida, y que procura detenerse lo más posible en Lucca 
en espera de que venga a recogerla un muchacho del que está enamo­
rada: Andrea Marullo, hijo de Giambattista Marullo, familia oriunda 
de Lucca. 
Le ha escrito en secreto manifestándole la traza: el demonio ha 
de salir de su cuerpo con la misma llegada de Andrea. Todos se lo 
creen, ya que eldemonio no es invento de Isabel sino engendro del 
credo colectivo. 
Cuando el bueno del Giambattista Marullo la viene a visitar, le 
espeta una retahila de equívocos verdes sobre las espuelas sin rodaja 
y los acicates que no son puntiagudos (así debe hablar el demonio), 
y a la pregunta que dónde conoció a Andrea, contesta: — «En lllescas, 
cogiendo guindas la mañana de San Juan, al tiempo que alboreaba». 
San Juan, que marca el solsticio de estío, se celebraba con hogue­
ras nocturnas que los jóvenes solían franquear saltando, al riesgo de 
exponer su cuerpo a las llamas, y especialmente sus partes sexuales. 
O sea que fue después de haber saltado por encima del fuego cuando 
Isabel y Andrea subieron al árbol a coger guindas, — que son frutas 
rojas cuya encarnada y jugosa pulpa evoca la sangre. 
Bajo esa recolección de símbolos, se habrá reconocido la continua­
ción del discurso equívoco de Isabel: el amor que se selló sin duda la 
mañana de San Juan, no puede tener otra conclusión que el despo­
sorio. 
Con la llegada de Andrea, que también se finge un tanto demo­
níaco, se dan manos de esposos ante el tío Castrucho que primero se 
cree que es de burla y que, al enterarse de que las cosas van de veras, 
le da un colapso y se cae muerto. 
Ahora bien: el desenlace consiste en esas pocas palabras: «Andrea 
' 5 Los embrujados modernos, según me asegura una hechicera amiga, sólo agreden 
a los circunstantes, nunca a sí mismos. Lo que podría echar alguna duda sobre la posesión 
de Isabel. Pero si hemos de suponer que la muchacha trataba sobre todo con demonios 
de la Sagrada Escritura, su modelo podía haber sido el endemoniado de S Marc 5, 7, «que 
andaba por los montes gritando e hiriéndose con piedras». 
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se llevó a Isabel a casa de su padre como a esposa, y de allí a dos 
días entraron por la puerta de la Iglesia un niño hermano de Andrea 
Marullo, a bautizar; Isabel y Andrea a casarse, y a enterrar el cuerpo 
de su tío, porque se vea cuan extraños son los sucesos de esa vida: 
unos a un mismo punto se bautizan, otros se casan y otros se 
entierran». 
¡Curioso desenlace, que se aclara si se concede atención a la ono­
mástica del caso. ¿Quién será ese niño anónimo que llevan a bautizar, 
y que dicen que es el hermano de Andrea? ¿No será más bien el demo-
nico que Isabel llevaba en el cuerpo y acabó saliendo con la llegada 
in extremis del aficionado a guindas? 
Si así es, obsérvese que el esposo se llama Andrea, es decir andros, 
'el hombre', y que Isabel/Elisabeth, madre absoluta ha dado a luz al 
hijo del hombre, cuyo padre y precursor se llama (¿cómo no?) Giam-
battista. 
Pero lo extraño del caso es que el hijo del hombre no ha podido 
concebirse sino en un vientre al parecer demoníaco, como si milagro 
y demonomanía no fueran sino una misma cosa. 
Nunca se respetó tan al pie de la letra la filosofía natural raciona­
lista del Pomponazzi. Sólo que la letra es ahora paródica: a un endemo-
niamiento sólo puede responder una parodia de milagro, que del 
milagro parodiable sólo conserva el armazón onomástico. 
A lo que hay que añadir para ser exhaustivo que la muerte coinci­
dente del tío Alejandro, además de proclamar el fin del mundo antiguo, 
declara — cosa coherente en una visión judeo-cristiana de la 
historia — la eliminación del avunculado en beneficio de la instaura­
ción definitiva del poder del padre. 
Después de tan significativo episodio, los peregrinos emprenden 
la marcha a Roma, no sin que el recionalista Periandro condene «la 
ignorancia del médico» que no llegó a reconocer (tal vez tendría 
excusa) que Isabel estaba encinta. 
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