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MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES “Mastozoología Neotropical Publicaciones Especiales” (MNPE) es una publicación de aparición ocasional de la SAREM. Tiene por objetivos difundir trabajos relacionados a la mastozoología que, por su extensión y características, excedan los requerimientos para ser publicados en “Mastozoología Neotropical.” Se consideran trabajos apropiados para Publicaciones Especiales a aquellos de carácter monográfico, revisiones, o artículos originales, de interés global para la mastozoología. El criterio para la publicación de un trabajo en MNPE sigue los lineamientos editoriales de “Mastozoología Neotropical” con su red de editores asociados, y la aceptación final es pertinencia de la Comisión Directiva, quien determinará si el trabajo es de interés para la SAREM. EDITOR Rubén M. Barquez EDITORES ASISTENTES Mónica Díaz Fernando Abdala David Flores OFICINA EDITORIAL PIDBA, Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, Universidad Nacional de Tucumán Miguel Lillo 205, 4000 Tucumán, Argentina Tel. 081-239456 Fax. 081-210910 e.mail: upidba@pidba.satlink.net EDITORES ASOCIADOS “MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL” Michael Archer (Australia), Janet K. Braun (USA), Claudio Campagna (Argentina), Enrique Caviedes Vidal (Argentina), Gerardo Ceballos (México), John Eisenberg (USA), Gustavo da Fonseca (Brasil), Milton H. Gallardo (Chile), Enrique Lessa (Uruguay), Michael A. Mares (USA), Adrián Monjeau (Argentina), Bruce D. Patterson (USA), Oliver Pearson (USA), Eduardo Rapoport (Argentina), Alfredo Reca (Argentina), Virgilio Roig (Argentina), Norbert Sachser (Alemania), Javier Simonetti (Chile), María Guiomar Vucetich (Argentina), Michael R. Willig (USA). Para recibir información sobre la suscripción a SAREM, o adquirir MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, contactarse con la Tesorería de SAREM: Licenciada Mónica Díaz, Facultad de Ciencias Naturales, Miguel Lillo 205, Tucumán (4000), Argentina, Teléfono: 081-239456, Fax. 081-210910, Correo electrónico: pidba@pidba.satlink.net. La revista MASTOZOOLOGÍA NEOTROPICAL se distribuye libre de costos entre los miembros de la Asociación. Tapa: Recorte de la Revista Caras y Caretas (1907) que perteneció a Emilio Budin, referida a la Expedición Asp al Chaco. MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES ISSN 0329-1006 Viajes de Emilio Budin: La Expedición al Cha- co, 1906-1907 Rubén M. Barquez 1, 2 Traducciones: Judith Babot 1 y Lucio Malizia 1 1Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, Universidad Nacional de Tucumán. Miguel Lillo 205, 4000 Tucu- mán, Argentina. 2CONICET. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina EMILIO BUDIN 1877 -1935 PROLOGO Cuando conocí al Dr. Rubén Barquez me di exacta cuenta de que era la persona in- dicada para interpretar la obra de mi padre. En él encontré el mismo apasionado afán perfeccionista de mi antecesor y a partir de allí me propuse colaborar con el Dr. Barquez de la mejor forma posible. A finales del siglo pasado y a principios de éste, era más difícil que hoy la vida del audaz que abrazaba la profesión de colec- cionista viajero, pues no se contaba con la eficacia de los medios actuales sea de transportes, comunicación, subsistencia, abrigo, medicina. Recuerdo que mi padre salía de viaje por 20 ó 30 días a la alta cordillera o cualquier otro rumbo y no sa- bíamos nada sobre su vida hasta su regreso a Tucumán, a no ser que encontrara al- gún lugar donde le fuera accesible un correo para despachar una carta. Mis herma- nos y yo lo hemos acompañado durante nuestras vacaciones escolares. Así fue que estuve a su lado en Maimará, San Antonio de los Cobres, Cumbres de Tafí, Vipos, Trancas, etc., y toda la familia en un viaje a la Patagonia entre 1927 y 1928. Este viaje duró más de nueve meses y dejó en nosotros recuerdos y experiencias inol- vidables. Casi siempre sus lugares para coleccionar estaban ubicados en pleno cam- po o montañas y su habitación era una carpa un tanto primitiva. Todo esto hasta 1928. A partir de entonces contó con un camioncito Ford con el que hicimos el via- je a la Patagonia, convertido en casi una casa rodante. Claro está que con este vehículo viajaba solamente a lugares a los que podía acceder con el camión. Su inesperado fallecimiento, a los 58 años, nos dejó trastornados ya que por su forta- leza física y de su carácter nos parecía indestructible. Como último sobreviviente de esa familia de cinco personas quiero expresar al Dr. Barquez todo mi agrade- cimiento por el homenaje que significa para mi padre el hecho de difundir su obra para que cumpla la finalidad didáctica que la motivó; debo también felicitarlo sin- ceramente por haberse consustanciado del espíritu que animó a mi padre. Emilio Budin Buenos Aires, mayo de 1997 4 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN Recorrido de la Expedición en Argentina y Paraguay MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 5 VIAJES DE EMILIO BUDIN: LA EXPEDICIÓN AL CHACO, 1906-1907 INTRODUCCIÓN Datos sobre la Expedición La colonización al chaco se inició mu- chos años antes de 1906. Según Maeder (1977) el proceso se remonta a los princi- pios de la época española. Constituyó una empresa de compleja urdimbre y vastos alcances institucionales, demográficos, e- conómicos y de integración nacional. El mismo autor indica que la conquista del chaco había comenzado en 1870 conclu- yendo con la gran expedición del ministro Victorica en 1884. En esta campaña, unos 1500 hombres lograron el trazado de una línea de fuertes a lo largo del Bermejo y la evacuación de una amplia zona por parte de las tribus más belicosas. El presente trabajo transcribe las notas de viaje del conocido naturalista Emilio Budin, durante su participación en la expedición al chaco, dirigida por Otto Asp. En los años en que se realizó esta expedición, 1906-1907, gran parte del territorio chaqueño ya había sido recorrido, pero quedaba aun la sensa- ción en esferas populares y de gobierno, de que se trataba de tierras inexploradas. Es así que el diario La Nación, Buenos Aires, con fecha 18 de julio de 1907 publicó un artículo en el que mencionaba: “...actual- mente el ministerio de agricultura empieza a preocuparse de la colonización del Te- rritorio de Formosa, aunque no con la magnitud que sería de desear dada la riqueza de sus tierras y maderas.” En un párrafo el periodista A. García Ponte es- cribe: “Nos tocó en suerte ser los primeros que han cruzado el Chaco Central a esta altura desde uno a otro río.” Aquí se refiere al cruce del chaco entre los ríos Teuco o Bermejo y el Pilcomayo, par- tiendo desde Laguna Yema hacia el Norte. De los relatos de Budin y la nota de La Nación se interpreta que la expedición estuvo conformada por dos grupos de ex- ploración; uno la División Oyarzú, que partió desde el Este, desde Villa Formosa (actual Ciudad de Formosa), hacia el Oeste hasta Laguna Yema, donde debían encon- trarse con el otro grupo, la División Asp (en que participaba Budin) que venía desde Orán, Salta. Luego del encuentro en La-guna Yema, integrantes de ambos grupos partieron hacia el Norte, siguiendo los bordes del Pilcomayo, y se dirigieron hacia Bolivia. Aparentemente el motivo prin-cipal de la expedición fue la búsqueda de la langosta “...cuestión que preocupa a toda la República ante la amenaza a buena parte de nuestra riqueza, la hemos hallado en nuestro camino y es una cantidad más o menos grande bajo la forma dedesoves. Hasta Laguna Yema y en una distancia de treinta y cinco leguas, no ha habido día que no pasáramos sobre desoves. Los alrededores de esta laguna hacia el N y NE estaban llenos de ellos en la época de nuestro arribo en octubre” (García Ponte, 1907). Más adelante indican haber visto en la Zona de Buenaventura, una manga de langostas de no menos de cinco leguas por una de ancho. Poco se conoce sobre los orígenes y actividades del jefe de la expedición, Sr. Otto Asp. He intentado conectarme con familiares actuales y sólo he obtenido in- formación que su apellido podría ser sueco o finlandés y poco común en los países de origen. El naturalista Emilio Budin Emilio Budin nació en Ginebra, Suiza, el 17 de junio de 1877. Llegó a la Argen- tina a los pocos meses de edad junto a sus padres. Durante su juventud estudió en el 6 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN Colegio Montserrat de Córdoba. Su vida transcurrió entre labores de oficina y na- turalista viajero. Numerosas de las tareas que realizó, oficinista o encargado admi- nistrativo, representaban una carga para la libertad de espíritu que demostraba con sus vivencias e innumerables expediciones de naturalista. En 1897 participó como colec-cionista en la Expedición del Dr. Juan B. Ambrossetti a los Valles Calchaquíes. Durante 1903 se desempeñó como colec-cionista y preparador de la Escuela de Agricultura de Tucumán, siendo luego trasladado a Villa Casilda, Santa Fe, a de-pendencias del Ministerio de Agricultura. Entre 1906 y 1907 participó de la Expedi-ción al Territorio de Formosa por cuenta de la Sección Tierras y Colonias del Ministerio de Agricultura de la Nación, en carácter de preparador naturalista. Sus no-tas de esta expedición conforman el pre-sente trabajo. Al regreso de la expedición al chaco contrajo matrimonio con Camila Paillat Tolck, el 7 de diciembre de 1907. De este matrimonio nacieron sus tres hijos, Carlos Octavio Emilio (1908-1965), Octavio Luis Ulises (1910-1958) y Emilio Carlos Enri- que (1916). En 1908 se desempeñó como Secretario Contador de la Chacra Experimental “Las Delicias” en la Provincia de Entre Ríos, perteneciente al Ministerio de Agricultura. Entre 1912 y 1917 trabajó como Auxiliar de Contabilidad de la Sección Almacenes de Ferrocarriles del Estado en la ciudad de Tafí Viejo, provincia de Tucumán. El 20 de junio de 1912 a los 35 años de edad se na- turalizó argentino. En 1921 reingresó co- mo Encargado Supernumerario de Depó- sito y Auxiliar de Almacenes en los Fe- rrocarriles del Estado Tucumán "N" y lue- go fue ascendido y trasladado a Tafí Viejo, como Encargado del Depósito Principal hasta 1923. Los registros documentales dejados por la viuda de Emilio Budin indi- can una intensa labor como naturalista en- tre 1898 y 1934, un año antes de su muer- te. Esta actividad a la que dedicó prácti- camente toda su vida, no parecía estar li- mitada por sus obligaciones como em- pleado de oficina y se dedicaba a ello en todos los momentos libres de que disponía. En los años en que no estaba empleado, su ocupación oficial era la de naturalista y co- leccionista independiente para institu- ciones de la envergadura del Museo Bri- tánico de Historia Natural de Londres, Museo Argentino de Ciencias Naturales y otros museos de Argentina, Europa y Nor- teamérica. Murió en Buenos Aires el 17 de octubre de 1935, a los 58 años de edad. Numerosos aspectos de la personalidad de Emilio Budin nos fueron relatados por su hijo Emilio en un escrito enviado en 1994: De complexión física robusta, más bien delgado, de rostro de aspecto severo pero franco, de estatura un metro 76, ojos claros, pelo rubio oscuro con bigotes ne- gros más bien abundantes terminados en guías finas, la tez blanca y de aspecto completamente europeo. En la vida civil siempre vistió traje negro con chaleco, bo- tines negros y sombrero negro. Todo su aspecto daba la impresión de energía y se- riedad. En viaje generalmente vestía brech, camisa caqui, botas altas de cuero con cordones y la cabeza cubierta con su sombrero negro o según a donde viajara, un salacot de corcho. No tenía vicios, nun- ca lo vi fumar ni beber alcohol, solamente bebía té, que era su pasión. Le gustaba la música clásica, sobre todo la ópera y eje- cutaba algunos trozos en su flauta como ser el “Vals de Muzzetta” de “La Bo- heme” o la “Obertura” del “Barbero de Sevilla.” Fue un hombre de carácter fuerte a quien no le podíamos discutir una orden. Los amigos de mi padre que recuerdo, los Sres. Bruer, Belucci, Pellegrini y Tadeo, eran todos fanáticos de la cacería, por lo que se reunían más o menos fre- cuentemente para charlar sobre su pasión compartida. Cuando yo nací mi padre te- MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 7 nía 38 años y los más antiguos recuerdos de él deben ser de mis cuatro o cinco años, pues aun no concurría a la escuela y me llevaba a su oficina en la Estación San Cristóbal en Tucumán, donde me entrete- nía viendo las maniobras de los trenes. Con respecto a la vinculación con el Dr. Miguel Lillo tengo comprobantes de que por el año 1904 sus relaciones eran cordiales, pero posteriormente esas rela- ciones se deterioraron un poco, a raíz de una charata o pava de monte, con la que hubo un malentendido que no llegó a acla- rarse hasta la muerte de Lillo. Con res- pecto a este fallecimiento recuerdo que tu- vo gran repercusión en Tucumán a punto tal que se decretó feriado escolar y los alumnos acompañamos sus restos hasta el cementerio. En los viajes en que tuve opor-tunidad de acompañarlo durante mis vacaciones escolares, me dio siempre la cer-teza de una seguridad total en lo que emprendía, ya sea en la localización de una pieza a cazar o la interpretación de un rastro del animal que fuera, ave o mamí- fero. Los resultados confirmaban siempre sus vaticinios. Con una vista formidable, nunca usó anteojos, su puntería era mortí- fera tanto al vuelo como a una pieza en movimiento. Se desplazaba con todo su bagaje por los cerros, a caballo o lomo de mula, con peones o baqueanos que contra- taba en las estaciones donde lo dejaba el tren. Estas travesías duraban varios días hasta llegar al sitio elegido, que muchas veces era la cumbre de los cerros. Con su constante andar por el Norte ya era cono- cido por los pobladores de las más ignotas regiones; ya sabían a que se dedicaba y simplemente lo llamaban “Don Emilio.” El 12 ó 13 de octubre de 1935 mi her- mano y yo, que vivíamos en Buenos Aires, al regresar del trabajo nos dimos con la gran sorpresa de la presencia de nuestro padre en la habitación que alquilábamos en la calle Liniers 2130 de Parque Patri- cios. Después de las efusividades lógicas del encuentro lo llevamos a cenar y luego nos acostamos sin mayores novedades. Al día siguiente, sábado, me acompañó hasta mi trabajo en Suipacha y Cangallo. Al re- gresar al mediodía no lo encontramos bien de salud y a nuestro pedido se acostó. Llamamos al médico y el diagnóstico fue una fuerte congestión pulmonar. Comuni- camos este hecho a nuestra madre quien llegó a Buenos Aires el lunes. A esta altura se había complicado el cuadro y según el médico se había convertido en una neu- monía que en aquella época no tenía tera- pia infalible como hoy. Así fue que en las primeras horas de la tarde del 17 de octu- bre de 1935 mi padre nos dejó. Fue sepul- tado en el cementerio de la Chacarita donde permaneció los cinco años de rigor y luego fue cremado quedando sus cenizas en poder de mi madre hasta que falleció mi hermano Octavio, en cuya tumba se in- corporó la urna con las cenizas en el ce- menterio del Norte de Tucumán. Otra característica profundamentea- rraigada en el comportamiento de mi pa- dre fue la de conservar lo más posible la fauna que tenía la misión de estudiar. Ja- más le vi matar un animal si no era nece- sario para la colección o para alimen- tarse. Siempre lo escuché renegar en con- tra de la gente que se dedicaba a matar por el simple placer de hacer puntería. Su vinculación con la Ciencia La labor personal de Emilio Budin co- mo hombre de la ciencia ha quedado in- conclusa, pero su aporte a la mastozoolo- gía fue eficientemente canalizado por Old- field Thomas, naturalista británico, impac- tando fuertemente sobre el conocimiento de los mamíferos de Argentina, mediante el estudio del cúmulo de datos por él gene- rados. Las colecciones de Budin no han es- tado restringidas a mamíferos sino que se han extendido a otros campos de las cien- cias naturales, como ornitología, herpeto- logía, entomología y botánica. Innumera- 8 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN ble cantidad de los especímenes colectados aún no han sido analizados ni dados a co- nocer. Durante su vida publicó algunas de sus propias observaciones, generando tra- bajos en la revista El Hornero (Budin, 1918, 1928, 1931). El estudio de los do- cumentos que le pertenecieron, demuestra claramente que intentó continuar esa línea, pero numerosas de sus observaciones so- bre comportamiento y aspectos de la histo- ria natural de aves y mamíferos, no llega- ron a publicarse (Barquez, en prep.). Nin- guna relación ha sido tan afortunada para el conocimiento de la mastofauna argenti- na, como la establecida entre Emilio Budin y Oldfield Thomas. Las formas descriptas por el mastozoólogo británico basadas en ejemplares colectados por Emilio Budin fueron dos especies y una subespecie de Didelphimorphia (marsupiales), cuatro es- pecies y tres subespecies de Mus-telidae (zorrinos), dos especies y una subespecie de Canidae (zorros), una subespecie de Leporidae (conejo), 13 subespecies 29 es- pecies y tres géneros de Muridae (peque- ños roedores), dos especies y tres subespe- cies de Caviidae (cuises), seis especies de Chinchiliidae (chinchillones), 12 especies y cuatro subespecies de Ctenom-yidae (ocultos o tucu-tucos), cinco especies de Abrocomidae (rata chinchilla), un género y dos especies de Octodontidae (rata cola peluda), una especie de Sciuridae (ardilla) y una especie de Cervidae (cor-zuela). En total, basado en los ejemplares colecciona- dos por Budin, Thomas describió 96 nue- vas formas, incluyendo cuatro géneros, 86 de las cuales fueron de Argentina. Las car- tas de Thomas permiten interpretar que la vocación hacia el estudio de las ciencias naturales fue transmitida a Budin por su padre. Una parte de la correspondencia es- taba dirigida a Emilio Budin, padre, con quien había establecido una relación con anterioridad. No he encontrado cartas an- teriores a 1912 dirigidas al padre, pero sí posteriores, cuando don Emilio ya era co- leccionista para el Museo Británico. La sospecha de que la influencia voca- cional proviene de su padre, se ve reforza- da por un obituario para éste, escrito por su amigo Eugene Pittard, en el Journal de Geneve, el 2 de noviembre de 1931. Allí destaca el gusto por las aventuras y por la caza, que llevaron a Budin (padre) a la ex- ploración de regiones extremadamente po- co conocidas, como el curso del Pilcoma- yo, la zona que habitaban los indios tobas, y ciertas regiones de los Andes argentinos, donde tuvo la suerte de descubrir antiguas sepulturas indias. También menciona que "Los geógrafos recuerdan las expediciones de Crevaux en América del Sur, sobre todo en la Región del Gran Chaco Boreal que no era un territorio de fácil acceso. En Tucumán, Crevaux fue huésped de Budin. Este último, que conocía la región que quería recorrer el explorador francés, le advirtió sobre los riesgos que allí encon- traría. Recordamos que Crevaux fue ase- sinado por los indios tobas. Advertido de esta triste aventura, Budin tomó la ruta ya sea para tratar de encontrar a los miem- bros de la expedición aún vivos, o tratar de recuperar los documentos científicos del explorador. Tuvo la suerte de recupe- rar instrumentos y notas, y si la vida de tres sobrevivientes del grupo Crevaux no se pudo asegurar, no fue sin que Budin ha- ya hecho el esfuerzo para ello. En recono- cimiento de este esfuerzo y de su abnega- ción, la Sociedad de Geografía de París lo designó con el Título de Miembro Honora- rio. Hacia la misma época tuvo como huésped a Thouar, otro explorador que fue encargado por el gobierno francés para seguir la ruta recorrida por Crevaux, cuyo viaje también terminó trágicamente. Budin ha publicado, bajo un seudónimo, artícu- los sobre la geografía del límite Bolivia- Argentina-Paraguay, la cual hace 50 años formaba parte de territorios desconocidos. Durante más de 20 años asumió con total MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 9 desinterés las funciones de Agente Consu- lar Suizo, por las cinco provincias del Norte de la República Argentina y ofreció servicios considerables a nuestros compa- triotas. Se interesaba muy vivamente por los asuntos del país que le había dado hospitalidad, razón por la cual tuvo más poder al ponerse al servicio de nuestros ciudadanos. En 1887, a causa de una gra- ve epidemia de cólera que mató a una cuarta parte de los habitantes, combatió victoriosamente la lucha contra el flagelo". Primera hoja de la carta de O. Thomas a Emilio Bu- din, solicitándole que coleccione para el Museo Bri- tánico La correspondencia entre Budin (hijo) y Thomas fue abundante y en algunas de sus cartas éste le indicaba lugares, áreas fi- togeográficas o localidades que debían ser exploradas. En la mayoría de las cartas Thomas manifestaba su admiración por el excelente trabajo de taxidermia realizado por Budin y la confianza que depositaba en él en cuanto a la elección que podía hacer sobre los sitios de colecta. La carta más antigua encontrada está fechada en Lon- dres el 25 de enero de 1912, escrita parte en francés y parte en español, tentándolo a colectar para la sección de mamíferos; le adjunta instrucciones para preparar los es- pecímenes y los valores que puede pagar el Museo Británico por ellos. La vinculación laboral de Budin con el Museo Británico se establece formalmente más tarde, a tra- vés de una carta de Thomas del 30 de julio de 1917 (ver foto). La muerte de Oldfield Thomas, el 16 de junio de 1929, dejó inconcluso su estudio de las colecciones de Budin y nadie más realizó observaciones tan certeras y pro- dujo tanto sobre éstas. En el obituario a Thomas, Pocock (1930) expresa: "...por un tiempo después de la muerte de su esposa el siguió trabajando como antes, pero a medida que transcurrieron los meses co- menzó a extrañarla cada vez más y, final- mente, cuando cesó su interés por el tra- bajo zoológico y a mostrar inequívocos síntomas de desarreglo mental, pocos de sus amigos se sorprendieron ante el hecho de que muriera por sus propias manos en el mes de junio.” Michael Roger Oldfiel Thomas estuvo al servicio del Museo Británico desde 1876 hasta su retiro en 1923, continuando su trabajo en el Museo hasta su muerte en 1929. Se unió al Departamento de Zoolo- gía en 1878 como asistente a cargo de la sección de mamíferos y dedicó sus últimos 50 años al desarrollo e incremento de las colecciones y especialmente a una prodi- giosa producción de trabajos científicos y escritos que, sin duda, lo establecen como el más prolífico mastozoólogo en variedad y número de publicaciones y nuevos taxo- nes descriptos (Hill, 1990). Publicó 1094 artículos en los cuales propuso 2900 nue- vos nombres para mamíferos. Su contribu- cióna la mastozoología ha sido colosal, pero la historia ha mantenido una especie de silencio respecto a quienes fueron sus 10 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN colaboradores. El magnífico esfuerzo de los coleccionistas y naturalistas a su servi- cio ha sido, en parte, ensombrecida por la brillante luz emanada por Thomas. De acuerdo a la correspondencia archi- vada por Budin, se puede advertir que Thomas era muy consciente de lo que iba a suceder. Con fecha 10 de junio de 1929, le informa a Budin, a través del Sr. Charles Lockwood, su representante en Argentina, que debe dejar de colectar para el Museo, debido a su mal estado de salud y a otras razones particulares y que suspenda los viajes. Seis días después Thomas ponía fin a su vida. Budin continuó colectando para el Museo Británico por poco tiempo, a tra- vés de la relación que se establece con Martin Hinton, a quién solicita que lo re- comiende para trabajar en otras secciones del Museo, como la de Ornitología. Martin Hinton era amigo personal de Thomas du- rante los últimos 15 años de su vida y efec- tivamente la vinculación de Budin con el Museo Británico concluye con la desapari- ción de Thomas. Fotografía de Oldfield Thomas publicada el 29 de junio de 1929, en Illustrated London News, anunciando su fallecimiento. Desde 1929 don Emilio continuó traba- jando como naturalista, coleccionando pa- ra diferentes investigadores o museos de Argentina y de otros países. Entre la lista de personas que estuvieron en contacto con él podemos mencionar a Jorge Casa- res, Ro-berto Dabbene, Donald Dickey, Luis Dinelli, Cristóbal Hicken, Martin Hinton, Mi-guel Lillo, Luther Little, James Moffitt, Robert Thomas Moore, Lucía Ne- grete, Wilfred Osgood, Rubén Plotnik, Fe- derico Schreiter, Pedro Serié, Steward Shipton, Alexander Wetmore y José Yepes. LAS NOTAS DE LA EXPEDICIÓN Por gentileza de su familia, hemos te- nido acceso a una amplia documentación sobre la vida de Don Emilio Budin. En ella se encontraron fotografías y cartas de pres- tigiosos naturalistas, personalidades de la ciencia y las notas originales de la expedi- ción que se relata en el presente trabajo. Las notas perduraron en buen estado; fue- ron escritas a lápiz, en tres pequeñas libre- tas, en francés y fragmentos en castellano, como la lista de especies de plantas obser- vadas. Edición de las notas En la traducción se ha respetado cuida- dosamente el sentido de los escritos. Parte de la puntuación ha sido agregada porque las notas originales prácticamente carecen de puntos y comas. Hemos separado los re- latos por día, indicando las fechas en cusi- vas y remarcando en negritas las que fue- ron escritas por Budin. Los subtítulos fueron agregados para facilitar la lectura y la ubicación geográfi- ca de los relatos. Los miembros de la ex- pedición y otros nombres citados por Bu- din, en sus escritos, se indican en el Apén- dice 3. Como notas al pie se agregan co- mentarios relacionados con la fauna de aves y mamíferos observados a lo largo del trayecto por el naturalista, como así tam- MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 11 bién otras relacionadas con lugares y si- tuaciones Particulares. Todas las localida- des que registran mamíferos, que pudieron ser identificados con certeza, se indican en el apéndice 4. Éstas son relativamente exactas y representan sitios puntuales de distribución para mamíferos, que no fue- ron publicados ni citados con anterioridad. Mapas y fotografías El mapa del recorrido en territorio ar- gentino y paraguayo (pag. 4) ha sido ela- borado siguiendo los relatos y trazando la ruta sobre cartas del Instituto Geográfico Militar de Argentina: hoja 2363 (Tartagal), hoja 2563 (Monte Quemado), hoja 2560 (Pirané), compiladas en 1957 y hoja 2360 (Fortín Pilcomayo), compilada en 1939- 1941, todas a escala 1:500.000. Adicio- nalmente se ubicaron localidades, sendas y otras referencias en las hojas 18 (Río Teu- co) de 1932, hoja 2363-II (Santa Victoria) de 1970, de escalas 1:500.000 y la hoja 3363-IV (Ingeniero Guillermo N. Juárez) de 1971 a escala 1:250.000. También se utilizaron: 1) Atlas de la República Ar- gentina, 2ª edición, del Instituto Geográ- fico Militar de 1954, 2) carta de Jujuy y Salta del Automóvil Club Argentino, pu- blicación 843 y 3) Mapa de la República Argentina compilado por el Instituto Geo- gráfico Militar, 1937, escala 1:1.500.000, del Ministerio de Defensa. Este último sir- vió de base para la elaboración del mapa correspondiente al recorrido de la expedi- ción en Bolivia y su regreso a la Ar- gentina. Las fotografías originales del viaje es- taban muy deterioradas y poco claras. Es- tas fueron escaneadas y retocadas con computadora, para hacerlas visibles y re- saltar algunos detalles. Los días previos a la expedición Algunos datos sobre los días anteriores a su incorporación a la expedición, entre el 18 de agosto y el 1° de setiembre de 1906, se han obtenido de otros documentos rela- cionados con el viaje, particularmente bo- rradores de un "informe" elaborado para presentar al jefe, Sr. Otto Asp y una carta a su amigo Rodríguez.1 En el informe indica que el 18 de agosto llegó a Ledesma, don- de encontró un sobre de Asp conteniendo 100 pesos para gastos e instrucciones y ór- denes para que se trasladara a Orán, donde debía encontrarse con la Expedición. El 19 de agosto salió de Ledesma con tres ani- males que había alquilado para dar alcance a la columna. Se dirigió hacia San Loren- zo2 para recoger una mula dejada por Asp y un equipo de farmacia. En San Lorenzo hizo algunas compras y siguió viaje hacia Orán a marcha forzada. Tres días después, el 22 de agosto, llegó a Orán con el animal dejado por Asp en San Lorenzo “...muy cansado y en donde lo tuve que dejar a causa de que no podía seguir viaje, pues el animal era muy viejo y no podía ya dar un paso...” En Orán contactó a un Sr. Felys "...a quien fui a ver para tener noticias de Ud. Dicho Sr. me dijo que el Sr. Asp había salido el día anterior y que lo podía alcan- zar en las Juntas de San Antonio.3 Allí tu- ve que alquilar nuevamente un animal y comprarme montura pues la que tenía has- ta Orán era alquilada.” El 23 de agosto de 1906 sale desde Orán, camino a las Juntas 1Coleccionista de la época, amigo de Budin. En la Colección Ornitológica Lillo, Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, Universidad Na- cional de Tucumán, existen registros de ejemplares coleccionados por Rodríguez en Mocoví, Chaco, en 1903. 2Localidad ubicada al Norte del Departamento Le- desma, provincia de Jujuy. 3Emilio Budin hace referencia a las Juntas de San Antonio situando a esta localidad en la confluencia de los ríos San Francisco y Bermejo, lo que coincide con el itinerario y con el punto de partida de la ex- pedición. La cartografía actual denomina Juntas de San Antonio a la confluencia de los ríos Bermejo y Tarija, al Norte de Orán, de modo que es probable que el nombre de la localidad haya sido confundida por el Sr. Budin, aunque no el sitio hacia donde se dirigía. 12 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN de San Antonio y en el informe a Asp es- cribe: "al otro día salía yo del pueblito de Orán di- rigiéndome hacia las juntas del San Fran- cisco con el Bermejo.4 Anduve todo el día por entre hermosos bosques de quebra- chos, tipas, lapachos. Al caer de la tarde después de haber andado unas 12 leguas di alcance a la retaguardia de la columna que seguía buen paso para encontrar al Sr. Hardy a quien remití la correspondencia;luego me fueron presentados el Dr. Evans, los Sres. Damianovich, Fernández, Galig- maña y por último el Sr. Asp que se había adelantado mucho para buscar pasto para los animales. La tarde caía cuando el Sr. Asp dio la orden de descargar en un potre- ro vacío...” El 24 de agosto de 1906 es puesto en posesión de los elementos de colecciones dejadas por el Sr. Venturi.5 A las 11 de la mañana continúan la marcha hacia las Jun- tas de San Antonio y "...hacia las 12 lle- gamos al andén de Embarcación donde es- taba amarrada la balsa sobre las orillas del Bermejo y que debía servir para pasar a la orilla opuesta ciertas cargas que co- rrían peligro de mojarse. Dos horas des- pués llegábamos a la finca llamada Las Cañadas6 en donde levantamos el campa- mento...” 4Budin escribía río Vermejo, con “V” lo que condu- jo a Thomas (1918), en el segundo de sus trabajos sobre especímenes colectados por Budin, a referirse a la localidades “Manuel Elordi, Vermejo” y “Upper Vermejo.” 5En los catálogos de la Colección Ornitología Lillo, de la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Mi- guel Lillo, Universidad de Tucumán, existen ejem- plares capturados por el Sr. Venturi en 1903, en la región chaqueña. 6Esta Finca, Las Cañadas, estaba ubicada sobre el lado Sur del Bermejo, más o menos frente a Embar- cación, y probablemente corresponde con la actual localidad Manuel Elordi. Allí comienzan sus notas de la expedición. PRIMERA LIBRETA7 AÑO 1906 Rosario 1° de setiembre.8 Partida de Cañadas. Terreno seco, árido - Mucho calor, máxima 41. Llegada al Agua de Rosario,9 a las cinco de la tarde. Maté un murciélago. Peones insubordinados. Coleccioné plan- tas. Campamento sobre uno de los brazos secos del Bermejo. Estancia de Caprile.10 2 de setiembre. Dos de la mañana, maté una corzuela. Coleccioné un cardenal sin copete11 y un Furnarius rufus.12 Después del mediodía cazamos un yacaré y prepa- 7La primera hoja de esta libreta lleva por título "Na- turalista de la Expedición al Chaco - Otto Asp (1906-1907).” 18 de agosto - Junio 30. Estas fechas indican su llegada a Ledesma, desde Tucumán, con motivos de incorporarse a la expedición (ver Apén- dice 2) y la finalización de la misma, probablemente con su regreso a Tucumán. A Las Cañadas llegan el 24 de agosto y allí establecen campamento hasta el 1° de setiembre, cuando se inician las notas de las libretas. 8Del informe escrito por Budin al Sr. Asp: El 1° de setiembre nos pusimos en marcha hacia la finca del Rosario. El Sr. Galigmaña se despidió de nosotros para dirigirse hacia Yacuiba adonde nuestro jefe le mandaba cumplir una misión. La jornada fue muy pesada para nosotros. Todo el día anduvimos a tra- vés de unos campos áridos completamente despro- vistos de pasto y sin una gota de agua. Así pasamos por el campo del Cuero bajo un sol que parecía de- rretirnos. Al caer de la tarde llegamos a uno de los brazos del Bermejo, que estaba seco; solo uno que otro charco de agua quedaba. Allí descargamos y fue levantado campamento. Durante los días de es- tadía en Rosario coleccioné las pocas plantas que en flor estaban en esa época, entre ellas una magní- fica enredadera y preparé también varias aves. 9Rosario: localidad o caserío ubicado aproximada- mente cinco kilómetros al Norte de la orilla Norte del río Bermejo y aproximadamente unos 30 kilóme- tros al Este de Embarcación. 10Probablemente el nombre correcto sea Caprik. 11Paroaria capitata (Familia Emberizidae). 12Hornero común. MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 13 ramos a la noche la caza de un carpincho,13 sin resultados por causa de un imbécil. Ti- ré un cartucho de dinamita también sin re- sultado. Calor excesivo. Durante la noche buen sueño. Tres días en Rosario esperando que Hardy se reponga de las fístulas causadas por el envenenamiento de las picaduras de jejenes y mosquitos. 3 de setiembre. A la mañana maté una Poleopila dumicola,14 un Knipolegus cine- reus,15 y un pequeño Phacelodomus16de garganta amarilla. Calor todavía más fuer- te. Pasando de las Cañadas a Rosario hay un sitio, el Campo del Cuero,17 lugar triste y solitario sin una gota de agua, con gran- des praderas de caña hueca, que indican que en verano estos terrenos deben inun- darse. Nada más triste que los bordes del Bermejo a esta altura y sobre todo en esta época en la que el río tiene poca agua. Los bordes están poblados de sauces, tuscas, algarrobo negro y sobre todo de patos, guayatas, merganetas, otras especies de pa- tos con espolón, tuyuyus, garzas, becaci- nas y una cantidad de otras aves acuáti- cas.18 A esta altura el Bermejo aun tiene 13Hydrochaeris hydrochaeris, Familia Hydrochae- ridae. 14Tacuarita azul (Polioptila dumicola, Familia Sil- viidae). 15Podría referirse Knipolegus striaticeps (Familia Tyrannidae) cuyo nombre común en inglés es Cine- reus Tyrant. Esta es una especie típica de los bos- ques de galería del chaco. 16Por la mención de “garganta amarilla” y la simili- tud general de forma podría tratarse de Certhiaxis cinnamomea (Familia Furnariidae). 17Zona ubicada al lado Norte del río Bermejo, a- proximadamente a los 64º de longitud (Mapa de la República Argentina, 1937. Instituto Geográfico Mi- litar). 18Cuando menciona guayata probablemente se refe- ría al ganso de monte (Neochen jubata), de aspecto muy similar a las guayatas del Sur de Argentina. Las merganetas (Merganetta armata) o patos de los to- rrentes, aunque son característicos de los ríos de bastante corriente porque está cerca de las montañas que se elevan al Oeste, que son las cadenas de la precordillera de los An- des. 4 de setiembre. Maté un yacaré. Caza de charatas.19 Día con mucho viento. En- contré una planta trepadora muy bella y curiosa, parecida a una clase de orquídea. Cielo cubierto, por lo que el campamento estaba muy animado. Partida de Rosario 5 de setiembre. Viento toda la noche refrescando la atmósfera. Viento bastante fuerte toda la jornada. Tiempo fresco. Pre- parativos para la partida que debe efec- tuarse a las cuatro. Disección de varios cardenales. A las dos, captura de las mulas. Llegada del jefe. Cargamos animales que no están domesticados. Finalmente parti- mos en bastante orden. Estamos obligados a hacer dos leguas de más para tomar la ru- ta que conduce a Huiliche.20 Un baqueano nos acompaña. La noche cae,21 estamos sin luna. La oscuridad nos envuelve. La confusión empieza a sentirse en la co- lumna. Damianovich viene atrás con los arrieros y las 50 mulas de recambio que son chúcaras y se dispersan en el follaje muy espeso sin poder hacerlas continuar su ruta. La mitad se pierde. Tiros en la par- te de atrás y gritos adelante. Las mulas de montaña, podrían en esa época haber llegado hasta la zona, ya que Budin indica que no estaban lejos de las montañas de Orán. Los tuyuyus son las cigueñas de cabeza pelada (Mycteria americana, Familia Ci- coniidae). Cuando menciona “becasinas” debía re- ferirse a especies de aves de la Familia Scolopacidae (probablemente Gallinago paraguaiae). 19Ortalis canicollis, ,,, Familia Cracidae. 20Este es un Puesto actualmente llamado Gualicho, que se encuentra ubicado al lado de la Ruta 81 que une Hickman con Tartagal, en la provincia de Salta. 21En el informe a Asp indica que a las seis de la tar- de el sol se pone "...haciendo allá a lo lejos resaltar las cadenas de las montañas de Orán que ya perde- remos bien pronto de vista...” 14BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN carga toman la misma actitud, no quieren seguir más la ruta. Finalmente salimos del bosque, era hora. Hacemos una legua a través de una gran planicie de simbol. A nuestra izquierda un gran incendio ilumina el horizonte. Es el extremo del simbolar que estamos atravesando el que se quema. Felizmente no corre una gota de viento. Noche muy oscura. El cielo está salpicado de algunos nubarrones. Está muy fresco, hasta el punto de tener que ponernos los ponchos. Me detengo con el baqueano para esperar a la columna que marcha muy len- tamente. El jefe, Sr. Asp, llega con el fren- te de la columna, ordena detenerse para esperar a la segunda columna que lleva los animales. El Sr. Hardy se perfila en la sombra, lo reconozco por su voz. Más le- jos viene el doctor. Al fin la primera co- lumna termina por reunirse esperando a la segunda, que se hace oír a lo lejos por los gritos desesperados de los peones que ha- cen enormes esfuerzos para mantener en fila a los animales que intentan dispersar- se. Los peones tienen frío, algunos encien- den fuego por aquí y por allá. Les reco- mendamos a nuestros hombres tener mu- cho cuidado de que el fuego no alcance los pastizales, porque nos veríamos cercados. Las mulas se impacientan al detenerse; al- gunas se echan porque la carga es muy pe- sada. Es necesario levantarlas porque esa posición, lejos de aliviarlas, las fatiga mu- cho. Se percibe la segunda columna a al- gunos metros; falta la mitad de los anima- les que se dispersaron en la ruta. La confu- sión es general. Todos proponen alguna idea: unos dicen que es necesario conti- nuar, otros que es necesario quedarse por- que la noche es demasiado oscura y no po- demos abandonar a los animales fugados. Yo propongo acampar hasta el amanecer. En el acto, mi idea es bien recibida. Ata- mos a los animales para no tener que re- cuperarlos al alba. Esto nos daría mucho trabajo y nos retrasaría. El jefe da la orden de descargar, lo que se ejecuta al instante, ante el mando y son del clarín que suena y va a perderse a lo lejos en la planicie del chaco. Al cabo de algunos instantes todos nuestros animales están atados y todo está en orden. Por todas partes se ven en el sue- lo los cuerpos de los peones y mis amigos que se han acostado sin comer ni beber, pues al día siguiente nos queda una etapa de 12 leguas a través de bosques raquíticos y de llanuras áridas, sin una gota de agua. Al cabo de unos instantes un gran silencio reina a nuestro alrededor. Se diría que es- tamos en pleno desierto. Solo de vez en cuando, uno de nuestros animales golpea el suelo. Camino a Gualicho 6 de setiembre.22 Al alba el clarín me despierta, levanto la cabeza y veo a mis compañeros que se desperezan y se prepa- ran para levantarse. En el aire se siente que va a ser un día de mucho calor. El cielo tiene su más bello azul. En estas regiones las noches son muy frescas y los días muy calurosos. Esta es la causa de que uno se 22Para este día, en un informe a Asp, Budin escribe: “...Hacia las 12 del mediodía nos internamos por un monte bajo achaparrado donde abunda el quebra- cho, sobre todo el blanco Aspidosperma eliptica y colorado Loxopteryguim pero de un tamaño dema- siado pequeño para merecer la pena que se lo ex- plote. Anduvimos más o menos cuatro horas por aquellos bosques tupidos y cerrados por una senda que justo permitía el paso de las mulas cargadas. En dicha senda vine observando cantidad de rastros de animales salvajes, de chanchos jabalíes Dycoti- les torcuatus (pecarí de collar, Pecari tajacu, Fami- lia Tayassuidae), de osos hormigueros (Myrmecop- haga tridactyla, Familia Myrmecophagidae), leones (Puma, Felis concolor, Familia Felidae) y un rastro de tigre (Panthera onca, Familia Felidae) que es el primero que vi. Tal cantidad de rastros me hicieron observar que aquellos animales no podían vivir sin agua y que, por lo tanto, en algunos lugares de las selvas debían encontrarse fosas de agua llovida ig- noradas en medio de esos malezales. Salimos por fin de aquel bosque aburrido donde hacía un calor in- soportable para luego entrar en una pampa de sim- bol. Luego otra vez bajo bosque durante unos mo- mentos para esta vez ir a dar en el puesto que se llama Huiliche....” MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 15 enferme muy fácilmente. Cada uno hace sus preparativos para la partida. Los caba- llos están ensillados y las mulas cargadas. El clarín suena y la columna se pone en marcha, incluídos los pocos animales que forman una segunda columna. Damiano- vich retorna para buscar a los animales perdidos en la víspera y continuamos nues- tra marcha a través de planicies y bosques muy tristes y áridos, donde la tierra está agrietada como pidiéndole agua al cielo. Encontré, al borde del sendero, dos pájaros de los cuales uno era de la familia de los Formicarides23 y otro de la Tiranidae.24 Descendí del caballo para saber la causa de su muerte; los recogí, los desplumé, no presentaban ningún indicio de herida ni contusión. Estaban muy flacos, en perfecto estado y concluí que se trataba de pájaros emigrantes extraviados que habían muerto de sed. Eran aproximadamente las diez de la mañana, el calor comenzaba a molestar- nos; un gran silencio reinaba en la co- lumna, el grito de los arrieros se dejaba oír cada tanto para animar a nuestras pobres bestias, a las que el camino muy arenoso hacía aún más penosa su marcha. Atravesamos un claro de alrededor de una legua, cuando a lo lejos percibimos una nube de polvo. Era sin duda un viajero con el que nos cruzaríamos; al cabo de un instante pudimos distinguir un caballero que venía al galope en nuestra dirección. Pronto estuvo junto a nosotros; lo saluda- mos y lo detuvimos para pedirle informa- ción sobre la ruta a seguir y sobre todo te- níamos mucho interés en saber si encon- traríamos agua. Nos informó diciendo que el lugar a donde íbamos quedaba a cuatro leguas de donde estábamos, lo que nos animó un poco, pues creíamos que debía- mos andar aún hasta la noche para llegar. Además nos dijo que había un pozo con una noria, como se llama en el país. Aun- 23Formicariidae. 24Tyrannidae. que el agua era salada al menos podríamos dar a beber a los animales. Nos saludó y partió al trote y pronto desapareció en el alto pajonal que llamamos simbol. La caravana retomó su paso lento y monótono; a través de los claros contem- plaba el horizonte a lo lejos; por todas par- tes estábamos rodeados por bosques de quebracho, duraznillos, mistoles y muchos otros árboles, pero lo que predomina es sobre todo el quebracho colorado. No está en gran cantidad, pero su extracción del bosque es muy fácil, pues no hay muchos otros árboles grandes y las picadas son po- co costosas y fáciles de hacer. Atrave- samos aún otro bosque durante aproxima- damente dos horas y desembocamos de nuevo en otro claro casi de la misma di- mensión que el precedente, es decir una legua o una legua y media. Estábamos aproximadamente en los tres cuartos del claro, cuando desde una especie de talud percibimos el puesto donde debíamos acampar esa noche. La animación ganó pronto a los viajeros. Los animales apura- ron el paso al sentir, sin duda, el agua, pues desde la víspera a la mañana las po- bres bestias no habían bebido nada y no habían dejado de marchar. Pronto el ladrido de un perro se hizo oír. Un gallo cantó y una mujer de blanco apareció delante del rancho.25 Algunos minutos más tarde desmontamos en el bor- de del bosque. Nuestros peones descarga- ron las mulas que, impacientes, daban vueltas alrededor de la pared del pozo lleno, buscando apaciguar la sed.Pronto se encendieron cuatro fogatas formando un recinto cuadrado, que debía servir para resguardar a los animales du- rante la noche, porque en este lugar co- menzaban a pulular los indios. Los cam- pamentos estaban divididos de esta mane- ra: a la izquierda, al borde del bosque, el campamento del jefe, al que yo pertenecía; 25Es la llegada al Puesto Gualicho. 16 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN a la derecha el de Fernández; a la izquier- da, a 100 metros, en el claro, estaba el de Hardy; a la derecha a otros 100 metros, el de Damianovich que no tenía más que tres peones. Los otros habían quedado atrás pa- ra buscar las mulas. Esta disposición de los campamentos formaba el cuadrado dentro del cual los animales debían estar protegi- dos durante la noche, por un peón de cada campamento y que debían cambiar cada tres horas; los peones de guardia estaban bien armados con sus carabinas y un re- vólver y tenían la orden de dar la voz de alerta, cada tanto, para no dormirse. Los peones se precipitaron hacia un gran pozo de donde un chico a caballo sa- caba agua en una especie de cuba de cuero. Me acerqué para calmar mi sed, pues des- de la víspera había agotado el agua de mi cantimplora. Apenas hice el primer trago cuando me vinieron unas fuertes ganas de vomitar. El agua era intomable, salada y amarga, purgativa. Esto mismo les pasó a los animales que a pesar de su sed apenas si pudieron beber. Me dirigí hacia el cam- pamento. Los peones habían preparado ca- fé que fue servido. Pero, qué desilusión! nosotros, que esperábamos apaciguar la sed con el café, creyendo que el gusto del agua sería más soportable, encontramos una droga infecta, algo así como café sala- do y amargo. Tomé coraje porque tenía mucha sed. El doctor no podía beberlo. El jefe lo rechazó apenas lo probó; por mi parte bebí una segunda taza que más tarde castigó mi glotonería, porque al cabo de un tiempo sentí fuertes dolores de vientre co- mo si hubiese tomado una purga. En efec- to, estaba bien purgado. Esto no hubiera sido nada, pero me hizo venir cada vez más sed, como para volverme loco. Esto me hizo tomar, aunque con mucha repug- nancia, una taza de mate cocido, que redo- bló mi sed. Entonces, desesperado, me pu- se a lamer la hoja de mi cuchillo que, en efecto, me alivió mucho. Me paseaba de un campamento a otro dirigiendo la misma súplica a todos, tienen ustedes un poco de agua? Se resolvió enviar un peón tres leguas26 más lejos con una mula cargada de dos ba- rriles, porque se decía que había un pozo de agua un poco más potable. Los peones partieron al galope a pesar de la fatiga de la jornada y el cansancio de las pobres mu- las. Pasaron cuatro horas de espera y de impaciencia; era casi media noche cuando se escucharon, a lo lejos, los gritos de nuestros arrieros que anunciaban su llega- da: un formidable "hurra" de mis amigos, mezclados con los gritos salvajes de nues- tros peones les respondieron. Diez minutos después los arrieros habían descargado los dos barriles llenos de agua. Todos se pre- cipitaron, algunos con ollas, para calmar la sed. Se reanimaron las fogatas y se pusie- ron las pavas al fuego. Pudimos paladear con delicia un café más pasable. Apaci- guada nuestra sed cada uno se fue a su ca- ma y reinó un gran silencio sobre el bos- que y sobre la sabana; sólo el canto de al- gún pájaro nocturno vino a turbar el silen- cio del desierto. Camino a Corralito27 7 de setiembre. El sol comenzaba a apa- recer sobre el horizonte cuando el jefe, que ya se había levantado, me llamó. Me incor- poré de un salto. Tomé el clarín que estaba cerca colgado de la rama de un quebracho y, con todas las fuerzas de mis pulmones, toqué la diana que invadió con sus notas agudas y chillonas el espacio y fue a per- derse a lo lejos en la planicie. En un ins- tante todo el mundo se levantó, dispuesto a dejar este lugar inhóspito. Después de dos horas de trabajo activo, la caravana estuvo lista para continuar la ruta hacia el noroes- 26Aproximadamente a tres leguas de Gualicho, en las cartas geográficas antiguas se encuentra un sitio denominado Pozo Sacha Pera, que probablemente sea donde obtuvieron el agua. 27Localidad ubicada aproximadamente 35 kilóme- tros al Este de General Ballivián, provincia de Salta. MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 17 te. El clarín sonó delante de la columna y partimos. Penetramos en el bosque, un bosque ba- jo y espinoso cuyo suelo estaba cubierto de chaguar con espinas feroces. Camina- mos lentamente porque las mulas, endia- bladas, salían de la ruta y se metían en los matorrales para intentar sacarse la carga, frotándose contra las ramas y los troncos. Esto ponía furiosos a los arrieros que da- ban gritos desesperados, pero de a poco la marcha volvió a la calma y la caravana continuó su ruta silenciosa. Así marcha- mos tres horas, siempre en el bosque ra- quítico y triste, donde prácticamente el único árbol verde y de talla era el quebra- cho. Yo los contaba para establecer una media de árboles por kilómetro y ver si es- tos bosques valían la pena de ser explota- dos. De golpe el bosque se cortó y ante no- sotros se abrió un claro de casi una legua de diámetro que estaba dos o tres metros por debajo del nivel del bosque. En reali- dad, todos estos claros en la estación de lluvias son verdaderos lagos. Yo me encon- traba alrededor de un kilómetro por delan- te de la caravana en compañía del Dr. Evans. Continuamos la ruta sin preocupar- nos por el resto de la columna. Caminamos alrededor de media hora y vimos al borde del bosque una choza de paisanos. Apura- mos el paso y llegamos pronto. Saludamos a la pobre gente y desmontamos. Cuatro o cinco perros flacos se acercaron a nuestros talones con un aire feroz, al no estar habi- tuados a ver gente de nuestro color y equi- pados de esta forma. Dirigí la mirada hacia la planicie y para mi sorpresa no vi la co- lumna. Sólo vi al jefe que venía a más o menos 400 metros. Le pregunté al patrón de la casa, un gran viejo de barba larga, que me dijo que el camino que debíamos seguir doblaba hacia el Este; en efecto, le- vanté la mirada y percibí la polvareda que levantaba la columna que bordeaba el lími- te opuesto del bosque, es decir, de donde veníamos. En ese momento el jefe nos al- canzó y nos dijo que al ver que las huellas de nuestros animales seguían derecho, se dio cuenta de que nos habíamos equivoca- do de ruta. El doctor aprovechó para sacar una fotografía y retomamos la marcha para alcanzar la columna, a la cual llegamos rá- pidamente. Al pasar cerca del rancho, al costado de la ruta vi un pozo de agua. Tiré un balde y le di de beber a mi pobre caba- llo que desde el día anterior no había bebi- do más que un trago de agua salada. Bebió un largo rato y continuamos nuestra ruta. El doctor y el jefe hicieron lo mismo. El camino arenoso se volvía pesado para nuestros pobres animales cansados y car- gados. Esto nos hacía caminar lentamente y bajo un sol de plomo. Otras cuatro horas en marcha nos con- dujeron hacia otro claro más grande que el precedente, salpicado de cercas de árboles. Era Corralito, donde debíamos quedarnos dos o tres días para hacer descansar a nues-tros animales. Pasamos por delante de la casa del Sr. Rojas, patrón de la estan- cia, que tuvo la amabilidad de ponerse a nuestra disposición, e indicarnos un lugar cómodo para establecer el campamento. En efecto, el lugar era oportunamente es- pacioso, donde había algunos grandes al- garrobos, desprovisto otra de vegetación y que ya había servido de campamento a una tribude indios matacos, de la cual queda- ban todavía algunos restos de chozas gran- des y bajas. Hicimos limpiar bien el suelo que podía albergar algunos insectos. Me- dia hora más tarde las cargas de campaña fueron ubicadas y cada cosa fue puesta en su lugar. Las marmitas hirvieron y pronto todos nos pusimos a comer con gran apeti- to. El café fue servido y cada uno se aco- modó lo mejor posible para hacer su cama, que no era más que el “recao.” El silencio reinó pronto. Todos dormían. Corralito 8 de setiembre. El alba me encontró le- vantado. Tomé un taza de café, puse los 18 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN frascos para colectar en mis bolsillos, tomé mi fusil y mi cuchillo y partí a coleccionar. Seguí el borde del bosque que formaba una gran curva; no pude ver nada, ni un pájaro se movía. Levanté varios troncos de árbo- les viejos cortados, que estaban sobre el suelo y no encontré ni un solo insecto. Continué mi marcha con la esperanza de encontrar algún ave, pero sólo vi unos pá- jaros comunes,28 Saltator aurantirostris, Leucopogon, Malhenioptera hirupero y otros que viven en terrenos secos y areno- sos. Me dirigía con las manos vacías, de regreso al campamento, cuando me pareció escuchar, a lo lejos, el canto de un carpin- tero llamado pirro en el país, pájaro muy lindo de cabeza blanca con la parte de arriba manchada de un bello amarillo li- món, es el Melanerpes candidus.29 Presté atención y escuché claramente un canto que es aquel que le ha dado su nombre en el país (pirroooo). Me dirigía hacia el cos- tado de donde venía el canto y no tardé en ver a otro de los cantores. Disparé y el pá- jaro cayó. Lo recogí y limpié la sangre que salía por el pico, al que llené de algodón. Cacé también un lindo cardenal30 de cabe- za rojo vivo (pero no el cardenal común; éste difiere del cardenal que nosotros ve- mos a diario por la ausencia del copete y por el gris que está sobre el dorso del pri- mero, que es casi negro en aquel que aca- baba de matar). Regresé al campamento con pocas co- sas para preparar y meter en la colección. Desayuné y me puse a preparar mis pieles cazadas, lo cual me llevó alrededor de dos 28Saltator aurantirostris (Pepitero de collar, Fami- lia Emberizidae); Leucopogon (se refiere al carpinte- ro negro de dorso blanco, Campephilus leucopogon, Familia Picidae); Malhenioptera hirupero (se refiere a la monjita blanca, Xolmis irupero, Familia Tyran- nidae). 29Melanerpes candidus (pájaro carpintero blanco, Familia Picidae). 30Cardenal chico o cardenal sin copete (Paroaria capitata, Familia Emberizidae). horas. Después de eso, puse en la colec- ción algunas plantas que había recogido en mi recorrido; plantas comunes pero que el Ministerio me recomendaba, como árboles forestales: cebíl, quebracho, garabato, tus- ca, que era el único que estaba florecido en esta época, a causa de la gran sequía. La noche venía, la mitad del sol ya ha- bía desaparecido en el horizonte, refle- jando sus últimos rayos sobre algunas nu- bes, cirrus, que se dispersaban a gran al- tura. El anochecer era calmo, una brisa tibia soplaba del Este, un dulce perfume de flo- res de cebil y garabato colmaba el aire. Al- gunos chingolos31 cantaban su canto noc- turno, como despidiendo al sol. Un rebaño de ovejas volvía balando. Las vacas mu- gían desde lejos con voz gruesa, que el eco repetía perdiéndose en la lejanía. Mis pen- samientos se remontaron hacia el lugar donde yo había dejado a mis amigos, mis costumbres cotidianas; reviví por un mo- mento la vida de la ciudad, cuando de re- pente la voz del jefe me llamó, anuncián- dome que la comida estaba servida, comi- da frugal consistente en una sopa de maíz y charqui, que es carne ahumada. 14 de setiembre. Una linda mañana. Tomé mi fusil después de haber bebido mi café y me metí en el bosque con la espe- ranza de ser más afortunado en la caza que los otros días. Caminé toda la mañana sin encontrar nada, excepto algunos loros que maté para no volver sin nada. Las corzue- las,32 corzos, abundan así como los peca- 31Zonotrichia capensis (Familia Emberizidae). 32En este párrafo Budin se refiere a corzos, corzue- las, seguramente en referencia a macho y hembra. Los ciervos de los pantanos (Blastoceros dichoto- mus) llegaban hasta las localidades de Urundel, Em- barcación y Orán, en la provincia de Salta y también habitaba en la zona el ciervo de las Pampas (Ozoto- ceros bezoarticus) (Mares et al., 1989). De acuerdo a la interpretación del texto Budin se refería a los ciervos de los pantanos como “ciervo” y al de las pampas como “gamo.” Habla de osos hormigueros, MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 19 ríes y osos hormigueros, Tamandua, Mir- mecophaga jubata y muchos animales de caza mayor, leones y tigres. En esta época la tierra está cubierta de hojas y ramas se- cas, lo que hace que no podamos caminar sin hacer ruido, sobre todo porque tenemos que hacerlo a “cuatro patas” debido que el bosque es excesivamente frondoso. Volví al campamento, era la hora de almorzar y el calor estaba muy fuerte. Terminé de co- mer y me fui a acostar un rato debajo de los algarrobos, únicos árboles que daban un poco de sombra. Me adormecí pero no tardé en despertarme debido a las moscas y jejenes que me picaban sin tregua. Tuve que batirme en retirada hacia un claro, donde los tábanos me dejaban más o me- nos tranquilo, debido al viento que los ahuyentaba. Reposé un rato más y volví al campamento. Encontré al jefe haciendo observaciones para determinar el punto donde nos encontrábamos. Los otros com- pañeros hacían sus tareas. Algunos peones estaban recostados y otros se divertían ju- gando a la taba. Me puse a trabajar y pre- paré algunos pajaritos comunes y un mur- ciélago matado la noche anterior, especie de pequeño vampiro33 que causa mucho perjuicio al ganado por las profundas heri- das que les hace para chuparles la sangre; estas heridas se llenan de gusanos que las moscas depositan y causan la muerte de muchos animales si no se curan. Pasaron dos días sin incidentes, cuando uno de los peones nos anunció que el Caci- que Pispilo,34 a quien había hecho llamar pero escribe “tamandua,” en clara referencia al oso melero (Tamandua tetradactyla) y también mencio- na como Mirmecofaga jubata al oso hormiguero (Myrme-cophaga tridactyla), ambos del Orden Xe- narthra, Familia Myrmecophagidae. También cita en este lugar huellas de pecaríes, leones y tigres. 33Este registro del vampiro (Desmodus rotundus, Orden Chiroptera, Familia Phyllostomidae) es in- teresante ya que no se conocían datos tan antiguos sobre la presencia de esta especie en la zona. 34En otros párrafos se refiere al Cacique Pispil, Pis- pile, o Pispilo, indistintamente. el jefe, había venido a visitarnos. Lo hici- mos pasar. Era un viejito de ojos vivos y maliciosos, de mirada segura. Le hicimos algunos regalos, algunos metros de tela ro- ja, su color preferido, algunas vitolas,35 unos porotos, un poco de yerba y de azú- car. Después le pedimos que nos diera un intérprete de su tribu con la palabra de or- den para pasar sobre sus dominios sin ser incomodados. Él no se mostró dispuesto a acceder a nuestro pedido porque decía que anteriormente le habían hecho la misma demanda y lo habían engañado; que noso- tros veníamos con el pretexto de matar langostas,36 o no importaba qué otro moti- vo y que después los sacábamos de sus tie- rras, que los expulsábamos echándolos a él y a los suyos, a tiros de carabina. Refle- xionó y prometió darnosun baqueano in- térprete que nos ayudaría a atravesar sus tierras que se extendían muy al Sur, a unas 60 leguas de allí. Nos saludó y se reunió con otros dos indios que lo esperaban a una corta distancia. Los miramos alejarse cuando, alrededor de los 200 metros, los vimos agacharse y recoger alguna cosa en- tre los pastizales, eran armas que habían traído, de las que no se separaban nunca, ya que nada hay más desconfiado que un indio. 15 de setiembre. Esperaba en mi carpa mientras me preparaba, cuando escuché a los peones dar alaridos. Salí a ver lo que pasaba y vi a un peón que venía de ensillar una de nuestras mulas para domarla, ya que estuvimos obligados a comprar mulas que no estaban amansadas, porque no en- contrábamos otras. Al principio la mula 35Plantillas utilizadas para calibrar balas de fusil. 36De acuerdo a información publicada en la Revis- tas Caras y Caretas de 1907, y el diario La Nación del jueves 18 de julio de 1907, en el Artículo “Ex- ploración al Chaco-La Expedición Asp,” el motivo de la expedición era la búsqueda de los viveros de las langostas que estaban produciendo severos per- juicios a la agricultura. 20 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN caminaba bien, tenía un aire manso, no buscaba dar patadas. Estaba sujetada por un segundo peón que la llevaba de una lar- ga cuerda, cuando de repente dio una pata- da de costado y salió corriendo. El peón, que había tomado confianza, viendo en un primer momento que la mula era tan mansa y que no se esperaba de ninguna forma semejante embestida, perdió el equilibrio. Se cayó con tanta mala suerte que su pie quedó enganchado en el estribo. La mula, sintiendo este cuerpo entre sus patas, tuvo miedo y partió hacia el fondo del terreno arrastrando y dando patadas al desafortu- nado. Todo el mundo corrió en su ayuda y el animal fue rápidamente detenido. Des- enganchamos el pie del peón del estribo y lo paramos. El no pudo sostenerse. Lo sos- tuvimos para impedir que se cayera. Esta- ba muy pálido, respiraba difícilmente y apoyaba su mano sobre el estómago donde debió haber recibido una patada. Lo lle- vamos hasta la carpa del Dr. Evans quien lo auscultó y lo examinó. Luego de un examen detenido declaró que se había roto la última costilla. En efecto, la parte indi- cada comenzó a hincharse. El doctor co- menzó a trabajar, volvió a colocar la costi- lla en su lugar y vendó al enfermo que fue puesto en una cama de paja, con la re- comendación del médico de no moverse, porque a pesar de que no era serio, era ne- cesario inmovilizarlo. Tenía algunas otras contusiones pero sin importancia. A la tar- de Hardy partió hacia el Pilcomayo y Bue- na Ventura37 con dos peones. Todos la- mentamos su partida a pesar de que debía reunirse con nosotros 15 días más tarde, al borde del Pilcomayo, pero más al Sur. 17 de setiembre. Dos días después de la partida recibimos noticias suyas. Nos con- taba que se había perdido y que había lle- gado, al día siguiente de su partida, a Zo- pota donde debía haber llegado durante la 37Buenaventura. tarde del día mismo en que había partido. Además, escribió que había visto a Pispilo, el jefe indio, yendo hacia Zopota. Que éste le había dicho que no confiaba en noso- tros, que queríamos apoderarnos de sus tierras y matarlo. Todo esto no era más que un pretexto para sacarnos regalos. Ante es- to resolvimos, con el jefe, que al día si- guiente el Sr. Rojas y nosotros teníamos que ir a Zopota para recordarle a Pispilo que debía mantener su palabra. El jefe re- solvió esperar un día más para hablar con Pispilo. Tomé mi fusil y fui a recorrer los alrededores. El día estaba fresco, el cielo cubierto. Estaba dispuesto a caminar; bor- deaba el bosque cuando divisé una corzue- la de gran porte, esperé que saliera un po- co de las ramas que me la escondían, ella cambió su dirección y desapareció entre las malezas; le apunté y tiré. El animal, al- canzado por las balas, cayó. Yo corrí para matarla del todo, pero se levantó y arras- trándose se perdió en el pastizal. Busqué en vano por todas partes sin poder encon- trarla. Sin duda debió haber hecho unos 100 metros prácticamente muerta. Seguí caminando bajo los bosques espinosos que me obligaban a andar casi a “cuatro patas,” enganchándome en todo momento con las ramas de los garabatos que me obligaban a detenerme y desenganchar los pedazos que quedan agarrados porque las espinas, en forma de agujas, son muy duras y no se desprenden fácilmente. Caminé así durante una hora esperando desembocar en un cla- ro que, según mis cálculos, debía estar muy cerca, pero no tardé en darme cuenta de que estaba en una ruta equivocada. Mi- raba el cielo para ver si podía distinguir la posición del sol a través de las nubes para orientarme, pero no pude distinguir su lu- gar exacto. Cambié de dirección con la es- peranza de encontrar alguna salida, caminé mirando hacia la derecha y hacia la iz- quierda para ver si percibía algún sendero y vi, entre los árboles, a unos 30 metros, una cosa como un gran nido. Me acerqué y MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 21 me encontré en presencia de una tumba aé- rea, una tumba de un indio mataco, un ver- dadero nido de águila que se elevaba a un poco más de tres metros del suelo. Ramas entrelazadas y pasadas de una gruesa rama a la otra, formaban la base; el resto era de pequeñas ramas y paja, formando un nido casi redondo. Miré hacia adentro, pero no había nada. Los animales salvajes y las aves rapaces debían haber hecho desapare- cer todo, o los indios habrían enterrado los restos porque su costumbre, cuando el es- queleto es despojado de su carne, es que- mar o enterrar los restos. Seguí mi ruta du- rante una hora más, aún sin poder orien- tarme. Decidí subirme a un árbol para ver si podía distinguir el claro. Me saqué el abrigo y escalé un quebracho bastante alto. No pude distinguir nada. Descendí y me puse en marcha cuando, a lo lejos, escuché cotorrear a los loros. Allí yo tenía la espe- ranza de encontrar el claro porque los lo- ros se internan poco en los bosques y bus- can, sobre todo, sus bordes. En efecto, ca- miné un poco más de media hora y me di cuenta de que los árboles comenzaban a ser más bajos y menos espesos. Al cabo de unos minutos vi delante el claro que se- guía. Doblé sobre mi izquierda y me dirigí hacia el campamento que debía estar a al- rededor de media legua. Media hora más tarde me encontraba en el campamento. Encontré al jefe trabajando con sus notas, los peones estaban matando una vaca para ahumarla y conservar la carne para el via- je. Pensamos partir uno de esos días, pero esperamos el regreso de un peón que ha- bíamos enviado a Luna Muerta, nueve le- guas más al Sur, para buscar un indio que decían era muy influyente y conocía bien el interior del chaco; si venía lo tomaría- mos como intérprete. El día se terminó sin otro incidente y preparé algunas provisio- nes para el viaje del día siguiente. Eran las nueve cuando me fui a acostar. El campa- mento estaba en silencio. Me dormí con- templando las estrellas muy brillantes. Ve- nus38 brillaba por arriba de mi cabeza, con todo su esplendor. Trayecto El Pilar-Guamachi-Zopota 18 de setiembre. Eran las cuatro cuando el jefe me llamó; me vestí en un abrir y ce- rrar de ojos. Mientras tomábamos una taza de café ensillamos los caballos y partimos. Tomamos la dirección del Este en medio de grandes praderas rodeadas de bosque. Estas praderas están cubiertas de simbol, especie de gramínea y hacen el efecto de una plantación de trigo. Caminamos en la delanterael jefe y yo, el peón atrás. Seis horas de marcha nos condujeron hacia un lugar llamado El Pilar,39 donde estaba uno de los puestos, donde dimos de beber a los animales. Del total de pozos, las tres cuar- ta parte de las veces son salados. De allí pasamos a Huamacho,40 que está a la mis- ma distancia de camino que la ya recorri- da, siempre en las mismas planicies de simboles y de bosques, la verdadera saba- na. De allí pasamos a Zopota. Remarqué que a medida que avanzábamos los árboles tenían un aspecto más verde y más alto; más pájaros, aunque seguían siendo esca- sos. Muchos árboles que no estaban en flor en Corralito, estaban en plena flora- ción en este lugar. Tal vez el agua se en- contraba a menos profundidad. Entre los árboles que estaban en flor, remarqué la brea, algunos lapachos, la naranjilla, que se parece al naranjo por ser verde oscuro. Los tres cuartos de los algarrobos habían florecido. Nos equivocamos al hacer un camino que iba hacia el Norte, recorriendo así dos leguas de más. Debimos pasar a través del bosque para retomar la ruta; pa- 38Probablemente no se trate de Venus ya que éste brilla como lucero de la mañana y de la tarde y las notas se refieren a la noche. 39El Pilar o Pilar: localidad no localizada en los mapas consultados pero, de acuerdo a los relatos, se encuentra muy próxima a Corralito, camino a Gua- machi. 40Guamachi. 22 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN samos a través de las espinas en medio de los chaguares. A Zopota se la llama Lagu- na de Zopota y en el invierno no tiene una gota de agua. Seguramente aquel que la bautizó la conoció en verano, debido a que todas estas cañadas se inundan. Tomamos un mate y el peón capataz, que estaba en- cargado del puesto, hizo llamar al famoso Cacique Pispilo el cual no tardó en apare- cer con dos hombres que lo seguían bien armados. Vino a estrecharnos la mano y sus primeras palabras fueron "delle de yo- cua," tabaco en mataco. El jefe le dio a ca- da uno un puñado y algunos papeles de ci- garrillos, los enrollaron rápidamente y se pusieron a fumar. Hicimos venir un peón que hablaba el toba y le pedimos que le di- jera a Pispilo que debía cumplir la prome- sa que nos había hecho, de darnos un ba- queano para ir a la laguna que buscába- mos. Nos dijo que su guía no estaba por allí porque había partido al desierto. Luego de un segundo puñado de tabaco, que lo cautivó de antemano y algunas promesas de regalos, le arrancamos la palabra de que nos daría a su hijo como guía hasta un pri- mer pueblo indio y que de allí nos haría conducir por otro guía hasta otro pueblo. La noche venía, nos acostamos; yo tenía un fuerte dolor de cabeza, me dormí. 19 de setiembre. Al amanecer nos pusi- mos en ruta para regresar al campamento de Corralito. Llegamos a Huamacho. El jefe se separó de nosotros para ir a Esteri- tos, donde decían que había un hombre in- dio que conocía bien el interior y la lengua toba. Seguí mi ruta hacia Pilar. Sobre la margen de un bosque vi un corzo, le tiré y cayó. Lo vaciamos y le pusimos algunos yuyos en el interior para que no sangrara tanto y el peón lo puso sobre la montura de su caballo y seguimos la ruta hacia el Oes- te. Una hora después llegué a Pilar. Esperé al jefe bebiendo mate y café para pasar el tiempo. Se hicieron las cuatro y el jefe no había vuelto. Me puse en marcha pensan- do que debía haberse quedado en Esteritos esa noche por quién sabe qué causa. En la ruta le disparé a algunos avestruces41 que huyeron debido a que les tiré de muy lejos y no les veía más que las cabezas por las altas pajas del simbol. Seguimos nuestra ruta. Yo me había sacado mi abrigo. La jornada refrescó, es decir que la tempera- tura estaba tibia y muy benigna. En el ho- rizonte, el sol se ponía emitiendo los más vivos de sus colores; de repente se tornó más rojo y parecía una verdadera bola de fuego, un color de fundición; podríamos decir que era la luna llena, pero toda roja. Era un presagio de que al día siguiente ha- bría mucho viento. Llegué al campamento, todo estaba como siempre. Al verme llegar solo, los compañeros me pidieron noticias del jefe, estaban sorprendidos de verme sin él. Entonces les expliqué el motivo y ter- quedad del jefe que, a pesar de mi insis- tencia, no quería tomar un guía ni que el peón que debía acompañarme lo siguiese. Nada pudo hacerlo consentir. Lo espera- mos, cenamos, pero el jefe no había llega- do aún. Nos paseábamos de un lugar a otro del campamento cuando de pronto escuché de lejos un disparo. La primera idea que tuve, como todo el mundo, fue que el jefe se había perdido en la noche, que estaba muy oscura. Tomé una carabina e hice fuego. Galigmaña fue a buscar un globo con fuego de artificio para hacer una señal. Tuvimos toda la dificultad del mundo para inflar nuestro globo, pues la brisa lo hacía ir de un lado a otro y no dejaba en- trar el humo. Al cabo de una media hora, a fuerza de trabajo, el globo se infló pero muy poco. Encendímos el fuego de artifi- cio y lo dejamos ir. Se elevó muy lenta- mente y rozó la punta de los algarrobos. Faltó poco para que se enganchara; la brisa lo tomó y lo empujó hacia el Oeste, siem- pre muy bajo, el viento no lo dejó elevarse y se perdió por sobre el bosque. Hice dos 41Ñandú (Rhea americana, Familia Rheidae). MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 23 disparos de carabina, escuché un instante si me respondían pero ninguna detonación se hizo escuchar. Esperamos un rato co- mentando la ascensión del globo; unos de- cían que el viento era la causa por la que no se había elevado, otros decían que no estaba suficientemente inflado. Así pasó una hora y cada uno se retiró a su “nido.” 20 de setiembre. Al salir el sol yo ya estaba levantado. Observé al horizonte pa- ra ver si percibía al jefe y nada apareció a mi vista. Esperamos así hasta las nueve cuando a un peón, que venía de Pilar, le preguntamos si había visto a nuestro jefe. Nos respondió que el día anterior, hacia las cinco, el jefe había pasado por Pilar. No había duda, el Sr. Asp se había perdido. Inmediatamente fue una carrera a ver quién ensillaba más rápido para salir en su búsqueda. Fernández ensilló su mula y partió con un peón. Damianovich hizo lo mismo. De la estancia, el Sr. Rojas envía tres indios. Yo, por mi parte, como estaba segu- ro que el Sr. Asp no estaba lejos, monté el telescopio y observé el horizonte. Había pasado apenas una hora cuando escuché gritar a los peones. Eché un vistazo sobre el claro y percibí a 600 metros al jefe que venía en compañía de Fernández; estába- mos muy contentos de verlo sano y salvo. Nos contó que la noche lo había tomado en la ruta y no viendo a dos pasos ató su mula y se acostó, sin tener nada para comer ni beber. Había estado en Esteritos donde ha- bía contratado al peón, un baqueano. En un primer momento no quería venir, pero luego de algunas amenazas del jefe, que le dijo que si no consentía en venir lo obliga- ría por la fuerza, él aceptó. El jefe estaba enojado; cuando lo saludé y le pregunté cómo estaba me respondió, como un re- proche, que yo había comido algunos ins- tantes antes que el llegara, “Usted ve, estoy bien, pero no he comido desde ayer,” y me callé. Justo en ese momento el Sr. Rojas le dio una taza de leche y un pedazo de torti- lla. Le servimos una segunda taza y no se hizo de rogar en aceptarla. Tenía el aspecto de muy agotado; debió haber dormido muy mal, encima de todo no quería confesar que no había dormido para nada y que ha- bía buscado orientarse. Regresé al campa- mento,
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