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MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL 
PUBLICACIONES ESPECIALES 
 
“Mastozoología Neotropical Publicaciones Especiales” (MNPE) es una publicación de aparición 
ocasional de la SAREM. Tiene por objetivos difundir trabajos relacionados a la mastozoología 
que, por su extensión y características, excedan los requerimientos para ser publicados en 
“Mastozoología Neotropical.” Se consideran trabajos apropiados para Publicaciones Especiales a 
aquellos de carácter monográfico, revisiones, o artículos originales, de interés global para la 
mastozoología. El criterio para la publicación de un trabajo en MNPE sigue los lineamientos 
editoriales de “Mastozoología Neotropical” con su red de editores asociados, y la aceptación final 
es pertinencia de la Comisión Directiva, quien determinará si el trabajo es de interés para la 
SAREM. 
 
EDITOR 
Rubén M. Barquez 
 
EDITORES ASISTENTES 
Mónica Díaz 
Fernando Abdala 
David Flores 
 
 
OFICINA EDITORIAL 
PIDBA, Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, 
Universidad Nacional de Tucumán 
Miguel Lillo 205, 4000 Tucumán, Argentina 
Tel. 081-239456 
Fax. 081-210910 
e.mail: upidba@pidba.satlink.net 
 
EDITORES ASOCIADOS “MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL” 
Michael Archer (Australia), Janet K. Braun (USA), Claudio Campagna (Argentina), Enrique 
Caviedes Vidal (Argentina), Gerardo Ceballos (México), John Eisenberg (USA), Gustavo da 
Fonseca (Brasil), Milton H. Gallardo (Chile), Enrique Lessa (Uruguay), Michael A. Mares (USA), 
Adrián Monjeau (Argentina), Bruce D. Patterson (USA), Oliver Pearson (USA), Eduardo Rapoport 
(Argentina), Alfredo Reca (Argentina), Virgilio Roig (Argentina), Norbert Sachser (Alemania), 
Javier Simonetti (Chile), María Guiomar Vucetich (Argentina), Michael R. Willig (USA). 
 
Para recibir información sobre la suscripción a SAREM, o adquirir MASTOZOOLOGIA 
NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, contactarse con la Tesorería de 
SAREM: Licenciada Mónica Díaz, Facultad de Ciencias Naturales, Miguel Lillo 205, 
Tucumán (4000), Argentina, Teléfono: 081-239456, Fax. 081-210910, Correo electrónico: 
pidba@pidba.satlink.net. La revista MASTOZOOLOGÍA NEOTROPICAL se distribuye 
libre de costos entre los miembros de la Asociación. 
 
Tapa: Recorte de la Revista Caras y Caretas (1907) que perteneció a Emilio Budin, referida a la 
Expedición Asp al Chaco. 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES ISSN 0329-1006 
 
 
 
 
 
 
Viajes de Emilio Budin: La Expedición al Cha-
co, 1906-1907 
 
Rubén M. Barquez
1, 2
 
 
 
 
 
Traducciones: Judith Babot
1
 y Lucio Malizia
1 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
1Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, Universidad Nacional de Tucumán. Miguel Lillo 205, 4000 Tucu-
mán, Argentina. 2CONICET. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina 
 
 
EMILIO BUDIN 
1877 -1935 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PROLOGO 
 
Cuando conocí al Dr. Rubén Barquez me di exacta cuenta de que era la persona in-
dicada para interpretar la obra de mi padre. En él encontré el mismo apasionado 
afán perfeccionista de mi antecesor y a partir de allí me propuse colaborar con el 
Dr. Barquez de la mejor forma posible. A finales del siglo pasado y a principios de 
éste, era más difícil que hoy la vida del audaz que abrazaba la profesión de colec-
cionista viajero, pues no se contaba con la eficacia de los medios actuales sea de 
transportes, comunicación, subsistencia, abrigo, medicina. Recuerdo que mi padre 
salía de viaje por 20 ó 30 días a la alta cordillera o cualquier otro rumbo y no sa-
bíamos nada sobre su vida hasta su regreso a Tucumán, a no ser que encontrara al-
gún lugar donde le fuera accesible un correo para despachar una carta. Mis herma-
nos y yo lo hemos acompañado durante nuestras vacaciones escolares. Así fue que 
estuve a su lado en Maimará, San Antonio de los Cobres, Cumbres de Tafí, Vipos, 
Trancas, etc., y toda la familia en un viaje a la Patagonia entre 1927 y 1928. Este 
viaje duró más de nueve meses y dejó en nosotros recuerdos y experiencias inol-
vidables. Casi siempre sus lugares para coleccionar estaban ubicados en pleno cam-
po o montañas y su habitación era una carpa un tanto primitiva. Todo esto hasta 
1928. A partir de entonces contó con un camioncito Ford con el que hicimos el via-
je a la Patagonia, convertido en casi una casa rodante. Claro está que con este 
vehículo viajaba solamente a lugares a los que podía acceder con el camión. Su 
inesperado fallecimiento, a los 58 años, nos dejó trastornados ya que por su forta-
leza física y de su carácter nos parecía indestructible. Como último sobreviviente de 
esa familia de cinco personas quiero expresar al Dr. Barquez todo mi agrade-
cimiento por el homenaje que significa para mi padre el hecho de difundir su obra 
para que cumpla la finalidad didáctica que la motivó; debo también felicitarlo sin-
ceramente por haberse consustanciado del espíritu que animó a mi padre. 
 
Emilio Budin 
Buenos Aires, mayo de 1997 
 
4 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
 
Recorrido de la Expedición en Argentina y Paraguay
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 5
VIAJES DE EMILIO BUDIN: LA EXPEDICIÓN AL CHACO, 
1906-1907 
 
INTRODUCCIÓN 
 
 Datos sobre la Expedición 
 La colonización al chaco se inició mu-
chos años antes de 1906. Según Maeder 
(1977) el proceso se remonta a los princi-
pios de la época española. Constituyó una 
empresa de compleja urdimbre y vastos 
alcances institucionales, demográficos, e-
conómicos y de integración nacional. El 
mismo autor indica que la conquista del 
chaco había comenzado en 1870 conclu-
yendo con la gran expedición del ministro 
Victorica en 1884. En esta campaña, unos 
1500 hombres lograron el trazado de una 
línea de fuertes a lo largo del Bermejo y la 
evacuación de una amplia zona por parte 
de las tribus más belicosas. El presente 
trabajo transcribe las notas de viaje del 
conocido naturalista Emilio Budin, durante 
su participación en la expedición al chaco, 
dirigida por Otto Asp. En los años en que 
se realizó esta expedición, 1906-1907, 
gran parte del territorio chaqueño ya había 
sido recorrido, pero quedaba aun la sensa-
ción en esferas populares y de gobierno, de 
que se trataba de tierras inexploradas. Es 
así que el diario La Nación, Buenos Aires, 
con fecha 18 de julio de 1907 publicó un 
artículo en el que mencionaba: “...actual-
mente el ministerio de agricultura empieza 
a preocuparse de la colonización del Te-
rritorio de Formosa, aunque no con la 
magnitud que sería de desear dada la 
riqueza de sus tierras y maderas.”
 
En un 
párrafo el periodista A. García Ponte es-
cribe: “Nos tocó en suerte ser los primeros 
que han cruzado el Chaco Central a esta 
altura desde uno a otro río.” Aquí se 
refiere al cruce del chaco entre los ríos 
Teuco o Bermejo y el Pilcomayo, par-
tiendo desde Laguna Yema hacia el Norte. 
De los relatos de Budin y la nota de La 
Nación se interpreta que la expedición 
estuvo conformada por dos grupos de ex-
ploración; uno la División Oyarzú, que 
partió desde el Este, desde Villa Formosa 
(actual Ciudad de Formosa), hacia el Oeste 
hasta Laguna Yema, donde debían encon-
trarse con el otro grupo, la División Asp 
(en que participaba Budin) que venía 
desde Orán, Salta. Luego del encuentro en 
La-guna Yema, integrantes de ambos 
grupos partieron hacia el Norte, siguiendo 
los bordes del Pilcomayo, y se dirigieron 
hacia Bolivia. Aparentemente el motivo 
prin-cipal de la expedición fue la búsqueda 
de la langosta “...cuestión que preocupa a 
toda la República ante la amenaza a 
buena parte de nuestra riqueza, la hemos 
hallado en nuestro camino y es una 
cantidad más o menos grande bajo la 
forma dedesoves. Hasta Laguna Yema y 
en una distancia de treinta y cinco leguas, 
no ha habido día que no pasáramos sobre 
desoves. Los alrededores de esta laguna 
hacia el N y NE estaban llenos de ellos en 
la época de nuestro arribo en octubre” 
(García Ponte, 1907). Más adelante 
indican haber visto en la Zona de 
Buenaventura, una manga de langostas de 
no menos de cinco leguas por una de 
ancho. 
 Poco se conoce sobre los orígenes y 
actividades del jefe de la expedición, Sr. 
Otto Asp. He intentado conectarme con 
familiares actuales y sólo he obtenido in-
formación que su apellido podría ser sueco 
o finlandés y poco común en los países de 
origen. 
 
El naturalista Emilio Budin 
 Emilio Budin nació en Ginebra, Suiza, 
el 17 de junio de 1877. Llegó a la Argen-
tina a los pocos meses de edad junto a sus 
padres. Durante su juventud estudió en el 
 
6 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
Colegio Montserrat de Córdoba. Su vida 
transcurrió entre labores de oficina y na-
turalista viajero. Numerosas de las tareas 
que realizó, oficinista o encargado admi-
nistrativo, representaban una carga para la 
libertad de espíritu que demostraba con 
sus vivencias e innumerables expediciones 
de naturalista. En 1897 participó como 
colec-cionista en la Expedición del Dr. 
Juan B. Ambrossetti a los Valles 
Calchaquíes. Durante 1903 se desempeñó 
como colec-cionista y preparador de la 
Escuela de Agricultura de Tucumán, 
siendo luego trasladado a Villa Casilda, 
Santa Fe, a de-pendencias del Ministerio 
de Agricultura. Entre 1906 y 1907 
participó de la Expedi-ción al Territorio de 
Formosa por cuenta de la Sección Tierras 
y Colonias del Ministerio de Agricultura 
de la Nación, en carácter de preparador 
naturalista. Sus no-tas de esta expedición 
conforman el pre-sente trabajo. 
 Al regreso de la expedición al chaco 
contrajo matrimonio con Camila Paillat 
Tolck, el 7 de diciembre de 1907. De este 
matrimonio nacieron sus tres hijos, Carlos 
Octavio Emilio (1908-1965), Octavio Luis 
Ulises (1910-1958) y Emilio Carlos Enri-
que (1916). 
 En 1908 se desempeñó como Secretario 
Contador de la Chacra Experimental “Las 
Delicias” en la Provincia de Entre Ríos, 
perteneciente al Ministerio de Agricultura. 
Entre 1912 y 1917 trabajó como Auxiliar 
de Contabilidad de la Sección Almacenes 
de Ferrocarriles del Estado en la ciudad de 
Tafí Viejo, provincia de Tucumán. El 20 de 
junio de 1912 a los 35 años de edad se na-
turalizó argentino. En 1921 reingresó co-
mo Encargado Supernumerario de Depó-
sito y Auxiliar de Almacenes en los Fe-
rrocarriles del Estado Tucumán "N" y lue-
go fue ascendido y trasladado a Tafí Viejo, 
como Encargado del Depósito Principal 
hasta 1923. Los registros documentales 
dejados por la viuda de Emilio Budin indi-
can una intensa labor como naturalista en-
tre 1898 y 1934, un año antes de su muer-
te. Esta actividad a la que dedicó prácti-
camente toda su vida, no parecía estar li-
mitada por sus obligaciones como em-
pleado de oficina y se dedicaba a ello en 
todos los momentos libres de que disponía. 
En los años en que no estaba empleado, su 
ocupación oficial era la de naturalista y co-
leccionista independiente para institu-
ciones de la envergadura del Museo Bri-
tánico de Historia Natural de Londres, 
Museo Argentino de Ciencias Naturales y 
otros museos de Argentina, Europa y Nor-
teamérica. Murió en Buenos Aires el 17 de 
octubre de 1935, a los 58 años de edad. 
 Numerosos aspectos de la personalidad 
de Emilio Budin nos fueron relatados por 
su hijo Emilio en un escrito enviado en 
1994: De complexión física robusta, más 
bien delgado, de rostro de aspecto severo 
pero franco, de estatura un metro 76, ojos 
claros, pelo rubio oscuro con bigotes ne-
gros más bien abundantes terminados en 
guías finas, la tez blanca y de aspecto 
completamente europeo. En la vida civil 
siempre vistió traje negro con chaleco, bo-
tines negros y sombrero negro. Todo su 
aspecto daba la impresión de energía y se-
riedad. En viaje generalmente vestía 
brech, camisa caqui, botas altas de cuero 
con cordones y la cabeza cubierta con su 
sombrero negro o según a donde viajara, 
un salacot de corcho. No tenía vicios, nun-
ca lo vi fumar ni beber alcohol, solamente 
bebía té, que era su pasión. Le gustaba la 
música clásica, sobre todo la ópera y eje-
cutaba algunos trozos en su flauta como 
ser el “Vals de Muzzetta” de “La Bo-
heme” o la “Obertura” del “Barbero de 
Sevilla.” Fue un hombre de carácter fuerte 
a quien no le podíamos discutir una orden. 
Los amigos de mi padre que recuerdo, los 
Sres. Bruer, Belucci, Pellegrini y Tadeo, 
eran todos fanáticos de la cacería, por lo 
que se reunían más o menos fre-
cuentemente para charlar sobre su pasión 
compartida. Cuando yo nací mi padre te-
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 7
nía 38 años y los más antiguos recuerdos 
de él deben ser de mis cuatro o cinco 
años, pues aun no concurría a la escuela y 
me llevaba a su oficina en la Estación San 
Cristóbal en Tucumán, donde me entrete-
nía viendo las maniobras de los trenes. 
 Con respecto a la vinculación con el 
Dr. Miguel Lillo tengo comprobantes de 
que por el año 1904 sus relaciones eran 
cordiales, pero posteriormente esas rela-
ciones se deterioraron un poco, a raíz de 
una charata o pava de monte, con la que 
hubo un malentendido que no llegó a acla-
rarse hasta la muerte de Lillo. Con res-
pecto a este fallecimiento recuerdo que tu-
vo gran repercusión en Tucumán a punto 
tal que se decretó feriado escolar y los 
alumnos acompañamos sus restos hasta el 
cementerio. En los viajes en que tuve 
opor-tunidad de acompañarlo durante mis 
vacaciones escolares, me dio siempre la 
cer-teza de una seguridad total en lo que 
emprendía, ya sea en la localización de 
una pieza a cazar o la interpretación de un 
rastro del animal que fuera, ave o mamí-
fero. Los resultados confirmaban siempre 
sus vaticinios. Con una vista formidable, 
nunca usó anteojos, su puntería era mortí-
fera tanto al vuelo como a una pieza en 
movimiento. Se desplazaba con todo su 
bagaje por los cerros, a caballo o lomo de 
mula, con peones o baqueanos que contra-
taba en las estaciones donde lo dejaba el 
tren. Estas travesías duraban varios días 
hasta llegar al sitio elegido, que muchas 
veces era la cumbre de los cerros. Con su 
constante andar por el Norte ya era cono-
cido por los pobladores de las más ignotas 
regiones; ya sabían a que se dedicaba y 
simplemente lo llamaban “Don Emilio.” 
 El 12 ó 13 de octubre de 1935 mi her-
mano y yo, que vivíamos en Buenos Aires, 
al regresar del trabajo nos dimos con la 
gran sorpresa de la presencia de nuestro 
padre en la habitación que alquilábamos 
en la calle Liniers 2130 de Parque Patri-
cios. Después de las efusividades lógicas 
del encuentro lo llevamos a cenar y luego 
nos acostamos sin mayores novedades. Al 
día siguiente, sábado, me acompañó hasta 
mi trabajo en Suipacha y Cangallo. Al re-
gresar al mediodía no lo encontramos bien 
de salud y a nuestro pedido se acostó. 
Llamamos al médico y el diagnóstico fue 
una fuerte congestión pulmonar. Comuni-
camos este hecho a nuestra madre quien 
llegó a Buenos Aires el lunes. A esta altura 
se había complicado el cuadro y según el 
médico se había convertido en una neu-
monía que en aquella época no tenía tera-
pia infalible como hoy. Así fue que en las 
primeras horas de la tarde del 17 de octu-
bre de 1935 mi padre nos dejó. Fue sepul-
tado en el cementerio de la Chacarita 
donde permaneció los cinco años de rigor 
y luego fue cremado quedando sus cenizas 
en poder de mi madre hasta que falleció 
mi hermano Octavio, en cuya tumba se in-
corporó la urna con las cenizas en el ce-
menterio del Norte de Tucumán. 
 Otra característica profundamentea-
rraigada en el comportamiento de mi pa-
dre fue la de conservar lo más posible la 
fauna que tenía la misión de estudiar. Ja-
más le vi matar un animal si no era nece-
sario para la colección o para alimen-
tarse. Siempre lo escuché renegar en con-
tra de la gente que se dedicaba a matar 
por el simple placer de hacer puntería. 
 
Su vinculación con la Ciencia 
 La labor personal de Emilio Budin co-
mo hombre de la ciencia ha quedado in-
conclusa, pero su aporte a la mastozoolo-
gía fue eficientemente canalizado por Old-
field Thomas, naturalista británico, impac-
tando fuertemente sobre el conocimiento 
de los mamíferos de Argentina, mediante 
el estudio del cúmulo de datos por él gene-
rados. Las colecciones de Budin no han es-
tado restringidas a mamíferos sino que se 
han extendido a otros campos de las cien-
cias naturales, como ornitología, herpeto-
logía, entomología y botánica. Innumera-
 
8 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
ble cantidad de los especímenes colectados 
aún no han sido analizados ni dados a co-
nocer. Durante su vida publicó algunas de 
sus propias observaciones, generando tra-
bajos en la revista El Hornero (Budin, 
1918, 1928, 1931). El estudio de los do-
cumentos que le pertenecieron, demuestra 
claramente que intentó continuar esa línea, 
pero numerosas de sus observaciones so-
bre comportamiento y aspectos de la histo-
ria natural de aves y mamíferos, no llega-
ron a publicarse (Barquez, en prep.). Nin-
guna relación ha sido tan afortunada para 
el conocimiento de la mastofauna argenti-
na, como la establecida entre Emilio Budin 
y Oldfield Thomas. Las formas descriptas 
por el mastozoólogo británico basadas en 
ejemplares colectados por Emilio Budin 
fueron dos especies y una subespecie de 
Didelphimorphia (marsupiales), cuatro es-
pecies y tres subespecies de Mus-telidae 
(zorrinos), dos especies y una subespecie 
de Canidae (zorros), una subespecie de 
Leporidae (conejo), 13 subespecies 29 es-
pecies y tres géneros de Muridae (peque-
ños roedores), dos especies y tres subespe-
cies de Caviidae (cuises), seis especies de 
Chinchiliidae (chinchillones), 12 especies 
y cuatro subespecies de Ctenom-yidae 
(ocultos o tucu-tucos), cinco especies de 
Abrocomidae (rata chinchilla), un género y 
dos especies de Octodontidae (rata cola 
peluda), una especie de Sciuridae (ardilla) 
y una especie de Cervidae (cor-zuela). En 
total, basado en los ejemplares colecciona-
dos por Budin, Thomas describió 96 nue-
vas formas, incluyendo cuatro géneros, 86 
de las cuales fueron de Argentina. Las car-
tas de Thomas permiten interpretar que la 
vocación hacia el estudio de las ciencias 
naturales fue transmitida a Budin por su 
padre. Una parte de la correspondencia es-
taba dirigida a Emilio Budin, padre, con 
quien había establecido una relación con 
anterioridad. No he encontrado cartas an-
teriores a 1912 dirigidas al padre, pero sí 
posteriores, cuando don Emilio ya era co-
leccionista para el Museo Británico. 
 La sospecha de que la influencia voca-
cional proviene de su padre, se ve reforza-
da por un obituario para éste, escrito por 
su amigo Eugene Pittard, en el Journal de 
Geneve, el 2 de noviembre de 1931. Allí 
destaca el gusto por las aventuras y por la 
caza, que llevaron a Budin (padre) a la ex-
ploración de regiones extremadamente po-
co conocidas, como el curso del Pilcoma-
yo, la zona que habitaban los indios tobas, 
y ciertas regiones de los Andes argentinos, 
donde tuvo la suerte de descubrir antiguas 
sepulturas indias. También menciona que 
"Los geógrafos recuerdan las expediciones 
de Crevaux en América del Sur, sobre todo 
en la Región del Gran Chaco Boreal que 
no era un territorio de fácil acceso. En 
Tucumán, Crevaux fue huésped de Budin. 
Este último, que conocía la región que 
quería recorrer el explorador francés, le 
advirtió sobre los riesgos que allí encon-
traría. Recordamos que Crevaux fue ase-
sinado por los indios tobas. Advertido de 
esta triste aventura, Budin tomó la ruta ya 
sea para tratar de encontrar a los miem-
bros de la expedición aún vivos, o tratar 
de recuperar los documentos científicos 
del explorador. Tuvo la suerte de recupe-
rar instrumentos y notas, y si la vida de 
tres sobrevivientes del grupo Crevaux no 
se pudo asegurar, no fue sin que Budin ha-
ya hecho el esfuerzo para ello. En recono-
cimiento de este esfuerzo y de su abnega-
ción, la Sociedad de Geografía de París lo 
designó con el Título de Miembro Honora-
rio. Hacia la misma época tuvo como 
huésped a Thouar, otro explorador que fue 
encargado por el gobierno francés para 
seguir la ruta recorrida por Crevaux, cuyo 
viaje también terminó trágicamente. Budin 
ha publicado, bajo un seudónimo, artícu-
los sobre la geografía del límite Bolivia-
Argentina-Paraguay, la cual hace 50 años 
formaba parte de territorios desconocidos. 
Durante más de 20 años asumió con total 
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 9
desinterés las funciones de Agente Consu-
lar Suizo, por las cinco provincias del 
Norte de la República Argentina y ofreció 
servicios considerables a nuestros compa-
triotas. Se interesaba muy vivamente por 
los asuntos del país que le había dado 
hospitalidad, razón por la cual tuvo más 
poder al ponerse al servicio de nuestros 
ciudadanos. En 1887, a causa de una gra-
ve epidemia de cólera que mató a una 
cuarta parte de los habitantes, combatió 
victoriosamente la lucha contra el flagelo". 
 
 
 
Primera hoja de la carta de O. Thomas a Emilio Bu-
din, solicitándole que coleccione para el Museo Bri-
tánico 
 
 La correspondencia entre Budin (hijo) 
y Thomas fue abundante y en algunas de 
sus cartas éste le indicaba lugares, áreas fi-
togeográficas o localidades que debían ser 
exploradas. En la mayoría de las cartas 
Thomas manifestaba su admiración por el 
excelente trabajo de taxidermia realizado 
por Budin y la confianza que depositaba en 
él en cuanto a la elección que podía hacer 
sobre los sitios de colecta. La carta más 
antigua encontrada está fechada en Lon-
dres el 25 de enero de 1912, escrita parte 
en francés y parte en español, tentándolo a 
colectar para la sección de mamíferos; le 
adjunta instrucciones para preparar los es-
pecímenes y los valores que puede pagar el 
Museo Británico por ellos. La vinculación 
laboral de Budin con el Museo Británico 
se establece formalmente más tarde, a tra-
vés de una carta de Thomas del 30 de julio 
de 1917 (ver foto). 
 La muerte de Oldfield Thomas, el 16 de 
junio de 1929, dejó inconcluso su estudio 
de las colecciones de Budin y nadie más 
realizó observaciones tan certeras y pro-
dujo tanto sobre éstas. En el obituario a 
Thomas, Pocock (1930) expresa: "...por un 
tiempo después de la muerte de su esposa 
el siguió trabajando como antes, pero a 
medida que transcurrieron los meses co-
menzó a extrañarla cada vez más y, final-
mente, cuando cesó su interés por el tra-
bajo zoológico y a mostrar inequívocos 
síntomas de desarreglo mental, pocos de 
sus amigos se sorprendieron ante el hecho 
de que muriera por sus propias manos en 
el mes de junio.” 
 Michael Roger Oldfiel Thomas estuvo 
al servicio del Museo Británico desde 
1876 hasta su retiro en 1923, continuando 
su trabajo en el Museo hasta su muerte en 
1929. Se unió al Departamento de Zoolo-
gía en 1878 como asistente a cargo de la 
sección de mamíferos y dedicó sus últimos 
50 años al desarrollo e incremento de las 
colecciones y especialmente a una prodi-
giosa producción de trabajos científicos y 
escritos que, sin duda, lo establecen como 
el más prolífico mastozoólogo en variedad 
y número de publicaciones y nuevos taxo-
nes descriptos (Hill, 1990). Publicó 1094 
artículos en los cuales propuso 2900 nue-
vos nombres para mamíferos. Su contribu-
cióna la mastozoología ha sido colosal, 
pero la historia ha mantenido una especie 
de silencio respecto a quienes fueron sus 
 
10 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
colaboradores. El magnífico esfuerzo de 
los coleccionistas y naturalistas a su servi-
cio ha sido, en parte, ensombrecida por la 
brillante luz emanada por Thomas. 
 De acuerdo a la correspondencia archi-
vada por Budin, se puede advertir que 
Thomas era muy consciente de lo que iba a 
suceder. Con fecha 10 de junio de 1929, le 
informa a Budin, a través del Sr. Charles 
Lockwood, su representante en Argentina, 
que debe dejar de colectar para el Museo, 
debido a su mal estado de salud y a otras 
razones particulares y que suspenda los 
viajes. Seis días después Thomas ponía fin 
a su vida. Budin continuó colectando para 
el Museo Británico por poco tiempo, a tra-
vés de la relación que se establece con 
Martin Hinton, a quién solicita que lo re-
comiende para trabajar en otras secciones 
del Museo, como la de Ornitología. Martin 
Hinton era amigo personal de Thomas du-
rante los últimos 15 años de su vida y efec-
tivamente la vinculación de Budin con el 
Museo Británico concluye con la desapari-
ción de Thomas. 
 
 
 
 
Fotografía de Oldfield Thomas publicada 
 el 29 de junio de 1929, en Illustrated London 
News, anunciando su fallecimiento. 
 
 Desde 1929 don Emilio continuó traba-
jando como naturalista, coleccionando pa-
ra diferentes investigadores o museos de 
Argentina y de otros países. Entre la lista 
de personas que estuvieron en contacto 
con él podemos mencionar a Jorge Casa-
res, Ro-berto Dabbene, Donald Dickey, 
Luis Dinelli, Cristóbal Hicken, Martin 
Hinton, Mi-guel Lillo, Luther Little, James 
Moffitt, Robert Thomas Moore, Lucía Ne-
grete, Wilfred Osgood, Rubén Plotnik, Fe-
derico Schreiter, Pedro Serié, Steward 
Shipton, Alexander Wetmore y José Yepes. 
 
LAS NOTAS DE LA EXPEDICIÓN 
 
 Por gentileza de su familia, hemos te-
nido acceso a una amplia documentación 
sobre la vida de Don Emilio Budin. En ella 
se encontraron fotografías y cartas de pres-
tigiosos naturalistas, personalidades de la 
ciencia y las notas originales de la expedi-
ción que se relata en el presente trabajo. 
Las notas perduraron en buen estado; fue-
ron escritas a lápiz, en tres pequeñas libre-
tas, en francés y fragmentos en castellano, 
como la lista de especies de plantas obser-
vadas. 
 
Edición de las notas 
 En la traducción se ha respetado cuida-
dosamente el sentido de los escritos. Parte 
de la puntuación ha sido agregada porque 
las notas originales prácticamente carecen 
de puntos y comas. Hemos separado los re-
latos por día, indicando las fechas en cusi-
vas y remarcando en negritas las que fue-
ron escritas por Budin. 
 Los subtítulos fueron agregados para 
facilitar la lectura y la ubicación geográfi-
ca de los relatos. Los miembros de la ex-
pedición y otros nombres citados por Bu-
din, en sus escritos, se indican en el Apén-
dice 3. Como notas al pie se agregan co-
mentarios relacionados con la fauna de 
aves y mamíferos observados a lo largo del 
trayecto por el naturalista, como así tam-
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 11
bién otras relacionadas con lugares y si-
tuaciones Particulares. Todas las localida-
des que registran mamíferos, que pudieron 
ser identificados con certeza, se indican en 
el apéndice 4. Éstas son relativamente 
exactas y representan sitios puntuales de 
distribución para mamíferos, que no fue-
ron publicados ni citados con anterioridad. 
 
Mapas y fotografías 
 El mapa del recorrido en territorio ar-
gentino y paraguayo (pag. 4) ha sido ela-
borado siguiendo los relatos y trazando la 
ruta sobre cartas del Instituto Geográfico 
Militar de Argentina: hoja 2363 (Tartagal), 
hoja 2563 (Monte Quemado), hoja 2560 
(Pirané), compiladas en 1957 y hoja 2360 
(Fortín Pilcomayo), compilada en 1939-
1941, todas a escala 1:500.000. Adicio-
nalmente se ubicaron localidades, sendas y 
otras referencias en las hojas 18 (Río Teu-
co) de 1932, hoja 2363-II (Santa Victoria) 
de 1970, de escalas 1:500.000 y la hoja 
3363-IV (Ingeniero Guillermo N. Juárez) 
de 1971 a escala 1:250.000. También se 
utilizaron: 1) Atlas de la República Ar-
gentina, 2ª edición, del Instituto Geográ-
fico Militar de 1954, 2) carta de Jujuy y 
Salta del Automóvil Club Argentino, pu-
blicación 843 y 3) Mapa de la República 
Argentina compilado por el Instituto Geo-
gráfico Militar, 1937, escala 1:1.500.000, 
del Ministerio de Defensa. Este último sir-
vió de base para la elaboración del mapa 
correspondiente al recorrido de la expedi-
ción en Bolivia y su regreso a la Ar-
gentina. 
 Las fotografías originales del viaje es-
taban muy deterioradas y poco claras. Es-
tas fueron escaneadas y retocadas con 
computadora, para hacerlas visibles y re-
saltar algunos detalles. 
 
Los días previos a la expedición 
 Algunos datos sobre los días anteriores 
a su incorporación a la expedición, entre el 
18 de agosto y el 1° de setiembre de 1906, 
se han obtenido de otros documentos rela-
cionados con el viaje, particularmente bo-
rradores de un "informe" elaborado para 
presentar al jefe, Sr. Otto Asp y una carta a 
su amigo Rodríguez.1 En el informe indica 
que el 18 de agosto llegó a Ledesma, don-
de encontró un sobre de Asp conteniendo 
100 pesos para gastos e instrucciones y ór-
denes para que se trasladara a Orán, donde 
debía encontrarse con la Expedición. El 19 
de agosto salió de Ledesma con tres ani-
males que había alquilado para dar alcance 
a la columna. Se dirigió hacia San Loren-
zo2 para recoger una mula dejada por Asp 
y un equipo de farmacia. En San Lorenzo 
hizo algunas compras y siguió viaje hacia 
Orán a marcha forzada. Tres días después, 
el 22 de agosto, llegó a Orán con el animal 
dejado por Asp en San Lorenzo “...muy 
cansado y en donde lo tuve que dejar a 
causa de que no podía seguir viaje, pues el 
animal era muy viejo y no podía ya dar un 
paso...” En Orán contactó a un Sr. Felys 
"...a quien fui a ver para tener noticias de 
Ud. Dicho Sr. me dijo que el Sr. Asp había 
salido el día anterior y que lo podía alcan-
zar en las Juntas de San Antonio.3 Allí tu-
ve que alquilar nuevamente un animal y 
comprarme montura pues la que tenía has-
ta Orán era alquilada.” El 23 de agosto de 
1906 sale desde Orán, camino a las Juntas 
 
1Coleccionista de la época, amigo de Budin. En la 
Colección Ornitológica Lillo, Facultad de Ciencias 
Naturales e Instituto Miguel Lillo, Universidad Na-
cional de Tucumán, existen registros de ejemplares 
coleccionados por Rodríguez en Mocoví, Chaco, en 
1903. 
2Localidad ubicada al Norte del Departamento Le-
desma, provincia de Jujuy. 
3Emilio Budin hace referencia a las Juntas de San 
Antonio situando a esta localidad en la confluencia 
de los ríos San Francisco y Bermejo, lo que coincide 
con el itinerario y con el punto de partida de la ex-
pedición. La cartografía actual denomina Juntas de 
San Antonio a la confluencia de los ríos Bermejo y 
Tarija, al Norte de Orán, de modo que es probable 
que el nombre de la localidad haya sido confundida 
por el Sr. Budin, aunque no el sitio hacia donde se 
dirigía. 
 
12 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
de San Antonio y en el informe a Asp es-
cribe: "al 
otro día salía yo del pueblito de Orán di-
rigiéndome hacia las juntas del San Fran-
cisco con el Bermejo.4 Anduve todo el día 
por entre hermosos bosques de quebra-
chos, tipas, lapachos. Al caer de la tarde 
después de haber andado unas 12 leguas 
di alcance a la retaguardia de la columna 
que seguía buen paso para encontrar al Sr. 
Hardy a quien remití la correspondencia;luego me fueron presentados el Dr. Evans, 
los Sres. Damianovich, Fernández, Galig-
maña y por último el Sr. Asp que se había 
adelantado mucho para buscar pasto para 
los animales. La tarde caía cuando el Sr. 
Asp dio la orden de descargar en un potre-
ro vacío...” 
 
 El 24 de agosto de 1906 es puesto en 
posesión de los elementos de colecciones 
dejadas por el Sr. Venturi.5 A las 11 de la 
mañana continúan la marcha hacia las Jun-
tas de San Antonio y "...hacia las 12 lle-
gamos al andén de Embarcación donde es-
taba amarrada la balsa sobre las orillas 
del Bermejo y que debía servir para pasar 
a la orilla opuesta ciertas cargas que co-
rrían peligro de mojarse. Dos horas des-
pués llegábamos a la finca llamada Las 
Cañadas6 en donde levantamos el campa-
mento...” 
 
 
4Budin escribía río Vermejo, con “V” lo que condu-
jo a Thomas (1918), en el segundo de sus trabajos 
sobre especímenes colectados por Budin, a referirse 
a la localidades “Manuel Elordi, Vermejo” y “Upper 
Vermejo.” 
5En los catálogos de la Colección Ornitología Lillo, 
de la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Mi-
guel Lillo, Universidad de Tucumán, existen ejem-
plares capturados por el Sr. Venturi en 1903, en la 
región chaqueña. 
6Esta Finca, Las Cañadas, estaba ubicada sobre el 
lado Sur del Bermejo, más o menos frente a Embar-
cación, y probablemente corresponde con la actual 
localidad Manuel Elordi. Allí comienzan sus notas 
de la expedición. 
 
PRIMERA LIBRETA7 
AÑO 1906 
Rosario 
 1° de setiembre.8 Partida de Cañadas. 
Terreno seco, árido - Mucho calor, máxima 
41. Llegada al Agua de Rosario,9 a las 
cinco de la tarde. Maté un murciélago. 
Peones insubordinados. Coleccioné plan-
tas. Campamento sobre uno de los brazos 
secos del Bermejo. Estancia de Caprile.10 
 
 2 de setiembre. Dos de la mañana, maté 
una corzuela. Coleccioné un cardenal sin 
copete11 y un Furnarius rufus.12 Después 
del mediodía cazamos un yacaré y prepa-
 
7La primera hoja de esta libreta lleva por título "Na-
turalista de la Expedición al Chaco - Otto Asp 
(1906-1907).” 18 de agosto - Junio 30. Estas fechas 
indican su llegada a Ledesma, desde Tucumán, con 
motivos de incorporarse a la expedición (ver Apén-
dice 2) y la finalización de la misma, probablemente 
con su regreso a Tucumán. A Las Cañadas llegan el 
24 de agosto y allí establecen campamento hasta el 
1° de setiembre, cuando se inician las notas de las 
libretas. 
8Del informe escrito por Budin al Sr. Asp: El 1° de 
setiembre nos pusimos en marcha hacia la finca del 
Rosario. El Sr. Galigmaña se despidió de nosotros 
para dirigirse hacia Yacuiba adonde nuestro jefe le 
mandaba cumplir una misión. La jornada fue muy 
pesada para nosotros. Todo el día anduvimos a tra-
vés de unos campos áridos completamente despro-
vistos de pasto y sin una gota de agua. Así pasamos 
por el campo del Cuero bajo un sol que parecía de-
rretirnos. Al caer de la tarde llegamos a uno de los 
brazos del Bermejo, que estaba seco; solo uno que 
otro charco de agua quedaba. Allí descargamos y 
fue levantado campamento. Durante los días de es-
tadía en Rosario coleccioné las pocas plantas que 
en flor estaban en esa época, entre ellas una magní-
fica enredadera y preparé también varias aves. 
9Rosario: localidad o caserío ubicado aproximada-
mente cinco kilómetros al Norte de la orilla Norte 
del río Bermejo y aproximadamente unos 30 kilóme-
tros al Este de Embarcación. 
10Probablemente el nombre correcto sea Caprik. 
11Paroaria capitata (Familia Emberizidae). 
12Hornero común. 
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 13
ramos a la noche la caza de un carpincho,13 
sin resultados por causa de un imbécil. Ti-
ré un cartucho de dinamita también sin re-
sultado. Calor excesivo. Durante la noche 
buen sueño. 
 Tres días en Rosario esperando que 
Hardy se reponga de las fístulas causadas 
por el envenenamiento de las picaduras de 
jejenes y mosquitos. 
 
 3 de setiembre. A la mañana maté una 
Poleopila dumicola,14 un Knipolegus cine-
reus,15 y un pequeño Phacelodomus16de 
garganta amarilla. Calor todavía más fuer-
te. Pasando de las Cañadas a Rosario hay 
un sitio, el Campo del Cuero,17 lugar triste 
y solitario sin una gota de agua, con gran-
des praderas de caña hueca, que indican 
que en verano estos terrenos deben inun-
darse. Nada más triste que los bordes del 
Bermejo a esta altura y sobre todo en esta 
época en la que el río tiene poca agua. Los 
bordes están poblados de sauces, tuscas, 
algarrobo negro y sobre todo de patos, 
guayatas, merganetas, otras especies de pa-
tos con espolón, tuyuyus, garzas, becaci-
nas y una cantidad de otras aves acuáti-
cas.18 A esta altura el Bermejo aun tiene 
 
13Hydrochaeris hydrochaeris, Familia Hydrochae-
ridae. 
14Tacuarita azul (Polioptila dumicola, Familia Sil-
viidae). 
15Podría referirse Knipolegus striaticeps (Familia 
Tyrannidae) cuyo nombre común en inglés es Cine-
reus Tyrant. Esta es una especie típica de los bos-
ques de galería del chaco. 
16Por la mención de “garganta amarilla” y la simili-
tud general de forma podría tratarse de Certhiaxis 
cinnamomea (Familia Furnariidae). 
17Zona ubicada al lado Norte del río Bermejo, a-
proximadamente a los 64º de longitud (Mapa de la 
República Argentina, 1937. Instituto Geográfico Mi-
litar). 
18Cuando menciona guayata probablemente se refe-
ría al ganso de monte (Neochen jubata), de aspecto 
muy similar a las guayatas del Sur de Argentina. Las 
merganetas (Merganetta armata) o patos de los to-
rrentes, aunque son característicos de los ríos de 
bastante corriente porque está cerca de las 
montañas que se elevan al Oeste, que son 
las cadenas de la precordillera de los An-
des. 
 
 4 de setiembre. Maté un yacaré. Caza 
de charatas.19 Día con mucho viento. En-
contré una planta trepadora muy bella y 
curiosa, parecida a una clase de orquídea. 
Cielo cubierto, por lo que el campamento 
estaba muy animado. 
 
Partida de Rosario 
 5 de setiembre. Viento toda la noche 
refrescando la atmósfera. Viento bastante 
fuerte toda la jornada. Tiempo fresco. Pre-
parativos para la partida que debe efec-
tuarse a las cuatro. Disección de varios 
cardenales. A las dos, captura de las mulas. 
Llegada del jefe. Cargamos animales que 
no están domesticados. Finalmente parti-
mos en bastante orden. Estamos obligados 
a hacer dos leguas de más para tomar la ru-
ta que conduce a Huiliche.20 Un baqueano 
nos acompaña. La noche cae,21 estamos 
sin luna. La oscuridad nos envuelve. La 
confusión empieza a sentirse en la co-
lumna. Damianovich viene atrás con los 
arrieros y las 50 mulas de recambio que 
son chúcaras y se dispersan en el follaje 
muy espeso sin poder hacerlas continuar 
su ruta. La mitad se pierde. Tiros en la par-
te de atrás y gritos adelante. Las mulas de 
 
montaña, podrían en esa época haber llegado hasta 
la zona, ya que Budin indica que no estaban lejos de 
las montañas de Orán. Los tuyuyus son las cigueñas 
de cabeza pelada (Mycteria americana, Familia Ci-
coniidae). Cuando menciona “becasinas” debía re-
ferirse a especies de aves de la Familia Scolopacidae 
(probablemente Gallinago paraguaiae). 
19Ortalis canicollis, ,,, Familia Cracidae. 
20Este es un Puesto actualmente llamado Gualicho, 
que se encuentra ubicado al lado de la Ruta 81 que 
une Hickman con Tartagal, en la provincia de Salta. 
21En el informe a Asp indica que a las seis de la tar-
de el sol se pone "...haciendo allá a lo lejos resaltar 
las cadenas de las montañas de Orán que ya perde-
remos bien pronto de vista...” 
 
14BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
carga toman la misma actitud, no quieren 
seguir más la ruta. Finalmente salimos del 
bosque, era hora. Hacemos una legua a 
través de una gran planicie de simbol. A 
nuestra izquierda un gran incendio ilumina 
el horizonte. Es el extremo del simbolar 
que estamos atravesando el que se quema. 
Felizmente no corre una gota de viento. 
Noche muy oscura. El cielo está salpicado 
de algunos nubarrones. Está muy fresco, 
hasta el punto de tener que ponernos los 
ponchos. Me detengo con el baqueano para 
esperar a la columna que marcha muy len-
tamente. El jefe, Sr. Asp, llega con el fren-
te de la columna, ordena detenerse para 
esperar a la segunda columna que lleva los 
animales. El Sr. Hardy se perfila en la 
sombra, lo reconozco por su voz. Más le-
jos viene el doctor. Al fin la primera co-
lumna termina por reunirse esperando a la 
segunda, que se hace oír a lo lejos por los 
gritos desesperados de los peones que ha-
cen enormes esfuerzos para mantener en 
fila a los animales que intentan dispersar-
se. Los peones tienen frío, algunos encien-
den fuego por aquí y por allá. Les reco-
mendamos a nuestros hombres tener mu-
cho cuidado de que el fuego no alcance los 
pastizales, porque nos veríamos cercados. 
Las mulas se impacientan al detenerse; al-
gunas se echan porque la carga es muy pe-
sada. Es necesario levantarlas porque esa 
posición, lejos de aliviarlas, las fatiga mu-
cho. Se percibe la segunda columna a al-
gunos metros; falta la mitad de los anima-
les que se dispersaron en la ruta. La confu-
sión es general. Todos proponen alguna 
idea: unos dicen que es necesario conti-
nuar, otros que es necesario quedarse por-
que la noche es demasiado oscura y no po-
demos abandonar a los animales fugados. 
Yo propongo acampar hasta el amanecer. 
En el acto, mi idea es bien recibida. Ata-
mos a los animales para no tener que re-
cuperarlos al alba. Esto nos daría mucho 
trabajo y nos retrasaría. El jefe da la orden 
de descargar, lo que se ejecuta al instante, 
ante el mando y son del clarín que suena y 
va a perderse a lo lejos en la planicie del 
chaco. Al cabo de algunos instantes todos 
nuestros animales están atados y todo está 
en orden. Por todas partes se ven en el sue-
lo los cuerpos de los peones y mis amigos 
que se han acostado sin comer ni beber, 
pues al día siguiente nos queda una etapa 
de 12 leguas a través de bosques raquíticos 
y de llanuras áridas, sin una gota de agua. 
Al cabo de unos instantes un gran silencio 
reina a nuestro alrededor. Se diría que es-
tamos en pleno desierto. Solo de vez en 
cuando, uno de nuestros animales golpea 
el suelo. 
 
Camino a Gualicho 
 6 de setiembre.22 Al alba el clarín me 
despierta, levanto la cabeza y veo a mis 
compañeros que se desperezan y se prepa-
ran para levantarse. En el aire se siente que 
va a ser un día de mucho calor. El cielo 
tiene su más bello azul. En estas regiones 
las noches son muy frescas y los días muy 
calurosos. Esta es la causa de que uno se 
 
22Para este día, en un informe a Asp, Budin escribe: 
“...Hacia las 12 del mediodía nos internamos por un 
monte bajo achaparrado donde abunda el quebra-
cho, sobre todo el blanco Aspidosperma eliptica y 
colorado Loxopteryguim pero de un tamaño dema-
siado pequeño para merecer la pena que se lo ex-
plote. Anduvimos más o menos cuatro horas por 
aquellos bosques tupidos y cerrados por una senda 
que justo permitía el paso de las mulas cargadas. 
En dicha senda vine observando cantidad de rastros 
de animales salvajes, de chanchos jabalíes Dycoti-
les torcuatus (pecarí de collar, Pecari tajacu, Fami-
lia Tayassuidae), de osos hormigueros (Myrmecop-
haga tridactyla, Familia Myrmecophagidae), leones 
(Puma, Felis concolor, Familia Felidae) y un rastro 
de tigre (Panthera onca, Familia Felidae) que es el 
primero que vi. Tal cantidad de rastros me hicieron 
observar que aquellos animales no podían vivir sin 
agua y que, por lo tanto, en algunos lugares de las 
selvas debían encontrarse fosas de agua llovida ig-
noradas en medio de esos malezales. Salimos por fin 
de aquel bosque aburrido donde hacía un calor in-
soportable para luego entrar en una pampa de sim-
bol. Luego otra vez bajo bosque durante unos mo-
mentos para esta vez ir a dar en el puesto que se 
llama Huiliche....” 
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 15
enferme muy fácilmente. Cada uno hace 
sus preparativos para la partida. Los caba-
llos están ensillados y las mulas cargadas. 
El clarín suena y la columna se pone en 
marcha, incluídos los pocos animales que 
forman una segunda columna. Damiano-
vich retorna para buscar a los animales 
perdidos en la víspera y continuamos nues-
tra marcha a través de planicies y bosques 
muy tristes y áridos, donde la tierra está 
agrietada como pidiéndole agua al cielo. 
Encontré, al borde del sendero, dos pájaros 
de los cuales uno era de la familia de los 
Formicarides23 y otro de la Tiranidae.24 
Descendí del caballo para saber la causa 
de su muerte; los recogí, los desplumé, no 
presentaban ningún indicio de herida ni 
contusión. Estaban muy flacos, en perfecto 
estado y concluí que se trataba de pájaros 
emigrantes extraviados que habían muerto 
de sed. Eran aproximadamente las diez de 
la mañana, el calor comenzaba a molestar-
nos; un gran silencio reinaba en la co-
lumna, el grito de los arrieros se dejaba oír 
cada tanto para animar a nuestras pobres 
bestias, a las que el camino muy arenoso 
hacía aún más penosa su marcha. 
 Atravesamos un claro de alrededor de 
una legua, cuando a lo lejos percibimos 
una nube de polvo. Era sin duda un viajero 
con el que nos cruzaríamos; al cabo de un 
instante pudimos distinguir un caballero 
que venía al galope en nuestra dirección. 
Pronto estuvo junto a nosotros; lo saluda-
mos y lo detuvimos para pedirle informa-
ción sobre la ruta a seguir y sobre todo te-
níamos mucho interés en saber si encon-
traríamos agua. Nos informó diciendo que 
el lugar a donde íbamos quedaba a cuatro 
leguas de donde estábamos, lo que nos 
animó un poco, pues creíamos que debía-
mos andar aún hasta la noche para llegar. 
Además nos dijo que había un pozo con 
una noria, como se llama en el país. Aun-
 
23Formicariidae. 
24Tyrannidae. 
que el agua era salada al menos podríamos 
dar a beber a los animales. Nos saludó y 
partió al trote y pronto desapareció en el 
alto pajonal que llamamos simbol. 
 La caravana retomó su paso lento y 
monótono; a través de los claros contem-
plaba el horizonte a lo lejos; por todas par-
tes estábamos rodeados por bosques de 
quebracho, duraznillos, mistoles y muchos 
otros árboles, pero lo que predomina es 
sobre todo el quebracho colorado. No está 
en gran cantidad, pero su extracción del 
bosque es muy fácil, pues no hay muchos 
otros árboles grandes y las picadas son po-
co costosas y fáciles de hacer. Atrave-
samos aún otro bosque durante aproxima-
damente dos horas y desembocamos de 
nuevo en otro claro casi de la misma di-
mensión que el precedente, es decir una 
legua o una legua y media. Estábamos 
aproximadamente en los tres cuartos del 
claro, cuando desde una especie de talud 
percibimos el puesto donde debíamos 
acampar esa noche. La animación ganó 
pronto a los viajeros. Los animales apura-
ron el paso al sentir, sin duda, el agua, 
pues desde la víspera a la mañana las po-
bres bestias no habían bebido nada y no 
habían dejado de marchar. 
 Pronto el ladrido de un perro se hizo 
oír. Un gallo cantó y una mujer de blanco 
apareció delante del rancho.25 Algunos 
minutos más tarde desmontamos en el bor-
de del bosque. Nuestros peones descarga-
ron las mulas que, impacientes, daban 
vueltas alrededor de la pared del pozo 
lleno, buscando apaciguar la sed.Pronto se encendieron cuatro fogatas 
formando un recinto cuadrado, que debía 
servir para resguardar a los animales du-
rante la noche, porque en este lugar co-
menzaban a pulular los indios. Los cam-
pamentos estaban divididos de esta mane-
ra: a la izquierda, al borde del bosque, el 
campamento del jefe, al que yo pertenecía; 
 
25Es la llegada al Puesto Gualicho. 
 
16 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
a la derecha el de Fernández; a la izquier-
da, a 100 metros, en el claro, estaba el de 
Hardy; a la derecha a otros 100 metros, el 
de Damianovich que no tenía más que tres 
peones. Los otros habían quedado atrás pa-
ra buscar las mulas. Esta disposición de los 
campamentos formaba el cuadrado dentro 
del cual los animales debían estar protegi-
dos durante la noche, por un peón de cada 
campamento y que debían cambiar cada 
tres horas; los peones de guardia estaban 
bien armados con sus carabinas y un re-
vólver y tenían la orden de dar la voz de 
alerta, cada tanto, para no dormirse. 
 Los peones se precipitaron hacia un 
gran pozo de donde un chico a caballo sa-
caba agua en una especie de cuba de cuero. 
Me acerqué para calmar mi sed, pues des-
de la víspera había agotado el agua de mi 
cantimplora. Apenas hice el primer trago 
cuando me vinieron unas fuertes ganas de 
vomitar. El agua era intomable, salada y 
amarga, purgativa. Esto mismo les pasó a 
los animales que a pesar de su sed apenas 
si pudieron beber. Me dirigí hacia el cam-
pamento. Los peones habían preparado ca-
fé que fue servido. Pero, qué desilusión! 
nosotros, que esperábamos apaciguar la 
sed con el café, creyendo que el gusto del 
agua sería más soportable, encontramos 
una droga infecta, algo así como café sala-
do y amargo. Tomé coraje porque tenía 
mucha sed. El doctor no podía beberlo. El 
jefe lo rechazó apenas lo probó; por mi 
parte bebí una segunda taza que más tarde 
castigó mi glotonería, porque al cabo de un 
tiempo sentí fuertes dolores de vientre co-
mo si hubiese tomado una purga. En efec-
to, estaba bien purgado. Esto no hubiera 
sido nada, pero me hizo venir cada vez 
más sed, como para volverme loco. Esto 
me hizo tomar, aunque con mucha repug-
nancia, una taza de mate cocido, que redo-
bló mi sed. Entonces, desesperado, me pu-
se a lamer la hoja de mi cuchillo que, en 
efecto, me alivió mucho. Me paseaba de 
un campamento a otro dirigiendo la misma 
súplica a todos, tienen ustedes un poco de 
agua? 
 Se resolvió enviar un peón tres leguas26 
más lejos con una mula cargada de dos ba-
rriles, porque se decía que había un pozo 
de agua un poco más potable. Los peones 
partieron al galope a pesar de la fatiga de 
la jornada y el cansancio de las pobres mu-
las. Pasaron cuatro horas de espera y de 
impaciencia; era casi media noche cuando 
se escucharon, a lo lejos, los gritos de 
nuestros arrieros que anunciaban su llega-
da: un formidable "hurra" de mis amigos, 
mezclados con los gritos salvajes de nues-
tros peones les respondieron. Diez minutos 
después los arrieros habían descargado los 
dos barriles llenos de agua. Todos se pre-
cipitaron, algunos con ollas, para calmar la 
sed. Se reanimaron las fogatas y se pusie-
ron las pavas al fuego. Pudimos paladear 
con delicia un café más pasable. Apaci-
guada nuestra sed cada uno se fue a su ca-
ma y reinó un gran silencio sobre el bos-
que y sobre la sabana; sólo el canto de al-
gún pájaro nocturno vino a turbar el silen-
cio del desierto. 
 
Camino a Corralito27 
 7 de setiembre. El sol comenzaba a apa-
recer sobre el horizonte cuando el jefe, que 
ya se había levantado, me llamó. Me incor-
poré de un salto. Tomé el clarín que estaba 
cerca colgado de la rama de un quebracho 
y, con todas las fuerzas de mis pulmones, 
toqué la diana que invadió con sus notas 
agudas y chillonas el espacio y fue a per-
derse a lo lejos en la planicie. En un ins-
tante todo el mundo se levantó, dispuesto a 
dejar este lugar inhóspito. Después de dos 
horas de trabajo activo, la caravana estuvo 
lista para continuar la ruta hacia el noroes-
 
26Aproximadamente a tres leguas de Gualicho, en 
las cartas geográficas antiguas se encuentra un sitio 
denominado Pozo Sacha Pera, que probablemente 
sea donde obtuvieron el agua. 
27Localidad ubicada aproximadamente 35 kilóme-
tros al Este de General Ballivián, provincia de Salta. 
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 17
te. El clarín sonó delante de la columna y 
partimos. 
 Penetramos en el bosque, un bosque ba-
jo y espinoso cuyo suelo estaba cubierto 
de chaguar con espinas feroces. Camina-
mos lentamente porque las mulas, endia-
bladas, salían de la ruta y se metían en los 
matorrales para intentar sacarse la carga, 
frotándose contra las ramas y los troncos. 
Esto ponía furiosos a los arrieros que da-
ban gritos desesperados, pero de a poco la 
marcha volvió a la calma y la caravana 
continuó su ruta silenciosa. Así marcha-
mos tres horas, siempre en el bosque ra-
quítico y triste, donde prácticamente el 
único árbol verde y de talla era el quebra-
cho. Yo los contaba para establecer una 
media de árboles por kilómetro y ver si es-
tos bosques valían la pena de ser explota-
dos. De golpe el bosque se cortó y ante no-
sotros se abrió un claro de casi una legua 
de diámetro que estaba dos o tres metros 
por debajo del nivel del bosque. En reali-
dad, todos estos claros en la estación de 
lluvias son verdaderos lagos. Yo me encon-
traba alrededor de un kilómetro por delan-
te de la caravana en compañía del Dr. 
Evans. Continuamos la ruta sin preocupar-
nos por el resto de la columna. Caminamos 
alrededor de media hora y vimos al borde 
del bosque una choza de paisanos. Apura-
mos el paso y llegamos pronto. Saludamos 
a la pobre gente y desmontamos. Cuatro o 
cinco perros flacos se acercaron a nuestros 
talones con un aire feroz, al no estar habi-
tuados a ver gente de nuestro color y equi-
pados de esta forma. Dirigí la mirada hacia 
la planicie y para mi sorpresa no vi la co-
lumna. Sólo vi al jefe que venía a más o 
menos 400 metros. Le pregunté al patrón 
de la casa, un gran viejo de barba larga, 
que me dijo que el camino que debíamos 
seguir doblaba hacia el Este; en efecto, le-
vanté la mirada y percibí la polvareda que 
levantaba la columna que bordeaba el lími-
te opuesto del bosque, es decir, de donde 
veníamos. En ese momento el jefe nos al-
canzó y nos dijo que al ver que las huellas 
de nuestros animales seguían derecho, se 
dio cuenta de que nos habíamos equivoca-
do de ruta. El doctor aprovechó para sacar 
una fotografía y retomamos la marcha para 
alcanzar la columna, a la cual llegamos rá-
pidamente. Al pasar cerca del rancho, al 
costado de la ruta vi un pozo de agua. Tiré 
un balde y le di de beber a mi pobre caba-
llo que desde el día anterior no había bebi-
do más que un trago de agua salada. Bebió 
un largo rato y continuamos nuestra ruta. 
El doctor y el jefe hicieron lo mismo. El 
camino arenoso se volvía pesado para 
nuestros pobres animales cansados y car-
gados. Esto nos hacía caminar lentamente 
y bajo un sol de plomo. 
 Otras cuatro horas en marcha nos con-
dujeron hacia otro claro más grande que el 
precedente, salpicado de cercas de árboles. 
Era Corralito, donde debíamos quedarnos 
dos o tres días para hacer descansar a 
nues-tros animales. Pasamos por delante 
de la casa del Sr. Rojas, patrón de la estan-
cia, que tuvo la amabilidad de ponerse a 
nuestra disposición, e indicarnos un lugar 
cómodo para establecer el campamento. 
En efecto, el lugar era oportunamente es-
pacioso, donde había algunos grandes al-
garrobos, desprovisto otra de vegetación y 
que ya había servido de campamento a una 
tribude indios matacos, de la cual queda-
ban todavía algunos restos de chozas gran-
des y bajas. Hicimos limpiar bien el suelo 
que podía albergar algunos insectos. Me-
dia hora más tarde las cargas de campaña 
fueron ubicadas y cada cosa fue puesta en 
su lugar. Las marmitas hirvieron y pronto 
todos nos pusimos a comer con gran apeti-
to. El café fue servido y cada uno se aco-
modó lo mejor posible para hacer su cama, 
que no era más que el “recao.” El silencio 
reinó pronto. Todos dormían. 
 
Corralito 
 8 de setiembre. El alba me encontró le-
vantado. Tomé un taza de café, puse los 
 
18 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
frascos para colectar en mis bolsillos, tomé 
mi fusil y mi cuchillo y partí a coleccionar. 
Seguí el borde del bosque que formaba una 
gran curva; no pude ver nada, ni un pájaro 
se movía. Levanté varios troncos de árbo-
les viejos cortados, que estaban sobre el 
suelo y no encontré ni un solo insecto. 
Continué mi marcha con la esperanza de 
encontrar algún ave, pero sólo vi unos pá-
jaros comunes,28 Saltator aurantirostris, 
Leucopogon, Malhenioptera hirupero y 
otros que viven en terrenos secos y areno-
sos. Me dirigía con las manos vacías, de 
regreso al campamento, cuando me pareció 
escuchar, a lo lejos, el canto de un carpin-
tero llamado pirro en el país, pájaro muy 
lindo de cabeza blanca con la parte de 
arriba manchada de un bello amarillo li-
món, es el Melanerpes candidus.29 Presté 
atención y escuché claramente un canto 
que es aquel que le ha dado su nombre en 
el país (pirroooo). Me dirigía hacia el cos-
tado de donde venía el canto y no tardé en 
ver a otro de los cantores. Disparé y el pá-
jaro cayó. Lo recogí y limpié la sangre que 
salía por el pico, al que llené de algodón. 
Cacé también un lindo cardenal30 de cabe-
za rojo vivo (pero no el cardenal común; 
éste difiere del cardenal que nosotros ve-
mos a diario por la ausencia del copete y 
por el gris que está sobre el dorso del pri-
mero, que es casi negro en aquel que aca-
baba de matar). 
 Regresé al campamento con pocas co-
sas para preparar y meter en la colección. 
Desayuné y me puse a preparar mis pieles 
cazadas, lo cual me llevó alrededor de dos 
 
28Saltator aurantirostris (Pepitero de collar, Fami-
lia Emberizidae); Leucopogon (se refiere al carpinte-
ro negro de dorso blanco, Campephilus leucopogon, 
Familia Picidae); Malhenioptera hirupero (se refiere 
a la monjita blanca, Xolmis irupero, Familia Tyran-
nidae). 
29Melanerpes candidus (pájaro carpintero blanco, 
Familia Picidae). 
30Cardenal chico o cardenal sin copete (Paroaria 
capitata, Familia Emberizidae). 
horas. Después de eso, puse en la colec-
ción algunas plantas que había recogido en 
mi recorrido; plantas comunes pero que el 
Ministerio me recomendaba, como árboles 
forestales: cebíl, quebracho, garabato, tus-
ca, que era el único que estaba florecido en 
esta época, a causa de la gran sequía. 
 La noche venía, la mitad del sol ya ha-
bía desaparecido en el horizonte, refle-
jando sus últimos rayos sobre algunas nu-
bes, cirrus, que se dispersaban a gran al-
tura. 
 El anochecer era calmo, una brisa tibia 
soplaba del Este, un dulce perfume de flo-
res de cebil y garabato colmaba el aire. Al-
gunos chingolos31 cantaban su canto noc-
turno, como despidiendo al sol. Un rebaño 
de ovejas volvía balando. Las vacas mu-
gían desde lejos con voz gruesa, que el eco 
repetía perdiéndose en la lejanía. Mis pen-
samientos se remontaron hacia el lugar 
donde yo había dejado a mis amigos, mis 
costumbres cotidianas; reviví por un mo-
mento la vida de la ciudad, cuando de re-
pente la voz del jefe me llamó, anuncián-
dome que la comida estaba servida, comi-
da frugal consistente en una sopa de maíz 
y charqui, que es carne ahumada. 
 
 14 de setiembre. Una linda mañana. 
Tomé mi fusil después de haber bebido mi 
café y me metí en el bosque con la espe-
ranza de ser más afortunado en la caza que 
los otros días. Caminé toda la mañana sin 
encontrar nada, excepto algunos loros que 
maté para no volver sin nada. Las corzue-
las,32 corzos, abundan así como los peca-
 
31Zonotrichia capensis (Familia Emberizidae). 
32En este párrafo Budin se refiere a corzos, corzue-
las, seguramente en referencia a macho y hembra. 
Los ciervos de los pantanos (Blastoceros dichoto-
mus) llegaban hasta las localidades de Urundel, Em-
barcación y Orán, en la provincia de Salta y también 
habitaba en la zona el ciervo de las Pampas (Ozoto-
ceros bezoarticus) (Mares et al., 1989). De acuerdo 
a la interpretación del texto Budin se refería a los 
ciervos de los pantanos como “ciervo” y al de las 
pampas como “gamo.” Habla de osos hormigueros, 
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 19
ríes y osos hormigueros, Tamandua, Mir-
mecophaga jubata y muchos animales de 
caza mayor, leones y tigres. En esta época 
la tierra está cubierta de hojas y ramas se-
cas, lo que hace que no podamos caminar 
sin hacer ruido, sobre todo porque tenemos 
que hacerlo a “cuatro patas” debido que el 
bosque es excesivamente frondoso. Volví 
al campamento, era la hora de almorzar y 
el calor estaba muy fuerte. Terminé de co-
mer y me fui a acostar un rato debajo de 
los algarrobos, únicos árboles que daban 
un poco de sombra. Me adormecí pero no 
tardé en despertarme debido a las moscas y 
jejenes que me picaban sin tregua. Tuve 
que batirme en retirada hacia un claro, 
donde los tábanos me dejaban más o me-
nos tranquilo, debido al viento que los 
ahuyentaba. Reposé un rato más y volví al 
campamento. Encontré al jefe haciendo 
observaciones para determinar el punto 
donde nos encontrábamos. Los otros com-
pañeros hacían sus tareas. Algunos peones 
estaban recostados y otros se divertían ju-
gando a la taba. Me puse a trabajar y pre-
paré algunos pajaritos comunes y un mur-
ciélago matado la noche anterior, especie 
de pequeño vampiro33 que causa mucho 
perjuicio al ganado por las profundas heri-
das que les hace para chuparles la sangre; 
estas heridas se llenan de gusanos que las 
moscas depositan y causan la muerte de 
muchos animales si no se curan. 
 Pasaron dos días sin incidentes, cuando 
uno de los peones nos anunció que el Caci-
que Pispilo,34 a quien había hecho llamar 
 
pero escribe “tamandua,” en clara referencia al oso 
melero (Tamandua tetradactyla) y también mencio-
na como Mirmecofaga jubata al oso hormiguero 
(Myrme-cophaga tridactyla), ambos del Orden Xe-
narthra, Familia Myrmecophagidae. También cita en 
este lugar huellas de pecaríes, leones y tigres. 
33Este registro del vampiro (Desmodus rotundus, 
Orden Chiroptera, Familia Phyllostomidae) es in-
teresante ya que no se conocían datos tan antiguos 
sobre la presencia de esta especie en la zona. 
34En otros párrafos se refiere al Cacique Pispil, Pis-
pile, o Pispilo, indistintamente. 
el jefe, había venido a visitarnos. Lo hici-
mos pasar. Era un viejito de ojos vivos y 
maliciosos, de mirada segura. Le hicimos 
algunos regalos, algunos metros de tela ro-
ja, su color preferido, algunas vitolas,35 
unos porotos, un poco de yerba y de azú-
car. Después le pedimos que nos diera un 
intérprete de su tribu con la palabra de or-
den para pasar sobre sus dominios sin ser 
incomodados. Él no se mostró dispuesto a 
acceder a nuestro pedido porque decía que 
anteriormente le habían hecho la misma 
demanda y lo habían engañado; que noso-
tros veníamos con el pretexto de matar 
langostas,36 o no importaba qué otro moti-
vo y que después los sacábamos de sus tie-
rras, que los expulsábamos echándolos a él 
y a los suyos, a tiros de carabina. Refle-
xionó y prometió darnosun baqueano in-
térprete que nos ayudaría a atravesar sus 
tierras que se extendían muy al Sur, a unas 
60 leguas de allí. Nos saludó y se reunió 
con otros dos indios que lo esperaban a 
una corta distancia. Los miramos alejarse 
cuando, alrededor de los 200 metros, los 
vimos agacharse y recoger alguna cosa en-
tre los pastizales, eran armas que habían 
traído, de las que no se separaban nunca, 
ya que nada hay más desconfiado que un 
indio. 
 
 15 de setiembre. Esperaba en mi carpa 
mientras me preparaba, cuando escuché a 
los peones dar alaridos. Salí a ver lo que 
pasaba y vi a un peón que venía de ensillar 
una de nuestras mulas para domarla, ya 
que estuvimos obligados a comprar mulas 
que no estaban amansadas, porque no en-
contrábamos otras. Al principio la mula 
 
35Plantillas utilizadas para calibrar balas de fusil. 
36De acuerdo a información publicada en la Revis-
tas Caras y Caretas de 1907, y el diario La Nación 
del jueves 18 de julio de 1907, en el Artículo “Ex-
ploración al Chaco-La Expedición Asp,” el motivo 
de la expedición era la búsqueda de los viveros de 
las langostas que estaban produciendo severos per-
juicios a la agricultura. 
 
20 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
caminaba bien, tenía un aire manso, no 
buscaba dar patadas. Estaba sujetada por 
un segundo peón que la llevaba de una lar-
ga cuerda, cuando de repente dio una pata-
da de costado y salió corriendo. El peón, 
que había tomado confianza, viendo en un 
primer momento que la mula era tan mansa 
y que no se esperaba de ninguna forma 
semejante embestida, perdió el equilibrio. 
Se cayó con tanta mala suerte que su pie 
quedó enganchado en el estribo. La mula, 
sintiendo este cuerpo entre sus patas, tuvo 
miedo y partió hacia el fondo del terreno 
arrastrando y dando patadas al desafortu-
nado. Todo el mundo corrió en su ayuda y 
el animal fue rápidamente detenido. Des-
enganchamos el pie del peón del estribo y 
lo paramos. El no pudo sostenerse. Lo sos-
tuvimos para impedir que se cayera. Esta-
ba muy pálido, respiraba difícilmente y 
apoyaba su mano sobre el estómago donde 
debió haber recibido una patada. Lo lle-
vamos hasta la carpa del Dr. Evans quien 
lo auscultó y lo examinó. Luego de un 
examen detenido declaró que se había roto 
la última costilla. En efecto, la parte indi-
cada comenzó a hincharse. El doctor co-
menzó a trabajar, volvió a colocar la costi-
lla en su lugar y vendó al enfermo que fue 
puesto en una cama de paja, con la re-
comendación del médico de no moverse, 
porque a pesar de que no era serio, era ne-
cesario inmovilizarlo. Tenía algunas otras 
contusiones pero sin importancia. A la tar-
de Hardy partió hacia el Pilcomayo y Bue-
na Ventura37 con dos peones. Todos la-
mentamos su partida a pesar de que debía 
reunirse con nosotros 15 días más tarde, al 
borde del Pilcomayo, pero más al Sur. 
 
 17 de setiembre. Dos días después de la 
partida recibimos noticias suyas. Nos con-
taba que se había perdido y que había lle-
gado, al día siguiente de su partida, a Zo-
pota donde debía haber llegado durante la 
 
37Buenaventura. 
tarde del día mismo en que había partido. 
Además, escribió que había visto a Pispilo, 
el jefe indio, yendo hacia Zopota. Que éste 
le había dicho que no confiaba en noso-
tros, que queríamos apoderarnos de sus 
tierras y matarlo. Todo esto no era más que 
un pretexto para sacarnos regalos. Ante es-
to resolvimos, con el jefe, que al día si-
guiente el Sr. Rojas y nosotros teníamos 
que ir a Zopota para recordarle a Pispilo 
que debía mantener su palabra. El jefe re-
solvió esperar un día más para hablar con 
Pispilo. Tomé mi fusil y fui a recorrer los 
alrededores. El día estaba fresco, el cielo 
cubierto. Estaba dispuesto a caminar; bor-
deaba el bosque cuando divisé una corzue-
la de gran porte, esperé que saliera un po-
co de las ramas que me la escondían, ella 
cambió su dirección y desapareció entre 
las malezas; le apunté y tiré. El animal, al-
canzado por las balas, cayó. Yo corrí para 
matarla del todo, pero se levantó y arras-
trándose se perdió en el pastizal. Busqué 
en vano por todas partes sin poder encon-
trarla. Sin duda debió haber hecho unos 
100 metros prácticamente muerta. Seguí 
caminando bajo los bosques espinosos que 
me obligaban a andar casi a “cuatro patas,” 
enganchándome en todo momento con las 
ramas de los garabatos que me obligaban a 
detenerme y desenganchar los pedazos que 
quedan agarrados porque las espinas, en 
forma de agujas, son muy duras y no se 
desprenden fácilmente. Caminé así durante 
una hora esperando desembocar en un cla-
ro que, según mis cálculos, debía estar 
muy cerca, pero no tardé en darme cuenta 
de que estaba en una ruta equivocada. Mi-
raba el cielo para ver si podía distinguir la 
posición del sol a través de las nubes para 
orientarme, pero no pude distinguir su lu-
gar exacto. Cambié de dirección con la es-
peranza de encontrar alguna salida, caminé 
mirando hacia la derecha y hacia la iz-
quierda para ver si percibía algún sendero 
y vi, entre los árboles, a unos 30 metros, 
una cosa como un gran nido. Me acerqué y 
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 21
me encontré en presencia de una tumba aé-
rea, una tumba de un indio mataco, un ver-
dadero nido de águila que se elevaba a un 
poco más de tres metros del suelo. Ramas 
entrelazadas y pasadas de una gruesa rama 
a la otra, formaban la base; el resto era de 
pequeñas ramas y paja, formando un nido 
casi redondo. Miré hacia adentro, pero no 
había nada. Los animales salvajes y las 
aves rapaces debían haber hecho desapare-
cer todo, o los indios habrían enterrado los 
restos porque su costumbre, cuando el es-
queleto es despojado de su carne, es que-
mar o enterrar los restos. Seguí mi ruta du-
rante una hora más, aún sin poder orien-
tarme. Decidí subirme a un árbol para ver 
si podía distinguir el claro. Me saqué el 
abrigo y escalé un quebracho bastante alto. 
No pude distinguir nada. Descendí y me 
puse en marcha cuando, a lo lejos, escuché 
cotorrear a los loros. Allí yo tenía la espe-
ranza de encontrar el claro porque los lo-
ros se internan poco en los bosques y bus-
can, sobre todo, sus bordes. En efecto, ca-
miné un poco más de media hora y me di 
cuenta de que los árboles comenzaban a 
ser más bajos y menos espesos. Al cabo de 
unos minutos vi delante el claro que se-
guía. Doblé sobre mi izquierda y me dirigí 
hacia el campamento que debía estar a al-
rededor de media legua. Media hora más 
tarde me encontraba en el campamento. 
Encontré al jefe trabajando con sus notas, 
los peones estaban matando una vaca para 
ahumarla y conservar la carne para el via-
je. Pensamos partir uno de esos días, pero 
esperamos el regreso de un peón que ha-
bíamos enviado a Luna Muerta, nueve le-
guas más al Sur, para buscar un indio que 
decían era muy influyente y conocía bien 
el interior del chaco; si venía lo tomaría-
mos como intérprete. El día se terminó sin 
otro incidente y preparé algunas provisio-
nes para el viaje del día siguiente. Eran las 
nueve cuando me fui a acostar. El campa-
mento estaba en silencio. Me dormí con-
templando las estrellas muy brillantes. Ve-
nus38 brillaba por arriba de mi cabeza, con 
todo su esplendor. 
 
Trayecto El Pilar-Guamachi-Zopota 
 18 de setiembre. Eran las cuatro cuando 
el jefe me llamó; me vestí en un abrir y ce-
rrar de ojos. Mientras tomábamos una taza 
de café ensillamos los caballos y partimos. 
Tomamos la dirección del Este en medio 
de grandes praderas rodeadas de bosque. 
Estas praderas están cubiertas de simbol, 
especie de gramínea y hacen el efecto de 
una plantación de trigo. Caminamos en la 
delanterael jefe y yo, el peón atrás. Seis 
horas de marcha nos condujeron hacia un 
lugar llamado El Pilar,39 donde estaba uno 
de los puestos, donde dimos de beber a los 
animales. Del total de pozos, las tres cuar-
ta parte de las veces son salados. De allí 
pasamos a Huamacho,40 que está a la mis-
ma distancia de camino que la ya recorri-
da, siempre en las mismas planicies de 
simboles y de bosques, la verdadera saba-
na. De allí pasamos a Zopota. Remarqué 
que a medida que avanzábamos los árboles 
tenían un aspecto más verde y más alto; 
más pájaros, aunque seguían siendo esca-
sos. Muchos árboles que no estaban en 
flor en Corralito, estaban en plena flora-
ción en este lugar. Tal vez el agua se en-
contraba a menos profundidad. Entre los 
árboles que estaban en flor, remarqué la 
brea, algunos lapachos, la naranjilla, que 
se parece al naranjo por ser verde oscuro. 
Los tres cuartos de los algarrobos habían 
florecido. Nos equivocamos al hacer un 
camino que iba hacia el Norte, recorriendo 
así dos leguas de más. Debimos pasar a 
través del bosque para retomar la ruta; pa-
 
38Probablemente no se trate de Venus ya que éste 
brilla como lucero de la mañana y de la tarde y las 
notas se refieren a la noche. 
39El Pilar o Pilar: localidad no localizada en los 
mapas consultados pero, de acuerdo a los relatos, se 
encuentra muy próxima a Corralito, camino a Gua-
machi. 
40Guamachi. 
 
22 BARQUEZ: VIAJES DE EMILIO BUDIN 
 
samos a través de las espinas en medio de 
los chaguares. A Zopota se la llama Lagu-
na de Zopota y en el invierno no tiene una 
gota de agua. Seguramente aquel que la 
bautizó la conoció en verano, debido a que 
todas estas cañadas se inundan. Tomamos 
un mate y el peón capataz, que estaba en-
cargado del puesto, hizo llamar al famoso 
Cacique Pispilo el cual no tardó en apare-
cer con dos hombres que lo seguían bien 
armados. Vino a estrecharnos la mano y 
sus primeras palabras fueron "delle de yo-
cua," tabaco en mataco. El jefe le dio a ca-
da uno un puñado y algunos papeles de ci-
garrillos, los enrollaron rápidamente y se 
pusieron a fumar. Hicimos venir un peón 
que hablaba el toba y le pedimos que le di-
jera a Pispilo que debía cumplir la prome-
sa que nos había hecho, de darnos un ba-
queano para ir a la laguna que buscába-
mos. Nos dijo que su guía no estaba por 
allí porque había partido al desierto. Luego 
de un segundo puñado de tabaco, que lo 
cautivó de antemano y algunas promesas 
de regalos, le arrancamos la palabra de que 
nos daría a su hijo como guía hasta un pri-
mer pueblo indio y que de allí nos haría 
conducir por otro guía hasta otro pueblo. 
La noche venía, nos acostamos; yo tenía 
un fuerte dolor de cabeza, me dormí. 
 
 19 de setiembre. Al amanecer nos pusi-
mos en ruta para regresar al campamento 
de Corralito. Llegamos a Huamacho. El 
jefe se separó de nosotros para ir a Esteri-
tos, donde decían que había un hombre in-
dio que conocía bien el interior y la lengua 
toba. Seguí mi ruta hacia Pilar. Sobre la 
margen de un bosque vi un corzo, le tiré y 
cayó. Lo vaciamos y le pusimos algunos 
yuyos en el interior para que no sangrara 
tanto y el peón lo puso sobre la montura de 
su caballo y seguimos la ruta hacia el Oes-
te. Una hora después llegué a Pilar. Esperé 
al jefe bebiendo mate y café para pasar el 
tiempo. Se hicieron las cuatro y el jefe no 
había vuelto. Me puse en marcha pensan-
do que debía haberse quedado en Esteritos 
esa noche por quién sabe qué causa. En la 
ruta le disparé a algunos avestruces41 que 
huyeron debido a que les tiré de muy lejos 
y no les veía más que las cabezas por las 
altas pajas del simbol. Seguimos nuestra 
ruta. Yo me había sacado mi abrigo. La 
jornada refrescó, es decir que la tempera-
tura estaba tibia y muy benigna. En el ho-
rizonte, el sol se ponía emitiendo los más 
vivos de sus colores; de repente se tornó 
más rojo y parecía una verdadera bola de 
fuego, un color de fundición; podríamos 
decir que era la luna llena, pero toda roja. 
Era un presagio de que al día siguiente ha-
bría mucho viento. Llegué al campamento, 
todo estaba como siempre. Al verme llegar 
solo, los compañeros me pidieron noticias 
del jefe, estaban sorprendidos de verme sin 
él. Entonces les expliqué el motivo y ter-
quedad del jefe que, a pesar de mi insis-
tencia, no quería tomar un guía ni que el 
peón que debía acompañarme lo siguiese. 
Nada pudo hacerlo consentir. Lo espera-
mos, cenamos, pero el jefe no había llega-
do aún. Nos paseábamos de un lugar a otro 
del campamento cuando de pronto escuché 
de lejos un disparo. La primera idea que 
tuve, como todo el mundo, fue que el jefe 
se había perdido en la noche, que estaba 
muy oscura. Tomé una carabina e hice 
fuego. Galigmaña fue a buscar un globo 
con fuego de artificio para hacer una señal. 
 Tuvimos toda la dificultad del mundo 
para inflar nuestro globo, pues la brisa lo 
hacía ir de un lado a otro y no dejaba en-
trar el humo. Al cabo de una media hora, a 
fuerza de trabajo, el globo se infló pero 
muy poco. Encendímos el fuego de artifi-
cio y lo dejamos ir. Se elevó muy lenta-
mente y rozó la punta de los algarrobos. 
Faltó poco para que se enganchara; la brisa 
lo tomó y lo empujó hacia el Oeste, siem-
pre muy bajo, el viento no lo dejó elevarse 
y se perdió por sobre el bosque. Hice dos 
 
41Ñandú (Rhea americana, Familia Rheidae). 
 
MASTOZOOLOGIA NEOTROPICAL PUBLICACIONES ESPECIALES, N° 1 23
disparos de carabina, escuché un instante 
si me respondían pero ninguna detonación 
se hizo escuchar. Esperamos un rato co-
mentando la ascensión del globo; unos de-
cían que el viento era la causa por la que 
no se había elevado, otros decían que no 
estaba suficientemente inflado. Así pasó 
una hora y cada uno se retiró a su “nido.” 
 
 20 de setiembre. Al salir el sol yo ya 
estaba levantado. Observé al horizonte pa-
ra ver si percibía al jefe y nada apareció a 
mi vista. Esperamos así hasta las nueve 
cuando a un peón, que venía de Pilar, le 
preguntamos si había visto a nuestro jefe. 
Nos respondió que el día anterior, hacia las 
cinco, el jefe había pasado por Pilar. No 
había duda, el Sr. Asp se había perdido. 
Inmediatamente fue una carrera a ver 
quién ensillaba más rápido para salir en su 
búsqueda. Fernández ensilló su mula y 
partió con un peón. Damianovich hizo lo 
mismo. 
 De la estancia, el Sr. Rojas envía tres 
indios. Yo, por mi parte, como estaba segu-
ro que el Sr. Asp no estaba lejos, monté el 
telescopio y observé el horizonte. Había 
pasado apenas una hora cuando escuché 
gritar a los peones. Eché un vistazo sobre 
el claro y percibí a 600 metros al jefe que 
venía en compañía de Fernández; estába-
mos muy contentos de verlo sano y salvo. 
Nos contó que la noche lo había tomado en 
la ruta y no viendo a dos pasos ató su mula 
y se acostó, sin tener nada para comer ni 
beber. Había estado en Esteritos donde ha-
bía contratado al peón, un baqueano. En 
un primer momento no quería venir, pero 
luego de algunas amenazas del jefe, que le 
dijo que si no consentía en venir lo obliga-
ría por la fuerza, él aceptó. El jefe estaba 
enojado; cuando lo saludé y le pregunté 
cómo estaba me respondió, como un re-
proche, que yo había comido algunos ins-
tantes antes que el llegara, “Usted ve, estoy 
bien, pero no he comido desde ayer,” y me 
callé. Justo en ese momento el Sr. Rojas le 
dio una taza de leche y un pedazo de torti-
lla. Le servimos una segunda taza y no se 
hizo de rogar en aceptarla. Tenía el aspecto 
de muy agotado; debió haber dormido muy 
mal, encima de todo no quería confesar 
que no había dormido para nada y que ha-
bía buscado orientarse. Regresé al campa-
mento,

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