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CONTENIDO Prólogo 1. La caída de Satanás 2. El pecado de Satanás 3. La jerarquía satánica 4. Satanás conquista la tierra 5. Satanás, el engañador 6. Satanás, el pervertidor 7. Satanás, el imitador 8. Satanás, el inicuo 9. Satanás, el rebelde 10. Perseguidos por un león rugiente 11. La doctrina de Satanás 12. La respuesta de Satanás a la predicación de la Palabra 13. Cómo tienta Satanás 14. Los pasos de Satanás en la tentación 15. Cómo obra Satanás 16. Cristo conquista a Satanás 17. La autoridad del creyente sobre Satanás 18. Cómo hacer huir al adversario 19. La comunicación con los demonios 20. El destino de Satanás PRÓLOGO Ningún comandante militar pretendería vencer en la batalla sin conocer al enemigo. Si prepara un ataque por tierra, ignorando la posibilidad de que el enemigo pueda atacar por aire o por mar, estaría posibilitando una derrota. Si prepara un ataque por tierra y por mar, ignorando la posibilidad de un ataque aéreo, ciertamente echaría a perder la campaña. Nadie puede salir victorioso ante el adversario de nuestras almas a menos que conozca a dicho adversario; a menos que entienda su filosofía, su manera de obrar, sus métodos para tentar. Hoy se habla muy poco hablar de Satanás, y en consecuencia muchos que reconocen su existencia y saben que es el enemigo de nuestras almas, no están en condiciones para enfrentarlo. Ignoramos la naturaleza de aquel que golpea a la puerta de nuestro corazón. Desconocemos lo que la Biblia enseña acerca de su persona, sus métodos, sus planes, su programa y sus artimañas. En consecuencia, caemos en la derrota. ¡Sería completamente insensato que un médico que ha descubierto un cáncer de pulmón en un paciente le recetara una pomada para los callos, indicándole aplicársela sobre el dedo meñique del pie! El tratamiento debe adecuarse a la enfermedad. Si hemos de vencer en la lucha en la cual hemos entrado desde el momento en que aceptamos a Cristo como Salvador, necesitamos comprender las Escrituras que nos revela la persona y la obra de aquél con quien estamos luchando. Es nuestro deseo examinar las Escrituras para aprender de su extensa revelación la naturaleza de nuestro adversario, el diablo, sus engaños, sus doctrinas y sus planes —a fin de poder descubrir sus movimientos en nuestra experiencia cotidiana. La victoria está a nuestra disposición. Pero ella depende del conocimiento. Confiamos en que estas páginas sean usadas por el Vencedor para llevarnos a la victoria. Una mención especial y un profundo agradecimiento a la Srta. Nancy Miller y a la Sra. Reba Allen por su inestimable colaboración, brindada como al Señor, en la tarea de elaborar este manuscrito para su publicación. De no ser por su trabajo, este libro no se hubiera publicado. Quiera el Señor concederles gran gozo mientras Él se complace en usar esta obra, en la que ellas tuvieron una participación importante, para difundir el conocimiento de Su victoria. J. DWIGHT PENTECOST Dallas,Texas. 1 La caída de Satanás Ezequiel 28:11–27 ¿DE DÓNDE vino Satanás? ¿Creó Dios al Diablo? ¿Es Dios el responsable de que exista el mal? Estas preguntas asedian a la persona que tropieza con la existencia de nuestro adversario a la luz de la revelación bíblica de la santidad de Dios. La filosofía jamás podrá dar una respuesta satisfactoria a estas preguntas. La única respuesta satisfactoria es la que nos proporciona Dios en Su Palabra. En Ezequiel 25–32 el profeta se halla pronunciando el juicio sobre muchos de los enemigos de Israel. Describe el juicio divino de Dios sobre las naciones que han perseguido a Israel. En el capítulo 28, versículos 1 al 10, ha entregado un mensaje de juicio contra la tierra de Tiro. Tiro, una parte de la Siria bíblica al norte, ocupada por los fenicios, era uno de los principales enemigos de Israel. Pero en los versículos 11 al 17 el profeta va más allá del verdadero «príncipe de Tiro», el rey de esa nación, y dirige un mensaje de juicio sobre aquel que controlaba al «príncipe de Tiro», y a quien se denomina el rey de Tiro. Debiéramos observar que Satanás obra por intermedio de los hombres. En muchas ocasiones obra por medio de los gobernantes. Como Satanás deseaba exterminar a Israel para que el Mesías de Dios no pudiera venir a bendecir la tierra por intermedio de esa nación, puso a las naciones gentiles en acción contra Israel. Los gentiles al perseguir y tratar de exterminar a Israel estaban ejecutando la filosofía y el programa de Satanás sin reconocerlo ni darse cuenta de ello. Y así como el profeta pronuncia el juicio sobre este enemigo de Israel en los versículos 1 al 10, prosigue para dar un mensaje de juicio sobre quien controla a estos príncipes gentiles. Satanás era conocido al principio por el nombre de Lucifer, que significa «el portador de luz», «el ser brillante» o «el resplandeciente». En Ezequiel 28:11–13 descubrimos por qué su nombre era tan apropiado. El profeta comienza su juicio diciendo «levanta endechas sobre el rey de Tiro (esto es, sobre Satanás mismo) y dile: Así ha dicho Jehová el Señor: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura». El versículo 12 nos describe algo de la perfección de Lucifer antes de su caída. Lucifer fue un ser creado. Se señala esto en el versículo 15. «Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.» Sólo Dios es eterno. Sólo Dios posee la vida eterna o vida increada. Todo lo demás que tiene vida existe porque Dios lo creó. Todas las cosas creadas tienen una vida distinta de la que tiene Dios, un tipo de vida creada. Dios en su obra de la creación comenzó creando una hueste innumerable de seres angelicales, uno de los cuales fue Lucifer. Como criatura éste se hallaba obligado a adorar, servir y obedecer al Creador. Satanás no fue creado como el diablo que llegó a ser por su rebelión. Las Escrituras testifican en el versículo 15: «Perfecto eras en todos tus caminos», refiriéndose a Satanás. No sólo era perfecto en todos sus caminos, sino que de acuerdo con el versículo 12, era la suma de la sabiduría y la hermosura. En primer lugar, Lucifer era el más sabio de todos los seres creados por Dios. Dios lo había puesto por encargado de todos los asuntos del dominio angelical. Aunque toda la autoridad residía en el trono de Dios, Él había delegado ciertas facultades administrativas en Lucifer. Dios lo había preparado por creación para el desempeño de estas funciones. La Palabra de Dios nos revela varias funciones que fueron asignadas a los ángeles por el Creador. En Efesios 1:21 descubrimos que existen distintos rangos o clases de ángeles. Se les menciona como principados, autoridades, poderes y señoríos. Estas cuatro palabras se refieren a distintos rangos o clases de seres angelicales, cada uno con sus propias responsabilidades, cada uno en su propia esfera, cada uno con su propio ministerio. Algunos seres angelicales tienen un ministerio de preservación. Por ejemplo, en Hebreos1:14 el autor nos dice que los ángeles son espíritus ministradores; es decir siervos que protegen y preservan a quienes serán los herederos de la salvación. Si Satanás pudiera hacerlo, despoblaría el cielo evitando que la gente reciba a Cristo por Salvador. Pero no puede hacerlo a causa del ministerio de los ángeles a favor de los que serán herederos de la salvación. En el Salmo 91:11. El Salmista dice que Dios «mandará a sus ángeles acerca de ti, para que te lleven en sus manos, para que tu pie no tropiece en piedra». Me alienta saber que algunos de los ángeles de Dios esperaron a través de los siglos hasta que yo naciera, me guardaron hasta que pude recibir a Cristo como mi Salvador, y continúan guardándome ahora. Cuando manejo mi automóvil por lasautopistas llenas de vehículos me siento agradecido de esta enseñanza bíblica. Innumerables huestes de ángeles, pues, fueron creadas para guardar y preservar a quienes habrían de ser los herederos de la salvación. Algunos ángeles son los agentes por medio de los cuales Dios realiza milagros. Tenemos un ejemplo de ello en Hechos 5:19, donde se relata que los apóstoles fueron librados de la cárcel por el ángel del Señor, quien les abrió las puertas. Ello sucedió nuevamente en Hechos 12:7-8. Dios fue quien libertó, pero se valió de los ángeles para efectuar el milagro. En Apocalipsis 16:1 descubrimos que ciertos ángeles tienen un ministerio de juicio. Leemos allí: «Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios.» Leyendo el Apocalipsis, observamos que los juicios de los últimos tiempos son administrados por medio de ángeles. Recordamos que cuando Dios juzgó a los egipcios a fin de que los israelitas fueran libertados de la esclavitud, fue un ángel el que recorrió la tierra para hacer morir al primogénito donde no hubiera sangre en el dintel y en los postes. Los ángeles, pues, tienen también un ministerio de juicio. Luego descubrimos en Hebreos 2:2 que algunos ángeles tienen un ministerio de revelación, que son como canales a través de los cuales la verdad de Dios es revelada a los hombres. Él nos dice en este versículo: «Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros...?» Quizá se refiera a la experiencia en el monte Sinaí, cuando la ley fue entregada a Moisés por medio del ministerio de los ángeles. Esta es otra clasificación del trabajo asignado a los ángeles. Como habrás observado, los ministerios ya enumerados tienen que ver con el hombre. Pero hay ángeles que realizan ministerios que tienen que ver con Dios. En Isaías 6:1 el profeta nos dice: «En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de Él había serafines...» Ahora bien, los serafines eran una clase de ángeles que ministraban a Dios. Los serafines en cuestión rodeaban el trono de Dios y daban voces el uno al otro diciendo «Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria». Estos ángeles son ángeles adoradores que protegen el trono de Dios contra cualquier invasión de impiedad. En el primer capítulo de la profecía de Ezequiel encontramos otra referencia a estos seres angelicales, mencionados en el versículo 5 como «cuatro seres vivientes». En el versículo 13 descubrimos que tenían una apariencia semejante a «carbones de fuego encendidos, como visión de hachones encendidos que andaba entre los seres vivientes; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos. Y los seres vivientes corrían y volvían a semejanza de relámpagos». Observarás que se hace referencia a los ángeles como «encendidos», como «resplandecientes», como «hachones encendidos» o como «relámpagos». El término serafín en Isaías 6:2 significa literalmente seres resplandecientes o seres encendidos. En este capítulo 1 de Ezequiel se describe el brillo que emanaba de estos seres angelicales. En Ezequiel estos «seres vivientes» del capítulo 1 son denominados querubines: «Miré, y he aquí en la expansión que había sobre la cabeza de los querubines como una piedra de zafiro, que parecía como semejanza de un trono.» El versículo 3 prosigue: «Y los querubines estaban a la mano derecha de la casa cuando este varón entró; y la nube llenaba el atrio de adentro. Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima del querubín.» Al referirse a los querubines, los profetas están hablando de otra clase de ángeles que tenían un ministerio ante el trono de Dios, distinto del de los serafines. Los querubines se mencionan varias veces en la Palabra de Dios. En Génesis 3:24, luego del pecado de Adán y Eva, Dios los expulsó del huerto y puso querubines y una espada encendida a su entrada para guardar la entrada del huerto. La próxima referencia a los querubines se halla en Éxodo 25:18 cuando se le mandó a Moisés hacer un arca, el arca del pacto; debía construirse un propiciatorio que sirviera de cubierta al arca y debían colocarse dos querubines encima del arca y rodeando el propiciatorio. Luego en Apocalipsis 4:8-9 hallamos otra referencia a estos seres vivientes llamados querubines. Juan nos dice que «no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. Y... aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos». Observarás que estos seres vivientes de Apocalipsis 4 son adoradores. Mientras los serafines decían «santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso» estaban mirando alrededor del trono para protegerlo de cualquier invasión de impiedad. Cuando los querubines rodean el trono están mirando hacia él y declarando que el que se halla sentado sobre el trono es «santo, santo, santo... Señor Dios Todopoderoso». Los querubines de Génesis 3 a la entrada del Edén se hallaban allí para proteger la santidad. Los querubines se hallaban sobre el arca del pacto y sobre el propiciatorio declarando que la santidad sería satisfecha mediante la ofrenda de la sangre. Los querubines del Apocalipsis están adorando a Dios porque la victoria de Cristo sobre Satanás ha vindicado la santidad de Dios. Cuando volvemos a Ezequiel 28:14 descubrimos que Lucifer era uno de los querubines protectores grandes. En base a lo que antecede podemos darnos cuenta de la posición eminente de Lucifer en el momento de su creación. Lucifer no era un ángel de una categoría inferior. Era uno de los querubines que podían contemplar el trono de Dios y tributar alabanza y acción de gracias y adorar al Dios santo. Ahora bien, si tratamos de asignar posiciones a los distintos órdenes de ángeles, llegaremos a la conclusión de que el querubín que podía estar en la presencia de Dios y mirarlo o ministrar ante el trono ocupaba la más alta de las posiciones y era el más privilegiado de todos los seres creados. Lucifer fue puesto sobre esta clase tan privilegiada de ángeles por mandato divino. Satanás no era tan sólo el más sabio de los seres creados, sino también el más hermoso. En Ezequiel 28:13 el profeta nos describe algo de la hermosura de Lucifer. Y lo hace refiriéndose a él a través del uso de las piedras preciosas. Dice: «De toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina (piedra marrón rojiza), topacio (amarillo dorado), jaspe (incoloro; refleja todos los colores), crisólito (piedra color rojo oscuro), berilo (multicolor) y ónice (verde azulado); de zafiro (azul vivo e intenso), carbunclo (o granate, que es rojo sangre intenso), esmeralda (con su verde centelleante).» ¡Qué conjunto de colores! ¡Qué arco iris de brillantez! Pero, lógicamente, una piedra preciosa no tiene luz propia. Si lleváramos cualquier piedra preciosa a una pieza oscura, no brillaría. No luciría. ¡Su belleza no es propia! Su belleza estriba en su capacidad de reflejar la luz exterior. Cuando Dios creó a Lucifer, lo creó con capacidad de reflejar la gloria de Dios mejor que cualquier otro ser creado. Pero la belleza que se observaba en el más sublime de los seres angelicales era una belleza que le fue dada por creación, no una belleza propia por naturaleza. Era belleza reflejada. Dios en su santidad era la luz que hacía que Lucifer irradiara y destellara la gloria que era Suya. Podría decirse que Lucifer era perfecto en hermosura, porque ninguna criatura reflejó tan plenamente la gloria de Dios. Los instrumentos musicales fueron concebidos originalmentecomo medios de alabar y adorar a Dios. No era necesario que Lucifer aprendiera a tocar un instrumento musical para alabarle. Por decirlo así, tenía un órgano de tubos dentro de sí, o era un órgano. Esto es lo que el profeta quiso decir cuando dijo: «los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación». Lucifer, a causa de su hermosura, hacía lo que un instrumento musical haría en las manos de un diestro músico: producir un himno de alabanza a la gloria de Dios. Lucifer no necesitaba buscar quien tocara el órgano para él poder cantar la doxología: él era en sí una doxología. La misma hermosura de Dios que reflejaba traía alabanza, honra y gloria a Dios. Lucifer era llamado el ser resplandeciente, el portador de la luz, y ningún otro ángel podía reflejar el grado de la gloria de Dios que reflejaba mientras resplandecía hasta lo sumo con alabanza al Dios que lo había creado. ¿Cuál es el deber de una criatura? Someterse a su creador. La criatura debe reconocer que es hechura de Dios y que el Creador se halla por encima de él. Pero leemos en Ezequiel 28:16-17 que Lucifer dejó su lugar de criatura y usurpó la posición del Creador. «Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor.» Lucifer, la criatura, no reconoció como soberano al Dios que había demostrado la extraordinaria grandeza de su poder al dotarlo de tal hermosura y gloria. La sabiduría que Dios había dado a Lucifer fue pervertida. Seguro que se dijo: «Un ser tan sabio como yo debiera ser Dios; un ser tan hermoso como yo debiera ser adorado, y no adorar a otro.» Precisamente lo que Dios le había dado se convirtió en la asechanza que lo hizo renegar de su posición de obediencia, sumisión y dependencia. El ser que fue creado para demostrar y manifestar la gloria de Dios trató de glorificarse a sí mismo mediante su declaración de independencia. ¿Sabía Dios cuando lo creó que el orgullo cautivaría el corazón de Lucifer? Sí; dado que Dios es omnisciente, lo sabía. ¿Podría haberlo evitado? Sí; ya que Dios es omnipotente, podría haberlo evitado. ¿Por qué no lo hizo? Nadie lo sabe. Dios ha elegido entrar en conflicto con el príncipe de la potestad del aire para demostrar a toda la creación, por medio de su victoria sobre las innumerables huestes de maldad, que Él es un Dios de gloria, un Dios de santidad, un Dios de poder, un Dios que es digno de ser adorado y alabado. Hace algunos años, siendo yo pastor en un lugar cerca de Filadelfia, vino a nuestra congregación un hombre que se había trasladado del medio oeste para ocupar un puesto en el departamento de piedras preciosas de las grandes tiendas John Wanamaker de Filadelfia. Al visitarlo varias veces durante el transcurso de mi ministerio pastoral, había hablado con él acerca de su trabajo y acerca de algunas de las piedras preciosas que él había visto y comerciado. Cierto día en que visitaba yo la tienda, me llamó y me dijo: —Le gustaría ver un diamante que acabamos de recibir. Volvió al subsuelo, regresó con una pequeña bolsa de gamuza y me dijo: —Abra la mano. Abrió la bolsa, depositó una piedra en mi mano y me preguntó: —¿Había tenido antes un diamante de medio millón de dólares en la mano? Le contesté: —¡No muy a menudo! Había colocado un diamante de medio millón de dólares en la palma de mi mano. Un escalofrío me bajó por la columna vertebral. Cuando hube examinado la enorme piedra quedé sumamente desilusionado, porque hasta la pequeña piedra que mi esposa usaba sobre su dedo brillaba más y tenía mucha más vida y fuego que el diamante. Evidentemente él me leyó el pensamiento. Sonrió y me dijo: —Alcáncemela. Introdujo la mano debajo del mostrador, sacó un trozo de terciopelo negro y colocó la piedra sobre él. De pronto el diamante cobró vida. Brillaba, chispeaba. Me explicó que cuando uno tiene un diamante en la mano éste luce inerte, opaco, porque refleja el color de la carne. Pero una vez colocado sobre un fondo negro el diamante reflejó luz y pudimos observar su belleza. Del mismo modo, cuando Dios quiso mostrar la perfección de Su santidad, la reveló contra el telón negro del pecado. Cuando Jesucristo vino a salvar a los pecadores, el contraste entre su persona y la humanidad pecaminosa hizo resplandecer la gloria de su absoluta santidad. Creo que nadie podrá comprender jamás por qué Dios permitió la caída de Satanás. Pero las Escrituras registran el hecho de que el más sabio y hermoso de los seres creados por Dios apartó su vista del Creador y la volvió hacia sí mismo. No reconoció que todo lo que él era y todo lo que él tenía le había sido concedido por la mano del Creador, ante quien era responsable. Al darle las espaldas a Dios se volvió hacia sí mismo y se transformó en un ser fundamentalmente egoísta. Todo hombre nacido en este mundo después del pecado de Adán ha tenido una naturaleza exactamente igual a la de su padre, el diablo. Lo que caracteriza al hombre pecador es el egoísmo y el egocentrismo. El hombre se caracteriza por su orgullo. Vive su vida independientemente de Dios y sólo perpetúa la naturaleza de su padre, el diablo. A menos que llegues a comprender algo del egoísmo, del orgullo y de la independencia básicos que caracterizaron a Satanás cuando él dejó su estado original, nunca te comprenderás a ti mismo ni comprenderás las tentaciones que se te presentan día tras día. Un hombre puede hoy en día andar de acuerdo al modelo de Lucifer. Puede enorgullecerse de su preparación, de sus capacidades intelectuales, de sus logros, y no reconocer que todo lo que tiene es don de Dios. Puede enorgullecerse de todo lo que tiene en el dominio material y no reconocer que proviene de Dios. Puede enorgullecerse de su posición en el mundo profesional y no reconocer que también esto es un don de la gracia de Dios. Cuando un hombre se observa aparte de Dios está perpetuando el pecado de Lucifer, andando según su propio camino. La conducta de una persona que se amolda a la conducta de Lucifer puede ser alterada, pero ello sólo sucede cuando recibe a Jesucristo como Salvador personal. En ese momento recibe una nueva naturaleza mediante un nuevo nacimiento; su egoísmo fundamental puede ser desplazado por una preocupación por los demás. El orgullo que en un tiempo caracterizaba todos sus pensamientos permite al recién nacido hijo de Dios verse en relación filial con Dios; se da cuenta que no es nada y que depende de un padre. Quiera Dios que reconozcas que eres hijo de tu padre, el diablo. No eres un pequeño Lucifer; eres un pequeño diablo. La diferencia es enorme. Dios desea sacarte de esa familia e introducirte en su familia. ¿Lo aceptarás a Él como Salvador? 2 El pecado de Satanás Isaías 14:12-17 A LUCIFER, el más sabio y más hermoso de todos los seres creados por Dios, le había sido conferida autoridad sobre todos los querubines que rodeaban el trono de Dios. La criatura debe someterse al Creador, y lo que es cierto a través de todo el dominio angelical era más cierto aún en lo que respecta a Lucifer, porque el privilegio trae aparejada responsabilidad. Las mismas cosas que separan a Lucifer de todos los demás seres angélicos son las que causaron su caída. Como ya hemos observado en nuestro estudio anterior sobre el capítulo 28 de Ezequiel, el corazón de Lucifer se envaneció ante su hermosura, su sabiduría, sus privilegios y sus responsabilidades. De no haber sido por la revelación divina hubiéramos permanecido ignorantes con respecto a los procesos de pensamiento que causaron la rebelión de Lucifer contra Dios. Dios ha considerado conveniente revelarnos en Isaías 14:12–14 lo que sucedió en el corazón de Satanás, paso porpaso. Cinco veces en estos versículos la declaración proviene del corazón de Satanás en primera persona: «Subiré», «levantaré», «sentaré», «subiré», «seré». Desde el mismo comienzo observamos que se produjo un conflicto entre la voluntad de Dios y la voluntad de Lucifer. Dios no creó a Lucifer como un ser satánico caído, como un ser rebelde contra Dios, enemigo de todo lo bueno y enemigo de Dios. Cuando Lucifer fue creado, fue creado en sujeción a Dios. Pero fue creado con la capacidad de elegir. Cuando Dios le reveló su propósito a Lucifer, ello trajo aparejada la posibilidad de que Lucifer se rebelara contra el plan y el propósito de Dios. El pecado comenzó cuando él se rebeló contra la voluntad de Dios y dijo: «Subiré», «levantaré», «sentaré», «subiré», «seré». Cada vez que opuso su voluntad a la voluntad de Dios estaba reemplazando el programa de Dios con su propio propósito y programa. Estas cinco declaraciones son significativas, porque nos revelan el programa de Satanás. Su propósito no ha variado ni ha cambiado su voluntad; aún se propone lograr esos cinco deseos. En Isaías 14:13 leemos: «Tú que decías en tu corazón: subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.» Consideremos estas cinco afirmaciones en primera persona que formulara Satanás. En primer lugar dijo: «Subiré al cielo.» En las Escrituras la palabra cielo es utilizada para hacer referencia a tres esferas distintas. Está lo que podríamos denominar el primer cielo, en el cual vuelan las aves. Se halla formado por la atmósfera que circunda esta tierra y que hace posible la vida sobre ella. El segundo cielo es el espacio interestelar. En este cielo se hallan las estrellas. El tercer cielo lo circunda todo; es la misma morada de Dios, el asiento de su autoridad soberana, el lugar desde donde Dios gobierna sobre los cielos interestelares y los cielos que circundan a esta tierra, o la atmósfera. Lucifer moraba en el segundo cielo, el cielo de los espacios interestelares. Pero deseaba subir a la morada de Dios. Ahora bien, su deseo de subir no era el deseo de un turista de visitar el trono de Dios para observarlo y ver qué tal era, porque Lucifer, que moraba en el segundo cielo junto con todos los demás ángeles creados, tenía acceso al tercer cielo o al trono de Dios. En el capítulo seis de Isaías, versículo uno, leemos lo siguiente: «En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.» En la visión que Isaías tuvo de la gloria de Dios y de su trono, el profeta vio a los serafines. El lector recordará de nuestro estudio anterior sobre el capítulo 28 de Ezequiel, versículo 14, lo que fue escrito con respecto a Lucifer: «Tu, querubín grande, protector.» En el versículo 13: «En Edén, en el huerto de Dios estuviste.» De nuevo en el versículo 14: «En el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas.» Y por su cargo Lucifer ministraba delante del trono mismo de Dios, en la morada de Dios o el tercer cielo. De modo que cuando Isaías dice en el capítulo 14, versículo 13: «Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo», no es que Lucifer estuviera deseando pasar un mayor lapso de tiempo ministrando como querubín delante del trono de Dios. Él, que iba allí a ministrar por permiso divino, deseaba quedarse a morar allí al igual que Dios moraba allí eternamente. Él, que tenía acceso a la presencia de Dios, quería hacerse igual a Dios. La criatura deseaba expulsar al Creador. Quien había recibido la vida por la palabra de Dios quería expulsar a Dios de su trono y ocuparlo como si le correspondiera legítimamente. De modo que su primera determinación era oponerse a la voluntad de Dios, diciendo: «Subiré al cielo» para ocupar la morada de Dios. La segunda decisión en primera persona dice: «En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono.» En el libro de Job, capítulo 38, versículo 7, tenemos una clave al significado de la frase «las estrellas de Dios». Las estrellas no tienen vida con que responder a la voluntad de Dios: son objetos inanimados. Es cierto que reflejan la gloria de Dios como nos lo dice el Salmista: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.» Pero las estrellas no se someten voluntariamente a la autoridad de Dios. ¿Qué tenía Satanás en mente cuando dijo: «En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono.»? En el capítulo 38 del libro que lleva el nombre de Job se le invita a éste a considerar la majestad y el poder de Dios, tal como se los ve en la creación. En los versículos cuatro al siete se formula esta pregunta: «¿Dónde estabas tú... cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?» Se igualan las estrellas del alba a los hijos de Dios. Las «estrellas del alba» llamadas aquí los hijos de Dios se refieren a las huestes angelicales creadas, que irrumpieron en un cántico de alabanza cuando contemplaron la gloria y el poder de Dios manifestados en su obra creadora. De modo que basándonos en Job 38 llegamos a la conclusión de que cuando Lucifer dijo: «En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono», quería decir: «Usurparé la autoridad de Dios sobre toda la creación angelical.» Sabemos por la Palabra de Dios que los ángeles son seres creados que se hallan sujetos a alguna autoridad superior a ellos, porque toda criatura debe hallarse sujeta a autoridad. Por voluntad de Dios, Lucifer había sido designado superintendente sobre todos los seres angelicales. Pero la autoridad de Lucifer era una autoridad delegada; el derecho a gobernar pertenecía a Dios. Aunque Dios lo había designado administrador sobre todas las huestes angelicales, no obstante él se hallaba sujeto a Dios, y aunque él podía administrar los asuntos de los ángeles, no obstante debía obedecer a otro. Cuando Lucifer dijo: «En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono», estaba diciendo: «Yo seré el único administrador de todos los asuntos de las huestes angelicales, sin someterme a la autoridad del Creador.» Cuando los ángeles recibían sus órdenes, reconocían que estaban recibiendo las órdenes procedentes de otro, por vía jerárquica. Pero Lucifer dijo: «Seré lo absoluto, lo último. Yo mismo dictaré todas las órdenes que se imparten a los ángeles y quitaré a Dios de en medio.» Quería recibir el reconocimiento de las vastas huestes angelicales creadas que legítimamente pertenecían a Dios. No sólo quería ocupar el cielo; quería también la autoridad que sólo pertenece a Dios. En su tercera afirmación en primera persona Satanás dijo: «En el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte.» Lucifer expresó en esta declaración el deseo de controlar todos los asuntos del universo. Veamos juntos varios pasajes que nos indican el uso de esta frase, «el monte del testimonio» o «los lados del norte» en el Antiguo Testamento. En Isaías 2:2 leemos: «Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.» Observe el lector los términos «montes y collados» utilizados aquí. El monte y el collado se refieren a la autoridad o derecho de gobernar. Tienen que ver con la autoridad del Mesías como Rey sobre la tierra. Cuando Él venga por segunda vez, establecerá un trono. Gobernarácomo rey en su reino, llamado aquí un monte, y todas las naciones menores que se hallen bajo su autoridad son denominadas collados. En el Salmo 48:2 el Salmista dice, refiriéndose a Jerusalén: «Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey.» Y los «lados del norte» se refieren aquí a la autoridad que pertenecía a Jerusalén durante el reinado de David. Jerusalén era la ciudad capital, el asiento de la autoridad; desde allí el rey gobernaba y administraba los asuntos de su reino. A la luz del capítulo 2 de Isaías y del Salmo 48 nos damos cuenta que cuando Lucifer dijo: «En el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte», quiso decir: «Yo quiero administrar los asuntos de esta tierra y de todo este universo creado.» De modo que quien dijo «quiero entrar y ocupar el cielo» y «quiero poner a todos los ángeles bajo mi autoridad absoluta» fue aún más allá en su deseo de poder y dijo: «También quiero colocar a todo el universo creado bajo mi dominio e incluirlo en mi esfera de autoridad.» En cuarto lugar, él dijo: «Sobre las alturas de las nubes subiré.» Retrocedamos al capítulo 16 de Éxodo. Leemos allí que cuando el pueblo de Israel salía de la tierra de Egipto y entraba al desierto, Dios los acompañaba. En Éxodo16:10 leemos que «hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube». La aparición de la nube fue una manifestación visible para Israel de que Dios se hallaba presente entre ellos y que iba delante de ellos en el desierto preparándoles el camino. En el capítulo 40 de Éxodo, versículo 33, leemos que cuando Moisés acabó la obra de construcción del tabernáculo, una nube cubrió el tabernáculo de reunión y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. La evidencia visible para el pueblo de Israel de que Dios se apropiaría del tabernáculo y lo ocuparía fue la revelación de la presencia de Dios mediante la aparición de una nube en el tabernáculo. En 1 Reyes 8:10, luego que Salomón hubo levantado el magnífico templo, Dios reveló su presencia mediante una nube como señal de que ocuparía y tomaría posesión del templo. «Y cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová.» En el Nuevo Testamento, cuando Cristo promete en Mateo 24:30 su segunda venida a la tierra, dice que vendrá en las nubes con poder y gran gloria. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la nube era una señal visible para el pueblo de que Dios se hallaba en persona junto a él. La nube era una nube de hermosura y de gloria. Cuando Lucifer dijo: «Sobre las alturas de las nubes subiré», quiso decir: «Tomaré para mí una gloria mayor que la que pertenece a Dios mismo.» El lector recordará que Ezequiel describió la hermosura y la gloria que pertenecían a Lucifer en comparación con el brillo del sol sobre las piedras preciosas. Pero la gloria que pertenecía a Lucifer no era propia; era gloria reflejada. Porque Dios, el autor de la gloria, el Único lleno de gloria, reveló su gloria a través de la obra de sus manos. El deseo de Lucifer era ocupar el trono de Dios, gobernar sobre el dominio angelical y sobre todo el universo, para poder añadir a la gloria que era suya como criatura toda la gloria que pertenecía a Dios como Creador. ¡Cuán necio era el pensamiento de aquel ser: creerse capaz de alcanzar una gloria mayor que la gloria infinita de Dios! Ello sugiere que hubiera una deficiencia en la gloria de Dios y que Lucifer habría de completar lo que estaba faltando. Al apropiarse de toda la infinita gloria de Dios y añadir a ella la gloria creada que le pertenecía, Lucifer sería único en el universo, sobre el cual habría impuesto su gobierno. Finalmente dijo: «Seré semejante al Altísimo.» Lucifer debiera haber reconocido el hecho de que él era un ser creado. Como tal poseía un tipo de vida creada, porque no fue creado con vida eterna. Tuvo un principio. ¿En qué podía entonces ser semejante al Creador? ¿En qué sentido podía ser semejante al Altísimo? Era el más sabio de los seres de Dios, pero no era omnisciente, no lo sabía todo. Era el más poderoso de los seres creados por Dios, pero no era omnipotente. Podía desplazarse de un extremo al otro del universo creado, pero no era omnipresente. ¿En qué sentido podía ser semejante, al Altísimo? Sólo en un sentido: en ser total y plenamente independiente. Sólo podía ser semejante a Dios en no tener que dar cuenta a nadie. El deseo de Satanás era entrar al trono de Dios y ocuparlo, ejercer una autoridad absolutamente independiente sobre la creación angelical, colocar a la tierra y a todo el universo bajo su autoridad, revestirse de la gloria que pertenece sólo a Dios, y no ser responsable ante nadie. ¿Qué fue lo que originó una codicia de poder y gloria tan necia e inconcebible? Nuevamente Ezequiel nos da la clave. Podemos observarlo en Ezequiel 28:17: «Se enalteció tu corazón (para oponer tu voluntad a la voluntad de Dios) a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor (o tu gloria) ... Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran.» ¿Qué quiso significar cuando dijo: «Saqué fuego de en medio de ti»? La palabra serafín utilizada en el capítulo 6 de Isaías significa «ser ardiente, brillante, resplandeciente». Dios dijo: «Te hice por creación el más brillante de todos mis seres resplandecientes.» Dentro de Lucifer ardía un fuego a causa de su gloria, de su hermosura, de su autoridad. Aquello que le había sido dado se transformó en una pasión encendida y consumidora. Su pasión ardiente por sentarse en el trono de Dios, gobernar sobre los ángeles y la tierra, colocar a la tierra bajo su autoridad, revestirse de la gloria de Dios y entonces ejercer su independencia le condujo a su rebelión y eventual destrucción. Cuando Cristo se ofreció a sí mismo como Salvador del pueblo de Israel, comenzó su presentación enviando mensajes a todas las autoridades religiosas de su época. Primero las exhortó a arrepentirse, a volver a Dios y a recibir la justicia de Dios. Los dirigentes comenzaron a preguntarse qué significado tendría para ellos el arrepentirse y volver a Dios. Cristo les dijo: «Yo soy la luz del mundo. Venid, andad en mi luz.» Ellos comprendieron que si reconocían que Cristo era la luz del mundo también tendrían que reconocer que se hallaban en tinieblas y que toda la doctrina que habían enseñado era tinieblas. Cristo dijo: «Yo soy la vida del mundo; venid a mí y recibid vida.» Pero ellos comprendieron que si iban y reconocían que Jesucristo era la vida del mundo, también tendrían que reconocer que ellos, que habían profesado guiar a los hombres por el camino de la vida, los habían estado guiando por el camino de la muerte. Y los dirigentes de Israel rechazaron a Cristo y rechazaron el ofrecimiento de salvación que Él les había presentado. ¿Por qué lo hicieron? Cristo señaló la causa en Juan 8:44, cuando dijo a estos líderes que estaban alejando al pueblo de Cristo: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.» Ahora bien, ¿qué quería decir Cristo, sino que estaban repitiendo el pecado de Lucifer? ¿De qué modo? A causa del orgullo que sentían por su posición, por su autoridad, por sus logros intelectuales, por su pretendido conocimiento de la Ley del Antiguo Testamento, no querían reconocer que estaban equivocados. El los acusó de haber engañado a los hombres y de preferir el rechazar a Cristo, fuente de luz y de vida, antes que reconocer que sus enseñanzas estaban equivocadas. Fue el orgullo el que heló a los fariseos en su incredulidad de talmodo que se mantuvieran inmutables. El orgullo de Lucifer se repite hoy en los hombres no salvos. El hombre inconverso dice: «Si recibo a Jesucristo como Salvador, tengo que reconocer que mi justicia no vale nada. Tendré que reconocer que mi intelecto no basta para descubrir la verdad divina, que mi andar no armoniza con el camino de Dios, y que no me basto para obtener mi propia salvación.» Resulta humillante para una persona instruida, independiente y altiva el tener que acudir a Dios y decir: «He pecado.» Lo que te aleja de Jesucristo es el orgullo de tu padre el diablo. Pero el pecado de Satanás no sólo se repite en los inconversos; también puede repetirse en un hijo de Dios. Este es el motivo por el cual Pablo se refiere en 1 Timoteo 3:6 a quienes deben ser desechados como ancianos en la congregación. Al enumerar los requisitos, dice que el anciano no debe ser un neófito, un recién convertido, un nuevo creyente. ¿Por qué? «No sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo.» El nuevo creyente puede ser severamente tentado por Satanás, para que piense que ha sido nombrado para un puesto de responsabilidad por lo que él es, por las capacidades que tiene, por su inteligencia, por sus conocimientos, por el ejemplo que ha dado. Reproducirá el pecado de Lucifer y se declarará independiente de Dios. No hay un solo hijo de Dios que se halle libre de esta tentación de reproducir el pecado del orgullo, de renunciar a la dependencia de Dios y a la sumisión a Dios y —al igual que Lucifer— independizarse de toda autoridad fuera de sí mismo. El hombre más sabio que jamás haya existido, astuto estudioso de la naturaleza humana, escribió estas palabras en Proverbios 16:18. «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios.» El orgullo precede a la destrucción. En el capítulo 12 de Romanos, Pablo nos proporciona una lista de las virtudes que habrán de caracterizar al cristiano controlado por el Espíritu de Dios. El Apóstol comienza diciendo en el tercer versículo: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura (es decir, considerar las cosas en su justo valor), conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.» Aunque el Apóstol está delineando lo que se espera de los miembros del cuerpo de Cristo, comienza refiriéndose al orgullo, a causa de que somos tan penosamente tentados a reproducir lo que ardía dentro de Lucifer: el deseo de declararnos independientes de Dios. En Números 12:3 se nos dice que Moisés era el hombre más manso sobre la faz de la tierra. Moisés tenía más motivos para enorgullecerse que cualquier persona de su generación en Israel. Había sido instruido en la corte del Faraón. No cabe duda alguna que su preparación era superior a la de cualquier israelita de su época. Moisés podría haberse sentido orgulloso. Tenía una posición superior a la de cualquier otro israelita porque era el hijo oficial y el heredero de la hija del Faraón. Tenía mayores riquezas a su disposición; tenía mayor poder, influencia y autoridad. Y, sin embargo, Moisés fue llamado el hombre más manso, no porque no tuviera nada de lo cual pudiera enorgullecerse, sino a causa de una obra divina en su corazón que evitó que cayera en la tentación de Satanás. No pensemos que Moisés no fue tentado a sentirse orgulloso a causa de su preparación, sus riquezas, su influencia, su poder o su posición. Pero resistió la tentación. Moisés no fue utilizado por Dios a causa de su instrucción, su preparación y su capacidad. Fue utilizado por Dios porque no sucumbió a la tentación del orgullo. Observó las cosas en su verdadera perspectiva. En esto consiste la sobriedad: en ver las cosas como son. Moisés reconoció que no importaba lo que él era, sino lo que le había sido otorgado. Al ver las cosas en su verdadera perspectiva, dijo: «No soy nada.» Por eso Dios pudo utilizarlo. Si eres una persona a quien Dios utiliza diariamente, ello no se debe a lo que sabes, ni a lo que has logrado o tienes. Serás utilizado por el Espíritu de Dios mientras resistas «la condenación del diablo» o el pecado del orgullo. Debes reconocer que todo lo que tienes proviene de Dios y debes depender completamente de Él. Sólo de este modo serás una persona que Dios puede utilizar. No creo que haya otra tentación que nos acose con tanta frecuencia o que nos enfrente con tanta persistencia y que nos seduzca con tanta sutileza como la tentación al orgullo, porque Satanás está tratando de reproducirse. Por lo tanto, que nadie «tenga más alto concepto de sí que el que debe tener», no sea que pensemos como nuestro adversario, el Diablo. 3 La jerarquía satánica Efesios 6:10—17 LUCIFER, el más sabio y hermoso de todos los seres creados por Dios, recibió el inestimable privilegio de estar en la presencia de Dios para supervisar las jerarquías de los seres angelicales creados. Y precisamente lo que Dios le había dado al crearlo se transformó en la asechanza que produjo su caída. Enaltecido por el orgullo, a causa de su sabiduría y hermosura, Lucifer quiso revestirse de toda la gloria que pertenecía al Creador. Para alcanzar este deseo, Satanás quiso entrar al cielo y ocuparlo como su morada. Quiso gobernar sobre el dominio angelical y extender su autoridad más allá del dominio de los ángeles, por todo el universo. Quiso independizarse de toda autoridad externa. Si Satanás habría de ejercer el poder y la autoridad de Dios, debía tomar posesión del control divino sobre todas las cosas creadas y ejercer ese control en todas las esferas. En primer lugar consideraremos el plan de Satanás para gobernar en el dominio angelical, para luego estudiar su plan para gobernar sobre el dominio terrenal y alcanzar su deseo de ser semejante al Altísimo. El creyente promedio sabe muy poco acerca de los ángeles. Cuando tenemos un pequeño bebé en nuestros brazos y observamos su pequeño rostro, si por casualidad está durmiendo lo llamamos un ángel. Pero si se halla despierto y llora, quizá lo llamamos otra cosa. Como nunca hemos visto un ángel sabemos muy poco acerca de su naturaleza, su actividad, su manera de vivir y su propósito. Pero la Palabra de Dios nos proporciona una revelación muy clara en lo que respecta al dominio angelical. Antes que podamos comprender el dominio de Satanás es necesario que comprendamos algunos aspectos esenciales de los ángeles. En este mundo materialista en el cual evaluamos todo por su peso, tamaño y forma dejamos poco lugar para los seres angelicales o la creación angélica. Pero la Palabra de Dios nos dice que cuando Dios comenzó su obra de creación esa obra no comenzó en el reino físico ni en el reino terrenal sino en el reino angelical. Dios creó por su palabra inmensas huestes de ángeles. El apóstol Pablo nos dice en Colosenses 1:16: «Porque en él (en Cristo) fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.» Hablando de la obra de la creación, el Apóstol la divide en dos esferas distintas. Está la esfera del cielo, donde existen los seres invisibles, y está la esfera de la tierra, en la cual existen los seres visibles. Aquella esfera no es menos real porque sea invisible. El Apóstol reúne toda la obra creadora del Hijo y nos enseña que el Hijo es el Creador del dominio angelical y de la hueste de los ángeles, tanto como de la tierra física y de todos los que moran en ella. Los ángeles son entonces seres creados, creados por la autoridad de Dios, a través del poderdel Hijo. Los ángeles tienen personalidad. No son una fuerza ni un poder, sino individuos con personalidad. La Palabra de Dios dice que poseen todas las capacidades de la personalidad. De acuerdo con el Salmo 148:2 los ángeles adoran a Dios. Este es un acto volitivo, lo cual nos indica que poseen voluntad. Los ángeles adoran a Dios porque lo conocen. Poseen la capacidad del conocimiento. Los ángeles adoran a Dios porque observan que Dios es un Dios que debe ser amado, y no sólo obedecido y servido. En Mateo 24:36 nuestro Señor se refiere al conocimiento que los ángeles tienen, o a ciertas cosas que los ángeles pueden no saber. Las Escrituras consideran a los ángeles como seres que poseen las capacidades de la personalidad: intelecto, emoción y voluntad, y deben por tanto ser considerados seres individuales, con su propia identidad y existencia individual. Es más, descubrimos en Hebreos 1:14 que los ángeles fueron creados para ministrar. El Apóstol los menciona allí como «espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación». Los ángeles son siervos, y aun cuando puedan haber distintos ministerios, los ángeles fueron creados como especie para ejecutar la voluntad de Dios. Dios ejecuta su voluntad sobre la tierra por medio de seres angelicales. Los ángeles supervisan la vida de todos los hombres. Guardan a quienes habrán de ser herederos de la salvación. A menudo son instrumentos que traen el juicio divino sobre la tierra. En consecuencia los ángeles no fueron creados para dar origen a un plan, sino para cumplir un plan que les ha sido revelado por Dios, quien es el administrador y tiene un propósito soberano en todos los individuos que viven sobre la faz de la tierra. Los ángeles no mueren. Cuando los enemigos de nuestro Señor se le acercaron durante su permanencia en la tierra y trataron de poner en tela de juicio su enseñanza acerca de la resurrección, Él les dijo (Mateo 22:28—30) que en la resurrección los hombres son como los ángeles, porque no se casan ni se dan en casamiento. Nuestro Señor reveló así el hecho de que las jerarquías de ángeles no se ven reducidas por la muerte, por lo que no es necesario que se reproduzcan para mantener un número constante de ángeles. Los ángeles que al principio fueron creados todavía viven. Los ángeles no poseen cuerpos físicos, pero ello no significa que no tengan cuerpo. Esto constituye un misterio para quienes conciben a los ángeles como seres parecidos a una bocanada de humo, que flota alrededor y luego se disipa y que puede reaparecer sin un punto específico de existencia. Al dar su enseñanza acerca del cuerpo resucitado en 1 Corintios 15, Pablo nos dice que hay distintas clases de cuerpos. Hay un cuerpo que se adapta a esta tierra. Se le denomina cuerpo animal o terrenal. Se nos dice que hay además otra clase de cuerpo: un cuerpo espiritual o celestial. Este es un cuerpo que se adapta a los lugares celestiales, y que no es menos real que el cuerpo terrenal. No conocemos la naturaleza del cuerpo celestial, pero podemos aprender algo acerca de su naturaleza al observar a nuestro Señor después de su resurrección. Su cuerpo tenía forma y peso. No era un cuerpo sostenido por el principio de la sangre. Era sostenido por un principio totalmente distinto, pues El mencionó el hecho de que su cuerpo era ahora incorruptible. El cuerpo de nuestro Señor resucitado y glorificado no se hallaba limitado ni por el tiempo ni por el espacio. Podía aparecer en un momento en Jerusalén e instantes después en Galilea. Era un cuerpo que podía materializarse en una pieza que se hallaba cerrada y sellada por los discípulos a causa de su temor a los judíos. No existen leyes naturales conocidas que nos expliquen de qué modo nuestro Señor en un cuerpo resucitado podía aparecer un momento en un lugar e instantes después a cientos de kilómetros de allí, ni cómo podía aparecer en una pieza con todas las puertas y ventanas cerradas y atrancadas. Pero las Escrituras nos dicen que ello era algo característico del cuerpo resucitado glorificado. Así como Cristo tenía un cuerpo espiritual o celestial, los seres angelicales deben tener cuerpos que no se hallan limitados por el tiempo ni por el espacio. Esto se halla ilustrado en el capítulo nueve del libro de Daniel, donde Dios envía un mensaje al profeta. En el versículo 21 leemos: «Aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde.» A Daniel le llamó la atención que un ángel pudiera desplazarse de un lugar a otro con la velocidad del relámpago. Los ángeles fueron creados para vivir en la esfera celestial. No fueron creados para vivir sobre la tierra, o sea para depender de la existencia de esta atmósfera para su vida. Ya que ningún cuerpo humano puede vivir fuera de la atmósfera de esta tierra, cuando nuestros astronautas salen al espacio exterior es necesario que lleven con ellos la atmósfera de la tierra para sostenerlos. Dentro de la cápsula espacial hay una tierra en miniatura, la atmósfera de la tierra. Cuando abandonan la nave y caminan alrededor de ella en el espacio, continúan teniendo la atmósfera de la tierra dentro del traje espacial por medios artificiales, porque el cuerpo humano depende de la atmósfera para su sostén. Pero los ángeles no fueron creados para morar sobre esta tierra ni en esta atmósfera terrestre. Fueron creados para vivir y existir en la esfera de los lugares celestiales. Las palabras de nuestro Señor destacan esto. En Marcos 13:32 Él nos dice: «Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aún los ángeles que están en el cielo.» Y esta frase —«que están en el cielo»— nos indica la esfera dentro de la cual viven los ángeles y para la cual fueron creados. Ya que cada individuo tiene su propio ángel guardián, debemos llegar a la conclusión de que la cantidad de ángeles debe ser igual o superior a la cantidad total de seres humanos que han vivido o vivirán sobre la faz de la tierra. Las Escrituras no indican en parte alguna la cantidad de ángeles; simplemente nos dicen que son innumerables. Vemos en esto algo del vasto poder de Dios, que mediante un solo acto creativo pudo crear una hueste tan innumerable de seres angelicales, aptos para cumplir la voluntad de Dios y preparados como siervos suyos para ejecutar su voluntad. Los seres angelicales se dividen en muchas jerarquías, y cada una de ellas tiene su propia responsabilidad. Se hace referencia a ello, por ejemplo, en Colosenses 1:16, donde se divide la creación angelical del cielo en categorías denominadas tronos, dominios, principados y potestades. Estas cuatro palabras representan evidentemente distintas jerarquías o categorías de ángeles con sus propias responsabilidades. Los tronos pudieran referirse a los ángeles que fueron creados para sentarse sobre tronos y gobernar. Los dominios se refieren a quienes ejercen el gobierno debajo de Dios. Los principados se refieren a los que gobiernan, y los poderes se refieren a quienes ejercen alguna autoridad especialmente asignada. Cuando examinamos la Palabra de Dios descubrimos que Él tiene un sistema para gobernar su universo. Dios es soberano y gobierna sobre todas las cosas, pero como administrador delega autoridad. Por ejemplo, descubrimos en Daniel 12:1 que se menciona a Miguel como «el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo (Israel)». Dios ha creado seres angelicales a quienes ha asignado tronos. Si se me permite usar esta expresión, éstos son el primer ministro que ejerce autoridad sobre una nación determinada. El ángel Miguel es este tipo de administrador de Israel, y Gabriel se halla relacionado con él. Así que Dios ejecuta su voluntad desde su trono por medio de ángeles asignados a los diferentestronos para gobernar y ejercer poder y autoridad por la vía jerárquica. Creo que sería lógico llegar a la conclusión que si Miguel es el arcángel primer ministro de Israel, habrían ángeles bajo su autoridad, doce de ellos, que ejercían autoridad sobre las doce tribus. Habría aún otra subdivisión, y bajo el jefe de cada una de las tribus habrían ángeles de menor jerarquía para ejercer autoridad sobre distintas esferas en cada tribu de Israel. Lo que es cierto con respecto a Israel también es cierto en el caso de Persia, porque en Daniel 10:13 se hace referencia al «príncipe del reino de Persia». De este modo se ha confiado a los ángeles una autoridad administrativa subdividida. Dios, entonces, ejecuta su voluntad y supervisa la administración de su universo total por medio de estas jerarquías de ángeles que fueron creadas por Él y que se sujetan a Él. Un título habitual que se usa para Dios en el Antiguo Testamento es «el Señor, Jehová de los Ejércitos» o «Señor del Sabaoth». Cada vez que se hace referencia a Dios como Jehová de los ejércitos, quiere decir que es el Señor de estos ángeles creados. Él no es el Señor de los ejércitos de Israel, sino de los ejércitos del cielo. Antes de preparar esta tierra como lugar de morada de la raza humana, Dios pobló la esfera celestial de innumerables seres creados, cada uno con su propia jerarquía, rango y responsabilidad. Cada uno de ellos debía tributar adoración y honra a quien se sentaba en el trono. Lo reconocían a Él como el Señor del Sabaoth, el Señor Jehová de los ejércitos del cielo. Y bastaba que Dios diera a conocer su voluntad para que aquellos ángeles salieran con ímpetu a obedecer y ejecutar la voluntad divina. Lucifer, al rebelarse contra Dios y querer usurpar su trono, sabía que antes de que pudiera destronar al Altísimo y gobernar como soberano en este universo tenía que colocar la creación angelical bajo su autoridad y control. En Apocalipsis 12:4 se nos ofrece un norte con respecto a las proporciones de la rebelión original de Satanás contra Dios. Porque luego de decirnos en el tercer versículo que Juan vio una señal en el cielo, el gran dragón escarlata que según el versículo 9 es Satanás, leemos en el versículo cuatro que «su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo». Aquí las estrellas parecen referirse a los seres angelicales, y esto insinúa que cuando Satanás se rebeló contra Dios comenzó una campaña para persuadir a los ángeles que se rebelaran contra Dios y le siguieran. Logró la adhesión de la tercera parte. Porque los ángeles, que fueron creados con capacidades volitivas, que tenían la capacidad de elegir, se vieron en una encrucijada. O debían permanecer donde habían sido colocados por el Creador, o debían seguir a Satanás con su promesa de que él los enaltecería por encima de lo que eran por creación divina. Lucifer no sólo se propuso enaltecerse a sí mismo sino también enaltecer a quienes lo siguieran a fin de que gobernaran con él sobre los tronos, principados, dominios y potestades que él esperaba someter a su autoridad. Cuando Lucifer se rebeló contra Dios, llevó consigo a una tercera parte de la creación angelical, constituida por quienes creían que Lucifer serviría al universo mejor que Jehová de los Ejércitos. Satanás formó un reino semejante al sistema divino con el grupo de ángeles que lo siguió. Ya veremos en los siguientes capítulos el hecho de que Lucifer jamás ha creado programa alguno, aparte de su programa inicial de ser superior a Dios. Satanás es un imitador, no un creador; y cuando se rebeló contra Dios y planificó su reino, lo hizo de acuerdo con el sistema de administración divino. Observamos esto en Efesios 6:12 donde, al referirse a la lucha del creyente, el Apóstol dice que «no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». El lector observará que Pablo señala cuatro categorías en Efesios 6:12 que se hallan bajo la autoridad de Satanás, y las cuatro categorías que Satanás ha instituido corresponden a las categorías mencionadas en Colosenses 1:16 que Dios instituyó al disponer los asuntos de su universo. Satanás ha colocado a algunos de sus seguidores sobre tronos, dándoles autoridad. Por ejemplo, en la organización gubernamental de Satanás, uno de sus seguidores tiene autoridad sobre Palestina y es el homólogo de Miguel; le sigue otro de menor jerarquía que es el homólogo de Gabriel, y luego otros de menor jerarquía que tienen autoridad sobre las doce tribus, y dentro de cada tribu se hallan los que tienen menos autoridad y que les sirven. Satanás ha imitado completamente la organización y el programa de Dios en la administración de sus asuntos y en la supervisión de su reino. Los seres que secundaron a Satanás en su primera rebelión son llamados demonios. Estos demonios, estos ángeles caídos, poseen las mismas capacidades que tenían antes de seguir a Satanás en su rebelión contra Dios. Siguen teniendo todo el poder y la sabiduría que tenían antes de su caída. Los demonios no se encuentran más limitados por el tiempo y el espacio que los ángeles. Aunque su cantidad es menor que la de aquéllos, se nos dice que son innumerables, de modo que existen vastas huestes de seres angelicales caídos. Satanás no es omnipresente. No puede estar al mismo tiempo en tu casa y en la mía. Pero esto a duras penas me consuela, porque uno de sus demonios puede estar allí. Satanás no actúa en persona, sino por intermedio de las jerarquías de demonios que se rebelaron con él y a las cuales ha asignado responsabilidades. Todo hijo de Dios se halla rodeado a cada momento del día por estas huestes de seres angélicos caídos como también por aquel ángel guardián que Dios le ha asignado. No estamos luchando contra una fuerza impersonal; no estamos luchando contra un principio del mal, opuesto al principio del bien. Tenemos que luchar contra personalidades cuya tarea es frustrar y derrotar la voluntad de Dios para con nuestras vidas como hijos de Dios. Estas personalidades sirven fielmente a Satanás, sin cesar. No marcan la tarjeta a las ocho de la mañana y regresan al hogar a las cuatro y media de la tarde, tomándose media hora para el almuerzo e interrumpiendo su trabajo dos veces al día para tomar café, de tal modo que haya momentos en que nos hallemos libres de sus actividades. Como seres espirituales, con cuerpos espirituales, no se hallan limitados por el espacio ni por el tiempo. Pueden ocuparse constantemente de ti, dondequiera que te halles, no importa lo que estés haciendo. Estos seres que sirven los propósitos de Satanás no te pierden pisada, con la misma constancia con que los seres angelicales de Dios, que cumplen Su voluntad, se mantienen fielmente a tu lado para preservarte y guardarte como heredero que eres de la salvación. Habiendo elegido una vez obedecer a Satanás, los demonios le obedecen perfecta y completamente. Se empeñan en ejecutar la voluntad de Satanás para contigo. Y la voluntad de Satanás para con tu vida es frustrar la voluntad de Dios para contigo en todo momento. Sabemos que el destino de los demonios es el lago de fuego. Nuestro Señor enseñó en Mateo 25:41 que el lago de fuego eterno fue preparado para el diablo y sus ángeles. Se les ha condenado a estar en el abismo, separados por siempre de Dios, bajo condenación y juicio eternos. Pero aunque se hallan bajo condenación, no dejan de estar activos, y el frenesí de su actividad parece deberse a su expectativa cierta del juicio futuro. Esto constituye un cuadro aterrador. Pero si hemos logrado que captes esta verdad de la Palabra de Dios, para que estés consciente de la existencia de tu adversario, te habremos preparado para la victoria que ha sido prometida en Cristo Jesús.Si prosigues tu camino despreocupadamente, si vives día tras día como si te hallaras aislado de las huestes de Satanás, no te hallas preparado para estos ataques satánicos. Pero cuando comprendas que Satanás, luego de su caída, ha organizado su propio reino para promover su propósito de destronar a Dios, comprenderás también que a Satanás le interesa vigilarte tanto como al Señor Jesucristo. Si Satanás ha de frustrar el propósito de Dios, debe hacerlo en ti y por tu intermedio. Por lo tanto sufrimos sus ataques día tras día, hora tras hora, momento tras momento. Y ya que estamos luchando contra un enemigo invisible, contra un sistema organizado de maldad que intenta destronar a Dios y entronizar a Satanás, debemos conocer sus propósitos. Debemos conocer su forma de obrar a fin de poder hacer lo que el Apóstol nos exhorta a hacer: «Tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.» Satanás no pudo lograr que todos los ángeles le siguieran. Pero llevó tras sí una cantidad suficiente para organizar un sistema imitado, dispuesto según al modelo divino, a fin de cumplir su propósito de recibir la gloria que pertenece a Jehová de los ejércitos, el Señor de los ejércitos del cielo. Permíteme decirte, hijo de Dios, que cada vez que desobedeces a Dios y sucumbes a la tentación de Satanás, estás dándole un voto a él en vez de dárselo a Dios. Si no tienes a Jesucristo como Salvador personal, permíteme decirte que has nacido formando parte del reino de Satanás; has nacido en rebeldía; has nacido bajo su hegemonía, bajo su supremacía. Él es el dios de este mundo, y tú le estás siguiendo como si no tuvieras que dar cuenta ante el Dios que te creó. La única manera de librarte de la autoridad satánica es nacer en una nueva familia, recibir una vida nueva. Cristo murió para librarnos del reino de Satanás y trasladarnos al reino de su amado Hijo. Si aceptas a Jesucristo como Salvador personal, Dios no sólo perdonará tus pecados, no sólo te hará su hijo, no sólo te recibirá en su familia, sino que quebrantará el dominio de Satanás sobre tu vida y te libertará. Te ofrezco un Salvador que puede librarte del reino de las tinieblas y del dios de este mundo. 4 Satanás conquista la tierra Génesis 3:1—7 COMO YA HEMOS DESCUBIERTO, Lucifer codició para sí la gloria que pertenecía al infinito y eterno Dios. A fin de obtener esa gloria, Satanás quiso colocar una hueste innumerable de ángeles bajo su autoridad. En Apocalipsis 12:4 leemos que cuando Satanás se rebeló contra Dios arrastró consigo la tercera parte de los seres angelicales creados. Pero Lucifer deseaba revestirse de la gloria de Dios extendiendo también su autoridad a la esfera terrenal de la creación. De este modo podría declararse independiente de Dios y reclamar una autoridad igual a la suya. Este deseo de gobernar la tierra lo llevó a poner un plan en marcha. En el primer capítulo del libro de Génesis, versículo 26, mientras creaba al hombre, el Señor dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.» Cuando Dios creó al hombre y lo colocó sobre la tierra, le dio autoridad sobre ella. El hombre no era independiente de Dios. Su dependencia le hacía reconocer que Dios era soberano, que tenía el derecho de gobernar, y que era un Dios de gloria. Pero el hombre fue designado representante de Dios sobre la tierra para la administración de los asuntos de Dios y de su reino. El hombre gobernaba, pero por permiso divino. Y Satanás, en su deseo de obtener el dominio de esta tierra, atacó al hombre. En el tercer capítulo del Génesis observamos el primer asalto que Satanás dirigió en esta esfera terrenal contra el representante de Dios, el hombre. El relato de la tentación nos es muy conocido. Quienes creen en la Palabra de Dios creen que este incidente fue real y que no debe ser relegado a la categoría de mito. No es la personificación de alguna idea indefinida que surgió en las mentes humanas para explicar la presencia del pecado y que debe ser desechada como realidad. Esto sucedió. Lucifer entró al huerto del Edén, donde Dios había colocado al hombre en el momento de su creación, para apartar su corazón del camino de la obediencia a Dios. Cuando Dios puso a Adán en el huerto del Edén, el cual era un reflejo de la perfección del cielo, le dijo: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.» (Génesis 2:16.) Este mandato restringía la libertad del hombre. El hombre no es libre cuando se halla totalmente independizado de toda autoridad. El hombre es verdaderamente libre cuando puede escoger a quien ha de servir como esclavo. Y Adán se hallaba libre en cuanto podía elegir obedecer a Dios, sometiendo su voluntad a la voluntad divina. Dios había impuesto esta prohibición a Adán: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.» Ni el corazón ni la mente de Adán objetaron jamás esta restricción. Nunca se le ocurrió pensar que Dios le había negado celosamente algo que hubiera sido para su provecho o beneficio. Dios en su gracia infinita había proporcionado a su criatura todo lo que ella pudiera querer, necesitar o desear. Sin embargo, cuando Lucifer se acercó a tentar a Adán lo tentó en la misma esfera de la prohibición divina, la esfera que había hecho a Adán verdaderamente libre. En Génesis 3:1 leemos que la serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho. Debe observarse ante todo en nuestra comprensión de la metodología satánica que en la tierra Satanás no puede manifestar físicamente su cuerpo celestial. Para poder manifestarse en la tierra en cualquier forma visible, debe apropiarse un cuerpo físico por medio del cual pueda obrar. El Hijo eterno de Dios podía aparecer físicamente. En el Antiguo Testamento el Ángel de Jehová era una aparición preencarnada del Señor Jesucristo sobre la tierra. El Ángel de Jehová apareció en un cuerpo físico y caminó y habló con los hombres. Pero Satanás no tiene este poder. Más bien se ve precisado a posesionarse de un hombre, una mujer o algún animal para poder manifestar su presencia entre los hombres. Cuando Satanás fue al huerto del Edén a tentar a Adán y Eva para sujetarlos a su propia voluntad, eligió utilizar el cuerpo de una serpiente. No pensemos que aquel reptil haya concebido el plan, ni que se opusiera a la declaración de Dios, ni que le importaran las decisiones que tomaran Adán y Eva. Aquel reptil se limitó a facilitar el cuerpo que Satanás utilizó. Se nos dice que la serpiente (ahora poseída por Satanás) era más astuta que todos los animales del campo. Ningún animal ha concebido jamás la idea de rebelarse contra Dios. La creación animal se halla en perfecta sujeción a Dios. Los evangelios relatan que cuando Cristo fue tentado en el desierto por Satanás, durante cuarenta días las fieras fueron su única compañía. ¿Qué tiene de significativo esto? Que toda la creación, salvo el hombre, reconoce que Dios es soberano. Las fieras que estaban allí con Jesucristo durante ese período de tentación se sometieron a su autoridad. La serpiente del Génesis no fue elegida porque fuera más astuta, sino porque era un medio adecuado por el cual Satanás podía acercarse a Eva. Y llegó a ser más astuta que todo animal del campo en cualquier época, ya que logró que Eva se rebelara contra la voluntad de Dios. Lo sutil fue que Satanás pudoacercarse a Eva sin revelar quién era ni cuál era realmente su propósito. Porque Satanás sabía que de haber ido a Eva y haberse revelado abiertamente como enemigo de Dios, invitándola a repudiar la voluntad divina, Eva y Adán hubieran respondido negativamente, repudiando su intento, y su deseo de gobernar este universo se hubiera visto frustrado. De modo que a Satanás le fue necesario transformarse en algo que no era. Si pasamos al Nuevo Testamento en 2 Corintios 11:13, 14, veremos que el Apóstol advierte cómo Satanás sigue utilizando el mismo método. Leemos: «Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.» También se menciona esta transformación en el capítulo doce del Apocalipsis cuando leemos en el versículo nueve con relación a Satanás: Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero...» Ahora bien, diablo y Satanás son palabras significativas, porque significan «engañador» y «calumniador». Cuando Satanás vino para oponerse a la voluntad de Dios, se presentó como un engañador y denigró el carácter y el amor de Dios para poder desviar a Adán y a Eva de su voluntad. Tomemos debida nota de este principio: Satanás siempre obra denigrando la bondad y la santidad de Dios y engañando a los hombres con respecto a su relación para con Dios y la voluntad divina. La serpiente, sutilmente, por engaño, formuló una pregunta: «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?» Esta pregunta tenía por objeto descubrir cuánto sabía Eva con respecto a lo que Dios había dicho. Para poder engañar a una persona, Satanás tiene que empezar por averiguar el grado de conocimiento que esa persona tiene. Este principio aún tiene vigencia. Si una persona ignora por completo la Palabra de Dios, de tal modo que no sabe nada acerca de la persona de Dios, de su carácter y de sus demandas, a Satanás le resulta fácil engañarla haciéndola creer que ella es completamente aceptable delante de Dios y que no es necesario en absoluto tratar el problema del pecado. Pero si una persona conoce la Palabra de Dios y la santidad de Dios y conoce su propia impiedad, le resulta mucho más difícil a Satanás mantenerla en tinieblas. Así que Satanás sondeó para descubrir cuánto sabía Eva de la Palabra de Dios. Para ello formuló esta pregunta: «¿Es cierto que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?» Y Eva tuvo que confesar que Dios había impuesto una restricción sobre ella, ya que contestó correctamente: «Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.» Observarás que Eva conocía la prohibición, como también la pena de la desobediencia. Demostró que se hallaba familiarizada con lo que Dios había dicho: El demandaba obediencia a su palabra y había fijado una pena para la desobediencia. Satanás entonces actuó en base a este conocimiento. Satanás respondió al conocimiento de Eva con una negativa lisa y llana. «Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis.» Esto constituye una negación categórica de lo que Dios había dicho. Y éste es el mayor insulto que una criatura haya hecho jamás a Dios, porque con ello la serpiente decía abiertamente que Dios era un mentiroso. Acusó a Dios de engaño. ¿No resulta acaso significativo que quien vino a engañar, cuya naturaleza es engañosa, acusara a un Dios santo y justo de aquello que constituía su propio carácter tergiversado y pervertido? Luego explicó en el versículo cinco la razón por la cual Dios había negado a Adán y Eva el fruto de este árbol: «Sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.» Aclaremos este versículo para descubrir la intención de Satanás. La palabra traducida «Dios» es Eloim y es el nombre de Dios en el Antiguo Testamento. Adán y Eva nada sabían de las deidades falsas. Satanás les dijo que si comían de aquel árbol serían semejantes a Dios. ¿Recuerdas lo que el profeta Isaías describió como el deseo de Satanás? «Seré semejante al Altísimo.» Ahora bien, la tentación que presentó a Eva era que si ella tomaba del fruto del árbol y lo comía, en desobediencia a Dios, se elevaría a tal posición que sería semejante al Altísimo. Satanás sabía que quien tiene el derecho de ser obedecido tiene el derecho de ser adorado, porque es soberano. También sabía que si lograba seducir a Eva para que desobedeciera a Dios, su desobediencia constituiría un acto de obediencia a él, y en consecuencia él tendría el derecho de ser adorado. Y si el hombre obedece a Satanás y lo adora, Satanás ha usurpado el lugar de Dios en la creación y ha llegado a ser semejante al Altísimo. En realidad lo que dijo fue: «Dios es celoso; quiere reservarse el derecho de gobernar. No quiere compartir su gloria con nadie. Dios sabe que si tomas este fruto y lo comes serás elevada a su trono y te hallarás en pie de igualdad con Dios. Dios te ha negado la única cosa que te hace menor que Él. Si comes este fruto serás semejante a Dios.» En la mente de Eva nació un deseo de elevarse a una posición de igualdad con Dios, de revestirse de la gloria inherente al trono de Dios, de compartir la gloria de su trono. Eva alcanzó y tomó el fruto, lo comió y lo ofreció a Adán, el cual también lo comió. El resultado (versículo 7) fue que fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos». Pero no estaban desnudos ante los ojos de su compañero ni ante la vista de los animales del huerto, ni siquiera ante la vista de. Satanás. Estaban desnudos ante los ojos de Dios, porque no hay nada que pueda cubrir la desobediencia que ahora caracterizaba su vida y su andar. Nada podía cubrir el pecado y la maldad causada por su rebelión contra Dios. Para poder tomar el fruto que Eva le ofreció, Adán tuvo que renunciar al cetro que Dios le había dado cuando le dijo: «Sojuzgad la tierra.» Porque Adán no podía tener en su mano el cetro y el fruto prohibido al mismo tiempo. Adán sólo podía gobernar mientras fuera obediente. Y allí estaba Lucifer, para arrebatar el cetro que Adán dejó caer. En la carta a los Efesios, capítulo 2, versículo 2, el Apóstol nos dice: «En los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire.» Esta descripción —el príncipe de la potestad del aire— reconoce que Satanás ha usurpado el poder de Dios en el dominio angelical. En 2 Corintios 4:4 descubrimos que Pablo reconoce que Satanás ha usurpado la autoridad en otro dominio: «En los cuales el dios de este siglo (“mundo” en la versión inglesa) cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.» A Satanás se lo denomina allí el Dios de este mundo. En su rebelión contra Dios, llevó ángeles tras sí y se constituyó en un príncipe del dominio celestial. Pero al inducir a Adán y a Eva a la desobediencia, se transformó en el dios de este mundo. Mediante su usurpación de poder en estos dos dominios, Satanás ha tratado de revestirse de la gloria que le pertenece a Dios. Como cuenta con la obediencia de una hueste innumerable de ángeles caídos, se declara independiente de Dios e igual o superior a Dios. A causa de la obediencia que le prestan todos los hombres desde la caída de Adán, Satanás reclama la autoridad que pertenecía al Creador y pretende ser soberano en este dominio terrenal. Cuando consideramos la tentación en el huerto del Edén, nos llama la atención el hecho de que Eva tuviera un conocimiento de Dios. Conocía su mandato. Conocía su voluntad. Había andado en armonía
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