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Vuestro Adversario el Diablo (J Dwight Pentecost)(1)

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CONTENIDO 
 
Prólogo 
1. La caída de Satanás 
2. El pecado de Satanás 
3. La jerarquía satánica 
4. Satanás conquista la tierra 
5. Satanás, el engañador 
6. Satanás, el pervertidor 
7. Satanás, el imitador 
8. Satanás, el inicuo 
9. Satanás, el rebelde 
10. Perseguidos por un león rugiente 
11. La doctrina de Satanás 
12. La respuesta de Satanás a la predicación de la Palabra 
13. Cómo tienta Satanás 
14. Los pasos de Satanás en la tentación 
15. Cómo obra Satanás 
16. Cristo conquista a Satanás 
17. La autoridad del creyente sobre Satanás 
18. Cómo hacer huir al adversario 
19. La comunicación con los demonios 
20. El destino de Satanás 
 
PRÓLOGO 
 
Ningún comandante militar pretendería vencer en la batalla sin conocer al enemigo. Si 
prepara un ataque por tierra, ignorando la posibilidad de que el enemigo pueda atacar 
por aire o por mar, estaría posibilitando una derrota. Si prepara un ataque por tierra y 
por mar, ignorando la posibilidad de un ataque aéreo, ciertamente echaría a perder la 
campaña. 
 Nadie puede salir victorioso ante el adversario de nuestras almas a menos que 
conozca a dicho adversario; a menos que entienda su filosofía, su manera de obrar, sus 
métodos para tentar. Hoy se habla muy poco hablar de Satanás, y en consecuencia 
muchos que reconocen su existencia y saben que es el enemigo de nuestras almas, no 
están en condiciones para enfrentarlo. Ignoramos la naturaleza de aquel que golpea a la 
puerta de nuestro corazón. Desconocemos lo que la Biblia enseña acerca de su persona, 
sus métodos, sus planes, su programa y sus artimañas. En consecuencia, caemos en la 
derrota. 
 ¡Sería completamente insensato que un médico que ha descubierto un cáncer de 
pulmón en un paciente le recetara una pomada para los callos, indicándole aplicársela 
sobre el dedo meñique del pie! El tratamiento debe adecuarse a la enfermedad. Si hemos 
de vencer en la lucha en la cual hemos entrado desde el momento en que aceptamos a 
Cristo como Salvador, necesitamos comprender las Escrituras que nos revela la persona 
y la obra de aquél con quien estamos luchando. Es nuestro deseo examinar las Escrituras 
para aprender de su extensa revelación la naturaleza de nuestro adversario, el diablo, 
sus engaños, sus doctrinas y sus planes —a fin de poder descubrir sus movimientos en 
nuestra experiencia cotidiana. La victoria está a nuestra disposición. Pero ella depende 
del conocimiento. Confiamos en que estas páginas sean usadas por el Vencedor para 
llevarnos a la victoria. 
 Una mención especial y un profundo agradecimiento a la Srta. Nancy Miller y a la 
Sra. Reba Allen por su inestimable colaboración, brindada como al Señor, en la tarea de 
elaborar este manuscrito para su publicación. De no ser por su trabajo, este libro no se 
hubiera publicado. Quiera el Señor concederles gran gozo mientras Él se complace en 
usar esta obra, en la que ellas tuvieron una participación importante, para difundir el 
conocimiento de Su victoria. 
J. DWIGHT PENTECOST 
 
Dallas,Texas. 
 
 
 
 
1 
 
La caída de Satanás 
 
Ezequiel 28:11–27 
 
 
 ¿DE DÓNDE vino Satanás? ¿Creó Dios al Diablo? ¿Es Dios el responsable de que 
exista el mal? Estas preguntas asedian a la persona que tropieza con la existencia de 
nuestro adversario a la luz de la revelación bíblica de la santidad de Dios. La filosofía 
jamás podrá dar una respuesta satisfactoria a estas preguntas. La única respuesta 
satisfactoria es la que nos proporciona Dios en Su Palabra. 
 En Ezequiel 25–32 el profeta se halla pronunciando el juicio sobre muchos de los 
enemigos de Israel. Describe el juicio divino de Dios sobre las naciones que han 
perseguido a Israel. En el capítulo 28, versículos 1 al 10, ha entregado un mensaje de 
juicio contra la tierra de Tiro. Tiro, una parte de la Siria bíblica al norte, ocupada por 
los fenicios, era uno de los principales enemigos de Israel. Pero en los versículos 11 al 
17 el profeta va más allá del verdadero «príncipe de Tiro», el rey de esa nación, y dirige 
un mensaje de juicio sobre aquel que controlaba al «príncipe de Tiro», y a quien se 
denomina el rey de Tiro. Debiéramos observar que Satanás obra por intermedio de los 
hombres. En muchas ocasiones obra por medio de los gobernantes. Como Satanás 
deseaba exterminar a Israel para que el Mesías de Dios no pudiera venir a bendecir la 
tierra por intermedio de esa nación, puso a las naciones gentiles en acción contra Israel. 
Los gentiles al perseguir y tratar de exterminar a Israel estaban ejecutando la filosofía y 
el programa de Satanás sin reconocerlo ni darse cuenta de ello. Y así como el profeta 
pronuncia el juicio sobre este enemigo de Israel en los versículos 1 al 10, prosigue para 
dar un mensaje de juicio sobre quien controla a estos príncipes gentiles. 
 Satanás era conocido al principio por el nombre de Lucifer, que significa «el portador 
de luz», «el ser brillante» o «el resplandeciente». En Ezequiel 28:11–13 descubrimos 
por qué su nombre era tan apropiado. El profeta comienza su juicio diciendo «levanta 
endechas sobre el rey de Tiro (esto es, sobre Satanás mismo) y dile: Así ha dicho Jehová 
el Señor: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura». 
El versículo 12 nos describe algo de la perfección de Lucifer antes de su caída. 
 Lucifer fue un ser creado. Se señala esto en el versículo 15. «Perfecto eras en todos 
tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.» Sólo Dios 
es eterno. Sólo Dios posee la vida eterna o vida increada. Todo lo demás que tiene vida 
existe porque Dios lo creó. Todas las cosas creadas tienen una vida distinta de la que 
tiene Dios, un tipo de vida creada. Dios en su obra de la creación comenzó creando una 
hueste innumerable de seres angelicales, uno de los cuales fue Lucifer. Como criatura 
éste se hallaba obligado a adorar, servir y obedecer al Creador. Satanás no fue creado 
como el diablo que llegó a ser por su rebelión. Las Escrituras testifican en el versículo 
15: «Perfecto eras en todos tus caminos», refiriéndose a Satanás. 
 No sólo era perfecto en todos sus caminos, sino que de acuerdo con el versículo 12, 
era la suma de la sabiduría y la hermosura. En primer lugar, Lucifer era el más sabio de 
todos los seres creados por Dios. Dios lo había puesto por encargado de todos los 
asuntos del dominio angelical. Aunque toda la autoridad residía en el trono de Dios, Él 
había delegado ciertas facultades administrativas en Lucifer. Dios lo había preparado 
por creación para el desempeño de estas funciones. 
 La Palabra de Dios nos revela varias funciones que fueron asignadas a los ángeles 
por el Creador. En Efesios 1:21 descubrimos que existen distintos rangos o clases de 
ángeles. Se les menciona como principados, autoridades, poderes y señoríos. Estas 
cuatro palabras se refieren a distintos rangos o clases de seres angelicales, cada uno con 
sus propias responsabilidades, cada uno en su propia esfera, cada uno con su propio 
ministerio. 
 Algunos seres angelicales tienen un ministerio de preservación. Por ejemplo, en 
Hebreos1:14 el autor nos dice que los ángeles son espíritus ministradores; es decir 
siervos que protegen y preservan a quienes serán los herederos de la salvación. Si 
Satanás pudiera hacerlo, despoblaría el cielo evitando que la gente reciba a Cristo por 
Salvador. Pero no puede hacerlo a causa del ministerio de los ángeles a favor de los que 
serán herederos de la salvación. En el Salmo 91:11. El Salmista dice que Dios «mandará 
a sus ángeles acerca de ti, para que te lleven en sus manos, para que tu pie no tropiece 
en piedra». Me alienta saber que algunos de los ángeles de Dios esperaron a través de 
los siglos hasta que yo naciera, me guardaron hasta que pude recibir a Cristo como mi 
Salvador, y continúan guardándome ahora. Cuando manejo mi automóvil por lasautopistas llenas de vehículos me siento agradecido de esta enseñanza bíblica. 
Innumerables huestes de ángeles, pues, fueron creadas para guardar y preservar a 
quienes habrían de ser los herederos de la salvación. 
 Algunos ángeles son los agentes por medio de los cuales Dios realiza milagros. 
Tenemos un ejemplo de ello en Hechos 5:19, donde se relata que los apóstoles fueron 
librados de la cárcel por el ángel del Señor, quien les abrió las puertas. Ello sucedió 
nuevamente en Hechos 12:7-8. Dios fue quien libertó, pero se valió de los ángeles para 
efectuar el milagro. 
 En Apocalipsis 16:1 descubrimos que ciertos ángeles tienen un ministerio de juicio. 
Leemos allí: «Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y 
derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios.» Leyendo el Apocalipsis, 
observamos que los juicios de los últimos tiempos son administrados por medio de 
ángeles. Recordamos que cuando Dios juzgó a los egipcios a fin de que los israelitas 
fueran libertados de la esclavitud, fue un ángel el que recorrió la tierra para hacer morir 
al primogénito donde no hubiera sangre en el dintel y en los postes. Los ángeles, pues, 
tienen también un ministerio de juicio. Luego descubrimos en Hebreos 2:2 que algunos 
ángeles tienen un ministerio de revelación, que son como canales a través de los cuales 
la verdad de Dios es revelada a los hombres. Él nos dice en este versículo: «Porque si 
la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia 
recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros...?» Quizá se refiera a la 
experiencia en el monte Sinaí, cuando la ley fue entregada a Moisés por medio del 
ministerio de los ángeles. Esta es otra clasificación del trabajo asignado a los ángeles. 
 Como habrás observado, los ministerios ya enumerados tienen que ver con el hombre. 
Pero hay ángeles que realizan ministerios que tienen que ver con Dios. En Isaías 6:1 el 
profeta nos dice: «En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un 
trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de Él había serafines...» 
Ahora bien, los serafines eran una clase de ángeles que ministraban a Dios. Los serafines 
en cuestión rodeaban el trono de Dios y daban voces el uno al otro diciendo «Santo, 
santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria». Estos ángeles 
son ángeles adoradores que protegen el trono de Dios contra cualquier invasión de 
impiedad. 
 En el primer capítulo de la profecía de Ezequiel encontramos otra referencia a estos 
seres angelicales, mencionados en el versículo 5 como «cuatro seres vivientes». En el 
versículo 13 descubrimos que tenían una apariencia semejante a «carbones de fuego 
encendidos, como visión de hachones encendidos que andaba entre los seres vivientes; 
y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos. Y los seres vivientes corrían y 
volvían a semejanza de relámpagos». Observarás que se hace referencia a los ángeles 
como «encendidos», como «resplandecientes», como «hachones encendidos» o como 
«relámpagos». El término serafín en Isaías 6:2 significa literalmente seres 
resplandecientes o seres encendidos. En este capítulo 1 de Ezequiel se describe el brillo 
que emanaba de estos seres angelicales. 
 En Ezequiel estos «seres vivientes» del capítulo 1 son denominados querubines: 
«Miré, y he aquí en la expansión que había sobre la cabeza de los querubines como una 
piedra de zafiro, que parecía como semejanza de un trono.» El versículo 3 prosigue: «Y 
los querubines estaban a la mano derecha de la casa cuando este varón entró; y la nube 
llenaba el atrio de adentro. Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima del 
querubín.» Al referirse a los querubines, los profetas están hablando de otra clase de 
ángeles que tenían un ministerio ante el trono de Dios, distinto del de los serafines. 
 Los querubines se mencionan varias veces en la Palabra de Dios. En Génesis 3:24, 
luego del pecado de Adán y Eva, Dios los expulsó del huerto y puso querubines y una 
espada encendida a su entrada para guardar la entrada del huerto. La próxima referencia 
a los querubines se halla en Éxodo 25:18 cuando se le mandó a Moisés hacer un arca, 
el arca del pacto; debía construirse un propiciatorio que sirviera de cubierta al arca y 
debían colocarse dos querubines encima del arca y rodeando el propiciatorio. Luego en 
Apocalipsis 4:8-9 hallamos otra referencia a estos seres vivientes llamados querubines. 
Juan nos dice que «no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor 
Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. Y... aquellos seres 
vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que 
vive por los siglos de los siglos». Observarás que estos seres vivientes de Apocalipsis 4 
son adoradores. Mientras los serafines decían «santo, santo, santo es el Señor Dios 
Todopoderoso» estaban mirando alrededor del trono para protegerlo de cualquier 
invasión de impiedad. Cuando los querubines rodean el trono están mirando hacia él y 
declarando que el que se halla sentado sobre el trono es «santo, santo, santo... Señor 
Dios Todopoderoso». Los querubines de Génesis 3 a la entrada del Edén se hallaban 
allí para proteger la santidad. Los querubines se hallaban sobre el arca del pacto y sobre 
el propiciatorio declarando que la santidad sería satisfecha mediante la ofrenda de la 
sangre. Los querubines del Apocalipsis están adorando a Dios porque la victoria de 
Cristo sobre Satanás ha vindicado la santidad de Dios. 
 Cuando volvemos a Ezequiel 28:14 descubrimos que Lucifer era uno de los 
querubines protectores grandes. En base a lo que antecede podemos darnos cuenta de la 
posición eminente de Lucifer en el momento de su creación. Lucifer no era un ángel de 
una categoría inferior. Era uno de los querubines que podían contemplar el trono de 
Dios y tributar alabanza y acción de gracias y adorar al Dios santo. Ahora bien, si 
tratamos de asignar posiciones a los distintos órdenes de ángeles, llegaremos a la 
conclusión de que el querubín que podía estar en la presencia de Dios y mirarlo o 
ministrar ante el trono ocupaba la más alta de las posiciones y era el más privilegiado 
de todos los seres creados. Lucifer fue puesto sobre esta clase tan privilegiada de ángeles 
por mandato divino. 
 Satanás no era tan sólo el más sabio de los seres creados, sino también el más 
hermoso. En Ezequiel 28:13 el profeta nos describe algo de la hermosura de Lucifer. Y 
lo hace refiriéndose a él a través del uso de las piedras preciosas. Dice: «De toda piedra 
preciosa era tu vestidura; de cornerina (piedra marrón rojiza), topacio (amarillo dorado), 
jaspe (incoloro; refleja todos los colores), crisólito (piedra color rojo oscuro), berilo 
(multicolor) y ónice (verde azulado); de zafiro (azul vivo e intenso), carbunclo (o 
granate, que es rojo sangre intenso), esmeralda (con su verde centelleante).» ¡Qué 
conjunto de colores! ¡Qué arco iris de brillantez! Pero, lógicamente, una piedra preciosa 
no tiene luz propia. Si lleváramos cualquier piedra preciosa a una pieza oscura, no 
brillaría. No luciría. ¡Su belleza no es propia! Su belleza estriba en su capacidad de 
reflejar la luz exterior. Cuando Dios creó a Lucifer, lo creó con capacidad de reflejar la 
gloria de Dios mejor que cualquier otro ser creado. Pero la belleza que se observaba en 
el más sublime de los seres angelicales era una belleza que le fue dada por creación, no 
una belleza propia por naturaleza. Era belleza reflejada. Dios en su santidad era la luz 
que hacía que Lucifer irradiara y destellara la gloria que era Suya. Podría decirse que 
Lucifer era perfecto en hermosura, porque ninguna criatura reflejó tan plenamente la 
gloria de Dios. 
 Los instrumentos musicales fueron concebidos originalmentecomo medios de alabar 
y adorar a Dios. No era necesario que Lucifer aprendiera a tocar un instrumento musical 
para alabarle. Por decirlo así, tenía un órgano de tubos dentro de sí, o era un órgano. 
Esto es lo que el profeta quiso decir cuando dijo: «los primores de tus tamboriles y 
flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación». Lucifer, a causa de su 
hermosura, hacía lo que un instrumento musical haría en las manos de un diestro 
músico: producir un himno de alabanza a la gloria de Dios. Lucifer no necesitaba buscar 
quien tocara el órgano para él poder cantar la doxología: él era en sí una doxología. La 
misma hermosura de Dios que reflejaba traía alabanza, honra y gloria a Dios. Lucifer 
era llamado el ser resplandeciente, el portador de la luz, y ningún otro ángel podía 
reflejar el grado de la gloria de Dios que reflejaba mientras resplandecía hasta lo sumo 
con alabanza al Dios que lo había creado. 
 ¿Cuál es el deber de una criatura? Someterse a su creador. La criatura debe reconocer 
que es hechura de Dios y que el Creador se halla por encima de él. Pero leemos en 
Ezequiel 28:16-17 que Lucifer dejó su lugar de criatura y usurpó la posición del 
Creador. «Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a 
causa de tu esplendor.» Lucifer, la criatura, no reconoció como soberano al Dios que 
había demostrado la extraordinaria grandeza de su poder al dotarlo de tal hermosura y 
gloria. La sabiduría que Dios había dado a Lucifer fue pervertida. Seguro que se dijo: 
«Un ser tan sabio como yo debiera ser Dios; un ser tan hermoso como yo debiera ser 
adorado, y no adorar a otro.» Precisamente lo que Dios le había dado se convirtió en la 
asechanza que lo hizo renegar de su posición de obediencia, sumisión y dependencia. 
El ser que fue creado para demostrar y manifestar la gloria de Dios trató de glorificarse 
a sí mismo mediante su declaración de independencia. ¿Sabía Dios cuando lo creó que 
el orgullo cautivaría el corazón de Lucifer? Sí; dado que Dios es omnisciente, lo sabía. 
¿Podría haberlo evitado? Sí; ya que Dios es omnipotente, podría haberlo evitado. ¿Por 
qué no lo hizo? Nadie lo sabe. Dios ha elegido entrar en conflicto con el príncipe de la 
potestad del aire para demostrar a toda la creación, por medio de su victoria sobre las 
innumerables huestes de maldad, que Él es un Dios de gloria, un Dios de santidad, un 
Dios de poder, un Dios que es digno de ser adorado y alabado. 
 Hace algunos años, siendo yo pastor en un lugar cerca de Filadelfia, vino a nuestra 
congregación un hombre que se había trasladado del medio oeste para ocupar un puesto 
en el departamento de piedras preciosas de las grandes tiendas John Wanamaker de 
Filadelfia. Al visitarlo varias veces durante el transcurso de mi ministerio pastoral, había 
hablado con él acerca de su trabajo y acerca de algunas de las piedras preciosas que él 
había visto y comerciado. Cierto día en que visitaba yo la tienda, me llamó y me dijo: 
 —Le gustaría ver un diamante que acabamos de recibir. 
 Volvió al subsuelo, regresó con una pequeña bolsa de gamuza y me dijo: 
 —Abra la mano. 
 Abrió la bolsa, depositó una piedra en mi mano y me preguntó: 
 —¿Había tenido antes un diamante de medio millón de dólares en la mano? Le 
contesté: 
 —¡No muy a menudo! 
 Había colocado un diamante de medio millón de dólares en la palma de mi mano. Un 
escalofrío me bajó por la columna vertebral. Cuando hube examinado la enorme piedra 
quedé sumamente desilusionado, porque hasta la pequeña piedra que mi esposa usaba 
sobre su dedo brillaba más y tenía mucha más vida y fuego que el diamante. 
Evidentemente él me leyó el pensamiento. Sonrió y me dijo: 
 —Alcáncemela. 
 Introdujo la mano debajo del mostrador, sacó un trozo de terciopelo negro y colocó 
la piedra sobre él. De pronto el diamante cobró vida. Brillaba, chispeaba. Me explicó 
que cuando uno tiene un diamante en la mano éste luce inerte, opaco, porque refleja el 
color de la carne. Pero una vez colocado sobre un fondo negro el diamante reflejó luz y 
pudimos observar su belleza. Del mismo modo, cuando Dios quiso mostrar la perfección 
de Su santidad, la reveló contra el telón negro del pecado. Cuando Jesucristo vino a 
salvar a los pecadores, el contraste entre su persona y la humanidad pecaminosa hizo 
resplandecer la gloria de su absoluta santidad. 
 Creo que nadie podrá comprender jamás por qué Dios permitió la caída de Satanás. 
Pero las Escrituras registran el hecho de que el más sabio y hermoso de los seres creados 
por Dios apartó su vista del Creador y la volvió hacia sí mismo. No reconoció que todo 
lo que él era y todo lo que él tenía le había sido concedido por la mano del Creador, ante 
quien era responsable. Al darle las espaldas a Dios se volvió hacia sí mismo y se 
transformó en un ser fundamentalmente egoísta. Todo hombre nacido en este mundo 
después del pecado de Adán ha tenido una naturaleza exactamente igual a la de su padre, 
el diablo. Lo que caracteriza al hombre pecador es el egoísmo y el egocentrismo. El 
hombre se caracteriza por su orgullo. Vive su vida independientemente de Dios y sólo 
perpetúa la naturaleza de su padre, el diablo. A menos que llegues a comprender algo 
del egoísmo, del orgullo y de la independencia básicos que caracterizaron a Satanás 
cuando él dejó su estado original, nunca te comprenderás a ti mismo ni comprenderás 
las tentaciones que se te presentan día tras día. 
 Un hombre puede hoy en día andar de acuerdo al modelo de Lucifer. Puede 
enorgullecerse de su preparación, de sus capacidades intelectuales, de sus logros, y no 
reconocer que todo lo que tiene es don de Dios. Puede enorgullecerse de todo lo que 
tiene en el dominio material y no reconocer que proviene de Dios. Puede enorgullecerse 
de su posición en el mundo profesional y no reconocer que también esto es un don de la 
gracia de Dios. Cuando un hombre se observa aparte de Dios está perpetuando el pecado 
de Lucifer, andando según su propio camino. La conducta de una persona que se amolda 
a la conducta de Lucifer puede ser alterada, pero ello sólo sucede cuando recibe a 
Jesucristo como Salvador personal. En ese momento recibe una nueva naturaleza 
mediante un nuevo nacimiento; su egoísmo fundamental puede ser desplazado por una 
preocupación por los demás. El orgullo que en un tiempo caracterizaba todos sus 
pensamientos permite al recién nacido hijo de Dios verse en relación filial con Dios; se 
da cuenta que no es nada y que depende de un padre. Quiera Dios que reconozcas que 
eres hijo de tu padre, el diablo. No eres un pequeño Lucifer; eres un pequeño diablo. La 
diferencia es enorme. Dios desea sacarte de esa familia e introducirte en su familia. ¿Lo 
aceptarás a Él como Salvador? 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
2 
 
El pecado de Satanás 
 
Isaías 14:12-17 
 
 
 A LUCIFER, el más sabio y más hermoso de todos los seres creados por Dios, le 
había sido conferida autoridad sobre todos los querubines que rodeaban el trono de Dios. 
La criatura debe someterse al Creador, y lo que es cierto a través de todo el dominio 
angelical era más cierto aún en lo que respecta a Lucifer, porque el privilegio trae 
aparejada responsabilidad. Las mismas cosas que separan a Lucifer de todos los demás 
seres angélicos son las que causaron su caída. Como ya hemos observado en nuestro 
estudio anterior sobre el capítulo 28 de Ezequiel, el corazón de Lucifer se envaneció 
ante su hermosura, su sabiduría, sus privilegios y sus responsabilidades. De no haber 
sido por la revelación divina hubiéramos permanecido ignorantes con respecto a los 
procesos de pensamiento que causaron la rebelión de Lucifer contra Dios. Dios ha 
considerado conveniente revelarnos en Isaías 14:12–14 lo que sucedió en el corazón de 
Satanás, paso porpaso. 
 Cinco veces en estos versículos la declaración proviene del corazón de Satanás en 
primera persona: «Subiré», «levantaré», «sentaré», «subiré», «seré». Desde el mismo 
comienzo observamos que se produjo un conflicto entre la voluntad de Dios y la 
voluntad de Lucifer. Dios no creó a Lucifer como un ser satánico caído, como un ser 
rebelde contra Dios, enemigo de todo lo bueno y enemigo de Dios. Cuando Lucifer fue 
creado, fue creado en sujeción a Dios. Pero fue creado con la capacidad de elegir. 
Cuando Dios le reveló su propósito a Lucifer, ello trajo aparejada la posibilidad de que 
Lucifer se rebelara contra el plan y el propósito de Dios. El pecado comenzó cuando él 
se rebeló contra la voluntad de Dios y dijo: «Subiré», «levantaré», «sentaré», «subiré», 
«seré». Cada vez que opuso su voluntad a la voluntad de Dios estaba reemplazando el 
programa de Dios con su propio propósito y programa. Estas cinco declaraciones son 
significativas, porque nos revelan el programa de Satanás. Su propósito no ha variado 
ni ha cambiado su voluntad; aún se propone lograr esos cinco deseos. 
 En Isaías 14:13 leemos: «Tú que decías en tu corazón: subiré al cielo; en lo alto, junto 
a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los 
lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.» 
Consideremos estas cinco afirmaciones en primera persona que formulara Satanás. 
 En primer lugar dijo: «Subiré al cielo.» En las Escrituras la palabra cielo es utilizada 
para hacer referencia a tres esferas distintas. Está lo que podríamos denominar el primer 
cielo, en el cual vuelan las aves. Se halla formado por la atmósfera que circunda esta 
tierra y que hace posible la vida sobre ella. El segundo cielo es el espacio interestelar. 
En este cielo se hallan las estrellas. El tercer cielo lo circunda todo; es la misma morada 
de Dios, el asiento de su autoridad soberana, el lugar desde donde Dios gobierna sobre 
los cielos interestelares y los cielos que circundan a esta tierra, o la atmósfera. 
 Lucifer moraba en el segundo cielo, el cielo de los espacios interestelares. Pero 
deseaba subir a la morada de Dios. Ahora bien, su deseo de subir no era el deseo de un 
turista de visitar el trono de Dios para observarlo y ver qué tal era, porque Lucifer, que 
moraba en el segundo cielo junto con todos los demás ángeles creados, tenía acceso al 
tercer cielo o al trono de Dios. En el capítulo seis de Isaías, versículo uno, leemos lo 
siguiente: «En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto 
y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno 
tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 
Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda 
la tierra está llena de su gloria.» En la visión que Isaías tuvo de la gloria de Dios y de su 
trono, el profeta vio a los serafines. El lector recordará de nuestro estudio anterior sobre 
el capítulo 28 de Ezequiel, versículo 14, lo que fue escrito con respecto a Lucifer: «Tu, 
querubín grande, protector.» En el versículo 13: «En Edén, en el huerto de Dios 
estuviste.» De nuevo en el versículo 14: «En el santo monte de Dios, allí estuviste; en 
medio de las piedras de fuego te paseabas.» Y por su cargo Lucifer ministraba delante 
del trono mismo de Dios, en la morada de Dios o el tercer cielo. 
 De modo que cuando Isaías dice en el capítulo 14, versículo 13: «Tú que decías en tu 
corazón: Subiré al cielo», no es que Lucifer estuviera deseando pasar un mayor lapso 
de tiempo ministrando como querubín delante del trono de Dios. Él, que iba allí a 
ministrar por permiso divino, deseaba quedarse a morar allí al igual que Dios moraba 
allí eternamente. Él, que tenía acceso a la presencia de Dios, quería hacerse igual a Dios. 
La criatura deseaba expulsar al Creador. Quien había recibido la vida por la palabra de 
Dios quería expulsar a Dios de su trono y ocuparlo como si le correspondiera 
legítimamente. De modo que su primera determinación era oponerse a la voluntad de 
Dios, diciendo: «Subiré al cielo» para ocupar la morada de Dios. 
 La segunda decisión en primera persona dice: «En lo alto, junto a las estrellas de Dios, 
levantaré mi trono.» En el libro de Job, capítulo 38, versículo 7, tenemos una clave al 
significado de la frase «las estrellas de Dios». Las estrellas no tienen vida con que 
responder a la voluntad de Dios: son objetos inanimados. Es cierto que reflejan la gloria 
de Dios como nos lo dice el Salmista: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el 
firmamento anuncia la obra de sus manos.» Pero las estrellas no se someten 
voluntariamente a la autoridad de Dios. ¿Qué tenía Satanás en mente cuando dijo: «En 
lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono.»? En el capítulo 38 del libro que 
lleva el nombre de Job se le invita a éste a considerar la majestad y el poder de Dios, tal 
como se los ve en la creación. En los versículos cuatro al siete se formula esta pregunta: 
«¿Dónde estabas tú... cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos 
los hijos de Dios?» Se igualan las estrellas del alba a los hijos de Dios. Las «estrellas 
del alba» llamadas aquí los hijos de Dios se refieren a las huestes angelicales creadas, 
que irrumpieron en un cántico de alabanza cuando contemplaron la gloria y el poder de 
Dios manifestados en su obra creadora. De modo que basándonos en Job 38 llegamos a 
la conclusión de que cuando Lucifer dijo: «En lo alto, junto a las estrellas de Dios, 
levantaré mi trono», quería decir: «Usurparé la autoridad de Dios sobre toda la creación 
angelical.» 
 Sabemos por la Palabra de Dios que los ángeles son seres creados que se hallan 
sujetos a alguna autoridad superior a ellos, porque toda criatura debe hallarse sujeta a 
autoridad. 
 Por voluntad de Dios, Lucifer había sido designado superintendente sobre todos los 
seres angelicales. Pero la autoridad de Lucifer era una autoridad delegada; el derecho a 
gobernar pertenecía a Dios. Aunque Dios lo había designado administrador sobre todas 
las huestes angelicales, no obstante él se hallaba sujeto a Dios, y aunque él podía 
administrar los asuntos de los ángeles, no obstante debía obedecer a otro. Cuando 
Lucifer dijo: «En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono», estaba 
diciendo: «Yo seré el único administrador de todos los asuntos de las huestes 
angelicales, sin someterme a la autoridad del Creador.» Cuando los ángeles recibían sus 
órdenes, reconocían que estaban recibiendo las órdenes procedentes de otro, por vía 
jerárquica. Pero Lucifer dijo: «Seré lo absoluto, lo último. Yo mismo dictaré todas las 
órdenes que se imparten a los ángeles y quitaré a Dios de en medio.» Quería recibir el 
reconocimiento de las vastas huestes angelicales creadas que legítimamente pertenecían 
a Dios. No sólo quería ocupar el cielo; quería también la autoridad que sólo pertenece a 
Dios. 
 En su tercera afirmación en primera persona Satanás dijo: «En el monte del 
testimonio me sentaré, a los lados del norte.» Lucifer expresó en esta declaración el 
deseo de controlar todos los asuntos del universo. Veamos juntos varios pasajes que nos 
indican el uso de esta frase, «el monte del testimonio» o «los lados del norte» en el 
Antiguo Testamento. En Isaías 2:2 leemos: «Acontecerá en lo postrero de los tiempos, 
que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será 
exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.» Observe el lector los 
términos «montes y collados» utilizados aquí. El monte y el collado se refieren a la 
autoridad o derecho de gobernar. Tienen que ver con la autoridad del Mesías como Rey 
sobre la tierra. Cuando Él venga por segunda vez, establecerá un trono. Gobernarácomo 
rey en su reino, llamado aquí un monte, y todas las naciones menores que se hallen bajo 
su autoridad son denominadas collados. En el Salmo 48:2 el Salmista dice, refiriéndose 
a Jerusalén: «Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los 
lados del norte, la ciudad del gran Rey.» Y los «lados del norte» se refieren aquí a la 
autoridad que pertenecía a Jerusalén durante el reinado de David. Jerusalén era la ciudad 
capital, el asiento de la autoridad; desde allí el rey gobernaba y administraba los asuntos 
de su reino. 
 A la luz del capítulo 2 de Isaías y del Salmo 48 nos damos cuenta que cuando Lucifer 
dijo: «En el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte», quiso decir: «Yo 
quiero administrar los asuntos de esta tierra y de todo este universo creado.» De modo 
que quien dijo «quiero entrar y ocupar el cielo» y «quiero poner a todos los ángeles bajo 
mi autoridad absoluta» fue aún más allá en su deseo de poder y dijo: «También quiero 
colocar a todo el universo creado bajo mi dominio e incluirlo en mi esfera de autoridad.» 
 En cuarto lugar, él dijo: «Sobre las alturas de las nubes subiré.» Retrocedamos al 
capítulo 16 de Éxodo. Leemos allí que cuando el pueblo de Israel salía de la tierra de 
Egipto y entraba al desierto, Dios los acompañaba. En Éxodo16:10 leemos que 
«hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, 
y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube». La aparición de la nube fue una 
manifestación visible para Israel de que Dios se hallaba presente entre ellos y que iba 
delante de ellos en el desierto preparándoles el camino. En el capítulo 40 de Éxodo, 
versículo 33, leemos que cuando Moisés acabó la obra de construcción del tabernáculo, 
una nube cubrió el tabernáculo de reunión y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. La 
evidencia visible para el pueblo de Israel de que Dios se apropiaría del tabernáculo y lo 
ocuparía fue la revelación de la presencia de Dios mediante la aparición de una nube en 
el tabernáculo. En 1 Reyes 8:10, luego que Salomón hubo levantado el magnífico 
templo, Dios reveló su presencia mediante una nube como señal de que ocuparía y 
tomaría posesión del templo. «Y cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube 
llenó la casa de Jehová.» En el Nuevo Testamento, cuando Cristo promete en Mateo 
24:30 su segunda venida a la tierra, dice que vendrá en las nubes con poder y gran gloria. 
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la nube era una señal visible para 
el pueblo de que Dios se hallaba en persona junto a él. La nube era una nube de 
hermosura y de gloria. 
 Cuando Lucifer dijo: «Sobre las alturas de las nubes subiré», quiso decir: «Tomaré 
para mí una gloria mayor que la que pertenece a Dios mismo.» El lector recordará que 
Ezequiel describió la hermosura y la gloria que pertenecían a Lucifer en comparación 
con el brillo del sol sobre las piedras preciosas. Pero la gloria que pertenecía a Lucifer 
no era propia; era gloria reflejada. Porque Dios, el autor de la gloria, el Único lleno de 
gloria, reveló su gloria a través de la obra de sus manos. El deseo de Lucifer era ocupar 
el trono de Dios, gobernar sobre el dominio angelical y sobre todo el universo, para 
poder añadir a la gloria que era suya como criatura toda la gloria que pertenecía a Dios 
como Creador. ¡Cuán necio era el pensamiento de aquel ser: creerse capaz de alcanzar 
una gloria mayor que la gloria infinita de Dios! Ello sugiere que hubiera una deficiencia 
en la gloria de Dios y que Lucifer habría de completar lo que estaba faltando. Al 
apropiarse de toda la infinita gloria de Dios y añadir a ella la gloria creada que le 
pertenecía, Lucifer sería único en el universo, sobre el cual habría impuesto su gobierno. 
 Finalmente dijo: «Seré semejante al Altísimo.» Lucifer debiera haber reconocido el 
hecho de que él era un ser creado. Como tal poseía un tipo de vida creada, porque no 
fue creado con vida eterna. Tuvo un principio. ¿En qué podía entonces ser semejante al 
Creador? ¿En qué sentido podía ser semejante al Altísimo? Era el más sabio de los seres 
de Dios, pero no era omnisciente, no lo sabía todo. Era el más poderoso de los seres 
creados por Dios, pero no era omnipotente. Podía desplazarse de un extremo al otro del 
universo creado, pero no era omnipresente. ¿En qué sentido podía ser semejante, al 
Altísimo? Sólo en un sentido: en ser total y plenamente independiente. Sólo podía ser 
semejante a Dios en no tener que dar cuenta a nadie. El deseo de Satanás era entrar al 
trono de Dios y ocuparlo, ejercer una autoridad absolutamente independiente sobre la 
creación angelical, colocar a la tierra y a todo el universo bajo su autoridad, revestirse 
de la gloria que pertenece sólo a Dios, y no ser responsable ante nadie. 
 ¿Qué fue lo que originó una codicia de poder y gloria tan necia e inconcebible? 
Nuevamente Ezequiel nos da la clave. Podemos observarlo en Ezequiel 28:17: «Se 
enalteció tu corazón (para oponer tu voluntad a la voluntad de Dios) a causa de tu 
hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor (o tu gloria) ... Con la 
multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu 
santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en 
ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran.» ¿Qué quiso significar cuando 
dijo: «Saqué fuego de en medio de ti»? La palabra serafín utilizada en el capítulo 6 de 
Isaías significa «ser ardiente, brillante, resplandeciente». Dios dijo: «Te hice por 
creación el más brillante de todos mis seres resplandecientes.» Dentro de Lucifer ardía 
un fuego a causa de su gloria, de su hermosura, de su autoridad. Aquello que le había 
sido dado se transformó en una pasión encendida y consumidora. Su pasión ardiente por 
sentarse en el trono de Dios, gobernar sobre los ángeles y la tierra, colocar a la tierra 
bajo su autoridad, revestirse de la gloria de Dios y entonces ejercer su independencia le 
condujo a su rebelión y eventual destrucción. 
 Cuando Cristo se ofreció a sí mismo como Salvador del pueblo de Israel, comenzó su 
presentación enviando mensajes a todas las autoridades religiosas de su época. Primero 
las exhortó a arrepentirse, a volver a Dios y a recibir la justicia de Dios. Los dirigentes 
comenzaron a preguntarse qué significado tendría para ellos el arrepentirse y volver a 
Dios. Cristo les dijo: «Yo soy la luz del mundo. Venid, andad en mi luz.» Ellos 
comprendieron que si reconocían que Cristo era la luz del mundo también tendrían que 
reconocer que se hallaban en tinieblas y que toda la doctrina que habían enseñado era 
tinieblas. Cristo dijo: «Yo soy la vida del mundo; venid a mí y recibid vida.» Pero ellos 
comprendieron que si iban y reconocían que Jesucristo era la vida del mundo, también 
tendrían que reconocer que ellos, que habían profesado guiar a los hombres por el 
camino de la vida, los habían estado guiando por el camino de la muerte. Y los dirigentes 
de Israel rechazaron a Cristo y rechazaron el ofrecimiento de salvación que Él les había 
presentado. ¿Por qué lo hicieron? Cristo señaló la causa en Juan 8:44, cuando dijo a 
estos líderes que estaban alejando al pueblo de Cristo: «Vosotros sois de vuestro padre 
el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.» Ahora bien, ¿qué quería decir 
Cristo, sino que estaban repitiendo el pecado de Lucifer? ¿De qué modo? A causa del 
orgullo que sentían por su posición, por su autoridad, por sus logros intelectuales, por 
su pretendido conocimiento de la Ley del Antiguo Testamento, no querían reconocer 
que estaban equivocados. El los acusó de haber engañado a los hombres y de preferir el 
rechazar a Cristo, fuente de luz y de vida, antes que reconocer que sus enseñanzas 
estaban equivocadas. Fue el orgullo el que heló a los fariseos en su incredulidad de talmodo que se mantuvieran inmutables. 
 El orgullo de Lucifer se repite hoy en los hombres no salvos. El hombre inconverso 
dice: «Si recibo a Jesucristo como Salvador, tengo que reconocer que mi justicia no vale 
nada. Tendré que reconocer que mi intelecto no basta para descubrir la verdad divina, 
que mi andar no armoniza con el camino de Dios, y que no me basto para obtener mi 
propia salvación.» Resulta humillante para una persona instruida, independiente y altiva 
el tener que acudir a Dios y decir: «He pecado.» Lo que te aleja de Jesucristo es el 
orgullo de tu padre el diablo. 
 Pero el pecado de Satanás no sólo se repite en los inconversos; también puede 
repetirse en un hijo de Dios. Este es el motivo por el cual Pablo se refiere en 1 Timoteo 
3:6 a quienes deben ser desechados como ancianos en la congregación. Al enumerar los 
requisitos, dice que el anciano no debe ser un neófito, un recién convertido, un nuevo 
creyente. ¿Por qué? «No sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo.» 
El nuevo creyente puede ser severamente tentado por Satanás, para que piense que ha 
sido nombrado para un puesto de responsabilidad por lo que él es, por las capacidades 
que tiene, por su inteligencia, por sus conocimientos, por el ejemplo que ha dado. 
Reproducirá el pecado de Lucifer y se declarará independiente de Dios. No hay un solo 
hijo de Dios que se halle libre de esta tentación de reproducir el pecado del orgullo, de 
renunciar a la dependencia de Dios y a la sumisión a Dios y —al igual que Lucifer— 
independizarse de toda autoridad fuera de sí mismo. 
 El hombre más sabio que jamás haya existido, astuto estudioso de la naturaleza 
humana, escribió estas palabras en Proverbios 16:18. «Antes del quebrantamiento es la 
soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los 
humildes que repartir despojos con los soberbios.» El orgullo precede a la destrucción. 
En el capítulo 12 de Romanos, Pablo nos proporciona una lista de las virtudes que 
habrán de caracterizar al cristiano controlado por el Espíritu de Dios. El Apóstol 
comienza diciendo en el tercer versículo: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a 
cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe 
tener, sino que piense de sí con cordura (es decir, considerar las cosas en su justo valor), 
conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.» Aunque el Apóstol está 
delineando lo que se espera de los miembros del cuerpo de Cristo, comienza refiriéndose 
al orgullo, a causa de que somos tan penosamente tentados a reproducir lo que ardía 
dentro de Lucifer: el deseo de declararnos independientes de Dios. 
 En Números 12:3 se nos dice que Moisés era el hombre más manso sobre la faz de la 
tierra. Moisés tenía más motivos para enorgullecerse que cualquier persona de su 
generación en Israel. Había sido instruido en la corte del Faraón. No cabe duda alguna 
que su preparación era superior a la de cualquier israelita de su época. Moisés podría 
haberse sentido orgulloso. Tenía una posición superior a la de cualquier otro israelita 
porque era el hijo oficial y el heredero de la hija del Faraón. Tenía mayores riquezas a 
su disposición; tenía mayor poder, influencia y autoridad. Y, sin embargo, Moisés fue 
llamado el hombre más manso, no porque no tuviera nada de lo cual pudiera 
enorgullecerse, sino a causa de una obra divina en su corazón que evitó que cayera en 
la tentación de Satanás. No pensemos que Moisés no fue tentado a sentirse orgulloso a 
causa de su preparación, sus riquezas, su influencia, su poder o su posición. Pero resistió 
la tentación. Moisés no fue utilizado por Dios a causa de su instrucción, su preparación 
y su capacidad. Fue utilizado por Dios porque no sucumbió a la tentación del orgullo. 
Observó las cosas en su verdadera perspectiva. En esto consiste la sobriedad: en ver las 
cosas como son. Moisés reconoció que no importaba lo que él era, sino lo que le había 
sido otorgado. Al ver las cosas en su verdadera perspectiva, dijo: «No soy nada.» Por 
eso Dios pudo utilizarlo. 
 Si eres una persona a quien Dios utiliza diariamente, ello no se debe a lo que sabes, 
ni a lo que has logrado o tienes. Serás utilizado por el Espíritu de Dios mientras resistas 
«la condenación del diablo» o el pecado del orgullo. Debes reconocer que todo lo que 
tienes proviene de Dios y debes depender completamente de Él. Sólo de este modo serás 
una persona que Dios puede utilizar. No creo que haya otra tentación que nos acose con 
tanta frecuencia o que nos enfrente con tanta persistencia y que nos seduzca con tanta 
sutileza como la tentación al orgullo, porque Satanás está tratando de reproducirse. Por 
lo tanto, que nadie «tenga más alto concepto de sí que el que debe tener», no sea que 
pensemos como nuestro adversario, el Diablo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
3 
 
La jerarquía satánica 
 
Efesios 6:10—17 
 
 LUCIFER, el más sabio y hermoso de todos los seres creados por Dios, recibió el 
inestimable privilegio de estar en la presencia de Dios para supervisar las jerarquías de 
los seres angelicales creados. Y precisamente lo que Dios le había dado al crearlo se 
transformó en la asechanza que produjo su caída. Enaltecido por el orgullo, a causa de 
su sabiduría y hermosura, Lucifer quiso revestirse de toda la gloria que pertenecía al 
Creador. 
 Para alcanzar este deseo, Satanás quiso entrar al cielo y ocuparlo como su morada. 
Quiso gobernar sobre el dominio angelical y extender su autoridad más allá del dominio 
de los ángeles, por todo el universo. Quiso independizarse de toda autoridad externa. Si 
Satanás habría de ejercer el poder y la autoridad de Dios, debía tomar posesión del 
control divino sobre todas las cosas creadas y ejercer ese control en todas las esferas. 
En primer lugar consideraremos el plan de Satanás para gobernar en el dominio 
angelical, para luego estudiar su plan para gobernar sobre el dominio terrenal y alcanzar 
su deseo de ser semejante al Altísimo. 
 El creyente promedio sabe muy poco acerca de los ángeles. Cuando tenemos un 
pequeño bebé en nuestros brazos y observamos su pequeño rostro, si por casualidad está 
durmiendo lo llamamos un ángel. Pero si se halla despierto y llora, quizá lo llamamos 
otra cosa. Como nunca hemos visto un ángel sabemos muy poco acerca de su naturaleza, 
su actividad, su manera de vivir y su propósito. Pero la Palabra de Dios nos proporciona 
una revelación muy clara en lo que respecta al dominio angelical. Antes que podamos 
comprender el dominio de Satanás es necesario que comprendamos algunos aspectos 
esenciales de los ángeles. 
 En este mundo materialista en el cual evaluamos todo por su peso, tamaño y forma 
dejamos poco lugar para los seres angelicales o la creación angélica. Pero la Palabra de 
Dios nos dice que cuando Dios comenzó su obra de creación esa obra no comenzó en el 
reino físico ni en el reino terrenal sino en el reino angelical. Dios creó por su palabra 
inmensas huestes de ángeles. El apóstol Pablo nos dice en Colosenses 1:16: «Porque en 
él (en Cristo) fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en 
la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean 
potestades; todo fue creado por medio de él y para él.» Hablando de la obra de la 
creación, el Apóstol la divide en dos esferas distintas. Está la esfera del cielo, donde 
existen los seres invisibles, y está la esfera de la tierra, en la cual existen los seres 
visibles. Aquella esfera no es menos real porque sea invisible. El Apóstol reúne toda la 
obra creadora del Hijo y nos enseña que el Hijo es el Creador del dominio angelical y 
de la hueste de los ángeles, tanto como de la tierra física y de todos los que moran en 
ella. Los ángeles son entonces seres creados, creados por la autoridad de Dios, a través 
del poderdel Hijo. 
 Los ángeles tienen personalidad. No son una fuerza ni un poder, sino individuos con 
personalidad. La Palabra de Dios dice que poseen todas las capacidades de la 
personalidad. De acuerdo con el Salmo 148:2 los ángeles adoran a Dios. Este es un acto 
volitivo, lo cual nos indica que poseen voluntad. Los ángeles adoran a Dios porque lo 
conocen. Poseen la capacidad del conocimiento. Los ángeles adoran a Dios porque 
observan que Dios es un Dios que debe ser amado, y no sólo obedecido y servido. En 
Mateo 24:36 nuestro Señor se refiere al conocimiento que los ángeles tienen, o a ciertas 
cosas que los ángeles pueden no saber. Las Escrituras consideran a los ángeles como 
seres que poseen las capacidades de la personalidad: intelecto, emoción y voluntad, y 
deben por tanto ser considerados seres individuales, con su propia identidad y existencia 
individual. 
 Es más, descubrimos en Hebreos 1:14 que los ángeles fueron creados para ministrar. 
El Apóstol los menciona allí como «espíritus ministradores enviados para servicio a 
favor de los que serán herederos de la salvación». Los ángeles son siervos, y aun cuando 
puedan haber distintos ministerios, los ángeles fueron creados como especie para 
ejecutar la voluntad de Dios. Dios ejecuta su voluntad sobre la tierra por medio de seres 
angelicales. Los ángeles supervisan la vida de todos los hombres. Guardan a quienes 
habrán de ser herederos de la salvación. A menudo son instrumentos que traen el juicio 
divino sobre la tierra. En consecuencia los ángeles no fueron creados para dar origen a 
un plan, sino para cumplir un plan que les ha sido revelado por Dios, quien es el 
administrador y tiene un propósito soberano en todos los individuos que viven sobre la 
faz de la tierra. 
 Los ángeles no mueren. Cuando los enemigos de nuestro Señor se le acercaron 
durante su permanencia en la tierra y trataron de poner en tela de juicio su enseñanza 
acerca de la resurrección, Él les dijo (Mateo 22:28—30) que en la resurrección los 
hombres son como los ángeles, porque no se casan ni se dan en casamiento. Nuestro 
Señor reveló así el hecho de que las jerarquías de ángeles no se ven reducidas por la 
muerte, por lo que no es necesario que se reproduzcan para mantener un número 
constante de ángeles. Los ángeles que al principio fueron creados todavía viven. 
 Los ángeles no poseen cuerpos físicos, pero ello no significa que no tengan cuerpo. 
Esto constituye un misterio para quienes conciben a los ángeles como seres parecidos a 
una bocanada de humo, que flota alrededor y luego se disipa y que puede reaparecer sin 
un punto específico de existencia. Al dar su enseñanza acerca del cuerpo resucitado en 
1 Corintios 15, Pablo nos dice que hay distintas clases de cuerpos. Hay un cuerpo que 
se adapta a esta tierra. Se le denomina cuerpo animal o terrenal. Se nos dice que hay 
además otra clase de cuerpo: un cuerpo espiritual o celestial. Este es un cuerpo que se 
adapta a los lugares celestiales, y que no es menos real que el cuerpo terrenal. 
 No conocemos la naturaleza del cuerpo celestial, pero podemos aprender algo acerca 
de su naturaleza al observar a nuestro Señor después de su resurrección. Su cuerpo tenía 
forma y peso. No era un cuerpo sostenido por el principio de la sangre. Era sostenido 
por un principio totalmente distinto, pues El mencionó el hecho de que su cuerpo era 
ahora incorruptible. El cuerpo de nuestro Señor resucitado y glorificado no se hallaba 
limitado ni por el tiempo ni por el espacio. Podía aparecer en un momento en Jerusalén 
e instantes después en Galilea. Era un cuerpo que podía materializarse en una pieza que 
se hallaba cerrada y sellada por los discípulos a causa de su temor a los judíos. No 
existen leyes naturales conocidas que nos expliquen de qué modo nuestro Señor en un 
cuerpo resucitado podía aparecer un momento en un lugar e instantes después a cientos 
de kilómetros de allí, ni cómo podía aparecer en una pieza con todas las puertas y 
ventanas cerradas y atrancadas. Pero las Escrituras nos dicen que ello era algo 
característico del cuerpo resucitado glorificado. 
 Así como Cristo tenía un cuerpo espiritual o celestial, los seres angelicales deben 
tener cuerpos que no se hallan limitados por el tiempo ni por el espacio. Esto se halla 
ilustrado en el capítulo nueve del libro de Daniel, donde Dios envía un mensaje al 
profeta. En el versículo 21 leemos: «Aún estaba hablando en oración, cuando el varón 
Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí 
como a la hora del sacrificio de la tarde.» A Daniel le llamó la atención que un ángel 
pudiera desplazarse de un lugar a otro con la velocidad del relámpago. Los ángeles 
fueron creados para vivir en la esfera celestial. No fueron creados para vivir sobre la 
tierra, o sea para depender de la existencia de esta atmósfera para su vida. Ya que ningún 
cuerpo humano puede vivir fuera de la atmósfera de esta tierra, cuando nuestros 
astronautas salen al espacio exterior es necesario que lleven con ellos la atmósfera de la 
tierra para sostenerlos. Dentro de la cápsula espacial hay una tierra en miniatura, la 
atmósfera de la tierra. Cuando abandonan la nave y caminan alrededor de ella en el 
espacio, continúan teniendo la atmósfera de la tierra dentro del traje espacial por medios 
artificiales, porque el cuerpo humano depende de la atmósfera para su sostén. Pero los 
ángeles no fueron creados para morar sobre esta tierra ni en esta atmósfera terrestre. 
Fueron creados para vivir y existir en la esfera de los lugares celestiales. Las palabras 
de nuestro Señor destacan esto. En Marcos 13:32 Él nos dice: «Pero de aquel día y de 
la hora nadie sabe, ni aún los ángeles que están en el cielo.» Y esta frase —«que están 
en el cielo»— nos indica la esfera dentro de la cual viven los ángeles y para la cual 
fueron creados. 
 Ya que cada individuo tiene su propio ángel guardián, debemos llegar a la conclusión 
de que la cantidad de ángeles debe ser igual o superior a la cantidad total de seres 
humanos que han vivido o vivirán sobre la faz de la tierra. Las Escrituras no indican en 
parte alguna la cantidad de ángeles; simplemente nos dicen que son innumerables. 
Vemos en esto algo del vasto poder de Dios, que mediante un solo acto creativo pudo 
crear una hueste tan innumerable de seres angelicales, aptos para cumplir la voluntad de 
Dios y preparados como siervos suyos para ejecutar su voluntad. 
 Los seres angelicales se dividen en muchas jerarquías, y cada una de ellas tiene su 
propia responsabilidad. Se hace referencia a ello, por ejemplo, en Colosenses 1:16, 
donde se divide la creación angelical del cielo en categorías denominadas tronos, 
dominios, principados y potestades. Estas cuatro palabras representan evidentemente 
distintas jerarquías o categorías de ángeles con sus propias responsabilidades. Los 
tronos pudieran referirse a los ángeles que fueron creados para sentarse sobre tronos y 
gobernar. Los dominios se refieren a quienes ejercen el gobierno debajo de Dios. Los 
principados se refieren a los que gobiernan, y los poderes se refieren a quienes ejercen 
alguna autoridad especialmente asignada. Cuando examinamos la Palabra de Dios 
descubrimos que Él tiene un sistema para gobernar su universo. Dios es soberano y 
gobierna sobre todas las cosas, pero como administrador delega autoridad. Por ejemplo, 
descubrimos en Daniel 12:1 que se menciona a Miguel como «el gran príncipe que está 
de parte de los hijos de tu pueblo (Israel)». Dios ha creado seres angelicales a quienes 
ha asignado tronos. Si se me permite usar esta expresión, éstos son el primer ministro 
que ejerce autoridad sobre una nación determinada. El ángel Miguel es este tipo de 
administrador de Israel, y Gabriel se halla relacionado con él. Así que Dios ejecuta su 
voluntad desde su trono por medio de ángeles asignados a los diferentestronos para 
gobernar y ejercer poder y autoridad por la vía jerárquica. Creo que sería lógico llegar 
a la conclusión que si Miguel es el arcángel primer ministro de Israel, habrían ángeles 
bajo su autoridad, doce de ellos, que ejercían autoridad sobre las doce tribus. Habría aún 
otra subdivisión, y bajo el jefe de cada una de las tribus habrían ángeles de menor 
jerarquía para ejercer autoridad sobre distintas esferas en cada tribu de Israel. Lo que es 
cierto con respecto a Israel también es cierto en el caso de Persia, porque en Daniel 
10:13 se hace referencia al «príncipe del reino de Persia». De este modo se ha confiado 
a los ángeles una autoridad administrativa subdividida. 
 Dios, entonces, ejecuta su voluntad y supervisa la administración de su universo total 
por medio de estas jerarquías de ángeles que fueron creadas por Él y que se sujetan a 
Él. Un título habitual que se usa para Dios en el Antiguo Testamento es «el Señor, 
Jehová de los Ejércitos» o «Señor del Sabaoth». Cada vez que se hace referencia a Dios 
como Jehová de los ejércitos, quiere decir que es el Señor de estos ángeles creados. Él 
no es el Señor de los ejércitos de Israel, sino de los ejércitos del cielo. Antes de preparar 
esta tierra como lugar de morada de la raza humana, Dios pobló la esfera celestial de 
innumerables seres creados, cada uno con su propia jerarquía, rango y responsabilidad. 
Cada uno de ellos debía tributar adoración y honra a quien se sentaba en el trono. Lo 
reconocían a Él como el Señor del Sabaoth, el Señor Jehová de los ejércitos del cielo. 
Y bastaba que Dios diera a conocer su voluntad para que aquellos ángeles salieran con 
ímpetu a obedecer y ejecutar la voluntad divina. 
 Lucifer, al rebelarse contra Dios y querer usurpar su trono, sabía que antes de que 
pudiera destronar al Altísimo y gobernar como soberano en este universo tenía que 
colocar la creación angelical bajo su autoridad y control. En Apocalipsis 12:4 se nos 
ofrece un norte con respecto a las proporciones de la rebelión original de Satanás contra 
Dios. Porque luego de decirnos en el tercer versículo que Juan vio una señal en el cielo, 
el gran dragón escarlata que según el versículo 9 es Satanás, leemos en el versículo 
cuatro que «su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo». Aquí las 
estrellas parecen referirse a los seres angelicales, y esto insinúa que cuando Satanás se 
rebeló contra Dios comenzó una campaña para persuadir a los ángeles que se rebelaran 
contra Dios y le siguieran. Logró la adhesión de la tercera parte. Porque los ángeles, que 
fueron creados con capacidades volitivas, que tenían la capacidad de elegir, se vieron 
en una encrucijada. O debían permanecer donde habían sido colocados por el Creador, 
o debían seguir a Satanás con su promesa de que él los enaltecería por encima de lo que 
eran por creación divina. Lucifer no sólo se propuso enaltecerse a sí mismo sino también 
enaltecer a quienes lo siguieran a fin de que gobernaran con él sobre los tronos, 
principados, dominios y potestades que él esperaba someter a su autoridad. Cuando 
Lucifer se rebeló contra Dios, llevó consigo a una tercera parte de la creación angelical, 
constituida por quienes creían que Lucifer serviría al universo mejor que Jehová de los 
Ejércitos. 
 Satanás formó un reino semejante al sistema divino con el grupo de ángeles que lo 
siguió. Ya veremos en los siguientes capítulos el hecho de que Lucifer jamás ha creado 
programa alguno, aparte de su programa inicial de ser superior a Dios. Satanás es un 
imitador, no un creador; y cuando se rebeló contra Dios y planificó su reino, lo hizo de 
acuerdo con el sistema de administración divino. Observamos esto en Efesios 6:12 
donde, al referirse a la lucha del creyente, el Apóstol dice que «no tenemos lucha contra 
sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de 
las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones 
celestes». El lector observará que Pablo señala cuatro categorías en Efesios 6:12 que se 
hallan bajo la autoridad de Satanás, y las cuatro categorías que Satanás ha instituido 
corresponden a las categorías mencionadas en Colosenses 1:16 que Dios instituyó al 
disponer los asuntos de su universo. Satanás ha colocado a algunos de sus seguidores 
sobre tronos, dándoles autoridad. Por ejemplo, en la organización gubernamental de 
Satanás, uno de sus seguidores tiene autoridad sobre Palestina y es el homólogo de 
Miguel; le sigue otro de menor jerarquía que es el homólogo de Gabriel, y luego otros 
de menor jerarquía que tienen autoridad sobre las doce tribus, y dentro de cada tribu se 
hallan los que tienen menos autoridad y que les sirven. Satanás ha imitado 
completamente la organización y el programa de Dios en la administración de sus 
asuntos y en la supervisión de su reino. 
 Los seres que secundaron a Satanás en su primera rebelión son llamados demonios. 
Estos demonios, estos ángeles caídos, poseen las mismas capacidades que tenían antes 
de seguir a Satanás en su rebelión contra Dios. Siguen teniendo todo el poder y la 
sabiduría que tenían antes de su caída. Los demonios no se encuentran más limitados 
por el tiempo y el espacio que los ángeles. Aunque su cantidad es menor que la de 
aquéllos, se nos dice que son innumerables, de modo que existen vastas huestes de seres 
angelicales caídos. Satanás no es omnipresente. No puede estar al mismo tiempo en tu 
casa y en la mía. Pero esto a duras penas me consuela, porque uno de sus demonios 
puede estar allí. Satanás no actúa en persona, sino por intermedio de las jerarquías de 
demonios que se rebelaron con él y a las cuales ha asignado responsabilidades. Todo 
hijo de Dios se halla rodeado a cada momento del día por estas huestes de seres 
angélicos caídos como también por aquel ángel guardián que Dios le ha asignado. No 
estamos luchando contra una fuerza impersonal; no estamos luchando contra un 
principio del mal, opuesto al principio del bien. Tenemos que luchar contra 
personalidades cuya tarea es frustrar y derrotar la voluntad de Dios para con nuestras 
vidas como hijos de Dios. Estas personalidades sirven fielmente a Satanás, sin cesar. No 
marcan la tarjeta a las ocho de la mañana y regresan al hogar a las cuatro y media de la 
tarde, tomándose media hora para el almuerzo e interrumpiendo su trabajo dos veces al 
día para tomar café, de tal modo que haya momentos en que nos hallemos libres de sus 
actividades. Como seres espirituales, con cuerpos espirituales, no se hallan limitados 
por el espacio ni por el tiempo. Pueden ocuparse constantemente de ti, dondequiera que 
te halles, no importa lo que estés haciendo. Estos seres que sirven los propósitos de 
Satanás no te pierden pisada, con la misma constancia con que los seres angelicales de 
Dios, que cumplen Su voluntad, se mantienen fielmente a tu lado para preservarte y 
guardarte como heredero que eres de la salvación. Habiendo elegido una vez obedecer 
a Satanás, los demonios le obedecen perfecta y completamente. Se empeñan en ejecutar 
la voluntad de Satanás para contigo. Y la voluntad de Satanás para con tu vida es frustrar 
la voluntad de Dios para contigo en todo momento. 
 Sabemos que el destino de los demonios es el lago de fuego. Nuestro Señor enseñó 
en Mateo 25:41 que el lago de fuego eterno fue preparado para el diablo y sus ángeles. 
Se les ha condenado a estar en el abismo, separados por siempre de Dios, bajo 
condenación y juicio eternos. Pero aunque se hallan bajo condenación, no dejan de estar 
activos, y el frenesí de su actividad parece deberse a su expectativa cierta del juicio 
futuro. Esto constituye un cuadro aterrador. Pero si hemos logrado que captes esta 
verdad de la Palabra de Dios, para que estés consciente de la existencia de tu adversario, 
te habremos preparado para la victoria que ha sido prometida en Cristo Jesús.Si 
prosigues tu camino despreocupadamente, si vives día tras día como si te hallaras 
aislado de las huestes de Satanás, no te hallas preparado para estos ataques satánicos. 
Pero cuando comprendas que Satanás, luego de su caída, ha organizado su propio reino 
para promover su propósito de destronar a Dios, comprenderás también que a Satanás 
le interesa vigilarte tanto como al Señor Jesucristo. Si Satanás ha de frustrar el propósito 
de Dios, debe hacerlo en ti y por tu intermedio. Por lo tanto sufrimos sus ataques día 
tras día, hora tras hora, momento tras momento. Y ya que estamos luchando contra un 
enemigo invisible, contra un sistema organizado de maldad que intenta destronar a Dios 
y entronizar a Satanás, debemos conocer sus propósitos. Debemos conocer su forma de 
obrar a fin de poder hacer lo que el Apóstol nos exhorta a hacer: «Tomad toda la 
armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, 
estar firmes.» Satanás no pudo lograr que todos los ángeles le siguieran. Pero llevó tras 
sí una cantidad suficiente para organizar un sistema imitado, dispuesto según al modelo 
divino, a fin de cumplir su propósito de recibir la gloria que pertenece a Jehová de los 
ejércitos, el Señor de los ejércitos del cielo. 
 Permíteme decirte, hijo de Dios, que cada vez que desobedeces a Dios y sucumbes a 
la tentación de Satanás, estás dándole un voto a él en vez de dárselo a Dios. Si no tienes 
a Jesucristo como Salvador personal, permíteme decirte que has nacido formando parte 
del reino de Satanás; has nacido en rebeldía; has nacido bajo su hegemonía, bajo su 
supremacía. Él es el dios de este mundo, y tú le estás siguiendo como si no tuvieras que 
dar cuenta ante el Dios que te creó. La única manera de librarte de la autoridad satánica 
es nacer en una nueva familia, recibir una vida nueva. Cristo murió para librarnos del 
reino de Satanás y trasladarnos al reino de su amado Hijo. Si aceptas a Jesucristo como 
Salvador personal, Dios no sólo perdonará tus pecados, no sólo te hará su hijo, no sólo 
te recibirá en su familia, sino que quebrantará el dominio de Satanás sobre tu vida y te 
libertará. 
 Te ofrezco un Salvador que puede librarte del reino de las tinieblas y del dios de este 
mundo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
4 
 
Satanás conquista la tierra 
 
Génesis 3:1—7 
 
 COMO YA HEMOS DESCUBIERTO, Lucifer codició para sí la gloria que 
pertenecía al infinito y eterno Dios. A fin de obtener esa gloria, Satanás quiso colocar 
una hueste innumerable de ángeles bajo su autoridad. En Apocalipsis 12:4 leemos que 
cuando Satanás se rebeló contra Dios arrastró consigo la tercera parte de los seres 
angelicales creados. Pero Lucifer deseaba revestirse de la gloria de Dios extendiendo 
también su autoridad a la esfera terrenal de la creación. De este modo podría declararse 
independiente de Dios y reclamar una autoridad igual a la suya. 
 Este deseo de gobernar la tierra lo llevó a poner un plan en marcha. En el primer 
capítulo del libro de Génesis, versículo 26, mientras creaba al hombre, el Señor dijo: 
«Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los 
peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal 
que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo 
creó; varón y hembra los creó.» Cuando Dios creó al hombre y lo colocó sobre la tierra, 
le dio autoridad sobre ella. El hombre no era independiente de Dios. Su dependencia le 
hacía reconocer que Dios era soberano, que tenía el derecho de gobernar, y que era un 
Dios de gloria. Pero el hombre fue designado representante de Dios sobre la tierra para 
la administración de los asuntos de Dios y de su reino. El hombre gobernaba, pero por 
permiso divino. Y Satanás, en su deseo de obtener el dominio de esta tierra, atacó al 
hombre. 
 En el tercer capítulo del Génesis observamos el primer asalto que Satanás dirigió en 
esta esfera terrenal contra el representante de Dios, el hombre. El relato de la tentación 
nos es muy conocido. Quienes creen en la Palabra de Dios creen que este incidente fue 
real y que no debe ser relegado a la categoría de mito. No es la personificación de alguna 
idea indefinida que surgió en las mentes humanas para explicar la presencia del pecado 
y que debe ser desechada como realidad. Esto sucedió. Lucifer entró al huerto del Edén, 
donde Dios había colocado al hombre en el momento de su creación, para apartar su 
corazón del camino de la obediencia a Dios. 
 Cuando Dios puso a Adán en el huerto del Edén, el cual era un reflejo de la perfección 
del cielo, le dijo: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia 
del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.» 
(Génesis 2:16.) Este mandato restringía la libertad del hombre. El hombre no es libre 
cuando se halla totalmente independizado de toda autoridad. El hombre es 
verdaderamente libre cuando puede escoger a quien ha de servir como esclavo. Y Adán 
se hallaba libre en cuanto podía elegir obedecer a Dios, sometiendo su voluntad a la 
voluntad divina. Dios había impuesto esta prohibición a Adán: «Del árbol de la ciencia 
del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.» 
Ni el corazón ni la mente de Adán objetaron jamás esta restricción. Nunca se le ocurrió 
pensar que Dios le había negado celosamente algo que hubiera sido para su provecho o 
beneficio. Dios en su gracia infinita había proporcionado a su criatura todo lo que ella 
pudiera querer, necesitar o desear. Sin embargo, cuando Lucifer se acercó a tentar a 
Adán lo tentó en la misma esfera de la prohibición divina, la esfera que había hecho a 
Adán verdaderamente libre. 
 En Génesis 3:1 leemos que la serpiente era más astuta que todos los animales del 
campo que Jehová Dios había hecho. Debe observarse ante todo en nuestra comprensión 
de la metodología satánica que en la tierra Satanás no puede manifestar físicamente su 
cuerpo celestial. Para poder manifestarse en la tierra en cualquier forma visible, debe 
apropiarse un cuerpo físico por medio del cual pueda obrar. El Hijo eterno de Dios podía 
aparecer físicamente. En el Antiguo Testamento el Ángel de Jehová era una aparición 
preencarnada del Señor Jesucristo sobre la tierra. El Ángel de Jehová apareció en un 
cuerpo físico y caminó y habló con los hombres. Pero Satanás no tiene este poder. Más 
bien se ve precisado a posesionarse de un hombre, una mujer o algún animal para poder 
manifestar su presencia entre los hombres. Cuando Satanás fue al huerto del Edén a 
tentar a Adán y Eva para sujetarlos a su propia voluntad, eligió utilizar el cuerpo de una 
serpiente. 
 No pensemos que aquel reptil haya concebido el plan, ni que se opusiera a la 
declaración de Dios, ni que le importaran las decisiones que tomaran Adán y Eva. Aquel 
reptil se limitó a facilitar el cuerpo que Satanás utilizó. Se nos dice que la serpiente 
(ahora poseída por Satanás) era más astuta que todos los animales del campo. Ningún 
animal ha concebido jamás la idea de rebelarse contra Dios. La creación animal se halla 
en perfecta sujeción a Dios. Los evangelios relatan que cuando Cristo fue tentado en el 
desierto por Satanás, durante cuarenta días las fieras fueron su única compañía. ¿Qué 
tiene de significativo esto? Que toda la creación, salvo el hombre, reconoce que Dios es 
soberano. Las fieras que estaban allí con Jesucristo durante ese período de tentación se 
sometieron a su autoridad. La serpiente del Génesis no fue elegida porque fuera más 
astuta, sino porque era un medio adecuado por el cual Satanás podía acercarse a Eva. Y 
llegó a ser más astuta que todo animal del campo en cualquier época, ya que logró que 
Eva se rebelara contra la voluntad de Dios. 
 Lo sutil fue que Satanás pudoacercarse a Eva sin revelar quién era ni cuál era 
realmente su propósito. Porque Satanás sabía que de haber ido a Eva y haberse revelado 
abiertamente como enemigo de Dios, invitándola a repudiar la voluntad divina, Eva y 
Adán hubieran respondido negativamente, repudiando su intento, y su deseo de 
gobernar este universo se hubiera visto frustrado. De modo que a Satanás le fue 
necesario transformarse en algo que no era. Si pasamos al Nuevo Testamento en 2 
Corintios 11:13, 14, veremos que el Apóstol advierte cómo Satanás sigue utilizando el 
mismo método. Leemos: «Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que 
se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se 
disfraza como ángel de luz.» También se menciona esta transformación en el capítulo 
doce del Apocalipsis cuando leemos en el versículo nueve con relación a Satanás: Y fue 
lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual 
engaña al mundo entero...» 
 Ahora bien, diablo y Satanás son palabras significativas, porque significan 
«engañador» y «calumniador». Cuando Satanás vino para oponerse a la voluntad de 
Dios, se presentó como un engañador y denigró el carácter y el amor de Dios para poder 
desviar a Adán y a Eva de su voluntad. Tomemos debida nota de este principio: Satanás 
siempre obra denigrando la bondad y la santidad de Dios y engañando a los hombres 
con respecto a su relación para con Dios y la voluntad divina. La serpiente, sutilmente, 
por engaño, formuló una pregunta: «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol 
del huerto?» Esta pregunta tenía por objeto descubrir cuánto sabía Eva con respecto a 
lo que Dios había dicho. Para poder engañar a una persona, Satanás tiene que empezar 
por averiguar el grado de conocimiento que esa persona tiene. Este principio aún tiene 
vigencia. Si una persona ignora por completo la Palabra de Dios, de tal modo que no 
sabe nada acerca de la persona de Dios, de su carácter y de sus demandas, a Satanás le 
resulta fácil engañarla haciéndola creer que ella es completamente aceptable delante de 
Dios y que no es necesario en absoluto tratar el problema del pecado. Pero si una persona 
conoce la Palabra de Dios y la santidad de Dios y conoce su propia impiedad, le resulta 
mucho más difícil a Satanás mantenerla en tinieblas. 
 Así que Satanás sondeó para descubrir cuánto sabía Eva de la Palabra de Dios. Para 
ello formuló esta pregunta: «¿Es cierto que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol 
del huerto?» Y Eva tuvo que confesar que Dios había impuesto una restricción sobre 
ella, ya que contestó correctamente: «Del fruto de los árboles del huerto podemos 
comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de 
él, ni le tocaréis, para que no muráis.» Observarás que Eva conocía la prohibición, como 
también la pena de la desobediencia. Demostró que se hallaba familiarizada con lo que 
Dios había dicho: El demandaba obediencia a su palabra y había fijado una pena para la 
desobediencia. Satanás entonces actuó en base a este conocimiento. 
 Satanás respondió al conocimiento de Eva con una negativa lisa y llana. «Entonces 
la serpiente dijo a la mujer: No moriréis.» Esto constituye una negación categórica de 
lo que Dios había dicho. Y éste es el mayor insulto que una criatura haya hecho jamás 
a Dios, porque con ello la serpiente decía abiertamente que Dios era un mentiroso. 
Acusó a Dios de engaño. ¿No resulta acaso significativo que quien vino a engañar, cuya 
naturaleza es engañosa, acusara a un Dios santo y justo de aquello que constituía su 
propio carácter tergiversado y pervertido? 
 Luego explicó en el versículo cinco la razón por la cual Dios había negado a Adán y 
Eva el fruto de este árbol: «Sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos 
vuestros ojos, seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.» Aclaremos este versículo 
para descubrir la intención de Satanás. La palabra traducida «Dios» es Eloim y es el 
nombre de Dios en el Antiguo Testamento. Adán y Eva nada sabían de las deidades 
falsas. Satanás les dijo que si comían de aquel árbol serían semejantes a Dios. 
¿Recuerdas lo que el profeta Isaías describió como el deseo de Satanás? «Seré semejante 
al Altísimo.» Ahora bien, la tentación que presentó a Eva era que si ella tomaba del fruto 
del árbol y lo comía, en desobediencia a Dios, se elevaría a tal posición que sería 
semejante al Altísimo. Satanás sabía que quien tiene el derecho de ser obedecido tiene 
el derecho de ser adorado, porque es soberano. También sabía que si lograba seducir a 
Eva para que desobedeciera a Dios, su desobediencia constituiría un acto de obediencia 
a él, y en consecuencia él tendría el derecho de ser adorado. Y si el hombre obedece a 
Satanás y lo adora, Satanás ha usurpado el lugar de Dios en la creación y ha llegado a 
ser semejante al Altísimo. En realidad lo que dijo fue: «Dios es celoso; quiere reservarse 
el derecho de gobernar. No quiere compartir su gloria con nadie. Dios sabe que si tomas 
este fruto y lo comes serás elevada a su trono y te hallarás en pie de igualdad con Dios. 
Dios te ha negado la única cosa que te hace menor que Él. Si comes este fruto serás 
semejante a Dios.» 
 En la mente de Eva nació un deseo de elevarse a una posición de igualdad con Dios, 
de revestirse de la gloria inherente al trono de Dios, de compartir la gloria de su trono. 
Eva alcanzó y tomó el fruto, lo comió y lo ofreció a Adán, el cual también lo comió. El 
resultado (versículo 7) fue que fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que 
estaban desnudos». Pero no estaban desnudos ante los ojos de su compañero ni ante la 
vista de los animales del huerto, ni siquiera ante la vista de. Satanás. Estaban desnudos 
ante los ojos de Dios, porque no hay nada que pueda cubrir la desobediencia que ahora 
caracterizaba su vida y su andar. Nada podía cubrir el pecado y la maldad causada por 
su rebelión contra Dios. 
 Para poder tomar el fruto que Eva le ofreció, Adán tuvo que renunciar al cetro que 
Dios le había dado cuando le dijo: «Sojuzgad la tierra.» Porque Adán no podía tener en 
su mano el cetro y el fruto prohibido al mismo tiempo. Adán sólo podía gobernar 
mientras fuera obediente. Y allí estaba Lucifer, para arrebatar el cetro que Adán dejó 
caer. 
 En la carta a los Efesios, capítulo 2, versículo 2, el Apóstol nos dice: «En los cuales 
anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe 
de la potestad del aire.» Esta descripción —el príncipe de la potestad del aire— reconoce 
que Satanás ha usurpado el poder de Dios en el dominio angelical. En 2 Corintios 4:4 
descubrimos que Pablo reconoce que Satanás ha usurpado la autoridad en otro dominio: 
«En los cuales el dios de este siglo (“mundo” en la versión inglesa) cegó el 
entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la 
gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.» A Satanás se lo denomina allí el Dios de 
este mundo. En su rebelión contra Dios, llevó ángeles tras sí y se constituyó en un 
príncipe del dominio celestial. Pero al inducir a Adán y a Eva a la desobediencia, se 
transformó en el dios de este mundo. Mediante su usurpación de poder en estos dos 
dominios, Satanás ha tratado de revestirse de la gloria que le pertenece a Dios. Como 
cuenta con la obediencia de una hueste innumerable de ángeles caídos, se declara 
independiente de Dios e igual o superior a Dios. A causa de la obediencia que le prestan 
todos los hombres desde la caída de Adán, Satanás reclama la autoridad que pertenecía 
al Creador y pretende ser soberano en este dominio terrenal. 
 Cuando consideramos la tentación en el huerto del Edén, nos llama la atención el 
hecho de que Eva tuviera un conocimiento de Dios. Conocía su mandato. Conocía su 
voluntad. Había andado en armonía

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