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W IER SB E ¿Hay alguna razón para el dolor y el sufrimiento? ¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas? Las personas llevamos siglos y siglos haciendo estas mismas preguntas. En el mejor de los casos solo se ha llegado a conclusiones superficiales y muchos han abandonado el intento de responder a las preguntas verdaderamente difíciles de la vida. En Cuando la vida se derrumba, usted verá que hay propósito en el sufrimiento y el dolor. Con sensibilidad y compasión, el autor ofrece percepción y conocimiento acerca de la razón por la cual las personas sufren y qué hacer cuando la vida se derrumba. “ No ha podido llegar más a tiempo… Una refutación vital a las… respuestas que se dan hoy a las preguntas difíciles acerca del sufrimiento y el mal que han invadido nuestra cultura”. — CHARLES W. COLSON, fundador de Prison Fellowship “ Responde a las preguntas difíciles con un sentido bíblico profundo. Tengo la esperanza de que este libro lo van a leer muchos y se beneficiarán de él”. — JOHN MacARTHUR, pastor-maestro, autor WARREN W. WIERSBE es pastor, y autor o compilador de más de 160 libros, entre ellos Llamados a ser siervos de Dios y La estrategia de Satanás, ambos publicados por Portavoz. Actualmente se dedica a escribir para ministrar a otros. WARREN W. WIERSBE “ Tengo la esperanza de que este libro lo van a leer muchos y se beneficiarán de él”. –JOHN MacARTHUR, pastor, maestro y autor Cuando la vida se derrumba Respuestas bíblicas para los que sufren C uan do la vida se derrum ba ISBN 978-0-8254-0530-3 9 7 8 0 8 2 5 4 0 5 3 0 3 Vida cristiana / Superación personal Cuando la vida se derrumba Respuestas bíblicas para los que sufren WARREN W. WIERSBE Título del original: When Life Falls Apart, © 1984 por Warren W. Wiersbe y publicado por Fleming H. Revell, una división de Baker Book House Company, Grand Rapids, Michigan 49516-6287. Traducido con permiso. Edición en castellano: Cuando la vida se derrumba, © 2005, 2013 por Warren W. Wiersbe y publicado por Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves o reseñas. A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia. EDITORIAL PORTAVOZ P.O. Box 2607 Grand Rapids, Michigan 49501 USA Visítenos en: www.portavoz.com ISBN 978-0-8254-0530-3 (rústica) 1 2 3 4 5 / 17 16 15 14 13 Impreso en los Estados Unidos de América Printed in the United States of America La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de calidad —con integridad y excelencia—, desde una perspectiva bíblica y confiable, que animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo. Dedicatoria A mis amigos de muchos años, el pastor Richard Hensley y su esposa Betty. Dick, la vida que has vivido en medio del sufrimiento, el dolor y la desventaja, y la forma en que has ministrado a otros, todo junto forma el sermón más grande que jamás hayas podido predicar. Tú has sido de ayuda y ánimo para mí, y a ti y a tu esposa les dedico este libro con gran aprecio por nuestra amistad. Contenido 1. A los que sufren 7 2. La verdadera gran pregunta 12 3. ¿Cuán grande es Dios? 19 4. Respuestas desde un montón de cenizas 31 5. Imágenes del dolor 46 6. El Dios que cuida de nosotros 69 7. El Dios que sufre 84 8. Cuando la vida se derrumba, ¿cómo ora usted? 95 9. Carácter 110 10. Usted nunca sufre solo 120 11. Cómo lidiar con el desastre 127 12. Esperanza 133 Apéndice 1: Preguntas que usted puede estar haciéndose 143 Apéndice 2: Una pequeña antología 151 Notas 157 1 A los que sufren “Sea amable, porque todo aquel con el que se encuentra está peleando una batalla”. No estoy seguro de quién fue el primero en hacer esa declaración, pero nos da un buen consejo. Todos estamos peleando batallas y llevando cargas, y necesitamos urgen- temente toda la ayuda que podamos conseguir. Lo último que uno de nosotros necesita es que alguien nos ponga encima más dificultades. No son las exigencias normales de la vida las que nos quebrantan, sino las sorpresas dolorosas. Nos vemos a nosotros mismos peleando batallas en una guerra que nunca declaramos y llevando cargas por razones que no entendemos. No estoy hablando acerca de “cosechar lo que sembramos”, porque la mayoría de nosotros es lo suficien- temente sagaz como para saber cuándo y por qué sucede eso. Si quebrantamos las normas, tenemos que aceptar las consecuencias, pero a veces suceden cosas aún cuando nosotros no las quebrantamos. Cuando la vida nos pasa esas sorpresas dolorosas, comenzamos a hacernos preguntas. Nos preguntamos si quizá hemos sido engañados. Comenzamos a dudar de que la vida tenga sentido. Sí, a los hijos de Dios les suceden cosas malas, y cuando eso ocurre, nuestra respuesta normal es preguntar: “¿Por qué a nosotros?”. Este libro es el esfuerzo de un hombre para tratar de ayudar a las muchas personas que sufren, seres humanos que, en su dolor, están haciendo las preguntas esenciales que llegan hasta los fundamentos de la vida. ¿Existe Dios? Si existe, ¿qué clase de Dios es? ¿Mediante qué reglas está dirigiendo el juego de la vida? ¿Está libre o está maniatado 8 Cuando la vida se derrumba por su propio universo? ¿Está llevando a cabo un plan, o es tan limitado que no puede intervenir en los asuntos de la vida? ¿Tiene algún beneficio el orar? ¿Tenemos alguna información autorizada de parte de Dios acerca de Dios, o tenemos que conformarnos con nuestras propias limitadas conclusiones, basadas en la poca información que vamos recogiendo en las experiencias demoledoras de la vida? Estas son preguntas importantes de la vida y deben ser respondidas. Este libro, Cuando la vida se derrumba, trata los mismos problemas que el rabí Harold Kushner consideró en su libro Cuando a las personas buenas les suce- den cosas malas. Ambos libros son parte de lo que Morti- mer Adler llamaría “La gran conversación”, ese fascinante debate que ha continuado por siglos, siempre que los hom- bres y las mujeres han considerado los problemas del mal en este mundo. Puesto que el rabí Kushner y yo abordamos estos problemas con trasfondos y puntos de vista diferen- tes, es razonable suponer que tendremos nuestras diferen- cias cuando sacamos nuestras aplicaciones y conclusiones. Pienso, sin embargo, que tenemos el mismo propósito en mente: Ayudar a los que sufren y que se encuentran perple- jos ante los problemas de la vida. A pesar de nuestras diferencias, me benefició la lectura del libro del rabí Kushner. Quedé impresionado por su valor y franqueza al enfrentar sus sentimientos con hones- tidad, ¡e incluso atreverse a enojarse! Él y su esposa pagaron un gran precio al escribir este libro, y debemos admirarlos por su devoción. Me ayudó su compasión. Las luchas con su fe no lo apartaron ni lo aislaron, como a menudo sucede en esas situaciones. Estuvo dispuesto a darle a conocer a otros sus descubrimientos, en la esperanza de que las lecciones aprendidas en la escuela del dolor animaran a otros com- pañeros de sufrimiento. También me ayudó al forzarme a repensar mis propias convicciones. Esto es algo bueno, porque una fe que no A los que sufren 9 puede ser probada, no es confiable. Por más de treinta años he estado involucrado en el ministerio pastoral, tratando de animar a las personas a que echaran mano delos vastos recursos espirituales que Dios pone a nuestra disposición. Yo también tuve que plantearme algunas de estas pregun- tas fundamentales. ¿Había estado aplicando la medicina apropiada a la enfermedad sufrida? ¿Había sido acertado mi diagnóstico de la situación? ¿Cuánto de verdad conocía yo acerca del Dios que había estado predicando y escri- biendo durante todos estos años? ¿Tengo yo la clase de fe que funciona en los campos de batalla de la vida? Al agonizar con estas y otras preguntas, llegué a algu- nas de las conclusiones que voy a ir desarrollando en los capítulos de este libro. Pero para que usted sepa hacia dónde nos encaminamos, aquí están. 1. Nuestras respuestas a los problemas del sufrimiento deben tener integridad intelectual. Estamos creados a la ima- gen y semejanza de Dios, y esto significa que debemos pensar. Debemos hacer las preguntas correctas si que- remos obtener las respuestas correctas. Eso quiere decir que todos debemos ser filósofos y cuestionar nuestras preguntas. Esto no hay forma de evitarlo, porque desde el momento en que usted trata de responder a una cues- tión de la vida, se convierte en filósofo. 2. Las personas viven mediante promesas, no mediante expli- caciones. Este es el balance número l. Nadie puede res- ponder completamente a todas las preguntas; pero, si pudiéramos hacerlo, las respuestas no nos dan garantía de que la vida resultará más fácil o el sufrimiento más llevadero. Dios no está esperando al final del silogismo, ni tampoco hay paz mental a la conclusión de un argu- mento. En cada área de la vida debe haber siempre un elemento de fe: En el matrimonio, los negocios, la cien- cia y las decisiones comunes de cada día. Lo que usted cree determina cómo va a comportarse, pero usted no 10 Cuando la vida se derrumba puede explicar siempre lo que cree y por qué lo cree. “La fe es una de las fuerzas mediante las que vive el hombre”, escribió Henry James, “y la ausencia total de fe significa desintegración”. 3. ¡Debemos vivir! La vida es un don de Dios, y debemos atesorarla, protegerla e invertirla. Puede que podamos posponer algunas decisiones, pero no podemos posponer vivir. “La vida no puede esperar hasta que la ciencia haya explicado el universo científicamente”, escribió el filósofo español José Ortega y Gasset. “No podemos posponer la vida hasta que estamos listos... La vida nos cae encima como un disparo a quemarropa”. Agarra- mos la vida, o hacemos con ella lo mejor que podamos, o la dejamos. El suicidio es la acción última de dejarla. La pregunta más importante en la vida no es “¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”, sino “¿Por qué y para qué estamos aquí?”. ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Lo sabe alguien? 4. Debemos vivir para otros. El sufrimiento puede hacer- nos egoístas o generosos. Puede hacer que seamos parte del problema o parte de la respuesta. John Feble, amigo del cardenal John Henry Newman solía decir: “Cuando usted se siente dominado por la melancolía, lo mejor para salir de esa situación es levantarse y hacer algo por otra persona”. ¡Buen consejo! El apóstol Pablo explicó a los que sufrían de su tiempo que Dios “nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Co. 1:4). Pienso que fuimos creados para ser canales y no lagos cerrados, para pensar en otros y no en nosotros mismos. 5. Tenemos a nuestra disposición los recursos para un sufri- miento creativo. Todo en la naturaleza depende de “recursos ocultos”, y nosotros también. La historia A los que sufren 11 humana está llena de testimonios de personas que pudieron haber sido víctimas, pero que decidieron ser vencedoras. “Aunque el mundo está lleno de sufri- miento”, escribió Helen Keller, “está también lleno de la superación del sufrimiento”. El sufrimiento termi- nará siendo su amo o su siervo, dependiendo de cómo maneja las crisis de la vida. Después de todo, una crisis no hace a una persona, sino que revela lo que la persona lleva por dentro. Lo que la vida nos hace a nosotros depende de lo que la vida encuentra en nosotros. Los recursos están disponibles si nosotros queremos usarlos. Al considerar estos asuntos, tendremos que usar nues- tra mente y ponernos a pensar en serio. Al mismo tiempo, debemos abrir nuestro corazón a esa clase de verdades espi- rituales que no pueden ser examinadas en los laboratorios ni manipuladas por una computadora. Pero sobre todo, debemos estar dispuestos a obedecer la verdad e ir en la dirección que nos lleve. No es suficiente con que nuestra mente sea iluminada o nuestro corazón quede enrique- cido; su voluntad debe ser capacitada en el servicio a otros. El sufrimiento no es un tópico para especulación; es una oportunidad para demostrar compasión e involucrarnos. La mente crece al tomar, pero el corazón crece al dar. “Ya es medio falso el que especula acerca de la ver- dad, pero no la hace”, dijo F. W. Robertson, quien supo lo que era el sufrimiento y murió joven. “La verdad nos es dada, no para ser contemplada, sino para hacerla. La vida es acción, no un pensamiento”. Pero si queremos que una acción sea inteligente, debe comenzar con un pensamiento. Así, pues, nuestra primera responsabilidad es tratar de responder a “La verdadera gran pregunta”. 2 La verdadera gran pregunta “¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”. Puede que usted no se dé cuenta de ello, pero cuando hace esa pregunta, está revelando mucho de lo que cree. Detrás de esa pregunta hay una serie de suposiciones que usted cree que son ciertas y mediante las cuales maneja su propia vida. Cada uno de nosotros tiene una “declaración de fe” personal y se manifiesta mediante las preguntas que hacemos. Cada cual cree algo acerca del universo, de la vida, de la muerte, de la felicidad, de Dios, del bien, del mal y de otras personas. Estas creencias son como los axiomas en geometría, son difíciles de demostrar; pero si usted los rechaza, no puede resolver los problemas. “Es estric- tamente imposible ser un ser humano”, escribió Aldous Huxley, “y no tener en general alguna clase de puntos de vista acerca del universo”. Qué suposiciones están detrás de la pregunta: “¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”. Para comenzar, al hacer esas preguntas estamos dando por supuesto que hay valores en la vida. Algunas cosas son “buenas” y otras son “malas”. Durante siglos, los filósofos han discutido el significado de lo “bueno” y de lo “que es la vida buena”, y no siempre estuvieron de acuerdo. Pero una cosa es muy cierta: Usted y yo preferimos tener la “la vida buena” antes que sufrir las “cosas malas” que pueden ocu- rrimos. Preferimos tener buena salud antes que la enfer- medad, buen éxito en los negocios antes que los fracasos, buenas experiencias antes que dolor y tristeza. Hay otra suposición detrás de nuestra pregunta: Damos por supuesto que hay orden en el universo. Suponemos que La verdadera gran pregunta 13 hay una causa para las “cosas malas” que suceden en la vida de las personas. Cuando ocurre una tragedia, decimos: “Mira, aquí hay algo equivocado. Esto no debiera haber ocurrido nunca”. Nuestra protesta les dice a los demás que creemos en un universo ordenado, uno que “tiene sentido”. Cosas tales como el nacimiento de un hijo imposibilitado, o el asesinato de una novia atractiva, nos parece que están fuera de lugar. Una tercera suposición es que las personas son impor- tantes. Pocos de nosotros preguntamos alguna vez por qué les suceden cosas malas a los tulipanes, a los peces o a los conejos. No hay duda de que a ellos también les suceden cosas malas, pero nuestra gran preocupación son los seres humanos. Damos por sentado que las personas son dife- rentes de las plantas y de los animales, y que esa diferencia es importante. Nuestracuarta suposición es, pienso, bien obvia: Cree- mos que la vida merece la pena vivirla. Después de todo, si la vida no mereciera la pena vivirla, ¿para qué molestarnos en hacer preguntas? ¿Por qué no le ponemos fin de una vez y para siempre? Albert Camus lo expresó sin rodeos: “Hay solo un problema filosófico verdaderamente serio, y es el suicidio. Juzgar si merece la pena vivir o no es dar respuesta a la pregunta fundamental de la filosofía”. El hecho de que estemos luchando con estos problemas es una evidencia de que merece la pena vivir, de que no estamos montados (como solía decir el cómico Fred Allen) “en una noria del olvido”. Podemos añadir una quinta suposición: Creemos que somos capaces de encontrar algunas respuestas y beneficiar- nos de ello. Damos por sentado que somos seres racionales con una mente que funciona, y que el mundo racional que nos rodea nos proveerá de algunas respuestas. Puede que no seamos capaces de entenderlo y explicarlo todo, pero aprenderemos lo suficiente para animarnos a enfrentar las luchas y seguir adelante. Edificada sobre esta suposición 14 Cuando la vida se derrumba está la creencia de que somos libres para hacer preguntas y buscar la verdad. No somos robots. De modo que si está preguntando sinceramente: “¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”, esto es lo que usted cree: • Hay valores en el universo. • El universo es lógico y ordenado. • Las personas son importantes. • La vida merece la pena vivirla. • Podemos encontrar respuestas que nos ayuden. Pero declarar simplemente nuestras suposiciones no resuelve de forma inmediata nuestros problemas. De hecho, estas suposiciones ayudan a crear toda una serie nueva de preguntas que no nos atrevemos a evitar. Si hay valores en el universo, ¿de dónde provienen? ¿Qué es lo que hace que lo “bueno” sea bueno y lo “malo” sea malo? Si el universo es racional y ordenado, y nosotros podemos entender la ley de causa y efecto, ¿cómo llegó a suceder de esa manera? ¿Y por qué son las personas importantes? ¿Qué es lo que hace que la vida merezca la pena vivirla? Pienso que todas esas importantes preguntas pueden ser resumidas en la que creo es la pregunta más grande de todas: ¿Cuál es el propósito de la vida? Si yo sé quién soy, por qué estoy aquí y cómo encajo yo en el plan del uni- verso, entonces puedo entender y manejar las experiencias difíciles de la vida. Como escribió Nietzsche: “Si nosotros tenemos nuestro propio por qué en la vida, funcionaremos bien con casi todos los cómos”. O como lo expresa el pro- verbio romano: “Cuando el piloto no sabe a qué puerto se dirige, ningún viento le es de ayuda”. Así, pues, la verdadera gran pregunta no es “¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”, sino “¿Cuál es el propósito de la vida?”. No podemos sinceramente res- ponder a la primera pregunta sin haber respondido antes a la segunda. A menos que conozcamos cuál es el propósito La verdadera gran pregunta 15 de la vida, no podemos determinar qué experiencias son “buenas” y cuáles son “malas”. Una bella historia del Antiguo Testamento nos lo ilus- tra muy bien. Los hermanos de José estaban celosos de él y lo vendieron como esclavo. Jacob, el padre de José, pensó que su amado hijo había muerto; pero en realidad José se encontraba sirviendo en Egipto. José pasó varios años de prueba en la cárcel, pero entonces, mediante una serie de circunstancias maravillosas, se convirtió en el segundo mandatario en el país. Como resultado de esto, pudo pro- teger a su padre y hermanos durante una terrible ham- bruna (ver Gn. 37—50). Desde nuestra perspectiva humana, lo que le sucedió a José fue “malo”. Los celos y el odio son malos. Es algo malo quedar separado del padre anciano y que le vendan a uno como esclavo. Es malo que nos acusen falsamente y nos metan en la cárcel. Pero, al final, todos estos sucesos ayudaron para bien. José les dijo a sus hermanos: “Voso- tros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn. 50:20). En otras palabras, es mucho mejor que seamos cuidado- sos al identificar las experiencias de la vida como “buenas” o “malas”, ¡porque podemos estar equivocados! Los creyentes cristianos se aferran a Romanos 8:28: “y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Pero ¿cuál es el propósito de la vida? Muchas personas creen sinceramente que la felicidad es el propósito de la vida. No estoy hablando acerca de los “buscadores de placer” que viven solo para “comer, beber y alegrarse”. Más bien me estoy refiriendo a las personas honradas que sencillamente quieren disfrutar de compa- ñía y amor, ganar su sustento, pagar sus facturas, quizá tener una familia propia y compartir con otros las “cosas buenas” de la vida. 16 Cuando la vida se derrumba Puede que esté equivocado, pero me parece que la feli- cidad no es la meta principal de la vida, sino más bien un maravilloso subproducto. A la mayoría de las personas que conozco que hicieron de la felicidad su meta terminaron de una forma desgraciada. Pero los que invirtieron su vida en metas dignas de luchar por ellas descubrieron una medida de felicidad. A medida que maduramos en la vida, nuestras ideas de felicidad cambian; y a menudo con la madurez viene también una comprensión más profunda del dolor. Además, hacer que la felicidad sea mi meta en la vida puede también traer consigo un elemento de egoísmo. ¡Mi felicidad puede terminar siendo su tristeza! Sea lo que sea que lo motive a usted en la vida, debe ser algo suficientemente grande y noble para hacer que la inver- sión merezca la pena. La vida es demasiado corta y dema- siado difícil para perderla en cosas insignificantes. “Muchas personas tienen una idea equivocada de lo que constituye la verdadera felicidad”, escribió Helen Keller en su diario. “No se obtiene mediante la satisfacción de los deseos propios, sino a través de la fidelidad a un propósito digno”. Estoy convencido de que la vida merece la pena vivirla, a pesar de todos los problemas y dificultades, porque el ser humano está involucrado en un “propósito tan digno”. Bertrand Russell llamó al hombre un “accidente curioso en agua estancada”, y cínicamente H. L. Mencken llamó al hombre “una enfermedad local del cosmos”. Pero el hom- bre lleva en sí mismo la imagen de Dios y fue creado para su gloria. El antiguo catecismo declara bellamente este “digno propósito”: “El hombre fue creado para la gloria de Dios y para gozarlo para siempre”. El profeta Isaías tenía este mismo propósito en mente cuando escribió: “Diré al norte: Da acá; y al sur: No deten- gas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Is. 43:6, 7). Las cosas malas no solo suceden a las personas buenas, La verdadera gran pregunta 17 sino que también les ocurren a un grupo selecto de “perso- nas buenas”: los hijos de Dios. El hecho de que conozcamos a Dios como nuestro Padre y a Cristo Jesús como nuestro Salvador no nos libra de las cargas normales de la vida, o de aquellas pruebas especiales que a veces nos vienen de improviso. En realidad, nuestra fe puede hacer que seamos un blanco especial de los ataques del enemigo. Las cinco suposiciones que ya hemos considerado en este capítulo parecen dar evidencia de la realidad de Dios en este universo. Es Dios el que puso los valores en el uni- verso y el que determina lo que es “bueno” y lo que es “malo”. Es Dios el que creó al hombre y le dio su lugar importante en la creación. Es Dios el que mantiene el orden en el universo, incluso cuando usted y yo hemos llegado a la conclusión de que algo ha ido mal. Es Dios el que hace que la vida merezca la pena vivirla. Están aquellos que sustituyen Dios por la “evolución”.Incluso el rabí Kushner sugiere que el dolor y las limitacio- nes físicas pueden significar “que el hombre hoy es solo la última etapa en un largo y lento proceso evolucionista”.1 Pero si el propósito de la vida es cumplir con el pro- ceso evolucionista, las “cosas malas” no le pueden suceder a nadie. De hecho, no podemos ni siquiera usar las palabras “bueno” y “malo” porque todo lo que ocurra en el proceso evolucionista es bueno. Las tragedias de la vida son solo ayudas para elevar más al hombre en la escala evolutiva. Además, el hombre ya no es importante por sí mismo, sino solo en la medida en que contribuye “al largo y lento pro- ceso evolucionista”. Dudo seriamente de que alguna vez alguien encontrase consuelo en la tristeza o fortaleza en el dolor mediante esta creencia. Esas ideas están bien para el laboratorio o para la torre de marfil, pero pierden su vitalidad en la Unidad de Cuidados Intensivos o al lado de una sepultura. Además, si bien la evolución puede ayudar a expli- car los defectos de nacimiento u otros problemas físicos, 18 Cuando la vida se derrumba nunca pueda ayudar a explicar la existencia del mal moral en este mundo. Es una cosa que su hija nazca con algunos defectos, pero es otra muy diferente si ella es raptada, vio- lada o asesinada. ¿Son esas acciones malvadas una parte del “largo y lento proceso evolucionista”? ¿Es de verdad el hombre que comete esas acciones un criminal culpable o solo un agente en el proceso evolucionista? No estoy sugiriendo que, cuando metemos a Dios en la conversación, resolvemos automáticamente todos los pro- blemas. En realidad, introducimos algunos nuevos proble- mas, como veremos más adelante en otros capítulos. Pero sí estoy afirmando que dejar a Dios fuera de la conversa- ción es hacer que la discusión sea innecesaria. Tenemos problemas con el mal en este mundo, no debido a nuestra incredulidad, sino por causa de nuestra fe. El gran maestro de la Biblia, el doctor G. Campbell Morgan, lo expresó de esta manera: “Los hombres de fe son hombres que tienen que enfrentar problemas. Borre a Dios y terminan todos su problemas. Si no hay Dios en el cielo, entonces no tenemos problemas acerca del pecado y el sufrimiento… Pero desde el momento en que usted admite la existencia de un Dios que gobierna y es todopo- deroso, se enfrenta cara a cara con sus problemas. Si usted dice que no tiene ninguno, pongo en duda la fortaleza de su fe”.2 Si hay Dios, entonces, ¿qué clase de Dios es Él? ¿Por qué no es lo suficientemente grande para hacer algo acerca de las “cosas malas” que les suceden a las per- sonas, incluyendo a sus propios hijos? ¿Cuán grande es Dios? 3 ¿Cuán grande es Dios? La presencia del sufrimiento y del mal moral en el mundo ha dado lugar a un argumento clásico en contra de la exis- tencia de Dios, o al menos en contra de un Dios que no hará nada acerca de ello. Diferentes personas lo han expre- sado de maneras diferentes. El filósofo griego Epicuro lo expresó de la siguiente manera: O Dios desea eliminar el mal, y no puede hacerlo; o puede hacerlo, pero no está dispuesto; o ni tiene la disposición ni el poder; o sí tiene la voluntad y el poder para hacerlo. Si Él tiene la disposición pero no puede, es débil, lo cual no concuerda con su carácter de Dios. Si tiene el poder, pero no la voluntad, es envidioso, lo cual está tam- bién en desacuerdo con su condición de Dios. Si Él no tiene la disposición ni el poder, es a la vez envidioso y débil, y por tanto, no es Dios. Si Él tiene a la vez la disposición y el poder, lo cual es propio de Dios, ¿de dónde entonces proviene el mal? ¿O por qué no lo elimina Él? Cuando un estudiante de segundo año de filosofía se encuentra por primera vez con este argumento, le parece que es bastante convincente. La razón lo lleva a pensar o que no hay Dios, o que Dios de alguna manera está limi- tado y carece del poder para hacer algo acerca del mal en el mundo. Hay al menos dos razones por las que debemos consi- derar la persona y la naturaleza de Dios. Como mencioné en el capítulo 1, toda solución a la que podamos llegar para el problema del mal debe ser intelectualmente sólida. Si nuestro razonamiento no es sincero o inmaduro lo único 20 Cuando la vida se derrumba que hacemos es complicar un problema ya de por sí difícil. La segunda razón también tiene que ver con algo que dije en el capítulo 1: Vivimos mediante promesas, no mediante explicaciones. Pero estas promesas son solo tan buenas como la persona que las hace. Si Dios no existe, entonces las promesas no sirven de nada, y creer en ellas es satisfa- cerse con una superstición inútil. O si Dios existe, pero es incapaz de actuar, entonces sus promesas son en vano. Si Dios no puede respaldar sus promesas con su poder, ¿para qué entonces confiar en Él? Lo único que usted está haciendo es girar cheques para cobrarlos de una cuenta en bancarrota. El rabí Kushner aboga fuertemente por un Dios limi- tado: “A Dios le gustaría que las personas recibieran en la vida lo que se merecen”, escribe, “pero Él no puede hacer que siempre suceda”.3 Nos anima a perdonar y a amar a Dios incluso aunque no es perfecto”,4 y afirma que “hay algunas cosas que Dios no controla”.5 Rabí Kushner usa términos como “destino” y “mala suerte”, los cuales sugie- ren que Dios es un espectador preocupado, pero no un participante activo. Creo que entiendo por qué el rabí Kushner ha optado por un Dios limitado. Todo el que trata de resolver el pro- blema del mal en este mundo se enfrenta con un dilema; usted o tiene que cambiar, o acabar con el mal, si es que va a aferrarse a Dios, cambiar, o acabar con Dios, si va a admitir la realidad del mal. Lo alabo por negarse a mini- mizar la realidad del mal. Los que nos dicen que el mal es solo “una ilusión de la mente” están negando la experien- cia concreta de la vida. El mismo sistema nervioso en mi cuerpo que me comunica el dolor, también me comunica que el “dolor no es real”. ¿Por qué un mensaje es “una ilu- sión” pero el otro es real? Estoy también agradecido que el rabí Kushner no trató de resolver el dilema diciendo que el sufrimiento no era importante. Me avergüenza que algunos cristianos ten- ¿Cuán grande es Dios? 21 gan ese enfoque y, en consecuencia, se aíslen a sí mismos (y al mensaje cristiano) de las personas que los necesitan. Decir que no debiéramos prestarle atención al dolor por- que un día estaremos en el cielo es malentender tanto el dolor como el cielo. Todo lo que les ocurra a los hijos de Dios ahora es importante, tanto para ellos como para Dios, y no debemos ignorarlo. Eso no quiere decir que nuestra esperanza futura no juegue una parte en nuestro lidiar con el sufrimiento, porque lo hace; pero tratar de minimizar el sufrimiento presente sobre la base de una esperanza futura es robarles a los dos el poder de formar el carácter y llevar a cabo el propósito de Dios en este mundo. De manera que si no eliminamos o cambiamos el sufrimiento, debemos ser sinceros y no eliminar tampoco a Dios o cambiar nuestro pensamiento acerca de Él. No queremos eliminar a Dios porque eso crea toda una nueva serie de problemas, y no es el menor de ellos el tratar de explicar el bien y el mal solo sobre la base de la evolución. Pero si mantenemos nuestra creencia en Dios, ¿en qué clase de Dios creemos? La lógica supondría que creeríamos en un “Dios limitado” que no es capaz de hacer mucho acerca del mal en el mundo. El concepto de un “Dios limitado” no es nuevo. Los primeros filósofos griegos batallaron con el problema del cambio en el mundo. La idea básica es que todo en el mundo es una parte del proceso, y eso incluye a Dios. El filósofo Alfred North Whitehead fue uno de los pensa- dores que encabezó este punto de vista. “El proceso en sí mismo es la realidad” fue su famoso resumen de esta filo- sofía. Dios es parte del proceso. Dios es finito, no infinito, pero tiene la potencialidad de llegar a serinfinito”. Usted puede todavía creer en Dios, pero no espere demasiado de Él. Me sorprende que las personas que han aceptado este punto de vista afirmen que él ha “restaurado la fe en Dios”. 22 Cuando la vida se derrumba Me gustaría recordarles que la fe es solo tan buena como es el objeto de la fe. Si el objeto de su fe es un Dios limitado, ¿cuán buena es su fe? En vez de “restaurar” su fe, este enfo- que está remplazando su fe con la confianza ciega en una teoría. Tengo serios problemas con la idea de un Dios limitado porque este enfoque es contrario a la razón y a la revela- ción. Supongamos que Dios es una parte del “proceso” y, por tanto, es limitado, pero que tiene la “potencialidad” de llegar a ser más grande. ¿Por cuánto tiempo ha estado Dios creciendo? ¿Seis mil años? ¿Un millón de años? ¿Cuánto tiempo tardará en llegar al punto en el que puede actuar? ¿Es el mal más fuerte que Dios? ¿Hay dos “dioses” en el universo, uno bueno pero débil, y el otro malo pero fuerte? Siempre que hay un proceso, hay cambio. ¿Puede Dios cambiar? ¿Qué es lo que cambia a Dios? Lo que cambia a Dios debe ser más fuerte que Él, ¡y eso quiere decir que tenemos dos dioses! Además, todo lo que está involucrado en el proceso puede retroceder así como avanzar. ¿Qué es lo que evita que Dios experimente una regresión en carác- ter y poder? A usted le pueden parecer que algunas de estas pre- guntas son tan prácticas como: ¿“Cuántos ángeles pueden bailar en la cabeza de un alfiler”? Pero le puedo asegurar que estas preguntas son importantes. Si Dios está limitado y no puede intervenir en los asuntos del mundo o en su vida, entonces Él no puede juzgar al mal. Eso significa que la moralidad carece de importancia porque Dios nunca puede juzgar el pecado. Un Dios que es demasiado débil para lidiar con el mal es demasiado débil para juzgarlo. Si Dios es una parte del proceso, entonces en realidad nunca podemos conocer nada definitivo acerca de Él por- que está cambiando. Esto elimina la posibilidad de una cierta revelación de parte de Dios y acerca de Dios. Un Dios limitado no puede hacer nada acerca del ¿Cuán grande es Dios? 23 futuro; porque, después de todo, los acontecimientos futuros dependen de nuestras decisiones presentes. Si Dios va a asegurarnos alguna clase de esperanza para el futuro, Él tiene que estar haciendo algo acerca de ello ahora. No merece la pena orarle a un Dios que no puede controlar el futuro, porque está imposibilitado para intervenir. Terminamos haciendo la misma pregunta que planteó Thomas Hardy en su poema pesimista (y agnóstico): “El cuestionamiento de la naturaleza”: Nos preguntamos, siempre nos preguntamos, ¿por qué estamos aquí? ¿Hay una vasta imbecilidad, poderosa para crear y combinar, pero impotente para ocuparse, que nos formó en broma, y ahora nos ha dejado abandonados? Si vamos a “creer” en un Dios limitado, debemos admi- tir que le estamos dando un nuevo significado a la palabra “Dios”. Porque, por definición, Dios debe ser eterno, sin principio ni fin, perfecto en amor, poder y sabiduría, y, porque no es creado no cambia, es inmutable. Si vamos a ser sinceros en nuestro pensamiento, no tenemos el dere- cho de cambiar el significado de la palabra “Dios” y enton- ces usarla como si su significado no se hubiera cambiado. Por ejemplo, ¿cómo puedo adorar a un Dios limitado? Toda la alabanza y adoración que encuentro recogida en el Antiguo y Nuevo Testamentos, y en las colecciones de himnos, están centradas en la grandeza de Dios. Me da la impresión de que la adoración está fuera de lugar si Dios no es digno de nuestra alabanza. O pensemos en la oración. ¿Cómo puedo orar a un Dios que permite que mi vida sea la víctima del “destino”, o el juego de la “casualidad” o de la “suerte”? ¿A cuál de sus promesas me puedo aferrar si Él no es capaz de cumplir ninguna de ellas? 24 Cuando la vida se derrumba El carácter personal de usted queda también involu- crado. ¿Por que molestarse en ser bueno si todo (incluyendo a Dios) está en proceso? Quizá las normas tradicionales cambiarán a medida que el proceso continúa. Aun si usted “peca” es improbable que sea juzgado. La fuerza maligna en el universo no lo juzgará porque usted la está ayudando; y Dios aparentemente no puede hacer mucho acerca del mal. En pocas palabras, no estamos siendo sinceros intelec- tual y moralmente si usamos la palabra “Dios” para referir- nos a un Dios limitado que no es perfecto. Los autores de la teoría del “proceso” (filósofos y teólogos) han cambiado el significado de Dios, pero quieren seguir adelante y usarlo en el sentido tradicional, y eso está mal. Antes de comenzar a pensar en el asunto de la revela- ción, necesitamos considerar el argumento epicúreo con el que comenzamos este capítulo. ¿Es tan a toda prueba como parece? No realmente, por la sencilla razón de que el filósofo ya ha decidido la cuestión por la misma manera en que la presenta. Comenzó con la suposición no demostrada de que la única manera en que Dios podía existir sería en un universo en el que no existiera el mal. ¿Qué derecho tiene para hacer esta suposición? “Si hay mal en el mundo”, argumenta él, “eso prueba que o Dios no existe o que no puede hacer nada acerca de ello. Pero si no puede hacer nada, entonces Él no es Dios. Conclusión: Dios no existe”. En realidad, es la misma presencia del mal en el mundo lo que asegura que hay Dios y que Él es lo suficientemente grande para permitir que exista y, no obstante, no encon- trarse impedido en su trabajo. ¿Cuán grande es Dios? ¡Él es mucho más grande de lo que la limitada mente humana puede concebir! Después de haber leído los argumentos de los filósofos y de los teólogos del “proceso”, quiero hacerles a ellos la pregunta que Dios le hizo a Job: “¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría?” (38:2). ¿Cuán grande es Dios? 25 Dios se ha revelado a sí mismo en la creación (incluida la personalidad del hombre), en la historia (sus “hechos poderosos”), y en la vida y ministerio de Cristo Jesús, y en la Biblia. Todos estos testigos se unen en declarar que “Dios es grande”. “He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos” (Job 36:26). “Porque tú eres grande, y hace- dor de maravillas; sólo tú eres Dios” (Sal. 86:10). El profeta Isaías estaba ciertamente cautivado por la grandeza de Dios. ¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿Nunca os lo han dicho desde el principio? ¿No habéis sido enseñados desde que la tierra se fundó? Él está sentado sobre el círculo de la tie- rra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar… ¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio… ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán (Is. 40:21, 22, 25, 26, 28-31). El salmista Asaf, dijo lo siguiente acerca del Dios que él conoció: Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos. Oh Dios, santo es tu camino; ¿qué dios es grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder. Con tu brazo redimiste 26 Cuando la vida se derrumba a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José. Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abis- mos también se estremecieron (Sal. 77:12-16).Habacuc es uno de mis profetas favoritos del Antiguo Testamento. Si alguna vez un hombre de fe ha batallado con el problema de Dios y el mal, ese hombre fue Haba- cuc; porque él vio cómo su propia nación quedó aplastada por las fuerzas militares de la idólatra Babilonia. Pero este pequeño libro no termina con un culto fúnebre, sino con un canto de alabanza. Al considerar las debilidades huma- nas, Habacuc se regocija en la grandeza de Dios. Dios vendrá de Temán, y el Santo desde el monte de Parán. Su gloria cubrió los cielos, y la tierra se llenó de su alabanza. Y el resplandor fue como la luz; rayos brillan- tes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder. Delante de su rostro iba mortandad, y a sus pies salían carbones encendidos. Se levantó, y midió la tierra; miró, e hizo temblar las gentes, los montes antiguos fueron desmenuzados, los collados antiguos se humillaron. Sus caminos son eternos (Hab. 3:3-6). ¿Cómo respondió el profeta al mal devastador que los babilonios les causaron? ¿Abandonó él su fe en Dios o llegó a la conclusión de que Dios era demasiado débil para hacer algo? ¡Todo lo contrario! El profeta termina su pequeño libro con uno de los más grandes testimonios de fe que encontramos en la literatura religiosa. Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me ale- graré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar (Hab. 3:17-19). ¿Cuán grande es Dios? 27 Tratemos de poner su testimonio en términos contem- poráneos. Aunque caiga el mercado de valores bursátiles y no haya dinero en los bancos; aunque el abastecimiento de petró- leo disminuya y la maquinaria de la sociedad se pare por completo; aunque nuestros garrafales errores ecológicos arruinen las cosechas y haya estantes vacíos en los merca- dos; no obstante, ¡me regocijaré en el Señor, me alegraré en Dios mi Salvador! Después de considerar los caminos de Dios en la his- toria, el apóstol Pablo cantó un himno de alabanza que ensalzó la grandeza de Dios. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e ines- crutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén (Ro. 11:33-36). ¿Se puede usted imaginar elevar esa clase de alabanza a un Dios que es imperfecto, limitado y se encuentra en el proceso de tratar de ser infinito? Solo un Dios infinita- mente perfecto es digno de nuestra adoración. Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad exis- ten y fueron creadas (Ap. 4:11). Si alguien tenía el derecho a cuestionar el poder de Dios, era el anciano apóstol Juan, desterrado en la isla de Patmos. Él había sido un siervo fiel y, no obstante, parecía que la iglesia iba perdiendo y el Imperio Romano iba ganando. La verdad no solo estaba en el “cadalso” (patíbulo), sino que parecía que ya estaba muerta y enterrada. Sin embargo, fue Juan quien escribió este himno de alabanza: 28 Cuando la vida se derrumba Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todo- poderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado (Ap. 15:3-4). No hay ninguna indicación de parte de estos escritores de que Dios había sido injusto o que la vida les había pri- vado de lo que se merecían. Fue su sufrimiento y su lucha personal en contra del mal lo que llenó de fuerza el corazón de cada uno de ellos y de alabanza sus labios. Se sentían cautivados por la grandeza de Dios. ¿Qué sabían ellos que nosotros necesitamos saber hoy? Que Dios es más grande que el mal en el universo y un día triunfará sobre él. Creían que la misma presencia del mal en el universo es un testimonio de la grandeza de Dios; porque solo un Dios libre y soberano puede gobernar y anular todo este mal y llevar a cabo sus propósitos eternos. Nosotros no entendemos todos sus propósitos y maneras de funcionar, pero eso no es importante. Sabemos que Él está haciendo que todas las cosas juntas sean para nuestro bien y para su gloria, y eso es lo que de verdad importa. Nos queda una tarea antes de pasar al siguiente capí- tulo. Si Dios es Todopoderoso (el término teológico es “Omnipotente”), ¿por qué no ejerce su poder y lidia con el mal en el mundo? Si Él es de verdad Soberano, entonces tiene la sabiduría para saber qué hacer y el poder que lo capacita para hacerlo. De nuevo, no queremos caer en la “mentira epicúrea” y hacer de este asunto la prueba del carácter de Dios. Pero algo más está involucrado en esto: Muchas personas real- mente no entienden lo que significa la omnipotencia (o soberanía de Dios). Es obvio que Dios no puede hacer nada que sea contrario a su propia naturaleza o a la naturaleza ¿Cuán grande es Dios? 29 de la verdad que ha edificado en su universo. Él no puede hacer que el círculo sea cuadrado; no puede hacer una roca que sea demasiado pesada para que Él la levante. Eso no quiere decir que Dios es la víctima de su pro- pia naturaleza o que está incapacitado por el universo que ha creado. Tampoco es la víctima de la libertad de elec- ción que le ha dado al ser humano. Entre otras cosas, la omnipotencia divina involucra el hecho, en un mundo de ley natural y de libertad humana (ambas establecidas por Dios), de que Él puede llevar a cabo su perfecta voluntad y, no obstante, permanecer consecuente con su carácter y con los principios que ha establecido en su universo. El hecho de que Dios se haya impuesto a sí mismo algunos límites (por ejemplo, Él no manipulará a las personas ni violará su libre voluntad), en ninguna manera restringe su capacidad para llevar a cabo sus propósitos. Dios es más grande que nuestros problemas. Dios es más grande que nuestros sentimientos. Dios es más grande que los pensamientos que tenemos acerca de Él o que las palabras que usamos para hablar acerca de Él o aun para alabarlo. Y es esa grandeza divina la que estimula en noso- tros la clase de fe y ánimo que nos permite seguir adelante cuando seguir se hace bien duro. Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heri- das. Él cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por sus nombres (Sal. 147:3, 4). ¡Piense en eso! El Dios de las galaxias es el Dios que sabe cuándo su corazón está quebrantado, ¡y Él puede sanarlo! Puede contar las estrellas y llamarlas por sus nom- bres, y no obstante, cuida de sus hijos personal e indivi- dualmente. No nos sorprende, pues, que el salmista diga maravillado: Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito (Sal. 147:5). 30 Cuando la vida se derrumba La grandeza de Dios, sin embargo, no es un tópico para simples especulaciones filosóficas o teológicas. Si lo cree- mos, debemos hacer algo acerca de ello. ¿Argumentaremos y trataremos de limitar a Dios? ¿O lo creeremos y nos some- teremos a Dios? El arzobispo William Temple lo expresó correctamente cuando dijo: “El corazón de la religión no es una opinión acerca de Dios, tal como una filosofía puede llegar a una conclusión en su argumentación; es una rela- ción personal con Dios”. Hay ocasiones cuando el sufrimiento pone tirante esa “relación personal”, como sucedió en el caso de Job. De manera que nos conviene familiarizarnos con Job y apren- der de sus experiencias. 4 Respuestas desde un montón de cenizas Cuando andaba empacando mibiblioteca para nuestro traslado de Chicago a Lincoln, Nebraska, encontré una caja llena de trabajos escritos y otros recuerdos de mis tiempos en el seminario. ¡Allí estaba un trabajo que escribí acerca del libro de Job! Me estremecí al leer la siguiente declaración, escrita en mi juventud sin experiencia: “El tema fundamental del libro de Job es el sufrimiento. Busca responder a la antigua pregunta: ‘¿Por qué sufren los justos?’”. Han pasado más de treinta años desde que escribí esas inocentes palabras. Ahora, muchos años y lágrimas des- pués, encuentro que tengo que revisarlas. El tema básico del libro de Job es Dios, no el sufrimiento, y el libro res- ponde a muy pocas preguntas. Sin embargo, el libro de Job es un documento importante para nuestro caso de que Dios es suficientemente grande como para ayudarnos cuando la vida parece desmoronarse. El Antiguo Testamento es rico en enseñanzas acerca del sufrimiento. No encontramos allí tanto una compleja “teología del sufrimiento” como una expresión de las expe- riencias de las personas que sufren y lo que aprendieron de ellas. Jacob sufrió porque desobedeció a Dios y marchó por la vida abusando de los demás y equivocándose con ellos. José sufrió porque sus hermanos lo aborrecieron; no obstante, su sufrimiento lo preparó para sus grandes opor- tunidades en Egipto. El sufrimiento es castigo, y también puede ser preparación. El pueblo de Israel sufrió mucho, principalmente porque 32 Cuando la vida se derrumba ellos desobedecieron la ley de Dios y violaron su pacto. Pero su sufrimiento fue también una revelación al mundo de que Dios se preocupó lo suficiente por ellos como para confrontarlos y disciplinarlos cuando se apartaron de la ver- dad. Lejos de ser un “misterio”, el sufrimiento es a menudo una revelación deslumbrante de la verdad que necesitamos enfrentar sinceramente. Para parafrasear lo que dijo Mark Twain, no es lo que no conocemos acerca de Dios lo que debiera preocuparnos, sino lo que sí conocemos. El desastre es a menudo la voz de Dios gritándonos que demos media vuelta y regresemos. Pero este no era el caso con Job. Él era un hombre reli- gioso y moral con una reputación intachable. Dios reco- noció que no tenía ninguna razón para afligir a Job (Job 2:3), y no obstante, lo metió en pruebas que habrían que- brantado a un hombre de menos valía. Las imágenes que Job usó para representar su difícil situación nos ayudan a simpatizar con él. Si mi cabeza se alzare, cual león tú me cazas; y vuelves a hacer en mí maravillas (10:16). Porque las saetas del Todopoderoso están en mí, cuyo veneno bebe mi espíritu; y terrores de Dios me combaten (6:4). ¿Soy yo el mar, o un monstruo marino, para que me pon- gas guarda? (7:12). Cercó de vallado mi camino, y no pasaré; y sobre mis veredas puso tinieblas (19:8). Me arruinó por todos lados, y perezco; y ha hecho pasar mi esperanza como árbol arrancado (19:10). Próspero estaba, y me desmenuzó; me arrebató por la cerviz y me despedazó, y me puso por blanco suyo. Me rodearon sus flecheros (16:12, 13). Respuestas desde un montón de cenizas 33 ¡No nos asombra que Job quisiera morirse! ¡Tampoco nos sorprende que su esposa lo animara a hacerlo! Había perdido sus bienes y sus hijos, y luego también perdió su salud. Tenía fe en Dios, pero cuando buscó a Dios para que lo ayudara, no lo encontró. El consejo crítico de sus amigos no era lo que Job necesitaba. “Mas yo hablaría con el Todopoderoso”, dijo él, “y querría razonar con Dios” (13:3). Elevó sus ojos a un cielo silencioso y clamó: “¿Por qué escondes tu rostro, y me cuentas por tu enemigo?” (13:24). Si de verdad queremos sacarle el sentido a este antiguo libro, debemos reducirlo a sus elementos esenciales: Dios, Satanás y Job. ¡Dios y Satanás estaban los dos interesados en Job! Dios había demostrado su interés en Job al bende- cirlo abundantemente, y fueron sus bendiciones las que atrajeron el interés de Satanás. Satanás acusó a Job de ser lo que los misioneros sue- len llamar “un amigo oportunista”. Job servía a Dios solo porque Dios le servía a Job. Dios le proveyó a Job de abun- dantes bendiciones materiales, le dio una buena familia (algo muy importante en el Oriente), y luego le conce- dió una protección personal para que a él no le sucediera nada. “¿Acaso teme Job a Dios de balde?”, insinuó, “Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (1:9, 10). La acusación de Satanás toca el mismo centro de la adoración y de la virtud. ¿Es Dios digno de ser amado y obedecido incluso si no nos bendice materialmente ni nos protege del dolor? ¿Puede Dios ganar totalmente el cora- zón humano aparte de sus dones? En otras palabras, ¡el propio carácter de Dios está en juego en esta lucha! Pero hay algo más también involucrado, y es el carác- ter y la virtud mismos. ¿Es en realidad toda virtud un “egoísmo iluminado”? ¿Es posible para nosotros servir a Dios y a nuestro prójimo con un corazón de amor puro, sin pensar para nada en lo que “podemos sacar de ello”? 34 Cuando la vida se derrumba Satanás respondería diciendo: “¡Absolutamente no! La ver- dadera virtud no es posible porque Dios no es digno y el hombre es incapaz de ello”. Ahora podemos entender por qué el libro de Job es un libro judío, porque solo un escritor judío creyente se habría molestado en batallar con estos problemas. La fe judía declara que hay un solo Dios, y que Él es bueno, justo y soberano en todo lo que Él es y hace. Además, la decla- ración de fe del judaísmo incluye el hecho de que Dios está interesado en los individuos. Él es “el Dios de Abraham, y de Isaac, y de Jacob”. Si el escritor hubiera creído en dos dioses, uno bueno y el otro malo, entonces su problema habría quedado resuelto. O, si hubiera creído en un Dios limitado, en vez de en un Dios soberano, no habría tenido dificultades en explicar la situación difícil de Job. Como ya hemos indi- cado antes, es nuestra fe la que nos crea estos problemas; pero es también nuestra fe la que nos ayuda a resolverlos. En un verdadero sentido, Job le “ayudó a Dios” a silen- ciar a Satanás ya dejar bien claro de una vez y para siempre que Dios es digno de nuestra adoración y servicio. Nuestra fe y obediencia no debe ser una relación “comercial” entre nosotros y Dios. Debemos amar al dador y no simplemente los dones; porque amar los dones y no al dador es la esencia de la idolatría. ¿Cómo podemos averiguar si nuestra relación con Dios es sincera o simplemente “comercial”? Respondamos a la pregunta: ¿Cómo respondemos nosotros a Dios cuando perdemos algunas de nuestras bendiciones: nuestro tra- bajo, nuestras inversiones, nuestros seres amados, nuestra salud? Eso explica por qué tuvo que sufrir tan grandes pér- didas; porque hasta que no se quedó sin nada, excepto Dios, nunca habría sabido qué clase de fe tenía. Si solo uno de sus hijos hubiera perecido, o una pocas docenas de sus ovejas, no habría sido una prueba auténtica de su fe y de su amor. Tenía que perderlo todo. Respuestas desde un montón de cenizas 35 Dicho sea de paso, ¿se ha parado usted a pensar alguna vez en que Job pagó ese gran precio por usted y por mí? Debido a que él lo perdió todo, y mediante su sufrimiento demostró que Satanás estaba equivocado, usted y yo no tenemos que perderlo todo. Dios puede probarnos en una escala mucho menor porque la batalla en contra de las mentiras de Satanás ha sido ahora ganada por Dios. Es digno de notarse que Job no cuestionó el hecho de su sufrimiento, sino su existencia. Él no pensó que estaba por encima de las experiencias difíciles de la vida; porque, después de todo, él era un ser humano. Pero se encontraba perplejo por la tremenda cantidad de sufrimiento que tuvo que padecer. Y para agravar su perplejidad, sintió que Dios se encontraba lejos de él y que no podía comunicarse con Él. A lo largo del libro de Job corre una fuerte “imagenjudicial”: Dios es el Juez, Job es el acusado que ya está sufriendo su sentencia, ¡pero el acusado no encuentra la manera de presentar su caso ante el tribunal! “¿Cuánto menos le responderé yo”, pregunta Job, “y hablaré con él palabras escogidas?” (9:14). “Mas yo hablaría con el Todo- poderoso, y querría razonar con Dios” (13:3). “He aquí, yo clamaré agravio, y no seré oído; daré voces, y no habrá juicio” (19:7). Con esta carga en su corazón, Job clama por un abo- gado. “No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos” (9:33). Pero era de suprema importancia que Job no tuviera la oportunidad de razonar su caso delante de Dios, por- que eso solo habría servido para hacerle el juego a Satanás. Todo lo que a Job le había quedado era su fe en Dios, ¡y él no estaba seguro de dónde se encontraba Dios y qué estaba haciendo! Si Job se hubiera enterado del conflicto que se desarrollaba detrás del escenario, eso habría afectado defi- nitivamente sus propias respuestas. Era importante que Job no supiera. ¡Pero nosotros hoy sabemos! Gracias a la disposición 36 Cuando la vida se derrumba de Job para sufrir y refutar las acusaciones de Satanás, hoy nosotros podemos sufrir por fe y saber que Dios está llevando a cabo sus propósitos perfectos. Parte del sufri- miento es la consecuencia triste de nuestra propia desobe- diencia. Parte es la preparación para un ministerio futuro, como en el caso de José. Pero otros sufrimientos son senci- llamente para la gloria de Dios, para refutar las acusaciones de Satanás de que obedecemos a Dios para escapar de las pruebas y disfrutar de las bendiciones. Con frecuencia hay algo mucho más grande que nosotros mismos involucrado en las pruebas que somos llamados a soportar. Robert Frost lo expresó perfectamente en su poema “A Masque of Reason” [Un espectáculo (o mascarada) de la razón] cuando él hace que Dios le diga a Job: Pero era la esencia de la prueba que tú no lo entendieras en ese momento. Pues hubiera parecido sin sentido que tuviera sentido. ¿Por qué? Porque donde no hay “sentido” debe haber fe. Si confiamos en Dios, debe ser porque sabemos que Él es la clase de persona en la que podemos confiar, aunque puede que no siempre entendamos lo que Él está haciendo. La pia- dosa Madame Guyon escribió: “En el comienzo de la vida espiritual, nuestra tarea más difícil es tener paciencia con nuestro vecino; al progresar, tenerla con nosotros mismos, y al final, con Dios”. Ahora podemos entender mejor el propósito que los ami- gos de Job cumplen en este drama. Sin darse cuenta de ello, ellos son los ayudantes de Satanás, son sus agentes actuando en esta tierra. Tienen un punto de vista “comercial” de la fe: Si obedeces a Dios, Él te bendecirá; si le desobedeces, te castigará. Sobre la base de ese dogma, llegaron a la conclu- sión de que Job tenía que ser un pecador secreto o Dios no le habría permitido sufrir tanto. El ruego que aparece repetido en sus locuaces discursos es: “¡Job, ponte a bien con Dios! ¡Confiesa tus pecados y Él restaurará tu prosperidad!”. Respuestas desde un montón de cenizas 37 ¡Pero esta es la misma filosofía del infierno! “Haz lo que es correcto y escaparás del dolor y recibirás bendición”. ¿Es por eso por lo que le obedecemos a Dios? ¿O le obedecemos porque lo amamos, a pesar del todo el dolor que permita en la vida de cada uno de nosotros? Lo ve usted, cuando una persona practica la fe “comer- cial”, cuenta solo con dos opciones cuando la vida le viene con dificultades. Puede hacer un trato con Dios y conse- guir que Él cambie las circunstancias, o puede culparle a Dios por romper el contrato y entonces negarse a relacio- narse con Él nunca más. Los amigos de Job optaron por la primera opción y la esposa de Job prefirió la segunda. Sus amigos lo instaron a que negociara con Dios, confesara sus pecados y buscara la manera de volver a su anterior situa- ción de bendiciones. Su esposa le dijo: “¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (2:9). Cada una de estas opciones encaja perfectamente en el plan de Satanás. Pero Job rechazó las dos. En vez de maldecir a Dios, lo bendijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (1:21). Y en lugar de confesar sus peca- dos, Job mantuvo su integridad; y Dios le elogió por ello (2:3). “Nunca tal acontezca que yo os justifique”, dijo Job a sus amigos que le acusaban; “hasta que muera, no quitaré de mí mi integridad” (27:5). Él no estaba afirmando que era sin pecado, pero sí se negaba a no ser sincero consigo mismo, con sus amigos y con Dios, con el fin de esca- par del sufrimiento. Él no estaba dispuesto a regatear con Dios; porque, si lo hacía, estaría difamando el carácter de Dios. ¡Y eso es lo que Satanás quería que hiciera! Job no está solo defendiendo a Job; estaba defendiendo a Dios. Ahora que entendemos mejor el escenario y el sentido de este libro complejo, podemos enfocarnos en Job mismo. Job sufrió; no hay duda en cuanto a eso. Sufrió cuando perdió sus bienes, porque en el Oriente, la posición de 38 Cuando la vida se derrumba un hombre en la sociedad estaba determinada en buena medida por sus posesiones. Job había usado su posición para ayudar a otros (vea su testimonio en el capítulo 29); ahora él mismo se encontraba empobrecido. Job sufrió todavía más cuando perdió a su familia; porque la pena y el luto es como una amputación, y parece como si nunca sanara. Pero siempre que un hombre conserve su salud, puede recuperar sus bienes y comenzar de nuevo una fami- lia; pero sucedió que también perdió sus salud. Excepto Cristo Jesús, quizá ningún otro hombre de los menciona- dos en la Biblia sufrió más que Job. Tenga esto en mente cuando lea algunos de los arran- ques patéticos de Job. Maldijo el día que nació y se pregun- taba por qué había nacido. Dijo algunas cosas muy fuertes acerca de sus amigos (aunque puede que se las merecieran), e incluso dio a entender que Dios estaba llevando las cosas demasiado lejos. De hecho, ¡Job quería morirse y terminar de una vez! ¿Por qué? Porque la vida no parecía tener pro- pósito. “Abomino de mi vida”, dijo; “no he de vivir para siempre; déjame, pues, porque mis días son vanidad” (7:16). Pero, después de todo, Job era solo un ser humano; y en ninguna parte leemos que Dios lo condenara por ello. Job estaba profundamente herido y era muy normal que diera expresión a sus sentimientos. Fueron sus amigos los que estuvieron tratando de explicar y defender a Dios quienes, al final, fueron acusados por el Señor. “Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros”, le dijo el Señor a Elifaz, “porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job” (42:7). Las palabras de Job fueron honradas y since- ras, y brotaron de un corazón quebrantado. Hay algo más que lo hizo todo diferente: Job estaba buscando la relación con Dios, mientras que sus amigos estaban buscando razones para explicar su situación. Job sabía que los hijos de Dios viven mediante promesas y no por explicaciones. Job era en realidad una amenaza para sus amigos. ¡Sus experiencias retaban la validez de una teo- Respuestas desde un montón de cenizas 39 logía decidida de antemano! “Si Job está bien con Dios”, pensaban ellos, “entonces algo anda mal con nuestra fe”. ¡Eso significaba que lo que le había sucedido a Job les podía suceder también a ellos! Ellos no estaban en realidad inte- resados en Job como una persona que sufría. Su interés principal estaba en Job como un problema que había que eliminar, no como una persona que había que animar. Job admitió que se encontraba perplejo, pero sus ami- gos se sentían seguros de que ellos tenían todas las res- puestas correctas. “El compañerismo de la perplejidad”, escribe Elton Trueblood, “es un buen compañerismo, muy superior al compañerismo de las respuestas fáciles”. Lo único que el Nuevo Testamento tiene que decir deJob es que era un hombre paciente. “Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin de Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Stg. 5:11). Una de las cosas más difíciles de la vida es esperar sin una razón. “He aquí, aunque él [Dios} me matare, en él esperaré” (13:15). La palabra hebrea traducida como “esperaré” significa “esperar con confianza”. Job perseveró cuando tenía todas las razones para abandonar. En realidad, Job estaba seguro de que ni la muerte misma lo privaría de ver a Dios. “Yo sé que mi Redentor vive”, afirmó él, “y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece den- tro de mí” (19:25-27). Job cuestionó a Dios, e incluso lo acusó de ser injusto; pero nunca perdió su fe en Dios. De hecho, las preguntas y acusaciones de Job eran en sí mismas evidencias de que él creía en un Dios justo y bueno que un día aclararía todos sus problemas y perplejidades. Su testimonio de fe en Job 23:10 es uno de los mejores que encontramos en toda la literatura religiosa: “Mas él conoce mi camino; me pro- bará, y saldré como oro”. El apóstol Pedro tenía esta misma idea en mente cuando 40 Cuando la vida se derrumba escribió: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:6, 7). La paciencia y la perseverancia son importantes en nuestra vida si queremos tener éxito. La persona que no aprende a tener paciencia tendrá muchas dificultades para aprender cualquier otra cosa. La única persona que no nece- sita paciencia es la que puede controlar a todas las perso- nas y circunstancias en la vida, y esa persona no existe. Si esa persona de verdad existiera, sería la personificación del egoísmo, porque siempre se saldría con la suya. Esa es la filosofía de Satanás. Quizá lo más importante que podemos decir acerca de la fe de Job es esto: Nunca cuestionó la soberanía de Dios. El Dios en el que él confiaba era el que controlaba el uni- verso (incluyendo a Satanás) y era completamente capaz de manejar la situación. El libro de Job comienza en el salón del trono del cielo, y a medida que progresa la acción, Dios nunca abandona ese trono. El nombre de Dios que se usa más que cualquier otro en este libro es el de “Todopode- roso”. Encontramos ese nombre cuarenta y ocho veces en todo el Antiguo Testamento, y de ellas treinta y una de las veces aparece en Job. Al comienzo de su sufrimiento, Job expresa confianza en la grandeza de Dios. “Él es el sabio de corazón, y pode- roso en fuerzas; ¿quién se endureció contra él, y le fue bien?”, dijo él, “Él solo extendió los cielos, y anda sobre las olas del mar… Él hace cosas grandes e incomprensi- bles, y maravillosas, sin número” (9:4, 8, 10). Al final de su prueba, Job todavía cree en la grandeza de Dios: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (42:2). Job hubiera tenido muchas dificultades en creer que Respuestas desde un montón de cenizas 41 hay ciertas cosas que Dios no controla o que no puede con- trolar. Después de describir el asombroso poder de Dios en la naturaleza, exclamó: “He aquí, estas cosas son solo los bordes de sus caminos; ¡y cuán leve es el susurro que hemos oído de él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?” (26:14). Job hubiera tenido también problemas con los que dicen que Dios es “injusto”. Él se dio cuenta de que todo lo que había tenido (y perdido) lo había recibido por la bondad y la gracia divina. “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (1:21). Le dijo a su esposa: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (2:10). En mi ministerio pastoral, he escuchado a las personas decir en medio de su tragedia: “¡Esto no es justo!”. Esa es una respuesta normal de un corazón quebrantado. Pero a la hora de la reflexión serena, nos damos cuenta de que eso de la justicia es una filosofía peligrosa en la vida. Puede muy bien ayudar en la filosofía satánica de servir a Dios por lo que podemos conseguir al hacerlo. “Señor, seré justo con- tigo si tú eres justo conmigo”. ¡Y ahí estamos regateando de nuevo! Hubo momentos cuando Job cuestionó la justicia divina. “He aquí, yo clamaré agravio, y no seré oído; daré voces, y no habrá juicio” (19:7). En otras palabras, pare- cía que toda la experiencia se daba en un solo lado: Dios podía tratar con Job, pero ¡Job no tenía acceso a Dios! “Si habláremos de su potencia”, dijo el sufrido Job, “por cierto es fuerte; si de juicio, ¿quién me emplazará?” (9:19). ¿Ha tratado usted alguna vez de enviarle a Dios una orden de comparecencia judicial? Pero Job aprendió que Dios no comete errores en la manera en que trata con su pueblo. “El que disputa con Dios, responda a esto”, le dijo Dios a Job. “¿Invalidarás tu también mi juicio? ¿Me condenarás a mí, para justifi- carte tú?” (40:2, 8). Cuando me quejo a Dios: “¡Esto no es 42 Cuando la vida se derrumba justo!”, lo que estoy diciendo en realidad es: “¡Señor, yo sé acerca de esto más que tú!”. ¡Pero la verdad es que no sé! Hace algunos años, una de nuestras hijas se quejó acerca de una decisión que su madre y yo habíamos tomado. “¡Eso no es justo!”, dijo ella, y respaldó sus pala- bras con sus lágrimas. De una manera calmada respondí: —¿Tú quieres que tu mamá y yo manejemos la casa solo sobre la base de justicia? Ella pensó por un momento. —No, creo que no —respondió. Ella se acordó que en nuestro hogar hacíamos hinca- pié en el amor y la gracia, no tanto en la justicia. Si Dios hiciera lo que es “justo”, me pregunto dónde estaríamos cada uno de nosotros. Una de las razones por las que Dios no respondió al clamor de justicia de Job es porque Él quería continuar su relación con Job sobre la base de la gracia. Dios no que- ría que Job tuviera una “fe comercial” basada en un con- trato celestial. Quería que tuviera fe en un Dios con tanta riqueza de carácter, amor, misericordia, gracia, bondad, amabilidad, que nada pudiera interferir en su relación. Porque la pregunta clave de Job no es “¿Por qué sufren los justos?”, sino “¿Adoramos a un Dios que es digno de nues- tro sufrimiento?”. Esa fue la fe valerosa de Sadrac, Mesac y Abednego cuando tuvieron que elegir entre la confor- midad o la cremación: “He aquí nuestro Dios a quien ser- vimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Dn. 3:17, 18). ¡Ahí no hay nada de “fe comercial”! ¡Adoraban a un Dios que merecía la pena morir por Él! Al final de su tiempo de prueba, Job quedó sanado y su familia y fortuna le fueron restauradas. De hecho, llegó a tener el doble que lo que había tenido antes. “y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el pri- mero” (42:12). Estas fueron bendiciones, no recompensas. Respuestas desde un montón de cenizas 43 El Señor le había dado, el Señor se lo había quitado, y el Señor se lo dio de nuevo. Fue todo por pura gracia de prin- cipio a fin. Antes de dejar el montón de cenizas de Job, aprenda- mos algunas lecciones prácticas que pueden ayudarnos en los momentos difíciles de la vida. 1. Nuestra relación personal con Dios es mucho más importante que las razones y las explicaciones. Nos ama demasiado como para dañarnos, sin importar cuánto permita que estemos heridos; y es demasiado sabio como para cometer un error. Si usted conoce a Dios personalmente, por medio de la fe en Cristo Jesús, entonces los tiempos de sufrimientos pueden ser tiempos de profundización de la fe y deacercarse más al Señor. Sin importar lo que Satanás pueda decir, Dios es digno de nuestra adoración y servicio. 2. Los propósitos de Dios están con frecuencia ocultos para nosotros. Él no nos debe ninguna explicación. Nosotros le debemos a Él nuestro completo amor y confianza. 3. Debemos ser sinceros con nosotros mismos y con Dios. Dígale a Dios cómo se siente; es cierto que Él ya lo sabe, pero le hará bien ser franco y sincero con Él. Mantener una fachada piadosa cuando está sufriendo profundamente, solo sirve para empeorar las cosas. 4. Tenga cuidado con las teologías preparadas de ante- mano que reducen los caminos de Dios a una fórmula manejable que conserva la vida segura. Dios a menudo hace lo inexplicable a fin de mantenernos alertas, y también hincados de rodillas. “Porque mis pensa- mientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Is. 55:8). 5. El sufrimiento no es siempre el castigo por el pecado. A veces lo es, pero no siempre. No nos perjudica el examinar el propio corazón de cada uno de nosotros, 44 Cuando la vida se derrumba pero no debemos caer en el error de los tres amigos de Job. 6. En todos sus sufrimientos, los hijos de Dios tienen acceso al Padre. Job clamaba por un “árbitro” que los pusiera a Dios y a él juntos, pero esa petición nunca fue respondida. “No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos” (9:33). ¡Sí existe esa persona! Es Cristo Jesús, el Salvador, que hoy representa a los creyentes delante del trono de Dios. “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). Debido a que Jesucristo es a la vez Dios y hombre, Él puede “[poner) su mano sobre nosotros dos” y unir a los hombres y Dios. Él es un Sumo Sacerdote fiel y misericordioso que ministra a nuestro favor en el cielo. A causa de Jesucristo, el trono de Dios no es un trono de juicio, sino de gracia para los hijos de Dios. En su agradable pequeño libro titulado Inward Ho!, Christopher Morley escribe: “Tengo un millón de pregun- tas para hacerle a Dios; pero cuando me encuentro con Él, todas desaparecen de mi mente, y no parece que eso importe”. Hay más de trescientas preguntas en el libro de Job, muchas de ellas preguntadas por el mismo Job. Pero cuando Job se encontró con Dios, dijo: “He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé, aun dos veces, mas no volveré a hablar” (40:4, 5). Después de escuchar a Dios hablar acerca de la grandeza de su creación, Job contestó: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (42:5, 6). Cuando usted y yo sufrimos profundamente, lo que de verdad necesitamos no es una explicación de parte de Dios, sino una revelación de Dios. Necesitamos ver cuán Respuestas desde un montón de cenizas 45 grande es Dios; necesitamos recuperar la perspectiva de la vida que hemos perdido. Cuando sufrimos, las cosas se desproporcionan, y se necesita una visión de algo mucho más grande que nosotros mismos para lograr que se ajusten de nuevo las dimensiones de la vida. En la Biblia tenemos una revelación de Dios. También tenemos una revelación, una serie de imágenes, de lo que significa el sufrimiento desde el punto de vista divino. Si entendemos estas “imágenes del dolor”, eso nos puede ayu- dar a manejar las dificultades de la vida. 5 Imágenes del dolor Se ha dicho correctamente que la mente humana no es un centro de debate, sino una galería de imágenes. Puede que no nos demos cuenta, pero mucho de nuestro pensamiento y sentimiento gira alrededor de ciertas imágenes, o metá- foras, que parecen pertenecer a la raza humana. Esas imá- genes aparecen de forma repetida en nuestro arte, música y literatura y ayudan a que se forme una base común para mirar a la vida. Por ejemplo, cuando Tennyson escribió su bello poema sobre “Crossing the Bar”, estaba trabajando con una metá- fora de la vida como un viaje hacia un puerto distante. Long- fellow usó la idea de navegar en su poema “The Building of the Ship” [La construcción del barco], cuando escribió: ¡Tú también navega nave del Estado! ¡Navega, oh Unión, fuerte y grande! Y Walt Whitman parece combinar ambas ideas, la personal y la política, cuando escribe en relación con la muerte de Lincoln: ¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro terrible viaje ha terminado, El barco ha capeado los temporales, ganamos el premio buscado… Siempre que alguien usa frases como “Está hundido en deudas” o “Esa empresa se va a hundir”, está comparando la vida a un viaje. Algunas personas ven la vida como una batalla, una gue- rra. En ocasiones algunos conocidos nos saludan diciendo: “Bueno, ¿cómo va la batalla?”. Hamlet comparó la vida a Imágenes del dolor 47 una batalla en su famoso soliloquio “Ser o no ser” cuando hablaba acerca de “las adversidades de la vida”. De hecho, combinó dos metáforas, militar y naval, cuando consideraba levantarse “en armas contra un mar de dificultades”. El embarazo y el nacimiento nos proporcionan otra serie de metáforas. A veces hablamos de “dar a luz una idea” o quizá decimos que un proyecto está todavía en período de “gestación”. Las personas creativas dicen con alguna frecuencia que están con “dolores de parto” en su intento de terminar con su trabajo. ¿Por qué usamos estas y otras metáforas al hablar de cosas importantes de la vida? Porque estas imágenes nos ayudan a expresar mejor algunas de nuestras más comple- jas experiencias. Resulta mucho más fácil hablar acerca de las “tormentas de la vida” que entrar a explicar sus doloro- sos detalles. Incluso los científicos modernos están usando metáforas (las llaman “modelos”) que los ayudan a enten- der y explicar lo que está sucediendo en el universo. Estas imágenes involucran tanto nuestros sentimientos como nuestra mente. Nos impiden caer en la consideración de las cosas básicas de la vida en una forma fría y dis- tante. Henry Wadsworth Longfellow pudo haber dicho: “Las dificultades nos vienen a todos en la vida” y lo habría expresado correctamente; pero en su lugar, escribió: ¡Corazón triste, estate tranquilo! Deja de atribularte; detrás de las nubes todavía luce el sol; esa suerte es común en todos, en cada vida debe caer algo de lluvia, algunos días deben ser oscuros y sombríos. Usó la imagen de una tormenta y de esa forma no solo transmite una verdad a nuestra mente, sino que también llega a nuestro corazón. Las metáforas nos aportan iluminación, nos ayudan a ver la vida, y también nos aportan interpretación, pues nos ayudan a entender la vida. Si la vida es una batalla, 48 Cuando la vida se derrumba ¡entonces es muy importante aprender a luchar! Si es como un viaje por mar, ¡interesa mucho aprender a nadar! Si Shakespeare está en lo correcto y “Todo el mundo es un escenario”, ¡me conviene leer el guión y averiguar cuál es la trama de la obra antes de que se baje la cortina! He dicho todo esto para introducir el tema de este capí- tulo, a saber, las metáforas para el sufrimiento y el dolor que encontramos en la tradición judeocristiana, como apa- recen en la Biblia. Pero estas vívidas metáforas no están allí como una decoración poética. Son importantes para nosotros como revelación de Dios acerca de lo que es la vida, el sufrimiento y la muerte. Para cuando hayamos ter- minado de estudiar algunas de las metáforas más impor- tantes, creo que entenderemos mejor por qué Dios permite que sus hijos sufran. El libro de Job es especialmente rico en metáforas. Excepto los dos primeros capítulos y el último, el libro de Job es un poema; y eso en sí mismo es significativo. En vez de darnos una serie de conferencias acerca del sufri- miento, el escritor nos proporciona una serie de imágenes fascinantes. Alguien ha dicho que la poesía es “emoción destilada”, y esa es una buena definición. Eso se aplica par-
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