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Warren W Wiersbe - CUANDO LA VIDA SE DERRUMBA

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¿Hay alguna razón para el dolor y el sufrimiento?
¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas?
Las personas llevamos siglos y siglos haciendo estas mismas preguntas. En el mejor de los casos solo se ha llegado a 
conclusiones superficiales y muchos han abandonado el intento 
de responder a las preguntas verdaderamente difíciles de la vida.
En Cuando la vida se derrumba, usted verá que hay propósito 
en el sufrimiento y el dolor. Con sensibilidad y compasión, el autor 
ofrece percepción y conocimiento acerca de la razón por la cual 
las personas sufren y qué hacer cuando la vida se derrumba.
“ No ha podido llegar más a tiempo… Una refutación vital a 
las… respuestas que se dan hoy a las preguntas difíciles acerca 
del sufrimiento y el mal que han invadido nuestra cultura”.
 — CHARLES W. COLSON, 
fundador de Prison Fellowship
“ Responde a las preguntas difíciles con un sentido bíblico 
profundo. Tengo la esperanza de que este libro lo van a leer 
muchos y se beneficiarán de él”.
 — JOHN MacARTHUR, 
pastor-maestro, autor
WARREN W. WIERSBE es pastor, y autor o compilador 
de más de 160 libros, entre ellos Llamados a ser siervos de Dios 
y La estrategia de Satanás, ambos publicados por Portavoz. 
Actualmente se dedica a escribir para ministrar a otros. 
WARREN W. WIERSBE
“ Tengo la esperanza de que este libro lo van a leer 
muchos y se beneficiarán de él”. 
–JOHN MacARTHUR, pastor, maestro y autor
Cuando 
la vida
se derrumba
Respuestas bíblicas para los que sufren
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uan do la vida se derrum
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ISBN 978-0-8254-0530-3
9 7 8 0 8 2 5 4 0 5 3 0 3
Vida cristiana / Superación personal
Cuando 
la vida 
se derrumba
Respuestas bíblicas para los que sufren
WARREN W. WIERSBE
Título del original: When Life Falls Apart, © 1984 por Warren W. Wiersbe 
y publicado por Fleming H. Revell, una división de Baker Book House 
Company, Grand Rapids, Michigan 49516-6287. Traducido con permiso.
Edición en castellano: Cuando la vida se derrumba, © 2005, 2013 por 
Warren W. Wiersbe y publicado por Editorial Portavoz, filial de Kregel 
Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos 
reservados.
Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada en 
un sistema de recuperación de datos, o transmitida en cualquier forma 
o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación 
o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de los editores, con la 
excepción de citas breves o reseñas.
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido 
tomadas de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en 
América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado 
con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de la American 
Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia. 
EDITORIAL PORTAVOZ
P.O. Box 2607
Grand Rapids, Michigan 49501 USA
Visítenos en: www.portavoz.com
ISBN 978-0-8254-0530-3 (rústica)
1 2 3 4 5 / 17 16 15 14 13
Impreso en los Estados Unidos de América
Printed in the United States of America
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de 
calidad —con integridad y excelencia—, desde una perspectiva bíblica 
y confiable, que animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.
Dedicatoria 
A mis amigos de muchos años, 
el pastor Richard Hensley y su esposa Betty. 
Dick, la vida que has vivido en medio del sufrimiento, 
el dolor y la desventaja, y la forma en que has 
ministrado a otros, todo junto forma el sermón más 
grande que jamás hayas podido predicar. Tú has sido 
de ayuda y ánimo para mí, y a ti y a tu esposa les dedico 
este libro con gran aprecio por nuestra amistad.
Contenido
1. A los que sufren 7
2. La verdadera gran pregunta 12
3. ¿Cuán grande es Dios? 19
4. Respuestas desde un montón de cenizas 31
5. Imágenes del dolor 46
6. El Dios que cuida de nosotros 69
7. El Dios que sufre 84
8. Cuando la vida se derrumba, 
¿cómo ora usted? 95
9. Carácter 110
10. Usted nunca sufre solo 120
11. Cómo lidiar con el desastre 127
12. Esperanza 133
Apéndice 1: 
Preguntas que usted puede estar haciéndose 143
Apéndice 2: 
Una pequeña antología 151
Notas 157
1
A los que sufren 
“Sea amable, porque todo aquel con el que se encuentra 
está peleando una batalla”. 
No estoy seguro de quién fue el primero en hacer esa 
declaración, pero nos da un buen consejo. Todos estamos 
peleando batallas y llevando cargas, y necesitamos urgen-
temente toda la ayuda que podamos conseguir. Lo último 
que uno de nosotros necesita es que alguien nos ponga 
encima más dificultades. 
No son las exigencias normales de la vida las que 
nos quebrantan, sino las sorpresas dolorosas. Nos vemos 
a nosotros mismos peleando batallas en una guerra que 
nunca declaramos y llevando cargas por razones que no 
entendemos. No estoy hablando acerca de “cosechar lo que 
sembramos”, porque la mayoría de nosotros es lo suficien-
temente sagaz como para saber cuándo y por qué sucede 
eso. Si quebrantamos las normas, tenemos que aceptar las 
consecuencias, pero a veces suceden cosas aún cuando 
nosotros no las quebrantamos. 
Cuando la vida nos pasa esas sorpresas dolorosas, 
comenzamos a hacernos preguntas. Nos preguntamos si 
quizá hemos sido engañados. Comenzamos a dudar de que 
la vida tenga sentido. Sí, a los hijos de Dios les suceden cosas 
malas, y cuando eso ocurre, nuestra respuesta normal es 
preguntar: “¿Por qué a nosotros?”. 
Este libro es el esfuerzo de un hombre para tratar de 
ayudar a las muchas personas que sufren, seres humanos 
que, en su dolor, están haciendo las preguntas esenciales 
que llegan hasta los fundamentos de la vida. ¿Existe Dios? 
Si existe, ¿qué clase de Dios es? ¿Mediante qué reglas está 
dirigiendo el juego de la vida? ¿Está libre o está maniatado 
8 Cuando la vida se derrumba
por su propio universo? ¿Está llevando a cabo un plan, o 
es tan limitado que no puede intervenir en los asuntos de 
la vida? ¿Tiene algún beneficio el orar? ¿Tenemos alguna 
información autorizada de parte de Dios acerca de Dios, o 
tenemos que conformarnos con nuestras propias limitadas 
conclusiones, basadas en la poca información que vamos 
recogiendo en las experiencias demoledoras de la vida? 
Estas son preguntas importantes de la vida y deben 
ser respondidas. Este libro, Cuando la vida se derrumba, 
trata los mismos problemas que el rabí Harold Kushner 
consideró en su libro Cuando a las personas buenas les suce-
den cosas malas. Ambos libros son parte de lo que Morti-
mer Adler llamaría “La gran conversación”, ese fascinante 
debate que ha continuado por siglos, siempre que los hom-
bres y las mujeres han considerado los problemas del mal 
en este mundo. Puesto que el rabí Kushner y yo abordamos 
estos problemas con trasfondos y puntos de vista diferen-
tes, es razonable suponer que tendremos nuestras diferen-
cias cuando sacamos nuestras aplicaciones y conclusiones. 
Pienso, sin embargo, que tenemos el mismo propósito en 
mente: Ayudar a los que sufren y que se encuentran perple-
jos ante los problemas de la vida. 
A pesar de nuestras diferencias, me benefició la lectura 
del libro del rabí Kushner. Quedé impresionado por su 
valor y franqueza al enfrentar sus sentimientos con hones-
tidad, ¡e incluso atreverse a enojarse! Él y su esposa pagaron 
un gran precio al escribir este libro, y debemos admirarlos 
por su devoción. 
Me ayudó su compasión. Las luchas con su fe no lo 
apartaron ni lo aislaron, como a menudo sucede en esas 
situaciones. Estuvo dispuesto a darle a conocer a otros 
sus descubrimientos, en la esperanza de que las lecciones 
aprendidas en la escuela del dolor animaran a otros com-
pañeros de sufrimiento. 
También me ayudó al forzarme a repensar mis propias 
convicciones. Esto es algo bueno, porque una fe que no 
A los que sufren 9
puede ser probada, no es confiable. Por más de treinta años 
he estado involucrado en el ministerio pastoral, tratando 
de animar a las personas a que echaran mano delos vastos 
recursos espirituales que Dios pone a nuestra disposición. 
Yo también tuve que plantearme algunas de estas pregun-
tas fundamentales. ¿Había estado aplicando la medicina 
apropiada a la enfermedad sufrida? ¿Había sido acertado 
mi diagnóstico de la situación? ¿Cuánto de verdad conocía 
yo acerca del Dios que había estado predicando y escri-
biendo durante todos estos años? ¿Tengo yo la clase de fe 
que funciona en los campos de batalla de la vida? 
Al agonizar con estas y otras preguntas, llegué a algu-
nas de las conclusiones que voy a ir desarrollando en los 
capítulos de este libro. Pero para que usted sepa hacia 
dónde nos encaminamos, aquí están. 
1. Nuestras respuestas a los problemas del sufrimiento deben 
tener integridad intelectual. Estamos creados a la ima-
gen y semejanza de Dios, y esto significa que debemos 
pensar. Debemos hacer las preguntas correctas si que-
remos obtener las respuestas correctas. Eso quiere decir 
que todos debemos ser filósofos y cuestionar nuestras 
preguntas. Esto no hay forma de evitarlo, porque desde 
el momento en que usted trata de responder a una cues-
tión de la vida, se convierte en filósofo. 
2. Las personas viven mediante promesas, no mediante expli-
caciones. Este es el balance número l. Nadie puede res-
ponder completamente a todas las preguntas; pero, si 
pudiéramos hacerlo, las respuestas no nos dan garantía 
de que la vida resultará más fácil o el sufrimiento más 
llevadero. Dios no está esperando al final del silogismo, 
ni tampoco hay paz mental a la conclusión de un argu-
mento. En cada área de la vida debe haber siempre un 
elemento de fe: En el matrimonio, los negocios, la cien-
cia y las decisiones comunes de cada día. Lo que usted 
cree determina cómo va a comportarse, pero usted no 
10 Cuando la vida se derrumba
puede explicar siempre lo que cree y por qué lo cree. 
“La fe es una de las fuerzas mediante las que vive el 
hombre”, escribió Henry James, “y la ausencia total de 
fe significa desintegración”. 
3. ¡Debemos vivir! La vida es un don de Dios, y debemos 
atesorarla, protegerla e invertirla. Puede que podamos 
posponer algunas decisiones, pero no podemos posponer 
vivir. “La vida no puede esperar hasta que la ciencia 
haya explicado el universo científicamente”, escribió 
el filósofo español José Ortega y Gasset. “No podemos 
posponer la vida hasta que estamos listos... La vida nos 
cae encima como un disparo a quemarropa”. Agarra-
mos la vida, o hacemos con ella lo mejor que podamos, 
o la dejamos. El suicidio es la acción última de dejarla. 
La pregunta más importante en la vida no es “¿Por 
qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”, 
sino “¿Por qué y para qué estamos aquí?”. ¿Cuál es el 
propósito de la vida? ¿Lo sabe alguien? 
4. Debemos vivir para otros. El sufrimiento puede hacer-
nos egoístas o generosos. Puede hacer que seamos 
parte del problema o parte de la respuesta. John Feble, 
amigo del cardenal John Henry Newman solía decir: 
“Cuando usted se siente dominado por la melancolía, 
lo mejor para salir de esa situación es levantarse y hacer 
algo por otra persona”. ¡Buen consejo! El apóstol Pablo 
explicó a los que sufrían de su tiempo que Dios “nos 
consuela en todas nuestras tribulaciones, para que 
podamos también nosotros consolar a los que están 
en cualquier tribulación, por medio de la consolación 
con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Co. 
1:4). Pienso que fuimos creados para ser canales y no 
lagos cerrados, para pensar en otros y no en nosotros 
mismos. 
5. Tenemos a nuestra disposición los recursos para un sufri-
miento creativo. Todo en la naturaleza depende de 
“recursos ocultos”, y nosotros también. La historia 
A los que sufren 11
humana está llena de testimonios de personas que 
pudieron haber sido víctimas, pero que decidieron 
ser vencedoras. “Aunque el mundo está lleno de sufri-
miento”, escribió Helen Keller, “está también lleno de 
la superación del sufrimiento”. El sufrimiento termi-
nará siendo su amo o su siervo, dependiendo de cómo 
maneja las crisis de la vida. Después de todo, una crisis 
no hace a una persona, sino que revela lo que la persona 
lleva por dentro. Lo que la vida nos hace a nosotros 
depende de lo que la vida encuentra en nosotros. Los 
recursos están disponibles si nosotros queremos usarlos. 
Al considerar estos asuntos, tendremos que usar nues-
tra mente y ponernos a pensar en serio. Al mismo tiempo, 
debemos abrir nuestro corazón a esa clase de verdades espi-
rituales que no pueden ser examinadas en los laboratorios 
ni manipuladas por una computadora. Pero sobre todo, 
debemos estar dispuestos a obedecer la verdad e ir en la 
dirección que nos lleve. No es suficiente con que nuestra 
mente sea iluminada o nuestro corazón quede enrique-
cido; su voluntad debe ser capacitada en el servicio a otros. 
El sufrimiento no es un tópico para especulación; es una 
oportunidad para demostrar compasión e involucrarnos. 
La mente crece al tomar, pero el corazón crece al dar. 
“Ya es medio falso el que especula acerca de la ver-
dad, pero no la hace”, dijo F. W. Robertson, quien supo 
lo que era el sufrimiento y murió joven. “La verdad nos es 
dada, no para ser contemplada, sino para hacerla. La vida 
es acción, no un pensamiento”. 
Pero si queremos que una acción sea inteligente, debe 
comenzar con un pensamiento. 
Así, pues, nuestra primera responsabilidad es tratar de 
responder a “La verdadera gran pregunta”. 
2
La verdadera gran pregunta
“¿Por qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”. 
Puede que usted no se dé cuenta de ello, pero cuando 
hace esa pregunta, está revelando mucho de lo que cree. 
Detrás de esa pregunta hay una serie de suposiciones que 
usted cree que son ciertas y mediante las cuales maneja su 
propia vida. Cada uno de nosotros tiene una “declaración 
de fe” personal y se manifiesta mediante las preguntas que 
hacemos. 
Cada cual cree algo acerca del universo, de la vida, 
de la muerte, de la felicidad, de Dios, del bien, del mal y 
de otras personas. Estas creencias son como los axiomas 
en geometría, son difíciles de demostrar; pero si usted 
los rechaza, no puede resolver los problemas. “Es estric-
tamente imposible ser un ser humano”, escribió Aldous 
Huxley, “y no tener en general alguna clase de puntos de 
vista acerca del universo”. 
Qué suposiciones están detrás de la pregunta: “¿Por qué 
les suceden cosas malas a las personas buenas?”. 
Para comenzar, al hacer esas preguntas estamos dando 
por supuesto que hay valores en la vida. Algunas cosas son 
“buenas” y otras son “malas”. Durante siglos, los filósofos 
han discutido el significado de lo “bueno” y de lo “que es la 
vida buena”, y no siempre estuvieron de acuerdo. Pero una 
cosa es muy cierta: Usted y yo preferimos tener la “la vida 
buena” antes que sufrir las “cosas malas” que pueden ocu-
rrimos. Preferimos tener buena salud antes que la enfer-
medad, buen éxito en los negocios antes que los fracasos, 
buenas experiencias antes que dolor y tristeza. 
Hay otra suposición detrás de nuestra pregunta: Damos 
por supuesto que hay orden en el universo. Suponemos que 
La verdadera gran pregunta 13
hay una causa para las “cosas malas” que suceden en la vida 
de las personas. Cuando ocurre una tragedia, decimos: 
“Mira, aquí hay algo equivocado. Esto no debiera haber 
ocurrido nunca”. Nuestra protesta les dice a los demás que 
creemos en un universo ordenado, uno que “tiene sentido”. 
Cosas tales como el nacimiento de un hijo imposibilitado, 
o el asesinato de una novia atractiva, nos parece que están 
fuera de lugar. 
Una tercera suposición es que las personas son impor-
tantes. Pocos de nosotros preguntamos alguna vez por qué 
les suceden cosas malas a los tulipanes, a los peces o a los 
conejos. No hay duda de que a ellos también les suceden 
cosas malas, pero nuestra gran preocupación son los seres 
humanos. Damos por sentado que las personas son dife-
rentes de las plantas y de los animales, y que esa diferencia 
es importante. 
Nuestracuarta suposición es, pienso, bien obvia: Cree-
mos que la vida merece la pena vivirla. Después de todo, si 
la vida no mereciera la pena vivirla, ¿para qué molestarnos 
en hacer preguntas? ¿Por qué no le ponemos fin de una vez 
y para siempre? Albert Camus lo expresó sin rodeos: “Hay 
solo un problema filosófico verdaderamente serio, y es el 
suicidio. Juzgar si merece la pena vivir o no es dar respuesta 
a la pregunta fundamental de la filosofía”. El hecho de que 
estemos luchando con estos problemas es una evidencia 
de que merece la pena vivir, de que no estamos montados 
(como solía decir el cómico Fred Allen) “en una noria del 
olvido”. 
Podemos añadir una quinta suposición: Creemos que 
somos capaces de encontrar algunas respuestas y beneficiar-
nos de ello. Damos por sentado que somos seres racionales 
con una mente que funciona, y que el mundo racional que 
nos rodea nos proveerá de algunas respuestas. Puede que 
no seamos capaces de entenderlo y explicarlo todo, pero 
aprenderemos lo suficiente para animarnos a enfrentar las 
luchas y seguir adelante. Edificada sobre esta suposición 
14 Cuando la vida se derrumba
está la creencia de que somos libres para hacer preguntas y 
buscar la verdad. No somos robots. 
De modo que si está preguntando sinceramente: “¿Por 
qué les suceden cosas malas a las personas buenas?”, esto 
es lo que usted cree: 
• Hay valores en el universo. 
• El universo es lógico y ordenado. 
• Las personas son importantes. 
• La vida merece la pena vivirla. 
• Podemos encontrar respuestas que nos ayuden. 
Pero declarar simplemente nuestras suposiciones no 
resuelve de forma inmediata nuestros problemas. De 
hecho, estas suposiciones ayudan a crear toda una serie 
nueva de preguntas que no nos atrevemos a evitar. Si hay 
valores en el universo, ¿de dónde provienen? ¿Qué es lo 
que hace que lo “bueno” sea bueno y lo “malo” sea malo? 
Si el universo es racional y ordenado, y nosotros podemos 
entender la ley de causa y efecto, ¿cómo llegó a suceder de 
esa manera? ¿Y por qué son las personas importantes? ¿Qué 
es lo que hace que la vida merezca la pena vivirla? 
Pienso que todas esas importantes preguntas pueden 
ser resumidas en la que creo es la pregunta más grande de 
todas: ¿Cuál es el propósito de la vida? Si yo sé quién soy, 
por qué estoy aquí y cómo encajo yo en el plan del uni-
verso, entonces puedo entender y manejar las experiencias 
difíciles de la vida. Como escribió Nietzsche: “Si nosotros 
tenemos nuestro propio por qué en la vida, funcionaremos 
bien con casi todos los cómos”. O como lo expresa el pro-
verbio romano: “Cuando el piloto no sabe a qué puerto se 
dirige, ningún viento le es de ayuda”. 
Así, pues, la verdadera gran pregunta no es “¿Por qué 
les suceden cosas malas a las personas buenas?”, sino “¿Cuál 
es el propósito de la vida?”. No podemos sinceramente res-
ponder a la primera pregunta sin haber respondido antes a 
la segunda. A menos que conozcamos cuál es el propósito 
La verdadera gran pregunta 15
de la vida, no podemos determinar qué experiencias son 
“buenas” y cuáles son “malas”. 
Una bella historia del Antiguo Testamento nos lo ilus-
tra muy bien. Los hermanos de José estaban celosos de él y 
lo vendieron como esclavo. Jacob, el padre de José, pensó 
que su amado hijo había muerto; pero en realidad José 
se encontraba sirviendo en Egipto. José pasó varios años 
de prueba en la cárcel, pero entonces, mediante una serie 
de circunstancias maravillosas, se convirtió en el segundo 
mandatario en el país. Como resultado de esto, pudo pro-
teger a su padre y hermanos durante una terrible ham-
bruna (ver Gn. 37—50). 
Desde nuestra perspectiva humana, lo que le sucedió 
a José fue “malo”. Los celos y el odio son malos. Es algo 
malo quedar separado del padre anciano y que le vendan 
a uno como esclavo. Es malo que nos acusen falsamente y 
nos metan en la cárcel. Pero, al final, todos estos sucesos 
ayudaron para bien. José les dijo a sus hermanos: “Voso-
tros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a 
bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida 
a mucho pueblo” (Gn. 50:20). 
En otras palabras, es mucho mejor que seamos cuidado-
sos al identificar las experiencias de la vida como “buenas” o 
“malas”, ¡porque podemos estar equivocados! Los creyentes 
cristianos se aferran a Romanos 8:28: “y sabemos que a los 
que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, 
a los que conforme a su propósito son llamados”. 
Pero ¿cuál es el propósito de la vida? 
Muchas personas creen sinceramente que la felicidad 
es el propósito de la vida. No estoy hablando acerca de los 
“buscadores de placer” que viven solo para “comer, beber 
y alegrarse”. Más bien me estoy refiriendo a las personas 
honradas que sencillamente quieren disfrutar de compa-
ñía y amor, ganar su sustento, pagar sus facturas, quizá 
tener una familia propia y compartir con otros las “cosas 
buenas” de la vida. 
16 Cuando la vida se derrumba
Puede que esté equivocado, pero me parece que la feli-
cidad no es la meta principal de la vida, sino más bien un 
maravilloso subproducto. A la mayoría de las personas que 
conozco que hicieron de la felicidad su meta terminaron de 
una forma desgraciada. Pero los que invirtieron su vida en 
metas dignas de luchar por ellas descubrieron una medida 
de felicidad. A medida que maduramos en la vida, nuestras 
ideas de felicidad cambian; y a menudo con la madurez 
viene también una comprensión más profunda del dolor. 
Además, hacer que la felicidad sea mi meta en la vida 
puede también traer consigo un elemento de egoísmo. ¡Mi 
felicidad puede terminar siendo su tristeza! 
Sea lo que sea que lo motive a usted en la vida, debe ser 
algo suficientemente grande y noble para hacer que la inver-
sión merezca la pena. La vida es demasiado corta y dema-
siado difícil para perderla en cosas insignificantes. “Muchas 
personas tienen una idea equivocada de lo que constituye la 
verdadera felicidad”, escribió Helen Keller en su diario. “No 
se obtiene mediante la satisfacción de los deseos propios, 
sino a través de la fidelidad a un propósito digno”. 
Estoy convencido de que la vida merece la pena vivirla, 
a pesar de todos los problemas y dificultades, porque el 
ser humano está involucrado en un “propósito tan digno”. 
Bertrand Russell llamó al hombre un “accidente curioso en 
agua estancada”, y cínicamente H. L. Mencken llamó al 
hombre “una enfermedad local del cosmos”. Pero el hom-
bre lleva en sí mismo la imagen de Dios y fue creado para 
su gloria. El antiguo catecismo declara bellamente este 
“digno propósito”: “El hombre fue creado para la gloria de 
Dios y para gozarlo para siempre”. 
El profeta Isaías tenía este mismo propósito en mente 
cuando escribió: “Diré al norte: Da acá; y al sur: No deten-
gas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la 
tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía 
los he creado, los formé y los hice” (Is. 43:6, 7). 
Las cosas malas no solo suceden a las personas buenas, 
La verdadera gran pregunta 17
sino que también les ocurren a un grupo selecto de “perso-
nas buenas”: los hijos de Dios. El hecho de que conozcamos 
a Dios como nuestro Padre y a Cristo Jesús como nuestro 
Salvador no nos libra de las cargas normales de la vida, o 
de aquellas pruebas especiales que a veces nos vienen de 
improviso. En realidad, nuestra fe puede hacer que seamos 
un blanco especial de los ataques del enemigo. 
Las cinco suposiciones que ya hemos considerado en 
este capítulo parecen dar evidencia de la realidad de Dios 
en este universo. Es Dios el que puso los valores en el uni-
verso y el que determina lo que es “bueno” y lo que es 
“malo”. Es Dios el que creó al hombre y le dio su lugar 
importante en la creación. Es Dios el que mantiene el 
orden en el universo, incluso cuando usted y yo hemos 
llegado a la conclusión de que algo ha ido mal. Es Dios el 
que hace que la vida merezca la pena vivirla. 
Están aquellos que sustituyen Dios por la “evolución”.Incluso el rabí Kushner sugiere que el dolor y las limitacio-
nes físicas pueden significar “que el hombre hoy es solo la 
última etapa en un largo y lento proceso evolucionista”.1
Pero si el propósito de la vida es cumplir con el pro-
ceso evolucionista, las “cosas malas” no le pueden suceder a 
nadie. De hecho, no podemos ni siquiera usar las palabras 
“bueno” y “malo” porque todo lo que ocurra en el proceso 
evolucionista es bueno. Las tragedias de la vida son solo 
ayudas para elevar más al hombre en la escala evolutiva. 
Además, el hombre ya no es importante por sí mismo, sino 
solo en la medida en que contribuye “al largo y lento pro-
ceso evolucionista”. 
Dudo seriamente de que alguna vez alguien encontrase 
consuelo en la tristeza o fortaleza en el dolor mediante esta 
creencia. Esas ideas están bien para el laboratorio o para la 
torre de marfil, pero pierden su vitalidad en la Unidad de 
Cuidados Intensivos o al lado de una sepultura. 
Además, si bien la evolución puede ayudar a expli-
car los defectos de nacimiento u otros problemas físicos, 
18 Cuando la vida se derrumba
nunca pueda ayudar a explicar la existencia del mal moral 
en este mundo. Es una cosa que su hija nazca con algunos 
defectos, pero es otra muy diferente si ella es raptada, vio-
lada o asesinada. ¿Son esas acciones malvadas una parte 
del “largo y lento proceso evolucionista”? ¿Es de verdad el 
hombre que comete esas acciones un criminal culpable o 
solo un agente en el proceso evolucionista? 
No estoy sugiriendo que, cuando metemos a Dios en la 
conversación, resolvemos automáticamente todos los pro-
blemas. En realidad, introducimos algunos nuevos proble-
mas, como veremos más adelante en otros capítulos. Pero 
sí estoy afirmando que dejar a Dios fuera de la conversa-
ción es hacer que la discusión sea innecesaria. Tenemos 
problemas con el mal en este mundo, no debido a nuestra 
incredulidad, sino por causa de nuestra fe. 
El gran maestro de la Biblia, el doctor G. Campbell 
Morgan, lo expresó de esta manera: “Los hombres de fe 
son hombres que tienen que enfrentar problemas. Borre 
a Dios y terminan todos su problemas. Si no hay Dios en 
el cielo, entonces no tenemos problemas acerca del pecado 
y el sufrimiento… Pero desde el momento en que usted 
admite la existencia de un Dios que gobierna y es todopo-
deroso, se enfrenta cara a cara con sus problemas. Si usted 
dice que no tiene ninguno, pongo en duda la fortaleza de 
su fe”.2 
Si hay Dios, entonces, ¿qué clase de Dios es Él? 
¿Por qué no es lo suficientemente grande para hacer 
algo acerca de las “cosas malas” que les suceden a las per-
sonas, incluyendo a sus propios hijos? 
¿Cuán grande es Dios? 
3
¿Cuán grande es Dios? 
La presencia del sufrimiento y del mal moral en el mundo 
ha dado lugar a un argumento clásico en contra de la exis-
tencia de Dios, o al menos en contra de un Dios que no 
hará nada acerca de ello. Diferentes personas lo han expre-
sado de maneras diferentes. El filósofo griego Epicuro lo 
expresó de la siguiente manera: 
O Dios desea eliminar el mal, y no puede hacerlo; o puede 
hacerlo, pero no está dispuesto; o ni tiene la disposición 
ni el poder; o sí tiene la voluntad y el poder para hacerlo. 
Si Él tiene la disposición pero no puede, es débil, lo 
cual no concuerda con su carácter de Dios. Si tiene el 
poder, pero no la voluntad, es envidioso, lo cual está tam-
bién en desacuerdo con su condición de Dios. 
Si Él no tiene la disposición ni el poder, es a la vez 
envidioso y débil, y por tanto, no es Dios. Si Él tiene a la 
vez la disposición y el poder, lo cual es propio de Dios, 
¿de dónde entonces proviene el mal? ¿O por qué no lo 
elimina Él? 
Cuando un estudiante de segundo año de filosofía se 
encuentra por primera vez con este argumento, le parece 
que es bastante convincente. La razón lo lleva a pensar o 
que no hay Dios, o que Dios de alguna manera está limi-
tado y carece del poder para hacer algo acerca del mal en 
el mundo. 
Hay al menos dos razones por las que debemos consi-
derar la persona y la naturaleza de Dios. Como mencioné 
en el capítulo 1, toda solución a la que podamos llegar para 
el problema del mal debe ser intelectualmente sólida. Si 
nuestro razonamiento no es sincero o inmaduro lo único 
20 Cuando la vida se derrumba
que hacemos es complicar un problema ya de por sí difícil. 
La segunda razón también tiene que ver con algo que dije 
en el capítulo 1: Vivimos mediante promesas, no mediante 
explicaciones. Pero estas promesas son solo tan buenas 
como la persona que las hace. Si Dios no existe, entonces 
las promesas no sirven de nada, y creer en ellas es satisfa-
cerse con una superstición inútil. O si Dios existe, pero 
es incapaz de actuar, entonces sus promesas son en vano. 
Si Dios no puede respaldar sus promesas con su poder, 
¿para qué entonces confiar en Él? Lo único que usted está 
haciendo es girar cheques para cobrarlos de una cuenta en 
bancarrota. 
El rabí Kushner aboga fuertemente por un Dios limi-
tado: “A Dios le gustaría que las personas recibieran en la 
vida lo que se merecen”, escribe, “pero Él no puede hacer 
que siempre suceda”.3 Nos anima a perdonar y a amar a 
Dios incluso aunque no es perfecto”,4 y afirma que “hay 
algunas cosas que Dios no controla”.5 Rabí Kushner usa 
términos como “destino” y “mala suerte”, los cuales sugie-
ren que Dios es un espectador preocupado, pero no un 
participante activo. 
Creo que entiendo por qué el rabí Kushner ha optado 
por un Dios limitado. Todo el que trata de resolver el pro-
blema del mal en este mundo se enfrenta con un dilema; 
usted o tiene que cambiar, o acabar con el mal, si es que 
va a aferrarse a Dios, cambiar, o acabar con Dios, si va a 
admitir la realidad del mal. Lo alabo por negarse a mini-
mizar la realidad del mal. Los que nos dicen que el mal es 
solo “una ilusión de la mente” están negando la experien-
cia concreta de la vida. El mismo sistema nervioso en mi 
cuerpo que me comunica el dolor, también me comunica 
que el “dolor no es real”. ¿Por qué un mensaje es “una ilu-
sión” pero el otro es real? 
Estoy también agradecido que el rabí Kushner no trató 
de resolver el dilema diciendo que el sufrimiento no era 
importante. Me avergüenza que algunos cristianos ten-
¿Cuán grande es Dios? 21
gan ese enfoque y, en consecuencia, se aíslen a sí mismos 
(y al mensaje cristiano) de las personas que los necesitan. 
Decir que no debiéramos prestarle atención al dolor por-
que un día estaremos en el cielo es malentender tanto el 
dolor como el cielo. Todo lo que les ocurra a los hijos de 
Dios ahora es importante, tanto para ellos como para Dios, 
y no debemos ignorarlo. Eso no quiere decir que nuestra 
esperanza futura no juegue una parte en nuestro lidiar con 
el sufrimiento, porque lo hace; pero tratar de minimizar el 
sufrimiento presente sobre la base de una esperanza futura 
es robarles a los dos el poder de formar el carácter y llevar 
a cabo el propósito de Dios en este mundo. 
De manera que si no eliminamos o cambiamos el 
sufrimiento, debemos ser sinceros y no eliminar tampoco 
a Dios o cambiar nuestro pensamiento acerca de Él. No 
queremos eliminar a Dios porque eso crea toda una nueva 
serie de problemas, y no es el menor de ellos el tratar de 
explicar el bien y el mal solo sobre la base de la evolución. 
Pero si mantenemos nuestra creencia en Dios, ¿en qué clase 
de Dios creemos? La lógica supondría que creeríamos en 
un “Dios limitado” que no es capaz de hacer mucho acerca 
del mal en el mundo. 
El concepto de un “Dios limitado” no es nuevo. Los 
primeros filósofos griegos batallaron con el problema del 
cambio en el mundo. La idea básica es que todo en el 
mundo es una parte del proceso, y eso incluye a Dios. El 
filósofo Alfred North Whitehead fue uno de los pensa-
dores que encabezó este punto de vista. “El proceso en sí 
mismo es la realidad” fue su famoso resumen de esta filo-
sofía. Dios es parte del proceso. Dios es finito, no infinito, 
pero tiene la potencialidad de llegar a serinfinito”. Usted 
puede todavía creer en Dios, pero no espere demasiado 
de Él. 
Me sorprende que las personas que han aceptado este 
punto de vista afirmen que él ha “restaurado la fe en Dios”. 
22 Cuando la vida se derrumba
Me gustaría recordarles que la fe es solo tan buena como es 
el objeto de la fe. Si el objeto de su fe es un Dios limitado, 
¿cuán buena es su fe? En vez de “restaurar” su fe, este enfo-
que está remplazando su fe con la confianza ciega en una 
teoría. 
Tengo serios problemas con la idea de un Dios limitado 
porque este enfoque es contrario a la razón y a la revela-
ción. 
Supongamos que Dios es una parte del “proceso” y, 
por tanto, es limitado, pero que tiene la “potencialidad” de 
llegar a ser más grande. ¿Por cuánto tiempo ha estado Dios 
creciendo? ¿Seis mil años? ¿Un millón de años? ¿Cuánto 
tiempo tardará en llegar al punto en el que puede actuar? 
¿Es el mal más fuerte que Dios? ¿Hay dos “dioses” en el 
universo, uno bueno pero débil, y el otro malo pero fuerte? 
Siempre que hay un proceso, hay cambio. ¿Puede Dios 
cambiar? ¿Qué es lo que cambia a Dios? Lo que cambia a 
Dios debe ser más fuerte que Él, ¡y eso quiere decir que 
tenemos dos dioses! Además, todo lo que está involucrado 
en el proceso puede retroceder así como avanzar. ¿Qué es 
lo que evita que Dios experimente una regresión en carác-
ter y poder? 
A usted le pueden parecer que algunas de estas pre-
guntas son tan prácticas como: ¿“Cuántos ángeles pueden 
bailar en la cabeza de un alfiler”? Pero le puedo asegurar 
que estas preguntas son importantes. Si Dios está limitado 
y no puede intervenir en los asuntos del mundo o en su 
vida, entonces Él no puede juzgar al mal. Eso significa que 
la moralidad carece de importancia porque Dios nunca 
puede juzgar el pecado. Un Dios que es demasiado débil 
para lidiar con el mal es demasiado débil para juzgarlo. 
Si Dios es una parte del proceso, entonces en realidad 
nunca podemos conocer nada definitivo acerca de Él por-
que está cambiando. Esto elimina la posibilidad de una 
cierta revelación de parte de Dios y acerca de Dios. 
Un Dios limitado no puede hacer nada acerca del 
¿Cuán grande es Dios? 23
futuro; porque, después de todo, los acontecimientos 
futuros dependen de nuestras decisiones presentes. Si Dios 
va a asegurarnos alguna clase de esperanza para el futuro, 
Él tiene que estar haciendo algo acerca de ello ahora. No 
merece la pena orarle a un Dios que no puede controlar el 
futuro, porque está imposibilitado para intervenir. 
Terminamos haciendo la misma pregunta que planteó 
Thomas Hardy en su poema pesimista (y agnóstico): “El 
cuestionamiento de la naturaleza”: 
Nos preguntamos, siempre nos preguntamos, 
¿por qué estamos aquí? 
¿Hay una vasta imbecilidad, 
poderosa para crear y combinar, 
pero impotente para ocuparse, 
que nos formó en broma, y ahora nos ha dejado 
abandonados? 
Si vamos a “creer” en un Dios limitado, debemos admi-
tir que le estamos dando un nuevo significado a la palabra 
“Dios”. Porque, por definición, Dios debe ser eterno, sin 
principio ni fin, perfecto en amor, poder y sabiduría, y, 
porque no es creado no cambia, es inmutable. Si vamos a 
ser sinceros en nuestro pensamiento, no tenemos el dere-
cho de cambiar el significado de la palabra “Dios” y enton-
ces usarla como si su significado no se hubiera cambiado. 
Por ejemplo, ¿cómo puedo adorar a un Dios limitado? 
Toda la alabanza y adoración que encuentro recogida en 
el Antiguo y Nuevo Testamentos, y en las colecciones de 
himnos, están centradas en la grandeza de Dios. Me da la 
impresión de que la adoración está fuera de lugar si Dios 
no es digno de nuestra alabanza. 
O pensemos en la oración. ¿Cómo puedo orar a un 
Dios que permite que mi vida sea la víctima del “destino”, 
o el juego de la “casualidad” o de la “suerte”? ¿A cuál de 
sus promesas me puedo aferrar si Él no es capaz de cumplir 
ninguna de ellas? 
24 Cuando la vida se derrumba
El carácter personal de usted queda también involu-
crado. ¿Por que molestarse en ser bueno si todo (incluyendo 
a Dios) está en proceso? Quizá las normas tradicionales 
cambiarán a medida que el proceso continúa. Aun si usted 
“peca” es improbable que sea juzgado. La fuerza maligna en 
el universo no lo juzgará porque usted la está ayudando; y 
Dios aparentemente no puede hacer mucho acerca del mal. 
En pocas palabras, no estamos siendo sinceros intelec-
tual y moralmente si usamos la palabra “Dios” para referir-
nos a un Dios limitado que no es perfecto. Los autores de la 
teoría del “proceso” (filósofos y teólogos) han cambiado el 
significado de Dios, pero quieren seguir adelante y usarlo 
en el sentido tradicional, y eso está mal. 
Antes de comenzar a pensar en el asunto de la revela-
ción, necesitamos considerar el argumento epicúreo con 
el que comenzamos este capítulo. ¿Es tan a toda prueba 
como parece? No realmente, por la sencilla razón de que el 
filósofo ya ha decidido la cuestión por la misma manera en 
que la presenta. Comenzó con la suposición no demostrada 
de que la única manera en que Dios podía existir sería en 
un universo en el que no existiera el mal. ¿Qué derecho 
tiene para hacer esta suposición? “Si hay mal en el mundo”, 
argumenta él, “eso prueba que o Dios no existe o que no 
puede hacer nada acerca de ello. Pero si no puede hacer 
nada, entonces Él no es Dios. Conclusión: Dios no existe”. 
En realidad, es la misma presencia del mal en el mundo 
lo que asegura que hay Dios y que Él es lo suficientemente 
grande para permitir que exista y, no obstante, no encon-
trarse impedido en su trabajo. 
¿Cuán grande es Dios? ¡Él es mucho más grande de lo 
que la limitada mente humana puede concebir! Después de 
haber leído los argumentos de los filósofos y de los teólogos 
del “proceso”, quiero hacerles a ellos la pregunta que Dios 
le hizo a Job: “¿Quién es ése que oscurece el consejo con 
palabras sin sabiduría?” (38:2). 
¿Cuán grande es Dios? 25
Dios se ha revelado a sí mismo en la creación (incluida 
la personalidad del hombre), en la historia (sus “hechos 
poderosos”), y en la vida y ministerio de Cristo Jesús, y 
en la Biblia. Todos estos testigos se unen en declarar que 
“Dios es grande”. “He aquí, Dios es grande, y nosotros no 
le conocemos” (Job 36:26). “Porque tú eres grande, y hace-
dor de maravillas; sólo tú eres Dios” (Sal. 86:10). 
El profeta Isaías estaba ciertamente cautivado por la 
grandeza de Dios. 
¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿Nunca os lo han dicho 
desde el principio? ¿No habéis sido enseñados desde que 
la tierra se fundó? Él está sentado sobre el círculo de la tie-
rra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los 
cielos como una cortina, los despliega como una tienda 
para morar… ¿A qué, pues, me haréis semejante o me 
compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros 
ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su 
ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; 
tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio… 
¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, 
el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se 
fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo 
alcance. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas 
al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se 
cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan 
a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como 
las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no 
se fatigarán (Is. 40:21, 22, 25, 26, 28-31). 
El salmista Asaf, dijo lo siguiente acerca del Dios que 
él conoció: 
Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos. 
Oh Dios, santo es tu camino; ¿qué dios es grande como 
nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste 
notorio en los pueblos tu poder. Con tu brazo redimiste 
26 Cuando la vida se derrumba
a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José. Te vieron las 
aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abis-
mos también se estremecieron (Sal. 77:12-16).Habacuc es uno de mis profetas favoritos del Antiguo 
Testamento. Si alguna vez un hombre de fe ha batallado 
con el problema de Dios y el mal, ese hombre fue Haba-
cuc; porque él vio cómo su propia nación quedó aplastada 
por las fuerzas militares de la idólatra Babilonia. Pero este 
pequeño libro no termina con un culto fúnebre, sino con 
un canto de alabanza. Al considerar las debilidades huma-
nas, Habacuc se regocija en la grandeza de Dios. 
Dios vendrá de Temán, y el Santo desde el monte de 
Parán. Su gloria cubrió los cielos, y la tierra se llenó de su 
alabanza. Y el resplandor fue como la luz; rayos brillan-
tes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder. 
Delante de su rostro iba mortandad, y a sus pies salían 
carbones encendidos. Se levantó, y midió la tierra; miró, 
e hizo temblar las gentes, los montes antiguos fueron 
desmenuzados, los collados antiguos se humillaron. Sus 
caminos son eternos (Hab. 3:3-6). 
¿Cómo respondió el profeta al mal devastador que los 
babilonios les causaron? ¿Abandonó él su fe en Dios o llegó 
a la conclusión de que Dios era demasiado débil para hacer 
algo? ¡Todo lo contrario! El profeta termina su pequeño 
libro con uno de los más grandes testimonios de fe que 
encontramos en la literatura religiosa. 
Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto, 
aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den 
mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, 
y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me ale-
graré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. 
Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies 
como de ciervas, y en mis alturas me hace andar (Hab. 
3:17-19). 
¿Cuán grande es Dios? 27
Tratemos de poner su testimonio en términos contem-
poráneos. 
Aunque caiga el mercado de valores bursátiles y no haya 
dinero en los bancos; aunque el abastecimiento de petró-
leo disminuya y la maquinaria de la sociedad se pare por 
completo; aunque nuestros garrafales errores ecológicos 
arruinen las cosechas y haya estantes vacíos en los merca-
dos; no obstante, ¡me regocijaré en el Señor, me alegraré 
en Dios mi Salvador! 
Después de considerar los caminos de Dios en la his-
toria, el apóstol Pablo cantó un himno de alabanza que 
ensalzó la grandeza de Dios. 
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la 
ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e ines-
crutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente 
del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él 
primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y 
por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por 
los siglos. Amén (Ro. 11:33-36).
¿Se puede usted imaginar elevar esa clase de alabanza 
a un Dios que es imperfecto, limitado y se encuentra en 
el proceso de tratar de ser infinito? Solo un Dios infinita-
mente perfecto es digno de nuestra adoración. 
Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; 
porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad exis-
ten y fueron creadas (Ap. 4:11). 
Si alguien tenía el derecho a cuestionar el poder de Dios, 
era el anciano apóstol Juan, desterrado en la isla de Patmos. 
Él había sido un siervo fiel y, no obstante, parecía que la 
iglesia iba perdiendo y el Imperio Romano iba ganando. La 
verdad no solo estaba en el “cadalso” (patíbulo), sino que 
parecía que ya estaba muerta y enterrada. Sin embargo, fue 
Juan quien escribió este himno de alabanza: 
28 Cuando la vida se derrumba
Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todo-
poderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de 
los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará 
tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las 
naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han 
manifestado (Ap. 15:3-4). 
No hay ninguna indicación de parte de estos escritores 
de que Dios había sido injusto o que la vida les había pri-
vado de lo que se merecían. Fue su sufrimiento y su lucha 
personal en contra del mal lo que llenó de fuerza el corazón 
de cada uno de ellos y de alabanza sus labios. Se sentían 
cautivados por la grandeza de Dios. 
¿Qué sabían ellos que nosotros necesitamos saber hoy? 
Que Dios es más grande que el mal en el universo y un día 
triunfará sobre él. Creían que la misma presencia del mal 
en el universo es un testimonio de la grandeza de Dios; 
porque solo un Dios libre y soberano puede gobernar y 
anular todo este mal y llevar a cabo sus propósitos eternos. 
Nosotros no entendemos todos sus propósitos y maneras 
de funcionar, pero eso no es importante. Sabemos que Él 
está haciendo que todas las cosas juntas sean para nuestro 
bien y para su gloria, y eso es lo que de verdad importa. 
Nos queda una tarea antes de pasar al siguiente capí-
tulo. Si Dios es Todopoderoso (el término teológico es 
“Omnipotente”), ¿por qué no ejerce su poder y lidia con el 
mal en el mundo? Si Él es de verdad Soberano, entonces 
tiene la sabiduría para saber qué hacer y el poder que lo 
capacita para hacerlo. 
De nuevo, no queremos caer en la “mentira epicúrea” 
y hacer de este asunto la prueba del carácter de Dios. Pero 
algo más está involucrado en esto: Muchas personas real-
mente no entienden lo que significa la omnipotencia (o 
soberanía de Dios). Es obvio que Dios no puede hacer nada 
que sea contrario a su propia naturaleza o a la naturaleza 
¿Cuán grande es Dios? 29
de la verdad que ha edificado en su universo. Él no puede 
hacer que el círculo sea cuadrado; no puede hacer una roca 
que sea demasiado pesada para que Él la levante. 
Eso no quiere decir que Dios es la víctima de su pro-
pia naturaleza o que está incapacitado por el universo que 
ha creado. Tampoco es la víctima de la libertad de elec-
ción que le ha dado al ser humano. Entre otras cosas, la 
omnipotencia divina involucra el hecho, en un mundo de 
ley natural y de libertad humana (ambas establecidas por 
Dios), de que Él puede llevar a cabo su perfecta voluntad y, 
no obstante, permanecer consecuente con su carácter y con 
los principios que ha establecido en su universo. El hecho 
de que Dios se haya impuesto a sí mismo algunos límites 
(por ejemplo, Él no manipulará a las personas ni violará su 
libre voluntad), en ninguna manera restringe su capacidad 
para llevar a cabo sus propósitos. 
Dios es más grande que nuestros problemas. Dios es 
más grande que nuestros sentimientos. Dios es más grande 
que los pensamientos que tenemos acerca de Él o que las 
palabras que usamos para hablar acerca de Él o aun para 
alabarlo. Y es esa grandeza divina la que estimula en noso-
tros la clase de fe y ánimo que nos permite seguir adelante 
cuando seguir se hace bien duro. 
Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heri-
das. Él cuenta el número de las estrellas; a todas ellas 
llama por sus nombres (Sal. 147:3, 4). 
¡Piense en eso! El Dios de las galaxias es el Dios que 
sabe cuándo su corazón está quebrantado, ¡y Él puede 
sanarlo! Puede contar las estrellas y llamarlas por sus nom-
bres, y no obstante, cuida de sus hijos personal e indivi-
dualmente. No nos sorprende, pues, que el salmista diga 
maravillado: 
Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su 
entendimiento es infinito (Sal. 147:5).
30 Cuando la vida se derrumba
La grandeza de Dios, sin embargo, no es un tópico para 
simples especulaciones filosóficas o teológicas. Si lo cree-
mos, debemos hacer algo acerca de ello. ¿Argumentaremos y 
trataremos de limitar a Dios? ¿O lo creeremos y nos some-
teremos a Dios? El arzobispo William Temple lo expresó 
correctamente cuando dijo: “El corazón de la religión no es 
una opinión acerca de Dios, tal como una filosofía puede 
llegar a una conclusión en su argumentación; es una rela-
ción personal con Dios”. 
Hay ocasiones cuando el sufrimiento pone tirante esa 
“relación personal”, como sucedió en el caso de Job. De 
manera que nos conviene familiarizarnos con Job y apren-
der de sus experiencias. 
4
Respuestas desde un montón 
de cenizas 
Cuando andaba empacando mibiblioteca para nuestro 
traslado de Chicago a Lincoln, Nebraska, encontré una 
caja llena de trabajos escritos y otros recuerdos de mis 
tiempos en el seminario. ¡Allí estaba un trabajo que escribí 
acerca del libro de Job! Me estremecí al leer la siguiente 
declaración, escrita en mi juventud sin experiencia: “El 
tema fundamental del libro de Job es el sufrimiento. 
Busca responder a la antigua pregunta: ‘¿Por qué sufren 
los justos?’”. 
Han pasado más de treinta años desde que escribí esas 
inocentes palabras. Ahora, muchos años y lágrimas des-
pués, encuentro que tengo que revisarlas. El tema básico 
del libro de Job es Dios, no el sufrimiento, y el libro res-
ponde a muy pocas preguntas. Sin embargo, el libro de 
Job es un documento importante para nuestro caso de 
que Dios es suficientemente grande como para ayudarnos 
cuando la vida parece desmoronarse. 
El Antiguo Testamento es rico en enseñanzas acerca 
del sufrimiento. No encontramos allí tanto una compleja 
“teología del sufrimiento” como una expresión de las expe-
riencias de las personas que sufren y lo que aprendieron de 
ellas. Jacob sufrió porque desobedeció a Dios y marchó 
por la vida abusando de los demás y equivocándose con 
ellos. José sufrió porque sus hermanos lo aborrecieron; no 
obstante, su sufrimiento lo preparó para sus grandes opor-
tunidades en Egipto. El sufrimiento es castigo, y también 
puede ser preparación. 
El pueblo de Israel sufrió mucho, principalmente porque 
32 Cuando la vida se derrumba
ellos desobedecieron la ley de Dios y violaron su pacto. 
Pero su sufrimiento fue también una revelación al mundo 
de que Dios se preocupó lo suficiente por ellos como para 
confrontarlos y disciplinarlos cuando se apartaron de la ver-
dad. Lejos de ser un “misterio”, el sufrimiento es a menudo 
una revelación deslumbrante de la verdad que necesitamos 
enfrentar sinceramente. Para parafrasear lo que dijo Mark 
Twain, no es lo que no conocemos acerca de Dios lo que 
debiera preocuparnos, sino lo que sí conocemos. El desastre 
es a menudo la voz de Dios gritándonos que demos media 
vuelta y regresemos. 
Pero este no era el caso con Job. Él era un hombre reli-
gioso y moral con una reputación intachable. Dios reco-
noció que no tenía ninguna razón para afligir a Job (Job 
2:3), y no obstante, lo metió en pruebas que habrían que-
brantado a un hombre de menos valía. Las imágenes que 
Job usó para representar su difícil situación nos ayudan a 
simpatizar con él. 
Si mi cabeza se alzare, cual león tú me cazas; y vuelves a 
hacer en mí maravillas (10:16). 
Porque las saetas del Todopoderoso están en mí, cuyo 
veneno bebe mi espíritu; y terrores de Dios me combaten 
(6:4). 
¿Soy yo el mar, o un monstruo marino, para que me pon-
gas guarda? (7:12). 
Cercó de vallado mi camino, y no pasaré; y sobre mis 
veredas puso tinieblas (19:8). 
Me arruinó por todos lados, y perezco; y ha hecho pasar 
mi esperanza como árbol arrancado (19:10). 
Próspero estaba, y me desmenuzó; me arrebató por la 
cerviz y me despedazó, y me puso por blanco suyo. Me 
rodearon sus flecheros (16:12, 13). 
Respuestas desde un montón de cenizas 33
¡No nos asombra que Job quisiera morirse! ¡Tampoco 
nos sorprende que su esposa lo animara a hacerlo! Había 
perdido sus bienes y sus hijos, y luego también perdió su 
salud. Tenía fe en Dios, pero cuando buscó a Dios para 
que lo ayudara, no lo encontró. El consejo crítico de sus 
amigos no era lo que Job necesitaba. “Mas yo hablaría con 
el Todopoderoso”, dijo él, “y querría razonar con Dios” 
(13:3). Elevó sus ojos a un cielo silencioso y clamó: “¿Por 
qué escondes tu rostro, y me cuentas por tu enemigo?” 
(13:24). 
Si de verdad queremos sacarle el sentido a este antiguo 
libro, debemos reducirlo a sus elementos esenciales: Dios, 
Satanás y Job. ¡Dios y Satanás estaban los dos interesados 
en Job! Dios había demostrado su interés en Job al bende-
cirlo abundantemente, y fueron sus bendiciones las que 
atrajeron el interés de Satanás. 
Satanás acusó a Job de ser lo que los misioneros sue-
len llamar “un amigo oportunista”. Job servía a Dios solo 
porque Dios le servía a Job. Dios le proveyó a Job de abun-
dantes bendiciones materiales, le dio una buena familia 
(algo muy importante en el Oriente), y luego le conce-
dió una protección personal para que a él no le sucediera 
nada. “¿Acaso teme Job a Dios de balde?”, insinuó, “Pero 
extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás 
si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (1:9, 10). 
La acusación de Satanás toca el mismo centro de la 
adoración y de la virtud. ¿Es Dios digno de ser amado y 
obedecido incluso si no nos bendice materialmente ni nos 
protege del dolor? ¿Puede Dios ganar totalmente el cora-
zón humano aparte de sus dones? En otras palabras, ¡el 
propio carácter de Dios está en juego en esta lucha! 
Pero hay algo más también involucrado, y es el carác-
ter y la virtud mismos. ¿Es en realidad toda virtud un 
“egoísmo iluminado”? ¿Es posible para nosotros servir a 
Dios y a nuestro prójimo con un corazón de amor puro, 
sin pensar para nada en lo que “podemos sacar de ello”? 
34 Cuando la vida se derrumba
Satanás respondería diciendo: “¡Absolutamente no! La ver-
dadera virtud no es posible porque Dios no es digno y el 
hombre es incapaz de ello”. 
Ahora podemos entender por qué el libro de Job es 
un libro judío, porque solo un escritor judío creyente se 
habría molestado en batallar con estos problemas. La fe 
judía declara que hay un solo Dios, y que Él es bueno, justo 
y soberano en todo lo que Él es y hace. Además, la decla-
ración de fe del judaísmo incluye el hecho de que Dios está 
interesado en los individuos. Él es “el Dios de Abraham, y 
de Isaac, y de Jacob”. 
Si el escritor hubiera creído en dos dioses, uno bueno 
y el otro malo, entonces su problema habría quedado 
resuelto. O, si hubiera creído en un Dios limitado, en vez 
de en un Dios soberano, no habría tenido dificultades en 
explicar la situación difícil de Job. Como ya hemos indi-
cado antes, es nuestra fe la que nos crea estos problemas; 
pero es también nuestra fe la que nos ayuda a resolverlos. 
En un verdadero sentido, Job le “ayudó a Dios” a silen-
ciar a Satanás ya dejar bien claro de una vez y para siempre 
que Dios es digno de nuestra adoración y servicio. Nuestra 
fe y obediencia no debe ser una relación “comercial” entre 
nosotros y Dios. Debemos amar al dador y no simplemente 
los dones; porque amar los dones y no al dador es la esencia 
de la idolatría. 
¿Cómo podemos averiguar si nuestra relación con Dios 
es sincera o simplemente “comercial”? Respondamos a la 
pregunta: ¿Cómo respondemos nosotros a Dios cuando 
perdemos algunas de nuestras bendiciones: nuestro tra-
bajo, nuestras inversiones, nuestros seres amados, nuestra 
salud? Eso explica por qué tuvo que sufrir tan grandes pér-
didas; porque hasta que no se quedó sin nada, excepto Dios, 
nunca habría sabido qué clase de fe tenía. Si solo uno de sus 
hijos hubiera perecido, o una pocas docenas de sus ovejas, 
no habría sido una prueba auténtica de su fe y de su amor. 
Tenía que perderlo todo. 
Respuestas desde un montón de cenizas 35
Dicho sea de paso, ¿se ha parado usted a pensar alguna 
vez en que Job pagó ese gran precio por usted y por mí? 
Debido a que él lo perdió todo, y mediante su sufrimiento 
demostró que Satanás estaba equivocado, usted y yo no 
tenemos que perderlo todo. Dios puede probarnos en una 
escala mucho menor porque la batalla en contra de las 
mentiras de Satanás ha sido ahora ganada por Dios. 
Es digno de notarse que Job no cuestionó el hecho de 
su sufrimiento, sino su existencia. Él no pensó que estaba 
por encima de las experiencias difíciles de la vida; porque, 
después de todo, él era un ser humano. Pero se encontraba 
perplejo por la tremenda cantidad de sufrimiento que tuvo 
que padecer. Y para agravar su perplejidad, sintió que Dios 
se encontraba lejos de él y que no podía comunicarse con 
Él. A lo largo del libro de Job corre una fuerte “imagenjudicial”: Dios es el Juez, Job es el acusado que ya está 
sufriendo su sentencia, ¡pero el acusado no encuentra la 
manera de presentar su caso ante el tribunal! “¿Cuánto 
menos le responderé yo”, pregunta Job, “y hablaré con él 
palabras escogidas?” (9:14). “Mas yo hablaría con el Todo-
poderoso, y querría razonar con Dios” (13:3). “He aquí, 
yo clamaré agravio, y no seré oído; daré voces, y no habrá 
juicio” (19:7). 
Con esta carga en su corazón, Job clama por un abo-
gado. “No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano 
sobre nosotros dos” (9:33). 
Pero era de suprema importancia que Job no tuviera 
la oportunidad de razonar su caso delante de Dios, por-
que eso solo habría servido para hacerle el juego a Satanás. 
Todo lo que a Job le había quedado era su fe en Dios, ¡y 
él no estaba seguro de dónde se encontraba Dios y qué estaba 
haciendo! Si Job se hubiera enterado del conflicto que se 
desarrollaba detrás del escenario, eso habría afectado defi-
nitivamente sus propias respuestas. Era importante que Job 
no supiera. 
¡Pero nosotros hoy sabemos! Gracias a la disposición 
36 Cuando la vida se derrumba
de Job para sufrir y refutar las acusaciones de Satanás, 
hoy nosotros podemos sufrir por fe y saber que Dios está 
llevando a cabo sus propósitos perfectos. Parte del sufri-
miento es la consecuencia triste de nuestra propia desobe-
diencia. Parte es la preparación para un ministerio futuro, 
como en el caso de José. Pero otros sufrimientos son senci-
llamente para la gloria de Dios, para refutar las acusaciones 
de Satanás de que obedecemos a Dios para escapar de las 
pruebas y disfrutar de las bendiciones. Con frecuencia hay 
algo mucho más grande que nosotros mismos involucrado 
en las pruebas que somos llamados a soportar. 
Robert Frost lo expresó perfectamente en su poema “A 
Masque of Reason” [Un espectáculo (o mascarada) de la 
razón] cuando él hace que Dios le diga a Job: 
Pero era la esencia de la prueba que tú no lo entendieras 
en ese momento. Pues hubiera parecido sin sentido que 
tuviera sentido. 
¿Por qué? Porque donde no hay “sentido” debe haber fe. 
Si confiamos en Dios, debe ser porque sabemos que Él es la 
clase de persona en la que podemos confiar, aunque puede 
que no siempre entendamos lo que Él está haciendo. La pia-
dosa Madame Guyon escribió: “En el comienzo de la vida 
espiritual, nuestra tarea más difícil es tener paciencia con 
nuestro vecino; al progresar, tenerla con nosotros mismos, 
y al final, con Dios”. 
Ahora podemos entender mejor el propósito que los ami-
gos de Job cumplen en este drama. Sin darse cuenta de ello, 
ellos son los ayudantes de Satanás, son sus agentes actuando 
en esta tierra. Tienen un punto de vista “comercial” de la 
fe: Si obedeces a Dios, Él te bendecirá; si le desobedeces, te 
castigará. Sobre la base de ese dogma, llegaron a la conclu-
sión de que Job tenía que ser un pecador secreto o Dios no le 
habría permitido sufrir tanto. El ruego que aparece repetido 
en sus locuaces discursos es: “¡Job, ponte a bien con Dios! 
¡Confiesa tus pecados y Él restaurará tu prosperidad!”. 
Respuestas desde un montón de cenizas 37
¡Pero esta es la misma filosofía del infierno! “Haz lo que 
es correcto y escaparás del dolor y recibirás bendición”. ¿Es 
por eso por lo que le obedecemos a Dios? ¿O le obedecemos 
porque lo amamos, a pesar del todo el dolor que permita 
en la vida de cada uno de nosotros? 
Lo ve usted, cuando una persona practica la fe “comer-
cial”, cuenta solo con dos opciones cuando la vida le viene 
con dificultades. Puede hacer un trato con Dios y conse-
guir que Él cambie las circunstancias, o puede culparle a 
Dios por romper el contrato y entonces negarse a relacio-
narse con Él nunca más. Los amigos de Job optaron por la 
primera opción y la esposa de Job prefirió la segunda. Sus 
amigos lo instaron a que negociara con Dios, confesara sus 
pecados y buscara la manera de volver a su anterior situa-
ción de bendiciones. Su esposa le dijo: “¿Aún retienes tu 
integridad? Maldice a Dios, y muérete” (2:9). Cada una de 
estas opciones encaja perfectamente en el plan de Satanás. 
Pero Job rechazó las dos. En vez de maldecir a Dios, lo 
bendijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo 
volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de 
Jehová bendito” (1:21). Y en lugar de confesar sus peca-
dos, Job mantuvo su integridad; y Dios le elogió por ello 
(2:3). “Nunca tal acontezca que yo os justifique”, dijo Job 
a sus amigos que le acusaban; “hasta que muera, no quitaré 
de mí mi integridad” (27:5). Él no estaba afirmando que 
era sin pecado, pero sí se negaba a no ser sincero consigo 
mismo, con sus amigos y con Dios, con el fin de esca-
par del sufrimiento. Él no estaba dispuesto a regatear con 
Dios; porque, si lo hacía, estaría difamando el carácter de 
Dios. ¡Y eso es lo que Satanás quería que hiciera! Job no 
está solo defendiendo a Job; estaba defendiendo a Dios. 
Ahora que entendemos mejor el escenario y el sentido 
de este libro complejo, podemos enfocarnos en Job mismo. 
Job sufrió; no hay duda en cuanto a eso. Sufrió cuando 
perdió sus bienes, porque en el Oriente, la posición de 
38 Cuando la vida se derrumba
un hombre en la sociedad estaba determinada en buena 
medida por sus posesiones. Job había usado su posición 
para ayudar a otros (vea su testimonio en el capítulo 29); 
ahora él mismo se encontraba empobrecido. Job sufrió 
todavía más cuando perdió a su familia; porque la pena y 
el luto es como una amputación, y parece como si nunca 
sanara. Pero siempre que un hombre conserve su salud, 
puede recuperar sus bienes y comenzar de nuevo una fami-
lia; pero sucedió que también perdió sus salud. Excepto 
Cristo Jesús, quizá ningún otro hombre de los menciona-
dos en la Biblia sufrió más que Job. 
Tenga esto en mente cuando lea algunos de los arran-
ques patéticos de Job. Maldijo el día que nació y se pregun-
taba por qué había nacido. Dijo algunas cosas muy fuertes 
acerca de sus amigos (aunque puede que se las merecieran), 
e incluso dio a entender que Dios estaba llevando las cosas 
demasiado lejos. De hecho, ¡Job quería morirse y terminar 
de una vez! ¿Por qué? Porque la vida no parecía tener pro-
pósito. “Abomino de mi vida”, dijo; “no he de vivir para 
siempre; déjame, pues, porque mis días son vanidad” (7:16). 
Pero, después de todo, Job era solo un ser humano; y en 
ninguna parte leemos que Dios lo condenara por ello. Job 
estaba profundamente herido y era muy normal que diera 
expresión a sus sentimientos. Fueron sus amigos los que 
estuvieron tratando de explicar y defender a Dios quienes, 
al final, fueron acusados por el Señor. “Mi ira se encendió 
contra ti y tus dos compañeros”, le dijo el Señor a Elifaz, 
“porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo 
Job” (42:7). Las palabras de Job fueron honradas y since-
ras, y brotaron de un corazón quebrantado. 
Hay algo más que lo hizo todo diferente: Job estaba 
buscando la relación con Dios, mientras que sus amigos 
estaban buscando razones para explicar su situación. Job 
sabía que los hijos de Dios viven mediante promesas y no 
por explicaciones. Job era en realidad una amenaza para 
sus amigos. ¡Sus experiencias retaban la validez de una teo-
Respuestas desde un montón de cenizas 39
logía decidida de antemano! “Si Job está bien con Dios”, 
pensaban ellos, “entonces algo anda mal con nuestra fe”. 
¡Eso significaba que lo que le había sucedido a Job les podía 
suceder también a ellos! Ellos no estaban en realidad inte-
resados en Job como una persona que sufría. Su interés 
principal estaba en Job como un problema que había que 
eliminar, no como una persona que había que animar. 
Job admitió que se encontraba perplejo, pero sus ami-
gos se sentían seguros de que ellos tenían todas las res-
puestas correctas. “El compañerismo de la perplejidad”, 
escribe Elton Trueblood, “es un buen compañerismo, muy 
superior al compañerismo de las respuestas fáciles”. 
Lo único que el Nuevo Testamento tiene que decir deJob es que era un hombre paciente. “Habéis oído de la 
paciencia de Job, y habéis visto el fin de Señor, que el Señor 
es muy misericordioso y compasivo” (Stg. 5:11). Una de las 
cosas más difíciles de la vida es esperar sin una razón. “He 
aquí, aunque él [Dios} me matare, en él esperaré” (13:15). 
La palabra hebrea traducida como “esperaré” significa 
“esperar con confianza”. Job perseveró cuando tenía todas 
las razones para abandonar. En realidad, Job estaba seguro 
de que ni la muerte misma lo privaría de ver a Dios. “Yo 
sé que mi Redentor vive”, afirmó él, “y al fin se levantará 
sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi 
carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis 
ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece den-
tro de mí” (19:25-27). 
Job cuestionó a Dios, e incluso lo acusó de ser injusto; 
pero nunca perdió su fe en Dios. De hecho, las preguntas 
y acusaciones de Job eran en sí mismas evidencias de que él 
creía en un Dios justo y bueno que un día aclararía todos 
sus problemas y perplejidades. Su testimonio de fe en Job 
23:10 es uno de los mejores que encontramos en toda la 
literatura religiosa: “Mas él conoce mi camino; me pro-
bará, y saldré como oro”. 
El apóstol Pedro tenía esta misma idea en mente cuando 
40 Cuando la vida se derrumba
escribió: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por 
un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos 
en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, 
mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero 
se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra 
cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:6, 7). 
La paciencia y la perseverancia son importantes en 
nuestra vida si queremos tener éxito. La persona que no 
aprende a tener paciencia tendrá muchas dificultades para 
aprender cualquier otra cosa. La única persona que no nece-
sita paciencia es la que puede controlar a todas las perso-
nas y circunstancias en la vida, y esa persona no existe. Si 
esa persona de verdad existiera, sería la personificación del 
egoísmo, porque siempre se saldría con la suya. Esa es la 
filosofía de Satanás. 
Quizá lo más importante que podemos decir acerca de 
la fe de Job es esto: Nunca cuestionó la soberanía de Dios. 
El Dios en el que él confiaba era el que controlaba el uni-
verso (incluyendo a Satanás) y era completamente capaz de 
manejar la situación. El libro de Job comienza en el salón 
del trono del cielo, y a medida que progresa la acción, Dios 
nunca abandona ese trono. El nombre de Dios que se usa 
más que cualquier otro en este libro es el de “Todopode-
roso”. Encontramos ese nombre cuarenta y ocho veces en 
todo el Antiguo Testamento, y de ellas treinta y una de las 
veces aparece en Job. 
Al comienzo de su sufrimiento, Job expresa confianza 
en la grandeza de Dios. “Él es el sabio de corazón, y pode-
roso en fuerzas; ¿quién se endureció contra él, y le fue 
bien?”, dijo él, “Él solo extendió los cielos, y anda sobre 
las olas del mar… Él hace cosas grandes e incomprensi-
bles, y maravillosas, sin número” (9:4, 8, 10). Al final de 
su prueba, Job todavía cree en la grandeza de Dios: “Yo 
conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que 
se esconda de ti” (42:2). 
Job hubiera tenido muchas dificultades en creer que 
Respuestas desde un montón de cenizas 41
hay ciertas cosas que Dios no controla o que no puede con-
trolar. Después de describir el asombroso poder de Dios en 
la naturaleza, exclamó: “He aquí, estas cosas son solo los 
bordes de sus caminos; ¡y cuán leve es el susurro que hemos 
oído de él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede 
comprender?” (26:14). 
Job hubiera tenido también problemas con los que 
dicen que Dios es “injusto”. Él se dio cuenta de que todo 
lo que había tenido (y perdido) lo había recibido por la 
bondad y la gracia divina. “Jehová dio, y Jehová quitó; sea 
el nombre de Jehová bendito” (1:21). Le dijo a su esposa: 
“¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” 
(2:10). 
En mi ministerio pastoral, he escuchado a las personas 
decir en medio de su tragedia: “¡Esto no es justo!”. Esa es 
una respuesta normal de un corazón quebrantado. Pero a la 
hora de la reflexión serena, nos damos cuenta de que eso de 
la justicia es una filosofía peligrosa en la vida. Puede muy 
bien ayudar en la filosofía satánica de servir a Dios por lo 
que podemos conseguir al hacerlo. “Señor, seré justo con-
tigo si tú eres justo conmigo”. ¡Y ahí estamos regateando 
de nuevo! 
Hubo momentos cuando Job cuestionó la justicia 
divina. “He aquí, yo clamaré agravio, y no seré oído; daré 
voces, y no habrá juicio” (19:7). En otras palabras, pare-
cía que toda la experiencia se daba en un solo lado: Dios 
podía tratar con Job, pero ¡Job no tenía acceso a Dios! “Si 
habláremos de su potencia”, dijo el sufrido Job, “por cierto 
es fuerte; si de juicio, ¿quién me emplazará?” (9:19). ¿Ha 
tratado usted alguna vez de enviarle a Dios una orden de 
comparecencia judicial? 
Pero Job aprendió que Dios no comete errores en la 
manera en que trata con su pueblo. “El que disputa con 
Dios, responda a esto”, le dijo Dios a Job. “¿Invalidarás 
tu también mi juicio? ¿Me condenarás a mí, para justifi-
carte tú?” (40:2, 8). Cuando me quejo a Dios: “¡Esto no es 
42 Cuando la vida se derrumba
justo!”, lo que estoy diciendo en realidad es: “¡Señor, yo sé 
acerca de esto más que tú!”. ¡Pero la verdad es que no sé! 
Hace algunos años, una de nuestras hijas se quejó 
acerca de una decisión que su madre y yo habíamos 
tomado. “¡Eso no es justo!”, dijo ella, y respaldó sus pala-
bras con sus lágrimas. De una manera calmada respondí:
—¿Tú quieres que tu mamá y yo manejemos la casa 
solo sobre la base de justicia? Ella pensó por un momento. 
—No, creo que no —respondió. 
Ella se acordó que en nuestro hogar hacíamos hinca-
pié en el amor y la gracia, no tanto en la justicia. Si Dios 
hiciera lo que es “justo”, me pregunto dónde estaríamos 
cada uno de nosotros. 
Una de las razones por las que Dios no respondió al 
clamor de justicia de Job es porque Él quería continuar su 
relación con Job sobre la base de la gracia. Dios no que-
ría que Job tuviera una “fe comercial” basada en un con-
trato celestial. Quería que tuviera fe en un Dios con tanta 
riqueza de carácter, amor, misericordia, gracia, bondad, 
amabilidad, que nada pudiera interferir en su relación. 
Porque la pregunta clave de Job no es “¿Por qué sufren los 
justos?”, sino “¿Adoramos a un Dios que es digno de nues-
tro sufrimiento?”. Esa fue la fe valerosa de Sadrac, Mesac 
y Abednego cuando tuvieron que elegir entre la confor-
midad o la cremación: “He aquí nuestro Dios a quien ser-
vimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de 
tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no 
serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua 
que has levantado” (Dn. 3:17, 18). 
¡Ahí no hay nada de “fe comercial”! ¡Adoraban a un 
Dios que merecía la pena morir por Él! 
Al final de su tiempo de prueba, Job quedó sanado 
y su familia y fortuna le fueron restauradas. De hecho, 
llegó a tener el doble que lo que había tenido antes. “y 
bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el pri-
mero” (42:12). Estas fueron bendiciones, no recompensas. 
Respuestas desde un montón de cenizas 43
El Señor le había dado, el Señor se lo había quitado, y el 
Señor se lo dio de nuevo. Fue todo por pura gracia de prin-
cipio a fin. 
Antes de dejar el montón de cenizas de Job, aprenda-
mos algunas lecciones prácticas que pueden ayudarnos en 
los momentos difíciles de la vida. 
1. Nuestra relación personal con Dios es mucho más 
importante que las razones y las explicaciones. Nos 
ama demasiado como para dañarnos, sin importar 
cuánto permita que estemos heridos; y es demasiado 
sabio como para cometer un error. Si usted conoce 
a Dios personalmente, por medio de la fe en Cristo 
Jesús, entonces los tiempos de sufrimientos pueden 
ser tiempos de profundización de la fe y deacercarse 
más al Señor. Sin importar lo que Satanás pueda decir, 
Dios es digno de nuestra adoración y servicio. 
2. Los propósitos de Dios están con frecuencia ocultos 
para nosotros. Él no nos debe ninguna explicación. 
Nosotros le debemos a Él nuestro completo amor y 
confianza. 
3. Debemos ser sinceros con nosotros mismos y con Dios. 
Dígale a Dios cómo se siente; es cierto que Él ya lo 
sabe, pero le hará bien ser franco y sincero con Él. 
Mantener una fachada piadosa cuando está sufriendo 
profundamente, solo sirve para empeorar las cosas. 
4. Tenga cuidado con las teologías preparadas de ante-
mano que reducen los caminos de Dios a una fórmula 
manejable que conserva la vida segura. Dios a menudo 
hace lo inexplicable a fin de mantenernos alertas, y 
también hincados de rodillas. “Porque mis pensa-
mientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros 
caminos mis caminos, dijo Jehová” (Is. 55:8). 
5. El sufrimiento no es siempre el castigo por el pecado. 
A veces lo es, pero no siempre. No nos perjudica el 
examinar el propio corazón de cada uno de nosotros, 
44 Cuando la vida se derrumba
pero no debemos caer en el error de los tres amigos de 
Job. 
6. En todos sus sufrimientos, los hijos de Dios tienen 
acceso al Padre. Job clamaba por un “árbitro” que los 
pusiera a Dios y a él juntos, pero esa petición nunca 
fue respondida. “No hay entre nosotros árbitro que 
ponga su mano sobre nosotros dos” (9:33). ¡Sí existe 
esa persona! Es Cristo Jesús, el Salvador, que hoy 
representa a los creyentes delante del trono de Dios. 
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre 
Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). 
Debido a que Jesucristo es a la vez Dios y hombre, Él 
puede “[poner) su mano sobre nosotros dos” y unir a 
los hombres y Dios. Él es un Sumo Sacerdote fiel y 
misericordioso que ministra a nuestro favor en el cielo. 
A causa de Jesucristo, el trono de Dios no es un trono 
de juicio, sino de gracia para los hijos de Dios. 
En su agradable pequeño libro titulado Inward Ho!, 
Christopher Morley escribe: “Tengo un millón de pregun-
tas para hacerle a Dios; pero cuando me encuentro con 
Él, todas desaparecen de mi mente, y no parece que eso 
importe”. 
Hay más de trescientas preguntas en el libro de Job, 
muchas de ellas preguntadas por el mismo Job. Pero 
cuando Job se encontró con Dios, dijo: “He aquí que yo 
soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. 
Una vez hablé, mas no responderé, aun dos veces, mas no 
volveré a hablar” (40:4, 5). Después de escuchar a Dios 
hablar acerca de la grandeza de su creación, Job contestó: 
“De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por 
tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” 
(42:5, 6). 
Cuando usted y yo sufrimos profundamente, lo que 
de verdad necesitamos no es una explicación de parte de 
Dios, sino una revelación de Dios. Necesitamos ver cuán 
Respuestas desde un montón de cenizas 45
grande es Dios; necesitamos recuperar la perspectiva de 
la vida que hemos perdido. Cuando sufrimos, las cosas se 
desproporcionan, y se necesita una visión de algo mucho 
más grande que nosotros mismos para lograr que se ajusten 
de nuevo las dimensiones de la vida. 
En la Biblia tenemos una revelación de Dios. También 
tenemos una revelación, una serie de imágenes, de lo que 
significa el sufrimiento desde el punto de vista divino. Si 
entendemos estas “imágenes del dolor”, eso nos puede ayu-
dar a manejar las dificultades de la vida. 
5
Imágenes del dolor
Se ha dicho correctamente que la mente humana no es un 
centro de debate, sino una galería de imágenes. Puede que 
no nos demos cuenta, pero mucho de nuestro pensamiento 
y sentimiento gira alrededor de ciertas imágenes, o metá-
foras, que parecen pertenecer a la raza humana. Esas imá-
genes aparecen de forma repetida en nuestro arte, música 
y literatura y ayudan a que se forme una base común para 
mirar a la vida. 
Por ejemplo, cuando Tennyson escribió su bello poema 
sobre “Crossing the Bar”, estaba trabajando con una metá-
fora de la vida como un viaje hacia un puerto distante. Long-
fellow usó la idea de navegar en su poema “The Building of 
the Ship” [La construcción del barco], cuando escribió: 
¡Tú también navega nave del Estado! 
¡Navega, oh Unión, fuerte y grande! 
Y Walt Whitman parece combinar ambas ideas, la 
personal y la política, cuando escribe en relación con la 
muerte de Lincoln: 
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro terrible viaje ha 
terminado, 
El barco ha capeado los temporales, ganamos el premio 
buscado…
Siempre que alguien usa frases como “Está hundido en 
deudas” o “Esa empresa se va a hundir”, está comparando 
la vida a un viaje. 
Algunas personas ven la vida como una batalla, una gue-
rra. En ocasiones algunos conocidos nos saludan diciendo: 
“Bueno, ¿cómo va la batalla?”. Hamlet comparó la vida a 
Imágenes del dolor 47
una batalla en su famoso soliloquio “Ser o no ser” cuando 
hablaba acerca de “las adversidades de la vida”. De hecho, 
combinó dos metáforas, militar y naval, cuando consideraba 
levantarse “en armas contra un mar de dificultades”. 
El embarazo y el nacimiento nos proporcionan otra 
serie de metáforas. A veces hablamos de “dar a luz una 
idea” o quizá decimos que un proyecto está todavía en 
período de “gestación”. Las personas creativas dicen con 
alguna frecuencia que están con “dolores de parto” en su 
intento de terminar con su trabajo. 
¿Por qué usamos estas y otras metáforas al hablar de 
cosas importantes de la vida? Porque estas imágenes nos 
ayudan a expresar mejor algunas de nuestras más comple-
jas experiencias. Resulta mucho más fácil hablar acerca de 
las “tormentas de la vida” que entrar a explicar sus doloro-
sos detalles. Incluso los científicos modernos están usando 
metáforas (las llaman “modelos”) que los ayudan a enten-
der y explicar lo que está sucediendo en el universo. 
Estas imágenes involucran tanto nuestros sentimientos 
como nuestra mente. Nos impiden caer en la consideración 
de las cosas básicas de la vida en una forma fría y dis-
tante. Henry Wadsworth Longfellow pudo haber dicho: 
“Las dificultades nos vienen a todos en la vida” y lo habría 
expresado correctamente; pero en su lugar, escribió: 
¡Corazón triste, estate tranquilo! Deja de atribularte; 
detrás de las nubes todavía luce el sol; 
esa suerte es común en todos, 
en cada vida debe caer algo de lluvia, 
algunos días deben ser oscuros y sombríos. 
Usó la imagen de una tormenta y de esa forma no solo 
transmite una verdad a nuestra mente, sino que también 
llega a nuestro corazón. 
Las metáforas nos aportan iluminación, nos ayudan 
a ver la vida, y también nos aportan interpretación, pues 
nos ayudan a entender la vida. Si la vida es una batalla, 
48 Cuando la vida se derrumba
¡entonces es muy importante aprender a luchar! Si es como 
un viaje por mar, ¡interesa mucho aprender a nadar! Si 
Shakespeare está en lo correcto y “Todo el mundo es un 
escenario”, ¡me conviene leer el guión y averiguar cuál es la 
trama de la obra antes de que se baje la cortina! 
He dicho todo esto para introducir el tema de este capí-
tulo, a saber, las metáforas para el sufrimiento y el dolor 
que encontramos en la tradición judeocristiana, como apa-
recen en la Biblia. Pero estas vívidas metáforas no están 
allí como una decoración poética. Son importantes para 
nosotros como revelación de Dios acerca de lo que es la 
vida, el sufrimiento y la muerte. Para cuando hayamos ter-
minado de estudiar algunas de las metáforas más impor-
tantes, creo que entenderemos mejor por qué Dios permite 
que sus hijos sufran. 
El libro de Job es especialmente rico en metáforas. 
Excepto los dos primeros capítulos y el último, el libro de 
Job es un poema; y eso en sí mismo es significativo. En 
vez de darnos una serie de conferencias acerca del sufri-
miento, el escritor nos proporciona una serie de imágenes 
fascinantes. Alguien ha dicho que la poesía es “emoción 
destilada”, y esa es una buena definición. Eso se aplica par-

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