Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Esperanzados en Cristo Estudio expositivo de la Primera Epístola de Pedro Warren W. Wiersbe Editorial Bautista Independiente Esperanzados en Cristo fue publicado originalmente en inglés bajo el título Be Hopeful. © 1982 SP Publications, Inc. Wheaton, Illinois A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina–Valera Revisada, Revisión de 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas en América Latina. Usadas con permiso. Las citas bíblicas indicadas con las siglas NVI son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, © 1999, Sociedad Bíblica Internacional. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, por ningún medio, sin el permiso previo por escrito de la Editorial Bautista Independiente, excepto por breves citas en otros libros o artículos y revisiones críticas. © 2013 WW-620 ISBN 978-1-932607-92-5 Editorial Bautista Independiente 3417 Kenilworth Boulevard Sebring, Florida 33870 www.ebi-bmm.org (863) 382-6350 Dedicado a nuestras nueras Susan Wiersbe y Karen Wiersbe y a nuestros yernos David Jacobsen y David Johnson ¡Es grato tenerlos en nuestra familia! Índice Prefacio Bosquejo Capítulo 1. Donde Cristo Esté, Hay Esperanza (1 Pedro 1:1; 5:12–14) 2. ¡Es Gloria de Principio a Fin! (1 Pedro 1:2–12) 3. Manteniéndose Limpio en un Mundo Contaminado (1 Pedro 1:13–21) 4. Unidad Cristiana (1 Pedro 1:22–2:10) 5. ¡Alguien te Está Vigilando! (1 Pedro 2:11–25) 6. ¿Casado o Atrapado? (1 Pedro 3:1–7) 7. ¡Preparándose para lo Mejor! (1 Pedro 3:8–17) 8. Aprendiendo de Noé (1 Pedro 3:18–22) 9. El Tiempo que te Resta (1 Pedro 4:1–11) 10. Datos Acerca de Hornos (1 Pedro 4:12–19) 11. Cómo Ser un Buen Pastor (1 Pedro 5:1–4) 12. ¡De la Gracia a la Gloria! (1 Pedro 5:5–11) http://www.ebi-bmm.org/ Prefacio Si sabes algo de sufrimiento y persecución, entonces 1 Pedro tiene un mensaje para ti: “¡Puedes mantenerte esperanzado en Cristo!”. Pedro escribió esta carta a creyentes que estaban atravesando varias pruebas. El apóstol sabía que un severo “fuego de prueba” estaba a punto de empezar, y quería preparar a los creyentes para el mismo. Después de todo, lo que la vida nos hace depende de lo que la vida encuentra en nosotros. En su mayor parte los creyentes en el mundo occidental han disfrutado de vidas cómodas. Nuestros hermanos y hermanas en otras partes del mundo han sufrido por su fe. Ahora hay muchas indicaciones de que el tiempo se acerca cuando nos costará mantenernos firmes en Cristo. El único creyente “cómodo” será el creyente “que hace acomodos”, y esa comodidad será costosa. Pero el mensaje de Dios para nosotros es: “¡Ten Esperanza! ¡El sufrimiento conduce a la gloria! ¡Yo puedo darte la gracia que necesitas para honrarme cuando las cosas se ponen difíciles!”. El futuro es tan brillante como las promesas de Dios, así que mantente ¡Esperanzado en Cristo! Warren W. Wiersbe Bosquejo sugerido de la Epístola de 1 Pedro Tema central: La gracia de Dios y la esperanza viva Versículos clave: 1 Pedro 1:3; 5:12 I. La gracia de Dios y la salvación: capítulos 1:1–2:10 A. Vive en esperanza: 1:1–12 B. Vive en santidad: 1:13–21 C. Vive en armonía: 1:22–2:10 II. La gracia de Dios y la sumisión: capítulos 2:11–3:12 A. Sométete a las autoridades: 2:11–17 B. Sométete a los maestros: 2:18–25 C. Sométete en el hogar: 3:1–7 D. Sométete en la iglesia: 3:8–12 III. La gracia de Dios y el sufrimiento: capítulos 3:13–5:11 A. Haz a Jesucristo Señor: 3:13–22 B. Ten la actitud de Cristo: 4:1–11 C. Glorifica el nombre de Cristo: 4:12–19 D. Espera el regreso de Cristo: 5:1–6 E. Depende de la gracia de Cristo: 5:7–11 1 Donde Cristo Esté, Hay Esperanza 1 Pedro 1:1; 5:12–14 “¡Mientras haya vida hay esperanza!” Este antiguo refrán romano todavía se cita hoy y, como la mayoría de los adagios, tiene un elemento de verdad, pero ninguna garantía de certeza. No es el hecho de la vida lo que determina la esperanza, sino la fe de la vida. El creyente tiene una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3) porque su fe y esperanza están en Dios (1 Pedro 1:21). Esta “esperanza viva” es el tema principal de la primera carta de Pedro. El les dice a todos los creyentes: “¡Tengan esperanza!”. El escritor (1 Pedro 1:1) El escritor se identifica a sí mismo como “Pedro, apóstol de Jesucristo” (1 Pedro 1:1). Algunos estudiosos de ideología liberal han cuestionado si un pescador común pudiera haber escrito esta carta, especialmente puesto que a Pedro y a Juan se les llamó “hombres sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13). Sin embargo, esta frase sólo quiere decir laicos sin una avanzada educación formal; es decir, no eran dirigentes profesionales de religión. Nunca debemos subestimar la preparación que Pedro tuvo por tres años con el Señor Jesús, ni debemos minimizar la obra del Espíritu Santo en su vida. Pedro es una ilustración perfecta de la verdad que se expresa en 1 Corintios 1:26–31. Su nombre de pila era Simón, pero Jesús se lo cambió a Pedro, que quiere decir una piedra (Juan 1:35–42). El arameo equivalente de “Pedro” es “Cefas,” así que Pedro era un hombre con tres nombres. Casi cincuenta veces en el Nuevo Testamento se le llama “Simón”, y a menudo se le llama “Simón Pedro”. Tal vez los dos nombres sugieren las dos naturalezas del creyente: una vieja naturaleza (Simón) proclive a fallar, y una nueva naturaleza (Pedro) que puede dar victoria. Como Simón, él era sólo otro pedazo de barro humano; ¡pero Jesucristo hizo de él una roca! Pedro y Pablo fueron los dos apóstoles principales de la iglesia inicial. A Pablo se le asignó especialmente ministrar a los gentiles, y a Pedro, a los judíos (Gálatas 2:1–10). El Señor le había ordenado a Pedro que fortaleciera a sus hermanos (Lucas 22:32) y que apacentara el rebaño (Juan 21:15–17; ve también 1 Pedro 5:1–4), y el escribir esta carta fue parte de ese ministerio. Pedro les dijo a sus lectores que ésta era una carta de estímulo y testimonio personal (1 Pedro 5:12). Algunos escritos se producen basándose en libros, a la manera en que los universitarios de primer año escriben monografías; pero esta carta brotó de una vida que fue vivida para la gloria de Dios. Varios sucesos de la vida de Pedro están entrelazados en la trama de esta epístola. Esta carta también va asociada con Silas (Silvano, 1 Pedro 5:12). Silas era uno de los “varones principales” de la iglesia inicial (Hechos 15:22) y profeta (Hechos 15:32). Esto quiere decir que comunicaba los mensajes de Dios a las congregaciones según lo dirigía el Espíritu Santo (ve 1 Corintios 14). Los apóstoles y profetas trabajaron juntos para poner los cimientos de la iglesia (Efesios 2:20); y una vez que se puso ese cimiento, ellos salieron de la escena. En la iglesia de hoy no hay apóstoles y profetas en el sentido del Nuevo Testamento. Es interesante que Silas esté asociado con el ministerio de Pedro, porque originalmente él fue con Pablo como reemplazo de Bernabé (Hechos 15:36–41). Pedro también mencionó a Juan Marcos (1 Pedro 5:13) cuyo fracaso en el campo misionero contribuyó a producir la ruptura entre Pablo y Bernabé. Pedro había conducido a Marcos a la fe en Cristo (“Marcos, mi hijo”) y por cierto seguiría interesado en él. No hay duda de que una de las primeras asambleas se reunía en la casa de Juan Marcos en Jerusalén (Hechos 12:12). Al fin Pablo perdonó y aceptó a Marcos como ayudante valioso en la obra (2 Timoteo 4:11). Pedro indicó que escribió esta carta “en Babilonia” (1 Pedro 5:13) en donde había una asamblea de creyentes. No hay ninguna evidencia ni de la historia del cristianismo ni de la tradición en cuanto a que Pedro haya ministrado en la antigua Babilonia que, a ese tiempo, en efecto tenía una comunidad numerosa de judíos. Había otra ciudad llamada “Babilonia” en Egipto, pero no tenemos prueba de que Pedro jamás la haya visitado. “Babilonia” probablementees otro nombre para la ciudad de Roma, y tenemos en efecto razón para pensar que Pedro ministró en Roma y que probablemente murió allí como mártir. A Roma se la llama “Babilonia” en Apocalipsis 17:5 y 18:10. No era extraño que los creyentes perseguidos durante esos días escribieran y hablaran en “código”. Al decir esto, sin embargo, no debemos asignar a Pedro más de lo que es debido. El no fundó la iglesia de Roma ni sirvió como su primer obispo. Era norma de Pablo no ministrar donde habían ido otros apóstoles (Romanos 15:20); así que Pablo no habría ministrado en Roma si Pedro hubiera llegado allá primero. Pedro probablemente llegó a Roma después de que Pablo fue libertado de su primer encarcelamiento, alrededor del año 62 d. de C. Primera de Pedro fue escrita cerca del año 63. Pablo murió como mártir como por el año 64, y tal vez ese mismo año, o poco después, Pedro dio su vida por Cristo. Los destinatarios (1 Pedro 1:1) Pedro los llama “expatriados” (1 Pedro 1:1), lo que quiere decir extranjeros residentes, viajeros. También se les llama “extranjeros y peregrinos” en 1 Pedro 2:11. Eran ciudadanos del cielo por su fe en Cristo (Filipenses 3:20), y por consiguiente no eran residentes permanentes en la tierra. Como Abraham, tenían sus ojos de la fe fijos en la ciudad futura de Dios (Hebreos 11:8–16). Estaban en el mundo, pero no eran del mundo (Juan 17:16). Debido a que los creyentes son “extranjeros” en el mundo, se les considera como extraños a ojos del mundo (1 Pedro 4:4). Los creyentes tienen normas y valores diferentes de los del mundo, y esto da oportunidad tanto para el testimonio como para la guerra espiritual. Descubriremos en esta epístola que algunos de los lectores estaban atravesando sufrimiento debido a su forma de vida diferente. Estos creyentes eran un pueblo “disperso”, tanto como un pueblo “extranjero.” La palabra que se traduce “dispersión” (diáspora) era un término técnico para los judíos que vivían fuera de Palestina. Se usa de esta manera en Juan 7:35 y Santiago 1:1. Sin embargo, el uso que hace Pedro de esta palabra no implica que estaba escribiendo sólo para los creyentes judíos, porque algunas de las afirmaciones de esta carta sugieren que algunos de sus lectores se convirtieron del paganismo gentil (1 Pedro 1:14, 18; 2:9–10; 4:1–4). Sin duda había una mezcla de judíos y gentiles en las iglesias que recibieron esta carta. Notaremos varias referencias y alusiones al Antiguo Testamento en estos capítulos. Estos creyentes estaban dispersos en cinco partes diferentes del imperio romano, todas ellas en el norte de Asia Menor (Turquía moderna). El Espíritu Santo no le permitió a Pablo ministrar en Bitinia (Hechos 16:7), así que él no empezó esta obra. En Pentecostés había judíos de Ponto y Capadocia (Hechos 2:9), y tal vez ellos llevaron el evangelio a sus provincias vecinas. Posiblemente los creyentes judíos que habían estado bajo el ministerio de Pedro en otros lugares habían emigrado a las ciudades de estas provincias. La gente estaba “de camino” en esos días, y creyentes dedicados proclamaban la Palabra dondequiera que iban (Hechos 8:4). Lo importante que debemos saber en cuanto a estos “expatriados de la dispersión” es que estaban atravesando un tiempo de sufrimiento y persecución. Por lo menos quince veces en esta carta Pedro se refirió al sufrimiento; y usó ocho palabras diferentes para hacerlo. Algunos de esos creyentes sufrían porque estaban viviendo vidas santas y haciendo lo bueno y correcto (1 Pedro 2:19–23; 3:14–18; 4:1–4, 15–19). Otros sufrían reproche por el nombre de Cristo (1 Pedro 4:14) y los hostigaban los incrédulos (1 Pedro 3:9–10). Pedro escribió para animarlos a ser buenos testigos ante sus perseguidores, y recordarles que su sufrimiento los llevaría a la gloria (1 Pedro 1:6–7; 4:13–14; 5:10). Pero Pedro tenía otro propósito en mente. Sabía que el “fuego de prueba” estaba a punto de empezar: la persecución oficial de parte del imperio romano (1 Pedro 4:12). Cuando la iglesia empezó en Jerusalén se la veía como una “secta” de la fe tradicional de los judíos. Los primeros cristianos eran judíos, y se reunían en los recintos del templo. El gobierno romano no realizó ninguna acción oficial contra los cristianos puesto que la religión judía era aceptada y aprobada. Pero cuando se hizo claro que el cristianismo no era una “secta” del judaísmo, Roma tuvo que dar pasos oficiales. Varios sucesos ocurieron que ayudaron a precipitar este “fuego de prueba”. Para empezar, Pablo había defendido a la fe cristiana ante la corte oficial en Roma (Filipenses 1:12–24). Había sido puesto en libertad pero después lo habían encarcelado de nuevo. Esta segunda defensa falló, y lo ejecutaron como mártir (2 Timoteo 4:16–18). Segundo, el enloquecido emperador Nerón les echó a los cristianos la culpa del incendio de Roma (julio del 64 d. de C.), usándolos como chivos expiatorios. Pedro probablemente estaba en Roma en ese tiempo y lo ejecutó Nerón, quien también había matado a Pablo. La persecución que Nerón desató contra los cristianos fue local al principio, pero probablemente se esparció. En cualquier caso, Pedro quería preparar a las iglesias. No debemos pensar que todos los creyentes en todas partes del imperio atravesaron las mismas pruebas, al mismo grado y al mismo tiempo. Estas variaban de lugar en lugar, aunque el sufrimiento y la oposición eran bastante generales (1 Pedro 5:9). Nerón introdujo la persecución oficial de la iglesia, y otros emperadores siguieron su ejemplo en años posteriores. La carta de Pedro debe haber sido una tremenda ayuda para los creyentes que sufrieron durante los reinados de Trajano (98–117), Adriano (117–138) y Diocleciano (284–305). Los creyentes del mundo actual todavía pueden aprender el valor de la carta de Pedro cuando sus propios “fuegos de prueba” de la persecución empiezan. Aunque yo personalmente pienso que la iglesia no atravesará la Tribulación, sí pienso que estos últimos días traerán mucho sufrimiento y persecución al pueblo de Dios. Es posible que Silas fue portador de esta carta a los creyentes de las provincias, y también el secretario que escribió la epístola. El mensaje (1 Pedro 5:12) Primera de Pedro es una carta de estímulo (1 Pedro 5:12). Hemos notado que el tema del sufrimiento aparece por toda la carta, pero también aparece el tema de gloria (ve 1 Pedro 1:7–8, 11, 21; 2:12; 4:11–16; 5:1, 4, 10–11). Uno de los estímulos que Pedro les da a los creyentes que sufren es la seguridad de que su sufrimiento un día será transformado en gloria (1 Pedro 1:6–7; 4:13–14; 5:10). Esto es posible sólo debido a que el Salvador sufrió por nosotros y luego entró en su gloria (1 Pedro 1:11; 5:1). Los sufrimientos de Cristo se mencionan a menudo en esta carta (1 Pedro 1:11; 3:18; 4:1, 13; 5:1). Pedro es preeminentemente el apóstol de la esperanza, así como Pablo es el apóstol de la fe y Juan, el del amor. Como creyentes tenemos una “esperanza viva” porque confiamos en un Cristo vivo (1 Pedro 1:3). Esta esperanza nos permite mantener nuestras mentes bajo control y “esperar por completo” (1 Pedro 1:13) el regreso de Jesucristo. No debemos avergonzarnos de nuestra esperanza sino estar listos para explicarla y defenderla (1 Pedro 3:15). Como Sara, las esposas cristianas pueden esperar en Dios (1 Pedro 3:5). Puesto que el sufrimiento trae gloria, y debido a que Jesús volverá, ¡en verdad podemos tener esperanza! Pero el sufrimiento no da automáticamente gloria a Dios y bendición al pueblo de Dios. Algunos creyentes han desmayado y caído en tiempos de prueba, y han traído vergüenza sobre el nombre de Cristo. Es sólo cuando dependemos de la gracia de Dios que podemos glorificar a Dios en tiempos de sufrimiento. Pedro también recalca la gracia de Dios en esta carta. “Os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis” (1 Pedro 5:12). La palabra “gracia” se usa encada capítulo de 1 Pedro:1:2, 10, 13; 2:19 (“merece aprobación”), y 20 (“aprobado”); 3:7; 4:10; 5:5, 10, 12. La gracia es el favor generoso de Dios a pecadores indignos y santos necesitados. Cuando dependemos de la gracia de Dios podemos resistir el sufrimiento y convertir las pruebas en triunfos. Es sólo la gracia lo que nos salva (Efesios 2:8–10). La gracia de Dios puede darnos fuerza en tiempos de prueba (2 Corintios 12:1–10). La gracia nos capacita para servir a Dios a pesar de las dificultades (1 Corintios 15:9– 10). Cualquier cosa que empieza con la gracia de Dios siempre conduce a la gloria (Salmos 84:11; 1 Pedro 5:10). Al estudiar 1 Pedro veremos cómo los tres temas del sufrimiento, la gracia y la gloria, se unen para formar un mensaje de estímulo para creyentes que atraviesan tiempos de prueba y persecución. Estos temas se resumen en 1 Pedro 5:10, un versículo que haríamos bien en aprender de memoria. El editor y escritor cínico H. L. Mencken una vez definió la esperanza como “una creencia patológica en la ocurrencia de lo imposible.” Pero esa definición no concuerda con el significado de la palabra en el Nuevo Testamento. La verdadera esperanza cristiana es más que “así lo espero”. Es confianza segura de la gloria y bendición futuras. Un creyente del Antiguo Testamento llamó a Dios “la Esperanza de Israel” (Jeremías 14:8). Un creyente del Nuevo Testamento afirma que Jesucristo es su esperanza (1 Timoteo 1:1; ve Colosenses 1:27). El pecador no salvado está “sin esperanza” (Efesios 2:12); y si muere sin Cristo, quedará sin esperanza para siempre. El poeta italiano Dante, en su obra La Divina Comedia, pone esta inscripción sobre la entrada al mundo de los muertos: “¡Abandonen toda esperanza ustedes que entran aquí!”. La esperanza confiada que tenemos en Cristo nos da el estímulo y la capacitación que necesitamos para la vida diaria. No nos pone en una mecedora en donde plácidamente esperamos el regreso de Cristo. Más bien, nos pone en la plaza y el mercado, en el campo de batalla, en donde continuamos avanzando cuando las cargas son pesadas y las batallas son duras. La esperanza no es un sedativo; es una inyección de adrenalina, una transfusión de sangre. Como un ancla, nuestra esperanza en Cristo nos estabiliza en las tormentas de la vida (Hebreos 6:18–19); pero a diferencia de un ancla, nuestra esperanza nos lleva hacia delante, y no nos detiene. No es difícil seguir el hilo de pensamiento de Pedro. Todo empieza con la salvación, nuestra relación personal con Dios por medio de Jesucristo. Si conocemos a Cristo como Salvador, ¡entonces tenemos esperanza! Si tenemos esperanza, entonces podemos andar en santidad y en armonía. No debe haber problema en someternos a los que nos rodean en la sociedad, el hogar y la familia de la iglesia. La salvación y la sumisión sirven de preparación para el sufrimiento; pero si ponemos nuestros ojos en Cristo, podemos vencer y Dios transformará el sufrimiento en gloria. 2 ¡Es Gloria de Principio a Fin! 1 Pedro 1:2–12 Un cálido día de verano mi esposa y yo visitamos uno de los más famosos cementerios del mundo en Stoke Poges, pequeña población no lejos del Castillo de Windsor en Inglaterra. En ese sitio Tomás Gray escribió su famosa “Elegía Escrita en el Patio de una Iglesia Rural”, poema que la mayoría de los que nos educamos en las escuelas de los Estados Unidos de América tuvimos que leer en un momento u otro. Mientras estábamos en silencio en medio de antiguas tumbas, una estrofa del poema vino a mi mente: La jactancia de los heraldos, la pompa del poder, Y todo lo que la belleza o la riqueza jamás hayan dado, Espera por igual la hora inevitable, Las sendas de gloria llevan sólo a la tumba. La gloria del hombre sencillamente no dura, pero la gloria de Dios es eterna; ¡y él se ha dignado compartirnos esa gloria! En esta primera sección de su carta Pedro nos revela cuatro maravillosos descubrimientos que hizo en cuanto a la gloria de Dios. Los creyentes nacen para la gloria (1 Pedro 1:2–4) Debido a la muerte y resurrección de Jesucristo, a los creyentes Dios “…nos hizo renacer para una esperanza viva”, y esa esperanza incluye la gloria de Dios. Pero, ¿qué queremos decir con “la gloria de Dios”? La gloria de Dios quiere decir la suma total de todo lo que Dios es y hace. “Gloria” no es un atributo o característica separada de Dios, tal como su santidad, sabiduría o misericordia. Todo lo que Dios es y hace se caracteriza por gloria. Es glorioso en sabiduría y poder, así que todo lo que piensa y hace se caracteriza por gloria. El revela su gloria en la creación (Salmo 19), en sus tratos con el pueblo de Israel, y especialmente en su plan de salvación para los pecadores perdidos. Cuando nacimos la primera vez, no nacimos para la gloria. “Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba” (1 Pedro 1:24, que es cita de Isaías 40:6). Cualquier gloria endeble que el hombre tenga a la larga se desvanecerá y desaparecerá; pero la gloria del Señor es eterna. Las obras del hombre hechas para la gloria de Dios durarán y serán recompensadas (1 Juan 2:17). Pero los egoístas logros humanos de los pecadores un día se desvanecerán y no se verán más. ¡Una de las razones por que tenemos enciclopedias es para que aprendamos de gente famosa ya olvidada! Pedro da dos descripciones que nos ayudan a entender mejor esta maravillosa verdad en cuanto a la gloria. Se describe el nacimiento de un creyente (vs. 2–3). Todo ese milagro empezó en Dios: fuimos escogidos por el Padre (Efesios 1:3–4). Esto tuvo lugar en los profundos consejos de la eternidad, y nosotros no sabíamos nada al respecto hasta que nos fue revelado en la Palabra de Dios. Esta elección no se basó en algo que hayamos hecho, porque nosotros ni siquiera estábamos en escena. Tampoco se basaba en algo que Dios vio que nosotros seríamos o haríamos. La elección de Dios se basó totalmente en su gracia y amor. No podemos explicarla (Romanos 11:33–36), pero sí podemos regocijarnos en ella. “Anticipado conocimiento” no sugiere que Dios meramente sabía de antemano que creeríamos, y por consiguiente nos escogió. Esto levantaría la pregunta: “¿Quién o qué nos hizo decidir por Cristo?” y eso quitaría nuestra salvación totalmente fuera de las manos de Dios. En la Biblia, “conocer previamente” quiere decir poner el amor de uno en una persona o personas de una manera personal. Se usa de esta manera en Amós 3:2: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra”. Dios puso su amor de elección en la nación de Israel. Otros versículos que usan “conocer” en este sentido especial son Salmo 1:6; Mateo 7:23; Juan 10:14, 27; y 1 Corintios 8:3. Pero el plan de salvación incluye más que el amor de elección del Padre; también incluye la obra del Espíritu Santo al convencer al pecador y llevarle a la fe en Cristo. El mejor comentario de esto es 2 Tesalonicenses 2:13–14. También, el Hijo de Dios tuvo que morir en la cruz por nuestros pecados, o si no, no podría haber salvación. Hemos sido escogidos por el Padre, comprados por el Hijo y apartados por el Espíritu Santo. Se requiere a todos los tres para que haya una experiencia verdadera de salvación. En lo que a Dios Padre se refiere, fui salvado cuando él me escogió en Cristo antes de la fundación del mundo. En lo que tiene que ver con el Hijo, fui salvado cuando él murió por mí en la cruz. Pero en lo que tiene que ver con el Espíritu Santo, fui salvado una noche en mayo de 1945 cuando oí el evangelio y recibí a Cristo. Entonces todo se combinó, pero se necesitó de todas las tres Personas de la Deidad para llevarme a la salvación. Si separamos estos ministerios, o bien negamos la soberanía divina o la responsabilidad humana, eso conduce a la herejía. Pedro no niega la parte del hombre en el plan de Dios para salvar a los pecadores. En 1 Pedro 1:23 él recalca el hecho de que el evangelio fue predicadoa esas personas, y que ellas oyeron y creyeron (ve también 1 Pedro 1:12). El propio ejemplo de Pedro en Pentecostés es prueba de que nosotros no “lo dejamos todo con Dios” sin instar a los pecadores perdidos a venir a Cristo (Hechos 2:37–40). El mismo Dios que ordena el fin —nuestra salvación— también ordena los medios para ese fin —la predicación del evangelio de la gracia de Dios. Se describe la esperanza del creyente (vs. 3–4). Para empezar, es una esperanza viva porque se basa en la Palabra viva de Dios (1 Pedro 1:23), y se hizo posible por el Hijo viviente de Dios que resucitó de los muertos. Una “esperanza viva” es la que tiene vida en sí y por consiguiente puede darnos vida. Debido a que tiene vida, crece y llega a ser más grande y más hermosa con el paso del tiempo. El tiempo destruye la mayoría de las esperanzas; se desvanecen y después mueren. Pero el paso del tiempo sólo hace que la esperanza del creyente sea mucho más gloriosa. Pedro llamó a esta esperanza “una herencia” (1 Pedro 1:4). Como hijos del Rey participamos de su herencia en gloria (Romanos 8:17–18; Efesios 1:9–12). Estamos incluidos en el último legado y testamento de Cristo, y participamos con él en la gloria (Juan 17:22–24). Nota la descripción de esta herencia, porque es totalmente diferente de cualquier herencia terrenal. Para empezar, es incorruptible, lo que quiere decir que nada puede arruinarla. Debido a que es incontaminada, nada puede mancharla ni restarle valor de ninguna manera. Jamás se envejece porque es eterna; no se puede gastar, ni puede desilusionarnos de ninguna manera. En 1 Pedro 1:5 y 9 a esta herencia se la llama “salvación”. El creyente ya ha sido salvo por fe en Cristo (Efesios 2:8–9), pero la conclusión de esa salvación espera el regreso del Salvador. Entonces tendremos nuevos cuerpos y entraremos en un nuevo medio ambiente, la ciudad celestial. En 1 Pedro 1:7, el apóstol se refiere a esta esperanza diciendo: “cuando sea manifestado Jesucristo.” Pablo llamó a esto “la esperanza bienaventurada” (Tito 2:13). ¡Qué emocionante es saber que hemos sido nacidos para la gloria! Cuando nacimos de nuevo, ¡cambiamos la gloria pasajera del hombre por la gloria eterna de Dios! Los creyentes son guardados para la gloria (1 Pedro 1:5) No sólo que la gloria está “reservada” para nosotros, ¡sino que nosotros estamos siendo guardados para la gloria! En mis viajes a veces he llegado a algún hotel, sólo para descubrir que han confundido o cancelado las reservaciones. Esto no nos sucederá cuando lleguemos al cielo, porque nuestro hogar y nuestra herencia futuros están garantizados y reservados. “¿Pero supongamos que nosotros no lo logramos?” tal vez pregunte algún santo tímido. Pero llegaremos, porque todos los creyentes están siendo “guardados por el poder de Dios”. La palabra que se traduce “guardados” es un término militar que quiere decir protegido, escudado. El tiempo del verbo revela que estamos siendo constantemente guardados por Dios, lo que nos asegura que llegaremos con toda certeza al cielo. La misma palabra se usó para describir a los soldados que guardaban a Damasco cuando Pablo se escapó (2 Corintios 11:32). Ve también Judas 24–25 y Romanos 8:28–39. Los creyentes no son guardados por su propio poder, sino por el poder de Dios. Nuestra fe en Cristo nos ha unido a él de tal manera que su poder ahora nos guarda y nos guía. No somos guardados por nuestra propia fuerza, sino por la fidelidad de él. ¿Por cuánto tiempo nos guardará? Hasta que Cristo vuelva, y entonces participaremos de la plena revelación de su gran salvación. Esta gran verdad se repite en 1 Pedro 1:9. Es emocionante saber que somos “guardados para la gloria”. De acuerdo a Romanos 8:30 ya hemos sido glorificados. Todo lo que falta es la revelación pública de esta gloria (Romanos 8:18–23). Si algún creyente se perdiera, eso le privaría a Dios de su gloria. Dios está tan seguro de que estaremos en el cielo que ya nos ha dado su gloria como seguridad (Juan 17:24; Efesios 1:13–14). La seguridad del cielo es una gran ayuda para nosotros hoy. Como el Dr. James M. Gray lo expresó en uno de sus cantos: “¿A quién le importa la jornada cuando el camino conduce a casa?” Si el sufrimiento de hoy quiere decir que habrá gloria mañana, entonces el sufrimiento llega a ser una bendición para nosotros. Los incrédulos tienen su “gloria” ahora, pero a eso le seguirá el sufrimiento eterno lejos de la gloria de Dios (2 Tesalonicenses 1:3–10). A la luz de esto, medita en 2 Corintios 4:7–18; ¡y entonces, regocíjate! Dios está siendo preparando los creyentes para la gloria (1 Pedro 1:6, 7) Debemos tener presente que todo lo que Dios planea y ejecuta aquí es preparación para lo que tiene guardado para nosotros en el cielo. Él está preparándonos para la vida y los servicios venideros. Nadie sabe todavía todo lo que está guardado para nosotros en el cielo; pero esto sí sabemos: la vida de hoy es una escuela en la que Dios nos prepara para nuestro ministerio futuro en la eternidad. Esto explica la presencia de pruebas en nuestras vidas: éstas son algunas de las herramientas y los libros de texto de Dios en la escuela de la experiencia cristiana. Pedro usó la palabra “pruebas” en lugar de “tribulaciones” o “persecuciones”, porque estaba tratando de los problemas generales que los creyentes enfrentan al estar rodeados por inconversos. El habla de varias realidades en cuanto a las pruebas. Las pruebas suplen necesidades. La frase “si es necesario” indica que hay ocasiones especiales cuando Dios sabe que necesitamos atravesar pruebas. A veces las pruebas nos disciplinan cuando no hemos obedecido la voluntad de Dios (Salmos 119:67). En otras ocasiones las pruebas nos preparan para el crecimiento espiritual, o incluso ayudan a evitar que pequemos (2 Corintios 12:1–9). No siempre sabemos la necesidad que se esté supliendo, pero podemos confiar en que Dios lo sabe, y hace lo que sea mejor. Las pruebas son variadas. Pedro usó la palabra “diversas” que literalmente quiere decir variadas, a multicolores. Usó la misma palabra para describir la gracia de Dios en 1 Pedro 4:10. Sin que importe de qué color pudiera ser nuestro día, bien sea un lunes descolorido o un martes gris, Dios tiene suficiente gracia para suplir la necesidad. No debemos pensar que debido a que hemos vencido cierto tipo de pruebas, automáticamente “las ganaremos todas”. Las pruebas son variadas, y Dios determina las pruebas de acuerdo a nuestras fuerzas y necesidades. Las pruebas no son fáciles. Pedro no sugiere que tomemos una actitud descuidada hacia las pruebas, porque esto sería engañoso. Las pruebas producen lo que nosotros llamamos “angustia”. La palabra quiere decir experimentar dolor o aflicción. Se usa para describir a nuestro Señor en el Getsemaní (Mateo 26:37) y la tristeza de los santos cuando muere un ser querido (1 Tesalonicenses 4:13). Negar que nuestras pruebas sean dolorosas es empeorarlas. Los creyentes deben aceptar el hecho de que hay experiencias difíciles en la vida y no simplemente poner una fachada valiente para aparecer “más espirituales”. Las pruebas son controladas por Dios. No durarán para siempre; duran “por un poco de tiempo”. Cuando Dios permite que sus hijos atraviesen el horno, él mantiene su ojo en el reloj y su mano en el termostato. Si nos rebelamos, tal vez él vuelva a ajustar el reloj; pero si nos sometemos, no permitirá que suframos ni un minuto demás. Lo importante es que aprendamos la lección que él quiere enseñarnos y que solo él reciba la gloria. Pedro ilustró esta verdad refiriéndose a un orfebre. Ningún orfebre desperdiciaría deliberadamente el precioso metal. Lo pondría en el horno de fundición lo suficiente sólo para quitarle las impurezas; entonces lo sacaría y haría de él un hermoso artículo de valor. Se ha dicho que los orfebres orientales dejaban el metal en el horno hasta que vieran su cara reflejada allí. Así nuestro Señor nos mantieneen el horno de sufrimiento hasta que reflejemos la gloria y belleza de Jesucristo. El punto importante es que esta gloria no se revelará completamente sino hasta que Cristo regrese por su iglesia. Nuestras actuales experiencias de prueba nos están preparando para la gloria de mañana. Cuando veamos a Jesucristo, le daremos alabanza, honra y gloria si hemos sido fieles en los sufrimientos de esta vida (ve Romanos 8:17–18). Esto explica por qué Pedro asoció el regocijo con el sufrimiento. Aunque tal vez no podamos regocijarnos al mirar alrededor a nuestras pruebas, podemos regocijarnos al mirar hacia adelante. La expresión “en lo cual” en 1 Pedro 1:6 hace referencia a la “salvación” (el regreso de Cristo) que se menciona en 1 Pedro 1:5. Tal como el avalador prueba el oro para ver si es oro puro o impuro, así las pruebas de la vida prueban nuestra fe para demostrar su sinceridad. ¡Una fe que no puede ser probada no es confiable! Demasiados creyentes profesantes tienen una “fe falsa”, y esto lo revelarán las pruebas de la vida. La semilla que cayó en terreno poco profundo produjo plantas sin raíces, y las plantas murieron cuando salió el sol (ve Mateo 13:1–9, 18–23). El sol en la parábola representa tribulación o persecución. La persona que abandona su fe cuando las cosas se ponen difíciles sólo está demostrando que en realidad no tiene ninguna fe. El patriarca Job atravesó muchas pruebas dolorosas, todas ellas con la aprobación de Dios; y sin embargo él entendió de alguna manera esta verdad en cuanto al fuego refinador. “Mas él conoce mi camino; Me probará, y saldré como oro” (Job 23:10). ¡Y así fue! Es alentador saber que hemos nacido para la gloria, que somos guardados para la gloria y que estamos siendo preparados para la gloria. Pero el cuarto descubrimiento que Pedro les revela a sus lectores tal vez es el más emocionante de todos. Los creyentes pueden disfrutar de la gloria ahora mismo (1 Pedro 1:8–12) La filosofía cristiana de la vida no es una promesa de beneficios en el futuro. Lleva consigo una dinámica presente que puede convertir el sufrimiento en gloria hoy. Pedro dio cuatro instrucciones para disfrutar de la gloria ahora, incluso en medio de las pruebas. Ama a Cristo (v. 8). Nuestro amor por Cristo no se basa en la vista física, porque no le hemos visto. Se basa en nuestra relación espiritual con él y lo que la Palabra de Dios nos ha enseñado en cuanto a él. El Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones el amor de Dios (Romanos 5:5), y nosotros a la vez le amamos a él. Cuando te hallas en alguna prueba y sufres, de inmediato eleva tu corazón a Cristo en verdadero amor y adoración. ¿Por qué? Porque esto le quitará el veneno a la experiencia y lo reemplazará con medicina sanadora. Satanás quiere usar las pruebas de la vida para hacer resaltar lo peor de nosotros, pero Dios quiere sacar a relucir lo mejor de nosotros. Si nos amamos nosotros mismos más de lo que amamos a Cristo, entonces no disfrutaremos de ninguna gloria ahora. El fuego nos quemará y no nos purificará. Confía en Cristo (v. 8). Debemos vivir por fe y no por vista. Una anciana se cayó y se rompió una pierna mientras asistía a una conferencia bíblica durante unas vacaciones. Le dijo al pastor que la visitó: “Sé que el Señor me llevó a esa conferencia; pero ¡no veo por qué esto tenía que suceder! Y no veo ningún bien que resulte de esto”. Sabiamente el pastor replicó: “Romanos 8:28 no dice que vemos que todas las cosas obren para bien. Dice que lo sabemos”. Fe quiere decir rendirle a Dios todo y obedecer su Palabra a pesar de las circunstancias y consecuencias. El amor y la fe van juntos: cuando amas a alguien, confías en él. La fe y el amor juntos nos ayudan a fortalecer la esperanza; porque cuando hallas fe y amor, hallas confianza para el futuro. ¿Cómo podemos crecer en la fe durante las pruebas y el sufrimiento? De la misma manera que crecemos en la fe cuando las cosas parecen marchar bien: alimentándonos de la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Nuestra comunión con Cristo mediante su Palabra no sólo fortalece nuestra fe, sino que también intensifica nuestro amor. Es un principio básico de la vida cristiana que pasamos mucho tiempo en la Palabra cuando Dios nos está probando y Satanás nos está tentando. Regocíjate en Cristo (v. 8). Tal vez no puedas regocijarte por las circunstancias, pero puedes regocijarte en medio de ellas al centrar tu corazón y mente en Jesucristo. Cada experiencia de prueba nos ayuda a aprender algo nuevo y maravilloso en cuanto a nuestro Salvador. Abraham descubrió nuevas verdades en cuanto al Señor en el monte en donde ofreció a su hijo (Génesis 22). Los tres jóvenes hebreos descubrieron la cercanía de Dios cuando estaban en el horno de fuego ardiendo (Daniel 3). Pablo aprendió la suficiencia de la gracia de Dios cuando sufrió un aguijón en la carne (2 Corintios 12). Nota que el gozo que Dios produce es gozo inefable y glorioso. Este gozo es tan profundo y tan maravilloso que ni siquiera podemos expresarlo. ¡Nos faltan palabras! Pedro había visto algo de la gloria en el monte de la transfiguración en donde Jesús conversaba con Moisés y Elías en cuanto a su propio sufrimiento y muerte inminentes (Lucas 9:28–36). Recíbelo de Cristo (vs. 9–12). “Creer… recibir” es la manera en que Dios suple nuestras necesidades. Si le amamos, confiamos en él y nos regocijamos en él, entonces podemos recibir de él todo lo que necesitamos para convertir las pruebas en triunfos. Primera de Pedro 1:9 se podría traducir: “Porque ustedes están recibiendo la consumación de su fe, es decir, la salvación final de sus almas”. En otras palabras, podemos experimentar hoy algo de esa gloria futura. Carlos Spurgeon solía decir: “Poca fe llevará tu alma al cielo, pero gran fe traerá el cielo a tu alma”. No es suficiente anhelar el cielo en los tiempos de sufrimiento, porque cualquiera puede hacer eso. Lo que Pedro insta a sus lectores que hagan es ejercer amor y fe, y regocijarse, de modo que puedan experimentar algo de la gloria del cielo en medio del sufrimiento ahora. Lo asombroso es que esta salvación que estamos esperando, o sea, el regreso de Cristo, fue una parte del gran plan de Dios para nosotros desde la eternidad. Los profetas del Antiguo Testamento escribieron sobre esta salvación y estudiaron con detenimiento lo que Dios les reveló. Vieron los sufrimientos del Mesías y también las glorias que vendrían; pero no pudieron entender completamente la conexión entre las dos cosas. Es más, en algunas de las profecías los sufrimientos y la gloria del Mesías se encuentran en un mismo versículo o párrafo. Cuando Jesús vino a la tierra, los maestros judíos esperaban un Mesías conquistador que derrotaría a los enemigos de Israel y establecería el reino glorioso que fue prometido a David. Incluso sus propios discípulos no comprendieron claramente la necesidad de su muerte en la cruz (Mateo 16:13– 28). Todavía estaban preguntando en cuanto al reino judío después de la resurrección de Cristo (Hechos 1:1–8). Si los discípulos no tenían un concepto claro del programa de Dios, ¡por cierto que los profetas del Antiguo Testamento tienen una disculpa! Dios les dijo a los profetas que ellos estaban ministrando para una generación futura. Entre el sufrimiento del Mesías y su regreso en gloria viene lo que nosotros llamamos “la edad de la iglesia”. La verdad en cuanto a la iglesia fue un misterio oculto en el período del Antiguo Testamento (Efesios 3:1–13). Los creyentes del Antiguo Testamento miraban hacia adelante por fe y vieron, por así decirlo, dos picos de montañas: el monte Calvario, en donde el Mesías sufriría y moriría (Isaías 53), y el monte de los Olivos, a donde él volverá en gloria (Zacarías 14:4). No podían ver el valle entre uno y otro pico, la presente edad de la iglesia. Aun los ángeles se interesan en lo que Dios hace en y a través de su iglesia. Lee 1 Corintios 4:9 y Efesios 3:10 para másinformación sobre la manera en que Dios está enseñando a los ángeles por medio de la iglesia. Si los profetas del Antiguo Testamento estudiaron con tanta diligencia las verdades de la salvación, teniendo tan poca información, ¡cuánto más deberíamos nosotros investigar este tema, ahora que tenemos completa la Palabra de Dios! El mismo Espíritu Santo que les enseñó a los profetas y, por medio de ellos, escribió la Palabra de Dios, puede enseñarnos la verdad de ella (Juan 16:12–15). Es más, podemos aprender estas verdades en el Antiguo Testamento tanto como en el Nuevo Testamento. Tú puedes hallar a Cristo en cada parte de las Escrituras del Antiguo Testamento (Lucas 24:25–27). Qué delicia es hallar a Cristo en la Ley del Antiguo Testamento, los tipos, los salmos y los escritos de los profetas. En tiempos de pruebas puedes acudir a la Biblia, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamentos, y hallar todo lo que necesitas para ánimo e iluminación. Sí, para los creyentes, ¡es gloria de principio a fin! En el momento que confiamos en Cristo, nacimos para la gloria. Somos guardados para la gloria. Conforme le obedecemos y experimentamos pruebas, estamos siendo preparados para la gloria. Cuando le amamos, confiamos en él y nos regocijamos en él, experimentamos la gloria en este momento actual. ¡Gozo inefable y glorioso! 3 Manteniéndose Limpio en un Mundo Contaminado 1 Pedro 1:13–21 En la primera sección de este capítulo Pedro recalcó la idea de andar en esperanza; pero ahora su énfasis es andar en santidad. Las dos cosas van juntas, porque “todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). El significado de raíz de la palabra que se traduce “santo” es diferente. Una persona santa no es una persona estrafalaria, sino una persona diferente. Su vida tiene una calidad que indica que es diferente. Su forma de vida presente no sólo es diferente de su manera pasada de vida, sino que es diferente también de los estilos de vida de los no creyentes que le rodean. La vida de santidad del creyente les parece extraña a los perdidos (1 Pedro 4:4), pero no es extraña para otros creyentes. Sin embargo, no es fácil vivir en este mundo y mantener un andar santo. La atmósfera contraria a Dios que nos rodea y que la Biblia llama “el mundo” siempre está oprimiéndonos, tratando de obligarnos a que nos conformemos. En este párrafo Pedro presenta a sus lectores cinco incentivos espirituales para animarles a ellos (y a nosotros) a mantener un estilo de vida diferente, un andar santo en un mundo contaminado. La gloria de Dios (1 Pedro 1:13) “Cuando Jesucristo sea manifestado,” es otra manera de referirse a “la esperanza viva”. Las acciones y decisiones presentes de los creyentes son gobernadas por esta esperanza futura. Así como una pareja comprometida hace todos sus planes a la luz de esa boda futura, así los creyentes hoy viven con la expectativa de ver a Jesucristo. “Ceñid los lomos de vuestro entendimiento” simplemente quiere decir: ¡Ordenen sus pensamientos! ¡Tengan una mente disciplinada! La imagen es la de un hombre vestido con una túnica, metiéndose la falda de su túnica debajo del cinturón, de modo que pueda correr. Cuando centras tus pensamientos en el regreso de Cristo, y vives de acuerdo a eso, escaparás de muchas de las cosas mundanales que atiborran tu mente y estorban tu progreso espiritual. Pedro puede haber tomado la idea de la cena pascual, porque más adelante en esta sección identifica a Cristo como el Cordero (1 Pedro 1:19). Los judíos en la Pascua debían comer la comida de prisa, listos para marchar (Éxodo 12:11). La perspectiva determina el resultado; la actitud determina la acción. El creyente que busca la gloria de Dios tiene una mayor motivación para la obediencia presente que el creyente que ignora el retorno del Señor. El contraste se ilustra en las vidas de Abraham y de Lot (Génesis 12–13; Hebreos 11:8–16). Abraham tenía sus ojos de fe fijos en la ciudad celestial, así que no tenía interés en propiedades de este mundo. Pero Lot, que había probado los placeres del mundo en Egipto, gradualmente avanzó hacia Sodoma. Abraham trajo bendición a su casa, pero Lot acarreó juicio. La perspectiva determina el resultado. No sólo debemos tener una mente disciplinada, sino que también debemos tener un entendimiento “sobrio”. La palabra quiere decir tener calma, ser firme, controlado; sopesar las cosas. Desdichadamente algunos “se dejan llevar” por los estudios proféticos y pierden su equilibrio espiritual. El hecho de que Cristo vuelve debe animarnos a tener calma y ecuanimidad (1 Pedro 4:7). El hecho de que Satanás anda rondando es otra razón para ser sobrios (1 Pedro 5:8). Cualquiera cuya mente se vuelve indisciplinada, y cuya vida “se desbarata” debido a los estudios proféticos, da evidencia de que en realidad no entiende la profecía bíblica. También debemos tener una mente optimista. “Esperad por completo” quiere decir fijen por completo su esperanza. ¡Tengan una perspectiva esperanzada! Un amigo mío me envió una nota un día que decía: “Cuando la perspectiva externa es lóbrega, ¡trata de mirar hacia arriba!” ¡Buen consejo, en verdad! Tiene que estar oscuro para que las estrellas aparezcan. El resultado de este modo de pensar espiritual es que el creyente disfruta de la gracia de Dios en su vida. De seguro experimentaremos gracia cuando veamos a Jesucristo, pero también podemos disfrutar de gracia hoy al esperar su regreso. Hemos sido salvos por gracia y dependemos momento tras momento de la gracia de Dios (1 Pedro 1:10). Esperar el regreso de Cristo fortalece nuestra fe y esperanza en los días difíciles, y esto nos imparte más de la gracia de Dios. Tito 2:10–13 es otro pasaje que muestra la relación entre la gracia y la venida de Cristo. La santidad de Dios (1 Pedro 1:14, 15) El argumento aquí es lógico y sencillo. Los hijos heredan la naturaleza de sus padres. Dios es santo; por consiguiente, como sus hijos, debemos vivir vidas santas. Somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) y debemos revelar esa naturaleza en una vida santa. Pedro les recordó a sus lectores lo que eran antes de confiar en Cristo. Habían sido hijos de desobediencia (Efesios 2:1–3), pero ahora deberían ser hijos obedientes. La verdadera salvación siempre resulta en obediencia (Romanos 1:5; 1 Pedro 1:2). También habían sido imitadores del mundo, “conformándose a sí mismos” según las normas y placeres del mundo. Romanos 12:2 traduce estas mismas palabras como conformarse a este mundo. Los incrédulos nos dicen que quieren ser “libres y diferentes”; ¡sin embargo, todos se imitan unos a otros! La causa de todo esto es la ignorancia que conduce a la indulgencia. Los inconversos carecen de inteligencia espiritual, y esto les hace entregarse a toda clase de indulgencias carnales y mundanales (ve Hechos 17:30; Efesios 4:17 en adelante). Puesto que nacimos con una naturaleza caída, era natural que viviéramos vidas de pecado. La naturaleza determina los apetitos y las acciones. Un perro y un gato se portan de forma diferente porque tienen naturalezas diferentes. Todavía estaríamos en esa triste situación de pecado si no hubiera sido por la gracia de Dios. ¡El nos llamó! Un día Jesús llamó a Pedro y a sus amigos y les dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:17). Ellos respondieron por fe a su llamado, y eso cambió por completo sus vidas. Tal vez esto explica por qué Pedro usó la palabra “llamados” tan a menudo en esta carta. Somos llamados a ser santos (1 Pedro 1:15). Somos llamados “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Somos llamados a sufrir y a seguir el ejemplo de Cristo en humildad (1 Pedro 2:21). En medio de la persecución somos llamados a “hereda[r] bendición” (1 Pedro 3:9). Lo mejor de todo, somos llamados “a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10). Dios nos llamó antes de que nosotros clamáramos aél en busca de salvación. Todo es completamente por gracia. Pero la elección de la gracia divina de los pecadores para que lleguen a ser santos siempre incluye responsabilidad, y no simplemente privilegio. El nos escogió en Cristo “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). Dios nos ha llamado a sí mismo, y él es santo; por consiguiente, nosotros debemos ser santos. Pedro citó de la Ley del Antiguo Testamento para respaldar esta amonestación (Levítico 11:44–45; 19:2; 20:7, 26). La santidad de Dios es una parte esencial de su naturaleza. “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Cualquier santidad que nosotros tengamos en carácter y conducta se debe derivar de él. Básicamente, ser “santificados” quiere decir ser apartados para el uso y placer exclusivos de Dios. Incluye separación de todo lo que es impuro y también completa devoción a Dios (2 Corintios 6:14–7:1). Debemos ser santos “en toda vuestra manera de vivir” de modo de que todo lo que hagamos refleje la santidad de Dios. Para el creyente dedicado, no hay cosa tal como “secular” y “sagrado”. Toda la vida es santa puesto que vivimos para glorificar a Dios. Incluso actividades ordinarias tales como comer y beber pueden ser hechas para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Si algo no puede ser hecho para la gloria de Dios, entonces podemos estar seguros de que no es la voluntad de Dios. La Palabra de Dios (1 Pedro 1:16). “¡Escrito está!” es una declaración que lleva gran autoridad para el creyente. Nuestro Señor Jesucristo usó la Palabra de Dios para derrotar a Satanás, y lo mismo podemos hacer nosotros (Mateo 4:1–11; ve Efesios 6:17). Pero la Palabra de Dios no es sólo una espada para la batalla; también es una luz para guiarnos en un mundo oscuro (Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19), comida que nos fortalece (Mateo 4:4; 1 Pedro 2:2) y agua que nos limpia (Efesios 5:25–27). La Palabra de Dios tiene un ministerio santificador en las vidas de los creyentes consagrados (Juan 17:17). Aquellos que se deleitan en la Palabra de Dios, meditan en ella, y procuran obedecerla, gozan de la dirección y bendición de Dios en sus vidas (Salmo 1:1–3). La Palabra de Dios revela la mente de Dios, así que debemos aprenderla; revela el corazón de Dios, así que debemos amarla, y revela la voluntad de Dios, así que debemos vivirla en la práctica. Todo nuestro ser: mente, voluntad y corazón, debe ser controlado por la Palabra de Dios. Pedro citó del libro de Levítico: “Sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44). ¿Quiere decir esto que la Ley del Antiguo Testamento es autoritativa para los creyentes del Nuevo Testamento? Ten presente que los primeros creyentes ni siquiera tenían el Nuevo Testamento. La única Palabra de Dios que poseían era el Antiguo Testamento, y Dios usó esa palabra para dirigirlos y nutrirlos. Los creyentes de hoy no están bajo las leyes ceremoniales dadas a Israel; sin embargo, incluso en estas leyes vemos revelados principios morales y espirituales. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en las epístolas, así que debemos obedecerlos. (El mandamiento del sábado fue dado específicamente a Israel, y no se aplica a nosotros hoy. Ve Romanos 14:1–9.) Al leer y estudiar el Antiguo Testamento aprendemos mucho en cuanto al carácter y la obra de Dios, y vemos verdades indicadas en tipos y símbolos. El primer paso para mantenerse limpio en un mundo impuro es preguntar: “¿Qué dice la Biblia?” En la Biblia hallamos preceptos, principios, promesas y personas que nos guían en las decisiones de hoy. Si en realidad queremos obedecer a Dios, él nos mostrará su verdad (Juan 7:17). Aunque los métodos de Dios para obrar pueden variar de edad en edad, su carácter sigue siendo el mismo, y sus principios espirituales nunca varían. No estudiamos la Biblia simplemente para conocer la Biblia. Estudiamos la Biblia para poder conocer mejor a Dios. Demasiados dedicados estudiantes de la Biblia se contentan con bosquejos y explicaciones, y en realidad no llegan a conocer a Dios. Es bueno conocer la Palabra de Dios, pero esto debe ayudarnos a conocer mejor al Dios de la Palabra. El juicio de Dios (1 Pedro 1:17) Como hijos de Dios debemos tomar en serio el pecado y la vida santa. Nuestro Padre celestial es santo (Juan 17:11) y justo (Juan 17:25). Él no hará acomodos con el pecado. Es misericordioso y perdonador, pero también es un disciplinario amante que no puede permitir que sus hijos disfruten del pecado. Después de todo, fue el pecado que envió a su Hijo a la cruz. Si llamamos “Padre” a Dios, entonces debemos reflejar su naturaleza. ¿Qué es este juicio del que Pedro escribe? Es el juicio de las obras del creyente. No tiene nada que ver con la salvación, excepto que la salvación debe producir buenas obras (Tito 1:16; 2:7, 12). Cuando confiamos en Cristo, Dios nos perdonó nuestros pecados y nos declaró justos en su Hijo (Romanos 5:1–10; 8:1– 4; Colosenses 2:13). Nuestros pecados ya han sido juzgados en la cruz (1 Pedro 2:24) y por consiguiente no se puede esgrimirlos contra nosotros (Hebreos 10:10– 18). Pero cuando el Señor vuelva, habrá un tiempo de juicio llamado “el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10–12; 2 Corintios 5:9–10). Cada uno de nosotros dará cuenta de sus obras, y cada uno recibirá la recompensa apropiada. Este es un “juicio de familia”, donde el Padre trata con sus hijos amados. La palabra griega que se traduce “juzgar” lleva el significado de juzgar para hallar algo bueno. Dios examinará los motivos de nuestro ministerio; examinará nuestros corazones. Pero él nos asegura que su propósito es glorificarse en nuestras vidas y ministerios “y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5). ¡Qué estímulo! Dios nos dará muchos dones y privilegios, conforme crecemos en la vida cristiana; pero nunca nos dará el privilegio de desobedecer y pecar. El nunca malcría a sus hijos, ni se hace de la vista gorda. No hace acepción de personas. El “no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 10:17). “Porque con Dios no hay favoritismos” (Romanos 2:11, NVI). Años de obediencia no pueden comprar una hora de desobediencia. Si uno de sus hijos desobedece, Dios debe castigarlo (Hebreos 12:1–13). Pero cuando su hijo o hija obedece y le sirve en amor, él toma nota y prepara la recompensa apropiada. NVI Nueva Versión Internacional Pedro les recuerda a sus lectores que eran solamente “peregrinos” en la tierra. La vida era demasiada corta como para desperdiciarla en la desobediencia y el pecado (ve 1 Pedro 4:1–6). Fue cuando Lot dejó de ser un peregrino, y se convirtió en residente de Sodoma, que perdió su consagración y su testimonio. Todo aquello por lo que vivió, ¡desapareció en humo! Recuerda siempre que eres un “extranjero y peregrino” en este mundo (1 Pedro 1:1; 2:11). En vista del hecho de que el Padre celestial con amor disciplina a sus hijos hoy, y que juzgará a sus obras en el futuro, debemos cultivar una actitud de temor santo. Este no es el temor aterrador del esclavo ante su patrón, sino una reverencia de amor de un hijo ante su padre. Esto no es temor del castigo (1 Juan 4:18), sino un temor de desilusionarlo y de pecar contra su amor. Es un temor santo (2 Corintios 7:1), una reverencia sobria hacia el Padre celestial. A veces pienso que hoy hay un aumento en el descuido, incluso ligereza, en la manera en que hablamos en cuanto a Dios o hablamos con Dios. Hace casi un siglo el obispo B. F. Westcott dijo: “Cada año me hace temblar el atrevimiento con que la gente habla de las cosas espirituales”. ¡El buen obispo debería oír lo que se dice hoy! Una actriz mundana llama a Dios: “El hombre arriba”. Un jugador de béisbol le llama “el gran Yanqui celestial”. El judío del Antiguo Testamento temía tanto a Dios que ni siquiera pronunciaba su santo nombre, y sin embargo hoy hablamos a Dios con liviandad e irreverencia.En nuestra oración pública a veces parecemos tener tanta familiaridad que otros se preguntan si estamos tratando de expresar nuestras peticiones o de impresionar a los oyentes con nuestra cercanía a Dios. El amor de Dios (1 Pedro 1:18–21) Este es el motivo máximo para la vida santa. En este párrafo Pedro les recordó a sus lectores su experiencia de salvación, un recordatorio que todos necesitamos en forma regular. Por esto se estableció la cena del Señor, para que con regularidad su pueblo pueda recordar que él murió por ellos. Nota los recordatorios que Pedro dio. Les recordó lo que ellos eran. Para empezar, eran esclavos que necesitaban ser puestos en libertad. La palabra “redimidos” es, para nosotros, un término teológico; pero tenía un significado especial para las personas del imperio romano delprimer siglo. ¡Había probablemente 50 millones de esclavos en el imperio! Muchos esclavos llegaron a ser creyentes y participaban en las asambleas locales. Un esclavo podía comprar su libertad, si lograba reunir suficientes fondos; o su amo podía venderlo a algún otro que pagaba el precio y lo ponía en libertad. La redención era algo muy precioso en esos días. Nunca debemos olvidar la esclavitud al pecado (Tito 3:3). Moisés instó a Israel a que recordaran que habían sido esclavos en Egipto (Deuteronomio 5:15; 16:12; 24:18, 22). La generación que murió en el desierto se olvidó de su esclavitud en Egipto ¡y siempre querían volver! No sólo que vivían una vida de esclavitud, sino también una vida vacía. Pedro la llamó “vana manera de vivir” (1 Pedro 1:18), y la describió más específicamente en 1 Pedro 4:1–4. En esa época esas personas pensaban que sus vidas eran “llenas” y “felices”, cuando en realidad eran vacías y miserables. Las personas no salvas hoy están ciegas viviendo de sustitutos. Mientras ministraba en Canadá conocí a una mujer que me contó que se había convertido temprano en la vida, pero que se había descarriado a la vida de sociedad que era emocionante y satisfacía su ego. Un día, mientras conducía a una fiesta de naipes sucedió que sintonizó un programa radial de la Biblia. En ese mismo momento el predicador decía: “Algunas de las mujeres que me escuchan ¡saben más de naipes que de la Biblia!” Esas palabras le penetraron. Dios le habló al corazón, así que volvió a su casa, y desde esa hora dedicó su vida a vivir completamente para Dios. Ella vio la inutilidad y vanidad de una vida fuera de la voluntad de Dios. Pedro no sólo les recordó lo que eran, sino también les recordó lo que Cristo hizo. El derramó su preciosa sangre para comprarnos y sacarnos de la esclavitud del pecado y hacernos libres para siempre. “Redimir” quiere decir poner en libertad al pagar un precio. El esclavo podía ser puesto en libertad al pagar dinero, pero ninguna cantidad de dinero jamás puede poner en libertad al pecador perdido. Sólo la sangre de Jesucristo puede redimirnos. Pedro fue testigo de los sufrimientos de Cristo (1 Pedro 5:1) y mencionó a menudo en esta carta la muerte sacrificatorio de Cristo (1 Pedro 2:21 en adelante; 3:18; 4:1, 13; 5:1). Al llamar a Cristo “Cordero” Pedro les recordó a sus lectores una enseñanza del Antiguo Testamento que era importante en la iglesia inicial, y que debe ser importante para nosotros hoy. Es la doctrina de la sustitución: una víctima inocente da su vida por el culpable. La doctrina del sacrificio empieza en Génesis 3, cuando Dios mató animales para vestir a Adán y Eva. Un carnero murió por Isaac (Génesis 22:13), y el cordero pascual fue inmolado por cada hogar judío (Éxodo 12). Isaías 53 presenta al Mesías como Cordero inocente. Isaac hizo la pregunta: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” (Génesis 22:7) y Juan el Bautista la contestó señalando a Jesús y diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En el cielo los redimidos y los ángeles cantan: “El Cordero que fue inmolado es digno” (Apocalipsis 5:11–14). Pedro indicó claramente que la muerte de Cristo fue planeada y no un accidente; fue ordenada por Dios antes de la fundación del mundo (Hechos 2:23). Desde la perspectiva humana nuestro Señor fue asesinado cruelmente; pero desde la perspectiva divina, él puso su vida por los pecadores (Juan 10:17–18). ¡Pero resucitó de los muertos! Ahora, cualquiera que confía en él será salvo por la eternidad. Cuando tú y yo meditamos en el sacrificio de Cristo por nosotros, ciertamente querremos obedecer a Dios y vivir vidas santas para su gloria. Cuando era apenas una jovencita, Frances Ridley Havergal vio un cuadro del Cristo crucificado con esta leyenda: “Yo hice esto por ti. ¿Qué has hecho tú por mí?” Rápidamente ella compuso un poema, pero no quedó contenta, así que lo arrojó al fuego. ¡El papel no se quemó! Más tarde, por sugerencia de su padre, ella publicó el poema, y hoy lo cantamos. Mi vida di por ti, Mi sangre derramé, Por ti inmolado fui, Por gracia te salvé. Por ti, por ti inmolado fui, ¿Y, tú, qué das por mí? ¡Buena pregunta, en verdad! Confío en que podamos darle una buena respuesta al Señor. 4 Unidad Cristiana 1 Pedro 1:22–2:10 Una de las verdades dolorosas de la vida es que los que forman el pueblo de Dios no siempre se llevan bien unos con otros. Uno pensaría que los que andan en esperanza y santidad podrían andar en armonía, pero eso no es siempre así. Desde el punto de vista divino de Dios, hay sólo un cuerpo (ve Efesios 4:4–6); pero lo que vemos con ojos humanos es una iglesia dividida y a veces en guerra. Hay hoy una necesidad desesperada de unidad espiritual. En esta sección de su carta Pedro recalca la unidad espiritual presentando cuatro cuadros vívidos de la iglesia. Somos hijos de la misma familia (1 Pedro 1:22–2:3) Al considerar las implicaciones de este hecho recibirás estímulo para fomentar y mantener la unidad entre el pueblo de Dios. Todos hemos experimentado el mismo nacimiento (vs. 23–25). La única manera de entrar en la familia espiritual de Dios es mediante un nacimiento espiritual, por fe en Jesucristo (Juan 3:1–16). Así como hay dos padres en el nacimiento físico, así hay dos padres en el nacimiento espiritual: el Espíritu de Dios (Juan 3:5–6) y la Palabra de Dios (1 Pedro 1:23). El nuevo nacimiento nos da una nueva naturaleza (2 Pedro 1:4) así como también una esperanza nueva y viva (1 Pedro 1:3). Nuestro primer nacimiento fue un nacimiento de la “carne”, y la carne es corruptible. Todo lo que nace de la carne está destinado a morir y descomponerse. Esto explica por qué la humanidad no puede sostener la civilización: todo se basa en carne humana y está destinada a desbaratarse. Como las flores hermosas de primavera, las obras del hombre parecen exitosas por un tiempo, pero entonces empiezan a decaer y morir. Todo, desde la torre de Babel en Génesis 11, hasta Babilonia la grande en Apocalipsis 17 y 18, los grandes esfuerzos del hombre por la unidad están destinados a fracasar. Si tratamos de fomentar la unidad en la iglesia a base de nuestro primer nacimiento, fracasaremos; pero si edificamos la unidad a base del nuevo nacimiento, triunfará. Todo creyente tiene al mismo Espíritu Santo viviendo dentro de sí (Romanos 8:9). Invocamos al mismo Padre (1 Pedro 1:17) y participamos de su naturaleza divina. Confiamos en la misma Palabra, y esa Palabra jamás decaerá ni desaparecerá. Hemos confiado en el mismo evangelio y hemos nacido del mismo Espíritu. Las cosas externas de la carne que podrían dividirnos no significan nada cuando se las compara con las cosas eternas del Espíritu que nos unen. Expresamos el mismo amor (v. 22). Pedro usó dos palabras diferentes para amor: filadelfia, que quiere decir amor fraternal, y ágape, que es amor que sacrifica, como el de Dios. Es importante que demos ambas clases de amor. Damos amor fraternal porque somos hermanos y hermanas en Cristo y tenemos semejanzas. Damos del amor ágape, porque pertenecemos a Dios y por consiguientepodemos pasar por alto las diferencias. Por naturaleza todos somos egoístas; así que se requirió un milagro de Dios para darnos este amor. Debido a la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, Dios purificó nuestras almas y derramó en nuestros corazones su amor (Romanos 5:5). El amor por los hermanos es una evidencia de que verdaderamente hemos nacido de Dios (1 Juan 4:7–21). Ahora somos “hijos obedientes” (1 Pedro 1:14) que ya no viven en los deseos egoístas de la vida vieja. Es trágico cuando algunos tratan de fabricar amor, porque el producto es obviamente barato y artificial. “Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, Pero guerra hay en su corazón; Suaviza sus palabras más que el aceite, Mas ellas son espadas desnudas” (Salmo 55:21). El amor que nos damos unos a otros, y al mundo perdido, debe ser generado por el Espíritu de Dios. Es un poder constante en nuestras vidas, y no algo que encendemos o apagamos como un receptor de radio. No sólo que este amor es un amor espiritual, sino que es un amor sincero (“no fingido”). Amamos de corazón puro. Nuestro motivo no es conseguir, sino dar. Hay un tipo de psicología del éxito popular que permite a la persona manipular sutilmente a otros a fin de lograr lo que quiere. Si nuestro amor es sincero y de corazón puro, nunca usaremos a las personas para nuestro propio provecho. Este amor también es un amor entrañable y en griego este es un término atlético que quiere decir esforzarse con toda la energía que uno tiene. El amor es algo que tenemos que cultivar, tal como el competidor olímpico tiene que desarrollar su destreza particular. El amor cristiano no es un sentimiento; es cuestión de la voluntad. Mostramos amor a otros cuando los tratamos de la misma manera como Dios nos trata. Dios nos perdona, así que nosotros perdonamos a otros. Dios es bondadoso con nosotros, así que somos bondadosos con otros. No es cuestión de sentir sino de decidir con la voluntad, y es algo que debemos cultivar constantemente si hemos de triunfar. Tenemos dos maravillosos ayudantes: la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios. La misma verdad en que confiamos y que obedecemos para llegar a ser hijos de Dios también nos alimenta y nos da poder. Es imposible amar la verdad y aborrecer a los hermanos. El Espíritu de Dios produce el “fruto del espíritu” en nuestra vida y lo primero en esto es el amor (Gálatas 5:22–23). Si estamos llenos de la Palabra de Dios (Colosenses 3:16 en adelante) y del Espíritu de Dios (Efesios 5:18 en adelante), expresaremos el amor de Dios en nuestras experiencias diarias. Disfrutamos de la misma nutrición (vs. 1–3). La Palabra de Dios tiene vida, da vida, y nutre la vida. Debemos tener apetito por la Palabra de Dios ¡tal como hambrientos nenes recién nacidos! Debemos querer la palabra pura, sin adulteración, porque sólo esto puede ayudarnos a crecer. Cuando yo era niño no me gustaba tomar leche (¡y mi padre trabajaba para la empresa lechera Borden!), así que mi madre solía añadir varios almíbares y polvos para que mi leche fuera más sabrosa. Nada de esto en realidad sirvió. Es triste cuando los creyentes no tienen apetito por la Palabra de Dios, sino que prefieren que se les alimente con entretenimiento religioso. Conforme crecemos descubrimos que la Palabra es leche para los nenes, pero también carne sólida para los maduros (1 Corintios 3:1–4; Hebreos 5:11–14). También es pan (Mateo 4:4) y miel (Salmo 119:103). A veces los niños no tienen apetito porque han estado comiendo las cosas equivocadas. Pedro les advierte a sus lectores que “desechen” ciertas actitudes erradas del corazón que estorbarían su apetito y crecimiento espiritual. “Malicia” quiere decir perversidad en general. “Engaño” es astucia, usar palabras y acciones engañosas para lograr lo que queremos. Por supuesto, si somos culpables de malicia o engaño, trataremos de esconderlo; y esto produce “hipocresía”. A menudo la causa de la mala voluntad es la envidia, y un resultado de la envidia es detracciones, conversaciones que destrozan a otros. Si estas actitudes y acciones se hallan en nuestras vidas, perderemos nuestro apetito por la Palabra pura de Dios. Si dejamos de alimentarnos de la Palabra, dejaremos de crecer, y dejaremos de disfrutar (“gustar”) la gracia que hallamos en el Señor. Cuando los creyentes están creciendo en la Palabra son pacificadores, y no buscapleitos, y promueven la unidad de la iglesia. Somos piedras en el mismo edificio (1 Pedro 2:4–8) Hay sólo un Salvador, Jesucristo, y sólo un edificio espiritual, la iglesia. Jesucristo es la piedra angular de la iglesia (Efesios 2:20), fortaleciendo y uniendo el edificio. Sea que concordemos el uno con el otro o no, todos los verdaderos creyentes se pertenecen unos a otros como piedras en el edificio de Dios. Pedro dio una descripción completa de Jesucristo, la piedra. Es una piedra viva porque resucitó de los muertos en victoria. Esta piedra fue escogida por el Padre, y es preciosa. Pedro citó Isaías 28:16 y Salmo 118:22 en su descripción, y destacó que Jesucristo, aunque escogido por Dios, fue rechazado por los hombres. Él no fue la clase de Mesías que ellos esperaban, así que tropezaron en él. Jesús se refirió a este mismo pasaje bíblico cuando debatió con los dirigentes judíos (Mateo 21:42 en adelante; ve Salmo 118:22). Aunque los hombres lo rechazaron, ¡Dios exaltó a Jesucristo! La causa real por la que los judíos tropezaron fue que rehusaron someterse a la Palabra (1 Pedro 2:8). Si hubieran creído y obedecido la Palabra, habrían recibido a su Mesías y habrían sido salvos. Por supuesto, la gente de hoy todavía tropieza en Jesucristo y su cruz (1 Corintios 1:18 en adelante). El que cree en Jesucristo “no será avergonzado”. En su primera mención de la iglesia Jesús la comparó con un edificio: “edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Los creyentes son piedras vivas en ese edificio. Cada vez que alguien confía en Cristo, se extrae otra piedra de la cantera del pecado y se la coloca con el cemento de la gracia en el edificio. Puede parecernos que la iglesia en la tierra es un montón de escombros y ruinas, pero Dios ve la estructura total conforme va creciendo (Efesios 2:19–22). Qué privilegio tenemos de ser parte de su iglesia, “morada de Dios en el espíritu”. Pedro les escribió esta carta a creyentes que vivían en cinco provincias diferentes, y sin embargo dijo que todos pertenecían a una “casa espiritual”. Hay una unidad del pueblo de Dios que trasciende todas las asambleas y los compañerismos locales e individuales. Nos pertenecemos unos a otros porque pertenecemos a Cristo. Esto no quiere decir que los distintivos doctrinales y denominacionales sean errados, porque cada iglesia local debe ser persuadida completamente por el Espíritu. Pero sí quiere decir que no debemos permitir que nuestras diferencias destruyan la unidad espiritual que tenemos en Cristo. Debemos ser maduros lo suficiente como para discrepar sin llegar en ningún sentido a ser desagradables. Un contratista en Michigan estaba construyendo una casa, y la construcción del primer piso marchó sin tropiezos. Pero cuando empezaron el segundo piso todo lo que tuvieron fue problemas. Ninguno de los materiales encajaba apropiadamente. Descubrieron la razón: ¡estaban trabajando con dos diferentes juegos de planos! Una vez que desecharon el plano viejo, todo marchó sin tropiezos y construyeron una casa encantadora. Demasiado a menudo los creyentes estorban la edificación de la iglesia porque están siguiendo los planos errados. Cuando Salomón construyó su templo, sus obreros siguieron el plan tan cuidadosamente que todo encajaba exactamente en el sitio de la construcción (1 Reyes 6:7). Si todos siguiéramos los planos que Dios nos ha dado en su Palabra, podríamos trabajar juntos sin discordia y edificar su iglesia para su gloria. Somos sacerdotes en el mismo templo (1 Pedro 2:5, 9) Somos “sacerdocio santo” y “real sacerdocio”. Estocorresponde al sacerdocio celestial de nuestro Señor, porque él es tanto Rey como Sacerdote (ve Hebreos 7). En el Antiguo Testamento ningún rey de Israel sirvió como sacerdote, y el único rey que trató de hacerlo fue castigado por Dios (2 Crónicas 26:16–21). El trono celestial de nuestro Señor es un trono de gracia desde el cual podemos obtener por fe todo lo que necesitamos para vivir por él y servirle (Hebreos 4:14–16). En el período del Antiguo Testamento el pueblo de Dios tenía un sacerdocio; pero hoy el pueblo de Dios es un sacerdocio. Cada creyente individual tiene el privilegio de llegar a la presencia de Dios (Hebreos 10:19–25). No nos acercamos a Dios por medio de alguna persona en la tierra, sino sólo por el único mediador, Jesucristo (1 Timoteo 2:1–8). Debido a que él está vivo en gloria, intercediendo por nosotros, podemos ministrar como sacerdotes santos. Esto quiere decir que debemos vivir nuestra vida como si fuéramos sacerdotes en un templo. Es en verdad un privilegio servir como sacerdote. Ningún hombre en Israel podía servir ante el altar, o entrar en el tabernáculo o en los lugares santos del templo, excepto los nacidos en la tribu de Leví y consagrados a Dios para el servicio. Todo sacerdote y levita tenía diferentes ministerios que desempeñar, y sin embargo todos estaban unidos bajo el sumo sacerdote, sirviendo para glorificar a Dios. Como sacerdotes de Dios hoy, debemos trabajar juntos bajo la dirección de nuestro gran Sumo Sacerdote. Cada ministerio que desempeñamos para su gloria es un servicio para Dios. Pedro mencionó especialmente el privilegio de ofrecer “sacrificios espirituales”. Los creyentes de hoy no llevan animales para el sacrificio como los que adoraban en el tiempo del Antiguo Testamento; pero sí tenemos nuestros propios sacrificios que presentar a Dios. Debemos darle nuestros cuerpos como sacrificios vivos (Romanos 12:1–2), así como también la alabanza de nuestros labios (Hebreos 13:15) y las buenas obras que hacemos por otros (Hebreos 13:16). El dinero y otras cosas materiales que compartimos con otros en el servicio de Dios también es un sacrificio espiritual (Filipenses 4:10–20). Incluso las personas que ganamos para Cristo son sacrificios para su gloria (Romanos 15:16). Ofrecemos estos sacrificios mediante Jesucristo, porque sólo entonces son aceptados por Dios. Si hacemos algo de esto para nuestro propio placer o gloria, entonces no será aceptable como sacrificio espiritual. Dios quería que su pueblo, Israel, llegara a ser “un reino de sacerdotes” (Éxodo 19:6), una influencia espiritual para la santidad; pero Israel le falló. En lugar de ser una influencia positiva para las naciones impías que los rodeaban, Israel imitó a esas naciones y adoptó sus prácticas. Dios tuvo que disciplinar a su pueblo muchas veces por su idolatría, pero ellos persistían en pecar. Hoy, Israel no tiene ni templo ni sacerdocio. Es importante que nosotros, como sacerdotes de Dios, mantengamos nuestra posición separada en este mundo. No debemos estar aislados, porque el mundo necesita nuestra influencia y testimonio; pero no debemos permitir que el mundo nos contamine o cambie. Separación no es aislamiento; es contacto sin contaminación. El hecho de que cada creyente como individuo pueda acercarse a Dios personalmente y ofrecer sacrificios espirituales no debe fomentar el egoísmo o individualismo de parte nuestra. Somos sacerdotes juntos, sirviendo al mismo Sumo Sacerdote, y ministrando en el mismo templo espiritual. El hecho de que hay sólo un Sumo Sacerdote y mediador celestial indica unidad entre el pueblo de Dios. En tanto que debemos mantener nuestro andar personal con Dios, no debemos hacerlo a costa de otros creyentes, ignorándolos o descuidándolos. Varios científicos sociales han escrito libros que tratan con lo que ellos llaman el “complejo del yo” en la sociedad moderna. El énfasis hoy está en cuidarse uno mismo y olvidarse de los demás. Esta misma actitud se ha infiltrado en la iglesia, por lo que veo. Demasiada música moderna en la iglesia se centra en el individuo e ignora la comunión de la iglesia. Muchos libros y sermones enfocan la experiencia personal y descuidan el ministerio al cuerpo entero. Me doy cuenta de que el individuo se debe cuidar a sí mismo para poder ayudar a otros, pero debe haber un equilibrio. Somos ciudadanos de la misma nación (1 Pedro 2:9, 10) La descripción de la iglesia en estos versículos es paralela a la descripción que Dios da de Israel en Éxodo 19:5–6 y Deuteronomio 7:6. En contraste con la nación desobediente y rebelde de Israel, el pueblo de Dios hoy es su nación escogida y santa. Esto no sugiere que Dios haya terminado con Israel, porque opino que él cumplirá sus promesas y sus pactos y establecerá el reino prometido. Pero sí significa que la iglesia es hoy para Dios y el mundo lo que Dios quiso que Israel fuera. Somos linaje escogido, lo que de inmediato habla de la gracia de Dios. Dios no escogió a la nación de Israel porque fuera un gran pueblo, sino porque la amó (Deuteronomio 7:7–8). Dios nos ha escogido puramente debido a su amor y gracia. “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16). Somos una nación santa. Hemos sido apartados para pertenecer exclusivamente a Dios. Nuestra ciudadanía está en el cielo (Filipenses 3:20), así que obedecemos las leyes del cielo y procuramos agradar al Señor del cielo. Israel se olvidó que eran una nación santa y empezaron a derribar las paredes de separación que la hacían especial y distinta. Dios les ordenó que debían “discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (Levítico 10:10); pero ellos ignoraron las diferencias y desobedecieron a Dios. Somos pueblo de Dios. En nuestra condición antes de la salvación no éramos pueblo de Dios, porque pertenecíamos a Satanás y al mundo (Efesios 2:1–3, 11– 19). Ahora que hemos confiado en Cristo somos parte del pueblo de Dios. Somos un pueblo adquirido por Dios, porque nos compró con la sangre de su Hijo (Hechos 20:28). Todos estos privilegios llevan consigo una gran responsabilidad: revelar las alabanzas de Dios ante un mundo perdido. El verbo que se traduce “anunciar” quiere decir proclamar, hacer publicidad. Debido a que el mundo está “en tinieblas”, la gente no conoce las virtudes de Dios; pero deben verlas en nuestras vidas. Cada ciudadano del cielo es un anuncio vivo de las virtudes de Dios y de las bendiciones de la vida cristiana. Nuestras vidas deben irradiar la “luz admirable” a la que Dios en su gracia nos ha llamado. Después de todo, ¡hemos obtenido misericordia de Dios! Si no fuera por su misericordia, ¡estaríamos perdidos y en camino al castigo eterno! Dios le recordó a Israel muchas veces que los había librado de la esclavitud de Egipto para que pudieran glorificarle y servirle, pero la nación pronto se olvidó y el pueblo se descarrió a sus propios caminos de pecado. Nosotros somos pueblo escogido de Dios sólo debido a su misericordia, y nos corresponde ser fieles. Vivimos en territorio enemigo, y el enemigo está constantemente observándonos, buscando oportunidades para meterse y apoderarse de todo. Como ciudadanos del cielo debemos estar unidos. Debemos presentar al mundo una demostración unida de lo que puede hacer la gracia y la misericordia de Dios. Al escribir estas palabras, los periódicos informan disensiones entre los hombres que sirven con el presidente de los Estados Unidos de América. Estos hombres no están presentando un frente unido, y la nación está muy intranquila. Me pregunto lo que los inconversos piensan cuando ven a los ciudadanos del cielo y siervos de Dios peleando entre sí. Cada uno de estos cuatro cuadros recalca la importancia de la unidad y armonía. Pertenecemos a la sola familia de Dios y participamos de la misma naturaleza divina. Somos piedras vivas en un solo edificio y sacerdotes sirviendo en un solo templo. Somos ciudadanos de
Compartir