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Warren Wiersbe - 20 1ra Pedro Esperanzados en Cristo

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Esperanzados en Cristo 
Estudio expositivo de la Primera Epístola de Pedro 
Warren W. Wiersbe 
Editorial Bautista Independiente 
Esperanzados en Cristo fue publicado originalmente en inglés bajo el título Be Hopeful. 
© 1982 
SP Publications, Inc. 
Wheaton, Illinois 
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la Versión 
Reina–Valera Revisada, Revisión de 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas en 
América Latina. Usadas con permiso. Las citas bíblicas indicadas con las siglas NVI son 
tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, © 1999, Sociedad Bíblica 
Internacional. Usadas con permiso. 
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, por 
ningún medio, sin el permiso previo por escrito de la Editorial Bautista Independiente, 
excepto por breves citas en otros libros o artículos y revisiones críticas. 
© 2013 
WW-620 
ISBN 978-1-932607-92-5 
Editorial Bautista Independiente 
3417 Kenilworth Boulevard 
Sebring, Florida 33870 
www.ebi-bmm.org 
(863) 382-6350 
Dedicado a nuestras nueras 
Susan Wiersbe 
y 
Karen Wiersbe 
y a nuestros yernos 
David Jacobsen 
y David Johnson 
¡Es grato tenerlos en nuestra familia! 
Índice 
Prefacio 
Bosquejo 
Capítulo 
 1. Donde Cristo Esté, Hay Esperanza (1 Pedro 1:1; 5:12–14) 
 2. ¡Es Gloria de Principio a Fin! (1 Pedro 1:2–12) 
 3. Manteniéndose Limpio en un Mundo Contaminado (1 Pedro 1:13–21) 
 4. Unidad Cristiana (1 Pedro 1:22–2:10) 
 5. ¡Alguien te Está Vigilando! (1 Pedro 2:11–25) 
 6. ¿Casado o Atrapado? (1 Pedro 3:1–7) 
 7. ¡Preparándose para lo Mejor! (1 Pedro 3:8–17) 
 8. Aprendiendo de Noé (1 Pedro 3:18–22) 
 9. El Tiempo que te Resta (1 Pedro 4:1–11) 
 10. Datos Acerca de Hornos (1 Pedro 4:12–19) 
 11. Cómo Ser un Buen Pastor (1 Pedro 5:1–4) 
 12. ¡De la Gracia a la Gloria! (1 Pedro 5:5–11) 
http://www.ebi-bmm.org/
Prefacio 
Si sabes algo de sufrimiento y persecución, entonces 1 Pedro tiene un mensaje 
para ti: “¡Puedes mantenerte esperanzado en Cristo!”. 
Pedro escribió esta carta a creyentes que estaban atravesando varias pruebas. 
El apóstol sabía que un severo “fuego de prueba” estaba a punto de empezar, y 
quería preparar a los creyentes para el mismo. Después de todo, lo que la vida 
nos hace depende de lo que la vida encuentra en nosotros. 
En su mayor parte los creyentes en el mundo occidental han disfrutado de 
vidas cómodas. Nuestros hermanos y hermanas en otras partes del mundo han 
sufrido por su fe. Ahora hay muchas indicaciones de que el tiempo se acerca 
cuando nos costará mantenernos firmes en Cristo. El único creyente “cómodo” 
será el creyente “que hace acomodos”, y esa comodidad será costosa. 
Pero el mensaje de Dios para nosotros es: “¡Ten Esperanza! ¡El sufrimiento 
conduce a la gloria! ¡Yo puedo darte la gracia que necesitas para honrarme 
cuando las cosas se ponen difíciles!”. 
El futuro es tan brillante como las promesas de Dios, así que mantente 
¡Esperanzado en Cristo! 
Warren W. Wiersbe 
Bosquejo sugerido de la Epístola de 1 Pedro 
Tema central: La gracia de Dios y la esperanza viva 
Versículos clave: 1 Pedro 1:3; 5:12 
 I. La gracia de Dios y la salvación: capítulos 1:1–2:10 
A. Vive en esperanza: 1:1–12 
B. Vive en santidad: 1:13–21 
C. Vive en armonía: 1:22–2:10 
 II. La gracia de Dios y la sumisión: capítulos 2:11–3:12 
A. Sométete a las autoridades: 2:11–17 
B. Sométete a los maestros: 2:18–25 
C. Sométete en el hogar: 3:1–7 
D. Sométete en la iglesia: 3:8–12 
 III. La gracia de Dios y el sufrimiento: capítulos 3:13–5:11 
A. Haz a Jesucristo Señor: 3:13–22 
B. Ten la actitud de Cristo: 4:1–11 
C. Glorifica el nombre de Cristo: 4:12–19 
D. Espera el regreso de Cristo: 5:1–6 
E. Depende de la gracia de Cristo: 5:7–11 
1 
Donde Cristo Esté, Hay Esperanza 
1 Pedro 1:1; 5:12–14 
“¡Mientras haya vida hay esperanza!” 
Este antiguo refrán romano todavía se cita hoy y, como la mayoría de los 
adagios, tiene un elemento de verdad, pero ninguna garantía de certeza. No es el 
hecho de la vida lo que determina la esperanza, sino la fe de la vida. El creyente 
tiene una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3) porque su fe y esperanza están en Dios 
(1 Pedro 1:21). Esta “esperanza viva” es el tema principal de la primera carta de 
Pedro. El les dice a todos los creyentes: “¡Tengan esperanza!”. 
El escritor (1 Pedro 1:1) 
El escritor se identifica a sí mismo como “Pedro, apóstol de Jesucristo” (1 
Pedro 1:1). Algunos estudiosos de ideología liberal han cuestionado si un 
pescador común pudiera haber escrito esta carta, especialmente puesto que a 
Pedro y a Juan se les llamó “hombres sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13). Sin 
embargo, esta frase sólo quiere decir laicos sin una avanzada educación formal; 
es decir, no eran dirigentes profesionales de religión. Nunca debemos subestimar 
la preparación que Pedro tuvo por tres años con el Señor Jesús, ni debemos 
minimizar la obra del Espíritu Santo en su vida. Pedro es una ilustración perfecta 
de la verdad que se expresa en 1 Corintios 1:26–31. 
Su nombre de pila era Simón, pero Jesús se lo cambió a Pedro, que quiere 
decir una piedra (Juan 1:35–42). El arameo equivalente de “Pedro” es “Cefas,” así 
que Pedro era un hombre con tres nombres. Casi cincuenta veces en el Nuevo 
Testamento se le llama “Simón”, y a menudo se le llama “Simón Pedro”. Tal vez 
los dos nombres sugieren las dos naturalezas del creyente: una vieja naturaleza 
(Simón) proclive a fallar, y una nueva naturaleza (Pedro) que puede dar victoria. 
Como Simón, él era sólo otro pedazo de barro humano; ¡pero Jesucristo hizo de él 
una roca! 
Pedro y Pablo fueron los dos apóstoles principales de la iglesia inicial. A Pablo 
se le asignó especialmente ministrar a los gentiles, y a Pedro, a los judíos (Gálatas 
2:1–10). El Señor le había ordenado a Pedro que fortaleciera a sus hermanos 
(Lucas 22:32) y que apacentara el rebaño (Juan 21:15–17; ve también 1 Pedro 
5:1–4), y el escribir esta carta fue parte de ese ministerio. Pedro les dijo a sus 
lectores que ésta era una carta de estímulo y testimonio personal (1 Pedro 5:12). 
Algunos escritos se producen basándose en libros, a la manera en que los 
universitarios de primer año escriben monografías; pero esta carta brotó de una 
vida que fue vivida para la gloria de Dios. Varios sucesos de la vida de Pedro 
están entrelazados en la trama de esta epístola. 
Esta carta también va asociada con Silas (Silvano, 1 Pedro 5:12). Silas era uno 
de los “varones principales” de la iglesia inicial (Hechos 15:22) y profeta (Hechos 
15:32). Esto quiere decir que comunicaba los mensajes de Dios a las 
congregaciones según lo dirigía el Espíritu Santo (ve 1 Corintios 14). Los 
apóstoles y profetas trabajaron juntos para poner los cimientos de la iglesia 
(Efesios 2:20); y una vez que se puso ese cimiento, ellos salieron de la escena. En 
la iglesia de hoy no hay apóstoles y profetas en el sentido del Nuevo Testamento. 
Es interesante que Silas esté asociado con el ministerio de Pedro, porque 
originalmente él fue con Pablo como reemplazo de Bernabé (Hechos 15:36–41). 
Pedro también mencionó a Juan Marcos (1 Pedro 5:13) cuyo fracaso en el campo 
misionero contribuyó a producir la ruptura entre Pablo y Bernabé. Pedro había 
conducido a Marcos a la fe en Cristo (“Marcos, mi hijo”) y por cierto seguiría 
interesado en él. No hay duda de que una de las primeras asambleas se reunía en 
la casa de Juan Marcos en Jerusalén (Hechos 12:12). Al fin Pablo perdonó y 
aceptó a Marcos como ayudante valioso en la obra (2 Timoteo 4:11). 
Pedro indicó que escribió esta carta “en Babilonia” (1 Pedro 5:13) en donde 
había una asamblea de creyentes. No hay ninguna evidencia ni de la historia del 
cristianismo ni de la tradición en cuanto a que Pedro haya ministrado en la antigua 
Babilonia que, a ese tiempo, en efecto tenía una comunidad numerosa de judíos. 
Había otra ciudad llamada “Babilonia” en Egipto, pero no tenemos prueba de que 
Pedro jamás la haya visitado. “Babilonia” probablementees otro nombre para la 
ciudad de Roma, y tenemos en efecto razón para pensar que Pedro ministró en 
Roma y que probablemente murió allí como mártir. A Roma se la llama “Babilonia” 
en Apocalipsis 17:5 y 18:10. No era extraño que los creyentes perseguidos 
durante esos días escribieran y hablaran en “código”. 
Al decir esto, sin embargo, no debemos asignar a Pedro más de lo que es 
debido. El no fundó la iglesia de Roma ni sirvió como su primer obispo. Era norma 
de Pablo no ministrar donde habían ido otros apóstoles (Romanos 15:20); así que 
Pablo no habría ministrado en Roma si Pedro hubiera llegado allá primero. Pedro 
probablemente llegó a Roma después de que Pablo fue libertado de su primer 
encarcelamiento, alrededor del año 62 d. de C. Primera de Pedro fue escrita cerca 
del año 63. Pablo murió como mártir como por el año 64, y tal vez ese mismo año, 
o poco después, Pedro dio su vida por Cristo. 
Los destinatarios (1 Pedro 1:1) 
Pedro los llama “expatriados” (1 Pedro 1:1), lo que quiere decir extranjeros 
residentes, viajeros. También se les llama “extranjeros y peregrinos” en 1 Pedro 
2:11. Eran ciudadanos del cielo por su fe en Cristo (Filipenses 3:20), y por 
consiguiente no eran residentes permanentes en la tierra. Como Abraham, tenían 
sus ojos de la fe fijos en la ciudad futura de Dios (Hebreos 11:8–16). Estaban en el 
mundo, pero no eran del mundo (Juan 17:16). 
Debido a que los creyentes son “extranjeros” en el mundo, se les considera 
como extraños a ojos del mundo (1 Pedro 4:4). Los creyentes tienen normas y 
valores diferentes de los del mundo, y esto da oportunidad tanto para el testimonio 
como para la guerra espiritual. Descubriremos en esta epístola que algunos de los 
lectores estaban atravesando sufrimiento debido a su forma de vida diferente. 
Estos creyentes eran un pueblo “disperso”, tanto como un pueblo “extranjero.” 
La palabra que se traduce “dispersión” (diáspora) era un término técnico para los 
judíos que vivían fuera de Palestina. Se usa de esta manera en Juan 7:35 y 
Santiago 1:1. Sin embargo, el uso que hace Pedro de esta palabra no implica que 
estaba escribiendo sólo para los creyentes judíos, porque algunas de las 
afirmaciones de esta carta sugieren que algunos de sus lectores se convirtieron 
del paganismo gentil (1 Pedro 1:14, 18; 2:9–10; 4:1–4). Sin duda había una 
mezcla de judíos y gentiles en las iglesias que recibieron esta carta. Notaremos 
varias referencias y alusiones al Antiguo Testamento en estos capítulos. 
Estos creyentes estaban dispersos en cinco partes diferentes del imperio 
romano, todas ellas en el norte de Asia Menor (Turquía moderna). El Espíritu 
Santo no le permitió a Pablo ministrar en Bitinia (Hechos 16:7), así que él no 
empezó esta obra. En Pentecostés había judíos de Ponto y Capadocia (Hechos 
2:9), y tal vez ellos llevaron el evangelio a sus provincias vecinas. Posiblemente 
los creyentes judíos que habían estado bajo el ministerio de Pedro en otros 
lugares habían emigrado a las ciudades de estas provincias. La gente estaba “de 
camino” en esos días, y creyentes dedicados proclamaban la Palabra dondequiera 
que iban (Hechos 8:4). 
Lo importante que debemos saber en cuanto a estos “expatriados de la 
dispersión” es que estaban atravesando un tiempo de sufrimiento y persecución. 
Por lo menos quince veces en esta carta Pedro se refirió al sufrimiento; y usó ocho 
palabras diferentes para hacerlo. Algunos de esos creyentes sufrían porque 
estaban viviendo vidas santas y haciendo lo bueno y correcto (1 Pedro 2:19–23; 
3:14–18; 4:1–4, 15–19). Otros sufrían reproche por el nombre de Cristo (1 Pedro 
4:14) y los hostigaban los incrédulos (1 Pedro 3:9–10). Pedro escribió para 
animarlos a ser buenos testigos ante sus perseguidores, y recordarles que su 
sufrimiento los llevaría a la gloria (1 Pedro 1:6–7; 4:13–14; 5:10). 
Pero Pedro tenía otro propósito en mente. Sabía que el “fuego de prueba” 
estaba a punto de empezar: la persecución oficial de parte del imperio romano (1 
Pedro 4:12). Cuando la iglesia empezó en Jerusalén se la veía como una “secta” 
de la fe tradicional de los judíos. Los primeros cristianos eran judíos, y se reunían 
en los recintos del templo. El gobierno romano no realizó ninguna acción oficial 
contra los cristianos puesto que la religión judía era aceptada y aprobada. Pero 
cuando se hizo claro que el cristianismo no era una “secta” del judaísmo, Roma 
tuvo que dar pasos oficiales. 
Varios sucesos ocurieron que ayudaron a precipitar este “fuego de prueba”. 
Para empezar, Pablo había defendido a la fe cristiana ante la corte oficial en Roma 
(Filipenses 1:12–24). Había sido puesto en libertad pero después lo habían 
encarcelado de nuevo. Esta segunda defensa falló, y lo ejecutaron como mártir (2 
Timoteo 4:16–18). Segundo, el enloquecido emperador Nerón les echó a los 
cristianos la culpa del incendio de Roma (julio del 64 d. de C.), usándolos como 
chivos expiatorios. Pedro probablemente estaba en Roma en ese tiempo y lo 
ejecutó Nerón, quien también había matado a Pablo. La persecución que Nerón 
desató contra los cristianos fue local al principio, pero probablemente se esparció. 
En cualquier caso, Pedro quería preparar a las iglesias. 
No debemos pensar que todos los creyentes en todas partes del imperio 
atravesaron las mismas pruebas, al mismo grado y al mismo tiempo. Estas 
variaban de lugar en lugar, aunque el sufrimiento y la oposición eran bastante 
generales (1 Pedro 5:9). Nerón introdujo la persecución oficial de la iglesia, y otros 
emperadores siguieron su ejemplo en años posteriores. La carta de Pedro debe 
haber sido una tremenda ayuda para los creyentes que sufrieron durante los 
reinados de Trajano (98–117), Adriano (117–138) y Diocleciano (284–305). Los 
creyentes del mundo actual todavía pueden aprender el valor de la carta de Pedro 
cuando sus propios “fuegos de prueba” de la persecución empiezan. Aunque yo 
personalmente pienso que la iglesia no atravesará la Tribulación, sí pienso que 
estos últimos días traerán mucho sufrimiento y persecución al pueblo de Dios. 
Es posible que Silas fue portador de esta carta a los creyentes de las 
provincias, y también el secretario que escribió la epístola. 
El mensaje (1 Pedro 5:12) 
Primera de Pedro es una carta de estímulo (1 Pedro 5:12). Hemos notado que 
el tema del sufrimiento aparece por toda la carta, pero también aparece el tema de 
gloria (ve 1 Pedro 1:7–8, 11, 21; 2:12; 4:11–16; 5:1, 4, 10–11). Uno de los 
estímulos que Pedro les da a los creyentes que sufren es la seguridad de que su 
sufrimiento un día será transformado en gloria (1 Pedro 1:6–7; 4:13–14; 5:10). 
Esto es posible sólo debido a que el Salvador sufrió por nosotros y luego entró en 
su gloria (1 Pedro 1:11; 5:1). Los sufrimientos de Cristo se mencionan a menudo 
en esta carta (1 Pedro 1:11; 3:18; 4:1, 13; 5:1). 
Pedro es preeminentemente el apóstol de la esperanza, así como Pablo es el 
apóstol de la fe y Juan, el del amor. Como creyentes tenemos una “esperanza 
viva” porque confiamos en un Cristo vivo (1 Pedro 1:3). Esta esperanza nos 
permite mantener nuestras mentes bajo control y “esperar por completo” (1 Pedro 
1:13) el regreso de Jesucristo. No debemos avergonzarnos de nuestra esperanza 
sino estar listos para explicarla y defenderla (1 Pedro 3:15). Como Sara, las 
esposas cristianas pueden esperar en Dios (1 Pedro 3:5). Puesto que el 
sufrimiento trae gloria, y debido a que Jesús volverá, ¡en verdad podemos tener 
esperanza! 
Pero el sufrimiento no da automáticamente gloria a Dios y bendición al pueblo 
de Dios. Algunos creyentes han desmayado y caído en tiempos de prueba, y han 
traído vergüenza sobre el nombre de Cristo. Es sólo cuando dependemos de la 
gracia de Dios que podemos glorificar a Dios en tiempos de sufrimiento. Pedro 
también recalca la gracia de Dios en esta carta. “Os he escrito brevemente, 
amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual 
estáis” (1 Pedro 5:12). 
La palabra “gracia” se usa encada capítulo de 1 Pedro:1:2, 10, 13; 2:19 
(“merece aprobación”), y 20 (“aprobado”); 3:7; 4:10; 5:5, 10, 12. La gracia es el 
favor generoso de Dios a pecadores indignos y santos necesitados. Cuando 
dependemos de la gracia de Dios podemos resistir el sufrimiento y convertir las 
pruebas en triunfos. Es sólo la gracia lo que nos salva (Efesios 2:8–10). La gracia 
de Dios puede darnos fuerza en tiempos de prueba (2 Corintios 12:1–10). La 
gracia nos capacita para servir a Dios a pesar de las dificultades (1 Corintios 15:9–
10). Cualquier cosa que empieza con la gracia de Dios siempre conduce a la gloria 
(Salmos 84:11; 1 Pedro 5:10). 
Al estudiar 1 Pedro veremos cómo los tres temas del sufrimiento, la gracia y la 
gloria, se unen para formar un mensaje de estímulo para creyentes que atraviesan 
tiempos de prueba y persecución. Estos temas se resumen en 1 Pedro 5:10, un 
versículo que haríamos bien en aprender de memoria. 
El editor y escritor cínico H. L. Mencken una vez definió la esperanza como 
“una creencia patológica en la ocurrencia de lo imposible.” Pero esa definición no 
concuerda con el significado de la palabra en el Nuevo Testamento. La verdadera 
esperanza cristiana es más que “así lo espero”. Es confianza segura de la gloria y 
bendición futuras. 
Un creyente del Antiguo Testamento llamó a Dios “la Esperanza de Israel” 
(Jeremías 14:8). Un creyente del Nuevo Testamento afirma que Jesucristo es su 
esperanza (1 Timoteo 1:1; ve Colosenses 1:27). El pecador no salvado está “sin 
esperanza” (Efesios 2:12); y si muere sin Cristo, quedará sin esperanza para 
siempre. El poeta italiano Dante, en su obra La Divina Comedia, pone esta 
inscripción sobre la entrada al mundo de los muertos: “¡Abandonen toda 
esperanza ustedes que entran aquí!”. 
La esperanza confiada que tenemos en Cristo nos da el estímulo y la 
capacitación que necesitamos para la vida diaria. No nos pone en una mecedora 
en donde plácidamente esperamos el regreso de Cristo. Más bien, nos pone en la 
plaza y el mercado, en el campo de batalla, en donde continuamos avanzando 
cuando las cargas son pesadas y las batallas son duras. La esperanza no es un 
sedativo; es una inyección de adrenalina, una transfusión de sangre. Como un 
ancla, nuestra esperanza en Cristo nos estabiliza en las tormentas de la vida 
(Hebreos 6:18–19); pero a diferencia de un ancla, nuestra esperanza nos lleva 
hacia delante, y no nos detiene. 
No es difícil seguir el hilo de pensamiento de Pedro. Todo empieza con la 
salvación, nuestra relación personal con Dios por medio de Jesucristo. Si 
conocemos a Cristo como Salvador, ¡entonces tenemos esperanza! Si tenemos 
esperanza, entonces podemos andar en santidad y en armonía. No debe haber 
problema en someternos a los que nos rodean en la sociedad, el hogar y la familia 
de la iglesia. La salvación y la sumisión sirven de preparación para el sufrimiento; 
pero si ponemos nuestros ojos en Cristo, podemos vencer y Dios transformará el 
sufrimiento en gloria. 
2 
¡Es Gloria de Principio a Fin! 
1 Pedro 1:2–12 
Un cálido día de verano mi esposa y yo visitamos uno de los más famosos 
cementerios del mundo en Stoke Poges, pequeña población no lejos del Castillo 
de Windsor en Inglaterra. En ese sitio Tomás Gray escribió su famosa “Elegía 
Escrita en el Patio de una Iglesia Rural”, poema que la mayoría de los que nos 
educamos en las escuelas de los Estados Unidos de América tuvimos que leer en 
un momento u otro. 
Mientras estábamos en silencio en medio de antiguas tumbas, una estrofa del 
poema vino a mi mente: 
La jactancia de los heraldos, la pompa del poder, 
Y todo lo que la belleza o la riqueza jamás hayan dado, 
Espera por igual la hora inevitable, 
Las sendas de gloria llevan sólo a la tumba. 
La gloria del hombre sencillamente no dura, pero la gloria de Dios es eterna; ¡y 
él se ha dignado compartirnos esa gloria! En esta primera sección de su carta 
Pedro nos revela cuatro maravillosos descubrimientos que hizo en cuanto a la 
gloria de Dios. 
Los creyentes nacen para la gloria (1 Pedro 1:2–4) 
Debido a la muerte y resurrección de Jesucristo, a los creyentes Dios “…nos 
hizo renacer para una esperanza viva”, y esa esperanza incluye la gloria de Dios. 
Pero, ¿qué queremos decir con “la gloria de Dios”? 
La gloria de Dios quiere decir la suma total de todo lo que Dios es y hace. 
“Gloria” no es un atributo o característica separada de Dios, tal como su santidad, 
sabiduría o misericordia. Todo lo que Dios es y hace se caracteriza por gloria. Es 
glorioso en sabiduría y poder, así que todo lo que piensa y hace se caracteriza por 
gloria. El revela su gloria en la creación (Salmo 19), en sus tratos con el pueblo de 
Israel, y especialmente en su plan de salvación para los pecadores perdidos. 
Cuando nacimos la primera vez, no nacimos para la gloria. “Porque: Toda 
carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba” (1 Pedro 
1:24, que es cita de Isaías 40:6). Cualquier gloria endeble que el hombre tenga a 
la larga se desvanecerá y desaparecerá; pero la gloria del Señor es eterna. Las 
obras del hombre hechas para la gloria de Dios durarán y serán recompensadas 
(1 Juan 2:17). Pero los egoístas logros humanos de los pecadores un día se 
desvanecerán y no se verán más. ¡Una de las razones por que tenemos 
enciclopedias es para que aprendamos de gente famosa ya olvidada! 
Pedro da dos descripciones que nos ayudan a entender mejor esta maravillosa 
verdad en cuanto a la gloria. 
Se describe el nacimiento de un creyente (vs. 2–3). Todo ese milagro 
empezó en Dios: fuimos escogidos por el Padre (Efesios 1:3–4). Esto tuvo lugar 
en los profundos consejos de la eternidad, y nosotros no sabíamos nada al 
respecto hasta que nos fue revelado en la Palabra de Dios. Esta elección no se 
basó en algo que hayamos hecho, porque nosotros ni siquiera estábamos en 
escena. Tampoco se basaba en algo que Dios vio que nosotros seríamos o 
haríamos. La elección de Dios se basó totalmente en su gracia y amor. No 
podemos explicarla (Romanos 11:33–36), pero sí podemos regocijarnos en ella. 
“Anticipado conocimiento” no sugiere que Dios meramente sabía de antemano 
que creeríamos, y por consiguiente nos escogió. Esto levantaría la pregunta: 
“¿Quién o qué nos hizo decidir por Cristo?” y eso quitaría nuestra salvación 
totalmente fuera de las manos de Dios. En la Biblia, “conocer previamente” quiere 
decir poner el amor de uno en una persona o personas de una manera personal. 
Se usa de esta manera en Amós 3:2: “A vosotros solamente he conocido de todas 
las familias de la tierra”. Dios puso su amor de elección en la nación de Israel. 
Otros versículos que usan “conocer” en este sentido especial son Salmo 1:6; 
Mateo 7:23; Juan 10:14, 27; y 1 Corintios 8:3. 
Pero el plan de salvación incluye más que el amor de elección del Padre; 
también incluye la obra del Espíritu Santo al convencer al pecador y llevarle a la fe 
en Cristo. El mejor comentario de esto es 2 Tesalonicenses 2:13–14. También, el 
Hijo de Dios tuvo que morir en la cruz por nuestros pecados, o si no, no podría 
haber salvación. Hemos sido escogidos por el Padre, comprados por el Hijo y 
apartados por el Espíritu Santo. Se requiere a todos los tres para que haya una 
experiencia verdadera de salvación. 
En lo que a Dios Padre se refiere, fui salvado cuando él me escogió en Cristo 
antes de la fundación del mundo. En lo que tiene que ver con el Hijo, fui salvado 
cuando él murió por mí en la cruz. Pero en lo que tiene que ver con el Espíritu 
Santo, fui salvado una noche en mayo de 1945 cuando oí el evangelio y recibí a 
Cristo. Entonces todo se combinó, pero se necesitó de todas las tres Personas de 
la Deidad para llevarme a la salvación. Si separamos estos ministerios, o bien 
negamos la soberanía divina o la responsabilidad humana, eso conduce a la 
herejía. 
Pedro no niega la parte del hombre en el plan de Dios para salvar a los 
pecadores. En 1 Pedro 1:23 él recalca el hecho de que el evangelio fue predicadoa esas personas, y que ellas oyeron y creyeron (ve también 1 Pedro 1:12). El 
propio ejemplo de Pedro en Pentecostés es prueba de que nosotros no “lo 
dejamos todo con Dios” sin instar a los pecadores perdidos a venir a Cristo 
(Hechos 2:37–40). El mismo Dios que ordena el fin —nuestra salvación— también 
ordena los medios para ese fin —la predicación del evangelio de la gracia de Dios. 
Se describe la esperanza del creyente (vs. 3–4). Para empezar, es una 
esperanza viva porque se basa en la Palabra viva de Dios (1 Pedro 1:23), y se 
hizo posible por el Hijo viviente de Dios que resucitó de los muertos. Una 
“esperanza viva” es la que tiene vida en sí y por consiguiente puede darnos vida. 
Debido a que tiene vida, crece y llega a ser más grande y más hermosa con el 
paso del tiempo. El tiempo destruye la mayoría de las esperanzas; se desvanecen 
y después mueren. Pero el paso del tiempo sólo hace que la esperanza del 
creyente sea mucho más gloriosa. 
Pedro llamó a esta esperanza “una herencia” (1 Pedro 1:4). Como hijos del 
Rey participamos de su herencia en gloria (Romanos 8:17–18; Efesios 1:9–12). 
Estamos incluidos en el último legado y testamento de Cristo, y participamos con 
él en la gloria (Juan 17:22–24). 
Nota la descripción de esta herencia, porque es totalmente diferente de 
cualquier herencia terrenal. Para empezar, es incorruptible, lo que quiere decir que 
nada puede arruinarla. Debido a que es incontaminada, nada puede mancharla ni 
restarle valor de ninguna manera. Jamás se envejece porque es eterna; no se 
puede gastar, ni puede desilusionarnos de ninguna manera. 
En 1 Pedro 1:5 y 9 a esta herencia se la llama “salvación”. El creyente ya ha 
sido salvo por fe en Cristo (Efesios 2:8–9), pero la conclusión de esa salvación 
espera el regreso del Salvador. Entonces tendremos nuevos cuerpos y entraremos 
en un nuevo medio ambiente, la ciudad celestial. En 1 Pedro 1:7, el apóstol se 
refiere a esta esperanza diciendo: “cuando sea manifestado Jesucristo.” Pablo 
llamó a esto “la esperanza bienaventurada” (Tito 2:13). 
¡Qué emocionante es saber que hemos sido nacidos para la gloria! Cuando 
nacimos de nuevo, ¡cambiamos la gloria pasajera del hombre por la gloria eterna 
de Dios! 
Los creyentes son guardados para la gloria (1 Pedro 1:5) 
No sólo que la gloria está “reservada” para nosotros, ¡sino que nosotros 
estamos siendo guardados para la gloria! En mis viajes a veces he llegado a algún 
hotel, sólo para descubrir que han confundido o cancelado las reservaciones. Esto 
no nos sucederá cuando lleguemos al cielo, porque nuestro hogar y nuestra 
herencia futuros están garantizados y reservados. 
“¿Pero supongamos que nosotros no lo logramos?” tal vez pregunte algún 
santo tímido. Pero llegaremos, porque todos los creyentes están siendo 
“guardados por el poder de Dios”. La palabra que se traduce “guardados” es un 
término militar que quiere decir protegido, escudado. El tiempo del verbo revela 
que estamos siendo constantemente guardados por Dios, lo que nos asegura que 
llegaremos con toda certeza al cielo. La misma palabra se usó para describir a los 
soldados que guardaban a Damasco cuando Pablo se escapó (2 Corintios 11:32). 
Ve también Judas 24–25 y Romanos 8:28–39. 
Los creyentes no son guardados por su propio poder, sino por el poder de 
Dios. Nuestra fe en Cristo nos ha unido a él de tal manera que su poder ahora nos 
guarda y nos guía. No somos guardados por nuestra propia fuerza, sino por la 
fidelidad de él. ¿Por cuánto tiempo nos guardará? Hasta que Cristo vuelva, y 
entonces participaremos de la plena revelación de su gran salvación. Esta gran 
verdad se repite en 1 Pedro 1:9. 
Es emocionante saber que somos “guardados para la gloria”. De acuerdo a 
Romanos 8:30 ya hemos sido glorificados. Todo lo que falta es la revelación 
pública de esta gloria (Romanos 8:18–23). Si algún creyente se perdiera, eso le 
privaría a Dios de su gloria. Dios está tan seguro de que estaremos en el cielo que 
ya nos ha dado su gloria como seguridad (Juan 17:24; Efesios 1:13–14). 
La seguridad del cielo es una gran ayuda para nosotros hoy. Como el Dr. 
James M. Gray lo expresó en uno de sus cantos: “¿A quién le importa la jornada 
cuando el camino conduce a casa?” Si el sufrimiento de hoy quiere decir que 
habrá gloria mañana, entonces el sufrimiento llega a ser una bendición para 
nosotros. Los incrédulos tienen su “gloria” ahora, pero a eso le seguirá el 
sufrimiento eterno lejos de la gloria de Dios (2 Tesalonicenses 1:3–10). A la luz de 
esto, medita en 2 Corintios 4:7–18; ¡y entonces, regocíjate! 
Dios está siendo preparando los creyentes para la gloria (1 Pedro 1:6, 7) 
Debemos tener presente que todo lo que Dios planea y ejecuta aquí es 
preparación para lo que tiene guardado para nosotros en el cielo. Él está 
preparándonos para la vida y los servicios venideros. Nadie sabe todavía todo lo 
que está guardado para nosotros en el cielo; pero esto sí sabemos: la vida de hoy 
es una escuela en la que Dios nos prepara para nuestro ministerio futuro en la 
eternidad. Esto explica la presencia de pruebas en nuestras vidas: éstas son 
algunas de las herramientas y los libros de texto de Dios en la escuela de la 
experiencia cristiana. 
Pedro usó la palabra “pruebas” en lugar de “tribulaciones” o “persecuciones”, 
porque estaba tratando de los problemas generales que los creyentes enfrentan al 
estar rodeados por inconversos. El habla de varias realidades en cuanto a las 
pruebas. 
Las pruebas suplen necesidades. La frase “si es necesario” indica que hay 
ocasiones especiales cuando Dios sabe que necesitamos atravesar pruebas. A 
veces las pruebas nos disciplinan cuando no hemos obedecido la voluntad de Dios 
(Salmos 119:67). En otras ocasiones las pruebas nos preparan para el crecimiento 
espiritual, o incluso ayudan a evitar que pequemos (2 Corintios 12:1–9). No 
siempre sabemos la necesidad que se esté supliendo, pero podemos confiar en 
que Dios lo sabe, y hace lo que sea mejor. 
Las pruebas son variadas. Pedro usó la palabra “diversas” que literalmente 
quiere decir variadas, a multicolores. Usó la misma palabra para describir la gracia 
de Dios en 1 Pedro 4:10. Sin que importe de qué color pudiera ser nuestro día, 
bien sea un lunes descolorido o un martes gris, Dios tiene suficiente gracia para 
suplir la necesidad. No debemos pensar que debido a que hemos vencido cierto 
tipo de pruebas, automáticamente “las ganaremos todas”. Las pruebas son 
variadas, y Dios determina las pruebas de acuerdo a nuestras fuerzas y 
necesidades. 
Las pruebas no son fáciles. Pedro no sugiere que tomemos una actitud 
descuidada hacia las pruebas, porque esto sería engañoso. Las pruebas producen 
lo que nosotros llamamos “angustia”. La palabra quiere decir experimentar dolor o 
aflicción. Se usa para describir a nuestro Señor en el Getsemaní (Mateo 26:37) y 
la tristeza de los santos cuando muere un ser querido (1 Tesalonicenses 4:13). 
Negar que nuestras pruebas sean dolorosas es empeorarlas. Los creyentes deben 
aceptar el hecho de que hay experiencias difíciles en la vida y no simplemente 
poner una fachada valiente para aparecer “más espirituales”. 
Las pruebas son controladas por Dios. No durarán para siempre; duran “por 
un poco de tiempo”. Cuando Dios permite que sus hijos atraviesen el horno, él 
mantiene su ojo en el reloj y su mano en el termostato. Si nos rebelamos, tal vez él 
vuelva a ajustar el reloj; pero si nos sometemos, no permitirá que suframos ni un 
minuto demás. Lo importante es que aprendamos la lección que él quiere 
enseñarnos y que solo él reciba la gloria. 
Pedro ilustró esta verdad refiriéndose a un orfebre. Ningún orfebre 
desperdiciaría deliberadamente el precioso metal. Lo pondría en el horno de 
fundición lo suficiente sólo para quitarle las impurezas; entonces lo sacaría y haría 
de él un hermoso artículo de valor. Se ha dicho que los orfebres orientales 
dejaban el metal en el horno hasta que vieran su cara reflejada allí. Así nuestro 
Señor nos mantieneen el horno de sufrimiento hasta que reflejemos la gloria y 
belleza de Jesucristo. 
El punto importante es que esta gloria no se revelará completamente sino 
hasta que Cristo regrese por su iglesia. Nuestras actuales experiencias de prueba 
nos están preparando para la gloria de mañana. Cuando veamos a Jesucristo, le 
daremos alabanza, honra y gloria si hemos sido fieles en los sufrimientos de esta 
vida (ve Romanos 8:17–18). Esto explica por qué Pedro asoció el regocijo con el 
sufrimiento. Aunque tal vez no podamos regocijarnos al mirar alrededor a nuestras 
pruebas, podemos regocijarnos al mirar hacia adelante. La expresión “en lo cual” 
en 1 Pedro 1:6 hace referencia a la “salvación” (el regreso de Cristo) que se 
menciona en 1 Pedro 1:5. 
Tal como el avalador prueba el oro para ver si es oro puro o impuro, así las 
pruebas de la vida prueban nuestra fe para demostrar su sinceridad. ¡Una fe que 
no puede ser probada no es confiable! Demasiados creyentes profesantes tienen 
una “fe falsa”, y esto lo revelarán las pruebas de la vida. La semilla que cayó en 
terreno poco profundo produjo plantas sin raíces, y las plantas murieron cuando 
salió el sol (ve Mateo 13:1–9, 18–23). El sol en la parábola representa tribulación o 
persecución. La persona que abandona su fe cuando las cosas se ponen difíciles 
sólo está demostrando que en realidad no tiene ninguna fe. 
El patriarca Job atravesó muchas pruebas dolorosas, todas ellas con la 
aprobación de Dios; y sin embargo él entendió de alguna manera esta verdad en 
cuanto al fuego refinador. “Mas él conoce mi camino; Me probará, y saldré como 
oro” (Job 23:10). ¡Y así fue! 
Es alentador saber que hemos nacido para la gloria, que somos guardados 
para la gloria y que estamos siendo preparados para la gloria. Pero el cuarto 
descubrimiento que Pedro les revela a sus lectores tal vez es el más emocionante 
de todos. 
Los creyentes pueden disfrutar de la gloria ahora mismo (1 Pedro 1:8–12) 
La filosofía cristiana de la vida no es una promesa de beneficios en el futuro. 
Lleva consigo una dinámica presente que puede convertir el sufrimiento en gloria 
hoy. Pedro dio cuatro instrucciones para disfrutar de la gloria ahora, incluso en 
medio de las pruebas. 
Ama a Cristo (v. 8). Nuestro amor por Cristo no se basa en la vista física, 
porque no le hemos visto. Se basa en nuestra relación espiritual con él y lo que la 
Palabra de Dios nos ha enseñado en cuanto a él. El Espíritu Santo ha derramado 
en nuestros corazones el amor de Dios (Romanos 5:5), y nosotros a la vez le 
amamos a él. Cuando te hallas en alguna prueba y sufres, de inmediato eleva tu 
corazón a Cristo en verdadero amor y adoración. ¿Por qué? Porque esto le quitará 
el veneno a la experiencia y lo reemplazará con medicina sanadora. 
Satanás quiere usar las pruebas de la vida para hacer resaltar lo peor de 
nosotros, pero Dios quiere sacar a relucir lo mejor de nosotros. Si nos amamos 
nosotros mismos más de lo que amamos a Cristo, entonces no disfrutaremos de 
ninguna gloria ahora. El fuego nos quemará y no nos purificará. 
Confía en Cristo (v. 8). Debemos vivir por fe y no por vista. Una anciana se 
cayó y se rompió una pierna mientras asistía a una conferencia bíblica durante 
unas vacaciones. Le dijo al pastor que la visitó: “Sé que el Señor me llevó a esa 
conferencia; pero ¡no veo por qué esto tenía que suceder! Y no veo ningún bien 
que resulte de esto”. Sabiamente el pastor replicó: “Romanos 8:28 no dice que 
vemos que todas las cosas obren para bien. Dice que lo sabemos”. 
Fe quiere decir rendirle a Dios todo y obedecer su Palabra a pesar de las 
circunstancias y consecuencias. El amor y la fe van juntos: cuando amas a 
alguien, confías en él. La fe y el amor juntos nos ayudan a fortalecer la esperanza; 
porque cuando hallas fe y amor, hallas confianza para el futuro. 
¿Cómo podemos crecer en la fe durante las pruebas y el sufrimiento? De la 
misma manera que crecemos en la fe cuando las cosas parecen marchar bien: 
alimentándonos de la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Nuestra comunión con 
Cristo mediante su Palabra no sólo fortalece nuestra fe, sino que también 
intensifica nuestro amor. Es un principio básico de la vida cristiana que pasamos 
mucho tiempo en la Palabra cuando Dios nos está probando y Satanás nos está 
tentando. 
Regocíjate en Cristo (v. 8). Tal vez no puedas regocijarte por las 
circunstancias, pero puedes regocijarte en medio de ellas al centrar tu corazón y 
mente en Jesucristo. Cada experiencia de prueba nos ayuda a aprender algo 
nuevo y maravilloso en cuanto a nuestro Salvador. Abraham descubrió nuevas 
verdades en cuanto al Señor en el monte en donde ofreció a su hijo (Génesis 22). 
Los tres jóvenes hebreos descubrieron la cercanía de Dios cuando estaban en el 
horno de fuego ardiendo (Daniel 3). Pablo aprendió la suficiencia de la gracia de 
Dios cuando sufrió un aguijón en la carne (2 Corintios 12). 
Nota que el gozo que Dios produce es gozo inefable y glorioso. Este gozo es 
tan profundo y tan maravilloso que ni siquiera podemos expresarlo. ¡Nos faltan 
palabras! Pedro había visto algo de la gloria en el monte de la transfiguración en 
donde Jesús conversaba con Moisés y Elías en cuanto a su propio sufrimiento y 
muerte inminentes (Lucas 9:28–36). 
Recíbelo de Cristo (vs. 9–12). “Creer… recibir” es la manera en que Dios 
suple nuestras necesidades. Si le amamos, confiamos en él y nos regocijamos en 
él, entonces podemos recibir de él todo lo que necesitamos para convertir las 
pruebas en triunfos. Primera de Pedro 1:9 se podría traducir: “Porque ustedes 
están recibiendo la consumación de su fe, es decir, la salvación final de sus 
almas”. En otras palabras, podemos experimentar hoy algo de esa gloria futura. 
Carlos Spurgeon solía decir: “Poca fe llevará tu alma al cielo, pero gran fe traerá el 
cielo a tu alma”. No es suficiente anhelar el cielo en los tiempos de sufrimiento, 
porque cualquiera puede hacer eso. Lo que Pedro insta a sus lectores que hagan 
es ejercer amor y fe, y regocijarse, de modo que puedan experimentar algo de la 
gloria del cielo en medio del sufrimiento ahora. 
Lo asombroso es que esta salvación que estamos esperando, o sea, el regreso 
de Cristo, fue una parte del gran plan de Dios para nosotros desde la eternidad. 
Los profetas del Antiguo Testamento escribieron sobre esta salvación y estudiaron 
con detenimiento lo que Dios les reveló. Vieron los sufrimientos del Mesías y 
también las glorias que vendrían; pero no pudieron entender completamente la 
conexión entre las dos cosas. Es más, en algunas de las profecías los sufrimientos 
y la gloria del Mesías se encuentran en un mismo versículo o párrafo. 
Cuando Jesús vino a la tierra, los maestros judíos esperaban un Mesías 
conquistador que derrotaría a los enemigos de Israel y establecería el reino 
glorioso que fue prometido a David. Incluso sus propios discípulos no 
comprendieron claramente la necesidad de su muerte en la cruz (Mateo 16:13–
28). Todavía estaban preguntando en cuanto al reino judío después de la 
resurrección de Cristo (Hechos 1:1–8). Si los discípulos no tenían un concepto 
claro del programa de Dios, ¡por cierto que los profetas del Antiguo Testamento 
tienen una disculpa! 
Dios les dijo a los profetas que ellos estaban ministrando para una generación 
futura. Entre el sufrimiento del Mesías y su regreso en gloria viene lo que nosotros 
llamamos “la edad de la iglesia”. La verdad en cuanto a la iglesia fue un misterio 
oculto en el período del Antiguo Testamento (Efesios 3:1–13). Los creyentes del 
Antiguo Testamento miraban hacia adelante por fe y vieron, por así decirlo, dos 
picos de montañas: el monte Calvario, en donde el Mesías sufriría y moriría (Isaías 
53), y el monte de los Olivos, a donde él volverá en gloria (Zacarías 14:4). No 
podían ver el valle entre uno y otro pico, la presente edad de la iglesia. 
Aun los ángeles se interesan en lo que Dios hace en y a través de su iglesia. 
Lee 1 Corintios 4:9 y Efesios 3:10 para másinformación sobre la manera en que 
Dios está enseñando a los ángeles por medio de la iglesia. 
Si los profetas del Antiguo Testamento estudiaron con tanta diligencia las 
verdades de la salvación, teniendo tan poca información, ¡cuánto más deberíamos 
nosotros investigar este tema, ahora que tenemos completa la Palabra de Dios! El 
mismo Espíritu Santo que les enseñó a los profetas y, por medio de ellos, escribió 
la Palabra de Dios, puede enseñarnos la verdad de ella (Juan 16:12–15). 
Es más, podemos aprender estas verdades en el Antiguo Testamento tanto 
como en el Nuevo Testamento. Tú puedes hallar a Cristo en cada parte de las 
Escrituras del Antiguo Testamento (Lucas 24:25–27). Qué delicia es hallar a Cristo 
en la Ley del Antiguo Testamento, los tipos, los salmos y los escritos de los 
profetas. En tiempos de pruebas puedes acudir a la Biblia, tanto al Antiguo como 
al Nuevo Testamentos, y hallar todo lo que necesitas para ánimo e iluminación. 
Sí, para los creyentes, ¡es gloria de principio a fin! En el momento que 
confiamos en Cristo, nacimos para la gloria. Somos guardados para la gloria. 
Conforme le obedecemos y experimentamos pruebas, estamos siendo preparados 
para la gloria. Cuando le amamos, confiamos en él y nos regocijamos en él, 
experimentamos la gloria en este momento actual. 
¡Gozo inefable y glorioso! 
3 
Manteniéndose Limpio en un Mundo Contaminado 
1 Pedro 1:13–21 
En la primera sección de este capítulo Pedro recalcó la idea de andar en 
esperanza; pero ahora su énfasis es andar en santidad. Las dos cosas van juntas, 
porque “todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así 
como él es puro” (1 Juan 3:3). 
El significado de raíz de la palabra que se traduce “santo” es diferente. Una 
persona santa no es una persona estrafalaria, sino una persona diferente. Su vida 
tiene una calidad que indica que es diferente. Su forma de vida presente no sólo 
es diferente de su manera pasada de vida, sino que es diferente también de los 
estilos de vida de los no creyentes que le rodean. La vida de santidad del creyente 
les parece extraña a los perdidos (1 Pedro 4:4), pero no es extraña para otros 
creyentes. 
Sin embargo, no es fácil vivir en este mundo y mantener un andar santo. La 
atmósfera contraria a Dios que nos rodea y que la Biblia llama “el mundo” siempre 
está oprimiéndonos, tratando de obligarnos a que nos conformemos. En este 
párrafo Pedro presenta a sus lectores cinco incentivos espirituales para animarles 
a ellos (y a nosotros) a mantener un estilo de vida diferente, un andar santo en un 
mundo contaminado. 
La gloria de Dios (1 Pedro 1:13) 
“Cuando Jesucristo sea manifestado,” es otra manera de referirse a “la 
esperanza viva”. Las acciones y decisiones presentes de los creyentes son 
gobernadas por esta esperanza futura. Así como una pareja comprometida hace 
todos sus planes a la luz de esa boda futura, así los creyentes hoy viven con la 
expectativa de ver a Jesucristo. 
“Ceñid los lomos de vuestro entendimiento” simplemente quiere decir: 
¡Ordenen sus pensamientos! ¡Tengan una mente disciplinada! La imagen es la de 
un hombre vestido con una túnica, metiéndose la falda de su túnica debajo del 
cinturón, de modo que pueda correr. Cuando centras tus pensamientos en el 
regreso de Cristo, y vives de acuerdo a eso, escaparás de muchas de las cosas 
mundanales que atiborran tu mente y estorban tu progreso espiritual. Pedro puede 
haber tomado la idea de la cena pascual, porque más adelante en esta sección 
identifica a Cristo como el Cordero (1 Pedro 1:19). Los judíos en la Pascua debían 
comer la comida de prisa, listos para marchar (Éxodo 12:11). 
La perspectiva determina el resultado; la actitud determina la acción. El 
creyente que busca la gloria de Dios tiene una mayor motivación para la 
obediencia presente que el creyente que ignora el retorno del Señor. El contraste 
se ilustra en las vidas de Abraham y de Lot (Génesis 12–13; Hebreos 11:8–16). 
Abraham tenía sus ojos de fe fijos en la ciudad celestial, así que no tenía interés 
en propiedades de este mundo. Pero Lot, que había probado los placeres del 
mundo en Egipto, gradualmente avanzó hacia Sodoma. Abraham trajo bendición a 
su casa, pero Lot acarreó juicio. La perspectiva determina el resultado. 
No sólo debemos tener una mente disciplinada, sino que también debemos 
tener un entendimiento “sobrio”. La palabra quiere decir tener calma, ser firme, 
controlado; sopesar las cosas. Desdichadamente algunos “se dejan llevar” por los 
estudios proféticos y pierden su equilibrio espiritual. El hecho de que Cristo vuelve 
debe animarnos a tener calma y ecuanimidad (1 Pedro 4:7). El hecho de que 
Satanás anda rondando es otra razón para ser sobrios (1 Pedro 5:8). Cualquiera 
cuya mente se vuelve indisciplinada, y cuya vida “se desbarata” debido a los 
estudios proféticos, da evidencia de que en realidad no entiende la profecía 
bíblica. 
También debemos tener una mente optimista. “Esperad por completo” quiere 
decir fijen por completo su esperanza. ¡Tengan una perspectiva esperanzada! Un 
amigo mío me envió una nota un día que decía: “Cuando la perspectiva externa es 
lóbrega, ¡trata de mirar hacia arriba!” ¡Buen consejo, en verdad! Tiene que estar 
oscuro para que las estrellas aparezcan. 
El resultado de este modo de pensar espiritual es que el creyente disfruta de la 
gracia de Dios en su vida. De seguro experimentaremos gracia cuando veamos a 
Jesucristo, pero también podemos disfrutar de gracia hoy al esperar su regreso. 
Hemos sido salvos por gracia y dependemos momento tras momento de la gracia 
de Dios (1 Pedro 1:10). Esperar el regreso de Cristo fortalece nuestra fe y 
esperanza en los días difíciles, y esto nos imparte más de la gracia de Dios. Tito 
2:10–13 es otro pasaje que muestra la relación entre la gracia y la venida de 
Cristo. 
La santidad de Dios (1 Pedro 1:14, 15) 
El argumento aquí es lógico y sencillo. Los hijos heredan la naturaleza de sus 
padres. Dios es santo; por consiguiente, como sus hijos, debemos vivir vidas 
santas. Somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) y debemos 
revelar esa naturaleza en una vida santa. 
Pedro les recordó a sus lectores lo que eran antes de confiar en Cristo. Habían 
sido hijos de desobediencia (Efesios 2:1–3), pero ahora deberían ser hijos 
obedientes. La verdadera salvación siempre resulta en obediencia (Romanos 1:5; 
1 Pedro 1:2). También habían sido imitadores del mundo, “conformándose a sí 
mismos” según las normas y placeres del mundo. Romanos 12:2 traduce estas 
mismas palabras como conformarse a este mundo. Los incrédulos nos dicen que 
quieren ser “libres y diferentes”; ¡sin embargo, todos se imitan unos a otros! 
La causa de todo esto es la ignorancia que conduce a la indulgencia. Los 
inconversos carecen de inteligencia espiritual, y esto les hace entregarse a toda 
clase de indulgencias carnales y mundanales (ve Hechos 17:30; Efesios 4:17 en 
adelante). Puesto que nacimos con una naturaleza caída, era natural que 
viviéramos vidas de pecado. La naturaleza determina los apetitos y las acciones. 
Un perro y un gato se portan de forma diferente porque tienen naturalezas 
diferentes. 
Todavía estaríamos en esa triste situación de pecado si no hubiera sido por la 
gracia de Dios. ¡El nos llamó! Un día Jesús llamó a Pedro y a sus amigos y les 
dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 
1:17). Ellos respondieron por fe a su llamado, y eso cambió por completo sus 
vidas. 
Tal vez esto explica por qué Pedro usó la palabra “llamados” tan a menudo en 
esta carta. Somos llamados a ser santos (1 Pedro 1:15). Somos llamados “de las 
tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Somos llamados a sufrir y a seguir el 
ejemplo de Cristo en humildad (1 Pedro 2:21). En medio de la persecución somos 
llamados a “hereda[r] bendición” (1 Pedro 3:9). Lo mejor de todo, somos llamados 
“a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10). Dios nos llamó antes de que nosotros 
clamáramos aél en busca de salvación. Todo es completamente por gracia. 
Pero la elección de la gracia divina de los pecadores para que lleguen a ser 
santos siempre incluye responsabilidad, y no simplemente privilegio. El nos 
escogió en Cristo “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 
1:4). Dios nos ha llamado a sí mismo, y él es santo; por consiguiente, nosotros 
debemos ser santos. Pedro citó de la Ley del Antiguo Testamento para respaldar 
esta amonestación (Levítico 11:44–45; 19:2; 20:7, 26). 
La santidad de Dios es una parte esencial de su naturaleza. “Dios es luz, y no 
hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Cualquier santidad que nosotros 
tengamos en carácter y conducta se debe derivar de él. Básicamente, ser 
“santificados” quiere decir ser apartados para el uso y placer exclusivos de Dios. 
Incluye separación de todo lo que es impuro y también completa devoción a Dios 
(2 Corintios 6:14–7:1). Debemos ser santos “en toda vuestra manera de vivir” de 
modo de que todo lo que hagamos refleje la santidad de Dios. 
Para el creyente dedicado, no hay cosa tal como “secular” y “sagrado”. Toda la 
vida es santa puesto que vivimos para glorificar a Dios. Incluso actividades 
ordinarias tales como comer y beber pueden ser hechas para la gloria de Dios (1 
Corintios 10:31). Si algo no puede ser hecho para la gloria de Dios, entonces 
podemos estar seguros de que no es la voluntad de Dios. 
La Palabra de Dios (1 Pedro 1:16). 
“¡Escrito está!” es una declaración que lleva gran autoridad para el creyente. 
Nuestro Señor Jesucristo usó la Palabra de Dios para derrotar a Satanás, y lo 
mismo podemos hacer nosotros (Mateo 4:1–11; ve Efesios 6:17). Pero la Palabra 
de Dios no es sólo una espada para la batalla; también es una luz para guiarnos 
en un mundo oscuro (Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19), comida que nos fortalece 
(Mateo 4:4; 1 Pedro 2:2) y agua que nos limpia (Efesios 5:25–27). 
La Palabra de Dios tiene un ministerio santificador en las vidas de los 
creyentes consagrados (Juan 17:17). Aquellos que se deleitan en la Palabra de 
Dios, meditan en ella, y procuran obedecerla, gozan de la dirección y bendición de 
Dios en sus vidas (Salmo 1:1–3). La Palabra de Dios revela la mente de Dios, así 
que debemos aprenderla; revela el corazón de Dios, así que debemos amarla, y 
revela la voluntad de Dios, así que debemos vivirla en la práctica. Todo nuestro 
ser: mente, voluntad y corazón, debe ser controlado por la Palabra de Dios. 
Pedro citó del libro de Levítico: “Sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 
11:44). ¿Quiere decir esto que la Ley del Antiguo Testamento es autoritativa para 
los creyentes del Nuevo Testamento? Ten presente que los primeros creyentes ni 
siquiera tenían el Nuevo Testamento. La única Palabra de Dios que poseían era el 
Antiguo Testamento, y Dios usó esa palabra para dirigirlos y nutrirlos. Los 
creyentes de hoy no están bajo las leyes ceremoniales dadas a Israel; sin 
embargo, incluso en estas leyes vemos revelados principios morales y 
espirituales. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en las epístolas, así que 
debemos obedecerlos. (El mandamiento del sábado fue dado específicamente a 
Israel, y no se aplica a nosotros hoy. Ve Romanos 14:1–9.) Al leer y estudiar el 
Antiguo Testamento aprendemos mucho en cuanto al carácter y la obra de Dios, y 
vemos verdades indicadas en tipos y símbolos. 
El primer paso para mantenerse limpio en un mundo impuro es preguntar: 
“¿Qué dice la Biblia?” En la Biblia hallamos preceptos, principios, promesas y 
personas que nos guían en las decisiones de hoy. Si en realidad queremos 
obedecer a Dios, él nos mostrará su verdad (Juan 7:17). Aunque los métodos de 
Dios para obrar pueden variar de edad en edad, su carácter sigue siendo el 
mismo, y sus principios espirituales nunca varían. No estudiamos la Biblia 
simplemente para conocer la Biblia. Estudiamos la Biblia para poder conocer 
mejor a Dios. Demasiados dedicados estudiantes de la Biblia se contentan con 
bosquejos y explicaciones, y en realidad no llegan a conocer a Dios. Es bueno 
conocer la Palabra de Dios, pero esto debe ayudarnos a conocer mejor al Dios de 
la Palabra. 
El juicio de Dios (1 Pedro 1:17) 
Como hijos de Dios debemos tomar en serio el pecado y la vida santa. Nuestro 
Padre celestial es santo (Juan 17:11) y justo (Juan 17:25). Él no hará acomodos 
con el pecado. Es misericordioso y perdonador, pero también es un disciplinario 
amante que no puede permitir que sus hijos disfruten del pecado. Después de 
todo, fue el pecado que envió a su Hijo a la cruz. Si llamamos “Padre” a Dios, 
entonces debemos reflejar su naturaleza. 
¿Qué es este juicio del que Pedro escribe? Es el juicio de las obras del 
creyente. No tiene nada que ver con la salvación, excepto que la salvación debe 
producir buenas obras (Tito 1:16; 2:7, 12). Cuando confiamos en Cristo, Dios nos 
perdonó nuestros pecados y nos declaró justos en su Hijo (Romanos 5:1–10; 8:1–
4; Colosenses 2:13). Nuestros pecados ya han sido juzgados en la cruz (1 Pedro 
2:24) y por consiguiente no se puede esgrimirlos contra nosotros (Hebreos 10:10–
18). 
Pero cuando el Señor vuelva, habrá un tiempo de juicio llamado “el tribunal de 
Cristo” (Romanos 14:10–12; 2 Corintios 5:9–10). Cada uno de nosotros dará 
cuenta de sus obras, y cada uno recibirá la recompensa apropiada. Este es un 
“juicio de familia”, donde el Padre trata con sus hijos amados. La palabra griega 
que se traduce “juzgar” lleva el significado de juzgar para hallar algo bueno. Dios 
examinará los motivos de nuestro ministerio; examinará nuestros corazones. Pero 
él nos asegura que su propósito es glorificarse en nuestras vidas y ministerios “y 
entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5). ¡Qué estímulo! 
Dios nos dará muchos dones y privilegios, conforme crecemos en la vida 
cristiana; pero nunca nos dará el privilegio de desobedecer y pecar. El nunca 
malcría a sus hijos, ni se hace de la vista gorda. No hace acepción de personas. El 
“no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 10:17). “Porque 
con Dios no hay favoritismos” (Romanos 2:11, NVI). Años de obediencia no 
pueden comprar una hora de desobediencia. Si uno de sus hijos desobedece, 
Dios debe castigarlo (Hebreos 12:1–13). Pero cuando su hijo o hija obedece y le 
sirve en amor, él toma nota y prepara la recompensa apropiada. 
 
NVI Nueva Versión Internacional 
Pedro les recuerda a sus lectores que eran solamente “peregrinos” en la tierra. 
La vida era demasiada corta como para desperdiciarla en la desobediencia y el 
pecado (ve 1 Pedro 4:1–6). Fue cuando Lot dejó de ser un peregrino, y se 
convirtió en residente de Sodoma, que perdió su consagración y su testimonio. 
Todo aquello por lo que vivió, ¡desapareció en humo! Recuerda siempre que eres 
un “extranjero y peregrino” en este mundo (1 Pedro 1:1; 2:11). 
En vista del hecho de que el Padre celestial con amor disciplina a sus hijos 
hoy, y que juzgará a sus obras en el futuro, debemos cultivar una actitud de temor 
santo. Este no es el temor aterrador del esclavo ante su patrón, sino una 
reverencia de amor de un hijo ante su padre. Esto no es temor del castigo (1 Juan 
4:18), sino un temor de desilusionarlo y de pecar contra su amor. Es un temor 
santo (2 Corintios 7:1), una reverencia sobria hacia el Padre celestial. 
A veces pienso que hoy hay un aumento en el descuido, incluso ligereza, en la 
manera en que hablamos en cuanto a Dios o hablamos con Dios. Hace casi un 
siglo el obispo B. F. Westcott dijo: “Cada año me hace temblar el atrevimiento con 
que la gente habla de las cosas espirituales”. ¡El buen obispo debería oír lo que se 
dice hoy! Una actriz mundana llama a Dios: “El hombre arriba”. Un jugador de 
béisbol le llama “el gran Yanqui celestial”. El judío del Antiguo Testamento temía 
tanto a Dios que ni siquiera pronunciaba su santo nombre, y sin embargo hoy 
hablamos a Dios con liviandad e irreverencia.En nuestra oración pública a veces 
parecemos tener tanta familiaridad que otros se preguntan si estamos tratando de 
expresar nuestras peticiones o de impresionar a los oyentes con nuestra cercanía 
a Dios. 
El amor de Dios (1 Pedro 1:18–21) 
Este es el motivo máximo para la vida santa. En este párrafo Pedro les recordó 
a sus lectores su experiencia de salvación, un recordatorio que todos necesitamos 
en forma regular. Por esto se estableció la cena del Señor, para que con 
regularidad su pueblo pueda recordar que él murió por ellos. Nota los 
recordatorios que Pedro dio. 
Les recordó lo que ellos eran. Para empezar, eran esclavos que necesitaban 
ser puestos en libertad. La palabra “redimidos” es, para nosotros, un término 
teológico; pero tenía un significado especial para las personas del imperio romano 
delprimer siglo. ¡Había probablemente 50 millones de esclavos en el imperio! 
Muchos esclavos llegaron a ser creyentes y participaban en las asambleas 
locales. Un esclavo podía comprar su libertad, si lograba reunir suficientes fondos; 
o su amo podía venderlo a algún otro que pagaba el precio y lo ponía en libertad. 
La redención era algo muy precioso en esos días. 
Nunca debemos olvidar la esclavitud al pecado (Tito 3:3). Moisés instó a Israel 
a que recordaran que habían sido esclavos en Egipto (Deuteronomio 5:15; 16:12; 
24:18, 22). La generación que murió en el desierto se olvidó de su esclavitud en 
Egipto ¡y siempre querían volver! 
No sólo que vivían una vida de esclavitud, sino también una vida vacía. Pedro 
la llamó “vana manera de vivir” (1 Pedro 1:18), y la describió más específicamente 
en 1 Pedro 4:1–4. En esa época esas personas pensaban que sus vidas eran 
“llenas” y “felices”, cuando en realidad eran vacías y miserables. Las personas no 
salvas hoy están ciegas viviendo de sustitutos. 
Mientras ministraba en Canadá conocí a una mujer que me contó que se había 
convertido temprano en la vida, pero que se había descarriado a la vida de 
sociedad que era emocionante y satisfacía su ego. Un día, mientras conducía a 
una fiesta de naipes sucedió que sintonizó un programa radial de la Biblia. En ese 
mismo momento el predicador decía: “Algunas de las mujeres que me escuchan 
¡saben más de naipes que de la Biblia!” Esas palabras le penetraron. Dios le habló 
al corazón, así que volvió a su casa, y desde esa hora dedicó su vida a vivir 
completamente para Dios. Ella vio la inutilidad y vanidad de una vida fuera de la 
voluntad de Dios. 
Pedro no sólo les recordó lo que eran, sino también les recordó lo que Cristo 
hizo. El derramó su preciosa sangre para comprarnos y sacarnos de la esclavitud 
del pecado y hacernos libres para siempre. “Redimir” quiere decir poner en libertad 
al pagar un precio. El esclavo podía ser puesto en libertad al pagar dinero, pero 
ninguna cantidad de dinero jamás puede poner en libertad al pecador perdido. 
Sólo la sangre de Jesucristo puede redimirnos. 
Pedro fue testigo de los sufrimientos de Cristo (1 Pedro 5:1) y mencionó a 
menudo en esta carta la muerte sacrificatorio de Cristo (1 Pedro 2:21 en adelante; 
3:18; 4:1, 13; 5:1). Al llamar a Cristo “Cordero” Pedro les recordó a sus lectores 
una enseñanza del Antiguo Testamento que era importante en la iglesia inicial, y 
que debe ser importante para nosotros hoy. Es la doctrina de la sustitución: una 
víctima inocente da su vida por el culpable. 
La doctrina del sacrificio empieza en Génesis 3, cuando Dios mató animales 
para vestir a Adán y Eva. Un carnero murió por Isaac (Génesis 22:13), y el cordero 
pascual fue inmolado por cada hogar judío (Éxodo 12). Isaías 53 presenta al 
Mesías como Cordero inocente. Isaac hizo la pregunta: “¿Dónde está el cordero 
para el holocausto?” (Génesis 22:7) y Juan el Bautista la contestó señalando a 
Jesús y diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” 
(Juan 1:29). En el cielo los redimidos y los ángeles cantan: “El Cordero que fue 
inmolado es digno” (Apocalipsis 5:11–14). 
Pedro indicó claramente que la muerte de Cristo fue planeada y no un 
accidente; fue ordenada por Dios antes de la fundación del mundo (Hechos 2:23). 
Desde la perspectiva humana nuestro Señor fue asesinado cruelmente; pero 
desde la perspectiva divina, él puso su vida por los pecadores (Juan 10:17–18). 
¡Pero resucitó de los muertos! Ahora, cualquiera que confía en él será salvo por la 
eternidad. 
Cuando tú y yo meditamos en el sacrificio de Cristo por nosotros, ciertamente 
querremos obedecer a Dios y vivir vidas santas para su gloria. Cuando era apenas 
una jovencita, Frances Ridley Havergal vio un cuadro del Cristo crucificado con 
esta leyenda: “Yo hice esto por ti. ¿Qué has hecho tú por mí?” Rápidamente ella 
compuso un poema, pero no quedó contenta, así que lo arrojó al fuego. ¡El papel 
no se quemó! Más tarde, por sugerencia de su padre, ella publicó el poema, y hoy 
lo cantamos. 
Mi vida di por ti, 
Mi sangre derramé, 
Por ti inmolado fui, 
Por gracia te salvé. 
Por ti, por ti inmolado fui, 
¿Y, tú, qué das por mí? 
¡Buena pregunta, en verdad! Confío en que podamos darle una buena 
respuesta al Señor. 
4 
Unidad Cristiana 
1 Pedro 1:22–2:10 
Una de las verdades dolorosas de la vida es que los que forman el pueblo de 
Dios no siempre se llevan bien unos con otros. Uno pensaría que los que andan 
en esperanza y santidad podrían andar en armonía, pero eso no es siempre así. 
Desde el punto de vista divino de Dios, hay sólo un cuerpo (ve Efesios 4:4–6); 
pero lo que vemos con ojos humanos es una iglesia dividida y a veces en guerra. 
Hay hoy una necesidad desesperada de unidad espiritual. 
En esta sección de su carta Pedro recalca la unidad espiritual presentando 
cuatro cuadros vívidos de la iglesia. 
Somos hijos de la misma familia (1 Pedro 1:22–2:3) 
Al considerar las implicaciones de este hecho recibirás estímulo para fomentar 
y mantener la unidad entre el pueblo de Dios. 
Todos hemos experimentado el mismo nacimiento (vs. 23–25). La única 
manera de entrar en la familia espiritual de Dios es mediante un nacimiento 
espiritual, por fe en Jesucristo (Juan 3:1–16). Así como hay dos padres en el 
nacimiento físico, así hay dos padres en el nacimiento espiritual: el Espíritu de 
Dios (Juan 3:5–6) y la Palabra de Dios (1 Pedro 1:23). El nuevo nacimiento nos da 
una nueva naturaleza (2 Pedro 1:4) así como también una esperanza nueva y viva 
(1 Pedro 1:3). 
Nuestro primer nacimiento fue un nacimiento de la “carne”, y la carne es 
corruptible. Todo lo que nace de la carne está destinado a morir y descomponerse. 
Esto explica por qué la humanidad no puede sostener la civilización: todo se basa 
en carne humana y está destinada a desbaratarse. Como las flores hermosas de 
primavera, las obras del hombre parecen exitosas por un tiempo, pero entonces 
empiezan a decaer y morir. Todo, desde la torre de Babel en Génesis 11, hasta 
Babilonia la grande en Apocalipsis 17 y 18, los grandes esfuerzos del hombre por 
la unidad están destinados a fracasar. 
Si tratamos de fomentar la unidad en la iglesia a base de nuestro primer 
nacimiento, fracasaremos; pero si edificamos la unidad a base del nuevo 
nacimiento, triunfará. Todo creyente tiene al mismo Espíritu Santo viviendo dentro 
de sí (Romanos 8:9). Invocamos al mismo Padre (1 Pedro 1:17) y participamos de 
su naturaleza divina. Confiamos en la misma Palabra, y esa Palabra jamás 
decaerá ni desaparecerá. Hemos confiado en el mismo evangelio y hemos nacido 
del mismo Espíritu. Las cosas externas de la carne que podrían dividirnos no 
significan nada cuando se las compara con las cosas eternas del Espíritu que nos 
unen. 
Expresamos el mismo amor (v. 22). Pedro usó dos palabras diferentes para 
amor: filadelfia, que quiere decir amor fraternal, y ágape, que es amor que 
sacrifica, como el de Dios. Es importante que demos ambas clases de amor. 
Damos amor fraternal porque somos hermanos y hermanas en Cristo y tenemos 
semejanzas. Damos del amor ágape, porque pertenecemos a Dios y por 
consiguientepodemos pasar por alto las diferencias. 
Por naturaleza todos somos egoístas; así que se requirió un milagro de Dios 
para darnos este amor. Debido a la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, 
Dios purificó nuestras almas y derramó en nuestros corazones su amor (Romanos 
5:5). El amor por los hermanos es una evidencia de que verdaderamente hemos 
nacido de Dios (1 Juan 4:7–21). Ahora somos “hijos obedientes” (1 Pedro 1:14) 
que ya no viven en los deseos egoístas de la vida vieja. 
Es trágico cuando algunos tratan de fabricar amor, porque el producto es 
obviamente barato y artificial. “Los dichos de su boca son más blandos que 
mantequilla, Pero guerra hay en su corazón; Suaviza sus palabras más que el 
aceite, Mas ellas son espadas desnudas” (Salmo 55:21). El amor que nos damos 
unos a otros, y al mundo perdido, debe ser generado por el Espíritu de Dios. Es un 
poder constante en nuestras vidas, y no algo que encendemos o apagamos como 
un receptor de radio. 
No sólo que este amor es un amor espiritual, sino que es un amor sincero (“no 
fingido”). Amamos de corazón puro. Nuestro motivo no es conseguir, sino dar. Hay 
un tipo de psicología del éxito popular que permite a la persona manipular 
sutilmente a otros a fin de lograr lo que quiere. Si nuestro amor es sincero y de 
corazón puro, nunca usaremos a las personas para nuestro propio provecho. 
Este amor también es un amor entrañable y en griego este es un término 
atlético que quiere decir esforzarse con toda la energía que uno tiene. El amor es 
algo que tenemos que cultivar, tal como el competidor olímpico tiene que 
desarrollar su destreza particular. El amor cristiano no es un sentimiento; es 
cuestión de la voluntad. Mostramos amor a otros cuando los tratamos de la misma 
manera como Dios nos trata. Dios nos perdona, así que nosotros perdonamos a 
otros. Dios es bondadoso con nosotros, así que somos bondadosos con otros. No 
es cuestión de sentir sino de decidir con la voluntad, y es algo que debemos 
cultivar constantemente si hemos de triunfar. 
Tenemos dos maravillosos ayudantes: la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios. 
La misma verdad en que confiamos y que obedecemos para llegar a ser hijos de 
Dios también nos alimenta y nos da poder. Es imposible amar la verdad y 
aborrecer a los hermanos. El Espíritu de Dios produce el “fruto del espíritu” en 
nuestra vida y lo primero en esto es el amor (Gálatas 5:22–23). Si estamos llenos 
de la Palabra de Dios (Colosenses 3:16 en adelante) y del Espíritu de Dios 
(Efesios 5:18 en adelante), expresaremos el amor de Dios en nuestras 
experiencias diarias. 
Disfrutamos de la misma nutrición (vs. 1–3). La Palabra de Dios tiene vida, 
da vida, y nutre la vida. Debemos tener apetito por la Palabra de Dios ¡tal como 
hambrientos nenes recién nacidos! Debemos querer la palabra pura, sin 
adulteración, porque sólo esto puede ayudarnos a crecer. Cuando yo era niño no 
me gustaba tomar leche (¡y mi padre trabajaba para la empresa lechera Borden!), 
así que mi madre solía añadir varios almíbares y polvos para que mi leche fuera 
más sabrosa. Nada de esto en realidad sirvió. Es triste cuando los creyentes no 
tienen apetito por la Palabra de Dios, sino que prefieren que se les alimente con 
entretenimiento religioso. Conforme crecemos descubrimos que la Palabra es 
leche para los nenes, pero también carne sólida para los maduros (1 Corintios 
3:1–4; Hebreos 5:11–14). También es pan (Mateo 4:4) y miel (Salmo 119:103). 
A veces los niños no tienen apetito porque han estado comiendo las cosas 
equivocadas. Pedro les advierte a sus lectores que “desechen” ciertas actitudes 
erradas del corazón que estorbarían su apetito y crecimiento espiritual. “Malicia” 
quiere decir perversidad en general. “Engaño” es astucia, usar palabras y acciones 
engañosas para lograr lo que queremos. Por supuesto, si somos culpables de 
malicia o engaño, trataremos de esconderlo; y esto produce “hipocresía”. A 
menudo la causa de la mala voluntad es la envidia, y un resultado de la envidia es 
detracciones, conversaciones que destrozan a otros. Si estas actitudes y acciones 
se hallan en nuestras vidas, perderemos nuestro apetito por la Palabra pura de 
Dios. Si dejamos de alimentarnos de la Palabra, dejaremos de crecer, y dejaremos 
de disfrutar (“gustar”) la gracia que hallamos en el Señor. Cuando los creyentes 
están creciendo en la Palabra son pacificadores, y no buscapleitos, y promueven 
la unidad de la iglesia. 
Somos piedras en el mismo edificio (1 Pedro 2:4–8) 
Hay sólo un Salvador, Jesucristo, y sólo un edificio espiritual, la iglesia. 
Jesucristo es la piedra angular de la iglesia (Efesios 2:20), fortaleciendo y uniendo 
el edificio. Sea que concordemos el uno con el otro o no, todos los verdaderos 
creyentes se pertenecen unos a otros como piedras en el edificio de Dios. 
Pedro dio una descripción completa de Jesucristo, la piedra. Es una piedra viva 
porque resucitó de los muertos en victoria. Esta piedra fue escogida por el Padre, 
y es preciosa. Pedro citó Isaías 28:16 y Salmo 118:22 en su descripción, y destacó 
que Jesucristo, aunque escogido por Dios, fue rechazado por los hombres. Él no 
fue la clase de Mesías que ellos esperaban, así que tropezaron en él. Jesús se 
refirió a este mismo pasaje bíblico cuando debatió con los dirigentes judíos (Mateo 
21:42 en adelante; ve Salmo 118:22). Aunque los hombres lo rechazaron, ¡Dios 
exaltó a Jesucristo! 
La causa real por la que los judíos tropezaron fue que rehusaron someterse a 
la Palabra (1 Pedro 2:8). Si hubieran creído y obedecido la Palabra, habrían 
recibido a su Mesías y habrían sido salvos. Por supuesto, la gente de hoy todavía 
tropieza en Jesucristo y su cruz (1 Corintios 1:18 en adelante). El que cree en 
Jesucristo “no será avergonzado”. 
En su primera mención de la iglesia Jesús la comparó con un edificio: “edificaré 
mi iglesia” (Mateo 16:18). Los creyentes son piedras vivas en ese edificio. Cada 
vez que alguien confía en Cristo, se extrae otra piedra de la cantera del pecado y 
se la coloca con el cemento de la gracia en el edificio. Puede parecernos que la 
iglesia en la tierra es un montón de escombros y ruinas, pero Dios ve la estructura 
total conforme va creciendo (Efesios 2:19–22). Qué privilegio tenemos de ser parte 
de su iglesia, “morada de Dios en el espíritu”. 
Pedro les escribió esta carta a creyentes que vivían en cinco provincias 
diferentes, y sin embargo dijo que todos pertenecían a una “casa espiritual”. Hay 
una unidad del pueblo de Dios que trasciende todas las asambleas y los 
compañerismos locales e individuales. Nos pertenecemos unos a otros porque 
pertenecemos a Cristo. Esto no quiere decir que los distintivos doctrinales y 
denominacionales sean errados, porque cada iglesia local debe ser persuadida 
completamente por el Espíritu. Pero sí quiere decir que no debemos permitir que 
nuestras diferencias destruyan la unidad espiritual que tenemos en Cristo. 
Debemos ser maduros lo suficiente como para discrepar sin llegar en ningún 
sentido a ser desagradables. 
Un contratista en Michigan estaba construyendo una casa, y la construcción 
del primer piso marchó sin tropiezos. Pero cuando empezaron el segundo piso 
todo lo que tuvieron fue problemas. Ninguno de los materiales encajaba 
apropiadamente. Descubrieron la razón: ¡estaban trabajando con dos diferentes 
juegos de planos! Una vez que desecharon el plano viejo, todo marchó sin 
tropiezos y construyeron una casa encantadora. 
Demasiado a menudo los creyentes estorban la edificación de la iglesia porque 
están siguiendo los planos errados. Cuando Salomón construyó su templo, sus 
obreros siguieron el plan tan cuidadosamente que todo encajaba exactamente en 
el sitio de la construcción (1 Reyes 6:7). Si todos siguiéramos los planos que Dios 
nos ha dado en su Palabra, podríamos trabajar juntos sin discordia y edificar su 
iglesia para su gloria. 
Somos sacerdotes en el mismo templo (1 Pedro 2:5, 9) 
Somos “sacerdocio santo” y “real sacerdocio”. Estocorresponde al sacerdocio 
celestial de nuestro Señor, porque él es tanto Rey como Sacerdote (ve Hebreos 
7). En el Antiguo Testamento ningún rey de Israel sirvió como sacerdote, y el único 
rey que trató de hacerlo fue castigado por Dios (2 Crónicas 26:16–21). El trono 
celestial de nuestro Señor es un trono de gracia desde el cual podemos obtener 
por fe todo lo que necesitamos para vivir por él y servirle (Hebreos 4:14–16). 
En el período del Antiguo Testamento el pueblo de Dios tenía un sacerdocio; 
pero hoy el pueblo de Dios es un sacerdocio. Cada creyente individual tiene el 
privilegio de llegar a la presencia de Dios (Hebreos 10:19–25). No nos acercamos 
a Dios por medio de alguna persona en la tierra, sino sólo por el único mediador, 
Jesucristo (1 Timoteo 2:1–8). Debido a que él está vivo en gloria, intercediendo 
por nosotros, podemos ministrar como sacerdotes santos. 
Esto quiere decir que debemos vivir nuestra vida como si fuéramos sacerdotes 
en un templo. Es en verdad un privilegio servir como sacerdote. Ningún hombre en 
Israel podía servir ante el altar, o entrar en el tabernáculo o en los lugares santos 
del templo, excepto los nacidos en la tribu de Leví y consagrados a Dios para el 
servicio. Todo sacerdote y levita tenía diferentes ministerios que desempeñar, y 
sin embargo todos estaban unidos bajo el sumo sacerdote, sirviendo para glorificar 
a Dios. Como sacerdotes de Dios hoy, debemos trabajar juntos bajo la dirección 
de nuestro gran Sumo Sacerdote. Cada ministerio que desempeñamos para su 
gloria es un servicio para Dios. 
Pedro mencionó especialmente el privilegio de ofrecer “sacrificios espirituales”. 
Los creyentes de hoy no llevan animales para el sacrificio como los que adoraban 
en el tiempo del Antiguo Testamento; pero sí tenemos nuestros propios sacrificios 
que presentar a Dios. Debemos darle nuestros cuerpos como sacrificios vivos 
(Romanos 12:1–2), así como también la alabanza de nuestros labios (Hebreos 
13:15) y las buenas obras que hacemos por otros (Hebreos 13:16). El dinero y 
otras cosas materiales que compartimos con otros en el servicio de Dios también 
es un sacrificio espiritual (Filipenses 4:10–20). Incluso las personas que ganamos 
para Cristo son sacrificios para su gloria (Romanos 15:16). Ofrecemos estos 
sacrificios mediante Jesucristo, porque sólo entonces son aceptados por Dios. Si 
hacemos algo de esto para nuestro propio placer o gloria, entonces no será 
aceptable como sacrificio espiritual. 
Dios quería que su pueblo, Israel, llegara a ser “un reino de sacerdotes” (Éxodo 
19:6), una influencia espiritual para la santidad; pero Israel le falló. En lugar de ser 
una influencia positiva para las naciones impías que los rodeaban, Israel imitó a 
esas naciones y adoptó sus prácticas. Dios tuvo que disciplinar a su pueblo 
muchas veces por su idolatría, pero ellos persistían en pecar. Hoy, Israel no tiene 
ni templo ni sacerdocio. 
Es importante que nosotros, como sacerdotes de Dios, mantengamos nuestra 
posición separada en este mundo. No debemos estar aislados, porque el mundo 
necesita nuestra influencia y testimonio; pero no debemos permitir que el mundo 
nos contamine o cambie. Separación no es aislamiento; es contacto sin 
contaminación. 
El hecho de que cada creyente como individuo pueda acercarse a Dios 
personalmente y ofrecer sacrificios espirituales no debe fomentar el egoísmo o 
individualismo de parte nuestra. Somos sacerdotes juntos, sirviendo al mismo 
Sumo Sacerdote, y ministrando en el mismo templo espiritual. El hecho de que 
hay sólo un Sumo Sacerdote y mediador celestial indica unidad entre el pueblo de 
Dios. En tanto que debemos mantener nuestro andar personal con Dios, no 
debemos hacerlo a costa de otros creyentes, ignorándolos o descuidándolos. 
Varios científicos sociales han escrito libros que tratan con lo que ellos llaman 
el “complejo del yo” en la sociedad moderna. El énfasis hoy está en cuidarse uno 
mismo y olvidarse de los demás. Esta misma actitud se ha infiltrado en la iglesia, 
por lo que veo. Demasiada música moderna en la iglesia se centra en el individuo 
e ignora la comunión de la iglesia. Muchos libros y sermones enfocan la 
experiencia personal y descuidan el ministerio al cuerpo entero. Me doy cuenta de 
que el individuo se debe cuidar a sí mismo para poder ayudar a otros, pero debe 
haber un equilibrio. 
Somos ciudadanos de la misma nación (1 Pedro 2:9, 10) 
La descripción de la iglesia en estos versículos es paralela a la descripción que 
Dios da de Israel en Éxodo 19:5–6 y Deuteronomio 7:6. En contraste con la nación 
desobediente y rebelde de Israel, el pueblo de Dios hoy es su nación escogida y 
santa. Esto no sugiere que Dios haya terminado con Israel, porque opino que él 
cumplirá sus promesas y sus pactos y establecerá el reino prometido. Pero sí 
significa que la iglesia es hoy para Dios y el mundo lo que Dios quiso que Israel 
fuera. 
Somos linaje escogido, lo que de inmediato habla de la gracia de Dios. Dios no 
escogió a la nación de Israel porque fuera un gran pueblo, sino porque la amó 
(Deuteronomio 7:7–8). Dios nos ha escogido puramente debido a su amor y 
gracia. “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 
15:16). 
Somos una nación santa. Hemos sido apartados para pertenecer 
exclusivamente a Dios. Nuestra ciudadanía está en el cielo (Filipenses 3:20), así 
que obedecemos las leyes del cielo y procuramos agradar al Señor del cielo. Israel 
se olvidó que eran una nación santa y empezaron a derribar las paredes de 
separación que la hacían especial y distinta. Dios les ordenó que debían “discernir 
entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (Levítico 10:10); pero 
ellos ignoraron las diferencias y desobedecieron a Dios. 
Somos pueblo de Dios. En nuestra condición antes de la salvación no éramos 
pueblo de Dios, porque pertenecíamos a Satanás y al mundo (Efesios 2:1–3, 11–
19). Ahora que hemos confiado en Cristo somos parte del pueblo de Dios. Somos 
un pueblo adquirido por Dios, porque nos compró con la sangre de su Hijo 
(Hechos 20:28). 
Todos estos privilegios llevan consigo una gran responsabilidad: revelar las 
alabanzas de Dios ante un mundo perdido. El verbo que se traduce “anunciar” 
quiere decir proclamar, hacer publicidad. Debido a que el mundo está “en 
tinieblas”, la gente no conoce las virtudes de Dios; pero deben verlas en nuestras 
vidas. Cada ciudadano del cielo es un anuncio vivo de las virtudes de Dios y de las 
bendiciones de la vida cristiana. Nuestras vidas deben irradiar la “luz admirable” a 
la que Dios en su gracia nos ha llamado. 
Después de todo, ¡hemos obtenido misericordia de Dios! Si no fuera por su 
misericordia, ¡estaríamos perdidos y en camino al castigo eterno! Dios le recordó a 
Israel muchas veces que los había librado de la esclavitud de Egipto para que 
pudieran glorificarle y servirle, pero la nación pronto se olvidó y el pueblo se 
descarrió a sus propios caminos de pecado. Nosotros somos pueblo escogido de 
Dios sólo debido a su misericordia, y nos corresponde ser fieles. 
Vivimos en territorio enemigo, y el enemigo está constantemente 
observándonos, buscando oportunidades para meterse y apoderarse de todo. 
Como ciudadanos del cielo debemos estar unidos. Debemos presentar al mundo 
una demostración unida de lo que puede hacer la gracia y la misericordia de Dios. 
Al escribir estas palabras, los periódicos informan disensiones entre los hombres 
que sirven con el presidente de los Estados Unidos de América. Estos hombres no 
están presentando un frente unido, y la nación está muy intranquila. Me pregunto 
lo que los inconversos piensan cuando ven a los ciudadanos del cielo y siervos de 
Dios peleando entre sí. 
Cada uno de estos cuatro cuadros recalca la importancia de la unidad y 
armonía. Pertenecemos a la sola familia de Dios y participamos de la misma 
naturaleza divina. Somos piedras vivas en un solo edificio y sacerdotes sirviendo 
en un solo templo. Somos ciudadanos de

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