Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Nueva crítica feminista de arte Estrategias críticas K a t y D e e p w e ll ( e d . ) Nueva crítica feminista de arte Estrategias críticas Katy D eepw ell (ed.) Nueva crítica feminista de arte Estrategias críticas EDICIONES CÁTEDRA UNIVERSITAT DE VALENCIA INSTITUTO DE LA MUJER Feminismos Consejo asesor: Giulia Colaizzi: Universitat de Valencia María Teresa Gallego: Universidad Autónoma de Madrid Isabel Martínez Benlloch: Universitat de Valencia Mary Nash: Universidad Central de Barcelona Verena Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona Amelia Valcárcel: Universidad de Oviedo Instituto de la Mujer Dirección y coordinación: Isabel Morant Deusa: Universitat de Valencia Título original de la obra: New feminist art criticism. Critical strategies Traducción de María Condor Diseño de cubierta: Carlos Pérez-Bermúdez N.I.P.O.: 207-98-030-1 © Manchester University Press, 1995 Ediciones Cátedra, S. A., 1998 Juan Ignacio Lúea de Tena, 15. 28027 Madrid Depósito legal: M. 19.268-1998 I.S.B.N.: 84-376-1632-8 Printed in Spain Impreso en Gráficas Rogar, S. A. Navalcarnero (Madrid) Lista de Colaboradoras Pennina Barnett es coordinadora crítica, B. A. Textiles, Goldsmith’s College, Londres. Ha trabajado como adminis tradora artística, conservadora independiente e investigadora de televisión. Ha colaborado con diversos periódicos como Crafts y Women’s ArtMagazine. Pauline Barrie es directora gerente de la Women’s Art Li- brary. Es artista y miembro fundador de WAL. Christine Battersby es lectora de Filosofía y también da clase en el Centre for the Study of Women and Gender en la Universidad de Warwick. Es autora de Gender and Genius: Towards a Feminist Aesthetics (Indiana, Women’s Press, 1989) y de numerosos artículos sobre filosofía feminista, ar tes visuales y crítica literaria feminista. Actualmente trabaja en un libro sobre metafísica feminista. Francés Borzello es editora de libros sobre historia social del arte y arte feminista. Es autora de Women Artists: A Gra- phic Guide; Civilising Caliban; The Artist’s Model, y editora de The New Art History junto con A. L. Rees. Fran Cottell es artista y se dedica a las modalidades de la instalación y la performance. Es coordinadora de artes visua 7 les para el distrito londinense de Merton; está afincada en la Wimbledon School of Art. Es también conferenciante inde pendiente, investigadora y organizadora de exposiciones. Pen Dalton es artista e imparte clases para el M. A. en Edu cación Artística en la Universidad de Central England, en Birmingham. Sally Dawson es artista de performance. Fue coordinadora de Feminist Art News (1988-1993; hasta que la revista dejó de publicarse). El Feminist Art News Collective organiza habi tualmente talleres y está trabajando para una publicación/ an tología retrospectiva. En la actualidad, Dawson es administra dora del Yorkshire MESMAC Sexual Health Project. Katy Deepwell es artista y crítico. Es miembro del Comité Ejecutivo de la Women’s Art Library (presidenta, 1990-1994) y escribe regularmente en el Women’s Art Magazine. Orga nizó “Ten Decades: The Careers of Ten Women Artists born 1897-1906” [“Diez décadas: las carreras de diez mujeres ar tistas nacidas entre 1897 y 1906”], exposición itinerante de la Norwich Gallery, abril 1992. Su tesis doctoral versó sobre “Mujeres artistas que trabajaron en Gran Bretaña entre las dos guerras mundiales” (Birkbeck College, Londres). Anna Douglas es productora artística, escritora y conferen ciante independiente. Actualmente trabaja para la BBC pro duciendo películas de arte especializadas. Es colaboradora habitual de Women’s Art Magazine. D ebbie Duffin es artista y profesora visitante. Es autora de Organising your own Exhibition: A Self-Help Guide (Artists Newsletter Publications, 1991) y de Investigating Galleries: An Artist’s Guide to Exhibiting (A. N. Publications, 1994). Expuso en la Stansell Gallery, Tauton, en septiembre de 1995. Janis Jefferies es artista textil y crítico. Es jefe del área de estudios en tejidos y directora de programa para postgradua 8 dos en tejidos en el Departamento de Artes Visuales del Goldsmith’s College. Es miembro del comité fundador y coordinadora adjunta del grupo de educación de la European Textiles Network (P. O. Box 5944, Friedenstrasse 5, D-30059, Hannover, Alemania) y miembro consejero de la comisión de la International Tapestry Network, Anchorage, Estados Uni dos. Su obra reciente incluye una exposición junto con Ann Newdigate (Montreal, Canadá, septiembre 1995); colabora ciones para el catálogo de la Bienal de Lausana, Suiza (ju nio 1995); miembro por el Reino Unido del tribunal de se lección para la exposición textil trienal de Lodz, Polonia (junio 1995). Mary Kelly es directora de estudio y de estudios críticos en el programa de estudios independientes del Whitney Museum, en Nueva York. Su proyecto más reciente, Gloria Patri [Glo ria al Padre], se ha expuesto en Vancouver, en el ICA (Lon dres) y como parte de “The Masculine Mascarade”[“La mas carada masculina”] (MIT List Visual Arts Center, Cambridge, Massachussets), y recorrió Estados Unidos en 1995-96. Sus publicaciones incluyen Post-Partum Document (Routledge, 1984) y Mary Kelly: Selected Writings (MIT Press, 1995). Joan Key es pintora; su representante es la Curwen Gallery, Londres. Da clases de bellas artes como profesora visitante. Sus recientes exposiciones incluyen “B.E.L.L.O”, Bahnhof Westend, Berlín (septiembre 1994) y “Rear Window” [“Ven tana de atrás”], Londres (enero 1994). Es colaboradora en J. Steyn, ed., Beyond Identity/ Other than Identity (Manches- ter University Press, 1995). Et .tzarfth A. Macgregor es directora de la Ikon Gallery, Bir- mingham. Fue responsable de la primera exposición europea de la artista afroamericana Adrián Piper y de las primeras ex posiciones individuales de Zarina Bhimji y Lucien Noguira. Es colaboradora de Curatorship: Critical Alliance or Confronta- tion [Conservadores de arte: Alianza crítica o enfrentamiento] (Museo Fundación Galería de Arte Nacional, Caracas, 1994). 9 Ann Newdigate es artista textil canadiense. Preside actual mente el comité de artes visuales de Saskatchewan Arts Board y da clases de dibujo en la Universidad de Saskatche wan. Recientemente ha terminado el importante encargo Many Voices/Miltunkasik [Muchas voces/Miltunkasik] (tríp tico en diversas técnicas, 450 por 165 centímetros, diseñado por Moshe Safdie) para la Council Chamber, Ayuntamiento Nuevo, Ottawa. Su última exposición individual ha sido “The Arrival of the Bride Transcribed” [“La llegada de la novia transcrita”] (Hart House Gallery, Universidad de Toronto, abril 1995). Maureen Paley es fundadora y directora de Interim Art, Londres. Trabaja también como conservadora independiente y ocasionalmente como locutora en Kaleidoscope (BBC Ra dio 4). “Wall to Wall” [“De pared a pared”], exposición itine rante del Arts Council de 1994, es uno de sus proyectos im portantes más recientes. D inah Prentice es artista. Ha realizado un master en Estu dios Psicoanalíticos con Parveen Adams en la Universidad de Brunel (1993-95). Su obra está representada en las coleccio nes del Victoria and Albert Museum y de la Shipley Gallery, Gateshead. Hilary Robinson imparte teoría y práctica de Bellas Artes en la Universidad del Ulster, Belfast. Editó la antología Visibly Fe- male (Camden Press, 1987), y fue editora de ALBA (1990-92). Ha escrito numerosos artículos y textos de catálogo sobre arte feminista. Actualmente investiga para su tesis doctoral sobre la manera en que la huella del cuerpo de la artista queda en su obra artística y las implicaciones que esto tiene para artista y público. Moira Roth es Trefethen Proffesor de Historia del Arte en el Mills College, Oakland, California. Sus últimas publicaciones incluyen “The Voice of Shigeko Kubote”, en Shigeko Kubote (American Museum of the Moving Image, Nueva York, 1991);10 “Two Women: The Collaboration of Pauline Cummins and Louise Walsh”, en Sounding the Depths (Irish Museum of Modern Art, Dublín, 1992); y es coautora (con Volande Ló pez, de “Social Protest: Racism and Sexism”, en M. Garrard y N. Broude, The Power of Feminist Art (1994). Es editora de Rachel Rosenthal: An Anthology ofEssays by and on the Ar- tist (John Hopkins University Press) y coeditora de Fierce Dreams: Asian-American Art. Naomi Salaman es artista y organizadora de “What She Wants” [“Lo que ella quiere”], exposición fotográfica itinerante (Impressions Gallery, York, y Orchard Gallery, Derry, 1993-94), que explora imágenes de deseo femenino del cuerpo mascu lino. Es editora de What She Wants (Verso, 1994). Otras ex posiciones recientes de su obra son las celebradas en la Akehurst Gallery, 1994 y en la Stills Gallery, 1995. Ruth Scheuing es artista e imparte clases actualmente en el programa de artes textiles de Capilano College, North Van- couver, Canadá. Sus principales exposiciones individuales incluyen “Anatomy of a Suit” [“Anatomía de un traje”] (Textile Museum, Toronto, 1993); “Geometry of the Body” [“Geometría del cuerpo”] (Owens Art Gallery, Sackville, New Brunswick, 1992); “Radical Textiles” [“Tejidos radica les”] (Southern Exposure Gallery, San Francisco, 1992), y “Penelope or 13 Men” [“Penélope o 13 hombres”] (exposi ción itinerante canadiense, 1989). Gilane Tawadros es Directora de Nuevas Iniciativas Interna cionales para las Artes Visuales (INIVA), proyecto subven cionado por el Arts Council of England. Hasta 1994 fue Edu- cational Officer en el South Bank Centre. Val A. Walsh es escritora, investigadora, profesora y crítico independiente, afincada en Liverpool. Sus últimas investiga ciones incluyen “Women’s Experience in Art Education and Art”, proyecto subvencionado por el Arts Council (1994). Sus publicaciones recientes incluyen “Unbounded Women? Femi- 11 nism, Creativity and Embodiment”, en G. Jasser y M. Verloo, Feminism in Europe: Cultural and Political Practices (WISE, Holanda, 1994) y “Virility Culture: Managerialism and Aca demia” in M. Evans y A. Seller, eds., Agenda for Gender (Universidad de Kent, 1994). Janet Wolff es Catedrática de Historia del Arte/Estudios Vi suales en la Universidad de Rochester, USA. Su última publi cación es Resident Alien: Travel/Memoir/Gender (Polity Press, 1994), The Social Production ofArt (Macmillan, 1981) y Aesthetics and the Sociology ofArt. Actualmente trabaja so bre modernismo y género y sobre memoria e historia cultural. 12 Prefacio Pauline Barrie Los textos incluidos en este libro presentan una diversi dad de perspectivas feministas. Todas coinciden en la creen cia compartida de que el arte puede tener un impacto político. La práctica artística de las mujeres a través de la creación de arte y de los significados de sus artefactos culturales desem peña un papel bien determinado dentro de nuestra cultura ac tual. Este libro es otro trampolín para el arte feminista porque contiene muchas voces claras que se han desarrollado y se es tán desarrollando por medio de los ideales feministas de pro greso y cambio. Dentro de los textos parece haber un proceso de destrucción del engaño “en el arte y en su producción”, mientras simultáneamente se desarrollan nuevos lenguajes, críticas y discursos teóricos. Pero ¿qué han supuesto realmen te los logros de los últimos veinte años? Tal vez han ayudado a centrar la atención, permitiendo el instantáneo reconocimiento de la discriminación sistemática que aún existe actualmente contra las mujeres en tantos aspec tos del mundo del arte en el Reino Unido. La importancia del género no puede ser ignorada aunque comprendamos nuestras complejidades culturales (en términos de raza, sexualidad, generación y etnicidad). Desde los años setenta ha habido una especie de reacción que ha dado lugar a una amplia discusión 13 sobre el “postfeminismo”, a un rechazo de la idea del femi nismo como algo positivo y ciertamente a una negativa de las mismas formas básicas de discriminación. Es interesante ob servar que las diversas estadísticas que ha hecho públicas la Women’s Art Library revelan que la posición de la mujer ar tista se ha deteriorado y que en los noventa las mujeres si guen sin llegar a puestos de profesoras de bellas artes de ran go profesional a pesar de constituir el 68 por ciento de la po blación estudiantil. Todavía existe una marcada diferencia en la manera en que las revistas críticas generales se refieren a las mujeres artistas, y éstas no se hallan aún representadas como es debido en los libros de historia. Incluso en los libros de los años setenta la aportación de las mujeres artistas es m ín im a No obstante, la colección de The Women’s Art Library, en constante expansión, ofrece un testimonio sorprendente de las artistas y de su creatividad. En los setenta hubo un incre mento de las exposiciones dedicadas específicamente a muje res artistas, e hicieron su aparición numerosas modalidades de implicación, desde grupos separatistas hasta mujeres que creían que era posible infiltrarse en los diferentes niveles del mundo del arte, incluyendo la educación, e impulsar el cam bio desde dentro de esos diversos sistemas. Había también quienes creían que era más importante para una artista femi nista y para su futuro el alcanzar una posición dentro de la corriente dominante. Todas estas líneas distintas tenían como consecuencia el dejarse ver, y en los ochenta una gran canti dad de mujeres artistas expusieron colectiva e individual mente en muchas galerías públicas y privadas en todo el Reino Unido. Sin embargo, muchas de estas exposiciones te nían un patrocinio reducido, con un anuncio en la prensa como única pieza de información escrita y sin catálogo. Mu chas de estas exposiciones salieron adelante gracias al es fuerzo de la propia artista; no sólo producía las obras de arte sino que también organizaba la exposición, colocaba las pie zas, redactaba el anuncio para la prensa y la invitación a la inauguración, hacía los envíos por correo y a menudo tenía que ocuparse del aspecto comercial de la exposición una vez abierta con la esperanza de conseguir una reseña o una venta, 14 cosa ésta tan necesaria. En algunos casos incluso tenía que pagar el local. Aunque este tipo de actuación en solitario pa reció prosperar durante la década de los ochenta en el Reino Unido y en el resto de Europa, contribuyó a la marginación de las mujeres artistas en general. Aunque pudiera dar la im presión de que se mostraba una gran riqueza de obras, la pro porción de éstas que entraba en esta situación era excesiva. Esto es habitual entre las jóvenes artistas que luchan por su primera exposición, pero muchas veces también es el caso de artistas que llevan veinte o treinta años de vida profesional y disfrutan ya de una sólida reputación. ¿Cómo podrán cambiar las cosas? La Women’s Art Library apoya el cambio propor cionando información y testimonio de la obra de las mujeres artistas, pasadas y presentes, dando a conocer estadísticas, ejerciendo presiones y atrayendo la atención del público ha cia las numerosas formas de discriminación que existen y prosperan en el mundo del arte. Este libro reúne nuevos testi monios sobre los debates que tienen lugar en torno al femi nismo y a la producción del arte. Su publicación nos ofrece otro ejemplo de la decisión de las feministas de trabajar jun tas y forzar el cambio en un mundo hostil que funciona den tro de los tradicionales límites masculinos, condicionados por la misoginia, la intolerancia y las estructuras sexistas de pen samiento y práctica. Este libro será un buque insignia para la década de los noventa. 15 Agradecimientos La editora quisiera dar las gracias por su trabajo a todas las colaboradoras y a las artistas cuya obra se reproduce aquí. Por su ayuda en la obtención de fotografías y derechos de re producción debo especial agradecimientoa Women’s Art Li- brary, Rebecca Scott, Robín Shaw, Interim Art, Serpentine Gallery, Ikon Gallery, Arts Council Collection, Tate Gallery, Institute of Contemporary Art de Londres, Deanna Pether- bridge, Sutapa Biswas, Galerie René Blouin (Quebec), Terry Dennett del Jo Spence Archive, Impressions Gallery de Nue va York, The Art Museum de la Universidad de Princeton, Galerie Crousel-Robelin (París) y a los organizadores de la Bienal Internacional de Lausana. Se reunió inicialmente a la mayoría de las colaboradoras en la Decennial Conference de la Women’s Artists Slide Li- brary, que se celebró en junio de 1992 en el Morley College y versó sobre “Crítica feminista de arte: hacia los noventa”. Este amplio congreso fue patrocinado por el Departamento de Artes Visuales del Art Council of England. La editora, que también hizo la convocatoria del congreso, querría dar las gracias especialmente al personal de WAL que trabajó en el congreso, a quienes presentaron ponencias en aquella ocasión y a Alan Haydon, entonces Visual Art Officer de ACE. La Women’s Artists Slide Library pasó a llamarse Women’s Art Library en septiembre de 1993. 17 Hilary Robinson desea agradecer a Pauline Cummins y a Louise Walsh que la invitasen a escribir un texto para el catá logo de la exposición que ambas celebraron en el Irish Mu- seum of Modern Art (1992); dicho texto constituyó la base del que se incluye en esta antología. Janis Jefferies quiere dar las gracias a Juliet Steyn y a Diana Wood Conroy por sus co mentarios positivos y a Marlene Miller por mecanografiar el texto. Ann Newdigate quiere dar las gracias a John Mills, Ja nis Jefferies y Gail Youngberg por su ayuda. Fran Cottell quiere dar las gracias a Debbie Duffin por mecanografiar su manuscrito y a Mike Richards por corregirlo. 18 Introducción La crítica feminista de arte en un nuevo contexto Katy Deepwell En 1986 Rozsika Parker y Griselda Pollock describieron las actividades del movimiento artístico de las mujeres en el periodo que abarca desde 1970 hasta 1985 diciendo que es taba marcado por el paso “de estrategias prácticas a prácticas de estrategia”1. Utilizaron esta frase para resumir el surgi miento de formas específicas de práctica artística feminista hacia mediados de los ochenta, un hecho que era diferente de la unión inicial de mujeres para examinar y exponer sus obras que tuvo lugar en los setenta. El feminismo se definió así me diante estrategias políticas puestas de manifiesto en una serie de prácticas caracterizadas por intensos debates sobre la re presentación y por una crítica del modernismo más que por la asociación de las mujeres para exponer sus obras, apoyar y fomentar recíprocamente sus actividades o protestar contra la discriminación en el mundo del arte. Un argumento parecido 1 1 R. Parker y G. Pollock, Framing Feminism: Art and the Women’s Movement 1970-1985, Londres y Nueva York, Pandora, 1987, pág. 3. 19 era el que habían puesto de relieve de forma más dogmática en “Textual Strategies: The Politics of Art Making” (1980), Judith Barry y Sandy Flitterman-Lewis2, quienes trataban de identificar prácticas concretas en términos de planteamientos esencialistas contra antiesencialistas y feministas, en oposi ción a los planteamientos femeninos adoptados por las muje res artistas durante los setenta. El influyente análisis de estas autoras se había propuesto definir una práctica artística femi nista de vanguardia favoreciendo el empleo de estrategias de constructivas con preferencia a las que ellas consideraban esen cialistas, la utilización de las teorizaciones psicoanalíticas, se mióticas y marxistas del sujeto por encima de las expresiones de la experiencia femenina, y una crítica de estas últimas en especial porque a menudo fracasaban en el tratamiento de lo político. Este polémico análisis del desarrollo de las prácticas artísticas feministas constituye uno de los principales puntos de referencia de los debates que se exploran en este libro. El feminismo no es un planteamiento único sino un tér mino genérico que abarca un variado número de posturas y estrategias entre las mujeres que participan en la producción, la distribución y el consumo del arte. Entre las colaboradoras hay críticos, conservadoras de galería, académicas y artistas. Cada una explora un aspecto diferente de la práctica artística de las mujeres, la crítica feminista de arte y el papel de las mujeres en el mundo del arte a fines de los ochenta y princi pios de los noventa. Aunque entre estas mujeres hay puntos de referencia e intereses compartidos, no ofrecen al lector una postura única acerca de las mujeres artistas, la obra que pro ducen o el papel de la crítica feminista (ver infla). En la se lección de colaboradoras se ha insistido en mostrar el amplio marco del debate en el que operan diversas prácticas artísticas feministas y formas de crítica. 2 J. Barry y S. Flitterman-Lewis, “Textual Practices: The Politics of Art Making”, págs. 312-21, originalmente publicado en Screen, 21, 2, 1980. Ver también la crítica de A. Partington, “Feminist Art and Avant- Gardism” en H. Robinson, Visibly Female, Londres, Camden, 1987, pági nas 228-49. 20 En el libro se observa un consenso general en cuanto a la necesidad de que siga existiendo una crítica feminista de arte en la década de los noventa y después de ella, y también de que las mujeres continúen un diálogo que bebe del rico patri monio de la práctica artística, la crítica y la historia del arte feministas que se han desarrollado de forma continuada en los setenta y en los ochenta. Es en la manera en que hay que responder a los desafíos y a la cambiante situación política y cultural de los noventa donde empiezan a aparecer las estrate gias críticas individuales. Sobre si el feminismo ha conse guido ser el catalizador de las valoraciones y prácticas críti cas cuestionadoras, del mismo modo que Linda Nochlin sugi rió en 1971 que el feminismo desafiaría a la historia del arte3, la mayoría estaría de acuerdo en que queda mucho más que hacer en las escuelas de arte, en las galerías y museos públi cos, en el mercado del arte y en la publicación de reseñas si queremos que la situación de las mujeres cambie realmente. Mientras se examina la relación del feminismo con los deba tes postmodernistas se rechaza con firmeza la idea del postfe minismo, lanzada por los medios de comunicación a media dos de los ochenta. La persistencia de la discriminación de las mujeres, la marginación, la contención o la actitud de confor marse con cubrir el expediente que se adopta con las mujeres en la programación de las galerías, la inexistencia en la pren sa dominante de un debate público sobre la práctica artística de las mujeres, siguen siendo temas clave. Las cinco secciones en que se divide el libro se ocupan de áreas importantes para la crítica y la práctica artística fe ministas surgidas a fines de los ochenta. Dentro de cada sec ción las colaboradoras destacan una serie diferente de cues tiones sobre el desarrollo de las estrategias feministas en los noventa. Conforme cada una perfila su propia postura perso nal se van perfilando las distintas perspectivas sobre las ubi caciones, estrategias y posiciones de las artistas. 3 L. Nochlin, “Why have been no Great Women Artist?”, 1971, en Wo- men, Art and Power, Londres, Thames and Hudson, 1989, pág. 146. 21 El impacto de las teorías postestructuralistas ha tenido un efecto indudable en la transformación de los términos del de bate feminista desde principios de los ochenta4. La mayoría de las colaboradoras aluden a las maneras en que tanto la crí tica como las relaciones entre teoría y práctica se han trans formado merced al interés por el feminismo francés, la de construcción, las teorías del sujeto y las críticas de los relatos históricos y de las fronteras entre disciplinas. En la primera sección, titulada “Entre la teoría y la prác tica”, Janet Wolff localizaun callejón sin salida en la crítica feminista de arte, la explicación del cual que ofrecen Barry y Flatterman-Lewis no es más que un ejemplo, con divisiones en un campo esencialista y otro antiesencialista y en un cam po a favor y otro en contra de la teoría. La autora examina las implicaciones de la teoría crítica actual para la superación por la práctica feminista de esas oposiciones binarias y la inade cuación de dichas oposiciones binarias para la clasificación y discusión de la obra de las artistas. Gilane Tawadros analiza después cómo el análisis “postmoderno” de la identidad está íntimamente relacionado con los análisis de los relatos de la historia que llevan a cabo algunas artistas negras contemporá neas en su práctica. El análisis del proyecto Synapse, de Su- tapa Biswas, por Moira Roth ofrece la explicación de la pro pia autora del mutuo reconocimiento y estímulo que para ella supuso el encuentro con la artista en términos de confronta ción postcolonial. El relato de Roth trata de situar y cuestio nar sus propias reacciones ante la obra de Biswas al tiempo que ofrece la explicación que da la artista de su propio plan teamiento. En la brecha entre teoría y práctica se encuentra el papel 4 Ver Chris Weedon, Feminist Practice and Post-Structuralist Theory, Oxford, Basil Blackwell, 1987; S. Hekman, Gender and Knowledge: Ele- ments of a Postmodern Feminism, Cambridge, Polity Press, 1990; S. Ben- habib y Drucilla Córner, Feminism as Critique, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1987; R. Braidotti, Pattems of Dissonance, Cam bridge, Polity Press, 1991, y A. Jardine, Gynesis: Configurations of Wo- man and Modernity, Comell University Press, 1985. 22 desempeñado por las instituciones en la validación y perpe tuación de determinados valores, ideas y creencias. Francés Borzello examina las limitaciones institucionales que sufre la aparición y circulación de las ideas feministas desde el punto de vista de una editora. Examina la escasez de los textos ar tísticos de la corriente dominante que están dedicados a muje res artistas, ya sea en reseñas de prensa, revistas de arte y li teratura, textos de catálogo, radio y televisión, etc. Los puntos de vista feministas en la crítica de arte —dice la autora— re ciben una cobertura aún menor en estos espacios. El periodo entre 1985 y 1988 presenció una avalancha de publicaciones sobre este tema en Gran Bretaña, por ejemplo, Feminist Aes- thetics, de Gisela Ecker (Women’s Press, 1985 [trad. esp.: Es tética feminista, Barcelona, Icaria, 1986]); Visibly Female, de Hilary Robinson (Camden Press, 1987); Framing Feminism, de Rozsika Parker y Griselda Pollock (Pandora/Routledge, Kegan and Paul, 1987); dancing Fires, de Leslie Saunder (Women’s Press, 1987) y Women and Craft, de G. Elinor et al. (Women’s Press, 1988). Se publicaron también entre 1987 y 1992 dos revistas especializadas, Women’s Art Magazine (antes WASL Journal) y Feminist Art News', ambas han traba jado mucho para iniciar nuevos debates sobre la práctica ar tística de las mujeres5. Sin embargo, desde 1988 sólo han aparecido otros tres libros sobre práctica artística feminista: Feminine Sentences, de Janet Wolff (Routledge, Kegan and Paul, 1990); Contemporary Women Artists, de Wendy Beckett (Phaidon, 1988), y Passions, de Maud Sulters (Urban Fox Press, 1990). El resumen de Borzello suscita importantes cuestiones relativas al acceso a los escritos sobre las mujeres en las artes visuales así como sobre la accesibilidad o inacce sibilidad de ciertas formas de debate académico. La sección concluye con dos ensayos contrapuestos sobre intervenciones feministas en la cultura de otra institución im portante, la escuela de arte. Val Walsh ofrece un bosquejo de un posible marco para la enseñanza feminista mientras que el 5 Feminist Art News dejó de publicarse en la primavera de 1993. 23 texto de Pen Dalton pone en cuestión los modelos subyacen tes de la psicología del desarrollo, en los cuales se ha basado buena parte de la enseñanza “modernista” en el estudio des de 1945, en un intento de poner al descubierto la inclinación masculina de las prácticas docentes. En “Las conservadoras de galerías y el mundo del arte”, dos directoras de galerías, Maureen Paley (Interim Art) y Eli- zabeth Macgregor (Ikon Gallery), ofrecen su visión de los placeres y peligros de sus respectivas posiciones en el sector público y en el comercial. Cómo intervenir en calidad de fe minista e iniciar el cambio en las exposiciones públicas y co merciales es una cuestión que exploran todas las colabora doras de esta sección. Desde su experiencia como organizadora de una exposi ción itinerante, “La Puntada Subversiva”, Pennina Bamett analiza la reacción del público ante la obra contemporánea seleccionada. Argumenta que aunque la exposición intentaba renegociar las definiciones de arte/artesanía y femenino/femi- nista, la acogida de la prensa y la reacción del público siguie ron estando en buena parte atrapadas en categorías mucho más convencionales, cerrando debates que la exposición se proponía abrir. La manera en que las mujeres negocian la creación y exposición de su obra en galerías y otros locales es el tema del análisis que hace Debbie Duffin de sus propias es trategias y las de otras artistas. Tanto Debbie Duffin como Fran Cottell argumentan en contra de la idea de que la artista está esperando a que la descubra el marchante y subraya que debe buscar oportunidades de forma activa y tomar decisio nes sobre el contexto y la exhibición de su obra. El trabajo de Fran Cottell presenta su propia experiencia de exponer com binando pintura, performance e instalación, destacando los modos en los que renegoció su práctica para llegar a nuevos públicos. La marginación de los intereses de las mujeres y la mani pulación de la presentación de su obra cuando trata temas controvertidos son analizadas por las tres colaboradoras de la sección titulada “Sobre la cuestión de la censura”. El examen que hace Anna Douglas del secuestro de una obra de Deanna 24 Petherbridge antes de una exposición individual pone de re lieve las equivocadas presiones y los prejuicios instituciona les existentes en el sector público. Douglas se vale de la teori zación que realiza Annette Kuhn de la censura como regula ción y mantiene que el contenido real de la obra hecha por la artista se convierte en algo irrelevante a causa de la errónea acogida de un significante (“Rushdie”) con carga “política” por su título cuando viaja de una galería privada a un galería pública. Por el contrario, en el ejemplo elegido por Naomi Salaman es supuestamente el contenido “sexual” de la obra lo que subyace a la eliminación de obras de la venta o de la ex posición en los tres casos estudiados. Sally Dawson sigue un razonamiento muy diferente; alineando la censura con el tabú sobre las perspectivas de las mujeres que impone la discrimi nación en nuestra cultura, presenta la obra de cuatro mujeres que tratan diferentes aspectos de la experiencia y la historia de las mujeres. Estas obras no son “censuradas” en el sentido convencional de ser retiradas, de no ser expuestas, de no ser vistas, sino que se ocupan de áreas de la experiencia política y social de las mujeres que aparecen “censuradas” por una cultura patriarcal. “La aproximación al psicoanálisis” se ocupa del impacto de una de las influencias más poderosas sobre la práctica ar tística feminista en Gran Bretaña a fines de los ochenta. El le gado de Lacan es sustituido por el impacto de Irigaray y Kris- teva. El texto de Christine Battersby sostiene que la adopción de los términos y modelos psicoanalíticos, concretamente por Luce Irigaray, puede resultar ser una fuente de tensiones para la práctica artística feminista si no nos ocupamos de los análi sis que estas mismas escritoras hacen del lugar de la pintura. Hilary Robinson demuestra con entusiasmo cómo los térmi nos críticos procedentesdel psicoanálisis han hecho posible sin embargo un replanteamiento de la representación del cuerpo y hace ver cómo éste ha servido de instrumento crítico y metodológico para una gran diversidad de mujeres artistas a fines de los ochenta. Joan Key, refiriéndose a su propia prác tica, analiza cómo el psicoanálisis, sobre todo la argumenta ción de Julia Kristeva sobre lo abyecto y la represión del 25 cuerpo maternal, ofrece a la pintura una situación que permite a la autora ocuparse de la materialidad del color. Muy dife rente es la aproximación de Mary Kelly, que ofrece un análi sis de “Historia”, la cuarta y última sección de su proyecto Interim, que examina las actitudes que tienen hacia su cuerpo, el dinero, el poder y la historia unas mujeres que fueron miembros de la generación de 1968, comprometida en la libe ración de la mujer, y que ahora (1994) tienen entre cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años. En “Historia” Kelly cuestiona lo que está en juego en la manera en que un sujeto se sitúa históricamente; en especial, la manera en que una feminista identifica un momento “ideal” concreto de radicalismo (1968) que luego será desafiado por las diferentes perspectivas de una generación más joven. Kelly se aproxima al análisis de Kristeva en “Women’s Time” y otorga a las ideas de La- can sobre la historia un nuevo papel como forma de genealo gía y arqueología, y prosigue su crítica y su diálogo con La- can en relación con la feminidad y la construcción de la iden tidad de las mujeres, como es patente en las otras secciones de Interim (“Corpus”, “Pecunia” y “Potestas”) y en Post-Par- tum Document. Las cambiantes definiciones de la práctica y el uso de nuevos marcos teóricos tomados de las teorías postestructura- listas del lenguaje, la deconstrucción y la decodificación son también el tema del trabajo de Janis Jefferies, que abre la úl tima sección, “Tejidos”, enlazando con lo anterior pero desa rrollando en una dirección diferente los análisis ofrecidos por J. Wolff, G. Tawadros y H. Robinson. La situación de los teji dos en los límites, en los márgenes, como “híbrido”, las rela ciones entre texto/tejido y el uso de metáforas del campo del bordado y el tejido proporciona a las profesionales del tejido una relación específica con los debates postmodernos, según afirma la autora. Se explora aquí la situación de los tejidos a la vez dentro y fuera de las esferas de las bellas artes y de la artesanía, rebasando y al mismo tiempo desafiando jerarquías y definiciones, mitos e ideologías, teoría y práctica (ver tam bién P. Barnett). Esta discusión ofrece un marco crítico dife rente a los debates de los setenta sobre la revaloración y 26 transformación de los “oficios tradicionales” ahora revesti dos con mensajes feministas radicales. A continuación, Ann Newdigate, Dinah Prentice y Ruth Scheuing presentan sus prácticas en el contexto de estos debates, mostrando cómo por medio respectivamente de la tapicería, la yuxtaposición de piezas de tela y la actividad de tejer, la artista trabaja para deshacer la política y la creación patriarcal de mitos al tiempo que ejecuta una obra feminista. Nuevos contextos para la crítica feminista de arte Sin m odelos es difícil trabajar; sin un con texto es difícil evaluar; sin iguales es casi im po sible hablar J. Russ6 ¿Cuál es el papel de la crítica feminista de arte? Joanna Russ nos ofrece un útil punto de partida para definir las ta reas clave de la crítica feminista de arte. Debe ofrecer mode los de la práctica artística de las mujeres al público, propor cionar contextos para la interpretación de las obras y len guaje^) o marcos teóricos para comunicar con los iguales de cada cual. La crítica de arte feminista sigue siendo una crítica con causa. Su función es constituir un desafío a la representación de la obra de las mujeres en una cultura que continúa deva luándola, denigrándola e ignorándola. El feminismo sigue siendo el instrumento mediante el cual las mujeres pueden dotarse de poder, asumir el derecho de nombrar y describir sus perspectivas y tomar parte en una serie abierta, autorrefle- xiva y en desarrollo de debates acerca de lo que significa ser mujeres (en plural) en una cultura patriarcal. El debate femi nista concebido de esta manera es un proceso político y un 6 J. Russ, How to Suppress Women’s Writing, Londres, Women’s Press, 1983, pág. 95. 27 conjunto de estrategias. No es un método único ni una ciencia confinada a la academia. Los burdos estereotipos sobre el feminismo y los “intere ses de las mujeres” abundan en nuestra sociedad; la cultura de la “escuela de arte” y el “mundo del arte” tiene un interés especialmente establecido y virulento en que continúen circu lando como medio de frenar la denuncia del privilegio mas culino. Hay un diversidad de estrategias sociales e inte lectuales bien conocidas y muy utilizadas por el sistema, do minado por los varones, para contener la influencia del feminismo y del escaso número de mujeres que ejercen la en señanza en las escuelas de arte en comparación con la mayo ría femenina de la población estudiantil. Esto no sólo se pro duce cuando deliberadamente se deja de invitar a entrar en la enseñanza a mujeres célebres y aclamadas por la crítica sino también cuando no se da trabajo a estas mujeres o no se las promociona a posiciones desde donde puedan influir en la toma de decisiones. Las estrategias intelectuales parecen más sutiles pero no son menos dañinas. Incluyen el estigmatizar el feminismo y despacharlo como una entidad global “aburrida” sin ninguna influencia política ni interés intelectual en el mundo de la “teoría crítica”, y desalentar activamente los pro yectos, ideas u obras feministas, como es evidente en el aisla miento social o la hostilidad activa de que son objeto las jóve nes que quieren producir dichas obras, así como en la tenden cia evidente en la concesión de puntuaciones y grados. Aun en los debates postmodernos que se consideran más sofisticados, el feminismo aparece como un nombre homogé neo —anticuado y passé— nunca definido ni desarrollado, in vocado sólo para ser descartado7. Se barren de un plumazo la heterogeneidad y pluralidad de los temas, debates y voces dentro del feminismo. Y esto, a pesar del hecho de que el 7 Ver H. Foster, Postmodern Culture, Londres, Pluto Press, 1985; B. Wallis, ed., Rethinking Representation: Art After Modernism, Boston, Godine, y Nueva York, New Museum of Contemporary Art, 1984, y Lin da Nicholson, Feminism/Postmodemism, Nueva York y Londres, Rout- ledge, 1990. 28 “postmodernismo” ha sido descrito por algunos críticos como el primer movimiento de vanguardia que incluyó mujeres no como participantes marginales sino como protagonistas en su definición de la alegoría y de sus estrategias antiestéticas8. Sin embargo, la delimitación de las referencias a las prácticas de un puñado de mujeres en Nueva York puede describirse igualmente como las primeras etapas de una forma repetitiva de limitarse a cubrir el expediente, la eficaz contención, me diante la creación de unas pocas historias de éxito, del papel fundamental que las mujeres artistas pueden desempeñar. Aunque puede decirse que lo que caracteriza a los años ochenta es la aproximación a las teorías postestructuralistas, muchas de las personas que escriben historia y crítica del arte valiéndose de ideas sobre el desplazamiento del centro, la “marginalidad” y la “diferencia”, parecen conformarse con declarar que el feminismo ya no es el principal ámbito de lu cha. La academia ha aprendido algo de la jerga de la “diferen cia”, pero los hombres sobre todo se quedan “indiferentes” cuando llega a aplicar esta idea a la marginación política y económica de las mujeres o a cualquier análisis de su obra9. No debe pasar inadvertido que el renovado interés por estos temas llegó como una señal de “profesionalismo” justo en el momento de fines de los ochenta en que la reducciónde las subvenciones estatales de universidades y escuelas de arte y la recesión en el mercado habían aumentado la marginación económica de las mujeres10. Por muy sofisticada que pa 8 S. Rubín Suleiman, “Feminism and Postmodemism: A Question of Politics”, en C. Jencks, A Postmodern Reader, págs. 318-32; B. Buchloh, “Alegorical Procedures: Appropiation and Montage in Contemporary Ait”,Artforum, XXI, 1, septiembre de 1982, págs. 43-56; C. Owens, “The Discourse of Others: Feminists and Postmodernists”, en H. Foster, Post modern Culture, Londres, Pluto Press, 1985, págs. 57-82. 9 C. Owens, “The Discourse of Others”, y A. Huyssen, “Mapping the Postmodern”, en Linda Nicholson, Feminism)Postmodemism, Nueva York y Londres, Routledge, 1985, págs. 234-80. 10 Janet Sydney Kaplan, “Varieties of Feminist Criticism”, en G. Greene y C. Kahn, eds., Making a Difference: Feminist Literary Criticism, Lon dres y Nueva York, Routledge, 1985, pág. 56. 29 rezca haberse vuelto la investigación intelectual postmo- derna/postestructuralista cuando los intereses en la teoría crí tica incluyen la filosofía, la sociología y el psicoanálisis, por muy difíciles que parezcan ahora los términos teóricos de la aproximación a estos temas, la crítica feminista de arte sigue tratando, criticando y considerando las implicaciones para las mujeres11. La aspiración feminista de llamar la atención sobre el condicionamiento del género en todas las relaciones, sobre la intrusión del patriarcado en la esfera más privada de la vida cotidiana, no se rechaza tan fácilmente. ¿Qué hace que la crítica sea “feminista”? Dicho de otro modo, ¿hay formas específicas de crítica para las cuales se re serve la etiqueta de “feminista”? El escribir sobre mujeres ar tistas no hace feminista a un crítico (hombre o mujer). Tam poco la gran mayoría de los trabajos sobre mujeres artistas es feminista en su forma de aproximarse a su obra. La crítica fe minista de arte, aunque insista mucho en la interacción entre las obras producidas por mujeres artistas, no consiste en la defensa de una sensibilidad femenina —una especie de uni dad mística presente en todas las obras de mujeres— pues esto ha sido en realidad una vieja estrategia misógina para de finir la diferencia femenina. La crítico feminista de arte sitúa quizá los textos sobre mujeres artistas en el centro de sus actividades. Ve su papel quizá como información al público, tal vez incluso educación o ilustración sobre las obras de las mujeres o los logros femi nistas. No obstante, en el centro de sus actividades estará la de despertar el interés por las obras de las mujeres. El efecto será quizá el de “despertar la conciencia” o poner a algunas mujeres artistas como potencial modelo que deben imitar las artistas jóvenes. Al final su estrategia tal vez invierta crítica mente la atención, eternamente privilegiada, que se dedica a los artistas varones y a los intereses masculinistas del mundo 11 11 Ver J. Butler y J. W. Scotts, eds., Feminists Theorize the Political, Londres y Nueva York, Routledge, 1992, o Somer Brodribb, Nothing Mat[t]ers: A Feminine Critique of Postmodernism, Melbourne, Spini- fex, 1992. 30 del arte, o al menos intervendrá en ellos. Es posible que actúe como abogado de colectivos concretos dentro de la mayoría diversa y marginada de las mujeres, o rechazará esta situa ción, prefiriendo deliberadamente dedicarse a toda la diversi dad de prácticas a la cual las mujeres se dedican en realidad. Quizá se pase el tiempo trazando distinciones aún más sutiles entre prácticas femeninas y feministas en el progreso del mo vimiento artístico de las mujeres. Los paralelismos con la crítica literaria son ilustrativos en el contraste que Sydney Janet Kaplan establece entre dos planteamientos existentes en el feminismo: el de las ginocríti- cas frente a la crítica feminista12. El primero es descrito como un planteamiento “auténticamente centrado en las mujeres, independiente y dotado de coherencia intelectual”, que trata de considerar a las mujeres “no como anómalas, excéntricas o rebuscadas, sino como activas precursoras vitales y como in novadoras”13. Rastrea líneas de influencia e intereses comu nes, incluyendo ideas acerca del cuerpo, el lenguaje y la psi- quis de las mujeres, pero interpretándolas en relación con los contextos sociales en los cuales aparecen. Esta atención cen trada en las escritoras contrasta con el interés de la crítica fe minista por las imágenes y estereotipos de las mujeres en la literatura, las omisiones y conceptos equivocados sobre las mujeres en la crítica y sobre la “mujer-como-signo en los sis temas semióticos”, poniendo de manifiesto la miríada de ma neras en las que las actitudes patriacales afectan a la crítica li teraria14. Para la crítica feminista ha sido fundamental la identificación de los estereotipos femenino/feminista, que tratan de crear categorías separadas para “la mujeres” y “el Arte” (definiendo la creación artística como una categoría ex clusivamente masculina)15. Está claro, sin embargo, que el fe 12 J. Kaplan, “Varieties of Feminist Criticism”, en G. Green y C. Kahn, eds., Making a Difference, pág. 53. 13 J. Kaplan en G. Greene y C. Kahn, eds., Making a Difference, pág. 49. 14 J. Kaplan en G. Greene y C. Kahn, eds., Making a Difference, pág. 53. 15 R. Parker y G. Pollock, Oíd Mistresses: Women, Art and Ideology, Londres, Routledge, Kegan and Paul, 1981, págs. 8-9. 31 minismo necesita de ambos planteamientos y que éstos no son mutuamente exclusivos. El objetivo principal de la crítica feminista podrá referirse a las mujeres, estar dirigido a las mujeres e interesarse por los temas de las mujeres, pero cons tituye también una perspectiva, una serie de interrogantes que pueden formularse de la misma manera en la crítica de la obra de los artistas varones. No obstante, esto sigue siendo un tema marginal cuando se ha publicado tan poco sobre las mu jeres. Mientras que la crítica feminista se plantea los prejui cios patriarcales y los privilegios de la visión masculina como “la norma”, la obra de las mujeres (pasada y presente) sigue necesitando ser situada en un nuevo contexto. Los tex tos modernistas de historia del arte siguen presentando a las mujeres artistas del siglo XX como seguidoras —y a sus obras como derivadas— de los logros de los “grandes” artis tas varones, ignorando importantes cuestiones acerca de la producción social del arte. La investigación de la práctica artística de las mujeres que aporta la historia feminista del arte, la expresión de las claras contribuciones realizadas por mujeres artistas, y los modelos sociohistórico y psicoana- lítico/semiótico para el análisis de los proyectos contempo ráneos siguen teniendo una importancia vital para cambiar el canon. Annette Kolodny describe la necesidad de “un alegre plu ralismo, sensible a las posibilidades de múltiples escuelas y métodos críticos pero cautivo de ninguno”, unida a un reco nocimiento de que “los numerosos instrumentos requeridos para nuestro análisis serán necesariamente heredados y sólo en parte creación nuestra”16. Pues la diferencia de género no es separable de otras marcas distintivas o de categorización existentes en la crítica como la clase, la raza, la religión, la generación o la orientación sexual. La crítica feminista de arte debe ser, como toda buena 16 A. Kolodny, cit. en J. Kaplan, “Varieties of Feminist Criticism”, en G. Greene y C. Kahn, eds., Making a Difference, pág. 54. 32 crítica, “una invitación al diálogo”17 no solamente entre el es pectador y la obra, entre el lector y el texto, sino específica mente sobre el planteamiento de cuestiones relativas a la ma nera en que los temas e ideas sociales/políticos son tratados a través de obras de arte concretas, acontecimientos y la posi ción o representación de las mujeres que se aporta. En este sentido, la crítica feminista de arte traza los cambios y trans formaciones quetienen lugar en los razonamientos, temas y teorías que trata, al igual que interviene para perfilar posturas, dar voz a la experiencia e identificar las situaciones de las mujeres como artistas, conservadoras de galería, críticos, pro fesoras y espectadoras, situaciones relativas, complejas y a menudo contradictorias. La crítica contemporánea hace un extraordinario hincapié en lo positivo y en lo afirmativo, y sin embargo la obra de las mujeres es descrita frecuentemente sólo en términos de lo que le falta: la medida de la diferencia de las mujeres respecto de una norma masculina (algunos planteamientos del psicoaná lisis hacen poco para invertir esta tendencia). Necesitamos examinar y escudriñar los términos de referencia según los cuales analizamos y contextualizamos la práctica artística de las mujeres, pues el lenguaje, visual y verbal, no es un medio transparente para la expresión sino que está codificado y re ducido a convenciones. Como ha demostrado Christine Bat- tersby, la atribución del “genio” está completamente deter minada por el género18 y, al igual que otros términos críticos comunes (por ejemplo, “vitalidad”, “fuerza”, “vigor”, “deco rativo”, “placentero”), ha sido utilizado en muchas ocasiones para devaluar la obra de las mujeres19. De manera semejante, tenemos que considerar cuál es el lugar de la intencionalidad como validación de la voz de las mujeres en un mercado del 17 L. Lippard, “Change and Criticism: Consistency and Small Minds”, en Changing: Essays inArt Criticism, Nueva York, Dutton, 1971, pág. 33. 18 C. Battersby, Gender and Genius, Londres, Women’s Press, 1989. 19 C. Battersby, “Situating the Aesthetic: A Feminist Defence”, en A. Benjamín y P. Osbome, eds., Thinking Art: Beyond Traditional Aes- thetics, Londres, ICA (Philosophical Forum), 1991, pág. 42. 33 arte que vende al artista tanto como el producto20. El proceso de legitimación en nuestra cultura sigue viniendo de institu ciones ampliamente dominadas por los hombres en las cuales aparece sólo una minoría de mujeres artistas. En el ámbito contemporáneo de las reseñas, el periodis mo reemplaza con frecuencia a cualquier forma de crítica en profundidad. Las exposiciones son tratadas sólo como objetos de moda y siempre de manera tópica, y se hacen famosas por su banalidad o por sus trucos publicitarios y no por su capaci dad para hacernos pensar en los límites dentro de los cuales contemplamos “el Arte”. Las referencias que confieren un rango, el atajo más barato que existe en la confusa atmósfera del periodismo de arte, siguen situando a todos los artistas como si hubiesen heredado únicamente de los hombres. La mujeres artistas son situadas con frecuencia como un “fenó meno” aislado en un canon de dominio masculino por medio de las eternas referencias, vagas y enteramente inadecuadas, a unos precedentes patriarcales. Se ignora la herencia matri- lineal21 porque asume que los lectores no estarán familiariza dos con las mujeres artistas y porque las comparaciones con célebres artistas varones requieren una pseudocredibilidad. Sin embargo, las mujeres son raras veces situadas como he rederas del legado de Picasso, Pollock, Beuys o Warhol. La crítica feminista del observador desinteresado puso al descubierto la naturaleza partidaria de todas las interpretacio nes (cuando la figura “neutral” era identificada como blanca, masculina y de clase media) y empezó a explorar el modo en que la interpretación está inevitablemente influida por las posturas políticas22. Los intereses personales de los críticos, a 20 Linda S. Klinger, “Where’s the Artist? Feminist Practice and Post- Structuralist Theories of Authorship”, Art Journal, 50, 2, verano de 1991, págs. 39-47. 21 M. Schor, “Patrilineage”, Art Journal, 50, 2, verano de 1991, pági nas 58-63. 22 Ver la crítica de Battersby de la estética kantiana en C. Battersby, “Situating the Aesthetic: A Feminist Defence”, en A. Benjamín y P. Os- bome, eds., Thinking Art: Beyond Traditional Aesthetics, Londres, ICA (Philosopical Forum), 1991, págs. 31-44. 34 pesar de esta enérgica crítica, siguen siendo negados mientras se elabora el “genio” de la obra de cada artista (varón) a tra vés de las huellas detectadas en la estructura de la propia obra23 y de sus vínculos o relaciones con otros artistas de la gran tradición. Si el feminismo, incluyendo la crítica femi nista de arte, permanece indisolublemente unido a un pro grama hecho por mujeres, sobre mujeres y para mujeres, ¿qué decisiones tomarán las mujeres críticos cuando sitúen la obra de las mujeres en el futuro? ¿Aceptarán el reto que presenta el feminismo en términos de un nuevo conjunto de referen cias y temas o de una tradición alternativa? El feminismo continuará porque las mujeres continuarán formando alianzas como mujeres contra una cultura que las discrimina como mujeres, como un “Otro” indiferenciado cuyo carácter de su jeto, su individualidad incluso, se niega, y donde se olvida a la colectividad de las mujeres. Aunque para muchas feministas personalmente ha resul tado doloroso aprender a reconocer la diversidad de las nece sidades y los intereses de las mujeres en los años ochenta, al estar divididos según factores de experiencia, generación, raza, etnicidad y orientación sexual, la pluralidad de posturas que el feminismo contiene por necesidad queda muchas ve ces sin ser reconocida. En los ochenta, la variedad de formas distintas de feminismo radical, feminismo socialista, femi nismo marxista y feminismo separatista lesbiano parecía rom per la idea de principios de los setenta de una “amalgama” en una hermandad unida. Las mujeres (en toda su diversidad, blancas y negras, lesbianas o heterosexuales, de diferentes re ligiones y generaciones) siguen estando marginadas como sexo/clase24 dentro de los discursos dominantes y de las jerar quías institucionales que mantienen las discriminaciones con tra las mujeres como una parte repetitiva y rutinaria del statu 23 Ver G. Pollock, “Painting, Feminism, History”, en M. Barrett y A. Phillips, Destabilizing Theory: Contemporary Feminist Debates, Cam bridge, Polity Press, 1992, págs. 138-76. 24 Para un análisis crítico ver N. O. Keohane, M. Z. Rosaldos y B. C. Gelpi, Feminist Theory: A Critique ofldeology, Brighton, Harvester, 1982. 35 quo. A pesar de las divisiones y del reconocimiento de las di ferencias entre las mujeres, el feminismo sigue siendo una importante “conceptualización con suficiente relevancia y maleabilidad para sustentar una coalición”25, una coalición unida que es tanto política como estratégica para iniciar el cambio a favor de las mujeres y es al mismo tiempo respetuo sa de la diversidad de intereses y necesidades. Lo que se ma nifiesta como las características paradójicas del feminismo, sus simultáneos argumentos a favor de la eliminación de los papeles de género (iguales derechos) y la valoración del ser femenino (el reconocimiento de la diferencia), no constituye unas oposiciones recíprocamente exclusivas sino que es una valiosa parte del “espectro de conceptualizaciones de la 'so cialización’ a la ‘opresión’ y al ‘patriarcado’”, que crea el de bate feminista26. La ecuación según la cual los artistas producen, los críti cos comentan y los historiadores del arte contextualizan se re afirma en los ochenta como una “lógica” división del trabajo. Los límites impuestos a los nuevos tipos de práctica artística ampliada que hicieron su aparición en los setenta se están in crementando a pesar de la boga actual del neominimalismo/ conceptualismo. La perseverancia y la dedicación exclusiva al área propia de especialización se puso al orden del día; todo lo demás era picotear: se reintroduce a la mujercita como afi cionada y al artista (varón) como estrella de los medios de co municación. Cada vez es más difícil ser identificado como ar tista en este país fuera de la norma masculina de artista/profe- sor (si las mujeres pueden ser empleadascomo tales: todavía una disputa por la igualdad de derechos). El modelo feminista de artista/teórica/activista política/trabaj adora en la comuni- dad/feminista/profesora/conservadora de arte/administradora, y no digamos lo que se conocía como teórica/profesional, es menos prominente en la actualidad. Las artistas feministas 25 Nancy F. Cott, “Feminist Theory and Feminist Movements: the Past before us”, en J. Mitchell y A. Oakley, What is Feminism?, 1986, pág. 59. 26 Nancy F. Cott, “Feminist Theory”, en J. Mitchell y A. Oakley, Whal is Feminism?, pág. 59. 36 aceptan estas posiciones para actuar como defensoras y pro motoras de la obra de las mujeres, iluminar inquietudes com partidas y configurar nuevos públicos. Esto no equivale a de cir que los artistas, en especial las mujeres, hayan dejado de adoptar estos múltiples papeles (como testimonian los ejem plos de este libro), pero, como gran parte de la obra de las mujeres en general, estas posiciones no logran ser reconoci das y son devaluadas (un posible argumento en favor de la di ferencia y del reconocimiento de la especificidad de la prác tica de las mujeres). Las contradicciones de la crítico feminista de arte al in tervenir y promocionar a las mujeres artistas en un sistema de mercado artístico limitado ha sido el tema de muchos de los trabajos de Lucy Lippard27. Como dijo ésta, una rodaja de la empanada sigue teniendo valor cuando “la empanada es em panada para el que está muerto de hambre”28 incluso donde la idea de que las mujeres están consiguiendo un pedazo más grande de la empanada lleva a cubrir el expediente y a la peor especie de complacencia, además de negar que la discrimina ción exista. Los administradores artísticos, los conservadores de galerías y los editores siguen siendo terriblemente compla cientes en relación con la representación de las mujeres. Por que hayan hecho una exposición de obras de mujeres o hayan editado un número especial feminista hace tres, diez o quince años, afirman que ya no tienen necesidad de aceptar un nuevo proyecto. Después de todo, ¿por qué iba a recibir el 52 por ciento de la población una representación de las mujeres ma yor que la tan limitada del modernismo: entre el 10 y el 20 por ciento de un programa de exposición?29. Mencionad la 27 Ver L. Lippard, From the Centre: Feminist Essays on Women ’s Art, Nueva York, E. P. Dutton, 1976, págs. 15-27, 28-37, 139-48, y “The Pink Glass Swan: Upward and Downward Mobility in the Art World”, en J. Loeb, Feminist Collage, Columbia University, Teachers Press, 1979, págs. 103-14. 28 L. Lippard, From the Centre, pág. 141. 29 K. Deepwell, Ten Decades: Careers of Ten Women Artist Bom 1897-1906, Norwich, Norwich Gallery, NIAD, 1992; D. Cherry y J. Bec- 37 justicia “natural” de un sistema de cuotas para el final del si glo XX: se pondrán pálidos y empezarán a farfullar sobre la “calidad” (¡una táctica vieja y desacreditada!). El limitado es pacio que se ha consentido siempre que ocupen las mujeres no es para los misóginos más que una muestra de la poca im portancia que tienen las mujeres artistas. Para todos los de más, en particular para las feministas, es simplemente un tes timonio más de la discriminación de las mujeres. La mayoría de la mujeres artistas están todavía luchando por conseguir locales donde exponer su obra y por obtener mejores ingre sos, como las críticos feministas por tener una oportunidad para analizar aquélla en la prensa dominante. Aunque las mu jeres continúan tratando de participar y de tener un sitio en la corriente dominante, siguen poniendo en cuestión su sistema de valores y su pseudomeritocracia (¡fundada en que todo lo que se expone en una galería de la corriente dominante es “el último grito”!). La cuestión que aún queda por resolver es: ¿son ésos los únicos ámbitos, los únicos espacios que las mu jeres artistas quieren ocupar, son ésos los únicos públicos a los que las mujeres quieren llegar? Se ha observado hartas veces la inexistencia de un femi nismo de estilo americano en el mundo del arte en Gran Bre taña, donde hay mujeres mayores y más establecidas que se han identificado con las luchas de las mujeres, utilizando la cuestión de la mujer para ganar espacio para su obra30. Sin embargo, el modelo de intervención feminista en las institu ciones de la cultura oficial aquí no es igual que la idea de que la práctica feminista tiene su base fuera del mundo del arte, en un movimiento político de masas, y sólo desea construir una contracultura31. Definir y redefinir los cambios en deba kett, “Sorties: Ways Out Behind the Veil of Representation”, FeministArt News, 3, 4, págs. 3-5; G. Pollock, “Feminism and Modemism”, en R. Par ker y G. Pollock, Framing Feminism, págs. 79-122. 30 G. Pollock, “Feminism and Modemism”, en R. Parker y G. Pollock, Framing Feminism, págs. 81-93. 31 G. Pollock, “Feminism and Modemism”, en R. Parker y G. Pollock, Framing Feminism, págs. 81-93. 38 tes y estrategias dentro del movimiento artístico de las muje res y la relación entre las inquietudes feministas y los debates críticos contemporáneos que se desarrollan en el mundo del arte sigue siendo una tarea importante para la crítica femi nista de arte. Es posible que la cuestión ética del feminismo sea el aná lisis del patriarcado, pero el interés principal del feminismo es iniciar un debate dentro y en favor del importante colectivo que representan las mujeres entre los artistas profesionales. La crítica feminista de arte debe considerarse simplemente como un área de capacitación en una coalición feminista más amplia; como una oportunidad de considerar las implicacio nes de la obra de las mujeres y como un medio de difundir la palabra de la contribución de las mujeres y de los temas femi nistas entre nuevos públicos. 39 ENTRE LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA Artistas, críticos y académicas: la problemática relación del feminismo con la “Teoría” 1 Janet W olff Me había propuesto comenzar afirmando que mis espe ranzas por lo que atañe a la crítica feminista de arte en los no venta radican en que logremos superar las divisiones y anta gonismos de los últimos años y en especial la oposición, ya hace tiempo establecida, entre las prácticas artísticas de base teórica (incluyendo la denominada tradición icónico-verbal [scripto-visual]) y la creación de imágenes humanistas o ce- lebratorias. No estoy segura, sin embargo, de que sea tan fá cil. En primer lugar, pensar en términos de “décadas” tiene sus problemas, si bien ha resultado útil para categorizar el fe minismo de los setenta como humanista (en sus diversas variantes), por ejemplo, y el feminismo de los ochenta como postestructuralista y antihumanista. Pero no es lo mismo identificar tendencias nuevas y tal vez dominantes que carac terizar todo un periodo por esa tendencia. En cualquier caso, las décadas no empiezan y terminan donde deben: los sesenta no comenzaron realmente hasta alrededor de 1963 y está cla- 43 ro que se prolongaron hasta bien entrados los setenta. Los ochenta comenzaron tarde y se extendieron hasta principios de los noventa (tal vez sea ésta la razón por la que es sólo ahora (1994) cuando hablamos de crítica “entrando en los no venta”). Pero la cuestión principal en cuanto a esta manera de pensar es que corre el riesgo de pasar por alto las importantes continuidades entre una época y otra, y por lo tanto ofrecer falsas soluciones a las dificultades y debates de un periodo anterior, temas que de hecho nunca se han resuelto del todo. Así pues, no tendría que haberme sorprendido el ver que el tema, típico de los “ochenta”, de teoría versus experiencia no ha muerto del todo. Dos publicaciones recientes me lo hi cieron ver. La primera es un ensayo de Griselda Pollock en el cual la autora revive el tema enfrentándose con los críticos de la “ortodoxia de la obra icónico-verbal” (implícitamente y a menudo de forma explícita la propia Pollock) y defendiendouna vez más la importancia de una teoría de la representación en la crítica de arte y en la práctica artística1. Por otra parte, y también —aunque no con total coincidencia— al otro lado del Atlántico, Cassandra Lager reseña en términos considera blemente viciados una exposición, celebrada en 1990 en el New Museum of Contemporary Art de Nueva York, de la obra de Mary Kelly titulada Interim [Intervalo], y en especial los textos del catálogo de dicha exposición, que incluyen uno de Griselda Pollock1 2. En un congreso organizado en conexión con la exposición —dice— muchos se sintieron “indignados” por el protagonismo que se dio a la propia Kelly; los ensayos parecen “hibridaciones recicladas de la izquierda lingüística postmodema” que “sustentan una ideología postestructural dominante”; la presencia de la artista en la obra es “controla dora y manipuladora”; y así sucesivamente. Langer suscita la vieja cuestión (¿de los ochenta?) del “acceso” y el elitismo 1 Griselda Pollock, “Painting, Feminism, History”, en Michéle Barret y Anne Phillips, eds., Destabilizing Theory: Contemporary Feminist De bates, Cambridge, Polity Press, 1992. 2 Cassandra Lager, “Mary Kelly’s Interim”, Women’s Art Journal, pri mavera-verano de 1992. 44 1. M ona Hatoum, Light Sentence [Sentencia de luz]. Casilleros de tela metálica, bom billa eléctrica, motor eléctrico, 1992. D e la exposición “Chapter”, Cardiff, 1992. —¿quién puede entender a Kelly o a sus comentadores?— y afirma el valor de obras celebratorias de artistas como Judy Chicago y Miriam Schapiro frente a una obra que “elimina la posibilidad de la experiencia desde el punto vista físico, cor poral, de una mujer”. Esta oposición, además, se percibe en términos nacionales; Langer alude al “círculo de las feminis tas británicas” y a una “línea del pensamiento feminista in glés”. Hay un cierto temor, tres décadas después de los Bea tles, de otra “invasión británica”, ya que la historia del arte fe minista en Norteamérica ha estado profundamente influida —más que los estudios feministas de cine y a diferencia de los estudios literarios feministas— por la obra de las feminis tas británicas. 45 A pesar de estos textos, quiero sugerir que podemos su perar esta oposición. Para empezar, vale la pena tratar de dis tinguir las diferentes cuestiones que intervienen aquí. Lo que a veces es presentado como una única dicotomía encubre de hecho un escenario más complejo en el cual una serie de opo siciones binarias converge en una. Cuatro de las oposiciones primarias en juego son: obra “icónico-verbal” versus pintura; deconstrucción versus celebración; teoría versus experiencia; elitismo versus accesibilidad. Otras, que se despliegan como si fuesen equivalentes a éstas, incluyen: teoría versus práctica y postmodemo versus moderno. En el primer caso ni siquiera se trata de oposiciones necesariamente binarias; por ejemplo, no hay ninguna razón real para que los textos icónico-verba- les no puedan valerse de la pintura (aunque en su mayor parte son obras fotográficas). Y lo que es aún más importante, no son en modo alguno las mismas oposiciones. Por ejemplo, la pintura no garantiza la accesibilidad; no toda teoría es de- construccionista (ni elitista); la experiencia no se halla nece sariamente manifiesta en la pintura, y así sucesivamente. Lo que tiene lugar, entonces, es una especie de deslizamiento como resultado del cual se construye un argumento intransi gente, por ejemplo contra el “feminismo británico”. Esto ac túa en ambos sentidos. Al igual que es ilegítimo generalizar acerca de la “teoría” e ignorar sin más la obra y la crítica de base teórica, también es un error rechazar toda obra “huma nista” por idéntica en su estatus y finalidad y, lo que es más importante, en el contexto de su acogida. Creo que la cuestión clave es la relación entre teoría y fe minismo así como entre obra académica feminista y práctica artística feminista. Quisiera hacer tres observaciones. En pri mer lugar, no hay ninguna estética feminista “correcta Esto es algo que Rita Felski ha razonado de forma convincente en relación con la crítica literaria feminista, en referencia a las cuestiones del modernismo y el realismo3. Así pues, no hay 3 Rita Felski, Beyond Feminist Aesthetics; Feminist Literature and So cial Change (en especial cap. 5), Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1989. 46 nada intrínsecamente erróneo (ni, por lo que a esto atañe, ne cesariamente bueno) en las prácticas artísticas “celebrato- rias”, que sitúan en primer plano la experiencia y el cuerpo y los representan de manera positiva. Aunque para el femi nismo es un proyecto absolutamente crucial el de analizar es tas imágenes y ver cómo funcionan con el fin de hacer ver, principalmente, la construcción del género y de la “mujer” en nuestra cultura, esto no es siempre el proyecto inmediato. Las preguntas son qué es lo que se discute en un momento con creto y cuál es la estrategia de política cultural adecuada. En el caso de las mujeres de color, por ejemplo, se ha realizado necesariamente una importante inversión en la política re ferente a ellas como sujeto (lo mismo han dicho Nancy Miller y otras sobre las mujeres en general) frente a una cultura do minante que tradicionalmente no les ha concedido rango de sujeto. En segundo lugar, por lo tanto, estas prácticas (huma nistas, celebratorias) no son necesariamente esencialistas: una acusación común que viene del lado de la teoría y es formu lada por quienes se han propuesto sacar el sujeto del centro y mostrar la producción como representación del género y de la identidad. Por el contrario, dichas prácticas pueden actuar como expresión estratégica y siempre provisional de la identi dad. Y en tercer lugar, la obra configurada por la teoría (de construcción, teoría postmodema, postestructuralismo) no es necesariamente elitista; mejor dicho, en la medida en que puede ser difícil añadir colectivos especiales de partidarios, es relevante preguntar a quién se dirige. Yo utilizaría enérgi cos argumentos en contra de un falso populismo que man tiene que nadie debe decir nada a menos que todo el mundo pueda entenderlo. Es posible que la cuestión no sea en modo alguno la de quién queda excluido. Es importante reconocer que es un proyecto valioso por sí mismo el que artistas y críti cos se ocupen de pequeñas comunidades de otras personas, en algunos casos, en sus obras analíticas y críticas. Por razo nes similares quisiera oponerme a las acusaciones de cla sismo, racismo y heterosexismo dirigidas contra quienes se dedican a la exploración y análisis de las vidas de mujeres blancas, heterosexuales y de clase media. Desde luego que 47 esto se centra en un solo grupo de mujeres, y de un grupo que durante mucho tiempo ha sido dominante. Pero mientras di cho proyecto no sea universalizador y no pretenda hablar en nombre de todas las mujeres o dirigirse a todas, y mientras forme parte de él la crítica del privilegio de que disfruta, no puede ser puesto en tela de juicio por razones de exclusión. ¿Por qué ha tenido el feminismo una relación ambiva lente con la teoría? Por un lado está claro que la teoría es ne cesaria si hemos de llegar a un entendimiento sistemático de la desigualdad de género en nuestra sociedad. (La cuestión de qué teoría o teorías pueden ser las más útiles ha sido, por su puesto, muy discutida al menos desde los debates entre femi nismo marxista, feminismo radical y feminismo liberal en los setenta; hoy en día, la cuestión de la “teoría” es más bien si se emplean o no teorías de representación, a las que se alude de modo vago y genérico como “postestructuralismo”). Por otro lado, sabemos también que la teoría ha sido tradicionalmente “masculina”. Las historiadoras de la ciencia y las filósofas fe ministas han demostrado que la teoría y la práctica científica operan de una manera masculina, tanto institucionalmente, mediante la exclusiónde las mujeres de la ciencia, como en términos de los propios sujetos, dado que la dotaciones de fondos y los intereses en cuanto a investigación han dado prioridad históricamente a la vida de los hombres y han igno rado, por ejemplo, los intereses médicos de las mujeres. Ade más, como han puesto de manifiesto Evelyn Fox Keller y Susan Bordo, hay una conexión más completa entre las prác ticas de la ciencia (objetividad, distancia, medida) y la cons trucción social de la masculinidad, la cual está basada, según psicoanalistas teóricas como Nancy Chodorow y Dorothy Dinnerstein, en la separación y en la distancia más que en el establecimiento de relaciones4. También la teoría cultural 4 Susan Bordo, “Feminist scepticism and the ‘maleness’ of philo- sophy”, The Journal of Philosophy 85, II, 1988; Evelyn Fox Keller, Re- flections on Gender and Science, New Haven, Yale University Press, 1985 (trad. esp.: Reflexiones sobre género y ciencia, Valencia, Alfons el Mag- nánim, 1991); Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering: Psy- 48 tiene sus tendencias de género; por ejemplo, el modo en el que operan en los estudios críticos las metáforas del viaje, en sí mismo una actividad altamente condicionada por el gé nero5. Se ha dado también el caso de que el feminismo haya en contrado un importante aliado en el proyecto del postmoder nismo empeñado en desafiar las monolíticas descripciones de la teoría social, que toman como premisa al sujeto blanco y varón6. La crítica de las “descripciones magistrales” abre un espacio a la expresión de otros sujetos excluidos, entre ellos las mujeres. Pero esta alianza produce su propia ambivalen cia, ya que una posición antitética a la teoría socava las bases de la crítica feminista. Argumentar en favor de la naturaleza parcial y provisional de todas las descripciones es aceptar el mismo estatus para la teoría feminista. En la medida en que esto evidencia el compromiso de las feministas de seguir aler ta a las exclusiones del propio feminismo (de las mujeres de color, las mujeres del tercer mundo, las lesbianas), esto ha sido crucial en años recientes. Pero el consiguiente abandono de una base segura para la crítica feminista ha resultado ser problemático para muchas de nosotras. Quiero por tanto defender la importancia de la teoría, a pesar de que históricamente ha estado centrada en el varón, y de las exclusiones que actúan en nombre de ella. La impor tancia, en primer lugar, de la teoría en el sentido más general, como conocimiento: porque ofrece una explicación del mun do social y específicamente de su estructuración con arreglo al género. La importancia, asimismo, de la teoría como críti ca: es decir, como análisis más sistemático de cómo las divi choanalysis and the Sociology ofGender, Berkeley, University of Califor nia Press, 1978 (trad. esp.: El ejercicio de la maternidad, Barcelona, Ge- disa, 1984); Dorothy Dinnerstein, The Mermaid and the Minotaur, Nueva York, Harper & Row, 1976. 5 Ver mi artículo “On the road again: metaphors of travel in cultural criticism”, Cultural Studies, 7, 2 ,1993, págs. 224-39. 6 Ver Craig Owens, “The discourse of others: feminists and postmo- dernism”, en Hal Foster, ed., The Anti-Aesthetic: Essays on Postmodern Culture, Port Townsend, Washington, Bay Press, 1983, págs. 57-77. 49 siones de género han sido construidas y mantenidas histórica mente y en la actualidad. Y la importancia de la teoría, por último, cuando “Teoría” se escribe con mayúscula: su signifi cado más habitual en los actuales debates sobre crítica de arte, teorías postestructuralistas significativas que investigan la construcción cultural de la identidad de género en el len guaje, representación (incluyendo representación visual) y procesos psíquicos. Pero esto no significa que toda práctica artística tenga que tener una “base teórica” de este tipo. El arte-como-teoría (esto es, la obra cultural que contribuye a desmontar la mistificación y a analizar la identidad de género y pretende mantener una cierta autorreflexión acerca del pro pio medio) es un proyecto feminista de extrema importancia. Pero no es el único. Creo que un aspecto importante de la oposición a la teo ría tiene que ver con la dificultad de gran parte de la produc ción reciente. Me he manifestado ya en contra del antie- litismo, que me parece demasiado simplista al dar por hecho que toda obra (texto escrito o visual) debe ser popular y acce sible. Pero quiero también manifestarme en contra del oscu rantismo, que por desgracia domina en buena medida la obra teórica contemporánea. En este punto puede ser útil hablar de sitios y grupos de lectores concretos. Aunque tampoco veo ninguna ventaja en escribir de forma innecesariamente abs trusa en los medios académicos, creo que está bien escribir para un público académico y restringido; de hecho, los pro gresos críticos dependen de los trabajos de este nivel y profundidad. Sin embargo me resisto sobre todo a los esfuer zos que se hacen para incorporar esta dificultad y esta com plejidad al periodismo. Hacer crítica de arte en una esfera pública más amplia conlleva un compromiso de claridad y ac cesibilidad. Como siempre, es cuestión de colectivos de parti darios y de lectores y, en el caso de la práctica artística, de contempladores. En un coloquio que tuvo lugar en Canadá hace un par de años oí a un artista mostrar su oposición al ca rácter cada vez más sutil de la crítica de arte e insistir en que todo artista debería ser capaz de entender todo lo que se escri biera sobre su obra. No estoy de acuerdo con esta postura, 50 que acaba en una ridicula situación de calcular el mínimo de nominador común. Pero simpatizo realmente con la opinión según la cual los textos críticos —y aquí, por supuesto, estoy pensando en la crítica feminista de arte— no deben ser exclu sivos y disuasorios. La academia, en todo esto, es un espacio privilegiado para la exploración de ideas, historias y proyectos interdisci plinarios. Es también un campo fundamental para la educa ción y para la difusión de esas ideas. Desde luego, como es sabido, también es privilegiado en el sentido de que la mayo ría de las mujeres no trabajan en la academia y muchísimas mujeres ni siquera pasan por ella. Pero no veo ninguna razón ni para sentirse culpable por habitar este espacio ni para tener que disculparse por las actividades marginales que en él se desarrollan. Es un lugar entre los muchos en los que el pro yecto feminista se lleva a cabo. Pero es vital que actúe en conjunción con la práctica feminista; por lo que se refiere a la historia del arte y a la crítica de arte, en conjunción con la práctica artística feminista. En este sentido, lo que parece ser una tendencia creciente —al menos en Estados Unidos—, se parar el taller del artista de los programas de historia del arte, es en extremo preocupante. Por otra parte, el crecimiento de los programas de estudios de arte integrados y críticos, tanto en Norteamérica como en Gran Bretaña, es más alentador. Pues aunque no hay ningún motivo para sentir culpabilidad ni para pedir disculpas, tampoco hay razón para ningún senti miento de superioridad. El trabajo académico es productivo en relación con la práctica artística, a la vez que es parasitario de ella. Espero, en consecuencia, que continuemos presenciando una colaboración real entre quienes desde la convicción femi nista crean arte, quienes cultivan la crítica y quienes trabajan en el medio académico. En algunos casos puede que se trate de la misma persona, ya que, por ejemplo, las académicas fe ministas también hacen críticas para periódicos y revistas. Es una equivocación plantear la teoría como algo hostil al femi nismo en general y a la producción y crítica artística feminis ta en particular. Aunque, como ha señalado Bárbara Ehren- 51 reich, es cierto que hay peligros inherentes a la academiza- ción del feminismo, en la medida en que éste se convierte
Compartir