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Él podía sanarme a mí!

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2/11/23, 17:12 ¡Él podía sanarme a mí!
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¡Él podía sanarme a mí!
Por el élder Peter F. Meurs
De los Setenta
El poder sanador y redentor del Salvador se extiende a los errores accidentales, las malas decisiones,
los desafíos y las pruebas de todo tipo, así como a nuestros pecados.
Moroni promete que si leemos el Libro de Mormón y luego preguntamos a Dios, el Eterno Padre,
con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, si es verdadero, Dios
manifestará su verdad por el poder del Espíritu Santo1. Millones de personas han puesto en
práctica esta promesa y han recibido un testimonio certero de la restauración de la plenitud del
evangelio de Jesucristo.
Moroni nos exhorta a que, al leer el Libro de Mormón, “record[emos] cuán misericordioso ha sido
el Señor con los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta [este] tiempo […], y que lo
medit[emos] en [n]uestros corazones”2 . Los relatos y las enseñanzas del Libro de Mormón nos
recuerdan el amor, la compasión y la misericordia del Salvador, y dan testimonio de ellos.
Mi padre falleció en abril de 2013. Mientras me preparaba para hablar en su funeral, me di cuenta
de lo bendecido que era por conocer y amar sus pasajes favoritos de las Escrituras. Él los compartía
en las reuniones familiares y los leía conmigo cuando yo necesitaba consejo, orientación o
fortalecer mi fe. Lo escuché compartirlos en discursos y asignaciones. Yo no solo los conocía, sino
que aún puedo recordar el sonido de su voz y los sentimientos espirituales que tuve mientras los
compartía. Al compartir Escrituras y sentimientos, mi padre me ayudó a establecer una base �rme de
fe en el Señor Jesucristo.
A mi padre le encantaba especialmente el relato de la visita del Salvador al pueblo de Ne�3. Es un
relato sagrado sobre el Señor Jesucristo resucitado y exaltado. Él bebió la amarga copa y padeció
todas las cosas para que no padeciéramos nosotros si nos arrepentíamos4. Visitó el mundo de los
espíritus y organizó la predicación del Evangelio allí5. Se levantó de entre los muertos y estuvo con
el Padre, de quien recibió el mandamiento de compartir con los ne�tas Escrituras que bendecirían a
las generaciones futuras6. Fue exaltado y obtuvo todo Su poder y capacidad eternos. Podemos
aprender de cada detalle de Sus enseñanzas.
En 3 Ne� 11 leemos cómo el Salvador descendió del cielo para enseñar a los ne�tas que Él era
Jesucristo, de quien los profetas testi�caron que vendría al mundo. Declaró que era la Luz del
mundo y que había glori�cado al Padre tomando sobre Sí los pecados del mundo. Invitó a las
personas a que vinieran y pusieran sus manos en Su costado y palparan las marcas de los clavos en
Sus manos y Sus pies. Quería que supieran que Él era el Dios de Israel, que había muerto por los
pecados del mundo. Así hizo la gente con gozo, yendo uno por uno, hasta que todos hubieron
visto y sentido que verdaderamente era Él, de quien habían escrito los profetas que había de venir7.
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Jesús enseñó a los ne�tas sobre la importancia de arrepentirse, sobre volverse como un niño
pequeñito y sobre la necesidad de ser bautizados por alguien que tenga Su autoridad. Después
enseñó gran parte de la doctrina que estamos estudiando este año en el Nuevo Testamento.
En 3 Ne� 17 leemos que Jesús dijo a las personas que era la hora de volver al Padre y de mostrarse a
las tribus perdidas de Israel8. Al dirigir la vista alrededor hacia la multitud, vio que estaban
llorando y lo miraban �jamente, como si le quisieran pedir que permaneciera un poco más con
ellos9.
La respuesta del Salvador a los ne�tas fue conmovedora e instructiva. Les dijo: “… He aquí, mis
entrañas rebosan de compasión por vosotros”10.
Creo que Su compasión fue mucho más que una respuesta a las lágrimas de la gente. Parece que Él
podía verlos a través de los ojos de Su sacri�cio expiatorio. Vio cada uno de sus dolores, a�icciones
y tentaciones; vio sus enfermedades y debilidades, y gracias a Su angustioso sufrimiento en
Getsemaní y en el Gólgota sabía cómo socorrerlos de acuerdo con las debilidades de ellos11.
Del mismo modo, cuando nuestro Salvador, Jesucristo, nos mira, Él ve y comprende nuestro dolor
y el peso de nuestros pecados. Él ve nuestras adicciones y pruebas; ve nuestras di�cultades y
a�icciones de cualquier tipo, y rebosa de misericordia por nosotros.
Entonces llegó Su generosa invitación a los ne�tas: “¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos
aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atro�ados, o sordos, o quienes
estén a�igidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de
vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia”12 .
Las personas se acercaron con “todos los que padecían cualquier a�icción; y los sanaba a todos,
según se los llevaban”13.
En 1990 vivíamos en una pequeña ciudad llamada Sale, en Victoria, Australia. Estábamos
felizmente ocupados con la familia, la Iglesia y los compromisos laborales. Un hermoso sábado de
verano, justo antes de Navidad, decidimos visitar algunos parques y una de nuestras playas
favoritas. Después de disfrutar de un maravilloso día jugando en familia, metimos a todos en el
auto y volvimos a casa. Mientras conducía, me dormí por un momento y provoqué un accidente de
trá�co frontal. Al cabo de unos instantes de volver en mí, miré alrededor del vehículo. Mi esposa,
Maxine, tenía una pierna seriamente rota y le costaba respirar; tenía el esternón roto. Nuestras tres
hijas estaban conmocionadas, pero afortunadamente parecían estar bien. Yo tenía algunas heridas
leves, pero nuestro hijo de cinco meses estaba inconsciente.
En medio del estrés y la confusión de la escena del accidente, nuestra hija mayor, Kate, de
once años, dijo con urgencia: “Papá, tienes que darle una bendición a Jarom”. Después de cierto
esfuerzo, mis hijas y yo conseguimos salir del auto. A Maxine no se la podía mover. Con cuidado,
tomé a Jarom en brazos y luego, tumbado en el suelo sobre mi espalda, lo coloqué suavemente
sobre mi pecho y le di una bendición del sacerdocio. Cuando llegó la ambulancia, unos
cuarenta minutos más tarde, Jarom estaba consciente.
Aquella noche dejé a tres familiares en el hospital y regresé a casa en un taxi con dos de mis hijas,
todos en silencio. Durante la larga noche, rogué al Padre Celestial que mi familia y los heridos del
otro vehículo se recuperaran. Misericordiosamente, mis oraciones y las fervientes oraciones de
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muchos otros fueron escuchadas. Todos se curaron con el tiempo: una gran bendición y una tierna
misericordia.
Sin embargo, seguí teniendo profundos sentimientos de culpa y remordimiento por haber causado
un accidente tan terrible. Me despertaba durante la noche y revivía aquellos horribles momentos.
Luché durante añospara perdonarme a mí mismo y encontrar paz. Entonces, como líder del
sacerdocio, mientras ayudaba a otros a arrepentirse y los ayudaba a sentir la compasión, la
misericordia y el amor del Salvador, me di cuenta de que Él podía sanarme a mí.
El poder sanador y redentor del Salvador se extiende a los errores accidentales, las malas
decisiones, los desafíos y las pruebas de todo tipo, así como a nuestros pecados. Al volverme hacia
Él, mis sentimientos de culpa y remordimiento fueron sustituidos gradualmente por paz y descanso.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando el Salvador efectuó la expiación por todo el
género humano, hizo posible que quienes lo siguen puedan tener acceso a Su poder sanador,
fortalecedor y redentor. Estos privilegios espirituales están a disposición de todos los que procuran
escucharlo y seguirlo a Él”14.
Hermanos y hermanas, ya sea que lleven la carga de un pecado no resuelto, sufran una ofensa
cometida contra ustedes hace mucho tiempo o luchen por perdonarse a sí mismos por un error
accidental, tienen acceso al poder sanador y redentor del Salvador Jesucristo.
Testi�co que Él vive. Es nuestro Salvador y Redentor. Nos ama. Él tiene compasión por nosotros,
está lleno de misericordia y puede sanarnos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Notas
1. Véase Moroni 10:4.
2. Moroni 10:3.
3. Véanse 3 Ne� 11–26.
4. Véase Doctrina y Convenios 19:16–19.
5. Véase Doctrina y Convenios 138:29–32.
6. Véase 3 Ne� 26:2.
7. Véase 3 Ne� 11:8, 10–11, 14–15.
8. Véase 3 Ne� 17:4.
9. Véase 3 Ne� 17:5.
10. 3 Ne� 17:6.
11. Véase Alma 7:11–12.
12. 3 Ne� 17:7.
13. 3 Ne� 17:9.
14. Russell M. Nelson, “El poder del ímpetu espiritual”, Liahona, mayo de 2022, pág. 100.
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https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/moro/10.3?lang=spa#p3
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/3-ne/11?lang=spa
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/dc-testament/dc/19.16-19?lang=spa#p16
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/dc-testament/dc/138.29-32?lang=spa#p29
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/3-ne/26.2?lang=spa#p2
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/3-ne/11.8,10-11,14-15?lang=spa#p8
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https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/3-ne/17.6?lang=spa#p6
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/alma/7.11-12?lang=spa#p11
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/3-ne/17.7?lang=spa#p7
https://www.churchofjesuschrist.org/study/scriptures/bofm/3-ne/17.9?lang=spa#p9
https://www.churchofjesuschrist.org/study/general-conference/2022/04/47nelson?lang=spa

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