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Viviana Basualto - EL DIOS DE MIS OJOS

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EL DIOS de mis OJOS
 
 
Escrito por Viviana Basualto Salinas-Año 2017-2018
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Autor: Viviana Basualto Salinas
Nacionalidad: Chilena
 
Obra Inscrita en Departamento de Derechos Intelectuales
Santiago/Chile.
Inscripción Nº 289848
24 Abril 2018
 
Todos los derechos reservados.
Prohibida su copia o reproducción, sin previa autrización del autor.
 
Impresión:
Ilustraciones: Elson Contreras G.
Correción gramatical: Spanish Checker.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PRIMERA EDICIÓN
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Así está escrito:
¡«Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas»!
(Romanos 10:14-15 (NVI)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PRÓLOGO
Desde niña serví al Dios de mis padres, al Dios de mi iglesia, al
Dios de mis pastores, en definitiva al Dios de los demás. Crecí
creyendo que fuera de este mundo terrenal existía un Todopoderoso
muy distante de su creación, indiferente, celoso, siempre irritado por
los errores cometidos y el causante de provocar los dolores más
grandes a la humanidad por causa de la desobediencia. Un Dios
radical, sin matices, sin excepciones, castigador, fulminante en sus
decisiones y difícil de conmover. A mis cortos años, siempre sentí que
era muy complicado alegrar el corazón de Dios, imaginárselo
contento o dispuesto a oír explicaciones. De hecho siempre escuché
“para Dios no hay excusas” por lo tanto, intentar explicar alguna
situación era tiempo perdido.
Crecí pensando que todo lo malo que me sucedía me lo merecía
y todo lo bueno era parte de una misericordia inmerecida. En esa
dinámica me desenvolví en la infancia, adolescencia y parte de mi
vida adulta donde me di de cuenta que muchos cristianos viven
atormentados tratando de calificar en un listado que Dios jamás dictó.
Pude notar que son muchos los que sirven a Dios por razones
equivocadas, con corazones tristes, afligidos, desorientados por
causa de hombres que conscientes o no, les han presentado a las
personas un Dios que no existe, un Dios vengador, intocable,
inalcanzable, imposible de amar o de ser amado por él.
Dice su palabra en Romanos 8:19 que “la creación espera con
gran impaciencia el momento en que se manifieste claramente
que somos hijos de Dios”. Su creación anhela ver su gloria
derramada en nuestras vidas, para poder creer. ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en
aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les
predique? Dice también en el mismo libro, capítulo 10:14.
La pregunta es entonces: Cómo verán ellos la manifestación de
Dios en nuestras vidas si aun no entiendes lo que significa tener una
relación Padre e hijo(a) con él. ¿Qué Dios les presentarás? ¿Cómo lo
invocarán si ven que tú, siendo cristiano, le temes y huyes de su 
presencia? 
Dios nos manda a declarar, contar, expandir a viva voz lo que él
ha hecho con nosotros. A manifestar su gracia, misericordia, amor y
poder transformador de vidas. “Que lo digan los redimidos del
Señor, los que ha redimido del poder del enemigo" (Salmo 107:2
RVR1960).
Como redimida de Dios, es que expongo mi testimonio personal
e íntimo al servicio del reino. En cada capítulo intento mostrarte mi
necedad, ignorancia y desconocimiento total sobre cómo tener una
relación con mi Padre Celestial. En estas historias verídicas intento
reflejar lo que somos muchos cristianos frente a las circunstancias
que nos abruman, como nos enredan las dudas y lo que provoca la
nula certeza de quien es Dios realmente.
 Deseo bendecir tu vida a
través de este libro. Que se abra
tu entendimiento y recibas el 
regalo de conocer al verdadero 
Dios, ese que te ama como nadie 
logrará hacerlo y que espera que 
le aceptes como su padre sólo
para cuidarte, guiarte y salvarte.
En este escrito, no te presentaré el
Dios de mi religión, sino, “El Dios
de mis Ojos”.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPÍTULOS
 
Capítulo Título
 
Página
Capítulo V “Me Basta tu Gracia” 7
 
 
Capítulo II “Sin plata para pagar mi Pasaje”
 
30
 
 
Capítulo III “Shaiel” (Regalo de Dios)
 
41
 
 
Capítulo IV “Llegó la respuesta ¿Ahora qué?”
 
53
 
 
Capítulo I “La flor de siete Colores”
 
63
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Capítulo I “ME BASTA TU GRACIA”
 
Cierto día, como a los seis años de edad, comencé a ver muy
nublado, me costaba mucho trabajo poder mirar con normalidad.
Como si la mitad de lo que veían mis ojos desapareciera. Luego no
podía ver nada, ni siquiera podía alzar la mirada porque la luz se
volvía muy difícil de tolerar. Las voces de las personas, los ruidos
externos comenzaban a alejarse y podía sentir que todo lo que
acontecía a mi alrededor pasaba en cámara lenta. A los pocos
segundos, se me comenzó a entumecer un lado completo del cuerpo,
se me enroscaban los dedos, la lengua y quedé parcialmente
paralizada. Junto a eso, comencé a vomitar tanto que sentía que
perdía el conocimiento. No podía hablar. No podía pronunciar ninguna
palabra ni frase como si borraran de mi memoria todas las letras y
sonidos, puesto que, no sabía ni siquiera cómo expresar lo que
estaba sintiendo. Finalmente, sentía que mi cabeza estallaba de
dolor. Dolor tan desesperante que comencé a tirarme el pelo, a pegar
mi cabeza contra la pared con el deseo de despegarla del cuerpo
para evitar el dolor. Mi corazón estaba muy acelerado, con mucho
miedo y sólo lloraba.
Al cabo de 8 horas, los síntomas comenzaban a irse en la
medida en que llegaron. En orden; recuperé la visión, la movilidad, la
estabilidad, el habla y finalmente se fue el dolor de cabeza.
No entendía nada y veía a mis padres preocupados
preguntándose qué había pasado conmigo.
Al principio ellos creían que se trataba de algo común
relacionado con lo mucho que me gustaba estudiar. Como un colapso
mental por estudiar demasiado. Algo que pararía con el tiempo, pero
fue ocurriendo cada vez más seguido. Hasta tres veces en el mes.
Mis padres, decidieron llevarme al doctor para que pudiera
determinar la causa de esta misteriosa enfermedad, de la cual no
sabíamos nada, ni habíamos visto en nadie. El único antecedente que
manejábamos era el de mi abuela materna que falleció a los
veinticuatro años por un derrame cerebral y unos dolores de cabeza
muy fuerte que le daban a mi papá cada cierto tiempo, pero nada se
parecía a lo que me estaba ocurriendo a mí.
Me hicieron algunas preguntas, algunos exámenes rutinarios y
recuerdo (a pesar de ser muy niña) que el diagnóstico fue “Crisis por
desarrollo hormonal” En palabras sencillas, dolores de cabezas
relacionado con el crecimiento de mi cuerpo. Una anomalía
aparentemente normal en cualquier niño(a).
Esto, por un lado, tranquilizó a mis padres, pero no sabían cómo
enfrentarlo, puesto que no había tratamiento y nadie dijo cuánto
duraría este proceso “normal”.
Pasaron algunos años y nada varió. Recuerdo escuchar a mis
padres preguntarse mil cosas, con mucho temor a lo que podía
suceder. Con miedo a que me pasara lo mismo de mi abuela.
Preguntarse una y otra vez hasta cuándo mi desarrollo afectaría mi
cabeza, cuánto deberían esperar para determinar que ya no era algo
normal.
Tiempo después, decidieron acudir a otro médico. Médicos que
solía ver en las postas de aquellos años, pues mi familia era de muy
escasos recursos. Vivíamos en un terreno fiscal del cual en cualquier
momento nos desalojaban. Teníamos una casa sencilla justo al lado
de un canal que nos inundaba todos los años de invierno, con
ventanales de nylon y muebles artesanales que hacía mi padre. Él era
un modesto jornal de construcción. Entonces, pensar en acudir a un
médico particular para que nos ayudara con esta enfermedad, era
impensado.
El siguiente médico en tratarme, llegó a la conclusión de que mi
enfermedad era un “tipo de epilepsia”. Específicamente dijo -“Es
como el primo de la epilepsia, porque su hija no convulsiona”-. Esas
fueron sus palabras exactas.
Poco conocía de la epilepsia, pero fui testigo muchas veces de 
personas con estosataques, y saber que al menos eran “primos” me 
tranquilizaba un poco, pues es terrible padecer de eso (eran mis 
pensamientos de niña). 
El tratamiento, una burla, para tan graves síntomas según mi
parecer. Un paracetamol cada vez que diera una crisis. Nunca me
ayudaron en nada la verdad, ni a calmar el dolor y ninguno de los
otros síntomas. Solo me obligaba a quedarme dormida para despertar
y desear que todo terminara. Mi mamá siempre me acostaba, porque
los vómitos me dejaban sin fuerzas. Cerraba las cortinas y evitaba
cualquier ruido, porque aún el ruido lejano del televisor no podía
tolerarlo.
A pesar de ser una niña, siempre me pregunté por qué tenía
esta enfermedad. Me preguntaba qué había hecho mal para que Dios
me castigara con algo así.
A veces, culpaba a mi padre porque pensaba que Dios lo
castigaba usándome a mí cada vez que él se alejaba de su presencia.
Daba lo mismo quien la tuviera, estaba convencida, siendo tan
pequeña que era un castigo de él. Oí muchos “profetas” decirle a mi
padre, que si no se volvía a Dios, él tocaría lo más preciado que tenía
y mi padre siempre dijo que yo era su tesoro. Entonces, no podía
evitar culparlo a él por las cosas malas que me pasaban. (Todo esto,
con un pensamiento ignorante de niña sobre las cosas divinas).
Una mañana cualquiera, desperté muy asustada y comencé a
gritar. Todo lo que veía estaba lejos de mí. Un televisor que tenía a
pasos de mi cama, estaba a metros de distancia. Las paredes de mi
dormitorio se movían y escuchaba voces a lo lejos. Mi mamá
desesperada trata de tranquilizarme pero sentía mucho miedo.
Cuando logró calmarme, me había quedado dormida de nuevo. Y
cuando despierto la sensación no se había ido. Cerraba los ojos y
veía pinos y números gigantes que trataban de acercarse a mí. Todo
estaba distorsionado en tamaño y distancia. Mis padres me llevaron a
urgencias, pensando que era un nuevo síntoma de mi enfermedad,
pero no detectaron nada. Me dieron algunos calmantes para dormir y
a hacer reposo.
Tristemente para mí, nada cambió. Recuerdo que ojeaba la
biblia porque no podía tener mis manos quietas y dormir era una
tortura porque me aterraban los pinos que caían sobre mí para
aplastarme.
Un día, vinieron unos hermanos de la iglesia para orar por mí,
pero finalmente oraron por mi papá. Le entregaron un sueño que no
sé si él recuerda pero yo me acuerdo perfectamente, tenía mucha
relación con lo que me estaba pasando, aunque no podía entenderlo
de un todo. Luego de eso, mi padre se levanta para orar por mí y fue
la primera noche que pude dormir.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Estuve así durante un mes aproximadamente, poco a poco se
empezó a normalizar todo. No sé qué ocurrió finalmente. Quizás,
estaba relacionada con mis crisis, después de todo era mi cerebro
haciendo un montón de cortes circuitos.
Un año más tarde, mi padre nos mandó con mi hermano a
comprar duraznos con crema. Una delicia de la que disfrutábamos
sólo en ocasiones especiales porque, en esos años, dinero sólo había
para cosas importantes.
Disfrutamos de ese maravilloso postre y al poco rato comencé
con alergia en mis piernas. Tenía desde la cintura hacia abajo un
sarpullidlo que me picaba muchísimo. Mi padre preocupado me lleva
en su bicicleta a urgencias del Hospital de Los Ángeles.
Recuerdo que le decía -“Papá no dejes que me pinchen por
favor, me da miedo” - y él me decía -“tranquila hija, no te van a
pinchar”-. Me revisaron, y dijeron que era una alergia común. Me
pincharon igual.
Después de eso, nos fuimos a la iglesia y mientras cantábamos
comencé a sentirme muy cansada. Le pregunté a mi padre si podía
sentarme y él me respondió que sí. Me senté y no volví a caminar en
tres meses.
Al día siguiente, el sarpullidlo se había transformado en grandes
moretones. De la cintura hacia abajo estaba llena de moretones,
hasta entremedio de los dedos de los pies, como si me hubiese
pegado detalladamente con un martillo. Eran unas manchas negras
con rojo que al tocarlas dolían demasiado. Comencé con vómitos muy
fuertes y no pude ni siquiera sentarme en la cama.
Desde ese día comenzó la odisea de exámenes, visitas al
hospital, doctores que me revisaban, etc. Todos los resultados daban
normales.
Siempre recuerdo que le suplicaba a mi padre que no autorizara
mi hospitalización. No quería quedarme ahí, sentía mucho miedo y
estar alejada de mi mamá, de mi hermano y de mi papá me aterraba.
Yo era muy miedosa cuando niña. Le temía a la oscuridad, a las
personas extrañas, a los ruidos desconocidos, a la lluvia, al viento,
truenos, relámpagos, a casi todo y quedarme hospitalizada hacía que
cerrara los ojos para creer que no estaba pasando.
Yo creo que, a mi padre, le quebranté su corazón con mis
súplicas que se negó rotundamente a dejarme en el hospital. A
cambio, debió firmar un papel en el que se comprometía a llevarme
todos los días en la mañana al hospital que estaba a unas diez
cuadras aproximadamente de mi casa.
Días me llevaba en su bicicleta, otros días me llevaba en sus
brazos. Eso lo hizo durante tres meses.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Me hicieron muchos test para saber si mis manchas pertenecían
a algún tipo de peste, si tenía algo en la piel, si era algo hormonal, a
la sangre, etc. Todos los exámenes posibles para determinar el
diagnóstico, pero nada daba luces de lo que era. Mientras tanto,
seguía sin comer, sólo bebía suero casero que me preparaba mi
madre. Estaba literalmente en los huesos y soñaba con tomar un
vaso de agua natural, o un helado en bolsita (que hacía mi mamá
para vender) pero no podían dármelo.
Podía sentir la pena de mi madre, me explicaba que no podía
darme lo que pedía. Ella siempre oró a mis pies, pidiendo a Dios
respuestas y rogando sanidad para mí.
Un día, un doctor habló con mis padres y les dijo -“ocho médicos
estamos en esto, de distintas especialidades y no sabemos qué
enfermedad tiene su hija, Sólo nos resta hacer un último examen… el
VIH”-
Recuerdo ver la expresión de sus rostros y no poder creer que
me harían tal cosa. Al día siguiente me traen a hacerme ese examen.
Yo a esa edad ya sabía lo que era. Nos habían enseñado en la
escuela sobre eso y recuerdo haberle preguntado a mi mamá si yo
moriría y ella dulcemente me contestó que no. Que Dios me sanaría,
jamás escuché una cosa distinta, “Dios me sanaría”. Me pusieron
como una corchetera en el brazo izquierdo (un tajito) Una marca que
llevo hasta hoy conmigo.
Esa noche, mi padre sin más poder de la angustia, del miedo a
que tuviera Sida, me tomó en sus brazos y me llevó a la iglesia.
Recuerdo tan nítido ese día. Él entró y pasó directamente al altar, se
hincó y comenzó a llorar desconsoladamente a Dios. Le prometió
entregar totalmente su vida a cambio de que él me sanara.
No puedo describir mejor ese momento, me quedó grabada esa
imagen en mi mente y corazón hasta el día de hoy. Casi sin vida, en
los huesos, sin poder caminar en meses, sólo me quedé a escuchar
cómo los demás oraban por mí, rogando a Dios por un milagro.
Al día siguiente, ocurrió algo inesperado. Algo muy parecido a lo
que le sucedió a aquellos que oraban porque Pedro saliera de la
cárcel, y cuando un ángel de Dios lo liberó fue con ellos, lo recibe una
muchacha y corre a decirles: -“Pedro está a la puerta”- y ellos le
respondieron –“¡Estás loca!”- Pasa muchas veces que estás orando
por algo, pidiendo un milagro, una respuesta al Altísimo, pero en el
fondo de tu ser hay una duda que te invade completamente. A veces,
son oraciones “por si acaso”, “por si responde”, “por si ocurre” pero
finalmente no estás creyendo por completo.
Bueno, no sé de qué forma habrán orado mis padres, pero Dios
al día siguiente hizo ¡un milagro! ¡Me pude sentar! ¡Mis manchas no
estaban tan oscuras, estaban más claras, como si fueran a
desaparecer! Comencé a comer y no volví a vomitar. La alegría de
mis padres es indescriptible. ¡Dios había hecho un milagro de la
noche a la mañana!
A la semana había vuelto a caminar, recuperaba mis fuerzas,
mis ganas de viviry poco a poco fueron desapareciendo las manchas.
El examen llegó, por supuesto, no había enfermedad. ¡No tenía Sida!
Nunca supieron los médicos lo que tuve, jamás tuve un
diagnóstico, pero si tuve un Milagro, un milagro Maravilloso.
Finalmente, tuve una enfermedad desconocida, con cura
desconocida, dijeron los médicos. Lo claro era una enfermedad
extraña, pero la cura ¡fue Dios!
Nunca entendí qué relación tenían mis enfermedades con las
oraciones de mi padre. Pero él se rendía a Dios y yo me sanaba
milagrosamente. Un misterio que no he podido descifrar. Lo claro era
que ese Dios había tenido mucha misericordia con mi padre, porque
había obedecido.
A pesar de haber recibido un milagro, no lograba entender cómo
operaba Dios en estas cosas. Yo sólo me preguntaba por qué me
enferma a mí y no a mi hermano para castigar a mi padre. No lo veía
justo…o por qué no enferma a mi padre si es él quién se equivoca.
En los años postreros, la enfermedad en mi cabeza, aun estaba
presente. Las crisis se volvían más fuertes sin signo alguno de que
fueran a terminar.
Ya tenía 17 años y las crisis se habían vuelto parte de mi vida.
Si bien eran horribles, eran llevaderas y hasta ese momento nada
más grave había pasado. Pero siempre pensé en un futuro y me
pregunté muchas veces cómo lo haría el día que tuviera que trabajar
o el día que fuera a la Universidad. Cómo les explico a mis jefes, a
mis profesores que cada cierto tiempo me dan una crisis que me
tienen ocho horas postradas en la cama sin poder hablar, ver, ni
mover. Entonces decidí volver a tratarme. Ya habían pasado muchos
años, la medicina se suponía que había avanzado, entonces era el
momento adecuado para preguntar otra vez. Y Dios ya no había
intervenido en eso, pedirle que me sanara era tiempo perdido porque
sentía que no calificaba para merecer un regalo así.
De todas las veces que vi doctor, ésta fue la más espantosa, en
cuanto a diagnóstico. El doctor que me atendió me dijo que lo mío
eran -“crisis de ausencia”- Sonaba más bonito que “primo de la
epilepsia”, pero me seguía pareciendo absurdo. Según él era el
sistema nervioso que colapsaba y hacía que mi cerebro quedara en
pausa (ojalá fuera sólo pausa, pero los dolores nunca se detuvieron).
Hubo muchos momentos en que me rendí con esta enfermedad,
me preguntaba cómo es que nadie sabe lo que me pasa, cómo es
que nadie puede darme una respuesta y una solución. Cómo es
posible que termine casi inconsciente, toda chueca, sin poder decir
una sola palabra coherente y nadie sabe cuál es la causa ni el
tratamiento. No podía comprender que no hubiera respuesta. Cómo
es que a mis 17 años, he experimentado tres enfermedades
totalmente desconocidas para la ciencia. Con evidencias de mis
síntomas, sin diagnósticos. ¿Qué ocurría en mi cerebro que
provocaba tales efectos en mi cuerpo? ¿Qué hice de malo para que
Dios me tuviera así?
Muchas veces les dijeron a mis padres que lo mío era
hechicería. Un mal del enemigo para matarme. Recuerdo que una
anciana muy respetada en nuestra iglesia, se me acerca para
contarme una visión que tuvo sobre mí.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
–“Vi sobre tu cabeza una corona de oro, muy brillante,
resplandeciente, pero encima de esa corona tienes otra de espinas,
negra y amenazante”- Me explicó que el enemigo quería destruirme y
que era causante de esas crisis inexplicables. Yo la escuché, pero no
sabía qué hacer con esa revelación.
Era muy niña, no entendía mucho sobre el reino espiritual ni del
reino de las tinieblas. Solo me preguntaba por qué Satanás quería
destruirme, qué tenía de especial para querer que muriera. Dios
quería castigarme y el Diablo destruirme ¿No será mucho?
A los veintitrés años, cuando ya trabajaba, decidí volver a
tratarme. Yo pienso que el ser humano busca incansablemente
obtener las respuestas a las preguntas que se hace y no descansa
hasta obtenerlas. Creo que eso me movilizaba siempre, además de
estar sana. Si Dios no va a hacer nada, entonces yo hago algo. Si 
Dios no quiere sanarme, tendrán que hacerlos los médicos y los 
médicos terrenales estaban más a la mano que el Todopoderoso. 
Esta vez, busqué un especialista reconocido en la ciudad, un
neurólogo. Me pidió realizar una resonancia magnética cerebral,
capaz de detectar cualquier anomalía.
Llegó el resultado, él los observó y me dice: -“Aquí está lo
estaba buscando”- Le pregunto –“Qué es”- y me responde: -“Es un
Cavernoma”-. -“Y qué es un Cavernoma”- le pregunto y me explica
que es Un Tumor Cerebral Benigno.
Quedé en shock. Finalmente, sabía que ocasionaban mis crisis,
pero escuchar la palabra tumor es fuerte porque lo asocié a peligro, a
muerte. Pero él me explica que es una malformación provocada por
acumulación de sangre en el cerebro que se produce en estado de
mucho de estrés o ansiedad. Entre más estresada estoy, más
acumulación de sangre se produce y estalla en pequeños derrames
cerebrales focales, que no pasan a mayores.
Le pregunto si se puede sacar y me dice que está ubicado en la
parte donde está la memoria, los recuerdos y el vocabulario.
Operarme significa un riesgo muy alto que puede afectar gravemente
el habla y el pensamiento. Además de ser una operación costosa que
sólo se realiza en Santiago. Él me prometió disminuir los síntomas y
ayudarme a tener una mejor calidad de vida con fármacos. La 
solución había llegado. Me había demorado unos años, pero al fin 
tenía diagnóstico. 
Los medicamentos eran fuertísimos. Jamás me he drogado,
pero me imagino que parecida debe ser la sensación, porque al
tomarlos podía olvidar casi todo lo que me pasaba, sentía que
caminaba en el aire y esa sensación quería experimentarla todo el
tiempo. Esos fármacos hicieron de mis días una pesadilla. Además de
enferma, estaba adicta a los fármacos. Pasaba casi todo el tiempo
durmiendo, no tenía ganas de hacer nada, sólo quería estar en
estado ausente la mayor parte del tiempo. Habían días que no podía
controlar el llanto, pasaba horas, días y noches enteras llorando y
había otros días en que no podía controlar la ira y rompía todo lo que
estaba a mi paso, principalmente vasos, cada vez que rompía un
vaso sentía una sensación de liberación impresionante. Podía gritar
sin importarme los vecinos. Quería arrancarme la pena por dentro,
quería borrar de mi memoria, mi pasado y esta enfermedad maldita
que me tenía atada desde niña. ¿Dónde estaba ese Dios que me
tenía así? Dentro de todo, era una buena persona, buena cristiana,
buena hija, buena esposa, según mis propias calificaciones. Oré sin
cesar como dice la Biblia, pedí perdón por las faltas de las que tenía
conciencia e incluso por las que no me acordaba por si la causa de
alguna de ellas era el motivo de mi enfermedad, pero nada, seguía
igual.
Cuando ese neurólogo me explicó lo que podía pasarme en un
futuro si no me trababa con fármacos, fue mi perdición. Él dijo que
perdería la memoria gradualmente, que comenzaría a desconocer
palabras, que no podría tener una vida marital normal, incluso podía
perder la vida y yo le creí.
Nadie cuestiona el diagnóstico de un doctor hoy en día. Es más,
podemos creerle ciegamente a un hombre sin Dios que a un hombre
de Dios que nos entrega un mensaje de Él.
Dice su palabra en Jeremías 17:5. “Así ha dicho Jehová:
Maldito el hombre que confía en el hombre, y pone carne por su
brazo y su corazón se aparta de Jehová.” Toda mi confianza
estaba puesta en ese médico y había sido mi perdición. Estaba
completamente adicta a los medicamentos que él me recetaba.
Recuerdo un episodio que marcó mi vida. Debía realizarme una
punción lumbar en urgencias del Hospital, para extraerme líquido
cefalorraquídeo (LCR) es un examen para analizar el líquido que
rodea el cerebro y la médula espinal. (El líquido cefalorraquídeo actúa
como un amortiguador, protegiendo el cerebro y la columna de
lesiones) Una vez terminado el examen, que por lo demás, se
sumamente doloroso, se siente como si literalmente extrajeran el
alma que ni un quejido de dolor logra expresarse, se debe estarsin
movilidad durante cuatro largas horas. Es tan incómoda estar quieto
tanto rato que comencé a desesperarme le pedí a mi hermano que
apresurara la velocidad del suero que me estaban suministrando, el
corazón me comenzó a latir muy rápido y me terminó por dar
taquicardia. Vino la enfermera y me llevaron a la sala de reanimación
para monitorear los latidos. Con toda sinceridad lo único que deseaba
en ese momento era volver a casa. Observaba a la gente que se
paseaba por el hospital y sentía un odio tan profundo (que no he
vuelto a sentir) por las personas que estaban completamente sanas.
Yo me preguntaba -¿Qué hace ese hombre o esa mujer en este lugar
si se ve bien de salud-? -¡¿Por qué me miran?!- -¡Quiero que se
vayan! Sentía tanta envidia y rabia de las personas sanas. No podía
entender que estando sanas no estuvieran en otro lugar sino,
perdiendo el tiempo en un hospital consultando por síntomas
completamente tratables en el hogar. ¿Cómo es que personas sanas
no disfrutan de la vida, no corren, no saltan, no bailan? Todas esas
preguntas me hacían. Yo deseaba estar bien de salud.
Pasó el rato, y justo llegó la hora para realizarme una resonancia
magnética en Concepción, así que pedí que me dejaran ir a casa. Me
autorizaron, y mientras iba saliendo del pasillo, me desmayé en los
brazos de mi hermano. Cuando abrí los ojos estaba nuevamente en la
sala de reanimación, conectada a la máquina que monitorea el
corazón. La verdad es que parecía un mal chiste que alguien me
estaba haciendo, pero finalmente me dieron la alta médica y pude
irme.
Fuera de ese episodio, hubo muchos otros en que me daban 
ataques de pánico en el hospital. Visitaba urgencias al menos dos 
veces a la semana por un dolor de cabeza permanente, mareos y por 
visión borrosa. Cada vez que iba, sentía un deseo muy grande de 
arrancar. No quería que me hicieran exámenes y si me los hacían no
podía esperar a ver los resultados. Odiaba estar ahí, odiaba ver tanta
gente en calamidades, atadas a enfermedades, y otro que a mi juicio,
sólo iban a perder el tiempo. De pronto, hay personas que les provoca
paz visitar al médico, o su deseo de llamar la atención es tan grande
que no les preocupa pasar mañanas ni tardes enteras en ese lugar
por una enfermedad que nunca han tenido. Esto, jamás he logrado
comprender. Mientras yo rogaba por sanidad, otros esperan un
diagnóstico de muerte. Estaba agotada, cansada de exámenes, de
visitas al doctor, de declaraciones negativas. Mi corazón no resistía el
dolor de ver a un Dios tan ajeno a mí. Que no se compadecía, que
estaba en total ausencia. Con lo poco o nada que sabía de él, con
todo el miedo que le tenía, aun podía sentir que lo amaba. A pesar de
no verlo actuar en mí, sentía o trataba de convencerme que él sí me
amaba y que pronto aparecería. Ese sentimiento era mi única
esperanza para seguir siendo cristiana y para seguir asistiendo a la
iglesia.
Finalmente, hubo un episodio en particular que hizo que me
dijera a mí misma, esto debe terminar. Fue cuando intenté en varias
oportunidades convencer a mi esposo a que tomara los mismos
medicamentos que yo para que experimentara lo que se sentía. Fue
ahí, cuando me dije a mi misma, estoy más mal de lo que estaba.
Esto traspasó la enfermedad.
Una tarde busqué a Dios en oración y luego de eso busqué una
alabanza en el computador y di con una canción que transformó mi
vida; “Me sanaste con tu bien” de Marcos Barrientos.
“Porque muchos habían dicho, incurable es tu quebranto y
dolorosa tu enfermedad. No hay quién juzgue tu causa para
sanarte. No se ha encontrado un medicamento eficaz para ti,
pero yo te digo: Aunque todos tus enamorados te hayan
olvidado, aunque nadie te busque más, aunque te hayan herido,
mi bálsamo de sanidad te cubre en esta hora. Yo haré venir
sanidad sobre ti. Sanaré tus heridas, porque desechada te
llamaron. Yo me acordé de ti…”(Jeremías 30:17).
No puedo describir exactamente en ese momento, sólo sentía
que era Dios mismo hablándome. Él me decía esas palabras
maravillosas. Lloré hasta no poder levantarme. Dios me había
devuelto la esperanza de creer que él podía sanarme. Sólo debía
creer y esperar. 
 
La esperanza de recibir sanidad me llevó a buscar una iglesia
“espiritual”. En esos años, Creía que Dios sólo hacía sanidades en las
iglesias verdaderamente espirituales mediante sus profetas que
tenían el don de sanidad llamados Instrumentos, quienes hacían
operaciones divinas.. No era raro para mí, porque crecí en una iglesia
similar, donde no se cuestionaba la voz de los profetas, porque era
Dios mismo hablando y sanando a través de ellos.
Cuando comencé a ir, sólo deseaba que esto ocurriera. Hasta
que un día, una mujer anciana sale a buscarme a mi puesto, me lleva
hasta delante de la congregación y me pide acostarme boca abajo.
Hasta ese minuto mis oraciones eran “No quiero dudar de esto” “Dios,
por misericordia sáname” “Has un milagro en mí, llévate esta
enfermedad, te lo suplico” “No permitas que el enemigo se burle de
mí” “No permitas por favor que el diablo se ría de mí” Creo que eso
fue lo que más repetí. Cada vez que “un profeta me sanaba” yo les
contaba a todos mis parientes contenta del milagro y luego no podía
explicarles por qué seguía la enfermedad. Por eso, repetía una y otra
vez “Dios sáname, y no permitas que el diablo se burle”
La anciana, simula ponerse guantes, tomar una jeringa e
inyectármela en la cabeza. Me dijo -“Dios te dará la sanidad hoy”-.
Cuando dijo eso, comencé a llorar y dar gracias por lo que iba a
suceder. Yo quería creer que éste era el momento elegido por el
Altísimo para sanarme.
Termina la sanidad espiritual y me dice que debo hacer reposo
por tres días porque quedaré delicada. Contenta me fui a mi casa y
con ganas de contarle a todo el mundo lo que Dios había hecho en
mí. Y no aguanté, llamé a quien pude y le conté. Pero, esa noche tuve
el siguiente sueño:
Llegaba a la consulta de un doctor y le preguntaba cuando me
operaría la cabeza. Él revisa mi scanner y me responde ¿“Y de qué te
voy a operar”? Cómo de qué le pregunto. ¡De la cabeza! ¡De mis
crisis! En eso nos interrumpen y llegan dos personas con batas que
se usan cuando van a operar a alguien y le piden al doctor que les
dibuje una cicatriz de acuerdo a su dolencia.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Una que le dolía la espalda hizo que le dibujara una cicatriz en el
costado izquierdo de su espalda. Eso me parecía muy difícil de
entender. Y le vuelvo a preguntar, ¿va a operarme? Y me vuelve a
repetir… ¿De qué quieres que te opere?, ¡si no tienes nada! ¡Cómo
nada!, le digo. Llevo años con una enfermedad que me agobia, por
favor opéreme. Y él me dice: -“Si quieres te dibujo una cicatriz en tu
cabeza”-.
Cuando despierto, lo primero que pienso es “Ésta es una
confirmación de Dios sobre mi sanidad” “No tengo nada, Dios me
sanó” y no podía con tanta alegría. Comienzo a contarle a mi familia,
amigos, cercanos, el milagro que Dios había hecho en mí. Todos
estaban deslumbrados por mi testimonio y a la vez agradecidos
porque eran testigos de mi sufrimiento.
A los dos días de “haber sido sanada” me viene una crisis
cerebral y esta vez fue la más fuerte. No podía creer que la
enfermedad seguía ahí. Lloré como pocas veces he llorado en mi
vida. Sentía que mi corazón se quebraba en mil pedazos. El pecho se
me apretaba muy fuerte que casi no podía respirar. ¡Cómo es que
tenía otra crisis si Dios me había sanado! No podía comprenderlo y
sólo lloraba sin parar tirada en el suelo, decepcionada, cansada,
abatida, derrotada. Ésta es una de las pocas crisis en las que más me
dolió el corazón que la cabeza. Dios no me podía haber hecho eso,
me decía a mí misma. Me preocupaba tanto lo que pensaran mis
amigos, familia. Cómo les explico que el Dios que sirvo no quiere
sanarme. Cómo les digo que Dios si hace milagros, sólo que no
quiere hacerlo conmigo. Ante todo siempre me preocupó que los
demás no dejaran de creer en él. Yo tenía muchas preguntas, un
corazón roto, pero amaba a mi Dios aunque no me diera el regalode
la sanidad. Estaba confundida, atormentada, no sabía que más hacer.
Luego de eso, me enfermé espiritualmente. En la iglesia
comenzaron a cuestionar mi falta o poca fe, incluso murmuraban que
estaba en pecado, por eso Dios no me había sanado.
Recuerdo que la anciana que supuestamente Dios usó para
“sanar mi enfermedad” se me acercó y me dijo muy molesta
-“Búsquese otra iglesia mejor y que otro la sane” –
Esa frase terminó por llevarme a una depresión espiritual que
nunca en mi vida había experimentado. Dejé de asistir a la iglesia y
empecé a cuestionarme muchas cosas. ¿Será realmente que no
tengo nada de fe? ¿Será mi culpa que Dios no me sane? Y cuando
me hice esas preguntas sucedió lo siguiente.
Como les conté yo estaba en tratamiento, con unos
medicamentos entonces pensé que no estaba sana porque seguía
consumiéndolos. Si creía que Dios me había sanado debía dejar el
tratamiento, así le demostraba a Dios ¡mi fe! ¡Ahí está la respuesta!
Dije yo. Y se me vino el siguiente versículo:
“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es
semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y
echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que
recibirá cosa alguna del Señor.” (Santiago 1:6 y 7)
A la mañana siguiente dejé el tratamiento de raíz. De esa forma
le demostraba a mi Dios que creía que él me había sanado. Lo que se
vendría después es digno de película de terror.
Los medicamentos eran tan fuertes que entré en un estado de
abstinencia severa. Enloquecí literalmente. Caminaba por todos los
rincones de mi casa sin parar, me frotaba las manos, traspiraba
mucho y lo único que quería era tomarme esos remedios. Me dieron
ganas de tirarme por la ventana de mi casa del segundo piso varias
veces. Era algo irracional, que no podía dominar, ni controlar. Sentía
que la cabeza me iba a reventar de la locura, me tiraba el pelo, me
tapaba la cabeza con una manta y me balanceaba igual como lo hace
un demente, hacia adelante y hacia atrás. No pude aguantar más de
un día y volví a tomarlas. Sentía alivio y al mismo tiempo vergüenza.
No le pude demostrar mi fe a Dios.
Me sentía aturdida, frustrada, agobiada, enojada, pero sobre
todo muy cansada de esto, muy muy cansada. Con eso, en vez de
demostrarle a Dios mi fe, me había demostrado a mi misma que no
tenía nada, pero nada de fe. Entonces, trabajé en convencerme de
que en verdad no creía en Dios, ni en Jesús que me había engañado
todos estos años. Porque si creyera de verdad, estaría sana hace
mucho tiempo. Sabía que sin fe es imposible agradarle, entonces no
había nada que hacer. Los hermanos de esa iglesia tenían razón.
Nunca lograría la sanidad porque dudaba y no tenía nada de fe. En lo
profundo de mi ser deseaba que alguien desconocido tocara mi
puerta y me dijera “Vengo de parte de Dios para entregarte una
palabra”, pero nadie llegó. Siempre me he preguntado donde estaban
los enviados del Padre para rescatar a personas como yo. ¿Acaso no
había nadie consagrado cerca de donde vivía que no llegaron?
Siempre me preguntaba eso. Siempre culpando a alguien. A mi padre
cuando niña, a Dios, a los profetas y ahora era mi culpa.
El enemigo me estaba convenciendo de alejarme para siempre
de Dios, pero convencerme de eso significaba mi muerte. Empecé a
orar con un profundo quebranto, de un llanto desgarrador. A pesar de
todo, mi espíritu no quería aceptar esa verdad o esa mentira. Yo
quería tener fe aunque él no me sanara. Y Recuerdo que le rogaba a
mi Padre Celestial por una gota de fe, le decía: “Padre, dame al 
menos una gota de fe que alcance a agradarte, no quiero dudar de tu 
poder, quiero creer y tener fe” “Es que si tú no me ayudas, ¿quién lo
hará”? ¡Si tu no me sacas de este hoyo, nadie podrá hacerlo!…
¡necesito tu amor Dios, necesito tu ayuda! ¡Quiero tener la fe que los
profetas dicen que no tengo! Le rogaba con mi corazón totalmente
rendido. Sabía que si Dios no me ayudaba, nadie podría levantarme.
Creer que no había fe en mi vida me atormentaba tanto que prefería
no ser sanada con tal que Dios no me abandonara por completo.
Sabes, ahora que ya han pasado años, puedo darme cuenta de
lo significante que pueden ser las palabras de algunas personas en la
vida de un cristiano inmaduro o de un cristiano nuevo, recién
formándose. Yo creo que ellos ni se imaginaron el daño que provocó
en mi vida sus afirmaciones. Al punto de creer que tenían razón que
yo perdía mi tiempo sirviendo a Dios. Hombres y mujeres necios para
aconsejar, para instruir, para enseñar. Así cuántos hijos de Dios,
deambulan buscando apoyo y no lo encuentran. Al contrario, sólo
hallan jueces en el camino, acusadores, consejos necios muy
alejados de la verdad divina. Sin inspiración del Espíritu Santo.
Fue entonces, cuando el espíritu Santo inquietó mi corazón a
hacer lo que nunca antes había hecho; Buscar las respuestas a mis
preguntas en las sagradas escrituras, la Biblia. Entendí que leerla es
muy diferente a estudiarla. Así que tomé un cuaderno, lápiz, mi
computador y me puse a estudiar.
Lo primero que hice fue conocer la verdad de los profetas, las
sanidades que hizo Jesús, cómo las hizo, a quienes y por qué.
Busqué sobre la fe, qué significa tenerla, si el pecado evita ser
sanados, etc. Y me encuentro con este maravilloso relato en Juan 9:3
“Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó,
éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: Ni
éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras
de Dios se manifiesten en él” 
¿Leyeron bien? Hay enfermedades que son dadas al ser
humano para que la Gloria de Dios pueda ser manifestada, para que
quienes no creen sean testigos del poder del gran Creador. No se
trata si el enfermo pecó ni si sus padres pecaron. Recuerde que tengo
esta enfermedad desde los seis años. ¿Qué pecado pude haber
cometido a esa edad para merecer tal castigo?
Tan impactante fue la revelación de Dios que comencé entender
todo lo que antes no entendía. Fue como la descripción hecha por
Job en el capítulo 42:5 “De oídas te había oído; Más ahora mis ojos te
ven”.
Otra cosa que me impactó demasiado fue saber que Jesús al
morir en la cruz, nos incluyó a todos los que no somos judíos al plan
de salvación. Yo voy a la iglesia desde los cuatro años, y después de
los veintitrés vine a conocer tal verdad. ¿No se supone que es la base
para cualquier cristiano saber eso?, Yo no lo sabía, nunca lo oí en mi
iglesia y jamás estudié la Biblia, sólo la leía como todos.
Con tanta verdad revelada en tan poco tiempo, me intrigaba
saber lo que Dios pensaba de los falsos profetas. Y me encuentro con
este relato bíblico impresionante, donde se puede percibir la ira de él
sobre aquellos que hablan en su nombre.
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las
palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con
vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la
boca de Jehová”.
“Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice
Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano”.
Dice Jehová: “He aquí que yo estoy contra los profetas que
endulzan sus lenguas y dicen”: El ha dicho.
He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan
sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con
sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y
ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová. (Ezequiel
23:9-40)
Cuando leí esto, sentía cómo si Dios me estuviera defendiendo.
Sentí su amor más que nunca. Podía sentir su abrazo y su voz
diciéndome, “estoy aquí contigo, no sufras más” “Te enseñaré a
defenderte de los dardos del enemigo” “te mostraré verdades que te
harán fuerte” “Deja que el Espíritu Santo ordene tu casa” Y eso fue lo
que hice.
Entendí que mi sanidad no dependía sólo de la fe sino de su
voluntad.
“Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna
cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” (I Juan 5.14)
Luego vino el consuelo y la respuesta que necesitaba mi
corazón. Cuando leí supe inmediatamente queésa era mi parte. Un
relato descrito en 2 Corintios 12:7-10 en el que el Apóstol Pablo habla
con Dios.
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase
desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un
mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me
enaltezca sobremanera;
respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de
mí.
Y me ha dicho: Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en
mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en
afrentas, en necesidades, en persecuciones, en
angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”
“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la
debilidad”. Mi corazón se gozó de tal manera que comencé a llorar y
llorar, me tiré en el suelo quebrantada, pero de alegría. Me di cuenta
de que mi alma no necesitaba diagnósticos, ni doctores, ni
medicamentos; Mi alma necesitaba alimentarse de las palabras de
Dios, porque nada antes me dio tanto consuelo como estos versículos
descritos por Pablo. Nada antes, me dio esa paz tan dulce que
comencé a sentir a partir de ese instante ¡“Es que cuando soy débil,
entonces soy fuerte”! ¡¡Por fin lo entendí!!! Dios es tan maravilloso,
tan autentico, tan oportuno.
Este pasaje de la Biblia trajo tanto consuelo a mi vida que no
puedo describir con exactitud. Ya gozaba de su gracia desde los seis
años. A pesar de todo, él siempre cuidó de mí. Siempre estuvo a mi
lado para evitar que pasara a mayores. Sólo él sabe por qué sigo con
esta enfermedad, sólo él sabe hasta cuándo durará. Y sinceramente
dejó de preocuparme. Dejé de hacer cuestionamientos, dejé la queja,
las preguntas relacionadas con mi enfermedad. Decidí entregarle todo
en sus manos y comenzar a vivir de verdad. A disfrutar los días que
me regala mi padre, a caminar, correr, mirar los árboles respirar, etc.
Esta enfermedad me tiene totalmente sujeta a él, a declarar
abiertamente que dependo totalmente de su gracia para seguir con mi
vida, a pesar de mi salud. De él dependo todos los días para gozar de
un buen día, de una buena mañana, de una buena noche. No sé tú,
pero yo prefiero depender de su misericordia, que se renuevan cada
mañana, a experimentar una sanidad que haga me olvide de él.
Por supuesto que una sanidad es lo que todo hijo de Dios desea
alcanzar cuando nos aqueja un mal. Pero estoy tan convencida que
Dios me conoce como a nadie que no dudo que esta enfermedad me
tiene aferrada a sus pies y que si no la tuviera, quizás no lo busque
tanto. Y no se trata de una relación interesada, sino de Amor, de total
entrega, desde mis pensamientos, alma, cuerpo y espíritu hasta mis
preocupaciones, sueños, miedos y enfermedades. Si mi salvación
depende de esta enfermedad, entonces quiero tenerla hasta que él
venga a buscarme.
Es muy probable que tengas en este momento alguna
enfermedad que atormente tu vida. Estamos en un tiempo en que las
enfermedades están presentes en cualquier persona. Enfermedades
generadas por nuestra propia irresponsabilidad (Diabetes, Colesterol
Alto, Hipertensión, enfermedades cardiacas relacionadas con el sobre
peso u obesidad, etc.) o enfermedades hereditarias, degenerativas,
etc.
Tal vez llevas como yo, años rogando sanidad, hasta tengas la
misma experiencia que yo, con falsas sanidades, cuestionamientos
hacia Dios, hacia tu fe y crees que no podrás sobrellevarlo. Tal vez le
preguntes a Dios lo mismo que le preguntó el profeta Habacuc ante
tanta calamidad que veían sus ojos.
Observa la conversación que tienen ambos. Sé que restaurará
tu corazón.
Habacuc: ¿“Hasta cuándo, SEÑOR, he de pedirte ayuda sin que tú
me escuches”? (Habacuc 1:1)
Jehová: «Escribe la visión, y haz que resalte claramente en las
tablillas,
para que pueda leerse de corrido. Pues la visión se realizará en el
tiempo señalado; marcha hacia su cumplimiento, y no dejará de
cumplirse. Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta
vendrá. (Habacuc 2:2-3).
No olvides que puedes experimentar dos caminos; La Sanidad,
para dar a conocer el poder del Altísimo o la Gracia de Dios para que
él se perfeccione en tu debilidad. En ambos casos apreciarás la mano
del rey sobre tu vida. En ambas situaciones él está presente y
cuidando de ti. Descansa en él, procura la sanidad de tu corazón
antes de la física y todo se te hará más fácil. Él conoce tus
necesidades y está atento a ayudarte, pero debes tener una relación
con él. Conocer cómo está obrando, y por sobre todo entender que él
no te dejará ni desamparará. Él llora contigo, sufre contigo, es tu
Padre y no te abandona.
Recibe la promesa de parte del Señor, como yo la recibo en este
momento “Aunque parezca tarde, (la sanidad) Espérala; porque sin
falta vendrá”
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Capítulo II “SIN PLATA PARA PAGAR MI PASAJE”
 
Cuando tenía 18 años y había terminado mi enseñanza media,
me disponía a estudiar la anhelada carrera que mi padre rechazaba,
pero que finalmente logré convencer, Trabajo Social. Me fui a estudiar
a Concepción.
Esta nueva etapa de mi vida, no la enfrentaría sola, pues me fui
con mi mejor compañera de colegio a vivir esta experiencia. Como
todo estudiante superior, se vuelve muy beneficioso.
No nos costó mucho tiempo adaptarnos a la nueva ciudad con
su ritmo, aunque ambas extrañamos mucho la rutina anterior, el
regaloneo de nuestras madres y la familiaridad de los vecinos.
Pasó el primer semestre y a ambas nos fue bastante bien,
logrando aprobar todos nuestros ramos, pero lo que estaba por
acontecer no lo habíamos advertido.
Mis padres, luego de veintidós años de casados, enfrentaban la
más grande crisis matrimonial, que finalmente terminó en una
separación tormentosa, pero sobre todo muy dolorosa. Aquel suceso
me llevó a tomar una drástica decisión. No seguiría estudiando en
Concepción. Debía regresar a casa a apoyar presencialmente a mi
madre y mis hermanos. Lo que se venía marcaría el rumbo de
nuestras vidas.
No fue una decisión fácil, el proceso fue intenso, amargo y
decepcionante. Esto significó que mi compañera también abandonara
su carrera, porque para ella, vivir sola, era un costo económico y
emocional muy alto.
Y aquí quiero detenerme para hacer la siguiente reflexión.
Cuando nos toca experimentar momentos difíciles, dolorosos, el
primer camino que toma el ser humano, el cristiano inmaduro, es huir
para no enfrentar la situación. Eso nos pasó a todos, a mi padre que
se fue, mi madre que entró en una profunda depresión, mi amiga que
se vino sin intentar otro medio de solvencia y mi hermano y yo que
dejamos de estudiar. Es como el efecto dominó, uno cayó y caímos
todos. Ninguno de nosotros tomó la actitud de resistir esta crisis y
seguir el camino. Al contrario, todos nos dimos por vencidos. Todos
entramos en un estado de desesperanza, de desorientación.
Personalmente estaba muy desanimada, enojada, bloqueada. No
sabía qué dirección tomaría mi vida a pesar de la enseñanza de mis
padres y de mi iglesia que permanentemente nos decían “… no
temas porque él estará contigo; no desmayes porque él te dará
fuerzas, te ayudará y te sustentará con la diestra de su justicia”
(Isaías 41:10). No obstante, esas palabras no me fortalecían, no me
animaban. De hecho, no las entendía.
Desde mi interior, sabía que tenía el deber de salir adelante con
mi familia. Pero para alguien que siempre caminó acompañada (con
mis padres) caminar sola, tomar decisiones propias se vuelve un
tremendo desafío. No sé si lo hice bien ni mal, sólo hice lo mejor que
pude.
Con mi hermano debíamos empezar a trabajar porque el
sostenimiento económico más importante no estaba más, y había que
hacerse cargo de esta nueva etapa anticipada impuesta por “cosas de
la vida”.
No fue nada fácil. Ninguno de los dos a los 18 y 19 años tenía
alguna experiencia laboral, ni conocimientos o habilidades en algo, lo
que nos llevó a aceptar una oferta de trabajo de nuestro padre a tres
meses de haberse ido. Trabajaríamos en una constructora. Mi
hermano como ayudante de Topografía y yo como portera(encargada
de abrir y cerrar el portón de la empresa). 
Intenté pedir ayuda legal para recibir aporte económico y así
terminar mi carrera, pero no contaba con un gran detalle. A nuestras
vidas llegó una hermanita que tenemos en medida de protección
desde los dos meses de vida, entregada voluntariamente por sus
padres biológicos para el cuidado personal de ella, por motivos que
no ahondaré en esta oportunidad.
Pues bien, realizar una denuncia por mi parte para lograr una
pensión alimenticia podría terminar con que la Institución responsable
de la entregar de custodias de menores pudiese apartar a mi
hermana de nuestro lado (Al menos eso me dijo la Magistrada, en la
audiencia que solicité para hablar de esto). Por lo tanto, desistí y
asumí que estudiar dependería sólo de mí. Grave error cuando
reconoces que sirves a un Dios Grande. Creer que salir adelante
dependía de mis fuerzas.
Como les conté entré a trabajar en el mismo lugar donde trabajó
mi papá. En un principio poco le hablaba, pero finalmente me di
cuenta de que eso me hacía mucho daño y logré separar el dolor de
su partida con el amor entre padre e hija. Es complicado hacer eso,
porque hay una lucha interior muy fuerte donde la rabia incita a odiar,
despreciar o ignorar a la persona que te hizo daño. Pero por otro lado
el amor sigue intacto, los recuerdos, los bellos momentos, las
enseñanzas, las alegrías que viviste con aquella persona. Finalmente,
es lo que más domina el ser lo que lleva a parar de pelear y tratar de
entender por qué suceden las cosas. Pero por sobre todo aceptar que
nadie está libre de vivir situaciones complejas en las que puede
cambiar completamente el rumbo de vida.
Pues bien, continúo. Hasta ese momento, no tenía idea lo que
significaba pagar cuentas, ni mucho menos cómo ahorrar. Pero de a
poco aprendería las primeras lecciones de vida más importantes en
torno al sostenimiento de un hogar.
Pero volviendo al punto central, mi mayor frustración era no
terminar mi carrera, así que decidí intentarlo por segunda vez, aquí en
mi ciudad. Me matriculé en la carrera “Orientación Familiar”. Una
carrera nueva en la ciudad. Sentí que era para mí. Me serviría para
ayudar a otros en la misma situación que yo.
Como todo, al principio me iba muy bien, y logré aprobar mi
primer semestre pagándomela con mis propios medios. ¡Era un
tremendo logro! Trabajar y solventar mis estudios se sentían como un
gran triunfo y signo de madurez e independencia. Lograba 
sostenerme emocionalmente, poco a poco sanaban las heridas, podía 
oler la tranquilidad y ver mi entorno más estable. Pero no sería por 
mucho tiempo. Aun faltaba por madurar.
En la constructora donde trabajé, decidieron contratar mujeres
de manera excepcional. Como un proyecto piloto porque como saben
la construcción siempre se asoció a un trabajo que sólo debían
realizar los hombres.
Las mujeres que ingresamos (50 aproximadamente) en
diferentes lugares (Los Ángeles, Mulchen, Nacimiento, Cañete),
realizábamos labores principalmente de limpieza o, como yo, de
portera o llavera. La contratación dependía de una insólita condición
que hoy en día no sería aceptada por la sociedad. Aquella condición
fue: “No queremos que se embarace alguna de ustedes, si lo hace,
todas serán despedidas”. La verdad es que si oyeran esto ahora o lo
escribiera por redes sociales, la empresa se llenaría de repudio social
y de denuncias, pero para muchas de nosotras no había opción en
esos años y ninguna de nosotras pretendía ser madre, así que
aceptamos sin mayor objeción.
Como ya podrán descifrar lo que ocurrió, les cuento. Una joven
quedó embarazada y por supuesto, con toda la ley que la amparaba
denunció a la empresa y como resultado nos despidieron
prácticamente a todas. Unas antes otras más tarde. Pasando a ser la
generación de mujeres más importante en número en aquellos años
en el rubro de la construcción de nuestra ciudad y en localidades
aledañas. Seis meses exactamente estuve trabajando ahí.
Esto significó que no tenía dinero para seguir costeando mis
estudios. Intenté pedir ayuda económica a la Universidad para poder
financiar mi carrera, pero en este país y en esos años (2003) eso era
imposible.
Entonces me quedé nuevamente de brazos cruzados y con una
deuda a cuestas. Sumado a eso, sin trabajo no pude pagar las
deudas comerciales que adquirí con mi primer contrato de trabajo lo
que me llevó con sólo diecinueve años a pertenecer al tan temible
Dicom.
Luego de eso entré en una desesperación severa y me empecé
a enfermar. Por si fuera poco, mi hermano se fue a vivir con mi papá y
mi mamá y hermana se fueron a vivir al campo, así que me quedé
completamente sola en esa casa. De vez en cuando nos reuníamos
un fin de semana, pero así sería la dinámica por un buen tiempo.
Buscando empleo no me fue bien. No tenía preparación
académica y en esos años, saber computación era esencial y la
verdad poco y nada sabía de su uso. Así que llegue, con la ayuda de
una amiga, que conocí en la construcción, a trabajar en una Editorial.
Llegué a vender Enciclopedias puerta a puertas, y en ocasiones
escuela por escuela. Estuve allí al menos unos dos años. Es un
trabajo muy duro porque el sueldo se lo hace el propio vendedor y
con suerte se vendía una o dos enciclopedias a la semana, en el
mejor de los casos. Pero no daba lo suficiente para poder vivir
económicamente y además pagarse una carrera. Hasta hoy no sé
cómo duré tanto tiempo haciendo eso. Quizás, en un momento creí
que no podría hacer cosa. No lo sé en verdad, pero le debo a ese
empleo mi habilidad para hablar con las personas y vencer mi timidez.
Luego de eso trabajé de vendedora en diferentes lugares, pero
en ninguno tuve éxito. En mi interior seguía deseando estudiar y optar
por un trabajo mejor. No porque me mereciera algo mejor, sino
porque sabía que era capaz por más y tener una carrera me daría la
estabilidad que necesitaba. En ese entonces, ni pensaba en la
provisión que podía darme Dios.
Hubo muchas noches tristes en las que me pregunté en qué
terminaría mi vida, cómo lograría ser “alguien” en esta vida (Esto
cuando mi convicción de ser alguien lo definía teniendo una carrera o
un puesto importante de trabajo) Gracias a Dios, esa visión cambió
muchos años después.
En mi afán de no darme por vencida por las circunstancias es
que decidí estudiar por ¡tercera vez! Cómo y con qué dinero, ni idea.
Pero no dejé de movilizarme.
Por el consejo de una jefa que tuve en una Editorial es que
recurrí a la Municipalidad para pedir ayuda y postular a alguna beca
.Con las excelentes notas que tuve en enseñanza media, más mi
situación precaria de oportunidades laborales sentí que tenía todas
las de ganar.
Hablé con una Trabajadora Social y le conté mi situación. Me
escuchó muy atenta y esto me dijo textual (aún lo recuerdo): “En la
lista que enviaré con los postulantes a becas tú irás en la primera
opción” ¡Guau! ¡Eso sonó esperanzador! ¡Yo iría primera en la lista!
Recuerdo haberme recriminado ¡”cómo no se te ocurrió venir antes”!
¡“Eso era todo lo que tenías que hacer”!. Siempre pensando en lo que
era capaz de hacer por mí misma.
Me fui muy contenta y a los días siguientes fui a matricularme
aunque elegir qué estudiar era un dilema. A todo esto, no podía volver
a estudiar Orientación Familiar porque quedé debiendo todo el
segundo semestre y volver implicaba pagar esa deuda. Y dinero era
lo que menos me sobraba.
Así que comencé a averiguar por carreras y la única opción que
tenía (tomando en cuenta que la beca no era mucho dinero) fue
matricularme en una carrera técnica de nivel superior en un Instituto
así que me decidí por “Técnico en Trabajo Social”.
Comencé a asistir a clases muy feliz. Ya tenía todo resuelto,
había sido capaz de ganarle otra vez a la injusta vida que tenía. Sólo
debía estudiar y esperar la positiva respuesta que me darían.
Tenía una las mejores calificaciones y además era la
representante de mi curso, algo así como presidenta. Tenía el respeto
y admiración de mis compañeras y la aprobación de mis profesorasy
de mi jefa carrera. Qué mejor, había llegado lo que merecía mi alma.
La recompensa a tanto sufrimiento, dolor, frustración y tanto fracaso.
A fines del primer semestre llegaban los recursos del estado y
fui a ver los resultados a la oficina de la municipalidad donde
revisaron mi caso y enviaron mis datos. Yo estaba muy ansiosa y
entré a hablar con la Trabajadora Social que me atendió en esa
oportunidad y me dice textualmente (lo recuerdo como si fuera ayer)
“No sé qué pasó, pero tu Beca no salió”. Mientras ella intentaba
explicarme lo que había sucedido, sólo se me repetía la misma frase
en mi cabeza, una y otra vez “Tu beca no salió” Tu beca no salió”
(Podrás imaginar lo que eso significaba para mí. Un tercer fracaso)
Recuerdo que salir de la oficina de aquella señorita, parecía
hacerlo en cámara lenta. Escuchaba de lejos a la gente hablar, pero
yo caminaba como en las nubes. No podía creer que todo volvía a
cero otra vez. No podía comprender cómo la vida, el mundo, el
destino, Dios, quien fuera, se empeñara tanto en verme fracasar.
Como si algo, o alguien, quisiera hacerme tanto daño que terminara
por renunciar a la vida misma.
Anduve por la ciudad por muchas horas, desorientada, 
completamente rendida, no sabía a dónde ir ni con quien hablar. Solo
lloraba, lloraba y no me importaba la mirada la gente, estaba
desbastada. Recuerdo que sólo caminé y caminé sin rumbo. Sentía
que mi corazón no aguantaría más dolor, Yo quería ser mejor, quería
ganarle a la adversidad, yo quería luchar, quería estudiar, ¡qué había
de malo en eso! Me preguntaba una y otra vez. Qué hice tan mal para
merecer un fracaso tras otro. No podía entenderlo. No cesaba de
llorar y sentía tanto dolor que ni siquiera podía hablar con Dios porque
no quería hacerle las preguntas que se formulaban en mi cabeza. Tal
vez porque hasta ese momento sentía que no me oía, por lo tanto,
para qué intentarlo. Seguro Dios andaba con los grandes Misioneros,
Pastores de gran Renombre.
Muy tarde, ese día, me fui a casa a encerrarme en mi dormitorio,
a llorar hasta cansarme. Solo me preguntaba ¿con qué voy a pagar
mi carrera esta vez? ¿De dónde voy a sacar plata si no tengo ni
trabajo? ¿A quién voy a acudir? ¡¡Dinero, Dinero, Dinero!! Gritaba de
dolor. ¡Sin plata no se hace nada! ¡No se come, no se viste, no se
estudia! ¿Qué hago ahora? Me pregunté toda la noche hasta
quedarme dormida de tanto llorar. Lo que no sabía, era que esa
noche cambiaría mi vida para siempre y aquí viene la explicación del
título de este capítulo.
Esa noche soñé lo siguiente:
-Había un grupo de personas esperando muchos autobuses…
todos esos buses tenían como destino el cielo, la casa de Dios.
Entonces me dispuse a hacer la fila para subir. Al momento que debía
subir miraba mis bolsillos de mis pantalones y no tenía dinero… Le
digo al chofer... ¡No puedo subir! ¡No tengo plata para pagar mi
pasaje! Y alguien que me escucha dice: ¡Yo pago su pasaje! Y eso
me calmaba y subía.
Al bajar, había otro bus, había que ser trasbordo y yo hacía
exactamente lo mismo… la fila y al llegar mi turno decía: ¡No puedo
subir! ¡No tengo plata para pagar mi Pasaje! Y el chofer me
respondía: “No se preocupe, suba” Yo ¡le pago! Y subía nuevamente
contenta.
Eso pasó con tres buses y yo decía exactamente lo mismo “no
tengo plata” y siempre alguien me pagaba el pasaje.
Cuando el tercer bus llegó a destino, estaba Dios
esperándonos… estaba muy emocionada de verlo, esperaba que
avanzara pronto la fila para llegar hasta a él.
Cuando llegó mi turno para ser recibida por Él, Dios me mira con
mucha tristeza, (yo podía sentir su pena) sostiene mis manos y me
dice: Hija, tú no puedes entrar a mi casa. Fue un golpe muy fuerte a
mi corazón: “No puedes entrar” y con el corazón destrozado le
pregunto llorando ¿por qué no puedo entrar, Dios? Dime. Y me
desesperaba de la angustia. Y Dios me contesta: “Porque desde el
primer bus que tomaste hasta el último sólo te preocupaste de cómo
ibas a pagar tu pasaje… en ningún momento te acordaste de mí… Y
siempre has dicho que yo soy tu Dios, que todo lo puedo”-
Sus palabras calaron tan profundo mi ser que me sentí
completamente perdida. Me dije, Sin Dios de mi lado, todo se acabó
para mí. Entendí perfectamente lo que quiso decirme, lo miré con 
dolor y su silueta desapareció.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Guau! ¡Con un sueño así, es imposible no reaccionar!! Estaba
sumergida en una pena por no tener trabajo, por no poder estudiar,
por no tener para comer. Siempre me preocupé del dinero que no
tenía, del dinero que me faltaba, del dinero que solucionaba todo…y
no me centré en lo verdaderamente importante…¡¡¡MI DIOS!!!
En su palabra él nos dice: “Por tanto os digo: No os afanéis
por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni
por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que
el alimento, y el cuerpo más que el vestido?(Mateo 6.25).
Desde mi estadía en Concepción hasta este sueño habían
pasado ¡cuatro años! ¡Cuatro años en el desierto! Por no entender
que mi confianza debe estar cimentada en Dios y no en lo terrenal. En
lo que él me puede dar y no, en lo que yo, pudiera alcanzar con mis
propios medios.
Mi capacidad humana no me dejaba ver más allá. Mi carnalidad
me tenía sujeta a lo que el dinero podía hacer, a quejarme por lo que
mis padres no hicieron por mí. Tenía completamente dormido mi
espíritu. Había bloqueado completamente mi relación con Dios. No
renegué ni me quejé contra él, pero no quería hablar con él.
Lloré como nunca, pidiéndole perdón, rogándole una nueva
oportunidad. Podía tolerar cualquier pérdida, por muy dolorosa que
fuese. No tener trabajo, no tener para comer, vestir, no tener para
estudiar, no tener en quien apoyarme, pero no tenerlo a él en mi vida,
era aceptar mi muerte. Podía aceptar no tener riquezas, vivir en
incertidumbre todos los días pero Jamás estar sin Dios y necesitaba e
imploraba su perdón y ayuda. Cuatro años sin hablar con él era
suficiente, no quería más soledad en mi alma. Fue cuando le dije:
¡Haz tu voluntad en mi Señor! Lo que tú quieras para mí, pero quiero
entrar en tu casa, quiero que me recibas aquel día y te sientas
orgulloso de ser mi padre. Ayúdame a salir de esto, enséñame a vivir
por fe. Fue lo último que dije.
Tal vez te esté pasando por esto precisamente ahora. Estás en
una situación tan desbastadora que no quieres ni hablar con Dios. Se
murió un ser querido, te abandonó alguien muy importante, te
despidieron de tu trabajo sin motivos, te fallaron, te traicionaron, te
dieron la espalda, te dañaron física o emocionalmente, tu proyecto de
vida, de familia se rompió, no fue como lo planeaste, tus hijos se
pierden en la oscuridad, etc. Hay tantas cosas que te bloquean y
aunque no reniegues de Dios, ni lo critiques, estás en un silencio
absoluto, siendo completamente indiferente.
Puedo entenderte perfectamente, recuerda lo que viví, pero
debo decirte que debes romper el bloque de hielo que hay entre tú y
el Señor para que él te muestre el camino. No permitas que tu orgullo
te impida que entres a su casa en los cielos. No desperdicies tus días
sustentando tus sueños y problemas en lo que puedan hacer tus
manos porque fracasarás, ¡cómo yo! Hay personas como yo que sólo
un sueño bastó para volver mi mirada a él y rendirme a sus pies. Pero
no siempre es así. Dios actúa de diversas formas para llamar tu
atención, para recuperarte. Él no quiere hacerte daño, todo lo
contrario, quiere que aprendas, madures y crezcas. Tu confianza
debe estar en Él y como dice su palabra. “Aunque la higuera no
florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del
olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean
quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; Con
todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi
salvación.
Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de
ciervas, Y en mis alturas me hace andar. Habacuc 3:17-19 
(RVR1960).
Luego de rendir mi vida a Cristo y dejar todo en sus manos, es
que se abrieron laspuertas. Comprendí que es “Bienaventurado el
hombre que persevera bajo la prueba, porque una vez que ha
sido aprobado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha
prometido a los que le aman. (Santiago 1:12)
El primer año finalmente lo financió mi pololo en aquel tiempo
(actualmente mi esposo). Dios tocó su corazón y aunque para él
tampoco era fácil su situación económica, no dudó en ayudarme. No
le importó invertir en alguien por el cual no podía asegurarle un futuro
sentimental. Jamás me hizo sentir que tenía una deuda con él. Me
amaba tanto que solo deseaba verme feliz al costo que fuese. Hasta
ese entonces, él no sabía que fue Dios quien lo guió para amarme y
para bendecirme.
Desde el segundo semestre se aprobó “El Crédito Aval del
Estado” y salí beneficiada. Eso me pagó la carrera completa, incluida
la práctica. Hice mi práctica y quedé trabajando de inmediato en un
puesto que antes no existía. Como no amar a Dios cuando muestra el
camino. La solución no estaba en mis manos, sino en las suyas.
Dos años después entre a la Universidad y me gané una beca
http://bibliaparalela.com/james/1-12.htm
que la Universidad daba a los mejores promedios por carrera y no fue
necesario pagar absolutamente nada.
Hoy soy Planificadora Social de profesión, pero no me define la
carrera que estudié. Entendí, por medio del Espíritu Santo que soy
“alguien” cuando acepto a Jesucristo en mi corazón, soy “alguien”
cuando permito que Dios me llame su hija(o). Hoy me define su amor,
su guía, su voluntad.
No soy la técnico en trabajo social, la Planificadora Social, ni
esposa, ni la Matea, la bonita, la capacitada, la guerrera, la
aventurera, la cocinera, la mamá, la predicadora, la que escribe, la
que canta, la que alegra. Tampoco soy la mañosa, la rebelde, la
testadura, la orgullosa, la rencorosa, la desobediente, la oveja
perdida… SI NO, ¡¡¡LA HIJA DE DIOS!!! ¡Eso soy! “HIJA DEL
TODOPODEROSO” que me dice con dulce voz: “Mira que te mando
que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque
Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué
6:9).
No permitas que te defina un logro personal, permite que Dios
sea quien te defina. No olvides que él es quien te sustenta, te cuida,
te guarda, te alimenta, te viste, te engrandece, te levanta, te cubre, te
bendice. “Temed a Jehová, vosotros sus santos, Pues nada falta
a los que le temen. Los leoncillos necesitan, y tienen hambre;
Pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien.
Venid, hijos, oídme; El temor de Jehová os enseñaré” (Salmos
34:9-11 RVR1960) Cuando entiendes esto, se va la preocupación
porque aprendes a vivir por fe y te dejas sorprender por la creatividad
del creador para hacerles saber a sus hijos que está pendiente de
ellos.
Capítulo III“SHAIEL”
(Regalo de Dios en hebreo)
 Cuando tenía alrededor de quince años (1998), acudí al médico
por unas molestias físicas que atormentaban literalmente mi vida
cada mes. Eran unos dolores en el vientre que hacían que no pudiera
ni siquiera levantarme de mi cama por al menos dos a tres días.
Tanto así que tenía permitido faltar al colegio sin problemas.
Como esto se volvía cada vez peor, es que me presenté con mi
madre ante este especialista que sabría lo que ocurría conmigo. Me
pidió algunos exámenes y cuando llegaron los resultados el
diagnóstico fue: “Retroversión severa del útero”. ¿Qué era eso?
Jamás en mi vida había oído algo así. Esto ocurre cuando el útero
(matriz) de una mujer se inclina hacia atrás en vez de hacia adelante.
Comúnmente se denomina "útero ladeado" En palabras sencillas, el
útero está al revés. Hasta ahí seguía sin entender absolutamente
nada ni qué consecuencias eso podía traerme, hasta que el doctor
me lo explicó: “Esto quiere decir que para que seas mamita en un
futuro, sólo podrás serlo con un milagro de Dios”, “La probabilidad de
tener un bebé son muy bajas debido a esta condición”. Hubo
personas que me aconsejaron buscar otras opiniones, pero hasta ese
momento, no le tomé el peso. Sinceramente no podía aceptar que
además de mis crisis cerebrales, tuviera también una malformación
en mi útero. Era demasiado para asimilar. Y opté por bloquear esa
información como muchas otras cosas que bloqueé en mi vida. Así
que seguí con mi vida igual porque esta condición física no se podía
revertir. Debo reconocer que hubo muchas veces en que me pregunté
si de verdad había ido al doctor esa vez. No lograba recordar si ese
episodio realmente lo viví.
A medida que pasaron los años, llegó la ilusión de querer formar
una familia, y aunque tenía ese diagnóstico previo, la verdad, no lo
tomé en cuenta.
Cuando sentí que era el momento en mi interior, deseaba que
eso fuese una equivocación, así que sólo tenía que intentarlo y qué
mejor con el hombre que había elegido para padre de mis futuros
hijos.
Pasó el primer año y nada aconteció. Algunas personas me
decían “al principio cuesta un poco”, “paciencia, en cualquier
momento lograrás embarazarte” y a los dos años… nada aconteció.
No puedo negar que hubo muchos momentos en que creí que
no había que intentarlo más y aceptar mi condición de una vez por
todas. Asumir que cuando me dijeron que no podría ser madre, a
menos que fuese un milagro, de verdad había ocurrido. Pero no es
fácil asumirlo, porque sumado a la ilusión de ser madre viene la
presión involuntaria de ser ese instrumento para lo cual Dios nos creó
en función de dar vida a otros. Por lo tanto, no quería aceptar que
fuese una excepción para él. No quería que Dios me probara de esa
forma.
Lamentablemente seguían pasando los meses y nada ocurría.
En esos días en que me derrumbada, cuestionándome, criticándome
y castigándome por no lograrlo, mi esposo aparecía siempre para
decirme “Ese día va a llegar, confía en Dios”. Nunca dejó de decirlo
pese a no conocer en profundidad a ese Dios del que tanto le
hablaba. Y a pesar de eso, su fe era más grande que la mía.
Esto me hace recordar a Jesús cuando un centurión envió a sus
amigos para pedirle que sanara a uno de sus siervos.
“Porque yo también soy hombre bajo autoridad, con
soldados a mis órdenes; y digo a éste: ``Ve, y va; y al otro: ``Ven,
y viene; y a mi siervo: ``Haz esto, y lo hace. Al oír lo Jesús, se
maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en
Israel no he hallado en nadie una fe tan grande”. (Mateo 8:10).
Qué quiero decir con este ejemplo. Muchos de nosotros, los que
profesamos la fe de Cristo, tenemos menos fe que aquellos que no lo
conocen y algo saben de él. Como mi esposo, que nunca permitió
que la duda entrara a su corazón, en cambio en el mío, no sólo había
dudas, había preguntas, dolor, tristeza, decepción, entre tantos otros
sentimientos de desesperanza.
 En esos años yo estaba distanciada de mi Dios, lo había
congelado en mi vida. Hablo de los cuatro años de silencio que
mencioné en el testimonio anterior. Éste fue el tiempo en que no lo
critiqué ni renegué, sólo no quería hablar con él. Entonces, confiar en
él era muy difícil para mí. Sentía que no merecía que me oyera, ni
menos me diera el regalo de ser madre. A esto, le sumo el
autocastigo que me imponía por los errores de mi juventud, que sin 
duda, habían ofendido a Dios, lo que me llevaba a pensar que todo 
esto, era consecuencia de los actos de aquellos años. También sabía
que “si no tomaba su cruz y no lo seguía, no era digna de él”
(Mateo 10:38).
Entonces sin esperanza de quedar embarazada y con
vergüenza de acercarme a Dios es que pasaron seis años. Sí, seis
años. En los últimos dos años, yo me había reconciliado con Dios en
muchas áreas. Había reconocido que sin él nada podía hacer y a
ningún lado podría llegar. Pero en este sentido, no lograba crecer lo
suficiente para que no me afectara tanto. Hoy lo pienso más
reposadamente y quizás haya sido una reconciliación condicionada.
Me explico. Es como cuando alguien te perdona con todo su corazón
y te da una nueva oportunidad. Pese a ese maravilloso acto, en tu
interior te sigue persiguiendo la idea de “cuanto te logró perdonar
finalmente”
Yosabía que Dios me había dado una nueva oportunidad, pero
también sentía que no me había perdonado del todo. Mi ausencia, mi
indiferencia y el hacer todo bajo mis argumentos habían dañado tanto
el corazón de Dios que todavía no podía olvidarlo. Que quedaban
heridas o asuntos por arreglar. Sumado a eso, no estaba casada.
Convivía y ante los ojos de Dios, eso es Fornicación. Por eso no
quedaba embarazada, según mi razonamiento. (Esto con mi mente
inmadura espiritualmente hablando). Más adelante entendería este
proceso.
Como les conté, pasaron seis años en que nada resultó. Me leí
libros completos, foros en Internet, consejos caseros para quedar
embarazada y nada.
Hasta que llegó un día en que me dije, “Me rindo, no vuelvo a
comprar otro test de embarazo, ni vuelvo a llorar cada mes. Me cansé
de esperar, me aburrí de creer que los milagros existen, me harté de
las ilusiones”
Recuerdo que mi esposo cada vez que me veía llorar, me
repetía “Va a llegar ese día, ten paciencia, vas a ser mamá” y yo le
decía ¡han pasado seis años! ¡Tiempo suficiente para rendirse! ¡No
quiero más! ¡Dios está enojado conmigo, por eso no me da el regalo
de ser madre! ¡Él me castiga por mis errores de Juventud! ¡Él me
castiga por no estar casada! Mi desesperanza anulaba mi fe y mi
confianza en el rey de la vida. Siempre en estas circunstancias
aparecía el Dios castigador que concia desde niña.
Mientras más escribo y más recuerdo aquellos momentos, más
necia y orgullosa me reconozco y más llena de misericordia me
siento. El Amor de Dios es infinito. Su Amor es incomparable a otro
amor. Entre más te cuento esto, más se goza mi corazón de ver a un
Dios que escucha tanta necedad de nuestros labios, falta de fe, de
falta de sabiduría para entender sus tiempos, sus planes, pero que
nos ama, nos espera y sigue creyendo en que creceremos.
Quizás, estás pasando por lo mismo, justamente ahora o te hará
recordad algo ya vivido muy parecido. Un tiempo en que esperas una
respuesta de Dios, por meses, por años. Y al igual que yo debes estar
pensando ¡Dios no quiere responderme! ¡Él me castiga por lo que
hice o dije! Y ahí estás, como yo. No avanzas ni retrocedes. Te
estancas como árbol plantado, por más que desees correr no puedes,
por más que deseas cambiar las cosas, no logras cambiar
absolutamente nada. Por más que luchas por salir de donde estás,
ahí te quedas a esperar a que alguien haga algo por ti.
Yo entré en un victimismo horrible. Cada vez que podía me
lamentaba y le contaba mi incapacidad de ser mamá a todo aquel que
pudiera contarle. Una autocompasión que me llevaba, sin
premeditarlo, a poner a Dios en un lugar que no merecía. Mis actos
hablaban un Todopoderoso que no me amaba, no me apoyaba, que
no sufre lo que sufro, que no le importa lo que vivo y que no tiene
poder para hacer milagros. Mientras más me victimizaba más
humillaba a mi Dios. Esto, porque aun no tenía una relación con él.
Aun no le permitía que se me presentara realmente como era.
Sumado a eso, contaba sobre mis crisis cerebrales. En
consecuencia, le mostré a mi entorno a un Dios que se empeñaba en
maldecirme con enfermedades y tragedias. Hoy puedo imaginarme a
Dios decirme: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo
que digo?” (Lucas 6:46 RVR 1960) Él me demandaba a creer, a
tener fe y no lo hacía. Su palabra nos enseña que “sin fe es
imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6 RVR1960). Es más, nos
confrontaba al decir que debemos ser “hacedores de la palabra, y
no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
(Santiago 1:22 RVR1960).
Fuerte su palabra. Si decimos creer en Dios pero no creemos
que le haya con nuestros actos, nos estamos engañando a nosotros
mismos. Y se me vienen a la cabeza, muchos ejemplos en que
hablamos o cantamos de un Dios magnífico, excelso, grande,
todopoderoso, lleno de gracia y Amor, pero a la menor dificultad o
prueba, ese Dios se vuelve minúsculo, invisible, indiferente que goza
del dolor y no logra comprendernos. Nuestros actos ponen al rey en la
posición menos importante en nuestras vidas. En un completo olvido.
Si tú que les esto, amas a Dios y confías tus caminos en él, te
bendigo. Hoy, son cada vez menos hijos los que alegran el corazón
del Padre.
Continuando con la historia, un par de meses después de ese
día que dije, “Hasta aquí me esfuerzo” comencé a sentirme muy mal
de salud. Pero muy mal de salud.
Después de mi trabajo acudí al médico porque tenía muchos
dolores, vómitos, náuseas que me debilitaban. La típica pregunta que
hace del doctor con estos síntomas es ¿“Cree que puede estar
embarazada”? ¡NO! Les respondía ¡imposible! Y ahí iba con mi
historia otra vez. Recuerdo que aquella vez me diagnosticaron una
gastritis, me dieron medicamentos y me fui a mi casa. A los días
siguientes me sentía cada vez peor, tanto que llegué a
desvanecerme. Llevaba al menos cuatro días sin poder resistir
alimento en mi estómago.
Como sentía cada vez peor, fui a otro centro Asistencial y me
hicieron la misma pregunta anterior ¿“no será que está embarazada”?
Y yo respondía muy molesta siempre ¡no! ¡No puedo tener hijos!
(Como si ellos pudieran saberlo). Entonces la enfermera me dijo, es
probable que esto sea una pancreatitis, una infección estomacal más
complicada que una gastritis, así que me hicieron diversos exámenes
que debía retirar cuatro horas después. Me fui a mi casa y al pasar
las horas fuimos con mi esposo a buscar los resultados. Entré al box
y la doctora de turno muy fríamente, sin mirarme a la cara me dice
“Ya niña, estás embarazada, debes acudir a tu consultorio lo más
pronto posible”.
¿Escuché mal? ¡¿Dijo que estaba Embarazada?! ¡No podía
creerlo! En ese minuto sentí que levitaba, y comencé a sonreír sin
parar ¿¿Estoy embarazada?? ¡¡Estoy embarazada!! ¡¡Estoy 
embarazada!! ¡¡Estoy embarazada!! Recuerdo que la doctora me
miraba con mucha seriedad, con tan poca empatía y nada de
sensibilidad. Mínimo ¡felicitaciones! En fin, era lo que menos me
importaba en ese instante, porque ¡estaba embaraza!
Salí del box, sintiendo un montón de cosas en el cuerpo. Alegría,
emoción, miedo, sentía el perdón de Dios, su mirada tierna sobre mí,
como diciéndome “terminó la espera”. “Este tiempo lo determiné yo”
“ahora estás preparada para ser madre”. Mi corazón estaba tan Feliz
que no podía para de sonreír.
¿Logran darse cuenta de algo? Si algo malo me pasaba Dios me
estaba castigando, si algo bueno me pasaba, Dios me estaba
premiando. Ese Dios conocía. A ese Dios servía (Qué necia he fui). 
Siempre me imaginé el momento cuando me dieran esta noticia.
Tenía en mi mente dibujada todo lo que haría ese día. Pero ¡no podía
disimular mi alegría! ¡Era imposible!
Mientras caminaba hacia afuera, él estaba ahí, el maravilloso
hombre que nunca se cansó de decirme “Vas a ser mamá un día”. De
hecho me decía que su misión en esta tierra era que yo fuese madre
y después tendría que volver al planeta del que venía. Qué gran
hombre Dios puso a mi lado.
Me puse los resultados en la cara, para que mi esposo no viera
mi sonrisa pero mis ojos me delataron porque también sonreían. Con
sólo mirarme supo la noticia. Nos abrazamos por un buen rato, ambos
estábamos en shock y la felicidad nos inundaba completamente. Él
me repetía “Te lo dije” ¡Te lo dije! Y nos mirábamos y volvíamos a 
sonreír. Esa noche casi no dormí, era una alegría que literalmente 
me quitaba el sueño. Llamé a todos quienes pude llamar; A mi mamá, 
a mi hermano, a mi papá y junto conmigo estaban felices también.
Finalmente, era una espera familiar. Sé que ellos, junto a mi esposo
oraron por este milagro.
Éste ha sido uno de los momentos más hermoso que he
experimentado. Soñar con algo al que le perdiste toda le fe y de
pronto llega, es indescriptible. Sentía el perdón de Dios en ese
instante. Sentía que Dios me miraba otra vez con dulzura. Hoy puedo
entender que él jamás dejó de hacerlo. Jamás planeó hacerme sufrir.
Él necesitaba que volviera a creer en él. Para mí, éste es uno de los
detalles más hermosos que él ha tenido conmigo. A pesar de vivir
experiencias

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