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Viviendo en la luz Dinero, Sexo y Poder

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#DineroSexoPoder
VIVIENDO EN LA LUZ: DINERO, SEXO & PODER / John Piper
© 2017 por Poiema Publicaciones
Traducido del libro Living in the Light: Money, Sex & Power por John Piper © Desiring God
Foundation en 2016 y publicado por The Good Book Company.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia,
Nueva Versión Internacional ©1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, al-
macenada en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma ni por ningún
medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, u otros, sin el previo permiso por
escrito de la casa editorial.
Poiema Publicaciones
info@poiema.co
www.poiema.co
SDG
Para Richard Coekin
y Co-Mission,
con admiración y gratitud
Introducción
1. Definiciones y fundamentos
2. Los peligros del sexo que destruyen tu placer
3. Los peligros del dinero que destruyen tu prosperidad
4. Los peligros del poder que destruyen tu ser
5. Liberación: el regreso del sol al centro
6. Aplicación: las nuevas órbitas
Conclusión
Agradecimientos
Notas
D ios no creó el dinero, el sexo o el poder solo para que fueran ten-taciones. Él tenía buenos propósitos en mente. El dinero, el sexo
y el poder existen para los grandes propósitos de Dios en la historia de
la humanidad. No son desviaciones en el camino hacia el gozo en Dios.
Junto con todo el resto de la buena obra de Dios, son parte de ese cami-
no. Con ellos, podemos demostrar el valor supremo de Dios.
Uno de los propósitos de este libro es mostrarte cómo lograrlo. Por
tanto, lo que haré es tratar los beneficios del dinero, el sexo y el poder,
así como sus peligros. ¿Cuáles son los peligros que deben ser derrota-
dos? ¿Cuáles son los beneficios que podemos disfrutar?
La tesis principal de este libro tiene dos partes. En primer lugar, el
dinero, el sexo y el poder comenzaron siendo regalos de Dios hacia la
humanidad, pero ahora son peligrosos debido a que todos los seres hu-
manos han cambiado la gloria de Dios por imágenes (Ro 1:23). En segun-
do lugar, el dinero, el sexo y el poder serán restaurados para darle glo-
ria a Dios a través de la redención que Dios trajo al mundo en Jesucristo
—la gran liberación del pecado, la enfermedad y el dolor.
Sin esa redención, todos preferiríamos otras cosas en lugar de Dios.
Esa es nuestra naturaleza. Cuando nos detenemos a pensarlo, nos da-
mos cuenta de que es un gran insulto hacia Dios. De hecho, preferir
cualquier otra cosa más que a Dios es una atrocidad moral en el univer-
so—y, por tanto, es una amenaza eterna contra nuestras almas. Escoger
cualquier otra cosa por encima de Dios no solo nos destruye, sino que
también nos lleva a distorsionar todo lo bueno que hay en el mundo, in-
cluyendo el dinero, el sexo y el poder.
Toda la creación tenía el propósito de transmitir la belleza y el valor
supremos de Dios (Sal 19:1; Ro 1:20-23). Dios creó al mundo para Su glo-
ria (Is 43:7). Creó al mundo para ser magnificado por la forma en que
Sus criaturas encontraran plena satisfacción en Él. El dinero, el sexo y
el poder existen para mostrar que Dios debe ser más deseado que el di-
nero, el sexo y el poder. Paradójicamente, esa es la única forma en que
estas cosas se vuelven más satisfactorias en sí mismas.
Todo esto fue arruinado por la Caída—por el primer gran pecado de
cambiar a Dios por otras cosas. Cuando Dios es restaurado al lugar su-
premo del corazón humano, podemos comenzar a glorificar a Dios con
el dinero, el sexo y el poder. Todo depende de lo que valoramos más.
¿Cuál es nuestro mayor tesoro? ¿Cuál es nuestra mayor satisfacción?
Cuando Dios toma ese lugar en nuestras mentes y corazones—en nues-
tros pensamientos y emociones—entonces el dinero, el sexo y el poder
comienzan a encontrar su verdadero y maravilloso orden.
Este reordenamiento de nuestra vida, con la gloria de Dios en el cen-
tro, termina siendo lo más satisfactorio para nuestras almas (aunque
enfrentemos múltiples luchas), lo más beneficioso para el mundo (aun-
que este no lo vea así), y lo que más honra a Dios. Nos satisface. El mun-
do es servido. Y Dios es glorificado. Para esto fueron creados el dinero,
el sexo y el poder. Y de eso trata este libro.
¿A qué me refiero exactamente cuando digo “dinero, sexo y poder”?Con los años he aprendido que definir las cosas, desde el principio,
casi siempre termina mostrando que lo que pensábamos que estábamos
enfrentando es solamente la punta del iceberg. Pensábamos que estába-
mos lidiando con el dinero—billetes y monedas. Pero, de hecho, esta-
mos lidiando con los placeres y las ventajas que el dinero puede com-
prar, o el estatus que el dinero puede darnos. Y después nos damos
cuenta de que eso no es todo, ya que debajo de eso hay codicia, avaricia,
miedo, y el deseo de tener seguridad, prestigio y control. Pero eso tam-
poco es todo, porque la Biblia enseña que existe otra realidad—una con-
dición del corazón—más profunda que todos esos pecados.
Nos damos cuenta—con solo intentar definir el tema que estamos
tratando—que este asunto llamado dinero, sexo, o poder es como el pe-
dacito de un iceberg que se ve por encima del agua. No es el problema.
Lo que alcanzamos a ver no hundirá nuestro barco. Es la enorme masa
de pecado que hay debajo del agua la que perforará el casco y nos envia-
rá al fondo del océano.
Pero al sentarme y meditar sobre las definiciones del dinero, el sexo
y el poder con la ayuda de algunos amigos (esto sucedió mientras prepa-
raba los capítulos de este libro), me di cuenta de que acababa de utilizar
una imagen que presentaba todo de manera negativa y que había igno-
rado una realidad aún más fundamental.
¿Icebergs o islas flotantes?
¿Qué pasa con el dinero que utilizamos para apoyar a los misioneros o
para comprarle un regalo a un amigo? ¿Qué pasa con la generosidad de
estos actos? ¿Y con el corazón que los produce? El árbol malo da fruto
malo—pero, ¿qué hay del árbol bueno que produce fruto bueno (Mt
7:16-19)? Resulta que el dinero, el sexo y el poder no siempre son ice-
bergs que amenazan con hundir nuestro barco. Pueden ser islas flotan-
tes, llenas de alimento para cuando se nos acaban las provisiones, o de
combustible para cuando nuestro barco esté varado en el agua, o de fru-
tas exóticas para endulzar nuestra deprimente dieta marítima.
En otras palabras, otra realidad fundamental con la que debemos li-
diar es que el dinero, el sexo y el poder son, y siempre han sido, regalos
de Dios—regalos buenos de Dios. Y si nos hunden, no es porque Dios
nos haya dado regalos malos; es porque algo sucedió en nuestro interior
y convertimos esos regalos de gracia en instrumentos de pecado, en al-
tares e incienso en el templo del orgullo.
Así que lo primero que tenemos que hacer es usar definiciones que
nos permitan ver ciertas verdades fundamentales que son mucho más
profundas—y mucho más grandes—que los peligrosos icebergs o las is-
las flotantes del dinero, el sexo y el poder. De eso trata este primer capí-
tulo—definiciones y fundamentos.
Después, del capítulo dos al cuatro, nos centraremos en los peligros
específicos del dinero, el sexo y el poder (los icebergs). En los capítulos
cinco y seis, nos enfocaremos en cómo el evangelio nos libera de esos
icebergs para poder disfrutar de los beneficios (las islas con los tesoros)
del dinero, el sexo y el poder, al usarlos para amar y adorar en maneras
que exaltan a Cristo. Así que ese es el plan: definiciones y fundamentos.
Peligros y cómo derrotarlos. Los posibles beneficios y cómo disfrutar-
los. Define. Derrota. Disfruta.
Dinero: definición y fundamento
El dinero, en su forma más simple, es un tipo de moneda. Puede ser de
papel o de metal; puede que en otras culturas usen piedras, y en otras,
como la nuestra, registros electrónicos. Esta moneda funciona como
una representación de cantidades de valor definidas por cada cultura,
así que puede ser utilizada para conseguir algoque quieras, ya sea gas-
tándola, regalándola o guardándola.
La moneda en sí misma es un buen regalo de Dios que puedes utili-
zar para mal o para bien. Puedes usarla para conseguir algo que valores,
como comida, un regalo, un boleto de lotería o una prostituta. Puedes
regalarla para apoyar alguna causa que valores, como el ministerio de
un joven que vaya de misiones, o para que alguien que te chantajea no
revele tu secreto, o para conseguir un trabajo por medio del soborno.
También puedes guardarla para solidificar algo que valoras, como la se-
guridad de un colchón financiero, o para ahorrar sabiamente para una
futura compra y así no endeudarte.
En otras palabras, el dinero—la representación simbólica de las can-
tidades de valor—llega a ser un asunto moral por el buen o mal uso que
le des a este regalo que Dios te ha dado. Puedes utilizarlo para bien o
puedes utilizarlo para mal. Puedes usarlo para mostrar que valoras más
al dinero que a Cristo. O puedes usarlo para mostrar que valoras más a
Cristo que al dinero.
Esto significa que no es contra el dinero en sí mismo que debemos
luchar. Existe algo mucho más fundamental, algo más profundo que la
riqueza o la pobreza—más profundo que la codicia o la generosidad. En
resumen, entonces, el dinero es un símbolo cultural que utilizamos
para mostrar lo que valoramos. Es un medio para mostrar lo que ateso-
ramos; mostrar quién es nuestro tesoro. El uso del dinero es un acto de
adoración—ya sea a Cristo o a cualquier otra cosa.
Sexo: definición y fundamento
Cuando digo “sexo”, me refiero a la experiencia de una estimulación
erótica, a la búsqueda de dicha experiencia, o al intento de producir esa
experiencia en otra persona. Y cuando digo eso, estoy diciendo que el
sexo es un buen regalo de Dios en todas esas formas. Experimentar esti-
mulación sexual, tratar de obtenerla o de producirla en otro—los tres
son regalos buenos de Dios que podemos disfrutar de la forma en que Él
lo ha diseñado, o de los cuales podemos abusar y perjudicarnos.
Debo aclarar tres cosas. Primero, sé que la palabra “sexual” puede
ser utilizada de una forma mucho más amplia. Por ejemplo, un esposo y
su esposa pueden tener conversaciones maravillosas y profundas, o rea-
lizar ciertas actividades juntos, que son sexuales en el sentido general
de la palabra porque ella es mujer y él es hombre, y puede que esas con-
versaciones o actividades no tengan ningún elemento erótico—pero es-
tán cargadas de placeres sutiles que no son idénticos, pero sí comple-
mentarios, a nuestra sexualidad. Eso es cierto, y es maravilloso. Pero no
estoy hablando de eso. Este libro es corto porque el contenido es limita-
do.
La segunda aclaración es que he escrito este libro considerando una
amplia gama de actividades sexuales, desde la estimulación más casual e
incluso accidental, a la más intensa e intencional. Un hombre puede te-
ner ciertos pensamientos eróticos acerca de la líder de alabanza sin que
ella tenga la intención de provocarlos. O una mujer puede sentir una
atracción sexual por el pastor, deseando que su esposo sea más apasio-
nado espiritualmente, sin que ese pastor tenga la intención o el deseo
de provocar esa atracción. Cuando hablo de “sexo”, estoy incluyendo
todas esas experiencias.
Una aclaración más. Esto significa que el sexo al que me refiero pue-
de estar sucediendo incluso cuando no haya un efecto erótico, porque
quien trata de estimular a otro (por ejemplo, por cómo actúa o viste)
puede no lograrlo. Así que, sobre la base de mi definición, el “sexo” po-
dría suceder aunque nadie experimente placer sexual.
La experiencia de la estimulación erótica en sí misma, y el esfuerzo
por procurarla o producirla en otro, puede ser un buen uso de ese buen
regalo de Dios, o podemos simplemente abusarlo egoístamente. Lo que
hace que el sexo sea una virtud o un vicio no es el placer, o el intento de
experimentar ese placer o producirlo en otro, sino algo más profundo.
Existen asuntos fundamentales de sumisión a la Palabra de Dios y de la
condición del corazón. Es en esto que debemos enfocarnos al hablar so-
bre los peligros y los posibles beneficios de este regalo divino que es el
sexo.
Poder: definición y fundamento
El poder es la capacidad de conseguir lo que uno quiere. Tu capacidad
puede ser debido a tu gran fortaleza física; o a que tienes una posición
de autoridad, como en el caso de un padre, un maestro, un policía o un
miembro del congreso. O también puede deberse a que tienes más dine-
ro que cualquier otro de tu grupo, o a que eres bien parecido o hermosa.
Todas esas capacidades son regalos buenos de Dios. No podemos de-
cir que los tenemos únicamente por nuestros esfuerzos. Dios es el Da-
dor de todos ellos. Y todas esas capacidades para conseguir lo que quie-
res pueden ser utilizadas para hacer el bien o para hacer el mal. Cómo
utilizas tu poder demuestra dónde está tu corazón, lo que amas, lo que
más atesoras—lo que adoras.
Lo que el dinero, el sexo y el poder tienen en común
Quizá ahora es más claro por qué no diseñé este libro en tres secciones
separadas: una para el dinero, otra para el sexo y otra para el poder. La
razón es que en la raíz—en sus fundamentos—son esencialmente lo mis-
mo. Son formas en las que demuestras el valor supremo de Dios en tu
vida, o formas en las que demuestras que piensas que otra cosa tiene ese
valor supremo. La manera en que piensas, sientes y actúas respecto al
dinero, al sexo y al poder muestra el tesoro de tu corazón—si es Dios, o
algo que Él creó.
• El poder es la capacidad de conseguir lo que valoras.
• El dinero es un símbolo cultural que puede ser intercambiado
para conseguir lo que valoras.
• El sexo, y la búsqueda del mismo, es uno de los placeres que
las personas valoran.
Por tanto, el poder, el dinero y el sexo son medios dados por Dios
que demuestran lo que valoras. Son (al igual que el resto de la creación)
dados por Dios como un medio para la adoración—es decir, como un
medio para magnificar aquello que tiene más valor para ti. Todo tu po-
der, todo tu dinero y toda tu sexualidad son regalos de Dios para mos-
trar el valor supremo de la gloria de Dios.
Volviendo a los fundamentos
Ahora pasamos de las definiciones a los fundamentos que revelan lo que
el dinero, el sexo y el poder realmente son en un universo como el nues-
tro, el cual está centrado en Dios. Ahora bien, lo que tenemos que hacer
es ir a la Biblia y ver cómo Dios nos aclara cuáles son estos asuntos fun-
damentales.
¿Para qué fuimos creados? ¿Qué debemos hacer con los buenos re-
galos del dinero, el sexo y el poder que Dios nos ha dado? ¿Y qué anda
mal en nuestra naturaleza que en lugar de mostrar el valor de Dios con
nuestro dinero, sexo y poder, lo ignoramos, como si el Creador y Sus-
tentador de todas las cosas no importara? Esa es la peor atrocidad que
se puede cometer en el mundo. Cristo vino a cambiar eso—en tu vida y
en este mundo.
¿Cuál es la condición del corazón humano?
En Romanos 1:18-23, encontramos la descripción del problema más pro-
fundo de la humanidad y de la sublime gloria de la que hemos caído—
gloria a la que podemos regresar en Cristo. El apóstol Pablo va más allá
de las acciones pecaminosas y se centra en el corazón que peca. Excava
las profundidades de los comportamientos destructivos hasta llegar a la
depravación de los corazones—corazones como el tuyo y el mío:
18 Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con
su maldad obstruyen la verdad. 19 Me explico: lo que se puede co-
nocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues Él mismo se lo
ha revelado. 20 Porque desde la creación del mundo las cualida-
des invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza
divina, se perciben claramente a través de lo que Él creó, de
modo que nadie tiene excusa. 21 A pesar de haber conocido a
Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino
que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscure-
ció su insensato corazón. 22Aunque afirmaban ser sabios, se vol-
vieron necios 23 y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imá-
genes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los
cuadrúpedos y de los reptiles.
Comencemos con el versículo 18: “Ciertamente, la ira de Dios viene
revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres
humanos, que con su maldad obstruyen la verdad”. Pablo describe a la
humanidad en general como “impíos” e “injustos”. Esa es nuestra con-
dición. La de todos nosotros.
Cuando Pablo termina su análisis de la condición humana, hace un
resumen en Romanos 3:9: “¿A qué conclusión llegamos? ¿Acaso los ju-
díos somos mejores? ¡De ninguna manera! Ya hemos demostrado que
tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado”. Todos estamos
en la misma condición de “impíos” e “injustos”.
Y lo primero que Pablo dice sobre esta condición es que hace que las
personas obstruyan la verdad: “…con su maldad obstruyen la verdad”
(1:18). En otras palabras, nos cegamos intencionalmente a la luz de la
verdad. Recordemos que el título de este libro es Viviendo en la luz: dine-
ro, sexo y poder. Viviendo en la luz. Aquí, en Romanos 1, vemos por qué
esto es crucial.
El pecado nos hace rechazar la luz de la verdad y nos lleva a la oscu-
ridad de la falsedad. Jesús dijo que somos pecadores, no porque seamos
víctimas de la oscuridad sino porque amamos la oscuridad: “…la luz
vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque
sus hechos eran perversos” (Jn 3:19).
La primera evidencia de nuestra naturaleza pecaminosa es que nos
condiciona, y nos capacita, para que obstruyamos la verdad—para que
odiemos la luz.
¿Qué obstruimos?
¿Cuál es la verdad específica, o la “luz”, que nuestra naturaleza pecami-
nosa rechaza? El siguiente versículo nos lo dice: “… lo que se puede co-
nocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues Él mismo se lo ha reve-
lado” (Ro 1:19). Obstruimos “lo que se puede conocer acerca de Dios”. El
conocimiento de Dios es repulsivo para nuestra naturaleza pecaminosa.
Nuestro mayor problema no es la ignorancia. El versículo 19 dice que
“lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente”. Nuestro mayor
problema es que rechazamos el conocimiento de Dios. Nos ofende. Va
en contra de nuestra independencia y autonomía.
Lo vemos nuevamente en el versículo 20—nuestro mayor problema
no es la ignorancia: “Porque desde la creación del mundo las cualidades
invisibles de Dios, es decir, Su eterno poder y Su naturaleza divina, se
perciben claramente a través de lo que Él creó”. De nuevo en el versícu-
lo 21: “A pesar de haber conocido a Dios…”. Nuestro problema no es la
ignorancia. Nuestro problema es que, por nuestra maldad, obstruimos
la verdad. Odiamos la luz y amamos la oscuridad, así que no queremos
caminar en la luz de la verdad.
Por tanto, al final del versículo 20, Pablo dice: “… de modo que na-
die tiene excusa”. ¿Por qué? El versículo 21 nos da la respuesta y nos
conduce a la raíz del problema: “A pesar de haber conocido a Dios, no lo
glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en
sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón”. No
le glorificamos como a Dios, ni le agradecimos. Escogimos la oscuridad
de la exaltación humana en lugar de la exaltación divina. Esto es lo que
hacemos por naturaleza.
A nuestro corazón pecaminoso no le gusta glorificar a Dios—tenerlo
como nuestro mayor tesoro y deleitarnos en Él. Nuestro corazón peca-
minoso no quiere atesorar a Dios como alguien glorioso ni es agradeci-
do con Él. Eso es lo que significa la palabra “impiedad” en el versículo
18 (“…la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impie-
dad… de los seres humanos…”). En nuestra “impiedad”, hacemos lo que
hace la impiedad—obstruye la verdad de que Dios debe ser atesorado
como supremamente glorioso y generoso. Nuestra naturaleza pecami-
nosa odia la luz de la supremacía de Dios y corre hacia la oscuridad,
donde nosotros nos sentimos supremos.
Cuando la verdad es obstruida, la luz es rechazada y la gloria de Dios
es ignorada, y siempre habrá algo ocupando su lugar. El corazón huma-
no no tolera el vacío. Nunca dejamos a Dios simplemente porque no lo
valoramos lo suficiente; siempre cambiamos a Dios por algo que valora-
mos más. Lo vemos en los versículos 22-23: “Aunque afirmaban ser sa-
bios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por
imágenes”. Se volvieron necios. Esta es la mayor necedad. Este es el sig-
nificado más básico del pecado: cambiar la gloria del Dios inmortal por
algún sustituto—cualquier cosa que valoremos más que a Dios. Si tienes
oídos para oír, esto debería sonar como la mayor estupidez y la mayor
atrocidad—que consideremos a Dios, lo rechacemos como nuestro ma-
yor tesoro y lo cambiemos. Contemplamos al Creador y después lo cam-
biamos por algo que Él creó.
Detrás de todos los malos usos que podemos darle al dinero, al sexo
y al poder, existe esta condición pecaminosa del corazón—esta deprava-
ción. Mi definición del pecado, basada en este pasaje de Romanos 1, es
esta: el pecado es cualquier sentimiento, pensamiento o acción que sur-
ja de un corazón que no atesora a Dios sobre todas las cosas. La raíz de
todo pecado es ese corazón—un corazón que prefiere cualquier cosa por
encima de Dios; un corazón que no atesora a Dios sobre todas las cosas y
sobre todas las demás personas.
Profundo y penetrante
El pecado es el problema más profundo, más fuerte y más penetrante de
la raza humana. De hecho, una vez que Pablo aclara cuál es la raíz o la
esencia del pecado en Romanos 1-3, prosigue a explicar la magnitud de
su poder sobre nosotros en los siguientes capítulos. Dice que el pecado
reina en la muerte (5:21); que domina como un amo (6:14); que esclaviza
como un capataz (6:6, 16-17, 20) al cual hemos sido vendidos (7:14); que
es una fuerza que produce más pecado (7:8); que es un poder que se
aprovecha de la ley y mata (7:11); que es una presencia hostil que habita
en nosotros (7:17, 20); y que es una ley que nos tiene cautivos (7:23).
Toda esa profunda, fuerte y penetrante realidad del pecado en noso-
tros es lo que nos define hasta que nacemos de nuevo. Si este milagro
no ocurre, esta lucha contra Dios nos controlará y dirigirá por siempre.
Jesús lo dijo de esta manera: “Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que
nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho:
‘Tienen que nacer de nuevo’” (Jn 3:6-7). Cuando nacemos la primera
vez, somos simplemente carne—es decir, estamos separados del Espíri-
tu de Dios y de la vida. Pero cuando “[nacemos] del Espíritu”, el Espíritu
de Dios nos da vida espiritual y vive en nosotros, y así tenemos vida en
Él por siempre.
Esa vida viene con la luz de la verdad. “Una vez más Jesús se dirigió
a la gente, y les dijo:
‘Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida’” (Jn 8:12). La vida eterna y la luz de la
verdad siempre van juntas. Vivimos en la luz cuando el Espíritu nos da
vida.
Para resaltar la gravedad de nuestra esclavitud antes de este nuevo
nacimiento, Pablo dice en Romanos: “Yo sé que en mí, es decir, en mi
naturaleza pecaminosa, nada bueno habita” (7:18). Lo que somos a par-
tir del nuevo nacimiento—una nueva criatura por el Espíritu Santo gra-
cias a Cristo—también se resiste a Dios. “La mentalidad pecaminosa es
enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de ha-
cerlo” (8:7). No vemos a Dios como supremo (1:28). Lo cambiamos por-
que preferimos otras cosas antes que a Él.
Así que, debemos dejar a un lado la idea de que el pecado es princi-
palmente lo que hacemos. No lo es: es principalmente lo que somos—
hasta que seamos una nueva criatura en Cristo. E incluso después de
nuestra conversión, continúa siendo un enemigo que vive en nuestro
interior y al que se le debe dar muerte cada día por medio del Espíritu
(7:17, 20, 23; 8:13).
Antes de Cristo, el pecado no es un poder ajeno en nosotros. El peca-
do es nuestrapreferencia de cualquier cosa por encima de Dios. El peca-
do es nuestro rechazo de Dios. El pecado es nuestro intercambio de Su
gloria por algún sustituto. El pecado es la obstrucción de la verdad de
Dios. El pecado es la hostilidad de nuestro corazón hacia Dios. Es lo que
somos en lo más profundo de nuestro ser. Hasta que venimos a Cristo.
En contraste con esta triste descripción de la raíz del problema res-
pecto a nuestro manejo del dinero, el sexo y el poder, se hace evidente
que la distorsión de nuestras almas no estaba en el diseño original. Fui-
mos creados para conocer a Dios, para glorificarle y para agradecerle
(1:19-21). Fuimos hechos para contemplarle y, al hacerlo, reflejar Su be-
lleza. No podíamos hacerlo intercambiándolo por otra cosa, sino prefi-
riéndolo por encima de todas las cosas. Nuestro deber era glorificarle al
atesorarle sobre todo tesoro, disfrutarle sobre todo placer, y desearle
sobre todo deseo.
Dos tipos de corazones
Todos tenemos uno de estos dos tipos de corazón: un corazón que valo-
ra a Dios sobre todas las cosas, o uno que le da más valor a otra cosa. Un
corazón está feliz porque vive en la luz del valor supremo de Dios. El
otro corazón está feliz en la oscuridad, amando imágenes en lugar de
amar al Dios verdadero, pensando que ha encontrado un gran tesoro.
La marca de un verdadero cristiano no es que el pecado nunca triunfe
en nuestras vidas, ni que nuestros deseos siempre sean piadosos. La
marca del cristiano es que ahora atesoramos a Dios sobre todas las co-
sas, por haberle conocido en Jesucristo. Él ocupa un lugar en nuestros
corazones que nos lleva una y otra vez a renovar nuestra devoción a Él
como supremo. Los cristianos hemos descubierto que el Espíritu que
vive en nosotros magnifica el valor de Jesús sobre todas las cosas, y nos
mueve al arrepentimiento cuando no lo apreciamos como deberíamos.
“Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los per-
donará y nos limpiará de toda maldad” (1Jn 1:9).
El dinero, el sexo y el poder son tres regalos buenos de Dios. En los
próximos tres capítulos, veremos que podemos usarlos para revelar un
corazón de oscuridad o un corazón de luz. Y al hacerlo, revelaremos la
verdad de la suprema belleza y el supremo valor de Dios, o lo mostrare-
mos como insuficiente para los deseos de nuestra alma. Podemos tener
un corazón que atesore más a este mundo que a Dios, o un corazón que
atesore más a Dios que a este mundo. Podemos glorificar a Dios como
Aquel que nos satisface por completo, o podemos difamarlo como al-
guien inferior a las cosas que Él ha creado. Podemos vivir en la luz, o en
la oscuridad.
Cuando Satanás quiso destruir el placer supremo que Adán y Evadisfrutaban en su amistad con Dios, no les presentó una tarea,
sino un deleite. Ellos vieron que el árbol del que Dios les había prohibi-
do comer era “bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era desea-
ble para adquirir sabiduría”, así que tomaron del fruto y comieron (Gn
3:6). El camino hacia la destrucción de su placer era “bueno”, de “buen
aspecto” y “deseable”. Y el truco de Satanás fue hacer que el fruto pare-
ciera más deseable que Dios. Y funcionó.
Dios prohibe que nuestro placer sexual sea una alternativa a nuestro
deleite en Él. Esa es la forma en que podemos ver su relación con el ár-
bol en el jardín del Edén. Dios debe ser atesorado sobre todo placer se-
xual y debe ser percibido en medio del placer sexual. Los deleites, las
pasiones y el éxtasis de la relación sexual, la cual ha sido diseñada por
Dios para el matrimonio, son los tipos de placeres que Dios mismo con-
cibió y creó. Provienen de Él. Son parte de Él. Los conoce y los experi-
menta. Y, por tanto, cuando probamos esos placeres, estamos probando
algo de Dios. Él creó el placer sexual, así que Él es superior. Y lo creó
para comunicar algo de Sí mismo. Su intención nunca fue crear el pla-
cer como una alternativa a nuestro deleite en Él. Su intención era que
Él fuera visto y disfrutado en el placer sexual. Si no atesoramos a Dios
por encima del placer sexual, entonces ese placer se convertirá en algo
peligroso—tal como el árbol en el jardín del Edén.
Perdiendo la luz
Retomaremos Romanos 1 desde donde lo dejamos en el capítulo ante-
rior. Con gran relevancia para nuestros tiempos, Pablo hace una cone-
xión entre el intercambio de la luz de Dios por la oscuridad y la distor-
sión del pecado sexual. Hemos comenzado la sección de los “peligros”
con un capítulo acerca de los peligros sexuales porque Pablo mismo dice
que son una puerta de entrada hacia todos los peligros que vienen con
el mal uso de todos los regalos buenos de Dios. El sexo se convierte en la
prueba que revela lo que el dinero, el sexo y el poder tienen en común
en cuanto a sus peligros. Pablo quiere hacernos ver que lo que él está di-
ciendo acerca de abandonar la luz y distorsionar el sexo aplica también
para el dinero y el poder.
Comencemos con Romanos 1:21-23:
21 A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a
Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles
razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. 22 Aun-
que afirmaban ser sabios, se volvieron necios 23 y cambiaron la
gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hom-
bre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles.
En estos versículos no se utiliza la palabra “luz”. Pero sí se hace refe-
rencia a la “oscuridad” al final del versículo 21: “… y se les oscureció su
insensato corazón”. Y en lugar de contrastar la oscuridad con la luz, Pa-
blo la contrasta con la gloria—la luz de la hermosura y las perfecciones
de Dios. “No lo glorificaron como a Dios” (v 21), sino que “cambiaron la
gloria del Dios inmortal por imágenes” (v 23). Así que está diciendo que,
en nuestra condición pecaminosa y no regenerada, conocemos a Dios de
cierta forma (“A pesar de haber conocido a Dios…”, v 21); pero aun así,
tomamos la gloria de Dios, por decirlo de alguna forma, y la cambia-
mos. La reemplazamos. Y al hacerlo, rechazamos la luz el universo—el
resplandor, la hermosura y el significado divinos de la realidad creada
—y nos recluimos en la oscuridad. En el Edén, Adán y Eva pensaron que
estaban eligiendo la sabiduría y la vida, pero realmente escogieron la
oscuridad y la muerte. “Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron ne-
cios…” (v 22).Y eso es lo que hemos estado haciendo desde entonces.
Así que vivir en la oscuridad significa ver a Dios como poco deseable
y a Su creación como lo más deseable. Eso está implícito en la palabra
“cambiaron”. Ellos cambiaron la gloria de Dios. Cuando cambias algo,
estás expresando tu preferencia. Das a conocer tu mayor deseo. Y si pre-
fieres a la creación de Dios por encima de Dios, entonces estás demos-
trando que Dios es menos deseable para ti que aquello que prefieres. Y
eso es lo que significa estar en oscuridad. La oscuridad es donde no pue-
des ver las cosas como realmente son. Si ves algo como más hermoso,
más atractivo y más deseable que Dios, entonces estás en oscuridad. No
estás viendo la realidad como es.
Vivir en la luz es ver a Dios como supremamente glorioso, suprema-
mente hermoso, supremamente deseable y supremamente satisfacto-
rio. Si estuviéramos viviendo en la luz, nunca cambiaríamos Su gloria
porque veríamos todo con claridad. Atesoraríamos Su gloria y nos que-
daríamos con ella a cualquier costo. Él sería más precioso que cualquier
cosa para nosotros. Eso es lo que significa vivir en la luz.
Cómo la falta de luz afecta al sexo
Ahora, ¿cuál es la conexión entre el sexo y este cambio de la gloria de
Dios por las imágenes? Es precisamente de eso que Pablo habla a conti-
nuación. En los versículos 23-28, él dice cuatro veces que este cambio de
la gloria de Dios por otras cosas—esta preferencia por las glorias huma-
nas sobre la gloria de Dios—es la raíz de las distorsiones sexuales:
23 … y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que
eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos
y de los reptiles.
24Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones,
que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus
cuerpos los unos con los otros.25 Cambiaron la verdad de Dios
por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes
que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén.
26 Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto,
las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van
contra la naturaleza.
27 Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la
mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los
otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en
sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión.
28 Además, como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta
el conocimiento de Dios, Él a Su vez los entregó a la depravación
mental, para que hicieran lo que no debían hacer.
En cierto sentido, el hecho de que Pablo esté hablando acerca del ho-
mosexualismo es incidental. Sin embargo, la misma dinámica aplica
para todas las distorsiones de la sexualidad. En breve veremos por qué
Pablo se enfoca explícitamente en el homosexualismo. Pero nuestro en-
foque es más amplio.
Primero, veamos la conexión entre los versículos 23 y 24: “… cam-
biaron la gloria del Dios inmortal por imágenes… Por eso Dios los entre-
gó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza se-
xual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros”. Las
palabras “por eso” son decisivas. Quieren decir que deshonrar a Dios
(“cambiaron la gloria del Dios inmortal”) provoca (resulta en, conduce
a) la deshonra del cuerpo humano por los deseos sexuales distorsiona-
dos de sus corazones: “Dios los entregó a los malos deseos de sus corazo-
nes, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus
cuerpos”. Los humanos cambiaron la gloria de Dios; por eso deshonra-
ron sus cuerpos.
En segundo lugar, veamos la conexión entre los versículos 24 y 25:
“Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que con-
ducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los
unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, ado-
rando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es ben-
dito por siempre. Amén”. Aquí, Pablo está diciendo lo mismo, pero al
revés. En lugar de mencionar el resultado de cambiar la gloria de Dios,
menciona la causa por la que deshonraron sus cuerpos. La causa de la
lujuria, la impureza y la deshonra de sus cuerpos es que prefirieron la
mentira y la oscuridad, pues la gloria de Dios les parecía menos satisfac-
toria que otras cosas. Deshonraron sus cuerpos porque prefirieron a la
criatura por encima del Creador.
En tercer lugar, veamos la relación entre los versículos 25 y 26:
“Cambiaron la verdad de Dios por la mentira… Por tanto, Dios los en-
tregó a pasiones vergonzosas”. Pablo recalca el mismo punto por terce-
ra vez. La causa de sus pasiones desordenadas es que ellos cambiaron la
gloria de Dios por la mentira de que Él no es más deseable que cualquier
otra cosa.
Y, en cuarto lugar, Pablo lo repite una vez más. Veamos la relación
entre las dos mitades del versículo 28: “Además, como estimaron que no
valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios [literalmente:
“no aprobaron tener a Dios en su conocimiento”], Él a su vez los entre-
gó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer”.
No quisieron que Dios dominara sus mentes. No quisieron que la gloria
de Dios tuviera un valor supremo en sus corazones. Y como no lo qui-
sieron, “por eso” cayeron en pecados sexuales.
¿Podría Pablo decir más claramente que la raíz del pecado sexual es
que no amamos la luz y la belleza de la gloria de Dios sobre todas las co-
sas? Amamos la imagen creada por el hombre en lugar de la realidad di-
vina. Amamos la mentira, no la verdad. Amamos la oscuridad, no la
luz. Y el resultado es que nuestra sexualidad ha sido profundamente
distorsionada.
La posible razón por la que este pasaje se enfoca en la homosexuali-
dad es porque ilustra más claramente cómo el cambiar la belleza para la
que fuimos creados verticalmente se refleja en el cambio de la belleza
para la que fuimos creados horizontalmente—el hombre cambia a la
mujer por un hombre, y la mujer cambia al hombre por una mujer. En
otras palabras, un cambio vertical antinatural resulta en un cambio ho-
rizontal antinatural.
Esto es exactamente lo que Pablo recalca al utilizar la palabra “cam-
biaron”. Primero, utiliza la palabra “cambiaron” para mostrar cómo
preferimos a la criatura sobre el Creador. “Cambiaron la gloria del Dios
inmortal por imágenes… Cambiaron la verdad de Dios por la mentira”
(vv 23, 25). Después utiliza la palabra “cambiaron” para mostrar cómo
los hombres preferían a los hombres como parejas sexuales, y las muje-
res preferían a las mujeres: “… las mujeres cambiaron las relaciones na-
turales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres de-
jaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones
lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron ac-
tos indecentes” (vv 26-27). Así que las relaciones homosexuales son
como una especie de parábola de la sexualidad desordenada que viene
de una relación desordenada con Dios—específicamente, una relación
donde las glorias de la creación se prefieren sobre la gloria de Dios.
Los peligros del sexo
Este cambio—expresado vívidamente en las relaciones homosexuales—
aplica para todos nuestros pecados sexuales: adulterio—cambiar al cón-
yuge por una pareja ilegítima; fornicación—cambiar el llamado de Dios
a la castidad en la soltería por sexo fuera del matrimonio; lujuria—cam-
biar la pureza por la pornografía. Todos ellos—todos nuestros pecados
sexuales—tienen su raíz en esto: no atesoramos la gloria de Dios como
supremamente deseable sobre todas las cosas. Dejamos que la oscuridad
de la mentira nos convenza de que un placer ilícito es más deseable que
Dios. En la oscuridad, acariciamos el suave dije de madera que cuelga de
nuestro cuello—sin saber que en la luz nos daríamos cuenta de que es
una cucaracha. Pensamos que la tarántula es un juguete peludo. Pensa-
mos que el león es una mascota y que el sonido de la víbora cascabel es
el de una castañuela. Eso es lo que significa vivir en la oscuridad, donde
Dios es menos deseado que el placer sexual.
El pecado sexual crece en la tierra de la ceguera, la oscuridad y la ig-
norancia de la belleza y grandeza de Dios. Es por eso que Pedro le dice a
las iglesias: “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos
que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia” (1P 1:14). Es como si
estuviera diciendo: “Antes ignoraban el valor, la belleza, la dulzura y la
grandeza de Dios. Pero ahora han ‘nacido de nuevo’” (vv 3, 23), “si es
que han probado ya la bondad del Señor”(2:3 RVC). Sí, una vez que has
“probado” a Dios, la “ignorancia pasada” ya no controla tus pasiones.
La mentira de los deseos sexuales pecaminosos es expuesta.
Pablo dijo lo mismo acerca de esta “ignorancia” en relación al peca-
do sexual. Dijo: “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se
aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su
propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los
malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios” (1Ts 4:3-
5). En otras palabras, Pablo estaba diciendo que la distorsión y el mal
uso de los deseos sexuales surgen de la oscuridad de la mente incrédula.
Ellos no conocen a Dios. Así estábamos todos nosotros: en la oscuridad,
ciegos a la belleza y valor infinitos de Dios.
Conocen y no conocen
Al hablar de nuestra antigua “ignorancia”, Pedro y Pablo no están con-
tradiciendo lo que dice en Romanos 1:21, donde Pablo dice: “A pesar de
haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gra-
cias”. En la mente del incrédulo, existe tanto conocimiento de Dios
como ignorancia de Dios. El conocimiento de Dios es profundo e innato.
19 Me explico: lo quese puede conocer acerca de Dios es evidente
para ellos, pues Él mismo se lo ha revelado. 20 Porque desde la
creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, Su
eterno poder y Su naturaleza divina, se perciben claramente a
través de lo que Él creó, de modo que nadie tiene excusa (Ro 1:19-
20).
Pero este conocimiento innato y profundo de Dios es rechazado y
obstruido. “… con su maldad obstruyen la verdad” (v 18). “… estimaron
que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios” (v 28).
Así que tanto la ignorancia de Dios como el conocimiento son reales. El
conocimiento es obstruido y no puede operar. La ignorancia es deseada
y poderosa. Tanto Pedro como Pablo dicen que las distorsiones y la es-
clavitud del deseo sexual resultan de la ignorancia de Dios—del cambio
de la gloria de Dios por imágenes. El alma humana fue creada para ser
satisfecha por la gloria de Dios. Cuando la luz de la gloria es obstruida,
el alma se destruirá a sí misma, intentando encontrar satisfacción en la
letal oscuridad.
Y realmente es letal, tal como Jesús y los apóstoles nos dicen una y
otra vez. Aquí es donde vemos los peligrosos resultados de no vivir en la
luz. Estas advertencias no se limitan a uno o dos autores del Nuevo Tes-
tamento. Jesús, Pedro, Pablo, Juan y el escritor de Hebreos nos advier-
ten acerca de los peligros que enfrentarán aquellos que no se arrepien-
tan de su pecado sexual.
Considera algunas de estas advertencias.
Ningún pecado como este
Pablo penetra las profundidades de los pecados sexuales de la fornica-
ción, el adulterio y, en particular, de la prostitución.
15 ¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo mismo?
¿Tomaré acaso los miembros de Cristo para unirlos con una
prostituta? ¡Jamás! 16 ¿No saben que el que se une a una prostitu-
ta se hace un solo cuerpo con ella? Pues la Escritura dice: “Los
dos llegarán a ser un solo cuerpo”. 17 Pero el que se une al Señor
se hace uno con Él en espíritu. 18 Huyan de la inmoralidad se-
xual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan
fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales
peca contra su propio cuerpo. 19 ¿Acaso no saben que su cuerpo
es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han
recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; 20
fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuer-
po a Dios (1Co 6:15-20).
El cristiano está unido a Cristo. Esta unión involucra a nuestro cuer-
po y a nuestro espíritu. Por tanto, las uniones sexuales ilegítimas que
no expresan nuestra unión con Cristo, contradicen dicha unión y arras-
tran a Cristo al placer impuro, haciéndolo partícipe del acto. Para Pa-
blo, esto era impensable—como debe serlo para nosotros.
Podrías pensar que esta explicación de la procedencia del pecado se-
xual es completamente diferente a la que hemos visto hasta ahora.
Aquí, podrías decir, el pecado sexual ocurre porque no vemos que so-
mos miembros de Cristo, así que hacemos a Cristo partícipe de nuestra
prostitución. Este argumento es mucho más complejo de lo que hemos
visto hasta ahora, pero no es muy diferente. Pablo está asumiendo que
si realmente has visto y atesorado la belleza y el valor de Cristo, no ha-
rías eso. Lo que lo hace tan escandaloso es la pureza, la santidad y la
gloria de Cristo.
Puedes ver esto al final del texto, cuando Pablo dice: “Ustedes no
son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto,
honren con su cuerpo a Dios” (v 19-20). Le perteneces a Dios. Él te com-
pró con la invaluable sangre de Cristo. Por tanto, cuando usamos nues-
tro cuerpo como si tuviésemos el derecho de hacer lo que nuestros im-
pulsos quieran, estamos despreciando el valor de Cristo y la gloria de
Dios. Esto es lo que él ha estado diciendo desde el principio.
Hay una parte del texto de Pablo que es especialmente intrigante.
En el versículo 18, argumenta en contra de la fornicación de la siguiente
manera: “Todos los demás pecados que una persona comete quedan
fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca
contra su propio cuerpo”. ¿Qué significa esto? En todos los comentarios
que he leído a través de los años, parece no haber un consenso, pero la
mayoría está de acuerdo en que Pablo ve las relaciones sexuales con
cualquier persona que no sea tu cónyuge como particularmente dañinas
para el cuerpo. Lo que está diciendo es que no existe otro pecado como
este. Así que, por ejemplo, Roy Ciampa y Brian Rosner dicen:
Pablo no está diciendo que la porneia [la inmoralidad sexual] es
lo único que daña al cuerpo, sino que solo la porneia da lugar al
tipo de unión que los hace “una carne” y que, por tanto, “peca
contra del cuerpo”. El pecado sexual es contra el cuerpo porque,
tal como dice Fisk: “… une a los cuerpos de una forma única…
[y] los profana de una forma única”. Como con tantas otras de
las expresiones comprimidas de esta sección, tenemos que agre-
garle algo para completar nuestro entendimiento del pensa-
miento de Pablo. Podríamos agregar que la porneia es un pecado
en contra del “verdadero Dueño” del cuerpo; el cuerpo del cre-
yente está bajo la autoridad de Cristo el Señor (v 12-15), es un
templo del Espíritu Santo (v 19), y fue comprado por Dios (v 20).1
Podemos especular acerca del tipo de daños que le pueden sobreve-
nir a una persona que peca de esta forma. Pero lo que debería impactar-
nos es que el apóstol ve algo seriamente peligroso en el pecado sexual.
No existe otro pecado como este.
Una batalla final para el alma
Ahora pasaremos de los peligros del pecado sexual a las advertencias
más generales sobre los daños que el pecado sexual puede producir. Pe-
dro escribe: “Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y pere-
grinos en este mundo, que se aparten de los deseos pecaminosos que
combaten contra la vida” (1P 2:11). Esto no se limita a las pasiones sexua-
les pecaminosas, pero ciertamente las incluye. Y el peligro es que estas
pasiones de la carne tienen como meta destruir el alma. El resultado del
pecado sexual, si Dios no interviene y nos da arrepentimiento, es lo que
le sucede a un enemigo vencido en la guerra.
El autor de Hebreos lleva la advertencia a otro nivel. “Tengan todos
en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal, porque Dios juzga-
rá a los adúlteros y a todos los que cometen inmoralidades sexuales”
(Heb 13:4). Pablo define ese “juicio” como el castigo de Dios contra
aquellos que practican la inmoralidad sexual: “Por tanto, hagan morir
todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, im-
pureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, la cual es idolatría. Por
estas cosas viene el castigo de Dios” (Col 3:5-6). Por supuesto, el pecado
sexual no es el único pecado que acarrea juicio de Dios, pero es uno de
ellos.
Y Pablo menciona varias veces que este pecado pone en peligro el
alma de quienes lo practican. Recordando la experiencia de Israel en el
desierto mientras caminaban hacia la tierra prometida, nos advierte:
“No cometamos inmoralidad sexual, como algunos lo hicieron, por lo
que en un solo día perecieron veintitrés mil” (1Co 10:8). El pecado se-
xual acarrea juicio—“El Señor castiga todo esto…” (1Ts 4:3-6).
Pablo extrae una implicación específica del juicio de Dios y de Su
venganza contra el pecado sexual, al mencionarlo dentro de la lista de
los pecados que nos impiden entrar al Reino de Dios. “Las obras de la
naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza
y libertinaje… Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que prac-
tican tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gá 5:19-21). Y de nue-
vo:
9 ¿No saben que los malvados no heredarán el Reino de Dios?
¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los
adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, 10 ni los
ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores,
ni los estafadores heredarán el Reino de Dios (1Co 6:9-10).
El apóstol Juan toca el tema de la exclusión del Reino de Dios en el
libro de Apocalipsis:14 Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de
la vida y para poder entrar por las puertas de la ciudad. 15 Pero
afuera se quedarán los perros, los que practican las artes mági-
cas, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los
idólatras y todos los que aman y practican la mentira (Ap 22:14-
15).
Pero esto no quiere decir que la deshonra del pecado sexual sea im-
borrable, ni que si hemos pecado sexualmente no podemos ser parte del
santo Reino de Dios. El punto del versículo 14 es que podemos ser lava-
dos y aceptados. ¿Qué significa lavar nuestras ropas? Es ser uno de
aquellos que “han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cor-
dero” (Ap 7:14). Cristo murió y derramó Su sangre carmesí, para que
nuestras túnicas manchadas por el pecado pudieran llegar a ser blancas:
“Vengan, pongamos las cosas en claro”, dice el Señor. “¿Son sus
pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son
rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Is 1:18).
Es maravillosamente alentador para pecadores que Pablo le hable de
la misma forma a quienes han participado de todo tipo de pecado se-
xual: “Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han
sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesu-
cristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6:11).
Pero esto no es alentador si no atesoramos a Cristo y no cambiamos
nuestra preferencia del sexo sobre Dios. Sin este tipo de fe—que tiene a
Jesús como supremo sobre todas las cosas (Mt 10:37)—Su sangre no nos
hará ningún bien, y Apocalipsis 22:15 se aplicará a nosotros en el día fi-
nal: “Pero afuera se quedarán los perros… los que cometen inmoralida-
des sexuales…”.
Las palabras más duras de Jesús
¿Qué significa quedarse “afuera”? Nadie nos lo advierte con palabras
más duras sobre los peligros del pecado sexual que el Señor Jesús:
27 Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio.” 28 Pero
Yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya
ha cometido adulterio con ella en el corazón. 29 Por tanto, si tu
ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder
una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al in-
fierno. 30 Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala.
Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él
vaya al infierno (Mt 5:27-30).
La severidad de estas palabras—“arrojado al infierno”—son un eco
de Romanos 1: “… y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imáge-
nes” (v 23). La amenaza del infierno no aparece de la nada. No es un re-
pudio puritano hacia la carnalidad del sexo—Dios creó el sexo y, por
tanto, es bueno. No, esta amenaza es el eco de la atrocidad de que se
prefiera la estimulación sexual y la euforia hormonal pasajera sobre
una gloria infinita y eterna. “… la ira de Dios viene revelándose desde el
cielo… [debido a que] cambiaron la gloria del Dios inmortal por [cosas
creadas]” (v 18, 23).
Jesús está tratando de despertarnos de la oscuridad y la insensibili-
dad de tener la gloria de Dios en tan poca estima, a tal grado de que la
reemplazamos con pensamientos lujuriosos de estimulación sexual ilíci-
ta. Por supuesto, Él no tiene nada en contra del placer sexual de la novia
y el novio que aparecen en Cantares, quienes se deleitan en el cuerpo de
su pareja. Ese banquete—ya sea de alimentos o de sexo—es santificado
por “la palabra de Dios y la oración” (1Ti 4:5). Tales placeres son regalos
de Dios y comunican algo acerca de Él cuando se disfrutan dentro de los
límites sabios que Él ha establecido. Pero Jesús no está hablando de ese
tipo de sexo en Mateo 4:27-30. Él está hablando acerca de los deseos que
toman el fruto prohibido y lo colocan sobre la lengua de la imaginación
para obtener el mayor placer posible—sobre “codiciar” (v 28).
En cuanto a esto, nos advierte: “… si tu ojo derecho te hace pecar,
sácatelo y tíralo”. Notemos algo extraño. Jesús dice “ojo derecho”. Pero
si te sacas solamente uno de los ojos, puedes ver a la mujer (u hombre, o
imagen) tan bien como si tuvieras ambos ojos. ¿Qué nos dice esto? Nos
dice que Jesús no está dando un método preciso y literal para deshacer-
nos de la tentación. Lo que nos dice es qué tan seriamente deberíamos
luchar contra la pecaminosidad. Lo que está en juego es eterno. Haz lo
que tengas que hacer para acabar con el pecado antes de que el pecado
acabe contigo.
Pablo lo pone de esta manera: “… porque si ustedes viven en confor-
midad con la carne, morirán; pero si dan muerte a las obras de la carne
por medio del Espíritu, entonces vivirán” (Ro 8:13 RVC). Corta con el
pecado sexual (y cualquier otro pecado) con la misma seriedad con que
te cortarías una mano o te sacarías un ojo. Tu vida depende de ello.
Eternamente.
La imagen más vívida de Juan
Finalmente, en nuestra revisión de las advertencias del Nuevo Testa-
mento, llegamos a la imagen más vívida de Juan, la del lago de fuego.
Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos,
los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes
mágicas, los idólatras y todos los mentirosos recibirán como he-
rencia el lago de fuego y azufre. Esta es la segunda muerte (Ap
21:8).
El horror de la imagen del “lago de fuego” es agravado por su dura-
ción: “El humo de ese tormento sube por los siglos de los siglos. No ha-
brá descanso ni de día ni de noche…” (14:11). Esta es quizá la imagen
más vívida que tenemos del destino final de aquellos cuya inmoralidad
sexual no es cubierta por la sangre de Jesús. Solo “en Cristo” podemos
librarnos del lago de fuego. Como dice el apóstol Pedro: “… ustedes fue-
ron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El
precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la
plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin defecto” (1P 1:18-19). La fe en Cristo conquista el lago de
fuego: “El que salga vencedor no sufrirá daño alguno de la segunda
muerte” (Ap 2:11).
Las advertencias del Nuevo Testamento sobre los peligros del sexo
no tienen la intención de dejarnos paralizados de miedo. Están para
abrir nuestros ojos a la magnitud de la gloria de Dios, la enormidad de
nuestro pecado, lo justo de nuestro castigo, la sabiduría de acudir a
Cristo y los placeres insuperables que hay a la diestra de Dios. Es una
bondad que el doctor nos haya dicho que nuestra enfermedad es termi-
nal; y más bondadoso aún que nos ofrezca el único remedio que cura la
enfermedad del pecado y evita las consecuencias fatales. Proveernos de
este remedio le costó la vida de Su Hijo, y esa es otra razón por la que
las advertencias son tan fuertes para aquellos que desprecian ese inva-
luable regalo.
Restaurando la luz de la gloria de Dios
Recordemos que el origen del pecado sexual es que hemos “[cambiado]
la gloria del Dios inmortal por imágenes” (Ro 1:23). Este intercambio
vertical nos rodea de oscuridad. La gloria se desvanece. Su propósito
era asombrarnos, y la hemos rechazado. No preferimos a Dios sobre to-
das las cosas. Una de las cosas creadas con la que lo reemplazamos es el
placer sexual ilícito. La intensidad de las imágenes sexuales tiene poder
porque la luz de la gloria se ha apagado.
Así es como esto funciona. Tengo un reloj en una mesa junto a mi
cama. Proyecta la hora en el techo. Así que de noche, cuando apago la
luz, puedo ver “10:30” en números rojos en mi techo. Es claro y llama
mi atención—en la oscuridad. Pero cuando sale el sol por la mañana,
esos números rojos desaparecen por completo. La luz del sol solo me
permite ver el techo. Los números rojos brillan en la oscuridad. Solo
son visibles cuando no hay luz.
Así es con el sexo ilícito. Su poder para atraernos hacia el pecado au-
menta cuando la gloria de Dios brilla menos. Cuando la gloria de Dios es
revelada y atesorada, el poder de la atracción sexual pecaminosa es des-
truido. El brillo del sol hace que las luces rojas se desvanezcan. Cuando
se trata de nuestras vidas sexuales, el asunto es este: ¿Vemos la gloriade
Dios? ¿Atesoramos la gloria? ¿Estamos contentos, como dijo Pablo, en
cualquier situación (incluso cuando se nos niega la satisfacción sexual)
“por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor”
(Fil 3:8)?
Para ayudarnos a derrotar los peligros del sexo, Dios ha hecho más
que advertirnos. “Su divino poder… nos ha concedido todas las cosas
que necesitamos para vivir como Dios manda” (2P 1:3). ¿Cómo ha hecho
esto? Pedro lo aclara. Lo ha hecho “al darnos el conocimiento de Aquel
que nos llamó por Su propia gloria y potencia”. Dios nos capacita para
la sexualidad piadosa—y nos libra de la sexualidad pecaminosa—“al
darnos el conocimiento”. ¿Conocimiento de qué? ¡Del Dios de gloria y
potencia!
En otras palabras, Dios comienza a revertir el cambio de Romanos 1.
Allí nosotros cambiamos la gloria de Dios por imágenes y, al hacerlo,
todo se dañó y se distorsionó. Ahora Él está revirtiendo ese cambio “al
darnos el conocimiento de Aquel que nos llamó por Su propia gloria y
potencia”. El despertar del alma hacia la gloria de Dios es el nacimiento
de la libertad de la esclavitud sexual.
¿Y cómo nos ha dado Dios ese conocimiento de Su gloria y potencia?
Al concedernos “Sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes,
luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los ma-
los deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2P 1:4). Obte-
nemos el conocimiento de la gloria transformadora de Dios por medio
de las promesas de Dios. Él nos hace promesas. Las promesas revelan la
gloria y la potencia de Dios, y nos aseguran que las disfrutaremos por
siempre mientras confiemos en Cristo.
Cuando abrazamos estas promesas de la gloria de Dios, llegamos “a
tener parte en la naturaleza divina”. Es decir, Dios nos conforma a Su
santo carácter por la fe en las promesas de Dios. El resultado de esta
transformación a la imagen de Dios es una liberación “de la corrupción
que hay en el mundo debido a los malos deseos”. En otras palabras, la li-
bertad del poder de los deseos pecaminosos—incluyendo el deseo sexual
—sucede cuando:
1. escuchamos las promesas de Dios,
2. vemos y conocemos la gloria de Dios a través de esas prome-
sas,
3. somos transformados a la semejanza de la naturaleza de Dios
y, por tanto,
4. escapamos de la corrupción que nos esclavizaba.
Un resumen de los peligros del sexo
En resumen, los peligros del sexo se deben a que nuestros corazones es-
tán distorsionados verticalmente por naturaleza, y Dios no es nuestro
deseo supremo; por tanto, nuestros deseos sexuales están desordenados
horizontalmente y preferimos los placeres ilícitos a los piadosos. Inclu-
so los preferimos más que a Dios mismo. El resultado de esta profana-
ción de la belleza y el valor de Dios es la posibilidad de un terrible casti-
go bajo el juicio de Dios. Pero la gracia es el clímax de la gloria de Dios.
Él ha provisto una manera en que el pecado sexual puede ser perdonado
y vidas corrompidas pueden ser purificadas.
Él hizo esto en la muerte y resurrección de Cristo. Y sabemos que lo
hizo específicamente para los pecadores sexuales porque Pablo enumera
a estos pecadores: “los fornicarios… idólatras… adúlteros… sodomi-
tas… pervertidos sexuales” (1Co 6:9). Y después dice, de forma gloriosa:
“Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido
santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo
y por el Espíritu de nuestro Dios” (v 11).
Quizás es lo que eras. Quizás es lo que eres. De alguna manera, Pablo
nos está describiendo a todos nosotros. Cuando se trata de nuestra se-
xualidad, ninguno tiene un récord perfecto. No hay dudas, tal como
dice Pablo, de que cambiar la gloria de Dios por la inmoralidad sexual
nos lleva a la destrucción. Pero también es cierto—maravillosamente
cierto—que arrepentirnos de esa inmoralidad conduce al perdón en
Cristo y a la eternidad con Dios. Y nos lleva a disfrutar más profunda y
puramente el sexo como un buen regalo de Dios, en lugar de usarlo
como una forma de rechazar a Dios.
Cambiando la analogía, podríamos decir lo siguiente: cuando el pla-
neta del sexo, que es bueno en sí mismo, se acerca a la fuerza gravitacio-
nal de una estrella extraña, es arrastrado a órbitas ilícitas. La estrella
extraña más común es una ardiente preferencia del sexo por encima de
Dios. Tal intercambio de tesoros hace que el planeta del sexo empiece a
moverse hacia el centro. La luz de la belleza de Dios ejerce una poderosa
atracción gravitatoria sobre todos los aspectos de nuestra vida. Es solo
cuando el sol de la gloria de Dios está en el centro del sistema solar de
nuestras vidas que el sexo puede encontrar su órbita correspondiente,
la cual es hermosa, santa y feliz.
¿Qué pasa con el dinero? ¿Cómo puede el buen regalo del dinero —lleno de potencial para bendecir— convertirse en algo tan destructi-
vo? ¿Cómo se relaciona al cambio de la gloria de Dios por otras cosas?
¿Qué sucede cuando nos llega a controlar?
El primer y el último mandamiento
¿Alguna vez has pensado en la posibilidad de que el primer y el último
mandamiento sean básicamente lo mismo y que funcionen como una
especie de cercado que hace que los ocho mandamientos que están entre
ellos sean posibles? El primer mandamiento es: “No tengas otros dioses
además de Mí” (Éx 20:3). ¿A qué se refiere con “además de Mí”? El ver-
sículo 5 lo explica: “Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso”. En otras
palabras: “Tú, Israel, eres Mi esposa. Si tu corazón va tras otro dios, es
como si una esposa fuese a la cama de otro hombre. Me enfurezco debi-
do a mi celo santo. Tu corazón, tu suprema lealtad, tu amor, tu afecto,
tu devoción y tu gozo me pertenecen”.
Así que cuando Dios dice: “No tengas otros dioses además de Mí”,
está diciendo: “Siempre has de tenerme como lo más importante. Has
de deleitarte en Mí más que en cualquier otra cosa. Nada ha de atraerte
más que Yo. Abrázame como a tu tesoro más supremo y satisfácete en
Mí”. Ese es el primer mandamiento.
El último de los diez mandamientos es: “No codicies” (v 17). En he-
breo, la palabra “codiciar” significa simplemente “desear”. Así que, al
definir la codicia, la pregunta sería: ¿Cuándo el deseo por algo —como
el dinero o lo que este puede comprar— se convierte en un deseo malo?
¿Cuándo un deseo legítimo se convierte en codicia?
Mi sugerencia es esta: une el último mandamiento con el primero y
obtendrás la respuesta. El primer mandamiento es: “No tengas otros
dioses además de Mí”. Es decir, nada en tu corazón debe competir con-
migo. Debes desearme tanto que, cuando me tengas, estés satisfecho
conmigo. Y el décimo es: “No codicies”. Es decir, no tengas deseos ilegí-
timos; no desees nada que ponga en riesgo tu contentamiento en Mí.
Así que, la codicia —es decir, los malos deseos— es desear cualquier
cosa de tal forma que pierdas tu contentamiento en Dios.
La advertencia más fuerte de Pablo sobre los peligros
del dinero
Pongamos esto a prueba con la advertencia que hace Pablo sobre cómo
el dinero se relaciona a nuestro contentamiento. En 1 Timoteo 6:5-10,
Pablo comienza describiendo a personas que se asemejan mucho a las
descritas en Romanos 1, solo que ahora el enfoque está sobre el deseo
desordenado por el dinero y no sobre el deseo desordenado por el sexo.
Él habla sobre personas…
… 5 de mente depravada, carentes de la verdad. Este es de los que
piensan que la religión es un medio de obtener ganancias. 6 Es
cierto que con la verdadera religión se obtienen grandes ganan-
cias, pero solo si uno está satisfecho con lo que tiene.7 Porque
nada trajimos a este mundo, y nada podemos llevarnos. 8 Así
que, si tenemos ropa y comida, contentémonos con eso. 9 Los
que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven escla-
vos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos
hunden a la gente en la ruina y en la destrucción. 10 Porque el
amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo,
algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos
sinsabores.
Es claro que el dinero es peligroso.Sé que no es el dinero en sí mis-
mo lo que destruye el alma. Es la codicia. El deseo. Tal como dijo Geor-
ge Macdonald, ministro escocés del siglo XIX:
Los ricos no son los únicos que están bajo el dominio de las cosas
materiales; también son esclavos los que, sin tener dinero, son
infelices por la falta del mismo.1
Sin embargo, Jesús dijo: “Les aseguro que es difícil para un rico en-
trar en el Reino de los cielos” (Mt 19:23). No dijo que fuese difícil que
una persona que ama el dinero entre al cielo, sino que es difícil para una
persona que es rica. De hecho, está diciendo que el dinero en sí mismo
es peligroso—no maligno, solo peligroso—por lo fácil y rápido que po-
demos ser engañados por él. Jesús dijo: “… el engaño de las riquezas
[ahoga] la palabra…” (Mt 13:22 RVC). El dinero es peligroso porque tie-
ne mucho poder para engañar.
Manejar el dinero es como maniobrar con un cable que puede elec-
trocutarte. Eso es lo que Pablo le quiere decir a Timoteo: “Los que quie-
ren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus mu-
chos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la
ruina y en la destrucción. Porque el amor al dinero es la raíz de toda cla-
se de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han
causado muchísimos sinsabores” (1Ti 6:9-10). Es un lenguaje muy seve-
ro. “… tentación… se vuelven esclavos de sus muchos deseos… hunden
a la gente en la ruina y en la destrucción”. Sin duda, Pablo nos aconseja
tener extrema precaución.
Gran ganancia es la piedad acompañada de
contentamiento
A través de los años, me ha sorprendido—considerando la advertencia
de Jesús de que las riquezas hacen que sea difícil que las personas en-
tren al cielo, y la advertencia de Pablo al decir que los que desean ser ri-
cos caen en ruina y en destrucción—lo extraño de que tantos cristianos
aún persigan las riquezas. Parece ser que no les creen o que piensan que
serán la excepción a la regla, o que simplemente no creen que la Palabra
de Dios pueda decir lo que dice.
Pero Pablo es claro—desear ser rico es mortal. Y hay más. La clave
de este texto está en el versículo 6: “Gran ganancia es la piedad acompa-
ñada de contentamiento” (RV60). ¿Cómo podemos protegernos de esos
efectos mortales del dinero? Respuesta: con un corazón que esté con-
tento en Dios. ¿Estás profundamente satisfecho en Dios, de tal manera
que esa satisfacción, ese contentamiento, no colapsa cuando Dios te en-
vía riquezas o escasez? La escasez puede destruir el contentamiento en
Dios al hacernos sentir que Él no tiene cuidado de nosotros o que no tie-
ne el poder para darnos lo que creemos necesitar. Y la abundancia pue-
de destruir nuestro contentamiento en Dios al hacernos sentir que Dios
no es indispensable, o que su valor como ayudador y tesoro es muy infe-
rior al que realmente tiene.
No es poca cosa aprender a mantener nuestro contentamiento en
Dios. Este es el propósito de nuestra vida—mostrar que Dios es increí-
blemente glorioso. Y eso se refleja, entre otras formas, cuando demos-
tramos que Él es suficiente para darnos el contentamiento en los mejo-
res y peores momentos de nuestra vida. Pablo aprendió el secreto para
lograr esto:
11 No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar
satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. 12 Sé lo
que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He
aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tan-
to a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como
a sufrir escasez. 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil
4:11-13).
Pablo aprendió a contentarse. Esta es la clave para el uso apropiado
del dinero en 1 Timoteo 6:5-10. Pablo dijo que aprendió el secreto de su
contentamiento. “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la
abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstan-
cias” (Fil 4:12). ¿Cuál era el secreto? Creo que nos lo dice en el capítulo
anterior de Filipenses: “Es más, todo lo considero pérdida por razón del
incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he
perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo” (3:8). En
otras palabras, para ponerlo en términos actuales, si el mercado de va-
lores sube y él obtiene ganancias, diría: “Jesús es más valioso y satisfac-
torio que ver que mis riquezas aumenten”. Y si el mercado de valores
baja y él tiene pérdidas económicas, diría: “Jesús es más valioso y satis-
factorio que todo lo que he perdido”. La gloria, la belleza y el valor de
Cristo constituían el secreto del contentamiento que evitaba que el di-
nero lo controlara.
El dinero falla cuando más lo necesitas
Existe otra triste verdad sobre el dinero en las palabras de Pablo en 1 Ti-
moteo 6. En el versículo 7, Pablo aclara que el dinero te fallará cuando
más ayuda necesites—cuando estés muriendo. “Porque nada trajimos a
este mundo, y nada podemos llevarnos”. Justo en el momento en que
necesitas las riquezas celestiales—“tesoros en el cielo”—el dinero se ale-
ja de ti. Te abandona. No irá contigo para ayudarte. Y nada de lo que
hayas comprado irá contigo. Te espera una realidad totalmente diferen-
te.
Jesús nos instruyó a no pensar que acumular tesoros en la tierra nos
serviría de algo en el mundo venidero.
19 No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el
óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. 20 Más
bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni
el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. 21 Porque
donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6:19-21).
Dedicar tu vida a acumular riquezas—o querer hacerlo—es una locu-
ra. La riqueza no será de ayuda al final de tu vida. Jesús sintió una gran
necesidad de advertirnos sobre esto, así que contó esta parábola para
enfatizar Su punto:
16 El terreno de un hombre rico le produjo una buena cosecha. 17
Así que se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde al-
macenar mi cosecha”. 18 Por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer:
derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, donde
pueda almacenar todo mi grano y mis bienes. 19 Y diré: ‘Alma
mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos
años. Descansa, come, bebe y goza de la vida’”. 20 Pero Dios le
dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y
quién se quedará con lo que has acumulado?” (Lc 12:16-21).
¡Necio! ¿De quién será todo lo que has acumulado cuando estés
muerto? El dinero no es tu amigo cuando te llega la muerte.
El dinero falla incluso antes de la muerte
Pero el dinero no solo te fallará al final de tu vida. Te fallará antes de la
muerte. “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las ri-
quezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!” (Ec 5:10). El
dinero no nos satisface ahora. Sé que muchos dirán: “Claro que sí. Mi
dinero es un buen amigo. No me falla. Tengo una gran casa, y dos ca-
rros, y mis hijos están en escuela privada, y tengo un bote, y una casa de
campo, y seguros de vida y pensiones. Quizá no se vaya conmigo al otro
mundo —si es que existe otro mundo— pero definitivamente aquí no
me ha fallado”.
¿En serio?
Yo apostaría por el predicador de Eclesiastés. Fuiste creado para en-
contrar tu satisfacción en Dios, y el dinero te impide entender esto. Tie-
nes grandes anhelos. Surgen en la noche. Vienen a ti cuando estás desa-
nimado o solo. Si eres honesto, sabes que las cosas que te rodean no
pueden satisfacer tus deseos más profundos. No fuiste creado para ser
satisfecho por cosas materiales. Y ninguna de esas cosas puede calmar
los miedos de la muerte. Te engañas a ti mismo. La Palabra no se equi-
voca cuando dice: “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia”. George
Macdonald menciona la razón por la que nuestra búsqueda de felicidad
en las cosas materiales no funciona:
El corazón del hombre no puede acumular. Su cerebro o sus ma-
nos pueden tomar cosas y acumularas en una caja, pero al mo-
mento en que las cosas llegan a la caja, elcorazón ya las ha per-
dido y está hambriento otra vez. Si el hombre ha de desear, es al
Dador a quien debe desear… Por tanto, todo lo que Él ha creado
debe tener la libertad de llegar al corazón de Sus hijos e irse en
cualquier momento; solo podemos disfrutar las cosas creadas de
forma pasajera: su vida, su alma, su visión, su significado; pero
nuestro deleite no debe estar en estas cosas en sí mismas.2
No hay conexión entre tener mucho dinero y ser muy feliz en este
vida—o en la venidera. Cuando el hombre sabio dice: “Más vale…”,
quiere decir: “Trae mayor felicidad…”.
Más vale lo poco de un justo
que lo mucho de innumerables malvados (Sal 37:16).
Más vale tener poco, con temor del Señor,
que muchas riquezas con grandes angustias (Pro 15:16).
Más vale comer verduras sazonadas con amor
que un festín de carne sazonada con odio (Pro 15:17).
Más vale tener poco con justicia
que ganar mucho con injusticia (Pro 16:8).
Más vale comer pan duro donde hay concordia
que hacer banquete donde hay discordia (Pro 17:1).
Más vale pobre e intachable
que necio y embustero (Pro 19:1).
Más vale pobre pero honrado
que rico pero perverso (Pro 28:6).
En otras palabras, la clave de la felicidad en esta vida no es la rique-
za. No puedes encontrar felicidad en algo que no te permite ver la ver-
dadera fuente de la felicidad. Jesús siempre se presentó a Sí mismo, Sus
promesas y Su Reino —ahora y para siempre— como una relación, una
esperanza y un lugar de suprema felicidad. ¿Qué impide que las perso-
nas vean esto? Aquí encontramos una de Sus respuestas más gráficas:
16 Jesús le contestó: “Cierto hombre preparó un gran banquete e
invitó a muchas personas. 17 A la hora del banquete mandó a su
siervo a decirles a los invitados: ‘Vengan, porque ya todo está lis-
to’. 18 Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El
primero le dijo: ‘Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a
verlo. Te ruego que me disculpes’. 19 Otro adujo: ‘Acabo de com-
prar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me
disculpes’. 20 Otro alegó: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo
ir’. 21 El siervo regresó y le informó de esto a su señor. Entonces
el dueño de la casa se enojó y le mandó a su siervo: ‘Sal de prisa
por las plazas y los callejones del pueblo, y trae acá a los pobres,
a los inválidos, a los cojos y a los ciegos’. 22 ‘Señor’, le dijo luego
el siervo, ‘ya hice lo que usted me mandó, pero todavía hay lu-
gar’. 23 Entonces el señor le respondió: ‘Ve por los caminos y las
veredas, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa. 24 Les digo
que ninguno de aquellos invitados disfrutará de mi banquete’”
(Lc 14:16-24).
Dos de las tres excusas que estas personas dieron para no asistir al
banquete se relacionan al dinero: “Acabo de comprar un terreno”, así
que prefiero “ir a verlo” en vez de asistir al banquete del Reino de Dios.
“Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes”; prefiero ir “a probarlas”
más que asistir al banquete del Reino de Dios.
¿Quién de nosotros no ha caído en el poder de estas ilusiones? Al ir
de compras al centro comercial. Buscando en alguna tienda en línea. Al
observar el mercado de valores. ¿Quién no ha sentido ese deseo por te-
ner cosas, por comprar algo, por ser dueño de algo? Es muy profundo y
muy peligroso. No nos deja ver lo que es verdaderamente hermoso, de-
seable y satisfactorio. Cambia lo divino por una moneda. Dios puede en-
viarnos un mensajero con la palabra de verdad, la palabra que da luz,
pero para la mayoría, Jesús dice: “… el engaño de las riquezas [ahoga] la
palabra, por lo que esta no llega a dar fruto” (Mt 13:22 RVC). Las rique-
zas nos ahogan; tienen un efecto sofocante y nos engañan, llevándonos
a pensar que poseer cosas satisface más que la luz de la palabra de Dios.
El dinero te hace peligroso
El dinero no solo te decepciona, te engaña y te sofoca; también tiene la
capacidad de convertirnos en una amenaza para los demás, no solo para
nosotros mismos. Este es otro gran peligro del dinero. Lucas dijo que
los líderes religiosos más influyentes de los tiempos de Jesús eran
amantes del dinero: “Oían todo esto los fariseos, a quienes les encanta-
ba el dinero, y se burlaban de Jesús” (Lc 16:14). Y este amor por el dine-
ro los convirtió en poseedores codiciosos. Esa es mi traducción de la pa-
labra griega harpages (a`rpagh/j) en Lucas 11:39-40:
39 “Resulta que ustedes los fariseos”, les dijo el Señor, “limpian el
vaso y el plato por fuera, pero por dentro están ustedes llenos de
codicia y de maldad.40 ¡Necios! ¿Acaso el que hizo lo de afuera no
hizo también lo de adentro?”.
Harpages (a`rpagh/j) no es la palabra usual para codicia o avaricia
(esa es pleonexia, pleonexi,a). Esta palabra implica tomar o poseer—ge-
neralmente tomar lo que le pertenece a otro. Es el tipo de codicia que
provoca que los escribas “devoren los bienes de las viudas y a la vez [ha-
gan] largas plegarias” (Lc 20:47). Así que la raíz del problema no era la
precisión religiosa o el legalismo de los fariseos. Eso era solo para camu-
flar su amor al dinero. Y ese amor al dinero hacía que los fariseos fue-
ran crueles con las personas, tanto que hasta devoraban los bienes de
las viudas.
Jesús relató una parábola para mostrar la manera en que las rique-
zas nos ciegan ante las necesidades de los pobres y nos vuelven indife-
rentes hacia los demás:
19 Había un hombre rico que se vestía lujosamente y daba esplén-
didos banquetes todos los días. 20 A la puerta de su casa se tendía
un mendigo llamado Lázaro, que estaba cubierto de llagas 21 y
que hubiera querido llenarse el estómago con lo que caía de la
mesa del rico. Hasta los perros se acercaban y le lamían las lla-
gas.22 Resulta que murió el mendigo, y los ángeles se lo llevaron
para que estuviera al lado de Abraham. También murió el rico, y
lo sepultaron. 23 En el infierno, en medio de sus tormentos, el
rico levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a
él. 24 Así que alzó la voz y lo llamó: “Padre Abraham, ten compa-
sión de mí y manda a Lázaro que moje la punta del dedo en agua
y me refresque la lengua, porque estoy sufriendo mucho en este
fuego”. 25 Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que duran-
te tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro le fue muy
mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí, y a ti, sufrir te-
rriblemente”.
Una de las principales lecciones que Jesús destaca de esta parábola
la encontramos en el versículo 25—los ricos e indiferentes celebran en
este mundo; los pobres y fieles celebran en el venidero. Y lo que hacía
que esas celebraciones fueran tan escandalosas—“espléndidos banque-
tes todos los días”—es que Lázaro estaba “a la puerta de su casa”. Él solo
quería migajas de la mesa de aquel hombre rico—pero los perros le ha-
cían más caso que él.
Esto es lo que las riquezas pueden llegar a hacerle al alma humana.
No solo pueden arruinar nuestra felicidad, sino que también pueden
hacernos crueles e indiferentes hacia los demás—el rico que ignora al
pobre; el padre adicto al trabajo que descuida a sus hijos; el soldado
mercenario que no se preocupa por sus compañeros; los lobos vestidos
de ovejas que se hacen pasar por pastores del rebaño; los proxenetas
que exigen su dinero mientras convierten a niñas en prostitutas. Los
posibles efectos de las riquezas son horrorosos e interminables.
La confesión y la pregunta de Megan
Cuando estaba dándole los últimos toques a este manuscrito para ya en-
viarlo a la casa editorial, hice una grabación para el programa Ask Pas-
tor John [Pregúntale al pastor John]. Una de las preguntas que me hicie-
ron venía de una mujer llamada Megan. Ella escribió:
Pastor John, tengo que confesar algo: soy muy materialista.
Compro cosas por Internet y me emociono mientras compro, y
cuando me llegan los paquetes. Sé que tengo que dejar de hacer-
lo, y quiero dejar de hacerlo. Pero ¿cómo lo hago? Y ¿por qué
tengo este problema?
Esto es lo que le contesté a Megan a través de mi programa:3
He experimentado tu problema, Megan, así que puedo hablar
con cierta empatía,

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