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1 2 Michel Henry MARX VOL. I. UNA FILOSOFÍA DE LA REALIDAD VOL. II. UNA FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA TRADUCCIÓN Y EPÍLOGO: NICOLÁS GÓMEZ 3 Henry, Michel Marx. vol. I. Una �losofía de la realidad. - 1a ed. - Buenos Aires : Ediciones La Cebra, 2011. Marx. vol. II. Una �losofía de la economía. - 1a ed. - Buenos Aires : Ediciones La Cebra, 2018. Traducido por: Nicolás Gómez ISBN vol II 978-987-26464-4-8 ISBN vol. II 978-987-3621-43-7 1. Filosofía Francesa Contemporánea. I. Gómez., Nicolás, trad. II. Título CDD 194 Título original: Marx II. Une philosophie de l’économie © Éditions Gallimard, 1977 © Ediciones La Cebra, 2018 edicioneslacebra@gmail.com www.edicioneslacebra.com.ar © de traducción Nicolás Gómez Editorxs Ana Asprea y Cristóbal Thayer Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723 Ouvrage publié avec le concours du Ministère français chargé de la culture – Centre National du Livre. Obra publicada con la ayuda del Ministerio de Cultura francés – Centro Nacional del Libro. 4 5 6 BIBLIOGRAFÍA Y ABREVIACIONES UTILIZADAS EN LAS NOTAS1 Ante la falta de una edición francesa completa de las obras de Marx, no hemos podido utilizar un sistema de referencias homogéneo. Para las obras �losó�cas nos remitimos a la antigua traducción Molitor, publicada por Costes, que a pesar de sus imperfecciones, a menudo señaladas, tiene el mérito de restituir el movimiento del texto original, así como el halo propio de los conceptos de la metafísica alemana de la primera mitad del siglo XIX. Damos también, cada vez que resulta posible, la referencia a la traducción de Éditions Sociales, especialmente para La sagrada familia, La ideología alemana y los Manuscritos del 44. La traducción Molitor de este último texto era inutilizable. En lo concerniente a los otros “escritos �losó�cos”, como los artículos de la Gaceta Renana, la Introducción a la Contribución a la crítica de la �losofía del derecho de Hegel y especialmente la Crítica de la �losofía del Estado, nos referimos también al texto alemán de la edición Dietz. En cuanto a las obras económicas, nos hemos servido de la Bibliothèque de la Pléiade para Miseria de la Filosofía, el Mani�esto comunista, Trabajo asalariado y capital, la Introducción general a la crítica de la economía política de 1857, la Crítica de la economía política, Salario, precio y plusvalor, la Crítica del programa del partido obrero alemán, así como para el libro I del Capital. Respecto de lo que se ha convenido en llamar los libros II y III del Capital, de los cuales la Bibliothéque de la Pléiade ofrece sólo extractos, nos remitimos al texto de Éditions Sociales. Para los Fundamentos (Grundrisse) de la crítica de la economía política hemos elegido la traducción de R. Dangeville publicada por ediciones Anthropos. Las siglas utilizadas en las notas son entonces las siguientes: Capital, Trad. C. Cohen-Solal, Gilbert Badia, Erna Cogniot, Éditions Sociales, Paris, 1960-1967, para los “libros II y III” (seguido del número de tomo). Costes, trad. J. Molitor, Costes, Paris, 1946 (seguido del número de tomo: I a IX). D, Marx Engels, Werke, Dietz, Berlin, 1961 (seguido del número de tomo). ES, La Sainte Famille, trad. Erna Cogniot, Éditions Sociales, Paris, 1972. Idéologie Allmande, trad. H. Auger, G. Badia, J. Baudrillard, R. Cartelle, Éditions Sociales, Paris, 1968. Grundrisse, K. Marx, Fondements de la critique de l’économie politique, trad. R. Dangeville, Anthropos, Paris, 1967 (seguido del número de 7 tomo). Manuscrits de 44, Trad. Émile Bottigelli, Éditions Sociales, Paris, 1968. Pl, Karl Marx, Œuvres, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, Paris, 1963 (seguido del número de tomo). Para todos los otros textos citados, la referencia completa de la obra se da en nota. Salvo casos excepcionales, precisamos el autor de un subrayado a propósito de una cita sólo cuando se trata de nosotros mismos. 1. Nota del autor a la edición francesa. 8 9 INTRODUCCIÓN La teoría de los textos Ningún �lósofo tuvo más in�uencia que Marx; ninguno fue peor comprendido. Las razones por las cuales el pensamiento �losó�co de Marx ha quedado sumido hasta nuestros días en una oscuridad casi completa son múltiples. Sin embargo re�eren todas al marxismo, y en cierto modo le son consustanciales. El marxismo es el conjunto de los contrasentidos que se han hecho sobre Marx. Tal situación –la divergencia progresiva y prontamente decisiva que se opera entre el pensamiento propio de Marx y, por otro lado, el conjunto de los postulados teóricos y prácticos que constituyen lo que podemos llamar el o los marxismos– no se debe al azar. Ciertamente el marxismo se reclama de Marx. Lo que lo caracteriza, no obstante, es que, esencialmente orientado hacia la acción política y sus problemas, sólo retuvo de la obra original aquello que podía estimular esa acción y, en la urgencia de una situación determinada, hacerla más e�caz. Cierto es que la teoría no fue totalmente desatendida, ya que deviene fuerza desde el momento en que penetra en las masas; pero es precisamente esa teoría, un resumen más o menos sumario al servicio de la “praxis revolucionaria”, la que sustituyó el contenido de una �losofía, bajo pretexto de exhibir de ella lo “esencial”. En el prefacio a la reedición alemana del Mani�esto Comunista, escrito por Engels en la primavera de 1883, luego de la muerte de Marx, aquél declara: “El pensamiento fundamental y director del Mani�esto pertenece única y exclusivamente a Marx. Ese pensamiento es el siguiente: la producción económica y la organización social que de ella deriva forman necesariamente, en cada época histórica, la base de la historia política e intelectual del momento; por consiguiente (desde la disolución de la arcaica propiedad del suelo) toda la historia ha sido la historia de la lucha de clases, de las luchas entre clases explotadas y explotadoras, entre clases dominadas y dominantes, en los diferentes estadios del desarrollo social; ahora bien, esa lucha ha alcanzado actualmente un grado en el cual la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede liberarse de la clase que la explota y oprime sin liberar al mismo tiempo y para siempre a la sociedad entera de la explotación, la opresión y la lucha de clases”2. Lo notable de este pasaje, como de otros similares, es no sólo el hecho de que en él el “pensamiento fundamental y director” de Marx se ve reducido a una formulación demasiado simple, por no decir falaz, sino también el hecho de que ese resumen, que pretende contener lo esencial 10 y que en efecto se volverá uno de los dogmas del marxismo revolucionario, está hecho a partir de un texto político. Ahora bien, los textos políticos –diríamos mejor: los textos historicopolitícos: el Mani�esto del partido comunista, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, La lucha de clases, La guerra civil en Francia, etc.– no contienen su principio de inteligibilidad en sí mismos, los conceptos que desarrollan no son conceptos fundadores, y su fundación no se encuentra expuesta allí, ni tan siquiera indicada. Considerando sólo el resumen de Engels que acabamos de citar, es necesario reconocer que la confusión en la que se mueve es completa. La producción económica no es para Marx la producción real, y como tal no puede constituir la “base de la historia política e intelectual”. Más allá del paréntesis restrictivo en el que se lee la enseñanza de Marx, las consideraciones sobre la historia que se supone conforman el hilo lógico del texto tienden a hacer creer que el ser de la historia está constituido por la lucha de clases, de modo que éstas serían su potencia motriz al mismo tiempo que su “explicación”. Lo que se encuentra silenciado en este resumen exterior es el origen de las clases, el hecho de que, lejos de constituir un principio en el orden del ser o del conocimiento, ellas mismas son fundadas y reenvían a un naturante cuya elucidación es justamente uno de los logros de la �losofía de Marx. La interpretación que ya se ha vuelto clásica de la historia como “historiade la lucha de clases”, no sólo es una aproximación demasiado general, sino que es puro y simple error si, como se mostrará, el concepto de clase en Marx es ajeno a la teoría “fundamental” de la historia. Los conceptos que intervienen en los textos políticos sólo tienen por lo tanto una signi�cación limitada, relativa a la función que cumplen en esos textos. Filosó�camente, reenvían a su propia teoría, que Marx formuló explícitamente. Llamaremos �losó�cos a los textos que contienen y de�nen esta teoría última. Fue el propio Marx quien indicó el límite extremo de la signi�cación de los escritos políticos cuando, a propósito de su participación en el primer Congreso de Ginebra, escribe a Kugelmann el 9 de noviembre de 1866: “No podía ni quería asistir, pero redacté el programa de los delegados de Londres. Lo limité intencionalmente a los puntos que permiten un acuerdo inmediato y una acción concreta de los trabajadores, aquellos puntos que responden de modo directo a las necesidades de la lucha de clases y la organización de los trabajadores en clases y los estimulan”3. Agreguemos que los textos políticos se dirigen a un público amplio y que en ellos Marx se transforma en escritor: la retórica hegeliana �orece nuevamente, y de modo tanto más libre cuanto que esos textos fueron 11 escritos rápidamente. Es especialmente el caso del 18 Brumario de Luis Bonaparte, redactado para un diario norteamericano. Sin embargo, no se trata solamente de los tics de escritura del más brillante de los alumnos de Hegel: también los conceptos hegelianos hacen allí su reaparición. Y ello no carece de razón. En efecto, en la medida en que se trata de historia –y no de la teoría de la historia–, lo que está en cuestión son las formaciones sociales, y los conceptos que las formulan y que tienen cada vez por objeto una realidad general, su estructuración, sus diferenciaciones y sus oposiciones internas, pertenecen �losó�camente a una ontología de lo universal y re�eren a ella secretamente. Se funda así la extraña analogía que aparece entre los escritos políticos y los textos de juventud. Así se explica que, después de la declinación del positivismo cienti�cista, un cierto marxismo haya podido pensar en establecerse conjuntamente sobre unos y otros. De Hegel al marxismo la �liación es entonces incontestable: es el mismo primado de lo universal, de lo general, de la esencia política o social, de la dialéctica, de la negación y de la revolución, del movimiento interno –del ser o de la sociedad– comprendido él mismo como una esencia única que obra en el fondo de todas las cosas. Para el divorcio que se instituye entre Marx y el marxismo hay una razón más profunda que el primado concedido a los textos históricos, y que, aunque puramente accidental, va a revelarse decisiva: es el extraordinario hecho de que el marxismo se constituyó y de�nió en ausencia de toda referencia al pensamiento �losó�co de Marx y en su completa ignorancia: Plejánov, Lenin, Stalin y tantos otros no tenían conocimiento alguno de los Manuscritos del 44 y sobre todo de La ideología alemana, que permanecieron inéditos hasta 1932, es decir una época en la que el “materialismo dialéctico” se proponía como una doctrina acabada. Vayamos más lejos: Engels, que �rmó (si se puede decir) La ideología alemana con Marx, de hecho permanece completamente ajeno al contenido �losó�co fundamental que se despliega en ese texto fulgurante. Para convencerse alcanza con comparar el original con el resumen que ofrece Engels luego de la muerte de Marx, en su Ludwig Feuerbach y el �n de la �losofía clásica alemana: no hay relación alguna entre los dos escritos. Por un lado, la exposición de Engels tiene errores históricos sumamente graves, ya que invierte el orden de las in�uencias de Feuerbach y Stirner sobre Marx, lo cual alcanza para hacer ininteligible el desarrollo interior del pensamiento de este último durante esos años decisivos. Pero sobre todo se ve cómo las intuiciones geniales y decisivas de La ideología alemana, que invierten el concepto del ser que domina el pensamiento occidental 12 desde Grecia y hacen vacilar el horizonte �losó�co en el que ese pensamiento no ha cesado de moverse, son sustituidas en Engels por un discurso de una chatura penosa y que marca a lo sumo un retorno al pasado más inmediato y super�cial, al materialismo de Feuerbach y del siglo XVIII. Más aún, se expone ese materialismo, así como el idealismo que ingenuamente se le opone, de una forma tan exterior que pierde todo sentido �losó�co posible. Se trata de a�rmaciones como la siguiente: “El problema fundamental de toda �losofía, y especialmente de la �losofía moderna, es el de la relación entre el pensamiento y el ser... Los �lósofos se han dividido en dos grandes partidos según su modo de responder a este problema. Los que a�rman la preexistencia del espíritu respecto de la naturaleza... conformaban el partido del idealismo. Los otros, que consideraban la naturaleza como el principio primero, �guran entre las diversas escuelas del materialismo”4. Estas líneas no merecerían ser citadas –en todo caso no encontramos en La ideología alemana, ni en la obra de Marx en general, ninguna proposición que se corresponda con ellas– si no hubiesen sido retomadas por Lenin en su artículo sobre el marxismo, en el cual encontramos, a continuación de las mismas, a�rmaciones de este tipo: “A partir de 1844-1845 –es en esta época que se formaron sus ideas– Marx fue un materialista y, más en particular, un adepto de Feuerbach, cuyas debilidades, más tarde, le pareció que residían únicamente en la insu�ciencia de rigor y amplitud de su materialismo. La importancia histórica mundial de Feuerbach, que hizo ‘época’, provenía justamente, según Marx, de su ruptura con el idealismo de Hegel y la a�rmación del materialismo...”5. Lejos de ampliar el materialismo de Feuerbach, en 1845 La ideología alemana rechaza su concepto fundamental en el mismo acto con que abre la nueva dimensión en la que Marx sitúa en lo sucesivo el lugar de la realidad al mismo tiempo que el de todos los problemas que van a constituir el tema exclusivo de su re�exión. La inmensa laguna �losó�ca que permaneció en el corazón de la obra de Marx durante casi un siglo tuvo múltiples consecuencias teóricas. No sólo el materialismo que la problemática de La ideología alemana acababa de hacer a un lado proporcionaría el título bajo el cual, de allí en más, iba a ser puesta la obra entera, sino que, como hacía falta igualmente diferenciar ese materialismo del de Feuerbach –Engels había publicado las Tesis sobre Feuerbach al mismo tiempo que su Ludwig Feuerbach– se decidió que el materialismo de Marx se diferenciaba del materialismo precedente en que era “dialéctico”. Un segundo absurdo se sumaba de este modo al primero: la dialéctica –el concepto de acción tal como se de�ne al interior de los presupuestos ontológicos del 13 hegelianismo– es precisamente aquello que La ideología alemana y las Tesis sobre Feuerbach –que sólo son inteligibles en el marco del otro texto– habían desechado al mismo tiempo que al materialismo, y ello en la actualización de una misma intuición fundamental, la de la praxis. Proponiéndose como “materialismo dialéctico”, el marxismo pretendía edi�carse sobre la reunión de dos elementos que encontraban en La ideología alemana el principio de su descomposición. Esa reunión no podía ser más que una “síntesis”: cada elemento, secretamente minado por la crítica de Marx, reenviaba al otro. El materialismo marxista (y es en esto que di�ere “profundamente” de los otros), es “dialéctico”; la dialéctica marxista (y es en esto que di�ere “profundamente” de la de Hegel), es “materialista”. No sólo se conjugan dos absurdos, sino que cada uno reenvía a su vez alegremente al otro. Pero ¿es posible esa síntesis? La cuestión planteada por los �lósofos idealistas –por ejemplo Gentile en Italia– de saber si el materialismo es compatible con la dialéctica, domina el debate intelectual en la URSS desde hace más de un cuarto de siglo. Esuna cuestión de dudoso interés, toda vez que el materialismo y la dialéctica son ajenos al pensamiento de Marx. Esta exclusión de los conceptos fundamentales del “materialismo dialéctico” debe entenderse como poseedor de la fuerza de una exclusión temática, en la medida en que la intelección de la praxis se adquiere sólo al interior de una crítica radical de la dialéc-tica, y en la medida en que, en El Capital, el materialismo va a revelarse incompatible con las presuposiciones que fundan el análisis económico y lo hacen posible. La ausencia de la �losofía de Marx durante todo el período de formación de la doctrina marxista tuvo otra consecuencia, no menos ruinosa, a saber la creencia de que Marx había venido a anunciar el �n de la �losofía. El tema de la muerte de la �losofía, tomado de Feuerbach, tiene en Marx una signi�cación limitada y se re�ere solamente a Hegel. Pero cuando, aún inéditas las obras �losó�cas, todo contenido �losó�co sustancial pareció haber desaparecido de la obra, de la cual sólo se conocían los textos políticos y económicos, se presenció el nacimiento y el desarrollo de extraños contrasentidos. La ruptura provocada por Marx en el seno del pensamiento occidental habría consistido precisamente en ese licenciamiento de la �losofía, y ello en bene�cio de la acción política, por un lado –es así como se interpreta precipitadamente la tesis XI sobre Feuerbach–, y en particular de la economía y la sociología, por el otro. Esta a�rmación es constante en los autores marxistas, por ejemplo en Marcuse. “La transición de Hegel a Marx es desde todo punto de vista una transición a un orden de verdad diferente, que ya no puede ser interpretado en términos de �losofía. Veremos que todos los conceptos 14 de la teoría marxista son categorías sociales y económicas, mientras que las categorías sociales y económicas de Hegel son conceptos �losó�cos. Ni siquiera los primeros escritos de Marx son �losó�cos. Ellos expresan la negación de la �losofía, incluso si lo hacen todavía en un lenguaje �losó�co”6. Retomando a su vez este lugar común del marxismo, Mandel declara que el punto de partida de Marx no es el “concepto de trabajo alienado” sino la “constatación práctica de la miseria obrera”, que su pensamiento será “de allí en adelante rigurosamente socioeconómico”, incluso si subsisten en él “escorias �losó�cas”, y que a �n de cuentas debe ser interpretado como un pasaje a la acción: “su conclusión no es en absoluto una solución �losó�ca... El llamado a la acción revolucionaria del proletariado ha sustituido ya a la resignación de una ‘�losofía del trabajo’”7. Lejos de constituir un análisis conceptual, estas pálidas declaraciones son sólo el resultado de la triste historia del marxismo a �nes del siglo XIX y durante el siglo XX. Nuevamente aquí la responsabilidad de Engels es abrumadora. Quien había contribuido a orientar la re�exión de Marx hacia la condición obrera y el conjunto de los problemas con ella relacionados, y que, luego de la muerte de éste, llevara a cabo un trabajo tan preciso y notable para la clasi�cación y publicación de los manuscritos económicos con los cuales construyó los libros II y III del Capital, no era un �lósofo. Su correspondencia, como señala Riazanov, “nos revela que había guardado un muy vivo interés por el estudio de los colorantes (lo cual se explica por el hecho de que Engels dirigía una empresa textil) así como por la química, la física y las ciencias naturales, que habían sido ya sus disciplinas fuertes en el liceo. En Manchester, con su amigo Karl Schorlemmer, químico de renombre, no había dejado de estudiar ciencias naturales. Cuando se hubo instalado en Londres, se abocó a ello con un entusiasmo muy particular”8. Así se explica la extraña disertación sobre la química “�ogística” que Engels creyó correcto insertar en medio de su prefacio al libro II del Capital. O también la nota que agrega al texto ya citado de su prefacio a la reedición alemana del Mani�esto, y que �guraba ya en el prefacio de la edición inglesa: “Esta idea [se trata de la lucha de clases, que llegó al punto en el que va a liberar a toda la sociedad] llamada a hacer avanzar la ciencia histórica del mismo modo en que la teoría de Darwin ha hecho progresar las ciencias naturales”9. Estas consideraciones, en apariencia marginales, contienen las premisas de la ulterior evolución del marxismo. No sólo vemos aparecer el papel decisivo cumplido por el darwinismo, con el que el marxismo 15 querrá estar de acuerdo, como lo muestra por ejemplo este texto de Enrico Ferri: “¿Qué es la famosa ‘lucha de clases’ que Marx develaba como la clave positiva de la historia humana, sino la ley darwiniana de la ‘lucha por la vida’ transportada de los individuos a los colectivos?”10. Sin embargo, más que la emergencia de una ciencia o de teorías cientí�cas particulares, lo notable de las indicaciones de Engels (así como en los temas y títulos de algunos de sus manuscritos: “Dialéctica y ciencias naturales”, “Matemáticas y ciencias naturales”, etc.) es el hecho de que el saber, aquel que Marx había venido a inaugurar, no sólo estaba de acuerdo con los resultados positivos de las diversas ciencias, sino que en realidad constituía en sí mismo una ciencia entre las otras y, precisamente por esa razón, un saber “cientí�co”. La teoría de la historia en el sentido de Marx es comparable con la biología; los progresos que lleva a cabo con la elucidación del concepto de lucha de clases, comparables y comparados con el progreso que Darwin produjo en las ciencias naturales. El signi�cado de esta sustitución del saber �losó�co por el saber cientí�co, o la reducción de aquel a este último, es el positivismo. La especi�cidad del saber �losó�co y, en el caso que nos ocupa, de la �losofía de Marx, no es ya solamente, en ausencia de los textos �losó�cos, desconocida e ignorada, sino que es negada. La caída del pensamiento de Marx en el positivismo cienti�cista lo afecta desde el interior y en su contenido sustancial, desde que no se limita ya a instituir una comparación y una analogía con las ciencias existentes, sino que concierne al objeto especí�co de su búsqueda: la producción material y las formas sociales a ella ligadas. En tanto que trata de estas formas, el marxismo como ciencia no designa otra cosa que una sociología y, por supuesto, una o más bien la “sociología cientí�ca”. Durkheim no hacía más que ver el marxismo a la luz de sus propias presuposiciones y traducirlo a sus propios términos cuando, en diciembre de 1897, escribía para la Revue philosophique una reseña sobre los Ensayos sobre la concepción materialista de la historia de Antonio Labriola: “Consideramos fecunda la idea de que la vida social debe explicarse no por la concepción que de ella se hacen los que participan en ella sino por las causas profundas que escapan a la conciencia, y consideramos también que esas causas deben buscarse principalmente en el modo en que los individuos asociados están agrupados”. En tanto trata de la producción material y, como suele decirse, “económica”, el marxismo no es, precisamente, más que una teoría económica, “cientí�ca” y rigurosa, en oposición a las concepciones todavía ideológicas de la escuela inglesa. Se veri�ca así la tesis de Marcuse según la cual “los conceptos de la teoría marxista son categorías sociales y 16 económicas”. De este modo, El Capital se ve reducido a un tratado sobre economía. De este modo, el pensamiento de Marx se pierde, en la medida en que, lejos de poder ser confundido con una o –misteriosamente– muchas ciencias fácticas, constituye, en tanto que �losofía, una teoría de los fundamentos, teoría del fundamento de la historia –y no simple ciencia histórica–, teoría de los fundamentos de las formaciones sociales –y no simple sociología–, teoría del fundamento trascendental y de la posibilidad interna de la economía de mercado y de la economía en general, y no simple doctrina económica entre otras y dedicada entonces, como ellas, a la verdad relativa de una fase transitoria del desarrollocientí�co. Desde la aparición en 1932 de los textos �losó�cos de Marx y en particular de La ideología alemana, donde estaban contenidas la teoría de la historia y de las formas sociales así como las premisas de una teoría trascendental de la economía, la situación ideológica generada por la existencia del marxismo en estado de doctrina acabada era la siguiente: a la luz de los postulados del materialismo dialéctico era imposible percibir el contenido de los textos �losó�cos, pero también era imposible no ver, precisamente, que ese contenido nada tenía que ver con el marxismo constituido. La obnubilación del pensamiento �losó�co de Marx por la ideología marxista se mani�esta de entrada en el momento mismo en que Riazanov descubre en los archivos del partido socialdemócrata alemán el manuscrito de La ideología alemana. Por un lado Riazanov comprende la importancia decisiva del descubrimiento que acaba de hacer, ya que el hito que faltaba entre los primeros escritos (que obedecen, al menos en apariencia, al humanismo feuerbachiano) y la obra de la madurez es al �n hallado, y una nueva lectura de Marx es desde entonces posible. Ya no una lectura super�cial que confronta desde el exterior los diferentes textos y los conceptos que ellos vehiculan, sino una lectura �losó�ca que reencuentra desde el interior el movimiento del pensamiento y se identi�ca con él y con su progreso. Por otro lado, y de un modo impresionante, Riazanov nos muestra que la ideología de la que fue el gran sacerdote –antes de ser su víctima– no le permite comprender una sola palabra del brillante manuscrito que tiene ante sus ojos. Cree descubrir en La ideología alemana la con�rmación del resumen que ofrece Engels en su Ludwig Feuerbach y el �n de la �losofía clásica alemana, y al mismo tiempo reduce el pensamiento �losó�co de Marx a su desmantelamiento en el marxismo de los años 30 a 40, una dialéctica puramente formal cuyo contenido está constituido por el cuerpo de las diversas ciencias positivas. “Hasta aquí, el período de lo que llamamos el humanismo real y el período del comunismo 17 revolucionario de Marx y Engels permanecían sin relación alguna ni eslabón intermedio. Ahora bien, el pasaje desde Hegel (a través de Feuerbach) a Marx y Engels permanecía completamente incomprensible, inexplicado y desconocido, no sólo si consideramos la propia evolución intelectual de Marx y Engels sino también la de toda la ideología alemana. Sin contar que, desde esta época, Marx y Engels abandonaron, si puede decirse, la �losofía en general. En el manuscrito en cuestión se encuentran indicaciones que con�rman que Marx y Engels ya habían elaborado su doctrina, que se corresponde bien con las formulaciones que Engels aportó más tarde acerca de la misma. De la �losofía no subsiste más que la dialéctica y la lógica formal. Todo el resto queda en el dominio de las diversas ciencias particulares”11. Mientras que en Riazanov la ideología marxista, puesta en presencia de los textos �losó�cos, todavía admitía ingenuamente el contenido de éstos –o lo que parecía ser su contenido–, el examen de ese contenido no tardaba en mostrar su irreductibilidad. Comienza entonces una larga historia, la historia tragicómica en la que se develan y se disimulan al mismo tiempo la incompatibilidad entre el pensamiento �losó�co de Marx y el marxismo, la historia del ocultamiento del primero por el segundo. En cuanto a las fases cómicas de esa historia, citemos a título de ejemplo las re�exiones que inspira a Goldmann la fecha de publicación de La ideología alemana: ésta se explica, según nuestro autor, porque el texto no tenía ningún interés a los ojos de Engels, que lo conocía bien: “así Engels, en una época en la que ya no tenía ninguna di�cultad para hacer publicar un texto, estimaba que La ideología alemana no presentaba mayor interés para la publicación”. Es también la opinión de Goldmann, para quien el escrito de Marx ofrece un “interés considerable para todos aquellos que quieren seguir la génesis del pensamiento de los dos fundadores del socialismo cientí�co, pero un interés muy menor para quienes busquen verdades teóricas y cientí�cas”. Y ello porque “la polémica consagrada a Stirner tiene un lugar desproporcionado, ya que ella sola constituye... más de la mitad de la obra”. “Estas polémicas –prosigue Goldmann– son hoy sumamente anticuadas” y por esta razón no constituyen más que “un texto fastidioso”12. Que el papel decisivo de La ideología alemana, y especialmente de la polémica con Stirner –el cual no sólo explica el abandono explícito por Marx del materialismo de Feuerbach sino también la de�nición de individuo real por oposición al concepto ideológico de individuo que se encuentra tanto en Stirner como en la �losofía clásica en general– que ese papel pueda ser a tal punto desconocido por un autor que se reclama de Marx, muestra a la vez el 18 espesor del velo ideológico que el marxismo tendió sobre los textos fundamentales de Marx y la tentativa secreta, en lo concerniente a esos textos, de minimizar su importancia, cuando no de descali�carlos. La eliminación del pensamiento �losó�co de Marx en bene�cio de las tesis dogmáticas del materialismo dialéctico tal como se había constituido y de�nido, durante casi un siglo, en la ignorancia de aquel pensamiento, es el proyecto explícito de Althusser y el �n confesado de su búsqueda. Ya que los escritos �losó�cos existen, se trata de considerar esa existencia como pura arti�cialidad, como un fenómeno histórico cuyo principio de inteligibilidad se sitúa fuera de él mismo y no es otro que el conjunto de los postulados del materialismo dialéctico: “en modo alguno podemos decir que ‘la juventud de Marx pertenece al marxismo’, a menos de entender por ello que, como con todo fenómeno histórico, puede echarse luz sobre la evolución de ese joven burgués alemán mediante la aplicación de los principios del materialismo histórico”13. No sólo los escritos �losó�cos no son más que escritos de “juventud” –de un joven burgués alemán– sino que queda categóricamente excluida la posibilidad de que éstos expliquen la obra ulterior y constituyan su génesis. Rechazada hacia el plano de lo dado, tratada como una ideología, la obra �losó�ca ya no es una fuente de esclarecimiento sino un texto muerto, opaco y que sólo puede recibir su luz precisamente de otra parte. Entre lo esclarecedor y lo esclarecido el corte es radical, y es un corte tal que de un lado encontramos sólo conceptos ideológicos y del otro el conjunto de los conceptos cientí�cos que constituyen la “teoría”. Los conceptos ideológicos son inutilizables, su único uso posible consiste en el objeto que ofrecen a la aplicación de la teoría marxista. La �losofía de Marx va al matadero para dar a la cuchilla de la crítica materialista dialéctica la posibilidad de ejercitar su �lo. Si los Manuscritos del 44 constituyen un “objeto privilegiado” es porque éste “ofrece a la teoría marxista de las ideologías una ocasión ejemplar para ejercer y probar su método”14. Entre lo que dicen los manuscritos �losó�cos, entre su signi�cación inmanente explícita y, por otra parte, su sentido “verdadero”, el que le con�ere la teoría marxista y que sólo es legible en ella, el corte es tan grande que se trata de hecho de dos discursos diferentes, uno de los cuales es falso y el otro verdadero. Si se trata por ejemplo de comprender la evolución del pensamiento de Marx en el curso del formidable trabajo teórico por el cual, rechazando sucesiva y conjuntamente a Hegel y a Feuerbach, al idealismo y al materialismo, ese pensamiento llega a sí mismo, en un progreso que es justamente el de sus intuiciones 19 sucesivas, progreso que es su propio camino, que ese pensamiento vive, del cual es conciente y al cual reconoce como tal, precisamente no es esta conciencia de sí de Marx lo que debe ser tenido en cuenta, ni incluso ha de ser tomada seriamente. El pensamiento de Marx no da fe de sí mismo, no es el criterio, no es el que juzga, sino que es juzgado, sometido al criterio de un pensamientoextraño. “Por supuesto, no podía tratarse de aceptar, para a�rmar la presencia de un corte y de�nir su lugar... la frase en la cual Marx marca y sitúa ese corte (‘la liquidación de nuestra conciencia de antaño’) en 1845, a nivel de La ideología alemana. Para poner a prueba los derechos de esa declaración hacía falta una teoría y un método, hacía falta aplicar al propio Marx los conceptos teóricos marxistas en los cuales puede ser pensada la realidad de las formaciones teóricas en general (ideología �losó�ca, ciencia)”15. El tratamiento que conviene dar a la cuestión de la evolución del pensamiento de Marx es, por lo tanto, sólo un caso particular de aquello a lo que debe ser sometida la obra entera: “Todo ese trabajo teórico, precondición absoluta de toda interpretación, supone de por sí recurrir a un mínimo de conceptos marxistas provisorios, relativos a la naturaleza de las formaciones teóricas y su historia. Que la lectura de Marx tiene por lo tanto como condición previa una teoría marxista de la naturaleza diferencial de las formaciones teóricas y de su historia, es decir una teoría de la historia epistemológica, que es la teoría marxista misma; que esta operación constituye en sí un periplo indispensable, en el cual la aplicación de la �losofía marxista al propio Marx aparece como la condición previa de la inteligibilidad de Marx y al mismo tiempo como la condición de la constitución y el desarrollo de la �losofía marxista, eso es algo claro”16. Demasiado claro: “La teoría que permite ver claro en Marx... no es en efecto otra cosa que la �losofía marxista misma”17. La prescripción metodológica de esta lectura “crítica” de Marx encuentra entonces su formulación exacta: “volvamos a Lenin, y por él a Marx”18. La pretendida relectura, por lo tanto, no hace otra cosa que volver a hacer lo que el marxismo siempre hizo. Un pensamiento de genio va a ser medido con el rasero de un catecismo primario. Poco a poco descubriremos a qué contraverdades conduce inexorablemente un “método” semejante. Señalemos desde ahora, sobre el tema del corte, una inexactitud de importancia. Si bien se pretende que corresponde al marxismo y no al propio Marx circunscribir el lugar de sus mutaciones, se insinúa sin embargo que Marx mismo no pudo no darse cuenta del carácter “ideológico” de sus escritos �losó�cos, y que es esa la razón por la cual renunció a publicarlos. La a�rmación es formulada en dos oportunidades respecto de los Manuscritos del 4419 y 20 subrepticiamente extendida a La ideología alemana, como si la toma de conciencia lograda por Marx en ese trabajo hubiera tenido como conclusión precisamente el rechazo del mismo, su abandono sin remordimientos a la crítica roedora de los ratones. A favor de la confusión de la que se rodea el “corte”, La ideología alemana ya no es el principio de la liquidación de la conciencia de antaño, sino su objeto, y es ella misma liquidada. Tal interpretación no sólo es abusiva, es categóricamente desmentida por el propio Marx cuando, en 1859, pasados los años, inscribe en el prefacio de la Crítica de la economía política el inapelable juicio en el que la crítica radical del pensamiento alemán así como la clara conciencia de sus resultados son atribuidas a La ideología alemana, cuya no publicación es explícitamente atribuida a una negativa del editor: “cuando en la primavera de 1845 [Engels] vino a establecerse también en Bruselas, resolvimos desarrollar en común nuestras ideas, oponiéndolas a la ideología de la �losofía alemana. En el fondo, queríamos hacer nuestro examen de conciencia �losó�ca. Ejecutamos nuestro proyecto en forma de una crítica de la �losofía posthegeliana. El manuscrito –dos gruesos volúmenes en octavo– estaba hacía ya mucho tiempo en manos de un editor de Westfalia, cuando fuimos advertidos de que un cambio en las circunstancias impedía su publicación. Habíamos alcanzado nuestro objetivo principal: el esclarecimiento de nuestras propias ideas. De buen grado abandonamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones”20. Aún más graves son los errores que intervienen en la apreciación de la historia trascendental de los conceptos que se despliegan en los “escritos de juventud”: nos referimos al orden teórico de su fundación, de su surgimiento, elaboración, recti�cación, tachado, en �n de su reemplazo por conceptos adecuados. En lo que concierne al aporte más importante de los escritos �losó�cos, a saber la crítica radical de Hegel, se a�rma que carece de valor por ser aún feuerbachiana, cuando alcanza con leer el manuscrito del 42 para percibir que la crítica absolutamente novedosa y original, y que no tiene equivalente en toda la literatura �losó�ca de los siglos XIX y XX (si se exceptúa a Kierkegaard), es autónoma, mientras que los temas feuerbachianos aparecen sólo al �nal del escrito en cuestión, como un elemento extraño que se tomó prestado y una solución aportada desde el exterior a un problema aún no resuelto por Marx. Se condena en bloque a los Manuscritos del 44, cuando el tercer manuscrito contiene en estado implícito la puesta en cuestión de los dos primeros, cuando la síntesis de Hegel y Feuerbach que efectúa en los dos primeros textos y que signi�ca la genial aprehensión de su identidad – de la identidad del materialismo y el idealismo– determina la crítica de 21 Hegel en el tercer manuscrito precisamente como una crítica que ya no puede ser sólo feuerbachiana e implica ya el rechazo a Feuerbach como la consecuencia inevitable del rechazo a Hegel –que pre�gura entonces la inversión que se llevará a cabo en las Tesis sobre Feuerbach. Es en el sentido de esa inversión que se conquista y se de�ne el contenido �losó�co del pensamiento de Marx, contenido que se escamotea cuando se niega todo alcance a la crucial distinción entere praxis y teoría, reducida a una distinción ideológica, reservándose así el derecho de des�gurar completamente este pensamiento, pretendiendo reducirlo, y con él al marxismo, a la epistemología, o mejor aún a “una teoría de la historia epistemológica”. En términos generales, es vana la tentativa de desembarazarse globalmente de la obra �losó�ca subsumiéndola en su totalidad bajo el concepto (si se lo puede llamar así) de “humanismo”, declarando que “la �losofía del hombre le sirvió [a Marx] de fundamento teórico durante los años de juventud (1840-1845)”21, asimilando ese fundamento a la “vieja pareja individuos-esencia humana”22, como si el rechazo de ésta signi�case por lo mismo la exclusión de aquéllos y la de�nición de toda realidad individual como ideológica, a pesar de que el desmoronamiento de la ontología de lo universal, de la Gattungswessen y de la esencia humana se traduce, en 1845, en la irrupción de los “individuos vivientes” en el centro de la problemática y la de�nición de los presupuestos reales de la historia por éstos, mientras que el propio humanismo, como se verá, es equívoco e incluso contradictorio al más alto grado. De lo que se trata es de reconocer esa contradicción como una contradicción que atraviesa toda la obra �losó�ca y es inseparable de su inteligibilidad. Por doquier, una sola y la misma intención se despliega, suscita y contiene toda la problemática: la búsqueda de lo que debe comprenderse como la realidad y al mismo tiempo como un fundamento. Feuerbach y al principio Hegel mismo –contra Fichte23– pudieron pasar a los ojos del joven Marx como los pensadores de esa realidad, y es por eso que le sirvieron de guía en un cierto momento, antes de ser rechazados por la misma razón: porque, lejos de poder exhibirla o circunscribirla, por el contrario la perdían y dejaban escapar, porque, como lo comprendió Marx, en una ontología de la objetividad la realidad no puede ser identi�cada. La unicidad del proyecto �losó�co de Marx es lo que con�ere a la obra entera, y no solamente a la obra �losó�ca, su extraordinaria unidad. El juego sucesivo de los conceptos y, más aún, de las temáticas que se mani�estan en ella, se explica sólo a partir de ese proyecto fundamental 22 y como el modo desu realización progresiva. Es por eso que, si conviene reconocer en la obra de Marx una historia de los conceptos, ésta sólo puede ser interpretada a la luz de la teleología que la mueve secretamente. Es únicamente en razón de su adecuación a la misma que los conceptos son criticados, corre-gidos, rati�cados o eliminados. Sólo desaparecen los conceptos cuyo contenido es agotado por el hegelianismo (o su subproducto feuerbachiano). Es el caso, por ejemplo, del concepto de hombre, del primer concepto de historia, del primado de la esencia política, de la sociedad, etc. Por el contrario, permanecen o aparecen a través del trabajo de su elaboración teórica los conceptos que tienen una referencia de principio a la praxis, como por ejemplo los conceptos de individuo, de subjetividad, de vida, de realidad, etc. Por lo tanto hay que evitar cuidadosamente confundir la eliminación de su signi�cación hegeliana con la exclusión de�nitiva de un concepto, si éste es susceptible de recibir o adquirir una referencia de principio a la realidad en la nueva problemática proveniente de la inversión de Feuerbach. Lejos de conducir por ejemplo a su abandono de�nitivo por Marx, la crítica del concepto de alienación –que se anuncia en el tercer manuscrito, se realiza en la polémica contra Stirner y determina la investigación económica– marca el pasaje de la alienación ideológica que se encuentra en los neohegelianos y en el propio Hegel, que cali�ca la conciencia y se de�ne por ella, a la alienación real que concierne a la existencia y la pone en juego. Lo que oscila fuera del campo de la problemática no es la alienación sino el horizonte ontológico en el que ésta era aprehendida. Sucede lo mismo con todos los conceptos fundamentales de Marx: conceptos de individuo, historia, la praxis misma, que sólo sirve de base a los desarrollos ulteriores a partir del momento en que, escapando a los presupuestos de la objetividad así como de la sensibilidad, es pensada como tal y como la determinación más interior del ser. Una historia trascendental no es una historia lineal sino una génesis. No una génesis histórica, sino precisamente una génesis trascendental. Por lo tanto ya no se trata solamente de reconocer la aparición y desaparición de los conceptos y de sus diferentes funciones en los diferentes momentos de la problemática, ni aun de indicar las simples modi�caciones de la terminología que dejan intacto su objeto real – como por otra parte Marx mismo supo hacer cuando, hablando de la marcha hacia la realidad, hacia los “presupuestos materiales reales”, que constituye la teleología y el contenido de su re�exión �losó�ca, escribe en La ideología alemana: “Esta marcha estaba indicada ya en los Deutsch- französischer Jarbucher, en la ‘introducción a la Crítica de la �losofía del 23 derecho de Hegel’ y en La cuestión judía. Pero como en esos trabajos se usaba todavía la fraseología �losó�ca, las expresiones �losó�cas tales como ‘esencia humana’, ‘género’, que se deslizaban allí por tradición, proveían a los teóricos alemanes la anhelada ocasión de malinterpretar el desarrollo real y de creer que, una vez más, de lo que se trataba era simplemente de dar vuelta sus viejas vestimentas �losó�cas”24. Una historia trascendental de los conceptos re�eja esta marcha hacia la realidad y expone de forma sistemática sus resultados. Lejos de limitarse a relevar el orden de sucesión de los conceptos, instituye el orden de su fundación y opera la discriminación radical entre los conceptos últimos, los conceptos fundadores, y aquellos que encuentran en los primeros su fundamento. Conceptos que en la obra de Marx van juntos, que encontramos por ejemplo en los mismos textos, no se sitúan en modo alguno en un mismo plano, su poder teórico de explicación es diferente, reposa cada vez sobre su signi�cación ontológica y reenvía a ella. Es el análisis el que opera la discriminación decisiva entre los conceptos fundadores y los que derivan de ellos y, en la medida en que consiste en última instancia en la puesta al desnudo de los niveles del ser y en el reconocimiento de su esencia última, se trata de un análisis �losó�co. Es la interpretación del ser como producción y como praxis la que determina en última instancia el orden de fundación de los conceptos así como el de sus funciones respectivas en el cuerpo de la problemática. En El Capital, por ejemplo, la disociación entre la oposición propia de la escuela inglesa entre capital �jo y capital variable y, por otro lado, la oposición con la que Marx la sustituye (cuando de lo que se trata es de explicar el movimiento del capital, es decir el capital mismo), oposición entre capital constante y capital variable, reenvía, más allá del campo ideal de la economía, a la realidad misma y a sus constituyentes últimos. He ahí por qué es absurdo pretender que el pensamiento de Marx marca el �n de la �losofía, y consiste en la sustitución de los conceptos inoperantes de la �losofía alemana por conceptos cientí�cos, económicos, sociológicos, etc.: porque los conceptos sobre los que se funda el análisis del Capital son exclusivamente conceptos �losó�cos, y ello en un sentido radical –conceptos ontológicos. He ahí por qué no se puede trazar cortes en la obra de Marx �ándose exclusivamente de la cronología, en la simple presencia –o en la ausencia– de ciertos conceptos en la sucesión de los textos. Sí sería necesario, en principio, respetar esa cronología. Cuando se pretende dividir la obra de Marx en dos períodos, de los cuales el primero se de�ne por el reinado de los conceptos de hombre, individuo, alienación, trabajo alienado, etc., 24 mientras que el segundo vería la desaparición de esos conceptos ideológicos y el surgimiento en su lugar de conceptos teóricos nuevos y propios del marxismo, tales como fuerzas productivas, relaciones de producción, clases, etc., se olvida que los conceptos de clase y producción están presentes en los escritos de juventud, mientras que, con excepción del concepto de hombre, los conceptos �losó�cos atraviesan la obra entera. La única cuestión que interesa a una historia trascendental –y no a una simple historia– de los conceptos del pensamiento de Marx, es la cuestión de la determinación de los conceptos fundamentales y de la relación que se establece entre los diferentes conceptos en tanto que relación �losó�camente fundada. Ahora bien, lo que aparece a la mirada de una cuestión tal, es que los conceptos de fuerzas productivas, clases sociales, etc. –los conceptos fundamentales del marxismo– no son de ningún modo los conceptos fundamentales del pensamiento de Marx. Esto signi�ca que, dado que las realidades que ellos designan no son originales en el orden del ser, no pueden, en tanto que conceptos, aportar las premisas del análisis teórico. Vemos invertirse entonces en la obra económica la relación que se establece entre los conceptos cientí�cos, económicos, sociales, históricos, etc., y, de otro lado, los conceptos �losó�cos: lejos de desaparecer de la problemática, estos últimos se proponen de ahora en más como sus conceptos fundadores. Y no por casualidad, si los conceptos de la generalidad se ven privados de su sustancia cuando el horizonte ontológico del hegelianismo sale del campo del pensamiento de Marx. Las fuerzas productivas, las clases sociales, no son realidades primeras ni principios de explicación sino aquello mismo que debe ser explicado, y simples títulos para el análisis. La problemática de las fuerzas productivas, por ejemplo, desemboca en su descomposición en el elemento subjetivo de la praxis individual, que funda por sí sola el valor y da cuenta del sistema capitalista, mientras que el elemento objetivo no cumple en el historial del capitalismo más que un papel ilusorio –es el objeto de toda la demostración de Marx– y puramente negativo. La historia de la subjetividad de esas fuerzas es la historia de esas fuerzas, la historia del capitalismo, la historia del mundo. Del mismo modo, las clases implican un naturante y en consecuencia una genealogía que,como se verá, encuentra igualmente su principio en la praxis. Situar esas fuerzas o esas clases en el origen del análisis, hipostasiar unas y otras y el régimen capitalista mismo a título de naturante de todo lo que se produce en él, es invertir el orden de la explicación, es sustituir el pensamiento de Marx por el resumen de Engels y Lenin, el viejo 25 catecismo que se deja reconocer demasiado fácilmente bajo los colores ya desgastados del “estructuralismo”. Las indicaciones que preceden se dan aquí sólo a título programático: ninguna teoría de los textos puede constituir la condición previa de su lectura, sólo puede resultar de ésta. La epojé del marxismo no es más que la condición negativa de esa lectura. Positivamente, la intelección del pensamiento de Marx consiste, como hemos sugerido, en la repetición de sus intuiciones y sus evidencias fundamentales. Esa repetición es la reactualización de las signi�caciones que forman en conjunto la obra de Marx. En el curso de esta reactivación, las evidencias y su contenido fenomenológico efectivo no sólo se proponen de nuevo ante la mirada del pensamiento �losó�co: conducen las unas a las otras por caminos que están trazados en ellas y que constituyen su explicación sistemática. Es así que se sitúan unas respecto de las otras según las relaciones de la implicación analítica y, a �n de cuentas, de la fundación esencial. Se dejan reconocer entonces, en la apodicticidad de la evidencia de esas relaciones, los textos y los conceptos fundamentales –no aquellos que son declarados tales en virtud de una interpretación arbitraria o fantasiosa, sino en razón del carácter esencial (es decir fundador) de su contenido. Fundamentales son los textos y conceptos que explican a los otros y no pueden ser explicados por ellos. Ciertamente este método no carece de presupuestos. Implica, brevemente, que no se trate el pensamiento de Marx como una ideología, es decir que accedamos a él a partir de él mismo, de sus intuiciones y de sus evidencias propias, precisamente en el acto de su repetición, y no por el rodeo de una explicación causal, es decir de un conjunto de proposiciones teóricas exteriores a su contenido intrínseco y diferentes de ese pensamiento. Lo que hace del pensamiento de Marx una �losofía es que da cuenta de sí mismo y es por sí mismo su propio fundamento teórico. Esto signi�ca, nuevamente, que ninguna de sus proposiciones de principio es establecida a partir de un saber de otro orden, y la tesis de que en Marx la �losofía se disuelve en las diversas ciencias positivas es decididamente absurda. El estatuto que aquí se reconoce a la �losofía de Marx no entra en con�icto, naturalmente, con su crítica de la ideología, ni tampoco reconduce subrepticiamente al hegelianismo. Decir que el contenido de las evidencias de principio sólo se da al acto de la aprehensión intuitiva y sus efectuaciones concretas, no es hacer depender ese contenido de un acto tal –y, en conformidad con la tesis esencial de la crítica del idealismo alemán, el pensamiento carece de poder. El pensamiento en Marx es la visión del ser cuya 26 estructura interna es irreductible a la de esa visión, es irreductible a la teoría, es praxis. Por lo tanto tomaremos aquí a Marx en serio. Marx no es para nosotros como un enfermo tendido sobre el diván de un analista y cuyos balbuceos no podrían servir más que de índice o de síntoma en el descubrimiento de la verdad. No es a través de las lagunas, los silencios o los blancos de su discurso que pretendemos saber de él más de lo que él dice, acceder a un saber de otro orden, a otro discurso escondido bajo el discurso aparente y que sólo viene a nosotros a través de sus caídas o sus debilidades. Una pretendida lectura “sintomática” de Marx no sólo afronta, en la ocurrencia, el ridículo de la presunción, también reenvía a un psicoanálisis demasiado evidente, si de lo que se trata es sólo de hacer revivir bajo el contenido “mani�esto” del pensamiento de Marx el contenido latente del marxismo. La repetición �losó�ca del pensamiento de Marx no sólo proyecta una vez más en la esfera de la actualización fenomenológica el contenido de sus evidencias decisivas, organizadas según el lazo de su encadenamiento de principio. Es con tal lazo, en última instancia, que el principio escondido de su unidad se ve arrancado al dominio inexpresado en cuyo fondo todo pensamiento descansa, y se mueve hacia la luz. Es así que, como Kant y Hegel se atrevieron a decir, la interpretación �losó�ca del pensamiento de los �lósofos se dirige siempre en último término hacia “lo que ellos quisieron decir”25. Que ese objetivo y esa intención última de un pensamiento le sirve a éste inevitablemente de principio uni�cador, lo vemos en que, percibidos en el campo de inteligibilidad abierto por ese principio, todas las proposiciones escritas por un �lósofo tienen –a pesar de su contradicción aparente o de su diversidad y más aún de la heterogeneidad de los sistemas conceptuales que ellas elaboran o a los cuales se dirigen– una misma signi�cación. Es lo que aparece de modo embargante a toda comprensión del pensamiento de Marx que se lleve a cabo bajo el modo de la repetición. A esta comprensión interior le es dado percibir la manera en que, a través de los diversos “períodos” y sus presupuestos �losó�cos, a través de Hegel, de Feuerbach y de su inversión, a través del descubrimiento esencial de la praxis y la puesta en práctica a partir de ella de nuevas problemáticas, se per�la, surge, para encontrarse �nalmente rigurosamente determinado, lo que Marx quiso decir. Unas palabras, �nalmente, sobre la utilidad o la oportunidad de la “marxología”. ¿Para qué tantas disertaciones eruditas cuando los 27 hombres mueren de hambre? Pero el drama del siglo XX no resulta solamente de la persistencia de la miseria en un mundo evolucionado. Golpea también a los regímenes que se construyeron reclamándose de Marx y, al parecer, a la luz de su pensamiento. ¿Y si los principios de ese pensamiento –los individuos vivientes– explicaran el fracaso de esos regímenes, la abstracción sobre la cual han pretendido constituirse, la ley in�exible de su depravación y de sus horrores? Demos la palabra entonces al propio Marx. 2. Pl, I, 1484; damos en pp. 7 y 8 la lista de las abreviaciones utilizadas en las notas. 3. Pl, I, 1463; subrayado por nosotros. 4. Ludwig Feuerbach et la �n de la philosophie classique allemande, Éditions sociales, Paris, 1966, 25-27. 5. En Riazánov, Karl Marx, homme, penseur et révolutionnaire, Anthropos, Paris, 1968, 78. 6. Reason and Revolution, Beacon Press, Beacon Hill, Boston, 1960, 258. 7. E. Mandel, La formation de la pensée économique de Karl Marx, Maspero, Paris, 1967, 154. 8. Comunicación sobre la herencia literaria de Marx y Engels, presentada el 20 de noviembre de 1923 ante la Academia Socialista de Moscú, en D. Riazanov, Karl Marx, homme, penseur et révolutionnaire, op. cit., 198-199. 9. Pl, I, 1484, nota. 10. Socialisme et science positive, Giard et Brière, Paris, 1897, 162. 11. Comunicación sobre la herencia literaria de Marx y Engels, en Karl Marx, homme, penseur et révolutionnaire, op. cit., 195. 12. « L’idéologie allemande et les Théses sur Feuerbach », en L’homme et la société, número especial, 150º aniversario de Karl Marx, enero-marzo 1968, Anthropos, Paris. 13. L. Althusser, Pour Marx, Maspero, Paris, 1965, 81. 14. Ibid., 156. 15. Ibid., 24, subrayado por Althusser. 16. Ibid., 30-31. Con la circularidad a la cual se hace alusión, y en tanto la �losofía marxista se forma y se desarrolla en contacto con la de Marx, ¿no queda salvaguardado el rol de éste en esa formación? Pero ese contacto se agota en la “aplicación de la �losofía marxista a Marx”. Más aún, esa “�losofía” que se aplica a Marx en modo alguno procede de él, no es su “verdad”, su resultado o su estado acabado –lo cual implicaría el mantenimiento de un punto de vista hegeliano–, sino que constituye una teoría autónoma, cuya relación con su condición histórica sólo puede ser externa.Entre Marx y el marxismo, la circularidad invocada para encubrir la completa heterogeneidad que se estableció entre ellos –“una verdadera lectura crítica, que aplique al texto de Marx los principios mismos de esa �losofía marxista que buscamos no obstante en El Capital” (Lire le Capital, Maspero, Paris, 1966, II, 10)– no puede justamente cumplir ese papel y aparece como totalmente ilusoria, si notamos que la �losofía marxista en cuestión no es en realidad otra que la de Engels y Lenin, retocada por Mao. 17. Pour Marx, op. cit., 31-32. 18. Ibid., 103. 28 19. “...dar cuenta de esa dialéctica paradojal cuyo más extraordinario episodio son sin duda esos manuscritos, que Marx nunca publicó...” (ibid., 160); “ese texto que él nunca publicó...” (ibid., 28, destacado del autor). 20. Pl, I, 274. Subrayado por nosotros. Se sabe por otra parte que durante más de un año Marx y Engels hicieron todo lo posible para que su obra sea publicada. 21. Pour marx, op. cit., 229. 22. Ibid., 235. 23. La carta a su padre del 10 de noviembre de 1837 es relevante a este respecto. Allí vemos cómo el primer proyecto �losó�co de Marx, inspirado en Fichte, de componer una metafísica del derecho, deja lugar a otro, que se reclama por el contrario de Hegel. El hegelianismo aparece en ese momento ante Marx como una �losofía de la realidad, por oposición a la de Fichte: “Venía primero lo que yo había querido bautizar metafísica del derecho, es decir principios, re�exiones, de�niciones, todo ello sin relación con el derecho real y toda forma real del derecho; justamente como en Fichte” (Costes, IV, 3). La continuación de la carta, que abunda en fórmulas de inspiración hegeliana, muestra claramente la signi�cación realista del pensamiento hegeliano a los ojos del joven Marx. Cf. por ejemplo: “En la expresión concreta del mundo ideal viviente, como lo son el derecho, el Estado, la naturaleza, toda la �losofía, hay que sorprender por el contrario al objeto en su desarrollo; no es conveniente introducir divisiones arbitrarias; la razón del objeto, en tanto que contradictoria en sí, debe continuar su desarrollo y encontrar su unidad en sí misma” (ibid., 5); y también: “partiendo del idealismo, que, dicho sea de paso, yo había confrontado con los elementos de Kant y Fichte y con los cuales lo había alimentado, llegaba a buscar la idea en lo real mismo. Si antes los dioses habían sobrevolado la tierra, ahora se habían transformado en su centro” (ibid., 10). Como veremos, es la teleología de la realidad la que explica el lugar del hegelianismo en los escritos de juventud, es decir, a un tiempo el recurso a Hegel y su rechazo. 24. Costes, VII, 253-254; ES, 268-269. 25. Cf. Heidegger, Kant et le problème de la métaphysique, trad. [al francés] A. de Waelhens y W. Biemel, Gallimard, Paris, 1953, 255-256. 29 30 CAPÍTULO I La crítica de la esencia política:el manuscrito del 42 La repetición de las evidencias esenciales a través de las cuales se constituye progresivamente el pensamiento de Marx y que van a de�nir la base sobre la que se edi�cará, a su vez, el análisis económico, tiene necesariamente su punto de partida en la elucidación sistemática de la Crítica de la �losofía del Estado de Hegel, que se ofrece a nosotros como el primer gran trabajo teórico de Marx. A decir verdad, no se trata solamente de una fase inicial de la re�exión del “joven Marx” sino de la emergencia, a partir de los años 42-43, de intuiciones decisivas que van a comandar toda la obra por venir y, poniéndola de entrada en contacto directo con lo real, van a determinarla desde un principio como una �losofía de la realidad. La Crítica de la �losofía del Estado de Hegel es un comentario, parágrafo por parágrafo, frase por frase, y en ocasiones palabra por palabra, de los Principios de la �losofía del derecho de Hegel. La parte que se conserva del manuscrito de Marx analiza los parágrafos 261 a 313 de la obra de Hegel. En este texto extraordinario, de un alcance �losó�co sin límite, nos es dado seguir paso a paso, desde un principio, lo que fue propiamente el diálogo de Marx con Hegel, la primera elaboración de un pensamiento que al mismo tiempo sucumbe al hegelianismo y también, de manera radical, rompe con él y con los principios que dominan, desde Grecia, la �losofía occidental. El parágrafo 261 de los Principios de la �losofía del derecho dice: “Frente a las esferas del derecho privado y del bien privado, de la familia y de la sociedad civil, el Estado es, por un lado, una necesidad exterior y la potencia superior a cuya naturaleza están subordinadas las leyes así como los intereses de aquellas esferas, y de la cual dependen; pero por otro lado es su �n inmanente, y su fuerza reside en la unidad entre su �n último universal y el interés particular de los individuos, en el hecho de que éstos tienen deberes para con él en la medida en que tienen al mismo tiempo derechos”. La inmediata toma de posición de Marx frente a este texto nos entrega el presupuesto inicial y �nal de todo su análisis: es un presupuesto hegeliano, y se trata de la a�rmación de que el Estado no se superpone a la sociedad civil y la familia como un agregado sintético a su ser, como un principio externo destinado a organizarlos, a regularlos desde el exterior; muy por el contrario, el Estado es la realidad misma de esas esferas que se sitúan bajo él, es él quien las anima, él quien de�ne su vida y en consecuencia su �n como “�n inmanente”. La realidad ontológica del Estado constituye la realidad de la sociedad civil 31 y la familia: es eso lo que se expresa, en términos hegelianos, como homogeneidad de lo particular y lo universal, homogeneidad que hace posible y de�ne por sí sola la libertad concreta, es decir la identidad del sistema del interés privado, cuyo despliegue se da en la sociedad civil, con el sistema del interés general, que no es otro que el Estado, homogeneidad que debe ser comprendida sin embargo en el sentido que acaba de ser planteado, como una determinación radical de lo particular por lo universal. Con esta tesis hegeliana, que es todavía su propia tesis, Marx sacude el edi�cio hegeliano. Marx quiere la identidad de lo particular y lo universal, y lo que reprocha a Hegel es que a�rma esa identidad sin ser capaz de establecerla, tal como lo hace aparecer su propio discurso. Porque, ¿cómo el Estado podría presentarse como una necesidad exterior a la familia y a la sociedad civil, si en verdad constituye su realidad interior y su �n “inmanente”? Pero ¿de qué modo da cuenta Hegel, en el orden del ser, de la a�nidad entre lo particular y lo universal, de qué modo el Estado determina las esferas concretas de la sociedad y la familia? El parágrafo 262 de los Principios de la �losofía del derecho responde a la pregunta: “La idea real, el espíritu, que se escinde él mismo en las dos esferas ideales de su noción, la familia y la sociedad civil, consideradas como su �nitud, atribuye entonces a esas esferas, para salir de su idealidad como espíritu real in�nito para sí, las materias de su realidad �nita, los individuos en tanto que masa, de modo que, para cada individuo, esa atribución aparece como mediatizada por las circunstancias, lo arbitrario y la elección propia de su determinación”. Esto quiere decir: para realizarse, para ser y manifestarse, el espíritu se divide, se opone a sí mismo, no solamente bajo la forma de un horizonte vacío sino poniendo algo frente a sí, el ente, la determinación opaca que necesita para re�ejar su luz, de modo que, en esta re�exión, vuelve a sí mismo, emerge en la efectividad, en lo in�nito del ser para sí, lo que Hegel llama precisamente la idea real, la in�nitud. La tesis fundamental de Hegel según la cual la Idea no es un simple concepto sino que incluye en sí a la realidad, la realidad empírica, según la cual la Idea se realiza, se hace evidente cuando enseña su motivación fenomenológica última. Con la realidad de la Idea, la familia y la sociedad son puestas en el Estado. Ayudado por la lectura reciente del capítulo VIII de la primeraparte de La esencia del cristianismo, donde Feuerbach expone, de modo sumario sin duda, el pensamiento de Schelling y sobre todo el de Boehme, Marx reconoce el fondo de la �losofía alemana, la explicación última de su “panteísmo”, de la necesaria inclusión de la naturaleza en el espíritu para volverlo posible. Su comentario es fulgurante: “La familia y 32 la sociedad civil aparecen como el sombrío fondo natural [der dunkle Naturgrund] donde se enciende la luz del Estado”26. Puestas como incluidas en el desarrollo de la Idea y queridas por ésta, necesarias para ese desarrollo y en él, la familia y la sociedad civil deben ser comprendidas como “esferas ideales”, y también “�nitas”. Son �nitas en la medida en que no tienen en sí mismas su razón de ser, sino sólo fuera de ellas, justamente en la Idea, es decir, a �n de cuentas, en la exterioridad misma y en las condiciones de su devenir fenomenológico efectivo. Pero situémonos con Marx en el punto de vista de esas esferas, que no designan otra cosa que la actividad concreta de los individuos, su vida en el seno de la familia, su trabajo para alimentarla, las relaciones que contraen con los otros individuos en el intercambio de sus trabajos y productos, los encuentros, los con�ictos que surgen en el juego de esas relaciones, en de�nitiva lo que llamamos la sociedad civil. Lo que se hace visible entonces es que, en su �losofía del Estado, Hegel no describe esas esferas por ellas mismas, no aprehende su realidad tal como es, en sí misma, las leyes que reconoce no son sus leyes sino que son la ley de la Idea, las determinaciones que les con�ere no son sus propias determinaciones sino los predicados de otra cosa, la vida que toca en ellas no es su vida, con sus exigencias, sus motivaciones inmanentes, individuales y propiamente vitales, sino la vida de una esencia diferente, su espíritu no es el suyo sino un espíritu extraño; en resumen, no es de su existencia de lo que se trata. Marx escribe, siempre bajo la in�uencia de Feuerbach, aunque el tono es más bien el de Kierkegaard: “La realidad no es expresada como ella misma sino como otra realidad”, ella “no tiene como ley su propio espíritu sino un espíritu extraño”27, “no es la propia vida de la familia y de la sociedad civil la que las une para formar así un Estado, sino que es la vida de la Idea la que ha hecho suyas familia y sociedad civil; y éstas son la �nitud de esa idea; deben su existencia a otro espíritu, que no es el suyo propio; son determinaciones puestas por un tercero y no determinaciones propias: de ahí que se las determine también como “�nitud”, como la propia �nitud de la “idea real”. La �nalidad de su existencia no es la existencia misma”28. Dado que el juego de la actividad individual que se despliega en la familia y en la sociedad no encuentra su principio en el individuo mismo, en sus necesidades, sino en la idea real, en el Estado, el individuo no es otra cosa que una “manifestación” de la esencia universal, en el sentido de un simple “fenómeno” de esa esencia cuya autorrealización se desarrolla de allí en más “detrás del telón” –de modo que todo el 33 desarrollo deviene a la vez ideal e inconsciente–; la mediación entre los individuos que ese juego real constituye no es otra cosa que “el fenómeno de una mediación que la idea ejecuta sobre sí misma”, ese juego, los actos que lo componen “no son simplemente enunciados como lo verdadero, lo necesario, lo justi�cado en sí y para sí, no están dados en sí como lo racional; y por otra parte sin embargo lo son, pero de modo tal que son dados como una mediación aparente, dejados tal y como son, pero haciéndoles cobrar al mismo tiempo la signi�cación de una determinación de la idea”29. Y dice también Marx: “la realidad... es también enunciada como racional, pero no es racional gracias a su propia razón, sino porque el hecho... adquiere, en su existencia... otra signi�cación que la que él mismo tiene”30. Aquí se invierte la pretensión hegeliana de identi�car lo real con lo racional, es decir, del mismo modo, la a�rmación de la homogeneidad entre lo particular y lo universal. O más bien, lo que se desplaza es el lugar mismo de la razón e, idénticamente, el de la realidad. Porque, mirándolo de cerca, Marx no niega en absoluto que lo real sea racional, muy por el contrario lo a�rma; más precisamente todavía, a�rma que la racionalidad de lo real reside en lo real mismo. “En lo real mismo”: no fuera de lo real, en una realidad otra. ¿Cuál es la realidad exterior a lo real, extraña a lo real, que no es su racionalidad, que no es la racionalidad y que al mismo tiempo no es lo verdadero, la realidad? Es la “luz del Estado”, es la luz misma, aquello que se produce en el proceso interno de oposición a sí por el cual la Idea se realiza objetivándose –es la objetividad misma, la alteridad como tal, la idealidad. Y la objetividad es ideal no sólo porque se produce en el desarrollo interno de la idea y le pertenece, sino precisamente porque no es la realidad. Pero, según Hegel, la Idea no solamente produce la objetividad, la luz del Estado produce también en su desarrollo propio y, por consiguiente, pone por sí misma, las “materias del Estado”, a saber precisamente la familia y la sociedad civil. Eso es lo que Marx recusa. El develamiento de la actividad concreta de los individuos y de su juego a través de la familia y la sociedad civil bien puede hacerse en la luz de la idealidad y por ella, mas el origen de esa actividad, su naturaleza, su poder, su desarrollo, su producto, no son el origen, el poder, el desarrollo, el producto por el cual la Idea se realiza objetivándose. He aquí por qué la ley de la Idea no tiene nada que ver con la ley de esa actividad concreta, por qué el poder de la idea carece de poder en lo que concierne al poder real, a saber el poder de los individuos de producir y de mantenerse, organizándose en la familia y en la 34 sociedad. La actividad real no es la objetivación. La objetivación deja ser a lo que es, pero de lo que es nada cambia y, como dice Marx acerca de los individuos en el entrecruzamiento de sus actividades, éstos “son dejados tal y como son”31. Y por eso la mediación de la apariencia objetiva es una “mediación aparente”32: porque no ha tomado parte en lo que se produce realmente. Si lo que se produce realmente en la familia y en la sociedad civil, por la actividad concreta, circunstancial y al parecer librada al azar de los individuos, no procede del movimiento de la idea, entonces no puede ser comprendido como el ser-devenido de la Idea en su objetivación, como el ob-jeto, y el so�sma de Hegel queda denunciado: “los sujetos reales, dice Marx, la sociedad civil y la familia, ‘las circunstancias, lo arbitrario, etc.’, se convierten aquí en momentos objetivos de la idea, irreales, con un sentido distinto”33. No son reales y no pueden serlo, en tanto y en cuanto son los objetos de la objetivación; tienen un sentido diferente, diferente de su sentido verdadero o más bien de su realidad, en tanto y en cuanto ese sentido es su procedencia de la idea. En resumen, la objetividad contiene la realidad como lo que ella no contiene, no explica, no produce, como aquello de lo que no es la razón. En el movimiento de objetivación de la Idea que la deja ser como ob-jeto, la realidad es “arbitraria”. La Crítica de la �losofía del Estado de Hegel es desde un principio la crítica radical de toda subsunción, a saber la subsunción de lo particular a lo universal, la creencia de que la realidad es realmente explicada, expuesta en su ser, cuando es expuesta a la luz de la Idea. Pero esta exposición nunca es la razón de lo que así es expuesto, de su realidad interna, propia, especí�ca, particular. Hegel concibe el desarrollo de la Idea como orgánico, pero ¿por qué ese organismo es llamado organismo político, organismo del Estado, y no organismo animal o sistema solar?34 La idea no es la medida de lo real, toda subsunción ideal es arbitraria. Pero toda subsunción es ideal: la subsunción no sólo es arbitraria, es la fuentey el fundamento de lo arbitrario como tal, la fuente y el fundamento de la contingencia. La racionalidad ekstática de Hegel forma el horizonte de la contingencia y es idéntico a éste. En el horizonte de esta subsunción todas las “determinaciones” “son y siguen siendo algo incomprendido, porque no se las comprende en su ser especí�co”35, todas las determinaciones, y las determinaciones políticas también, por ejemplo el poder gubernamental. “La única determinación �losó�ca que Hegel da del poder gubernamental es la ‘subsunción’ de lo individual y lo particular a lo universal, etc. Hegel se contenta con eso. Por un lado la categoría ‘subsunción’ de lo particular, etc. Hay que realizarla. Hegel toma entonces una cualquiera de entre las existencias empíricas del 35 Estado prusiano o moderno (tal y como es y sin cambiar nada) que realiza, entre otras, también esa categoría, si bien ésta no expresa el ser especí�co de esa existencia”36. Se puede “subsumir” cualquier cosa, y toda unidad ideal de medida es una ilusión. Marx rechaza la pretensión de instituir una investigación matemática de lo real, recusa de antemano el desarrollo “cientí�co” de las “ciencias humanas”. “La matemática empleada es también subsunción”37. Pero si lo real es arbitrario en el ékstasis de la subsunción, como ob- jeto, entonces es racional en sí mismo, en la inmanencia de su ser propio, y el lugar de la razón es hallado en y por su identidad con lo real. Marx descubre el concepto de una razón que nada tiene que ver con el desarrollo de la Idea, con la idealidad, con la universalidad, con el pensamiento. ¿Cuál es entonces esa razón, qué es lo real con lo cual se identi�ca? Es, como hemos visto, la actividad individual, la necesidad [besoin] en la que se enraíza, la vida. La vida de los individuos es la razón porque es ella la que explica y produce la formación de la familia y de la sociedad civil. La vida de los individuos es la razón verdadera porque su explicación no es un explicat, un hacer entender lo que es, una simple teoría y, como dice Marx, una “consideración”38, una consideración que deja sin cambios aquello que interpreta, sino precisamente porque produce aquello que explica, y es así su razón en el sentido ontológico de fundación, de fundamento. El propio Estado político halla su origen en la actividad especí�ca de los individuos y no puede ser comprendido sino a partir de ésta. Hegel interpreta al Estado como la objetivación de la Idea, pero el Estado presenta un contenido particular, una diferenciación interna, se divide en diversos poderes, su organización se expresa y resume en la constitución. ¿Proceden todas esas determinaciones políticas del movimiento de la Idea y se explican a partir de éste? ¿Alcanza con describir el poder legislativo como el pensamiento y la de�nición de lo universal, el poder ejecutivo como la clasi�cación de esos casos individuales bajo ese universal, el poder soberano, �nalmente, como el poder de decisión al cual la autoridad suprema del Estado está sin cesar sometida? En otros términos: el autodesarrollo de la esencia universal en la objetivación en la que se realiza, ¿encierra realmente –más allá de la posición de la ley como legalidad universal a la cual están todos sometidos y que, se supone, expresa el interés general– el surgimiento de lo particular, a saber los casos que el ejecutivo y la administración subsumen bajo la ley, en �n, el surgimiento de lo individual, a saber el individuo que lleva a cabo efectivamente la subsunción y, de un modo 36 general, toma la decisión última sobre todos los asuntos del Estado? El príncipe que gobierna, en el cual se concentra la esencia política en su efectividad actuante y que Hegel llama por esta razón el “soberano”, ¿procede de la Idea? El hecho de que la crítica de Marx se concentre sobre este punto, sobre el problema del individuo aprehendido en su irreductibilidad a la esencia ideal de la universalidad, es algo destacable. Es la heterogeneidad ontológica entre la realidad y la idealidad lo que se encuentra rea�rmado aquí, en el momento en que sin embargo esa realidad es aprehendida y de�nida inequívocamente como el individuo. Cuando la problemática de Marx parece inclinarse hacia un análisis más preciso de la especi�cidad del poder político, su signi�cación ontológica se mani�esta con evidencia. Bajo la apariencia de una crítica de la monarquía, detrás de la polémica contra el rey de Prusia, de lo que se trata es del estatuto de la realidad, lo que está nuevamente en cuestión es su inserción en la objetividad ideal. La imposibilidad de deducir un individuo, este individuo en particular, del proceso interno de la noción, puede parecer obvia. Pero si bien el manuscrito de Marx comienza con el comentario del parágrafo 261 de los Principios de la �losofía del derecho, no debemos olvidar el desarrollo anterior de esa obra, por el cual Hegel entiende justi�car su �losofía política y aportar precisamente la génesis conceptual de todas las determinaciones reales del Estado. El concepto original a partir del cual la �losofía, y no ya la historia, expone las determinaciones políticas en su necesidad racional, es el de voluntad libre. La voluntad es la esencia universal cuya Idea o concepto realizado es precisamente el Estado en la totalidad de su realización y organización. Por lo tanto es el desarrollo de la esencia universal de la voluntad, sin aporte exterior, lo que da cuenta de modo exhaustivo de la particularidad e individualidad de las que el Estado toma su contenido efectivo, lo que da cuenta desde un principio de la particularidad y la individualidad como tales. La esencia universal funda la particularidad en el sentido de que la voluntad sólo sale de la nada de su indeterminación primitiva en tanto que así lo quiere, es decir en tanto que se determina a ser tal o cual acto de voluntad, en consecuencia tal o cual acto particular. Pero la voluntad efectiva en su particularidad encierra también, si se realiza, y en tanto que se realiza, una estructura monádica, es una voluntad en el sentido de la voluntad de alguien en particular, y la individualidad es el tercer momento de la esencia universal. Particularidad e individualidad no son originalmente ni limitaciones ni alteraciones externas o incomprensibles de la esencia 37 universal de la voluntad, sino los momentos de su devenir positivo y precisamente su realización. En la particularidad y en la individualidad la voluntad deviene Idea, es decir supera el simple nivel de la existencia conceptual para ser la realidad. Sin embargo la concepción ideal de la voluntad libre está sobredeterminada en Hegel por una presuposición ontológica más última, a saber, que la efectuación interior del querer por el cual la voluntad deviene una voluntad particular y real es su objetivación. Es la razón por la cual el autodesarrollo de la noción es idénticamente el surgimiento de la objetividad, también la razón por la cual la individualidad es de�nida en el parágrafo 7, γ de la introducción de los Principios de la �losofía del derecho como la relación entre la particularidad y la universalidad39. La individualidad no es sólo ni esencialmente lo que adviene en un acto efectivo de voluntad, a saber la forma monádica interna, sino más bien la inmersión de la determinación particular en el ámbito de la objetividad que es universalidad real: algo y el pensamiento, el ente en el ékstasis del horizonte que se libera. Y es entonces que la determinación individual deviene, propiamente hablando, una determinación en el sentido de una negación, es entonces que la particularidad y la individualidad revisten el carácter natural de la �nitud. La teoría del Estado monárquico repite esas presuposiciones. El Estado es la realización verdadera, acabada, de la esencia universal de la voluntad. Esto quiere decir que en el Estado la voluntad desarrolla su ser de modo exhaustivo, desarrolla entonces cada una de sus determinaciones, se lleva al límite, saca de sí toda la realidad incluida en su posibilidad, la “condensa”,
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