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A. D. Winepear Qué ha dicho verdaderamente LUCRECIO DONCEL Armauirumque Armauirumque UUE HA DICHO VERDADERAMENTE 2. Qué ha dicho verdaderamente LUCRECIO, Alban Dewes Winspear, 1.· edición, 1971. © Harvest House Ltda. Montreal. © Doncel, Madrid. • Titulo original: “Lucretius and scientific thought". • Traducción española por Natalia Calamai. • Edita: Doncel, Pérez Ayuso, 20, Madrid-2. Depósito legal: M. 12.910-1971 Impreso en Rúan, S. A. - P.° de la Industria. Alcobendas (Madrid). LUCRECIO N ació posiblemente en Pompeya, alrededor del año 99 a. de C. Se suicidó alrededor del año 55 a. de C. Marco histórico 10b a. de C. Nace Cicerón 100 a. de C. Nace César 60 a. de C. P rim er Triunvirato de César 49 a. de C. César pasa el Rubicán 44 a. de C. Muerte de César 43 a. de C. Muerte de Cicerón 1. La originalidad de Lucrecio M ienso que la mayor parte de los estudiosos que -*· hayan prestado una sería atención al tema ad mitirán que Lucrecio fue un poeta de talento extra ordinario, que conjugó un fervor casi profético con un supremo dominio de la técnica de la composición poética, y que como resultado de esta combinación de fervor y habilidad produjo uno de los poemas más impresionantes de toda la historia de la litera tura. Sin embargo, aun admitiendo lo anterior, los estudiosos tienden, con una desconcertante unanimi dad, a negar la originalidad intelectual de Lucrecio. Opinan que Lucrecio fue un gran traductor y versi ficador, pero cuyo sistema de ideas se puede encon trar ya terminado en Epicuro. Su aportación habría consistido, por lo tanto, en haber traducido el sis tema de Epicuro al latín y en haberlo expuesto en un «tour de force» de alta poesía. Según la opinión más extendida, en Lucrecio no hay rastro de pensa miento original. Esta opinión negativa puede tener su explicación en una justificación histórica, pues la máxima influencia de Lucrecio sobre el pensamiento del mundo occidental se verificó en los siglos xvm y XIX de nuestra era, es decir, precisamente en el período en que la teoría atómica de la materia y las interpretaciones mecanicistas de los descubrimien tos de la ciencia, ponían a prueba la inteligencia de los hombres (e l «N ew System o f Chemical Philo sophy», de Dalton, aparece en 1808). Por otra parte, las implicaciones éticas de estas concepciones, hedo nismo y utilitarismo, eran para algunos demasiado atrevidas, mientras para otros demasiado perturba doras. Daba la impresión de que el pensamiento de 6 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio Lucrecio suscitase en ambos campos anticipaciones de las conclusiones modernas; en el campo de la cosmología, anticipando las ideas de Boyle, Newton y Dalton; en el campo de la ética, las de Hume, Ben- tham y Mili; aunque se admitía que tanto en uno como en otro campo Lucrecio era un discípulo de Epicuro. El mismo reconoce, en una sucesión de lu minosos versos, su deuda hacia el maestro, conside rado como d ivino2. Nadie podrá acusar a Lucrecio de no haber reconocido suficientemente sus deudas. Pero volvamos a nuestro tema. Cuando en la se gunda mitad del siglo xix el pensamiento de Darwin ejerció toda su influencia sobre el pensamiento del mundo occidental, y los hombres empezaron a mi rarse unos a otros con negra sospecha y a pregun tarse si las instituciones humanas también serían susceptibles de una interpretación evolutiva, el es quema de la interpretación ya había sido fijado. Pero Lucrecio formuló efectivamente una teoría de la evo lución y anticipó brillantemente las ideas de aque llos modernos, que se adhirieron a la teoría de la evolución tanto en sus aspectos biológicos como so ciales. «Encontramos la idea de la evolución tanto en el mundo orgánico como en el inorgánico. ËI concepto de creación no es, como en la concepción hebrea, un "fia t” por parte de un creador, sino un crecimien to, un progreso. Los cielos estrellados y la tierra se han desarrollado y, por otra parte, las mismas fuer zas que trabajan hoy en ambos han contribuido a su nacimiento y trabajarán para su fin... En el reino orgánico existe la misma idea de progreso, sobre todo en el origen de la misma tierra, qüe en-Lucrecio tiene un sentido de Madre Tierra bastante más pro fundo y elocuente que en cualquier mitología. Existe a misma idea de herencia por medio de simientes germinales que descienden de los padres a la prole. La originalidad de Lucrecio 7 reproduciendo a veces las características de remotos antepasados» 3. «N o encontramos, naturalmente, ninguna concep ción de la evolución de la especie... Sin embargo, hay dos momentos en la zoología de Lucrecio que son claramente darwinianos: el efecto de la adaptación orgánica y de la domesticación sobre la conservación de la especie (por ejemplo, el valor de supervivencia de la velocidad de las piernas), y de la vida animal en las montañas, en las selvas, bosques, corrales y pastos» * Naturalmente, continúa Leonard, la idea de Lu crecio incluye explícitamente la extinción de las espe cies no adaptadas al propio ambiente o no protegi das por el hombre. Él otro momento claramente danviniano que Leonard observa es «la insistencia lucreciana contra la teleología, es decir, contra la idea de un plan de la naturaleza, idea favorita de Aristóteles y los estoi cos, tan criticados por Lucrecio. No sólo no existen dioses que hagan planes desde el exterior, sino que la propia Naturaleza, dice Lucrecio, no lleva en sí, en su interior, ningún plan, pues simplemente sigue su desarrollo y las cosas suceden y las funciones se des arrollan por aquello que acontece. La lengua no fue creada con el fin de que pudiésemos hablar, sino ' que, teniendo lengua, empezamos a usarla para ha blar. El lenguaje es un producto secundario de la lengua y no el objetivo originario de la lengua. To davía hoy continúa la discusión entre las dos escue las de pensamiento, si bien sobre la base de un aná lisis más penetrante y contando con un mayor nú mero de datos biológicos. Muchos biólogos serían partidarios decididos de Lucrecio, mientras que la mayoría de los metafísicos y todos los teólogos cris tianos sinceros serían partidarios de los estoicos»5. Leonard sigue poniendo de manifiesto la extra ordinaria anticipación que significa Lucrecio respec 8 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio to a ciencias posteriores, como la antropología, la paleontología v la arqueología6. No obstante, ello no ha sido suficiente para disipar la idea que se tiene de Lucrecio, como un simple imitador, y el propio Leonar se hace eco de esta crítica en su estu penda exposición: «Los modernos críticos literarios hablan a veces de Lucrecio como si su nivel científico alcanzase la altura del poeta. Sin embargo, su contribución a la ciencia... es la de un magistral divulgador de las ideas científicas de otros, y sólo se trata de un ma- Î'istral descubridor en tanto en cuando descubrió en a Naturaleza y en la vida muchos fenómenos y epi sodios que corroboraban aquellos principios» Me da la impresión de que esta idea debería ser refutada. La originalidad de Lucrecio podría ser ana lizada a dos niveles distintos: Primero, un talento para la exposición que le hace tomar de uno de sus antecesores una idea prosaica que luego adorna con metáforas, imaginación y pasión. Segundo, una fuer za intelectual que le permite ver con bastante más claridad que cualquier otro pensador antiguo, las implicaciones de la posición filosófica que mantie ne. Lucrecio adhirió a una concepción anti-teológica del universo, evolucionista y anti-teleológica, perma neció fiel a esta perspectiva y la expuso con bastante mayor firmeza y elocuencia que cualquier otro pen sador antiguo. Aplicó esta concepción del mundo a la evalución de las plantas, de los animales y del hombre y propuso una teoría de la evolución bioló gica y social que supera con mucho cualquier otra teoría surgida en la antigüedad clásica. Aquí radica, precisamente,la modernidad del pensamiento de Lu crecio. La idea de que Lucrecio sea un imitador se basa, con demasiada frecuencia, en una suposición. Lu crecio toma muchas de las doctrinas éticas y físicas de Epicuro, al que. rinde homenaje en múltiples oca- La originalidad de Lucrecio 9 siones. Asimismo rinde homenaje a Empédocles. ¿Te nemos base para pensar que la doctrina sobre la evolución biológica y social hubiera sido anticipada eri el poema perdido de Empedocles? En el estado actual de las cosas, sólo podemos decir «ignoramus». Examinemos en primer lugar los párrafos que Leonard ha descrito como claramente darwinianos: su oposición a la teleología y a la creación divina, su fe en la supervivencia de la especie8. Leonard no tiene intención de defender que en este campo Lu crecio haya producido muchas cosas que son clara mente originales. Sin embargo, es necesario resaltar la claridad con que el poeta agarró el nudo del pro blema filosófico. Sobre la teoría de la creación di vina Lucrecio manifiesta el máximo desprecio, su más fina ironía. En el origen no hay un Dios creador, sino átomos que actúan ciegamente, en un continuo ensayo de choques y movimientos. Hay demasiadas imperfecciones en el universo para que éste sea el resultado de la creación divina. Las montañas, las rocas, los pantanos y bosques, como asimismo el acéano, el desierto, el casco polar, reducen el área disponible para la vida humana. Por otra parte, el hombre tiene que realizar un esfuerzo constante para que las tierras cultivadas den la cosecha, y, una vez obtenida, la sequía, las inundaciones, la helada repentina o un violento huracán pueden destruirla. Los hombres, por último, se encuentran siempre ex puestos al peligro de las bestias feroces y de las epidemias9. » ¿Cómo podría nuestro agradecimiento alegrar a los seres inmortales-y hacerles adoptar una postura benevolente por amor de los hombres? ¿Qué nuevo acontecimiento podría empujar a un dios a cambiar su forma de vivir y a renunciar a su eterna tranqui lidad? ¿Cómo fue infundi do en los dioses el gusto por crear las cosas? ¿Cómo podían los dioses con cebir anticipadamente aquello que debían crear? 10 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio ¿Cómo podían ser descubiertas anticipadamente las infinitas posibilidades de las disposiciones de los átomos, a no ser que la madre Naturaleza hubiera hecho una demostración anterior de poder creador? Decir, a la verdad, que en favor nuestro han querido los dioses disponemos el orden bello de naturaleza; que debemos loar por esto mismo esta obra admirable de los dioses; por inmortal y eterna reputarla; que es un crimen minar con lengua osada de este edificio eterno tos cimientos, que levantó para la especie humana el saber de los dioses inmortales: estas fábulas y otras semejantes indicio, ¡oh Memmio!, son de gran locura. De Rerum Natura, Mbro V, verso 155 y ss. Sobre este párrafo, eL estudioso inglés Cyril Bai ley comenta 10: «Aquí el razonamiento corresponde a la primera parte de la afirmación de Epicuro sobre los cuerpos celestes. No debe pensarse que aquéllos deban su existencia a un ser que los controla o que los haya ordenado. Los argumentos son estrecha mente paralelos a los usados por el epicúreo Velleio en el De Natura Deorum, de Cicerón. Los argumen tos de Cicerón son menos profundos que los de Lu crecio, pero la coincidencia demuestra que ambos han bebido en una misma fuente epicúrea». Ahora bien, el De Natura Deorum de Cicerón fue escrito probablemente en el año 44 a. de C. Sabe mos por la carta que Cicerón escribió a su hermano Quinto en febrero del 54 a. de C. n, que en aquel año ambos hermanos conocían bien el poema de Lucrecio, aunque no aceptamos la tradición conser vada por San Jerónimo, según la cual Cicerón cuidó la publicación del poema. Por lo tanto, Cicerón pudo haber reflexionado sobre el argumento de Lucrecio La originalidad de Lucrecio I1 diez años antes de escribir su libro l2. Y el hecho de que los argumentos, tal como fueron expuestos por Cicerón, sean menos profundos demuestra solamen te el talento de Cicerón para vulgarizar un tema filo sófico, especialmente un tema como la explicación epicúrea sobre el origen del universo, por la que había tan poca simpatía. De esta manera, descartan do la prueba del De Natura Deorum, nos queda sólp esa sentencia de Epicuro que acabamos de citar como la «fuente» de la argumentación de Lucrecio. Efectivamente, la sinceridad nos obligaría a admitir que el original es desnudo, abstracto, sin vida y des carnado, si lo comparamos con la riqueza de imá genes y el calor emotivo de nuestro poeta. Creo, sin embargo, que podemos decir aún más. Podemos ob servar cómo la doctrina fundamental de Epicuro es reforzada por una sucesión de argumentos proceden tes de Lucrecio. Se trata, por la tanto, de algo muy superior al simple hecho de ser un magistral expo sitor de las ideas de otro. Precisamente aquí es don de debemos encontrar una originalidad filosófica de gran valor. En este sentido, el argumento mencio nado de Bailey ilustra bastante bien el tipo de con sideración que ha levantado la tradición de los epí gonos de Lucrecio. Consideremos ahora los otros argumentos, por medio de los cuales Lucrecio intentó convencer a su amigo Memmio de que la tierra no había sido hecha por creación divina. El primer argumento es que la «naturaleza» no está bien adaptada a las exigencias humanas. El segundo, que los seres humanos sienten y reconocen esta imperfecta adaptación. Y el niño semejante al marinero que a la playa lanzó borrasca fiera, tendido está en la tierra, sin abrigo sin habla, en ¡a indigencia y desprovisto de todos los socorros de la vida, 12 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio desde el momento en que la naturaleza a ¡a luz le arrancó con grande esfuerzo del vientre de la madre, y llena el sitio de lúgubre vagido como debe quien tiene que pasar tan grandes cuitas. Crecen las fieras y ganados varios, y ni el chupar ruidoso necesitan, ni con alma nodriza se les ponen para acallarlos con lenguaje tierno. * D. R. N., V, 222 y ss. El tercer argumento es que el universo, como conjunto, debe de ser «nacido y mortal». Primeramente, si ¡a tierra y agua y los soplos ligeros de los aires y los vapores cálidos del fuego a nacimiento y muerte están sujetos, debe correr la misma suerte el mundo, que de estos elementos se compone; porque siendo nativas y mortales las partes, debe el todo ser lo mismo. D. R. N„ V, 235 y ss. En estos versos, como muy bien observa Giussa- ni, el poeta «deja de ser Epicuro y se convierte en Lucrecio». De las tres pruebas que Lucrecio propone, sólo una parece haber tenido antecedentes entre los filósofos griegos. Y es interesante constatar que estos precedentes deben ser buscados en Empédo- cles, hacia el que Lucrecio reconoce su deuda en un párrafo de magnífico vigor poético. He aquí lo que dice Empédocles en tres de sus fragmentos: Desgraciado de mi, oh infeliz estirpe de los hombres, oh muy [dolorosa, de qué luchas y gemidos nacisteis 13. Lloré y gemí viendo la desacostumbrada estancia H ...Desagradable estancia donde el estrago y el odio y las demás estirpes de los Males, áridos morbos, podredumbres, obras de disolución, en el prado de la Desgracia, por la sombra vagan 16. La originalidad de Lucrecio 13 Existe un párrafo del pseudo-platónico Assioco (336 d. de C.) que trata el mismo tema, pero segura mente es más tardío que el de Epicuro y no tenemos la más mínima prueba de que Lucrecio lo conociese. Dejando a un lado ese párrafo cuya influencia es dudosa, nos quedan sólo los tres fragmentos de Empédocles que puedan haber influido en la mente de Lucrecio. La utilización de la observación rela tiva al llanto del niño para demostrar las imperfec ciones del orden natural parecen más bien de Lucre cio, así como también son suyas las otras dos partes del argumento. Este síndrome no ofrece ningunaba se para sostener la teoría de un Lucrecio imitador. Por otra parte, no hay duda que la oposición a la teleología reflejada en el párrafo que he citado al principio, y en el verso similar del libro quinto, se remonta a los inicios de la filosofía griega. Aris tóteles atribuye a Anaxágoras y a Empédocles la oposición a la teleología y reproduce sus argumentos con palabras muy parecidas a las de la exposición de Lucrecio. He aquí la discusión de Aristóteles en la Física ■?: «Se presenta aquí una dificultad. ¿Por qué no debería actuar la naturaleza, no por amor de algo, ni porque sea mejor así, sino de la misma manera que la lluvia cae del cielo, por necesidad y no para que el grano pueda crecer? ¿Por qué, entonces, no podría ocurrir lo mismo con las distintas partes de la naturaleza? Por ejemplo: que nuestros dientes creciesen por necesidad — los dientes de delante, agu dos, apto para desgarrar; los molares, amplios y adaptados para masticar los alimentos— , puesto que no surgieron para este fin, sino que fue simplemente el resultado de una coincidencia. Y así sucede con todas las demás partes, en las que suponemos ten gan un objetivo». Si se lee el párrafo en griego, es interesante ob servar que Aristóteles personifica el cielo en Zeus y. 14 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio por lo tanto, la traducción debería decir más exac tamente «al igual que Zeus, que hace llover, pero no para que crezca el grano». Aquí, como en otras partes, Ιμ traducción oculta el hecho de que Aristó teles hizo que el argumento se inclinase ingeniosa mente a favor de la concepción teleológica. Los dis cípulos de Aristóteles no lograban olvidar la for ma vulgar de la explicación dada por Aristófanes en Las Nubes 17. Aristóteles aclara muy bien su posi ción en De Partibus Animalium I8: «Anaxágoras dice que el hombre es el más inteligente de los animales -porque tiene manos» (una anticipación bastante sor prendente, podríamos añadir, de la concepción mo derna, según la cual el hombre es esencialmente un animad productor de utensilios). La respuesta de Aristóteles es breve y un poco dogmática: «Es razo nable suponer que el hombre ha adquirido las ma nos porque es el más inteligente de los animales, y no viceversa». El argumento había recibido una sólida formulación y no hay duda de que Epicuro lo había compartido. Pero para elelaborado éxtasis de fantasía y sen timiento en la presentación del argumento tenemos que acudir a Lucrecio. A continuación examinamos otro párrafo que Leonard describe como claramente darwiniano y del que hemos hablado poco antes ,9. El comentario de Bailey no podría ser más opor tuno: «E l germen de esta doctrina podemos remontarlo a Empédocles, pues está implícito en la explicación de Aristóteles: «A llí donde las partes se juntaron, pre cisamente como habrían hecho en el caso de tener un fin preestablecido, sobrevivieron organizándose espontáneamente de una forma apta; mientras que aquellas que crecieron de otra manera, perecieron y continúan pereciendo, como sucedió, según Empé docles, con su progenie de bueyes con rostro hu La originalidad de Lucrecio 15 mano». Todo ello es confirmado por el comentario de Simplicio: «Todas las partes (es decir, los miem bros separados, etc.) que se combinaron unas con otras de tal forma que pudieron alcanzar la perma nencia, se volvieron animales y sobrevivieron, por que podían ser útiles recíprocamente: los dientes cortando y masticando los alimentos, el estómago di giriéndolos y el hígado transformándose en sangre...; mientras aquellas que no se combinaron en las pro porciones adecuadas, perecieron». Pero Epicuro se desembaraza de la fantástica idea de la preexisten cia individual de los órganos y convierte esta teoría en algo más definido y centífico. «En este parágrafo encontramos una afinidad to davía mayor con la idea danviniana de al supervi vencia de los más aptos. La vida es una continua batalla, un bellum en la que sólo los animales que poseen las cualidades requeridas pueden sobrevivir y los demás perecen; especialmente los tres últimos versos de este parágrafo podían ser aceptados sin ningún cambio por un 'evolucionista'. Pero, como señala Robin, en una nota bastante interesante, Lu crecio no tenía ninguna concepción sobre el desarro llo de una especie a partir de otra y toda su idea giraba en tom o a la estabilidad de las especies. Cuando el cambio ha desarrollado un tipo apropiado de animal, éste se estabiliza entonces como especie permanente. Una vez más la contingencia establece la ley natural (foedus)» 20. Ya he hecho referencia al emocionante párrafo en el que nuestro poeta rinde homenaje a Empé docles. ...Esta región (es decir, Sicilia) que admiran las naciones óptima en bienes, prodigiosa, grande, de valerosos héroes guarnecida, no tuvo en si varón más señalado, más asombroso, caro y respetable. D. R. N.. V, 726 y ss. 16 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio Qnizás logremos definir con un poco de mayor exactitud este sentimiento de gratitud y también las diferencias de Lucrecio con su predecesor. Frecuentemente, Empédocles ha sido descrito como un «evolucionista». Se dice en un párrafo: «Prim ero las plantas, concebidas como dotadas de sentimientos, brotaron germinando de la tierra. Des pués surgieron fragmentariamente los animales, ca bezas, extremidades, ojos, vagando horriblemente en el espacio, de cuya unión casual resultó una forma grotesca hasta que no encontraron la proporción justa y el justo número desarrollándose en los orga nismos que hoy vemos alrededor de nosotros». El evolucionismo de Empédocles era todavía rudimen tario21. Está claro que el proceso de matización de las vulgaridades más evidentes empezó con Epicuro, pero parece probable que el propio Lucrecio conti nuara conscientemente el proceso de refinamiento. Es posible que el conocido argumento de Lucrecio contra la posibilidad de la existencia de los centau ros 22 fuese una crítica consciente de la «progenie de bueyes con rostro humano» de Empédocles. La descripción de Lucrecio de la sociedad primi tiva es interesante y, en su conjunto, coherente. En ella no encontramos ni el buen salvaje de la selva primitiva, tal y como lo concibe Rousseau, ni la vida en la naturaleza de Hobbes: solitaria, pobre, peli grosa, bestial y breve. Hay muy poco de la idealiza ción de la edad de oro tal y como la encontramos en Hesíodo, Platón y hasta Empédocles. Lucrecio ad mite las dificultades y las privaciones de la vida primitiva, pero utiliza la descripción del hombre primitivo, y esto es bastante característico, para rea lizar un duro ataque a las instituciones, a las intri gas, al lujo y a los vicios de la Roma aristocrática de su tiempo. La originalidad de Lucrecio 17 El párrafo siguiente — la muerte entre los hom bres primitivos— nos ofrece una parte de su más conmovedora inspiración: Ni entonces más que ahora los mortales dejaban la sabrosa luz de vida; muchos de ellos es cierto que cogidos y desgarrados con feroces dientes un pasto vivo daban a las fieras, y los bosques y montes y las selvas llenaban de gemidos espantosos, viendo que sus entrañas palpitantes en un sepulcro vivo se enterraban. Pero aquellos que huyendo se salvaron, lleno de mordeduras todo el cuerpo, y sus trémulas manos aplicando en las malignas úlceras, llamaban al infierno con voces formidables, hasta que de la vida los privaban ¡os gusanos crueles sin amparo, sin saber qué aplicar a sus heridas. D. R. N., V, 988 y ss. La claridad casi morbosa de la imaginación del poeta en estos últimos versos, especialmente en el verso viendo que sus entrañas palpitantes en un sepulcro vivo se enterraban, podrían dar la impresión, a algunos lectores, de ser casi patológica. Sin embargo, no daba un solo día a la muerte millares de guerreros que seguían banderas diferentes, ni estrellaban ¡os mares borrascosos los hombres y navios en escollos: elmar se enfurecía vanamente; sus bramidos en vano suspendía, ni la engañosa calma de sus ondas era capaz de seducir a alguno con falsa risa: se ignoraba entonces de la navegación el arte fiero. La falta de alimento daba entonces 18 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio muerte a los flacos miembros; la abundancia es la que mata hoy día: entonces ellos eran por ignorancia envenenados; a otros con más arte ahora envenenan. D. R. N.. V, 999 y ss. Como comenta Bailey, «no existe ningún antece dente de este parágrafo, en ninguna fuente epicúrea o de otro tipo, y puede haber sucedido muy bien que el poeta, como sugiere Giussani, se hubiese abandonado a la propa fantasía». Es una característica de Lucrecio el comparar la muerte entre los primitivos y la muerte entre los civilizados, en una sarcástica crítica de las costum bres y de las instituciones de su tiempo. A continuación de esta descripción de los hom bres primitivos, Lucrecio coloca un párrafo muy conciso en que polemiza sobre el paso a la civiliza ción El hombre ha aprendido a construirse casas y vestidos, a calentarse con el fuego, a sustituir las relaciones sexuales casuales por el matrimonio. De ello se ha derivado un tipo de carácter más dulce; las familias unidas en una especie de rudimentario contrato social para formar una comunidad con una vida común y dar protección a los débiles. Y aunque todavía no se diera la armonía universal, un número suficiente de miembros de la comunidad que emer gía tomaba la decisión de asegurar la supervivencia y la continuidad de la raza. Ningún pensador anterior había tratado la cues tión del progreso social tan claramente como Lucre cio. Unicamente el último punto — el primitivo con trato social— había sido anticipado por Epicuro. «La justicia no es algo que exista por sí mismo, sino sólo en las recíprocas relaciones, y siempre en los lugares donde se llega a un acuerdo de no hacer ni recibir mal alguno» El resto de la argumentación y toda la poesía parecen ser originales de Lucrecio. La originalidad de Lucrecio 19 El extenso párrafo sobre el origen del lenguaje, en que Lucrecio se preocupa por oponerse a toda explicación sobrenatural o mística del lenguaje hu mano, sigue muy de cerca la forma como Epicuro trata el mismo tema en su Carta a Herodoto. El opo nente, contra el que ambos polemizaban, era proba blemente Platón Lucrecio propone dos teorías naturalistas para explicar el origen del fuego: el rayo o el roce de las ramas de los árboles en los bosques. No parece im portarle mucho cuál de las dos explicaciones con venza más al lector, con tal de que rechace el mito de Prometeo, portador del fuego. La única fuente existente sobre este trozo es una obra perdida de Demócrito26, Aitiai pert pyrós kaí tón en pyrí. Es im posible afirmar si Lucrecio la ha tomado o no de Demócrito, aunque de todas formas no es completa mente improbable que lo haya hecho. El párrafo que sigue, la explicación de Lucrecio sobre el surgimiento de la desigualdad en la socie dad y el desarrollo de la propiedad privada, es más personal, y aquí Lucrecio da la impresión de una clara originalidad. Sin embargo, en la discusión so bre la riqueza, desde una perspectiva moral, parece tomar los argumentos de Epicuro. «Según la natura leza, la riqueza tiene límites bien precisos y son fácilmente alcanzables; pero según las vanas opinio nes no tiene ningún lím ite »27. Y también: «Todo lo que es natural es fácil de obtener». Pero mientras el interés de Epicuro en esta dis cusión es fundamentalmente ético, el de Lucrecio es histórico y científico. El análisis demuestra una capacidad de generalización sociológica que llega a superar las solemnes palabras de Tucídides y que refleja el pensamiento original de Lucrecio sobre las experiencias de la sociedad clásica, ya sea griega o romana. Por otra parte, el análisis ético es bastante más profundo que el de Epicuro. El nacimiento del 20 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio rey provoca el resentimiento de los desposeídos, y si bien los reyes construyen fortalezas para prote gerse y como lugar de refugio, el resentimiento de los desposeídos estalla en la rebelión. Aquí radica la importancia de los versos con que empieza su re lato de cómo los reyes fueron muertos, y adivinó un período de revoluciones. Asi, cuando a los reyes dieron muerte la majestad antigua de los tronos y los soberbios cetros derribados yacían con infamia; y de sus sienes la brillante diadema ensangrentada, pisoteada por los pies del pueblo, se lamentaba de su inmensa gloria: pues codiciosamente se aniquila lo que antes se adoró con miedo acerbo. La autoridad suprema se volvía al pueblo entonces y a ¡a muchedumbre: y cada cual el cetro demandaba, el sumo imperio y la soberanía. Eligieron de entre ellos magistrados, que obedecieron voluntariamente. D. R. N., V, 1.136 y ss. Para explicar todo esto, nada o muy poco encon tramos en los antecesores de Lucrecio. Hay que re mitirse a la propia reflexión de Lucrecio sobre la conocida sucesión de la sociedad antigua, tantas ve ces repetida, de la democracia militar de las tribus a la instauración de los caudillos como reyes, su ex pulsión por parte de una aristocracia terrateniente, el subsiguiente surgimiento de una democracia mer cantil y un período de caos y de guerras civiles. Como ya es característico, el párrafo termina con una invocación a la templanza y a la vida sencilla. Lucrecio, recordémoslo, vivió en la época romana de las revoluciones. La originalidad de Lucrecio 21 Lucrecio menciona el descubrimiento de los me tales y coloca en su justo orden las edades de pie dra, del bronce y del hierro 2S. Pensó que el descubrimiento de la metalurgia ha bía sucedido por casualidad, cuando el Fuego, arre ciando en un bosque, había fundido una veta de me tal y había dejado metal colado y solidificado que coincidía con el contorno del terreno. Hay poquísi mos predecesores de esta concepción; Posidonio da una explicación parecida, como se desprende con evidencia de una cita de Séneca w, pero como Posi donio era contemporáneo de Lucrecio es bastante probable, o que tomara la explicación de Lucrecio, o que ambos hayan llegado a la misma conclusión desde fuentes independientes. Varrón, que es más o menos contemporáneo de Lucrecio, en un breve párrafo citado por San Agustín en De Civitate Dei menciona la prioridad del bronce sobre el hierro en la construcción de utensilios. Pero pudo haberla to mado de Lucrecio. El descubrimiento de los metales sugiere al poeta un notable fragmento sobre el uso de los animales en la guerra. El párrafo es tan ma cabro y espeluznante que hasta algunos de los pro pios admiradores de Lucrecio han visto en ello la prueba de una especie de desequilibrio mental. El párrafo termina a la característica manera lucre- ciana: Sin embargo, no puedo persuadirme de que no hayan previsto de antemano las comunes desgracias que traería entre ellos este uso abominable; y quisiera también que comprendieses en estos males a los varios mundos que de diverso modo ha construido naturaleza, y no los limitaras a sólo nuestro mundo: la esperanza de vencer no introdujo estos estragos; mds bien los hombres, que desconfiaban 22 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio de su número, y armas no tenían, quisieron, pereciendo en el ataque, dar que gemir a las contrarias filas. D. R. N., V, 1J41 y ss. Da la impresión de que Lucrecio esté hablando a la generación de la bomba «H » y de los «sputniks». Los estudiosos han tamizado la literatura clásica en busca de posibles antecedentes, especialmente sobre el uso de animales en la guerra. El resultado ha sido más bien escaso, aunque Diodoro Siculo describa una «representación sobre un muro de un rey egip cio que combate con un león al lado, el cual parti cipa de manera terrorífica en la lucha»30. La idea tomada de Diodoro fue probablemente suficiente. El gran humanismo de Lucrecio,su apa sionada aversión hacia la guerra, como el último y más irracional de los instintos que impiden la tran quilidad humana, es probable que condujeran al poeta a escribir este párrafo en su forma presente. Llegados aquí, debo pasar por encima sobre otros ternas desarrollados por Lucrecio; hay una discusión sobre el desarrollo de la agricultura y especialmente de la arboricultura, de la que no ha sido posible encontrar ningún precedente. Como dice Giussani, está ejecutado en pocos trazos, pero lleno de vera cidad y de gran atractivo idílico. Pero enseñó también Naturaleza el arte de plantar y los injertos; ella dio estas lecciones la primera, mostrando las semillas y bellotas que cada una a su tiempo producía al pie del árbol mismo do cayera un enjambre de arbustos: desde entonces gustaron injerir ellos en ramas renuevos de otra especie, y por los campos les agradó plantar arbustos nuevos. D. R. N., V, 1J61 y ss. Sobre los demás temas tratados por Lucrecio, el origen de la música, el desarrollo de la confección, la moda, la astronomía y los ordenados procesos del universo (preconizando, por otra parte, la moderna ciencia de la arqueología) la relación es la misma. Una idea o dos cogidas de sus predecesores, o una simiente de pensamiento que Lucrecio transforma en una planta fecunda; en otros casos, el vil metal de la reflexión prosaica transformado en la gloria y en el deseo impetuoso de la alta poesía. En todo caso, en el tema de la evolución biológica y social, campo de investigación que da un extraordinario acento de modernidad al pensamiento de Lucrecio, es donde el poeta puede pretender, como hemos se ñalado, una cierta originalidad. Y la expresión de esta tesis evolutiva fue completamente suya. Sobre el problema de Lucrecio como pensador, el juicio de Masson es probablemente más justo que el tradicional desprecio de su originalidad. El vigor con que Lucrecio abre un nuevo y pro fundo canal para el pensamiento de su tiempo, ha impresionado a todas las generaciones posteriores. Sus vivos colores, atravesados por sombras sinies tras, golpean y atraen la imaginación. Sus expresio nes tienen una extraordinaria audacia y energía; pa recen proyectarse fuera de las páginas, asumir forma y sustancia y hablar en voz alta. La valentía con que se enfrenta al universo le asemeja por lo menos en esto, a todos aquellos que se han erguido por encima del miedo. Su profunda piedad por el supersticioso y el ignorante, por las esperanzas humanas y los es fuerzos baldíos es tan profunda como su indignación contra aquellos que engañan a los hombres en el nombre de Dios; y se dirige hacia cualquier espíritu generoso. El elevado fervor con que escoge a su audi torio y le suplica que abandone sus locas ambicio nes y conserve sólo aquella que le salvará, llega al corazón com osi hablara de hombre a hombre y cara La originalidad de Lucrecio 23 24 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio a cara. Y aquel en cuya juventud Lucrecio haya lan zado su encanto, es consciente de que el poeta ejerce sobre él un extraño poder, insistente y creciente, más allá de cuanto pued aexplicar. De este encanto no se libçra con facilidad. “Los poemas del sublime Lucrecio sólo perecerán cuando un dia Llegue la destrucción del mundo.” Carmina sublimis tunc sunt peritura Lucreti Exitio terras cum dabit una dies 31. Y por lo que se refiere al Lucrecio poeta, difícil mente se podría dar un juicio más acertado que el de John Morely: «Cualquier definición de la poesía que tomemos de los poetas, el terso, provocador, concentrado, despectivo, ferviente, audaz y majes tuoso verso de Lucrecio es único y completamente suyo». 2. Lucrecio, la leyenda Qué sabemos de Lucrecio como hombre, como persona? ¿Qué sabemos de su vida y de su época? Del Lucrecio hombre sabemos, desgraciada mente, muy poco si excluimos lo que él mismo nos dice en su gran poema De Rerum Natura. Efectiva mente, en la literatura antigua encontramos sólo tres alusiones importantes sobre nuestro poeta; y sobre estas tres referencias los estudiosos han prodigado (gastado) ríos de tinta y a veces (sospecho) de san gre. La primera referencia la encontramos en una carta del famoso Cicerón (Marco Tulio) a su no me nos famoso hermano, Quinto: «Las poesías de Lu crecio están, como tú dicés, salpicadas por muchos fogonazos de genio y hasta compuestas con gran arte» 32. La interpretación parece suficientemente cla ra, a pesar de que muchos estudiosos, que no pue den concebir que Cicerón haya hecho un elogio tan elegante a un opositor filosófico, han intentado in sertar un «n o» en alguna parte, negando o el genio o el arte. La segunda referencia nos llega del «Chro- nicon» de S. Jerónimo, escrito algunos siglos des pués de la muerte de Lucrecio. Hablando de los su cesos del año 95 a. de C., San Jerónimo dice lo si guiente: «(Aquel año) nació el poeta Tito Lucrecio Caro, que habiéndose vuelto loco a causa de un fil tro amoroso, escribió gran número de versos en los intervalos de lucidez que le permitía la locura, ver sos que corrigió después Cicerón, muriendo suicidá- do (por su propia mano) a la edad de cuarenta y cuatro años». Por lo que respecta a la vida de Lucre cio, de pocas cosas podemos estar seguros, pues has- 26 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio ta la edad de su nacimiento y muerte están en dis cusión. Pero una vez tenidos en cuenta todos los detalles, parece bastante probable que haya nacido en el 99 a. de C. y haya muerto en el 55 a. de C. Excepción hecha de estas fechas, las informacio nes proporcionadas por S. Jerónimo poseen un valor dudoso. Existe la famosa leyenda sobre la locura de Lucrecio; recogida por Tennyson, éste la reflejó há bilmente en uñ poema (que todo lector de Lucrecio debería sin duda leer). Los versos que aquí cita mos recuerdan la leyenda y sugieren la locura. Lucilia, mujer de Lucrecio, vio que su esposo era frío; porque muerta el alba de la pasión y muerto el primer abrazo, aunque él aún ¡a amase, si de los campos la mujer ola el paso del retomo y, con el beso, a saludarle corría, su esposo muy poco ¡a atendía porque —con su mente semienterrada en alguna fantasía suscitada por el parto laborioso del hexámetro largo— se paraba meditando y sopesando aquellos trescientos tomos del maestro, para él divino. No resistió; pero airada, como una furia, pensando en otra, buscó a una bruja que destilase el filtro que podía, decían, domar un corazón errante. Esto bebió tal vez en su copa y le destruyó; ya que aquella pócima confundió la química de su sangre, despertó en su cerebro ¡a bestia, destruyó las células, paralizando su imaginación; él se odió... Tennyson, en honor de las costumbres victoria- nas, imagina que fue la mujer, loca de celos, la que le proporcionó un filtro amoroso capaz de «dominar un corazón errante». En el relato de San Jerónimo se incluye también la historia de la locura y del Lucrecio, la leyenda 21 suicidio de Lucrecio, como consecuencia del filtro. Y la verdad es que en el gran poema De Rerum Na tura hay bastantes cosas que pueden sugerir la ima gen de una mente perturbada. Hay versos dejados sin terminar, expresiones patéticas dejadas a me dias y párrafos incongruentes. Existen contradiccio nes e incoherencias que podrían inducir a pensar a un lector hostil en un agotamiento nervioso. Me pa rece oportuno que una vez llegados aquí anticipe y exponga mi opinión. En esta contradicción no hay nada que no pueda ser comprendido si examinamos a Lucrecio a la luz de su época y de la clase en nom bre de la que hablaba. Pero la historia en su con junto, es decir, que Lucrecio estuviese loco y que hubiese escrito todo el poema en los intervalos de lucidez permitidos por la locura, ¿acaso puede ser creída? Pienso francamente que la respuesta debe ser negativa. Algunos han pensado que aquí estamos ante el prejuicio y la calumnia de algún polemista estoico o cristiano que opinanque un materialista tiene, en todo caso, que acabar mal. Sin llegar tan lejos, podemos afirmar que una obra maestra inte lectual tan extraordinaria como De Rerum Natura no pudo ser compuesta en los intervalos de la locu ra. Sobre las enfermedades mentales, nuestra gene ración sabe mucho más que Tennyson o San Jeróni mo («lo s grandes espíritus están, ciertamente, cerca de la locura»), pues algunas formas de energía emo tiva y concentración intelectual pueden asemejarse a la psicopatía. Pienso que lo que un moderno podría aceptar es que el poema muestra una especie de in tensidad emotiva, una intensa preocupación de pen samiento, intuición y sentimiento que para el hom bre «sensitivo medio» podría parecer, en cierto mo do, insólita, anormal y extraña. «Se observa que Lucrecio fue también víctima — como relata Leonard— de otros estados anorma les; la misma vehemencia de sus convicciones, la 28 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio propia viveza en la descripción de sus visiones en sueño, en espasmos, de embriaguez y- aun de locura; las mismas ideas de pesadilla sobre la destrucción del mundo, las grotescas representaciones satíricas de leones, toros y osos salvajes en la horrible confu sión de las batallas de los hombres; su profunda obsesión de la muerte, en el libro tercero. Todo esto y otras muchas cosas pueden muy bien haber pare cido indicios de un cerebro enfermo.» Sabemos muy poco sobre Lucrecio por fuentes externas. Todo lo que podemos afirmar con seguri dad es que escribió en la primera mitad del siglo primero a. de C. y que murió (suicida o no, nadie puede afirm arlo) a la edad de cuarenta y cuatro años. Tampoco podemos estar seguros del trabajo de revisión de Cicerón ( versus, quos postea Cicero emendavit). Es probable que Cicerón (e l famoso Marco Tulio o su menos famoso hermano Quinto) se limitara a «reunir las hojas y poner su nombre» 33. Si bien no podemos enteramos de muchas cosas por medio de fuentes ajenas, sí podemos deducir algu nas cosas basándonos en el propio poema. Podemos rastrear algunas de sus lecturas, ya sea de poetas más antiguos, como Ennio y Empédocles; referen cias a filósofos más antiguos, los materialistas, como Demócrito y Epicuro, que él menciona con venera ción. A otros, como a Heráclito, se limita a hacerles justicia, mientras desprecia a los estoicos y a Platón. Lucrecio parece haber recibido la cara educación de un noble romano y es posible que estudiara, como otros romanos eminentes, en Rodas o Atenas. Aún más claramente podemos percibir la atenta y viva observación de un amante de la naturaleza, de un hombre que vive al aire libre."Era un hombre que había visto, oído, sentido y olido mucho. En él, como veremos, todos los conocimientos proceden de los sentidos y sus sentidos estaban increíblemente des piertos. Se ha movido entre la alta sociedad, la co Lucrecio, la leyenda 29 noce y la desprecia por completo — la ostentación de los lujosos palacios, estatuas doradas en los sun tuosos atrios, con antorchas relumbrantes en el bra: zo derecho levantado, destinadas a iluminar las fies tas nocturnas. Ha pido la música resonar en las do radas varas, revestidas de paneles. Ha visto (y des precia) el tocado de las bellas señoras— sandalias de Corinto, frágiles y refinadas para hacer agraciado un pie femenino. Y aún más, grandes esmeraldas de luz Verae montadas en oro; trasparentes vestidos de púrpura. Lucrecio conocía y despreciaba todo esto y nadie fue más consciente que él de las frus traciones que se derivaban de las grandes riquezas y de la apasionada búsqueda de ellas por parte del hombre. Uno a las veces deja su palacio por huir del fastidio de su casa y al momento se vuelve, no encontrando algún alivio fuera a sus pesares: corre a sus tierras otro a rienda suelta, como a apagar el fuego de su casa, se disgusta de pronto cuando apenas los umbrales pisó, o se rinde al sueño y procura olvidarse de sí mismo o vuelve a la ciudad de nuevo al punto; cada uno así se huye de este modo: mas no puede evitarse; se importuna, y siempre se atormenta vanamente: porque, enfermo, no sabe la dolencia que padece... D. R. N., III , 1.060 y ss. Esta es la familiaridad de Lucrecio con las gran des riquezas y las obsesionantes insatisfacciones que derivan de ellas. . Sus relaciones con el noble Memmio abundan en la misma dirección: su nacimiento y sus relaciones aristocráticas. Como ha sido señalado a menudo, la 30 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio intimidad entre el poeta y el político, tal como se re fleja en el poema, parece ser de amigable igualdad. «Podemos estar bastante seguros de que su amigo Memmio fue el praetor Memmio, el candidato al pues to de cónsul, el gobernador de provincia, detrás del cual marchó Catulio a Bitinia, con la loca esperanza de enriquecerse. No hay otra M em m i clara propago y ningún otro Memmio en esos elevados círculos polí ticos donde le sitúa explícitamente Lucrecio» 34. Hay quien opina que Memmio no era digno de la aten ción de un espíritu tan elevado como el de Lucrecio, pues era «un aristócrata y un político de escasa reputación» 35. Merecía tan poco la admiración de Lucrecio, le afectó tan poco la apasionada exposición filosófica de Lucrecio, que Cicerón (e l Cicerón de todos, el Cicerón que aborrecía el materialismo y a Epicuro) tuvo que intervenir para hacer desistir a Memmio de realizar una honesta ganancia a través de la venta del famoso Jardín de Epicuro. La histo ria de las ideas está llena de raras contradicciones y ésta es efectivamente una de las más extrañas. Ni tan siquiera se puede asegurar que Lucrecio admirase la vida del político. Y ello es una parado ja, pues, como veremos más tarde, la filosofía epi cúrea es en cierto sentido la ideología de la revolu ción cesarina. Sin embargo, algunos estudiosos han pensado (y no estamos del todo seguros que se ha yan equivocado) que el propio César sirviera de mo delo a la poco lisonjera descripción que Lucrecio hace del político. Porque también el político sufría todas las torturas del «profundo Aqueronte», que para Lucrecio eran todas y siempre presentes. En la vida tenemos a ¡a vista a Sísifo también, el cual se obstina en pretender del pueblo las seguras crueldades que hacen, se retira desatendido siempre y con tristeza: el pretender el mando, que no es nada, Lucrecio, la leyenda 31 sin conseguirlo nunca y de continuo sufrir duro trabajo por lograrlo, esto es mover la pena con ahinco de un monte hacia la cima, la cual rueda sin embargo, otra vez; desde la cumbre busca precipitada las llanuras. D. R. N.. III, 995 y ss. Lucrecio critica la ambición y la avaricia, dos de las principales preocupaciones de su clase, y la ter cera, es decir, el amor sexual, provoca su más severa repulsa. Algunos han pensado que de la misma amar gura de las expresiones se deduce que Lucrecio tuvo una experiencia desafortunada. Esto probablemente no lo sabremos nunca, pero en todo caso sus críticas a los hombres que se enamoran son jocundas. Esta, pues, es la Venus que tenemos, de aquí el nombre de amor trajo su origen, de aquí en el corazón se destilara aquella gota de dulzor de Venus que en un mar de inquietudes ha parado: porque si ausente está el objeto amado, vienen sus simulacros a sitiamos y en los oídos anda el dulce nombre. Conviene, pues, huir los simulacros, de fomentos de amores alejamos, y volver a otra parte el pensamiento, y divertirse con cualquier objeto; no fijar el amor en uno solo, pues la llama se irrita y se envejece con el fomento y el furor se extiende y el mal de día en día se empeora. Si no entretienes tú con llagas nuevas las heridas que te hizo amor primero, y haciendo de veleta en los amores no reprimes el mal desde su origen y llevas la pasión hacia otra parte. Las dulzuras de Venus no renuncia aquel que huye de amor; por el contrario, coge sus frutos solo sin disgusto. Qué ha dicho verdaderamenteLucrecio Gozan siempre las almas racionales de un deleite purísimo y seguro, mejor que los amantes desgraciados, que al mismo tiempo de gozar fluctúan sobre el hechizo de su amor incierto. ...y es la única pasión de cuyos goces con bárbaro apetito se arde el pecho... Agrega a los tormentos que padecen sus fuerzas agotadas y perdidas, una vida pasada en servidumbre, la hacienda destruida, muchas deudas, abandonadas las obligaciones, y vacilante la opinión perdida: perfumes y calzado primoroso de Sición, que sus plantas hermosea: y en el oro se engastan esmeraldas mayores y de verde mds subido, y se usan en continuos ejercicios de la Venus las telas exquisitas, que en su sudor se quedan empapadas: y el caudal bien ganado por sus padres en cintas y en adornos es gastado, lo emplean otras veces en vestidos de Malta y de Scio; lo disipan en menaje, en convites, en excesos, en juegos, en perfumes, en coronas, en las guirnaldas, pero inútilmente; porque en el manantial de los placeres una cierta amargura sobresalta, que molesta y angustia entonces mismo bien porque acaso arguye ía conciencia de una vida holgazana y desidiosa pasada en ramerías; o bien sea que una palabra equivoca tirada por el objeto amado, como flecha, traspasa el corazón apasionado y toma en él fomento como fuego; o bien celoso observa en sus miradas distracción hacia él mirando a otro, o ve en su cara risa mofadora. Si en el amor feliz ha ytantas penas, innumerables son las inquietudes de un amor desgraciado y miserable: se vienen a los ojos tan de claro, que es mejor abrazar, como he enseñado. Lucrecio, la leyenda 33 el estar siempre alerta, y no dejarse enredar en sus lazos; pues más fácil es evitar las redes, que escaparse y de Venus romper los fuertes lazos cuando el amor nos tiene ya prendidos. D. R. N„ IV, 1.057 y ss. Empieza a aparecer la imagen de Lucrecio, la de un aristócrata que desprecia las habituales preocu paciones de los hombres de su clase y se compadece de sus insatisfacciones. La imagen de un profundo estudioso y de un apasionado lector, pero de un hombre no sólo limitado a los libros. Un hombre cuyas percepciones eran, más bien, increíblemente sagaces y cuyas observaciones eran cuidadosas y de gran alcance Esto es todo lo que podemos afirmar con certeza del Lucrecio hombre. 3. La época de Lucrecio V i bien sabemos poco del Lucrecio hombre (si se ^ excluye lo que podemos deducir de su gran poe, ma), en cambio conocemos muchísimo sobre su épo ca y podemos, con bastante exactitud, poner su obra en relación con las fuerzas sociales actuantes en su tiempo. En primer lugar, Lucrecio fue un producto de la antigüedad clásica, la gran civilización greco- romana del Mediterráneo que tanto ha contribuido a labrar el pensamiento, el gusto, los sentimientos y la cultura de los tiempos posteriores. Detengámo nos un momento a estudiar este período, que llama mos clásico. A primera vista, da la impresión de que el pensamiento y las perspectivas de la antigüedad clásica se parecen tanto al gusto y a las perspectivas dominantes en la moderna civilización occidental, que el estudioso podría verse tentado a trazar fáciles paralelos y pasar por encima de las diferencias esen ciales. Intentemos, por lo tanto, definir lo más exac tamente posible lo que entendemos por antigüedad clásica y cuáles son sus diferencias con nuestra épo ca. Para partir de un exacto punto de referencia temporal podemos considerar el período en su con junto, fechándolo a partir de la edad de Homero (digamos el 700 a. de C.) hasta la caída del Imperio de Occidente (476 d. de C.). A pesar de un parecido superficial, la civilización clásica difiere de la nues tra en un gran número de aspectos importantes y hasta fundamentales. La civilización clásica estaba basada en la escla vitud. Y con esto no queremos decir, como han pen sado algunos, que la institución de la esclavitud con sentía al hombre libre desplegar su actividad crea La época de Lucrecio 35 dora, que le permitía tumbarse al sol y elaboran obras maestras del pensamiento. Entendemos más bien que, en la antigüedad, la producción económica, los alimentos, los bienes y servicios en base a los cuales vivían los hombres, dependían en aquella época de los esclavos, de la misma manera que en el mundo moderno dependen de las máquinas y de la iniciativa privada. Las civilizaciones orientales que precedieron a griegos y romanos se servían de los esclavos princi palmente para la producción de las grandes obras religiosas, artísticas o del culto, pero no para la producción de alimentos, de vestidos, vivienda o co modidades superfluas de uso comercial. Resulta di fícil para nosotros trasladarnos con la mente a una época en que la invención de la esclavitud fue una gran adquisición de carácter progresista. Hemos vi vido a través de un período de emancipación, o de la esclavitud capitalista o de la colonial, en que la simpatía de todo hombre consciente estaba de parte del oprimido más que del opresor. Pero en la anti güedad clásica era precisamente todo lo contrario, pues lo que hacía viable la existencia de la sociedad comercial de entonces eran los esclavos, que produ cían beneficio a un ritmo siempre creciente. La insti tución del esclavismo está en la base «de la Gloria de Grecia y de la Grandeza de Roma». De la misma manera, el período histórico que vino después del clásico, es decir, el que llamamos • período feudal» o «m edievo», no estaba basado en la esclavitud, sino en los campesinos o siervos que formalmente eran libres (y de esta manera, a pesar ile las apariencias superficiales, expresadas de forma clásica en el título de la gran obra de Gibbon, Deca dencia y caída del Im perio Romano, el paso de la sociedad clásica a la feudal fue, en sentido social, no una decadencia sino un progreso). 36 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio Aún para los que tengan una formación histórica es difícil concebir todas las consecuencias que se derivan de la afirmación, aparentemente baladí, de que la sociedad en la antigüedad clásica estaba ba sada sobre el esclavo, mientras la nuestra se basa sobre la máquina. Analicemos solamente un hecho que es importan te para la historia del pensamiento y especialmente importante para un estudio de Lucrecio. En la anti güedad, toda la tendencia del pensamiento humano debía necesariamente oponerse a la ciencia. Nos otros, en el mundo moderno, casi instintivamente, atribuimos eficacia a la máquina, a la ciencia, a la ley natural de causa y efecto. (Algunas veces usamos la imagen de la máquina, aunque no sea apropiada, como cuando, por ejemplo, hablamos de la máquina del Estado. Como si los hombres, en sus relaciones sociales, se comportasen como un mecanismo bien engrasado). Igual que nosotros pensamos inevitablemente en la máquina como en la causa de todo, los hombres de la antigüedad clásica atribuían todo a la acción de las manos humanas (o a las manos divinas, más fuertes, más grandes, más sabias). Y esto era así inevitablemente, porque si observamos la realidad de los hechos, todo era creado por las manos de los hombres con la ayuda de pocos instrumentos, relati vamente simples. Ello originaba en toda la sociedad un fuerte prejuicio contra la ciencia, dado que los aristócratas o clase gobernante no trabajaba con las propias manos, sino que se dedicaban a pensar, di rigir y gobernar. Consideraban el trabajo manual como «no liberal», por debajo de la dignidad del hombre libre. Se ha llegado a popularizar, en una expresión característica, que la espléndida escultura de Fidias y la gloria del Partenón hubieran sido de gradantes para un aristócrata griego, dado que aque llos monumentos eran el producto del trabajo ma- La época de Lucrecio 37 nual. Sin* embargo, la ciencia depende del trabajo manual, del trabajo realizado con las propias ma nos, del experimento. Tendríamos una opinión poco positiva deun científico que, necesitándolo para su trabajo, se negase a ensuciarse las manos, a man chárselas de ácido o embadurnárselas con grasa. Pero este prejuicio era sentido profundamente y se extendió ampliamente en la antigüedad clásica. Y el prejuicio contra el trabajo manual condujo naturalmente a un prejuicio contra la ciencia y la filosofía de la ciencia, el materialismo. Muy a me nudo, para muchos hombres de la antigüedad, el único tipo de pensamiento válido era la idea pura. Su tipo de filósofo era un hombre que se sentaba en su estudio o en su claustro y construía en su ca beza un universo completo. Para ellos la idea era bastante más importante que el hecho, que el obje to, que la cosa material. Por ello la filosofía domi nante en la antigüedad fue el «ideísm o» (o como es llamada más corrientemente, el «idealism o»), basa da en la convicción de que la idea o el pensamiento era más importante y precedía al hecho material, a la cosa. El pensamiento científico de la antigüedad fue desarrollado por una insignificante minoría de la i lase gobernante, a pesar de una cierta oposición por parte del resto. Esta consideración nos ayudará a comprender todavía mejor la grandeza superior de Lucrecio. Si estas contradicciones no fuesen suficientes para el estudioso que intente una comprensión cien tífica del poeta de la ciencia y de su época, tenemos todavía otro problema por explorar. Aunque la agri cultura siguió siendo la industria base de la época clásica, en los últimos años de la república la agri cultura se transformó cada vez más en una agricul tura extensiva. Empezaron a aparecer grandes exten siones cultivadas con el trabajo de los esclavos, que 38 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio los romanos llamaron latifundia. Poco a poco, estas grandes propiedades oprimieron al agricultor libre, que había representado la espina dorsal de la eco nomía y, por otro lado, la base del ejército del anti guo Estado romano. La trata de esclavos, que se había desarrollado en gran escala después de la muerte de Alejandro Magno, se extendió todavía más durante los dos últimos siglos antes de Cristo. Los estudiosos modernos tienden a poner en duda las elevadas cifras que hacen referencia a la extensión de la trata de esclavos. «...Una afirmación de Estrabón, única y no confir mada, ...que en la isla (es decir, Délo) podía acoger y expedir diez mil esclavos diarios, es sin duda una gran exageración de la posibilidad física, de la capa cidad de transporte y de las facilidades del comercio de las islas» 36. Pero, a pesar de todo, no se puede negar que el número de los esclavos aumentó en Italia enormemente en el período que estamos exa minando. «En el año 90 a. de C. los jefes de los aliados de Italia, que se habían sublevado, pudieron reunir v armar contra Roma casi veinte mil esclavos. El he cho de que Sila, en el 81 a. de C., pudiese liberar y armar a diez mil esclavos de los proscritos, para convertirlos en su guardia personal, da idea del gran número de esclavos que se habían concentrado en las familias de las clases superiores, dentro y cerca de Roma... Se valoran en setenta mil los armados bajo el mando de Espartaco (e l jefe de una gran revuelta de esclavos contra el Estado romano en el 71-72 a. de C.) 37, con un rápido aumento hasta ciento veinte mil cuando marchó contra Roma» 38. Al mismo tiempo, la numerosa y creciente plebe romana era alimentada cada vez más con trigo im portado, primero de Sicilia, después de Africa y de Egipto, almacenado en los graneros de Ostia y dis- La época de Lucrecio 39 tribuido al pueblo de Roma a un precio por debajo del precio de mercado. Aparece así una parte de las clases poseedoras y gobernantes, cuya riqueza no estaba basada sobre las rentas de la propiedad del suelo italiano, como sucedía para las familias más antiguas, sino sobre el cambio, sobre el comercio y sobre las empresas artesanales: fábricas pobladas de esclavos y de arte sanos libres. La tendencia se reforzó por el particu lar sistema impositivo desarrollado por la república, como sustitutivo de un presupuesto y de una buro cracia funcional. Se formaron en Roma grandes com pañías de recaudadores de impuestos para tomar en arrendamiento el privilegio de cobrar impuestos. Después de pagar a la hacienda romana una suma fijada para asegurarse el privilegio, estas sociedades por acciones mandaban sus agentes, publicani, a las provincias para cobrar todo aquello que pudieran exprimir a los infelices provincianos (e l punto de vista de los provincianos está suficientemente seña lado en la acusación que se hizo a Jesús por sentarse en la mesa con publicanos y pecadores). El sistema fue aplicado en primer lugar en Sicilia y posterior mente fue extendido a Africa por Cayo Graco. El nuevo sector de la clase gobernante y posee dora es calificada a veces, por algunos estudiosos, con el nombre de «capitalista». No tenemos que ha cer ninguna objeción al uso del término si dejamos a un lado muchas de las implicaciones que la pala bra comporta, y no confundimos al antiguo empren dedor con el moderno industrial y magnate de las finanzas. El sistema industrial que se desarrolló en Roma lo fue de una forma muy primitiva y, por otra parte, embrionaria. «La presencia de un creciente número de esclavos empleados en la industria en Italia se deduce de las veintinueve cédulas en que se contienen nombres de 40 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio esclavos y libertos magistri y magistrae, encontra das en la ciudad industrial de Minturno» 39. «E l duro trabajo manual, como moler la harina en los hornos, estaba a cargo de los esclavos y era utilizado como castigo en los casos de desobedien cia o fraudes, como se demuestra por las frecuentes referencias de la comedia romana al trabajo en el pistrinum, que correspondía al de los m ulini (mylo- nes) en la Nueva Comedia de Atenas. La continua introducción a partir del año 150 a. de C., principal mente en la zona oriental del Mediterráneo, de es clavos técnicamente preparados para el trabajo ar tesanal, dio un notable impulso al desarrollo de la industria en Italia, influyendo en primer lugar en los talleres artesanales grandes, pero penetrando también en la economía de los pequeños propieta rios y de tiendas. La organización y utilización de un cuerpo de demolición y construcción, formado por ciento cincuenta esclavos competentes, por parte de Marco Craso, representa el máximo ejemplo de organización por nosotros conocido del trabajo de los esclavos en tiempos de la república. Las firmas de los maestros artesanos que aparecen en los re lieves de las cerámicas de la antigua Cales y en los vasos de la antigua Umbría son principalmente de ciudadanos romanos libres, y los nombres de los esclavos aparecen sólo ocasionalmente en las vaji llas de Cales. Teniendo en cuenta que la fuerza de los esclavos era usada para las tareas manuales me nos complicadas de esta profesión, como cuidar de los hornos, el trabajo libre mantuvo evidentemente una fuerte influencia en la industria de la cerámica, probablemente hasta casi el final del siglo segundo a. de C. Las listas de los magistri de Minturno no indican las tareas de los esclavos y de los libertos reseñados, excepto cuando los esclavos eran propie dad de las corporaciones ciudadanas. Aparecen los nombres de cinco esclavos que eran propiedad de La época de Lucrecio 41 la corporación de los fabricantes de colorantes y es bastante probable que la mayor parte de los restan tes esclavos y libertos fuesen trabajadores de la in dustria, con algunos pocos empleados en los servi cios domésticos» *°. En sentido económico, el uso de los esclavos en la «industria» era menos importante que su empleo en las grandes propiedades, muchas de las cuales desarrollaron pequeñas industrias complementarias, y que su empleo, en cantidades que ahora nos pare cen enormes, en las mansiones de los ricos y pode rososromanos. A pesar de todo, es evidente la gran importancia del comercio de los esclavos en la eco nomía romana. Y de la misma manera se desarrolló, en respuesta a las nuevas necesidades económicas, una clase de hombres cuya riqueza estaba basada sobre la propiedad mueble, en vez de sobre la pro piedad de la tierra. Esa parte de la antigua sociedad que se había desarrollado comercialmente dependía particularmente de una abundante provisión de es clavos. De esta manera, los antiguos emprendedores, cobradores de impuestos, usureros, financieros, hom bres que vivían de la renta, propietarios de indus trias artesanales, propietarios de esclavos que los alquilaban de vez en cuando, ejercían a menudo presión para provocar guerras y conquistas que per mitieran importar un nutrido abastecimiento de es clavos41. A menudo sucedía, especialmente en el pe ríodo que estamos examinando, que los intereses de los caballeros encontraban en el poder político de los nobles, que poseían y controlaban efectivamente el Estado, un obstáculo que desbarataba el éxito de sus planes. Cuando esto sucedía, los caballeros for maban una coalición y se lanzaban a la arena po lítica. A veces, la lucha contra los nobles era larga, te naz y difícil. Especialmente en la Roma del siglo I a. de C., los «nobles» formaban un pequeño grupo compacto con un monopolio casi total de la magis tratura, de los puestos de gobierno, de las posiciones de poder político. Los Equites, en la búsqueda de sus intereses particulares, se encontraban a menudo ante este ciego muro del privilegio aristocrático. De vez en cuando, uno de sus miembros abandonaba la oposición y tomaba por asalto la ciudadela del pri vilegio y del poder. Estos personajes (uno de los cuales fue Cicerón) eran llamados «hombres nue vos» y a menudo se convertían en <nnás realistas que el rey», celosos de lo estatuido y, por supuesto, más conservadores que los propios nobles. Pero para la mayoría de los Equites tal fuga estaba descartada, pues en cuanto clase estaban obligados a continuar una feroz y agotadora lucha contra la aristocracia y los senadores. Para poder tener ciertas posibilida des de éxito en su lucha, tenían necesidad de alia dos, que encontraban en las esferas más bajas de la sociedad. Los campesinos que habían perdido sus tierras, que afluían a la ciudad en una masa desocu pada e inocupable, proporcionaban una fuerte re serva de descontento contra los nobles. Los ciuda danos de las ciudades conquistadas, primero en Ita lia (que los romanos amablemente llamaban alia dos) y después en las provincias, pedían las prerro gativas y las ventajas concretas que se derivaban de la ciudadanía romana. Los campesinos que contem plaban con temor el crecimiento de los latifundios unían a menudo su voz al clamor de la oposición. Dado que la coalición abrazaba estos heterogéneos y mal conjuntados elementos, comprendía la mayoría de los ciudadanos libres del antiguo estado, los Equi tes (comerciantes, propietarios de establecimientos industriales, prestamistas, etc.) llamaban a su mo vimiento un movimiento democrático y popular. A veces, para obtener un apoyo difuso, los Equites, aun permaneciendo en la oposición, hacían muchas concesiones o por lo menos promesas a las clases 42 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio La época de Lucrecio 43 más bajas. En su desesperación, alguna vez, el mo vimiento democrático movilizaba y armaba a los esclavos. Sin embargo, tal sentimiento de desespe ración era muy mal acogido por los nobles, y gene ralmente los jefes de la oposición estaban de acuer do con este juicio. Realmente no tenían ninguna intención de conducir a los esclavos, en cuanto clase, a la libertad y a la igualdad. Pues hacerlo hubiera sig nificado la completa destrucción de la base económi ca y social de la antigüedad clásica. Cada vez que ob tenían ventajas políticas o se aseguraban la victoria política, los demócratas demostraban tanta rapidez en colocar a los esclavos «en su sitio», como hubiera deseado cualquier noble conservador. Un jefe de la oposición, como Craso o Pompeyo, eran tan brutales como el más intransigente conservador a la hora-de reprimir la insurrección de los esclavos. A pesar de todo, y salvando estos límites, el movimiento demo crático produjo en la antigüedad grandes figuras, como Pericles en Atenas y Cayo Graco en Roma. La más grande de estas figuras estaba viviendo en Roma, en la misma época de Lucrecio, su triunfal carrera, enarbolando la bandera del movimiento de mocrático, popular, progresivo, y extendiendo las írontcras del Imperio romano hasta el Rhin y el canal de la Mancha. Julio César fue coetáneo de Lucrecio. Es probable que Lucrecio no viviese hasta contemplar el contemporáneo triunfo del ejército «popular» de César, cuando desde el Norte recorrió Italia como un rayo, atravesó el Rubicón y acalló el guirigay de los discursos tremebundos en que había caído el Senado. Sin embargo, todo el arco de la vida de Lucrecio estuvo marcado por luchas políti cas siempre a punto de convertirse en guerras civi les: la ofensiva y la contraofensiva de los ejércitos en combate, guerras, batallas, matanzas, terror y proscripción. De todo ello, Lucrecio no dice nada V se limita a una sola patética invocación a la paz 44 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio cuando se lanza a su poderosa tarea. «Paz a nuestra época, Señor.» (O también: «Podrá nuestra señora, Venus, la Reina del Amor, conmover a su amante Marte, el dios de la Guerra».) Desde el principio hasta el final la idea de Lucre cio es la de una fuga para refugiarse en el templo sereno de la sabiduría. Sin embargo, es el poeta de la oposición popular que a veces se subleva con fuerza. Aquellos para los que escribía, aquellos que habrían simpatizado con su credo, hay que buscar los entre los Equites, la parte rica de los propieta rios de esclavos, cuya riqueza estaba basada sobre la usura y el control de la propiedad mueble; los hombres que habían unido su suerte al movimiento «democrático». La oligarquía senatorial se había atrincherado tan sólidamente que la oposición, para obtener el poder, sólo podía confiar en la jefatura de un hombre, con cepción a veces definida con el nombre de «monar quía democrática». El movimiento democrático es taba conduciendo rápidamente a la figura del dic tador. Y sobre este lado negativo del programa po pular, la teoría del abstencionismo político consti tuyó un arma bastante potente en las manos de la autocracia42. En su aspecto positivo, el poema de Lucrecio De Rerum Natura debe haber sido un arma bas tante eficaz contra las posiciones de la nobleza, mi nando las bases y debilitando la fe romana en esa antigua religión que significó una parte tan impor tante de los intereses conservadores 43. 4. La lucha contra la religion ro mana Por qué Lucrecio escribió su gran poema En muchos versos de intensa sinceridad, nues tro poeta explica el motivo que le impulsó a es cribir el poema. Utilizó el verbo «impulsar» cons cientemente, pues Lucrecio, evidentemente, está su jeto a profundos impulsos interiores. La vida hu mana, según su concepción, está oprimida por el miedo, el miedo de la muerte y de lo que sucede después de la muerte. Si pudiésemos demostrar a la humanidad que el miedo es inútil, entonces los hom bres podrían comenzar a disponer de su vida sobre los sólidos fundamentos de la razón y de la tranqui lidad. La religión, por lo tanto, es para él el ene migo que hay que combatir y desenmascarar con todas las formas posibles. Los dioses eran tiranos y la religión del más allá, «con horrible aspecto ame nazador, amenazaba a los vivos», una singular per sonificación de la fuerza que le impulsa a escribir su gran poema. Cuando la humana vida ante nuestros ojos oprimida yacía con infamia en la tierra por grave fanatismo, que desde las mansiones celestiales alzaba la cabeza amenazando a los mortales con horrible aspecto,al punto un varón griego osó el primen■ levantar hacia ¿I mortales ojos y abiertamente declararle guerra: no intimidó a este hombre señalado la fama de los dioses ni sus rayos. 46 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio ni del cielo el colérico murmullo. El valor extremado de su alma se irrita más y más con la codicia de romper él primero los recintos y de la Natura las ferradas puertas. La fuerza vigorosa de su ingenio triunfa y se lanza más allá los muros inflamados del mundo, y con su mente corrió la inmensidad, pues victorioso nos dice cuáles cosas necer pueden, cuáles no pueden, como cada cuerpo es limitado por su misma esencia: por lo que el fanatismo envilecido a su voz es hallado con desprecio; ¡nos iguala a los dioses la victoria! D. R. N., 1, 68 y ss. Este hombre griego que ahora mencionamos por primera vez era, naturalmente, Epicuro **. Era el ve nerado maestro de Lucrecio y el hombre que un si glo antes había propuesto el sistema filosófico que nosotros llamamos epicureismo. Al credo de la reli gión había opuesto el credo de la ciencia, de la causa y del efecto, de lo que podía y no podía ser; de «cuál es su poder restringido en ciertos límites, cuál la razón profunda que determina la esencia de cada una». De esta maneja el pensamiento de su maestro había derrotado, en su momento, a la superstición. ¡Nos iguala a los dioses la victoria! Expulsar los temores supersticiosos de la mente de los hombres es una tarea dura y Lucrecio lo sa bía. Era especialmente duro exponer los profundos descubrimientos científicos de los griegos en versos latinos. No se me oculta que en latinas voces es difícil empresa el explicarte los inventos oscuros de los griegos. La lucha contra la religion romana 47 principalmente cuando la pobreza de nuestra lengua, y novedad de objeto harán que forme yo vocablos nuevos. D. R. N., I, 136 y ss. Teme que el mismo Memmio, su protector, pue da abandonarle, pues éste podía pensar que Lucre cio se estuviese deslizando hacia el impío raciona lismo y recorriese el camino del pecado. Para tran quilizar a su protector le recuerda las atrocidades ejecutadas en nombre de la religión. Cuenta, con un estilo espléndido, la antigua historia de Ifigenia, de cómo la ambición de un padre, obcecado por un terror supersticioso, impulsó a Agamenón a matar a su virginal hija, con el fin de que la flota pudiese levar anclas hacia Troya. Al relatar esta leyenda, Lucrecio sondea la profundidad de la emoción hu mana y contrapone hábilmente el fasto de la cere monia nupcial, que cuadraba mejor a una virgen, con la tétrica imagen de la procesión de los verdugos. (En el rito de la antigua Roma, el esposo atravesaba el umbral de la nueva casa con la novia en los bra zos para evitar que el comienzo de la nueva vida pudiese ser entristecido por un traspiés de mal au gurio.) De la misma manera, Ifigenia avanzaba sos tenida por los brazos de los hombres, pero en los de sus verdugos y no en los de su esposo y señor. El himno que acompañaba al rito era un himno de sa crificio y no el límpido y dulce himeneo. La cruda asonancia que contiene la indignación del poeta es casi intraducibie: impuramente pura ( casta inceste). Ninguna traducción puede reflejar adecuadamente el duro sarcasmo con que el poeta imagina a los esclavos que esconden las armas en señal de respeto hacia los sentimientos del padre ( hunc propter fer rum celare ministros). El párrafo termina con un verso que es casi un sollozo: Tantum religio potuit suadere malorum. 48 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio Cuanto más profundamente es perseguida la hu manidad por el miedo supersticioso, pensaba Lucre cio, más es cada hombre presa del terror religioso, pues difícilmente se puede escapar a «los dichos de los vates temorosos». Inventor de sueños vanos que sin cesar toda su vida agiten, y el temor emponzoñe tu ventura". Pero también decía: si el hombre pudiese darse cuenta que hay un final predestinado al sufrimiento, En alguna manera se armarían resistirían contra el fanatismo y amenazas terribles de poetas: pero no hay medio alguno de hacer frente porque se han de tener eternas penas más allá de la muerte. El hombre teme los tormentos eternos de des pués de la muerte y ello es debido a su ignorancia sobre los temas más fundamentales. ..."no sabemos cuál es del alma la secreta esencia: si nace, o si al contrario se insinúa al nacer en el cuerpo, y juntamente muere ella con nosotros; si del Orco corre vastas lagunas tenebrosas si por orden divina va pasando de cuerpo en cuerpo en los otros brutos". D. R. N., I, 112 y ss. Sentía por lo tanto el deber de enmendar esta ignorancia y los hombres debían aprender la filoso fía natural. Sólo de esta manera se podían disipar las densas tinieblas que envuelven y espantan a los espíritus. Por lo que antes que entremos en disputa de las cosas de arriba, y expliquemos La lucha contra la religión romana 49 del sol y de la luna la carrera; cómo en la tierra se produce todo; principalmente con sagaz ingenio del ánimo y del alma los principios constitutivos es bien indaguemos. D. R. N., I, 127 y ss. Preciso es que nosotros desterremos estas tinieblas y estos sobresaltos, no con los rayos de la luz del día, sino pensando en la naturaleza. D. R. N., I, 146 y ss. La lucha contra la religión es, por lo tanto, fun damental para los fines que se fija el poeta. La completa exposición de su filosofía lleva la inten ción de ahuyentar los miedos sobrenaturales y el terror de los tormentos de ultratumba. La filosofía que expone y que analizaremos en los próximos ca pítulos tiene como profundo motivo práctico la eli minación de este miedo. La filosofía es para Lucre cio un bálsamo para las heridas del alma, que lo contrapone a la religión; la ciencia y la filosofía de la ciencia. La tranquilidad, como claro aprendizaje de todas las cosas, derivada de una comprensión de las leyes físicas y naturales, produciría en su opinión una serenidad espiritual, una tranquilidad de la men te y una liberación del miedo. Muchas personas en cuentran esta posición extraordinaria, pues Lucrecio se sitúa aquí en el mismo plano de los santos y de los sabios de todas las épócas, al predicar la sereni dad que se deriva de una visión del todo. Lucrecio es único (o casi) en cuanto que receta el materia lismo como la medicina que produce dicha sereni dad. Lucrecio fue uno de los primeros y posible mente uno de los más grandes humanistas, y desde luego el poeta humanista más conmovedor y conse cuente. Sin embargo, aun siendo cierto todo ello, 50 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio es conveniente expresar algunas reservas y detener se sobre ciertas paradojas. Habiendo excluido ele gantemente a los dioses del control del universo, del destino humano y del curso de los acontecimientos naturales, Lucrecio admite su existencia, pero se sirve de ellos para otros fines. La paradoja es evi dente, precisamente al principio del poema. La obra comienza con una magnífica invocación a la diosa Venus. Venus era, naturalmente, según la leyenda romana, la madre de Enea y, por lo tanto, la proge- nitora del pueblo romano. El propio Julio César ha cía remontar sus orígenes a Venus, y al mismo tiem po que se dirige a ella como a la madre de los Eneades hace un cumplido al je fe de la facción po pular. Pero Venus es también la diosa de la fertili dad, la santa patrona de la reproducción de las plan tas, de los animales y del género humano. Las cria turas se emparejan para reproducir la propia raza por obra de Venus. La imaginación pictórica y poé tica de Lucrecio ve el universo como un perfecto espectáculo de procreación, especialmente cuando la primavera visita la tierra. Huyen ante él los vien tos y las nubes, la tierra variopinta ofrece sus her mosas flores, los pájaros cantan y su fuerza hace palpitar el corazón. Los animales excitados por la pasión saltan sobre los floridos prados,
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