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Winspear, A D - Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio

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A. D. Winepear
Qué ha dicho 
verdaderamente
LUCRECIO
DONCEL
Armauirumque 
Armauirumque 
UUE HA DICHO VERDADERAMENTE
2. Qué ha dicho verdaderamente LUCRECIO, Alban Dewes 
Winspear,
1.· edición, 1971.
© Harvest House Ltda. Montreal.
© Doncel, Madrid.
• Titulo original: “Lucretius and scientific thought".
• Traducción española por Natalia Calamai.
• Edita: Doncel, Pérez Ayuso, 20, Madrid-2.
Depósito legal: M. 12.910-1971 
Impreso en Rúan, S. A. - P.° de la Industria. Alcobendas (Madrid).
LUCRECIO
N ació posiblemente en Pompeya, alrededor del año 99 a. de C. 
Se suicidó alrededor del año 55 a. de C.
Marco histórico
10b a. de C. Nace Cicerón
100 a. de C. Nace César
60 a. de C. P rim er Triunvirato de César
49 a. de C. César pasa el Rubicán
44 a. de C. Muerte de César
43 a. de C. Muerte de Cicerón
1. La originalidad de Lucrecio
M ienso que la mayor parte de los estudiosos que 
-*· hayan prestado una sería atención al tema ad­
mitirán que Lucrecio fue un poeta de talento extra­
ordinario, que conjugó un fervor casi profético con 
un supremo dominio de la técnica de la composición 
poética, y que como resultado de esta combinación 
de fervor y habilidad produjo uno de los poemas 
más impresionantes de toda la historia de la litera­
tura. Sin embargo, aun admitiendo lo anterior, los 
estudiosos tienden, con una desconcertante unanimi­
dad, a negar la originalidad intelectual de Lucrecio. 
Opinan que Lucrecio fue un gran traductor y versi­
ficador, pero cuyo sistema de ideas se puede encon­
trar ya terminado en Epicuro. Su aportación habría 
consistido, por lo tanto, en haber traducido el sis­
tema de Epicuro al latín y en haberlo expuesto en 
un «tour de force» de alta poesía. Según la opinión 
más extendida, en Lucrecio no hay rastro de pensa­
miento original. Esta opinión negativa puede tener 
su explicación en una justificación histórica, pues la 
máxima influencia de Lucrecio sobre el pensamiento 
del mundo occidental se verificó en los siglos xvm 
y XIX de nuestra era, es decir, precisamente en el 
período en que la teoría atómica de la materia y las 
interpretaciones mecanicistas de los descubrimien­
tos de la ciencia, ponían a prueba la inteligencia de 
los hombres (e l «N ew System o f Chemical Philo­
sophy», de Dalton, aparece en 1808). Por otra parte, 
las implicaciones éticas de estas concepciones, hedo­
nismo y utilitarismo, eran para algunos demasiado 
atrevidas, mientras para otros demasiado perturba­
doras. Daba la impresión de que el pensamiento de
6 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
Lucrecio suscitase en ambos campos anticipaciones 
de las conclusiones modernas; en el campo de la 
cosmología, anticipando las ideas de Boyle, Newton 
y Dalton; en el campo de la ética, las de Hume, Ben- 
tham y Mili; aunque se admitía que tanto en uno 
como en otro campo Lucrecio era un discípulo de 
Epicuro. El mismo reconoce, en una sucesión de lu­
minosos versos, su deuda hacia el maestro, conside­
rado como d ivino2. Nadie podrá acusar a Lucrecio de 
no haber reconocido suficientemente sus deudas.
Pero volvamos a nuestro tema. Cuando en la se­
gunda mitad del siglo xix el pensamiento de Darwin 
ejerció toda su influencia sobre el pensamiento del 
mundo occidental, y los hombres empezaron a mi­
rarse unos a otros con negra sospecha y a pregun­
tarse si las instituciones humanas también serían 
susceptibles de una interpretación evolutiva, el es­
quema de la interpretación ya había sido fijado. Pero 
Lucrecio formuló efectivamente una teoría de la evo­
lución y anticipó brillantemente las ideas de aque­
llos modernos, que se adhirieron a la teoría de la 
evolución tanto en sus aspectos biológicos como so­
ciales.
«Encontramos la idea de la evolución tanto en el 
mundo orgánico como en el inorgánico. ËI concepto 
de creación no es, como en la concepción hebrea, 
un "fia t” por parte de un creador, sino un crecimien­
to, un progreso. Los cielos estrellados y la tierra se 
han desarrollado y, por otra parte, las mismas fuer­
zas que trabajan hoy en ambos han contribuido a su 
nacimiento y trabajarán para su fin... En el reino 
orgánico existe la misma idea de progreso, sobre 
todo en el origen de la misma tierra, qüe en-Lucrecio 
tiene un sentido de Madre Tierra bastante más pro­
fundo y elocuente que en cualquier mitología. Existe 
a misma idea de herencia por medio de simientes 
germinales que descienden de los padres a la prole.
La originalidad de Lucrecio 7
reproduciendo a veces las características de remotos 
antepasados» 3.
«N o encontramos, naturalmente, ninguna concep­
ción de la evolución de la especie... Sin embargo, hay 
dos momentos en la zoología de Lucrecio que son 
claramente darwinianos: el efecto de la adaptación 
orgánica y de la domesticación sobre la conservación 
de la especie (por ejemplo, el valor de supervivencia 
de la velocidad de las piernas), y de la vida animal 
en las montañas, en las selvas, bosques, corrales y 
pastos» *
Naturalmente, continúa Leonard, la idea de Lu­
crecio incluye explícitamente la extinción de las espe­
cies no adaptadas al propio ambiente o no protegi­
das por el hombre.
Él otro momento claramente danviniano que 
Leonard observa es «la insistencia lucreciana contra 
la teleología, es decir, contra la idea de un plan de 
la naturaleza, idea favorita de Aristóteles y los estoi­
cos, tan criticados por Lucrecio. No sólo no existen 
dioses que hagan planes desde el exterior, sino que 
la propia Naturaleza, dice Lucrecio, no lleva en sí, en 
su interior, ningún plan, pues simplemente sigue su 
desarrollo y las cosas suceden y las funciones se des­
arrollan por aquello que acontece. La lengua no fue 
creada con el fin de que pudiésemos hablar, sino 
' que, teniendo lengua, empezamos a usarla para ha­
blar. El lenguaje es un producto secundario de la 
lengua y no el objetivo originario de la lengua. To­
davía hoy continúa la discusión entre las dos escue­
las de pensamiento, si bien sobre la base de un aná­
lisis más penetrante y contando con un mayor nú­
mero de datos biológicos. Muchos biólogos serían 
partidarios decididos de Lucrecio, mientras que la 
mayoría de los metafísicos y todos los teólogos cris­
tianos sinceros serían partidarios de los estoicos»5.
Leonard sigue poniendo de manifiesto la extra­
ordinaria anticipación que significa Lucrecio respec­
8 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
to a ciencias posteriores, como la antropología, la 
paleontología v la arqueología6. No obstante, ello 
no ha sido suficiente para disipar la idea que se 
tiene de Lucrecio, como un simple imitador, y el 
propio Leonar se hace eco de esta crítica en su estu­
penda exposición:
«Los modernos críticos literarios hablan a veces 
de Lucrecio como si su nivel científico alcanzase la 
altura del poeta. Sin embargo, su contribución a la 
ciencia... es la de un magistral divulgador de las 
ideas científicas de otros, y sólo se trata de un ma-
Î'istral descubridor en tanto en cuando descubrió en a Naturaleza y en la vida muchos fenómenos y epi­
sodios que corroboraban aquellos principios»
Me da la impresión de que esta idea debería ser 
refutada. La originalidad de Lucrecio podría ser ana­
lizada a dos niveles distintos: Primero, un talento 
para la exposición que le hace tomar de uno de sus 
antecesores una idea prosaica que luego adorna con 
metáforas, imaginación y pasión. Segundo, una fuer­
za intelectual que le permite ver con bastante más 
claridad que cualquier otro pensador antiguo, las 
implicaciones de la posición filosófica que mantie­
ne. Lucrecio adhirió a una concepción anti-teológica 
del universo, evolucionista y anti-teleológica, perma­
neció fiel a esta perspectiva y la expuso con bastante 
mayor firmeza y elocuencia que cualquier otro pen­
sador antiguo. Aplicó esta concepción del mundo a 
la evalución de las plantas, de los animales y del 
hombre y propuso una teoría de la evolución bioló­
gica y social que supera con mucho cualquier otra 
teoría surgida en la antigüedad clásica. Aquí radica, 
precisamente,la modernidad del pensamiento de Lu­
crecio.
La idea de que Lucrecio sea un imitador se basa, 
con demasiada frecuencia, en una suposición. Lu­
crecio toma muchas de las doctrinas éticas y físicas 
de Epicuro, al que. rinde homenaje en múltiples oca-
La originalidad de Lucrecio 9
siones. Asimismo rinde homenaje a Empédocles. ¿Te­
nemos base para pensar que la doctrina sobre la 
evolución biológica y social hubiera sido anticipada 
eri el poema perdido de Empedocles? En el estado 
actual de las cosas, sólo podemos decir «ignoramus».
Examinemos en primer lugar los párrafos que 
Leonard ha descrito como claramente darwinianos: 
su oposición a la teleología y a la creación divina, 
su fe en la supervivencia de la especie8. Leonard no 
tiene intención de defender que en este campo Lu­
crecio haya producido muchas cosas que son clara­
mente originales. Sin embargo, es necesario resaltar 
la claridad con que el poeta agarró el nudo del pro­
blema filosófico. Sobre la teoría de la creación di­
vina Lucrecio manifiesta el máximo desprecio, su 
más fina ironía. En el origen no hay un Dios creador, 
sino átomos que actúan ciegamente, en un continuo 
ensayo de choques y movimientos. Hay demasiadas 
imperfecciones en el universo para que éste sea el 
resultado de la creación divina. Las montañas, las 
rocas, los pantanos y bosques, como asimismo el 
acéano, el desierto, el casco polar, reducen el área 
disponible para la vida humana. Por otra parte, el 
hombre tiene que realizar un esfuerzo constante 
para que las tierras cultivadas den la cosecha, y, una 
vez obtenida, la sequía, las inundaciones, la helada 
repentina o un violento huracán pueden destruirla. 
Los hombres, por último, se encuentran siempre ex­
puestos al peligro de las bestias feroces y de las 
epidemias9. »
¿Cómo podría nuestro agradecimiento alegrar a 
los seres inmortales-y hacerles adoptar una postura 
benevolente por amor de los hombres? ¿Qué nuevo 
acontecimiento podría empujar a un dios a cambiar 
su forma de vivir y a renunciar a su eterna tranqui­
lidad? ¿Cómo fue infundi do en los dioses el gusto 
por crear las cosas? ¿Cómo podían los dioses con­
cebir anticipadamente aquello que debían crear?
10 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
¿Cómo podían ser descubiertas anticipadamente las 
infinitas posibilidades de las disposiciones de los 
átomos, a no ser que la madre Naturaleza hubiera 
hecho una demostración anterior de poder creador?
Decir, a la verdad, que en favor nuestro 
han querido los dioses disponemos 
el orden bello de naturaleza; 
que debemos loar por esto mismo 
esta obra admirable de los dioses; 
por inmortal y eterna reputarla; 
que es un crimen minar con lengua osada 
de este edificio eterno tos cimientos, 
que levantó para la especie humana 
el saber de los dioses inmortales: 
estas fábulas y otras semejantes 
indicio, ¡oh Memmio!, son de gran locura.
De Rerum Natura, Mbro V, verso 155 y ss.
Sobre este párrafo, eL estudioso inglés Cyril Bai­
ley comenta 10: «Aquí el razonamiento corresponde 
a la primera parte de la afirmación de Epicuro sobre 
los cuerpos celestes. No debe pensarse que aquéllos 
deban su existencia a un ser que los controla o que 
los haya ordenado. Los argumentos son estrecha­
mente paralelos a los usados por el epicúreo Velleio 
en el De Natura Deorum, de Cicerón. Los argumen­
tos de Cicerón son menos profundos que los de Lu­
crecio, pero la coincidencia demuestra que ambos 
han bebido en una misma fuente epicúrea».
Ahora bien, el De Natura Deorum de Cicerón fue 
escrito probablemente en el año 44 a. de C. Sabe­
mos por la carta que Cicerón escribió a su hermano 
Quinto en febrero del 54 a. de C. n, que en aquel 
año ambos hermanos conocían bien el poema de 
Lucrecio, aunque no aceptamos la tradición conser­
vada por San Jerónimo, según la cual Cicerón cuidó 
la publicación del poema. Por lo tanto, Cicerón pudo 
haber reflexionado sobre el argumento de Lucrecio
La originalidad de Lucrecio I1
diez años antes de escribir su libro l2. Y el hecho de 
que los argumentos, tal como fueron expuestos por 
Cicerón, sean menos profundos demuestra solamen­
te el talento de Cicerón para vulgarizar un tema filo­
sófico, especialmente un tema como la explicación 
epicúrea sobre el origen del universo, por la que 
había tan poca simpatía. De esta manera, descartan­
do la prueba del De Natura Deorum, nos queda sólp 
esa sentencia de Epicuro que acabamos de citar 
como la «fuente» de la argumentación de Lucrecio. 
Efectivamente, la sinceridad nos obligaría a admitir 
que el original es desnudo, abstracto, sin vida y des­
carnado, si lo comparamos con la riqueza de imá­
genes y el calor emotivo de nuestro poeta. Creo, sin 
embargo, que podemos decir aún más. Podemos ob­
servar cómo la doctrina fundamental de Epicuro es 
reforzada por una sucesión de argumentos proceden­
tes de Lucrecio. Se trata, por la tanto, de algo muy 
superior al simple hecho de ser un magistral expo­
sitor de las ideas de otro. Precisamente aquí es don­
de debemos encontrar una originalidad filosófica de 
gran valor. En este sentido, el argumento mencio­
nado de Bailey ilustra bastante bien el tipo de con­
sideración que ha levantado la tradición de los epí­
gonos de Lucrecio.
Consideremos ahora los otros argumentos, por 
medio de los cuales Lucrecio intentó convencer a su 
amigo Memmio de que la tierra no había sido hecha 
por creación divina. El primer argumento es que la 
«naturaleza» no está bien adaptada a las exigencias 
humanas. El segundo, que los seres humanos sienten 
y reconocen esta imperfecta adaptación.
Y el niño semejante al marinero 
que a la playa lanzó borrasca fiera, 
tendido está en la tierra, sin abrigo 
sin habla, en ¡a indigencia y desprovisto 
de todos los socorros de la vida,
12 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
desde el momento en que la naturaleza 
a ¡a luz le arrancó con grande esfuerzo 
del vientre de la madre, y llena el sitio 
de lúgubre vagido como debe 
quien tiene que pasar tan grandes cuitas.
Crecen las fieras y ganados varios, 
y ni el chupar ruidoso necesitan, 
ni con alma nodriza se les ponen 
para acallarlos con lenguaje tierno.
* D. R. N., V, 222 y ss.
El tercer argumento es que el universo, como 
conjunto, debe de ser «nacido y mortal».
Primeramente, si ¡a tierra y agua 
y los soplos ligeros de los aires 
y los vapores cálidos del fuego 
a nacimiento y muerte están sujetos, 
debe correr la misma suerte el mundo, 
que de estos elementos se compone; 
porque siendo nativas y mortales 
las partes, debe el todo ser lo mismo.
D. R. N„ V, 235 y ss.
En estos versos, como muy bien observa Giussa- 
ni, el poeta «deja de ser Epicuro y se convierte en 
Lucrecio». De las tres pruebas que Lucrecio propone, 
sólo una parece haber tenido antecedentes entre los 
filósofos griegos. Y es interesante constatar que 
estos precedentes deben ser buscados en Empédo- 
cles, hacia el que Lucrecio reconoce su deuda en un 
párrafo de magnífico vigor poético. He aquí lo que 
dice Empédocles en tres de sus fragmentos:
Desgraciado de mi, oh infeliz estirpe de los hombres, oh muy
[dolorosa,
de qué luchas y gemidos nacisteis 13.
Lloré y gemí viendo la desacostumbrada estancia H
...Desagradable estancia 
donde el estrago y el odio y las demás estirpes de los Males, 
áridos morbos, podredumbres, obras de disolución, 
en el prado de la Desgracia, por la sombra vagan 16.
La originalidad de Lucrecio 13
Existe un párrafo del pseudo-platónico Assioco 
(336 d. de C.) que trata el mismo tema, pero segura­
mente es más tardío que el de Epicuro y no tenemos 
la más mínima prueba de que Lucrecio lo conociese.
Dejando a un lado ese párrafo cuya influencia es 
dudosa, nos quedan sólo los tres fragmentos de 
Empédocles que puedan haber influido en la mente 
de Lucrecio. La utilización de la observación rela­
tiva al llanto del niño para demostrar las imperfec­
ciones del orden natural parecen más bien de Lucre­
cio, así como también son suyas las otras dos partes 
del argumento. Este síndrome no ofrece ningunaba­
se para sostener la teoría de un Lucrecio imitador.
Por otra parte, no hay duda que la oposición a 
la teleología reflejada en el párrafo que he citado 
al principio, y en el verso similar del libro quinto, 
se remonta a los inicios de la filosofía griega. Aris­
tóteles atribuye a Anaxágoras y a Empédocles la 
oposición a la teleología y reproduce sus argumentos 
con palabras muy parecidas a las de la exposición 
de Lucrecio. He aquí la discusión de Aristóteles en 
la Física ■?:
«Se presenta aquí una dificultad. ¿Por qué no 
debería actuar la naturaleza, no por amor de algo, 
ni porque sea mejor así, sino de la misma manera 
que la lluvia cae del cielo, por necesidad y no para 
que el grano pueda crecer? ¿Por qué, entonces, no 
podría ocurrir lo mismo con las distintas partes de 
la naturaleza? Por ejemplo: que nuestros dientes 
creciesen por necesidad — los dientes de delante, agu­
dos, apto para desgarrar; los molares, amplios y 
adaptados para masticar los alimentos— , puesto que 
no surgieron para este fin, sino que fue simplemente 
el resultado de una coincidencia. Y así sucede con 
todas las demás partes, en las que suponemos ten­
gan un objetivo».
Si se lee el párrafo en griego, es interesante ob­
servar que Aristóteles personifica el cielo en Zeus y.
14 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
por lo tanto, la traducción debería decir más exac­
tamente «al igual que Zeus, que hace llover, pero 
no para que crezca el grano». Aquí, como en otras 
partes, Ιμ traducción oculta el hecho de que Aristó­
teles hizo que el argumento se inclinase ingeniosa­
mente a favor de la concepción teleológica. Los dis­
cípulos de Aristóteles no lograban olvidar la for­
ma vulgar de la explicación dada por Aristófanes en 
Las Nubes 17. Aristóteles aclara muy bien su posi­
ción en De Partibus Animalium I8: «Anaxágoras dice 
que el hombre es el más inteligente de los animales 
-porque tiene manos» (una anticipación bastante sor­
prendente, podríamos añadir, de la concepción mo­
derna, según la cual el hombre es esencialmente un 
animad productor de utensilios). La respuesta de 
Aristóteles es breve y un poco dogmática: «Es razo­
nable suponer que el hombre ha adquirido las ma­
nos porque es el más inteligente de los animales, 
y no viceversa». El argumento había recibido una 
sólida formulación y no hay duda de que Epicuro 
lo había compartido.
Pero para elelaborado éxtasis de fantasía y sen­
timiento en la presentación del argumento tenemos 
que acudir a Lucrecio.
A continuación examinamos otro párrafo que 
Leonard describe como claramente darwiniano y del 
que hemos hablado poco antes ,9.
El comentario de Bailey no podría ser más opor­
tuno:
«E l germen de esta doctrina podemos remontarlo 
a Empédocles, pues está implícito en la explicación 
de Aristóteles: «A llí donde las partes se juntaron, pre­
cisamente como habrían hecho en el caso de tener 
un fin preestablecido, sobrevivieron organizándose 
espontáneamente de una forma apta; mientras que 
aquellas que crecieron de otra manera, perecieron y 
continúan pereciendo, como sucedió, según Empé­
docles, con su progenie de bueyes con rostro hu­
La originalidad de Lucrecio 15
mano». Todo ello es confirmado por el comentario 
de Simplicio: «Todas las partes (es decir, los miem­
bros separados, etc.) que se combinaron unas con 
otras de tal forma que pudieron alcanzar la perma­
nencia, se volvieron animales y sobrevivieron, por­
que podían ser útiles recíprocamente: los dientes 
cortando y masticando los alimentos, el estómago di­
giriéndolos y el hígado transformándose en sangre...; 
mientras aquellas que no se combinaron en las pro­
porciones adecuadas, perecieron». Pero Epicuro se 
desembaraza de la fantástica idea de la preexisten­
cia individual de los órganos y convierte esta teoría 
en algo más definido y centífico.
«En este parágrafo encontramos una afinidad to­
davía mayor con la idea danviniana de al supervi­
vencia de los más aptos. La vida es una continua 
batalla, un bellum en la que sólo los animales que 
poseen las cualidades requeridas pueden sobrevivir 
y los demás perecen; especialmente los tres últimos 
versos de este parágrafo podían ser aceptados sin 
ningún cambio por un 'evolucionista'. Pero, como 
señala Robin, en una nota bastante interesante, Lu­
crecio no tenía ninguna concepción sobre el desarro­
llo de una especie a partir de otra y toda su idea 
giraba en tom o a la estabilidad de las especies. 
Cuando el cambio ha desarrollado un tipo apropiado 
de animal, éste se estabiliza entonces como especie 
permanente. Una vez más la contingencia establece 
la ley natural (foedus)» 20.
Ya he hecho referencia al emocionante párrafo 
en el que nuestro poeta rinde homenaje a Empé­
docles.
...Esta región (es decir, Sicilia) que admiran las naciones 
óptima en bienes, prodigiosa, grande, 
de valerosos héroes guarnecida, 
no tuvo en si varón más señalado, 
más asombroso, caro y respetable.
D. R. N.. V, 726 y ss.
16 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
Qnizás logremos definir con un poco de mayor 
exactitud este sentimiento de gratitud y también las 
diferencias de Lucrecio con su predecesor.
Frecuentemente, Empédocles ha sido descrito 
como un «evolucionista». Se dice en un párrafo: 
«Prim ero las plantas, concebidas como dotadas de 
sentimientos, brotaron germinando de la tierra. Des­
pués surgieron fragmentariamente los animales, ca­
bezas, extremidades, ojos, vagando horriblemente en 
el espacio, de cuya unión casual resultó una forma 
grotesca hasta que no encontraron la proporción 
justa y el justo número desarrollándose en los orga­
nismos que hoy vemos alrededor de nosotros». El 
evolucionismo de Empédocles era todavía rudimen­
tario21. Está claro que el proceso de matización de 
las vulgaridades más evidentes empezó con Epicuro, 
pero parece probable que el propio Lucrecio conti­
nuara conscientemente el proceso de refinamiento. 
Es posible que el conocido argumento de Lucrecio 
contra la posibilidad de la existencia de los centau­
ros 22 fuese una crítica consciente de la «progenie 
de bueyes con rostro humano» de Empédocles.
La descripción de Lucrecio de la sociedad primi­
tiva es interesante y, en su conjunto, coherente. En 
ella no encontramos ni el buen salvaje de la selva 
primitiva, tal y como lo concibe Rousseau, ni la vida 
en la naturaleza de Hobbes: solitaria, pobre, peli­
grosa, bestial y breve. Hay muy poco de la idealiza­
ción de la edad de oro tal y como la encontramos 
en Hesíodo, Platón y hasta Empédocles. Lucrecio ad­
mite las dificultades y las privaciones de la vida 
primitiva, pero utiliza la descripción del hombre 
primitivo, y esto es bastante característico, para rea­
lizar un duro ataque a las instituciones, a las intri­
gas, al lujo y a los vicios de la Roma aristocrática 
de su tiempo.
La originalidad de Lucrecio 17
El párrafo siguiente — la muerte entre los hom­
bres primitivos— nos ofrece una parte de su más 
conmovedora inspiración:
Ni entonces más que ahora los mortales 
dejaban la sabrosa luz de vida; 
muchos de ellos es cierto que cogidos 
y desgarrados con feroces dientes 
un pasto vivo daban a las fieras, 
y los bosques y montes y las selvas 
llenaban de gemidos espantosos, 
viendo que sus entrañas palpitantes 
en un sepulcro vivo se enterraban.
Pero aquellos que huyendo se salvaron, 
lleno de mordeduras todo el cuerpo, 
y sus trémulas manos aplicando 
en las malignas úlceras, llamaban 
al infierno con voces formidables, 
hasta que de la vida los privaban 
¡os gusanos crueles sin amparo, 
sin saber qué aplicar a sus heridas.
D. R. N., V, 988 y ss.
La claridad casi morbosa de la imaginación del 
poeta en estos últimos versos, especialmente en el 
verso
viendo que sus entrañas palpitantes 
en un sepulcro vivo se enterraban,
podrían dar la impresión, a algunos lectores, de ser 
casi patológica.
Sin embargo, no daba un solo día 
a la muerte millares de guerreros 
que seguían banderas diferentes, 
ni estrellaban ¡os mares borrascosos 
los hombres y navios en escollos: 
elmar se enfurecía vanamente; 
sus bramidos en vano suspendía, 
ni la engañosa calma de sus ondas 
era capaz de seducir a alguno 
con falsa risa: se ignoraba entonces 
de la navegación el arte fiero.
La falta de alimento daba entonces
18 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
muerte a los flacos miembros; la abundancia 
es la que mata hoy día: entonces ellos 
eran por ignorancia envenenados; 
a otros con más arte ahora envenenan.
D. R. N.. V, 999 y ss.
Como comenta Bailey, «no existe ningún antece­
dente de este parágrafo, en ninguna fuente epicúrea 
o de otro tipo, y puede haber sucedido muy bien 
que el poeta, como sugiere Giussani, se hubiese 
abandonado a la propa fantasía».
Es una característica de Lucrecio el comparar la 
muerte entre los primitivos y la muerte entre los 
civilizados, en una sarcástica crítica de las costum­
bres y de las instituciones de su tiempo.
A continuación de esta descripción de los hom­
bres primitivos, Lucrecio coloca un párrafo muy 
conciso en que polemiza sobre el paso a la civiliza­
ción El hombre ha aprendido a construirse casas 
y vestidos, a calentarse con el fuego, a sustituir las 
relaciones sexuales casuales por el matrimonio. De 
ello se ha derivado un tipo de carácter más dulce; 
las familias unidas en una especie de rudimentario 
contrato social para formar una comunidad con una 
vida común y dar protección a los débiles. Y aunque 
todavía no se diera la armonía universal, un número 
suficiente de miembros de la comunidad que emer­
gía tomaba la decisión de asegurar la supervivencia 
y la continuidad de la raza.
Ningún pensador anterior había tratado la cues­
tión del progreso social tan claramente como Lucre­
cio. Unicamente el último punto — el primitivo con­
trato social— había sido anticipado por Epicuro. 
«La justicia no es algo que exista por sí mismo, sino 
sólo en las recíprocas relaciones, y siempre en los 
lugares donde se llega a un acuerdo de no hacer ni 
recibir mal alguno» El resto de la argumentación 
y toda la poesía parecen ser originales de Lucrecio.
La originalidad de Lucrecio 19
El extenso párrafo sobre el origen del lenguaje, 
en que Lucrecio se preocupa por oponerse a toda 
explicación sobrenatural o mística del lenguaje hu­
mano, sigue muy de cerca la forma como Epicuro 
trata el mismo tema en su Carta a Herodoto. El opo­
nente, contra el que ambos polemizaban, era proba­
blemente Platón
Lucrecio propone dos teorías naturalistas para 
explicar el origen del fuego: el rayo o el roce de las 
ramas de los árboles en los bosques. No parece im­
portarle mucho cuál de las dos explicaciones con­
venza más al lector, con tal de que rechace el mito 
de Prometeo, portador del fuego. La única fuente 
existente sobre este trozo es una obra perdida de 
Demócrito26, Aitiai pert pyrós kaí tón en pyrí. Es im­
posible afirmar si Lucrecio la ha tomado o no de 
Demócrito, aunque de todas formas no es completa­
mente improbable que lo haya hecho.
El párrafo que sigue, la explicación de Lucrecio 
sobre el surgimiento de la desigualdad en la socie­
dad y el desarrollo de la propiedad privada, es más 
personal, y aquí Lucrecio da la impresión de una 
clara originalidad. Sin embargo, en la discusión so­
bre la riqueza, desde una perspectiva moral, parece 
tomar los argumentos de Epicuro. «Según la natura­
leza, la riqueza tiene límites bien precisos y son 
fácilmente alcanzables; pero según las vanas opinio­
nes no tiene ningún lím ite »27. Y también: «Todo lo 
que es natural es fácil de obtener».
Pero mientras el interés de Epicuro en esta dis­
cusión es fundamentalmente ético, el de Lucrecio 
es histórico y científico. El análisis demuestra una 
capacidad de generalización sociológica que llega a 
superar las solemnes palabras de Tucídides y que 
refleja el pensamiento original de Lucrecio sobre las 
experiencias de la sociedad clásica, ya sea griega o 
romana. Por otra parte, el análisis ético es bastante 
más profundo que el de Epicuro. El nacimiento del
20 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
rey provoca el resentimiento de los desposeídos, y 
si bien los reyes construyen fortalezas para prote­
gerse y como lugar de refugio, el resentimiento de 
los desposeídos estalla en la rebelión. Aquí radica 
la importancia de los versos con que empieza su re­
lato de cómo los reyes fueron muertos, y adivinó un 
período de revoluciones.
Asi, cuando a los reyes dieron muerte 
la majestad antigua de los tronos 
y los soberbios cetros derribados 
yacían con infamia; y de sus sienes 
la brillante diadema ensangrentada, 
pisoteada por los pies del pueblo, 
se lamentaba de su inmensa gloria: 
pues codiciosamente se aniquila 
lo que antes se adoró con miedo acerbo.
La autoridad suprema se volvía 
al pueblo entonces y a ¡a muchedumbre: 
y cada cual el cetro demandaba, 
el sumo imperio y la soberanía.
Eligieron de entre ellos magistrados, 
que obedecieron voluntariamente.
D. R. N., V, 1.136 y ss.
Para explicar todo esto, nada o muy poco encon­
tramos en los antecesores de Lucrecio. Hay que re­
mitirse a la propia reflexión de Lucrecio sobre la 
conocida sucesión de la sociedad antigua, tantas ve­
ces repetida, de la democracia militar de las tribus 
a la instauración de los caudillos como reyes, su ex­
pulsión por parte de una aristocracia terrateniente, 
el subsiguiente surgimiento de una democracia mer­
cantil y un período de caos y de guerras civiles. 
Como ya es característico, el párrafo termina con 
una invocación a la templanza y a la vida sencilla. 
Lucrecio, recordémoslo, vivió en la época romana de 
las revoluciones.
La originalidad de Lucrecio 21
Lucrecio menciona el descubrimiento de los me­
tales y coloca en su justo orden las edades de pie­
dra, del bronce y del hierro 2S.
Pensó que el descubrimiento de la metalurgia ha­
bía sucedido por casualidad, cuando el Fuego, arre­
ciando en un bosque, había fundido una veta de me­
tal y había dejado metal colado y solidificado que 
coincidía con el contorno del terreno. Hay poquísi­
mos predecesores de esta concepción; Posidonio da 
una explicación parecida, como se desprende con 
evidencia de una cita de Séneca w, pero como Posi­
donio era contemporáneo de Lucrecio es bastante 
probable, o que tomara la explicación de Lucrecio, 
o que ambos hayan llegado a la misma conclusión 
desde fuentes independientes. Varrón, que es más 
o menos contemporáneo de Lucrecio, en un breve 
párrafo citado por San Agustín en De Civitate Dei 
menciona la prioridad del bronce sobre el hierro en 
la construcción de utensilios. Pero pudo haberla to­
mado de Lucrecio. El descubrimiento de los metales 
sugiere al poeta un notable fragmento sobre el uso 
de los animales en la guerra. El párrafo es tan ma­
cabro y espeluznante que hasta algunos de los pro­
pios admiradores de Lucrecio han visto en ello la 
prueba de una especie de desequilibrio mental. El 
párrafo termina a la característica manera lucre- 
ciana:
Sin embargo, no puedo persuadirme 
de que no hayan previsto de antemano 
las comunes desgracias que traería 
entre ellos este uso abominable; 
y quisiera también que comprendieses 
en estos males a los varios mundos 
que de diverso modo ha construido 
naturaleza, y no los limitaras 
a sólo nuestro mundo: la esperanza 
de vencer no introdujo estos estragos; 
mds bien los hombres, que desconfiaban
22 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
de su número, y armas no tenían, 
quisieron, pereciendo en el ataque, 
dar que gemir a las contrarias filas.
D. R. N., V, 1J41 y ss.
Da la impresión de que Lucrecio esté hablando 
a la generación de la bomba «H » y de los «sputniks». 
Los estudiosos han tamizado la literatura clásica en 
busca de posibles antecedentes, especialmente sobre 
el uso de animales en la guerra. El resultado ha sido 
más bien escaso, aunque Diodoro Siculo describa 
una «representación sobre un muro de un rey egip­
cio que combate con un león al lado, el cual parti­
cipa de manera terrorífica en la lucha»30.
La idea tomada de Diodoro fue probablemente 
suficiente. El gran humanismo de Lucrecio,su apa­
sionada aversión hacia la guerra, como el último y 
más irracional de los instintos que impiden la tran­
quilidad humana, es probable que condujeran al 
poeta a escribir este párrafo en su forma presente. 
Llegados aquí, debo pasar por encima sobre otros 
ternas desarrollados por Lucrecio; hay una discusión 
sobre el desarrollo de la agricultura y especialmente 
de la arboricultura, de la que no ha sido posible 
encontrar ningún precedente. Como dice Giussani, 
está ejecutado en pocos trazos, pero lleno de vera­
cidad y de gran atractivo idílico.
Pero enseñó también Naturaleza 
el arte de plantar y los injertos; 
ella dio estas lecciones la primera, 
mostrando las semillas y bellotas 
que cada una a su tiempo producía 
al pie del árbol mismo do cayera 
un enjambre de arbustos: desde entonces 
gustaron injerir ellos en ramas 
renuevos de otra especie, y por los campos 
les agradó plantar arbustos nuevos.
D. R. N., V, 1J61 y ss.
Sobre los demás temas tratados por Lucrecio, el 
origen de la música, el desarrollo de la confección, 
la moda, la astronomía y los ordenados procesos del 
universo (preconizando, por otra parte, la moderna 
ciencia de la arqueología) la relación es la misma. 
Una idea o dos cogidas de sus predecesores, o una 
simiente de pensamiento que Lucrecio transforma 
en una planta fecunda; en otros casos, el vil metal 
de la reflexión prosaica transformado en la gloria y 
en el deseo impetuoso de la alta poesía. En todo 
caso, en el tema de la evolución biológica y social, 
campo de investigación que da un extraordinario 
acento de modernidad al pensamiento de Lucrecio, 
es donde el poeta puede pretender, como hemos se­
ñalado, una cierta originalidad. Y la expresión de 
esta tesis evolutiva fue completamente suya.
Sobre el problema de Lucrecio como pensador, 
el juicio de Masson es probablemente más justo que 
el tradicional desprecio de su originalidad.
El vigor con que Lucrecio abre un nuevo y pro­
fundo canal para el pensamiento de su tiempo, ha 
impresionado a todas las generaciones posteriores. 
Sus vivos colores, atravesados por sombras sinies­
tras, golpean y atraen la imaginación. Sus expresio­
nes tienen una extraordinaria audacia y energía; pa­
recen proyectarse fuera de las páginas, asumir forma 
y sustancia y hablar en voz alta. La valentía con que 
se enfrenta al universo le asemeja por lo menos en 
esto, a todos aquellos que se han erguido por encima 
del miedo. Su profunda piedad por el supersticioso 
y el ignorante, por las esperanzas humanas y los es­
fuerzos baldíos es tan profunda como su indignación 
contra aquellos que engañan a los hombres en el 
nombre de Dios; y se dirige hacia cualquier espíritu 
generoso. El elevado fervor con que escoge a su audi­
torio y le suplica que abandone sus locas ambicio­
nes y conserve sólo aquella que le salvará, llega al 
corazón com osi hablara de hombre a hombre y cara
La originalidad de Lucrecio 23
24 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
a cara. Y aquel en cuya juventud Lucrecio haya lan­
zado su encanto, es consciente de que el poeta ejerce 
sobre él un extraño poder, insistente y creciente, 
más allá de cuanto pued aexplicar. De este encanto 
no se libçra con facilidad.
“Los poemas del sublime Lucrecio sólo perecerán 
cuando un dia Llegue la destrucción del mundo.”
Carmina sublimis tunc sunt peritura Lucreti 
Exitio terras cum dabit una dies 31.
Y por lo que se refiere al Lucrecio poeta, difícil­
mente se podría dar un juicio más acertado que el 
de John Morely: «Cualquier definición de la poesía 
que tomemos de los poetas, el terso, provocador, 
concentrado, despectivo, ferviente, audaz y majes­
tuoso verso de Lucrecio es único y completamente 
suyo».
2. Lucrecio, la leyenda
Qué sabemos de Lucrecio como hombre, como persona? ¿Qué sabemos de su vida y de su 
época? Del Lucrecio hombre sabemos, desgraciada­
mente, muy poco si excluimos lo que él mismo nos 
dice en su gran poema De Rerum Natura. Efectiva­
mente, en la literatura antigua encontramos sólo tres 
alusiones importantes sobre nuestro poeta; y sobre 
estas tres referencias los estudiosos han prodigado 
(gastado) ríos de tinta y a veces (sospecho) de san­
gre. La primera referencia la encontramos en una 
carta del famoso Cicerón (Marco Tulio) a su no me­
nos famoso hermano, Quinto: «Las poesías de Lu­
crecio están, como tú dicés, salpicadas por muchos 
fogonazos de genio y hasta compuestas con gran 
arte» 32. La interpretación parece suficientemente cla­
ra, a pesar de que muchos estudiosos, que no pue­
den concebir que Cicerón haya hecho un elogio tan 
elegante a un opositor filosófico, han intentado in­
sertar un «n o» en alguna parte, negando o el genio
o el arte. La segunda referencia nos llega del «Chro- 
nicon» de S. Jerónimo, escrito algunos siglos des­
pués de la muerte de Lucrecio. Hablando de los su­
cesos del año 95 a. de C., San Jerónimo dice lo si­
guiente: «(Aquel año) nació el poeta Tito Lucrecio 
Caro, que habiéndose vuelto loco a causa de un fil­
tro amoroso, escribió gran número de versos en los 
intervalos de lucidez que le permitía la locura, ver­
sos que corrigió después Cicerón, muriendo suicidá- 
do (por su propia mano) a la edad de cuarenta y 
cuatro años». Por lo que respecta a la vida de Lucre­
cio, de pocas cosas podemos estar seguros, pues has-
26 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
ta la edad de su nacimiento y muerte están en dis­
cusión. Pero una vez tenidos en cuenta todos los 
detalles, parece bastante probable que haya nacido 
en el 99 a. de C. y haya muerto en el 55 a. de C.
Excepción hecha de estas fechas, las informacio­
nes proporcionadas por S. Jerónimo poseen un valor 
dudoso. Existe la famosa leyenda sobre la locura de 
Lucrecio; recogida por Tennyson, éste la reflejó há­
bilmente en uñ poema (que todo lector de Lucrecio 
debería sin duda leer). Los versos que aquí cita­
mos recuerdan la leyenda y sugieren la locura.
Lucilia, mujer de Lucrecio, vio 
que su esposo era frío; porque muerta 
el alba de la pasión y muerto el primer 
abrazo, aunque él aún ¡a amase, 
si de los campos la mujer ola el paso 
del retomo y, con el beso, a saludarle 
corría, su esposo muy poco 
¡a atendía porque —con su mente 
semienterrada en alguna fantasía 
suscitada por el parto laborioso 
del hexámetro largo— se paraba 
meditando y sopesando aquellos trescientos 
tomos del maestro, para él divino.
No resistió; pero airada, como una furia, 
pensando en otra, buscó a una bruja 
que destilase el filtro que podía, 
decían, domar un corazón errante.
Esto bebió tal vez en su copa 
y le destruyó; ya que aquella pócima 
confundió la química de su sangre, 
despertó en su cerebro ¡a bestia, 
destruyó las células, paralizando 
su imaginación; él se odió...
Tennyson, en honor de las costumbres victoria- 
nas, imagina que fue la mujer, loca de celos, la que 
le proporcionó un filtro amoroso capaz de «dominar 
un corazón errante». En el relato de San Jerónimo 
se incluye también la historia de la locura y del
Lucrecio, la leyenda 21
suicidio de Lucrecio, como consecuencia del filtro.
Y la verdad es que en el gran poema De Rerum Na­
tura hay bastantes cosas que pueden sugerir la ima­
gen de una mente perturbada. Hay versos dejados 
sin terminar, expresiones patéticas dejadas a me­
dias y párrafos incongruentes. Existen contradiccio­
nes e incoherencias que podrían inducir a pensar a 
un lector hostil en un agotamiento nervioso. Me pa­
rece oportuno que una vez llegados aquí anticipe y 
exponga mi opinión. En esta contradicción no hay 
nada que no pueda ser comprendido si examinamos 
a Lucrecio a la luz de su época y de la clase en nom­
bre de la que hablaba. Pero la historia en su con­
junto, es decir, que Lucrecio estuviese loco y que 
hubiese escrito todo el poema en los intervalos de 
lucidez permitidos por la locura, ¿acaso puede ser 
creída? Pienso francamente que la respuesta debe 
ser negativa. Algunos han pensado que aquí estamos 
ante el prejuicio y la calumnia de algún polemista 
estoico o cristiano que opinanque un materialista 
tiene, en todo caso, que acabar mal. Sin llegar tan 
lejos, podemos afirmar que una obra maestra inte­
lectual tan extraordinaria como De Rerum Natura 
no pudo ser compuesta en los intervalos de la locu­
ra. Sobre las enfermedades mentales, nuestra gene­
ración sabe mucho más que Tennyson o San Jeróni­
mo («lo s grandes espíritus están, ciertamente, cerca 
de la locura»), pues algunas formas de energía emo­
tiva y concentración intelectual pueden asemejarse 
a la psicopatía. Pienso que lo que un moderno podría 
aceptar es que el poema muestra una especie de in­
tensidad emotiva, una intensa preocupación de pen­
samiento, intuición y sentimiento que para el hom­
bre «sensitivo medio» podría parecer, en cierto mo­
do, insólita, anormal y extraña.
«Se observa que Lucrecio fue también víctima 
— como relata Leonard— de otros estados anorma­
les; la misma vehemencia de sus convicciones, la
28 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
propia viveza en la descripción de sus visiones en 
sueño, en espasmos, de embriaguez y- aun de locura; 
las mismas ideas de pesadilla sobre la destrucción 
del mundo, las grotescas representaciones satíricas 
de leones, toros y osos salvajes en la horrible confu­
sión de las batallas de los hombres; su profunda 
obsesión de la muerte, en el libro tercero. Todo esto 
y otras muchas cosas pueden muy bien haber pare­
cido indicios de un cerebro enfermo.»
Sabemos muy poco sobre Lucrecio por fuentes 
externas. Todo lo que podemos afirmar con seguri­
dad es que escribió en la primera mitad del siglo 
primero a. de C. y que murió (suicida o no, nadie 
puede afirm arlo) a la edad de cuarenta y cuatro 
años. Tampoco podemos estar seguros del trabajo 
de revisión de Cicerón ( versus, quos postea Cicero 
emendavit). Es probable que Cicerón (e l famoso 
Marco Tulio o su menos famoso hermano Quinto) se 
limitara a «reunir las hojas y poner su nombre» 33. 
Si bien no podemos enteramos de muchas cosas por 
medio de fuentes ajenas, sí podemos deducir algu­
nas cosas basándonos en el propio poema. Podemos 
rastrear algunas de sus lecturas, ya sea de poetas 
más antiguos, como Ennio y Empédocles; referen­
cias a filósofos más antiguos, los materialistas, como 
Demócrito y Epicuro, que él menciona con venera­
ción. A otros, como a Heráclito, se limita a hacerles 
justicia, mientras desprecia a los estoicos y a Platón. 
Lucrecio parece haber recibido la cara educación de 
un noble romano y es posible que estudiara, como 
otros romanos eminentes, en Rodas o Atenas. Aún 
más claramente podemos percibir la atenta y viva 
observación de un amante de la naturaleza, de un 
hombre que vive al aire libre."Era un hombre que 
había visto, oído, sentido y olido mucho. En él, como 
veremos, todos los conocimientos proceden de los 
sentidos y sus sentidos estaban increíblemente des­
piertos. Se ha movido entre la alta sociedad, la co­
Lucrecio, la leyenda 29
noce y la desprecia por completo — la ostentación 
de los lujosos palacios, estatuas doradas en los sun­
tuosos atrios, con antorchas relumbrantes en el bra: 
zo derecho levantado, destinadas a iluminar las fies­
tas nocturnas. Ha pido la música resonar en las do­
radas varas, revestidas de paneles. Ha visto (y des­
precia) el tocado de las bellas señoras— sandalias 
de Corinto, frágiles y refinadas para hacer agraciado 
un pie femenino. Y aún más, grandes esmeraldas de 
luz Verae montadas en oro; trasparentes vestidos 
de púrpura. Lucrecio conocía y despreciaba todo 
esto y nadie fue más consciente que él de las frus­
traciones que se derivaban de las grandes riquezas 
y de la apasionada búsqueda de ellas por parte del 
hombre.
Uno a las veces deja su palacio 
por huir del fastidio de su casa 
y al momento se vuelve, no encontrando 
algún alivio fuera a sus pesares: 
corre a sus tierras otro a rienda suelta, 
como a apagar el fuego de su casa, 
se disgusta de pronto cuando apenas 
los umbrales pisó, o se rinde al sueño 
y procura olvidarse de sí mismo 
o vuelve a la ciudad de nuevo al punto; 
cada uno así se huye de este modo: 
mas no puede evitarse; se importuna, 
y siempre se atormenta vanamente: 
porque, enfermo, no sabe la dolencia 
que padece...
D. R. N., III , 1.060 y ss.
Esta es la familiaridad de Lucrecio con las gran­
des riquezas y las obsesionantes insatisfacciones que 
derivan de ellas.
. Sus relaciones con el noble Memmio abundan en 
la misma dirección: su nacimiento y sus relaciones 
aristocráticas. Como ha sido señalado a menudo, la
30 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
intimidad entre el poeta y el político, tal como se re­
fleja en el poema, parece ser de amigable igualdad. 
«Podemos estar bastante seguros de que su amigo 
Memmio fue el praetor Memmio, el candidato al pues­
to de cónsul, el gobernador de provincia, detrás del 
cual marchó Catulio a Bitinia, con la loca esperanza 
de enriquecerse. No hay otra M em m i clara propago y 
ningún otro Memmio en esos elevados círculos polí­
ticos donde le sitúa explícitamente Lucrecio» 34. Hay 
quien opina que Memmio no era digno de la aten­
ción de un espíritu tan elevado como el de Lucrecio, 
pues era «un aristócrata y un político de escasa 
reputación» 35. Merecía tan poco la admiración de 
Lucrecio, le afectó tan poco la apasionada exposición 
filosófica de Lucrecio, que Cicerón (e l Cicerón de 
todos, el Cicerón que aborrecía el materialismo y a 
Epicuro) tuvo que intervenir para hacer desistir a 
Memmio de realizar una honesta ganancia a través 
de la venta del famoso Jardín de Epicuro. La histo­
ria de las ideas está llena de raras contradicciones y 
ésta es efectivamente una de las más extrañas.
Ni tan siquiera se puede asegurar que Lucrecio 
admirase la vida del político. Y ello es una parado­
ja, pues, como veremos más tarde, la filosofía epi­
cúrea es en cierto sentido la ideología de la revolu­
ción cesarina. Sin embargo, algunos estudiosos han 
pensado (y no estamos del todo seguros que se ha­
yan equivocado) que el propio César sirviera de mo­
delo a la poco lisonjera descripción que Lucrecio 
hace del político. Porque también el político sufría 
todas las torturas del «profundo Aqueronte», que 
para Lucrecio eran todas y siempre presentes.
En la vida tenemos a ¡a vista 
a Sísifo también, el cual se obstina 
en pretender del pueblo las seguras 
crueldades que hacen, se retira 
desatendido siempre y con tristeza: 
el pretender el mando, que no es nada,
Lucrecio, la leyenda 31
sin conseguirlo nunca y de continuo 
sufrir duro trabajo por lograrlo, 
esto es mover la pena con ahinco 
de un monte hacia la cima, la cual rueda 
sin embargo, otra vez; desde la cumbre 
busca precipitada las llanuras.
D. R. N.. III, 995 y ss.
Lucrecio critica la ambición y la avaricia, dos de 
las principales preocupaciones de su clase, y la ter­
cera, es decir, el amor sexual, provoca su más severa 
repulsa. Algunos han pensado que de la misma amar­
gura de las expresiones se deduce que Lucrecio tuvo 
una experiencia desafortunada. Esto probablemente 
no lo sabremos nunca, pero en todo caso sus críticas 
a los hombres que se enamoran son jocundas.
Esta, pues, es la Venus que tenemos, 
de aquí el nombre de amor trajo su origen, 
de aquí en el corazón se destilara 
aquella gota de dulzor de Venus 
que en un mar de inquietudes ha parado: 
porque si ausente está el objeto amado, 
vienen sus simulacros a sitiamos 
y en los oídos anda el dulce nombre.
Conviene, pues, huir los simulacros, 
de fomentos de amores alejamos, 
y volver a otra parte el pensamiento, 
y divertirse con cualquier objeto; 
no fijar el amor en uno solo, 
pues la llama se irrita y se envejece 
con el fomento y el furor se extiende 
y el mal de día en día se empeora.
Si no entretienes tú con llagas nuevas 
las heridas que te hizo amor primero, 
y haciendo de veleta en los amores 
no reprimes el mal desde su origen 
y llevas la pasión hacia otra parte.
Las dulzuras de Venus no renuncia 
aquel que huye de amor; por el contrario, 
coge sus frutos solo sin disgusto.
Qué ha dicho verdaderamenteLucrecio
Gozan siempre las almas racionales 
de un deleite purísimo y seguro, 
mejor que los amantes desgraciados, 
que al mismo tiempo de gozar fluctúan 
sobre el hechizo de su amor incierto.
...y es la única pasión de cuyos goces 
con bárbaro apetito se arde el pecho... 
Agrega a los tormentos que padecen 
sus fuerzas agotadas y perdidas, 
una vida pasada en servidumbre, 
la hacienda destruida, muchas deudas, 
abandonadas las obligaciones, 
y vacilante la opinión perdida: 
perfumes y calzado primoroso 
de Sición, que sus plantas hermosea: 
y en el oro se engastan esmeraldas 
mayores y de verde mds subido, 
y se usan en continuos ejercicios 
de la Venus las telas exquisitas, 
que en su sudor se quedan empapadas: 
y el caudal bien ganado por sus padres 
en cintas y en adornos es gastado, 
lo emplean otras veces en vestidos 
de Malta y de Scio; lo disipan 
en menaje, en convites, en excesos, 
en juegos, en perfumes, en coronas, 
en las guirnaldas, pero inútilmente; 
porque en el manantial de los placeres 
una cierta amargura sobresalta, 
que molesta y angustia entonces mismo 
bien porque acaso arguye ía conciencia 
de una vida holgazana y desidiosa 
pasada en ramerías; o bien sea 
que una palabra equivoca tirada 
por el objeto amado, como flecha, 
traspasa el corazón apasionado 
y toma en él fomento como fuego; 
o bien celoso observa en sus miradas 
distracción hacia él mirando a otro, 
o ve en su cara risa mofadora.
Si en el amor feliz ha ytantas penas, 
innumerables son las inquietudes 
de un amor desgraciado y miserable: 
se vienen a los ojos tan de claro, 
que es mejor abrazar, como he enseñado.
Lucrecio, la leyenda 33
el estar siempre alerta, y no dejarse 
enredar en sus lazos; pues más fácil 
es evitar las redes, que escaparse 
y de Venus romper los fuertes lazos 
cuando el amor nos tiene ya prendidos.
D. R. N„ IV, 1.057 y ss.
Empieza a aparecer la imagen de Lucrecio, la de 
un aristócrata que desprecia las habituales preocu­
paciones de los hombres de su clase y se compadece 
de sus insatisfacciones. La imagen de un profundo 
estudioso y de un apasionado lector, pero de un 
hombre no sólo limitado a los libros. Un hombre 
cuyas percepciones eran, más bien, increíblemente 
sagaces y cuyas observaciones eran cuidadosas y de 
gran alcance Esto es todo lo que podemos afirmar 
con certeza del Lucrecio hombre.
3. La época de Lucrecio
V i bien sabemos poco del Lucrecio hombre (si se 
^ excluye lo que podemos deducir de su gran poe, 
ma), en cambio conocemos muchísimo sobre su épo­
ca y podemos, con bastante exactitud, poner su obra 
en relación con las fuerzas sociales actuantes en su 
tiempo. En primer lugar, Lucrecio fue un producto 
de la antigüedad clásica, la gran civilización greco- 
romana del Mediterráneo que tanto ha contribuido 
a labrar el pensamiento, el gusto, los sentimientos 
y la cultura de los tiempos posteriores. Detengámo­
nos un momento a estudiar este período, que llama­
mos clásico. A primera vista, da la impresión de que 
el pensamiento y las perspectivas de la antigüedad 
clásica se parecen tanto al gusto y a las perspectivas 
dominantes en la moderna civilización occidental, 
que el estudioso podría verse tentado a trazar fáciles 
paralelos y pasar por encima de las diferencias esen­
ciales. Intentemos, por lo tanto, definir lo más exac­
tamente posible lo que entendemos por antigüedad 
clásica y cuáles son sus diferencias con nuestra épo­
ca. Para partir de un exacto punto de referencia 
temporal podemos considerar el período en su con­
junto, fechándolo a partir de la edad de Homero 
(digamos el 700 a. de C.) hasta la caída del Imperio 
de Occidente (476 d. de C.). A pesar de un parecido 
superficial, la civilización clásica difiere de la nues­
tra en un gran número de aspectos importantes y 
hasta fundamentales.
La civilización clásica estaba basada en la escla­
vitud. Y con esto no queremos decir, como han pen­
sado algunos, que la institución de la esclavitud con­
sentía al hombre libre desplegar su actividad crea­
La época de Lucrecio 35
dora, que le permitía tumbarse al sol y elaboran 
obras maestras del pensamiento. Entendemos más 
bien que, en la antigüedad, la producción económica, 
los alimentos, los bienes y servicios en base a los 
cuales vivían los hombres, dependían en aquella 
época de los esclavos, de la misma manera que en 
el mundo moderno dependen de las máquinas y de 
la iniciativa privada.
Las civilizaciones orientales que precedieron a 
griegos y romanos se servían de los esclavos princi­
palmente para la producción de las grandes obras 
religiosas, artísticas o del culto, pero no para la 
producción de alimentos, de vestidos, vivienda o co­
modidades superfluas de uso comercial. Resulta di­
fícil para nosotros trasladarnos con la mente a una 
época en que la invención de la esclavitud fue una 
gran adquisición de carácter progresista. Hemos vi­
vido a través de un período de emancipación, o de 
la esclavitud capitalista o de la colonial, en que la 
simpatía de todo hombre consciente estaba de parte 
del oprimido más que del opresor. Pero en la anti­
güedad clásica era precisamente todo lo contrario, 
pues lo que hacía viable la existencia de la sociedad 
comercial de entonces eran los esclavos, que produ­
cían beneficio a un ritmo siempre creciente. La insti­
tución del esclavismo está en la base «de la Gloria 
de Grecia y de la Grandeza de Roma».
De la misma manera, el período histórico que 
vino después del clásico, es decir, el que llamamos 
• período feudal» o «m edievo», no estaba basado en 
la esclavitud, sino en los campesinos o siervos que 
formalmente eran libres (y de esta manera, a pesar 
ile las apariencias superficiales, expresadas de forma 
clásica en el título de la gran obra de Gibbon, Deca­
dencia y caída del Im perio Romano, el paso de la 
sociedad clásica a la feudal fue, en sentido social, 
no una decadencia sino un progreso).
36 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
Aún para los que tengan una formación histórica 
es difícil concebir todas las consecuencias que se 
derivan de la afirmación, aparentemente baladí, de 
que la sociedad en la antigüedad clásica estaba ba­
sada sobre el esclavo, mientras la nuestra se basa 
sobre la máquina.
Analicemos solamente un hecho que es importan­
te para la historia del pensamiento y especialmente 
importante para un estudio de Lucrecio. En la anti­
güedad, toda la tendencia del pensamiento humano 
debía necesariamente oponerse a la ciencia. Nos­
otros, en el mundo moderno, casi instintivamente, 
atribuimos eficacia a la máquina, a la ciencia, a la 
ley natural de causa y efecto. (Algunas veces usamos 
la imagen de la máquina, aunque no sea apropiada, 
como cuando, por ejemplo, hablamos de la máquina 
del Estado. Como si los hombres, en sus relaciones 
sociales, se comportasen como un mecanismo bien 
engrasado).
Igual que nosotros pensamos inevitablemente en 
la máquina como en la causa de todo, los hombres 
de la antigüedad clásica atribuían todo a la acción 
de las manos humanas (o a las manos divinas, más 
fuertes, más grandes, más sabias). Y esto era así 
inevitablemente, porque si observamos la realidad 
de los hechos, todo era creado por las manos de los 
hombres con la ayuda de pocos instrumentos, relati­
vamente simples. Ello originaba en toda la sociedad 
un fuerte prejuicio contra la ciencia, dado que los 
aristócratas o clase gobernante no trabajaba con las 
propias manos, sino que se dedicaban a pensar, di­
rigir y gobernar. Consideraban el trabajo manual 
como «no liberal», por debajo de la dignidad del 
hombre libre. Se ha llegado a popularizar, en una 
expresión característica, que la espléndida escultura 
de Fidias y la gloria del Partenón hubieran sido de­
gradantes para un aristócrata griego, dado que aque­
llos monumentos eran el producto del trabajo ma-
La época de Lucrecio 37
nual. Sin* embargo, la ciencia depende del trabajo 
manual, del trabajo realizado con las propias ma­
nos, del experimento. Tendríamos una opinión poco 
positiva deun científico que, necesitándolo para su 
trabajo, se negase a ensuciarse las manos, a man­
chárselas de ácido o embadurnárselas con grasa.
Pero este prejuicio era sentido profundamente 
y se extendió ampliamente en la antigüedad clásica.
Y el prejuicio contra el trabajo manual condujo 
naturalmente a un prejuicio contra la ciencia y la 
filosofía de la ciencia, el materialismo. Muy a me­
nudo, para muchos hombres de la antigüedad, el 
único tipo de pensamiento válido era la idea pura. 
Su tipo de filósofo era un hombre que se sentaba 
en su estudio o en su claustro y construía en su ca­
beza un universo completo. Para ellos la idea era 
bastante más importante que el hecho, que el obje­
to, que la cosa material. Por ello la filosofía domi­
nante en la antigüedad fue el «ideísm o» (o como es 
llamada más corrientemente, el «idealism o»), basa­
da en la convicción de que la idea o el pensamiento 
era más importante y precedía al hecho material, 
a la cosa.
El pensamiento científico de la antigüedad fue 
desarrollado por una insignificante minoría de la
i lase gobernante, a pesar de una cierta oposición 
por parte del resto. Esta consideración nos ayudará 
a comprender todavía mejor la grandeza superior 
de Lucrecio.
Si estas contradicciones no fuesen suficientes 
para el estudioso que intente una comprensión cien­
tífica del poeta de la ciencia y de su época, tenemos 
todavía otro problema por explorar. Aunque la agri­
cultura siguió siendo la industria base de la época 
clásica, en los últimos años de la república la agri­
cultura se transformó cada vez más en una agricul­
tura extensiva. Empezaron a aparecer grandes exten­
siones cultivadas con el trabajo de los esclavos, que
38 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
los romanos llamaron latifundia. Poco a poco, estas 
grandes propiedades oprimieron al agricultor libre, 
que había representado la espina dorsal de la eco­
nomía y, por otro lado, la base del ejército del anti­
guo Estado romano. La trata de esclavos, que se 
había desarrollado en gran escala después de la 
muerte de Alejandro Magno, se extendió todavía más 
durante los dos últimos siglos antes de Cristo. Los 
estudiosos modernos tienden a poner en duda las 
elevadas cifras que hacen referencia a la extensión 
de la trata de esclavos.
«...Una afirmación de Estrabón, única y no confir­
mada, ...que en la isla (es decir, Délo) podía acoger 
y expedir diez mil esclavos diarios, es sin duda una 
gran exageración de la posibilidad física, de la capa­
cidad de transporte y de las facilidades del comercio 
de las islas» 36. Pero, a pesar de todo, no se puede 
negar que el número de los esclavos aumentó en 
Italia enormemente en el período que estamos exa­
minando.
«En el año 90 a. de C. los jefes de los aliados de 
Italia, que se habían sublevado, pudieron reunir v 
armar contra Roma casi veinte mil esclavos. El he­
cho de que Sila, en el 81 a. de C., pudiese liberar y 
armar a diez mil esclavos de los proscritos, para 
convertirlos en su guardia personal, da idea del gran 
número de esclavos que se habían concentrado en 
las familias de las clases superiores, dentro y cerca 
de Roma... Se valoran en setenta mil los armados 
bajo el mando de Espartaco (e l jefe de una gran 
revuelta de esclavos contra el Estado romano en el 
71-72 a. de C.) 37, con un rápido aumento hasta ciento 
veinte mil cuando marchó contra Roma» 38.
Al mismo tiempo, la numerosa y creciente plebe 
romana era alimentada cada vez más con trigo im­
portado, primero de Sicilia, después de Africa y de 
Egipto, almacenado en los graneros de Ostia y dis-
La época de Lucrecio 39
tribuido al pueblo de Roma a un precio por debajo 
del precio de mercado.
Aparece así una parte de las clases poseedoras y 
gobernantes, cuya riqueza no estaba basada sobre 
las rentas de la propiedad del suelo italiano, como 
sucedía para las familias más antiguas, sino sobre 
el cambio, sobre el comercio y sobre las empresas 
artesanales: fábricas pobladas de esclavos y de arte­
sanos libres. La tendencia se reforzó por el particu­
lar sistema impositivo desarrollado por la república, 
como sustitutivo de un presupuesto y de una buro­
cracia funcional. Se formaron en Roma grandes com­
pañías de recaudadores de impuestos para tomar en 
arrendamiento el privilegio de cobrar impuestos. 
Después de pagar a la hacienda romana una suma 
fijada para asegurarse el privilegio, estas sociedades 
por acciones mandaban sus agentes, publicani, a las 
provincias para cobrar todo aquello que pudieran 
exprimir a los infelices provincianos (e l punto de 
vista de los provincianos está suficientemente seña­
lado en la acusación que se hizo a Jesús por sentarse 
en la mesa con publicanos y pecadores). El sistema 
fue aplicado en primer lugar en Sicilia y posterior­
mente fue extendido a Africa por Cayo Graco.
El nuevo sector de la clase gobernante y posee­
dora es calificada a veces, por algunos estudiosos, 
con el nombre de «capitalista». No tenemos que ha­
cer ninguna objeción al uso del término si dejamos 
a un lado muchas de las implicaciones que la pala­
bra comporta, y no confundimos al antiguo empren­
dedor con el moderno industrial y magnate de las 
finanzas. El sistema industrial que se desarrolló en 
Roma lo fue de una forma muy primitiva y, por otra 
parte, embrionaria.
«La presencia de un creciente número de esclavos 
empleados en la industria en Italia se deduce de las 
veintinueve cédulas en que se contienen nombres de
40 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
esclavos y libertos magistri y magistrae, encontra­
das en la ciudad industrial de Minturno» 39.
«E l duro trabajo manual, como moler la harina 
en los hornos, estaba a cargo de los esclavos y era 
utilizado como castigo en los casos de desobedien­
cia o fraudes, como se demuestra por las frecuentes 
referencias de la comedia romana al trabajo en el 
pistrinum, que correspondía al de los m ulini (mylo- 
nes) en la Nueva Comedia de Atenas. La continua 
introducción a partir del año 150 a. de C., principal­
mente en la zona oriental del Mediterráneo, de es­
clavos técnicamente preparados para el trabajo ar­
tesanal, dio un notable impulso al desarrollo de la 
industria en Italia, influyendo en primer lugar en 
los talleres artesanales grandes, pero penetrando 
también en la economía de los pequeños propieta­
rios y de tiendas. La organización y utilización de 
un cuerpo de demolición y construcción, formado 
por ciento cincuenta esclavos competentes, por parte 
de Marco Craso, representa el máximo ejemplo de 
organización por nosotros conocido del trabajo de 
los esclavos en tiempos de la república. Las firmas 
de los maestros artesanos que aparecen en los re­
lieves de las cerámicas de la antigua Cales y en los 
vasos de la antigua Umbría son principalmente de 
ciudadanos romanos libres, y los nombres de los 
esclavos aparecen sólo ocasionalmente en las vaji­
llas de Cales. Teniendo en cuenta que la fuerza de 
los esclavos era usada para las tareas manuales me­
nos complicadas de esta profesión, como cuidar de 
los hornos, el trabajo libre mantuvo evidentemente 
una fuerte influencia en la industria de la cerámica, 
probablemente hasta casi el final del siglo segundo 
a. de C. Las listas de los magistri de Minturno no 
indican las tareas de los esclavos y de los libertos 
reseñados, excepto cuando los esclavos eran propie­
dad de las corporaciones ciudadanas. Aparecen los 
nombres de cinco esclavos que eran propiedad de
La época de Lucrecio 41
la corporación de los fabricantes de colorantes y es 
bastante probable que la mayor parte de los restan­
tes esclavos y libertos fuesen trabajadores de la in­
dustria, con algunos pocos empleados en los servi­
cios domésticos» *°.
En sentido económico, el uso de los esclavos en 
la «industria» era menos importante que su empleo 
en las grandes propiedades, muchas de las cuales 
desarrollaron pequeñas industrias complementarias, 
y que su empleo, en cantidades que ahora nos pare­
cen enormes, en las mansiones de los ricos y pode­
rososromanos. A pesar de todo, es evidente la gran 
importancia del comercio de los esclavos en la eco­
nomía romana. Y de la misma manera se desarrolló, 
en respuesta a las nuevas necesidades económicas, 
una clase de hombres cuya riqueza estaba basada 
sobre la propiedad mueble, en vez de sobre la pro­
piedad de la tierra. Esa parte de la antigua sociedad 
que se había desarrollado comercialmente dependía 
particularmente de una abundante provisión de es­
clavos. De esta manera, los antiguos emprendedores, 
cobradores de impuestos, usureros, financieros, hom­
bres que vivían de la renta, propietarios de indus­
trias artesanales, propietarios de esclavos que los 
alquilaban de vez en cuando, ejercían a menudo 
presión para provocar guerras y conquistas que per­
mitieran importar un nutrido abastecimiento de es­
clavos41. A menudo sucedía, especialmente en el pe­
ríodo que estamos examinando, que los intereses de 
los caballeros encontraban en el poder político de 
los nobles, que poseían y controlaban efectivamente 
el Estado, un obstáculo que desbarataba el éxito de 
sus planes. Cuando esto sucedía, los caballeros for­
maban una coalición y se lanzaban a la arena po­
lítica.
A veces, la lucha contra los nobles era larga, te­
naz y difícil. Especialmente en la Roma del siglo I 
a. de C., los «nobles» formaban un pequeño grupo
compacto con un monopolio casi total de la magis­
tratura, de los puestos de gobierno, de las posiciones 
de poder político. Los Equites, en la búsqueda de 
sus intereses particulares, se encontraban a menudo 
ante este ciego muro del privilegio aristocrático. De 
vez en cuando, uno de sus miembros abandonaba la 
oposición y tomaba por asalto la ciudadela del pri­
vilegio y del poder. Estos personajes (uno de los 
cuales fue Cicerón) eran llamados «hombres nue­
vos» y a menudo se convertían en <nnás realistas que 
el rey», celosos de lo estatuido y, por supuesto, más 
conservadores que los propios nobles. Pero para la 
mayoría de los Equites tal fuga estaba descartada, 
pues en cuanto clase estaban obligados a continuar 
una feroz y agotadora lucha contra la aristocracia 
y los senadores. Para poder tener ciertas posibilida­
des de éxito en su lucha, tenían necesidad de alia­
dos, que encontraban en las esferas más bajas de 
la sociedad. Los campesinos que habían perdido sus 
tierras, que afluían a la ciudad en una masa desocu­
pada e inocupable, proporcionaban una fuerte re­
serva de descontento contra los nobles. Los ciuda­
danos de las ciudades conquistadas, primero en Ita­
lia (que los romanos amablemente llamaban alia­
dos) y después en las provincias, pedían las prerro­
gativas y las ventajas concretas que se derivaban de 
la ciudadanía romana. Los campesinos que contem­
plaban con temor el crecimiento de los latifundios 
unían a menudo su voz al clamor de la oposición. 
Dado que la coalición abrazaba estos heterogéneos y 
mal conjuntados elementos, comprendía la mayoría 
de los ciudadanos libres del antiguo estado, los Equi­
tes (comerciantes, propietarios de establecimientos 
industriales, prestamistas, etc.) llamaban a su mo­
vimiento un movimiento democrático y popular. 
A veces, para obtener un apoyo difuso, los Equites, 
aun permaneciendo en la oposición, hacían muchas 
concesiones o por lo menos promesas a las clases
42 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
La época de Lucrecio 43
más bajas. En su desesperación, alguna vez, el mo­
vimiento democrático movilizaba y armaba a los 
esclavos. Sin embargo, tal sentimiento de desespe­
ración era muy mal acogido por los nobles, y gene­
ralmente los jefes de la oposición estaban de acuer­
do con este juicio. Realmente no tenían ninguna 
intención de conducir a los esclavos, en cuanto clase, 
a la libertad y a la igualdad. Pues hacerlo hubiera sig­
nificado la completa destrucción de la base económi­
ca y social de la antigüedad clásica. Cada vez que ob­
tenían ventajas políticas o se aseguraban la victoria 
política, los demócratas demostraban tanta rapidez 
en colocar a los esclavos «en su sitio», como hubiera 
deseado cualquier noble conservador. Un jefe de la 
oposición, como Craso o Pompeyo, eran tan brutales 
como el más intransigente conservador a la hora-de 
reprimir la insurrección de los esclavos. A pesar de 
todo, y salvando estos límites, el movimiento demo­
crático produjo en la antigüedad grandes figuras, 
como Pericles en Atenas y Cayo Graco en Roma. 
La más grande de estas figuras estaba viviendo en 
Roma, en la misma época de Lucrecio, su triunfal 
carrera, enarbolando la bandera del movimiento de­
mocrático, popular, progresivo, y extendiendo las 
írontcras del Imperio romano hasta el Rhin y el 
canal de la Mancha. Julio César fue coetáneo de 
Lucrecio. Es probable que Lucrecio no viviese hasta 
contemplar el contemporáneo triunfo del ejército 
«popular» de César, cuando desde el Norte recorrió 
Italia como un rayo, atravesó el Rubicón y acalló el 
guirigay de los discursos tremebundos en que había 
caído el Senado. Sin embargo, todo el arco de la 
vida de Lucrecio estuvo marcado por luchas políti­
cas siempre a punto de convertirse en guerras civi­
les: la ofensiva y la contraofensiva de los ejércitos 
en combate, guerras, batallas, matanzas, terror y 
proscripción. De todo ello, Lucrecio no dice nada
V se limita a una sola patética invocación a la paz
44 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
cuando se lanza a su poderosa tarea. «Paz a nuestra 
época, Señor.» (O también: «Podrá nuestra señora, 
Venus, la Reina del Amor, conmover a su amante 
Marte, el dios de la Guerra».)
Desde el principio hasta el final la idea de Lucre­
cio es la de una fuga para refugiarse en el templo 
sereno de la sabiduría. Sin embargo, es el poeta de 
la oposición popular que a veces se subleva con 
fuerza. Aquellos para los que escribía, aquellos que 
habrían simpatizado con su credo, hay que buscar­
los entre los Equites, la parte rica de los propieta­
rios de esclavos, cuya riqueza estaba basada sobre 
la usura y el control de la propiedad mueble; los 
hombres que habían unido su suerte al movimiento 
«democrático».
La oligarquía senatorial se había atrincherado tan 
sólidamente que la oposición, para obtener el poder, 
sólo podía confiar en la jefatura de un hombre, con­
cepción a veces definida con el nombre de «monar­
quía democrática». El movimiento democrático es­
taba conduciendo rápidamente a la figura del dic­
tador. Y sobre este lado negativo del programa po­
pular, la teoría del abstencionismo político consti­
tuyó un arma bastante potente en las manos de la 
autocracia42.
En su aspecto positivo, el poema de Lucrecio 
De Rerum Natura debe haber sido un arma bas­
tante eficaz contra las posiciones de la nobleza, mi­
nando las bases y debilitando la fe romana en esa 
antigua religión que significó una parte tan impor­
tante de los intereses conservadores 43.
4. La lucha contra la religion ro­
mana
Por qué Lucrecio escribió su gran poema
En muchos versos de intensa sinceridad, nues­
tro poeta explica el motivo que le impulsó a es­
cribir el poema. Utilizó el verbo «impulsar» cons­
cientemente, pues Lucrecio, evidentemente, está su­
jeto a profundos impulsos interiores. La vida hu­
mana, según su concepción, está oprimida por el 
miedo, el miedo de la muerte y de lo que sucede 
después de la muerte. Si pudiésemos demostrar a la 
humanidad que el miedo es inútil, entonces los hom­
bres podrían comenzar a disponer de su vida sobre 
los sólidos fundamentos de la razón y de la tranqui­
lidad. La religión, por lo tanto, es para él el ene­
migo que hay que combatir y desenmascarar con 
todas las formas posibles. Los dioses eran tiranos 
y la religión del más allá, «con horrible aspecto ame­
nazador, amenazaba a los vivos», una singular per­
sonificación de la fuerza que le impulsa a escribir 
su gran poema.
Cuando la humana vida ante nuestros ojos 
oprimida yacía con infamia 
en la tierra por grave fanatismo, 
que desde las mansiones celestiales 
alzaba la cabeza amenazando 
a los mortales con horrible aspecto,al punto un varón griego osó el primen■ 
levantar hacia ¿I mortales ojos 
y abiertamente declararle guerra: 
no intimidó a este hombre señalado 
la fama de los dioses ni sus rayos.
46 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
ni del cielo el colérico murmullo.
El valor extremado de su alma 
se irrita más y más con la codicia 
de romper él primero los recintos 
y de la Natura las ferradas puertas.
La fuerza vigorosa de su ingenio 
triunfa y se lanza más allá los muros 
inflamados del mundo, y con su mente 
corrió la inmensidad, pues victorioso 
nos dice cuáles cosas necer pueden, 
cuáles no pueden, como cada cuerpo 
es limitado por su misma esencia: 
por lo que el fanatismo envilecido 
a su voz es hallado con desprecio;
¡nos iguala a los dioses la victoria!
D. R. N., 1, 68 y ss.
Este hombre griego que ahora mencionamos por 
primera vez era, naturalmente, Epicuro **. Era el ve­
nerado maestro de Lucrecio y el hombre que un si­
glo antes había propuesto el sistema filosófico que 
nosotros llamamos epicureismo. Al credo de la reli­
gión había opuesto el credo de la ciencia, de la causa 
y del efecto, de lo que podía y no podía ser; de «cuál 
es su poder restringido en ciertos límites, cuál la 
razón profunda que determina la esencia de cada 
una». De esta maneja el pensamiento de su maestro 
había derrotado, en su momento, a la superstición.
¡Nos iguala a los dioses la victoria!
Expulsar los temores supersticiosos de la mente 
de los hombres es una tarea dura y Lucrecio lo sa­
bía. Era especialmente duro exponer los profundos 
descubrimientos científicos de los griegos en versos 
latinos.
No se me oculta que en latinas voces 
es difícil empresa el explicarte 
los inventos oscuros de los griegos.
La lucha contra la religion romana 47
principalmente cuando la pobreza 
de nuestra lengua, y novedad de objeto 
harán que forme yo vocablos nuevos.
D. R. N., I, 136 y ss.
Teme que el mismo Memmio, su protector, pue­
da abandonarle, pues éste podía pensar que Lucre­
cio se estuviese deslizando hacia el impío raciona­
lismo y recorriese el camino del pecado. Para tran­
quilizar a su protector le recuerda las atrocidades 
ejecutadas en nombre de la religión. Cuenta, con 
un estilo espléndido, la antigua historia de Ifigenia, 
de cómo la ambición de un padre, obcecado por un 
terror supersticioso, impulsó a Agamenón a matar 
a su virginal hija, con el fin de que la flota pudiese 
levar anclas hacia Troya. Al relatar esta leyenda, 
Lucrecio sondea la profundidad de la emoción hu­
mana y contrapone hábilmente el fasto de la cere­
monia nupcial, que cuadraba mejor a una virgen, con 
la tétrica imagen de la procesión de los verdugos. 
(En el rito de la antigua Roma, el esposo atravesaba 
el umbral de la nueva casa con la novia en los bra­
zos para evitar que el comienzo de la nueva vida 
pudiese ser entristecido por un traspiés de mal au­
gurio.) De la misma manera, Ifigenia avanzaba sos­
tenida por los brazos de los hombres, pero en los de 
sus verdugos y no en los de su esposo y señor. El 
himno que acompañaba al rito era un himno de sa­
crificio y no el límpido y dulce himeneo. La cruda 
asonancia que contiene la indignación del poeta es 
casi intraducibie: impuramente pura ( casta inceste). 
Ninguna traducción puede reflejar adecuadamente 
el duro sarcasmo con que el poeta imagina a los 
esclavos que esconden las armas en señal de respeto 
hacia los sentimientos del padre ( hunc propter fer­
rum celare ministros). El párrafo termina con un 
verso que es casi un sollozo: Tantum religio potuit 
suadere malorum.
48 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
Cuanto más profundamente es perseguida la hu­
manidad por el miedo supersticioso, pensaba Lucre­
cio, más es cada hombre presa del terror religioso, 
pues difícilmente se puede escapar a «los dichos de 
los vates temorosos».
Inventor de sueños vanos
que sin cesar toda su vida agiten,
y el temor emponzoñe tu ventura".
Pero también decía: si el hombre pudiese darse 
cuenta que hay un final predestinado al sufrimiento,
En alguna manera se armarían 
resistirían contra el fanatismo 
y amenazas terribles de poetas: 
pero no hay medio alguno de hacer frente 
porque se han de tener eternas penas 
más allá de la muerte.
El hombre teme los tormentos eternos de des­
pués de la muerte y ello es debido a su ignorancia 
sobre los temas más fundamentales.
..."no sabemos
cuál es del alma la secreta esencia: 
si nace, o si al contrario se insinúa 
al nacer en el cuerpo, y juntamente 
muere ella con nosotros; si del Orco 
corre vastas lagunas tenebrosas 
si por orden divina va pasando 
de cuerpo en cuerpo en los otros brutos".
D. R. N., I, 112 y ss.
Sentía por lo tanto el deber de enmendar esta 
ignorancia y los hombres debían aprender la filoso­
fía natural. Sólo de esta manera se podían disipar 
las densas tinieblas que envuelven y espantan a los 
espíritus.
Por lo que antes que entremos en disputa 
de las cosas de arriba, y expliquemos
La lucha contra la religión romana 49
del sol y de la luna la carrera; 
cómo en la tierra se produce todo; 
principalmente con sagaz ingenio 
del ánimo y del alma los principios 
constitutivos es bien indaguemos.
D. R. N., I, 127 y ss.
Preciso es que nosotros desterremos 
estas tinieblas y estos sobresaltos, 
no con los rayos de la luz del día, 
sino pensando en la naturaleza.
D. R. N., I, 146 y ss.
La lucha contra la religión es, por lo tanto, fun­
damental para los fines que se fija el poeta. La 
completa exposición de su filosofía lleva la inten­
ción de ahuyentar los miedos sobrenaturales y el 
terror de los tormentos de ultratumba. La filosofía 
que expone y que analizaremos en los próximos ca­
pítulos tiene como profundo motivo práctico la eli­
minación de este miedo. La filosofía es para Lucre­
cio un bálsamo para las heridas del alma, que lo 
contrapone a la religión; la ciencia y la filosofía de 
la ciencia. La tranquilidad, como claro aprendizaje 
de todas las cosas, derivada de una comprensión de 
las leyes físicas y naturales, produciría en su opinión 
una serenidad espiritual, una tranquilidad de la men­
te y una liberación del miedo. Muchas personas en­
cuentran esta posición extraordinaria, pues Lucrecio 
se sitúa aquí en el mismo plano de los santos y de 
los sabios de todas las épócas, al predicar la sereni­
dad que se deriva de una visión del todo. Lucrecio 
es único (o casi) en cuanto que receta el materia­
lismo como la medicina que produce dicha sereni­
dad. Lucrecio fue uno de los primeros y posible­
mente uno de los más grandes humanistas, y desde 
luego el poeta humanista más conmovedor y conse­
cuente. Sin embargo, aun siendo cierto todo ello,
50 Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio
es conveniente expresar algunas reservas y detener­
se sobre ciertas paradojas. Habiendo excluido ele­
gantemente a los dioses del control del universo, del 
destino humano y del curso de los acontecimientos 
naturales, Lucrecio admite su existencia, pero se 
sirve de ellos para otros fines. La paradoja es evi­
dente, precisamente al principio del poema. La obra 
comienza con una magnífica invocación a la diosa 
Venus. Venus era, naturalmente, según la leyenda 
romana, la madre de Enea y, por lo tanto, la proge- 
nitora del pueblo romano. El propio Julio César ha­
cía remontar sus orígenes a Venus, y al mismo tiem­
po que se dirige a ella como a la madre de los 
Eneades hace un cumplido al je fe de la facción po­
pular. Pero Venus es también la diosa de la fertili­
dad, la santa patrona de la reproducción de las plan­
tas, de los animales y del género humano. Las cria­
turas se emparejan para reproducir la propia raza 
por obra de Venus. La imaginación pictórica y poé­
tica de Lucrecio ve el universo como un perfecto 
espectáculo de procreación, especialmente cuando 
la primavera visita la tierra. Huyen ante él los vien­
tos y las nubes, la tierra variopinta ofrece sus her­
mosas flores, los pájaros cantan y su fuerza hace 
palpitar el corazón. Los animales excitados por la 
pasión saltan sobre los floridos prados,

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