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44 Nursing 2003, Volumen 21, Número 6 A partir de ese día empecé a darme más cuenta de los esfuerzos especiales que las enfermeras hacen por los pacientes. Al joven de 19 años de edad al que habían practicado una craneotomía y se avergonzaba de su cabeza calva, Gemma le facilitó una gorra, para que recuperara su autoestima al instante (hasta la llevaba puesta mientras dormía). Carolina llevó fotografías personales para estimular a una mujer sola a hablar de su propia familia, que no la podía visitar con demasiada frecuencia. Se rieron juntas al compartir historias sobre sus nietos. Manuel haría lo que fuese por estirar las arrugas de las camas de sus pacientes e incluso reorganizar las habitaciones para que se sintieran como en casa. Sí, rápidamente descubrí que cuidar es más que simplemente controlar los equipamientos y administrar medicamentos. Es la empatía y la dedicación que cada enfermera se lleva al trabajo lo que está en el corazón de la enfermería. Esta historia es original del número de febrero de Nursing93. En el momento de escribirlo, Evelyn A. Olyarnik ejercía de enfermera base en Metrohealth, en el St. Luke’s Medical Center de Cleveland, Ohio. CUANDO EMPECÉ A EJERCER de enfermera estaba abrumada por todos los tubos, drenajes y máquinas. Cada cosa parecía más complicada que la que había aprendido a manejar el día antes. Me decía a mí misma que la escuela de enfermería no me había preparado para esto. A lo mejor un curso de ingeniería me hubiese ido mejor. Estaba a punto de que la frustración me superase cuando uno de mis colegas me aclaró las cosas. Estábamos cuidando a Sr. Boris T., un paciente de 82 años, que había ingresado en nuestra unidad de hospitalización procedente de una residencia sociosanitaria. Lo conocíamos bien debido a sus largos períodos de hospitalización. Durante su primer ingreso, el Sr. Boris T. parecía sano: sus mejillas sonrosadas y sus ojos azules brillantes no mostraban indicios de enfermedad. Aunque un accidente cerebrovascular (ACV) le había dejado sin poder hablar, tenía una sonrisa especial que se reservaba para las visitas diarias de su mujer. Pero, en esta ocasión, había perdido peso y parecía cansado; incluso sus ojos estaban pálidos. Durante el cambio de turno me enteré de que no se esperaba que superase el fin de semana. Ese día, al dejar el hospital para ir a darme una ducha rápida y cambiarme de ropa, su mujer me recordó que en la historia clínica del Sr. Boris T. figuraba la orden de no reanimación. “No le gustaría dejarnos de esta manera”, dijo. Ese mismo día, más tarde, cuando mi colega Bárbara y yo fuimos a verle le encontramos muerto. Sabiendo que la Sra. T. volvería pronto, retiramos las perfusiones intravenosas, la sonda vesical, el tubo de gastrostomía y el oxígeno. Entonces abrí la mesita de noche para coger los pocos objetos personales del Sr. Boris T. (dos pares de calcetines, un cepillo de pelo y una botella de loción para después del afeitado). Cuando Bárbara vio la loción, se puso un poco en la muñeca y la aplicó suavemente al Sr. Boris T. en la cara y en el cuello. Creí que esto pasaría inadvertido, ahora que estaba muerto, pero no dije nada. La esposa del Sr. Boris T. llegó unos momentos después. Tan pronto como vio a su marido supo que ya se había ido. Caminó hasta su lado y se acercó para darle un beso de despedida en la mejilla. Entonces vaciló. Olió el aire cerrando los ojos y sonrió. Pasado el momento, la Sra. T. abrió los ojos y besó a su marido. “Gracias por cada día que me has dado”, le dijo. Al observar la despedida de esta mujer mayor con el hombre que había querido durante 60 años, comprendí por qué Bárbara había aplicado la loción sobre la piel del Sr. Boris T. Con esto pretendía dejar a su esposa con el recuerdo del olor especial de su marido, no con el olor de la dieta, el alcohol, el jabón o el desinfectante. Fue su regalo para la Sra. T. E X P E R IE N C IA S E N E N FE R M E R ÍA N Llegar al corazón de la enfermería El simple gesto de un colega cambia la perspectiva de la carrera de una enfermera. EVELYN A. OLYARNIK, RN
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