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CAPÍTULO 1
LA AMBIVALENCIA DE LA COMPASIÓN
Alicia Villar Ezcurra
Facultad de Ciencias Humanas y Sociales
Universidad Pontificia Comillas de Madrid
UNA BREVE CONSIDERACIÓN PRELIMINAR
La compasión es un sentimiento complejo y ambiguo. Es ambiguo
en la medida en la que, en ocasiones, se experimenta la compasión del
otro como una humillación, como un reconocimiento ofensivo de la pro-
pia debilidad que se tiende a ocultar. Además, compadecer es literalmente
«padecer-con», y si consideramos todo padecimiento como no deseable,
como negativo, ¿por qué habría que valorar positivamente el sentimien-
to de compasión?, ¿qué ventaja puede haber en extender el sufrimiento
por el mundo? Compadecerse ¿no supone que dos sufran al precio de
uno, como advertía Kant?
Sin embargo, también es cierto que en muchas ocasiones no compa-
decer equivale a ser impasible o insensible, indiferente o incluso cruel.
Inicialmente, esta última equivalencia pudiera parecer exagerada, pero
¿acaso no calificamos como cruel al despiadado?, ¿no llamamos inhu-
mano a quien, impasible, causa gratuitamente dolor?
Por tanto, es preciso analizar filosóficamente la experiencia de la com-
pasión y tratar de describir en qué consiste exactamente su complejidad,
para comprender la inicial ambivalencia señalada. Esbozaré aquí una
descripción de la experiencia o del fenómeno de la compasión de la ma-
no de algunos de los filósofos 1 que reflexionaron sobre el tema. Expon-
19
TÍTULO DEL CAPÍTULO
1 Pascal advertía que algunos autores hablando de sus obras dicen: «mi libro, mi co-
mentario, etc.». A su juicio, huelen a burgueses que siempre tienen un «mi casa» en su
boca. Afirma: «es preferible decir: “nuestro libro, nuestro comentario”, ya que de ordina-
rio hay en ello más de cosecha ajena que propia» (B. 43). En el tema que nos ocupa, asun-
dré primero que significa compadecer, precisando cuáles son los senti-
mientos opuestos a la compasión, en especial la crueldad. Después, pre-
sentaré la apología de la compasión, ejemplificada en el pensamiento de
Schopenhauer que hizo de la compasión, el único fundamento posible
de la moral. Seguidamente, analizaré la crítica de Nietzsche a la postu-
ra de Schopenhauer, a propósito de la significación y el valor moral de
la compasión. Por último, me detendré en el papel de la compasión des-
de el punto de vista moral, incidiendo en sus aspectos positivos y nega-
tivos. Doy por supuesto que, como tantos sentimientos, es difícil de ex-
plicar a quien no la haya experimentado. Sería como hablar de sonidos
a un sordo de nacimiento, decía Simone Weil.
1. ¿QUÉ SIGNIFICA COMPADECER?
La palabra compasión proviene del latín (compassio-onis) y es próxima
al término conmiseración, mucho menos utilizado actualmente, y signifi-
ca la pena o la lástima que se siente hacia quienes sufren penalidades o des-
gracias. Compadecer es también sinónimo de apiadarse, de ahí que mu-
chos filósofos se hayan referido a la compasión o a la piedad indistintamente.
Hay otros términos que se vinculan con la compasión. Uno de ellos
es la simpatía que en griego significaba lo mismo que la compasión en
latín. La simpatía fue una dimensión humana destacada por los mora-
listas británicos 2 y por Hume que quisieron fundamentar la moral en lo
que llamaban sentimientos naturales. Simpatizar, sentir con, es partici-
par afectivamente en los sentimientos del otro 3, algo fundamental a la
20
PENSAR LA COMPASIÓN
to humano por excelencia, la lectura de Aristóteles, Descartes y Spinoza, Rousseau y Kant,
Schopenhauer y Nietzsche ha resultado imprescindible para iluminar la complejidad del
sentimiento de compasión.
2 Entre los filósofos morales británicos se incluyen los nombres de Adam Smith, pro-
fesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow, como también lo había sido Fran-
cis Hutcheson y como lo fue después Thomas Reid. El término también se aplica al ter-
cer Earl de Shaftesbury, considerado el padre de la Ilustración Británica. Los Ensayos de
Shaftesbury, especialmente su Ensayo sobre la virtud (1711), fue traducido al francés por
Diderot y al final de siglo contaba con once ediciones. A través de la lectura de Shaftes-
bury se difundieron conceptos claves del pensamiento moral británico: virtudes sociales,
afectos sociales, afectos naturales, sentido moral, simpatía, benevolencia y compasión.
3 Es una cualidad y un sentimiento (se es simpático o se siente simpatía) que cuan-
do se produce entre dos individuos se experimenta como un encuentro feliz. A. C. SPON-
VILLE, Pequeño Tratado de las grandes virtudes, Madrid: Espasa-Calpe, 1998, p. 128.
hora de relacionarnos con los demás y sopesar las consecuencias de nues-
tros actos. Sin embargo, es importante determinar con qué se simpatiza,
pues, por ejemplo, simpatizar o participar de la crueldad de otro es tam-
bién manifestación de crueldad.
Nada más distinto de la compasión. Para Max Scheler 4, la compa-
sión es una de las formas de la simpatía 5 y se define como la participa-
ción en el dolor del otro, en su sufrimiento o desdicha. Ahora bien, ¿qué
tipo de situaciones suscitan la compasión?
Ya Aristóteles, en su definición de la piedad (éleos), explicó cuándo y
por qué surge la compasión. Por ello, conviene detenerse inicialmente en
su definición. A su juicio: «la compasión es el sentimiento de tristeza y
temor que surge cuando contemplamos un sufrimiento grave inmereci-
do y que pensamos que también nos podría ocurrir a nosotros o algunos
de nuestros allegados» 6. Esta definición nos revela varios aspectos sobre
la experiencia de la compasión que comentaré brevemente:
1. La reacción ante un sufrimiento grave.—Se experimenta compa-
sión ante una circunstancia que reviste una cierta gravedad, pues no sen-
timos compasión al observar que se sufre por nimiedades o por cualquie-
ra de las múltiples contrariedades que pueblan el transcurso de la existencia.
Nietzsche alertaba ante una enfermiza vulnerabilidad que convierte en
insoportable cualquier tipo de contratiempo 7 y lleva a menospreciar la vi-
da. Por ello, nos compadecemos ante un infortunio grave 8, entre otras co-
sas, un accidente, una enfermedad dolorosa o incapacitante, una pobreza
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LA AMBIVALENCIA DE LA COMPASIÓN
4 M. SCHELER, Esencia y formas de la simpatía, I, 9.
5 Es la simpatía (sentir con) en el dolor o la tristeza.
6 ARISTÓTELES, Retórica, II, 8,15. Hemos incluido una traducción libre del original.
La definición completa, según la traducción de Antonio Tovar es la siguiente: «Sea la
compasión cierta pena por un mal que aparece grave y penoso en quien no lo merece, el
cual se podría esperar padecerlo uno mismo o alguno de los allegados, y esto cuando apa-
rezca cercano; porque es claro que es necesario que el que va a sentir compasión esté en
situación tal que pueda creer que va a sufrir algún mal o bien él mismo o bien alguno de
los allegados, y un mal tal como se ha indicado en la definición, o semejante o casi igual».
Retórica, Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1980.
7 Como veremos más tarde, para Nietzsche el hombre moderno se ha convertido en
un neurótico del bienestar, pues padece una hipersensiblidad mórbida ante cualquier ti-
po de sufrimiento.
8 Aristóteles precisa lo que se compadece. Los males dolorosos y graves como las
muertes y ultrajes corporales, los malos tratos y la vejez, las enfermedades y la falta de ali-
mento. Los males causados por la fortuna son la carencia y escasez de amigos, la fealdad,
la debilidad, la mutilación, o bien no ocurrirle a uno nada bueno, o si le ocurre no dis-
frutarlo (Retórica, II, 8,15).
hiriente o una tristeza desmedida. La compasión es un modo de abordar
subjetivamente un dolor objetivo, incluso cuando el otro lo oculta.
2. Un sufrimiento inmerecido.—Para muchos filósofos, la compasión
se extrema ante el sufrimiento que es además inmerecido 9 o aquel que
se produce debido al azar o a la mala suerte, que es consecuencia de la
injusticia o de la crueldad. Es el caso de las víctimas de las catástrofes na-
turales, de las muertes prematuras,de la injusticia malintencionada o de
la crueldad manifiesta. Nada suscita más nuestra compasión que los crí-
menes realizados contra los más inocentes: los niños, o los males que nos
parecen más absurdos y gratuitos: los producidos por la crueldad, la vio-
lencia y el terrorismo.
Compadecerse por los que sufren desgracia inmerecida e indignarse
contra los que inmerecidamente gozan de fortuna, a juicio de Aristóte-
les, es propio de las almas nobles. Por ejemplo, indica que ningún hom-
bre bueno se compadece del parricida o del asesino cuando le llega el cas-
tigo10. Dicho de otro modo, ¿sentimos la misma compasión por la víctima
que por el verdugo?
Aunque ciertamente el sufrimiento inmerecido extrema el sentimiento
de compasión, hay que recordar que, progresivamente y sin duda por in-
flujo del cristianismo y del budismo, la compasión expresa el rechazo al
dolor de otro, cualquiera que sea su causa 11. Ello no significa que com-
partir el sufrimiento del otro sea compartir las razones para sufrir, ya sea
que las consideremos como buenas o malas. Más bien implica no ser in-
diferente a la desgracia ajena. Es más, calificamos como inhumano a aquel
que es absolutamente indiferente e impasible, al que no se conmueve de
algún modo ante la desgracia de las demás personas. La sensibilidad en-
tumecida hace temible.
3. Compasión por nuestros allegados.—La compasión se siente ante
la vista de algún mal que afecta a nuestros allegados. Ello exige precisar
a quienes consideramos allegados o próximos. Aristóteles excluye aquí a
22
PENSAR LA COMPASIÓN
9 Ya desde la Antigüedad, los protagonistas de las Tragedias que suscitaban la admi-
ración y la compasión, eran personajes nobles, virtuosos y valientes, que no obstante pa-
decían un sufrimiento desmedido que se estimaba inmerecido. Precisamente, su heroís-
mo, que suscitaba la admiración del espectador, se manifestaba en su modo de afrontar la
adversidad y el sufrimiento.
10 Retórica, II, 9,25.
11 Se puede sentir compasión por la locura o el odio que hay en el torturador y ne-
garse, al menos, a añadir odio al odio. Es la compasión de Cristo por sus verdugos y la de
Buda por los malvados. Cf. A. C. COMTE-SPONVILLE, p. 30.
los familiares cercanos, pues cuando les ocurre algo grave, no sentimos
por ellos compasión, sino que estamos ante la presencia de lo que califi-
ca como «horror». Se experimenta compasión por los semejantes, por los
conocidos que no están demasiado cerca de nosotros, pues por ellos (los
familiares cercanos, los amigos íntimos) se tiene el mismo sentimiento
que si el mal nos ocurriera a nosotros. Es más, en ocasiones, tememos o
lamentamos más el mal que acontece a los más próximos. Aristóteles re-
cuerda el caso de Amasis 12 que no lloró por el hijo que era llevado a la
muerte, según cuentan, pero sí por el amigo que pedía limosna. Hero-
doto también cuenta un caso similar a propósito de los padecimientos
del faraón Psaménito III, tras la caída de Menfis hacia el año 520 a. de C.
Capturado junto con su familia por el cruel Cambises, puso a prueba su
entereza. Despojó a la hija de Psaménito de sus ricos atavíos y la redujo
a la condición de esclava. Después enviaron a su hijo al patíbulo. Mien-
tras los demás egipcios gritaban con desesperación, Psaménito no dijo
nada. Por último, pasó un viejo cortesano que había compartido la me-
sa del faraón y se veía ahora obligado a mendigar, entonces Psaménito
que había soportado la desgracia de su hija y la ejecución de su hijo, rom-
pió a llorar. Montaigne explica en sus Ensayos 13 la extraña reacción del
faraón: mientras que el último acontecimiento produce una tristeza que
se puede expresar con las lágrimas, la desgracia y ejecución de un hijo
son desgracias que superan todo medio de expresión. Es el horror al que
alude Aristóteles y que se distingue de la compasión. El límite entre uno
y otra está en función de la proximidad o la distancia que tenemos con
el que padece la desgracia.
Por tanto, suscitan compasión las desgracias que nos parecen cerca-
nas. No compadecemos igual las desgracias que ocurrieron hace miles de
años, porque no se esperan o bien no se recuerdan. En cambio, despier-
ta más compasión lo que ha ocurrido o ocurrirá en poco tiempo. Tam-
bién el espacio es un factor que incide en la compasión. Nos afecta más
la muerte o la desgracia de alguien próximo, que de aquel que está a mi-
les de kilómetros, la que ocurre en nuestra ciudad que la que ocurre en
la otra punta del país, la que ocurre en nuestro continente que la sucede
en el otro extremo del mundo.
23
LA AMBIVALENCIA DE LA COMPASIÓN
12 HERODOTO, Historia, III, 14. Se puede encontrar un largo comentario de esta His-
toria en la Conferencia de Santiago Alba Rico sobre la compasión, pronunciada en Tri-
buna Ciudadana, Oviedo, 12 de mayo de 2004 (http://www.rebelion.org/cultura/
040518sa.htm).
13 M. DE MONTAIGNE, Ensayos, Madrid: Cátedra, 1985, I, 2.
Aún con todo, la percepción de las desgracias en nuestros días, dado
el impacto de los medios de comunicación actuales que ha acortado las
distancias, es muy distinta a la que se daba en otros tiempos y se refleja
en la literatura sobre el tema 14 sobre la que ahora no nos podemos dete-
ner. Sólo apuntar que la sucesión continua de imágenes catastrofistas
puede provocar la apatía 15, banalizando la representación del espanto. La
tragedia se convierte en espectáculo que pone a prueba nuestra capaci-
dad de resistencia al horror. Entonces, la sobreabundancia de imágenes
horribles aplastan al espectador, desbordado por la magnitud de la tarea.
Sólo queda contemplar, sin que nada escape a una curiosidad que se con-
vierte en indiscreta y morbosa.
4. La reacción de tristeza.—El sufrimiento inmerecido se concibe co-
mo un mal moralmente lamentable. La compasión sería la expresión de
ese lamento, la reacción ante el espectáculo del dolor del otro que se ex-
perimenta como hiriente. Y precisamente esa tristeza que sentimos fren-
te a la tristeza del otro, ese contagio afectivo es lo que ha llevado a criti-
car a la compasión por estimar que es un sentimiento negativo. De los
estoicos, a los racionalistas, pasando por Kant y llegando a Nietzsche, el
crítico más feroz de la compasión, se ha observado que la compasión ex-
tiende gratuitamente la tristeza por el mundo. Kant llega a decir que: «al
compadecer, sufren dos al precio de uno». ¿Qué ventaja puede haber en-
tonces en multiplicar el dolor?
Spinoza, próximo a los estoicos en este punto, también observó que
la compasión, tristeza compartida, nos hace pasivos y disminuye nuestra
capacidad de ser, de obrar y de pensar. Por ello, advierte que la «conmi-
seración o piedad, en un hombre que vive bajo la guía de la razón, es ma-
la e inútil» 16. De ahí que el sabio deba esforzarse, en la medida en que le
resulta posible, en no dejarse afectar por la compasión 17 por estimar que
es un afecto negativo.
Spinoza 18 coincide con Descartes en preferir impulsar los afectos ale-
gres o positivos, en concreto, la buena voluntad o la benevolencia 19, que
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PENSAR LA COMPASIÓN
14 Veáse sobre este tema el libro de P. BRUCKNER, La tentación de la inocencia, Barce-
lona: Anagrama, 1996, y de SUSAN SONTAG, Ante el dolor de los demás, Alfaguara, 2003.
15 P. BRUCKNER, p. 235.
16 SPINOZA, Ética, IV, prop. 50.
17 SPINOZA, Ética, IV, prop. 50, corolario.
18 Para Spinoza es la razón la que lleva a obrar con justicia.
19 Spinoza define la benevolencia como un deseo de hacer bien nacido de la conmi-
seración (Ética, IV, prop. XXXV).
nos lleva a querer el bien del otro. La alegría, opuesta a la tristeza, es un
afecto positivo que potencia nuestra capacidad de ser, de pensar y de
obrar. Por tanto, los racionalistas citados recomiendan que si se quiere
ayudar a los semejantes que sufren, hay que hacerlo guiados por la ra-
zón, el amor y la generosidad. El amor de benevolencia antepone los in-
tereses del todo del que se forma parte, a los de la propia persona en par-
ticular 20. El generoso expresa en sus actos la sobreabundancia de su ser.De este modo, se frena la tristeza que anega el espíritu, se extiende por
el mundo y multiplica los efectos devastadores del sufrimiento que su-
men en la pasividad y acrecientan la debilidad.
Por este motivo, Spinoza calificaba que la conmiseración es mala e inú-
til para el hombre que vive bajo la guía de la razón. Pues el bien que de ella
se sigue: liberar de la miseria a la persona por la que se siente compasión,
debe ser realizado de la mano de la razón. Como también observará Kant,
si actuamos movidos exclusivamente por la compasión, sentimiento con-
fuso y ciego que puede llevarnos a engaño, podemos lamentarnos con pos-
terioridad de lo realizado 21. Siempre es preferible el discernimiento racio-
nal como guía de la acción. El hombre virtuoso de Spinoza o el llamado
generoso por Descartes es aquel que delibera sobre los motivos que im-
pulsan su acción, analiza racionalmente sus deseos y ejerce los hábitos que
conforman su excelencia. Más adelante, incidiré de nuevo en estos aspec-
tos aquí apuntados.
Bien es cierto que tanto Descartes como Spinoza y Kant, saben que
la sabiduría no está al alcance de todos. Por eso no dudan que obrar mo-
vidos por la piedad tenga un valor positivo frente a su contrario, la cruel-
dad y la brutalidad, y también claramente preferible a su ausencia, que
denota impasibilidad e indiferencia. Al igual que Kant 22, Spinoza preci-
saba que «será justo concluir que los hombres, mientras no se rijan por
la razón, al menos, han de dejarse llevar por la compasión».
25
LA AMBIVALENCIA DE LA COMPASIÓN
20 Carta de Descartes a la Princesa Isabel de Bohemia de 15 de septiembre de 1645.
21 Para Spinoza, como para Kant, quien se acostumbra a la conmiseración, y con
facilidad se conmueve ante la miseria o las lágrimas ajenas, suele hacer cosas de las que
luego se arrepiente, pues las falsas lágrimas engañan con mucha facilitad (Ética, IV,
prop. L).
22 En sus escritos sobre Pedagogía, Kant califica a la obligación de socorrer a los ne-
cesitados por sentimientos compasivos, como una obligación imperfecta, pues a su juicio,
con mucha frecuencia, las almas compasivas son engañadas lo que les lleva en el futuro a
desconfiar de los demás.

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