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De la Ilustración al Romanticismo Tensión, ruptura, continuidad D e la Il us tr ac ió n al R om an tic is m o Ju an Lá za ro R ea rt e y M ar ía Jim en a So lé (e di to re s) La Colección Humanidades reúne los textos, resultados de investigaciones y/o actividades académicas de la Universidad Nacional de General Sarmiento, relacionados con las temáticas de historia, historiografía, historia argentina, historia latinoamericana, historia antigua y medieval, filosofía, epistemología y otras disciplinas de las ciencias humanas. Las Primeras Jornadas de Filosofía y Literatura del Instituto del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento, que se llevaron a cabo en noviembre de 2008, tuvieron como eje la transición de la Ilustración al Romanticismo, y tal como lo recoge el título del volumen, la exploración de las intrincadas modalidades de ese proceso: tensiones y rupturas, pero también continuidades. El evento convocó a investigadores y docentes de universidades de todo el país dedicados al estudio de la producción literaria y filosófica de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Este libro reúne sus contribuciones para la reexaminación de estas dos corrientes fundamentales de la filosofía y de la literatura. Los artículos, precedidos por dos estudios introductorios, se organizan en capítulos temáticos que muestran la incursión interdisciplinaria en la materia. El conjunto de enfoques que hacen a la presente obra constituyen un aporte al estado actual del conocimiento en el campo de la filosofía y la literatura en los albores de la modernidad. Juan Lázaro Rearte es Investiga- dor Docente en el área de Cul- tura del IDH (UNGS) y Auxi- liar Docente en la cátedra de Literatura Alemana (UBA). Se dedica al estudio de las teorías del lenguaje en el contexto del Romanticismo alemán, en par- ticular a las tesis de Wilhelm von Humboldt. Participa de proyectos de investigación en ambas unidades académicas y es director de un Fondo Semilla en la UNGS y de un Proyecto de Reconocimiento Institucio- nal en la UBA. María Jimena Solé es Auxiliar Docente en la cátedra de Filoso- fía Moderna del Departamento de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y becaria postdoc- toral del CONICET. Se especia- liza en la filosofía de Spinoza y su recepción en Alemania. Ac- tualmente investiga sobre la no- ción de Gegen-Aufklärung. In- tegra el equipo de investigación dirigido por Juan L. Rearte en la UNGS (Fondo Semilla) y di- rige un grupo de investigación sobre la filosofía de Spinoza en la UBA (Proyecto de Reconoci- miento Institucional). COLECCIÓN HUMANIDADES En busca de mejor fortuna Los inmigrantes españoles en Buenos Aires desde el Virreinato a la Revolución de Mayo Mariana Alicia Pérez Un Estado con rostro humano. Funcionarios e instituciones estatales en Argentina (de 1880 a la actualidad) E. Bohoslavsky y G. Soprano El tiempo, la política y la historia Paula Hunziker y Julia Smola El movimiento de sacerdotes del tercer mundo. Un debate argentino José Pablo Martín Próximas ediciones Fenomenología de la Vida Michel Henry – Traducción de Mario Lipsitz De la ilustración al romanticismo: tensión, ruptura, continuidad Juan Lázaro Rearte y María Jimena Solé (comps.) Historia ¿Para qué? Revisando una vieja pregunta Jorge Cernadas y Daniel Lvovich (comps.) Juan Lázaro Rearte María Jimena Solé (editores) C ol ec ci ón H um an id ad es De la Ilustración al Romanticismo: tensión, ruptura, continuidad De la Ilustración al Romanticismo: tensión, ruptura, continuidad Juan Lázaro Rearte y María Jimena Solé (editores) © Universidad Nacional de General Sarmiento, 2010 J.M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX) Prov. de Buenos Aires, Argentina Tel.: (54 11) 4469-7578 publicaciones@ungs.edu.ar www.ungs.edu.ar/publicaciones ©De esta edición, Prometeo Libros, 2010 Pringles 521 (C11183AEJ), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina Tel.: (54-11) 4862-6794 / Fax: (54-11) 4864-3297 info@prometeolibros.com www.prometeoeditorial.com Cuidado del texto, diseño, diagramación y edición técnica: Taller de Edición tallerdeedicion@speedy.com.ar blancoynegro@interbourg.com.ar (54 11) 15 3557 1492 ISBN: 978-987-574-438-7. Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Prohibida su reproducción total o parcial Derechos reservados De la Ilustración al Romanticismo : tensión, ruptura, conti- nuidad / Adrián Ratto … [et.al.] ; compilado por Juan Lázaro Rearte y María Jimena Solé. – 1a ed. – Buenos Aires : Prometreo Libros, 2010. 302 p. ; 21x15 cm. ISBN 978-987-574-438-7 1. Historia de la Cultura. I. Ratto, Adrián II. Rearte, Juan Lázaro, comp. III. Solé, María Jimena , comp. CDD 909 ÍNDICE Prólogo ................................................................................................... 11 ESTUDIOS INTRODUCTORIOS El sueño de la Ilustración. Por María Jimena Solé ................................ 15 Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo. Por Juan Lázaro Rearte ........................................................................ 31 I. LUCES Y SOMBRAS EN FRANCIA ¿Diderot romántico? Por Esteban Ponce ............................................... 49 Las sombras del Siglo de las Luces. Apuntes sobre El sobrino de Rameau y Suplemento al viaje de Bougainville. Por Adrián Ratto ................................................................................. 57 Los problemas de la lectura: de Rousseau al Romanticismo. Por Martín Koval ................................................................................ 65 Apuntes sobre la noción de naturaleza en Rousseau. Por Gabriela Domecq .............................................................................................. 73 II. TENSIONES EN LA ILUSTRACIÓN ALEMANA: IDEALISMO Y ROMANTICISMO La polémica del spinozismo: muerte y resurrección de la Ilustración alemana. Por María Jimena Solé .......................................................... 85 Linderos y calderones entre el pensar ilustrado de Fichte y la mística renana. Por Francisco Antuña .............................................................. 97 Amistad y ruptura. Schelling ante Fichte, y el comienzo de una nueva época. Por Mariano Gaudio .................................................... 107 El placer y la necesidad: Fausto en Fenomenología del espíritu. Por Jorge Eduardo Fernández ............................................................. 119 El símil de la caverna… de Hegel. Sobre el dominio de la naturaleza y lo siniestro. Por Ricardo Cattaneo ................................................... 127 III. EL LEGADO DE LA ÉPOCA: PUEBLO, HISTORIA Y LIBERTAD Apuntes sobre Herder y Kant y la historia natural. Por Natalia Andrea Lerussi ................................................................................... 141 “Tendimus in Arcadiam, tendimus”: Herder, Hölderlin, y el coro salvaje del pueblo. Por Martín Rodriguez Baigorria ............................ 151 Los ideales de Hölderlin y la esencia de la libertad humana en Schelling. Por Dina Picotti ................................................................ 159 La tensión entre el racionalismo abstracto y la idea del espíritu del pueblo. Un debate fundamental del romanticismo presente en la crítica de Hegel a la teoría fi chteana del derecho. Por Héctor Arrese Igor ......................................................................................... 177 Sujetos de la Historia: “hacedor” (Täter) versus “organizador” (Gestalter), en Hegel y en el círculo de Stefan George. Por Andrés Jiménez Colodrero ............................................................................. 185 IV. LENGUAJE Y NATURALEZA EN LA ENCRUCIJADA Lenguajes y sentidos: el origen atravesado por la noción de naturaleza en Johann Gottfried Herder. Por Romina Metti................................. 205 Lengua e imaginación en Johann Gottlieb Fichte:fuerzas naturales del progreso de una nación. Por Constanza Abeillé ............................ 213 Metacrítica y empirismo en los escritos tempranos de Wilhelm von Humboldt: hacia una teoría romántica del lenguaje. Por Juan Lázaro Rearte .................................................................................... 223 Metodología crítica en la poética de Alexander von Humboldt. Por Damiana Alonso ......................................................................... 233 V. HACIA UNA ESTÉTICA ROMÁNTICA Poesie: el proyecto romántico de una nueva mitología. Por María Verónica Galfi one .............................................................................. 243 La mímesis romántica: consideraciones sobre Novalis, Friedrich Schlegel y la superación del principio de imitación. Por Lucas Bidon-Chanal ................................................................................... 253 Algunas consideraciones sobre los antecedentes y transformaciones de la noción de fragmento como categoría estética. Por Laura Carugati ........................................................................... 263 De la minoría a la mayoría de edad. El doble desafío de Caroline Schlegel-Schelling. Por Sandra Girón ................................................ 273 Jean Paul y La edad del pavo, una teoría de la novela. Por Valeria Castelló-Joubert ................................................................................. 283 La fi gura de Hamlet en la poética de Friedrich Schlegel. Por Florencia Abadi y Román Setton ....................................................................... 291 11 Prólogo Los artículos que se incluyen en este volumen fueron presentados y discutidos en el marco de las Primeras Jornadas de Filosofía y Literatura del IDH (Instituto del Desarrollo Humano) de la Universidad Nacional de General Sarmiento, que se llevaron a cabo los días 20 y 21 de noviembre de 2008 en el campus universitario de la UNGS (Los Polvorines, Provincia de Buenos Aires). La organización del evento académico, así como la preparación de este volumen estuvo a cargo del grupo de lectura e investigación Arte, lenguaje y cultura en la transición del siglo XVIII al XIX. El eje temático del encuentro, recogido en el título de la presente edición, fue De la Ilustración al Romanticismo: tensión, ruptura, continuidad. Dicho planteo permitió convocar a investigadores, docentes y estudiantes de universidades de todo el país, abocados al estudio de la producción literaria y fi losófi ca de fi nales del siglo XVIII y principios del XIX. Nuestra propuesta fue la de examinar críticamente la defi nición, la homogeneidad y la riqueza interior de estas dos corrientes fundamentales de la fi losofía y de la literatura y poner en discusión el surgimiento del Romanticismo, tradicionalmente entendido como un movi- miento orientado a cuestionar y a superar el pensamiento ilustrado. El resultado de esta convocatoria es la serie de artículos que presentamos a continuación. En ellos se aborda la problemática en torno a la Ilustración, el Romanticismo y las tensiones inherentes a ambos movimientos tal como se desarrollaron en Francia y en Alemania, en el ámbito de la metafísica, la gnoseología, la fi losofía política, la fi losofía de la historia, la estética, la teoría del lenguaje y la teoría del arte, a través de sus principales fi guras. Además de la compilación de artículos, el lector encontrará dos estudios introductorios –“El sueño de la Ilustración”, por María Jimena Solé, y “Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo”, por Juan Lázaro Rearte– que se proponen brindar un marco histórico y conceptual para abordar las complejas categorías de Ilustración y Romanticismo. 12 Juan Lázaro Rearte y María Jimena Solé (editores) Agradecemos a Eduardo Rinesi, Director del IDH, y a las autoridades de la UNGS por su permanente colaboración en la realización de este encuentro, así como también a cada uno de los participantes, coordinadores y asistentes por haber contribuido con su presencia, su trabajo y su excelente disposición a la discusión y el intercambio durante estas I Jornadas de Filosofía y Literatura. Buenos Aires, diciembre de 2009 Grupo de investigación Arte, lenguaje y cultura en la transición del siglo XVIII al XIX Juan Lázaro Rearte (director) María Jimena Solé (codirectora) Constanza Abeillé, Damiana Alonso y Romina Metti ESTUDIOS INTRODUCTORIOS 15 El sueño de la Ilustración María Jimena Solé Recostado en su escritorio, con la cabeza sobre sus brazos, con los brazos cruzados sobre sus papeles y plumas, un hombre –¿escritor, fi lósofo, artista, político, estudiante?– agotado por el esfuerzo del trabajo intelectual, se ha quedado dormido. Espeluznantes criaturas de la noche invaden la habitación envuelta en la penumbra. Lechuzas y búhos con los picos abiertos y las garras crispadas revolotean sobre el cuerpo inerte del durmiente, aletean sobre su espalda, se posan sobre su escritorio, juegan con sus instrumentos de trabajo. Murciélagos de tenebrosas siluetas emergen del espacio infi nito que se hunde en las sombras y, amenazantes, vuelan en círculos sobre el hombre dormido. Echado a sus pies, un gato observa atento la escalofriante danza de los animales nocturnos. “El sueño de la razón produce monstruos”, escribe Goya en un rincón del aguafuerte; y con este título, con esta terrible imagen, parece haber logrado captar el inasible espíritu de la Ilustración. Goya concibe este célebre grabado como parte de la serie titulada “Los caprichos”, en la que critica e ironiza los vicios de sus contemporáneos. Hacia 1799, cuando la serie es puesta a la venta, España –donde el escolasticismo y la Inquisición se encontraban en plena vigencia– parecía haber quedado al margen del movimiento cultural, social, intelectual, artístico y político que, desde hacía poco más de un siglo, se extendía por otros rincones de Europa. Su aguafuerte constituye una denuncia y una exhortación. Sumida en las tinieblas de la ignorancia, la superstición y el temor, España debía despertar y escuchar el grito de la razón que, con su poderosa luz, lograría poner fi n a la pesadilla1. España debía abrazar la Ilustración. 1 “Cuando los hombres no oyen el grito de la razón, todo se vuelve visiones”, había escrito Goya como un comentario a su grabado número 43 que, originalmente, iba a ocupar la portada de la serie (cf. Helman, Edith. 1983. Transmundo de Goya, Madrid: Alianza, p. 221). 16 María Jimena Solé I Este revolucionario movimiento espiritual había surgido en Inglaterra a fi nales del siglo XVII con la publicación del Ensayo sobre el entendimiento humano (1690) de John Locke que, junto con los Philosophiae naturalis prin- cipia mathematica (1688) de Isaac Newton, desafi aban algunos de los dogmas fundamentales de la metafísica tradicional y proponían una nueva concepción de la naturaleza y del conocimiento, reservando un lugar privilegiado a la experiencia. Locke intentaba mostrar que todas las ideas del entendimiento humano son el resultado de la refl exión sobre los datos aportados por las sen- saciones externas (los cinco sentidos) e internas (la refl exión sobre las propias operaciones mentales). De este modo, no sólo negaba la existencia de ideas innatas postuladas por el racionalismo cartesiano sino que, además, limitaba el conocimiento humano a aquello que pudiera darse en la experiencia, excluyendo algunas cuestiones fundamentales de la teología –como la inmaterialidad del alma– y desafi ando la validez de la revelación como fuente de verdades. Locke sostuvo, sin embargo, que la razón es capaz de conocer la existencia de Dios, pues el hombre sabe con certeza que él mismo existe, que la nada no puede producir ser alguno y que, por lo tanto, existe necesariamente un ser eterno que es causa de todo lo existente, que suele ser llamado ‘Dios’ y al que se le atribuyen el máximo poder y la máxima sapiencia. Además,la razón es capaz, según él, de descubrir los principios básicos de la verdadera religión: una reli- gión natural, fundada en principios racionales, compartida por todos los seres humanos. Locke estableció así los fundamentos del deísmo desarrollado por los librepensadores John Toland, Anthony Collins y Matthew Tindal, para quienes la revelación y la fe han de fundarse por completo en la razón, y posteriormente radicalizado por David Hume, tal vez el máximo exponente de la Ilustración inglesa, quien, en su Tratado sobre la naturaleza humana (1739–40), se había propuesto aplicar los principios de la física newtoniana y el método científi co a la fi losofía y a la moral2. Casi medio siglo más tarde3, estas ideas ingresaron a Francia de la mano de Voltaire y sus Cartas fi losófi cas (1734), en las que, además de abordar cues- 2 El Dios de los deístas –el de Newton y Clarke, aquella divinidad compatible con los últimos avances de la ciencia– se transforma, como sostiene Allison, en el Matemático Supremo, el soberano arquitecto de un universo infi nito y racionalmente perfecto (cf. Allison, Henry. 1966. Lessing and the Enlightenment. Michigan: University of Michigan Press, p. 14). 3 Sin embargo, hacia fi nales del siglo XVII encontramos ciertas fi guras que suelen considerarse como ilustrados avant la lettre. Una en particular se revela como central en la propagación del 17 El sueño de la Ilustración tiones relativas a la ciencia, la religión, la política y las artes, criticaba la visión pesimista acerca de la miseria de la naturaleza humana de Blaise Pascal, a quien considera un representante del pensamiento retrógrado francés. Voltaire adop- tó la concepción newtoniana de una naturaleza mecánica y desencantada; de Locke tomó la premisa materialista, aceptó que Dios pudo haber dotado de pensamiento a una porción de materia, defendió la posición deísta y sostuvo que no es necesario probar la inmaterialidad ni la inmortalidad del alma para el establecimiento de una moral. Algunos años más tarde, en su Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos (1746), Etienne Bonnot de Condillac radicalizó los principios empiristas lockeanos y formuló su teoría genética del conocimiento, según la cual la sensación exterior es la única fuente de todas las ideas. También infl uenciado por el empirismo y el deísmo provenientes de Inglaterra, Diderot sostuvo, primero, una visión materialista del universo en su Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (1749); luego, en sus Pensamientos sobre la interpretación de la naturaleza (1754), desarrolló un sistema de sesgo vitalista, que le permitía explicar exhaustivamente todos los aspectos de lo real, desde la vida inorgánica hasta la esfera política. Pero su gran contribución al Siglo de las Luces fue, sin duda, el trabajo conjunto con D’Alembert: la genial Enciclopedia, cuyos 27 volúmenes aparecieron entre 1751 y 1772. Si bien suele señalarse que los ilustrados ingleses fueron superiores en agudeza, profundidad y audacia, no cabe duda de que fue en Francia donde el espíritu de este movi- miento adquirió su forma más extrema4. El escepticismo, el materialismo, el decidido ateísmo y el rechazo de la moral tradicional caracterizaron a la radical Ilustración francesa representada por personajes tan diversos como Helvetius, Julinen Off rai de Lamettrie, Dietrich D’Holbach, el Marqués de Sade o Jean Jacques Rousseau. Aunque con algunas particularidades, también Alemania se transformó en escenario de la triunfante Ilustración. En 1740, Federico II, quien unos años antes había solicitado a Voltaire sus servicios como maestro, asumió el trono espíritu crítico en Europa: el célebre Pierre Bayle (1647-1704), autor del Diccionario histórico y crítico, publicado por primera vez en 1695-1696 y luego reeditado, traducido y vuelto a editar numerosas veces. Ocupando un lugar de privilegio en las bibliotecas de los hombres de letras y utilizado como texto en las Universidades, el Diccionario fue, como indica Hazard, el arsenal en donde se cargaban las armas, cuando se trataba de reemplazar la autoridad por la crítica (ver Hazard, Paul. 1963. La pensée européenne au XVIIIe siècle. París: Hachette, p. 42). 4 Véanse Plebe, Armando. 1971. Qué es verdaderamente la Ilustración. Madrid: Doncel, p. 49 y Hazard, Paul. 1994. La Crise de la consciencie européenne: 1680-1715. París: LGF, pp.66 y ss. Véanse también los artículos de Esteban Ponce y Adrián Ratto, incluidos en esta compilación. 18 María Jimena Solé de Prusia y se proclamó impulsor de las ideas y valores ilustrados. Con París como modelo, Federico transformó a Berlín en el centro geográfi co y cultural del reino, fundando allí la Académie des Sciences et Belles-Lettres, que atrajo a hombres de letras tanto alemanes como extranjeros y cumplió la función de difundir en territorio prusiano las nuevas ideas importadas de Inglaterra y Francia. La fi gura principal de la Ilustración alemana fue, sin duda, Gotthold Ephraim Lessing quien adoptó y desarrolló los principios del deísmo inglés y defendió la instauración de una religión natural, basada únicamente en la razón, promotora de la igualdad y la tolerancia entre los hombres. También los denominados ilustrados berlineses representantes de la Popularphilosophie, entre otros, Friedrich Nicolai, Johann Erich Biester y, el más importante, Moses Mendelssohn, difundieron con sus periódicos y escritos un conjunto de valores típicamente ilustrados y se comprometieron con el proyecto de la educación popular. Así, a pesar de que los alemanes, más moderados que los free-thinkers ingleses y muy lejos del radicalismo de los philosophes franceses, no adoptaron por completo el espíritu característico de la Europa ilustrada5, el nuevo clima intelectual hundió sus raíces también allí, siendo incluso cierto que en ningún otro lugar de Europa se refl exionó tan profundamente acerca del sentido, la esencia y el destino de la Ilustración, así como sobre sus límites y difi cultades. En efecto, fue Immanuel Kant quien, en un artículo publicado en 1784, for- muló la defi nición más citada, repetida y estudiada de este movimiento cultural y periodo histórico, del que él mismo es, por lo general, considerado como el máximo representante. 5 Todos los historiadores de la fi losofía concuerdan en que el fenómeno ilustrado en Alemania es diferente al caso de Inglaterra y Francia, donde existía una burguesía emergente con rasgos más nítidos y donde ciertas reformas políticas y económicas acompañaron desde lo material la transformación espiritual. Además, se da el caso de que los ilustrados alemanes permanecieron vinculados a la religión cristiana –principalmente al luteranismo y al piestismo– y que el ámbito en el cual se desarrolló la fi losofía continuó siendo el de las escuelas y las universidades, donde la Schulmetaphysik del siglo XVII era aún hegemónica. El racionalismo de la fi losofía de Leibniz y Wolff , su confi anza en la unidad y la inmutabilidad de la razón, permitían una continuidad entre el siglo XVII y el XVIII, de modo que la Ilustración se construye allí sobre los fundamentos de la fi losofía racionalista moderna y no intenta romper con sus supuestos ni con su método de un modo absoluto. La Aufklärung es, pues, un fenómeno complejo y plagado de contradicciones internas. Al respecto, ver Hauser, Arnold. 1994. Historia social de la literatura y el arte. Barce- lona: Editorial Labor, t. 2, pp. 265 y ss.; Maestre, Agapito. 2007. “Notas para una nueva lectura de la Ilustración”, Estudio Preliminar. En: A.A.V.V. ¿Qué es la Ilustración?. Madrid: Tecnos, p. XXXVII; Vaysse, Jean-Marie. 1994. Totalité et Subjectivité, Spinoza dans l’Ideallisme Allemand. París: Vrin, p. 21; Beck, Lewis White. 1969. Early German Philosophiy. Kant and His Predecessors. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, p. 10. 19 El sueño de la Ilustración Kant comienza su artículo titulado “Respuesta a la pregunta: ¿Qué esla Ilustración?” diciendo: La Ilustración es la salida del hombre de su auto-culpable minoría de edad. La minoría de edad signifi ca la incapacidad de servirse de su propio entendi- miento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la Ilustración.6 Al igual que el grabado del pintor español, la caracterización kantiana de la Ilustración se revela como una verdadera exhortación. Hay que escuchar el grito de la razón, pues en su ausencia reinan los monstruos y se extienden las tinieblas, advierte el pincel de Goya. Hay que atreverse a pensar por sí mismos, liberarse de los tutores y no entregarse a la pereza y la cobardía de obedecer ciegamente a los que detentan la autoridad, manda la pluma del profesor de Königsberg. Hacia 1784, la defi nición, el sentido y el alcance de la Ilustración se habían transformado en problemas que ella misma debía desentrañar. Pero ya desde principios del siglo XVIII los hombres de letras de toda Europa sabían que eran testigos y a la vez protagonistas de una época que auguraba un cambio radical en la cultura de Occidente. Signo de esta conciencia, resultado de la persistente refl exión acerca del signifi cado de esta transformación cultural, social y políti- ca fue el hecho de que, por primera vez, una época histórica se dio su propio nombre7. Enlightenment, Lumières, Aufklärung, Ilustración. Así se bautizó a sí mismo este movimiento espiritual y, con este gesto, puso en evidencia su más íntima aspiración: hacer la luz. Los ilustrados se propusieron cortar con un pasado oscuro y opresivo que no era para ellos más que un cúmulo de errores, confusiones y desaciertos8. Ellos serían los encargados de encender la chispa que permitiría, al fi n, reco- 6 Kant, Immanuel. 1783. “Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung?”. En: Berlinische Monatsschrift III, pp. 107-116. Texto incluído en Kant, Immanuel. 1968. Kants Werke, Akademie- Textausgabe. Berlín: Walter de Gruyter & Co. [de aquí en más citado como AK], t. VIII, p. 35. Traducido al español por Maestre, en AA.VV. 2007. ¿Qué es la Ilustración?. Madrid: Tecnos, p. 17. 7 Ver Hazard 1963, p. 40. 8 Como indica Foucault, en su artículo sobre la Ilustración, Kant busca defi nir el presente a partir de su diferencia con el pasado y no en relación a una totalidad o a un evento futuro. Esta es, según él, la especifi cidad de esta refl exión acerca del presente frente a la refl exión sobre su 20 María Jimena Solé nocer los verdaderos contornos de lo real, ahuyentar los monstruos del pasado y conquistar la mayoría de edad. Todo esto, con una única arma: la infalible y poderosa razón. II Aun admitiendo la imposibilidad de defi nir algo así como la esencia inmutable de la Ilustración, hay algo que permitiría considerarla como un movimiento unitario: una confi anza generalizada en la capacidad racional y en que su ejercicio resultará benefi cioso tanto en el ámbito teórico como para la vida práctica9. Esta convicción en el poder de la razón para liderar una era de progreso espiritual, científi co y moral es lo que permite incluir bajo el nombre de Ilustración a una gran diversidad de personas que sostuvieron sistemas fi - losófi cos, posiciones políticas y doctrinas religiosas sumamente disímiles. Con grandes contrastes, la Europa ilustrada experimentó durante el siglo XVIII, este presente que se dio en otros momentos de la historia (véase Foucault, Michele. 1984. “Qu’est-ce que les Lumières?”. En: Magazine Littéraire, N° 207). 9 La pretensión de Ernst Cassirer de haber encontrado una fi losofía de la Ilustración como “un bloque fi rmemente articulado” (Cassirer, Ernst. 1993. Filosofía de la Ilustración. México: FCE, p. 13) es, desde hace tiempo discutida y puesta en duda. Sin embargo, se suele admitir que la Ilustración coincide con lo que podría denominarse “la era de la razón”. Respecto de qué fue la Ilustración, podría decirse que esta es una de las preguntas que más respuestas ha generado en la historia de las ideas, desde que fuera planteada en el siglo XVIII. Citemos algunos ejemplos paradigmáticos. El ya clásico estudio de Adorno y Horkheimer caracteriza la Ilustración como un proceso de desencantamiento del mundo que responde al ansia de dominación, que incluye tendencias contrarias en una compleja dialéctica y que se habría iniciado muy temprano en la historia de occidente para radicalizarse en la era moderna (véase Adorno, Th eodor y Horkheimer, Max. 1969. Dialektik der Aufklärung. Philosophische Fragmente. Frankfurt del Main: Fischer. Traducción al español: Adorno, Th eodor y Horkheimer, Max. 2004. Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta). También es conocida la propuesta de Jürgen Habermas de entender la Ilustra- ción no como un periodo histórico sino como un proyecto inacabado (véase Habermas, Jürgen. 1989. El Discurso Filosófi co de la Modernidad. Madrid: Taurus). Maestre, por su parte, sostiene que la Ilustración es un “modo de proceder”, un mecanismo “a través del cual se constituye autónomamente la razón frente a cualquier tipo de dogmatismo” (Maestre 2007, pp. XII-XIII). Aquí aceptamos la idea de que la Ilustración es una “categoría histórica y cultural”, que defi ne un periodo pero al mismo tiempo una orientación de pensamiento cuyos contornos, si bien son móviles y difíciles de asir, pueden ser defi nidos. Al respecto, ver La Rocca, Claudio. 2006. “Kant y la Ilustración”. En: Isegoría, N° 35, p. 107. 21 El sueño de la Ilustración optimismo que, lejos del optimismo metafísico de Leibniz, estaba fundado en el reconocimiento de la capacidad de la razón humana para desembarazarse de los prejuicios y errores heredados de la tradición y construir un nuevo cuerpo de conocimiento verdadero y defi nitivo. Herederos del racionalismo moderno del siglo XVII inaugurado por Des- cartes, profundizado por Spinoza y desarrollado por Leibniz, la Ilustración concibe la razón humana como única, universal e inmutable. La razón es, según los ilustrados, la misma para todos los seres humanos, independientemente de su nacionalidad, su cultura, su condición social o su época histórica10. Todos poseen las mismas facultades del conocimiento que obedecen a las mismas leyes del pensar y, por consiguiente, si los hombres proceden de modo similar, llegarán a las mismas conclusiones. Pero a diferencia de los fi lósofos del siglo XVII, los ilustrados ya no entienden a la razón como la facultad que permite descubrir los primeros principios. Fieles en este punto a Locke, los ilustrados rechazan la existencia de ideas innatas11. La razón ya no es, como indica Cassirer, la región de las verdades eternas –que, tanto en Descartes como en Spinoza y Leibniz, eran las únicas que podían conocerse con absoluta certeza– y se transforma en una fuerza espiritual que conduce a los hombres al descubrimiento de la verdad y funciona como su garantía12. La razón, que antes había sido pensada como un compendio de verdades axiomáticas, deviene, con la Ilustración, una capacidad, una energía, una tarea que no sólo reconoce lo verdadero y real sino que, a la vez, lo transforma. Los ilustrados adjudican a la razón, principalmente, dos funciones: la expli- cación y la crítica13. En efecto, la razón ilustrada es, ante todo, una facultad de explicación. Habiendo abandonado la idea de que la naturaleza era un ámbito misterioso en el que extrañas fuerzas producían aún más extraños efectos, el siglo XVIII abraza una concepción mecanicista, según la cual todo en la naturaleza sucede de acuerdo a leyes necesarias y eternas. La experimentación reemplaza a 10 Esto no se aplica, sin embargo, al género femenino. La mujer no fue, para la mayoría de los ilustrados, un ser plenamente racional. Existieron, sinembargo, raros ejemplos de mujeres que se aventuran en el campo de la fi losofía y las letras. El artículo de Sandra Girón, incluido en esta compilación, aborda el paradigmático caso de Caroline Schlegel-Schelling. 11 Con excepción de ciertos fi lósofos alemanes, como Moses Mendelssohn, que no se apartaron totalmente de los principios de la fi losofía leibniz-wolffi ana. 12 Ver Cassirer 1993, p. 28. 13 Ver Beiser, Frederick. 2000. “Th e Enlightenment and idealism”. En: Ameriks, Karl (ed). Cam- bridge Companion to Idealism. Cambridge: Cambridge University Press, p. 19. 22 María Jimena Solé la deducción. La experiencia se transforma en el medio de acceso a los hechos naturales. La razón permite explicar esos eventos particulares como casos de leyes generales, leyes que ella puede no sólo descubrir sino también formular. Pero el que se concibiera la razón como una facultad explicativa no sig- nifi có que la actitud hacia la naturaleza fuera de pura contemplación pasiva. Este nuevo paradigma mecanicista y la posibilidad de un desciframiento de sus leyes mediante la razón responden, en verdad, a una nueva actitud práctica: el dominio de la naturaleza14. La razón ilustrada se revela, así, como un instrumento al servicio de la supervivencia del hombre al brindarle la posibilidad de utilizar la naturaleza para sus fi nes propios. Ahora bien, además de decodifi car la realidad natural, la razón ilustrada posee otra función igualmente constitutiva: debe asegurarse de no caer en el abismo del error y la falsedad. La autoridad exterior, la tradición fi losófi ca, la fe religiosa, deben ser revisadas por la razón, que se revela como una facultad crítica. Se trata de un instrumento para examinar creencias, opiniones, teorías, sistemas. De este modo, la razón deviene la máxima autoridad para decidir acerca de lo verdadero y lo falso, el criterio último de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. La razón se eleva como máximo tribunal ante el que deben comparecer las teorías científi cas, fi losófi cas, morales, políticas, religiosas. También en este aspecto la razón ilustrada se muestra como una tarea con consecuencias prácticas. En efecto, la crítica consiste en un ejercicio que se realiza sobre todo el material de la experiencia, todo lo heredado de la tra- dición, todo lo aprendido. Así, si la razón como instrumento de dominación responde a una nueva relación entre el hombre y la naturaleza, la razón como facultad crítica subvierte el lugar de los sujetos en el ámbito político y social. En tanto instrumento que permite juzgar y examinar los hechos y conductas que constituyen su esfera social y cultural, la crítica se convierte en el medio para cristalizar racionalmente la mentalidad colectiva de las naciones y, por tanto, en un instrumento formador de la opinión pública15. Fue, pues, en la era de la Ilustración que surgió la fi gura del intelectual. En tanto portavoz de la razón, éste pasó a cumplir un papel fundamental en la 14 Adorno y Horkheimer basan su interpretación de la Ilustración en la equiparación de razón y dominio. “La Ilustración se relaciona con las cosas como el dictador con los hombres. Éste los conoce en la medida en que puede manipularlos. El hombre de la ciencia conoce las cosas en la medida en que puede hacerlas. De tal modo, el en sí de las mismas se convierte en para él” (Adorno y Horkheimer 2004, pp. 64-65). 15 Véase Flórez Miguel, Cirilo. 1998. La fi losofía en la Europa de la Ilustración. Madrid: Síntesis, p. 95. 23 El sueño de la Ilustración sociedad, ligado al novedoso problema de la participación ciudadana en la vida política de las emergentes naciones modernas. El intelectual ilustrado –poeta, dramaturgo, novelista, fi lósofo, historiador, moralista– se enfrentó, como su principal tarea, a la formación del género humano. III Pero los protagonistas de la Ilustración fueron conscientes de que la luz proyecta sombras. Si bien esta inmensa confi anza en la razón y en la capacidad humana para desarrollarla al máximo habitó el espíritu y las obras de los hombres de la Ilustración, es claro que se trató, desde el comienzo, de un movimiento atravesado por graves tensiones internas. Efectivamente, lejos de ser un movimiento homogéneo, la Ilustración engendró sus propios críticos y detractores16, listos para advertir acerca de su naturaleza opresiva, preparados para denunciar las falencias de su proyecto. Shaftesbury, por ejemplo, oponiéndose a la idea lockeana según la cual la moral no es más que un cálculo de los medios para evitar el dolor y para alcanzar el placer, en su Ensayo sobre el mérito y la virtud (1713) intentó una reivindicación del carácter sentimental de la razón al sostener que el hombre posee un sentido moral que le muestra que ciertos sentimientos, como la benevolencia o la com- pasión, son buenos en sí mismos. Entre los franceses, Rousseau advirtió, en sus dos famosos Discursos, que el ejercicio y desarrollo de la capacidad de razonar habían conducido a la instauración de una sociedad injusta y a la corrupción del hombre natural; acusó además a los progresos científi cos y técnicos como los responsables de grandes calamidades para los hombres17. En Alemania, el Sturm und Drang denunció por primera vez las difi cultades de llevar a cabo el proyecto ilustrado de absolutización de la razón y reivindicó una posición irracionalista cuya propuesta se centraba en recuperar la idea de una naturaleza incomprensible e imposible de dominar. Liderando este movimiento, Johann Georg Hamann fue tal vez el más fervoroso y genial crítico de la Aufklärung y, en particular, de la fi losofía kantiana, y llegó a ejercer una fuerte infl uencia en 16 En efecto, la mayoría de los anti-ilustrados participan y aceptan el contenido racional y nor- mativo de la Ilustración (ver Maestre 2007, p. XLI). 17 Acerca de la situación de Rousseau frente a la Ilustración, ver los artículos de Gabriela Domecq y Martín Koval incluidos en este volumen. 24 María Jimena Solé otros detractores del racionalismo ilustrado, como Friedrich Heinrich Jacobi y Johann Gottfried Herder18. Lejos de mostrarse como una época idílica en la que la razón triunfó sobre las tinieblas, una lectura cuidadosa revela a la Ilustración como una prolongada batalla entre la razón y sus propios anhelos. Un combate entre la razón y sus propios límites. Por eso el grabado de Goya logra expresar magnífi camente el espíritu de esta época, al poner en evidencia esta tensión que recorre y consti- tuye a la Ilustración: El sueño de la razón produce monstruos... Si bien una razón activa y alerta logra ahuyentar a las tinieblas de la ignorancia, emancipando a los hombres de las cadenas de la superstición, los deseos de una razón desme- dida engendran consecuencias tan terribles como los monstruos contra los que combate. Si murciélagos y felinos habitan la oscuridad, también la lechuza, símbolo de la fi losofía, es una criatura nocturna. Constantemente puesta en cuestión, la Ilustración se vio obligada a enfrentar el problema de defi nirse a sí misma, de justifi car su sentido y garantizar que sus consecuencias serían positivas. Esta crisis interna se hizo especialmente evidente hacia fi nales del siglo XVIII en Alemania, cuando Zöllner, en una nota al pie de página de un artículo publicado en el número de diciembre de 1783 de la Berli- nische Monatsschrift, en el que planteaba el problema de si era aconsejable dejar de sancionar el matrimonio por la religión, formuló explícitamente el urgente interrogante: “¿Qué es la Ilustración? Esta pregunta, que es casi tan importante como ¿qué es la verdad? ¡debería ser contestada, antes de que se empezara a ilustrar! ¡Y todavía no he encontrado la respuesta en ningún sitio”19. Como vimos, Kant se apresuró a responder. La Ilustración no era para él un conjunto de certezas racionales sino un programa: el paso de la inmadurez a la mayoría de edad. Para ello, era necesario tomar una decisión. “Sapereaude!” era, según él, su lema20. Atrévete a saber. Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento. Así interpretó Kant el verso de Horacio, que ya en 1736 había aparecido inscripto en una medalla de la Gesellschaft der Aletophilen –la 18 Acerca de la crítica de Jacobi a la Ilustración alemana, ver mi artículo incluido en este volumen. El artículo de Natalia Lerussi aborda la noción de historia natural en Herder, contrastándola con la de Kant. Romina Metti, por su parte, presenta la concepción herderiana del origen natural del lenguaje, que puede ser considerada un antecedente del Romanticismo. 19 Zöllner, J. F. 1783. “Ist es rathsam, das Ehebündnis nicht ferner durch die Religion zu saktioniern?” En: Berlinische Monatsschrift III, p. 116. Traducido al español por Agapito Maestre en AA.VV. 2007. ¿Qué es la Ilustración?, pp. 8-9. 20 AK VIII, p. 35. Versión española de A. Maestre (véase AA.VV. 2007. ¿Qué es la Ilustración?, p. 17). 25 El sueño de la Ilustración Sociedad de los Amigos de la Verdad– con sede en Berlín y cuyo fi n era difun- dir la fi losofía de Christian Wolff . Pensar por sí mismo sin ayudas ni auxilios externos. La tarea individual rápidamente se evidencia como colectiva. Ser libre de razonar y debatir públicamente acerca de todas las cuestiones prácticas y teóricas, políticas y religiosas, éticas y estéticas. Lejos de la ingenuidad, Kant vio que este ideal del pensamiento autónomo, este sueño de la razón podía volverse contra ella misma. El problema no era la razón en sí misma, sino una razón que sueña y que, en su delirio, intenta ser lo que no es. La razón ilustrada corría el riesgo de exceder sus propios límites y conducir al desastre, pues el ejercicio de la crítica parecía tener como horizonte al escepticismo y, paralelamente, el naturalismo resultante de la adopción del paradigma de explicación mecanicista de la na- turaleza amenazaba con desembocar en el materialismo21. En efecto, el examen racional de todas las verdades implica que, a medida que se avanza en la crítica, cada vez se requieren más razones para lograr justifi car las creencias. Pero algunas creencias, en especial aquellas centrales para la práctica y el desarrollo de la vida cotidiana, son imposibles de fundamentar racional- mente de modo exhaustivo. La razón se encuentra en una doble encrucijada: o bien extrema los principios empiristas, según los cuales todo el conocimiento humano proviene de la experiencia, y abraza el escepticismo –como sucede, por ejemplo, con Hume, para quien la existencia del mundo exterior, la existencia del yo como algo permanente y la existencia de otras mentes, son creencias no fundamentadas en la razón– o bien acepta otra fuente de conocimiento que pone fi n a la cadena de razones, cayendo así en el temido dogmatismo. Este último no era una vía posible. Pero la teoría moderna de las ideas había conducido a una epistemología que no podía dar cuenta de la correspondencia entre las representaciones subjetivas y las existencias objetivas. Así, el siglo XVIII parecía destinado a terminar en el escepticismo y el solipsismo. También la confi anza de los ilustrados en que todo evento natural podía ser analizado, cuantifi cado y explicado como caso de una ley, llevada al extremo, tenía consecuencias indeseadas. El paradigma mecanicista adoptado por los ilus- trados para comprender la naturaleza sólo era aplicable al ámbito de lo material. El ámbito de lo mental debía, o transformarse en una máquina que también funcionaba según leyes que podían ser expresadas matemáticamente, tal como 21 Tomo estas ideas de Frederick Beiser (cf. Beiser 2000, pp. 18 y ss.) quien, a su vez, parece recuperar muchas de las críticas de Jacobi a la Ilustración. En efecto, es Jacobi quien anuncia que la razón radicalizada conduce a los hombres al ateísmo, al materialismo y al nihilismo. 26 María Jimena Solé la entendieron muchos de los ilustrados franceses, como Holbach, Helvétius y La Mettrie, o debía recluirse en el ámbito de lo fantástico, lo inexplicable y, por consiguiente, lo irreal22. Así, o bien se negaba parte de la realidad o bien se la transformaba por completo en una entidad material. Tanto el escepticismo como el solipsismo como el materialismo eran inacep- tables para los ilustrados alemanes que pretendían que la razón fundamentara el conocimiento teórico y la moral, los principios de la religión y de la vida en sociedad. Si no quería que su sueño deviniera una verdadera pesadilla, la Ilustración tenía que limitarse a sí misma. IV La certeza de que la primera tarea de la razón debía ser conocerse, identifi car sus límites y cuidarse de no ir más allá es, probablemente, el motivo central de la fi losofía kantiana. Sólo así, creyó Kant, la Ilustración podía ser salvada de la catástrofe. Los sueños de una razón sin límites, afi rma Kant, engendran paralogismos, antinomias, aporías que no pueden ser resueltas. Una razón que intenta demos- trarlo y conocerlo todo es una razón presa del delirio. En las primeras líneas del Prólogo a la Crítica de la razón pura de 1781, Kant advierte una contradicción que, inevitablemente, atormenta al ser humano. La razón está, según él, des- tinada a “verse acosada por cuestiones que no puede apartar, pues le son pro- puestas por la naturaleza de la razón misma...”23. En efecto, las cuestiones de la metafísica tradicional, como la existencia y naturaleza de Dios, la inmortalidad del alma y la existencia del mundo exterior son, según él, problemas a los que la razón se encuentra naturalmente inclinada a buscar respuesta. Sin embargo, este “destino particular” se revela como trágico: el hombre no logrará jamás resolver estos interrogantes que se le imponen por naturaleza, simplemente “porque superan las facultades de la razón humana”24. La razón, en su uso 22 Beiser señala que la crisis de la Ilustración era aún más profunda, pues las dos funciones prin- cipales de la razón ilustrada, el criticismo y el naturalismo, se encontraban en confl icto. Llevados a su extremo, el escepticismo se opone al naturalismo y el materialismo destruye al criticismo al intentar reemplazarlo por un nuevo criterio de razón (cf. Beiser 2000, pp. 20 y ss.). 23 Kant, Immanuel. 1781. Kritik der reinen Vernunft, A VII (cito según la traducción de García Morente: Kant, I. 1998. Crítica de la razón pura. Traducción de M. García Morente. México: Porrúa, p. 5). 24 Ibid. 27 El sueño de la Ilustración teórico, quedó, a partir de Kant, limitada al ámbito de la experiencia posible. Lo que no puede darse en la experiencia –Dios, el alma, el mundo– no son ni podrán ser nunca objetos del conocimiento. Preguntarse ¿Qué es la Ilustración? era, pues, preguntarse por el alcance y los límites de la crítica y de la explicación. Era, en defi nitiva, preguntarse por la naturaleza de la razón y su derecho para aplicarse al conocimiento de diferentes clases de objetos. Pero, además, la pregunta por el signifi cado y el propósito de la Ilustración poseía un costado claramente político. Los ideales de la Ilustración y su pretensión de que fueran adoptados por el gran público planteaban el pro- blema de su compatibilidad con el orden político y social vigente. El desarrollo del proyecto ilustrado del pensamiento autónomo, tal como Kant mismo lo cristalizó, implicaba la exclusión de cualquier tipo de imposición de límites desde el exterior, ya sea desde el Estado, la Iglesia, la sociedad o la educación paterna. Particularmente problemática era esta cuestión para los Aufklärer, quie- nes, en tanto ocupaban algún puesto público en las universidades, seminarios o academias, eran funcionarios del reino de Prusia, cuyo rey, aunque impulsor de la Ilustración, ejercía el poder de un modo absoluto. Ante la difícil tarea de tener que reconciliar sus convicciones ideológicas con su función como profesor universitario en el Estado prusiano, al defi nir la Ilustración Kant se esforzó por mostrar que el proyecto de la emancipaciónde los tutores y de la autoridad externa no signifi caba un peligro para el orden político y social vigente en Prusia. Con este fi n, la exhortación kantiana a atreverse a utilizar el propio entendimiento es rápidamente limitada: piensen todo lo que quieran, discutan, critiquen, refl exionen, recomienda Kant, pero obedezcan. Esta limitación a la razón en su uso privado –el uso que los hombres pueden hacer de ella en tanto ocupan un puesto civil o una función pública– afi rma Kant, lejos de ponerla en peligro, favorece el progreso de la Ilustración25. Los mecanismos sociales deben permanecer inalterados. El cambio debía produ- cirse en el espíritu de los dirigentes, que sustituirían poco a poco el estado de tutelaje por uno de libertad y Kant celebró el siglo de Federico como un siglo de libertad de pensamiento en materia religiosa y moral que, permitiendo a los ciudadanos pensar libremente, contribuía a quitar los obstáculos para que esa época de ilustración se transformara fi nalmente en una época ilustrada. Limitar el uso privado de la razón favorecía el desarrollo de la Ilustración. Limitar a la razón en su uso teórico era el único medio, según Kant, para ga- rantizar el establecimiento de una metafísica verdaderamente científi ca. Si el 25 Véase AK VIII p. 38. 28 María Jimena Solé primer límite parecía traicionar el espíritu ilustrado, aceptando una limitación exterior al ejercicio del propio entendimiento, la segunda limitación no era sino la radicalización del principio fundamental de la Ilustración. En efecto, para no extralimitarse en el ámbito teórico, la propia razón debía ejercer la crítica sobre sí misma. Tal vez haya que ver, pues, también en la fi losofía crítica kantiana a una razón que sueña despierta, que aspira a conocerse de modo exhaustivo y a ejercer sobre sí un control absoluto. Hacia fi nales del siglo XVIII la confi anza en la razón y en su capacidad para liderar una era de progreso tanto científi co como moral se extinguía lentamente. Si Kant fue quien puso fi n a una ingenua concepción de la fi losofía al limitar la capacidad explicativa de la razón humana a un conjunto de objetos teóricos, el Sturm und Drang fue el encargado de denunciar la frialdad de una moral y una religión basadas únicamente en principios racionales y de devolver a la naturaleza el misterio y el encanto que la explicación científi ca le había quitado. La Revolución Francesa hizo el resto, al socavar la idea de que la radicalización del ejercicio de la razón humana conduciría inevitablemente al progreso y a la concordia entre los hombres26. La crisis de la Ilustración, sin embargo, se mostró como sumamente fructífe- ra. El reconocimiento de la fragmentación de la cultura ilustrada por parte de los hombres de letras alemanes de fi nales del siglo XVIII, condujo a la postulación de soluciones antikantianas para los problemas planteados por el mismo Kant. Dos corrientes esenciales del pensamiento occidental, íntimamente ligadas entre sí, parecen surgir de las cenizas de la noble Ilustración: el Idealismo, que buscará redefi nir la razón ilustrada para intentar lograr reconciliarla consigo misma, con la naturaleza, con Dios; y el Romanticismo que, despreciando la pura meditación teórica y la práctica científi ca tendiente a la dominación de la naturaleza, verá en el arte la vía para llevar a cabo la reconciliación. Si estas nuevas corrientes lograron efectivamente romper con los ideales de la Ilustración o si no son, en realidad, más que el producto de sus sueños, es una pregunta que dejamos abierta. 26 Véase Beck 1969, p. 323 29 El sueño de la Ilustración Bibliografía Actons, Herny Burrows (1976), “«Th e Enlightenment» y sus adversarios”. En: Be- laval, Ivon (ed.). Racionalismo, Empirismo, Ilustración. Madrid: Siglo XX. Adorno, Th eodor y Horkheimer, Max (1969), Dialektik der Aufklärung. Phi- losophische Fragmente. Frankfurt del Main: Fischer. ——— (2004), Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta. Allison, Henry (1966), Lessing and the Enlightenment. Michigan: University of Michigan Press. AA.VV. (2007), ¿Qué es la Ilustración? Traducción de A. Maestre. Madrid: Tecnos. Beck, Lewis White (1969), Early German Philosophiy. Kant and His Predecessors. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press. Beiser, Frederick (2000), “Th e Enlightenment and idealism”. En: Ameriks, Karl (ed.). 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París: LGF. 30 María Jimena Solé Kant, Immanuel (1968), Kants Werke, Akademie-Textausgabe. Berlín: Walter de Gruyter & Co. ——— (1998), Crítica de la razón pura. Traducción de M. García Morente. México: Porrúa. La Rocca, Claudio (2006), “Kant y la Ilustración”. En: Isegoría, N° 35. Locke, John (1999), Ensayo sobre el entendimiento humano. Traducción de E. O’Gorman. México: FCE. Maestre, Agapito (2007), “Notas para una nueva lectura de la Ilustración”. Estudio preliminar. En AA.VV. ¿Qué es la Ilustración? Madrid: Tecnos. Muguerza, Javier (1994), “Kant y el sueño de la razón” en Kant, de la “Crítica” a la fi losofía de la religión. Coord. por Dulce María Granja Castro de Probert. Barcelona: Anthropos. Plebe, Armando (1971), Qué es verdaderamente la Ilustración. Madrid: Doncel. Vaysse, Jean-Marie (1994), Totalité et Subjectivité, Spinoza dans l’Ideallisme Allemand, París: Vrin. 31 Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo Juan Lázaro Rearte Si fuera posible acercar una lente sobre cada ámbito de la cultura que se vio ensombrecido durante la retirada de la Ilustración, e inmediatamente iluminado en el inicio del Romanticismo, aún así sería difícil afi rmar en qué medida ese pasaje es disrupción, transformación o continuidad. Pero hay algo que no puede negarse, y que los artículos reunidos en este volumen confi rman, y es que se trata de una época axial, en la que el sujeto comienza a enfrentarse críticamente a su identidad individual y colectiva. Es una época profundamente crítica, de aprendizajes y desilusiones, de asimilaciones y rechazos simultáneos. El objetivo de estas páginas no es trazar un recorrido lineal de los inicios del pensamiento romántico1, sino ofrecer una introducción a dos metáforas confl uyentes y probablemente constitutivas de la teoría romántica, la de la enfermedad y la del lenguaje como organismo. I Entre 1832 y 1835, Heinrich Heine escribe en el exilio La escuela ro- mántica2, ensayo dirigido contra la representación de la literatura alemana 1 Son abundantes las obras que desarrollan aspectos de la gestación del Romanticismo, mencio- namos algunas de ellas: Abrams (1962), Ayrault (1961-1976), Lacoue-Labarthe y Nancy (1978), Lukács (1985), Hauser (1993), Béguin (1993), Wellek (1998), Berlín (2000), etc. 2 Heine, Heinrich. 2007. La escuela romántica. Ed. Román Setton. Buenos Aires: Biblos/ UNSAM. 32 Juan Lázaro Rearte difundida años atrás por Madame de Staël3, donde además de realizarse una de las primeras tentativas de reconstruir históricamente su itinerario, se acusa –con marcado acento polémico– a los antiguos capitanes del Romanticismo,los hermanos Schlegel, de epígonos del idealismo, de haber difundido ideas nocivas en la juventud alemana y en el ámbito literario, de ser responsables de obstruir el desarrollo de una estética social y de replegarse en el catolicismo y en la monarquía con la vista clavada en el pasado feudal. Sin temer la falta de ecuanimidad, Heine señala en el cuerpo de ideas que conformaba la tradición romántica inmovilidad, indiferencia política y una inclinación manifi esta por el despotismo, pero también le opone una segunda corriente. Aunque nacida del mismo cauce, esta segunda vertiente era transformadora, vital y progresiva históricamente, y la presenta como precursora de su obra y del periodo social que acelera el fi n del Romanticismo en Alemania, el primer realismo4. A pesar de la decadencia iniciada con la Restauración (1814-1815), estampada en el paradójico aforismo de Ludwig Börne: “Cuanto menos libre es un pueblo, tanto más romántica su poesía” 5, la corriente espiritualista continuó expandiéndose como una moda por el resto del continente y en ese punto, el diagnóstico de Heine sobre la actualidad alemana puede leerse como una advertencia a los franceses: Abandonad lo terrible y fantasmagórico. Dejad para los alemanes todos los horrores de la locura, los afi ebrados sueños y el mundo de los espí- ritus. Alemania es un país próspero para las viejas brujas, los holgazanes muertos, los golems de todo género y, especialmente, para mariscales de campo como el pequeño Cornelio Nepote6. Sólo más allá del Rin pueden prosperar tales fantasmas; jamás en Francia. Cuando partí hacia aquí, mis 3 En rigor, el ensayo De Alemania (1813) es una notable pieza de la literatura operativa cuya función había sido publicitar las ideas de Staël por medio de una interpretación regresiva de las ideas de Friedrich Schlegel, de un modo un tanto fi ccional, pero ciertamente ameno. 4 Para una interpretación social de la obra de Heine, ver Lukács, G. 1970. “Heinrich Heine como poeta nacional”. En: Realistas alemanes del siglo XIX. Barcelona: Grijalbo. 5 En su “Introducción” a La escuela romántica, Setton parafrasea a Börne al evaluar la persecución, la censura y el olvido que pesaron largamente sobre su obra: “Tal vez no sea arriesgado pensar que existe una relación directa entre la cantidad de traducciones de Heine que una sociedad produce y el progresismo político y los ideales de justicia social vigentes en ella” (Setton 2007, p. 21). 6 Heine se refi ere al personaje fantástico de la novela Isabela de Egipto, de Achim von Arnim. Se trata de la mandrágora, una raíz que crece bajo el patíbulo de un ahorcado y que puede adoptar forma humana. Luego de recibir los cuidados de Isabela, este espíritu (en referencia a Lord Wellington, vencedor de Waterloo) “quiso ser mariscal de campo y vestía un lustroso uniforme de mariscal de campo y se hacía llamar por todos ‘Señor mariscal de campo’” (Heine 2007, p. 152). 33 Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo fantasmas me acompañaron hasta la frontera francesa. Allí se despidieron de mí con tristeza. Pues la vista de la bandera tricolor espanta a los fan- tasmas de todo tipo.7 Y sin embargo, la germinación del movimiento, a fi nes del siglo XVIII, se había producido bajo la luz de un imaginario de transformación social que, debilitado por las guerras de liberación, comenzó su repliegue con la nueva corriente monárquica. El célebre Fragmento 216 de la revista Athenäum (1798- 1800), dejaba traslucir la vertebración ideológica de la escuela romántica en sus orígenes: “La Revolución Francesa, la Doctrina de la ciencia de Fichte y el (Wilhelm) Meister de Goethe son las grandes tendencias de nuestra época”8, afi rma, en consonancia con un pronunciamiento a favor de la libertad como fundamento de toda fi losofía y de toda acción9. La conquista de la libertad artística, moral y política orientó enérgicamente esa primera etapa. A pesar de las difi cultades para plasmarse materialmente, está claro que en Alemania estas tendencias se dirigieron mayoritariamente contra el poder estamental. No obstante, estas difi cultades para articular programas tan intensos, ya fueran helenistas o revolucionarios, en acción política y social, no deberían verse sólo como un síntoma de la debilidad del movimiento, sino también como fruto de las encontradas direcciones internas del conjunto y de su falta de cohesión ideológica. En efecto, la polaridad de lo sano y lo enfer- mo es para Heine, como polemista, prioritariamente, la oportunidad de arrojar al mar, de una vez, el cuerpo del Romanticismo y dar fuerza a la demorada corriente realista. Pero la dualidad salud y fortaleza – enferme- dad y debilidad es una oposición que ya organizaba en el periodo artístico la representación del Romanticismo frente al Clasicismo de Weimar. Allí podemos volver para recoger en la identidad de lo romántico trazada por 7 Ibid., p. 151. Goethe no cree que la carta de ciudadanía de estos esperpentos sea exclusivamente alemana, sino que al acercar una lámpara sobre el estado de la literatura europea en su conjunto confi rma un principio fundado en el campo literario: “La literatura se corrompe en la medida en que se corrompen los hombres” (Máxima 1028). De esta manera, es producto de la decadencia de la literatura moderna que en la literatura francesa como en la inglesa prevalezcan “Cuerpos que se pudren en vida y se recrean en la consideración de su mal, muertos que se mantienen en vida para corromper a los demás…” (Máxima 1032 en Goethe, J. W. 1991. Obras completas. Tr. de R. Cansinos Assens. Madrid: Aguilar, p. 435). 8 Schlegel, F, Schlegel, A., Schleiermacher, F., Novalis. 2005. Poética de la infi nitud. Ensayos sobre el romanticismo alemán. Fragmentos del Athenaeum. Trad. B. Onetto Muñoz. Santiago de Chile: Intemperie/Palinodia, p. 30. 9 Ver, en este volumen, el trabajo de Dina Picotti sobre la evolución de esta noción de libertad en Hölderlin y Schelling. 34 Juan Lázaro Rearte Goethe como lo enfermo y lo débil, pero también su amenaza, son aspectos que permiten juzgar una plena capacidad de transformación. La dicotomía entre el cuerpo sano, integrado, subordinado a leyes naturales y su declinación, resistencia interna y autoaniquilación, parece más un produc- to de las sombras que de las luces de la última Ilustración. Según Croce, son Goethe y Hegel quienes más contribuyeron a la evolución del Idealismo y del Romanticismo, y al mismo tiempo los responsables de la oposición entre lo sano y lo patológico tanto como críticos del ulterior desarrollo de esas corrientes, no yuxtapuestas, sino múltiples y conectadas.10 Cuando Goethe, con aplomo preceptista, caracterizaba el crecimiento de la obra de arte a partir de esos términos opuestos, circunscribía una esfera de experiencias estéticas en la dialéctica de lo que conserva la relación entre cuerpo y función natural y el límite de ese cuerpo, su falla y su muerte: “Clásico es lo sano, romántico lo enfermo.”11 Si el cuerpo enfermo es la metáfora de un estigma social, que, según Sontag, en el romanticismo se identifi caría con la silueta atormentada, misteriosa y consumida del tísico12, también es evocación de una sociedad libre de ese mal y una anticipación del agotamiento y de la desintegración material. Se trata de la representación de la inestabilidad interna del individuo y de su entorno y también de la oscilación del puro presente. Esta época, la Goethe-Zeit, que Friedrich Schlegel rotulará como química, es una transición continua, imposible de zanjar, porque su futuro se dirime entre la libertad y la ley natural. En la época de Goethe el arte romántico también es expresión de la moder- nidad que enlaza, por medio de la conciencia crítica, la producción artística de un individuo con sus condiciones vitales. Más que una época, esta sucesión defi nida por Szondi en los puntos cardinales de Winckelmann, Herder, Moritz y Schlegel, es también un periodo de “continuidad y cambio”13simultáneos en la problemática estética cuyo duradero eje es, así como en su primera etapa lo fuera la libertad, la construcción social de una categoría moderna de autor como sujeto social y transformador de un material simbólico, el lenguaje. 10 Cf. Croce 1950, p. 53. 11 Goethe 1991, Máxima 569, p. 1029. En el mismo sentido, Eckermann anota el 2 de abril de 1829 la siguiente opinión de Goethe: “…los Nibelungos son tan clásicos como Homero, pues ambos son sanos y fuertes. En cambio, la mayor parte de lo moderno no es romántico por ser nuevo, sino por ser débil, blando y enfermo; y lo antiguo no es clásico por antiguo, sino por fresco, alegre y sano” (Eckermann 1960, p. 272). 12 Cf. Sontag 1996, p. 2. Ver también Praz 2004. 13 Szondi 1992, p. 62. 35 Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo En el Fragmento 252 del Athenäum, leemos que la modernidad, la época química, debía orientarse a la fl uctuación entre teoría y praxis vital14, para lo que la plena conciencia de los límites de la práctica artística requería de una defi nitiva resolución de la querella entre antiguos y modernos. La unión de poesía y fi losofía, de ciencia y de arte es sólo posible en este programa fundacio- nal como una operación retórica y espiritual. Sólo la ironía podía condensar la oposición de la distancia del crítico y del compromiso del artista, o bien saldar la relación con los clásicos por medio del conocimiento de sus leyes y de las diferencias que hacían insalvable el salto de la experiencia, con lo cual quedaba el artista moderno frente a la necesidad de una nueva mitología. Es interesante considerar que Schlegel, en tensión con la teoría de los géneros de Herder, no sólo rechazaba la idealización del pasado helénico sin comprometer una tesis de la fi losofía de la historia del arte: lo que rechaza en este punto es la sujeción de la forma a un devenir determinista que involucre un periodo de gestación, de cristalización y de decadencia.15 Esta matriz del pensamiento herderiano fue en parte adoptada por el fun- dador de la refl exión lingüística del Romanticismo, Wilhelm von Humboldt, en su refl exión sobre el desarrollo de las lenguas, pero en menor medida en su teoría de los géneros poéticos. La refl exión organicista de Humboldt demanda para la poesía moderna una premisa política insustituible, que el género en cuestión señale las condiciones de su desarrollo, idea que pudo haber infl uido la producción poética de Schiller. De esta manera, en relación con el poema “Naturaleza y escuela” (Natur und Schule, luego Der Genius)16, Schiller deja entrever que en el retorno a la poesía y en la afi rmación teórico política de Hum- boldt hay un horizonte conceptual compartido. En ese poema se postula que por medio del arte, el hombre podría tomar contacto con la libertad, y si bien la creación artística podría ser esencialmente fantasía, conservaría la condición de verdad en la representación, que por medio de la mímesis se vería restaurada como tal (la verdad como luz que se esparce por el fondo de la percepción17). De esta manera, en la modernidad la práctica poética es praxis pedagógica, pero fundamentalmente la posibilidad de expresión de una libertad genuina, no sólo moral, sino empírica, que necesariamente inaugura una dimensión crítica de la refl exión. Los románticos, por su parte, recogen de la estética schilleriana que 14 Cf. Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 38. 15 “Así es con cada arte y con cada ciencia: germina, brota, fl orece, se marchita. Así sucede también con el lenguaje.” Herder 2005, p. 115. La traducción es nuestra. 16 Cf. Schiller 1958, pp. 702, 703. 17 Véase Schiller 1967, carta IX. 36 Juan Lázaro Rearte la experiencia estética conlleva una capacidad de transformación, o una posibi- lidad de armonía social última en la confl uencia de pensamiento y sensibilidad creativa, pero no de modo natural, por lo demás impracticable, sino por medio de la comprensión intelectual y la refl exión, facultades del poeta moderno, ya que la unión con la naturaleza sólo es intelectual y por lo tanto artifi cial. Más allá, desde luego, de la relación de Schiller con la escuela romántica18, Friedrich Schlegel formaliza en los fragmentos del Athenäum una caracterización de lo naiv cercana a Schiller para nombrar “aquello que es natural, individual o clásico”19 que debe ser, en su condición poética simultáneamente intención e instinto. En este punto, el lenguaje de la modernidad impone un riguroso límite, el de la conciencia, el dato de la histórica desvinculación de la naturaleza, que sólo hace posible la refl exión sobre ella por medio del humor, del Witz, de un uso del lenguaje cuya primera atribución es señalarse a sí mismo. El lenguaje como acto de refl exión, es un sistema refl ejo de lo arbitrario, de lo que es y de lo que no es, donde se funda la ironía (Fragmento 305)20 como un acto de construcción irregular del yo, que consolida los sedimentos para su afi rmación tanto como los carcome para desestabilizarlo. De aquí la paradójica cercanía de un sistema universal como el lenguaje con lo discontinuo y lo fragmentario de la ironía. Para Schiller, en 1795, el poeta moderno o sentimental era el que accedía a la naturaleza ideal por medio de la comprensión intelectual y la refl exión, ya que no era posible restablecer la unión entre naturaleza y cultura o desandar el alejamiento de la naturaleza ejecutado por la conciencia histórica. La unión del poeta con la naturaleza, en términos estéticos fue preservada como “idea” y “objeto”, descripción que sigue el principio kantiano según el cual la naturaleza cumple, en la experiencia estética, la atribución de idea pura de perfección y de unidad. Acá no debe sorprender la proximidad con la refl exión de Schlegel en Sobre el estudio de la poesía griega. Uno y otro, ocupados por objetos seme- jantes, evaluaban positivamente la modernidad a partir del alejamiento del arte “ingenuo” y de las leyes que se derivan de la poética aristotélica (para Schlegel, improcedentes e infundadas). Schlegel vuelve a dirimir frente a Herder el campo literario en relación a la obra de Shakespeare21 y, lo que resulta síntoma de la época, la construcción de la imagen de la obra “más moderna entre los antiguos”, 18 Véase Schiller 1948. 19 Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 7. 20 Cf. Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 46. 21 Ver en este volumen el trabajo de Florencia Abadi y Román Setton, “La fi gura de Hamlet en la poética de Friedrich Schlegel”. 37 Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo como si en ella pudiera fl uir un catalizador que reuniera, unilateralmente, lo feo y lo bello22. La producción de la imagen de sí por medio de la representación del autor (Shakespeare) y de la obra (lo interesante) remiten a una compleja forma de refl exión del yo y de las relaciones con el resto del campo literario (Goethe, en primer lugar). Las estrategias de montaje y de lectura se vuelven entonces centrales, lo que sugiere que no sólo se deba estudiar en el periodo el egotismo que se imprime en la silueta de cada gran obra, sino también la presentación del autor que se transparenta en su nueva dimensión pública, ante la masa de lectores y de aspirantes a ocupar un lugar en una sociedad que se ha transformado en intérprete23. La lectura, a la par de la escritura, en verdad deviene acrecentada imagen que devora al objeto en la refl exión. Frente a la conciencia y el juicio del artista24, la lectura crea como hecho social un nuevo sujeto que funda una tensión imprevista. Se trata del público, que también se constituye en acción solitaria pero social, que también transforma, atado a sus condiciones de existencia, un objeto de la cultura, también lenguaje. II La expansión de la práctica de la lectura a partir de la Ilustración fue decisiva para la divulgación y popularización de las ideas estéticas, pero hacia fines del siglo XVIII este fenómeno se acrecentó con el desarrollo de la prensa especializada como mercado25. Es el desarrollo de una industria, la del libro y la de la prensa, que crea un espacio social de intercambio muy activo: una multitud de inquietos autores atentos a las maniobras de los consagrados, lec- tores, editores y libreros que habían hecho de ciudades como Berlín y Leipzig, 22 En el sentido en que Shakespeare es caracterizado en el Fragmento 247 del Athenäum: “La universalidad de Shakespeare es como el centro del arte romántico” (Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 37). Ver, además, Szondi 1964. 23 Cf. Newlyn 2003, pp. 3-13. 24 En la correspondencia de Goethe y Schiller se puede tomar registro de hasta qué punto el clasi- cismo de Weimar se constituye como faro de la literatura moderna y como espacio de consensos, disensos y sobre todo de censura, ya por el gusto popular, ya por la literatura que responde a esa demanda. Son contribuciones relacionadas con este problema el artículo de Martín Koval sobre la situación de la lectura y sus “peligros” y el de Sandra Girón sobre el desafío de la escritura femenina frente al canon de la Goethe Zeit, ambos incluidos en este volumen. 25 Cf. Faulstich 1996, p. 177. 38 Juan Lázaro Rearte terrenos con verdadero pulso político y cultural26. La esfera pública, animada por el intercambio intelectual de las jóvenes generaciones, crea condiciones de escenifi cación en las que toda enunciación se volvía objeto de debate. La representación de la realidad cultural y política omnipresente, de un alcance novedoso, consolida el espacio literario autónomo, aunque también pone en evidencia los límites de sus posibilidades. Esa libertad limitada se dirige, de modo progresivo, del desborde de la forma tradicional al fragmento como forma no rota ni anómala, sino como síntoma del futuro que altera tanto la escritura como la lectura y que señala el sentido en un encuentro teleológico de la actualidad social y lo poético por fuera del fragmento, como dos fuerzas que accionan y reaccionan alternadamente, sujeto y objeto, por la que el yo sólo puede ser producto del no-yo27. La noción clasicista según la cual la natu- raleza posee una cierta disposición estética autónoma, coherente, organizada y jerárquica cede terreno frente a una cosmovisión fragmentaria en la que los fenómenos, objetos de la percepción, pueden constituir un conjunto orgánico, pero que se vuelve fragmento, elemento parcial cuando no compuesto, escindido en la representación. El modelo que se presenta está emparentado directamente con una natu- raleza inabarcable, no armónica en su totalidad28, que reúne oposiciones y por eso la cuestión de la intemporalidad e inmutabilidad de la obra clásica se vuelve insostenible en tanto no es posible ponerla en relación con una organización natural: aquel referente se perdió, y las palabras no pueden remontar esa distan- cia. Las palabras, entonces, desvinculadas de la forma total se dirigen al objeto compuesto, escindido, producto melancólico de un lenguaje que cae sobre sí 26 El artículo de Jimena Solé permite ver en la “polémica del spinozismo” la tensión entre el núcleo de la Ilustración y su planifi cada dispersión en el Idealismo y el Romanticismo y razonar sobre el debate intelectual entendido como intercambio, aunque no desprovisto de mezquin- dad y de estrategias de confl icto, pero sobre todo como una escenifi cación de la vida cultural. Haciendo uso de la ironía y del sarcasmo, Heine ventilaba la vida privada de un autor como Schlegel, pero con el fi n de liberar la tensión política que constituye el perfi l de un intelectual: “Friedrich Schlegel murió en el verano de 1829, como se dijo, como consecuencia de un abuso gastronómico. Tenía cincuenta y seis años. Su muerte produjo uno de los escándalos literarios más repulsivos” (Heine 2007, p. 97). 27 Ver el trabajo de Laura Carugati sobre la teoría del fragmento en los escritos de Friedrich Schlegel. 28 El artículo de Damiana Alonso da cuenta de la relación de ese conjunto natural con la for- ma literaria, del fenómeno con el artifi cio por medio de la experiencia de observación y de la escritura. 39 Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo mismo y que busca un objeto nuevo en el mundo29. ¿Cómo ajustarse al cuadro del que toma parte, donde el sujeto está parado frente a sus contemporáneos con la capacidad de decir y de pensar y sólo en segunda instancia de actuar? La estética romántica refl exiona, se refl eja en esta escisión de la conciencia de la palabra y del movimiento, se observa y se conoce: el estudio del lenguaje permite acceder al conocimiento mórbido de sus debilidades y defectos, pero también de una esperanza ulterior. El conocimiento de la estructura espacial atravesada por el desarrollo temporal permitiría acceder a lo inmanente del lenguaje, a su energía. Parece central en este punto que la refl exión sobre el lenguaje como medio de captación de la realidad proporciona en Fichte y en Schlegel un material constitutivo tan dinámico como el objeto que debe captar y representar. De la misma forma que para Kant la base del conocimiento, la experiencia, no se confunde con su origen, la estructura trascendental del espíritu, el comienzo antropológico y diacrónico del lenguaje no permitiría obtener conocimiento efectivo de su condición universal. Esta tesis epigenética, que supone la his- toricidad del lenguaje, pero como desenvolvimiento y no como reconstrucción de sus monumentos30, depara una doble dimensión que permite entender la representación de un objeto dinámico (la poesía progresiva) por medios diná- micos; esto es, el lenguaje, tal como Schlegel refl exiona sobre la poesía, como teoría, una facultad natural y universal, de desarrollo orgánico, pero también como pragmática, como capacidad de mutación, de transformación. Para la primera, Schlegel reclamará en Sobre la lengua y la sabiduría de los indios (1808) la formalización de la Linguistik anunciada por los ilustrados Adelung y Vater en el prefacio del Mithridates. Esta ciencia comparativa permitiría estudiar la anatomía de una lengua particular, mientras que el lenguaje entendido como intervención debe estudiarse en toda su capacidad en la poesía, donde se cons- tituye como identidad de sí del autor, pero como identidad escindida, toda vez que es una construcción fundada en la percepción también fragmentaria de su relación con el no-yo. Según la estética de Schiller, seguida de cerca por Schlegel, la unión del poeta con la naturaleza fue preservada como “idea” y “ob- jeto”, lo que hacía de la representación de la naturaleza un ámbito (imaginado) 29 De esta manera la estructura lingüística debería facilitar la cristalización de los hechos de su tiempo, en el Fragmento 429 del Athenäum, leemos: “una lengua sujeta a conveniencias como la francesa ¿no debería hacerse republicana mediante un derecho soberano de la voluntad general?” (Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 76). 30 Cf. Croce 1950, p. 52. En la tesis lingüística de Humboldt el tratamiento organicista de origen, de- sarrollo y decadencia se atribuye a las lenguas, las americanas por ejemplo, más que al lenguaje. 40 Juan Lázaro Rearte de perfección y de unidad. Así, para románticos como Friedrich Schlegel el arte es la única posibilidad de plasmación de la libertad, lo cual sólo es posible por el abandono de la actitud receptiva hacia ella en favor de una orientación productiva que transforme sus limitados objetos en ilimitados –e inabarcables– por medio de la obra. De esta manera, la enfermedad se vuelve una metáfora adecuada, incluso, para los partidarios de la escuela romántica. La propagación del síntoma, la transformación, la anomalía, la reescritura y la variación en la diversidad conducen a las mejores condiciones de desarrollo de la poesía universal progresiva, autorrefl exiva. El fundamento de la ironía es fundar
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