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De la Ilustración al 
Romanticismo
Tensión, ruptura, continuidad
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La Colección Humanidades reúne los textos, resultados de 
investigaciones y/o actividades académicas de la Universidad Nacional
de General Sarmiento, relacionados con las temáticas de historia, 
historiografía, historia argentina, historia latinoamericana, historia 
antigua y medieval, filosofía, epistemología y otras disciplinas de las
ciencias humanas.
Las Primeras Jornadas de Filosofía y Literatura del Instituto del 
Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General 
Sarmiento, que se llevaron a cabo en noviembre de 2008, tuvieron 
como eje la transición de la Ilustración al Romanticismo, y tal como 
lo recoge el título del volumen, la exploración de las intrincadas 
modalidades de ese proceso: tensiones y rupturas, pero también 
continuidades. 
El evento convocó a investigadores y docentes de universidades 
de todo el país dedicados al estudio de la producción literaria 
y filosófica de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Este 
libro reúne sus contribuciones para la reexaminación de estas dos 
corrientes fundamentales de la filosofía y de la literatura. 
Los artículos, precedidos por dos estudios introductorios, se 
organizan en capítulos temáticos que muestran la incursión 
interdisciplinaria en la materia. El conjunto de enfoques que 
hacen a la presente obra constituyen un aporte al estado actual 
del conocimiento en el campo de la filosofía y la literatura en los 
albores de la modernidad.
Juan Lázaro Rearte es Investiga-
dor Docente en el área de Cul-
tura del IDH (UNGS) y Auxi-
liar Docente en la cátedra de 
Literatura Alemana (UBA). Se 
dedica al estudio de las teorías 
del lenguaje en el contexto del 
Romanticismo alemán, en par-
ticular a las tesis de Wilhelm 
von Humboldt. Participa de 
proyectos de investigación en 
ambas unidades académicas y 
es director de un Fondo Semilla 
en la UNGS y de un Proyecto 
de Reconocimiento Institucio-
nal en la UBA. 
María Jimena Solé es Auxiliar 
Docente en la cátedra de Filoso-
fía Moderna del Departamento 
de Filosofía de la Universidad de 
Buenos Aires y becaria postdoc-
toral del CONICET. Se especia-
liza en la filosofía de Spinoza y 
su recepción en Alemania. Ac-
tualmente investiga sobre la no-
ción de Gegen-Aufklärung. In-
tegra el equipo de investigación 
dirigido por Juan L. Rearte en 
la UNGS (Fondo Semilla) y di-
rige un grupo de investigación 
sobre la filosofía de Spinoza en 
la UBA (Proyecto de Reconoci-
miento Institucional). 
COLECCIÓN 
HUMANIDADES
En busca de mejor fortuna 
Los inmigrantes españoles en 
Buenos Aires desde el Virreinato 
a la Revolución de Mayo
Mariana Alicia Pérez
Un Estado con rostro humano. 
Funcionarios e instituciones 
estatales en Argentina (de 1880 a 
la actualidad) 
E. Bohoslavsky y G. Soprano
El tiempo, la política y la 
historia 
Paula Hunziker y Julia Smola
El movimiento de sacerdotes 
del tercer mundo. Un debate 
argentino 
José Pablo Martín 
Próximas ediciones
Fenomenología de la Vida 
Michel Henry – Traducción de 
Mario Lipsitz
De la ilustración al 
romanticismo: tensión, ruptura, 
continuidad 
Juan Lázaro Rearte y María 
Jimena Solé (comps.)
Historia ¿Para qué? Revisando 
una vieja pregunta 
Jorge Cernadas y Daniel Lvovich 
(comps.)
Juan Lázaro Rearte
María Jimena Solé 
(editores)
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De la Ilustración al Romanticismo: 
tensión, ruptura, continuidad
De la Ilustración al 
Romanticismo: 
tensión, ruptura, continuidad
Juan Lázaro Rearte y María Jimena Solé
(editores)
© Universidad Nacional de General Sarmiento, 2010
J.M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX)
Prov. de Buenos Aires, Argentina
Tel.: (54 11) 4469-7578
publicaciones@ungs.edu.ar
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©De esta edición, Prometeo Libros, 2010
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de Buenos Aires, Argentina
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Cuidado del texto, diseño, diagramación y edición técnica:
Taller de Edición
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(54 11) 15 3557 1492
ISBN: 978-987-574-438-7.
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Prohibida su reproducción total o parcial
Derechos reservados
De la Ilustración al Romanticismo : tensión, ruptura, conti-
nuidad / Adrián Ratto … [et.al.] ;
 compilado por Juan Lázaro Rearte y María Jimena Solé. –
1a ed. – Buenos Aires : Prometreo
 Libros, 2010.
302 p. ; 21x15 cm.
 ISBN 978-987-574-438-7
1. Historia de la Cultura. I. Ratto, Adrián II. Rearte, Juan 
Lázaro, comp. III. Solé, María Jimena , comp.
CDD 909 
ÍNDICE
Prólogo ................................................................................................... 11
ESTUDIOS INTRODUCTORIOS
El sueño de la Ilustración. Por María Jimena Solé ................................ 15
Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo. 
Por Juan Lázaro Rearte ........................................................................ 31
I. LUCES Y SOMBRAS EN FRANCIA 
¿Diderot romántico? Por Esteban Ponce ............................................... 49
Las sombras del Siglo de las Luces. Apuntes sobre El sobrino de 
Rameau y Suplemento al viaje de Bougainville. 
Por Adrián Ratto ................................................................................. 57
Los problemas de la lectura: de Rousseau al Romanticismo. 
Por Martín Koval ................................................................................ 65 
Apuntes sobre la noción de naturaleza en Rousseau. Por Gabriela 
Domecq .............................................................................................. 73
II. TENSIONES EN LA ILUSTRACIÓN ALEMANA: 
IDEALISMO Y ROMANTICISMO 
La polémica del spinozismo: muerte y resurrección de la Ilustración 
alemana. Por María Jimena Solé .......................................................... 85
Linderos y calderones entre el pensar ilustrado de Fichte y la mística 
renana. Por Francisco Antuña .............................................................. 97
Amistad y ruptura. Schelling ante Fichte, y el comienzo de una 
nueva época. Por Mariano Gaudio .................................................... 107 
El placer y la necesidad: Fausto en Fenomenología del espíritu. 
Por Jorge Eduardo Fernández ............................................................. 119
El símil de la caverna… de Hegel. Sobre el dominio de la naturaleza 
y lo siniestro. Por Ricardo Cattaneo ................................................... 127
III. EL LEGADO DE LA ÉPOCA: PUEBLO, HISTORIA Y LIBERTAD
Apuntes sobre Herder y Kant y la historia natural. Por Natalia 
Andrea Lerussi ................................................................................... 141
“Tendimus in Arcadiam, tendimus”: Herder, Hölderlin, y el coro 
salvaje del pueblo. Por Martín Rodriguez Baigorria ............................ 151
Los ideales de Hölderlin y la esencia de la libertad humana en 
Schelling. Por Dina Picotti ................................................................ 159
La tensión entre el racionalismo abstracto y la idea del espíritu del 
pueblo. Un debate fundamental del romanticismo presente en la 
crítica de Hegel a la teoría fi chteana del derecho. Por Héctor 
Arrese Igor ......................................................................................... 177 
Sujetos de la Historia: “hacedor” (Täter) versus “organizador” 
(Gestalter), en Hegel y en el círculo de Stefan George. Por Andrés 
Jiménez Colodrero ............................................................................. 185 
IV. LENGUAJE Y NATURALEZA EN LA ENCRUCIJADA
Lenguajes y sentidos: el origen atravesado por la noción de naturaleza 
en Johann Gottfried Herder. Por Romina Metti................................. 205 
Lengua e imaginación en Johann Gottlieb Fichte:fuerzas naturales 
del progreso de una nación. Por Constanza Abeillé ............................ 213
Metacrítica y empirismo en los escritos tempranos de Wilhelm 
von Humboldt: hacia una teoría romántica del lenguaje. Por Juan 
Lázaro Rearte .................................................................................... 223
Metodología crítica en la poética de Alexander von Humboldt. 
Por Damiana Alonso ......................................................................... 233 
V. HACIA UNA ESTÉTICA ROMÁNTICA
Poesie: el proyecto romántico de una nueva mitología. Por María 
Verónica Galfi one .............................................................................. 243 
La mímesis romántica: consideraciones sobre Novalis, Friedrich 
Schlegel y la superación del principio de imitación. Por Lucas 
Bidon-Chanal ................................................................................... 253
Algunas consideraciones sobre los antecedentes y transformaciones 
de la noción de fragmento como categoría estética. 
Por Laura Carugati ........................................................................... 263
De la minoría a la mayoría de edad. El doble desafío de Caroline 
Schlegel-Schelling. Por Sandra Girón ................................................ 273
Jean Paul y La edad del pavo, una teoría de la novela. Por Valeria 
Castelló-Joubert ................................................................................. 283
La fi gura de Hamlet en la poética de Friedrich Schlegel. Por Florencia 
Abadi y Román Setton ....................................................................... 291
11
Prólogo
Los artículos que se incluyen en este volumen fueron presentados y 
discutidos en el marco de las Primeras Jornadas de Filosofía y Literatura 
del IDH (Instituto del Desarrollo Humano) de la Universidad Nacional de 
General Sarmiento, que se llevaron a cabo los días 20 y 21 de noviembre de 
2008 en el campus universitario de la UNGS (Los Polvorines, Provincia de 
Buenos Aires). 
La organización del evento académico, así como la preparación de este 
volumen estuvo a cargo del grupo de lectura e investigación Arte, lenguaje y 
cultura en la transición del siglo XVIII al XIX.
El eje temático del encuentro, recogido en el título de la presente edición, fue 
De la Ilustración al Romanticismo: tensión, ruptura, continuidad. Dicho planteo 
permitió convocar a investigadores, docentes y estudiantes de universidades de 
todo el país, abocados al estudio de la producción literaria y fi losófi ca de fi nales 
del siglo XVIII y principios del XIX. Nuestra propuesta fue la de examinar 
críticamente la defi nición, la homogeneidad y la riqueza interior de estas dos 
corrientes fundamentales de la fi losofía y de la literatura y poner en discusión 
el surgimiento del Romanticismo, tradicionalmente entendido como un movi-
miento orientado a cuestionar y a superar el pensamiento ilustrado. El resultado 
de esta convocatoria es la serie de artículos que presentamos a continuación. 
En ellos se aborda la problemática en torno a la Ilustración, el Romanticismo 
y las tensiones inherentes a ambos movimientos tal como se desarrollaron en 
Francia y en Alemania, en el ámbito de la metafísica, la gnoseología, la fi losofía 
política, la fi losofía de la historia, la estética, la teoría del lenguaje y la teoría 
del arte, a través de sus principales fi guras. 
Además de la compilación de artículos, el lector encontrará dos estudios 
introductorios –“El sueño de la Ilustración”, por María Jimena Solé, y “Agitación, 
síntoma y melancolía en el Romanticismo”, por Juan Lázaro Rearte– que se 
proponen brindar un marco histórico y conceptual para abordar las complejas 
categorías de Ilustración y Romanticismo. 
12
Juan Lázaro Rearte y María Jimena Solé (editores)
Agradecemos a Eduardo Rinesi, Director del IDH, y a las autoridades de la 
UNGS por su permanente colaboración en la realización de este encuentro, así 
como también a cada uno de los participantes, coordinadores y asistentes por 
haber contribuido con su presencia, su trabajo y su excelente disposición a la 
discusión y el intercambio durante estas I Jornadas de Filosofía y Literatura.
Buenos Aires, diciembre de 2009
Grupo de investigación Arte, lenguaje y cultura en la transición del 
siglo XVIII al XIX
Juan Lázaro Rearte (director) María Jimena Solé (codirectora)
Constanza Abeillé, Damiana Alonso y Romina Metti
ESTUDIOS 
INTRODUCTORIOS
15
El sueño de la Ilustración
María Jimena Solé
Recostado en su escritorio, con la cabeza sobre sus brazos, con los brazos 
cruzados sobre sus papeles y plumas, un hombre –¿escritor, fi lósofo, artista, 
político, estudiante?– agotado por el esfuerzo del trabajo intelectual, se ha 
quedado dormido. Espeluznantes criaturas de la noche invaden la habitación 
envuelta en la penumbra. Lechuzas y búhos con los picos abiertos y las garras 
crispadas revolotean sobre el cuerpo inerte del durmiente, aletean sobre su 
espalda, se posan sobre su escritorio, juegan con sus instrumentos de trabajo. 
Murciélagos de tenebrosas siluetas emergen del espacio infi nito que se hunde 
en las sombras y, amenazantes, vuelan en círculos sobre el hombre dormido. 
Echado a sus pies, un gato observa atento la escalofriante danza de los animales 
nocturnos. “El sueño de la razón produce monstruos”, escribe Goya en un rincón 
del aguafuerte; y con este título, con esta terrible imagen, parece haber logrado 
captar el inasible espíritu de la Ilustración. 
Goya concibe este célebre grabado como parte de la serie titulada “Los 
caprichos”, en la que critica e ironiza los vicios de sus contemporáneos. Hacia 
1799, cuando la serie es puesta a la venta, España –donde el escolasticismo 
y la Inquisición se encontraban en plena vigencia– parecía haber quedado al 
margen del movimiento cultural, social, intelectual, artístico y político que, 
desde hacía poco más de un siglo, se extendía por otros rincones de Europa. Su 
aguafuerte constituye una denuncia y una exhortación. Sumida en las tinieblas 
de la ignorancia, la superstición y el temor, España debía despertar y escuchar 
el grito de la razón que, con su poderosa luz, lograría poner fi n a la pesadilla1. 
España debía abrazar la Ilustración. 
1 “Cuando los hombres no oyen el grito de la razón, todo se vuelve visiones”, había escrito Goya 
como un comentario a su grabado número 43 que, originalmente, iba a ocupar la portada de la 
serie (cf. Helman, Edith. 1983. Transmundo de Goya, Madrid: Alianza, p. 221).
16
María Jimena Solé
I
Este revolucionario movimiento espiritual había surgido en Inglaterra 
a fi nales del siglo XVII con la publicación del Ensayo sobre el entendimiento 
humano (1690) de John Locke que, junto con los Philosophiae naturalis prin-
cipia mathematica (1688) de Isaac Newton, desafi aban algunos de los dogmas 
fundamentales de la metafísica tradicional y proponían una nueva concepción 
de la naturaleza y del conocimiento, reservando un lugar privilegiado a la 
experiencia. Locke intentaba mostrar que todas las ideas del entendimiento 
humano son el resultado de la refl exión sobre los datos aportados por las sen-
saciones externas (los cinco sentidos) e internas (la refl exión sobre las propias 
operaciones mentales). De este modo, no sólo negaba la existencia de ideas 
innatas postuladas por el racionalismo cartesiano sino que, además, limitaba el 
conocimiento humano a aquello que pudiera darse en la experiencia, excluyendo 
algunas cuestiones fundamentales de la teología –como la inmaterialidad del 
alma– y desafi ando la validez de la revelación como fuente de verdades. Locke 
sostuvo, sin embargo, que la razón es capaz de conocer la existencia de Dios, 
pues el hombre sabe con certeza que él mismo existe, que la nada no puede 
producir ser alguno y que, por lo tanto, existe necesariamente un ser eterno 
que es causa de todo lo existente, que suele ser llamado ‘Dios’ y al que se le 
atribuyen el máximo poder y la máxima sapiencia. Además,la razón es capaz, 
según él, de descubrir los principios básicos de la verdadera religión: una reli-
gión natural, fundada en principios racionales, compartida por todos los seres 
humanos. Locke estableció así los fundamentos del deísmo desarrollado por los 
librepensadores John Toland, Anthony Collins y Matthew Tindal, para quienes 
la revelación y la fe han de fundarse por completo en la razón, y posteriormente 
radicalizado por David Hume, tal vez el máximo exponente de la Ilustración 
inglesa, quien, en su Tratado sobre la naturaleza humana (1739–40), se había 
propuesto aplicar los principios de la física newtoniana y el método científi co 
a la fi losofía y a la moral2.
Casi medio siglo más tarde3, estas ideas ingresaron a Francia de la mano 
de Voltaire y sus Cartas fi losófi cas (1734), en las que, además de abordar cues-
2 El Dios de los deístas –el de Newton y Clarke, aquella divinidad compatible con los últimos 
avances de la ciencia– se transforma, como sostiene Allison, en el Matemático Supremo, el soberano 
arquitecto de un universo infi nito y racionalmente perfecto (cf. Allison, Henry. 1966. Lessing 
and the Enlightenment. Michigan: University of Michigan Press, p. 14).
3 Sin embargo, hacia fi nales del siglo XVII encontramos ciertas fi guras que suelen considerarse 
como ilustrados avant la lettre. Una en particular se revela como central en la propagación del 
17
El sueño de la Ilustración
tiones relativas a la ciencia, la religión, la política y las artes, criticaba la visión 
pesimista acerca de la miseria de la naturaleza humana de Blaise Pascal, a quien 
considera un representante del pensamiento retrógrado francés. Voltaire adop-
tó la concepción newtoniana de una naturaleza mecánica y desencantada; de 
Locke tomó la premisa materialista, aceptó que Dios pudo haber dotado de 
pensamiento a una porción de materia, defendió la posición deísta y sostuvo 
que no es necesario probar la inmaterialidad ni la inmortalidad del alma para 
el establecimiento de una moral. Algunos años más tarde, en su Ensayo sobre 
el origen de los conocimientos humanos (1746), Etienne Bonnot de Condillac 
radicalizó los principios empiristas lockeanos y formuló su teoría genética del 
conocimiento, según la cual la sensación exterior es la única fuente de todas las 
ideas. También infl uenciado por el empirismo y el deísmo provenientes de 
Inglaterra, Diderot sostuvo, primero, una visión materialista del universo en su 
Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (1749); luego, en sus Pensamientos 
sobre la interpretación de la naturaleza (1754), desarrolló un sistema de sesgo 
vitalista, que le permitía explicar exhaustivamente todos los aspectos de lo real, 
desde la vida inorgánica hasta la esfera política. Pero su gran contribución al 
Siglo de las Luces fue, sin duda, el trabajo conjunto con D’Alembert: la genial 
Enciclopedia, cuyos 27 volúmenes aparecieron entre 1751 y 1772. Si bien suele 
señalarse que los ilustrados ingleses fueron superiores en agudeza, profundidad 
y audacia, no cabe duda de que fue en Francia donde el espíritu de este movi-
miento adquirió su forma más extrema4. El escepticismo, el materialismo, el 
decidido ateísmo y el rechazo de la moral tradicional caracterizaron a la radical 
Ilustración francesa representada por personajes tan diversos como Helvetius, 
Julinen Off rai de Lamettrie, Dietrich D’Holbach, el Marqués de Sade o Jean 
Jacques Rousseau.
Aunque con algunas particularidades, también Alemania se transformó en 
escenario de la triunfante Ilustración. En 1740, Federico II, quien unos años 
antes había solicitado a Voltaire sus servicios como maestro, asumió el trono 
espíritu crítico en Europa: el célebre Pierre Bayle (1647-1704), autor del Diccionario histórico y 
crítico, publicado por primera vez en 1695-1696 y luego reeditado, traducido y vuelto a editar 
numerosas veces. Ocupando un lugar de privilegio en las bibliotecas de los hombres de letras 
y utilizado como texto en las Universidades, el Diccionario fue, como indica Hazard, el arsenal 
en donde se cargaban las armas, cuando se trataba de reemplazar la autoridad por la crítica (ver 
Hazard, Paul. 1963. La pensée européenne au XVIIIe siècle. París: Hachette, p. 42). 
4 Véanse Plebe, Armando. 1971. Qué es verdaderamente la Ilustración. Madrid: Doncel, p. 49 y 
Hazard, Paul. 1994. La Crise de la consciencie européenne: 1680-1715. París: LGF, pp.66 y ss. 
Véanse también los artículos de Esteban Ponce y Adrián Ratto, incluidos en esta compilación.
18
María Jimena Solé
de Prusia y se proclamó impulsor de las ideas y valores ilustrados. Con París 
como modelo, Federico transformó a Berlín en el centro geográfi co y cultural 
del reino, fundando allí la Académie des Sciences et Belles-Lettres, que atrajo a 
hombres de letras tanto alemanes como extranjeros y cumplió la función de 
difundir en territorio prusiano las nuevas ideas importadas de Inglaterra y 
Francia. La fi gura principal de la Ilustración alemana fue, sin duda, Gotthold 
Ephraim Lessing quien adoptó y desarrolló los principios del deísmo inglés 
y defendió la instauración de una religión natural, basada únicamente en la 
razón, promotora de la igualdad y la tolerancia entre los hombres. También 
los denominados ilustrados berlineses representantes de la Popularphilosophie, 
entre otros, Friedrich Nicolai, Johann Erich Biester y, el más importante, Moses 
Mendelssohn, difundieron con sus periódicos y escritos un conjunto de valores 
típicamente ilustrados y se comprometieron con el proyecto de la educación 
popular. Así, a pesar de que los alemanes, más moderados que los free-thinkers 
ingleses y muy lejos del radicalismo de los philosophes franceses, no adoptaron 
por completo el espíritu característico de la Europa ilustrada5, el nuevo clima 
intelectual hundió sus raíces también allí, siendo incluso cierto que en ningún 
otro lugar de Europa se refl exionó tan profundamente acerca del sentido, la 
esencia y el destino de la Ilustración, así como sobre sus límites y difi cultades. 
En efecto, fue Immanuel Kant quien, en un artículo publicado en 1784, for-
muló la defi nición más citada, repetida y estudiada de este movimiento cultural 
y periodo histórico, del que él mismo es, por lo general, considerado como el 
máximo representante.
5 Todos los historiadores de la fi losofía concuerdan en que el fenómeno ilustrado en Alemania 
es diferente al caso de Inglaterra y Francia, donde existía una burguesía emergente con rasgos 
más nítidos y donde ciertas reformas políticas y económicas acompañaron desde lo material la 
transformación espiritual. Además, se da el caso de que los ilustrados alemanes permanecieron 
vinculados a la religión cristiana –principalmente al luteranismo y al piestismo– y que el ámbito 
en el cual se desarrolló la fi losofía continuó siendo el de las escuelas y las universidades, donde la 
Schulmetaphysik del siglo XVII era aún hegemónica. El racionalismo de la fi losofía de Leibniz y 
Wolff , su confi anza en la unidad y la inmutabilidad de la razón, permitían una continuidad entre 
el siglo XVII y el XVIII, de modo que la Ilustración se construye allí sobre los fundamentos de 
la fi losofía racionalista moderna y no intenta romper con sus supuestos ni con su método de un 
modo absoluto. La Aufklärung es, pues, un fenómeno complejo y plagado de contradicciones 
internas. Al respecto, ver Hauser, Arnold. 1994. Historia social de la literatura y el arte. Barce-
lona: Editorial Labor, t. 2, pp. 265 y ss.; Maestre, Agapito. 2007. “Notas para una nueva lectura 
de la Ilustración”, Estudio Preliminar. En: A.A.V.V. ¿Qué es la Ilustración?. Madrid: Tecnos, p. 
XXXVII; Vaysse, Jean-Marie. 1994. Totalité et Subjectivité, Spinoza dans l’Ideallisme Allemand. 
París: Vrin, p. 21; Beck, Lewis White. 1969. Early German Philosophiy. Kant and His Predecessors. 
Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, p. 10. 
19
El sueño de la Ilustración
Kant comienza su artículo titulado “Respuesta a la pregunta: ¿Qué esla 
Ilustración?” diciendo:
La Ilustración es la salida del hombre de su auto-culpable minoría de edad. La 
minoría de edad signifi ca la incapacidad de servirse de su propio entendi-
miento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad 
cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en 
la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de 
otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he 
aquí el lema de la Ilustración.6 
Al igual que el grabado del pintor español, la caracterización kantiana de 
la Ilustración se revela como una verdadera exhortación. Hay que escuchar el 
grito de la razón, pues en su ausencia reinan los monstruos y se extienden las 
tinieblas, advierte el pincel de Goya. Hay que atreverse a pensar por sí mismos, 
liberarse de los tutores y no entregarse a la pereza y la cobardía de obedecer 
ciegamente a los que detentan la autoridad, manda la pluma del profesor de 
Königsberg. 
Hacia 1784, la defi nición, el sentido y el alcance de la Ilustración se habían 
transformado en problemas que ella misma debía desentrañar. Pero ya desde 
principios del siglo XVIII los hombres de letras de toda Europa sabían que eran 
testigos y a la vez protagonistas de una época que auguraba un cambio radical 
en la cultura de Occidente. Signo de esta conciencia, resultado de la persistente 
refl exión acerca del signifi cado de esta transformación cultural, social y políti-
ca fue el hecho de que, por primera vez, una época histórica se dio su propio 
nombre7. Enlightenment, Lumières, Aufklärung, Ilustración. Así se bautizó a sí 
mismo este movimiento espiritual y, con este gesto, puso en evidencia su más 
íntima aspiración: hacer la luz. 
Los ilustrados se propusieron cortar con un pasado oscuro y opresivo que 
no era para ellos más que un cúmulo de errores, confusiones y desaciertos8. 
Ellos serían los encargados de encender la chispa que permitiría, al fi n, reco-
6 Kant, Immanuel. 1783. “Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung?”. En: Berlinische 
Monatsschrift III, pp. 107-116. Texto incluído en Kant, Immanuel. 1968. Kants Werke, Akademie-
Textausgabe. Berlín: Walter de Gruyter & Co. [de aquí en más citado como AK], t. VIII, p. 35. 
Traducido al español por Maestre, en AA.VV. 2007. ¿Qué es la Ilustración?. Madrid: Tecnos, p. 
17.
7 Ver Hazard 1963, p. 40.
8 Como indica Foucault, en su artículo sobre la Ilustración, Kant busca defi nir el presente a 
partir de su diferencia con el pasado y no en relación a una totalidad o a un evento futuro. Esta 
es, según él, la especifi cidad de esta refl exión acerca del presente frente a la refl exión sobre su 
20
María Jimena Solé
nocer los verdaderos contornos de lo real, ahuyentar los monstruos del pasado 
y conquistar la mayoría de edad. Todo esto, con una única arma: la infalible 
y poderosa razón.
II
Aun admitiendo la imposibilidad de defi nir algo así como la esencia 
inmutable de la Ilustración, hay algo que permitiría considerarla como un 
movimiento unitario: una confi anza generalizada en la capacidad racional y en 
que su ejercicio resultará benefi cioso tanto en el ámbito teórico como para la 
vida práctica9. Esta convicción en el poder de la razón para liderar una era de 
progreso espiritual, científi co y moral es lo que permite incluir bajo el nombre 
de Ilustración a una gran diversidad de personas que sostuvieron sistemas fi -
losófi cos, posiciones políticas y doctrinas religiosas sumamente disímiles. Con 
grandes contrastes, la Europa ilustrada experimentó durante el siglo XVIII, este 
presente que se dio en otros momentos de la historia (véase Foucault, Michele. 1984. “Qu’est-ce 
que les Lumières?”. En: Magazine Littéraire, N° 207).
9 La pretensión de Ernst Cassirer de haber encontrado una fi losofía de la Ilustración como “un 
bloque fi rmemente articulado” (Cassirer, Ernst. 1993. Filosofía de la Ilustración. México: FCE, 
p. 13) es, desde hace tiempo discutida y puesta en duda. Sin embargo, se suele admitir que la 
Ilustración coincide con lo que podría denominarse “la era de la razón”. Respecto de qué fue la 
Ilustración, podría decirse que esta es una de las preguntas que más respuestas ha generado en 
la historia de las ideas, desde que fuera planteada en el siglo XVIII. Citemos algunos ejemplos 
paradigmáticos. El ya clásico estudio de Adorno y Horkheimer caracteriza la Ilustración como 
un proceso de desencantamiento del mundo que responde al ansia de dominación, que incluye 
tendencias contrarias en una compleja dialéctica y que se habría iniciado muy temprano en la 
historia de occidente para radicalizarse en la era moderna (véase Adorno, Th eodor y Horkheimer, 
Max. 1969. Dialektik der Aufklärung. Philosophische Fragmente. Frankfurt del Main: Fischer. 
Traducción al español: Adorno, Th eodor y Horkheimer, Max. 2004. Dialéctica de la Ilustración. 
Madrid: Trotta). También es conocida la propuesta de Jürgen Habermas de entender la Ilustra-
ción no como un periodo histórico sino como un proyecto inacabado (véase Habermas, Jürgen. 
1989. El Discurso Filosófi co de la Modernidad. Madrid: Taurus). Maestre, por su parte, sostiene 
que la Ilustración es un “modo de proceder”, un mecanismo “a través del cual se constituye 
autónomamente la razón frente a cualquier tipo de dogmatismo” (Maestre 2007, pp. XII-XIII). 
Aquí aceptamos la idea de que la Ilustración es una “categoría histórica y cultural”, que defi ne 
un periodo pero al mismo tiempo una orientación de pensamiento cuyos contornos, si bien son 
móviles y difíciles de asir, pueden ser defi nidos. Al respecto, ver La Rocca, Claudio. 2006. “Kant 
y la Ilustración”. En: Isegoría, N° 35, p. 107.
21
El sueño de la Ilustración
optimismo que, lejos del optimismo metafísico de Leibniz, estaba fundado en 
el reconocimiento de la capacidad de la razón humana para desembarazarse de 
los prejuicios y errores heredados de la tradición y construir un nuevo cuerpo 
de conocimiento verdadero y defi nitivo. 
Herederos del racionalismo moderno del siglo XVII inaugurado por Des-
cartes, profundizado por Spinoza y desarrollado por Leibniz, la Ilustración 
concibe la razón humana como única, universal e inmutable. La razón es, según 
los ilustrados, la misma para todos los seres humanos, independientemente de 
su nacionalidad, su cultura, su condición social o su época histórica10. Todos 
poseen las mismas facultades del conocimiento que obedecen a las mismas 
leyes del pensar y, por consiguiente, si los hombres proceden de modo similar, 
llegarán a las mismas conclusiones. 
Pero a diferencia de los fi lósofos del siglo XVII, los ilustrados ya no 
entienden a la razón como la facultad que permite descubrir los primeros 
principios. Fieles en este punto a Locke, los ilustrados rechazan la existencia 
de ideas innatas11. La razón ya no es, como indica Cassirer, la región de las 
verdades eternas –que, tanto en Descartes como en Spinoza y Leibniz, eran 
las únicas que podían conocerse con absoluta certeza– y se transforma en una 
fuerza espiritual que conduce a los hombres al descubrimiento de la verdad y 
funciona como su garantía12. La razón, que antes había sido pensada como un 
compendio de verdades axiomáticas, deviene, con la Ilustración, una capacidad, 
una energía, una tarea que no sólo reconoce lo verdadero y real sino que, a la 
vez, lo transforma. 
Los ilustrados adjudican a la razón, principalmente, dos funciones: la expli-
cación y la crítica13. En efecto, la razón ilustrada es, ante todo, una facultad de 
explicación. Habiendo abandonado la idea de que la naturaleza era un ámbito 
misterioso en el que extrañas fuerzas producían aún más extraños efectos, el siglo 
XVIII abraza una concepción mecanicista, según la cual todo en la naturaleza 
sucede de acuerdo a leyes necesarias y eternas. La experimentación reemplaza a 
10 Esto no se aplica, sin embargo, al género femenino. La mujer no fue, para la mayoría de los 
ilustrados, un ser plenamente racional. Existieron, sinembargo, raros ejemplos de mujeres que 
se aventuran en el campo de la fi losofía y las letras. El artículo de Sandra Girón, incluido en esta 
compilación, aborda el paradigmático caso de Caroline Schlegel-Schelling. 
11 Con excepción de ciertos fi lósofos alemanes, como Moses Mendelssohn, que no se apartaron 
totalmente de los principios de la fi losofía leibniz-wolffi ana.
12 Ver Cassirer 1993, p. 28.
13 Ver Beiser, Frederick. 2000. “Th e Enlightenment and idealism”. En: Ameriks, Karl (ed). Cam-
bridge Companion to Idealism. Cambridge: Cambridge University Press, p. 19.
22
María Jimena Solé
la deducción. La experiencia se transforma en el medio de acceso a los hechos 
naturales. La razón permite explicar esos eventos particulares como casos de 
leyes generales, leyes que ella puede no sólo descubrir sino también formular. 
Pero el que se concibiera la razón como una facultad explicativa no sig-
nifi có que la actitud hacia la naturaleza fuera de pura contemplación pasiva. 
Este nuevo paradigma mecanicista y la posibilidad de un desciframiento de sus 
leyes mediante la razón responden, en verdad, a una nueva actitud práctica: el 
dominio de la naturaleza14. La razón ilustrada se revela, así, como un instrumento 
al servicio de la supervivencia del hombre al brindarle la posibilidad de utilizar 
la naturaleza para sus fi nes propios.
Ahora bien, además de decodifi car la realidad natural, la razón ilustrada 
posee otra función igualmente constitutiva: debe asegurarse de no caer en el 
abismo del error y la falsedad. La autoridad exterior, la tradición fi losófi ca, la 
fe religiosa, deben ser revisadas por la razón, que se revela como una facultad 
crítica. Se trata de un instrumento para examinar creencias, opiniones, teorías, 
sistemas. De este modo, la razón deviene la máxima autoridad para decidir 
acerca de lo verdadero y lo falso, el criterio último de lo bueno y lo malo, lo 
justo y lo injusto. La razón se eleva como máximo tribunal ante el que deben 
comparecer las teorías científi cas, fi losófi cas, morales, políticas, religiosas. 
También en este aspecto la razón ilustrada se muestra como una tarea 
con consecuencias prácticas. En efecto, la crítica consiste en un ejercicio que 
se realiza sobre todo el material de la experiencia, todo lo heredado de la tra-
dición, todo lo aprendido. Así, si la razón como instrumento de dominación 
responde a una nueva relación entre el hombre y la naturaleza, la razón como 
facultad crítica subvierte el lugar de los sujetos en el ámbito político y social. 
En tanto instrumento que permite juzgar y examinar los hechos y conductas 
que constituyen su esfera social y cultural, la crítica se convierte en el medio 
para cristalizar racionalmente la mentalidad colectiva de las naciones y, por 
tanto, en un instrumento formador de la opinión pública15.
Fue, pues, en la era de la Ilustración que surgió la fi gura del intelectual. En 
tanto portavoz de la razón, éste pasó a cumplir un papel fundamental en la 
14 Adorno y Horkheimer basan su interpretación de la Ilustración en la equiparación de razón y 
dominio. “La Ilustración se relaciona con las cosas como el dictador con los hombres. Éste los 
conoce en la medida en que puede manipularlos. El hombre de la ciencia conoce las cosas en 
la medida en que puede hacerlas. De tal modo, el en sí de las mismas se convierte en para él” 
(Adorno y Horkheimer 2004, pp. 64-65).
15 Véase Flórez Miguel, Cirilo. 1998. La fi losofía en la Europa de la Ilustración. Madrid: Síntesis, 
p. 95.
23
El sueño de la Ilustración
sociedad, ligado al novedoso problema de la participación ciudadana en la vida 
política de las emergentes naciones modernas. El intelectual ilustrado –poeta, 
dramaturgo, novelista, fi lósofo, historiador, moralista– se enfrentó, como su 
principal tarea, a la formación del género humano. 
III
Pero los protagonistas de la Ilustración fueron conscientes de que la luz 
proyecta sombras. Si bien esta inmensa confi anza en la razón y en la capacidad 
humana para desarrollarla al máximo habitó el espíritu y las obras de los hombres 
de la Ilustración, es claro que se trató, desde el comienzo, de un movimiento 
atravesado por graves tensiones internas. 
Efectivamente, lejos de ser un movimiento homogéneo, la Ilustración 
engendró sus propios críticos y detractores16, listos para advertir acerca de su 
naturaleza opresiva, preparados para denunciar las falencias de su proyecto. 
Shaftesbury, por ejemplo, oponiéndose a la idea lockeana según la cual la moral 
no es más que un cálculo de los medios para evitar el dolor y para alcanzar el 
placer, en su Ensayo sobre el mérito y la virtud (1713) intentó una reivindicación 
del carácter sentimental de la razón al sostener que el hombre posee un sentido 
moral que le muestra que ciertos sentimientos, como la benevolencia o la com-
pasión, son buenos en sí mismos. Entre los franceses, Rousseau advirtió, en sus 
dos famosos Discursos, que el ejercicio y desarrollo de la capacidad de razonar 
habían conducido a la instauración de una sociedad injusta y a la corrupción 
del hombre natural; acusó además a los progresos científi cos y técnicos como 
los responsables de grandes calamidades para los hombres17. En Alemania, el 
Sturm und Drang denunció por primera vez las difi cultades de llevar a cabo 
el proyecto ilustrado de absolutización de la razón y reivindicó una posición 
irracionalista cuya propuesta se centraba en recuperar la idea de una naturaleza 
incomprensible e imposible de dominar. Liderando este movimiento, Johann 
Georg Hamann fue tal vez el más fervoroso y genial crítico de la Aufklärung y, 
en particular, de la fi losofía kantiana, y llegó a ejercer una fuerte infl uencia en 
16 En efecto, la mayoría de los anti-ilustrados participan y aceptan el contenido racional y nor-
mativo de la Ilustración (ver Maestre 2007, p. XLI).
17 Acerca de la situación de Rousseau frente a la Ilustración, ver los artículos de Gabriela Domecq 
y Martín Koval incluidos en este volumen.
24
María Jimena Solé
otros detractores del racionalismo ilustrado, como Friedrich Heinrich Jacobi 
y Johann Gottfried Herder18. 
Lejos de mostrarse como una época idílica en la que la razón triunfó sobre 
las tinieblas, una lectura cuidadosa revela a la Ilustración como una prolongada 
batalla entre la razón y sus propios anhelos. Un combate entre la razón y sus 
propios límites. Por eso el grabado de Goya logra expresar magnífi camente el 
espíritu de esta época, al poner en evidencia esta tensión que recorre y consti-
tuye a la Ilustración: El sueño de la razón produce monstruos... Si bien una razón 
activa y alerta logra ahuyentar a las tinieblas de la ignorancia, emancipando a 
los hombres de las cadenas de la superstición, los deseos de una razón desme-
dida engendran consecuencias tan terribles como los monstruos contra los que 
combate. Si murciélagos y felinos habitan la oscuridad, también la lechuza, 
símbolo de la fi losofía, es una criatura nocturna.
Constantemente puesta en cuestión, la Ilustración se vio obligada a enfrentar 
el problema de defi nirse a sí misma, de justifi car su sentido y garantizar que sus 
consecuencias serían positivas. Esta crisis interna se hizo especialmente evidente 
hacia fi nales del siglo XVIII en Alemania, cuando Zöllner, en una nota al pie de 
página de un artículo publicado en el número de diciembre de 1783 de la Berli-
nische Monatsschrift, en el que planteaba el problema de si era aconsejable dejar 
de sancionar el matrimonio por la religión, formuló explícitamente el urgente 
interrogante: “¿Qué es la Ilustración? Esta pregunta, que es casi tan importante 
como ¿qué es la verdad? ¡debería ser contestada, antes de que se empezara a 
ilustrar! ¡Y todavía no he encontrado la respuesta en ningún sitio”19. 
Como vimos, Kant se apresuró a responder. La Ilustración no era para él 
un conjunto de certezas racionales sino un programa: el paso de la inmadurez 
a la mayoría de edad. Para ello, era necesario tomar una decisión. “Sapereaude!” era, según él, su lema20. Atrévete a saber. Ten el coraje de servirte de tu 
propio entendimiento. Así interpretó Kant el verso de Horacio, que ya en 1736 
había aparecido inscripto en una medalla de la Gesellschaft der Aletophilen –la 
18 Acerca de la crítica de Jacobi a la Ilustración alemana, ver mi artículo incluido en este volumen. 
El artículo de Natalia Lerussi aborda la noción de historia natural en Herder, contrastándola con 
la de Kant. Romina Metti, por su parte, presenta la concepción herderiana del origen natural 
del lenguaje, que puede ser considerada un antecedente del Romanticismo. 
19 Zöllner, J. F. 1783. “Ist es rathsam, das Ehebündnis nicht ferner durch die Religion zu saktioniern?” 
En: Berlinische Monatsschrift III, p. 116. Traducido al español por Agapito Maestre en AA.VV. 
2007. ¿Qué es la Ilustración?, pp. 8-9.
20 AK VIII, p. 35. Versión española de A. Maestre (véase AA.VV. 2007. ¿Qué es la Ilustración?, 
p. 17).
25
El sueño de la Ilustración
Sociedad de los Amigos de la Verdad– con sede en Berlín y cuyo fi n era difun-
dir la fi losofía de Christian Wolff . Pensar por sí mismo sin ayudas ni auxilios 
externos. La tarea individual rápidamente se evidencia como colectiva. Ser 
libre de razonar y debatir públicamente acerca de todas las cuestiones prácticas 
y teóricas, políticas y religiosas, éticas y estéticas. Lejos de la ingenuidad, Kant 
vio que este ideal del pensamiento autónomo, este sueño de la razón podía 
volverse contra ella misma. 
El problema no era la razón en sí misma, sino una razón que sueña y que, 
en su delirio, intenta ser lo que no es. La razón ilustrada corría el riesgo de 
exceder sus propios límites y conducir al desastre, pues el ejercicio de la crítica 
parecía tener como horizonte al escepticismo y, paralelamente, el naturalismo 
resultante de la adopción del paradigma de explicación mecanicista de la na-
turaleza amenazaba con desembocar en el materialismo21.
En efecto, el examen racional de todas las verdades implica que, a medida 
que se avanza en la crítica, cada vez se requieren más razones para lograr justifi car 
las creencias. Pero algunas creencias, en especial aquellas centrales para la práctica 
y el desarrollo de la vida cotidiana, son imposibles de fundamentar racional-
mente de modo exhaustivo. La razón se encuentra en una doble encrucijada: o 
bien extrema los principios empiristas, según los cuales todo el conocimiento 
humano proviene de la experiencia, y abraza el escepticismo –como sucede, por 
ejemplo, con Hume, para quien la existencia del mundo exterior, la existencia 
del yo como algo permanente y la existencia de otras mentes, son creencias no 
fundamentadas en la razón– o bien acepta otra fuente de conocimiento que pone 
fi n a la cadena de razones, cayendo así en el temido dogmatismo. Este último 
no era una vía posible. Pero la teoría moderna de las ideas había conducido 
a una epistemología que no podía dar cuenta de la correspondencia entre las 
representaciones subjetivas y las existencias objetivas. Así, el siglo XVIII parecía 
destinado a terminar en el escepticismo y el solipsismo.
También la confi anza de los ilustrados en que todo evento natural podía ser 
analizado, cuantifi cado y explicado como caso de una ley, llevada al extremo, 
tenía consecuencias indeseadas. El paradigma mecanicista adoptado por los ilus-
trados para comprender la naturaleza sólo era aplicable al ámbito de lo material. 
El ámbito de lo mental debía, o transformarse en una máquina que también 
funcionaba según leyes que podían ser expresadas matemáticamente, tal como 
21 Tomo estas ideas de Frederick Beiser (cf. Beiser 2000, pp. 18 y ss.) quien, a su vez, parece 
recuperar muchas de las críticas de Jacobi a la Ilustración. En efecto, es Jacobi quien anuncia que 
la razón radicalizada conduce a los hombres al ateísmo, al materialismo y al nihilismo.
26
María Jimena Solé
la entendieron muchos de los ilustrados franceses, como Holbach, Helvétius 
y La Mettrie, o debía recluirse en el ámbito de lo fantástico, lo inexplicable y, 
por consiguiente, lo irreal22. Así, o bien se negaba parte de la realidad o bien 
se la transformaba por completo en una entidad material.
Tanto el escepticismo como el solipsismo como el materialismo eran inacep-
tables para los ilustrados alemanes que pretendían que la razón fundamentara 
el conocimiento teórico y la moral, los principios de la religión y de la vida 
en sociedad. Si no quería que su sueño deviniera una verdadera pesadilla, la 
Ilustración tenía que limitarse a sí misma. 
IV
La certeza de que la primera tarea de la razón debía ser conocerse, identifi car 
sus límites y cuidarse de no ir más allá es, probablemente, el motivo central 
de la fi losofía kantiana. Sólo así, creyó Kant, la Ilustración podía ser salvada 
de la catástrofe.
Los sueños de una razón sin límites, afi rma Kant, engendran paralogismos, 
antinomias, aporías que no pueden ser resueltas. Una razón que intenta demos-
trarlo y conocerlo todo es una razón presa del delirio. En las primeras líneas del 
Prólogo a la Crítica de la razón pura de 1781, Kant advierte una contradicción 
que, inevitablemente, atormenta al ser humano. La razón está, según él, des-
tinada a “verse acosada por cuestiones que no puede apartar, pues le son pro-
puestas por la naturaleza de la razón misma...”23. En efecto, las cuestiones de la 
metafísica tradicional, como la existencia y naturaleza de Dios, la inmortalidad 
del alma y la existencia del mundo exterior son, según él, problemas a los que 
la razón se encuentra naturalmente inclinada a buscar respuesta. Sin embargo, 
este “destino particular” se revela como trágico: el hombre no logrará jamás 
resolver estos interrogantes que se le imponen por naturaleza, simplemente 
“porque superan las facultades de la razón humana”24. La razón, en su uso 
22 Beiser señala que la crisis de la Ilustración era aún más profunda, pues las dos funciones prin-
cipales de la razón ilustrada, el criticismo y el naturalismo, se encontraban en confl icto. Llevados 
a su extremo, el escepticismo se opone al naturalismo y el materialismo destruye al criticismo al 
intentar reemplazarlo por un nuevo criterio de razón (cf. Beiser 2000, pp. 20 y ss.). 
23 Kant, Immanuel. 1781. Kritik der reinen Vernunft, A VII (cito según la traducción de García 
Morente: Kant, I. 1998. Crítica de la razón pura. Traducción de M. García Morente. México: 
Porrúa, p. 5).
24 Ibid.
27
El sueño de la Ilustración
teórico, quedó, a partir de Kant, limitada al ámbito de la experiencia posible. 
Lo que no puede darse en la experiencia –Dios, el alma, el mundo– no son ni 
podrán ser nunca objetos del conocimiento. 
Preguntarse ¿Qué es la Ilustración? era, pues, preguntarse por el alcance y 
los límites de la crítica y de la explicación. Era, en defi nitiva, preguntarse por la 
naturaleza de la razón y su derecho para aplicarse al conocimiento de diferentes 
clases de objetos. Pero, además, la pregunta por el signifi cado y el propósito de 
la Ilustración poseía un costado claramente político. Los ideales de la Ilustración 
y su pretensión de que fueran adoptados por el gran público planteaban el pro-
blema de su compatibilidad con el orden político y social vigente. El desarrollo 
del proyecto ilustrado del pensamiento autónomo, tal como Kant mismo lo 
cristalizó, implicaba la exclusión de cualquier tipo de imposición de límites 
desde el exterior, ya sea desde el Estado, la Iglesia, la sociedad o la educación 
paterna. Particularmente problemática era esta cuestión para los Aufklärer, quie-
nes, en tanto ocupaban algún puesto público en las universidades, seminarios 
o academias, eran funcionarios del reino de Prusia, cuyo rey, aunque impulsor 
de la Ilustración, ejercía el poder de un modo absoluto. 
Ante la difícil tarea de tener que reconciliar sus convicciones ideológicas 
con su función como profesor universitario en el Estado prusiano, al defi nir la 
Ilustración Kant se esforzó por mostrar que el proyecto de la emancipaciónde los 
tutores y de la autoridad externa no signifi caba un peligro para el orden político 
y social vigente en Prusia. Con este fi n, la exhortación kantiana a atreverse a 
utilizar el propio entendimiento es rápidamente limitada: piensen todo lo que 
quieran, discutan, critiquen, refl exionen, recomienda Kant, pero obedezcan. 
Esta limitación a la razón en su uso privado –el uso que los hombres pueden 
hacer de ella en tanto ocupan un puesto civil o una función pública– afi rma 
Kant, lejos de ponerla en peligro, favorece el progreso de la Ilustración25. Los 
mecanismos sociales deben permanecer inalterados. El cambio debía produ-
cirse en el espíritu de los dirigentes, que sustituirían poco a poco el estado de 
tutelaje por uno de libertad y Kant celebró el siglo de Federico como un siglo 
de libertad de pensamiento en materia religiosa y moral que, permitiendo a los 
ciudadanos pensar libremente, contribuía a quitar los obstáculos para que esa 
época de ilustración se transformara fi nalmente en una época ilustrada. 
Limitar el uso privado de la razón favorecía el desarrollo de la Ilustración. 
Limitar a la razón en su uso teórico era el único medio, según Kant, para ga-
rantizar el establecimiento de una metafísica verdaderamente científi ca. Si el 
25 Véase AK VIII p. 38.
28
María Jimena Solé
primer límite parecía traicionar el espíritu ilustrado, aceptando una limitación 
exterior al ejercicio del propio entendimiento, la segunda limitación no era sino 
la radicalización del principio fundamental de la Ilustración. En efecto, para no 
extralimitarse en el ámbito teórico, la propia razón debía ejercer la crítica sobre 
sí misma. Tal vez haya que ver, pues, también en la fi losofía crítica kantiana a 
una razón que sueña despierta, que aspira a conocerse de modo exhaustivo y a 
ejercer sobre sí un control absoluto. 
Hacia fi nales del siglo XVIII la confi anza en la razón y en su capacidad para 
liderar una era de progreso tanto científi co como moral se extinguía lentamente. 
Si Kant fue quien puso fi n a una ingenua concepción de la fi losofía al limitar 
la capacidad explicativa de la razón humana a un conjunto de objetos teóricos, 
el Sturm und Drang fue el encargado de denunciar la frialdad de una moral 
y una religión basadas únicamente en principios racionales y de devolver a la 
naturaleza el misterio y el encanto que la explicación científi ca le había quitado. 
La Revolución Francesa hizo el resto, al socavar la idea de que la radicalización 
del ejercicio de la razón humana conduciría inevitablemente al progreso y a la 
concordia entre los hombres26. 
La crisis de la Ilustración, sin embargo, se mostró como sumamente fructífe-
ra. El reconocimiento de la fragmentación de la cultura ilustrada por parte de los 
hombres de letras alemanes de fi nales del siglo XVIII, condujo a la postulación 
de soluciones antikantianas para los problemas planteados por el mismo Kant. 
Dos corrientes esenciales del pensamiento occidental, íntimamente ligadas 
entre sí, parecen surgir de las cenizas de la noble Ilustración: el Idealismo, que 
buscará redefi nir la razón ilustrada para intentar lograr reconciliarla consigo 
misma, con la naturaleza, con Dios; y el Romanticismo que, despreciando la 
pura meditación teórica y la práctica científi ca tendiente a la dominación de 
la naturaleza, verá en el arte la vía para llevar a cabo la reconciliación. Si estas 
nuevas corrientes lograron efectivamente romper con los ideales de la Ilustración 
o si no son, en realidad, más que el producto de sus sueños, es una pregunta que 
dejamos abierta. 
26 Véase Beck 1969, p. 323
29
El sueño de la Ilustración
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31
Agitación, síntoma y melancolía 
en el Romanticismo
Juan Lázaro Rearte
Si fuera posible acercar una lente sobre cada ámbito de la cultura que se vio 
ensombrecido durante la retirada de la Ilustración, e inmediatamente iluminado 
en el inicio del Romanticismo, aún así sería difícil afi rmar en qué medida ese 
pasaje es disrupción, transformación o continuidad. Pero hay algo que no puede 
negarse, y que los artículos reunidos en este volumen confi rman, y es que se 
trata de una época axial, en la que el sujeto comienza a enfrentarse críticamente 
a su identidad individual y colectiva. Es una época profundamente crítica, de 
aprendizajes y desilusiones, de asimilaciones y rechazos simultáneos. El objetivo 
de estas páginas no es trazar un recorrido lineal de los inicios del pensamiento 
romántico1, sino ofrecer una introducción a dos metáforas confl uyentes y 
probablemente constitutivas de la teoría romántica, la de la enfermedad y la 
del lenguaje como organismo. 
I 
Entre 1832 y 1835, Heinrich Heine escribe en el exilio La escuela ro-
mántica2, ensayo dirigido contra la representación de la literatura alemana 
1 Son abundantes las obras que desarrollan aspectos de la gestación del Romanticismo, mencio-
namos algunas de ellas: Abrams (1962), Ayrault (1961-1976), Lacoue-Labarthe y Nancy (1978), 
Lukács (1985), Hauser (1993), Béguin (1993), Wellek (1998), Berlín (2000), etc.
2 Heine, Heinrich. 2007. La escuela romántica. Ed. Román Setton. Buenos Aires: Biblos/
UNSAM.
32
Juan Lázaro Rearte
difundida años atrás por Madame de Staël3, donde además de realizarse una 
de las primeras tentativas de reconstruir históricamente su itinerario, se acusa 
–con marcado acento polémico– a los antiguos capitanes del Romanticismo,los hermanos Schlegel, de epígonos del idealismo, de haber difundido ideas 
nocivas en la juventud alemana y en el ámbito literario, de ser responsables de 
obstruir el desarrollo de una estética social y de replegarse en el catolicismo y 
en la monarquía con la vista clavada en el pasado feudal. Sin temer la falta de 
ecuanimidad, Heine señala en el cuerpo de ideas que conformaba la tradición 
romántica inmovilidad, indiferencia política y una inclinación manifi esta por 
el despotismo, pero también le opone una segunda corriente. Aunque nacida 
del mismo cauce, esta segunda vertiente era transformadora, vital y progresiva 
históricamente, y la presenta como precursora de su obra y del periodo social 
que acelera el fi n del Romanticismo en Alemania, el primer realismo4. A pesar 
de la decadencia iniciada con la Restauración (1814-1815), estampada en el 
paradójico aforismo de Ludwig Börne: “Cuanto menos libre es un pueblo, tanto 
más romántica su poesía” 5, la corriente espiritualista continuó expandiéndose 
como una moda por el resto del continente y en ese punto, el diagnóstico de 
Heine sobre la actualidad alemana puede leerse como una advertencia a los 
franceses: 
Abandonad lo terrible y fantasmagórico. Dejad para los alemanes todos 
los horrores de la locura, los afi ebrados sueños y el mundo de los espí-
ritus. Alemania es un país próspero para las viejas brujas, los holgazanes 
muertos, los golems de todo género y, especialmente, para mariscales de 
campo como el pequeño Cornelio Nepote6. Sólo más allá del Rin pueden 
prosperar tales fantasmas; jamás en Francia. Cuando partí hacia aquí, mis 
3 En rigor, el ensayo De Alemania (1813) es una notable pieza de la literatura operativa cuya 
función había sido publicitar las ideas de Staël por medio de una interpretación regresiva de las 
ideas de Friedrich Schlegel, de un modo un tanto fi ccional, pero ciertamente ameno. 
4 Para una interpretación social de la obra de Heine, ver Lukács, G. 1970. “Heinrich Heine 
como poeta nacional”. En: Realistas alemanes del siglo XIX. Barcelona: Grijalbo.
5 En su “Introducción” a La escuela romántica, Setton parafrasea a Börne al evaluar la persecución, 
la censura y el olvido que pesaron largamente sobre su obra: “Tal vez no sea arriesgado pensar que 
existe una relación directa entre la cantidad de traducciones de Heine que una sociedad produce 
y el progresismo político y los ideales de justicia social vigentes en ella” (Setton 2007, p. 21).
6 Heine se refi ere al personaje fantástico de la novela Isabela de Egipto, de Achim von Arnim. Se trata 
de la mandrágora, una raíz que crece bajo el patíbulo de un ahorcado y que puede adoptar forma 
humana. Luego de recibir los cuidados de Isabela, este espíritu (en referencia a Lord Wellington, 
vencedor de Waterloo) “quiso ser mariscal de campo y vestía un lustroso uniforme de mariscal 
de campo y se hacía llamar por todos ‘Señor mariscal de campo’” (Heine 2007, p. 152). 
33
Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo
fantasmas me acompañaron hasta la frontera francesa. Allí se despidieron 
de mí con tristeza. Pues la vista de la bandera tricolor espanta a los fan-
tasmas de todo tipo.7
Y sin embargo, la germinación del movimiento, a fi nes del siglo XVIII, se 
había producido bajo la luz de un imaginario de transformación social que, 
debilitado por las guerras de liberación, comenzó su repliegue con la nueva 
corriente monárquica. El célebre Fragmento 216 de la revista Athenäum (1798-
1800), dejaba traslucir la vertebración ideológica de la escuela romántica en 
sus orígenes: “La Revolución Francesa, la Doctrina de la ciencia de Fichte y el 
(Wilhelm) Meister de Goethe son las grandes tendencias de nuestra época”8, 
afi rma, en consonancia con un pronunciamiento a favor de la libertad como 
fundamento de toda fi losofía y de toda acción9. La conquista de la libertad 
artística, moral y política orientó enérgicamente esa primera etapa. A pesar de 
las difi cultades para plasmarse materialmente, está claro que en Alemania estas 
tendencias se dirigieron mayoritariamente contra el poder estamental. 
No obstante, estas difi cultades para articular programas tan intensos, ya 
fueran helenistas o revolucionarios, en acción política y social, no deberían 
verse sólo como un síntoma de la debilidad del movimiento, sino también 
como fruto de las encontradas direcciones internas del conjunto y de su 
falta de cohesión ideológica. En efecto, la polaridad de lo sano y lo enfer-
mo es para Heine, como polemista, prioritariamente, la oportunidad de 
arrojar al mar, de una vez, el cuerpo del Romanticismo y dar fuerza a la 
demorada corriente realista. Pero la dualidad salud y fortaleza – enferme-
dad y debilidad es una oposición que ya organizaba en el periodo artístico 
la representación del Romanticismo frente al Clasicismo de Weimar. Allí 
podemos volver para recoger en la identidad de lo romántico trazada por 
7 Ibid., p. 151. Goethe no cree que la carta de ciudadanía de estos esperpentos sea exclusivamente 
alemana, sino que al acercar una lámpara sobre el estado de la literatura europea en su conjunto 
confi rma un principio fundado en el campo literario: “La literatura se corrompe en la medida en 
que se corrompen los hombres” (Máxima 1028). De esta manera, es producto de la decadencia 
de la literatura moderna que en la literatura francesa como en la inglesa prevalezcan “Cuerpos 
que se pudren en vida y se recrean en la consideración de su mal, muertos que se mantienen en 
vida para corromper a los demás…” (Máxima 1032 en Goethe, J. W. 1991. Obras completas. Tr. 
de R. Cansinos Assens. Madrid: Aguilar, p. 435).
8 Schlegel, F, Schlegel, A., Schleiermacher, F., Novalis. 2005. Poética de la infi nitud. Ensayos 
sobre el romanticismo alemán. Fragmentos del Athenaeum. Trad. B. Onetto Muñoz. Santiago de 
Chile: Intemperie/Palinodia, p. 30.
9 Ver, en este volumen, el trabajo de Dina Picotti sobre la evolución de esta noción de libertad 
en Hölderlin y Schelling.
34
Juan Lázaro Rearte
Goethe como lo enfermo y lo débil, pero también su amenaza, son aspectos 
que permiten juzgar una plena capacidad de transformación.
La dicotomía entre el cuerpo sano, integrado, subordinado a leyes naturales 
y su declinación, resistencia interna y autoaniquilación, parece más un produc-
to de las sombras que de las luces de la última Ilustración. Según Croce, son 
Goethe y Hegel quienes más contribuyeron a la evolución del Idealismo y del 
Romanticismo, y al mismo tiempo los responsables de la oposición entre lo sano 
y lo patológico tanto como críticos del ulterior desarrollo de esas corrientes, no 
yuxtapuestas, sino múltiples y conectadas.10 
Cuando Goethe, con aplomo preceptista, caracterizaba el crecimiento de 
la obra de arte a partir de esos términos opuestos, circunscribía una esfera de 
experiencias estéticas en la dialéctica de lo que conserva la relación entre cuerpo 
y función natural y el límite de ese cuerpo, su falla y su muerte: “Clásico es 
lo sano, romántico lo enfermo.”11 Si el cuerpo enfermo es la metáfora de un 
estigma social, que, según Sontag, en el romanticismo se identifi caría con la 
silueta atormentada, misteriosa y consumida del tísico12, también es evocación 
de una sociedad libre de ese mal y una anticipación del agotamiento y de la 
desintegración material. Se trata de la representación de la inestabilidad interna 
del individuo y de su entorno y también de la oscilación del puro presente. 
Esta época, la Goethe-Zeit, que Friedrich Schlegel rotulará como química, es 
una transición continua, imposible de zanjar, porque su futuro se dirime entre 
la libertad y la ley natural.
En la época de Goethe el arte romántico también es expresión de la moder-
nidad que enlaza, por medio de la conciencia crítica, la producción artística 
de un individuo con sus condiciones vitales. Más que una época, esta sucesión 
defi nida por Szondi en los puntos cardinales de Winckelmann, Herder, Moritz 
y Schlegel, es también un periodo de “continuidad y cambio”13simultáneos 
en la problemática estética cuyo duradero eje es, así como en su primera etapa 
lo fuera la libertad, la construcción social de una categoría moderna de autor 
como sujeto social y transformador de un material simbólico, el lenguaje.
10 Cf. Croce 1950, p. 53.
11 Goethe 1991, Máxima 569, p. 1029. En el mismo sentido, Eckermann anota el 2 de abril de 
1829 la siguiente opinión de Goethe: “…los Nibelungos son tan clásicos como Homero, pues 
ambos son sanos y fuertes. En cambio, la mayor parte de lo moderno no es romántico por ser 
nuevo, sino por ser débil, blando y enfermo; y lo antiguo no es clásico por antiguo, sino por 
fresco, alegre y sano” (Eckermann 1960, p. 272). 
12 Cf. Sontag 1996, p. 2. Ver también Praz 2004. 
13 Szondi 1992, p. 62.
35
Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo
En el Fragmento 252 del Athenäum, leemos que la modernidad, la época 
química, debía orientarse a la fl uctuación entre teoría y praxis vital14, para lo 
que la plena conciencia de los límites de la práctica artística requería de una 
defi nitiva resolución de la querella entre antiguos y modernos. La unión de 
poesía y fi losofía, de ciencia y de arte es sólo posible en este programa fundacio-
nal como una operación retórica y espiritual. Sólo la ironía podía condensar la 
oposición de la distancia del crítico y del compromiso del artista, o bien saldar 
la relación con los clásicos por medio del conocimiento de sus leyes y de las 
diferencias que hacían insalvable el salto de la experiencia, con lo cual quedaba 
el artista moderno frente a la necesidad de una nueva mitología. Es interesante 
considerar que Schlegel, en tensión con la teoría de los géneros de Herder, no 
sólo rechazaba la idealización del pasado helénico sin comprometer una tesis 
de la fi losofía de la historia del arte: lo que rechaza en este punto es la sujeción 
de la forma a un devenir determinista que involucre un periodo de gestación, 
de cristalización y de decadencia.15 
Esta matriz del pensamiento herderiano fue en parte adoptada por el fun-
dador de la refl exión lingüística del Romanticismo, Wilhelm von Humboldt, 
en su refl exión sobre el desarrollo de las lenguas, pero en menor medida en su 
teoría de los géneros poéticos. La refl exión organicista de Humboldt demanda 
para la poesía moderna una premisa política insustituible, que el género en 
cuestión señale las condiciones de su desarrollo, idea que pudo haber infl uido 
la producción poética de Schiller. De esta manera, en relación con el poema 
“Naturaleza y escuela” (Natur und Schule, luego Der Genius)16, Schiller deja 
entrever que en el retorno a la poesía y en la afi rmación teórico política de Hum-
boldt hay un horizonte conceptual compartido. En ese poema se postula que 
por medio del arte, el hombre podría tomar contacto con la libertad, y si bien 
la creación artística podría ser esencialmente fantasía, conservaría la condición 
de verdad en la representación, que por medio de la mímesis se vería restaurada 
como tal (la verdad como luz que se esparce por el fondo de la percepción17). 
De esta manera, en la modernidad la práctica poética es praxis pedagógica, pero 
fundamentalmente la posibilidad de expresión de una libertad genuina, no sólo 
moral, sino empírica, que necesariamente inaugura una dimensión crítica de la 
refl exión. Los románticos, por su parte, recogen de la estética schilleriana que 
14 Cf. Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 38. 
15 “Así es con cada arte y con cada ciencia: germina, brota, fl orece, se marchita. Así sucede también 
con el lenguaje.” Herder 2005, p. 115. La traducción es nuestra.
16 Cf. Schiller 1958, pp. 702, 703.
17 Véase Schiller 1967, carta IX.
36
Juan Lázaro Rearte
la experiencia estética conlleva una capacidad de transformación, o una posibi-
lidad de armonía social última en la confl uencia de pensamiento y sensibilidad 
creativa, pero no de modo natural, por lo demás impracticable, sino por medio 
de la comprensión intelectual y la refl exión, facultades del poeta moderno, ya 
que la unión con la naturaleza sólo es intelectual y por lo tanto artifi cial. 
Más allá, desde luego, de la relación de Schiller con la escuela romántica18, 
Friedrich Schlegel formaliza en los fragmentos del Athenäum una caracterización 
de lo naiv cercana a Schiller para nombrar “aquello que es natural, individual 
o clásico”19 que debe ser, en su condición poética simultáneamente intención e 
instinto. En este punto, el lenguaje de la modernidad impone un riguroso límite, 
el de la conciencia, el dato de la histórica desvinculación de la naturaleza, que 
sólo hace posible la refl exión sobre ella por medio del humor, del Witz, de un 
uso del lenguaje cuya primera atribución es señalarse a sí mismo. El lenguaje 
como acto de refl exión, es un sistema refl ejo de lo arbitrario, de lo que es y 
de lo que no es, donde se funda la ironía (Fragmento 305)20 como un acto de 
construcción irregular del yo, que consolida los sedimentos para su afi rmación 
tanto como los carcome para desestabilizarlo. De aquí la paradójica cercanía 
de un sistema universal como el lenguaje con lo discontinuo y lo fragmentario 
de la ironía.
Para Schiller, en 1795, el poeta moderno o sentimental era el que accedía 
a la naturaleza ideal por medio de la comprensión intelectual y la refl exión, ya 
que no era posible restablecer la unión entre naturaleza y cultura o desandar 
el alejamiento de la naturaleza ejecutado por la conciencia histórica. La unión 
del poeta con la naturaleza, en términos estéticos fue preservada como “idea” y 
“objeto”, descripción que sigue el principio kantiano según el cual la naturaleza 
cumple, en la experiencia estética, la atribución de idea pura de perfección y 
de unidad. Acá no debe sorprender la proximidad con la refl exión de Schlegel 
en Sobre el estudio de la poesía griega. Uno y otro, ocupados por objetos seme-
jantes, evaluaban positivamente la modernidad a partir del alejamiento del arte 
“ingenuo” y de las leyes que se derivan de la poética aristotélica (para Schlegel, 
improcedentes e infundadas). Schlegel vuelve a dirimir frente a Herder el campo 
literario en relación a la obra de Shakespeare21 y, lo que resulta síntoma de la 
época, la construcción de la imagen de la obra “más moderna entre los antiguos”, 
18 Véase Schiller 1948.
19 Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 7.
20 Cf. Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 46.
21 Ver en este volumen el trabajo de Florencia Abadi y Román Setton, “La fi gura de Hamlet en 
la poética de Friedrich Schlegel”.
37
Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo
como si en ella pudiera fl uir un catalizador que reuniera, unilateralmente, lo feo 
y lo bello22. La producción de la imagen de sí por medio de la representación 
del autor (Shakespeare) y de la obra (lo interesante) remiten a una compleja 
forma de refl exión del yo y de las relaciones con el resto del campo literario 
(Goethe, en primer lugar). Las estrategias de montaje y de lectura se vuelven 
entonces centrales, lo que sugiere que no sólo se deba estudiar en el periodo 
el egotismo que se imprime en la silueta de cada gran obra, sino también la 
presentación del autor que se transparenta en su nueva dimensión pública, ante 
la masa de lectores y de aspirantes a ocupar un lugar en una sociedad que se 
ha transformado en intérprete23. La lectura, a la par de la escritura, en verdad 
deviene acrecentada imagen que devora al objeto en la refl exión. Frente a la 
conciencia y el juicio del artista24, la lectura crea como hecho social un nuevo 
sujeto que funda una tensión imprevista. Se trata del público, que también se 
constituye en acción solitaria pero social, que también transforma, atado a sus 
condiciones de existencia, un objeto de la cultura, también lenguaje.
II
La expansión de la práctica de la lectura a partir de la Ilustración fue 
decisiva para la divulgación y popularización de las ideas estéticas, pero hacia 
fines del siglo XVIII este fenómeno se acrecentó con el desarrollo de la prensa 
especializada como mercado25. Es el desarrollo de una industria, la del libro 
y la de la prensa, que crea un espacio social de intercambio muy activo: una 
multitud de inquietos autores atentos a las maniobras de los consagrados, lec-
tores, editores y libreros que habían hecho de ciudades como Berlín y Leipzig, 
22 En el sentido en que Shakespeare es caracterizado en el Fragmento 247 del Athenäum: “La 
universalidad de Shakespeare es como el centro del arte romántico” (Schlegel, A., Schlegel, F. 
Schleiermacher, Novalis 2005, p. 37). Ver, además, Szondi 1964. 
23 Cf. Newlyn 2003, pp. 3-13.
24 En la correspondencia de Goethe y Schiller se puede tomar registro de hasta qué punto el clasi-
cismo de Weimar se constituye como faro de la literatura moderna y como espacio de consensos, 
disensos y sobre todo de censura, ya por el gusto popular, ya por la literatura que responde a esa 
demanda. Son contribuciones relacionadas con este problema el artículo de Martín Koval sobre 
la situación de la lectura y sus “peligros” y el de Sandra Girón sobre el desafío de la escritura 
femenina frente al canon de la Goethe Zeit, ambos incluidos en este volumen.
25 Cf. Faulstich 1996, p. 177.
38
Juan Lázaro Rearte
terrenos con verdadero pulso político y cultural26. La esfera pública, animada 
por el intercambio intelectual de las jóvenes generaciones, crea condiciones 
de escenifi cación en las que toda enunciación se volvía objeto de debate. La 
representación de la realidad cultural y política omnipresente, de un alcance 
novedoso, consolida el espacio literario autónomo, aunque también pone en 
evidencia los límites de sus posibilidades. Esa libertad limitada se dirige, de 
modo progresivo, del desborde de la forma tradicional al fragmento como 
forma no rota ni anómala, sino como síntoma del futuro que altera tanto la 
escritura como la lectura y que señala el sentido en un encuentro teleológico 
de la actualidad social y lo poético por fuera del fragmento, como dos fuerzas 
que accionan y reaccionan alternadamente, sujeto y objeto, por la que el yo 
sólo puede ser producto del no-yo27. La noción clasicista según la cual la natu-
raleza posee una cierta disposición estética autónoma, coherente, organizada 
y jerárquica cede terreno frente a una cosmovisión fragmentaria en la que los 
fenómenos, objetos de la percepción, pueden constituir un conjunto orgánico, 
pero que se vuelve fragmento, elemento parcial cuando no compuesto, escindido 
en la representación. 
El modelo que se presenta está emparentado directamente con una natu-
raleza inabarcable, no armónica en su totalidad28, que reúne oposiciones y por 
eso la cuestión de la intemporalidad e inmutabilidad de la obra clásica se vuelve 
insostenible en tanto no es posible ponerla en relación con una organización 
natural: aquel referente se perdió, y las palabras no pueden remontar esa distan-
cia. Las palabras, entonces, desvinculadas de la forma total se dirigen al objeto 
compuesto, escindido, producto melancólico de un lenguaje que cae sobre sí 
26 El artículo de Jimena Solé permite ver en la “polémica del spinozismo” la tensión entre el 
núcleo de la Ilustración y su planifi cada dispersión en el Idealismo y el Romanticismo y razonar 
sobre el debate intelectual entendido como intercambio, aunque no desprovisto de mezquin-
dad y de estrategias de confl icto, pero sobre todo como una escenifi cación de la vida cultural. 
Haciendo uso de la ironía y del sarcasmo, Heine ventilaba la vida privada de un autor como 
Schlegel, pero con el fi n de liberar la tensión política que constituye el perfi l de un intelectual: 
“Friedrich Schlegel murió en el verano de 1829, como se dijo, como consecuencia de un abuso 
gastronómico. Tenía cincuenta y seis años. Su muerte produjo uno de los escándalos literarios 
más repulsivos” (Heine 2007, p. 97). 
27 Ver el trabajo de Laura Carugati sobre la teoría del fragmento en los escritos de Friedrich 
Schlegel. 
28 El artículo de Damiana Alonso da cuenta de la relación de ese conjunto natural con la for-
ma literaria, del fenómeno con el artifi cio por medio de la experiencia de observación y de la 
escritura.
39
Agitación, síntoma y melancolía en el Romanticismo
mismo y que busca un objeto nuevo en el mundo29. ¿Cómo ajustarse al cuadro 
del que toma parte, donde el sujeto está parado frente a sus contemporáneos 
con la capacidad de decir y de pensar y sólo en segunda instancia de actuar? 
La estética romántica refl exiona, se refl eja en esta escisión de la conciencia de 
la palabra y del movimiento, se observa y se conoce: el estudio del lenguaje 
permite acceder al conocimiento mórbido de sus debilidades y defectos, pero 
también de una esperanza ulterior. El conocimiento de la estructura espacial 
atravesada por el desarrollo temporal permitiría acceder a lo inmanente del 
lenguaje, a su energía.
Parece central en este punto que la refl exión sobre el lenguaje como medio 
de captación de la realidad proporciona en Fichte y en Schlegel un material 
constitutivo tan dinámico como el objeto que debe captar y representar. De 
la misma forma que para Kant la base del conocimiento, la experiencia, no se 
confunde con su origen, la estructura trascendental del espíritu, el comienzo 
antropológico y diacrónico del lenguaje no permitiría obtener conocimiento 
efectivo de su condición universal. Esta tesis epigenética, que supone la his-
toricidad del lenguaje, pero como desenvolvimiento y no como reconstrucción 
de sus monumentos30, depara una doble dimensión que permite entender la 
representación de un objeto dinámico (la poesía progresiva) por medios diná-
micos; esto es, el lenguaje, tal como Schlegel refl exiona sobre la poesía, como 
teoría, una facultad natural y universal, de desarrollo orgánico, pero también 
como pragmática, como capacidad de mutación, de transformación. Para la 
primera, Schlegel reclamará en Sobre la lengua y la sabiduría de los indios (1808) 
la formalización de la Linguistik anunciada por los ilustrados Adelung y Vater 
en el prefacio del Mithridates. Esta ciencia comparativa permitiría estudiar la 
anatomía de una lengua particular, mientras que el lenguaje entendido como 
intervención debe estudiarse en toda su capacidad en la poesía, donde se cons-
tituye como identidad de sí del autor, pero como identidad escindida, toda 
vez que es una construcción fundada en la percepción también fragmentaria 
de su relación con el no-yo. Según la estética de Schiller, seguida de cerca por 
Schlegel, la unión del poeta con la naturaleza fue preservada como “idea” y “ob-
jeto”, lo que hacía de la representación de la naturaleza un ámbito (imaginado) 
29 De esta manera la estructura lingüística debería facilitar la cristalización de los hechos de su 
tiempo, en el Fragmento 429 del Athenäum, leemos: “una lengua sujeta a conveniencias como la 
francesa ¿no debería hacerse republicana mediante un derecho soberano de la voluntad general?” 
(Schlegel, A., Schlegel, F. Schleiermacher, Novalis 2005, p. 76).
30 Cf. Croce 1950, p. 52. En la tesis lingüística de Humboldt el tratamiento organicista de origen, de-
sarrollo y decadencia se atribuye a las lenguas, las americanas por ejemplo, más que al lenguaje. 
40
Juan Lázaro Rearte
de perfección y de unidad. Así, para románticos como Friedrich Schlegel el 
arte es la única posibilidad de plasmación de la libertad, lo cual sólo es posible 
por el abandono de la actitud receptiva hacia ella en favor de una orientación 
productiva que transforme sus limitados objetos en ilimitados –e inabarcables– 
por medio de la obra. De esta manera, la enfermedad se vuelve una metáfora 
adecuada, incluso, para los partidarios de la escuela romántica. 
La propagación del síntoma, la transformación, la anomalía, la reescritura 
y la variación en la diversidad conducen a las mejores condiciones de desarrollo 
de la poesía universal progresiva, autorrefl exiva. El fundamento de la ironía es 
fundar

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