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Historia de la América Latina

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Sociolinguistic ISSN: 1750-8649 (print)
Studies ISSN: 1750-8657 (online) 
 
Affiliation 
 
City University of New York, CUNY, USA 
email: josedelvalle@gmail.com 
 
SOLS VOL 5.3 2011 465–484 
© 2012, EQUINOX PUBLISHING 
doi : 10.1558/sols.v5i3.465 
 
Article 
 
 
 
 
Panhispanismo e hispanofonía: 
breve historia de dos ideologías siamesas 
[Panhispanism and hispanofonía: 
brief history of siamese ideologies] 
 
José del Valle 
 
 
Abstract 
In this article, I review the language’s development as an instrument of political action from 
the time of Spain’s colonial expansion and the post-independence period – in which various 
nation-building projects were undertaken – through the more recent processes of regional 
integration. More precisely I focus on panhispanism and the linguistic ideology – 
hispanofonía – in which it has attempted to construct a culturally, economically, and 
politically operative community. 
 
KEYWORDS: PANHISPANISM, LINGUISTIC NATIONALISM, LANGUAGE-IDEOLOGICAL 
DEBATES 
 
 
 
mailto:josedelvalle@gmail.com
466 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
 
1 La lengua como instrumento de colonización y construcción 
nacional 
 
Aunque lengua y poder – esa pareja inseparable – recorren tomadas de la mano la 
historia toda de la humanidad, hay momentos epifánicos en los que su obvia pero 
en general poco explícita relación sube a la superficie del discurso y exhibe con 
descaro su ascendente sobre las formas de ser de una sociedad cualquiera.1 Uno de 
esos momentos – uno de los más reconocibles – lo protagoniza Elio Antonio de 
Nebrija en 1492 al explicar, en el conocido prólogo a su gramática de la lengua 
castellana, el sentido de la misma (Rojinski 2000): 
 
Que después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos 
bárbaros y naciones de peregrinas lenguas: y con el vencimiento aquellos 
ternían necessidad de recebir las leies: quel vencedor pone al vencido y con ellas 
nuestra lengua: entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento 
della como agora nos otros deprendemos el Arte de la Gramática latina para 
deprender el latín. y cierto assí es que no sola mente los enemigos de nuestra fe 
que tienen ia necessidad de saber el lenguaje castellano: mas los vizcaínos. 
navarros. franceses. italianos. y todos los otros que tienen algún trato y 
conversación en España y necessidad de nuestra lengua: si no vienen desde 
niños a la deprender por uso: podrán la más aína saber por esta mi obra. 
(Esparza Torres y Sarmiento 1992:107–109) 
 
En estas palabras, Nebrija no sólo dejaba constancia del servicio que al ejercicio 
del poder le presta el control intelectual de la lengua sino que avanzaba además 
un modelo de legitimación del idioma fundado en criterios a la vez exógenos 
y pragmáticos. En el mundo lingüístico nebrisense, el valor de una lengua no 
reside exclusivamente ni en la posesión de propiedades formales superiores – 
representadas en la gramática – ni en la asociación natural con universo sacro o 
verdad metafísica alguna. En el fragmento citado, lengua y gramática derivan su 
valor del papel que juegan en la afirmación del poder del Estado como soporte de 
la ley y materia necesaria de una pedagogía de la subordinación. 
 Este modelo de legitimidad es precisamente el que hallamos tras los debates 
que, desde la conquista hasta la independencia, se libraron sobre la política 
lingüística colonial y posibilitará el que – como han mostrado los trabajos de 
Shirley Brice Heath (1972) o Francisco de Solano (1991) – el estudio y uso de las 
lenguas indígenas de América en el contexto colonial – es decir, su sometimiento 
a epistemologías europeas – sea con frecuencia promovido por ser éstas con-
sideradas mejores compañeras del Imperio que el propio castellano. Claro está 
que la conquista militar, la subyugación de la población indígena y la explotación 
por parte de las potencias europeas de los recursos naturales del territorio 
conquistado (es decir, el imperialismo) crearon las condiciones que – en el caso 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 467 
 
que aquí nos ocupa – hicieron del español la lengua cuyo conocimiento le 
conferiría al que lo poseyera un estatus privilegiado y que con el paso del tiempo 
se extendería por todo el continente y por (casi) todos los estratos de las 
sociedades americanas a expensas de las lenguas originarias. 
 Además del imperialismo, la puesta en marcha de diversos procesos de 
construcción nacional a ambos lados del Atlántico determinó también de manera 
significativa el desarrollo del idioma. Dentro de la propia Península Ibérica, a 
medida que durante el siglo dieciocho y tras la guerra de sucesión (1701–1713) se 
afirmaba el modelo centralizado de Estado borbónico, se imponía progresiva-
mente la castellanización del Reino y se consolidaba a la vez la condición 
hegemónica del español. El cuerpo de leyes conocido como decretos de Nueva 
Planta unificó y centralizó las instituciones y sucesivos decretos y reales órdenes 
fueron imponiendo el castellano en dominios donde hasta la fecha se habían 
usado otras lenguas peninsulares. Un objetivo inicial de aquellas políticas fue la 
Real Audiencia de Barcelona – donde desde 1716 se hizo obligatorio el uso del 
castellano – y, décadas más tarde, el sistema educativo: a partir de 1763 se les 
exigió a los maestros de primaria de todo el Reino – incluso, por supuesto, en las 
regiones no hispanohablantes – que conocieran y usaran la ortografía académica. 
La gramática correría la misma suerte a partir de 1780 (véase Moreno Fernández 
2005:168–173, Martínez de Sousa 2011, Senz 2011). 
 El siglo diecinueve – tras las guerras de independencia americanas (libradas 
mayormente en la segunda década) – será testigo de tensas negociaciones sobre 
el devenir de la lengua (¿se fragmentará o no?), sobre su estatus simbólico 
(¿representa o no una única cultura panhispánica?) y sobre las fuentes de 
autoridad para su gestión (¿es sostenible un dispositivo institucional que gravite 
en torno a la Real Academia Española?). Del complejo entramado de circun-
stancias que forman este panorama glotopolítico destacaremos dos que resultan 
esenciales para comprender el movimiento panhispanista del que nos vamos a 
ocupar. Primero, la posición privilegiada de España como fuente de autoridad 
lingüística se tambalea no sólo por el colapso del Imperio sino por el desprestigio 
cultural en que había caído la vieja metrópoli; y segundo, la élite letrada criolla 
comprende el valor político del castellano y la necesidad de asumir su control en 
América, es decir, el valor y la necesidad de ser ella misma la que lo acote por 
medio de lo que González Stephan (1995) ha llamado disciplinas escriturarias de 
la patria (véase también Ramos 1993 y 1999).2 
 
 
2 La imaginada comunidad panhispánica 
 
La pérdida de las colonias estimuló en la sociedad española la apertura – aunque 
lenta – de un proceso de reflexión sobre la naturaleza y valor estratégico del 
468 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
vínculo con la América hispanohablante. Por un lado, se activó un frente 
diplomático que resultó en la firma de tratados de paz y amistad con los nuevos 
Estados: el primero en 1836 con México y el último en 1894 con Honduras 
(Pereira y Cervantes 1992). Por otro lado, se fue articulando un movimiento – 
sustentado por iniciativas privadas y, en menos ocasiones, por el impulso de los 
gobiernos de España – que respondía a la convicción de que, a pesar de la 
independencia, la cultura de las naciones hispanohablantes era esencialmente 
cultura española (Pike 1971, Sepúlveda 1994 y 2005, van Aken 1959). A lo que este 
movimiento aspiraba era al fortalecimiento de esa unidad y al desarrollo de una 
conciencia panhispánica que resultara cultural, económica y políticamente 
operativa. Isidro Sepúlveda, su principal estudioso, lo ha definido como 
 
[l]a interpretación de la continuidad hispana en América como base para la 
construcción – e incluso comoevidencia de su existencia – de un ascendente 
español sobre las sociedades del continente; ascendente susceptible de ser 
instrumentalizado para fundamentar una política exterior de prestigio que 
recuperara el valor internacional de la España de comienzos del siglo XX. 
(Sepúlveda 2005:22) 
 
La unidad cultural transatlántica de base peninsular se entendía por lo tanto como 
un valor estratégico para España pues favorecía sus intereses en la América 
hispanohablante frente a la rivalidad de potencias internacionales tales como 
Gran Bretaña, Francia y, muy especialmente, Estados Unidos (la larga sombra de 
la doctrina Monroe se proyectaría durante décadas sobre la relación entre España 
y sus ex colonias). 
 A partir de mediados del siglo diecinueve, el panhispanismo empezó a exhibir 
un cierto grado de estructuración a través de publicaciones tales como La 
América, Crónica Hispano-Americana, La Ilustración Española y Americana, 
Revista Hispano-Americana, El Correo Español o La Revista Española de Ambos 
Mundos (Sepúlveda 1994:38). Un momento crucial en su desarrollo fue la 
creación en 1885 de la Unión Ibero-Americana (UIA), asociación que, según sus 
Estatutos, se proponía ‘estrechar las relaciones de afecto, político, sociales, 
económicas, científicas y artísticas de España, Portugal y las naciones americanas, 
y procurar que exista la más cordial inteligencia entre estos pueblos hermanos’ 
(Unión Ibero-Americana 1893:5). Para ello se promovía el desarrollo de tratados 
de comercio, propiedad intelectual e industrial, arbitrajes, legislación civil y penal; 
la habilitación recíproca de títulos educativos; la gestión de la rebaja de tarifas de 
telégrafos y correos; y la celebración de tratados postales (Unión Ibero-Americana 
1893:6–7). Tal como revelan los estatutos de la organización y como han señalado 
Martín Montalvo et al., el panhispanismo tuvo siempre una fuerte impronta 
económica y por ello la UIA se dedicó a favorecer ‘los lazos comerciales, bajo la 
idea de que Iberoamérica era el ‘mercado natural’ de España’ (Martín Montalvo et 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 469 
 
al. 1985:163, el énfasis es mío). Por eso no sorprende, como indica Sepúlveda, que 
las burguesías catalana y andaluza (partidarias desde pronto del reconocimiento 
de las independencias y de la promoción del comercio con América) coincidieran 
en muchos de sus proyectos con el panhispanismo: 
 
La pretensión de aumentar el comercio, disponer de puertos de acogida 
favorable para la abundante mano de obra de potencial emigración y acelerar el 
movimiento de reconocimientos consiguió que se generara la conciencia de 
fortalecer los vínculos entre España y los países americanos. Pronto se llegó a la 
conclusión de que el medio más efectivo para todo ello era la utilización como 
instrumento operativo de la pertenencia a una misma comunidad cultural. 
(Sepúlveda 1994:37, el énfasis es mío) 
 
Y este era el gran desafío que se planteaba el panhispanismo: construir una 
comunidad en el solar imperial y con los escombros del imperio pero silenciando 
a la vez las resonancias imperiales del esfuerzo. En palabras de la propia UIA, 
 
emplear los medios más eficaces y oportunos, á fin de cada día aumenten las 
relaciones de todo género entre España, Portugal y las Repúblicas americanas, 
suavizando asperezas é infundiendo amor y confianza mutua para aunar y 
dirigir las nobles aspiraciones que á todos animan. (Unión Ibero-Americana 
1893:7, el énfasis es mío) 
 
Al servicio del cumplimiento de tales objetivos se ponían iniciativas tales como la 
ya mencionada Revista Española de Ambos Mundos, que en su primer número de 
1853 definía así su misión: 
 
Destinada a España y América, pondremos particular esmero en estrechar sus 
relaciones. La Providencia no une a los pueblos con los lazos de un mismo 
origen, religión, costumbres e idioma para que se miren con desvío y se vuelvan 
las espaldas así en la próspera como en la adversa fortuna. Felizmente han 
desaparecido las causas que nos llevaron a la arena del combate, y hoy el pueblo 
americano y el ibero no son, ni deben ser, más que miembros de una misma 
familia; la gran familia española, que Dios arrojó del otro lado del océano para 
que, con la sangre de sus venas, con su valor e inteligencia, conquistase a la 
civilización un nuevo mundo. (citado en Fogelquist 1968:13–14) 
 
En estos términos se formulaban las ideas troncales del panhispanismo inicial: la 
conquista – concebida como misión civilizadora – era reivindicada como eje 
articulador de la ‘gran familia española’ y el ‘origen, religión, costumbres e 
idioma’ como elementos constitutivos del ethos panhispánico. 
 De entre los elementos identitarios que constituían el discurso panhispanista, el 
idioma fue adquiriendo mayor centralidad a medida que el movimiento se fue 
modernizando. Religión y costumbres resultaban más sensibles a las divergencias 
ideológicas y más susceptibles de ser problematizadas desde una historiografía de 
la colonia y de la condición americana en la que cada vez se hacían más visibles las 
470 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
culturas indígenas y africanas. La lengua debía de resultar, en principio, más 
neutra como ancla de la unidad panhispánica, más propicia para el consenso entre 
conservadurismo y progresismo o entre españoles y americanos y más resistente 
como marca de identidad a redefiniciones impuestas por los avances de las 
ciencias del lenguaje. 
 Sirvan como ejemplo del extraordinario valor que se le concedía al idioma las 
siguientes palabras de Rafael Altamira (1866–1951), figura representativa del 
panhispanismo progresista a principios del diecinueve: 
 
No cede en importancia como lazo de unión, sino que, en sentir de muchos 
pensadores (Fichte, por ejemplo), excede a todos la lengua. Sean cuales fueran 
nuestras ideas respecto de la conveniencia de una centralización y reglamenta-
ción del castellano como las que representa la Academia Española … no 
podemos negar los españoles que el mantenimiento y desarrollo de nuestro 
idioma conforme a su propio espíritu en las naciones que con él despertaron 
a la vida de la civilización moderna … es una base indispensable para la 
influencia y la intimidad intelectual. (Altamira 1900:19) 
 
Notamos que Altamira cita a Johann Gottlieb Fichte (1762–1814), referente 
imprescindible de los discursos que vinculan nación y lengua. Y no es casualidad, 
pues la estructura conceptual del nacionalismo lingüístico fue constitutiva del 
discurso panhispanista. Primero, la relación entre lengua y comunidad que se 
avanzaba respondía a la misma lógica: el idioma es la encarnación de unos valores, 
la representación icónica de una identidad compartida, el soporte material de las 
instituciones comunes y el instrumento que en sus materializaciones textuales 
posibilita el imaginar conciudadanos que hojean los mismos periódicos, leen las 
mismas novelas y transitan por los mismos espacios que construye la burocracia 
del Estado – en el caso del panhispanismo, un ‘trans-Estado’ por construir 
(recuérdese el programa de la UIA) – (Anderson 1991). En segundo lugar, el 
panhispanismo se convertía en uno de los ejes programáticos del nacionalismo 
español (Sepúlveda 2005). Si nacionalismo era la consolidación de un mercado 
nacional sobre una supuesta cultura compartida (Hobsbawm 1992), el 
panhispanismo ofrecía una estrategia de ampliación de ese mercado sobre una 
base también afectiva (particularmente necesaria tras la caída del poder imperial). 
Finalmente, para un nacionalismo español que, a partir del último tercio del 
diecinueve, veía aún fragmentado, lingüística y culturalmente, el territorio 
nacional y que empezaba a sentir incluso el cuestionamiento de su unidad política 
con la aparición de regionalismos y nacionalismos subestatales en Cataluña, 
Galicia y País Vasco, los mercados americanos y la imaginada cristalización de 
una única hispanidad trasatlántica – imaginada graciasa una ceguera que 
apagaba, entre otras cosas, la contribución de las culturas indígenas y africanas al 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 471 
 
desarrollo de América – se convertirán en oscuros objetos del deseo del 
nacionalismo español, de un deseo que respondía a pulsiones tanto afectivas como 
geoestratégicas. 
 Naturalmente, en un contexto pos-colonial cabía esperar que los esfuerzos del 
panhispanismo español fueran recibidos con reserva, desconfianza e incluso 
hostilidad por ciertos sectores de la sociedad y clase política americana, ansiosos 
no sólo por consolidar la independencia política sino por alcanzar una total 
emancipación que liberaba incluso el ámbito de la cultura. Y así fue. El 
panhispanismo hubo de enfrentarse no sólo a las limitaciones que imponía el 
escaso apoyo gubernamental – queja frecuente tanto en las páginas del boletín de 
la Unión Ibero-Americana como en los ensayos de Altamira – sino incluso a 
constantes desafíos a la idea del idioma como pilar inquebrantable de la 
comunidad panhispánica. 
 
 
3 Los debates lingüístico-ideológicos 
 
Tomaremos como marco de referencia teórica para el estudio de la batalla que se 
libra en torno al idioma el concepto de debates lingüístico-ideológicos propuesto 
por Jan Blommaert (1999). En aquel proyecto, el autor/editor hacía notar la 
ausencia de una historiografía de las ideologías lingüísticas y sugería como 
estrategia metodológica la delimitación del objeto ‘debate’: 
 
They [los debates] are patterns of interrelated discourse activities …often with 
a fuzzy beginning and end, of which we usually only remember the highlights, 
the most intense and polarized episodes. In the light of the textual nature of the 
process, it would be accurate to characterize debates as historical episodes of 
textualization, as histories of texts in which a struggle is waged between various 
texts and metatexts. Debates are more or less locatable periods in which a 
‘struggle for authoritative entextualization’ takes place. (Blommaert 1999:9) 
 
Las polémicas en torno a temas tales como la variación dialectal, el valor 
simbólico de una lengua o la producción de una norma culta son entendidas 
como complejos textuales en los que se materializan luchas por el establecimiento 
de lecturas hegemónicas de experiencias histórico-lingüísticas concretas cuyo 
análisis revela los procesos sociopolíticos en los cuales están inscritas. 
 En el siglo diecinueve, la representación de la lengua en el mundo hispano-
hablante se encontraba ya altamente institucionalizada. La Real Academia 
Española (RAE) se había creado en 1713 bajo la protección del primer rey Borbón 
(Felipe V) siguiendo el modelo de la Academie Française (fundada en 1635) y la 
italiana Academia della Crusca (de 1582) (Álvarez de Miranda 1995, Zamora 
Vicente 1999). La corporación adoptó el conocido lema ‘limpia, fija y da 
472 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
esplendor’, de incuestionables resonancias puristas, y asumió como principal 
objetivo la producción de un diccionario que, además de codificar y proteger el 
idioma, destacara como muestra ejemplar del estado de la cultura del país. La 
publicación del diccionario entre 1726 y 1739 fue seguida de la ortografía en 1741 
y la gramática en 1771. Si la RAE nació vinculada a la cultura política borbónica, 
con el paso del tiempo – como ya se indicó en la primera sección del artículo – no 
hizo sino fortalecer su complicidad con el Estado y su papel de gestora oficial del 
idioma en el ámbito educativo (Villa 2010). 
 Aunque a mediados del diecinueve la corporación ocupaba un lugar promi-
nente en la gestión de la norma – en la producción de los textos en los que se 
materializaba – y en la construcción de una imagen pública de la lengua, no estaba 
en absoluto resuelto su estatus en las ex colonias. De hecho, ya durante los 
primeros años de vida de las jóvenes naciones se empezó a desarrollar un régimen 
de normatividad específicamente americano que presagiaba un futuro difícil para 
la acción académica y para su capacidad de constituir, a pesar de la lengua común, 
un sistema/mercado cultural panhispánico único. 
 El caso más sobresaliente en la primera etapa es sin duda el del gramático 
venezolano Andrés Bello (1781–1865), quien propició en Chile una reforma 
ortográfica de calado y publicó, en 1847, la Gramática de la lengua castellana 
destinada al uso de los americanos (Arnoux 2008). La obra de Bello no contiene 
una declaración explícita de independencia lingüística – en realidad nacía con 
voluntad unificadora ante los temores de fragmentación lingüística que se 
empezaban a expresar en América y, como han señalado Moré (2004) y Gómez 
Asensio (2009), asumía el modelo de las variedades peninsulares castellanas del 
español –. Pero en la práctica era un gesto emancipador. La implementación de 
una reforma ortográfica al margen de la RAE y la aparición y exitosa distribución 
de una gramática con fines didácticos dejaban en evidencia la debilidad normativa 
de la Academia en América y anunciaban que la élite criolla letrada asumía el 
control del idioma al igual que había asumido el control de otras esferas de la vida 
en la América independiente. 
 En la Península, a mediados del siglo diecinueve surgieron las preocupaciones 
ya no sólo por el estado de la lengua en América (preocupación antigua y que, 
como acabamos de mencionar, compartían algunos letrados americanos) sino por 
la pérdida de prestigio de la propia corporación en las antiguas colonias. La RAE 
reaccionó, primero, nombrando individuos correspondientes en América, 
incluyéndolos así, al menos simbólicamente, en la gestión del idioma y, 
finalmente, en 1870 con un proyecto más ambicioso que impulsaba la creación en 
todo el continente de academias de la lengua correspondientes de la Española. Por 
supuesto, al concebir el consorcio, la RAE mantenía el control del diccionario, la 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 473 
 
ortografía y la gramática; imponía sus estatutos y reglamentos; y retenía el 
derecho a confirmar a todos los nuevos miembros de las sucursales americanas 
(Guitarte y Torres Quintero 1968, López Morales 1995, Zamora Vicente 
1999:345–367). Pero creaba un dispositivo institucional que debía demostrar a los 
americanos la voluntad de cooperación de los académicos españoles, consolidar la 
autoridad de la corporación (permitiéndole retener el control del estatus 
simbólico del idioma) y reforzar la unidad lingüística y cultural panhispánica al 
acercar a las clases letradas de ambos lados del Atlántico. 
 Si bien la iniciativa fue cuajando poco a poco (y acabó dando lugar a la 
creación de la Asociación de Academias de la Lengua Española después del 1951), 
el desarrollo del plan hubo de sortear difíciles obstáculos. Uno de los más sonados 
lo protagonizó el argentino Juan María Gutiérrez (1809–1878), destacado 
miembro de la generación del 37, quien, al recibir en 1876 su nombramiento 
como correspondiente de la Española, lo rechazó con el siguiente argumento: 
 
Creo, señor, peligroso para un sudamericano la aceptación de un título 
dispensado por la Academia Española. Su aceptación liga y ata con el vínculo 
poderoso de la gratitud, e impone a la urbanidad, si no entero sometimiento a 
las opiniones reinantes en aquel cuerpo. (Gutiérrez 2003:72)3 
 
Es decir, incluso décadas después de las efusiones independentistas de la juventud, 
un letrado americano de la talla de Gutiérrez expresaba la necesidad de conformar 
sistemas culturales autónomos y alertaba sobre los peligros que entrañaría la 
subordinación y dependencia de instituciones que, por mucha afinidad lingüística 
y cultural con América que en efecto exhibieran, representaban a países y por 
tanto a intereses extranjeros (Alfón 2008, Ennis 2008). 
 Otro revelador debate lingüístico-ideológico – este al margen de la institución 
académica – lo protagonizaron a finales del siglo diecinueve y principiosdel 
veinte el escritor (y académico) español Juan Valera (1824–1905) y el filólogo 
colombiano Rufino José Cuervo (1844–1911). En 1899, el colombiano lamentaba 
la lejana pero inevitable fragmentación del español en múltiples lenguas. Las 
diferencias dialectales que empezaban a manifestarse incluso en textos literarios, 
según Cuervo, representaban el inicio de un proceso de división del español 
análogo al que en su momento había dado lugar a que del latín se desarrollaran las 
lenguas románicas. Esta predicción preocupó a Juan Valera, quien respondió en 
un artículo publicado el 24 de septiembre en Los Lunes del Imparcial de Madrid. 
Afirmaba el español la salud de la lengua y apelaba a los hombres de letras para 
que cumplieran, con el necesario optimismo, la misión de guardianes que les 
correspondía. La polémica fue larga y compleja (del Valle 2004) y dio lugar a que 
salieran a la superficie las tensiones que venían caracterizando la gestión colectiva 
del idioma: ‘Los españoles, al juzgar el habla de los americanos, han de despojarse 
474 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
de cierto invencible desdén que les ha quedado por las cosas de los criollos’ 
(Cuervo 1950:288), escribió Cuervo; y, cuando, harto de los términos en los que 
Valera planteaba la discusión, dio por cerrada la polémica, lo hizo con palabras 
que revelaban el andamiaje político y poscolonial de la querella: 
 
[Valera] pretende que las naciones hispanoamericanas sean colonias literarias 
de España, aunque para abastecerlas sea menester tomar productos de países 
extranjeros, y, figurándose tener aún el imprescindible derecho a la represión 
violenta de las insurgentes, no puede sufrir que un americano ponga en duda el 
que las circunstancias actuales consientan tales ilusiones: esto le hace perder los 
estribos y la serenidad clásica. Hasta aquí llega el fraternal afecto. (Cuervo 
1950:332) 
 
En el año 1951 la RAE volvió a estar en el centro de una agria controversia. Por 
iniciativa del presidente de México, Miguel Alemán (1902–1983), la Academia 
Mexicana de la Lengua, correspondiente de la Española, había convocado un 
congreso que habría de reunir en la capital del país a todas las instituciones 
equivalentes del mundo hispanohablante. El conflicto se desató pocas semanas 
antes de la reunión cuando la RAE les comunicó a los organizadores que no 
podría asistir. El gobierno español del General Francisco Franco – que se había 
hecho con el poder tras un golpe de estado y una sangrienta guerra civil (1936–
1939) – le había exigido al mexicano que lo reconociera oficialmente y que 
renunciara a su lealtad al gobierno republicano en el exilio (heredero simbólico 
del sistema político derrotado por la fuerza en 1939). Ante la negativa de los 
mexicanos, el gobierno franquista prohibió a los académicos españoles acudir a la 
cita y la sorpresa e indignación que causó la noticia dio pie a que ya durante el 
Congreso el escritor mexicano Martín Luis Guzmán (1887–1976) hiciera un 
llamamiento a la reforma radical de la relación entre las academias. El primer 
punto de su iniciativa recomendaba 
 
a las Academias americanas y filipina, Correspondientes de la Real Academia 
Española, renuncien a su asociación con esta última en los términos previstos 
por el artículo IX del texto estatutario que las une, y asuman así de lleno la 
autonomía de que no deben abdicar y la personalidad íntegra que les es 
inalienable. (Guzmán 1971:1386) 
 
Guzmán sacaba a la luz la estructura jerárquica del dispositivo institucional de 
gestión del idioma y subrayaba además la impronta neocolonial que lo 
caracterizaba. Y frente a ello aprovechaba la oportunidad para reclamar una 
reforma democratizadora que pusiera en pie de igualdad a todas las naciones 
hispanohablantes en relación con la lengua compartida. Ante la posibilidad de que 
su iniciativa fuera tachada de secesionista, más adelante aclaraba: 
 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 475 
 
No es verdad que yo pida ningún rompimiento definitivo con la Real Academia 
Española. Recomiendo tan solo un procedimiento digno y práctico para llegar a 
una verdadera asociación o confederación de academias de nuestro idioma, 
incluida la Academia Española. (Guzmán 1971:1387) 
 
A pesar de sus esfuerzos, su discurso fue interpretado en clave secesionista y su 
propuesta fue aplastantemente derrotada pues sólo las delegaciones de Guatemala, 
Panamá, Paraguay y Uruguay apoyaron el paso de la iniciativa a la comisión 
correspondiente del congreso (del Valle 2010, Zamora Vicente 1999). 
 Estos debates lingüístico-ideológicos – apenas esbozados en esta sección (pero 
véase Alfón 2008, del Valle y Gabriel-Stheeman 2002 o 2004, Ennis 2008) – 
giraban en torno a los dialectos del español como señas de identidad nacional, al 
valor de la lengua como fundamento de una comunidad panhispánica y a la 
legitimidad de las instituciones constituidas para controlar el idioma. Eran en 
efecto luchas por la entextualización de una serie de experiencias histórico-
lingüísticas en las que convergían intereses diversos. Para el liberalismo español, 
que se enfrentaba a la construcción de una España moderna, el idioma era no sólo 
el instrumento de articulación del territorio/mercado nacional sino también el 
residuo del imperio con más posibilidades de sobrevivir a su colapso y, en 
consecuencia, de facilitar el acceso a los mercados ahora ex coloniales. Para la 
burguesía letrada latinoamericana, el idioma se presentaba como herramienta 
fundamental que, al encarar los retos de su propia construcción nacional, había de 
afirmar su poder simbólico no sólo frente a las clases no letradas del continente 
americano sino también frente a España – no sin tensiones y contradicciones 
internas como revela la derrota de la iniciativa de Guzmán – (González Stephan 
1995, Rama 2004, Ramos 1993). 
 
 
4 La política lingüística panhispánica 
 
La pedregosa senda por la que, como acabamos de ver, ha discurrido la historia de 
la RAE y su relación con la América hispanohablante empezó a transformarse 
a finales del siglo veinte, cuando se comenzó a implementar un proceso de 
renovación de la imagen institucional que, además de proponerse la moderniza-
ción tecnológica y el acercamiento al hablante (para superar los tradicionales 
estigmas del conservadurismo y el elitismo), declaraba un firme compromiso con 
la panhispanización de la corporación. 
 El viejo y profiláctico lema ‘limpia, fija y da esplendor’ ha sido progresivamente 
desplazado hacia una zona menos visible de la imagen pública que la Academia 
proyecta de sí misma. En su página web, en una brevísima sección dedicada a su 
historia, la RAE describe su propio desarrollo en los siguientes términos: 
 
476 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
La institución ha ido adaptando sus funciones a los tiempos que le ha tocado 
vivir. Actualmente, y según lo establecido por el artículo primero de sus 
Estatutos, la Academia tiene como misión principal velar porque los cambios 
que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las 
necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en 
todo el ámbito hispánico. (Real Academia Española) 
 
Aunque la defensa de la integridad del idioma ha estado siempre entre los 
objetivos de la RAE, lo que singulariza la fase actual son las estrategias diseñadas 
para completar con éxito la misión. Primero, todas las acciones académicas se 
describen – al menos en su presentación pública – como acciones mancomunadas 
en las que no es tanto la RAE como la Asociación de Academias de la Lengua 
Española (ASALE) la que produce los textos normativos. Así fue el caso con la 
Ortografía de 1999, con el Diccionario Panhispánico de Dudas de 2005 y con la 
Nueva Gramática de la Lengua Española de 2009. En segundo lugar, la protección 
de la unidad lingüística se afronta ahora discursivamente no desde la afirmación 
de la uniformidad (no desde la identificaciónde ambas) sino al contrario desde el 
abrazo a la diversidad interna. Esta doble estrategia – con la que se espera elidir la 
histórica imagen castellanocéntrica de la Academia – se muestra con absoluta 
claridad en el texto que describe oficialmente el nuevo proyecto académico, La 
Nueva Política Lingüística Panhispánica, publicado en 2004 por la RAE y firmado, 
nótese, no por ésta sino por la ASALE: 
 
En nuestros días, las Academias, en una orientación más adecuada y también 
más realista, se han fijado como tarea común la de garantizar el mantenimiento 
de la unidad básica del idioma, que es, en definitiva, lo que permite hablar de la 
comunidad hispanohablante, haciendo compatible la unidad del idioma con el 
reconocimiento de sus variedades internas. (ASALE 2004:3) 
 
La nueva política académica es por lo tanto panhispánica, primero, porque dice 
anclar su trabajo en la ASALE y no producir texto normativo alguno sin el 
consenso entre todas las academias; segundo, porque asume un modelo de 
normatividad policéntrico; y, tercero, porque instrumentaliza la unidad del 
español (más conceptual que formal en tanto que se abraza no la norma uniforme 
sino la diversidad interna) como basamento de la comunidad panhispánica. 
 
 
5 La hispanofonía como ideología lingüística 
 
Notemos una reveladora coincidencia: la repentina profusión de textos lingüísti-
cos normativos consensuados se produce al tiempo que, entre importantes 
sectores de la clase política y empresarial española, se generaliza un discurso que 
describe a la América hispanohablante como objetivo ‘natural’ y ‘legítimo’: 
 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 477 
 
Iberoamérica es un objetivo político, económico y empresarial legítimo para los 
españoles … Estamos mucho menos lejos de América Latina de lo que nadie 
puede pensar. (Jesús de Polanco, presidente de PRISA, cit. en EL PAÍS 
24/7/1995, el énfasis es mío) 
 
Iberoamérica es un área de expansión natural para las entidades y empresas 
españolas, porque las raíces culturales y el idioma común facilitan el acceso a 
los mercados y la clientela. (Casilda Béjar 2001, el énfasis es mío) 
 
En el quinto lugar del «ranking» del sector de las editoriales en todo el mundo, 
después de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y China, las españolas, 
terceras en Europa por delante de Francia, son líderes en casi todos los países 
de Iberoamérica, su vía natural de expansión, por lo que, según los expertos, 
apremia salir a la conquista de nuevos mercados. (ABC 31/12/2006, el énfasis es 
mío) 
 
Nos encontramos obviamente ante un periodo caracterizado por una serie 
de desarrollos trascendentales para la vida económica y política del mundo 
hispanohablante: el despegue económico de España a partir de finales de los 
ochenta y el subsecuente aterrizaje de empresas de diversos sectores (principal-
mente banca, telecomunicaciones, editorial y energético) en los mercados globales 
y muy especialmente en los cada vez más liberalizados mercados latinoamericanos 
(Bonet y de Gregorio 1999, Casilda Béjar 2001, Cecchini y Zicolillo 2002). En este 
contexto la afirmación de la naturalidad y legitimidad de la presencia española en 
la América hispanohablante supone el reencuentro con el viejo panhispanismo, 
eso sí, ahora potenciado (como habían exigido con poco éxito los promotores 
decimonónicos del movimiento) por un decidido compromiso político y 
empresarial. 
 Una de las manifestaciones más claras de este compromiso fue de hecho el 
impulso dado por sucesivos gobiernos españoles a la Conferencia Iberoamericana 
de Naciones (CIN) y a las Cumbres Iberoamericanas, reuniones periódicas de 
jefes de Estado y de Gobierno celebradas con el fin de promover la cooperación y 
la solidaridad regional y estimular la cristalización de la CIN. Como ha señalado el 
diplomático chileno Raúl Sanhueza Carvajal ‘el trabajo diplomático para 
consensuar esta iniciativa estuvo determinado por el ejercicio de un liderazgo 
español, el cual en esta etapa, asumió la forma de ‘liderazgo ejemplificador o 
pedagógico’, caracterizado por la prudencia y una inspiración idealista’ (2003:38). 
Las Cumbres (y con ellas la CIN) empezaron a cuajar a partir de la celebración de 
la primera en Guadalajara (México) en 1991 y la segunda en Madrid (España) en 
1992 y, sobre todo, a partir de la creación en 2003 de la Secretaría General 
Iberoamericana (SEGIB), órgano permanente de la CIN. 
 Con todo, la clave del éxito de este proyecto parece seguir estando en la 
posibilidad de construir una relación operativa con la América hispanohablante 
478 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
que se sostenga en el terreno de los afectos. ‘Hay que dejar muy claro que no se 
trata de construir el equivalente de la Francofonía, o la Commonwealth en las que 
las antiguas metrópolis juegan un papel hegemónico. En el caso español, la 
relación no es paterno-filial sino fraternal’ (Papell, 1991:166), decía un diplo-
mático español. Se hace necesario, por tanto, recurrir a la consolidación de las 
raíces culturales compartidas y, sobre todo, según indica Casilda Béjar (Director 
del Centro para la Promoción de Inversiones para Iberoamérica de la 
Confederación Española de Organizaciones Empresariales), a la afirmación del 
idioma común como elemento aglutinador del sentir panhispánico: ‘adviértase 
que la extraordinaria posición alcanzada [por España] en este continente, ha sido 
posible gracias a nuestro extraordinario aliado: el idioma, causa y efecto de 
nuestra afinidad cultural, psicológica y afectiva’ (Casilda Béjar 2001). 
 Frente a este telón de fondo geopolítico cobra pleno sentido la política 
lingüística panhispánica de la RAE, su esfuerzo por reconstruir su relación con las 
academias americanas, su colaboración con ellas en la actividad normativa y, muy 
significadamente, su compromiso con la producción de nuevas representaciones 
de la lengua que participen más felizmente que en el pasado en la consolidación 
del papel de España ante la América hispanohablante. Estamos, por lo tanto, ante 
acciones glotopolíticas enérgicas que producen y reproducen una ideología 
lingüística que llamaremos hispanofonía: una visión del español promovida desde 
las instituciones con el fin de, en primer lugar, normalizar su estatus como base de 
una comunidad históricamente constituida, y en segundo lugar, consolidar 
influencias en un mercado siempre codiciado por los agentes económicos 
globales. 
 
 
6 El español más allá del mundo hispánico 
 
De hecho, el desarrollo de mercados económicos globales ha impulsado no sólo 
las políticas panhispánicas sino también políticas destinadas a la promoción del 
español como valiosa lengua internacional y global (Mar-Molinero 2003) y como 
valor estratégico para la proyección exterior de España. En este contexto, en 1991 
se creó – siguiendo los modelos ofrecidos por la Alliance Française y el British 
Council – el Instituto Cervantes ‘para la promoción y enseñanza de la lengua 
española y para la difusión de la cultura española e hispanoamericana’ (Instituto 
Cervantes). Veamos los términos en que esta importante agencia define su misión: 
 
Organizar cursos generales y especiales de lengua española, así como de las 
lenguas cooficiales en España. Expedir en nombre del Ministerio de Educación 
y Ciencia, los Diplomas de Español como Lengua Extranjera (DELE) y 
organizar los exámenes para su obtención. Actualizar los métodos de 
enseñanza y la formación del profesorado. Apoyar la labor de los hispanistas. 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 479 
 
Participar en programas de difusión de la lengua española. Realizar actividades 
de difusión cultural, en colaboración con otros organismos españoles e 
hispanoamericanos y con entidades de los países anfitriones. Poner a dispo-
sición del público bibliotecas provistas de los medios tecnológicos más 
avanzados. (Instituto Cervantes) 
 
En esta declaración de objetivos se vislumbra, como ocurría al analizar el discursode la RAE, la presencia de preocupaciones que trascienden lo puramente 
lingüístico y que nos remiten tanto a los avatares de la política nacional como a los 
intereses geoestratégicos de España. Subrayamos, por un lado, que el compromiso 
a enseñar no sólo español sino también las lenguas cooficiales de España adquiere 
pleno significado en el contexto de una dinámica política concreta: la existencia de 
múltiples procesos de construcción nacional y reivindicaciones independentistas 
dentro de la propia España y los esfuerzos del gobierno central por consolidar la 
unidad política del país y la legitimidad del Estado adoptando una retórica de 
apoyo a la diversidad cultural y lingüística. Subrayamos también que el Cervantes 
se compromete con la promoción de las culturas españolas e hispanoamericanas, 
un compromiso que ha de ser entendido a la luz del proyecto panhispánico ya 
discutido. 
 Pero el objetivo central de esta importante agencia española es la conformación 
de una lengua-commodity – que se cotiza al alza en los mercados lingüísticos 
globales debido al gran número de hablantes que posee y a la importancia de los 
mercados a los que da acceso – y la organización de una industria en torno a su 
producción, distribución y venta. El Cervantes crea sus propios materiales 
didácticos y escuelas de idiomas, desarrolla un sistema de credencialización del 
conocimiento del español (el Diploma de Español como Lengua Extranjera, 
DELE) y ofrece incluso servicios de evaluación de calidad docente y lingüística a 
diversas agencias, instituciones y gobiernos del mundo. Estas actividades del 
Instituto, en virtud de su dependencia del Ministerio de Exteriores del gobierno 
español, están coordinadas con la acción de éste y se despliegan, como cabría 
esperar, en defensa de los intereses del país. Nos encontramos por tanto ante un 
difícil ejercicio de malabarismo en el cual el Instituto Cervantes trata de mantener 
en el aire la identidad plurilingüe de España y la defensa y promoción prioritaria 
del español, el espíritu panhispánico y la defensa de los intereses de España en los 
mercados (lingüísticos y de otro tipo) globales. ¿Cómo se compatibiliza la política 
lingüística panhispánica con la defensa de los intereses de España en la gestión de 
ese valioso producto ‘compartido’ que es el español? 
 En este contexto diplomático del que emerge y del que se sustenta, la misión 
del Cervantes trasciende la comercialización de productos lingüísticos y – como 
ha ocurrido históricamente con instituciones equivalentes tales como la Alliance 
Française, el British Council, el Instituto Camões o el Institut Ramon Llull – se 
480 SOCIOLINGUISTIC STUDIES 
 
proyecta de un modo directo y de manera explícita sobre (casi) todos los frentes 
de la política exterior española: Carmen Caffarel – directora del Cervantes cuando 
se escribe este artículo – expresaba con absoluta claridad su vinculación con los 
intereses económicos y geoestratégicos de España: 
 
El Cervantes sirve para abrir puertas a las empresas españolas en el exterior 
[…] En la medida en que seamos más conocidos en el mundo, nuestro peso 
como país irá creciendo, la economía se verá beneficiada, y un intangible como 
el español se convertirá en embajador de nuestro país en el mundo. (Martínez 
2008) 
 
 
7 Conclusión 
 
Una vez aseguradas las reformas políticas introducidas por la constitución de 
1978, realizada ya la incorporación de España a la OTAN y a la CEE (hoy UE) y 
confirmado el despegue económico de finales de los ochenta, el país se enfrenta a 
los nuevos retos que plantea la participación en los mercados y foros políticos 
globales. Ante esto, y sin haber resuelto aún por completo el problema de la 
estructura del Estado, España apuesta decididamente por anclar su estatus 
internacional en su relación privilegiada con América Latina. Se observa entonces 
una movilización progresiva de agencias culturales con la que se aspira a tomar las 
riendas de la instrumentalización económica y política del área idiomática del 
español y a organizar un dispositivo institucional que ponga el estatus simbólico 
de la lengua al servicio de los intereses geoestratégicos de España. Se van 
desplegando así políticas de unificación del mercado lingüístico y un discurso 
poliédrico que, en una de sus caras, valora un español instrumental que se cotice 
al alza en los mercados lingüísticos internacionales frente a lenguas tales como el 
francés o el alemán, y por otro, un español identificado como patria común, como 
seña de identidad que constituye una comunidad panhispánica – que hace 
contrapeso al inglés y las culturas que arrastra – en la que se aspira a que la 
presencia de España no sea percibida como parte de un proyecto neocolonial. La 
defensa de la unidad del idioma se ha convertido más bien en la defensa de un 
discurso metalingüístico de unidad, de una hispanofonía mercantil en la que 
España es primus inter pares, y que necesita de constantes refuerzos ideológicos 
frente a aquellos que pudieran escoger imaginarla de otra manera. 
 
Notas 
1 Entre los trabajos recientes que examinan la condición política del español y su 
historia se encuentran Arnoux 2008, Arnoux y Luis 2003, Benito-Vessels 2007, del 
Valle 2007, del Valle y Gabriel-Stheeman 2002 y 2004, Echávez-Solano y Dworkin y 
Méndez 2007, Mar-Molinero 2000 y Moreno Fernández 2005. 
 PANHISPANISMO E HISPANOFONÍA 481 
 
2 La decidida apuesta por el control del idioma desde el Estado y por su difusión 
como vehículo y marca de ciudadanía han sido señaladas en diversos trabajos por 
Shirley Brice Heath (1972) y Bárbara Cifuentes y Dora Pellicer (1989) para el caso 
de México, por Mercedes I. Blanco (1991) y Juan Antonio Ennis (2008) para 
Argentina, por Pilar Asencio (2004) para Uruguay y por Ivan Jaksic (1999) y Elvira 
Narvaja de Arnoux (2008) para Chile. 
3 Respetamos aquí la sintaxis y puntuación de la edición citada. Creemos, sin 
embargo, que se debería leer así: ‘impone urbanidad si no entero sometimiento a 
las opiniones reinantes en aquel cuerpo’. 
 
About the author 
 
José del Valle is Professor of Hispanic Linguistics at The Graduate Center of the 
City University of New York (CUNY). He is the author of El trueque s/x en 
español antiguo. Aproximaciones teóricas (Max Niemeyer, 1996) and co-editor of 
The Battle Over Spanish Between 1800 and 2000: Language Ideologies and 
Hispanic Intellectuals (Routledge, 2002), which studies the construction of 
national and pan-Hispanic identities in Spain and Latin America. In La lengua, 
¿patria común? (Vervuert, 2007) del Valle and his collaborators discuss, from a 
language-ideological perspective, the contemporary politics of Panhispanism. In 
2010 he received the Friedrich Wilhelm Bessel Research Award from the 
Alexander von Humboldt Foundation. He is currently editing A political history of 
Spanish: the making of a language for Cambridge University Press. 
 
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