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historia de la América Latina

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Publicado en CARRILLO-LINARES, Alberto (Coord.). La Historia aprendida y enseñada. Reflexiones polífónicas, 
Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla, 2015, pp. 65-80. ISBN: 978-84-472-1768-7. 
 
LA HISTORIA COMO PROPAGANDA IDEOLÓGICA DE UN 
RÉGIMEN 
 Genaro Chic García 
 Universidad de Sevilla 
 
 La lección de apertura del curso 1959-60 en la Universidad de Sevilla la 
pronunció el catedrático de Historia del Arte Hispano Colonial Dr. Enrique Marco 
Dorta -a quien luego se le dedicó una calle en esta ciudad- al tiempo que el Ministerio 
de Educación tomaba posesión de las nuevas dependencias universitarias en lo que 
había sido la Fábrica de Tabacos. El ministro, Jesús Rubio, señaló durante el acto, que 
"todos nuestros problemas educativos se reducen, en el fondo, a un problema único: 
escolarizar y profesionalizar a todos los españoles". Hacía sólo siete años que se habían 
dejado de usar las cartillas de racionamiento, a raíz de la fuerte ayuda económica 
prestada por los EE.UU, quien apostó por el pragmatismo de apoyar a un régimen 
político que, al menos teóricamente, detestaba. 
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 Yo tenía entonces 10 años y comenzaba mis estudios de bachillerato en el 
colegio masculino que entonces tenían los salesianos en Écija (Sevilla), ciudad donde 
no habría Instituto (el San Fulgencio) dedicado a tal tarea hasta el curso 1965-66. Algo, 
dicho sea de paso, que se inscribía en una política de fuerte expansión de los medios 
dedicados a la formación, política en la que destacaron los Institutos y las Universidades 
Laborales, donde los hijos de los trabajadores recibieron una magnífica preparación, en 
medio de un sistema de becas -otorgadas de forma muy competitiva- que colaboró a que 
su mantenimiento fuese muy costoso. En cuanto a los Institutos de Bachillerato, antes 
casi inexistentes (yo tenía que ir a la vecina ciudad de Osuna a examinarme, en régimen 
de enseñanza libre), su rápida expansión determinó profundos cambios, sobre todo en 
los pueblos, donde la figura del maestro de Enseñanza Primaria (que se podía 
desempeñar con Bachillerato Elemental y tres cursos en la Escuela Normal de 
Magisterio) se vio rápidamente por la de los profesores de Enseñanza Secundaria, a los 
que se exigía para ser funcionarios el título de Licenciado en Ciencias o Filosofía y 
Letras, tras un Bachillerato Superior y cinco años de estudios en las Facultades. Ello 
habría de tener enormes consecuencias sociales que no es el momento de detallar aquí 
pero que merecen un detenido estudio para comprender cómo han afectado a la marcha 
de la educación pública en la España democrática. 
 Por entonces mi sueño era ser maestro, como lo había sido mi abuelo Genaro, 
muerto en 1939 y a quien por tanto no conocí. Mi espíritu era inquieto, aunque muy 
tímido. No olvido mi libro de Matemáticas I, del primer curso, que estaba escrito, como 
era habitual en aquella época, en forma de preguntas-respuestas para ser aprendidas de 
memoria. La primera pregunta era: "¿Qué es la unidad?"; y la respuesta única: "La 
unidad es una cosa sola". Pura tautología. Se empezaba exigiendo fe en la asignatura 
que nos pretendía enseñar el lenguaje más racional. Me chocaba. Igual que me chocaba 
ya entonces que, con la enorme mendicidad y pobreza que había en el pueblo, en la 
entrada de las iglesias estuviese siempre un número limitado de pobres, siempre los 
mismos. Tardaría mucho en leer la novela Rinconete y Cortadillo (1617), de Cervantes, 
para comenzar a comprender que siempre han existido las alcantarillas del Estado, esas 
de las que no se habla en los libros de Historia corrientes, pese a su enorme importancia 
social. 
 Las cosas raramente son como uno piensa que van a ser y por eso, tras una serie 
de vicisitudes vitales que pasaron por la total ruina de mi padre, siempre un trabajador, 
una beca-salario (que, como su nombre indica, combinaba una ayuda de matrícula, 
residencia y libros con el pago mensual de un salario mínimo a mis padres, que durante 
un tiempo fue su único ingreso) me recuperó para el estudio. Lo cierto es que pude 
estudiar lo que quise y que, en teoría, era la carrera que menos salidas tenía: Filología 
Clásica en Sevilla, donde el número de compañeros (varios de ellos con el mismo tipo 
de beca, y otros que también tuvieron un brillante futuro en la Universidad española) era 
bastante pequeño. Sin embargo, al terminar mis estudios de licenciatura me encontré 
con una abundante oferta de trabajo como consecuencia de la citada expansión por 
pueblos y capitales de los Institutos de Bachillerato. Tuve que renunciar, no obstante, 
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porque no había podido dedicar los veranos a hacer la Instrucción Premilitar Superior, 
reservada a los universitarios, pues los veranos eran para trabajar, al no cubrirlos la 
beca. Por ello decidí seguir estudiando para hacer el doctorado, lo que me permitía 
aplazar el servicio militar. Pero, aunque tuve oportunidades que me ofrecieron mis 
maestros universitarios (tuve premio extraordinario de licenciatura) preferí aprovechar 
la oferta que me hizo el recién llegado profesor Presedo para ligarme al departamento de 
nueva creación de Historia Antigua. ¿Razón de esto último? Un tipo de enseñanza que 
había recibido, muy técnico y memorístico, que me invitaba poco a preguntarme ese 
porqué de las cosas que tanto ha marcado mi forma de vivir. Aprendí, eso sí, mucho 
orden y disciplina con las asignaturas de fonética y sintaxis, pero a mí me interesaba 
sobre todo saber por qué se hablaba (y luego se escribía a veces) así, historiar (o sea, 
investigar, que es lo que la palabra etimológicamente significa). La luz, un respiro en 
medio de tanto ejercicio, la encontré durante los estudios de licenciatura en la asignatura 
de Lingüística General que nos impartía D. Feliciano Delgado y que me enseño en qué 
consistía la estructura de una lengua (racional) y su relación con el habla (emocional). 
La técnica aprendida y el conocimiento de un marco ideológico que me permitiera 
conocer el porqué iban a marcar en adelante toda mi trayectoria docente e investigadora. 
 Me desazonaba, ahora en este nuevo marco, la renuncia a ver la posibilidad de 
que la historia de los seres humanos en sociedad tuviese una consideración no moral, 
como la tenían las ciencias más racionales. De hecho no hay un lenguaje matemático (o 
sea, etimológicamente, del conocimiento lógico) de derechas y otro de izquierdas, pese 
a los intentos de algún iluminado por conseguirlo. Me preguntaba: ¿No hay una lógica 
en el comportamiento social-cultural humano? ¿No hay lógica en el caos? ¿O es que 
estamos aplicando una lógica equivocada, la que se basa exclusivamente en la no 
contradicción y no en la complementariedad? Yo había recibido enseñanzas de historia 
durante los dos primeros años comunes -una especie de grado- de la carrera de Filosofía 
y Letras, antes de dedicarme a una especialidad -un máster diríamos hoy- puramente 
filológica. ¿Y qué observé? Un alto grado de etnocentrismo, una visión derivada de la 
antigua cultura grecolatina y una obsesión por educarnos en valores nacionales respecto 
a España. Era una historia de héroes que nos guiaban por sendas imaginarias para 
desarrollar una conciencia optimista de nuestro futuro como pueblo, más o menos 
elegido por la Providencia para alcanzar las mejores metas. Deberíamos concienciarnos 
de que pertenecíamos a la cultura más elevada y por tanto la que estaba destinada a regir 
los destinos de la humanidad entera. Y por supuesto no cabía cuestionarse siquiera la 
idea de que una cultura era algo distinto de lo que las élites del país ostentaban con 
orgullo: la disciplina militar, las manifestaciones artísticas, la fe en un sistema religioso, 
etc. El esencialismo lo dominaba todo, y la nación se confundía con el estado. Esa época 
en que coexistían distintas naciones en un mismo estado y viceversa resultaba algo así 
como la imperfección que, afortunadamente, se había superado en España gracias a 
Isabely Fernando, cuyo espíritu, como cantábamos en la escuela, imperaba. El 
aislamiento resultante de las guerras de los años cuarenta empujaba a mirar hacia 
adentro más que hacia afuera. 
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 Con el desarrollismo de los años 60 de aquel siglo la situación había comenzado 
a cambiar, desde luego, pero el camino estaba por hacer aunque se percibiera una nueva 
dirección. El paraguas protector del Imperio Americano, al que nos vimos, volens 
nolens, empujados a acogernos hizo que en la administración del estado fueran entrando 
cada vez con más fuerza tecnócratas, con frecuencia formados en el extranjero a donde 
los habían enviado sus ricas familias o las instituciones religiosas de las que formaban 
parte. El país se fue industrializando en un marco laboral bastante estable, donde 
empresarios y trabajadores se veían forzados a arreglar sus posibles desavenencias en un 
marco sindical único. Llevada como si fuese un cuartel, con sus ventajas de disciplina y 
las desventajas derivadas de la asfixia provocada por un estricto control de conciencias -
en buena medida dejado en manos de la Iglesia Católica-, y unido a un espíritu de 
reconstrucción sobre bases capitalistas liberales de la Europa occidental previamente 
destruida (la oriental quedó en manos del otro gran Imperio vencedor, el soviético, de 
capitalismo de estado), España se desarrolló económicamente y ello tuvo fuerte influjo 
en los cambios culturales. Abierta al comercio exterior, con grandes cantidades de 
personas saliendo a trabajar a lugares centroeuropeos donde se respiraban con más 
libertad los nuevos aires, todo, incluso la música -el influjo de las emisoras de las bases 
militares ocupadas por los norteamericanos fue vital- fue cambiando. La apertura del 
mercado turístico trajo también nuevas formas a nuestras ciudades y lugares de 
esparcimiento. Al mismo tiempo, las becas proporcionadas por los acuerdos de 
cooperación llevarían a varios de mis compañeros de departamento a estudiar en 
California y la bibliografía disponible comenzó a ser más abundante y variada. Ello, 
unido al avance de la integración de la mujer en las aulas primero y los departamentos 
después, fueron importantes para entender el nuevo marco de actuación en el que se 
iban a desarrollar mi tarea tanto investigadora como docente. 
 El anacronismo que significaba el régimen de Franco, por mucho que hubiese 
evolucionado hacia formas más de acuerdo con lo que marcaban los vencedores con su 
individualismo "protestante", al final fue solventado con la voladura controlada del 
régimen y la instauración, igualmente controlada, de una democracia de mercado 
presidida por el heredero que había dejado -a título de rey- el propio general. Se 
constituyeron partidos políticos. casi todos de nueva planta (aunque algunos 
conservaran nombres antiguos para dar una idea de continuidad) y se pasó a votaciones 
abiertas, de acuerdo con la restrictiva ley o sistema D'Hont para que mandase quien 
tenía que mandar sin graves dificultades. Una actividad política que estuvo financiada 
en buena medida por la clase empresarial (sobre todo bancaria), que tanto había 
colaborado en el montaje del nuevo sistema de gobierno, liberada ahora del corsé del 
sindicalismo vertical único. Y de igual manera que resucitaron los partidos, resucitaron 
los sindicatos de trabajadores y las organizaciones empresariales que, formalmente al 
menos, marcasen su contrapunto. 
 Esta etapa final de un régimen y el comienzo de la siguiente afectó a la 
Universidad, que se venía preparando para la nueva situación, como antes se apuntó. En 
la clandestinidad -unas veces abierta y otras, sobre todo al final y con determinadas 
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gentes, tolerada- se fueron formando los nuevos líderes estudiantiles, que impulsaban la 
apertura hacia las formas de pensamiento y comportamiento extranjeras, con un tráfico 
de literatura y música que hizo bastante apasionante la lucha por un cambio que apartara 
las telarañas del pasado que cubrían buena parte de los comportamientos y actitudes de 
la casta política, intelectual y religiosa, aún dominante. Fueron, en todos los órdenes de 
cosas, los llamados felices sesenta, con su revolución formal antirrepresiva, sobre todo 
para las mujeres, afectadas por el desarrollo industrial y la revolución anticonceptiva 
que le permitía integrarse con más soltura en el sistema productivo-consumidor y 
hacerlas con ello menos dependientes de los maridos. 
 La expansión de los Institutos de Bachillerato había sido seguida de cerca por la 
creación, a expensa de las Diputaciones Provinciales sobre todo, de los llamados 
Colegios Universitarios, donde se impartían las asignaturas del primer ciclo -llamadas 
legalmente de diplomatura, aunque nunca se expidió ningún título de tal en ellas- de las 
carreras de ciclo más largo, sobre todo de las que resultaban menos costosas, como las 
de Ciencias y las de Filosofía y Letras. Serían, visto en perspectiva, como unas 
Facultades menores, destinadas a impartir lo que hoy se denomina Grado. De ellas se 
pasaba a las Facultades mayores, donde se concluía la Licenciatura, que quedaba algo 
así como el Máster actual. Posiblemente el ejemplo anglosajón empezaba ya a 
manifestarse en el sistema organizativo universitario. Pues bien, en esos Colegios 
Universitarios, comenzamos nuestras carreras docentes e investigadores muchos de los 
que después terminamos en las Facultades, impartiendo incluso cursos de Doctorado, 
que entonces apenas tenían centros especiales para ellos. Los Colegios Universitarios 
dependían de los Departamentos constituidos en las Facultades, y el mío de Sevilla me 
envió primero a Córdoba (tres años) y luego al de Cádiz, cuando el primero se convirtió 
en Facultad dentro de una Universidad independiente. En él permanecí seis cursos, de 
los siete que estuve en Cádiz, trabajando el último en su Facultad de Filosofía y Letras 
recién creada. 
 Porque uno de los cambios importantes que comportó el nuevo régimen 
administrativo del Estado, fue el deseo de (casi) todas las ciudades capitales de 
provincias (por lo menos) de tener su propia Universidad al mismo nivel que las 
grandes, sin conformarse con los estudios de diplomatura (hoy Grado) con los que en 
muchos casos habían comenzado. La democracia de mercado, con gentes nuevas con 
ganas de progresar en el ámbito del poder político y con ello en el social, llevó a romper 
el esquema empezado en las postrimerías del franquismo, muy jerárquico, 
sustituyéndolo por otro más igualatorio, al tiempo que el elitismo becario de la época 
anterior se sustituyó por una igualación a la baja de las condiciones necesarias para 
disfrutar de la posibilidad de estudiar. Algo que al principio, mientras duró la inercia del 
antiguo Bachillerato, tuvo un aspecto positivo indudable, pero que más tarde, a medida 
que se rebajaban los niveles de exigencia formativa con las sucesivas leyes educativas 
para las enseñanzas Primaria y Secundaria, habría de repercutir en la degradación de 
todo el sistema, hasta llevarlo a la situación actual marcada por la denominada ley 
Bolonia, donde, como estaba previsto, se retoma el sistema anterior con la diferencia de 
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que el nivel formativo exigido en el Grado no va más allá del que antaño tenía el 
Bachillerato, que ahora a su vez lo ha perdido, como la educación primaria. Bajo la 
apariencia democrática de que todos hemos de ser iguales entiendo que en realidad al 
poder no le interesa hoy, como no le interesaba cuando Arthur Young escribía su 
Eastern Tour en el siglo XVIII, que las clases productoras dejen de ser productivas, 
para lo cual es recomendable mantenerlas -como tales clases- pobres e ignorantes. 
Como señala Amparo Ariño, el poder no está interesado en que la mayoría pueda 
acceder a un buen nivel de formación intelectual. De ahí que la Ley Wert, siguiendo las 
directrices de la evaluación del informe Pisa, establezca un modelo de plan de estudios a 
dos velocidades a partir de los 12 años, para formar una eliteeconómica dirigente y una 
masa destinada a trabajar y producir según las necesidades del sistema, a la que se le 
piden sólo conocimientos técnicos y memorización de datos, mientras se le niega el 
acceso a la riqueza de la cultura que encierra la filosofía, las artes, la literatura, la 
historia… en definitiva todos aquellos conocimientos que facilitan o procuran el 
pensamiento crítico y el desarrollo libre de la creatividad. Ello acompañado siempre de 
la acción de una legión de psicopedagogos que lo inundan todo con ese neolenguaje -
pobre y simple- que G. Orwell (1984) adivinó que se extendería para vaciar de 
contenido el principal elemento del razonamiento: el lenguaje, instrumento con el que 
construimos el pensamiento abstracto. Sabido es que el empobrecimiento del lenguaje 
comporta el del pensamiento y facilita la dominación de los poderosos ante la falta de 
elementos de resistencia inteligente por parte de la inmensa mayoría de la población. 
Una población, eso sí, que puede seguir votando sin crear ningún problema por creerse 
libre. De hecho la Policía del Pensamiento (hoy bajo la forma de control informático) 
apenas los vigila: «a los proles se les permite la libertad intelectual porque no tienen 
intelecto alguno», decía Orwell. 
 En estos años pasados hemos asistido en la Universidad española a este proceso 
de degradación en los medios de expresión, lo que afecta sobre todo al conocimiento 
reflexivo que no sea exclusivamente técnico. Técnico que no tecnológico, pues la 
tecnología implica sumar al presente, que implica la aplicación de una técnica o arte 
determinada, una reflexión (una logía) sobre la misma, una historia, averiguando en su 
contemplación de lo ya sucedido en el pasado el porqué de su efectividad. La tecnología 
está pues orientada al futuro, al progreso, a una acción positiva que busca cambiar el 
presente, apoyándose en el pasado, hacia nuevas formas de vida. No es por casualidad 
por lo que el análisis histórico-lingüístico de los verbos nos muestra que sobre los temas 
de presente se forman luego los perfectivos o de pasado y, finalmente, los desiderativos 
o de futuro. Quien hace el futuro dirige a la comunidad y tiene por consiguiente poder. 
Hay que acotar por tanto el desarrollo de una masa crítica capaz de competir con los que 
controlan la sociedad. La técnica ha de estar al alcance de todos, pero la tecnología (la 
ciencia) que la rige no. 
 Esa es la dirección que en la actualidad parece llevar el ya citado "Plan Bolonia" 
para regular la enseñanza en las universidades: "Se debilitan las carreras de 
Humanidades, se las convierte en residuales, y se potencia la formación de las carreras 
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técnicas, en detrimento incluso de la ciencia básica. Menos pensar y más entrar en el 
molde en el que nos quiere encajar el sistema. El sistema económico capitalista 
dominante y la ideología que lo sustenta" (Amparo Ariño). 
 
 Esta es la situación actual que ahora podemos constatar, pero no es algo 
absolutamente nuevo. Al gobernante siempre le ha gustado escribir el pasado que debe 
sustentar el presente con vistas a que éste se siga desenvolviendo según la dirección 
marcada por el poder. La memoria no escrita es inmediata y es relativamente fácil de 
adaptar a la situación presente. Es lo que desde siempre hicieron en las sociedades los 
memorialistas, que de acuerdo con la conveniencia del momento ponían o dejaban de 
poner de relieve aquellos hechos que entendían que debían ser tomados en 
consideración por la comunidad. Por economía del pensamiento siempre se han tenido 
en cuenta sobre todo los recuerdos que tenían tanta fuerza, tanta gracia o calidad de ser, 
que no se olvidaban. No es desde luego una casualidad que la antigua palabra griega 
para designar lo verdadero sea alethés, literalmente "lo que no se olvida". Y las 
sociedades orales han tenido en sus viejos el reservorio de los recuerdos fuertes, esos 
cuyos orígenes se situaban más allá del tiempo controlable. La escritura, luego, 
conforme los sistemas nemotécnicos de los centros administrativos del poder la fue 
desarrollando, fue metiendo los recuerdos en el tiempo lineal (lógico) con cierto orden, 
al fortalecer la memoria pasando a transmitirla de forma oral a visual, con lo cual 
ganaba consistencia y se podía contrastar con otras versiones escritas; o ser utilizada 
como canon del pensamiento correcto que no debía ser sometido a escrutinio para no 
desestabilizar las bases del poder establecido. Surgía así la historia, o sea la 
"investigación" del pasado aplicando normas de escrutinio más fuertes. Se hacía más 
difícil prescindir del pasado, pero no imposible: inmediatamente surgió la censura, que 
condenaba al olvido (damnatio memoriae) aquello que no interesaba que la comunidad 
recordara y en cambio se procuraba repetir ad infinitum aquello que interesaba que se 
considerase "verdad", lo que no debía olvidarse . Se ha hecho siempre, y los libros de 
historia inconvenientes se han destruido (cuando no también a los autores) para borrar 
su huella, al tiempo que se prohíbe o dificulta investigar determinados temas que no 
interesa, por la razón que sea, que se conozcan. Como sucede en nuestros días con lo 
que pueda favorecer ideas patrocinadas por el régimen de socialismo nacional alemán 
de los años 30-40 del pasado siglo. Los ejemplos son numerosos en todas partes y en 
todas las direcciones. Hoy por ejemplo en nuestras universidades el discurso oficial es 
el que defiende la democracia liberal del mercado como forma de gobierno; como 
antaño, en la época franquista, se puso el acento en lo que interesaba resaltar, que no era 
esto precisamente. La llamada "historia" siempre se ha puesto al servicio de un régimen 
que controla al Estado. No por casualidad las Universidades surgieron con los nuevos 
estados/iglesias, como medio cultural de controlar y encauzar los pensamientos, 
evitando el peligro que para la estabilidad representaban los antiguos sofistas que iban 
por libre. (Nildo Avelino, Estudios, nº 3-3, 2013). 
 
 Eric Arthur Blair, más conocido como G. Orwell, en Mi Guerra Civil Española 
(1939), decía con amargura, antes de darle forma a su literario Ministerio de la Verdad, 
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que "los individuos se creen las atrocidades o no se las creen basándose única y 
exclusivamente en sus inclinaciones políticas. Todos se creen las atrocidades del 
enemigo y no dan crédito a las que se cuentan del bando propio, sin molestarse en 
analizar las pruebas". Y, cuando hablaba de inclinaciones políticas, lo mismo podría 
haber dicho de cualesquiera otras creencias de las que componen la estructura de una 
cultura (entendida ésta en su sentido originario como el conjunto de creencias de una 
comunidad que reprimen y encauzan los instintos primarios para lograr unos 
determinados fines sociales, que se entiende que han de facilitar la vida interna de los 
que se encuentran así protegidos por la jaula de un determinado concepto de libertad). 
El bien y el mal, inexistentes en el marco natural (donde sólo se puede hablar de 
procesos) adquieren todo sentido así en el marco de una determinada cultura, sin que 
tenga que entenderse lo mismo en cualquier otra. Siempre las civilizaciones se han 
definido frente a otras distintas, con las que compiten tanto como interactúan. 
 
 La historia ha tenido y sigue teniendo, como me enseñaba mi maestro Presedo, 
la función de formar buenos ciudadanos. Y aunque el recurso a la validación posible de 
las fuentes utilizando un método racional haya ido permitiendo determinadas 
abstracciones (y con ello un avance del individualismo), la verdad es que la moralidad 
pública ha teñido siempre sus resultados. Una moralidad al servicio de la cual se ha 
sacrificado con frecuencia la objetividad. Decía, sobre ello, en la misma obra G. Orwell: 
 
 «Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con 
fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias 
de prensa que no tenían ninguna relación con loshechos, ni siquiera la relación que se 
presupone en una mentira corriente. (...) En realidad vi que la historia se estaba 
escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de 
vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». (...) 
Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea 
de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable 
que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia. ¿Cómo se 
escribirá la historia de la Guerra Civil Española? (...) Sin embargo, es evidente que se 
escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se 
aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá 
convertido en verdad. (...) El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de 
pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino 
también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues 
no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva 
me asusta mucho más que las bombas, y después de las experiencias de los últimos años 
no es una conjetura hecha a tontas y a locas». 
 
 La historia que a mí se me enseñó estaba pues al servicio de un régimen, del que 
había. Y cuando ese régimen cambió, se puso al servicio de otro. Había, eso sí, mayores 
posibilidades relativas de disentir de la verdad oficial, entre otras cosas porque la 
desinformación muchas veces se ha ido sustituyendo por el masivo aflujo de 
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información de forma acrítica. El Sistema puede eliminar a las personas simplemente no 
dándoles la cancha pública que le da a sus voceros y haciendo que ese pensamiento 
crítico fundamentado en la razón no tenga posibilidad de llegar demasiado profundo en 
masas preparadas para no tener esa capacidad de disentir, como se ha señalado antes. 
Pero el mundo está cambiando muy rápidamente como consecuencia del fenómeno 
globalizador que, ahora sí, está abarcando a todo el planeta. Mientras dura el fenómeno 
igualatorio en el plano cultural (la religión del dinero, con su carácter abstracto e 
inmanente que le facilita ser objeto de fe universal, sea cual sea su nombre local, está 
facilitando mucho el proceso) será sin embargo necesario proceder a montar un nuevo 
concepto de historia más acorde con la nueva situación. Hay que darle un aspecto más 
científico para que el prestigio de la ciencia haga que tenga, como ella, un carácter 
universal por encima de los estrictos localismos culturales actuales. Localismos que sin 
embargo no se pueden dejar de lado, sino que se han de integrar en un sistema que los 
abarque a todos. A ello me he dedicado en los años pasados. Veamos. 
 
 Señala Nayef Al-Rodhan que «un primer problema, fácil de identificar, es el 
carácter limitado de los distintos planes nacionales de estudio que, junto con la finalidad 
de la enseñanza, proyecta prejuicios y dicotomías nacionales. Prácticamente en todos 
los países, el sistema educativo se preocupa más de proporcionar conocimientos de la 
historia nacional y local que de la historia global. Sin embargo, es necesario que haya 
un cambio paradigmático (y quizá también pragmático) que nos permita estar abiertos al 
aprendizaje de las historias y culturas del mundo. Hoy, más que nunca, el mundo está 
interconectado por la globalización del comercio, el intercambio de ideas y los 
contactos interpersonales más próximos entre personas de diferentes culturas y con 
distintas bases de conocimiento». 
(https://www.bbvaopenmind.com/articulo/conocimiento-y-orden-
mundial/?fullscreen=true). 
 
 Pensemos que desde una perspectiva racional todos los elementos tienen el 
mismo valor a la hora de hacer un análisis explicativo, sea del tipo que sea, inclusive el 
análisis histórico. Concebida como ciencia -que no busca la verdad, sino establecer 
métodos de análisis para fijar modelos de realidad cada vez más amplios-, la historia no 
puede permitirse hacer juicios de valor, porque estos no caben en una perspectiva 
racional simple (no hay átomos buenos o malos, por ejemplo). Pero ocurre que nuestra 
vida es básicamente emocional ("Sólo una de cada mil personas utiliza más su 
pensamiento en fase secuencial que su «pensamiento primario» o afectivo", nos dice R. 
Reig, 2000), y nos interesa aquello que nos resulta más cercano y nos afecta más. Esto 
es inevitable: somos el centro de nuestro mundo y en nosotros está situado el punto de 
fuga del cuadro de la realidad que nos interesa. Con todo deberíamos hacerle caso a 
Aristóteles cuando en su Ética a Nicómaco sostenía que en el medio está lo mejor. 
Dejémonos llevar por nuestros intereses particulares a la hora de historiar el ámbito de 
vida general que ahora sentimos que más nos afecta, al que llamamos en nuestro caso 
https://www.bbvaopenmind.com/articulo/conocimiento-y-orden-mundial/?fullscreen=true
https://www.bbvaopenmind.com/articulo/conocimiento-y-orden-mundial/?fullscreen=true
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Europa, pero procuremos distanciarnos suficiente para no dejarnos arrastrar por nuestras 
pasiones y así no considerar la superioridad moral de nuestro mundo. Apliquemos pues 
una lógica difusa ("fuzzy", como dicen los físicos). Es evidente que la Criminología es 
una ciencia que no tiene por objeto el estudio de los crímenes particulares, pero el 
conocimiento de aquella ayuda a entender mejor éstos. Tampoco la Ginecología estudia 
el caso de una mujer concreta cada vez, sino todas al mismo tiempo, con independencia 
de las peculiaridades de cada caso, pero es innegable que esa pretendida objetividad 
buscada ha ayudado mucho a mejorar las perspectivas saludables de las mujeres. 
Hagamos pues historia aplicando unos principios teóricos que no tendrían ninguna 
validez si no se pudiesen proyectar sobre los hechos concretos. Actuaremos siempre por 
aproximación, pero la ausencia de perspectiva moral nos ayudará a contemplar la 
realidad de una manera más ajustada al mostrarse más objetiva. 
 Dejémonos pues de explicar las historias (los "crímenes") de acuerdo con los 
intereses particulares de un momento, que es como se realiza el estudio de Historia en 
las Facultades Universitarias de todo el mundo, y vayamos a una consideración general 
que no haga distinción entre lugares y tiempos concretos. Evidentemente si se hace así, 
si se intenta ver la lógica de los acontecimientos al margen de consideraciones morales 
(o sea, como lo hace cualquier ciencia que se precie de serlo, pues no hay una física de 
derechas y otra de izquierda, por ejemplo) su finalidad de adoctrinamiento para hacer 
“buenos ciudadanos” pierde sentido y, con seguridad, ningún Estado concreto va a tener 
interés en mantener su estudio en ningún plan de estudio, sobre todo en las enseñanzas 
primaria y secundaria, tal como se hace hoy, con espíritu nacionalista. Pero ese tipo de 
estudio alcanza pleno sentido si se contempla el mundo desde una perspectiva global, 
 Buscando la racionalidad –al margen del racionalismo, que confunde el método 
racional con la realidad- he procurado, en estos años en que he ejercido la docencia, 
desarrollar un esquema intelectivo que permita considerar el comportamiento humano 
en sociedad con independencia del lugar y el momento concreto en que se desarrolló, 
tras observar que los comportamientos concretos, como los idiomas, tienen por detrás 
unas líneas evolutivas generales que se pueden rastrear como tendencias. Es así como 
hace un cuarto de siglo (1990) expuse mis Principios Teóricos en la Historia (que nadie 
ha seguido ni rechazado abiertamente), simplificados en la introducción de otra 
publicación más reciente (El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad, Ed. Akal, 
Tres Cantos, 2009), que hacen referencia al tema y lo exponen en sus líneas generales. 
Puedo asegurar que funciona si uno tiene interés por la Historia, y no sólo por las 
historias concretas(de Europa, de América, de España, etc.; o de un período 
determinado, en nuestra clasificación Antiguo, Medieval, Moderno o Contemporáneo). 
El resultado es historia global por la que se suspiró a lo largo del siglo XX, de una 
forma en la que el conjunto resulta algo distinto de las suma de sus partes. 
 Lo primero que se hizo para ello es distinguir que nuestro cerebro produce 
básicamente -en lo que a nosotros nos concierne- dos tipos de pensamiento, el 
emocional y el racional, que aparecen como contradictorios pero que en realidad se 
muestran como complementarios, pues se dan al mismo tiempo interfiriéndose entre sí. 
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El neurólogo F. J. Rubia, (La conexión divina. 2003) hizo un repaso de la recuperación 
de la percepción emocional como forma de conocimiento a tener positivamente en 
cuenta desde una perspectiva racional –inseparable, por otro lado, de la anterior- a partir 
de los estudios de S. Freud (1856-1939) y hasta llegar a nuestra época, donde los 
estudios neurobiológicos muestran con claridad que las dos formas de pensamiento se 
producen al mismo tiempo en nuestro cerebro, sin que podamos decidir que un tipo es 
superior al otro. El carácter contradictorio de ambos no impide la suma en un 
pensamiento sistémico que es el que se tiende a considerar en el mundo industrial más 
avanzado, como es el informático o el óptico, dado que se ha procedido a una nueva 
matematización del mismo, en lo que ha resultado pionera la obra de Lofti A. Zadeh. Se 
han desarrollado pues nuevas formas de lógica, como la denominada borrosa, difusa e 
incluso contradictoria, oponiendo al principio de identidad y no contradicción de la 
lógica aristotélica, el «principio de alteridad y ambivalencia», como señala M. Gutiérrez 
Estévez («Contiendas en algunos mitos y rituales amerindios». 2004). Observamos así que 
junto al mito, que presenta el lado absoluto, comunitario, de nuestra realidad, ha existido 
siempre la otra forma complementaria de esa misma realidad: la racional, la que contempla 
los acontecimientos de forma individual y permite su contraste. Los historiadores nos 
hemos obsesionado por esa visión lógica de la realidad hasta el punto de calificarla como 
la auténtica, la única realidad, con un desprecio absoluto de esa otra manera de estar en el 
mundo que nos es consustancial; y lo es así porque se deriva de la fisiología misma de 
nuestro cerebro, que percibe de forma simultánea y complementaria en cada uno de 
nosotros una realidad mítica, simbólica y globalizadora, y otra racional, individualizadora 
y dialéctica. Nuestra contemplación de lo que llamamos la realidad es, según el sentido 
común nos muestra, doble (el ser humano constituye lo que, parafraseando al mundo 
religioso, podríamos denominar una "santísima dualidad", en el plano físico y mental), y 
doble por tanto puede ser por ejemplo la percepción de un determinado tipo de sociedad o 
de economía. Como lo es de un determinado tipo de espacio o de tiempo. 
 
 Es un principio indubitable que todo ser, desde el átomo a la galaxia por poner 
ejemplos, se define frente a otro, aunque cada uno, por un lado, comparta los mismos 
principios energéticos con los demás, y aunque por otro lado pueda, a su vez, 
comprender en su seno muchas oposiciones menores (las partículas elementales en el 
átomo, los átomos en las moléculas... o las regiones dentro de las naciones. En el último 
caso, dado que se trata de una percepción espacio-temporal de un comportamiento 
humano evolucionado y no de un concepto natural, es necesario que sus componentes 
tengan conciencia de sí para que se haga posible el conocimiento empírico del hecho). 
De cualquier modo, dejando de lado la pertinencia o no de comparaciones similares a 
las que se puedan establecer entre la micro y la macrofísica, lo que queremos dejar bien 
asentado desde el principio es la idea axiomática (o perogrullesca) de que lo local no se 
opone a lo global más que de una forma relativa. También parece evidente que, 
siguiendo los principios de la Gestalt, conforme se desarrolle el sentido de globalidad lo 
local quedará alterado en su estructura en una proporción similar. Es eso lo que 
quisimos exponer cuando definimos nuestro sistema estructural de horizontes mentales 
integrados como método intelectivo de la historia. Concluíamos nuestra exposición de 
12 
 
1990 diciendo que es interesante observar cómo la tendencia al universalismo que hoy 
contemplamos -surgida posiblemente en el marco de la economía que solemos 
denominar capitalista, pero que tiende a ampliarse al mundo de las ideas y con ellas al 
de la política- es lo que va dando paso a un cierto "pacifismo" de perfil exterior, por 
progresivo agotamiento de la idea de adversario ante la necesidad de interdependencia, 
que va borrando la oposición que sirve para precisar la propia identidad. El proceso es 
-y presumiblemente seguirá siendo- lento, pero claramente perceptible en los centros de 
mayor desarrollo económico y mental europeos. 
 
 Y esa es la misma idea que expone el sociólogo alemán U. Beck (¿Qué es la 
globalización?, Barcelona, 1998) cuando estudia el actual fenómeno de la 
globalización, anteriormente aludido. Es por ello por lo que estima que si la 
globalización no sólo no diluye sino que, por el contrario, tiende a resaltar las 
características locales, aunque en una perspectiva abierta distinta a la de tiempos 
anteriores (y pone como ejemplo a la Unión Europea en construcción), es preferible usar 
el término acuñado por R. Robertson (1995) de "glocalización". Esta idea en cualquier 
caso no es nada nueva. Puede verse, por ejemplo, en C. Lévi-Strauss (Mito y 
significado, Madrid, 1990). Y es que, como señalan McLuhan y Powers (La aldea 
global, Barcelona, 1996) al indicarnos cómo ha cambiado la percepción de la realidad 
en este mundo dominado por las tecnologías de las comunicaciones audiovisuales 
(donde se han sumado las dimensiones unidireccional del sentido de la vista, ligado a la 
racionalidad, y la holística de la audición), es hora de que recuperemos el sentido común 
como lo entendía Cicerón y que es propio del mundo antiguo (aunque en ese caso desde 
una perspectiva predominantemente mítica): En la expresión sensus communis todos 
los sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) se traducen de la misma forma entre sí. 
Lo emocional y lo racional no están separados: constituyen la misma realidad. Y como 
tal ha de ser objetivada para su estudio. 
 
 La perspectiva mítica, de carácter más emocional, ha dominado en el fondo 
hasta el presente en la Historia, pese a que las limitaciones espacio-temporales 
impuestas por el desarrollo de la investigación (de la historíe) hicieran exclamar a 
Aristóteles que "la poesía es más filosófica y de mayor peso que la historia, puesto que 
la poesía habla de aquello que es universal, y la historia de lo que es particular" (y ya se 
sabe que sostenía que la ciencia sólo puede serlo de lo universal). Ciertamente ese 
particularismo aparta a las historias que no son universales (y de momento no se ha 
escrito ninguna que tenga ese sentido) de un carácter claramente definible como 
científico; pero no las aparta del todo de la consideración mítica, pues, como hemos 
señalado, todo pueblo define en el fondo su espacio y su tiempo como únicos, y no sólo 
desde un punto de vista locativo, como pretende hacerlo la geografía. Sabemos que, 
frente a lo que sucede en la historia, en las ciencias de la naturaleza se ha ido avanzando 
poco a poco en el plano de la racionalidad, de tal forma que las leyes de Newton del 
movimiento acabaron con la idea de una posición absoluta en el espacio, en tanto que la 
teoría de la relatividad de Einstein ha eliminado el concepto de tiempo absoluto. Y es 
que, aunque formalmente la historia que hacemos los historiadores se esfuerza por 
13 
 
buscar principios de racionalidad en sus exposiciones, hoy por hoy, esos esfuerzos calan 
todavía poco en la conciencia popular, que prefiere seguir alimentándose de mitosejemplificadores que actúen como ficheros útiles para comprender instituciones sociales 
presentes más que como registros históricos fieles de los tiempos pasados. Como en la 
época romana, se sigue confiando en los procedimientos basados en el juego de la 
memoria y el olvido, propios de la oralidad, con su capacidad de adaptación a las 
necesidades vitales del momento presente, más que en la rigidez interpretativa que 
propician los documentos escritos. En Sevilla, por ejemplo, vende muchos más libros 
José María de Mena que Leandro Álvarez Rey o cualquier otro investigador académico 
de la misma realidad. La historia más racional queda para el uso de las elites 
intelectuales, que la suministran al poder, el cual luego se encarga de promocionar entre 
las masas el conocimiento de aquellos elementos que consideran más oportunos para 
desarrollar determinados ideales. Es fácil comprender, por ello, que ni la sublevación 
andaluza (frustrada) del duque de Medina Sidonia en la época de Felipe IV, ni la 
instalación de las bases estadounidenses en nuestro suelo (hoy de utilización conjunta) 
en la época de Franco figuren en las grandes Enciclopedias que se ponen a disposición 
de un público amplio: en ninguno de los dos casos interesa tomar estos hechos 
históricos como paradigmas de la imagen nacional que se intenta transmitir. 
 La tendencia a la racionalización de las formas de entender la convivencia, con 
todo, ha ido avanzando, como antes se señaló, de una manera particular a partir de la 
revolución copernicana del siglo XVII. El mundo se ha ido pasando a concebir cada vez 
más desde abajo hacia arriba que en el sentido contrario, que era el tradicional, según el 
cual todo dependía en última instancia de la voluntad de las fuerzas sobrenaturales. Pero 
el sentido mítico de la realidad no se ha perdido. Incluso en el campo de las ciencias ha 
arraigado con fuerza la fe en un progreso indefinido que no tiene base racional alguna 
(en este mito, como dice V. Grigorieff, la ciencia representa casi el papel de una 
«divinidad»). En un mundo más cercano al de la historia, como señala Gadamer (Mito y 
razón, Barcelona, 1997), la epopeya en verso del pasado 
"ha sido sustituida por el arte de la novela, que ya no recurre al mundo primitivo mítico 
o a la tradición religiosa. Desde Cervantes hasta Joyce o hasta el enigmático Kafka ya 
no se narran las hazañas de los héroes. En vez de la canción del héroe se canta la 
canción de las lamentaciones de la humanidad y la ventura de la vida; la historia de la 
formación del hombre y el padecimiento de la sociedad son su leyenda. Los cambios 
imprevisibles del acontecer y las sorpresas que brotan del corazón humano son los 
mundos que desde entonces dan vida a un género literario inagotable.... Todos ellos son 
historias que no pretenden ser verdaderas y, sin embargo, son mundos en los que nos 
encontramos como en casa y de los cuales apenas podemos separarnos. Ciertamente, 
nunca pensaremos en preguntar si son verdaderos. Los complicados caminos de la vida, 
que aparentan una meta lejana, y las tempestades que sacuden la fantasía de los oyentes, 
encuentran en sí mismos verdad gracias a la fuerza arrebatadora de su configuración 
poética. Sólo con la expansión de la Ilustración científica empezó a llamarse a todo esto 
«ficción»". 
14 
 
 Por otro lado, la propia historia de los historiadores -que quiere ser racional y 
construida de abajo hacia arriba- ha alcanzado su cumbre liberal con el marxismo, al 
situar a los sujetos de la misma en las fuerzas de producción, en los individuos y no 
tanto en los jefes, como tradicionalmente se había venido considerando. De ahí el 
profundo anacronismo que marcan nuestros libros de historia relativos a lo que 
denominamos Antigüedad al tomar normalmente una perspectiva política, en la que se 
nos ofrece la visión de los hechos desde arriba hacia abajo. 
 Por eso si, aunque sea contra su corriente natural, la Historia quiere ir 
progresando por los caminos propios de la racionalidad, convirtiéndose realmente en 
universal y abriendo con ello nuevas perspectivas en el avance globalizador, entiendo 
que debe ir cambiando su lenguaje, lo que quiere decir su modo de conceptualizar. 
Aunque hoy, en un momento de falta de definición clara de un horizonte mental que nos 
dé seguridad en nuestra forma de percibir el mundo, o sea en una época de crisis en que 
se derrumban los valores y marcos de referencia antiguos, necesitemos volver la vista 
atrás para encontrar mayor seguridad en "lo nuestro", en la historia nacional, regional y 
local, como ya sucedió en la época que denominamos helenística -cuando el mundo de 
la polis les estalló a los griegos sin que el mundo de los estados monárquicos amplios y 
burocráticos se hubiese definido con seguridad-, no podemos sino seguir haciendo 
propuestas de futuro que implican que esa mirada a lo limitado se ha de hacer desde una 
nueva perspectiva. Cuando la fe en un sistema, la con-fianza, falla, el individuo, a la 
espera de tiempos mejores, tiende a replegarse en sí mismo hasta que vislumbre un nuevo 
marco de fe compartida, un nuevo marco de referencia concreta que sea comprensible 
dentro de un nuevo sistema lógico definido. La necesidad de lo irracional no debe 
arredrarnos en la utilización del pensamiento racional. En las etapas de crisis, la ruptura 
de los límites racionales de un horizonte mental determinado puede llevar al individuo 
-normalmente perteneciente al sector menos cultivado de una sociedad, aunque no 
necesariamente-, en el sentimiento (o presentimiento, si se prefiere) de que existen unos 
límites más allá, de momento inaprensibles, a la búsqueda de un escape en lo irracional. 
Lo irracional constituye, por tanto, un elemento perfectamente válido de la cultura 
humana, y es "lógico" que aparezca de forma destacada en toda época de crisis o cambio 
de horizonte mental. El sentimiento (o presentimiento) llega así a donde la razón aún no 
ha llegado, preparando el camino del avance de una sociedad. Como Aristóteles, hemos 
de buscar el equilibrio entre ambos, o sea que entendemos que deberíamos buscar el 
equilibrio en nosotros mismos; que no porque seamos animales racionales dejamos de 
ser irracionales, sin que sea absolutamente necesario demonizar ninguna de las partes de 
nuestro cerebro por producir tal o cual tipo de pensamiento. Como señalaba P. Ricoeur, 
la hermenéutica sigue dos caminos antagónicos, el de la desmitificación y el de la 
remitificación, y hay dos maneras de leer o cotejar un símbolo porque ese símbolo tiene 
dos caras, lo que debe llevar a la convergencia de los sentidos antagónicos en el marco de 
un pluralismo coherente. Necesitamos por ello unir nuestra educación racional a una 
verdadera educación emocional que nos permita en cada momento saber qué tipo de 
pensamiento, y en qué proporción, estamos empleando. No deberíamos dejar de lado los 
historiadores los revolucionarios efectos de la última forma de entender la ciencia (arranca 
15 
 
de 1961), en base a los sistemas caóticos en física y matemática, porque estimamos que 
han de resultar de gran interés para nuestros estudios históricos. Debemos tener en cuenta 
que la característica fundamental de las ecuaciones "caóticas" es que -como en la Historia- 
los parámetros no se influencian de forma ordenada, uno tras otro como una causa y su 
efecto, sino que todos son recíprocamente causa y efecto uno de otro. Se podría decir que 
estamos entrando en una etapa femenina del pensamiento científico, en la que la lógica se 
va integrando en la mítica de forma similar, aunque en cierto sentido inversa, a como la 
mítica fue integrada en la lógica por grandes mentes del pensamiento griego, como las de 
Sócrates o Platón. 
 
 Decía R. Menéndez (2000) que para entender el mundo antiguo hay que invertir 
el silogismo presentado por Karl von Clausewitz de que la guerra es la continuación de 
la política por otros medios. La verdad es que ya no estamos en el siglo XIX y que nisiquiera el citado silogismo tiene validez en cuanto a colocar la política en el centro de 
la actividad colectiva: hoy los nacionalismos tienden a superarse y el mercado domina a 
la política de la misma manera que la política dominaba la gestión de la guerra. Se 
evidencia así, una vez más, la necesidad imperiosa de cambiar los planteamientos a la 
hora de estudiar la historia. Por ejemplo, los pocos que nos dedicamos al estudio de la 
economía de nuestra Antigüedad tenemos que ser conscientes de que, si no queremos 
caer en irracionalidad, tenemos que ver que, al contrario de hoy, la economía dependía 
de la política y que esta dependía de la guerra; que la guerra era el motor del cambio. 
Como también debemos percatarnos de que esas sociedades que se realizaban en la 
guerra tenían al mismo tiempo un santo horror al cambio, lo que nos obliga, como 
siempre, a navegar en el mundo de lo paradójico (como le pasaba a Feynemann con la 
física cuántica). 
 Y es que la dualidad podríamos contemplarla también al señalara un marco 
económico, pues puede ser de prestigio o de mercado impersonal. Se entiende por 
economía de prestigio aquella que se basa en un planteamiento sobre todo emocional. 
La persona que quiere prosperar en ese campo procura manifestarse de forma destacada 
ante los demás y demostrar su supremacía haciendo favores a los demás, que a cambio 
han de reconocer la mayor calidad del ser de esa persona benefactora. La manera de 
devolver esa deuda de gratitud es intentando por todos los medios agradecer con el 
propio comportamiento los favores recibidos procurando hacerle los más posibles al 
benefactor. Es más, la provocación a través de los favores es la base de la competencia, 
que sostiene al sistema y que puede llegar a ser agotadora. Por ejemplo, en el campo de 
la religión esa economía se manifiesta por medio de las pruebas de adhesión que se 
realizan hacia la divinidad, la cual, para manifestar su poder superior, se entiende que ha 
de devolver beneficios de una forma más espléndida. Propia de los sistemas 
aristocráticos (en sentido originario: sociedades regidas por la autoridad –que no el 
poder- de los mejores que guían a las comunidades), la tendencia natural es a la 
cerrazón de estos en sistemas nobiliarios de poder (que no de autoridad, o sea de la 
capacidad de seducir a los demás con la inteligencia generosa) a través de la herencia de 
situaciones de hecho que tienden a convertirse en otras de derecho. 
16 
 
 Contra estas situaciones de derecho tenderán a alzarse los grupos que se sienten 
ahogados por el sistema y explotados, que intentarán hacer valer otras ideas dominantes, 
como por ejemplo que lo que importa en el desarrollo de una comunidad es la 
inteligencia racional, que tiende a cuantificar los esfuerzos en un plano de igualdad. El 
comercio impersonal (no emocional) crea un nuevo tipo de deuda, de límites concretos. 
El problema que presenta esta otra postura (que tiende a manifestarse en la economía de 
mercado impersonal, basada en la oferta y la demanda sobre bases en principio 
igualitarias) es la evolución en la exaltación de lo racional hasta extremos racionalistas, 
o sea sectarios de la razón, lo que implica un individualismo cada vez mayor y la 
tendencia a la destrucción del sentimiento social como algo emocional (sentimiento que 
se sustituye por un contrato carente de emoción, basado sólo en los intereses 
cuantificados). O sea, que la competencia cuantitativa, en este plano, puede llegar a ser 
tan destructiva como en el contrario. 
 Muchas son las apreciaciones que se pueden hacer sobre esta forma nueva de 
hacer historia que propongo como un medio de conocimiento y de creación de espacios 
reales para facilitar nuestra convivencia en el nuevo marco globalizado. Pero de 
momento paro aquí, dado el carácter esquemático y ejemplificador que se ha querido 
dar a este trabajo. 
 Sevilla, 25 de agosto de 2014.

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