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Partes del cuerpo humano

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Revista destiempos N°38 
 
 
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Mariel Reinoso I. 
 
 
Comité Editorial: 
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(Universidad Nacional Autónoma de México) 
 
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(Universidad Nacional Autónoma de México) 
 
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(State University of New York, Albany) 
 
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(Universidad Autónoma Metropolitana) 
 
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(Universidad Autónoma Metropolitana) 
 
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(Universidad Claustro de Sor Juana) 
 
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(Universidad Nacional Autónoma de México) 
 
Pilar Máynez 
(Universidad Nacional Autónoma de México) 
 
Antonio Rubial 
(Universidad Nacional Autónoma de México) 
 
Lillian von der Walde M. 
(Universidad Autónoma Metropolitana) 
 
Revista de curiosidad Cultural 
destiempos.com Año 8 N°38 Abril-mayo 
de 2014. Es una publicación bimestral 
gratuita editada por Grupo Destiempos 
 S. R. L. de C.V. 
Av. Insurgentes 1863 301B- C.P. (01020) 
Col. Guadalupe Inn, México, Distrito 
Federal. www.editorialdestiempos.com 
Directora y editora responsable: Mariel 
Reinoso I. Reservan de derecho al Uso 
Exclusivo: N° 04-2013-101814413100-102 
otorgado por el Instituto Nacional del 
Derecho de Autor. Responsable de la 
última actualización de este número: 
Mariel Reinoso I. Av. Insurgentes 1863 
301B C.P. (01020) Col. Guadalupe Inn, 
Del. Álvaro Obregón, México, D.F. 
Fecha de la última actualización: 
Abril, 2014 
 
 ISSN: 2007-7483 
Las opiniones expresadas por los autores 
no necesariamente reflejan la postura de 
la editorial de la publicación. 
Queda estrictamente prohibida la 
reproducción total o parcial de los 
contenidos e imágenes de la publicación 
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Destiempos S.R.L. de CV 
 
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ÍNDICE 
 
ARTÍCULOS Y RESEÑAS 
LA EDAD MEDIA. UN CONCEPTO PROBLEMÁTICO Y 
MULTIFUNCIONAL 
Antonio Rubial García 
 
7-16 
RESEÑA: ENANOS Y ELFOS EN LA EDAD MEDIA 
Alicia Aurora Báez Rodríguez 
 
17-25 
GESTUALIDAD DEL FIGURÓN Y SU PUESTA EN 
ESCENA EN TRES COMEDIAS: EL MARQUÉS DEL 
CIGARRAL DE CASTILLO SOLORZANO, GUÁRDATE 
DEL AGUA MANSA DE CALDERÓN DE LA BARCA Y EL 
LINDO DON DIEGO DE MORETO 
Juan Pablo García Álvarez 
 
26-44 
LA“ ILU“IONE“ さREALE“ざ EN LOS EMPEÑOS DE UNA 
CASA 
Carmen Sánchez García 
 
45-50 
VÍRGENES DE GUADALUPE Y DE COPACABANA: 
HITOS MESIÁNICOS DEL CAMINO DE LA IGLESIA 
CATÓLICA HASTA SU REMATE FINAL EN 
HISPANOAMÉRICA 
Eliane Talbot 
 
51-61 
EN TORNO DE LAS TRANSFORMACIONES DE LA 
MODERNIDAD: UNA APROXIMACIÓN A LAS 
CONCEPTUALIZACIONES DE CARLOS MARX 
Mónica Vargas Prada 
 
62-74 
HISTORIA DEL OJO DE BATAILLE. ESBOZO PARA UNA 
INTERPRETACIÓN PSICOCRÍTICA 
Néstor López Reyes 
 
75-85 
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LA BÚSQUEDA DEL VERDADERO AMOR, EN LA 
NOVELA EL CIELO ES AZUL, LA TIERRA BLANCA DE 
HIROMI KAWAKAMI 
Orlando Betancor 
 
86-94 
EL CUERPO A LA CARTA 
María del Carmen Castañeda Hernández 
 
95-106 
COORDENADAS DE AMALFITANO EN 2666 
DE ROBERTO BOLAÑO 
Oscar Salgado Suárez 
 
107-117 
EN LOS ARCHIVOS DE SUSAN SONTAG 
Benjamin Moser 
 
118-122 
CREACIÓN LITERARIA 
UN GOLPE DE LUZ 
Michel Torres 
 
124-127 
EN UN MUNDO DE SOMBRAS 
Juan Carlos Hernández Cuevas 
 
128-131 
LOS NIETOS DEL VALLE 
Álvaro Romero Marco 
 
132-137 
LAS VACACIONES DE TÁNTALO 
Jesús Pérez 
 
138-140 
VÍA LÁCTEA 
Enrique José De Carli 
 
141-148 
INVENTADA EN EL VERSO 
Fannie Ramos Vélez 
 
149-151 
 
 
 
 
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ARTÍCULOS Y RESEÑAS 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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LA EDAD MEDIA. UN CONCEPTO PROBLEMÁTICO Y 
MULTIFUNCIONAL 
 
Antonio Rubial García 
Universidad Nacional Autónoma de México 
 
♣ 
 
De todas las periodizaciones que se han creado en Occidente para definir 
su historia la que se categoriza como medieval es sin duda la más 
problemática. Sabemos que toda periodización es arbitraria y corresponde 
a las necesidades de la época que la crea, pero ninguna tan injusta y tan 
poco fundamentada como la que atribuyó un carácter oscurantista a un 
periodo de mil años que van desde el siglo V al siglo XV. Petrarca y los 
autores italianos fueron los forjadores del término que exaltaba su propia 
época como una continuación de la antigüedad clásica y situaba a los 
siglos que separaban a ambas como un intermedio. Pero fue hasta el siglo 
XIX que con el surgimiento del concepto de Renacimiento se equipararía a 
éste con lo moderno frente a lo medieval, que se definiría como 
conservador. Esto se elaboró sobre la base que había creado la ilustración, 
la cual con su postura anticlerical había puesto las bases para construir 
una Edad Media tenebrosa e intransigente en contraste con la luminosidad 
y apertura del humanismo. 
Una concepción basada en 
prejuicios no podía ver esos 
mil años sino como un bloque 
continuo y sin cambios, pero 
con los estudios que desde 
fines del siglo XIX han 
ampliado el conocimiento de 
ese largo periodo, se han mati-
zado las diferencias marcadas 
que separan los primeros 
siglos medievales de los últi-
mos. Asimismo esos estudios han permitido establecer los grandes 
cambios propiciados por la actividad comercial y por las relaciones de 
conflicto y convivencia entre el cristianismo y el Islam, especialmente con 
las cruzadas y la reconquista ibérica, y el impacto que ambos fenómenos 
tuvieron en la conformación del mundo moderno. A pesar de todo aún 
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subsiste el problema de definir cuando inicia y termina ese periodo. Para 
los estudiosos del mundo clásico, la Antigüedad terminaría en el siglo VII 
con la aparición del Islam y la ruptura de la unidad del mar Mediterráneo, 
mientras que para quienes se dedican al Renacimiento éste comenzaría 
en el siglo XIV por lo que la Edad Media terminaría en el siglo XIII. 
Al igual que la periodización temporal ha definido los límites del 
medioevo con base en supuestos arbitrarios, también se ha limitado el 
territorio medieval a la Europa central y en este sentido se ha impuesto el 
esquema centro-periferia. Esto no sólo ha reducido la Edad Media a la 
cristiandad, olvidando las importantes aportaciones del Islam, sino dentro 
de la misma Europa se ha privilegiado el estudio medieval, y sobre todo el 
concepto de feudalidad, a los territorios que abarcaba el reino carolingio y 
sus herederos Francia y Alemania. Estos países se constituirán así en la 
historiografía tradicional como el centro de Europa y desde ellos se 
consideraba la expansión hacia el norte, el este y el sur y por el camino de 
Santiago hacia Iberia. Pero éste supuesto proceso sería imposible de 
explicar sin la participación activa de esa “periferia”, cuyas aportaciones 
fueron determinantes en el desarrollo de Europa: Irlanda e Inglaterra cuyos 
sus monjes sentaron las bases de la civilización cristiana;la península 
ibérica con su realidad islámica y su situación de puente cultural entre 
oriente y occidente; Hungría, la otra frontera y paso forzoso de los 
cruzados; Italia con una Roma que tendrá un papel central desde el punto 
de vista simbólico; y por supuesto el cercano oriente con una Jerusalén 
cargada de sentidos. 
Es indudable que los cambios acontecidos en el Renacimiento y 
en la Europa central determinaron el principio de la modernidad y el fin de 
la Edad Media. Sin embargo, sigue en pie la discusión entre medievalistas 
y modernistas, que ha producido ríos de tinta, sobre cuáles fueron los 
verdaderos alcances de tales cambios. Eugenio Garin,1 por ejemplo, 
sostiene que hubo un cambio fundamental en el Renacimiento respecto al 
mundo anterior, pues se comenzó a romper con el paradigma basado en 
el pensamiento teológico para dar paso a otro sustentado en la ciencia y la 
racionalidad, con el subsecuente proceso de secularización. Otros autores 
como Jacques Heers2 han insistido en que el movimiento renacentista 
solamente se puede observar en una capa de intelectuales, pero la mayor 
parte de la población, y muchos letrados, continuaban viviendo en los 
esquemas mentales basados en el pensamiento cristiano medieval hasta 
muy avanzado el siglo XIX. Por ello, la escuela francesa ha creado el 
 
1 Eugenio Garin. Medioevo y Renacimiento, Madrid, Taurus, 1981. (Ensayistas, 188). 
2 Jacques Heers. La invención de la Edad Media, Barcelona, Editorial Crítica, 1995. 
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concepto de sociedades de Antiguo régimen para hablar de la civilización 
propia de la era preindustrial, sin olvidar por supuesto que en los siglos XVI 
al XVIII se gestaron muchos de los fenómenos que darían origen al mundo 
moderno y que este se fue insertando paulatinamente en la mentalidad 
colectiva y de manera distinta en las diferentes regiones de Europa. 
No es mi intención dilucidar en esta breve charla sobre la Edad 
Media cuáles fueron los elementos novedosos que hicieron posible la 
transformación del mundo occidental y como se pasó de un paradigma 
definido por la religión, a otro marcado por la ciencia y finalmente al actual 
determinado por la economía; me interesa en cambio insistir en aquellos 
rasgos que nos permiten percibir las permanencias del mundo medieval 
hasta el siglo XVIII e incluso hasta nuestros días. 
Uno de los rasgos más importantes de esa continuidad es sin duda 
el pensamiento cristiano de corte agustiniano. La percepción del mundo 
terrenal como escenario de una lucha entre el bien y el mal, entre el vicio y 
la virtud, y de un final catastrófico para la humanidad seguido por un Juicio 
universal en el que Dios dará premios y castigos, infierno o gloria, a las 
almas, tendrá vigencia, a pesar de la ruptura ocasionada por la Reforma. 
La brujomanía, la demonología, la apocalíptica y las creencias en la 
salvación o la condenación eternas serán creencias que comparten tanto 
protestantes como católicos, aunque las convicciones sobre milagros, 
apariciones, santos y vírgenes fueron cuestionadas por las iglesias 
reformadas. Esto ocasionó que en muchos países pervivieran, por lo 
menos hasta el siglo XVII, la visión del Dios violento, iracundo y justiciero 
del Antiguo Testamento, y que ésta no fuera percibida como contradictoria 
respecto a la concepción amorosa y providente que se muestra en el Nuevo 
Testamento. Esas dos visiones de Dios hacían posible la convivencia de 
ideas tan opuestas como el amor al enemigo y el 
espíritu de cruzada, el llanto y el sufrimiento 
como ideales de vida en convivencia con la risa 
y el placer como paradigmas de la felicidad, la 
adecuación entre la renuncia al mundo, a la 
riqueza y al poder y las alianzas de los sectores 
eclesiásticos con los ricos y poderosos, o la 
persistencia de la esclavitud hasta el siglo XIX en 
sociedades cristianas que predicaban que todos 
los hombres eran iguales a los ojos de Dios, pero 
que justificaban la esclavización de los africanos 
a partir de la maldición bíblica que lanzó Noé contra los descendientes de 
Cam, supuesto padre de los negros. 
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Precisamente esa percepción de un Dios justiciero, muy presente en la 
literatura apocalíptica, era la que inspiraba la exclusión del otro, el no 
cristiano, y la justificación de la guerra contra él y de la intolerancia. Así, la 
conciencia de una cristiandad en lucha frente al Islam continuaría siendo 
el origen de la identidad de la Europa cristiana frente al mundo musulmán, 
en especial frente al Turco, hasta el siglo XVII. Esa misma falta de respeto 
a la otredad impondría la cristianización de los nativos americanos como 
consecuencia de la conquista de los territorios llevada a cabo por el imperio 
español, o las persecuciones y matanzas contra los judíos que siguieron 
dándose en el mundo católico hasta el siglo XVII y en la Alemania nazi 
hasta el XX. 
De hecho, la presencia de un Dios justiciero siguió siendo la base 
que justificaba que el gobernante civil legítimo tuviera entre sus atributos 
el poder de juzgar y castigar como una actividad delegada por la misma 
divinidad hasta el siglo XVIII. Se continuaba así utilizando el esquema 
familiar de obediencia medieval: el Papa y el rey eran los paterfamilias de 
unos fieles y súbditos considerados como niños necesitados de guía y 
castigo. Por ello toda desobediencia (incluidas la rebelión y la herejía) 
seguía siendo considerada un ataque directo a la autoridad de Dios. Se 
abría así la justificación para condenar a la pena de muerte o a castigos 
violentos (como las mutilaciones o los azotes) a todo aquel que el orden 
monárquico, divinamente inspirado, considerara “culpable”. 
El segundo rasgo que muestra esa pervivencia de los valores 
medievales en la “edad moderna” está relacionado con las tecnologías 
comunicativas. La imprenta fue sin lugar a dudas uno de los inventos más 
revolucionarios y transformadores de la comunicación al permitir la 
expansión de los conocimientos en amplios sectores de la sociedad, el 
cuestionamiento de las verdades absolutas y la aparición del pensamiento 
científico. Pero grandes masas de población continuaron teniendo a la 
oralidad y a las imágenes como sus principales fuentes de información, 
manteniéndose al margen de la alfabetización. Esto significaba que el 
paradigma retórico continuó marcando los mensajes comunicativos. La 
retórica se constituía en una manera totalizadora de percibir la realidad; no 
sólo modeló la forma del discurso, también condicionó sus contenidos pues 
todo lo conocido, la naturaleza y la historia, lo material y lo espiritual, fueron 
susceptibles de ser utilizados como instrumentos para dar una enseñanza 
moral. Como instrumento de la comunicación oral, la retórica era 
reiterativa, amplificadora (es decir decía lo mismo de muchas maneras) e 
iba dirigida a la emotividad, no a la racionalidad. En el conocimiento retórico 
estamos ante una lógica figurativa basada en imágenes y en analogías, en 
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la que no existían conocimientos novedosos, por lo cual los ya existentes 
debían ser mantenidos gracias a la memoria y a la repetición. 
Un tercer aspecto de continuidad es la pervivencia de la cultura 
cortesana. La visión retórica concebía el universo como algo cerrado y 
jerárquico, ordenado por Dios para cumplir una finalidad determinada y 
basaba su éxito comunicativo en dos campos: el uso belloy elocuente del 
lenguaje y la estilización de la conducta corporal, es decir los buenos 
modales cortesanos. La retórica se convirtió así en un sistema único de 
comunicación que sólo podía funcionar en sociedades jerarquizadas (como 
las occidentales de los siglos XVI, XVII y XVIII) para las cuales hablar bien 
y vestirse y comportarse con propiedad eran elementos que diferenciaban 
al cortesano del plebeyo. Por ello la “buena educación” de las aristocracias 
se centraba básicamente en el manejo adecuado de la comunicación oral 
y gestual (humanista) pues esos eran los rasgos que hacían a los 
“humanos” distintos de las “bestias”. 
El elemento cortesano de las sociedades llamadas “modernas” era 
sólo un aspecto de la continuidad del carácter estamental medieval de la 
sociedad. Sobre todo en el mundo católico se mantuvo la pervivencia de 
los valores nobiliarios y caballerescos por lo menos hasta el siglo XVII, 
como la idea del amor cortés y de las hazañas guerreras como signo de 
prestigio, así como la permanencia de un sector eclesiástico que detentaba 
fueros y privilegios. Además del esquema estamental, en muchas regiones 
se siguió funcionando bajo un sistema corporativo en el cual cada uno de 
los cuerpos sociales (gremios, consulados, cabildos, provincias religiosas, 
cofradías) presentaba fuertes autonomías, estructuras jurídicas inamo-
vibles, posibilidades de sufragio y un cúmulo de signos que le daban 
identidad (estandartes, vestimenta, escudos, santos, liturgias, edificacio-
nes religiosas y, algunos, hasta crónicas). Estos aparatos de 
representación eran fundamentales para una sociedad que tenía en la 
teatralización, la apariencia y el boato externo desarrollado en los rituales 
cotidianos, el único instrumento por medio del cual se hacía visible algo tan 
abstracto como el poder, la autoridad y las instituciones. 
Dentro de este esquema de unidad, esta sociedad estamental y 
corporativa (donde cada quien ocupaba un lugar predeterminado por Dios) 
se percibía a sí misma bajo un modelo jerárquico. A la cabeza de ella se 
encontraba el rey, representado con la corona, el trono y el cetro y sim-
bolizado por el sol, emblema de la centralización monárquica. El reino 
terrenal quedaba además sacralizado pues en el cielo Cristo era un rey 
coronado rodeado de una corte de santos y con una reina, su madre María. 
Esta visión de un reino sin fisuras y sujeto a la voluntad de un monarca 
todopoderoso no era, sin embargo, más que un discurso retórico pues el 
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Estado real no podía ejercer sus funciones (mantener la paz y el orden y 
administrar justicia) si no establecía pactos con las fuerzas sociales que 
detentaban el poder económico. Los estados absolutistas conservaban así 
el carácter pactista y patrimonialista que había caracterizado a las 
monarquías medievales. A diferencia del estado administrador y buro-
cratizado moderno, el medieval era un árbitro que intentaban armonizar 
posiciones antagónicas con la ayuda de un reducido número de funcio-
narios. Esa limitación afectaba incluso a su sistema fiscal el cual era muy 
precario. 
De hecho, al no existir una economía de mercado propiamente 
dicha, la posibilidad de manejar una hacienda pública eficiente era muy 
difícil. Hay autores que hablan de la existencia de una economía moral, 
marcada más por criterios religiosos que por el sentido de la ganancia con 
miras a multiplicar los beneficios. La economía moral convertía el bienestar 
económico en una obligación pues quien obtenía riqueza, lo hacía por la 
gracias de Dios, por lo cual debía aplicar parte de ella a obras de 
beneficencia, a fiestas patronales y a embellecer iglesias para el culto. Por 
eso la Iglesia elevó el trabajo de los mercaderes a ser una actividad 
necesaria y útil para la sociedad pues eran los administradores de los 
bienes otorgados por la divinidad en beneficio de la colectividad. Eso 
provocaba que un elevado porcentaje de las ganancias se destinara a la 
ostentación de los poderosos y a la mayor alabanza a Dios en lugar de 
derivarse hacia las actividades productivas. Este esquema de una 
economía sujeta a valores religiosos también pervivió en muchos países 
de Europa y América hasta el siglo XIX. 
Hemos insistido en que la pervivencia de valores medievales en el 
mundo llamado moderno se dio en diferentes grados en las distintas 
regiones de Europa. La ruptura protestante había generado en el 
continente no sólo dos grupos políticos y religiosos sino dos concepciones 
distintas de la cultura occidental: aquella racionalista e individualista que 
ponía como base del conocimiento la búsqueda de verdades demostrables 
por la experimentación, con lo que nacería la ciencia moderna; y otra 
emocionalista y populista, que centraba en la metafísica y en la retórica sus 
parámetros de realidad, que adornaba con un vistoso ropaje metafórico y 
emblemático su sentido trágico de la vida y que desplegaba un impresio-
nante aparato visual y textual, en rituales, fiestas y espectáculos que 
continuaban funcionando con los valores propios de la Edad Media. Es en 
esta cultura en la que se insertaron los virreinatos de Nueva España y Perú 
y por cual podemos considerarlos en algunos aspectos como una 
continuación del medioevo europeo. Desde la evangelización cuyo proceso 
tanto en los contenidos como en los métodos (catequesis, imágenes como 
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instrumentos didácticos, sustitución de fiestas) es profundamente 
medieval, hasta la exuberante cultura barroca, América se convertirá en 
una extensión de la cristiandad católica. 
Muchos de esos valores que podemos llamar por comodidad 
“medievales”, fueron desdibujándose con la aparición de las revoluciones 
del siglo XIX. La revolución industrial marcó el paso definitivo hacia la 
economía capitalista que no necesitaba de valores morales para justi-
ficarse. La revolución francesa dio inicio al proceso de disolución de la 
sociedad estamental y corporativa, monárquica y feudal hacia una 
sociedad democrática y un estado administrador. Con la formación de una 
razón de Estado que se justificaba en sí misma, la necesidad del apoyo 
religioso sobre lo político se hizo innecesario y con él desaparecieron las 
canonizaciones de los gobernantes y las representaciones celestiales 
como símbolos de autoridad. La revolución científica iniciada en el siglo 
XVII marcó la desaparición del modelo retórico basado en verdades 
reveladas absolutas y en argumentos de 
autoridad para sustituirlo por un pensamiento 
lógico sustentado en la observación, la 
demostración y la experimentación. Finalmente 
la otra gran revolución, el secularismo, surgido 
como consecuencia de la pluralidad de ofertas 
religiosas y después de las sangrientas guerras 
por estas cuestiones que asolaron a la Europa 
de los siglos XVI y XVII; el problema de las 
creencias pasó a convertirse en un asunto de 
conciencia privado, lo que trajo consigo la 
aparición de una sociedad secularizada que comenzaba a ver la tolerancia 
religiosa como la única manera de convivencia para poder construir una 
sociedad civil respetuosa e igualitaria. 
Nuestra visión del mundo, modelada por estas revoluciones 
decimonónicas, pudiera producir en nosotros la extrañeza respecto a lo 
que consideramos sociedades preindustriales, pero no es así del todo. “La 
civilización cristiana, señala Ricardo Ancira, ha sido a tal grado dominante 
que ha conseguido imponer al resto del planeta el año cero del calendario 
y efemérides como la Navidad, la semana santa y el descanso dominical”. 
El sentido de la Historia que ve el acontecer humano como un proceso de 
perfeccionamiento sigue siendoprofundamente cristiana, aunque ya no le 
encontremos a los acontecimientos ninguna trascendencia. El poder de las 
imágenes en nuestra cultura dominada por los massmedia y su utilización 
como mecanismo de control y manipulación de una sociedad supuesta-
mente alfabetizada, fue un fenómeno iniciado en Occidente desde el siglo 
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XII, etapa en la que se pusieron las bases para la comunicación audiovisual 
dirigida a comunidades analfabetas. Y qué decir del sentimiento de culpa, 
inseparable del binomio pecado-castigo, que sigue funcionando en la 
psique de los hombres occidentales y que, como ha demostrado Evelyn 
Pewzner, está enraizado en la cultura judeocristiana y pervive en muchas 
de las psicopatologías actuales.3 Otro ejemplo lo constituye la discusión 
actual en la comunidad europea sobre la asimilación o el respeto a las 
poblaciones islámicas cada vez más numerosas en el continente, y si se 
puede seguir hablando de una Europa definida a partir de la cultura 
cristiana. El antisemitismo que derivó en el holocausto del siglo XX no fue 
sino la continuidad de un antijudaísmo cristiano con fuertes raíces medie-
vales. La violencia sigue formando parte de la vida cotidiana, la idea de 
guerra santa está latente aún en los discursos nortemericanos para 
justificar su intromisión en los países islámicos. La pena de muerte por 
razones criminales o simplemente ideológicas sigue siendo practicada en 
algunos países, y la reclusión de los inadaptados en la mayor parte de los 
regímenes legales del mundo se da a partir de la visión de la justicia 
vindicativa, que considera el castigo como el pago de una deuda social, 
aunque se vaya introduciendo tímidamente la idea de rehabilitación y 
reintegración a la sociedad, más acorde con los nuevos tiempos. Y en 
nuestro mundo, incluso en los países más ricos, sigue existiendo la 
violencia laboral, familiar, sexual, estatal o de clase y es tan vigente como 
lo era en la Edad Media. 
Esta pervivencia es aún más notoria en sociedades híbridas, como 
la nuestra, donde los valores y prácticas de un mundo moderno, demo-
crático, secularizado y plural conviven con elementos de las sociedades de 
Antiguo Régimen aún vigentes. Baste mencionar la presencia de prácticas 
corporativas con rasgos medievales en los sindicatos, instituciones como 
el clientelismo y el compadrazgo en el ámbito político, el uso y abuso del 
espacio público para la celebración de procesiones y fiestas religiosas o el 
dispendio de recursos que familias y comunidades realizan en festejos 
donde se gastan hasta lo que no tienen. 
Dicha pervivencia se puede observar en el español que usamos en 
México, como lo ha mostrado Ricardo Ancira respecto a los temas de la 
religión y la sumisión. Respecto al primero, este autor señala: “Es por lo 
menos paradójico que hasta el ateo más ortodoxo tenga compadres, que 
hable de calor infernal, del éxodo del campo a la ciudad, de reformas que 
quedaron en el limbo, manzanas de la discordia, chivos expiatorios y 
 
3 Evelyne Pewzner, El hombre culpable. La locura y la falta en Occidente, trad. Sergio Villaseñor, México, Fondo 
de Cultura Económica/ Universidad de Guadalajara, 1999. (Colección Popular, 568). 
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satanizaciones. También que, sin rubor, llame mesías a los políticos 
populistas, afirme no comulgar con una idea (ni con ruedas de molino); que 
piense que martirio y tortura son sustantivos intercambiables, estime que 
alguien predica en el desierto y lamente vivir un vía crucis (o calvario) 
cuando tramita algo en una oficina gubernamental”.4 Frases como “ni 
yendo a bailar a Chalma”, “no se puede repicar y andar en la procesión”, 
“en el pecado se lleva la penitencia”, “estar en el limbo”, “sin pena ni gloria”, 
son una muestra clara de esas permanencias medievales. Los mexicanos 
“estamos conscientes tanto del poder divino como de la fragilidad de 
nuestras expectativas, por ello decimos que haremos algo si Dios quie-
re/primero Dios; cuando el interlocutor pronostica algo negativo, las 
invocaciones Dios guarde la hora o ni lo quiera/mande Dios mitigan el 
temor. Hacer una tarea como Dios manda significa hacerla apropia-
damente”. 
En cuanto al lenguaje de sumisión, que nos recuerda una sociedad 
fuertemente jerarquizada y estamental como la medieval, Ancira señala la 
manera como utilizamos, en todas las lenguas de Occidente, las metáforas 
orientacionales, que según la lingüística cognoscitiva tematizan nuestra 
situación en el espacio: “Así, por ejemplo, en la mayoría de las culturas el 
futuro está adelante y el pasado, atrás. Del mismo modo, adentro, central 
y profundo son positivos; afuera, periférico y superficial, no. Dos metáforas 
están correlacionadas: arriba es bueno (alta calidad/autoestima; altitud de 
miras, levantar el ánimo, estar encumbrado, sentimientos elevados…) y, 
consecuentemente, abajo es malo (baja calidad/autoestima/pasiones; ser 
rastrero, tener el ánimo por los suelos, ir cuesta abajo…). El criterio 
espacial alta/baja se usa también al hablar de clases sociales, con la 
peculiaridad de que entre ambos extremos se sitúa la llamada clase 
media”.5 
Seguimos llamamos palacio a una casa lujosa; una cena puede ser 
regia, imagen que en ocasiones involucra al alto clero para expresar 
también lujo: bocatto di cardinale. Cuando algo se considera muy valioso 
es la joya de la corona. Existen expresiones como clima/ambiente 
imperante/reinante; se sueña con los príncipes azules que al parecer tienen 
la sangre de ese color. Hay realeza en el ajedrez así como entre abejas, 
metales, casimires, barajas, fiestas navideñas y mariposas. El que coronar 
signifique “perfeccionar, completar una obra” nos presenta otra manipu-
lación lingüística: corona es igual a perfección; igual sucede con el adjetivo 
 
4 Ricardo Ancira, “Están clavadas dos cruces. Lengua y Religión”. Revista Este país. Tendencias y opiniones, 
Abril, 2012. 
5 Ricardo Ancira, “Entonces que mi reina. Lenguaje y sumisión”, Revista Este País. Tendencias y opiniones, junio 
de 2013. 
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majestuoso, aplicado por ejemplo a un paisaje. Todos deseamos vivir a 
cuerpo de rey y seguimos denominando noble, al que tiene virtudes 
encomiables y villano (que era el campesino habitante de la villa) al 
malvado. Hasta hace no mucho tiempo a los niños mexicanos se les 
obligaba a responder “mande”, cuando se les preguntaba algo, palabra que 
remite a los mandamientos bíblicos y a una sociedad de servilismo y 
sumisión. 
De acuerdo a Jacques Le Goff,6 la superposición en una misma 
época de estratos históricos distintos genera la convivencia de visiones 
opuestas e incluso contradictorias. Esas tensiones internas, como las llama 
constituyen, la dinámica de la sociedad. En nuestro México conviven esos 
estratos históricos que causan esas contradicciones que nos son tan 
evidentes. Una moral católica que ha interiorizado la culpa, pero que al 
mismo tiempo deriva la salvación del cumplimiento de rituales, hace posible 
que los narcos o los delincuentes cumplan con sus obligaciones religiosas 
con la Iglesia y den limosnas y al mismo tiempo lleven a cabo actos 
moralmente deleznables. Sólo en una sociedad donde conviven estratos 
contradictorios se puede dar una tanatofilia que ve la muerte “sin miedo” 
aparente y que tiene un culto por los muertos tan exuberante y almismo 
tiempo esté tan cargada de erotofilia y de entrega a la fiesta y al desfogue 
de los instintos. Sólo acá convive la idea de Providencia, que implica una 
mente que regula el proceso histórico con una meta, con la idea de Fortuna, 
tan cara al mundo antiguo, en la que el Hado ciego y sin intencionalidad 
ocasiona el ascenso o la caída de los hombres. Vivir en la contradicción es 
propio de estas sociedades híbridas, modernizadas a medias y con un 
fuerte arraigo en valores que muy bien podemos denominar “medievales”. 
La nuestra es una de esas sociedades. 
 
6 Jacques Le Goff, En busca de la Edad Media, Barcelona, Paidos, 2003, p. 151. 
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RESEÑA: ENANOS Y ELFOS EN LA EDAD MEDIA 
 
Alicia Aurora Báez Rodríguez 
Universidad Nacional Autónoma de México 
 
♣ 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Claude Lecouteux, Enanos y elfos en la Edad Media, trad. de Francesc Gutiérrez, 
Barcelona: José J. de Olañeta, 2002, 215 pp. (Medievalia, 3). 
 
 Esta obra lleva como título original Les nains et les elfes au moyen age. 
Su autor, Claude Lecouteux, es medievalista, doctor en estudios germá-
nicos, doctor en letras. Profesor de lengua, literatura y civilizaciones 
germánicas en la Universidad de Caen de 1981 a 1992. Profesor de 
literatura y civilizaciones alemanas en la Edad Media de 1992-2007 en la 
Universidad de la Sorbona. Director de la revista La grande Oreille hasta el 
2011. Ha publicado varios estudios acerca de diversas figuras y aspectos 
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del imaginario medieval. Algunas de sus obras han sido traducidas al 
castellano y publicadas por la editorial José J. de Olañeta, tales como: 
Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media. Historia del Doble, 
Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, Demonios y genios comarcales 
en la Edad Media y Pequeño diccionario de mitología germánica. 
En Enanos y elfos en la Edad Media, Claude Lecouteux se 
cuestiona acerca de cómo eran antaño estas criaturas antes de convertirse 
en pequeños personajes de cuentos maravillosos y leyendas y explica que, 
anteriormente, cada criatura ejercía una actividad reflejada en su nombre 
y gozaba de existencia propia; sin embargo, con el paso del tiempo, los 
enanos se han convertido en seres misteriosos. Agredidos por la evolución 
histórica y, sobre todo, por la cristianización, los enanos fueron objeto de 
anatema y los clérigos asimilaron bajo el término “enano” a seres de 
diferentes razas y los confundieron con íncubos y demonios. Lecouteux 
siente curiosidad por descubrir la verdadera naturaleza de los enanos, por 
ello sigue el camino del mito para entrever una cultura no cristiana cuyas 
huellas han resistido el paso del tiempo. El autor tiene como finalidad 
responder en su ensayo las siguientes cuestiones: ¿Qué es un enano? 
¿De dónde viene? ¿Qué encarna? Es pertinente señalar que la figura de 
Oberón es el eje del estudio de Lecouteux. Oberón es el enano más célebre 
de la Edad Media y resulta enigmático pues, en palabras del autor, es uno 
de los raros individuos maravillosos que permite tender un puente entre las 
diferentes literaturas y creencias de antaño. 
En este punto, cabe preguntarse: ¿Cómo tiende puentes Claude 
Lecouteux? El especialista reúne un extenso dossier relacionado con el 
mito y las creencias de tiempos pasados así como cualquier otro docu-
mento y/o elemento relacionado con las realidades de esa época que se 
hayan fundido en el crisol literario. De esta forma, abarca un horizonte lo 
más amplio posible para poder comparar diversas civilizaciones del 
Occidente europeo e intentar disipar el misterio en torno a los enanos y 
descubrir su naturaleza, sus poderes, sus atributos y su función. 
El método de trabajo del autor consiste en presentarnos, antes que 
nada, las fuentes literarias. En esta aproximación conocemos algunos 
rasgos de los enanos; no obstante, los elementos son muy difusos, por ello, 
la incursión en la mitología y creencias se vuelve imprescindible. Lecouteux 
trata a los enanos y a los elfos de manera similar, es decir, primero define 
el campo semántico de los vocablos ‘enano’ y ‘elfo’. Después, reúne el 
mayor corpus posible en las lenguas y civilizaciones que el autor conoce 
correspondientes al Occidente medieval. En este ensayo notamos que 
confronta culturas como la germánica continental, la céltica, la latina 
medieval, la escandinava antigua, etc. Utiliza textos que aluden al mito, a 
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lo literario y al folclore. Posteriormente, el especialista, clasifica los textos 
y los confronta, de esta manera encuentra puntos en común y divergencias; 
establece criterios de pertenencia, es decir, separa el fondo pagano de su 
envoltura clerical. También sale de la Edad Media para apreciar lo que ha 
sobrevivido en las tradiciones post-medievales. Después de estudiar a los 
enanos y a los elfos y contrastarlos, el autor constata que hay corres-
pondencias sorprendentes entre distintos países de Europa y que hay 
creencias que se mantienen, es decir supervivencias. Esto es espe-
cialmente, notable en regiones apartadas. 
En pocas palabras el autor utiliza el método comparativo y se 
apoya en todas las herramientas que proporciona la filología, además de 
recurrir a otras áreas del conocimiento tales como la antropología, la 
historia, la etnología, etc., para hacer un análisis multidisciplinar aplicado a 
diversas culturas del Occidente medieval. 
La organización de la obra de Lecouteux es la siguiente: 
Contenido: Prefacio. Introducción. Primera parte LAS TRADICIONES 
LITERARIAS. Capítulo I: LOS PIGMEOS Y EL ENANISMO. Capítulo II: EL ENANO EN 
LAS LITERATURAS OCCIDENTALES. 1. El enano en la literatura románica; 2. LAS 
LITERATURAS CÉLTICAS; 3. La literatura alemana de la Edad Media. Capítulo 
III: LA LEYENDA DE OBERÓN. 1. Oberón y Huon; 2. Los objetos mágicos. 
Capítulo IV: LAS LEYENDAS DE ALBERÎCH. 1. Alberîch y Sigfrido; 2. Alberîch y 
Ortnit; 3. Álfrikr; 4. Alberico. Capítulo V: LOS PARIENTES DE OBERÓN. 1. 
Picolet, Gringalet y Malabrón; 2. El Malabrón del romance de Gaufrey; 3. 
Céfiro. Para concluir provisionalmente… Segunda parte MITOLOGÍA Y 
CREENCIAS. Capítulo I: LOS ENANOS. 1. ¿Qué es un enano?; 2. El tamaño de 
los enanos; 3. El nacimiento de los enanos; 4. Los nombres de los enanos; 
5. Los enanos, las piedras y la muerte; 6. Los enanos y la artesanía; 7. Los 
enanos y los dioses. Capítulo II: LOS ELFOS. 1. Un poco de Filología; 2. Los 
elfos de luz; 3. Perspectiva cultual; 4. Los elfos y los muertos; 5. Los elfos 
negros y los elfos oscuros; 6. Wieland, príncipe de los elfos; 7. Thor y los 
elfos; 8. Las mujeres cisne y los elfos; 9. En el país de los elfos; 10. Oberón 
/ Alberîch. Tercera parte EVOLUCIÓN DE LAS CREENCIAS Y SUPERVIVENCIAS. 
Capítulo I: DECADENCIA Y SUSTITUCIONES. 1. Las lecciones del léxico; 2. Los 
elfos, los enanos y las enfermedades; 3. Los enanos y los hilos; 4. Los elfos 
engañadores y dañinos; 5. El elfo y la pesadilla. Capítulo II: SUPERVI-
VENCIAS. 1. El dusio; 2. El lutin; 3. El kobold; 4. El genius catabuli; 5. El 
gritador (Schrat); 6. Elfland. Érase una vez. Elementos de bibliografía. 
Léxico. Índice de autores y obras. 
Régis Boyer, especialista en civilizaciones de la Europa del Norte, 
escribe el prefacio de este ensayo y destaca, sobre todo, la habilidad de 
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Lecouteux para confrontar culturas, reflexionar y, de esta manera, abrir 
nuevas perspectivas. 
En la introducción, el autor expone, los objetivos de su estudio, el 
principal, como ya se señaló anteriormente, es descubrir la verdadera 
naturaleza de estos seres antes de ser incluidos en las literaturas 
occidentales y de ser deformados por la historia y la cristianización. 
El escrito se divide en tres grandes partes: 
La primera está dedicada a la revisión de las tradiciones literarias 
y consta de cinco capítulos y una conclusión provisional. El objetivo de esta 
sección apunta a formarnos una idea precisa de estos pequeños perso-
najes con base en el conocimiento de su carácter y sus características más 
notables. Por eso, en este recorrido el autor estudia a los pigmeos y el 
enanismo. En esta revisión se destaca lo siguiente: La fábula de los 
pigmeos fijó la estatura de los enanos y acreditó la existencia de animales 
enanos que les sirven de montura. Posteriormente, Lecouteux estudia la 
figura del enano en las literaturas occidentales, es decir, en las literaturas 
románica, céltica y alemana. Luego, revisa la leyenda de Oberón. En este 
punto, el especialista se encuentra con amalgamas de motivos, esto 
entorpece el camino para descubrir la naturaleza de este personaje. 
Después, se concentra en las leyendas de Alberîch pues suele asociarse 
a esta figura con la de Oberón y de paso, Lecouteux también estudia a los 
parientes de Oberón para identificar rasgos comunes. En su conclusión 
provisional destaca lo siguiente: Oberón y Alberîch van contracorriente de 
las tendencias literarias de la época y el hecho de que presenten huellas 
de contaminación remite a tradiciones folclóricas antiguas. También 
descubre que los lutins influyen en el carácter de los enanos y que algunos 
personajes estudiados se conducen como genios tutelares. En suma, se 
tienen elementos muy difusos, que sugieren repetidamente, que, de una u 
otra forma, los “enanos” mantienen una relación con la muerte y el otro 
mundo. 
A través de la comparación de esas tres grandes literaturas 
medievales, el autor se percata de que hay enanos cuya existencia es 
anterior al escrito, sin embargo, al pasar a la literatura sufren una profunda 
metamorfosis y apenas conservan algunos rasgos míticos por lo que 
destaca la importancia de que para conocer su verdadero significado es 
necesario descubrir su naturaleza debajo de su representación literaria. 
Por tal motivo, la segunda sección es de suma importancia. 
La segunda parte se concentra en el estudio de la mitología y las 
creencias. Se compone de dos capítulos: el primero está dedicado a los 
enanos y el segundo a los elfos. Debido a que el origen de los enanos es 
oscuro y las literaturas occidentales no señalan su procedencia, el autor 
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incursiona en la lengua y los textos mitológicos para descubrir el origen de 
estos seres. Lecouteux revisa el campo semántico en torno al término 
“enano”; luego, examina el tamaño de los enanos y descubre que los 
vocablos “enano” y “gigante” designan familias, razas de seres que coha-
bitan en el seno de una misma mitología y que incluso tienen relaciones 
entre sí. Es decir, que en un principio el tamaño no determinaba a un 
enano. Después, el especialista rastrea el nacimiento de los enanos, en 
otras palabras, su origen, basándose en textos mitológicos normánicos, a 
saber: Edda poética y Edda en prosa de Snorri Sturluson; sin embargo, el 
autor advierte que hay datos enredados o contradictorios, fruto de la 
reordenación de datos preexistentes y pertenecientes a diversas esferas 
como religión, superstición y civilización. Posteriormente, Lecouteux se 
enfoca en los nombres de los enanos y nota que en el universo germánico 
los nombres son muy expresivos pues reflejan la actividad, la morfología, 
el carácter, etc. de quienes lo llevan y esto facilita el acercarse a la 
naturaleza profunda de estas criaturas. Luego, se concentra en la relación 
entre enano, piedras y muerte y esto sirve para mostrar que los enanos, 
son seres ctónicos. A los enanos se les consideraba difuntos y guardianes 
de tesoros ocultos. Después revisa la relación entre los enanos y la 
artesanía pues estas criaturas destacan como hábiles artesanos y herreros 
y permite relacionar a los enanos con la magia. Lecouteux destaca que el 
tema de las armas maravillosas forjadas por enanos se encuentra en todas 
las literaturas de la Edad Media, sin embargo, en el mundo germánico se 
encuentran con mayor frecuencia. Por último, revisa la relación entre 
enanos y dioses y señala que aunque los enanos ocupan un lugar 
importante en la mitología, no están ligados a ninguna divinidad. 
En el segundo capítulo, dedicado a los elfos, el autor comenta que 
estas criaturas son más enigmáticas y misteriosas que los enanos y a 
menudo, el término “elfo” se emplea como sinónimo de enano. Basándose 
en el sentido de alb- “blanco” y en los antiguos antropónimos, Lecouteux 
afirma que los elfos eran al principio genios bellos y buenos, en oposición 
a los enanos. Luego, observa a los elfos de luz y los relaciona con la deidad 
de Freyr, éste último ligado a la fertilidad y la fecundidad. Apoyándose en 
la perspectiva cultual, el especialista destaca que existe un culto alrededor 
de los elfos y su relación con Freyr y los difuntos. Después, descubre que 
los buenos muertos pueden ser elevados a la categoría de elfos. Luego, 
revisa lo concerniente a los elfos negros y los elfos oscuros e indica que 
esta confusión la originó Snorri Sturluson, al distinguir dos grupos de elfos. 
El especialista también estudia a Wieland, príncipe de los elfos y la relación 
con el elemento acuático. Posteriormente, analiza la relación de los elfos 
con Thor, la tercera función y los muertos así como la relación de los elfos 
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con las mujeres cisnes, el agua, la muerte, la vida y la tercera función. 
Después, se concentra en el país de los elfos e identifica una característica 
muy antigua de los elfos: el color amarillo. A lo largo de este capítulo, se 
saca a colación, frecuentemente, a Oberón pero es en el décimo y último 
apartado donde Lecouteux considera que, con base en el dossier 
presentado, ya se puede responder la pregunta acerca de la verdadera 
naturaleza de Oberón y determinar si es un enano o un elfo y enuncia que 
también se comporta como un genio tutelar. En cuanto a Alberîch, comenta 
que está menos caracterizado y es un personaje ya contaminado por las 
creencias corrientes acerca de los enanos; no obstante, existe una relación 
entre Oberón, Alberîch, elfos y lutins con el elemento acuático. Al final de 
este capítulo, el medievalista apunta lo siguiente: El enano es “retorcido” 
malintencionado; el elfo/lutin es benéfico y hermoso. 
La tercera parte se enfoca en la evolución de las creencias y 
supervivencias. Consta de dos capítulos. El primero dedicado a la 
decadencia y las sustituciones; el segundo, a las supervivencias. En esta 
última sección, el objetivo es conocer la evolución de las creencias y 
supervivencias, para así percatarnos de las distorsiones, amalgamas y 
corrimientos de sentido en torno a las figuras del enano, del elfo y de otras 
criaturas de la mitología menor. 
En el primer capítulo destaca que los elfos gozan de un culto, a 
diferencia de los enanos, por eso los clérigos combatieron a los elfos y los 
degradaron, convirtiéndolos en criaturas nocivas y perniciosas, confun-
diéndolos con enanos y demonios. Mediante la revisión del léxico en 
diversos textosse aprecia cómo los elfos fueron diabolizados en la estela 
de la cristianización. Tanto los enanos como los elfos, entre otras criaturas 
pertenecientes a la mitología menor, fueron considerados malignos y, por 
ende, responsables de diversas enfermedades. Esta amalgama es difícil 
de desenredar y dificulta la diferenciación de las características pertene-
cientes a los elfos y a los enanos. Luego, el autor estudia la asociación de 
los enanos con las arañas. Posteriormente, enfatiza que desde la segunda 
mitad del siglo XII, el elfo aparece con un aspecto muy distinto de lo que 
significa su nombre pues hay una inversión de la situación por influencia 
de la Iglesia, es decir, los enanos se convirtieron en buena gente y los elfos, 
en criaturas peligrosas. En este capítulo se observa la supuesta relación 
entre los elfos y las pesadillas y cómo causan daño a los humanos; esto 
marca la decadencia de los elfos pues son confundidos con los enanos y 
otras criaturas. Incluso su morfología se modificó con el transcurrir del 
tiempo. 
En el segundo capítulo dedicado a las supervivencias, Lecouteux 
ilustra, como él mismo refiere, la extraordinaria complejidad del mundo de 
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las creencias populares. En este capítulo se aprecia la evolución histórica 
de algunas de estas criaturas y cómo han sobrevivido. Entre estas criaturas 
se encuentran el dusio, el lutin, el kobold, el genius catabuli, el schrat. 
Todos ellos confundidos y/o asimilados como enanos. Incluso Elfland, 
también conocida como el Túmulo de los Elfos, es habitada, indistin-
tamente, tanto por enanos como por elfos. 
En la conclusión de su ensayo Lecouteux presenta los parentescos 
de las criaturas estudiadas: Enanos y elfos son vestigios del paganismo, 
pertenecen a la realidad de las creencias. Aparecen íntimamente ligadas a 
la tercera función, a las nociones de fertilidad y de fecundidad y con los 
muertos. También comenta las distinciones, por ejemplo, en la mitología 
los elfos sí se relacionan con los dioses, en cambio, los enanos no. 
También apunta que las tradiciones populares fueron adaptadas a los 
relatos y se fundieron. Con todo, sus características intrínsecas 
sobrevivieron. Finalmente, subraya que estas criaturas son víctimas del 
progreso técnico y del desplazamiento de su hábitat. 
Acerca de la valoración de la obra, podemos manifestar lo 
siguiente: 
A pesar de que en su introducción Claude Lecouteux advierta 
“Quien intenté saber qué son los enanos se quedará con las ganas” y, por 
consiguiente, nos quedemos con la falsa idea de qué entonces no 
obtendremos mucho al leer su ensayo; la realidad es muy distinta: Su 
estudio nos muestra aspectos de estas criaturas que nos eran 
completamente desconocidos y al terminar la lectura del texto, aparecerán 
iluminadas bajo una nueva luz. Sus análisis y reflexiones permiten 
revalorar las creencias populares y antiguas desde otras perspectivas y 
tomarlas muy en serio pues no se trata solamente de exponer simple y 
llanamente lo que la gente cree sino de examinar con cuidado fuentes 
diversas de diferentes culturas. El método crítico utilizado por el autor 
proporciona una rigurosidad científica, necesaria para apreciar este escrito 
como un documento valioso, pertinente para utilizarlo como fuente 
académica y, al mismo tiempo, recomendable para un público amplio que 
pretenda acercarse a este texto por simple curiosidad. 
Esta obra nos deja ver que no conocemos lo qué son realmente 
los enanos y los elfos aunque así lo creamos. En realidad, son seres 
desconocidos y misteriosos que se nos escapan entre los dedos. Sin 
embargo, no nos quedamos con las manos vacías pues ahora sabemos 
que el tamaño no define a los enanos y que éstos no son necesariamente 
pequeños ni tan buenos, al menos, en el origen. Además, Lecouteux 
plantea una cuestión muy interesante en la cual considera que los poetas 
pudieron tomar temas o incluir individuos porque veían el partido que 
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podían obtener de ellos y se pregunta si ponerlos a estos seres en escena 
en aventuras fabulosas no era un medio de sacar las creencias, sugiriendo 
a la gente que no eran más que invenciones. 
Al revisar el índice de la obra y la introducción nos percatamos de 
que el estudio se inclina más hacia el lado de los enanos y cabría 
preguntarse entonces ¿por qué la obra se titula enanos y elfos en la Edad 
Media? La respuesta es la siguiente: como se señaló en las páginas 
iniciales de esta reseña el eje del ensayo de Lecouteux es la figura de 
Oberón, la cual se localiza en fuentes literarias. Precisamente, esta figura 
permite observar lo complejo que resulta hacer una clasificación pues las 
características se confunden y los elfos y otras criaturas de la mitología 
menor también demuestran este hecho pues fueron asimiladas y 
confundidas con demonios u otros seres nocivos y clasificadas bajo el 
término “enano” por lo que hay que tener en mente que este vocablo es 
utilizado por los escritores y los clérigos como un vocablo genérico. Con 
todo, Lecouteux refiere que algunas criaturas de la mitología menor han 
sobrevivido pese a los ataques del cristianismo y de los racionalistas del 
siglo de la Ilustración y, aunque cambiaron, lo hicieron más de forma que 
de fondo. 
Sin duda, el texto de Lecouteux sorprende. Pese a todo, el método 
que utiliza, tiene sus limitaciones como él mismo señala pues durante todo 
el trayecto hay obstáculos que afrontar y llega un punto en que el camino 
se vuelve escabroso e impenetrable. Esto se debe a la oscuridad e 
inaccesibilidad de las fuentes y no a una deficiencia del autor como 
investigador pero revisemos su método para conocer sus alcances y sus 
limitaciones: Mediante el método comparativo y utilizando las herramientas 
de la filología, el autor logró delimitar complejos de representaciones, 
encontró parentescos, descubrió algunos aspectos de la mentalidad de los 
hombres de épocas pasadas y pudo explicar corrimientos y sustituciones. 
Sin embargo, este fue el límite pues el mundo de los enanos se distingue 
por su imprecisión y su carácter proteiforme, es decir, que el mismo papel 
puede desempeñarlo un lutin o un caballo, por ejemplo. La tercera función 
está llena de criaturas; no obstante, hacen falta más testimonios que 
ayuden a descifrar sus secretos pues las formas con las que se tiene 
contacto ya están contaminadas. 
Este escrito es un verdadero tesoro; sin embargo, hay un punto por 
mejorar con relación a los enanos reales: Lecouteux comenta hacia el final 
de su primer capítulo que los escritores y poetas se inspiran en la realidad 
cuando ponen en escena a enanos feos y contrahechos y refiere que hay 
dos clases de enanismo. En la primera se encuentran individuos normales 
y hermosos, inteligentes que pueden procrear y vivir largo tiempo. En la 
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segunda, se encuentran los enanos cuyos miembros están despro-
porcionados y el autor menciona que son aquejados de decadencia 
orgánica, son de cortos alcances, irascibles, estériles y mueren jóvenes. 
Queda claro que la finalidad del ensayo es abordar a estas criaturas 
principalmente desde el mito y las creencias de antaño pero hace falta 
precisión en estos datos y habría que revisar las características corres-
pondientes a los tipos de enanismo primordial y los del enanismo cuyo 
problema se relaciona con la hormona de crecimiento. 
Para finalizar esta reseña, sólo resta declarar que este no es un 
texto másque habla sobre enanos y elfos; este es el texto que trata sobre 
enanos y debe ser de consulta obligada para aquellos que pretendan 
conocer a profundidad estos seres pues no cae en los lugares comunes. 
Lecouteux no logra definir de una vez por todas qué es un enano ni exponer 
punto por punto las características de estos seres. ¿Deficiencia del autor? 
Definitivamente no. Lecouteux nos llevó hasta donde las fuentes lo 
permitieron pues él retrocedió en el tiempo para buscar los orígenes y 
excavó y excavó en las fuentes. Esto lo convierte en un arqueólogo de lo 
imaginario. Un arqueólogo con ética: No pone las pistas donde las necesita 
sino que es un investigador que reúne fuentes, hace caso omiso de ideas 
preconcebidas, observa, contrasta, ordena, clasifica e interpreta, ofre-
ciendo unos resultados asombrosos que nos dejan con ganas de saber 
más acerca de estas criaturas. Afortunadamente, este erudito es prolijo en 
escritos y nos podemos seguir deleitando con sus obras. 
 
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GESTUALIDAD DEL FIGURÓN Y SU PUESTA EN ESCENA 
EN TRES COMEDIAS: 
 EL MARQUÉS DEL CIGARRAL DE CASTILLO SOLORZANO, GUÁRDATE 
DEL AGUA MANSA DE CALDERÓN DE LA BARCA 
Y EL LINDO DON DIEGO DE MORETO 
 
Juan Pablo Mauricio García Álvarez 
El Colegio de México 
 
♣ 
 
 
Una de las principales características del teatro del Siglo de Oro, en 
especial de la comedia, fue la de dramatizar cualquier cosa; tomar un 
hecho cotidiano y hacerlo teatro mediante una búsqueda que permitiera 
identificar al receptor con lo representado en escena. El desfile de distintos 
personajes que pasaron por el tablado mostró distintas posibilidades de 
actuación: unos, basados en los modelos que empezaron a funcionar y a 
triunfar por lo propuesto en la Comedia Nueva de Lope de Vega y, otros, 
presentando nuevos esquemas de construcción, partiendo de éstos, lo que 
les permitía diversificarse aún más. El resultado de esto fue una exitosa 
recepción por parte del público que asistía a observar el espectáculo. Ante 
la mirada atenta de éste se mostraban acciones que ocurrían en la 
circunstancia temporal inmediata. Así, conforme avanzaba el siglo XVII una 
nueva realidad comenzaba a representarse en escena: la sociedad 
cortesana se comenzaba a aislar, lo que permitió la entrada de nuevas 
normas de conducta, cuyo principal móvil sería la inutilidad, el preciosismo, 
entre otros rasgos que incitaron la ruptura del modelo de comportamiento 
anterior, así como el privilegiar la risa por encima de cualquier otro 
elemento dramático en la composición de la comedia. 
De esta manera, las damas, los galanes, los graciosos, por 
mencionar algunos de los personajes que aparecían en las comedias, 
sufrieron una serie de cambios e innovaciones que repercutieron en la 
recepción de la obras. Por ejemplo, las damas, en especial las creadas por 
Lope de Vega, se volvieron conscientes de su actuación dentro de lo 
representado y comenzaron a manejar distintos hilos del argumento 
planteado con la finalidad de verse beneficiadas, sobre todo, en lo relativo 
al tema amoroso. Los galanes, por su parte, fueron reprendidos por la 
ruptura que presentan frente al comportamiento modélico y, en 
consecuencia, castigados mediante la imposibilidad de contraer matri-
monio con alguna dama. A su vez, los graciosos idearon nuevas y distintas 
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burlas que realizaban a los demás personajes, actuaban como verdaderos 
directores teatrales al momento de elaborar sus engaños lo que provocaba 
diversos enredos, los cuales siempre tuvieron como principio rector 
conseguir un beneficio material mediante la búsqueda de una estabilidad 
física y social. 
Lo anterior, muestra cómo la estética barroca, en donde la relación 
entre emisor y receptor estuvo sostenida por el primero, contiene una carga 
significativa que consiste en llevar al límite lo representado. La búsqueda 
de contrastes y el replanteamiento de los valores culturales por llevar los 
modelos al extremo hicieron de la comicidad un arte de ingenio. Una de las 
intenciones de este proceso dentro del teatro consistió en provocar risa en 
el público al establecer, mediante distintos mecanismos dramáticos, una 
ruptura de la solemnidad que permitía el humor o la burla por medio de la 
degradación de una situación en particular o de algún personaje. 
Uno de estos personajes transgresores lo constituyó el figurón, 
cuya principal intención era la de provocar risa por la deformación 
caricaturesca que ofrecía del galán común de comedia.1 Lo ridículo se 
convirtió en el punto de ruptura con su modelo canónico anterior, pues la 
realidad de éste no correspondía con la de los personajes a su alrededor, 
moviendo con ello la risa del público al mostrar la incapacidad por adap-
tarse en el ambiente de la corte, además de acusar una clara falta de 
decoro al ser gobernado por alguna pasión intensa,2 elementos que darán 
origen a la comedia con figurón.3 
En este trabajo interesa revisar los distintos matices gestuales que 
realiza el figurón con la intención de apoyar el discurso textual de tres 
comedias: El marqués del cigarral de Alonso de Castillo Solorzano, 
Guárdate del agua mansa de Pedro Calderón de la Barca y El lindo don 
Diego de Agustín Moreto. La elección de este corpus radica en que su 
análisis puede arrogar información relevante con respecto a la evolución 
que este personaje desarrolla en escena al formar parte, estas tres come-
dias, del inicio y del transcurso que sufrió el género en las tablas. Para ello, 
resulta conveniente detenerse en algunas situaciones específicas que 
adquieren una relevancia significativa dentro de la intriga dramática que se 
desarrolla tanto para el desenvolvimiento de la escena cuanto para la 
descodificación de los signos corporales que hace el público de este 
personaje. 
 
1 Para los antecedentes del figurón véase Frédéric Serralta (“Sobre el ‘pre-figurón’ en tres comedias”, “El tipo de 
‘galán suelto’”) y Víctor García (“Cervantes, Lazarillo y Lope: en torno al origen”). 
2 Para Evangelina Rodríguez el galán representado por el figurón ha sufrido una hipertrofia: “ha logrado la 
singularidad a partir de una hipercaracterización de la figura del galán o caballero de la comedia, pero a su vez, 
procura una suerte de molde caricaturesco aplicable a una suma de tipos cuya deformación reside habitualmente 
en un elemento que, bajo la sanción crítica del entorno, se baja hiperbólicamente a lo grotesco” (“Alzando 
figuras”, 90). 
3 Acepto la propuesta de Ignacio Arellano y Víctor García al nombrar así a este subtipo de comedia, pues el 
personaje es un tipo y no un género (“Calderón y la comedia de figurón”) y Víctor García Ruiz (“Figurón”). 
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En la primera comedia se analizará la burla de tipo entremesil que 
sufre don Cosme por parte de los otros personajes; en la segunda, los 
gestos del rostro de don Toribio; por último, en la tercera comedia se 
prestará atención a las didascalias implícitas en voz de otros personajes o 
del mismo figurón que ayudarán a codificar los rasgos gestuales que realiza 
don Diego. Esto nos permitirá advertir cómo la dualidad discursiva del 
teatro resalta algunas referencias gestuales de la silueta corporal del 
figurón, lo que intensifica lo irrisorio y lo ridículo de su comportamiento 
cuando éste se relaciona con otros personajes, lo que ofrece una 
composición gestual intencional que sirve de apoyo a lo verbaly que junto 
a la vestimenta y a las didascalias ponen delante de los ojos del espectador 
una ruptura permanente del decoro. 
Para comenzar, es indispensable señalar que una obra de teatro 
se constituye por la relación dialéctica entre un texto dramático y un texto 
espectacular, una interacción que permite la conexión y la correspondencia 
de elementos que funcionan en dos discursos, pero en una sola 
representación. Por tanto, el hecho teatral deriva de una serie de 
indicaciones que el autor establece a partir de la palabra y que se concreta 
con la puesta en escena. La acción en el espacio escénico o dramático 
ocurre por las palabras que dicen los personajes, así la creación de este 
espacio permite tanto el desarrollo diegético de la obra como la 
caracterización de éstos. Los códigos escénicos y la comunicación teatral 
proceden, entonces, de una lectura del texto dramático y de sus didas-
calias. Estas últimas tienen como característica principal ser un mensaje 
(una unidad de información) que determina las condiciones circunstan-
ciales en la que se encuentra un personaje y delimita la organización de la 
escena.4 De esta manera habría que distinguir entre didascalias explicitas 
(acotaciones escénicas, identificación de personajes por su vestimenta, 
etc.) y didascalias implícitas (señales teatrales integradas en los diálogos 
de los personajes).5 
El gesto sirve para establecer mecanismos de comunicación 
durante la representación, ya sea como un elemento afirmativo que 
muestra la pertenencia a un determinado estamento o marcando la ruptura 
con éste, aunque no son las únicas funciones que pueden desempeñar. 
 
4 Ubersfeld describe y distingue esta doble comunicación del discurso teatral de la siguiente manera: “a) la 
situación teatral, o más precisamente escénica, en que los emisores son el autor y los intermediarios de la 
representación (director, comediantes, etc.); b) la situación representada construida por los personajes” 
(Semiótica teatral, 177). 
5 Para Hermenegildo, las didascalias son las marcas textuales con que el escritor asegura su presencia en la 
puesta en escena: “las didascalias controlan la doble enunciación existente en el hecho teatral, la enunciación 
escénica y el contexto ficticio de la enunciación propia del circuito interno de la pieza representada. Pero la 
didascalia va más lejos de lo que suponen las condiciones concretas del uso de la palabra, ya que el teatro es 
palaba y acción, palabra y no-palabra, conjunto de signos verbales y no-verbales. El espacio teatral y sus 
componentes se convierten en un lugar escénico que es necesario construir y sin el cual el texto no puede 
realizarse” (Teatro de palabras, 20). 
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Las expresiones corporales y faciales, por ejemplo, adquieren valores tanto 
comunicativos como significativos en relación con el receptor. Existen dos 
niveles de recepción: el público, que se encuentra fuera de la represen-
tación y los personajes de la obra, quienes serán el primer filtro para 
establecer la efectividad de ruptura de un comportamiento gestual, en este 
caso, del figurón con respecto a los demás galanes que aparecen en 
escena. 
 
EL MARQUÉS DEL CIGARRAL 
 
En El marqués del Cigarral Alonso de Castillo Solórzano construye a don 
Cosme, figurón con rasgos entremesiles,6 quien será víctima, en la tercera 
jornada, de una broma ideada por el prior de San Juan y tío de Leonor, 
dama que ha sido pretendida por nuestro figurón en las dos jornadas 
anteriores y que es mucho más joven que éste. La burla consiste en que 
Leonor lo invite de noche a su balcón para aceptar su proposición de amor, 
mientras que en la calle, debajo de la casa, el prior y otros personajes 
observan la escena y cuando crean el momento oportuno fingirán una voz 
que increpe a don Cosme por tal acción. Esta voz le pedirá, a cambio de 
no romperle la cabeza con cuatro guijarros, que tire espada, capa, daga, 
sombrero y la valona que porta. La amenaza surtirá efecto y en el momento 
que don Cosme quede desnudo una dueña en el segundo nivel de la casa 
le derramará orines al vaciar una bacinica. Al final, el figurón decide bajar 
por la escalera y al momento de encontrarse en la calle unos criados del 
prior fingen ser miembros de la justicia y arremeten contra él. Don Cosme 
les advierte de su estamento social: marqués, pero éstos hacen caso omiso 
de eso y lo maltratan verbalmente, es en ese momento que el prior y sus 
acompañantes, quienes siguen escondidos en escena, deciden salir a su 
encuentro y ven al figurón desnudo. Ante esto, don Cosme no encuentra 
otra excusa alguna para advertir sobre su figura, lo único que se le ocurre 
para excusar tal imagine es advertir sobre el calor intenso que siente y que 
para mitigarlo ha decidido ir a nadar, pero al salir del agua se percató de 
que habían robado sus ropas, razón por la cual se encuentra de esa 
manera. La broma cierra cuando otro criado del prior dice haber encontrado 
su ropa y se la devuelve. 
 Pero vayamos por partes, el inicio de la escena muestra la entrada 
de don Cosme debajo de la casa en donde vive Leonor, ante esto la 
acotación señala: 
 
 
6 Para los rasgos entremesiles de la comedia con figurón, véase el interesante trabajo de María Luisa Lobato, 
“Figuronas de entremés” y Adriana Ontiveros Valdés,“Teatralidad y entremeses en la comedia de figurón”. 
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Salen de noche don Cosme y Fuencarral 
 
 Esta didascalia explícita tiene la particularidad de no resaltar la 
vestimenta de nuestro personaje en comparación con las dos jornadas 
anteriores en las que se advierte su forma ridícula de vestir: 
 
Vanse, y salen don Cosme de Armenia ridiculamente vestido 
de luto, con antojos, el Alcalde y Fuencarral 
 [Primera jornada]7 
 
Mientras que en la segunda se advierte sobre la imagen que debe dar al 
espectador al mostrarse en escena como galán, pero con la singularidad 
de mostrarse sobrecargado en sus ademanes y en su caminar por el 
tablado: 
 
Sale don Cosme galán de figura, acompañamiento, 
y don Antonio vestido de seglar galán 
[Segunda jornada] 
 
Esta falta de información en la entrada del personaje durante el inicio de la 
tercera jornada no descarta el hecho de mostrarse ridículo, sobre todo al 
saberse que don Cosme quedará desnudo al finalizar la broma, lo cual 
advertiría como una especie de castigo al verse desprendido de su 
vestimenta que lo caracteriza tanto en su actuación como en su desen-
volvimiento ante los demás personajes. 
La gestualidad reproducida por el personaje a lo largo de toda esta 
escena “entremesil” se concentrará en los elementos dramáticos que lo 
advertirán ya no como un personaje serio sino como uno cómico, a pesar 
de mostrarse como un supuesto galán. Los movimientos corporales resul-
tarán en la risa del espectador. En el inicio de la escena don Cosme y 
Fuencarral conversan y mediante el diálogo del segundo se caracterizará 
la postura gestual del figurón al describir su estado anímico ante la 
empresa que comenzará: 
 
 
COS. No se ha visto, Fuencarral, en todo el ancho hemisferio 
hombre más feliz que yo 
FUEN. Ereslo con grande estremo 
Cos. Que de dos dias venido 
este rostro y este cuerpo 
 
7 Es constante como los personajes se refieren a don Cosme como: “el villano serafin”, “que es figura de figuras”, 
“sera un hombre singular”, “un orate confirmado”, “Es vna figura estraña”, “Figura entre señorías”, “Vn don Cosme 
de Armenia, humor gracioso”,“Es celebre figura”. 
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hiziessen tal batería 
en aquel divino pecho 
de aquel angel 
FUEN. No me espanto 
COS. Eso puede lo perfecto 
FUEN. Ereslo mucho, Marqués. 
COS. Todos me lo dize[n], y yo me lo veo 
(III, vv. 1839-1851)8 
 
Esto sugiere que don Cosme se traslada al balcón con un tono muy vivo 
de genio: alegre e inquieto en su andar. Imagínese un desplazamiento en 
el caminar de los actores por el tablado que parte de un extremo del 
escenario, digamos la puerta del lado izquierdo, hasta llegar a la puerta 
central o a la puerta del lado derecho, hasta ubicarse debajo del balcón. 
Esta acción sugiere una postura corporal del figurón armónica entre el 
discurso que pronuncia y el desplazamiento, es decir, al inicio de la escena 
camina como todo un galán de la comedia nueva en donde el discurso y la 
proyección de éste por sus movimientos corporales son coincidentes en 
un principio. Así, el rostro de don Cosme esboza una sonrisa: 
 
COS. No se ha visto, Fuencarral, 
en todo el ancho hemisferio 
hombre más feliz que yo 
(III, vv. 1839-1841) 
 
Y su cabeza se encuentra erguida: 
 
FUEN. Ereslo con grande estremo 
(III, vv. 1842) 
 
Mediante una postura natural delata un semblante de alegría extrema. El 
caminar sugiere pausas en cada paso, permitiendo apoyarse o descansar 
de vez en vez en una pierna, signo de tranquilidad y seguridad, y con el 
pecho erguido.9 Estos apoyos gestuales muestran a un don Cosme como 
galán de comedia, pero que resulta risible por el simple hecho de ver en 
escena a un viudo viejo dispuesto a practicar el ejercicio de la galantería a 
una dama mucho más joven que él.10 Ante esto, el discurso del lacayo 
advertirá y resaltará el defecto de nuestro personaje (la vanidad): 
 
8 Alonso de Castillo Solorzano, El marqués del Cigarral, en Doce comedias las mas grandiosas asta ahora han 
salido de los meiores, y mas insignes poetas. Segunda parte, Lisboa: Pablo Craesbeeck impresor, 1647.En 
adelante indico entre paréntesis con número romano la jornada y los versos. 
9 Gestos que, según Quintiliano, vienen bien para el desplazamiento de los actores cuando representan una 
comedia (Institutio Oratoria XI, 3, 124). 
10 Este personaje se aproxima al creado por Moreto años después, donde muestra en escena a una mujer viuda 
y de edad avanzada que actúa como figurón, para ello véase el trabajo de Delia Gavela García (“La evolución 
de un género a través de sus figuras y figurones”). 
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FUEN. Que confiado está el tonto 
de lindo, el verá muy presto 
la burla con que le aguarda 
la que le llama al terrero 
(III, vv. 1861-1864)11 
 
Además, de caracterizar al personaje como tonto y lindo, se aprecia en la 
representación como la realidad que don Cosme ve no coincide con la de 
los demás personajes.12 La confianza que muestra y reafirma el lacayo 
ante la actitud de don Cosme en este momento de la escena se verá 
debilitada de forma gradual al iniciar la broma. Esto lo prefigura el discurso 
que don Cosme pronuncia en honor a Leonor con lo que pretende mostrar 
su afición amorosa por la dama cuando el dramaturgo pone en voz del 
figurón recursos poéticos del culteranismo mal empleados. 
Leonor, entonces, avisa a don Cosme que éste puede subir por el 
balcón, al momento de llegar frente a ella ésta le advierte sobre el peligro 
de ser descubiertos, ya que el prior se encuentra aún despierto; lo exhorta 
para que se quede callado en el balcón y éste acepta. Mientras esto pasa 
en la escena principal se aprecia como debajo de estos personajes entran 
al tablado el prior y don Iñigo con lo que se da comienzo a la burla:13 
 
PRI. De burla vaya 
IÑG. El habla a mudar comienço 
Dios me reporte la risa 
(Llegase al balcón) 
a gentil hombre, a mencebo? 
COS. Quién me llama? 
(III, 1954-1958)14 
 
En esta cita llama la atención que don Cosme sea juzgado como mancebo 
para la efectividad de la burla, lo que responde a las necesidades cómicas 
y estéticas de la escena, ya que al escuchar ser llamado de esa manera 
comienza la ridiculización por parte de los otros personajes. A lo largo de 
esta burla se puede ver a un don Cosme llevado a menos, temeroso y que 
 
11 El énfasis es mío 
12 Al subir don Cosme por la escalera, don Iñigo y el prior, quienes esperan el momento para efectuar la broma 
lo ven y describen su ascenso de la siguiente manera: 
 PRI. El sube con lindo brio 
 IÑG. Tal piensa que se le va en ello 
 (III, vv. 1930-1931) 
De nuevo se hace patente la falta de decoro entre la edad de don Cosme y su actuar, entre la vanidad que lo 
mueve y las faltas de fuerzas por su edad. 
13 Es interesante el juego de metateatralidad que se verá en escena, ya que los personajes mirados en escena: 
don Iñigo y el prior adquirirán el papel de mirados, todo esto ante los ojos del espectador. 
14 El énfasis es mío. 
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prefiere despojarse de su vestimenta por la vanidad que se profesa 
asimismo antes de comportarse de acuerdo al estamento social y a la edad 
que representa. Enseguida de una larga discusión entre la voz, don Iñigo, 
y don Cosme al cual le advierten que haga lo que le piden o sino recibirá 
un castigo físico, decide desnudarse antes de sufrir cualquier golpe, lo que 
advierte la inversión de los valores del caballero: 
 
Cos. Que te entrego 
todo lo que me has pedido 
 (III, vv. 2024) 
 
Escena que se ve reforzada por la acotación que señala de forma detallada 
como debe de ir arrojando cada una de sus prendas. 
 
Arrójale la espada, capa, valona y sombrero 
 
La carga significativa de impeler con violencia cada uno de los 
elementos que conforman la parte externa de su vestimenta adquiere 
relevancia, ya que la caída en un sentido descendente de la espada (signo 
de virilidad), la capa (signo de nobleza), la valona y el sombrero (accesorios 
propios del estamento al cual pertenece) prefigura como el personaje 
admite el resultado de la burla al dejarse llevar ante sus defectos morales 
y la pasión extrema de la cual se ve envuelto. 
No conformes con esto don Cosme es advertido nuevamente por 
los burladores y ante esto decide quitarse lo que le queda de vestimenta: 
lanza las calzas, no sin antes ensuciarlas por el miedo del cual ha sido 
preso, lo que muestra un gesto que raya en lo escatológico, recurso 
dramático propio de los entremeses o de la comedia burlesca: 
 
COS. Atrueque de no inquietar 
al prio, a quien más temo, 
me auré de quedar desnudo, 
de darle las calças huelgo, 
que ha de tener que limpiar, 
que las ha mojado el miedo 
(III, vv. 2036-2041)15 
 
Esta parte de la escena sugiere a un don Cosme que se mueve de 
un lado a otro, nervioso. Sus movimientos pasan de ser seguros y 
tranquilos al inicio de la escena a dinámicos e intermitentes en esta parte 
de la obra. Cabe recordar que el actor que represente este segmento 
deberá estar en el balcón ante la mirada de todos los asistentes del corral, 
 
15 El énfasis es mío. 
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efecto por lo cual cada uno de los gestos realizados por éste adquieren un 
significado mayor, pues será a partir de su dinamismo corporal lo que 
acusa un tipo

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