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2ª edición ¡QUIERO CHUCHES! Los 9 hábitos que causan la obesidad infantil Dr. Isaac Amigo Dr. José Errasti ¡QUIERO CHUCHES! Los 9 hábitos que causan la obesidad infantil Ilustraciones de Pablo García 2ª edición Desclée De Brouwer 1ª edición: octubre 2006 2ª edición: febrero 2007 © Dr. Isaac Amigo y Dr. José Errasti, 2006 Ilustraciones de Pablo García, 2006 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2006 Henao, 6 - 48009 BILBAO www.edesclee.com info@edesclee.com Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, dis- tribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autoriza- ción de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. Impreso en España - Printed in Spain ISBN: 978-84-330-2101-4 Impresión: Publidisa, S.A. - Sevilla ÍNDICE INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 1. LA OBESIDAD INFANTIL: LA EPIDEMIA DE NUESTRO SIGLO . . . . 13 1.1. El mito del peso ideal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16 1.2. El Índice de Masa Corporal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20 2. ¿POR QUÉ LA OBESIDAD SE PUEDE PREVENIR PERO ES MUY DIFÍCIL DE CURAR? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 3. LAS NUEVE CAUSAS DE LA OBESIDAD INFANTIL . . . . . . . . . . . . 29 3.1. Comer viendo la televisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30 3.2. Ausencia de horarios y picoteos entre horas . . . . . . . . . . . . 36 3.3. Comer solo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 3.4. Saltarse sistemáticamente el desayuno . . . . . . . . . . . . . . . . 44 3.5. Comer únicamente lo que gusta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 3.6. Dormir poco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50 3.7. Superar el aburrimiento comiendo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 3.8. Calmar la ansiedad y la depresión comiendo . . . . . . . . . . . 56 3.9. Practicar un estilo de vida sedentario . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 4. YA, PERO ¿CÓMO SE PUEDEN ENSEÑAR BUENOS HÁBITOS? . . 63 4.1. La educación es una cuestión de dos . . . . . . . . . . . . . . . . . 66 4.2. La educación es una cuestión de plazos . . . . . . . . . . . . . . . 67 4.3. La educación es una cuestión de dar ejemplo . . . . . . . . . . 69 4.4. La educación es una cuestión de muchos premios y algunos castigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 4.5. La educación es una cuestión de regularidad . . . . . . . . . . . 77 4.6. La educación es una cuestión de calma . . . . . . . . . . . . . . . 80 5. ¿QUÉ TIPO DE ALIMENTOS GARANTIZAN MEJOR MANTENERSE EN UN PESO NORMAL A LO LARGO DE LA VIDA? . . . . . . . . . . . 81 5.1. Razones de los prejuicios hacia los hidratos de carbono . . . 81 5.2. La alimentación saludable que contribuye a mantener un peso normal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 5.3. Los alimentos que contienen menos tóxicos . . . . . . . . . . . . 88 6. EL PAPEL DEL EJERCICIO FÍSICO EN EL CONTROL DEL PESO Y LA SALUD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91 6.1. Efectos sobre el apetito y el consumo de alimentos . . . . . 92 6.2. Efectos sobre el control de los estados emocionales . . . . . 94 6.3. Efectos sobre el incremento del gasto calórico . . . . . . . . . 96 7. EL PAPEL DE LAS DIETAS EN LA INFANCIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 7.1. ¿Sirven las dietas para perder peso? . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102 7.2. ¿Sirve perder peso para mejorar la autoestima de los niños obesos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 7.3. ¿Pueden afectar las dietas al crecimiento de los niños? . . . . 104 7.4. ¿Pueden ganar más peso los niños haciendo dietas? . . . . . 105 7.5. ¿Pueden llevar las dietas a los atracones? . . . . . . . . . . . . . . 107 7.6. ¿Pueden las dietas provocar trastornos de la alimentación como la anorexia o la bulimia? . . . . . . . . . . . . 108 7.7. ¿Es recomendable el uso de los tratamientos quirúrgicos en la obesidad infantil? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111 EPÍLOGO: OBESIDAD, CONSUMISMO Y FELICIDAD . . . . . . . . . . . . . . 113 ¡Quiero chuches! 8 La alimentación constituye una de las preocupaciones fundamen- tales de los padres, –y quizá particularmente de las madres–, en rela- ción a la salud de sus hijos. Es bien conocido que esta preocupación en ocasiones ni siquiera cesa cuando los hijos llegan a ser adultos. Los motivos son múltiples. Por un lado, garantizar en los hijos una buena nutrición a través de una alimentación adecuada es una de las funciones más enraizadas en la actividad de ser padres, presente no sólo en nuestra especie animal, sino también generalizada a lo largo de todo el árbol evolutivo. Pero también, de forma más específica a nuestras circuns- tancias en el Primer Mundo actual, hay que destacar el creciente reco- nocimiento entre la población del papel que los hábitos alimenticios desempe- ñan para la salud a lo largo de toda la vida. Cada vez todos somos más conscientes de que estos hábitos se van aprendiendo en la niñez hasta conformar el estilo de comer de cada persona. Ahora bien, los hábitos alimenticios no sólo tienen que ver con el tipo de alimentos ingerido sino también con el cómo, cuándo y dónde se come. No olvidemos que estamos hablando de hábitos, es decir, de conductas muy sólidamente establecidas en nuestra actividad cotidiana, de ahí que el nutricionista, –aquel experto que estudia la Introducción 9 forma en como los nutrientes afectan al cuerpo humano–, deba traba- jar conjuntamente con el psicólogo, –aquél experto que estudia la forma en como se adquieren, se modifican o se eliminan los comporta- mientos humanos–. Generalmente al hablar de nutrición se insiste mucho en el primer aspecto, dando la impresión de que una correc- ta alimentación depende únicamente de si comemos más o menos grasas que hidratos de carbono, o más o menos hidratos de carbono que proteínas. Siendo cierto que la nutrición depende de lo que se consume, no se puede olvidar que lo que se consume depende de los hábitos alimenticios. En este sentido, se podría decir que la obesidad se aprende, o, al menos, que se aprenden las principales costumbres alimenticias que la provocan: se aprende el gusto por los alimentos hipercalóricos, se aprende a des- regular el apetito de forma que cualquier situación y cualquier hora actúen como estímulos que incitan a comer, y se aprenden estilos de vida sedentarios en donde faltan elementos fundamentales para man- tener un peso adecuado, –como la actividad física–. Clásicamente se ha pensado que el conocimiento de las relaciones entre nutrición y salud bastaría para ayudar a mejorar ésta a través del cuidado de aquélla. Pero hoy en día nadie puede seguir siendo tan ingenuo como para creer que la información es suficiente para hacer que la gente practique conductas saludables. Nunca ha habido una sociedad en la historia cuyos ciudadanos posean tantos conocimien- tos acerca de nutrición como en el Primer Mundo actual. Términos técnicos, –como proteínas, grasas saturadas, hidratos de carbono, coleste- rol, e infinidad de ellos más–, han pasado al lenguaje habitual y for- man parte del vocabulario básico de uso de cualquier ciudadano de cultura media. Y, sin embargo, según todos los datos, nunca una sociedad sin carencias en sus posibilidades se caracterizó por pautas alimenticias tan insalubres como la nuestra. Los informes sobre obe- sidad infantil y adulta muestran tendencias de futuro sencillamente alarmantes. Los trastornosde la alimentación, –anorexia, bulimia, etc.–, se han convertido en una seña de identidad de nuestra cultura. ¡Quiero chuches! 10 Hace falta algo más que información para obtener una buena alimentación. Hace falta entender cómo se forman los hábitos alimenticios para poder corre- gir sus posibles vicios y prevenir mil variadas conductas de mil variados ries- gos para la salud. En este libro trataremos de analizar con cierto detalle qué tipo de comportamientos cotidianos tendríamos que enseñar a nuestros hijos si pretendemos que se mantengan dentro de su peso natural. Describiremos qué hay que enseñarles, pero, sobre todo, explicaremos de forma muy práctica y concreta cómo se puede hacer esa enseñanza. Las costumbres alimenticias adquiridas en la infancia influirán notablemente en el estilo de alimentación que poseerá la persona durante el resto de su vida. Tendremos siempre presente la importancia esencial y decisiva de los nutrientes en la alimentación, –y nos detendremos suficiente- mente en ese punto–. Pero éste es un libro escrito por psicólogos, de forma que nos centraremos de forma especialmente protagonista en algo tan importante como el aprendizaje de los hábitos que confor- man el estilo de alimentación de nuestros hijos. Introducción 11 La idea de que la obesidad, tanto la infantil como la adulta, puede llegar a convertirse en una epidemia de nuestro siglo es algo sobre lo que comienza a existir un amplio consenso entre los especialistas implicados en este problema. Nos referimos, por supuesto, a la obe- sidad propia de los habitantes de nuestro Primer Mundo occidental, y parece estar en una relación inmediata con el estilo de vida que se impone de forma cada vez más marcada en nuestras sociedades desa- rrolladas. La realidad es que, efectivamente, la constatación del incre- mento de la obesidad ha hecho sonar con fuerza las alarmas del sistema sani- tario a comienzos del siglo XXI, tras registrarse un crecimiento espectacular de este problema en relación a las últimas décadas del siglo pasado. Parecería que en los últimos años se hubiese producido un despegue exponen- cial de las personas que muestran un exceso de peso. En España se ha pasado de un porcentaje de niños obesos del 5% en 1990 hasta el 16% en la actualidad. La pequeña Malta es el único país europeo que nos supera en este aspecto. Eso significa que el cre- cimiento de la obesidad infantil está próximo al 1% anual y que, de no tomarse las medidas adecuadas, en un par de décadas 1 de cada 3 niños serán obesos. Este veloz crecimiento de los problemas de exceso 1. La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo 13 de peso elimina la posibilidad de cualquier explicación del mismo en términos geneticistas. Las especies animales no cambian tan rápido, pero las circunstancias socioculturales en donde se desenvuelven nuestros hábitos alimenticios sí. Tan sólo aproximadamente un 7% de los casos de sobrepeso u obesidad tienen como causa más relevan- te factores de tipo biológico mientras que el 93% restante corres- ponde a una obesidad exógena, es decir, a aquélla que tiene su causa en un saldo positivo entre el consumo de calorías y el gasto energé- tico del organismo. El ser humano, –y, curiosamente, también sus animales de compañía–, son los únicos animales que pueden desa- rrollar obesidad a lo largo de su vida. ¿Acabaremos asumiendo en un futuro como algo natural, casi biológico, que la infancia y la obesi- dad son elementos inseparables? Este futuro hipotético, en donde la parte rica del mundo está habi- tada por el homo obesus, no es un espejismo. En la Unión Europea apare- cen 400.000 nuevos casos de niños obesos al año. En algunos países como EE.UU., la nación más desarrollada del planeta en la actualidad, el 30% de la población adulta es obesa y más del 60% de sus habitantes tiene problemas vinculados al sobrepeso. En España ese índice oscila- ría alrededor del 15%. Aun así, el crecimiento de la obesidad sigue siendo vertiginoso: mientras que en 1998 tan sólo el 7% de los Estados de Norteamérica tenían una prevalencia de obesidad infantil superior al 20% de la población, en 2000 ya eran el 50% de los Estados los que alcanzaban esa cifra, y en 2002 tres Estados norteamericanos superaban entre su población un porcentaje de obesidad infantil del 25%. Las cur- vas de crecimiento de la obesidad infantil en España durante los últimos años y las que se registraron en los Estados Unidos hace dos décadas escasas son tan llamativamente parecidas que todo indica que la situación sanitaria norteame- ricana actual vinculada al exceso de peso infantil va a darse con toda probabi- lidad en nuestro país dentro de una década. Las complicaciones de salud derivadas de la obesidad son múlti- ples, tanto en la infancia como en la edad adulta. En su informe de ¡Quiero chuches! 14 2002, la Organización Mundial de la Salud señalaba que la obesidad está ligada al 60% de las muertes producidas por enfermedades no contagio- sas, principalmente cáncer, trastornos cardiovasculares y diabetes. Por otro lado, la obesidad infantil y la obesidad adulta se encuentran relacionadas, en la medida en que casi ocho de cada diez niños que son obesos a los diez años de edad terminan convirtiéndose en adultos obesos. No obstante, la obesidad infantil no afecta por igual a todos los sectores de la población. Se ha observado que es mucho más frecuente entre niños de clase media-baja y clase baja y, curiosamente, también es más frecuente en el campo que en la ciudad. Los motivos de esta mayor presencia de problemas de exceso de peso en contextos rurales que urbanos puede encontrarse en la todavía presente cultura de la sobrealimentación que persiste en ocasiones entre las familias dedi- cadas a la ganadería y la agricultura; por otro lado, la universaliza- ción de la televisión y su llegada a todos los núcleos poblacionales, por pequeños que sean, ha contribuido a aumentar el sedentarismo como componente central del ocio de la infancia rural. Los problemas médicos derivados de la obesidad infantil son numerosos. Por nombrar únicamente los más llamativos, cabe desta- car que han comenzado a detectarse casos sorprendentes de diabetes tipo II no insulino-dependiente entre los niños, trastorno que hasta la fecha había sido extremadamente raro en la infancia. Así mismo, los problemas del colesterol elevado ya no son exclusivos de las eda- des adultas, con su pésima repercusión en la futura hipercolesterole- mia del individuo. El 50% de los niños obesos presentan lo que se denomina “síndrome metabólico” que constituye un factor de riesgo muy importante para padecer enfermedades cardiovasculares cuando lleguen a adultos. Se ha llegado a decir, incluso, que esta generación será una de las pocas que tendrá una esperanza de vida inferior a la de sus padres, ya que las enfermedades asociadas al exceso de peso incre- mentan progresivamente el riesgo de mortalidad temprana cuanto mayor es el grado de sobrepeso. La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo 15 Pues bien, este grave problema de nutrición está causado por unas graves disfunciones en los hábitos comportamentales alimenticios. Ante el problema del sobrepeso y la obesidad infantil hay cosas que no pode- mos hacer y otras que, por el contrario, sí están en nuestra mano. No pode- mos cambiar la predisposición genética que ciertas personas mues- tran hacia la obesidad. Pero sí podemos educar en nuestros hijos unos há- bitos comportamentales alimenticios saludables que actuarán como freno ante la posibilidad de la obesidad exógena y como un importantísi- mo moderador ante el problema de la obesidad con componentes hereditarios. Al fin y al cabo, como se ha dicho, por encima de que constitucionalmente todas las personas nos diferenciemos en nuestra estructura física y en la anchura de partida de nuestros cuerpos, son poquísimos los casos de trastornos de exceso de peso debidos exclu- sivamente a causas metabólicas o biológicas en general. Un poco más delgados o un poco más gorditos,la práctica totalidad de las perso- nas, adultos y niños, tenemos un peso natural que oscila dentro de la normalidad y está relacionado con factores que nos protegen ante varios tipos de trastornos o enfermedades. Este libro se centrará en aquellas acciones que sí está en nuestra mano emprender para atajar el problema del sobrepeso y la obesidad infantiles, acciones que, por cierto, son las principales determinantes del problema. 1.1. El mito del peso ideal En cualquier caso, antes de seguir adelante, sería necesario preci- sar cuándo podemos hablar de “sobrepeso” y “obesidad” infantil, ya que en la actualidad se utilizan estos términos en contextos colo- quiales de forma muy ligera, y se han vuelto sinónimos otros con- ceptos como “delgadez”, “peso ideal” o “salud”, cuando en realidad estás cuestiones son ciertamente más complejas. La imagen de un “cuerpo ideal delgado” que hemos dibujado en el mundo desarrolla- do y las prácticas que se preconizan para conseguirlo no llevan nece- ¡Quiero chuches! 16 sariamente a un cuerpo saludable (tal y como veremos en un próxi- mo capítulo). Justamente el aumento de la obesidad idealiza la del- gadez y la eleva al estado deseable por excelencia, lo cual es una espe- cie de reacción ante la expansión del sobrepeso tan inadecuada como el problema contra el que aparece. La preocupación por este asunto es tal que forman ya parte del lenguaje diario expresiones como “peso ideal”, que dan a entender que todos los individuos podemos alcanzar el peso que teóricamente nos apetezca tener, de forma que el fracaso en su logro sólo sería indi- cativo de una debilidad o falta de voluntad de la persona. Parece que- rer darse a entender que la constitución física de partida de cada uno no tuviera nada que ver con el peso ni marcase los límites del adel- gazamiento que podemos conseguir. Como veremos más adelante, la delgadez no es una mera cuestión de voluntad. En todo momento, y espe- cialmente una vez que el cuerpo ha entrado en sobrepeso u obesidad, cualquier intento de perder peso chocará contra unos mecanismos metabólicos de regulación que van a dificultar en gran medida ese adelgazamiento, especialmente si la estrategia para perder peso se basa sólo en una dieta hipocalórica. No obstante, con la imprescin- dible ayuda de los medios de comunicación y de un puñado de per- sonas que han entregado su vida a toda una serie de intervenciones dietéticas, gimnásticas y quirúrgicas para esculpir ilimitadamente su silueta, se ha pretendido delimitar las características necesarias del prototipo del cuerpo ideal, de tal forma que todo lo que se desvíe de esa norma parecería estar al margen de la belleza oficial. Esa presión acerca de lo que debe ser el cuerpo está mucho más detallada en la mujer que en el hombre y la conocidísima barbie ilus- tra perfectamente lo que se espera del cuerpo femenino en la actuali- dad. Esta muñeca que sirve de modelo para muchas niñas hoy en día, muestra, además de un pecho grande, una bajísima proporción cin- tura/cadera de 0.54, prácticamente imposible para un cuerpo de mujer, ya que en esa cintura tan estrecha difícilmente podrían caber La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo 17 los órganos internos. Para darse cuenta de esta exageración, baste decir que las modelos más conocidas exhiben una proporción cerca- na a 0.70. Las operaciones de cirugía estética destinadas a incremen- tar o disminuir el tamaño de los senos o a extraer la costilla inferior tienen como objeto ese ideal. Tanta atención al cuerpo ha aparecido en una sociedad terriblemente indi- vidualista en donde el individuo ha perdido las relaciones y los modelos socia- les que clásicamente le han formado como persona. La lógica de la ciudad, del mercado laboral, de los medios de comunicación con su potentí- sima capacidad de seducción, ha convencido a los individuos a bus- car en el egocentrismo y el narcisismo el sentido de sus vidas. Desborda claramente las intenciones de este libro desarrollar en deta- lle estos aspectos socioculturales vinculados al individualismo, que sirven de caldo de cultivo al culto desmedido al cuerpo y a la delga- dez. Excelentes textos se pueden encontrar en el mercado para cubrir esta temática. Baste decir que en este contexto el cuerpo ha pasado a ser la manifestación más importante de la identidad personal, y es así como la presión social puede urgir a muchas personas a ajustar las medidas del propio cuerpo al estándar social más valorado, hasta hacer de ello el deseo central de sus vidas. El estatus laboral, la situación personal, las relaciones afectivas y el éxito parecen depender en estos momentos del estado del cuerpo. La idea ha calado con tanta fuerza que muchas personas, especial- mente adolescentes, tienen que pensarlo dos veces antes de poder describir otros elementos que puedan influir decisivamente en una vida satisfactoria. Parece haberse olvidado que si bien el cuerpo puede ser importante, las habilidades sociales, la empatía, el auto- control emocional o el modo de comunicarse verbal y no verbalmen- te son lo más decisivo a largo plazo para mantener el equilibrio emo- cional y conseguir una solida red de apoyo social. Y es precisamente en este mundo occidental, donde se ha logrado crear un verdadero paraíso nutricional para sus habitantes, en donde ¡Quiero chuches! 18 se valora tantísimo el control personal sobre la alimentación y se hala- ga tanto la delgadez. Desde un punto de vista estrictamente lógico este comportamiento puede resultar bastante incomprensible e inclu- so absurdo. Sin embargo, desde una perspectiva psicológica podemos encontrar su razón de ser emocional. En las culturas que han vivido bajo la presión continua de la escasez de alimentos, el sobrepeso y la obesidad son poderosos estimulantes de la autoestima. El exceso de peso en un contexto de carencias básicas es un indicador muy evi- dente del estatus social, económico o personal. De ahí que en ciertos momentos de la historia el cuerpo voluminoso fuese particularmente atractivo. Del mismo modo, la delgadez ha llegado a ser en la actua- lidad el prototipo de la belleza, porque la delgadez, en un mundo de abundancia, resulta difícil, cara y costosa de alcanzar. No es de extrañar, entonces, que las medidas de las modelos que aparecen en algunas revistas muy conocidas, como se ha citado en múltiples ocasiones, se hayan ido estilizando progresivamente a lo largo de las últimas tres décadas. Estas creencias culturales propias de nuestros días son extremada- mente inadecuadas. Se podrían criticar desde la psicología, la filoso- fía, la sociología, la ética, la economía, la historia del arte o la estéti- ca. A nosotros nos interesa ahora centrarnos en sus errores relaciona- dos con la promoción de la salud. A la evidencia cotidiana de que las personas muy delgadas, –o que se preocupan intensamente por conseguir tal delgadez–, no son más felices, ni se encuentran más satisfechas, ni consiguen mayores éxitos a largo plazo en sus relaciones interpersonales, cabría añadir que lo que dichas personas suelen considerar su “peso ideal” no es, ni mucho menos, el peso saludable por excelencia, y es de hecho, en grandísima parte de los casos, un peso insalubre asociado a ciertos trastornos médicos. Los pro- blemas vitales asociados a la obesidad no deben hacernos olvidar lo inadecuado de la delgadez y los trastornos vinculados a su búsqueda continuada. La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo 19 1.2. El Índice de Masa Corporal Contra lo que a veces se cree, el peso en sí mismo no dice mucho de nuestra salud. Cada cuerpo tiene su propia estructura y el rango del peso en el que podemos movernos para estar saludables es mucho más amplio del que suele considerarse. Es por eso que el llamado “peso ideal” no es el mejor predictor de nuestro bienestar físico. En su lugar se ha comprobado que el Índice de Masa Corporal (IMC) permite hacer un mejor pronóstico de los riesgos para la salud a los que están expuestos las personas. Este índice pone enrelación el peso del sujeto con su altura, conforme a la siguiente fórmula: Índice de Masa Corporal = Peso en Kg. / (Altura en m.)2 A partir de esta fórmula se ha establecido un baremo que pone en relación los distintos niveles de obesidad y su riesgo para la salud (véase tabla 1). A estos efectos, debemos distinguir tres niveles rela- cionados con el peso del individuo: en primer lugar encontraríamos el “normopeso”, propio de las personas cuyo peso se mantiene dentro de la normalidad y de valores medianos; a continuación hablaríamos de “sobrepeso” ante excesos de peso que sin ser muy elevados mere- cen ya cierta consideración médica; por último, se denomina “obesi- dad” a los excesos de peso muy considerables asociados a una gran cantidad de trastornos físicos y que repercuten de forma general en la calidad de vida del individuo. De acuerdo a este baremo ocurriría que una niña de 10 años que midiese 1,41 metros y cuyo peso fuese de 32 kilogramos tendría un Índice de Masa Corporal de 16,16, por lo que podría llegar a pesar hasta 7 kilogramos más sin alcanzar el límite del sobrepeso para su edad (IMC=19,9) y sin que ello representase un riesgo significativo para su salud. Además se ha constatado que el sobrepeso moderado no constituye un factor de riesgo por sí mismo en la enfermedad car- diovascular o en cualquier otro tipo de enfermedad. De hecho tan ¡Quiero chuches! 20 sólo el 7% de los niños con este sobrepeso ligero tienen problemas de salud. No obstante, a partir de ese punto el incremento de Índice de Masa Corporal sitúa a la persona en un riesgo cada vez mayor de padecer muchos tipos de trastornos médicos. Es por ello que, en tér- minos de salud, hablar de un “peso ideal” concreto o restringido a un intervalo de valores muy estrecho carece de sentido. El cuerpo huma- no puede adaptarse sin dificultad a un rango relativamente amplio de peso. El “peso ideal” sólo se puede considerar como uno más de los mitos de nuestra cultura. Tabla 1. Cálculo del sobrepeso y la obesidad infantil según el IMC EDAD SOBREPESO SOBREPESO OBESIDAD OBESIDAD EN AÑOS EN NIÑOS EN NIÑAS EN NIÑOS EN NIÑAS (IMC superior a...) (IMC superior a...) (IMC superior a...) (IMC superior a...) 6,0 17,6 17,3 19,8 19,7 6,5 17,7 17,5 20,2 20,1 7 17,9 17,8 20,6 20,5 7,5 18,2 18,0 21,1 21,0 8 18,4 18,3 21,6 21,6 8,5 18,8 18,7 22,2 22,2 9 19,1 19,1 22,8 22,8 9,5 19,5 19,5 23,4 23,5 10 19,8 19,9 24,0 24,1 10,5 20,2 20,3 24,6 24,8 11 20,6 20,7 25,1 25,4 11,5 20,9 21,2 25,6 26,1 12 21,2 21,7 26,0 26,7 IMC = Peso en kilos / Altura en metros al cuadrado La obesidad infantil: la epidemia de nuestro siglo 21 Puede parecer un tópico afirmar que prevenir es mejor que curar. Sin embargo, pocas veces esta frase es tan verdadera como al referi- mos al problema de la obesidad en general y de la obesidad infantil en particular. Una vez que se ha adquirido un nivel de sobrepeso ele- vado e ingresamos en el terreno de la obesidad resulta especialmente difícil perder ese peso excesivo y, sobre todo, consolidar esa pérdida de peso a lo largo del tiempo. Es por ello que la educación del niño en un estilo de vida saludable que le permita mantener su peso natural a lo largo de su vida es de gran importancia. Y es curioso que nada más empezar a estudiar la forma de implan- tar tales hábitos alimenticios saludables nos encontremos con una primera dificultad inesperada: a pesar de lo incomprensible que nos pueda parecer, algunos estudios indican que tres de cada cuatro padres no son capaces de percibir el exceso de peso de sus hijos. En estos casos, a pesar de que los niños alcanzan un peso que ya se sale de la normalidad, sus padres los ven como niños con un peso ade- cuado. Así, al margen de lo mucho que se escribe y se lee sobre la del- gadez, la realidad es que la noción general que muchas veces posee- mos acerca de lo que es tener un peso adecuado dista mucho de lo 2. ¿Por qué la obesidad se puede prevenir pero es muy difícil de curar? 23 que las tablas de Índice de Masa Corporal (IMC) indican (véase tabla 1). Estas dificultades para reconocer el sobrepeso de los hijos están además moduladas por el sexo del niño, de forma que tanto los padres como las madres son más ciegos a la obesidad de sus hijos que a la que presentan sus hijas. Para explicar por qué es mucho más sencillo prevenir el exceso de peso que eliminarlo una vez adquirido habría que referirse en primer lugar a una serie de factores de carácter muy general que explican por qué el organismo humano es especialmente avaricioso a la hora de almacenar y retener las calorías que ingresan en él. Por más que viva- mos en una época histórica particularmente opulenta y repleta de ali- mentos calóricos a nuestra disposición, conviene recordar que el fun- cionamiento nutritivo y energético de nuestro cuerpo se encuentra adaptado a un contexto ya muy lejano en el tiempo caracterizado por la escasez de ali- mentos y la dificultad para conseguir los recursos calóricos necesarios. Segui- mos teniendo el mismo organismo que hace 35.000 años, por más que las circunstancias que rodean a tales organismos sean muy dife- rentes, y las características fisiológicas que optimizan la supervivencia en un contexto de escasez alimenticia pueden acarrear serios problemas en un con- texto de superabundancia. Nuestro organismo está especialmente dise- ñado para retener los recursos calóricos que ingresan en él, y con fre- cuencia una vez almacenados sólo se liberan con mucha dificultad cuando la deprivación a la que se somete la persona es intensa o muy constante en el tiempo. Es por eso que no se puede compensar un día en el que hemos comido el doble de lo habitual manteniéndonos sin comer durante el día siguiente. Pero, además, el propio sobrepeso genera una serie de efectos que de forma más o menos indirecta ayudan a perpetuar tal exceso de peso. En una publi- cación de los doctores Swinburn y Egger del año 2004 podemos encontrar una tabla referida a estos efectos indirectos. Por más que estos autores no estaban centrados en el estudio de la obesidad infan- ¡Quiero chuches! 24 til, es fácil ver que bastantes de los procesos de autoperpetuación de la obesidad a los que se refieren tienen también su relevancia en el caso de la aparición y mantenimiento de este problema durante la infancia. Estos círculos viciosos de la obesidad se encuentran resumi- dos en la tabla 2: • en primer lugar, cuando se llega a la obesidad las personas tie- nen cada vez más dificultades para moverse y cada uno de los movimientos que realizan les supone un esfuerzo mayor que a otra persona que tenga un peso más normalizado. Esto suele provocar que las personas obesas reduzcan, muchas veces sin ser conscientes de ello, todos sus niveles de actividad y de gasto de energía. Restringen sus movimientos en el trabajo, tienden a buscar un ocio sedentario y para los desplazamien- tos eligen cualquier clase de vehículo que les alivie de la tarea de caminar. Esto implica un gasto calórico muy escaso, por lo que fácilmente cubrirán sus necesidades energéticas por poco que coman. • junto a la reducción del movimiento, la obesidad está médi- camente asociada a ciertos problemas físicos que redundan en lo mismo. La artrosis en la columna o la rodilla, la apnea del sueño u otras dificultades respiratorias son algunos ejemplos de trastornos asociados al exceso de peso que repercuten en la persona provocando cansancio o dolores que a su vez contri- buyen a que la persona reduzca más aun su actividad, se man- tenga más tiempo sentada o lleve un estilo de vida más seden- tario. • por si ello no fuese suficiente, el estigma que supone la obesi- dad y el sobrepeso hace que muchas personas vean deteriorada su autoestima, se echen la culpa de la forma de su cuerpo y pue- dan sentirse ansiosas o deprimidas. Como muchas personas saben, comer es una de las estrategias habituales para atenuar ¿Por qué la obesidad infantil se puede prevenir pero es muy difícil de curar? 25 los síntomas de la ansiedad y del desánimo.El hecho de que esta estrategia sólo funcione a muy corto plazo y sea contra- producente a la larga no evita que sea practicada por un buen porcentaje de personas con problemas de peso. De forma secun- daria, también procede citar que algunos de los medicamentos que se prescriben para el tratamiento de la depresión favorecen el apetito y la ganancia de peso. Por lo cual, los trastornos emo- cionales en las personas con obesidad pueden contribuir de una manera destacada a impedirles bajar de peso e, incluso, en muchos casos, a incrementarlo aun más. • por último, y aunque pueda resultar paradójico, las dietas hipocalóricas que muchas personas ponen en práctica por la recomendación de algún amigo o bajo la prescripción de su propio médico pueden contribuir no ya a solucionar el pro- blema del exceso de peso sino a agravarlo más todavía. Aunque de este asunto hablaremos más en profundidad en un próximo capítulo, cabría apuntar que las dietas hipocalóricas restrictivas implican la restricción severa de la ingestión de calorías y suelen implicar, además, la prohibición de determi- nados alimentos. Esta situación no es sostenible a largo plazo, por lo que suele aparecer lo que se ha denominado “efecto de la manzana prohibida”, nombre que ilustra muy gráficamente el papel emocional tan destacado que adquieren entonces en la vida de la persona los alimentos restringidos, con lo que eso supone de incremento de la posibilidad de que se realicen conductas de consumo excesivo, o atracones, y se violen de forma frecuente y exagerada las dietas que pretendían reducir el exceso de peso. Al final no es extraño que las personas some- tidas a dietas hipocalóricas terminen consumiendo más calorí- as que las que ingerirían si no hubieran iniciado la dieta, –y cuando más radical y restrictiva sea la dieta, más habitual e intenso será este fenómeno–. ¡Quiero chuches! 26 Tabla 2. Círculos viciosos de la obesidad que favorecen la continua ganancia de peso y dificultan su pérdida LA OBESIDAD FAVORECE: LO CUAL PROVOCA: LO CUAL HACE AUMENTAR EL PESO DEBIDO A: Reducción del movimiento La necesidad de un Reducción de los niveles mayor esfuerzo para de actividad laboral, realizar cualquier recreativa y de ocio y los actividad física desplazamientos activos Problemas Artrosis en la columna y Dolor que restringe los físicos rodilla, apnea del sueño movimientos, sueño y dificultad respiratoria diurno, cansancio y estrés Alteraciones Baja autoestima, culpa, Atracones, alivio al comer, emocionales ansiedad y depresión consumo excesivo de alcohol, letargo, medicaciones que favorecen la ganancia de peso Dieta Prohibir alimentos y una Respuesta metabólica del restricción permanente organismo para frenar la insostenible pérdida de peso y violación dietas. Adaptado de Swinburn y Egger (2004) En definitiva, tal y como se ha venido argumento a lo largo de las páginas anteriores, prevenir la obesidad es la mejor manera de luchar contra ella, tanto por motivos constitucionales propios del funciona- miento de nuestro organismo, como por la presencia de mecanismos de círculos viciosos que, con frecuencia de forma no consciente, per- petúan la obesidad y dificultan enormemente la pérdida de peso. La educación en la infancia de un estilo de alimentación adecuado es una de las mejores herencias de salud que podemos dejar a nuestros hijos. ¿Por qué la obesidad infantil se puede prevenir pero es muy difícil de curar? 27 Imaginemos que una madre extravagante se hubiera planteado el increíble objetivo de conseguir que sus hijos fueran adultos obesos, y, a sabiendas de que un 80% de los niños obesos mantienen su obe- sidad en las etapas maduras de la vida, hubiera decidido conseguir que sus hijos adquirieran un inadecuado exceso de peso. El contrae- jemplo que esta madre supondría para las demás madres sería extre- madamente útil, ya que serviría como una guía de todo lo que no se debe hacer en lo referente a la educación alimentaria de los niños y nos permitiría pensar en alternativas de cara al establecimiento de costumbres saludables. Y afrontemos ahora una pregunta incómoda: ¿cuántos de los malos hábitos que la madre antes citada habría enseñado a sus hijos para que se vuelvan obesos estamos nosotros permitiendo que tam- bién ocurran en nuestros propios hijos, a los que, obviamente, no les deseamos ningún trastorno de este tipo? En este capítulo pretende- mos presentar cuáles son los malos hábitos más frecuentes y perni- ciosos relacionados con el sobrepeso y la obesidad infantil. Hemos seleccionado nueve hábitos de conducta inadecuados referidos a la nutrición de nuestros hijos, que desarrollaremos con el detalle que cada uno merece. Son los siguientes: 3. Las nueve causas de la obesidad infantil 29 • comer viendo la televisión • ausencia de horarios y picoteos entre horas • comer solo • saltarse sistemáticamente el desayuno • comer únicamente lo que gusta • dormir poco • superar el aburrimiento comiendo • calmar la ansiedad y la depresión comiendo • practicar un estilo de vida sedentario. 3.1. Comer viendo la televisión Para María la televisión y la comida habían ido juntas a lo largo de toda la vida. Ya desde que era un bebé y dejó de recibir la lactancia materna, los padres habían observado que comía mejor las papillas si tenía cerca un televisor en el que estuvieran apareciendo dibujos ani- mados. Y desde que su padre instaló un aparato en la cocina era una costumbre permanente encender la tele siempre que se desayunaba, comía o cenaba. A su vez, María empezaba a sentir que le faltaba algo cuan- do se sentaba a ver la tele en la salita con sus padres, y poco a poco fue cogiendo la costumbre de comer los montones de chucherías que sus abue- los le traían en cada visita mientras veía la televisión. A los 11 años de edad, María ya no sabía ver ni cinco minutos de dibujos animados si no tenía las manos y la boca ocupada en golosinas que saboreaba de forma mecánica sin prestar casi atención. Cuentan que un cura fue una vez preguntado por uno de sus fie- les acerca de si estaba permitido fumar mientras se rezaba. “¡De nin- guna manera!”, exclamó el sacerdote, “el rezo es una actividad sagra- da, y fumar mientras se reza sería una falta de respeto hacia la ora- ción”. Decepcionado, el feligrés regresó al día siguiente, y esta vez preguntó al cura si le permitiría rezar mientras estaba fumando. ¡Quiero chuches! 30 “¡Por supuesto!”, contestó con seguridad, “todo momento es bueno para la oración. Si sientes las ganas de orar mientras fumas puedes hacerlo con toda tranquilidad”. Si en el chiste anterior sustituimos “rezar” por “ver la televisión”, y “fumar” por “comer”, seguramente descubramos que muchos de nosotros nos estamos comportando como el cura del ejemplo en relación a nuestros hijos. Decir que la televisión también engorda podría parecer una broma más de las que se hacen en relación a este asunto. Sin embargo, lejos de ser una gracia, es un hecho que fue puesto de manifiesto a princi- pio de los años 80 cuando el problema del sobrepeso infantil no había alcanzado las dimensiones actuales y que hoy en día se ha confirma- do plenamente. Y esto es así hasta el punto de que recientemente la revista de la Academia de Pediatría Estadounidense ha publicado un estudio en donde se señala que el predictor más potente del peso de los niños es justamente el tiempo diario que tales niños dedican a ver la televisión. Tanto las personas adultas como los niños que pasan más horas delante del televisor tienen, en general, un Índice de Masa Corporal más alto y una mayor probabilidad de tener sobrepeso u obesidad. Existen al menos dos razones fundamentales que explican por qué la televisión tam- bién engorda: una de ellas relacionada con la propia actividad de ver la televisión, y otra referente a la peligrosa asociación entre televisión y comida. Así, por una parte, y como es fácil de entender, pasar mucho tiempo delante de la televisión es el ejemplo perfecto de una acti- vidad sedentaria. Se trata de un comportamientomuy representa- tivo de un estilo de vida, y en una gran cantidad de casos es un indi- cador de un estilo general de vida también sedentario. Esta falta de acti- vidad física de las personas cuyo ocio gira especialmente en torno al televisor, –o a los juegos de ordenador–, es una de las posibles causas de su posible exceso de peso. La relación es tan estrecha que cuando se compara a los niños que tienen sobrepeso u obesidad con los niños que están dentro de un rango normal de peso a veces no Las nueve causas de la obesidad infantil 31 se encuentran grandes diferencias en su estilo de alimentación; sin embargo, lo que les diferencia claramente es su nivel de actividad física y las horas que están sentados delante de la pantalla. No es de extrañar entonces que se haya demostrado que los niños que no se implican al menos en una actividad física moderada durante al menos unos 60 minutos al día son los que más probabilidades presentan de llegar a tener exceso de peso. Los datos sobre el consumo de calorías mientras se ve la televisión son también son muy reveladores. ¿Cuántas calorías cree usted que gastamos cuando estamos sentados delante del televisor? Muy pro- bablemente, menos de las que ha pensado, ya que el organismo consu- me prácticamente la misma energía viendo la televisión que durmiendo. Un adolescente que pese alrededor de 50 kg quemará más o menos unas 60 calorías por hora, que son prácticamente las mismas que consu- miría si esa hora se la pasara durmiendo, –con la diferencia de que, además, mientras duerme, ese chico no estará comiendo chocolatinas y chucherías–. Por el contrario, si ese joven emplea esa misma hora jugando al baloncesto consumirá cinco veces más energía, en torno a unas 300 calorías. Este hecho debería hacer que nos replanteásemos la conveniencia de que el niño disponga de un televisor en su habitación para su uso personal, tal y como ocurre en muchos hogares. Es ésta una cuestión compleja, para la que existen consideraciones de diferente tipo a favor o en contra, y el efecto de esta medida sobre el sobrepeso del niño no tiene por qué ser el factor crítico que resuelva la decisión. Pero ya que es el tema de este libro, no cabe sino destacar aquí que los televisores colocados en las habitaciones individuales de los hijos son un elemento favore- cedor del sobrepeso. Qué duda cabe que esto puede ser muy cómodo para toda la familia, ya que la abundancia de televisores permite que todos sus miembros puedan ver en cada momento el programa que desean. Pero, como contrapartida, la posesión de un televisor propio tiene, como mínimo, dos serios inconvenientes: ¡Quiero chuches! 32 • en primer lugar, la total disponibilidad del aparato incrementa su uso. Dadas las características de la programación infantil, en donde priman espacios cortos y que exigen muy poco esfuerzo de atención o pensamiento al niño espectador, es fácil que nuestros hijos aprendan a llenar su ocio de forma exagerada con tal actividad, viendo cualquier cosa que se esté emitiendo, bien porque les gusta, o bien porque en cualquier momento puede empezar algo que les guste. El niño puede aprender a disfrutar su ocio de un modo sedentario, y, si este aprendizaje se conso- lida, acabará prefiriendo esta actividad a cualquier otra que, pudiendo ser incluso más divertida, –por ejemplo, jugar con otros niños–, suponga en su inicio un mayor esfuerzo, o no ofrezca su diversión en el inmediato aquí y ahora en el que la están ofreciendo los dibujos animados. Al final, el juego inter- personal más destacado puede terminar siendo ponerse a ver la televisión con otros niños. • además, no se debería olvidar que forma parte importante de la educación enseñar a los niños a compartir y a criticar lo que se ve. El hecho de no ponerse de acuerdo sobre qué programa se ve es una excelente ocasión para aprender a negociar, a ceder, para descubrir que no siempre se puede ver lo que uno quiere y que se puede llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes cuando aparecen conflictos en la familia. Por su lado, sentarse ante el televisor con los hijos facilita que los padres sepan en todo momento los contenidos que sus hijos están viendo, y puedan modular con sus comentarios o sus prohibiciones la influencia que tales programas ejercen sobre los niños. Junto con el efecto sobre el peso relacionado con la propia activi- dad de ver la televisión, también habría que destacar los peligros de la asociación que tantas veces se establece entre la televisión y la comida. Comer y sentarse delante de la tele son conductas que se fortalecen Las nueve causas de la obesidad infantil 33 mutuamente. En general, los niños que desayunan, comen o cenan delante el televisor pasan un mayor número de horas viéndolo que los niños que no mezclan ambas actividades. En este caso se pone en marcha un mecanismo más sutil de condicionamiento que acaba enganchando a los niños todavía con más fuerza a la actividad seden- taria de ver la televisión. Si el niño se acostumbra a comer delante de la televisión, el hecho de estar delante de ella llegará a ser agradable per se, incluso en los momentos en que el programa es aburrido o carente de interés, ya que la televisión se ha contagiado de las respuestas emo- cionales positivas que despiertan las sensaciones de comer. ¡Quiero chuches! 34 NO CONVIENE ASOCIAR LA TELEVISIÓN CON LA COMIDA “–La verdad, Laurita, me parece una exageración que haya habido que instalar un quios- ko en la salita”. Pero más importante aun es entender que la asociación entre la comida y la televisión ocurre en ambas direcciones. Así como la comi- da puede empezar a evocar el deseo de ver la televisión, ver la televisión puede empezar a evocar el deseo de comer, hasta el punto de que aprovisionarse de chucherías, palomitas, u otros alimentos de alto contenido calóri- co que se pueden comer con comodidad sentados o tumbados en un sofá, se convierte en un elemento más del ritual de sentarse a ver la tele. Así, cuando no hay picoteo calórico, el niño siente que le falta algo. Es fácil recordar el ejemplo del cine, y cómo para algunas per- sonas las palomitas llegan a ser tan necesarias para disfrutar de la película como los propios asientos. Así, estas ingestas altamente calóricas y completamente super- fluas que acompañan en muchas familias a la actividad de ver la televisión son en cierta parte responsables de los problemas de sobrepeso que puedan presentar los niños. Se trata de una ingesta mecánica, que prácticamente no se disfruta ya que el chico se encuentra aten- to al curso del programa televisivo, y que sólo cumple la función de aliviar esa extraña y vaga sensación de vacío que aparece cuando el niño se sienta a ver la televisión sin nada entre las manos para comer. A poco que calcu- lemos lo que supone esta rutina practicada de forma habitual duran- te muchos meses o años en la infancia, comprobaremos la altísima cantidad de consumo innecesario de calorías a que da lugar. Todo es fruto de una asociación inadecuada entre comida y televisión, y cada vez que se practica se fortalece más y se reducen las posibilidades de que nuestros hijos se encuentren a gusto viendo la televisión sin comer nada. Por todo esto es fundamental que los niños aprendan a dis- criminar claramente estos dos elementos, y eso pasa casi necesariamente por el hecho de que alimentarse sea un acto que tenga valor por sí mismo y que se realice en un lugar específico al margen del televi- sor. Cuando se adquiere este hábito se ha ganado mucho, porque el niño habrá aprendido a discriminar ambas actividades, de forma que Las nueve causas de la obesidad infantil 35 ver la tele no le provocará con tanta probabilidad ganas de comer ni comer será la ocasión para sentarse delante de la tele. No lo olvide Se debe enseñar a los niños a comer en un lugar sin grandes dis- tracciones y, obviamente, sin televisor. La comida ha de ser una actividad regular y cotidiana en la que el niño se centre en lo que está haciendo. Asociar la comida con la televisiónpuede hacer que, por un lado, la comida evoque ver la televisión, –lo que favorece el aumento de horas de televisión, la reducción del ejercicio y el esti- lo de vida sedentario, y, por tanto, el sobrepeso–, y, por otro, que la televisión evoque la conducta de comer, –lo que favorece la inges- ta superflua de caprichos altamente calóricos, y, por tanto, el sobre- peso. 3.2. Ausencia de horarios y picoteos entre horas Más de la mitad del carro de la compra que empuja Elena por el super- mercado está ocupado por alimentos pensados para ser comidos entre horas. Cerca de una docena de bolsas de patatas fritas de sabores y pre- paraciones diversas, aceitunas, barritas de cereales, frutos secos y dos bolsas llenas de unos pequeños bollos suizos deliciosos que encantan a toda la familia. Su hijo Carlos ha añadido otra bolsa de unos nuevos snacks de queso que quiere probar. Su madre le mira y se encoge de hom- bros. Sabe que Carlos está un poco gordito para su edad, pero piensa que eso se arreglará cuando ella y su marido consigan unos horarios laborales más estables que no obliguen al niño a comer cada día a una hora diferente y con una compañía diferente. Esperando para pagar en la caja, Carlos se fija en unos huevos de chocolate y pide uno. “Venga, pero sólo uno”, contesta la madre y cree que así compensará lo mal que comió hoy. ¡Quiero chuches! 36 Al igual que un lugar puede acabar suscitando el deseo de comer, nuestro apetito puede aprender a activarse en determinados momen- tos o a determinadas horas. Esto es lo que les ocurre a las personas que tienen un horario regular de comidas, y así son capaces de espe- rar el momento de sentarse en la mesa sin demasiada ansia o descon- trol, al tiempo que cuando se sientan para comer lo realizan con ape- tito pero sin prisas. En estos casos el organismo ha aprendido a comer a su hora. Y esto es muy importante porque quiere decir que las sen- saciones de hambre se pueden poner bajo un control horario y por tanto deli- mitar las ocasiones en las que aparecen y en las que ingerimos alimentos. Todas las culturas acostumbran a tener unos horarios fijos en los que los individuos realizan sus comidas, si bien la complejidad labo- ral, escolar, familiar, urbana, etc., que caracteriza la sociedad occi- dental actual ha provocado que la planificación horaria de las comi- das se vuelva más difusa y variable. En las culturas tradicionales, –y, para los que puedan recordar la España de hace tres o cuatro décadas, éste sería un buen ejemplo–, existía un horario regular de comidas que se hacían en familia y que era compartido casi con una precisión de minutos por toda la población. A esas horas el país se paralizaba, no había ninguna tienda abierta, ninguna actividad laboral, comer- cial o escolar. Aunque ésta no es en absoluto la única ni la principal variable responsable, conviene recordar que en aquellos momentos el sobrepeso infantil era prácticamente inexistente. La enseñanza de los ritmos de alimentación es otro de los elementos importantes para educar un peso normal y saludable en los niños. En la actualidad es fácil comprobar cómo se ha producido un cam- bio sustancial en este aspecto. La variabilidad de horarios entre los miembros de la familia propicia la búsqueda de soluciones “fáciles” al problema de las comidas, y así el mercado permite disponer en casa de todo tipo de alimentos, especialmente de alto valor calórico, de facilísima preparación, que hace muchos jóvenes coman “lo que les apetece cuando les apetece”. Por otro lado, y esto tampoco es trivial, Las nueve causas de la obesidad infantil 37 este talante encaja perfectamente con el estilo educativo actual, caracterizado por cierta cómoda candidez permisiva, y por la equivo- cada idea de que las demandas y los caprichos de los niños son la manifestación de una esencia auténtica y natural que no conviene contrariar. No es necesario entrar en el fondo del asunto para darse cuenta de qué ocurre si en casa se puede comer a cualquier hora y además hay distintos tipos de alimentos preparados que se pueden llevar directamente a la boca. En esas circunstancias el niño aprende a comer no tanto porque tenga hambre o porque llegue el momento del día reservado para hacerlo, sino por- que en un momento determinado no hay nada mejor que hacer. Si consume de esta manera es muy probable que las comidas principales las haga mal, lo cual inicia un círculo vicioso intervenido por los padres, ya que éstos aceptan ese mal comer de sus hijos en la medida en que lo creen compensado por esas otras comidas irregulares. De esta forma, se refuerza el desorden temporal y la desregulación de la conducta de comer, lo cual favorece que se desregule el peso de los que comen. Esta buena intención paterna aleja la posibilidad de que los hijos adquieran el autocontrol y la autorregulación alimentaria necesarios para aprender a alimen- tarse adecuadamente, es decir, que aprendan a comer, básicamente, guiados por sensaciones de apetito y hambre que, en los días en que no ha habido un esfuerzo físico particularmente destacado, han caído bajo el control de una rutina temporal. El hecho de haber desvinculado la actividad de comer de sus anclajes hora- rios ayuda a que el “picoteo” se convierta más en la norma que en la excep- ción. Al tener el chico disponible muchos tipos de alimentos en todas las ocasiones, se recurre a ellos sin necesidad alguna de tener hambre, bus- cando una gratificación inmediata que suele estar apoyada en el artificial e intenso sabor de tales productos. Cualquier quiosco ofrece a los niños la ocasión de elegir entre decenas y decenas de chucherías, y es habitual que los niños compren estos productos no pensando en su apetito o en su disfrute, sino atentos a cómo gastar hasta el último céntimo ¡Quiero chuches! 38 que llevan encima. La elección suele ser ardua, ya que no obedece a una necesidad real, sino al afán de conseguir comprar el mayor núme- ro de golosinas posibles con el escaso dinero que suelen tener, y los colores y las formas de las chuches terminan siendo los factores deci- sivos que determinan la elección. Los alimentos que se consumen entre horas suelen tener un valor energético alto y están pensados para estar llenos de sabores poten- ciados mediante productos químicos. Esto hace que el sabor de las chuches, los snacks, las “bolsas” o las golosinas sea muy marcado y esté muy alejado del tipo de sabor propio de los alimentos adecuados que deben constituir la base de la alimentación infantil y humana en general. Al final, esto da lugar a que la comida se haga mal “porque no se tiene mucha hambre”, y, lo que es peor, a que los alimentos fun- damentales que aparecen en las comidas principales nunca lleguen a gustar del todo porque el niño ha malacostumbrado el paladar a base de potencia- dores del sabor. No se debe olvidar que una de las razones más importantes por las que adquirimos el gusto por los alimentos se basa en las consecuencias fisiológicas de su consumo. Aprendemos a que nos gusten los alimen- tos que nos quitan el hambre, y si nuestras comidas no las realizamos bajo una rutina temporal que ya esté vinculada al apetito estaremos dificultando la adquisición de gusto por los alimentos que comemos. Es por ello que posiblemente las legumbres, por poner un ejemplo habitual, no jueguen en igualdad de condiciones que los “gusanitos” para ganarse la simpatía de los niños, y siempre que se permite que queden en el plato sin comer se acrecenta más el problema. Y todo esto puede arrancar de la falta de un horario estable de comidas, donde regularmente nos alimentamos por el placer de éstas, que va íntima- mente unido a su capacidad para paliar la sensación de apetito. Nuestro propio modelo de comportamiento es fundamental para enseñar a nuestros hijos a comportarse de este modo. Ellos se fijan en lo que comemos y en cómo lo comemos. Supone un buen primer paso dentro del ámbi- Las nueve causas de la obesidad infantil 39 to doméstico ofrecerles un estilo regular de alimentacióndonde las comidas principales se realizan habitualmente a la misma hora. En general, los niños tienen de nuevo apetito cada cuatro horas aproxima- damente y no es tan importante cuáles sean esas horas establecidas cuanto la regularidad de las mismas. Si se come algo fuera de ese hora- rio debe quedar claro que se trata de una excepción sin mayor impor- tancia ya que la conducta alimentaria está, en general, bien ordenada. Pero, por suerte o por desgracia, los padres no son la única fuente de influencia sobre el comportamiento en general y la conducta ali- mentaria en particular de sus hijos. Cabría destacar al menos otras dos que pueden competir con las normas paternas, por más que ide- almente deberían reforzarlas. En primer lugar, hay que destacar el papel que los abuelos juegan en la educación de sus nietos. Con la aparición y expansión de la familia nuclear, los abuelos dejaron de vivir en la misma casa que sus nietos, y, por tanto, se redujo su influencia sobre ellos. En la actualidad estamos llegando a otra etapa en donde la familia ya está fragmentada en partículas subatómicas y se ha de recurrir a la ayuda de los abuelos para el cuidado de los niños pequeños. Pero los abuelos de antaño, los que convivían con los nie- tos, eran figuras de autoridad, que, con mayor o menor rigor, se adhe- rían a la disciplina paterna y la hacían cumplir. Los nuevos abuelos, para los que estar con sus nietos tiene un carácter no habitual con un gran valor afectivo, suelen caracterizarse por una especial permisivi- dad hacia los mismos, por un gran interés por tenerlos contentos todo el tiempo, lo que favorece el desorden horario y alimenticio que estamos comentando dada la voluntad que existe de cumplir los caprichos de los nietos. Así, se permite a los niños decidir cuándo quieren comer, se les prepara lo que más les gusta, y si no comen sufi- cientemente a su hora se les permite que tomen algo poco tiempo después. Este juego sienta las bases de unos hábitos nutricionales poco ade- cuados que favorecen el gusto por alimentos inadecuados y el desorden respec- to al dónde y cuándo comer. ¡Quiero chuches! 40 La segunda influencia que puede contrarrestar el ejemplo paterno la ejercen los compañeros de clase y los amigos. Una de las frases que todos los padres escuchan con mayor frecuencia de boca de sus hijos es “todos mis compañeros hacen tal cosa menos yo”. Muchos padres ven como sus hijos rompen las reglas que se han establecido en casa porque sus compañeros de clase o sus amigos tienen otras costumbres o no han adquirido estos hábitos saludables que estamos exponiendo. En este punto, una explicación firme pero también razonada de por qué en nuestra casa hacemos las cosas de esa manera en particular puede ser una herramienta también poderosa para persuadirles y convencerles. No lo olvide Es muy conveniente establecer un horario regular de comidas y enseñar a los niños a no comer habitualmente fuera del mismo. Esto fomenta muy intensamente su autocontrol de tal manera que apren- derá a que sus sensaciones de apetito se encuentren convenientemen- te reguladas por las horas de las comidas. Además, en las comidas fuera de hora suelen ingerirse productos de gran valor calórico y sabor intenso y artificial, lo que compite con la ingesta regular “a su hora en la mesa” y dificulta que el niño adquiera gusto por los sabo- res de los alimentos habituales y adecuados. 3.3. Comer solo Andrés llega de clase. Aunque ya lleva varios meses haciéndolo, toda- vía le gusta esa sensación de usar la propia llave y entrar en la casa cuando no hay nadie. Arrima la mochila contra la pared del hall y se dirige hasta la cocina. Pegada con un imán al frigorífico, como todos los días, está una nota escrita a mano: “Lentejas en el tupper verde. 2 minutos y medio al microondas. Croquetas de las que te gustan. Coge 5 o 6. 3 minutos en el microondas”. Andrés abre el frigorífico, coge el tupper verde, lo abre y pone mala cara. Vuelca las lentejas por el wáter, Las nueve causas de la obesidad infantil 41 tira de la cadena y se asegura de que no queda ningún resto. Calienta 9 croquetas sin sacarlas del envase, coge una lata de un refresco de cola y se va a comer delante del ordenador. Este punto mantiene una estrecha relación con el anterior. Alimentarse ha sido siempre a lo largo de la historia y en todas las culturas un acto social. Las personas nos reunimos para comer porque es un momento para la distensión y puede suponer un saludable ejercicio de bienestar. Sin embargo, en nuestro mundo occidental, cada vez es más frecuente que las comidas se hagan en soledad, bien por los dis- tintos horarios de cada uno de los miembros de la familia, bien por el gran número de personas que viven solas, o bien porque los miem- bros de la familia prefieren comer mientras realizan otra actividad al margen de las demás personas que se encuentran en casa, –ver la tele- visión, estudiar, chatear, jugar con el ordenador–. Esta situación tiene una gran influencia sobre los hábitos de alimentación. Se ha observado que cuando se come solo se suele comer peor, y este efecto se acen- túa mucho más en el caso de los hombres que en el de las mujeres, y también es más marcado en el caso de los adolescentes que en el caso de los adultos. En nuestro lenguaje son expresiones de uso común “tomo cualquier cosa” o “pico algo por ahí” para referirnos a un modo de comer urgente que sirva para poder mantener el nivel necesario de actividad cotidiana, y que dé a la persona la sensación de que ya ha cumplido el trámite de su alimentación. En esta misma línea, habría que destacar que se ha importado del mundo anglosajón a través de los medios de comunicación la cos- tumbre de comer mientras se realiza otra actividad. Aunque se comentó en páginas anteriores el inadecuado hábito de asociar la comida con la televisión, se retoma aquí el tema visto desde una pers- pectiva más amplia. El almuerzo, la comida que se realiza en la mitad del día, tiene menor importancia en el mundo anglosajón que en la cultura mediterránea. Y así es frecuente ver en muchas escenas de cine a personas que comen mientras trabajan. Aplicar eso directamente ¡Quiero chuches! 42 a nuestro estilo de vida puede provocar una serie de problemas que no van a aparecer en tales películas. A pesar de que los actores que representan estas escenas suelen tener un aspecto muy saludable, no se debe olvi- dar que la realidad es una cosa y el cine otra. Compaginar el hecho de comer con otra actividad que requiera nuestra atención, –trabajar, ver la televisión, pero también pasear, o estudiar, o usar el ordenador para jugar o para chatear–, es un hábito intensamente asociado con la conducta de comer demasiado rápido, con la ingesta de alimentos preparados que no son necesariamente muy saludables, y con una alta probabilidad de que aparezca la sensación de hambre poco después. Todo lo cual favorece la aparición del sobrepeso y la obesidad. Pues bien, este modo de hacer se ha trasladado en parte a la reali- dad nutricional infantil, ya que debido a la ocupación laboral de sus padres muchos niños y adolescentes tienen que realizar alguna de las comidas solos. En España, según los datos más recientes, nada menos que el 27% de las familias raramente come reunida. Como se ha dicho, esta situación tiene consecuencias sobre lo que se come y cómo se come. Respecto a lo primero, es muy probable que se recurra a comidas preparadas que sólo necesiten calentarse, y este tipo de ali- mentación no suele ser nutricionalmente muy adecuada. Y respecto a lo segundo, sabemos que cuando un chico come sólo aumenta la probabilidad de que coma rápido, busque distracciones de cualquier tipo, o pueda deshacerse de cualquier alimento en el momento en el que aparezca la menor sensación de desagrado hacia él. No lo olvide Debido a la ocupación laboral de sus padres muchos chicos tienen que realizar alguna de las comidas solos, lo cual tiene consecuencias tanto sobre la calidad de lo que se come como sobre el modo de comer. Intentarcomer en familia en la medida en que las posibilida- des laborales, escolares o de cualquier otro tipo lo permitan, es la mejor manera de paliar este problema. Las nueve causas de la obesidad infantil 43 3.4. Saltarse sistemáticamente el desayuno Por más que se lo propone, Ángel es incapaz de conseguir que los niños se levanten a tiempo para desayunar los días de colegio. Su esposa entra a trabajar muy temprano y ya no está en casa cuando los niños se levantan. Siempre termina haciéndose tarde, y el autobús escolar no espera ni un minuto. “Al menos tómate un colacao bebido”, le insiste a Julia, la hija menor. Ésta lo hace a regañadientes, de pie y dejando al fondo de la taza todo el cacao sin disolver. Nacho, que ya tiene 12 años, perdió hace 2 años la costumbre de desayunar los días de colegio, aunque los días de fiesta, cuando no madruga, es capaz de terminar él sólo una caja entera de cereales. En relación con lo que venimos comentando, cabe también seña- lar la inadecuación de saltarse de forma sistemática alguna de las principales comidas del día. La ausencia de los padres durante algu- nos momentos de la jornada puede facilitar que algunos jóvenes no realicen alguna de las comidas fundamentales del día. Esto es particu- larmente relevante y especialmente grave y frecuente si nos referimos a una de las más importantes de todas: el desayuno. La situación de prisa que habi- tualmente caracteriza a los momentos previos a salir de casa hacia el colegio, así como el poco apetito que suele acompañar a la somno- lencia también propia de los madrugones, provoca que en muchas familias se caiga en la tentación de disculpar el desayuno de los chi- cos o resolverlo con una simple bebida caliente. Algunas encuestas han revelado, aunque pueda parecer sorprendente, que ocho de cada diez menores salen de casa con frecuencia sin desayunar o sin hacerlo adecuadamente. Este hecho tiene una enorme importancia en relación a la evolución del peso, y, así, se ha demostrado que los adolescentes que no desayunan regu- larmente tienen mayores probabilidades de padecer algún grado de sobrepeso que sus compañeros que sí lo hacen. En principio este dato podría parecer con- tradictorio, ya que se podría suponer que la supresión de una comida fundamental, en la que se pueden consumir más del 20% de las calo- rías totales del día, supone un ejercicio dietético que favorece el man- ¡Quiero chuches! 44 tenimiento o incluso el descenso del peso. Y, sin embargo, la supresión de esas calorías en el primer momento del día termina dando lugar habitualmente a un aumento en la ingesta total a lo largo del día. Para explicar esta aparente paradoja basta analizar qué es lo que típicamente le ocurre al adolescente que cae en este hábito. Aunque cuando arranca el día puede no sentir sensación alguna de hambre o debilidad a pesar de no haber desayunado, a las dos o tres horas esas sensaciones aparecerán cada vez con más fuerza, lo que le impulsará a comer un alimento alternativo al desayuno durante el recreo. Lo que se encuentra habitualmente disponible a esta hora de la mañana en los colegios suelen ser productos de bollería industrial, ricos en grasas y azúcares, que contienen muchas más calorías que un desayuno normal, –y, por cierto, normalmente con contenidos nutritivos nada saludables, dado el tipo de grasas y de aditivos utilizados en su composición–. De nuevo, como se comentó en un apartado anterior, se trata de productos de intensos sabores artificiales, que son comprados en cantidad excesi- Las nueve causas de la obesidad infantil 45ES IMPORTANTE TOMAR UN BUEN DESAYUNO PARA COMENZAR EL DÍA “–Ya sé que cuando te levantas no te apetece desayunar, pero la solución no es desayunar antes de irse a la cama”. va por el chico en un momento en el que el hambre le hace pensar que no habrá cantidad de alimento capaz de saciarle. Al principio se come por apetito, pero después, satisfecho éste y en especial una vez que se ha consolidado este hábito, se termina la cantidad excesiva de comida por el disfrute de los intensos sabores de la bollería, los snacks, etc. Es decir, la privación matinal de alimentos se sobrecompensa con un pequeño atra- cón a media mañana. Por otro lado, es difícil hacer entender a muchos jóvenes que durante estos episodios se consumen más calorías que con una alimentación regular. Pero quizá otro efecto más sutil de este hábito es el que tiene que ver con el condicionamiento del gusto. Es sabido, y así se comentó anteriormente, que los sabores que producen la sensación de saciedad y alivian el hambre tienden a convertirse en los preferidos de las per- sonas. Este hecho se ha comprobado tanto en seres humanos como en animales de otras especies. Cada vez que una necesidad nutritiva que debería haber sido satisfecha mediante una alimentación regular, equilibrada y de sabores suaves, se resuelve mediante un consumo exagerado de productos extremadamente calóricos y de artificiales sabores potenciados, se refuerza un poco más la preferencia del chico por este segundo tipo de productos, y los alimentos tradicionales y adecuados descienden un poco más en su escala de preferencias. A diario esto está ocurriendo con un elevadísimo porcentaje de jóvenes que acu- den a clase sin haber desayunado correctamente, y que sacian su hambre a media mañana con productos de pastelería industrial ricos en grasas y azú- cares. No es de extrañar que estos chicos muestren una marcada pre- ferencia por este tipo de nutrientes que son, precisamente, los más ricos en calorías y los que más contribuyen a ganar peso. No lo olvide Saltarse cualquier comida, lejos de ayudar a controlar el peso como pudiera parecer, suele terminar provocando un incremento del mismo. ¡Quiero chuches! 46 Esto es especialmente cierto si nos referimos al desayuno, en donde se ha comprobado repetidas veces que las privaciones a primera hora de la mañana se sobrecompensan posteriormente. Además, si el apetito que despierta el no haber realizado una comida se sacia con alimentos ricos en grasas y azúcares, como son los productos de pastelería indus- trial, el niño estará condicionando su gusto hacia los alimentos que tengan este tipo de nutrientes de gran capacidad calórica. 3.5. Comer únicamente lo que gusta “No puedo con Laura”, se lamenta la madre a su mejor amiga. “En vez de ir para adelante parece que va para atrás. Yo creo que come ahora peor que cuando tenía 4 años. Ahora le da por decir que no soporta los sandwichs de jamón y queso. ¡Los sandwichs de jamón y queso, que es lo más suave que hay en el mundo! Siempre termina tirando el queso. No conseguimos que coma nada de verdura, de pesca- do sólo acepta comer las barritas ésas de merluza, no prueba la fruta si no es en zumo. Carne sí, toda la que quieras. Y en cuanto insistes para que coma algo que no quiere empieza con las arcadas. El otro día, en el aniversario de Tomás, no había nada en toda la carta que le ape- teciera. ¿Y qué vas a hacer? Hoy está con los abuelos: pasta de pri- mero, pizza de segundo y natillas de postre. De maravilla, claro”. De sobra es conocido que muchos niños tienen un gusto limitado a un pequeño número de alimentos, y también es habitual que los padres accedan a darles únicamente aquellas comidas que les gusta para evitar las innumerables molestias que sufren cuando un niño se niega a comer la comida que se le sirve en plato, tanto dentro como fuera de casa. En principio, esta actitud consigue resolver el proble- ma a muy corto plazo, siendo que a la larga este hábito fomenta una ali- mentación muy poco variada, precisamente lo opuesto de lo que se recomienda habitualmente desde el punto de vista nutricional. Las nueve causas de la obesidad infantil 47 En este punto se debe recordar que, aunque el gusto por determi- nados sabores puede estar influido por ciertas diferencias individua- les, en su mayor parte el gusto por los alimentos se va aprendiendo a través de la experiencia. Si no fuese así, difícilmente se podrían explicar las diferencias existentesentre las distintas culturas en el gusto por los alimentos. Los niños japoneses comen sushi, los niños mejicanos comen enchiladas, en la India existe una marcada preferencia por los alimentos muy picantes, los chinos consideran asquerosa la idea de beber leche de vaca y los ingleses sienten un intenso rechazo hacia el pulpo o los mejillones. Así, nuestro gusto por los alimentos se ha ido modulando a través de las innumerables experiencias con los olores, los sabores, las sen- ¡Quiero chuches! 48 NO CONVIENE QUE LOS NIÑOS COMAN SÓLO LO QUE LES GUSTA “–Al principio Julia sólo quería lácteos, después sólo quiso queso, luego sólo queso manche- go, y ahora me exige queso manchego de la provincia de Cuenca que caduque en el 2009”. saciones de hambre y las sensaciones de saciedad que tenemos ocasión de sentir varias veces al día a lo largo de toda nuestra vida. Es por eso que la familiaridad con un determinado modo de cocinar condiciona nuestro gusto por un modo concreto de preparar los alimentos. Esa impronta deja huella y muchas personas están convencidas de que el modo particular con el que sus padres preparaban los alimentos era especialmente delicioso. Pero también se ha de tener en cuenta que aprender a comer de un modo variado o de un modo menos diverso se va aprendiendo en la familia. Los gustos por unos u otros sabores pueden ir variando, generalmente ampliándose, a lo largo de la vida de los individuos, pero es condición necesaria para tal ampliación que las personas sigan comiendo los alimentos que no son especialmente de su agrado. Sólo así tales alimentos podrán llegar a gustar algún día. Si el paladar se acostumbra a una serie muy limitada de olores y sabores, y el chico tiene capacidad para imponer sus preferencias mediante enfados, llantos o retrasos en la comida, es muy posible que tienda a elegir siempre los mismos platos a los que está acostumbrado. En este sen- tido, los gustos infantiles, una vez que aparecen, ponen en marcha toda una serie de mecanismos para perpetuarse que los padres debe- rían contrarrestar. Y así, si educamos a un niño variando los alimentos que consume a diario, él mismo estará más dispuesto a aventurarse a probar nue- vos sabores y por lo tanto a adoptar, sin saberlo, un alimentación variada. No obstante, además de la familiaridad, existen otros procesos que ejercen gran influencia sobre la preferencia de los niños sobre deter- minados alimentos. Uno de ellos es la asociación de sabores. Cuando se combina un sabor nuevo con otro conocido y que es del gusto del niño, es probable que el primero pueda empezar pronto a gustarle. Es por ello que si la meta es conseguir que el niño aprenda a comer de todo, no es mala idea presentar el plato preferido del niño aña- diéndole una pequeña cantidad del alimento nuevo que deseamos lograr que le guste. Lentamente, en siguientes ocasiones se podrá ir Las nueve causas de la obesidad infantil 49 aumentando la proporción del nuevo alimento, disminuyendo el que ya es de su gusto. Es muy probable que al final el nuevo sabor le resulte grato y sirva para emparejarse con nuevos sabores que tam- bién pueden acabar gustando. No lo olvide Aunque el gusto por determinados sabores puede estar influido por ciertas diferencias individuales, la realidad es que en su mayor parte el gusto por los alimentos se va aprendiendo a través de la expe- riencia. Permitir que el niño coma únicamente sus alimentos preferi- dos empobrece su dieta e impide que tenga ocasión de ampliar pro- gresivamente el conjunto de platos que le resultan agradables. Esto, una vez más, termina repercutiendo negativamente en la salud y el peso de los chicos. Una forma sensata de conseguir que el niño dis- frute de sabores nuevos es asociarlos con otros que ya sean de su gusto. 3.6. Dormir poco Primero convenció a sus padres para que instalaran un televisor en su cuarto. Después su tío Eduardo le compró un ordenador como premio por sus buenas notas. Y finalmente se compró un móvil con el dinero que fue ahorrando durante casi un año. En este momento Julián tiene en su habitación todo lo que él necesita para ser feliz. Durante las vaca- ciones de verano solía ponerse a ver la tele, a llamar a los amigos y a jugar al ordenador después de la cena. Y en ocasiones cuando miraba el reloj ya eran las dos o las tres de la mañana. Por eso se levantaba tan tarde durante julio y agosto. Pero ahora han vuelto a comenzar las clases, y él sigue empleando mucho tiempo en sus aficiones después de la cena. No llega a acostarse a las tres, pero raro es el día que se mete en la cama antes de la una de la madrugada. Y el despertador suena a las ocho menos cuarto al día siguiente. ¡Quiero chuches! 50 La ausencia de horarios estables que caracteriza a nuestra sociedad occidental actual ha sido comentada previamente en relación con sus efectos sobre los hábitos de alimentación vinculados a la insana cos- tumbre de comer a cualquier hora. Sin embargo, esta ausencia de horarios también afecta de forma indirecta al peso de los chicos a través de un canal insospechado: la reducción del sueño. Como se expondrá a continuación, la reducción de las horas de sueño conduce a comer más alimentos y a que éstos sean más calóricos. Para comprobar este efecto se ha desarrollado una serie de estudios en donde se obliga a un grupo de jóvenes a dormir tan sólo durante cuatro horas al día, al tiempo que se registra lo que comen y el grado de apetito que mani- fiestan. Además, a los chicos se les mide el nivel de dos hormonas: la leptina, responsable de avisar al cerebro de que ya estamos saciados, y la grelina, que estimula la sensación de apetito. Los resultados son muy claros: la falta de sueño provocó en los jóvenes un cambio en estas hor- monas, lo cual les hacía tener más apetito y les provocaba más dificultades para sentirse saciados. Además, el deseo de alimentos que se incre- mentó más marcadamente fue específicamente el de dulces y galle- tas, patatas fritas o comidas saladas, mientras que el deseo de frutas o verduras apenas aumentó. Hoy sabemos también que, así como las personas que ayunan tienden a dormir más, es frecuente que las personas que son privadas de sueño presenten un estado de hiperfagia, es decir, un incremento notable de su consumo de alimentos. Esos datos apoyan un hecho aparentemente paradójico, como es que la falta de sueño puede facilitar mucho la ganancia de peso. De hecho, no es extraño que los chicos que duermen mal acaben delante de la puerta del frigorífico en algunos momentos de la noche, y tampoco llama ya la atención la extendida y desafortunadísima costumbre de “picotear” en la cama como forma de entretenerse hasta la llegada del sueño. Se trata de un hábito que, como es obvio, dificulta la llegada de dicho sueño e ini- cia un círculo vicioso de difícil interrupción. En una primera fase, el chico se levanta a comer o a coger comida que comerá en la cama ya Las nueve causas de la obesidad infantil 51 que no puede dormir, pero más adelante, en una segunda fase, al chico no le apetecerá dormir ante el atractivo que tiene levantarse a comer unos snacks o para llevarse unas galletas a la cama. Aunque claramente no estamos ante una relación causa-efecto directa y exclusiva, no deja de tener interés destacar que el incre- mento de peso de la población en general y de los jóvenes en parti- cular durante las últimas décadas ha corrido paralelo a un descenso generalizado de las horas de sueño. Así, por ejemplo, en España se duerme cuarenta minutos menos de media que en el resto de Europa, y el 60% de los jóvenes duerme una o dos horas menos de las ocho o nueve recomendadas para su edad. El cambio en relación al sueño es tan importante que en algunos Estados de los EE.UU. las escuelas han retrasado el inicio de las clases para paliar la falta de sueño de muchos de sus alumnos. A todo ello habría que añadir que durante el sueño aumentan los momentos de producción de la hormona del creci- miento, y que, por lo tanto, el desarrollo físico de los niños también
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