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MAQUIAVELO Una ambigua condición social, la pertenencia a la pe- queña nobleza empobrecida ante el avance de una in- cipiente burguesía, la vida en una época de transición entre el medioevo cristiano y el Renacimiento prenun- ciando la modernidad, en una ciudad de pasiones agi- tadas sin un gobierno estable y con movilidad entre las clases, fueron las particulares circunstancias que incidie- ron en la mirada extrañada y perpleja de Maquiavelo al observar su entorno. Aquello que un pueblo no puede realizar irrumpe como pensamiento. Esta idea de Hegel se adecua a los individuos dedicados a la política. Maquiavelo escri- bió El Príncipe (1513) en el exilio, cuando el asesinato de César Borgia, a quien imaginaba la encarnación del Prín- cipe, destruía la aspiración a ser su consejero. Los hombres de acción, por el contrario, no tienen tiempo para escribir y cuando lo hacen es, con frecuen- cia, para ocultar sus verdaderas intenciones. Fernando V el Católico, que inspiró El Príncipe, nunca se hubiera re- conocido en el modelo maquiavélico; él decía obrar en nombre de los ideales cristianos. Federico de Prusia, · por su parte, pretendió refutar a Maquiavelo con su · libro El Príncipe cristiano, disimulando, de ese modo, su 77 práctica maquiavélica. El hombre de acción que "'~"""'·- ... ~ se explícitamente a Maquiavelo caería en la paradoja mentiroso: si hacer política es mentir -según Ma velo- hay que decir que no se miente. Si, por el con .. trario, confiesa que miente -como hace Maquiavelo-. está diciendo la verdad e incurre en una contradicci / '· on. Esta au_tonegación ~e permitió a Rousseau suponer que, en realidad, Maquwvelo era un demócrata; no hacía apología del principado absolutista sino señalaba su · s. perversos procedimientos. Algo de cierto había en e5at ocurrencia: el florentino era un realista que describía . toda minuciosidad los 1nétodos usados por los políticos de su época pero su Estado modelo no era la dictaduréb. sino la república romana. Como buen renacentista redes.., cubría la antigüedad clásica y buscaba en ella el ejemplo de lo que debía ser el Estado. Escribió con desenfado sobre los gobiernos absolutis- tas de las ciudades italianas donde no había Estado. De igual modo lo hicieron los filósofos alemanes de los si- glos dieciocho y diecinueve cuando discurrían sobre la filosofía del Estado en una sociedad que no estaba toda- vía constituida como nación. En ambos casos la reflexión teórica de los problemas políticos emergía de la inexis- tencia del Estado como se lo concibe modernamente y de una caótica realidad política. Del mismo modo la decadencia de la autoridad de la Iglesia, la corrupción del papa Borgia y su corte, le brin- dó una libertad como sólo se dio en el Renacimiento y le permitió ser el primer teórico de la modernidad. 78 · velo fue denigrado durante mucho tiempo tv{aquia . 1/ · /nico predicador del inmorahsmo po Itico Y o un ci . cofil f mimetizada en manual de argunas para los bra ue su 0 t corruptos. En la actualidad ha logrado ser bernan es / / . go d como el verdadero creador de la filosoha pohh- cepta o 1 .. / d a d Fue el primero en romper con a remision e JllO erna. ca . os de la política a la naturaleza y de los medie- los antlgu , 1 Ig lesia para interpretarla como producto de la vales a a ' . . / humana sin recurrir a ninguna trascendenCia. Por accion . . . H el M arx Weber lo reivindicaron como el crea- eso eg , ' ' dor del pensamiento político moderno junto a Hobbes. A Hegel se lo llamó el Maquiavelo de su época/ y ~1 mismo decía: "Es preciso acudir a la lectura de El Prznczpe ( ... ), es una de las más auténticamente grandes y verídicas con- cepciones de una seria cabeza política en el sentido más / bl 1147 grande y mas no e . Marx, a su vez, fue calificado por Croce "el Maquia- velo del proletariado" y veía a ambos, junto a Spinoza, Rousseau y Hegel, "entre aquellos que han descubierto las leyes del Estado". Para Engels era "el primer escritor de los tiempos modernos, digno de ser mencionado". Stendhal reconocía: "Maquiavelo nos enseñó a pensar el hombre". Es indudable, en fin, la influencia de El Prín- cipe en el célebre texto La política como vocación de Weber que, asimismo, fue mencionado como el "Maquiavelo alemán", nada incorrecto ya que la idea weberiana del cesarismo derivaba del florentino. Por supuesto, no po- día faltar un Maquiavelo existencialista y de su esbozo se ocupó Maurice Merleau-Ponty. El maquiavelismo ofrecía 79 también un aspecto irracionalista que cautivó a quienes · cultivaban esa tendencia. Nietzsche decía "En todo pen- samiento moderno encontramos a Maquiavelo". Su lado irracionalista dejaría igualmente su impronta en los soció- , logos Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels. Al abandonar las explicaciones naturalistas y teoló- gicas de la realidad política y social mostraba un mun- do conflictivo muy distinto a la aparente armonía de la comunidad medievaL Florencia -a finales del siglo quince y comienzos del dieciséis- estaba desgarrada por la lucha entre nobles, comerciantes, clérigos y ple- beyos, fiel reflejo de la transición del mundo feudal a la sociedad capitalista burguesa. En ese clima elaboró Ma- quiavelo sus conclusiones surgidas de la comparación de la res pública romana con la Italia renacentista. Así, en los Discursos de Tito Livio, una obra de factura tradi- cional y de gran erudición ya que analiza los regímenes políticos siguiendo a Polibio, sostenía que la desunión y la lucha entre nobles y plebeyos permitieron a Roma alcanzar la libertad, la estabilidad y el poder, afirma- ción que desconcertó porque lo consabido era identifi- car conflicto con decadencia. Aquello que atraía a Hegel, Marx y Weber del fiaren- tino era su desprecio por el utopismo y el idealismo mo- ralista y su rechazo a justificar la acción con ideas no- bles y elevadas usadas por los políticos para disimular sus maldades. Sus argumentos enfrentaban a la postura premoderna que subordinaba la política a la ética, como había propuesto Erasmo en La educación del príncipe cris- 80 . 0 obra contemporánea de El Príncipe. Maquiavelo se uan , , 1- · 1 teaba, por primera vez, la autonom1a de la po 1t1ca pan 1 .. ecto de la moral tradicional y el dogma re IgiOsO, resp 1 . •/ ncl·ando antes de los ilustrados, la secu anzac10n prenu ' . . de la sociedad. Sólo el ambiente de relapm1ento ~.~ral producido por la corrupción del alto clero 1~ ~erm1t1o la ruptura con la hipocresía hasta bordear el cinisn:o. Pero, a la vez, la Iglesia, a riesgo de perder toda autondad, no odía autorizar tal sinceramiento y calificó a El Príncipe p Id . " como una "obra de emon10 . La transgresión maquiaveliana respecto de los cáno- nes establecidos concordaba con las tendencias de esa época: la libertad de expresión, la lucha contra los dog- mas de la Iglesia, eran necesarios para la incipiente for- mación de los principados locales, preámbulo de los Es- tados modernos independientes del papado. La agitación política de las ciudades renacentistas ita- lianas, reflejo de un mundo en transición, no era propicia para la serena especulación filosófica. Las preocupacio- nes sobre política inmediata le impedirían a Maquiave- lo ocuparse sistemáticamente de cuestiones teóricas; sus ideas fragmentarias, reflejo de una sociedad inestable, están dispersas en obras misceláneas como Historia de Florencia (1520-1525) y sobre todo en Discursos sobre las primeras década de Tito Livio (1512-1517). Elaboró asimismo, aunque en forma rudimentaria, la primera teoría de la ideología, parte fundamental de toda sociología del conocimiento. "Una cosa se dice en la plaza, otra en palacio", afirmaba en Discursos, de ahí 81 la audacia de sus observaciones sobre la utilidad de las doctrinas políticas o religiosas para legitimar el poder y mantener la cohesión de los dirigentes y la sumisión de los dirigidos. Encaró temasque siguen vigentes: la separación entre ética y política, entre idealismo moral y realismo político, entre fines y medios o, para usar la terminología weberiana, entre la ética de la fe -sólo preocupada por la pureza de las intenciones sin tener en cuenta las consecuencias a veces indeseadas de las mis- mas- y la ética de la responsabilidad -que rechaza los absolutos y acepta los compromisos pragmáticos. El dilema entre la ética de la fe y la de la responsa- bilidad admite dos soluciones: una democrática y otra autoritaria. La alternativa democrática otorga una parte de razón a Maquiavelo: acepta la cuota de amoralidad implícita en toda política pero cree en la posibilidad de que el establecimiento de normas de conducta controlará y limitará la gravitación de aquélla. Esta postura reco- noce que la unidad entre ética y política es inalcanzable; sin embargo, uno de sus objetivos estará en el intento de aproximarlas. La alternativa autoritaria, por el contrario, afirma y reivindica la separación entre ética y política, argumenta que no sólo es necesaria sino deseable y coincide, en este sentido, con la versión vulgarizada del maquiavelismo del fin que justifica el empleo de cualquier medio, fra- se que el florentino nunca pronunció. Esta idea revivió en el siglo veinte y rescató a Maquiavelo del olvido des- pués de varias centurias durante las cuales pasaba por 82 rónico y extravagante. El auge de los totalitarismos a:nac den1.os -el fascismo y el estalinismo- fue el gestor JtlO . 1' . te revival El clima de las sociedades tota 1tanas de es . ·mi lar al de las cortes renacentistas -contexto his- era si , . . . , · 0 de la obra de Maquiavelo: un pnnope arbitrano tone omnipotente rodeado de favoritos, aduladores, espías, ~ufanes, intrigas de palacio, traiciones, crímenes políti- cos, violencia y engaño. Mussolini se consideraba hombre de Maquiavelo, car- gaba con la impronta de la escuela de sociólogos italia- nos llamados maquiavelistas -Mosca y Pareto- y tenía entre sus libros de cabecera Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu (1864) de Maurice Joly. Al escri- bir un epílogo a El Príncipe, dos años después de haber tomado el poder, Mussolini transgredía, aparentemente, la norma del verdadero estadista maquiavélico ya que no hubiera debido confesar su adscripción a esa teoría. Tal vez la explicación de ese desajuste se encuentre en el he- cho de haber sido un dictador a medias y un totalitario frustrado. Su gobierno no abandonó el carácter bonapar- tista y el fascismo quedó sólo en parte cumplido porque el poder lo compartía con el rey, la Iglesia y el ejército. Su resentimiento político, además de sus veleidades litera- rias, lo llevaban a expresarse con esa brutal franqueza, con ese toqpe de escepticismo cínico, inusual en los polí- ticos, artífic ~s de la hipocresía. Hubo dos versiones que vinculaban al estalinismo con el maquiavelismo: una provenía de León Trotsky que, en su biografía de Stalin, denostaba las prácticas maquia- 83 vélicas de su verdugo; la otra de Antonio Gramsci que las justificaba. Claro está que no hubo un solo Gramsci. 1 el maquiavelista es distinto al defensor de los "consejos ooreros" de su primera época y que influyó en muchos gramscianos partidarios de la democracia directa. Pero el caso de Gramsci, oxímoron de maquiavelista bolche- vique, resulta prototípico de cierta manera de pensar de los comunistas de la época. En páginas de sus cuadernos de la cárcel48, recopilados con el nombre de Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, identi- ficaba al jacobinismo de la Revolución francesa y al bol- chevismo ruso con El Príncipe de Maquiavelo. Al "moderno príncipe", el dictador bolchevique, se- gún Gramsci, le era imprescindible el uso de los medios propios de la tiranía. El proletariado jugaba el papel de ' la burguesía renacentista de los tiempos de Maquiavelo -debía sacrificar su libertad y subordinarse al Estado absoluto para lograr sus fines. El partido o, mejor dicho, el secretario del comité central, el líder, representaba al moderno príncipe y éste, según Gramsci, "ocupa en las conciencias el lugar de la divinidad y el imperativo ca- tegórico". Nunca se expresó con tanta claridad la dei- ficación del poder totalitario. Una vez más se presenta el caso del escritor político que puede decir todo lo que piensa porque encerrado en la cárcel le era imposible la acción. Si hubiera estado en libertad, y en tanto militan- te del partido comunista italiano al que pertenecía, sus dirigentes no le habrían permitido hablar de ese modo. El propio Stalin jamás se hubiera justificado con argu- 84 rnentos maquiavelistas; al igual que Fernando el Cat~lico decía gobernar en nombre del cristianismo, él lo hacia en el del proletariado universal y de la fraternidad entre los pueblos. . . La actitud de Gramsci, que apelaba al escntor florenti- no para justificar -en verdad desnudaba- los métodos erversos del estalinismo, era preferible a la de quienes, Por cálculo o por estupidez, creían que Stalin defendía p / . . los ideales humanitarios, disfraz de sus autenticas In- tenciones. Llamar tiranía a la tiranía, aunque fuera para glorificarla, es mejor que confundirla con la "verdadera" libertad. Lo moral en Maquiavelo consistía en mostrar la inmoralidad. La inmoralidad de sus denigradores reside en su prédica de una moral celestial que permite ocultar los crímenes cometidos en la tierra. El lúcido realismo político maquiavelista, que resume la frase "juzgo más conveniente ir derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a cómo se las imagina"49, rei- vindicado por los grandes pensadores de la modernidad, tenía sin embargo su mallado: la justificación de todo lo que tuviera éxito. Libre de estas interpretaciones existe el Maquiavelo real, histórico, con los rasgos propios de su época y su clase, que asumió la necesidad de un Estado fuerte para afirmar a la incipiente burguesía comercial en su lucha contra la nobleza. Era contrario a los gobiernos heredita- rios, de los reyes y la nobleza, porque obstruía la movili- dad de las elites. Finalmente El Príncipe no fue dedicado a su ídolo César Borgia, un guerrero, sino a Lorenzo de 85 Medici miembro de una típica familia de la burguesía con1ercial y financiera en ascenso. Una descendiente de esa familia, Catalina de Medici, tuvo la oportunidad como reina regente de Francia de poner en práctica los consejos que le habían sido ofrecidos a su bisabuelo. .En Discursos manifestaba sus preferencias por la repú- bhca a la manera romana y sólo admitía a la monarquía absoluta, según recomendada en El Príncipe, como último recurso y cuando la situación fuera caótica, o bien la re- pública autoritaria, un régimen popular pero conducido por un fuerte poder central. Esa descripción la brindará en Discursos: "Aquellas repúblicas que no puedan acudir a un dictador o a alguna autoridad similar en las situa- ciones que se producen repentinamente serán desecha- das siempre que el peligro sea serio". Pero la originalidad de su modelo político estaba en el cesarismo plebiscitado, en donde encontró Weber inspi- ración para el desarrollo de su teoría del líder carismá- ti~o. La distinción entre el cesarismo carismático y una dictadura tradicional residía en la manipulación de las masas, elemento sintomático del primero. Fue un avan- zado en comprender los cambios fundamentales que provocaría la sociedad de masas y prenunció el populis- mo y el fascismo. No faltaba en sus escritos la explicación demagógica del populismo imprescindible al cesarismo plebiscitado y a la manipulación de masas. Decía: "Aho- ra es más necesario para los príncipes ( ... ) satisfacer al pueblo que a los soldados, ya que el pueblo es más po- deroso"50. El líder podía apoyarse en la aristocracia o en 86 1 ueblo pero sólo el último le era útil, no porque fuera e p · 1 b.l.d d51 JJlás virtuoso, smo por suma ea, 1. 1 a . . En su concepción no democrahca y prefasc1sta de las éstas aparecen como un material flexible, apto JJlasas, . , . . , ara ser moldeado por el líder. Tamb1en 1ns1nua asp~ctos ~obre la técnica manipuladora, "la muchedumbre stem- re es atrapada por las apariencias"52. De ahí la necesi- ~ad de la puesta en escena y de un discurso incitativo -hoy se diría "relato"- donde los hechos concreto~ n~ importaban. Esta lección la aprendieron hasta sus ulti- mas consecuencias los líderes totalitarios y los populis- tas de la era de la comunicación de masas. Mussolini, lector de Maquiavelo, confirmaba que "la propensión del hombre moderno a creer es increíble" 53 • El límite de la interpretación maquiaveliana de la his- toria provenía de su unilateral politicismo -la política considerada sólo como una técnica para lograr y mante- ner el poder- en tanto ignoraba las condiciones sociales y económicas que hacían posible una determinada forma de gobernar. En carta a su amigo Vettori, reconocía su impotencia para comprender la economía: "No sé discu- tir ya sea de la lana, de los beneficios o de las pérdidas, me hace falta discurrir de las cosas del Estado o bien de- dicarme al silencio". En Historias de Florencia no hacía referencia a la vida económica aunque sí a la lucha de clases. Nadie como él mostró que la sociedad no era un organismo, un todo armónico como sostenía el pensamiento político medie- val, sino un inestable equilibrio entre fuerzas irreducti- 87 blemente antagónicas. La concepción de la historia como . lucha, antagonismo, contradicción, denominador común en el pensamiento histórico y político moderno por muy . distintas que sean las orientaciones -Hobbes, los eco- nomistas ingleses, los historiadores franceses posrevo- lucionarios, Kant, Hegel, Marx, Weber- tiene, quiera o no admitirse, su primer antecedente en Maquiavelo. Lo insólito fue que el liberal Isaiah Berlin lo considerara el ·. precursor del liberalismo tolerante (Contra la corriente). Sólo que Maquiavelo no supo vislumbrar, como sus suce- sores, tras los grupos políticos los intereses económicos, y en consecuencia no reparó en la importancia de éstos en la lucha por el poder. Si lo comparamos con su contemporáneo Tomás Moro -Utopía fue escrita tres años después de El Príncipe-, el inglés puede aparecer, desde el punto de vista político, ingenuo e idealista al lado del florentino, pero en tanto miembro de una sociedad avanzada era más lúcido al mostrar, aunque en forma alegórica, la realidad social y económica de su época. Utopía, antes que una fantasía anticipatoria, es una descripción sesgadamente realista de las clases sociales inglesas y sus conflictos y de las consecuencias del desarrollo del capitalismo en el siglo dieciséis, aspectos que escapaban a los análisis de Ma- quiavelo. Las circunstancias de la época impedían la existencia de un autor que sintetizara el realismo político de Ma- quiavelo y el realismo social y económico de Moro. Hubo que esperar para ello el desarrollo de condiciones ma- 88 teriales que permitieron la aparición de Hegel y, mejor un, de Hegel corregido por Marx. a El rechazo de Maquiavelo a la concepción optimista de la sociedad, a la idea del hombre bueno o perfecti- ble, desdeñado como metafísica pura, se desluce, sin em- bargo, cuando en su lugar oponía un juicio pesimista: "Los hombres son hipócritas, rencorosos, inconstantes, cínicos y desagradecidos", "ingratos, inconstantes, fingi- dores e hipócritas, huyen del peligro y están ávidos de ganancias"54. El hombre es efectivamente todo eso, pero no solamente eso. El hombre no es completamente malo, como pensaban Maquiavelo y Hobbes, ni completamen- te bueno como creía Rousseau. Una visión pesimista del hombre malo por naturaleza es tan metafísica, tan inde- mostrable como la optimista. El hombre no es ni bueno ni malo por naturaleza, está predispuesto igualmente al bien y al mal porque es libre. Aunque Maquiavelo no elaboró una filosofía siste- mática puede reconstruirse, a través de fragmentos de toda su obra, una concepción pesimista de los seres humanos que no se encuentra ni en los clásicos anti- guos -salvo en algunos sofistas- ni en el cristianis- mo medievaL Si los hombres fueran egoístas, indóciles, apáticos, según Maquiavelo, ¿quién debía gobernar? La teoría de las elites -unos pocos serían los elegidos- daba cierta respuesta pero no resolvía el problema. Si no existía ningún objetivo elevado para gobernar, ¿cuál sería el motivo que inducía a unos pocos hombres a posponer la comodidad de sus vidas privadas para di- 89 rigir a los demás? Implícita en Maquiavelo, explícita en · los maquiavelistas italianos del siglo veinte, que habían leído a Nietzsche que, a su vez, había leído al florenti- no, la clave era la "voluntad de poder", una fuerza vital ' biológica o psicológica o espiritual que impulsaría irre- sistiblemente a algunos hombres a actuar y a mandar. La ambición de poder lleva ínsito el culto de los héroes y el superhombre, más allá del bien y del mal, tesis de- sarrollada por Nietzsche siglos más tarde. Comprobamos así que la pretensión de una postura realista, objetiva, neutra, ajena a la metafísica estaba ins- pirada, en última instancia, por una concepción metafí- sica que se ignoraba. Maquiavelo sostuvo, antes de fecha, el fin de las ideologías pero esta proposición era también una ideología. Atacaba a todas las ideologías menos a una: la suya. Por eso una lectura actualizada de sus tex- tos obliga a la crítica desde sus propios presupuestos, o bien a la defensa, a pesar y en contra de sí mismo, con un realismo más consecuente del propuesto por el propio Maquiavelo ExcuRso: Los NEOMAQUIAVELISTAs James Burnham, un ex trotskista norteamericano, agrupó bajo el nombre de maquiavelistas a dos pensa- dores italianos de comienzos del siglo veinte, Vilfredo Pareto y Enrico Mosca, y al alemán italianizado, Robert Michels. En realidad ellos nunca formaron un grupo; los 90 dos primeros ni siquiera se estimaban y su influencia fue indirecta ya que no tuvieron seguidores. Su vínculo con el pensamiento de Maquiavelo fue, además, lejano. Esa tradición italiana de filosofía política caracterizada por su realismo pesimista llegó a influir incluso en autores liberales corno Max Weber y curiosamente también en la izquierda, en Marx, en Lenin, en Gra1nsci. Benedetto Croce decía que había vuelto a aprender de Marx la lec- ción de Maquiavelo55• Vilfredo Pareto era un marginal a su manera, perte- necía a una familia de la aristocracia italiana en deca- dencia y no se asimiló ni a la burguesía industrial a la que estaba relacionado por su profesión de ingeniero ni al mundo académico donde sus ideas resultaban extrava- gantes. Tampoco estuvo inmerso en el clima cultural que preparó la revolución de derecha fascista, poco tuvo que ver con el pensamiento contrarrevolucionario francés y con el pesimismo cultural alemán. En cambio Michels, a diferencia de Pareto y Mosca, procedía de la izquierda y, decepcionado del partido socialista, simpatizó con el ala plebeya del fascismo. Pareto disputó con Mosca la autoría de la teoría de las elites de poder que implicaba el gobierno de una minoría sobre las mayorías. Michels aplicó esas ideas al propio partido socialista. Según su versión, cuando los partidos de masas crecen demasiado, sus dirigentes por "la ley de hierro de la oligarquía" se convierten en un grupo ce- rrado que ejerce el poder sobre los demás miembros y así llegan al gobierno sobre toda la población. Esa teo- 91 ría formulada en 1912 fue premonitoria de lo que años después ocurriría con la degeneración del bolchevism en estalinismo. No obstante, es una generalización abu~ siva convertirla en una ley inexorable de todo el sistema · político democrático donde, si bien el peligro existe, la competencia entre los partidos y las internas en cada uno de ellos dificultan el poder absoluto de gruposcerrados. Un elemento democratizante se desliza, sin embargo, en la teoría elitista cuando analizan la "circulación de las elites". Lejos está de asimilarlas a una aristocracia here- ditaria, ya que la selección no se produce ni por la per- tenencia a una clase social ni a determinadas familias . sino exclusivamente por el mérito y en consecuencia es- tán destinadas a renovarse. El térnlino "aristocracia" es usa~o por los neomaquiavelistas en el sentido griego de gobierno de los mejores. En ese esquema la elite gobernante será suplantada por una elite subalterna con mejores cualidades que la anterior: "Las aristocracias no duran. Cualquiera fue- ran las causas, es incontestable que después de un cier- to tiempo desaparecen. La historia es un cementerio de · t · n56 ans ocrac1as . La nueva elite se apoya en las masas populares disconformes; por lo tanto, es revolucionaria, aunque cuando llega al poder se volverá conservadora. La teoría elitista tuvo una influencia a distancia -aparte de los maquiavelistas italianos y del "neoma- quiavelismo" de Burnham- sobre algunos politólogos 92 rno Joseph Schumpeter y Robert Dahl que la utiliza- co . n en sus descripciones heterodoxas de la democracia ro · 1 l't ero relativizando el carácter oligárquico de as e I es. ~chumpeter, si bien admite la inevitabilidad del gobier- no de minorías, rescataba un aspecto democrático por la rnpetencia electoral entre los líderes. Dahl fue más le- co . jos aún señalando que el poder está fragmentado ~ exis- ten poderes al margen del grupo gobernante, no-lideres que ejercen presión. Por 1~ ta~to, más ~ue ~e oligarquía debe hablarse de poliarquia y esta estana mas cerca de la democracia. Los neomaquiavelistas ejercieron asimismo su influjo en la sociología funcionalista de Talcott Parsons que, en el prefacio de El sistema social, reconocía: "El concepto de sistema en la teoría científica ( ... ) constituye la contribu- ción más importante de la gran obra de Pareto. En conse- cuencia, este libro es un intento de realizar los propósitos de Pareto"57• Las corrientes de izquierda de la sociología norteame- ricana, no menos que las conservadoras, acreditan la im- pronta de Pareto, aunque sin reconocerlo, talla teoría de la "elite del poder" de Wright Mills. Otra incidencia de los maquiavelistas en el pensamien- to social de su época reapareció en las observaciones sobre el comportamiento irracional de los hombres que actúan de acuerdo con pasiones y sentimientos -"resi- duos" según Pareto- y que se disfrazan de objetivos ló- gicos -"derivaciones" en la jerga paretiana- opuestos al racionalismo de las ideas democráticas o socialistas. 93 Pareto tenía una concepción irracionalista: el hombre no era racional, ni siquiera razonable, estaba subordi- nado a la voluntad, al sentimiento, a las creencias, a las pasiones. La "derivación" coincidía con el concepto de mito de Georges Sorel, con quien Pareto mantenía co- rrespondencia. La teoría paretiana de la razón subor- dinada a la "voluntad" era una filosofía -en contra- dicción de sus diatribas contra la filosofía- común en esos años a otros filósofos de muy distinta tendencia, como los liberales Benedetto Croce o Henri Bergson. Todos ellos provenían, en algunos casos sin reconocer- lo, de dos pensadores del siglo anterior: Schopenhauer y Nietzsche. El "residuo" se vinculaba, también, con la teoría de la "ideología" en Marx. Pero en la explica- ción marxiana, el fundamento estaba en la razón histó- rica; Pareto y los filósofos irracionalistas encontraban, en cambio, una característica ontológica, inherente a la naturaleza humana. Pareto tenía poco que ver con Marx, estaba más cercano a la influencia -no recono- cida- del relativismo de Nietzsche, en un viaje de ida y vuelta, ya que el alemán era, a su vez, un admirador de Maquiavelo. Con Nietzsche coincidía en ver en el liberalismo, la democracia, el socialismo y toda forma de humanismo, una "derivación": es decir, una falsa racionalización, un mito que ocultaba el poder de una minoría o la lucha por el poder entre distintas elites. También la influencia de Nietzsche se descubre en su concepción cíclica de la historia como un eterno retorno de lo mismo, aunque asimismo en los ciclos está la inci- 94 dencia de Giambattista Vico, excluyendo la intervención de la Providencia. Las ideas de Pareto lo hacían proclive a caer en la ten- tación fascista, y el primer Mussolini, todavía moderado, le ofreció un cargo. Pero su temprana muerte, apenas un año después de que el fascismo tomara el poder, impi- de suponer cuál habría sido su posición ante el rumbo tomado por el régimen. En un artículo, publicado en la revista Gerarchia en julio de 1923, propuso una serie de normas para el recién instaurado fascismo: recomendaba evitar las guerras, no apoyarse demasiado en la Iglesia, defender la libertad de expresión y en especial la libertad de enseñanza, todo lo cual estaba en las antípodas del camino que recorrería el fascismo. Es seguro que su aristocratismo y su liberalismo no democrático hubieran chocado con el aspecto populista del movimiento y la consiguiente movilización de ma- sas. Aunque también es probable que su característica re- signación frente a lo establecido no lo inclinaría tampo- co a un antifascismo militante y lo dedicaría más bien a una vida contemplativa, retirado del mundo. El régimen fascista, por su parte, no se preocupó demasiado por di- vulgar la obra de Pareto aunque lo citaba entre sus pre- cursores ilustres. En el extremo opuesto, insólita y nun- ca reconocida, aparece la marca de Mosca y Pareto en la teoría de Gramsci sobre el partido comunista como elite de poder destinada a un éxito póstumo. 95
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