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La arqueología en 
el siglo XVIII 
Paola Petri Ortiz 
3º Historia + Historia del Arte 
Historia del Mundo Moderno II 

ÍNDICE 
1. Introducción 3
2. La arqueología en España con los primeros Borbones 3
3. Carlos III: el rey arqueólogo 5
 3. 1. Las excavaciones de Herculano 6
 3. 2. Las excavaciones de Pompeya 12
 3. 3. Otras excavaciones italianas 13
 3. 4. Valoración crítica de las excavaciones italianas 13
 3. 5. Arqueología en la España peninsular 15
 3. 6. Las excavaciones en América del Sur: Palenque 16
4. América del Norte: Thomas Jefferson 19
5. Carlos IV y la arqueología 20
6. Conclusiones 21
Bibliografía 23
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1. INTRODUCCIÓN 
El inicio de la arqueología como ciencia se suele situar en el siglo XIX. En realidad, la curiosidad y 
el interés por las antigüedades y los restos del pasado son inherentes al hombre. Pero los más 
incipientes pasos hacia lo que hoy en día entendemos por arqueología como tal los encontramos en 
el Renacimiento, en el siglo XVI, cuando la pasión por la Antigüedad clásica lleva al 
descubrimiento de obras grecorromanas, entre las que podemos citar el grupo helenístico Laocoonte 
y sus hijos, que tanta influencia tendrá en la historia del arte. Se desarrollan los anticuarios y los 
gabinetes donde junto a curiosidades varias se podían encontrar antigüedades, especialmente 
monedas. Poco a poco se empezaron a valorar las piezas antiguas más allá de sus características 
artísticas, como documentos históricos que nos permiten reconstruir el pasado . Esta evolución 1
terminará de asentarse a lo largo del siglo XVIII, en el que tienen lugar los inicios de dos de las 
empresas arqueológicas más importantes de la historia: las excavaciones de Herculano y Pompeya 
bajo el patrocinio de Carlos VII de Nápoles y III de España. Aunque los hallazgos en sí sean de la 
máxima relevancia, lo más significativo es la manera en que se manejaron desde las instituciones 
oficiales: se revela una doble tendencia, una tensión y a la vez un equilibrio entre la tradicional 
concepción de las antigüedades como objetos artísticos y de prestigio para la monarquía, y otra más 
ilustrada que no va tanto a la forma como al contenido, y que dará lugar a las primeras leyes de 
protección del patrimonio e instrucciones para llevar a cabo las excavaciones de forma científica. 
Esto se desprende a partir del estudio de los informes de dichas campañas, y de las cartas que 
escriben sus protagonistas, siendo de singular relevancia las intercambiadas entre Carlos III desde 
España y Bernardo Tanucci, que permaneció en Italia controlando las excavaciones napolitanas. 
2. LA ARQUEOLOGÍA EN ESPAÑA CON LOS PRIMEROS BORBONES 
Felipe V (1700-1746) fue el primer monarca que creó en España instituciones formalmente 
dedicadas al estudio de la Antigüedad clásica, imitando lo que su abuelo Luis XIV había hecho en 
Francia. Así, en 1711 creó la Real Biblioteca con un Gabinete de Medallas y Antigüedades y un 
cargo de Anticuario para responsabilizarse del mismo. Su interés anticuario se acrecentó a raíz de su 
matrimonio en 1714 con Isabel de Farnesio, una mujer culta que tenía a sus espaldas toda la 
tradición coleccionista de las grandes familias italianas desde el Renacimiento. El gusto clásico se 
plasma en la adquisición de la colección de esculturas de Cristina de Suecia, incluyendo piezas 
 DÍAZ-ANDREU, M. y MORA, G. “Arqueología y política: el desarrollo de la arqueología 1
española en su contexto histórico”, Trabajos de Prehistoria, 52, nº 1, 1995. p. 26.
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como el Grupo de San Ildefonso o las Musas de la Villa de Adriano en Tívoli. En 1738 fundó la 
Real Academia de la Historia, que desempeñará un papel capital en el desarrollo de la arqueología 
como ciencia. 
Fernando VI (1746-1759) continuó la tarea de su padre con un impulso todavía mayor. Así, en 1750 
creó el Gabinete de Antigüedades dentro de la Real Academia de la Historia. En 1752 fundó la Real 
Academia de Bellas Artes de San Fernando, que será la gran difusora del Neoclasicismo en el arte 
en nuestro país, estilo que como veremos se verá muy influido por los hallazgos arqueológicos a lo 
largo de este siglo. Un personaje fundamental es el marqués de la Ensenada: una de sus primeras 
actuaciones fue en 1752, cuando previó que las obras en el puerto de Cartagena podrían arrojar 
hallazgos arqueológicos y dio instrucciones detalladas para que los que las realizaban los pudieran 
recoger siguiendo una metodología. Hay que decir que ya en el siglo XVI se habían dictado en 
nuestro país algunas ordenanzas para la protección de las antigüedades, aunque se trataba de 
iniciativas aisladas a nivel municipal, no unificadas desde la Corona; tenemos por ejemplo la de 
Talavera la Vieja, en Cáceres, del 16 de septiembre de 1578 . 2
Por otro lado, el rey organizó y financió los llamados viajes literarios, destinados al estudio de las 
antigüedades, especialmente en el propio territorio español. Se buscaba reconstruir el pasado a 
partir de sus restos materiales, lo que constituye la misión básica de la arqueología, por mucho que 
estos viajes no fueran excavaciones o siquiera prospecciones como tales. Un precedente serían las 
Antigüedades de las ciudades de España del anticuario cordobés Ambrosio de Morales, publicadas 
en 1575. En la época que nos ocupa destacan los viajes del padre Enrique Flórez, que publica la 
España Sagrada, y sobre todo de Luis José Velázquez, marqués de Valdeflores, que se dedicó a la 
numismática y la epigrafía y escribió el Viaje de las Antigüedades de España. Se trata esta última de 
una iniciativa pionera en Europa, pues se le proporcionaron desde la Real Academia de la Historia 
unas instrucciones para que el estudio y la recogida de los materiales se realizara de una manera 
científica y sistemática, y se le encargó que entregara dibujos precisos, para lo cual incluso se le 
asignó a un dibujante profesional, Esteban Rodríguez. A Valdeflores se deben las primeras 
 MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 2
ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). De Pompeya al Nuevo Mundo. La 
Corona española y la arqueología en el siglo XVIII. Real Academia de la Historia: Patrimonio 
Nacional, Madrid, 2012. p. 334.
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excavaciones oficiales en el teatro romano de Mérida . Se recolectó material epigráfico y 3
numismático y se documentaron y dibujaron los principales monumentos romanos de esta ciudad y 
sus alrededores: el circo, el acueducto de los Milagros, el templo de Marte, etc. Después pasó a 
Andalucía para continuar esta labor: Granada, Jaén, Córdoba, Málaga, Medina Sidonia, El Puerto de 
Santa María, Antequera y Sevilla; visitas que reportaron más dibujos y 1200 monedas de bronce y 
25 de plata . El proyecto se desarrolló entre 1752 y 1755, cuando se vio truncado por la caída del 4
marqués de la Ensenada, su principal promotor, lo que demuestra que todavía la institucionalización 
de la arqueología no estaba madura, sino que sufría de un excesivo personalismo . Aun así, 5
Valdeflores continuó por su cuenta, Por otro lado, la Corona costeó viajes al extranjero para que los 
eruditos completaran su formación y recogieran antigüedades; es el caso del viaje de Francisco 
Pérez Bayer entre 1754 y 1759 a Italia, que trajo monedas, manuscritos y otros materiales. 
3. CARLOS III: EL REY ARQUEÓLOGO 
Carlos de Borbón fue sin duda el personaje que más contribuyó al desarrollo de la arqueología en el 
siglo XVIII, primero como Carlos VII de Nápoles (1734-1759), y más tarde como Carlos III de 
España (1759-1788). Fue educado por sus padres Felipe V e Isabel de Farnesio en el gusto por la 
Antigüedad, que probablemente se vería acrecentado al llegar a Italia como un adolescente en 1731 
y poder contemplar las grandes realizaciones de los romanos. El reino de las Dos Sicilias no se 
incorporó a la monarquía hispánica cuando fue conquistadopor Felipe V, sino que se estableció 
desde 1734 como un reino independiente con un rey de la misma dinastía; en aquel entonces, dado 
que el monarca español tenía dos hijos varones de su primera mujer, parecía improbable que Carlos 
fuese a heredar el trono, y por eso su madre favoreció esta solución. 
 CANTO Y DE GREGORIO, A . M. “Carlos IV y Godoy: los primeros protectores ilustrados de la 3
arqueología española”. En ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 
305.
 MAIER ALLENDE, J. “Renovación e institucionalización de la investigación arqueológica en el 4
reinado de Fernando VI (1746-1759)”. En VV. AA. Corona y arqueología en el Siglo de las Luces. 
Patrimonio Nacional, Madrid, 2010. p. 153.
 MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 5
ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 342.
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3. 1. Las excavaciones de Herculano 
La población local de Resina, una pequeña ciudad a las afueras de Nápoles, era consciente de la 
existencia allí de restos arqueológicos, que prácticamente desde el momento mismo en que —
cuando todavía se llamaba Herculano— había quedado sepultada bajo las cenizas del Vesubio en el 
79 d. C., iban apareciendo de cuando en cuando de manera más o menos intencional. No obstante, 
era poco lo que se sacaba, debido a las dificultades que planteaba el terreno, insalvables para 
cualquiera que no fuera extraordinariamente rico. La actividad extractiva se volvió intensiva con el 
príncipe d’Elbeuf, noble austríaco que entre 1710 y 1711 llegó a emplear a veinte hombres para 
sacar estatuas del llamado pozo de Nocerino, en su villa de Portici. De hecho había adquirido estos 
terrenos tras enterarse de los hallazgos casuales de un campesino al cavar en un pozo seco. Es 
curioso que algunas de las esculturas fueron enviadas como regalo al príncipe Eugenio de Saboya a 
Viena, pero acabaron en manos de Federico Augusto III de Polonia, padre de María Amalia de 
Sajonia, la futura esposa del rey Carlos. 
A finales del verano de 1738, el ingeniero jefe Juan Antonio Medrano y el ingeniero ordinario 
Roque Joaquín Alcubierre, habiendo reunido informaciones sobre los pozos de Resina, comenzaron 
a trabajar en el de Nocerino, en el punto exacto donde acababan las excavaciones de d’Elbeuf. El 
monarca desde el principio mostró su interés. Sin embargo, para la corte borbónica recién instalada 
tras años de dominación austríaca (1707-1734), la noticia era sorprendente; tanto que muchos se 
mostraron escépticos e intentaron disuadir al rey de implicarse en un proyecto tan poco seguro. Este 
vaciló en un primer momento y llegó a dar órdenes a Alcubierre para que se detuviera, pero 
enseguida apostó por las excavaciones, que alcanzarían una dimensión infinitamente mayor a las de 
d’Elbeuf, no solo cuantitativamente sino cualitativamente. El 13 de octubre de 1738 Alcubierre 
obtuvo permiso para realizar una nueva incursión, que permitió confirmar la existencia de un 
edificio bajo tierra (que él pensó que era un templo, aunque más tarde se identificará como el 
teatro). Esto ya fue suficiente para que el rey pusiera en marcha las excavaciones de forma oficial y 
definitiva. Eso sí, por ahora todavía mostraba ciertas reticencias, como se aprecia en la carta que su 
Secretario de Estado, el marqués de Salas, dirigió a Medrano y Alcubierre, donde especificaba “ 
vaia dando cuenta de lo que se fuere descubriendo y encontrando, para que quando no resulte 
provecho alguno se abandone esta obra si se reconociere inútil” . 6
 FERNÁNDEZ MURGA, F. Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia. 6
Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 1989. p. 26.
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La dirección fue encomendada al cuerpo de ingenieros militares, pues tenían experiencia en abrir 
pozos y galerías de forma segura. Encontramos ya aquí la primera diferencia e innovación respecto 
a las excavaciones sui generis que se venían realizando hasta entonces: la Corona se encargó de 
establecer un sistema de trabajo estable, organizado y jerarquizado, en el que llegaron a estar 
involucradas más de un centenar de personas, cada una con unas responsabilidades y tareas 
claramente delimitadas y reglamentadas. Ello resultaba de suma importancia en unas excavaciones 
tan complicadas como estas a causa de las condiciones topográficas: tanto la densa y compacta capa 
de lava sobre la antigua Herculano —que llegaba a alcanzar unos 26 metros de espesor— como la 
existencia de ciudades modernas superpuestas, complicaban los trabajos. Los obreros se agrupaban 
en cuadrillas especializadas unas en ampliar los túneles con cuidado de no estropear los 
monumentos y recoger los objetos pertinentes; otros llevaban la tierra desde los pozos hasta la 
superficie; y otros manipulaban el cabrestante con el que subían y bajaban continuamente la tierra, 
los hallazgos y los trabajadores . Gracias a su experiencia militar, estaban acostumbrados a abrir 7
minas en condiciones precarias, con peligros como la falta de aire —acentuada por la utilización de 
antorchas para alumbrar— y los desprendimientos, a los que en este caso había que añadir que en 
caso de que algo fallara a los daños humanos se les sumarían daños materiales, como destrucción de 
edificios o pinturas. 
El rey fue muy estricto en lo referente a la correcta documentación de los trabajos, gracias a lo cual 
contamos con informes de gran precisión que nos permiten reconstruir cómo fue el desarrollo de los 
mismos y situar con exactitud cuándo y dónde se iban desenterrando los objetos, desde los más 
hasta los menos importantes. Esto suponía una diferencia radical respecto a las excavaciones de 
d’Elbeuf, a quien solo le había importado acrecentar su colección de arte antiguo, sin llevar a cabo 
ningún tipo de registro. Los ingenieros no eran intelectuales y no contaban con grandes 
conocimientos de la Antigüedad, pero sí eran capaces de alcanzar un elevado rigor técnico, y 
obedecieron las órdenes a rajatabla, haciendo gala de su disciplina militar. Sin embargo, en las 
primeras etapas, a veces daban cuentas de lo hallado solo verbalmente y no ha quedado constancia; 
error que pronto se corrigió. 
 ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “Las excavaciones arqueológicas en el siglo XVIII: el 7
descubrimiento de las ciudades de Herculano, Pompeya y Estabia”, Cuadernos de Ilustración y 
Romanticismo, nº 3, 1993. p. 207.
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En enero de 1739 se descubrió una inscripción con los nombres de los patrocinadores de la 
construcción del primer edificio que había aparecido: el duunviro quinquenal Annius Mammianus 
Rufus y el arquitecto Publius Numisius. Marcello Venuti, director de la Real Biblioteca y del Museo 
Farnese, identifica como perteneciente al teatro de Herculano . Por fin quedaba claro el nombre de 8
la ciudad descubierta, y aunque en cierto modo fue una decepción que no se tratase de Pompeya, los 
sucesivos hallazgos demostrarían que nada tenía que envidiar a su compañera más famosa. 
Alcubierre permanecerá al frente de las excavaciones hasta su muerte en 1780; no obstante, cabe 
señalar un breve paréntesis entre 1741 y 1745 en que se vio obligado a apartarse por una 
enfermedad, tiempo en que fue sustituido por Francisco Rorro y Pedro Bardet. Este último se 
interesó por la topografía exterior y elaboró un mapa de la zona. En 1749 entra en escena Karl 
Weber, ingeniero militar suizo de la Guardia Real, que se convierte en ayudante de Alcubierre para 
supervisar las excavaciones en Pompeya y Herculano. Su tarea consistía en elaborar un registro 
semanal y dibujar los planos. Una de sus aportaciones más relevantes fue plantear las excavaciones 
de los túneles siguiendo el trazado de las calles, de manera que se penetraba en las casas por sus 
verdaderas puertas y no abriendo boquetes en sus paredes. Sin embargo, si preocuparse por lo 
teórico y ser meticuloso son cualidades a apreciar, el rey no dejaba de preferir los avances prácticosy los hallazgos, y en la correspondencia a Tanucci le urge a que no se dedique tanto a los planos y 
las mediciones (sin dejar estas de lado), sino a las excavaciones en sí. Así se expresa: “si puedes 
quitar de la cabeza al segundo el pensar sólo en querer sacar el plano de las ciudades arruinadas, 
pues con tal ideario no hace sino seguir las calles sin entrar en las habitaciones, que es donde debe 
entrar para hallar, sin dejar por esto de continuar sus planos según vaya adelantando, y si logras 
esto, te aseguro que no lograrás poca victoria, pues yo no la pude conseguir en mi tiempo, sino por 
muy cortos tiempos, volviendo siempre él a su idea” . A su muerte en 1764, ocupa su puesto 9
Francisco de la Vega. 
El monarca mostró desde el principio una implicación muy personal en el proyecto. Visitaba a 
menudo las excavaciones en persona y, cuando ello no era posible, exigía que se le mantuviese 
 ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “El rey en el balcón: Carlos III y el descubrimiento de 8
Herculano”. En ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 83.
 CARLOS III. Cartas a Tanucci (1759-1763). Introducción, transcripción y notas de M. Barrio, 9
Madrid, 1988. p. 301.
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informado de todos los detalles. Eso sí, nunca descendió personalmente a las ruinas, por los peligros 
que ello conllevaba incluso para trabajadores más expertos, como ya hemos comentado. Incluso 
cuando se trasladó a Madrid no las olvidó, sino que en las cartas que semanalmente intercambiaba 
con Tanucci no falta nunca mención a ellas. Tanucci no solo describía las piezas, sino que debía 
responder a preguntas que le planteaba el monarca sobre las mismas, para lo cual se veía obligado a 
pedir ayuda y bibliografía a sus amigos más cultos. Un aspecto muy llamativo por parecer de 
actualidad es su conciencia de que el patrimonio arqueológico debía conservarse en su lugar 
original. Pese a su entusiasmo por las piezas antiguas, no las sacó de Nápoles para traerlas a España, 
sino que tan solo mandó sacar vaciados para poder contemplar las copias, que de hecho en 1775 
donará a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Lo único original que llego a España 
fue, en 1761, una caja con semillas carbonizadas, que actualmente se conserva en el Museo 
Arqueológico Nacional. A este respecto resulta ilustrativa la anécdota de que incluso, antes de 
embarcarse rumbo a la Península, se quitó su anillo de oro romano y se lo entregó a Tanucci, dando 
ejemplo de que, aunque las antigüedades eran de su propiedad, consideraba que pertenecían más 
bien al reino de Nápoles. Asimismo promulgó leyes para que otros tampoco intentasen una 
exportación de las piezas. Entre estas sobresalen la Prammatica LVII y la Prammatica LVIII, ambas 
del 24 de julio de 1755, que prohibían la salida de antigüedades del reino sin autorización. Por esa 
última puntualización, hay que admitir que no fue algo completamente rígido. Se concedieron 
licencias de extracción a cambio de un cierto pago a las arcas reales. Sabemos también de una 
ocasión en que el monarca envió varias piezas de Herculano como regalo a la corte francesa —
algunas de las cuales se perdieron en un naufragio—, y es posible que esto se produjera más de una 
vez . 10
Los increíbles resultados de las excavaciones movieron a Carlos VII a crear una serie de 
instituciones. Al principio las piezas se iban colocando en el palacio de Portici, pero el objetivo iba 
más allá deleitarse en la contemplación de las antigüedades, sino que incluía un enorme 
departamento de restauración. Giuseppe Canart dirigía el equipo especializado en objetos en piedra 
y pinturas, mientras que Camillo Paderni lo hacía con el de objetos de bronce. Al principio se 
seguían los criterios tradicionales de recomponer las piezas e intentar completarlas, sin que se 
notase qué era original y qué añadido, pero poco a poco esto cambió y se fueron poniendo las bases 
para una restauración moderna. Se aplicó un barniz sobre las pinturas siguiendo una fórmula de 
 ALVAR, J. “Carlos III y la arqueología española”. En VV. AA. Op. cit. p. 316.10
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Stefano Marcote, lo que aunque en su momento no fue bien visto porque daba a las pinturas un 
brillo extraño, sirvió para protegerlas hasta que se desarrollaron mejores técnicas. Sabemos que el 
propio Carlos se preocupaba por la manera en que se realizaban las restauraciones, por ejemplo 
remitió una queja por la limpieza excesiva de algunas piezas de bronce, que llegaban a retirar la 
pátina original . 11
En 1751 se inauguró el Museo Ercolanese bajo la dirección de Camillo Paderni (que ostentaría este 
cargo hasta 1781). Las piezas se colocaron siguiendo criterios museológicos, con una ordenación 
determinada. Había dos secciones: una dedicada a las pinturas y la otra al resto de objetos, a su vez 
organizados por temáticas. Esto hacía que fuera completamente distinto de las “cámaras de las 
maravillas” en que los monarcas y los nobles solían guardar sus colecciones. En 1754, ante la 
desbordante afluencia de hallazgos el monarca impulsó la elaboración de un catálogo para que cada 
ninguno quedase olvidado o sin información sobre él. Este fue elaborado por Ottavio Antonio 
Baiardi bajo el título de Catalogo degli antichi monumenti disoterrati dalla discoperta città di 
Ercolano per ordine della maestà di Carlos, re delle due Sicilie. Sin embargo, no fue bien acogida 
entre los especialistas pues al parecer contenía graves errores. En 1755, asesorado por Tanucci, el 
monarca fundó la Regale Accademia Ercolanese, donde se reunían célebres eruditos (quince en sus 
inicios), entre ellos Alessio Simmaco Mazzocchi y Marcello Venuti, para investigar lo que se iba 
hallando y proponer medidas para mejorar la metodología de los trabajos, aunque su principal labor 
sería la de publicar los descubrimientos en la serie de tomos de Le antichità di Ercolano esposte (de 
1757 a 1792). Todos los volúmenes fueron lujosamente editados por la Regia Stamperia Napolitana, 
y en total reúnen 2770 ilustraciones ejecutadas por los grabadores y dibujantes más relevantes del 
momento. Entre los primeros podemos mencionar a Camillo Paderni, Nicola Vanni o Giovanni 
Morghen; y entre los segundos, Pierre Gaultier, Filippo Morghen o Francesco Cepparoli. Esto 
suponía un altísimo coste, y su difusión no fue masiva, sino que se entregaba a instituciones (como 
la Real Academia de la Historia) y a personajes selectos, entre ellos el erudito Johann Joachim 
Winckelmann, que se basaría en gran medida en ellos para escribir su célebre Historia del Arte de la 
Antigüedad (Dresde, 1764). En cualquier caso, finalmente acabaron por popularizarse copias de 
bajo coste que se extendieron por toda Europa, que incluso se tradujeron al inglés, al alemán y al 
 ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “La empresa anticuaria de Carlos III entre Nápoles y Madrid”. 11
En LUQUE TALAVÁN, M. (Coord.). Carlos III. Proyección exterior y científica de un reinado 
ilustrado. Palacios y Museos: Acción Cultural Española, Madrid, 2016. p. 80.
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francés. Las publicaciones de Winckelmann y estas versiones de Le antichità tendrán un reflejo 
evidente en el arte, imponiéndose los motivos extraídos de las antigüedades de Herculano para la 
decoración de las casas de la alta sociedad. En cuanto a los dibujos originales de Paderni, se 
conservan en la Escuela Francesa de Roma, en un volumen titulado Monumenti antichi rinvenuti ne 
Reali scavi di Ercolano e Pompei, que debió compilar entre 1766 y 1768, ya en Madrid, y que 
permaneció inédito en vida de su autor . 12
Dentro de las excavaciones de Herculano merece especial atención la Villa de los Papiros. Se cree 
que perteneció al suegro de César, Lucio Calpurnio Piso Cesonino; en cualquier caso, se trataría sin 
duda de alguien rico y poderoso, por sus inmensas dimensiones y sus lujosos materiales. Fue 
excavada por Alcubierre y Pedro de la Vega entre 1750 y 1756, y publicada por Karl Weber. En ella 
se encontraron numerosasesculturas de extraordinaria calidad, como las del Mercurio sentado y el 
Fauno Borracho; pero lo más significativo fue la biblioteca con casi 2000 rollos de papiro, que dan 
nombre a la villa y que hoy se conservan en la Biblioteca Nacional de Nápoles. Muchos contienen 
obras del filósofo epicúreo Filodemo de Gadara, del cual Piso fue un destacado estudiante. Para 
poder abrir los papiros carbonizados sin destruirlos, se llamó al padre Antonio Piaggio, bibliotecario 
del Vaticano, que en 1756 diseñó una máquina ex profeso para tal finalidad. Esto es una muestra de 
la sensibilidad y cautela de los excavadores, y de los inicios de la colaboración de la arqueología 
con otras ciencias para complementar su labor, así como de la preocupación por parte de la Corona 
por contar con los mejores especialistas. En 1787 se fundó la Oficina de los Papiros cuyo objetivo 
era publicar los textos de los rollos; en 1793 salió el primer volumen. Desgraciadamente, no 
siempre es fácil leerlos y todavía en la actualidad muchos siguen sin haber sido descifrados. Una 
nota a tener en cuenta es que los obreros se percataron de la existencia de otros túneles anteriores, lo 
que indica que ya se habían extraído materiales de esta villa , bien por las poblaciones vecinas tras 13
la erupción, o por buscadores de tesoros en épocas más tardías. Por otro lado, hay investigadores 
que piensan que aún queda una parte de la biblioteca que no se ha descubierto, así que en el futuro 
podrían producirse nuevos e importantes hallazgos. 
 ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “Ecos de Herculano: Aquellas cosas que sabes que son tan de mi 12
genio y gusto”. En VV. AA. Op. cit. p. 238.
 BERRY, J. Pompeya. Ediciones Akal, Madrid, 2009. p. 42.13
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3. 2. Las excavaciones de Pompeya 
Desde que se averiguó que el primer yacimiento que se estaba excavando no era Pompeya sino 
Herculano, el rey quiso encontrar asimismo la ubicación de la primera, sobre lo cual habían 
especulado ya algunos eruditos. Finalmente, Pompeya fue descubierta en 1748. El 6 de abril se 
desenterró la primera gran pintura mural, y el 19 un esqueleto humano. Sin embargo, al no 
encontrar estatuas ni objetos valiosos, se desestimó que realmente se tratase de Pompeya, se 
cubrieron los pozos excavados y se decidió probar en otras localizaciones . Afortunadamente en 14
1754 se retomaron los trabajos, hallándose restos de tumbas y murallas, y esta vez ya no se 
interrumpirían hasta nuestros días. Las excavaciones en este sitio, al principio identificado 
erróneamente como Estabia, estuvieron intrínsecamente unidas a las de Herculano y compartieron 
los sucesivos directores, así como el interés de Carlos III. 
Pompeya presentaba una ventaja técnica respecto a Herculano: la capa de ceniza volcánica 
solidificada era mucho más delgada y bajo ella había otra de lapilli, bastante más fácil de perforar. 
No obstante, los resultados iniciales no eran muy alentadores. Lo más destacable fue la excavación 
de la finca de Julia Félix en 1756. En 1763 se confirmó que se trataba en efecto de Pompeya, 
gracias a una inscripción de Tito Suedio Clemente , y esto supuso el impulso definitivo a los 15
trabajos arqueológicos, que ahora sí, iban a deparar hallazgos espectaculares como los que se 
esperaban de esta ciudad. Entre 1764 y 1766 se excavó el Templo de Isis, que llamó poderosamente 
la atención de los intelectuales europeos y se convirtió en parada obligatoria de aquellos que 
realizaban el famoso Grand Tour. Las pinturas al fresco y los restos de ofrendas informaban sobre 
unos rituales misteriosos, relacionados con los cultos egipcios, mucho más desconocidos que los 
puramente grecorromanos. Entre 1771 y 1774 se excavó el otro edificio más importante de 
Pompeya, la Villa de Diomedes. Si en un inicio lo más imponente fueron sus enormes dimensiones, 
enseguida cobró importancia por lo que se encontró en su interior: veinte cadáveres humanos, 
algunos agarrando sus joyas y monedas; con toda probabilidad habían intentado coger sus 
posesiones más valiosas y huir de la erupción, pero no les había dado tiempo. Este tipo de escenas 
inspirarán a los novelistas románticos. A partir de 1765 se decidió que se realizasen dibujos de las 
pinturas que se iban hallando antes de proceder a arrancarlas para llevarlas al museo. Se encargó 
 CERAM, C. W. Dioses, tumbas y sabios. Editorial Destino, Barcelona, 2001. p. 20.14
 ROMERO RECIO, M. Pompeya. Vida, muerte y resurrección de la ciudad sepultada por el 15
Vesubio. La Esfera de los Libros, Madrid, 2010. p. 127.
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esta misión a prestigiosos artistas como Chiantarelli, Morelli, Manto, Casanova o Campana. La 
recopilación de los mismos dio lugar a una obra en tres volúmenes publicados entre 1796 y 1808: 
Gli ornati delle pareti e i pavimenti delle stanze dell’antica Pompei. 
3. 3. Otras excavaciones italianas 
También se realizaron excavaciones en otros yacimientos de Italia cercanos a estos dos , 16
destacando en especial las de Estabia, que comienzan en 1749. Progresivamente se irán localizando 
otros gracias a las prospecciones: Pollena, Sorrento, Torre de Gaveta, Pozzuoli, Cumas, Fusaro, 
Mercato di Sabato y Bosco de Tre Case. Por el contrario, el hallazgo de los templos griegos dóricos 
de Paestum fue casual: se descubrieron en 1752 durante las obras para una carretera impulsadas por 
Carlos III . En 1756 fueron dibujados bajo la dirección del conde Felice Gazzola, y publicados en 17
1784 por Paolo Antonio Paoli. Fuera del reino de las Dos Sicilias, hay que señalar que José Nicolás 
de Azara, marqués de Nibbiano, realizó excavaciones en Roma : comenzó en 1777 en la Villa 18
Negroni en el Esquilino y más tarde pasó a la Villa de los Pisones en Tívoli, finalizando en 1779. 
No parece que contase con el patrocinio de la Corona, pero sí es una muestra de cómo en España se 
estaba difundiendo una pasión por la arqueología gracias a la labor del rey en Herculano y 
Pompeya. 
3. 4. Valoración crítica de las excavaciones italianas 
La actuación de Carlos III a nivel arqueológico en el reino de las Dos Sicilias ha sido ampliamente 
debatida, y ha sido tanto encomiada como denostada. En primer lugar se discuten sus motivaciones 
ulteriores para costear la empresa. Algunos dicen que tan solo buscaba su propio provecho, utilizar 
las antigüedades como propaganda política para presentarse como un monarca poderoso e ilustrado, 
estableciendo una comparación precisamente con los emperadores romanos. Sin embargo, 
ciertamente su política redundó no solo en favor de su persona sino también de su reino, pues 
 ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “Las excavaciones arqueológicas en el siglo XVIII: el 16
descubrimiento de las ciudades de Herculano, Pompeya y Estabia”, Cuadernos de Ilustración y 
Romanticismo, nº 3, 1993. p. 208.
 ALMAGRO-GORBEA, M. “La arqueología en la política cultural de la Corona de España en el 17
siglo XVIII”. En VV. AA. Op. cit. p. 38.
 LUZÓN NOGUÉ, J. M. “Las Bellas Artes y lo antiguo entre Italia y España en el siglo XVIII”. 18
En VV. AA. Op. cit. p. 206.
!13
consiguió que el pequeño Nápoles estuviese en boca de todas las potencias europeas y se convirtiera 
en destino prioritario para intelectuales de todos los países. Ya en su época tuvo admiradores y 
detractores, y aunque se ha dicho que la opinión de los primeros no siempre es fiable puesto que 
eran personas parciales, no es este el caso por ejemplo del abate jesuita Juan Andrés, que a pesar de 
haber sufrido la expulsión de 1767 seguía escribiendo casi veinte años después: “El nombre de 
Carlos III será inmortal en los fastos de la literatura, y mientras dure el estudio de la anticuaria 
vivirá en las bocas y plumas de los eruditos el restaurador de Herculano y Pompeya” . También 19
ensalzó la labor del monarca Gaspar Melchor de Jovellanos en su Elogio de las Bellas Artes, 
pronunciado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 14 de julio de 1781: 
“Mientras honraba España con abundosas lágrimasla tierna memoria de Fernando, sorprendido por 
la muerte en la mitad de su carrera, venía desde Nápoles a ocupar el trono el augusto Carlos III; este 
monarca generoso, a quien ya daba Italia el nombre de restaurador de las artes, por haber 
ennoblecido con magníficas obras a Nápoles, Portici y Caserta; por haber descubierto y sacado de 
las entrañas de la tierra dos grandes ciudades de la antigüedad, Pompeya y Herculano; por haber 
derramado en todo el mundo la noticia de sus bellos monumentos, y finalmente, por haber 
recompensado a los artistas con una generosidad digna del tiempo y del espíritu de Alejandro” . 20
También fueron polémicos los métodos empleados en las excavaciones. Algunos eruditos ilustrados 
consideraban que encomendarlas a ingenieros militares sin formación intelectual era un error, y que 
no se estaba prestando el debido respeto a las antigüedades. Uno de los mayores críticos fue Johann 
Joachim Winckelmann, que en una carta al conde Brühl incluyó una infame frase contra Alcubierre, 
diciendo que “tiene tanta familiaridad con las antigüedades como la luna con los camarones”, y 
acusándole de barbaridades como arrancar una inscripción sin haberla copiado previamente; aunque 
se cree que es un bulo que le transmitió su amigo Camillo Paderni, el cual odiaba a Alcubierre . La 21
mayoría de las críticas no carecen de fundamento y por lo general nacen de una genuina 
preocupación por los restos antiguos; no obstante, resultan excesivamente duras, pues era la primera 
 Cartas familiares del abate D. Juan Andrés a su hermano D. Carlos Andrés dándole noticia del 19
viaje que hizo a varias ciudades de Italia en el año 1785, publicadas por el mismo D. Carlos, 
Antonio de Sancha. Madrid, vol. II, 1786. p. 186
 DE JOVELLANOS, Gaspar Melchor. Elogio de las Bellas Artes. Casimiro libros, Madrid, 2014. 20
p. 93.
 ROMERO RECIO, M. Pompeya. Op. cit. p. 129.21
!14
vez que se realizaba un proyecto de tal envergadura, la excavación de una ciudad completa, con las 
dificultades ya mencionadas, y se procuró siempre utilizar los mejores medios disponibles, y lo que 
es más importante, ir perfeccionándolos cuando se detectaba algún problema en ellos, como hemos 
tenido ocasión de ver a lo largo de estas páginas. Otro ejemplo: al principio algunas pinturas que no 
se consideraban dignas de ser expuestas en el museo eran abatidas sobre el suelo, pero en 1763 se 
promulgó una orden real prohibiendo esto. Ninguno de los que criticaban se habían enfrentado 
nunca personalmente a situaciones semejantes a las que sobrevenían a los equipos napolitanos. Con 
todo, hay que admitir que una colaboración entre estos y los intelectuales anticuarios hubiera 
podido resultar sin duda fructífera, pero nunca fue deseada por el monarca ni por Tanucci, que 
interpretaban cualquier crítica como una injerencia en un asunto de Estado, pues esta era la 
consideración que daban a la arqueología. 
Otras críticas se referían al secretismo de las excavaciones y de los hallazgos. No todo el mundo 
podía acceder a los yacimientos, y ni siquiera al Museo Ercolanese, sino que era necesario obtener 
permiso regio. Las solicitudes eran numerosas, los trámites burocráticos pesados y los tiempos de 
espera, largos. Una vez que por fin conseguían acceder, el tiempo de la visita era breve y estaban 
controlados continuamente por personal del museo. Estaba prohibido que realizaran dibujos y se 
procuraba que no se detuviesen mucho a estudiar las obras para que tampoco las pudieran dibujar 
con precisión a la salida. Con ello se buscaba mantener el monopolio de publicación para Le 
antichità di Ercolano esposte, así como el de reproducción de cerámica antigua de la fábrica de 
porcelana de Capodimonte. 
3.5. Arqueología en la España peninsular 
Resulta llamativo que Carlos III no continuase en España la política de mecenazgo arqueológico 
que había desarrollado en Nápoles. Sin duda debía ser consciente de la riqueza del patrimonio 
antiguo en nuestro país, tanto por los monumentos aún en pie como por las investigaciones y los 
viajes literarios que se habían llevado a cabo durante los reinados de sus predecesores. El caso es 
que mostró bastante desinterés por emprender excavaciones, con excepciones no muy exitosas 
como la de las llamadas “termas” de Rielves (Toledo) en 1780, encomendada por Floridablanca a 
Juan Pedro Arnal, que se abandonó enseguida al verse que no era más que una villa rústica . Sí 22
que continuó la labor de financiar viajes para inventariar las antigüedades de España, de los cuales 
 ALVAR, J. Op. cit. p. 316.22
!15
el más famoso es el de Antonio Ponz, intelectual perteneciente a la Real Academia de Bellas Artes 
de San Fernando. En un principio Campomanes le encargó que realizara el inventario de los bienes 
artísticos de los jesuitas tras su expulsión en 1767, pero Ponz no se limitó a ello sino que recorrió 
todo el país recopilando tanta información como pudo sobre todo tipo de manifestaciones artísticas. 
Su informe, el Viage de España, se publicó entre 1772 y 1794. 
Por otra parte, sí florecieron algunas iniciativas particulares, que eso sí, buscaban el apoyo oficial 
por el enorme coste que suponían. Francisco de Bruna y Ahumada, alcaide de los Reales Alcázares 
de Sevilla, excavó en Itálica (Sevilla) entre 1781 y 1788, encontrando relevantes piezas como la 
escultura de Trajano que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla . A pesar de la 23
oposición de los frailes del Monasterio de San Jerónimo del Campo, que reclamaban la custodia de 
los bienes, Bruna expuso sus hallazgos en el Alcázar. Al contrario de lo que ocurría en el Museo 
Ercolanese, fomentó las visitas a su colección, en el espíritu ilustrado de difusión del conocimiento 
en la sociedad. 
3.6. Las excavaciones en América del Sur: Palenque 
Como precedente, hemos de citar la que se considera como primera excavación arqueológica en 
América: un túnel excavado por Carlos de Sigüenza y Góngora en 1675 en la Pirámide de la Luna 
de Teotihuacán . Durante el reinado de Carlos III, lo más relevante serán las excavaciones de 24
Palenque, que en aquel momento pertenecía a la capitanía general de Guatemala, en el virreinato de 
Nueva España. Había sido una de las más significativas ciudades mayas durante el Período Clásico 
(300-900); su etapa de máximo esplendor se inició hacia el 600, pero fue abandonada a finales de 
este período. En 1745 Antonio Solís, sacerdote de Tumbalá, se percató de la existencia de unas 
ruinas antiguas en un lugar cercano conocido como “Casas de Piedra”. Al principio esta 
información se quedó en su familia como una anécdota intrascendente, hasta que su sobrino 
seminarista se lo contó a un compañero, Ramón Ordóñez Aguilar. Este en 1773 convenció al 
teniente alcalde de Chiapas, Esteban Gutiérrez de la Torre, de que investigara sobre dichas ruinas. 
Lo hizo, las vio y remitió una memoria sobre las mismas al gobernador de Guatemala, José de 
Estachería. Existen dudas entre los investigadores sobre si esta es la versión correcta de los 
 ALMAGRO-GORBEA, M. Op. cit. p. 41.23
 RENFREW, C. y BAHN, P. Arqueología. Teorías, métodos y práctica. Ediciones Akal, Madrid, 24
2011. p. 22.
!16
acontecimientos . Algunos sostienen que en realidad fue Fernando Gómez de Andrade, alcalde 25
mayor de Chiapas, quien elaboró la memoria, sin conexión alguna con Ordóñez, y la presentó no 
primeramente al gobernador sino a un grupo de tertulia literaria, que se interesaría por el hallazgo y 
lo haría llegar a oídos de Estachería. Quizás se pueda apostar por una versión intermedia: Ordóñez 
habló con Gómez de Andrade, este realizó una primera visita, sus compañeros de la tertulia le 
animaron y emprendió una segunda con pequeñas excavaciones, tras lo cual dio parte a Gutiérrez, el 
cual informaría al gobernador. El propio Ordóñez, por su parte, sostiene que él transmitió la 
información a su hermano José, vicario de Chamula, y que este se pusoen contacto directamente 
con el gobernador; no obstante, los estudiosos hoy en día tienden a restar importancia a la figura de 
Ordóñez en todo lo relativo a Palenque. 
Sea como fuere, en 1785 Estachería pidió al teniente de alcalde de Palenque (la ciudad más próxima 
a las ruinas), José Antonio Calderón, que describiese y dibujase dichas ruinas. Así lo hizo, pero 
sobrepasó sus funciones intentando asimismo especular sobre el origen de la ciudad: planteó que, 
dada la magnificencia de las construcciones, estas no se podían deber a los indígenas, sino que 
debían ser obra de pobladores ultramarinos, ya fueran cartagineses, romanos o antiguos cristianos 
. Interesado por los contenidos que recibió, Estachería mandó al arquitecto Antonio Bernasconi, 26
que realizó dibujos del área con el palacio y algunos templos siguiendo unas detalladas 
instrucciones en 17 capítulos elaboradas por el gobernador, que a su vez se basaban en las que había 
escrito Antonio de Ulloa en 1777 durante sus viajes de exploración. Sin embargo, su informe no las 
siguió al pie de la letra, sino que fue bastante más superficial de lo pedido, quizás por su mal estado 
de salud, agravado por las condiciones climatológicas de la selva que cubría las ruinas. Es 
interesante que se detenga a señalar que ha examinado la zona y no hay volcanes cuya erupción 
pudiera haber provocado el abandono de la ciudad, claramente pensando en Pompeya y Herculano 
. Bernasconi, al contrario que Calderón, defendió que eran los indígenas quienes habían levantado 27
esa ciudad, pues las formas arquitectónicas eran completamente diferentes a las que él había 
conocido y estudiado durante su larga carrera, a excepción de unas “bóvedas góticas”. Entre tanto, 
 DE PEDRO ROBLES, A. E. “La antigua ciudad maya de Palenque en el debate ilustrado sobre la 25
anticuaria indígena americana”, Historia y memoria, nº 8, 2014. p. 62.
 Ibídem. p. 65.26
 CABELLO CARRO, P. Política investigadora de la época de Carlos III en el área maya. 27
Ediciones de la Torre, Madrid, 1992. p. 35.
!17
Estachería comunicó a Madrid lo que estaba sucediendo, y recibió el apoyo de José de Gálvez, 
Secretario de Estado del Despacho de Indias, para continuar los trabajos, que dirigiría desde la 
Península el historiador Juan Bautista Muñoz, creador y director del Archivo de Indias. Aunque 
nunca estuvo personalmente en América, Muñoz poseía un gran conocimiento sobre el mundo 
prehispánico, y por ejemplo fue el primero en apuntar que lo que Bernasconi llamaba bóvedas 
góticas habrían de ser más bien falsas bóvedas construidas por aproximación de hileras de piedras 
. Muñoz opinaba que eran indios los que habían construido la ciudad, pero unos indios diferentes a 28
los que en la época de la conquista y en el siglo XVIII habitaban en la región, siendo mucho más 
avanzados los primeros; no había continuidad entre unos y otros. Con esto además quería acallar las 
voces que ya empezaban a culpar a los conquistadores españoles de la destrucción de la cultura y 
las artes indígenas: en realidad, las obras más espléndidas ya habían sido destruidas con 
anterioridad . 29
Bernasconi murió enseguida y la misión arqueológica se encomendó al capitán de artillería Antonio 
del Río y el dibujante Ricardo Almendáriz. Estachería no confiaba totalmente en del Río y hubiera 
preferido a otros dos ingenieros, pero que no estaban disponibles en ese momento. De hecho, 
estableció que otro ingeniero, José de Sierra, habría de corregir los informes, aunque desconocemos 
hasta qué punto intervino en ellos. En mayo de 1787 comenzaron su labor en las ruinas, siguiendo 
un método científico y sistemático dictado por Muñoz. Delimitó un área de 250 x 376 m, retiró la 
maleza gracias a sus ayudantes indígenas, y fue investigando una serie de edificios, siendo los más 
significativos el palacio y cinco templos: el de las Inscripciones, el de la Cruz, el de la Cruz 
Frondosa, el del Sol y el del Hermoso Relieve o del Jaguar. 
Los informes son organizados y minuciosos, e indican con exactitud la procedencia de todos los 
elementos que se hallaron, tanto los bienes muebles que se extrajeron como los inmuebles, cuyos 
planos y relieves se dibujaron . Supuso el siguiente paso respecto a lo que se había hecho en 30
Herculano y Pompeya. Entre los objetos extraídos sobresalen las ofrendas fundacionales de los 
templos. Informes, dibujos y objetos fueron remitidos por Estachería a la Península y se integraron 
en el Real Gabinete de Historia Natural. Uno de los más relevantes es la Estela de Madrid, hoy en el 
 CABELLO CARRO, P. Op. cit. p. 24.28
 DE PEDRO ROBLES, A. E. Op. cit. p. 74.29
 ALMAGRO-GORBEA, M. Op. cit. p. 372.30
!18
Museo de América. Por otro lado, Antonio del Río, a pesar de no poseer ningún tipo de formación 
intelectual sobre el tema, se atrevió a plantear una nueva conjetura a caballo entre la teoría 
transatlántica de Calderón y la puramente indígena de Bernasconi : los indios habían recibido la 31
visita de gentes de ultramar, que les habrían explicado y enseñado sus métodos constructivos, pero 
debido a su tosquedad natural, no habían logrado asimilar por completo las lecciones y a la hora de 
emprender sus propias tareas arquitectónicas solo consiguieron una versión imperfecta. 
4. AMÉRICA DEL NORTE: THOMAS JEFFERSON 
Atendiendo a criterios cronológicos, interrumpimos la serie de los reyes borbónicos para introducir 
la figura de Thomas Jefferson (1743-1826). En 1784, recién obtenida la independencia de Estados 
Unidos, llevó a cabo una excavación en su finca de Virginia, que si bien resulta mucho menos 
espectacular que otras en las que nos hemos detenido en este trabajo, no podemos obviar ya que 
para muchos autores (especialmente norteamericanos) es considerada “la primera excavación 
científica en la historia de la arqueología” . Este honor parece bastante injusto, pero el argumento 32
es que él no empezó a cavar para encontrar objetos, y luego los estudió, sino que su objetivo desde 
el principio era comprobar en la práctica la validez o no de una teoría vigente en su tiempo. Al este 
del Misisipi se encuentran cientos de túmulos funerarios cuyo origen era desconocido, y los 
colonos, incluso muchos intelectuales, pensaban que no habían sido construidos por los indios, sino 
por una raza mítica desaparecida, a la que llamaban Constructores de Túmulos. Era algo parecido a 
lo que hemos visto en Palenque. Jefferson, en cambio, era de los que creía que sí habían sido 
levantados por los indios. Se decidió a examinar uno de ellos, que caía en su propiedad, y abrió una 
zanja atravesándolo, de manera muy cuidadosa y metódica. Otro aspecto importante es que se 
preocupó por algo que hasta ahora no hemos mencionado y que es fundamental para la arqueología 
moderna, la estratigrafía, distinguir los diferentes niveles en el corte realizado. Los cadáveres de los 
niveles inferiores estaban peor conservados, y por tanto debían ser más antiguos. Pudo comprobar 
así que el túmulo no había sido construido de una vez, sino que había ido creciendo según se había 
ido reutilizando como lugar de enterramiento. Con ello no desmontaba por completo la teoría de los 
Constructores de Túmulos, pero sí aportó nuevas evidencias que la ponían en cuestionamiento. 
 DE PEDRO ROBLES, A. E. Op. cit. p. 80.31
 RENFREW, C. y BAHN, P. Op. cit. p. 23. 32
!19
5. CARLOS IV Y LA ARQUEOLOGÍA 
Aunque esta faceta sea mucho menos conocida que en su predecesor, Carlos IV (1788-1808) 
también promovió la actividad arqueológica. Bajo su reinado, se llevaron a cabo las excavaciones 
de la antigua Segóbriga, en el cerro de Cabeza de Griego (Saelices, Cuenca). Ya en 1765 el médico 
José Alsinet y el prior de Uclés Tomás Torres Moya habían dado cuenta a la Real Academia de la 
Historia de la existencia de ruinas antiguas, pero no se tomó ninguna medida al respecto. En 1789 
se pusieron en marcha excavaciones dirigidas por el nuevo prior de Uclés,Antonio Tavira, el 
párroco de Saelices Bernardo Manuel Cosio, el alcalde Vicente Martínez Falero, su sobrino Juan 
Martínez Falero y el Archivero General de la Orden de Santiago, Juan Antonio Fernández. Lo más 
llamativo es que en 1790 Floridablanca requirió a la Real Academia de la Historia un informe sobre 
las labores arqueológicas que se estaban desarrollando , es decir, se quería dar oficialidad a una 33
iniciativa particular porque, como había ocurrido en Nápoles, se empezaba a considerar la 
arqueología como un asunto de Estado. Se creó entonces una comisión para investigar las 
excavaciones, integrada por Francisco Cerdá, Benito Montejo, Gaspar Melchor de Jovellanos, José 
Cornide y José Guevara, que dieron su visto bueno a lo realizado hasta entonces pero dictaminaron 
la conveniencia de enviar a un académico, que será Cornide en 1794. Hay que reseñar también 
cómo al interés anticuario se sumaba un interés social: los trabajos arqueológicos proporcionaban 
empleo a muchas personas como mano de obra para llevar a cabo las tareas más mecánicas, algo de 
lo que ya se dio cuenta el propio Godoy . 34
Repasemos brevemente otros acontecimientos relevantes. En 1790 se descubrieron en México el 
calendario solar y la escultura de la diosa azteca Coatlicue, que formaban parte del Templo Mayor 
de Tenochtitlán. El hallazgo fue casual, en el transcurso de unas obras, pero la novedad es que 
enseguida se dio parte a las autoridades oficiales y se impulsó su estudio y publicación por Antonio 
León y Gama en 1792. Entre 1791 y 1794, Manuel de Villena Moziño llevó a cabo excavaciones 
arqueológicas oficiales en Mérida. Se promovieron de nuevo varios “viajes literarios”, cuya 
orientación ya viró más directamente hacia la de “viajes arqueológicos”, como el de Cornide por 
Extremadura y Portugal, o los del capitán Guillermo Dupaix por Nueva España. Se fueron 
estableciendo medidas para la protección del patrimonio, como la creación en 1792 del cargo de 
 MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 33
ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 355.
 CANTO Y DE GREGORIO, A. M. Op. cit. p. 317.34
!20
Juez Protector de las Antigüedades de Sagunto, que fue otorgado a Enrique Palos y Navarro, el cual 
había estudiado y trabajado en las ruinas del circo y el teatro romanos. 
A su vez, la Real Academia de la Historia sufría un proceso de renovación interna. En 1792 se 
aprobaron unos nuevos estatutos, confirmados por una Real Cédula de Carlos IV, que entre otras 
medidas incluían la creación de una Sala de Antigüedades. El 29 de mayo de 1802, la Real 
Academia de la Historia elaboró una Instrucción que determinaba cómo se debían recoger y 
conservar los monumentos antiguos de España, y que recibió la aprobación de Carlos IV con la 
Real Cédula de 1803. Se trata de una de las primeras legislaciones arqueológicas de toda Europa, 
heredera de la de Carlos III en Nápoles, aunque con mayor amplitud respecto a los bienes que 
abarcaba, pues no se limitaba a las antigüedades romanas sino que incluía desde las púnicas hasta 
las medievales. Se establecía la obligatoriedad de que cualquiera que encontrase piezas antiguas, o 
incluso las hubiera encontrado antes, informase a la Academia. Se encomendaba a los Justicias de 
todos los municipios el deber de proteger los monumentos antiguos de su jurisdicción, evitando 
cualquier deterioro o modificación . Se echa en falta sin embargo un aspecto esencial que sí estaba 35
en las leyes napolitanas, sobre la exportación de las antigüedades, si bien hay que decir que en este 
momento era una práctica ínfima en España, al contrario de lo que sucedía en Italia. Por tanto, 
podemos decir que a principios del siglo XIX cristalizaba todo un proceso tanto de desarrollo 
científico como de institucionalización de la arqueología que se había ido produciendo a lo largo del 
siglo XVIII; sin embargo, en este siglo España se quedará retrasada por sus propios problemas 
internos y otros países tomarán la delantera. 
6. CONCLUSIONES 
Las excavaciones llevadas a cabo en el siglo XVIII sentaron las bases para el desarrollo de la 
arqueología como una verdadera disciplina científica y no una simple rapiña de objetos de valor, lo 
que por desgracia volvió a ser en numerosas ocasiones en el siglo XIX y hasta bien entrado el XX. 
No se puede decir que estuvieran exentas de errores, pero ciertamente hay que reconocer avances 
tan significativos como el cuidado en la documentación y registro, la preocupación por no dañar las 
estructuras (no se puede decir lo mismo de algunas aventuras con dinamita para entrar en las 
pirámides egipcias en el siglo XIX), la progresiva sistematización de los métodos de excavación, las 
 MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 35
ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 358.
!21
labores museológicas de exposición, conservación, restauración e investigación, y las políticas de 
protección para evitar los expolios (que se olvidarán en épocas posteriores). Por otro lado, es 
necesario reivindicar para la historia de la arqueología los nombres de los españoles e italianos que, 
desde el ámbito político, intelectual o ambos, permitieron este gran impulso a la arqueología en el 
siglo XVIII y dieron lugar a hallazgos y estudios cuyo valor es inestimable; han sido olvidados y 
marginados en favor de los ingleses, franceses, alemanes y estadounidenses. Unos y otros, en el 
caso de aquellas misiones de iniciativa oficial o que han logrado tal apoyo, tienen en común que en 
su afán arqueológico les mueve un doble interés: gusto por la Antigüedad, y búsqueda de prestigio 
para sus países a través del ámbito de la cultura. 

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