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La arqueología en el siglo XVIII Paola Petri Ortiz 3º Historia + Historia del Arte Historia del Mundo Moderno II ÍNDICE 1. Introducción 3 2. La arqueología en España con los primeros Borbones 3 3. Carlos III: el rey arqueólogo 5 3. 1. Las excavaciones de Herculano 6 3. 2. Las excavaciones de Pompeya 12 3. 3. Otras excavaciones italianas 13 3. 4. Valoración crítica de las excavaciones italianas 13 3. 5. Arqueología en la España peninsular 15 3. 6. Las excavaciones en América del Sur: Palenque 16 4. América del Norte: Thomas Jefferson 19 5. Carlos IV y la arqueología 20 6. Conclusiones 21 Bibliografía 23 !2 1. INTRODUCCIÓN El inicio de la arqueología como ciencia se suele situar en el siglo XIX. En realidad, la curiosidad y el interés por las antigüedades y los restos del pasado son inherentes al hombre. Pero los más incipientes pasos hacia lo que hoy en día entendemos por arqueología como tal los encontramos en el Renacimiento, en el siglo XVI, cuando la pasión por la Antigüedad clásica lleva al descubrimiento de obras grecorromanas, entre las que podemos citar el grupo helenístico Laocoonte y sus hijos, que tanta influencia tendrá en la historia del arte. Se desarrollan los anticuarios y los gabinetes donde junto a curiosidades varias se podían encontrar antigüedades, especialmente monedas. Poco a poco se empezaron a valorar las piezas antiguas más allá de sus características artísticas, como documentos históricos que nos permiten reconstruir el pasado . Esta evolución 1 terminará de asentarse a lo largo del siglo XVIII, en el que tienen lugar los inicios de dos de las empresas arqueológicas más importantes de la historia: las excavaciones de Herculano y Pompeya bajo el patrocinio de Carlos VII de Nápoles y III de España. Aunque los hallazgos en sí sean de la máxima relevancia, lo más significativo es la manera en que se manejaron desde las instituciones oficiales: se revela una doble tendencia, una tensión y a la vez un equilibrio entre la tradicional concepción de las antigüedades como objetos artísticos y de prestigio para la monarquía, y otra más ilustrada que no va tanto a la forma como al contenido, y que dará lugar a las primeras leyes de protección del patrimonio e instrucciones para llevar a cabo las excavaciones de forma científica. Esto se desprende a partir del estudio de los informes de dichas campañas, y de las cartas que escriben sus protagonistas, siendo de singular relevancia las intercambiadas entre Carlos III desde España y Bernardo Tanucci, que permaneció en Italia controlando las excavaciones napolitanas. 2. LA ARQUEOLOGÍA EN ESPAÑA CON LOS PRIMEROS BORBONES Felipe V (1700-1746) fue el primer monarca que creó en España instituciones formalmente dedicadas al estudio de la Antigüedad clásica, imitando lo que su abuelo Luis XIV había hecho en Francia. Así, en 1711 creó la Real Biblioteca con un Gabinete de Medallas y Antigüedades y un cargo de Anticuario para responsabilizarse del mismo. Su interés anticuario se acrecentó a raíz de su matrimonio en 1714 con Isabel de Farnesio, una mujer culta que tenía a sus espaldas toda la tradición coleccionista de las grandes familias italianas desde el Renacimiento. El gusto clásico se plasma en la adquisición de la colección de esculturas de Cristina de Suecia, incluyendo piezas DÍAZ-ANDREU, M. y MORA, G. “Arqueología y política: el desarrollo de la arqueología 1 española en su contexto histórico”, Trabajos de Prehistoria, 52, nº 1, 1995. p. 26. !3 como el Grupo de San Ildefonso o las Musas de la Villa de Adriano en Tívoli. En 1738 fundó la Real Academia de la Historia, que desempeñará un papel capital en el desarrollo de la arqueología como ciencia. Fernando VI (1746-1759) continuó la tarea de su padre con un impulso todavía mayor. Así, en 1750 creó el Gabinete de Antigüedades dentro de la Real Academia de la Historia. En 1752 fundó la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que será la gran difusora del Neoclasicismo en el arte en nuestro país, estilo que como veremos se verá muy influido por los hallazgos arqueológicos a lo largo de este siglo. Un personaje fundamental es el marqués de la Ensenada: una de sus primeras actuaciones fue en 1752, cuando previó que las obras en el puerto de Cartagena podrían arrojar hallazgos arqueológicos y dio instrucciones detalladas para que los que las realizaban los pudieran recoger siguiendo una metodología. Hay que decir que ya en el siglo XVI se habían dictado en nuestro país algunas ordenanzas para la protección de las antigüedades, aunque se trataba de iniciativas aisladas a nivel municipal, no unificadas desde la Corona; tenemos por ejemplo la de Talavera la Vieja, en Cáceres, del 16 de septiembre de 1578 . 2 Por otro lado, el rey organizó y financió los llamados viajes literarios, destinados al estudio de las antigüedades, especialmente en el propio territorio español. Se buscaba reconstruir el pasado a partir de sus restos materiales, lo que constituye la misión básica de la arqueología, por mucho que estos viajes no fueran excavaciones o siquiera prospecciones como tales. Un precedente serían las Antigüedades de las ciudades de España del anticuario cordobés Ambrosio de Morales, publicadas en 1575. En la época que nos ocupa destacan los viajes del padre Enrique Flórez, que publica la España Sagrada, y sobre todo de Luis José Velázquez, marqués de Valdeflores, que se dedicó a la numismática y la epigrafía y escribió el Viaje de las Antigüedades de España. Se trata esta última de una iniciativa pionera en Europa, pues se le proporcionaron desde la Real Academia de la Historia unas instrucciones para que el estudio y la recogida de los materiales se realizara de una manera científica y sistemática, y se le encargó que entregara dibujos precisos, para lo cual incluso se le asignó a un dibujante profesional, Esteban Rodríguez. A Valdeflores se deben las primeras MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 2 ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). De Pompeya al Nuevo Mundo. La Corona española y la arqueología en el siglo XVIII. Real Academia de la Historia: Patrimonio Nacional, Madrid, 2012. p. 334. !4 excavaciones oficiales en el teatro romano de Mérida . Se recolectó material epigráfico y 3 numismático y se documentaron y dibujaron los principales monumentos romanos de esta ciudad y sus alrededores: el circo, el acueducto de los Milagros, el templo de Marte, etc. Después pasó a Andalucía para continuar esta labor: Granada, Jaén, Córdoba, Málaga, Medina Sidonia, El Puerto de Santa María, Antequera y Sevilla; visitas que reportaron más dibujos y 1200 monedas de bronce y 25 de plata . El proyecto se desarrolló entre 1752 y 1755, cuando se vio truncado por la caída del 4 marqués de la Ensenada, su principal promotor, lo que demuestra que todavía la institucionalización de la arqueología no estaba madura, sino que sufría de un excesivo personalismo . Aun así, 5 Valdeflores continuó por su cuenta, Por otro lado, la Corona costeó viajes al extranjero para que los eruditos completaran su formación y recogieran antigüedades; es el caso del viaje de Francisco Pérez Bayer entre 1754 y 1759 a Italia, que trajo monedas, manuscritos y otros materiales. 3. CARLOS III: EL REY ARQUEÓLOGO Carlos de Borbón fue sin duda el personaje que más contribuyó al desarrollo de la arqueología en el siglo XVIII, primero como Carlos VII de Nápoles (1734-1759), y más tarde como Carlos III de España (1759-1788). Fue educado por sus padres Felipe V e Isabel de Farnesio en el gusto por la Antigüedad, que probablemente se vería acrecentado al llegar a Italia como un adolescente en 1731 y poder contemplar las grandes realizaciones de los romanos. El reino de las Dos Sicilias no se incorporó a la monarquía hispánica cuando fue conquistadopor Felipe V, sino que se estableció desde 1734 como un reino independiente con un rey de la misma dinastía; en aquel entonces, dado que el monarca español tenía dos hijos varones de su primera mujer, parecía improbable que Carlos fuese a heredar el trono, y por eso su madre favoreció esta solución. CANTO Y DE GREGORIO, A . M. “Carlos IV y Godoy: los primeros protectores ilustrados de la 3 arqueología española”. En ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 305. MAIER ALLENDE, J. “Renovación e institucionalización de la investigación arqueológica en el 4 reinado de Fernando VI (1746-1759)”. En VV. AA. Corona y arqueología en el Siglo de las Luces. Patrimonio Nacional, Madrid, 2010. p. 153. MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 5 ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 342. !5 3. 1. Las excavaciones de Herculano La población local de Resina, una pequeña ciudad a las afueras de Nápoles, era consciente de la existencia allí de restos arqueológicos, que prácticamente desde el momento mismo en que — cuando todavía se llamaba Herculano— había quedado sepultada bajo las cenizas del Vesubio en el 79 d. C., iban apareciendo de cuando en cuando de manera más o menos intencional. No obstante, era poco lo que se sacaba, debido a las dificultades que planteaba el terreno, insalvables para cualquiera que no fuera extraordinariamente rico. La actividad extractiva se volvió intensiva con el príncipe d’Elbeuf, noble austríaco que entre 1710 y 1711 llegó a emplear a veinte hombres para sacar estatuas del llamado pozo de Nocerino, en su villa de Portici. De hecho había adquirido estos terrenos tras enterarse de los hallazgos casuales de un campesino al cavar en un pozo seco. Es curioso que algunas de las esculturas fueron enviadas como regalo al príncipe Eugenio de Saboya a Viena, pero acabaron en manos de Federico Augusto III de Polonia, padre de María Amalia de Sajonia, la futura esposa del rey Carlos. A finales del verano de 1738, el ingeniero jefe Juan Antonio Medrano y el ingeniero ordinario Roque Joaquín Alcubierre, habiendo reunido informaciones sobre los pozos de Resina, comenzaron a trabajar en el de Nocerino, en el punto exacto donde acababan las excavaciones de d’Elbeuf. El monarca desde el principio mostró su interés. Sin embargo, para la corte borbónica recién instalada tras años de dominación austríaca (1707-1734), la noticia era sorprendente; tanto que muchos se mostraron escépticos e intentaron disuadir al rey de implicarse en un proyecto tan poco seguro. Este vaciló en un primer momento y llegó a dar órdenes a Alcubierre para que se detuviera, pero enseguida apostó por las excavaciones, que alcanzarían una dimensión infinitamente mayor a las de d’Elbeuf, no solo cuantitativamente sino cualitativamente. El 13 de octubre de 1738 Alcubierre obtuvo permiso para realizar una nueva incursión, que permitió confirmar la existencia de un edificio bajo tierra (que él pensó que era un templo, aunque más tarde se identificará como el teatro). Esto ya fue suficiente para que el rey pusiera en marcha las excavaciones de forma oficial y definitiva. Eso sí, por ahora todavía mostraba ciertas reticencias, como se aprecia en la carta que su Secretario de Estado, el marqués de Salas, dirigió a Medrano y Alcubierre, donde especificaba “ vaia dando cuenta de lo que se fuere descubriendo y encontrando, para que quando no resulte provecho alguno se abandone esta obra si se reconociere inútil” . 6 FERNÁNDEZ MURGA, F. Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia. 6 Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 1989. p. 26. !6 La dirección fue encomendada al cuerpo de ingenieros militares, pues tenían experiencia en abrir pozos y galerías de forma segura. Encontramos ya aquí la primera diferencia e innovación respecto a las excavaciones sui generis que se venían realizando hasta entonces: la Corona se encargó de establecer un sistema de trabajo estable, organizado y jerarquizado, en el que llegaron a estar involucradas más de un centenar de personas, cada una con unas responsabilidades y tareas claramente delimitadas y reglamentadas. Ello resultaba de suma importancia en unas excavaciones tan complicadas como estas a causa de las condiciones topográficas: tanto la densa y compacta capa de lava sobre la antigua Herculano —que llegaba a alcanzar unos 26 metros de espesor— como la existencia de ciudades modernas superpuestas, complicaban los trabajos. Los obreros se agrupaban en cuadrillas especializadas unas en ampliar los túneles con cuidado de no estropear los monumentos y recoger los objetos pertinentes; otros llevaban la tierra desde los pozos hasta la superficie; y otros manipulaban el cabrestante con el que subían y bajaban continuamente la tierra, los hallazgos y los trabajadores . Gracias a su experiencia militar, estaban acostumbrados a abrir 7 minas en condiciones precarias, con peligros como la falta de aire —acentuada por la utilización de antorchas para alumbrar— y los desprendimientos, a los que en este caso había que añadir que en caso de que algo fallara a los daños humanos se les sumarían daños materiales, como destrucción de edificios o pinturas. El rey fue muy estricto en lo referente a la correcta documentación de los trabajos, gracias a lo cual contamos con informes de gran precisión que nos permiten reconstruir cómo fue el desarrollo de los mismos y situar con exactitud cuándo y dónde se iban desenterrando los objetos, desde los más hasta los menos importantes. Esto suponía una diferencia radical respecto a las excavaciones de d’Elbeuf, a quien solo le había importado acrecentar su colección de arte antiguo, sin llevar a cabo ningún tipo de registro. Los ingenieros no eran intelectuales y no contaban con grandes conocimientos de la Antigüedad, pero sí eran capaces de alcanzar un elevado rigor técnico, y obedecieron las órdenes a rajatabla, haciendo gala de su disciplina militar. Sin embargo, en las primeras etapas, a veces daban cuentas de lo hallado solo verbalmente y no ha quedado constancia; error que pronto se corrigió. ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “Las excavaciones arqueológicas en el siglo XVIII: el 7 descubrimiento de las ciudades de Herculano, Pompeya y Estabia”, Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº 3, 1993. p. 207. !7 En enero de 1739 se descubrió una inscripción con los nombres de los patrocinadores de la construcción del primer edificio que había aparecido: el duunviro quinquenal Annius Mammianus Rufus y el arquitecto Publius Numisius. Marcello Venuti, director de la Real Biblioteca y del Museo Farnese, identifica como perteneciente al teatro de Herculano . Por fin quedaba claro el nombre de 8 la ciudad descubierta, y aunque en cierto modo fue una decepción que no se tratase de Pompeya, los sucesivos hallazgos demostrarían que nada tenía que envidiar a su compañera más famosa. Alcubierre permanecerá al frente de las excavaciones hasta su muerte en 1780; no obstante, cabe señalar un breve paréntesis entre 1741 y 1745 en que se vio obligado a apartarse por una enfermedad, tiempo en que fue sustituido por Francisco Rorro y Pedro Bardet. Este último se interesó por la topografía exterior y elaboró un mapa de la zona. En 1749 entra en escena Karl Weber, ingeniero militar suizo de la Guardia Real, que se convierte en ayudante de Alcubierre para supervisar las excavaciones en Pompeya y Herculano. Su tarea consistía en elaborar un registro semanal y dibujar los planos. Una de sus aportaciones más relevantes fue plantear las excavaciones de los túneles siguiendo el trazado de las calles, de manera que se penetraba en las casas por sus verdaderas puertas y no abriendo boquetes en sus paredes. Sin embargo, si preocuparse por lo teórico y ser meticuloso son cualidades a apreciar, el rey no dejaba de preferir los avances prácticosy los hallazgos, y en la correspondencia a Tanucci le urge a que no se dedique tanto a los planos y las mediciones (sin dejar estas de lado), sino a las excavaciones en sí. Así se expresa: “si puedes quitar de la cabeza al segundo el pensar sólo en querer sacar el plano de las ciudades arruinadas, pues con tal ideario no hace sino seguir las calles sin entrar en las habitaciones, que es donde debe entrar para hallar, sin dejar por esto de continuar sus planos según vaya adelantando, y si logras esto, te aseguro que no lograrás poca victoria, pues yo no la pude conseguir en mi tiempo, sino por muy cortos tiempos, volviendo siempre él a su idea” . A su muerte en 1764, ocupa su puesto 9 Francisco de la Vega. El monarca mostró desde el principio una implicación muy personal en el proyecto. Visitaba a menudo las excavaciones en persona y, cuando ello no era posible, exigía que se le mantuviese ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “El rey en el balcón: Carlos III y el descubrimiento de 8 Herculano”. En ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 83. CARLOS III. Cartas a Tanucci (1759-1763). Introducción, transcripción y notas de M. Barrio, 9 Madrid, 1988. p. 301. !8 informado de todos los detalles. Eso sí, nunca descendió personalmente a las ruinas, por los peligros que ello conllevaba incluso para trabajadores más expertos, como ya hemos comentado. Incluso cuando se trasladó a Madrid no las olvidó, sino que en las cartas que semanalmente intercambiaba con Tanucci no falta nunca mención a ellas. Tanucci no solo describía las piezas, sino que debía responder a preguntas que le planteaba el monarca sobre las mismas, para lo cual se veía obligado a pedir ayuda y bibliografía a sus amigos más cultos. Un aspecto muy llamativo por parecer de actualidad es su conciencia de que el patrimonio arqueológico debía conservarse en su lugar original. Pese a su entusiasmo por las piezas antiguas, no las sacó de Nápoles para traerlas a España, sino que tan solo mandó sacar vaciados para poder contemplar las copias, que de hecho en 1775 donará a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Lo único original que llego a España fue, en 1761, una caja con semillas carbonizadas, que actualmente se conserva en el Museo Arqueológico Nacional. A este respecto resulta ilustrativa la anécdota de que incluso, antes de embarcarse rumbo a la Península, se quitó su anillo de oro romano y se lo entregó a Tanucci, dando ejemplo de que, aunque las antigüedades eran de su propiedad, consideraba que pertenecían más bien al reino de Nápoles. Asimismo promulgó leyes para que otros tampoco intentasen una exportación de las piezas. Entre estas sobresalen la Prammatica LVII y la Prammatica LVIII, ambas del 24 de julio de 1755, que prohibían la salida de antigüedades del reino sin autorización. Por esa última puntualización, hay que admitir que no fue algo completamente rígido. Se concedieron licencias de extracción a cambio de un cierto pago a las arcas reales. Sabemos también de una ocasión en que el monarca envió varias piezas de Herculano como regalo a la corte francesa — algunas de las cuales se perdieron en un naufragio—, y es posible que esto se produjera más de una vez . 10 Los increíbles resultados de las excavaciones movieron a Carlos VII a crear una serie de instituciones. Al principio las piezas se iban colocando en el palacio de Portici, pero el objetivo iba más allá deleitarse en la contemplación de las antigüedades, sino que incluía un enorme departamento de restauración. Giuseppe Canart dirigía el equipo especializado en objetos en piedra y pinturas, mientras que Camillo Paderni lo hacía con el de objetos de bronce. Al principio se seguían los criterios tradicionales de recomponer las piezas e intentar completarlas, sin que se notase qué era original y qué añadido, pero poco a poco esto cambió y se fueron poniendo las bases para una restauración moderna. Se aplicó un barniz sobre las pinturas siguiendo una fórmula de ALVAR, J. “Carlos III y la arqueología española”. En VV. AA. Op. cit. p. 316.10 !9 Stefano Marcote, lo que aunque en su momento no fue bien visto porque daba a las pinturas un brillo extraño, sirvió para protegerlas hasta que se desarrollaron mejores técnicas. Sabemos que el propio Carlos se preocupaba por la manera en que se realizaban las restauraciones, por ejemplo remitió una queja por la limpieza excesiva de algunas piezas de bronce, que llegaban a retirar la pátina original . 11 En 1751 se inauguró el Museo Ercolanese bajo la dirección de Camillo Paderni (que ostentaría este cargo hasta 1781). Las piezas se colocaron siguiendo criterios museológicos, con una ordenación determinada. Había dos secciones: una dedicada a las pinturas y la otra al resto de objetos, a su vez organizados por temáticas. Esto hacía que fuera completamente distinto de las “cámaras de las maravillas” en que los monarcas y los nobles solían guardar sus colecciones. En 1754, ante la desbordante afluencia de hallazgos el monarca impulsó la elaboración de un catálogo para que cada ninguno quedase olvidado o sin información sobre él. Este fue elaborado por Ottavio Antonio Baiardi bajo el título de Catalogo degli antichi monumenti disoterrati dalla discoperta città di Ercolano per ordine della maestà di Carlos, re delle due Sicilie. Sin embargo, no fue bien acogida entre los especialistas pues al parecer contenía graves errores. En 1755, asesorado por Tanucci, el monarca fundó la Regale Accademia Ercolanese, donde se reunían célebres eruditos (quince en sus inicios), entre ellos Alessio Simmaco Mazzocchi y Marcello Venuti, para investigar lo que se iba hallando y proponer medidas para mejorar la metodología de los trabajos, aunque su principal labor sería la de publicar los descubrimientos en la serie de tomos de Le antichità di Ercolano esposte (de 1757 a 1792). Todos los volúmenes fueron lujosamente editados por la Regia Stamperia Napolitana, y en total reúnen 2770 ilustraciones ejecutadas por los grabadores y dibujantes más relevantes del momento. Entre los primeros podemos mencionar a Camillo Paderni, Nicola Vanni o Giovanni Morghen; y entre los segundos, Pierre Gaultier, Filippo Morghen o Francesco Cepparoli. Esto suponía un altísimo coste, y su difusión no fue masiva, sino que se entregaba a instituciones (como la Real Academia de la Historia) y a personajes selectos, entre ellos el erudito Johann Joachim Winckelmann, que se basaría en gran medida en ellos para escribir su célebre Historia del Arte de la Antigüedad (Dresde, 1764). En cualquier caso, finalmente acabaron por popularizarse copias de bajo coste que se extendieron por toda Europa, que incluso se tradujeron al inglés, al alemán y al ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “La empresa anticuaria de Carlos III entre Nápoles y Madrid”. 11 En LUQUE TALAVÁN, M. (Coord.). Carlos III. Proyección exterior y científica de un reinado ilustrado. Palacios y Museos: Acción Cultural Española, Madrid, 2016. p. 80. !10 francés. Las publicaciones de Winckelmann y estas versiones de Le antichità tendrán un reflejo evidente en el arte, imponiéndose los motivos extraídos de las antigüedades de Herculano para la decoración de las casas de la alta sociedad. En cuanto a los dibujos originales de Paderni, se conservan en la Escuela Francesa de Roma, en un volumen titulado Monumenti antichi rinvenuti ne Reali scavi di Ercolano e Pompei, que debió compilar entre 1766 y 1768, ya en Madrid, y que permaneció inédito en vida de su autor . 12 Dentro de las excavaciones de Herculano merece especial atención la Villa de los Papiros. Se cree que perteneció al suegro de César, Lucio Calpurnio Piso Cesonino; en cualquier caso, se trataría sin duda de alguien rico y poderoso, por sus inmensas dimensiones y sus lujosos materiales. Fue excavada por Alcubierre y Pedro de la Vega entre 1750 y 1756, y publicada por Karl Weber. En ella se encontraron numerosasesculturas de extraordinaria calidad, como las del Mercurio sentado y el Fauno Borracho; pero lo más significativo fue la biblioteca con casi 2000 rollos de papiro, que dan nombre a la villa y que hoy se conservan en la Biblioteca Nacional de Nápoles. Muchos contienen obras del filósofo epicúreo Filodemo de Gadara, del cual Piso fue un destacado estudiante. Para poder abrir los papiros carbonizados sin destruirlos, se llamó al padre Antonio Piaggio, bibliotecario del Vaticano, que en 1756 diseñó una máquina ex profeso para tal finalidad. Esto es una muestra de la sensibilidad y cautela de los excavadores, y de los inicios de la colaboración de la arqueología con otras ciencias para complementar su labor, así como de la preocupación por parte de la Corona por contar con los mejores especialistas. En 1787 se fundó la Oficina de los Papiros cuyo objetivo era publicar los textos de los rollos; en 1793 salió el primer volumen. Desgraciadamente, no siempre es fácil leerlos y todavía en la actualidad muchos siguen sin haber sido descifrados. Una nota a tener en cuenta es que los obreros se percataron de la existencia de otros túneles anteriores, lo que indica que ya se habían extraído materiales de esta villa , bien por las poblaciones vecinas tras 13 la erupción, o por buscadores de tesoros en épocas más tardías. Por otro lado, hay investigadores que piensan que aún queda una parte de la biblioteca que no se ha descubierto, así que en el futuro podrían producirse nuevos e importantes hallazgos. ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “Ecos de Herculano: Aquellas cosas que sabes que son tan de mi 12 genio y gusto”. En VV. AA. Op. cit. p. 238. BERRY, J. Pompeya. Ediciones Akal, Madrid, 2009. p. 42.13 !11 3. 2. Las excavaciones de Pompeya Desde que se averiguó que el primer yacimiento que se estaba excavando no era Pompeya sino Herculano, el rey quiso encontrar asimismo la ubicación de la primera, sobre lo cual habían especulado ya algunos eruditos. Finalmente, Pompeya fue descubierta en 1748. El 6 de abril se desenterró la primera gran pintura mural, y el 19 un esqueleto humano. Sin embargo, al no encontrar estatuas ni objetos valiosos, se desestimó que realmente se tratase de Pompeya, se cubrieron los pozos excavados y se decidió probar en otras localizaciones . Afortunadamente en 14 1754 se retomaron los trabajos, hallándose restos de tumbas y murallas, y esta vez ya no se interrumpirían hasta nuestros días. Las excavaciones en este sitio, al principio identificado erróneamente como Estabia, estuvieron intrínsecamente unidas a las de Herculano y compartieron los sucesivos directores, así como el interés de Carlos III. Pompeya presentaba una ventaja técnica respecto a Herculano: la capa de ceniza volcánica solidificada era mucho más delgada y bajo ella había otra de lapilli, bastante más fácil de perforar. No obstante, los resultados iniciales no eran muy alentadores. Lo más destacable fue la excavación de la finca de Julia Félix en 1756. En 1763 se confirmó que se trataba en efecto de Pompeya, gracias a una inscripción de Tito Suedio Clemente , y esto supuso el impulso definitivo a los 15 trabajos arqueológicos, que ahora sí, iban a deparar hallazgos espectaculares como los que se esperaban de esta ciudad. Entre 1764 y 1766 se excavó el Templo de Isis, que llamó poderosamente la atención de los intelectuales europeos y se convirtió en parada obligatoria de aquellos que realizaban el famoso Grand Tour. Las pinturas al fresco y los restos de ofrendas informaban sobre unos rituales misteriosos, relacionados con los cultos egipcios, mucho más desconocidos que los puramente grecorromanos. Entre 1771 y 1774 se excavó el otro edificio más importante de Pompeya, la Villa de Diomedes. Si en un inicio lo más imponente fueron sus enormes dimensiones, enseguida cobró importancia por lo que se encontró en su interior: veinte cadáveres humanos, algunos agarrando sus joyas y monedas; con toda probabilidad habían intentado coger sus posesiones más valiosas y huir de la erupción, pero no les había dado tiempo. Este tipo de escenas inspirarán a los novelistas románticos. A partir de 1765 se decidió que se realizasen dibujos de las pinturas que se iban hallando antes de proceder a arrancarlas para llevarlas al museo. Se encargó CERAM, C. W. Dioses, tumbas y sabios. Editorial Destino, Barcelona, 2001. p. 20.14 ROMERO RECIO, M. Pompeya. Vida, muerte y resurrección de la ciudad sepultada por el 15 Vesubio. La Esfera de los Libros, Madrid, 2010. p. 127. !12 esta misión a prestigiosos artistas como Chiantarelli, Morelli, Manto, Casanova o Campana. La recopilación de los mismos dio lugar a una obra en tres volúmenes publicados entre 1796 y 1808: Gli ornati delle pareti e i pavimenti delle stanze dell’antica Pompei. 3. 3. Otras excavaciones italianas También se realizaron excavaciones en otros yacimientos de Italia cercanos a estos dos , 16 destacando en especial las de Estabia, que comienzan en 1749. Progresivamente se irán localizando otros gracias a las prospecciones: Pollena, Sorrento, Torre de Gaveta, Pozzuoli, Cumas, Fusaro, Mercato di Sabato y Bosco de Tre Case. Por el contrario, el hallazgo de los templos griegos dóricos de Paestum fue casual: se descubrieron en 1752 durante las obras para una carretera impulsadas por Carlos III . En 1756 fueron dibujados bajo la dirección del conde Felice Gazzola, y publicados en 17 1784 por Paolo Antonio Paoli. Fuera del reino de las Dos Sicilias, hay que señalar que José Nicolás de Azara, marqués de Nibbiano, realizó excavaciones en Roma : comenzó en 1777 en la Villa 18 Negroni en el Esquilino y más tarde pasó a la Villa de los Pisones en Tívoli, finalizando en 1779. No parece que contase con el patrocinio de la Corona, pero sí es una muestra de cómo en España se estaba difundiendo una pasión por la arqueología gracias a la labor del rey en Herculano y Pompeya. 3. 4. Valoración crítica de las excavaciones italianas La actuación de Carlos III a nivel arqueológico en el reino de las Dos Sicilias ha sido ampliamente debatida, y ha sido tanto encomiada como denostada. En primer lugar se discuten sus motivaciones ulteriores para costear la empresa. Algunos dicen que tan solo buscaba su propio provecho, utilizar las antigüedades como propaganda política para presentarse como un monarca poderoso e ilustrado, estableciendo una comparación precisamente con los emperadores romanos. Sin embargo, ciertamente su política redundó no solo en favor de su persona sino también de su reino, pues ALONSO RODRÍGUEZ, M. C. “Las excavaciones arqueológicas en el siglo XVIII: el 16 descubrimiento de las ciudades de Herculano, Pompeya y Estabia”, Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº 3, 1993. p. 208. ALMAGRO-GORBEA, M. “La arqueología en la política cultural de la Corona de España en el 17 siglo XVIII”. En VV. AA. Op. cit. p. 38. LUZÓN NOGUÉ, J. M. “Las Bellas Artes y lo antiguo entre Italia y España en el siglo XVIII”. 18 En VV. AA. Op. cit. p. 206. !13 consiguió que el pequeño Nápoles estuviese en boca de todas las potencias europeas y se convirtiera en destino prioritario para intelectuales de todos los países. Ya en su época tuvo admiradores y detractores, y aunque se ha dicho que la opinión de los primeros no siempre es fiable puesto que eran personas parciales, no es este el caso por ejemplo del abate jesuita Juan Andrés, que a pesar de haber sufrido la expulsión de 1767 seguía escribiendo casi veinte años después: “El nombre de Carlos III será inmortal en los fastos de la literatura, y mientras dure el estudio de la anticuaria vivirá en las bocas y plumas de los eruditos el restaurador de Herculano y Pompeya” . También 19 ensalzó la labor del monarca Gaspar Melchor de Jovellanos en su Elogio de las Bellas Artes, pronunciado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 14 de julio de 1781: “Mientras honraba España con abundosas lágrimasla tierna memoria de Fernando, sorprendido por la muerte en la mitad de su carrera, venía desde Nápoles a ocupar el trono el augusto Carlos III; este monarca generoso, a quien ya daba Italia el nombre de restaurador de las artes, por haber ennoblecido con magníficas obras a Nápoles, Portici y Caserta; por haber descubierto y sacado de las entrañas de la tierra dos grandes ciudades de la antigüedad, Pompeya y Herculano; por haber derramado en todo el mundo la noticia de sus bellos monumentos, y finalmente, por haber recompensado a los artistas con una generosidad digna del tiempo y del espíritu de Alejandro” . 20 También fueron polémicos los métodos empleados en las excavaciones. Algunos eruditos ilustrados consideraban que encomendarlas a ingenieros militares sin formación intelectual era un error, y que no se estaba prestando el debido respeto a las antigüedades. Uno de los mayores críticos fue Johann Joachim Winckelmann, que en una carta al conde Brühl incluyó una infame frase contra Alcubierre, diciendo que “tiene tanta familiaridad con las antigüedades como la luna con los camarones”, y acusándole de barbaridades como arrancar una inscripción sin haberla copiado previamente; aunque se cree que es un bulo que le transmitió su amigo Camillo Paderni, el cual odiaba a Alcubierre . La 21 mayoría de las críticas no carecen de fundamento y por lo general nacen de una genuina preocupación por los restos antiguos; no obstante, resultan excesivamente duras, pues era la primera Cartas familiares del abate D. Juan Andrés a su hermano D. Carlos Andrés dándole noticia del 19 viaje que hizo a varias ciudades de Italia en el año 1785, publicadas por el mismo D. Carlos, Antonio de Sancha. Madrid, vol. II, 1786. p. 186 DE JOVELLANOS, Gaspar Melchor. Elogio de las Bellas Artes. Casimiro libros, Madrid, 2014. 20 p. 93. ROMERO RECIO, M. Pompeya. Op. cit. p. 129.21 !14 vez que se realizaba un proyecto de tal envergadura, la excavación de una ciudad completa, con las dificultades ya mencionadas, y se procuró siempre utilizar los mejores medios disponibles, y lo que es más importante, ir perfeccionándolos cuando se detectaba algún problema en ellos, como hemos tenido ocasión de ver a lo largo de estas páginas. Otro ejemplo: al principio algunas pinturas que no se consideraban dignas de ser expuestas en el museo eran abatidas sobre el suelo, pero en 1763 se promulgó una orden real prohibiendo esto. Ninguno de los que criticaban se habían enfrentado nunca personalmente a situaciones semejantes a las que sobrevenían a los equipos napolitanos. Con todo, hay que admitir que una colaboración entre estos y los intelectuales anticuarios hubiera podido resultar sin duda fructífera, pero nunca fue deseada por el monarca ni por Tanucci, que interpretaban cualquier crítica como una injerencia en un asunto de Estado, pues esta era la consideración que daban a la arqueología. Otras críticas se referían al secretismo de las excavaciones y de los hallazgos. No todo el mundo podía acceder a los yacimientos, y ni siquiera al Museo Ercolanese, sino que era necesario obtener permiso regio. Las solicitudes eran numerosas, los trámites burocráticos pesados y los tiempos de espera, largos. Una vez que por fin conseguían acceder, el tiempo de la visita era breve y estaban controlados continuamente por personal del museo. Estaba prohibido que realizaran dibujos y se procuraba que no se detuviesen mucho a estudiar las obras para que tampoco las pudieran dibujar con precisión a la salida. Con ello se buscaba mantener el monopolio de publicación para Le antichità di Ercolano esposte, así como el de reproducción de cerámica antigua de la fábrica de porcelana de Capodimonte. 3.5. Arqueología en la España peninsular Resulta llamativo que Carlos III no continuase en España la política de mecenazgo arqueológico que había desarrollado en Nápoles. Sin duda debía ser consciente de la riqueza del patrimonio antiguo en nuestro país, tanto por los monumentos aún en pie como por las investigaciones y los viajes literarios que se habían llevado a cabo durante los reinados de sus predecesores. El caso es que mostró bastante desinterés por emprender excavaciones, con excepciones no muy exitosas como la de las llamadas “termas” de Rielves (Toledo) en 1780, encomendada por Floridablanca a Juan Pedro Arnal, que se abandonó enseguida al verse que no era más que una villa rústica . Sí 22 que continuó la labor de financiar viajes para inventariar las antigüedades de España, de los cuales ALVAR, J. Op. cit. p. 316.22 !15 el más famoso es el de Antonio Ponz, intelectual perteneciente a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En un principio Campomanes le encargó que realizara el inventario de los bienes artísticos de los jesuitas tras su expulsión en 1767, pero Ponz no se limitó a ello sino que recorrió todo el país recopilando tanta información como pudo sobre todo tipo de manifestaciones artísticas. Su informe, el Viage de España, se publicó entre 1772 y 1794. Por otra parte, sí florecieron algunas iniciativas particulares, que eso sí, buscaban el apoyo oficial por el enorme coste que suponían. Francisco de Bruna y Ahumada, alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, excavó en Itálica (Sevilla) entre 1781 y 1788, encontrando relevantes piezas como la escultura de Trajano que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla . A pesar de la 23 oposición de los frailes del Monasterio de San Jerónimo del Campo, que reclamaban la custodia de los bienes, Bruna expuso sus hallazgos en el Alcázar. Al contrario de lo que ocurría en el Museo Ercolanese, fomentó las visitas a su colección, en el espíritu ilustrado de difusión del conocimiento en la sociedad. 3.6. Las excavaciones en América del Sur: Palenque Como precedente, hemos de citar la que se considera como primera excavación arqueológica en América: un túnel excavado por Carlos de Sigüenza y Góngora en 1675 en la Pirámide de la Luna de Teotihuacán . Durante el reinado de Carlos III, lo más relevante serán las excavaciones de 24 Palenque, que en aquel momento pertenecía a la capitanía general de Guatemala, en el virreinato de Nueva España. Había sido una de las más significativas ciudades mayas durante el Período Clásico (300-900); su etapa de máximo esplendor se inició hacia el 600, pero fue abandonada a finales de este período. En 1745 Antonio Solís, sacerdote de Tumbalá, se percató de la existencia de unas ruinas antiguas en un lugar cercano conocido como “Casas de Piedra”. Al principio esta información se quedó en su familia como una anécdota intrascendente, hasta que su sobrino seminarista se lo contó a un compañero, Ramón Ordóñez Aguilar. Este en 1773 convenció al teniente alcalde de Chiapas, Esteban Gutiérrez de la Torre, de que investigara sobre dichas ruinas. Lo hizo, las vio y remitió una memoria sobre las mismas al gobernador de Guatemala, José de Estachería. Existen dudas entre los investigadores sobre si esta es la versión correcta de los ALMAGRO-GORBEA, M. Op. cit. p. 41.23 RENFREW, C. y BAHN, P. Arqueología. Teorías, métodos y práctica. Ediciones Akal, Madrid, 24 2011. p. 22. !16 acontecimientos . Algunos sostienen que en realidad fue Fernando Gómez de Andrade, alcalde 25 mayor de Chiapas, quien elaboró la memoria, sin conexión alguna con Ordóñez, y la presentó no primeramente al gobernador sino a un grupo de tertulia literaria, que se interesaría por el hallazgo y lo haría llegar a oídos de Estachería. Quizás se pueda apostar por una versión intermedia: Ordóñez habló con Gómez de Andrade, este realizó una primera visita, sus compañeros de la tertulia le animaron y emprendió una segunda con pequeñas excavaciones, tras lo cual dio parte a Gutiérrez, el cual informaría al gobernador. El propio Ordóñez, por su parte, sostiene que él transmitió la información a su hermano José, vicario de Chamula, y que este se pusoen contacto directamente con el gobernador; no obstante, los estudiosos hoy en día tienden a restar importancia a la figura de Ordóñez en todo lo relativo a Palenque. Sea como fuere, en 1785 Estachería pidió al teniente de alcalde de Palenque (la ciudad más próxima a las ruinas), José Antonio Calderón, que describiese y dibujase dichas ruinas. Así lo hizo, pero sobrepasó sus funciones intentando asimismo especular sobre el origen de la ciudad: planteó que, dada la magnificencia de las construcciones, estas no se podían deber a los indígenas, sino que debían ser obra de pobladores ultramarinos, ya fueran cartagineses, romanos o antiguos cristianos . Interesado por los contenidos que recibió, Estachería mandó al arquitecto Antonio Bernasconi, 26 que realizó dibujos del área con el palacio y algunos templos siguiendo unas detalladas instrucciones en 17 capítulos elaboradas por el gobernador, que a su vez se basaban en las que había escrito Antonio de Ulloa en 1777 durante sus viajes de exploración. Sin embargo, su informe no las siguió al pie de la letra, sino que fue bastante más superficial de lo pedido, quizás por su mal estado de salud, agravado por las condiciones climatológicas de la selva que cubría las ruinas. Es interesante que se detenga a señalar que ha examinado la zona y no hay volcanes cuya erupción pudiera haber provocado el abandono de la ciudad, claramente pensando en Pompeya y Herculano . Bernasconi, al contrario que Calderón, defendió que eran los indígenas quienes habían levantado 27 esa ciudad, pues las formas arquitectónicas eran completamente diferentes a las que él había conocido y estudiado durante su larga carrera, a excepción de unas “bóvedas góticas”. Entre tanto, DE PEDRO ROBLES, A. E. “La antigua ciudad maya de Palenque en el debate ilustrado sobre la 25 anticuaria indígena americana”, Historia y memoria, nº 8, 2014. p. 62. Ibídem. p. 65.26 CABELLO CARRO, P. Política investigadora de la época de Carlos III en el área maya. 27 Ediciones de la Torre, Madrid, 1992. p. 35. !17 Estachería comunicó a Madrid lo que estaba sucediendo, y recibió el apoyo de José de Gálvez, Secretario de Estado del Despacho de Indias, para continuar los trabajos, que dirigiría desde la Península el historiador Juan Bautista Muñoz, creador y director del Archivo de Indias. Aunque nunca estuvo personalmente en América, Muñoz poseía un gran conocimiento sobre el mundo prehispánico, y por ejemplo fue el primero en apuntar que lo que Bernasconi llamaba bóvedas góticas habrían de ser más bien falsas bóvedas construidas por aproximación de hileras de piedras . Muñoz opinaba que eran indios los que habían construido la ciudad, pero unos indios diferentes a 28 los que en la época de la conquista y en el siglo XVIII habitaban en la región, siendo mucho más avanzados los primeros; no había continuidad entre unos y otros. Con esto además quería acallar las voces que ya empezaban a culpar a los conquistadores españoles de la destrucción de la cultura y las artes indígenas: en realidad, las obras más espléndidas ya habían sido destruidas con anterioridad . 29 Bernasconi murió enseguida y la misión arqueológica se encomendó al capitán de artillería Antonio del Río y el dibujante Ricardo Almendáriz. Estachería no confiaba totalmente en del Río y hubiera preferido a otros dos ingenieros, pero que no estaban disponibles en ese momento. De hecho, estableció que otro ingeniero, José de Sierra, habría de corregir los informes, aunque desconocemos hasta qué punto intervino en ellos. En mayo de 1787 comenzaron su labor en las ruinas, siguiendo un método científico y sistemático dictado por Muñoz. Delimitó un área de 250 x 376 m, retiró la maleza gracias a sus ayudantes indígenas, y fue investigando una serie de edificios, siendo los más significativos el palacio y cinco templos: el de las Inscripciones, el de la Cruz, el de la Cruz Frondosa, el del Sol y el del Hermoso Relieve o del Jaguar. Los informes son organizados y minuciosos, e indican con exactitud la procedencia de todos los elementos que se hallaron, tanto los bienes muebles que se extrajeron como los inmuebles, cuyos planos y relieves se dibujaron . Supuso el siguiente paso respecto a lo que se había hecho en 30 Herculano y Pompeya. Entre los objetos extraídos sobresalen las ofrendas fundacionales de los templos. Informes, dibujos y objetos fueron remitidos por Estachería a la Península y se integraron en el Real Gabinete de Historia Natural. Uno de los más relevantes es la Estela de Madrid, hoy en el CABELLO CARRO, P. Op. cit. p. 24.28 DE PEDRO ROBLES, A. E. Op. cit. p. 74.29 ALMAGRO-GORBEA, M. Op. cit. p. 372.30 !18 Museo de América. Por otro lado, Antonio del Río, a pesar de no poseer ningún tipo de formación intelectual sobre el tema, se atrevió a plantear una nueva conjetura a caballo entre la teoría transatlántica de Calderón y la puramente indígena de Bernasconi : los indios habían recibido la 31 visita de gentes de ultramar, que les habrían explicado y enseñado sus métodos constructivos, pero debido a su tosquedad natural, no habían logrado asimilar por completo las lecciones y a la hora de emprender sus propias tareas arquitectónicas solo consiguieron una versión imperfecta. 4. AMÉRICA DEL NORTE: THOMAS JEFFERSON Atendiendo a criterios cronológicos, interrumpimos la serie de los reyes borbónicos para introducir la figura de Thomas Jefferson (1743-1826). En 1784, recién obtenida la independencia de Estados Unidos, llevó a cabo una excavación en su finca de Virginia, que si bien resulta mucho menos espectacular que otras en las que nos hemos detenido en este trabajo, no podemos obviar ya que para muchos autores (especialmente norteamericanos) es considerada “la primera excavación científica en la historia de la arqueología” . Este honor parece bastante injusto, pero el argumento 32 es que él no empezó a cavar para encontrar objetos, y luego los estudió, sino que su objetivo desde el principio era comprobar en la práctica la validez o no de una teoría vigente en su tiempo. Al este del Misisipi se encuentran cientos de túmulos funerarios cuyo origen era desconocido, y los colonos, incluso muchos intelectuales, pensaban que no habían sido construidos por los indios, sino por una raza mítica desaparecida, a la que llamaban Constructores de Túmulos. Era algo parecido a lo que hemos visto en Palenque. Jefferson, en cambio, era de los que creía que sí habían sido levantados por los indios. Se decidió a examinar uno de ellos, que caía en su propiedad, y abrió una zanja atravesándolo, de manera muy cuidadosa y metódica. Otro aspecto importante es que se preocupó por algo que hasta ahora no hemos mencionado y que es fundamental para la arqueología moderna, la estratigrafía, distinguir los diferentes niveles en el corte realizado. Los cadáveres de los niveles inferiores estaban peor conservados, y por tanto debían ser más antiguos. Pudo comprobar así que el túmulo no había sido construido de una vez, sino que había ido creciendo según se había ido reutilizando como lugar de enterramiento. Con ello no desmontaba por completo la teoría de los Constructores de Túmulos, pero sí aportó nuevas evidencias que la ponían en cuestionamiento. DE PEDRO ROBLES, A. E. Op. cit. p. 80.31 RENFREW, C. y BAHN, P. Op. cit. p. 23. 32 !19 5. CARLOS IV Y LA ARQUEOLOGÍA Aunque esta faceta sea mucho menos conocida que en su predecesor, Carlos IV (1788-1808) también promovió la actividad arqueológica. Bajo su reinado, se llevaron a cabo las excavaciones de la antigua Segóbriga, en el cerro de Cabeza de Griego (Saelices, Cuenca). Ya en 1765 el médico José Alsinet y el prior de Uclés Tomás Torres Moya habían dado cuenta a la Real Academia de la Historia de la existencia de ruinas antiguas, pero no se tomó ninguna medida al respecto. En 1789 se pusieron en marcha excavaciones dirigidas por el nuevo prior de Uclés,Antonio Tavira, el párroco de Saelices Bernardo Manuel Cosio, el alcalde Vicente Martínez Falero, su sobrino Juan Martínez Falero y el Archivero General de la Orden de Santiago, Juan Antonio Fernández. Lo más llamativo es que en 1790 Floridablanca requirió a la Real Academia de la Historia un informe sobre las labores arqueológicas que se estaban desarrollando , es decir, se quería dar oficialidad a una 33 iniciativa particular porque, como había ocurrido en Nápoles, se empezaba a considerar la arqueología como un asunto de Estado. Se creó entonces una comisión para investigar las excavaciones, integrada por Francisco Cerdá, Benito Montejo, Gaspar Melchor de Jovellanos, José Cornide y José Guevara, que dieron su visto bueno a lo realizado hasta entonces pero dictaminaron la conveniencia de enviar a un académico, que será Cornide en 1794. Hay que reseñar también cómo al interés anticuario se sumaba un interés social: los trabajos arqueológicos proporcionaban empleo a muchas personas como mano de obra para llevar a cabo las tareas más mecánicas, algo de lo que ya se dio cuenta el propio Godoy . 34 Repasemos brevemente otros acontecimientos relevantes. En 1790 se descubrieron en México el calendario solar y la escultura de la diosa azteca Coatlicue, que formaban parte del Templo Mayor de Tenochtitlán. El hallazgo fue casual, en el transcurso de unas obras, pero la novedad es que enseguida se dio parte a las autoridades oficiales y se impulsó su estudio y publicación por Antonio León y Gama en 1792. Entre 1791 y 1794, Manuel de Villena Moziño llevó a cabo excavaciones arqueológicas oficiales en Mérida. Se promovieron de nuevo varios “viajes literarios”, cuya orientación ya viró más directamente hacia la de “viajes arqueológicos”, como el de Cornide por Extremadura y Portugal, o los del capitán Guillermo Dupaix por Nueva España. Se fueron estableciendo medidas para la protección del patrimonio, como la creación en 1792 del cargo de MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 33 ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 355. CANTO Y DE GREGORIO, A. M. Op. cit. p. 317.34 !20 Juez Protector de las Antigüedades de Sagunto, que fue otorgado a Enrique Palos y Navarro, el cual había estudiado y trabajado en las ruinas del circo y el teatro romanos. A su vez, la Real Academia de la Historia sufría un proceso de renovación interna. En 1792 se aprobaron unos nuevos estatutos, confirmados por una Real Cédula de Carlos IV, que entre otras medidas incluían la creación de una Sala de Antigüedades. El 29 de mayo de 1802, la Real Academia de la Historia elaboró una Instrucción que determinaba cómo se debían recoger y conservar los monumentos antiguos de España, y que recibió la aprobación de Carlos IV con la Real Cédula de 1803. Se trata de una de las primeras legislaciones arqueológicas de toda Europa, heredera de la de Carlos III en Nápoles, aunque con mayor amplitud respecto a los bienes que abarcaba, pues no se limitaba a las antigüedades romanas sino que incluía desde las púnicas hasta las medievales. Se establecía la obligatoriedad de que cualquiera que encontrase piezas antiguas, o incluso las hubiera encontrado antes, informase a la Academia. Se encomendaba a los Justicias de todos los municipios el deber de proteger los monumentos antiguos de su jurisdicción, evitando cualquier deterioro o modificación . Se echa en falta sin embargo un aspecto esencial que sí estaba 35 en las leyes napolitanas, sobre la exportación de las antigüedades, si bien hay que decir que en este momento era una práctica ínfima en España, al contrario de lo que sucedía en Italia. Por tanto, podemos decir que a principios del siglo XIX cristalizaba todo un proceso tanto de desarrollo científico como de institucionalización de la arqueología que se había ido produciendo a lo largo del siglo XVIII; sin embargo, en este siglo España se quedará retrasada por sus propios problemas internos y otros países tomarán la delantera. 6. CONCLUSIONES Las excavaciones llevadas a cabo en el siglo XVIII sentaron las bases para el desarrollo de la arqueología como una verdadera disciplina científica y no una simple rapiña de objetos de valor, lo que por desgracia volvió a ser en numerosas ocasiones en el siglo XIX y hasta bien entrado el XX. No se puede decir que estuvieran exentas de errores, pero ciertamente hay que reconocer avances tan significativos como el cuidado en la documentación y registro, la preocupación por no dañar las estructuras (no se puede decir lo mismo de algunas aventuras con dinamita para entrar en las pirámides egipcias en el siglo XIX), la progresiva sistematización de los métodos de excavación, las MAIER ALLENDE, J. “La Corona y la institucionalización de la Arqueología en España”. En 35 ALMAGRO-GORBEA, M. y MAIER ALLENDE, J. (Eds.). Op. cit. p. 358. !21 labores museológicas de exposición, conservación, restauración e investigación, y las políticas de protección para evitar los expolios (que se olvidarán en épocas posteriores). Por otro lado, es necesario reivindicar para la historia de la arqueología los nombres de los españoles e italianos que, desde el ámbito político, intelectual o ambos, permitieron este gran impulso a la arqueología en el siglo XVIII y dieron lugar a hallazgos y estudios cuyo valor es inestimable; han sido olvidados y marginados en favor de los ingleses, franceses, alemanes y estadounidenses. Unos y otros, en el caso de aquellas misiones de iniciativa oficial o que han logrado tal apoyo, tienen en común que en su afán arqueológico les mueve un doble interés: gusto por la Antigüedad, y búsqueda de prestigio para sus países a través del ámbito de la cultura. !22 BIBLIOGRAFÍA • CARLOS III. Cartas a Tanucci (1759-1763). Introducción, transcripción y notas de M. 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