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Centro Journal
ISSN: 1538-6279
centro-journal@hunter.cuny.edu
The City University of New York
Estados Unidos
Ortiz, María Inés
La comida que nos une y la geografía que nos separa: El discurso gastronómico símbolo de la
identidad puertorriqueña en Trópico en Manhatt an de Guillermo Cotto-Thorner
Centro Journal, vol. XXI, núm. 1, 2009, pp. 139-155
The City University of New York
New York, Estados Unidos
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La comida que nos une 
y La geografía que nos 
separa: El discurso 
gastronómico símbolo 
dE la idEntidad 
puErtorriquEña En 
Trópico en ManhaTTan 
dE guillErmo 
cotto-thornEr
María Inés OrtIz 
CENTRO Journal
7 Volume xx1 Number 1
spring 2009
[ 139 ]
This article analyzes Guillermo Cotto-Thorner’s Caribbean 
migration novel, Trópico en Manhattan (Manhattan Tropics, 
1975), specifically, the use of Puerto Rican gastronomy as 
an investigative mechanism for identity negotiation in the 
process of United States immigration. Gastronomy tran-
scends geografic, linguistic, political, and social limits to 
become a symbol that unites Puerto Ricans living outside 
the island. At the same time, it turns into an instrument 
of cultural heritage for future generations. [Key words: 
Caribbean migration novel, gastronomy, identity negotiation, 
cultural heritage, diaspora, geography, anthropology]
abstract
Con una frase tan sencilla como esta se crea una realidad dual, un espacio dividido 
en el que los puertorriqueños de aquí, de la isla, se distinguen y se separan de los 
de allá, de Los Niuyores2, y viceversa. Aunque hablemos de los boricuas en general, 
esta fragmentación de la realidad puertorriqueña marca otra ruptura dentro del 
espacio cultural e ideológico de esta sociedad, que tiene como consecuencia la 
creación de un Otro al que se mira a distancia. Esto se suma al bagaje histórico 
que fue tejiendo y modificando las complejas raíces de un pueblo: lo indio, 
lo español, lo negro, fusionados ahora en este ser puertorriqueño, que durante 
los últimos quinientos años luchó por convertirse en uno, y que a partir de 1898, 
nuevamente se fraccionó, como resultado de la invasión e imponente presencia 
de los Estados Unidos en la isla. Consecuentemente, este nuevo entorno fue 
creando un antagonismo ideológico entre los puertorriqueños, dado por la división 
geográfico-espacial en la que se encontraban los boricuas.
Sin embargo, un elemento crucial que ha supuesto un lazo simbólico entre ambos 
puertorriqueños, los de aquí y los de allá, es la comida. Pese a que muchos de los 
ingredientes propios de la gastronomía puertorriqueña no estaban disponibles en el 
nuevo espacio, la comida que se trae desde la isla, en conjunto con la que se produce 
en la nueva metrópoli, funciona como un símbolo unificador entre las generaciones 
de puertorriqueños que se encuentran en este vaivén cultural y geográfico. De este 
modo, el discurso gastronómico puertorriqueño no sólo ejemplifica la historia del 
país a través de los diferentes platos que consume, sino que también funciona como 
el medio para la difusión de la cultura y la identidad de un pueblo, que al encontrarse 
marginalizado por la cultura dominante estadounidense, busca su propio espacio 
manifestándose entonces en la experiencia culinaria. 
Un ejemplo3 de ese proceso de exploración de la vida y usanzas del boricua 
fuera de la isla y su relación a través del discurso culinario, lo tenemos en Trópico 
en Manhattan (1951) del escritor puertorriqueño Guillermo Cotto-Thorner4. 
Esta novela, que puede ser considerada como representativa de la narrativa de 
diáspora antillana, nos muestra la historia de un grupo de puertorriqueños que 
ha emigrado y se encuentra viviendo en Manhattan. A lo largo de la narración 
conoceremos la vida de los personajes a través de su relación con lo culinario. 
Consecuentemente, la presencia de este discurso gastronómico nos permite 
adentrarnos en la cotidianeidad de la vida de los puertorriqueños residentes 
[ 140 ]
Los de aquí y Los de aLLá. 
planting seeds in the night
together
we reap mystical sugarcane in the ghetto
where all the palm trees grow ripe
and rich with coconut milk.
Sandra María EStEvEz1 
fuera de Puerto Rico quienes, pese a las dificultades lingüísticas, económicas y 
sociales, mantienen un orgullo patrio que se representa a través de la comida. 
Primeramente, es interesante considerar cómo la comida se convierte en un 
medio que permite recrear la realidad contextual a la cual se encuentra sujeto cada 
ser humano, y que en este caso, se traduce al espacio narrativo. El teórico de la 
gastronomía y la literatura, Gian Paolo Biasin, explica en su texto The Flavors of 
Modernity, la función que el discurso gastronómico adopta dentro del marco de 
la narrativa novelesca y explica que “there is the realistic function. It produces 
verisimilitude of the text by guaranteeing its coherence at the referential level 
and by intimately linking the literary expression with the pre-textual, historical 
or sociological level” (Biasin 1993: 11). Como bien señala este teórico, una de las 
funciones de la representación del discurso gastronómico en el nivel narratológico 
es la reconstrucción de la cotidianeidad de la que participan los personajes en la 
novela. Por ende, la utilización de este discurso produce un efecto de verosimilitud 
a través del cual el lector o la lectora puede aproximarse al texto, y a la realidad que 
se representa con mayor fidelidad. Asimismo, al representar la realidad, esto nos 
sirve para explorar cómo la rutina diaria, y en este caso, los diferentes elementos 
culinarios relacionados a ella, se convierten en los símbolos que unificarán a estos 
puertorriqueños separados por la realidad geográfica originaria. 
Durante el desarrollo de la novela, notamos que Cotto-Thorner empieza la 
narración creando un espacio boricua en el medio de Manhattan. Este lugar guarda 
paralelismos con Puerto Rico, ya que prevalece el habla popular, la comida y la 
música de la isla, lo que convierte a esta parte de Manhattan en un espacio cerrado 
donde predomina la cultura puertorriqueña. A la par de esta metáfora geográfica, 
la presencia de la comida nos conecta con ese aparte en el que vive el puertorriqueño 
en Nueva York, por lo que nos permite reconstruir la realidad espacial a la cual se ha 
circunscrito: El Barrio. 
De inmediato, el personaje de Juan Marcos, un maestro puertorriqueño 
recién llegado, se presenta en este espacio, guiado por Antonio, el emigrante 
experimentado, quien le dice: “Y en la ciudad arriba uptown está el corazón del 
barrio latino. Allí se alberga, apiñado, en confusión dolorosa, un fragmento del 
pueblo de Puerto Rico, en medio de la pobreza, y la esperanza” (Cotto-Thorner 1975: 
21). Más aún, la entrada a este espacio foráneo se ve transformada por ese elemento 
de puertorriqueñidad que se ha insertado en Manhattan con el paso del tiempo 
y con la presencia de los boricuas. Esta aculturación del espacio permite comprender 
cómo los nuevos emigrados han hecho propio este lugar, pese a la distancia. 
Esta re-apropiación del espacio queda confirmada con la llegada de Juan Marcos 
al apartamento de Antonio y Finí:
Olía a Puerto Rico. El arroz con pollo, las habichuelas coloradas, la ensalada de 
aguacate, las aceitunas regorditas, los tostones,el dulce de guayaba con quesito 
blanco, y el café prieto unían sus perfumes en una sintonía5 nostálgica de la patria 
ausente [...] Él, que creía estar tan lejos de Puerto Rico, se encontraba ahora a tantas 
millas de distancia, de nuevo en un pedazo de su amada tierra. (1975: 22)
Esta escena, cargada de platos y bebidas típicas de la isla, convierte el espacio de la 
cocina en Nueva York en una réplica de la isla. Como explican Bell y Valentine en 
su libro Consuming Geographies: “Like a language, food articulates notions of inclusion 
and exclusion, of national pride and xenophobia on our tables and in our lunch 
[ 141 ]
boxes” (1997: 168), por lo que esa unidad patriótica que se produce a través de la 
comida lo separa del resto de Nueva York. La emoción que provoca en Juan Marcos, 
quien poco a poco va aprendiendo el ritmo de vida en Manhattan, hace que se le 
olvide por un momento que ha llegado a un país completamente diferente al suyo, 
ya que los sabores y olores que se producen en la cocina crean un espejismo 
borincano en la metrópoli. 
Al mismo tiempo, la comida atenúa la alienación del personaje llegado a un 
entorno extraño. Como explica Brinda J. Mehta: “Food fills the void of exile and 
homelessness in acts of culinary belonging that delineate recognizable mappings of 
home found in the strong aftertaste of freshwater fish and its pungent seasonings” 
(2005: 35). La comida se convierte así en un elemento unificador entre los 
puertorriqueños de ambas partes, y que en el caso de Juan Marcos, se transforma en 
el elemento crucial para recrear una memoria del país que ha dejado y que le sirve 
para aferrarse a su nueva vida en Manhattan. Entonces, la ruptura que se provoca con 
la salida de la isla y la llegada a Manhattan, se alivia en gran manera, gracias a este 
banquete criollo con el cual es agasajado Juan Marcos, ya que a través de la comida, 
logra apropiarse de este nuevo espacio sin sentir que se pierde una parte de su ser. 
La presencia de lo gastronómico permite crear una conexión entre el pasado y 
el presente, razón por la cual Juan Marcos no aparenta verse afectado por la nueva 
realidad que le rodea. La comida pasa a ser entonces el medio a través del cual no se 
pierde la memoria del lugar que se ha dejado atrás. Por el contrario, estos alimentos 
le permiten aliviar la ansiedad de separación, ya que al mismo tiempo, al tener esta 
comida, persiste indirectamente su herencia cultural. De igual modo, existe una 
sensación de comunidad que viene del hecho de compartir esos alimentos con los 
otros comensales boricuas.
Sobre esa comunidad, Simon Choo, en su artículo “Eating Satay Babi: 
Sensory Perception of Transnational Movement” explica:
The strong connections between the senses and memory facilitates the ability 
of foods to provide for an imagination of place, community, identity and time — 
a connection to childhood, homeland, reminiscence and nostalgic outpourings 
— but they also provide a means through which people, who might not have acquired 
the skills of language, knowledge, history or other cultural competences to connect or 
reconnect with self and place. (2004: 209)
Retomamos la función de la comida dentro del marco narratológico, ya que 
este primer encuentro culinario también ofrece una introducción al proceso 
de introspección que llevará a cabo el personaje de Juan Marcos guiado por esa 
comunidad con quien comparte la cena. De forma similar, esta cena crea un espacio 
donde la comida se convierte en “comfort food” (The Meaning of Food s.f.)6, que como 
explica Bunny Crumpacker (2006: 108): “They make us feel better. They make the 
hurt go away”, y que lo transporta al espacio tan íntimo de su historia personal.
Además, el hecho de que Cotto-Thorner dé detalles tan específicos sobre la comida 
que prepara Finí para la llegada de Juan Marcos añade a la verosimilitud de la que 
hablaba anteriormente Biasin. Estos platos son representativos de la comida criolla de 
la isla, lo que por ende, también constituye esa cultura boricua del día a día que no se 
ha perdido pese a la distancia geográfica. En este nuevo espacio, para Juan Marcos, 
la comida sirve como un medio que le permite entablar una relación más personal con 
estos extraños que lo reciben. A su vez, se abre una vía que nos permite experimentar 
[ 142 ]
la añoranza que estos alimentos provocan al protagonista, y que es representativa de la 
experiencia del inmigrante que encuentra un pedacito de casa en esa comida de su país. 
De este modo, vemos que este discurso gastronómico crea un microcosmos 
boricua, donde se transporta la realidad caribeña al contexto de la metrópoli 
neoyorquina. Así, la bienvenida culinaria a la que está sujeto Juan Marcos tomará 
otro significado en el transcurso de la novela, ya que más adelante, las comidas en 
casa de Finí y Juan Marcos tendrán otro propósito.
Este primer encuentro culinario de Juan Marcos ya venía marcado con 
anterioridad por la presencia de don Balta, Vicente y Jesuso, amigos de Juan Marcos, 
que aprovechaban la ocasión de la cena y al recién llegado Juan Marcos para hablar 
“sobre las cosas por ‘allá’” (Cotto-Thorner 1975: 28). Además de ser el momento para 
satisfacer la necesidad biológica de alimentarse, esta cena, que en este caso puede 
considerarse un banquete, dada la variedad culinaria con que se celebra la llegada de 
otro boricua, se trasforma en el momento para que la comunidad de puertorriqueños 
pueda enlazarse a la realidad de la que ha salido Juan Marcos. En otras palabras, 
la comida tiene una función de comunión, dado el sentimiento de unidad y de patria 
que lleva al encuentro de estos personajes en la cena.
Estos platos son rEprEsEn-
tativos dE la comida criolla 
dE la isla, lo quE por EndE, 
también constituyE Esa 
cultura boricua dEl día a día 
quE no sE ha pErdido pEsE a 
la distancia gEográfica.
En la cita sobre la cena en casa de Finí, donde se degusta el plato de “arroz con 
pollo” (1975: 22) del que habla Cotto-Thorner, también se hace referencia a 
productos que pertenecen a la realidad isleña, especialmente el plátano y la guayaba, 
y que pasan a ser parte del contexto puertorriqueño en Manhattan. Esto provoca 
que el aquí y el allá se encuentren, razón por la cual Juan Marcos se trasforma en 
mensajero y representante de la realidad más reciente del puertorriqueño en la isla. 
Como explica Roland Barthes: “Food brings the memory of the soil into our very 
contemporary life” (1997: 24). Así esta cena permite a los puertorriqueños emigrados 
rememorar la isla y su propio pasado, a través de los ingredientes mismos, ya que 
estos son literalmente representativos de la tierra en donde se cosechan. A su vez, 
esto implica que al comer estos alimentos, los personajes también consumen su 
historia y su pasado, por lo que podemos entender que esto es una alegoría a través 
de la cual se manifiesta un deseo por mantener viva la historia de Puerto Rico dentro 
de cada emigrante puertorriqueño. Entonces, la comida pasa a ser el detonador del 
sentimiento de identidad que se resiste a ser absorbido por la cultura dominante 
americana, al mismo tiempo que se refuerza la condición de emigrante.
Pero este significado de lo gastronómico no se limita a este momento, ya que 
enfrentar este nuevo espacio, fuera del contexto de lo puertorriqueño, puede ser muy 
[ 143 ]
[ 144 ]
intenso, y la comida tiene un rol crucial en este aspecto. Más adelante en la novela, 
podemos ver que, pese al banquete de bienvenida con el que se recibe a Juan Marcos, 
aparece la emoción por la novedad que es la nieve, la cual provoca en Juan Marcos un 
aire de aventura y esperanza: 
Y sin más ni más, salió a la calle. Ya en la acera extendió las manos dejándoselas 
llenar de nieve, y tratando de descubrir en la semioscuridad las formas elaboradas 
y simétricas que había visto dibujadas en los libros. (1975: 45) 
Juan Marcos reacciona curiosa e inocentemente ante la novedad que es la nieve. 
Esta situación lleva a que elprotagonista reconsidere su nueva situación geográfica, pese 
a la comodidad que le había provocado el estar en la casa de Antonio y Finí. No obstante, 
el narrador nos explica más adelante que esta experiencia toma un giro inesperado:
Se echó a caminar Madison abajo. Pasando frente a una fondita criolla radicada en un 
sótano, oyó tocar un aguinaldo puertorriqueño. Se detuvo automáticamente. La nieve 
seguía cayendo, esta vez, más pesadamente. Hendían el aire frío los acordes que venían 
de la vellonera que en ese momento tocaba. “Si me dan pasteles, dénmelos calientes”7. 
El contraste de aquella música norteña y aquellos cantares tropicales le produjo una 
nostalgia que, a pesar de su gozo por haber visto nieve, ‘al fin’ sintió que se le aguaron 
los ojos. […] Ya no sentía si estaba despierto o sencillamente soñaba. (1975: 45)
Es interesante que, aunque el banquete que tuvo en casa de Finí y Antonio se 
aproximaba bastante a la experiencia de Puerto Rico en Nueva York, no es hasta 
que pasa por este espacio culinario que la experiencia sinestética se apodera del 
personaje y lo lleva a enfrentar finalmente la realidad de estar en un lugar diferente. 
Así, lo gastronómico, en este caso representado en el espacio de la fonda y en el 
estribillo de la canción de Navidad, funciona como elemento evocador que lo lleva a 
confrontar la nostalgia y la confusión de estar en un lugar nuevo. Sin embargo, la falta 
de sosiego es un sentimiento habitual en el emigrante, ya que debe reubicarse física 
y espiritualmente en el nuevo espacio. 
Contrario a Juan Marcos, quien viene con intenciones de superarse y alcanzar 
el sueño americano, Lencho Ortiz8 tenía otros motivos para venir a Manhattan. 
Lencho huía de un pasado tormentoso y criminal: “Por un instante, los años en la 
cárcel parecieron sólo una pesadilla. Ahora, libre de nuevo, se sentía más prisionero 
que nunca” (1975: 50), razón por la cual llega a Manhattan en busca de una segunda 
oportunidad para empezar desde cero. Sin embargo, las intenciones de Lencho 
al llegar a Nueva York cambian cuando se da cuenta de que no puede escapar de 
su pasado aunque haya una gran distancia entre Puerto Rico y Nueva York. 
Su amor perdido, Finí, le había reconocido en una de las calles: “¿Sabes Antonio, 
que me pareció ver esta tarde a Lencho Ortiz en la Ciento Diez y Seis?” (1975: 35) 
a lo que Antonio responde que a Lencho lo habían matado, a modo de terminar la 
conversación y quitar esa idea de la mente de su esposa. 
Este interesante cruce de miradas está destinado a convertirse en algo más que una 
confrontación con el pasado. Será una casualidad con consecuencias mayores. Fue un 
tercero, Yeyo el bolitero9, quien le dio la información de Antonio para que Lencho 
entrara en contacto con Antonio, y así lo ayudara a conseguir trabajo. Lencho le dice: 
“Es un hombre muy decente. Me dijo que lo fuera a visitar, pero nunca he ido por 
allá” (Cotto-Thorner 1975: 49). A partir de este momento, Lencho tomará ese pasado 
[ 145 ]
como el motivo para rehacer su futuro, y en este caso, lo gastronómico le servirá 
como su boleto de entrada.
La inesperada llegada de Lencho al apartamento de Antonio y Finí se convirtió 
en una situación embarazosa, acompañada por el desconcierto: “Antonio se quedó 
perplejo y mudo. Aquel no podía ser Lencho. Era cierto que no lo había visto 
en diez años, pero ni aún en treinta podía un hombre cambiar tanto” (Cotto-
Thorner 1975: 57). Esa idea de que el tiempo pasa, y que las cosas se quedan en el 
olvido, se derrumba por completo cuando en medio de la metrópoli, estos dos 
puertorriqueños terminan juntándose, a pesar de que el tiempo y la distancia los 
había separado. De buenas a primeras, Lencho aparece en la casa de Antonio con 
el propósito de conseguir un trabajo, y aunque Antonio tiene sus dudas, lo ayuda 
gracias a la escena que crea: 
-Deseo — siguió Lencho con los ojos húmedos, mientras con marcada nerviosidad 
estrujaba el ala de su viejo sombrero de fieltro — deseo que usted me ayude. 
— Y luego mirando directamente a Antonio a los ojos, con tono de imploración: 
— Y que seamos amigos... si se puede. (1975: 58)
Por supuesto, Antonio aún dudaba del que fue su enemigo en un momento dado, 
pero “estaba conmovido” (1975: 58) por la reacción que tuvo Lencho. Así, se aseguró 
la confianza de Antonio, al mismo tiempo que Lencho intentaba dar un nuevo giro 
a su vida.
A pesar de que Antonio decide ayudar a su antiguo enemigo, es preciso recordar 
que Lencho aún amaba a Finí. Luego del paso de unos días, Lencho se aprovechó 
de lo gastronómico para garantizar y sellar su pacto con Antonio, dejando fuera 
cualquier duda que pudiera haber. Del mismo modo en que la comida había servido 
para recrear el espacio de Puerto Rico en Nueva York con la llegada de Juan Marcos, 
en este caso los pasteles10 servirán como un elemento unificador que disuelve la 
enemistad entre Lencho y Antonio, siendo Finí11 la testigo de este momento:
Sentados a la mesa estaban Antonio y Lencho, fumando sendas brevas y 
contemplando una gran olla donde hervían doce olorosos pasteles. ¿Qué había 
pasado? ¿Desde cuándo Antonio era cocinero? […] Lencho había traído los pasteles 
y como estaban fríos los estaban calentando. Él mismo los había puesto en la estufa 
y los observaba con celo y satisfacción. Era una pequeña ofrenda de gratitud por la 
generosidad y la confraternidad de Antonio12. (1975: 69)
Como hemos identificado anteriormente, la comida es representativa de ese espacio 
puertorriqueño que une a la comunidad, dentro y fuera de la isla. Como explica 
Joanne Ikeda en su artículo “Culture, Food and Nutrition in Increasingly Culturally 
Diverse Societies”: “The offering of food by one person or group to another is 
generally viewed as a gesture of friendship” (2004: 291). Lencho necesita ganarse 
la confianza de Antonio, y lo logra al compartir los pasteles. Consecuentemente, 
este acto le abre las puertas de la casa de Antono y Finí, y simbólicamente también 
de la comunidad boricua en Nueva York. 
Sin embargo, las intenciones de Lencho al compartir los pasteles con Antonio 
y su familia no se limitan a agradecerle por haberle conseguido el trabajo. 
Sabemos que existe otro motivo que trasciende el deseo de amistad entre ambos 
personajes. Lencho se vale del discurso gastronómico para estrechar sus vínculos con 
Antonio, y dejar de ser su enemigo para convertirse en su compadre, su hermano, 
su familia. Sin embargo, ese pasado paradójico que los une y los separa, todavía estaba 
presente en la mente de Lencho. Esta comida, que representa la memoria y la patria, 
es el lazo que irónicamente los une fuera del país. Es interesante que la fraternidad que 
surge a raíz de compartir estos alimentos se remonta a una práctica representativa de 
las dinámicas sociales de los puertorriqueños desde hace varios siglos. 
Como explica Fray Iñigo Abbad y Lasierra (1898: 405) en el siglo XVIII, sobre 
el compadraje:
La circunstancia de compadres entre estos isleños es un vínculo muy estrecho. 
Para un compadre nada hay reservado, goza de toda satisfaccion y de entera libertad 
en las casas de sus compadres, dispone de su amistad y bienes, como de cosa propia. 
Si un hermano acompaña en la boda, á otro hermano ó hermana, tiene en la pila 
ó confirmacion á algun hijo suyo, ya no se nombran hermanos; el tratamiento de 
compadres es siempre preferido como mas cariñoso y expresivo de su íntima amistad. 
Para Lencho, compartir estos alimentos es un medio para garantizar su proximidad 
al núcleo familiar de Antonio, al mismo tiempo que trata de justificarse como una 
persona de confianza. Irónicamente, este compadraje y el hecho de comer “al estilo 
de Borinquen transplantada” (1975: 69) tiene una doble intención, ya que Lencho aún 
se interesa por Finí, y al compartir estos alimentos, también comparte sutilmente su 
deseo de estar con ella. Por eso, cuando Lencho toma control de la cocina, el espacio 
tradicionalmente dominado por la mujer, eneste caso Finí, igualmente se traduce en 
ese deseo de Lencho de poseer a la esposa de su amigo.
Es intErEsantE quE la 
fratErnidad quE surgE a 
raíz dE compartir Estos 
alimEntos sE rEmonta a una 
práctica rEprEsEntativa dE 
las dinámicas socialEs dE los 
puErtorriquEños dEsdE hacE 
varios siglos.
Esta escena tan sugerente, en la que se pone de manifiesto este triángulo 
amoroso, ocurre en el espacio de la cocina, al que Biasin (1993: 24) se refiere como 
“where the flavors and stories are cooked”. Asimismo, la pasión, la venganza, el 
odio, el deseo, el desamor, la desconfianza, la traición se mezclan para desatar un 
vuelco emocional en los personajes, que impulsan el movimiento de la narración 
en la novela. No obstante, Lencho no puede olvidar que esos pasteles no solo lo 
unen a su nueva familia en Nueva York, sino que lo atan a ese pasado tormentoso 
que quiere olvidar, pero que pareciera volver y repetirse en su fijación amorosa 
por Finí. De este modo, Lencho no sólo cocina los pasteles, sino que también 
[ 146 ]
esta imagen tiene un doble significado, ya que en la cocina también se cuecen o 
se traman cosas a escondidas de la gente, por lo que se sugiere que Lencho está 
preparando su venganza.
Esto queda representado en la escena luego de haber cenado en casa de Finí. 
Lencho y Antonio se dedican a las labores de limpieza. Algo muy peculiar le sucede 
a Antonio: “Lencho lavaba y Antonio secaba. Con mucho cuidado Lencho pasó a su 
amigo la amplia fuente en que habían estado los pasteles; y éste no la supo agarrar 
bien, y la dejó caer haciéndose pedazos” (1975: 69–70). El hecho de que se rompa la 
fuente es un augurio del quebranto amoroso entre Antonio y Finí. Esta situación 
representa la desconfianza que persiste entre Antonio y Lencho, pese a que están 
colaborando juntos en la limpieza. Así vemos como las pasiones se van calentando 
e intensificando entre ambos personajes.
Cabe señalar que, en medio de estas circunstancias pasionales, Lencho aún desea 
encontrar esa vida mejor. Cuando vemos que trabaja como “dummy-man [que] 
consistía en recoger la loza sucia que bajaba del restaurante” (1975: 57), notamos que 
Lencho mantiene aire de optimismo. Esta segunda oportunidad de una nueva vida 
ahora se materializaba en este trabajo que Lencho llevaba a cabo en la parte posterior 
a la cocina. En el ambiente de los empleados de la cocina predominaba un aire boricua: 
“Lencho iba y venía, haciendo su trabajo, y de vez en cuando, haciendo un chistecito 
o algún comentario con el que le quedaba más cerca. Le encantaba aquel ambiente 
criollo: era como un oasis en medio de aquella ciudad extraña” (1975: 88). Así, la cocina 
es una metáfora de las dinámicas sociales de Puerto Rico que prevalecen en la burbuja 
en la que viven los puertorriqueños en la metrópoli.
De igual modo, ese oasis como lo llama Cotto-Thorner, también muestra el 
aislamiento en el que viven los puertorriqueños de esta generación que habían emigrado 
a los Estados Unidos, representado en la falta de comunicación al no saber hablar inglés. 
La cocina es una metáfora para esa burbuja en la que se vive atrapado y separado de la 
sociedad, y de la cual, eventualmente, es necesario salir para encontrarse un camino 
propio, como lo hacía Juan Marcos. De la misma manera, esta cocina matizada por el 
ambiente boricua hace que Lencho se remonte a ese pasado que había deseado olvidar:
Lencho al fin creyó haber anclado. Al tomar la decisión de cambiar la vida lo había 
hecho tratando simplemente de olvidar: pero poco a poco fue sintiendo los reptiles 
de la maldad agitándose de nuevo en el fondo de su consciencia enferma. (1975: 89)
Así, el espacio de esa cocina puertorriqueña que le daba tanto confort, era el mismo 
que poco a poco iba consumiendo a Lencho mientras aumentaba su deseo de 
venganza. Asimismo, el espacio culinario será donde ocurrirá la transformación de 
Lencho. Es en este lugar donde Lencho concretiza su plan para separar a Antonio 
y a Finí. Por eso vemos que Lencho “hervía por dentro. Estaba amargado con la 
vida entera: tenía rabia con el destino” (1975: 108). Y de allí que ‘cocina’ su plan para 
separar a esta pareja a través de unas cartas anónimas firmadas por un buen amigo 
y dirigidas a Antonio, el mismo amigo, su compadre, con quien había compartido 
su comida, y de quien deseaba compartir algo más que su casa. Al final, el plan no 
funcionó, ya que los anónimos provocaron la duda y la ira en Antonio, pero sin tener 
consecuencias mayores en su relación con Finí.
Al final de la novela, vemos que Lencho es consumido por un fuego que se 
produce en la cocina de un apartamento donde vivían hacinados un grupo de 
puertorriqueños. En su lecho de muerte, Lencho pide hablar con Antonio, 
[ 147 ]
para así poder confesarse: “-Acérquese, Antonio... yo no soy bueno... aquellos 
anónimos, malditos anónimos... yo mismo los escribí” (1975: 179). Luego de esto, 
Antonio perdona a Lencho, razón por la cual vemos que prevaleció el compadraje 
y la amistad sobre la traición. 
La cocina representa una metáfora de las pasiones que se cuecen y que pueden 
consumir por completo a cualquiera cuando se vuelven irracionales, como sucedió 
en el caso de Lencho. Entonces, esto representa que no se puede huir de ese 
pasado que nos marca por completo. Cuando pensamos en el proceso migratorio, 
y en la importancia que tiene el pasado, se presenta el dilema de quedarse 
atrapado en un limbo temporal. Por eso la comida tiene una función crucial 
en este proceso, ya que es el medio a través del cual se mantiene un sentido de 
identidad aun lejos de la patria. Como resultado, la comida ayuda a subsanar 
esa nostalgia que invade al emigrante, mientras que le ayuda a llevar a cabo una 
transición a este nuevo espacio.
Por eso, cuando se trata de suprimir el pasado, este se manifiesta de otros modos. 
Sin embargo, esta novela de Cotto-Thorner también muestra cómo la comida se 
convierte en el símbolo del bagaje cultural que trae consigo el emigrante al momento 
de salir de su país de origen. 
Retomando el análisis del personaje de Juan Marcos, sabemos que viene decidido a 
explorar y mejorar su situación, porque según él mismo explica: 
Soy un humilde maestro de escuela superior. Me gradué hace dos años y pico de 
la Universidad y luego de enseñar sociología decidí seguir la corriente y venirme 
para Nueva York. Mi interés principal es estudiar, pero para eso tengo que trabajar 
primero y economizar algo. (1975: 66)
Contrario a Lencho, Juan Marcos no viene huyendo de su pasado, aunque sí había 
dejado a su ex-novia en la isla. Juan Marcos desea dar un nuevo giro a su vida. Por eso 
vemos que decide salir a experimentar la nieve y crea una tertulia donde se discute 
la situación de la isla. Finalmente, Juan Marcos inicia una relación amorosa con 
Miriam Santos, otra joven puertorriqueña que se encontraba separada de su antiguo 
compañero, y que vio en Juan Marcos una pareja con quien unir su vida.
Estos dos personajes, cuyas historias se intercalan con las de Antonio, Finí y 
Lencho, habrán de enfrentarse a las dificultades de la vida de inmigrante, la cual 
se complica cuando ambos se convierten en pareja. Ahora, el pasado de ambos se 
convierte en un presente compartido. No obstante, y pese al acoso del ex-compañero 
consensual de Miriam, Juan Marcos logra formalizar su relación. Durante este proceso, 
la pareja de jóvenes decide bendecir su unión, razón por la cual deciden visitar a Doña 
Emilia, quien se había convertido en la abuela adoptiva de Miriam en Nueva York. 
Cotto-Thorner la describe así: “Sesenta y nueve años tenía Doña Emilia, y en sus labios 
nunca se oscurecía la sonrisa [...] Doña Emilia era una santa: era joven de espíritu 
porque había santidad en su corazón” (1975: 118–9). 
El personaje de Doña Emilia tiene un rol crucial al estudiar y tratar de recuperar 
el valor de la patria ausente, y de por qué mantener viva la herencia cultural por 
medio de la comida, pese a la distancia. Ella es la abuelaadoptiva de Miriam, 
quien había dejado a toda su familia en Puerto Rico. En medio de la soledad y de 
la burbuja en la que se vive en la gran ciudad, Doña Emilia había acogido a Miriam 
en su seno familiar, como hizo con muchos de los pupilos a los que hospedó y 
alimentó cuando vivía en la isla.
[ 148 ]
Lamentablemente, no todos estaban tan agradecidos de sus atenciones como lo 
estaba Miriam, ya que muchos se habían aprovechado de las buenas intenciones de 
la ‘abuelita’, y habían vivido de su generosidad. El narrador nos explica que
en su hogar se hospedaban estudiantes de distintos orígenes raciales, siguiendo la 
honrosa tradición de la patria... Pasaron los años. Algunos de los estudiantes pobres 
se hicieron médicos, otros maestros, otros abogados o comerciantes, o ingenieros 
o jueces. Y también con el correr de los años todos ellos se olvidaron de la buena 
señora que los había albergado y alimentado durante sus estudios universitarios. 
(1975: 121)
Es curioso el hecho de que Doña Emilia los alimentara, ya que esto nos trae 
de vuelta al significado del discurso gastronómico, como representación de la 
identidad y la cultura puertorriqueña. De aquí se desprende que ella asumía el 
rol de madre y proveedora para con los pupilos de su hospedaje, a lo que 
podemos añadir su papel como protectora del patrimonio cultural culinario 
de los puertorriqueños en Nueva York.
El significado de alimentar a sus pupilos no se limita a la satisfacción de una 
necesidad biológica, ya la relación entre este personaje y la comida nos habla de un 
vínculo con la memoria, el pasado y la tradición, de los cuales los jóvenes habían 
olvidado. No obstante, ella no los olvida. El personaje de Doña Emilia representa la 
conciencia de ese pasado cultural que alimentó a estos profesionales que conducen 
el país, y que son parte de esta nueva sociedad modernizada. Basándonos en esto, 
podemos decir que este personaje representa el alma de lo puertorriqueño que 
prevalece con el paso del tiempo en su manifestación culinaria.
Cuando Juan Marcos y Miriam visitan a Doña Emilia para pedirle su bendición, 
este momento pasa a ser una metáfora donde la abuelita transmite su legado a esta 
nueva familia que van a formar. “Que Dios me los bendiga” (1975: 122) dice Doña 
Emilia, por lo que este enlace es visto con buenos ojos. Más adelante, la abuelita se 
queja y les dice “¿que ustedes se quieren ir sin comer?” (1975: 123). Como resultado, 
para convencerlos y en su rol de proveedora, Doña Emilia seduce culinariamente a 
Juan Marcos y a Miriam por medio de unos pastelillos13, pero sin que “sus juveniles 
invitados participaran de las labores culinarias” (1975: 123).
Este agasajo es necesario, a modo de pseudo-fiesta de bodas, donde se homenajea 
a los novios, algo en lo que habían pensado los enamorados, pero que dada la precaria 
situación económica en la que se encontraban, no iba a ser posible. No obstante, la 
comida que prepara Doña Emilia, junto a Clara, su ayudante, es donde se completa la 
transmisión del patrimonio cultural puertorriqueño como su bendición final. 
El narrador nos cuenta:
La comida no pudo haber estado más deliciosa. Una florida bandeja servía de 
base a un cerro de sabrosos pastelillos, amarillos, tostaditos, repletos de carne 
picada y especias. A los lados de la bandeja, dos fuentes, una repleta de arroz 
“a la puertorriqueña”14 y en la otra unas habichuelas coloradas que hacían la boca 
agua. Y a un ladito, la ensalada de repollo, tomate, rábanos, de la cosecha del día. 
(1975: 123)
Todo lo que aquí se menciona es representativo de la dieta tradicional puertorriqueña, 
en la que no pueden faltar los granos de arroz, que fueron traídos de España, y la 
[ 149 ]
habichuela, originaria de la isla. Además, el plátano maduro, del cual se preparan los 
amarillitos, es una muestra de la herencia cultural africana en la isla. Entonces, este 
mélange culinario dio paso al ideal culinario puertorriqueño, siendo este plato descrito 
anteriormente, el plato típico que se sirve a diario en la mesa puertorriqueña.
Con esta idea en mente, podemos discernir la transmisión de ese bagaje cultural 
puertorriqueño que Doña Emilia entrega a esta pareja por medio de la comida 
como símbolo. Como nos explica el antropólogo gastronómico Sydney Mintz, en 
su libro Tasting Food: Tasting Freedom: “The foods eaten have histories associated 
with the past of those who eat them [...] Its consumption is always conditioned by 
meaning. These meanings are symbolic and communicated symbolically; they also 
have stories” (1996: 7). Lo que aquí propone el antropólogo es muy interesante en 
relación con la cena de Doña Emilia, ya que tal vez ella no puede darles el regalo 
económico para ayudarlos en su unión, pero sí puede proveerles ese cúmulo cultural 
tan importante para una pareja emigrante que quiere iniciar esta nueva vida en un 
lugar distante a su patria. Ese simbolismo de la comida es el de la patria que no 
se debe olvidar, y la cual debemos tener presente y agradecer siempre, ya que nos 
ayudó a convertirnos en quienes somos ahora. Es en este punto donde podemos 
conectar el rol de Doña Emilia como la memoria de la patria ausente que se 
manifiesta a través del discurso gastronómico.
la continuidad dE la 
hErEncia cultural a través 
dE la comida crEa una 
comunidad.
Esta nueva generación de puertorriqueños en Nueva York no tiene por qué 
sentirse desconectada y distanciada de su país, ya que funciona como elemento 
de continuidad identitaria, cultural e histórica. La continuidad de la herencia 
cultural a través de la comida crea una comunidad. Graciela Torres, junto con 
Liliana Madrid y Mirta Santoni, explican que: “El alimento o cocina de un pueblo 
es patrimonio cultural de un pueblo, pese a su intangibilidad” (2004: 59). 
Al mismo tiempo, la condición de emigrante es un poco más fácil de sobrellevar, 
ya que al no estar familiarizado con ese contexto cultural de la vida en Nueva 
York, la presencia de una gastronomía boricua le permite acoplarse a la vida en 
este nuevo espacio. 
Precisamente, la comida que los une allí en Manhattan es lo que conserva 
esa idea de puertorriqueñidad, porque se convierte en símbolo patrio. 
Cuando empieza a marcarse la diferencia entre los puertorriqueños de la isla 
versus los puertorriqueños en Nueva York, es el discurso gastronómico lo que 
transciende las barreras geográficas, creando un puente donde ambos grupos 
pueden encontrarse, dejando a un lado las diferencias políticas, sociales y 
económicas que los separan. La representación de la identidad puertorriqueña 
a través de la comida trasciende las construcciones políticas de otros símbolos 
patrios como la bandera y el himno15, que en algunas ocasiones no expresan la 
pluralidad social e ideológica en la que vive el puertorriqueño. Por eso, 
la representación de la identidad por medio de la comida en la obra de 
[ 150 ]
Cotto-Thorner permite ampliar el imaginario patriótico del puertorriqueño más 
allá del espacio geográfico en el que habita y de la política que lo divide. 
No sólo se trata de la unificación del grupo puertorriqueño a través de la 
comida, sino que, como sugiere Anny-Claire Jaccard en su artículo “Nourriture, 
syncrétisme et acculturation”, “la nourriture apparaît également comme un 
facteur de cohésion interne, permettant de neutraliser – en partie – les impacts 
menaçants de l’acculturation” (1997: 33). La comida sirve como medio de 
resistencia a la cultura americana, por lo que podemos notar que no existe 
una asimilación absoluta de lo puertorriqueño. Por eso es que todavía podemos 
hablar de la presencia de los puertorriqueños en Nueva York, ya que la comida 
también les ha servido como uno de los elementos de unidad para ellos como 
grupo en la metrópoli.
Entonces, la comida es un mecanismo que ha hecho más manejable la dinámica 
cultural entre los puertorriqueños y los neoyorquinos, ya que esta comida boricua 
también representa la presencia de este grupo en la sociedadamericana, a la 
cual han ido adoptando poco a poco. Por eso veremos que muchas personas 
foráneas a lo puertorriqueño se ven atraídos por los diferentes restaurantes donde 
se preparan estos manjares boricuas, lo cual les sirve como una oportunidad 
para saborear la experiencia culinaria puertorriqueña. De igual modo, los 
puertorriqueños también se han ido amoldando a la vida americana, así como a 
los otros grupos étnicos y culturales presentes en Nueva York, y de los cuales 
han podido enriquecerse en el proceso de compartir y modificar recetas sin que 
éstas desaparezcan o se pierdan del todo. Consecuentemente, no sólo participan 
del mismo espacio físico, sino también de las tradiciones gastronómicas que cada 
grupo étnico trae consigo y que logra enlazar a las culturas más allá de su historia 
y de su lugar de origen.
Después de haber analizado el significado del discurso gastronómico en 
Trópico en Manhattan, podemos darnos cuenta de que el uso de la comida 
en la novela nos guía paralelamente en el desarrollo psicológico y emocional 
de los personajes en la narración. En la obra de Cotto-Thorner, uno de los 
aspectos de la comida como símbolo es que lo gastronómico representa el 
pasado, la historia o la memoria de un pueblo, que en este caso se refiere a 
lo puertorriqueño. La representación de la cultura boricua por medio de la 
comida es importante en lo que se refiere al legado cultural de un pueblo que 
se transmite en lo que consume. 
En este caso es interesante señalar que lo que se cultiva en la tierra 
es representativo de ese espacio. Cuando vemos que estos alimentos se 
muestran como parte de las prácticas del diario vivir de los puertorriqueños 
en Manhattan, vemos que la tradición boricua se mantiene presente pese a 
la distancia geográfica. Además, la comida evoca la realidad de la isla y de esa 
manera se mantienen los lazos con el país de origen, lo que hace que seamos 
puertorriqueños de un lado y del otro, aunque los estilos de vida poco a poco se 
hayan ido transformando con el paso del tiempo.
Puerto Rico, un país que ha vivido marcado por una realidad post-colonial que 
es el resultado de la relación política con los Estados Unidos, logra mantener ese 
colectivo de valores representativos de la esencia puertorriqueña a través de un 
elemento esencial de la vida diaria: la comida. Como nos explica Cruz Miguel Ortiz 
Cuadra en su libro Puerto Rico en la olla: ¿somos aún lo que comimos?
[ 151 ]
A lo largo de la historia han habido ciertos rasgos que se mantuvieron constantes, 
coherentes, y que la mayoría de la población vino a experimentar con cierta 
uniformidad, los cuales ayudaron a conformar la noción de permanencia que 
es la piedra angular en el nuevo deseo de definir a la comida y a la cocina como 
puertorriqueños. (2006: 322)
Al hacer el análisis literario de esta novela de Cotto-Thorner, vemos que la comida 
es definitivamente el cimiento que mantiene la unidad de esto que llamamos 
puertorriqueño, que se representa a través de este discurso gastronómico. 
Paralelamente, la representación de la identidad puertorriqueña por medio de 
lo culinario también nos habla de la complejidad de la historia de este pueblo 
caribeño y su paso en el tiempo, junto a las diversas influencias de otras culturas 
que fueron formando la conciencia puertorriqueña. Esto logra trascender el 
aislamiento del individuo, por lo que se incorpora a este colectivo que encuentra 
en la comida este punto de encuentro que le sirve de guía y apoyo en su proceso 
y desarrollo histórico de adaptarse a nuevos espacios de la diáspora, al mismo 
tiempo que sirve como instrumento para la valoración cultural y de contacto con 
los orígenes de su pasado cultural.
Para cerrar este análisis sobre Trópico en Manhattan, nos referiremos a las palabras 
del teórico post-colonial Franz Fannon, quien nos dice que “The claim to a national 
culture in the past does not only rehabilitate that nation and serves as a justification 
for the hope of a future national culture” (1995: 154) sino que se convierte en el enlace 
que permite mantener una continuidad representada y que se materializa a través de 
la comida como discurso. Y como analizamos en esta novela, la comida representa la 
memoria de este pueblo puertorriqueño que se afianza en las prácticas de su cocina 
como parte de esa cultura nacional que lo representa y lo une, pese a la separación 
geográfica que lo separa, que resulta de la emigración de los puertorriqueños. Esta 
memoria sigue presente y se proyecta en el futuro cuando retomamos los versos de 
Sandra María Estévez y su deseo de cosechar esa mítica caña de azúcar en la ciudad 
de Nueva York. Esto es una remembranza de uno de los aspectos de lo que significa 
ser puertorriqueño, dentro y fuera de la isla, y que queda perpetuado a través de la 
comida como metáfora.
[ 152 ]
n o t e s
1 Notamos que la poeta nuyorrican (Estevez 1974: 133) intenta recrear el paisaje 
caribeño re-contextualizado en el espacio del ghetto. Por eso destaca el azúcar y las 
frutas como elementos distintivos de la cultura del Caribe. Al mismo tiempo, sugiere 
lo fructífero del lugar, ya que se refiere a este como uno místico, lo cual tomamos con 
cierta ironía, ya que sabemos que estos productos se dan dentro de un espacio geográfico 
templado, que no es Nueva York. Posteriormente, esto se traduce como la situación del 
puertorriqueño fuera de la isla como un producto exótico y de difícil adaptación, el cual 
necesita crear un espacio que le permita cosechar la patria lejos de su país.
2 Es un vocablo del spanglish. Se refiere a múltiples ciudades de “New York”, como 
un espacio generalizado, pero que en realidad se relaciona con los diferentes puntos en 
los Estados Unidos a los que emigraron los puertorriqueños. Esto también implica un 
espacio geográfico fuera y lejano de la isla.
3 Es importante recalcar que existen múltiples muestras literarias puertorriqueñas 
(anteriores y posteriores a este texto) en las que la gastronomía sirve como medio para 
la representación de la identidad. En este caso, nos enfocaremos en la novela de Cotto-
Thorner no como un texto aislado, sino como una muestra de un momento específico en 
la literatura puertorriqueña.
4 Es importante señalar que la referencia bibliográfica sobre Cotto-Thorner y su obra 
es muy limitada. 
5 Cabe señalar que esta cita de Cotto-Thorner es representativa de la realidad 
sinestética que produce la presencia de la comida, ya que se habla de una combinación de 
lo olfativo con lo auditivo, con el propósito de amplificar esa experiencia gastronómica y 
a su vez, el recuerdo de la patria ausente.
6 Este documental explora los motivos que nos llevan a considerar cualquier comida 
como “comfort food” cuando específicamente: “transports us back home, because it is a 
way to stay in touch with home”.
7 Este aguinaldo puertorriqueño se canta típicamente durante las fiestas de Navidad. 
También es representativo de la conexión entre comida y cultura. La estrofa dice: 
Si me dan pasteles, 
dénmelos calientes
Que pasteles fríos 
empachan la gente.
Esto es representativo de la música tradicional de la isla y de estas festividades.
8 Este personaje es antagonista de Antonio, el esposo de Finí. Lencho estaba 
enamorado de Finí, al mismo tiempo que Antonio la pretendía. Ambas figuras masculinas 
se ven envueltas en una disputa verbal y física que termina con Lencho preso en una 
cárcel en Puerto Rico y Antonio y Finí, casados y viviendo lejos, en Nueva York.
9 La bolita es un juego ilegal, que consiste en apostar dinero a números en decenas y 
centenas, que cuando se parea con los terminales de los números oficiales de la lotería, 
se gana el juego. El bolitero es quien lleva la banca, donde se mantiene el registro de los 
números y los jugadores. El juego de la bolita es una práctica ilegal, pero deja mucho dinero, 
ya que el bolitero se queda con una parte del premio, y a veces, ni paga. De allí que se dice 
“juegue legal y cobre seguro”. Esta es laforma de subsistencia del personaje de Yeyo.
10 Los pasteles se hacen a base de guineos verdes molidos, a los cuales se le añade el 
achiote para dar un color rojizo a la masa. Luego, se sirve la masa en una hoja de guineo, 
donde se rellena con la carne de cerdo guisada. Después, se envuelve la masa con la carne 
en la hoja de guineo y se amarra con hilo. Esto se pone a hervir por una hora, y luego se 
come solo o con arroz con gandules y pan. 
[ 153 ]
11 Cabe señalar que anterior a la llegada de Finí a la casa, esta viene pensando en la 
comida que va a preparar para la familia. Cotto-Thorner (1975: 69) explica que Finí se 
dice a sí misma: “Abriré un par de latas y les diré que lo siento mucho [...] mientras le 
daba un vistazo al buzón para cerciorarse si había alguna carta, percibió un olor a comida 
criolla muy delicioso y sintió un poquito de remordimiento al pensar que mientras 
otros iban a satisfacerse sabrosos platos, su familia tendría que conformarse con alguna 
‘melcocha’ enlatada”.
 Es interesante pensar en cómo los roles tradicionales de la mujer van cambiando con 
la necesidad de ajustarse a las realidades económicas que las llevan a salir de la casa. De este 
modo, Finí se ha convertido en una proveedora, razón por la cual al llegar a los Estados 
Unidos, vemos que no se trata de la ama de casa tradicional, por lo que ese remordimiento 
es representativo de una culpa por no poder llevar a cabalidad este rol en la casa, como 
esperado socialmente al ser mujer. Igualmente, el hecho de que salga a relucir esa ‘melcocha 
enlatada’ nos muestra cómo las demandas del mundo modernizado van cambiando los 
roles y las tradiciones en la familia, resultando así en la reducción de tiempo en los procesos 
alimenticios, a través de la substitución de la comida tradicional por un producto enlatado, 
que con el tiempo se representa a través de las comidas congeladas que se consumen 
frente al televisor. Finalmente, esto nos muestra la despersonalización de la sociedad y del 
individuo modernizado a través del consumo de la comida en latas, lo que se manifiesta 
como una amenaza de perder la identidad, al ser substituida por un producto genérico.
12 Las cursivas son mías. La entrega de comida como ofrenda nos recuerda al primer 
encuentro entre los indígenas y Colón, como descrito en el diario. Además, esto muestra 
el simbolismo del regalo como un medio para aliviar las tensiones entre dos bandos en 
conflicto, en este caso Antonio y Lencho.
13 Este postre se hace del hojaldre que se corta en cuadros y se rellena, 
tradicionalmente, de la pasta de guayaba o con queso. Luego, se hornea y se sirve 
espolvoreado de azúcar blanca. En este caso, el autor se refiere a los que se hacen rellenos 
de carne, y en los cuales se omite el azúcar como ingrediente.
14 Se refiere al arroz blanco hervido en el caldero.
15 En Puerto Rico existen varios dilemas en relación al uso de la bandera y el himno. 
En el caso de la bandera, fue creada a finales del siglo XIX (1894) en Nueva York por 
Francisco González Marín. Al principio, la monoestrellada era vista como símbolo que 
abogaba por la autonomía de la isla, además de un reconocimiento como país, aunque 
su uso como símbolo patrio fue perseguido y castigado como acto subversivo. En 1952, 
con la creación del Estado Libre Asociado, la bandera pasó a ser izada a la misma altura 
y a la izquierda de la bandera de los Estados Unidos, simbolizando la aparente equidad 
política entre ambos países. Sin embargo, el uso de la bandera por sí sola se considera 
todavía como un acto irreverente, ya que se relaciona con la ideología nacionalista e 
independentista para la isla, por lo que su significado ha sido polarizado políticamente. 
De otra parte, el dilema con el himno tiene una historia similar, ya que existen dos 
versiones líricas del mismo. La composición musical de “La Borinqueña”, una danza, fue 
escrita por Félix Astol Artés en el año 1867. Posteriormente, la poeta sangermeña Lola 
Rodríguez de Tió escribió la letra revolucionaria que luego fue sustituida por la versión 
que se usa actualmente, la cual fue escrita por Manuel Fernández Juncos en 1898. Al igual 
que con la controversia de la bandera, cuando la gente sustituye la letra con la versión 
revolucionaria, el himno presenta una posición política que divide en vez de unificar. 
Por esto, el uso de la comida como símbolo de identidad puertorriqueña en la novela 
trasciende lo político, y le permite unificar a esta comunidad boricua en Nueva York.
[ 154 ]
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[ 155 ]

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