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Centro Journal ISSN: 1538-6279 centro-journal@hunter.cuny.edu The City University of New York Estados Unidos Ortiz, María Inés La comida que nos une y la geografía que nos separa: El discurso gastronómico símbolo de la identidad puertorriqueña en Trópico en Manhatt an de Guillermo Cotto-Thorner Centro Journal, vol. XXI, núm. 1, 2009, pp. 139-155 The City University of New York New York, Estados Unidos Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=37721248007 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto http://www.redalyc.org/revista.oa?id=377 http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=37721248007 http://www.redalyc.org/comocitar.oa?id=37721248007 http://www.redalyc.org/fasciculo.oa?id=377&numero=21248 http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=37721248007 http://www.redalyc.org/revista.oa?id=377 http://www.redalyc.org La comida que nos une y La geografía que nos separa: El discurso gastronómico símbolo dE la idEntidad puErtorriquEña En Trópico en ManhaTTan dE guillErmo cotto-thornEr María Inés OrtIz CENTRO Journal 7 Volume xx1 Number 1 spring 2009 [ 139 ] This article analyzes Guillermo Cotto-Thorner’s Caribbean migration novel, Trópico en Manhattan (Manhattan Tropics, 1975), specifically, the use of Puerto Rican gastronomy as an investigative mechanism for identity negotiation in the process of United States immigration. Gastronomy tran- scends geografic, linguistic, political, and social limits to become a symbol that unites Puerto Ricans living outside the island. At the same time, it turns into an instrument of cultural heritage for future generations. [Key words: Caribbean migration novel, gastronomy, identity negotiation, cultural heritage, diaspora, geography, anthropology] abstract Con una frase tan sencilla como esta se crea una realidad dual, un espacio dividido en el que los puertorriqueños de aquí, de la isla, se distinguen y se separan de los de allá, de Los Niuyores2, y viceversa. Aunque hablemos de los boricuas en general, esta fragmentación de la realidad puertorriqueña marca otra ruptura dentro del espacio cultural e ideológico de esta sociedad, que tiene como consecuencia la creación de un Otro al que se mira a distancia. Esto se suma al bagaje histórico que fue tejiendo y modificando las complejas raíces de un pueblo: lo indio, lo español, lo negro, fusionados ahora en este ser puertorriqueño, que durante los últimos quinientos años luchó por convertirse en uno, y que a partir de 1898, nuevamente se fraccionó, como resultado de la invasión e imponente presencia de los Estados Unidos en la isla. Consecuentemente, este nuevo entorno fue creando un antagonismo ideológico entre los puertorriqueños, dado por la división geográfico-espacial en la que se encontraban los boricuas. Sin embargo, un elemento crucial que ha supuesto un lazo simbólico entre ambos puertorriqueños, los de aquí y los de allá, es la comida. Pese a que muchos de los ingredientes propios de la gastronomía puertorriqueña no estaban disponibles en el nuevo espacio, la comida que se trae desde la isla, en conjunto con la que se produce en la nueva metrópoli, funciona como un símbolo unificador entre las generaciones de puertorriqueños que se encuentran en este vaivén cultural y geográfico. De este modo, el discurso gastronómico puertorriqueño no sólo ejemplifica la historia del país a través de los diferentes platos que consume, sino que también funciona como el medio para la difusión de la cultura y la identidad de un pueblo, que al encontrarse marginalizado por la cultura dominante estadounidense, busca su propio espacio manifestándose entonces en la experiencia culinaria. Un ejemplo3 de ese proceso de exploración de la vida y usanzas del boricua fuera de la isla y su relación a través del discurso culinario, lo tenemos en Trópico en Manhattan (1951) del escritor puertorriqueño Guillermo Cotto-Thorner4. Esta novela, que puede ser considerada como representativa de la narrativa de diáspora antillana, nos muestra la historia de un grupo de puertorriqueños que ha emigrado y se encuentra viviendo en Manhattan. A lo largo de la narración conoceremos la vida de los personajes a través de su relación con lo culinario. Consecuentemente, la presencia de este discurso gastronómico nos permite adentrarnos en la cotidianeidad de la vida de los puertorriqueños residentes [ 140 ] Los de aquí y Los de aLLá. planting seeds in the night together we reap mystical sugarcane in the ghetto where all the palm trees grow ripe and rich with coconut milk. Sandra María EStEvEz1 fuera de Puerto Rico quienes, pese a las dificultades lingüísticas, económicas y sociales, mantienen un orgullo patrio que se representa a través de la comida. Primeramente, es interesante considerar cómo la comida se convierte en un medio que permite recrear la realidad contextual a la cual se encuentra sujeto cada ser humano, y que en este caso, se traduce al espacio narrativo. El teórico de la gastronomía y la literatura, Gian Paolo Biasin, explica en su texto The Flavors of Modernity, la función que el discurso gastronómico adopta dentro del marco de la narrativa novelesca y explica que “there is the realistic function. It produces verisimilitude of the text by guaranteeing its coherence at the referential level and by intimately linking the literary expression with the pre-textual, historical or sociological level” (Biasin 1993: 11). Como bien señala este teórico, una de las funciones de la representación del discurso gastronómico en el nivel narratológico es la reconstrucción de la cotidianeidad de la que participan los personajes en la novela. Por ende, la utilización de este discurso produce un efecto de verosimilitud a través del cual el lector o la lectora puede aproximarse al texto, y a la realidad que se representa con mayor fidelidad. Asimismo, al representar la realidad, esto nos sirve para explorar cómo la rutina diaria, y en este caso, los diferentes elementos culinarios relacionados a ella, se convierten en los símbolos que unificarán a estos puertorriqueños separados por la realidad geográfica originaria. Durante el desarrollo de la novela, notamos que Cotto-Thorner empieza la narración creando un espacio boricua en el medio de Manhattan. Este lugar guarda paralelismos con Puerto Rico, ya que prevalece el habla popular, la comida y la música de la isla, lo que convierte a esta parte de Manhattan en un espacio cerrado donde predomina la cultura puertorriqueña. A la par de esta metáfora geográfica, la presencia de la comida nos conecta con ese aparte en el que vive el puertorriqueño en Nueva York, por lo que nos permite reconstruir la realidad espacial a la cual se ha circunscrito: El Barrio. De inmediato, el personaje de Juan Marcos, un maestro puertorriqueño recién llegado, se presenta en este espacio, guiado por Antonio, el emigrante experimentado, quien le dice: “Y en la ciudad arriba uptown está el corazón del barrio latino. Allí se alberga, apiñado, en confusión dolorosa, un fragmento del pueblo de Puerto Rico, en medio de la pobreza, y la esperanza” (Cotto-Thorner 1975: 21). Más aún, la entrada a este espacio foráneo se ve transformada por ese elemento de puertorriqueñidad que se ha insertado en Manhattan con el paso del tiempo y con la presencia de los boricuas. Esta aculturación del espacio permite comprender cómo los nuevos emigrados han hecho propio este lugar, pese a la distancia. Esta re-apropiación del espacio queda confirmada con la llegada de Juan Marcos al apartamento de Antonio y Finí: Olía a Puerto Rico. El arroz con pollo, las habichuelas coloradas, la ensalada de aguacate, las aceitunas regorditas, los tostones,el dulce de guayaba con quesito blanco, y el café prieto unían sus perfumes en una sintonía5 nostálgica de la patria ausente [...] Él, que creía estar tan lejos de Puerto Rico, se encontraba ahora a tantas millas de distancia, de nuevo en un pedazo de su amada tierra. (1975: 22) Esta escena, cargada de platos y bebidas típicas de la isla, convierte el espacio de la cocina en Nueva York en una réplica de la isla. Como explican Bell y Valentine en su libro Consuming Geographies: “Like a language, food articulates notions of inclusion and exclusion, of national pride and xenophobia on our tables and in our lunch [ 141 ] boxes” (1997: 168), por lo que esa unidad patriótica que se produce a través de la comida lo separa del resto de Nueva York. La emoción que provoca en Juan Marcos, quien poco a poco va aprendiendo el ritmo de vida en Manhattan, hace que se le olvide por un momento que ha llegado a un país completamente diferente al suyo, ya que los sabores y olores que se producen en la cocina crean un espejismo borincano en la metrópoli. Al mismo tiempo, la comida atenúa la alienación del personaje llegado a un entorno extraño. Como explica Brinda J. Mehta: “Food fills the void of exile and homelessness in acts of culinary belonging that delineate recognizable mappings of home found in the strong aftertaste of freshwater fish and its pungent seasonings” (2005: 35). La comida se convierte así en un elemento unificador entre los puertorriqueños de ambas partes, y que en el caso de Juan Marcos, se transforma en el elemento crucial para recrear una memoria del país que ha dejado y que le sirve para aferrarse a su nueva vida en Manhattan. Entonces, la ruptura que se provoca con la salida de la isla y la llegada a Manhattan, se alivia en gran manera, gracias a este banquete criollo con el cual es agasajado Juan Marcos, ya que a través de la comida, logra apropiarse de este nuevo espacio sin sentir que se pierde una parte de su ser. La presencia de lo gastronómico permite crear una conexión entre el pasado y el presente, razón por la cual Juan Marcos no aparenta verse afectado por la nueva realidad que le rodea. La comida pasa a ser entonces el medio a través del cual no se pierde la memoria del lugar que se ha dejado atrás. Por el contrario, estos alimentos le permiten aliviar la ansiedad de separación, ya que al mismo tiempo, al tener esta comida, persiste indirectamente su herencia cultural. De igual modo, existe una sensación de comunidad que viene del hecho de compartir esos alimentos con los otros comensales boricuas. Sobre esa comunidad, Simon Choo, en su artículo “Eating Satay Babi: Sensory Perception of Transnational Movement” explica: The strong connections between the senses and memory facilitates the ability of foods to provide for an imagination of place, community, identity and time — a connection to childhood, homeland, reminiscence and nostalgic outpourings — but they also provide a means through which people, who might not have acquired the skills of language, knowledge, history or other cultural competences to connect or reconnect with self and place. (2004: 209) Retomamos la función de la comida dentro del marco narratológico, ya que este primer encuentro culinario también ofrece una introducción al proceso de introspección que llevará a cabo el personaje de Juan Marcos guiado por esa comunidad con quien comparte la cena. De forma similar, esta cena crea un espacio donde la comida se convierte en “comfort food” (The Meaning of Food s.f.)6, que como explica Bunny Crumpacker (2006: 108): “They make us feel better. They make the hurt go away”, y que lo transporta al espacio tan íntimo de su historia personal. Además, el hecho de que Cotto-Thorner dé detalles tan específicos sobre la comida que prepara Finí para la llegada de Juan Marcos añade a la verosimilitud de la que hablaba anteriormente Biasin. Estos platos son representativos de la comida criolla de la isla, lo que por ende, también constituye esa cultura boricua del día a día que no se ha perdido pese a la distancia geográfica. En este nuevo espacio, para Juan Marcos, la comida sirve como un medio que le permite entablar una relación más personal con estos extraños que lo reciben. A su vez, se abre una vía que nos permite experimentar [ 142 ] la añoranza que estos alimentos provocan al protagonista, y que es representativa de la experiencia del inmigrante que encuentra un pedacito de casa en esa comida de su país. De este modo, vemos que este discurso gastronómico crea un microcosmos boricua, donde se transporta la realidad caribeña al contexto de la metrópoli neoyorquina. Así, la bienvenida culinaria a la que está sujeto Juan Marcos tomará otro significado en el transcurso de la novela, ya que más adelante, las comidas en casa de Finí y Juan Marcos tendrán otro propósito. Este primer encuentro culinario de Juan Marcos ya venía marcado con anterioridad por la presencia de don Balta, Vicente y Jesuso, amigos de Juan Marcos, que aprovechaban la ocasión de la cena y al recién llegado Juan Marcos para hablar “sobre las cosas por ‘allá’” (Cotto-Thorner 1975: 28). Además de ser el momento para satisfacer la necesidad biológica de alimentarse, esta cena, que en este caso puede considerarse un banquete, dada la variedad culinaria con que se celebra la llegada de otro boricua, se trasforma en el momento para que la comunidad de puertorriqueños pueda enlazarse a la realidad de la que ha salido Juan Marcos. En otras palabras, la comida tiene una función de comunión, dado el sentimiento de unidad y de patria que lleva al encuentro de estos personajes en la cena. Estos platos son rEprEsEn- tativos dE la comida criolla dE la isla, lo quE por EndE, también constituyE Esa cultura boricua dEl día a día quE no sE ha pErdido pEsE a la distancia gEográfica. En la cita sobre la cena en casa de Finí, donde se degusta el plato de “arroz con pollo” (1975: 22) del que habla Cotto-Thorner, también se hace referencia a productos que pertenecen a la realidad isleña, especialmente el plátano y la guayaba, y que pasan a ser parte del contexto puertorriqueño en Manhattan. Esto provoca que el aquí y el allá se encuentren, razón por la cual Juan Marcos se trasforma en mensajero y representante de la realidad más reciente del puertorriqueño en la isla. Como explica Roland Barthes: “Food brings the memory of the soil into our very contemporary life” (1997: 24). Así esta cena permite a los puertorriqueños emigrados rememorar la isla y su propio pasado, a través de los ingredientes mismos, ya que estos son literalmente representativos de la tierra en donde se cosechan. A su vez, esto implica que al comer estos alimentos, los personajes también consumen su historia y su pasado, por lo que podemos entender que esto es una alegoría a través de la cual se manifiesta un deseo por mantener viva la historia de Puerto Rico dentro de cada emigrante puertorriqueño. Entonces, la comida pasa a ser el detonador del sentimiento de identidad que se resiste a ser absorbido por la cultura dominante americana, al mismo tiempo que se refuerza la condición de emigrante. Pero este significado de lo gastronómico no se limita a este momento, ya que enfrentar este nuevo espacio, fuera del contexto de lo puertorriqueño, puede ser muy [ 143 ] [ 144 ] intenso, y la comida tiene un rol crucial en este aspecto. Más adelante en la novela, podemos ver que, pese al banquete de bienvenida con el que se recibe a Juan Marcos, aparece la emoción por la novedad que es la nieve, la cual provoca en Juan Marcos un aire de aventura y esperanza: Y sin más ni más, salió a la calle. Ya en la acera extendió las manos dejándoselas llenar de nieve, y tratando de descubrir en la semioscuridad las formas elaboradas y simétricas que había visto dibujadas en los libros. (1975: 45) Juan Marcos reacciona curiosa e inocentemente ante la novedad que es la nieve. Esta situación lleva a que elprotagonista reconsidere su nueva situación geográfica, pese a la comodidad que le había provocado el estar en la casa de Antonio y Finí. No obstante, el narrador nos explica más adelante que esta experiencia toma un giro inesperado: Se echó a caminar Madison abajo. Pasando frente a una fondita criolla radicada en un sótano, oyó tocar un aguinaldo puertorriqueño. Se detuvo automáticamente. La nieve seguía cayendo, esta vez, más pesadamente. Hendían el aire frío los acordes que venían de la vellonera que en ese momento tocaba. “Si me dan pasteles, dénmelos calientes”7. El contraste de aquella música norteña y aquellos cantares tropicales le produjo una nostalgia que, a pesar de su gozo por haber visto nieve, ‘al fin’ sintió que se le aguaron los ojos. […] Ya no sentía si estaba despierto o sencillamente soñaba. (1975: 45) Es interesante que, aunque el banquete que tuvo en casa de Finí y Antonio se aproximaba bastante a la experiencia de Puerto Rico en Nueva York, no es hasta que pasa por este espacio culinario que la experiencia sinestética se apodera del personaje y lo lleva a enfrentar finalmente la realidad de estar en un lugar diferente. Así, lo gastronómico, en este caso representado en el espacio de la fonda y en el estribillo de la canción de Navidad, funciona como elemento evocador que lo lleva a confrontar la nostalgia y la confusión de estar en un lugar nuevo. Sin embargo, la falta de sosiego es un sentimiento habitual en el emigrante, ya que debe reubicarse física y espiritualmente en el nuevo espacio. Contrario a Juan Marcos, quien viene con intenciones de superarse y alcanzar el sueño americano, Lencho Ortiz8 tenía otros motivos para venir a Manhattan. Lencho huía de un pasado tormentoso y criminal: “Por un instante, los años en la cárcel parecieron sólo una pesadilla. Ahora, libre de nuevo, se sentía más prisionero que nunca” (1975: 50), razón por la cual llega a Manhattan en busca de una segunda oportunidad para empezar desde cero. Sin embargo, las intenciones de Lencho al llegar a Nueva York cambian cuando se da cuenta de que no puede escapar de su pasado aunque haya una gran distancia entre Puerto Rico y Nueva York. Su amor perdido, Finí, le había reconocido en una de las calles: “¿Sabes Antonio, que me pareció ver esta tarde a Lencho Ortiz en la Ciento Diez y Seis?” (1975: 35) a lo que Antonio responde que a Lencho lo habían matado, a modo de terminar la conversación y quitar esa idea de la mente de su esposa. Este interesante cruce de miradas está destinado a convertirse en algo más que una confrontación con el pasado. Será una casualidad con consecuencias mayores. Fue un tercero, Yeyo el bolitero9, quien le dio la información de Antonio para que Lencho entrara en contacto con Antonio, y así lo ayudara a conseguir trabajo. Lencho le dice: “Es un hombre muy decente. Me dijo que lo fuera a visitar, pero nunca he ido por allá” (Cotto-Thorner 1975: 49). A partir de este momento, Lencho tomará ese pasado [ 145 ] como el motivo para rehacer su futuro, y en este caso, lo gastronómico le servirá como su boleto de entrada. La inesperada llegada de Lencho al apartamento de Antonio y Finí se convirtió en una situación embarazosa, acompañada por el desconcierto: “Antonio se quedó perplejo y mudo. Aquel no podía ser Lencho. Era cierto que no lo había visto en diez años, pero ni aún en treinta podía un hombre cambiar tanto” (Cotto- Thorner 1975: 57). Esa idea de que el tiempo pasa, y que las cosas se quedan en el olvido, se derrumba por completo cuando en medio de la metrópoli, estos dos puertorriqueños terminan juntándose, a pesar de que el tiempo y la distancia los había separado. De buenas a primeras, Lencho aparece en la casa de Antonio con el propósito de conseguir un trabajo, y aunque Antonio tiene sus dudas, lo ayuda gracias a la escena que crea: -Deseo — siguió Lencho con los ojos húmedos, mientras con marcada nerviosidad estrujaba el ala de su viejo sombrero de fieltro — deseo que usted me ayude. — Y luego mirando directamente a Antonio a los ojos, con tono de imploración: — Y que seamos amigos... si se puede. (1975: 58) Por supuesto, Antonio aún dudaba del que fue su enemigo en un momento dado, pero “estaba conmovido” (1975: 58) por la reacción que tuvo Lencho. Así, se aseguró la confianza de Antonio, al mismo tiempo que Lencho intentaba dar un nuevo giro a su vida. A pesar de que Antonio decide ayudar a su antiguo enemigo, es preciso recordar que Lencho aún amaba a Finí. Luego del paso de unos días, Lencho se aprovechó de lo gastronómico para garantizar y sellar su pacto con Antonio, dejando fuera cualquier duda que pudiera haber. Del mismo modo en que la comida había servido para recrear el espacio de Puerto Rico en Nueva York con la llegada de Juan Marcos, en este caso los pasteles10 servirán como un elemento unificador que disuelve la enemistad entre Lencho y Antonio, siendo Finí11 la testigo de este momento: Sentados a la mesa estaban Antonio y Lencho, fumando sendas brevas y contemplando una gran olla donde hervían doce olorosos pasteles. ¿Qué había pasado? ¿Desde cuándo Antonio era cocinero? […] Lencho había traído los pasteles y como estaban fríos los estaban calentando. Él mismo los había puesto en la estufa y los observaba con celo y satisfacción. Era una pequeña ofrenda de gratitud por la generosidad y la confraternidad de Antonio12. (1975: 69) Como hemos identificado anteriormente, la comida es representativa de ese espacio puertorriqueño que une a la comunidad, dentro y fuera de la isla. Como explica Joanne Ikeda en su artículo “Culture, Food and Nutrition in Increasingly Culturally Diverse Societies”: “The offering of food by one person or group to another is generally viewed as a gesture of friendship” (2004: 291). Lencho necesita ganarse la confianza de Antonio, y lo logra al compartir los pasteles. Consecuentemente, este acto le abre las puertas de la casa de Antono y Finí, y simbólicamente también de la comunidad boricua en Nueva York. Sin embargo, las intenciones de Lencho al compartir los pasteles con Antonio y su familia no se limitan a agradecerle por haberle conseguido el trabajo. Sabemos que existe otro motivo que trasciende el deseo de amistad entre ambos personajes. Lencho se vale del discurso gastronómico para estrechar sus vínculos con Antonio, y dejar de ser su enemigo para convertirse en su compadre, su hermano, su familia. Sin embargo, ese pasado paradójico que los une y los separa, todavía estaba presente en la mente de Lencho. Esta comida, que representa la memoria y la patria, es el lazo que irónicamente los une fuera del país. Es interesante que la fraternidad que surge a raíz de compartir estos alimentos se remonta a una práctica representativa de las dinámicas sociales de los puertorriqueños desde hace varios siglos. Como explica Fray Iñigo Abbad y Lasierra (1898: 405) en el siglo XVIII, sobre el compadraje: La circunstancia de compadres entre estos isleños es un vínculo muy estrecho. Para un compadre nada hay reservado, goza de toda satisfaccion y de entera libertad en las casas de sus compadres, dispone de su amistad y bienes, como de cosa propia. Si un hermano acompaña en la boda, á otro hermano ó hermana, tiene en la pila ó confirmacion á algun hijo suyo, ya no se nombran hermanos; el tratamiento de compadres es siempre preferido como mas cariñoso y expresivo de su íntima amistad. Para Lencho, compartir estos alimentos es un medio para garantizar su proximidad al núcleo familiar de Antonio, al mismo tiempo que trata de justificarse como una persona de confianza. Irónicamente, este compadraje y el hecho de comer “al estilo de Borinquen transplantada” (1975: 69) tiene una doble intención, ya que Lencho aún se interesa por Finí, y al compartir estos alimentos, también comparte sutilmente su deseo de estar con ella. Por eso, cuando Lencho toma control de la cocina, el espacio tradicionalmente dominado por la mujer, eneste caso Finí, igualmente se traduce en ese deseo de Lencho de poseer a la esposa de su amigo. Es intErEsantE quE la fratErnidad quE surgE a raíz dE compartir Estos alimEntos sE rEmonta a una práctica rEprEsEntativa dE las dinámicas socialEs dE los puErtorriquEños dEsdE hacE varios siglos. Esta escena tan sugerente, en la que se pone de manifiesto este triángulo amoroso, ocurre en el espacio de la cocina, al que Biasin (1993: 24) se refiere como “where the flavors and stories are cooked”. Asimismo, la pasión, la venganza, el odio, el deseo, el desamor, la desconfianza, la traición se mezclan para desatar un vuelco emocional en los personajes, que impulsan el movimiento de la narración en la novela. No obstante, Lencho no puede olvidar que esos pasteles no solo lo unen a su nueva familia en Nueva York, sino que lo atan a ese pasado tormentoso que quiere olvidar, pero que pareciera volver y repetirse en su fijación amorosa por Finí. De este modo, Lencho no sólo cocina los pasteles, sino que también [ 146 ] esta imagen tiene un doble significado, ya que en la cocina también se cuecen o se traman cosas a escondidas de la gente, por lo que se sugiere que Lencho está preparando su venganza. Esto queda representado en la escena luego de haber cenado en casa de Finí. Lencho y Antonio se dedican a las labores de limpieza. Algo muy peculiar le sucede a Antonio: “Lencho lavaba y Antonio secaba. Con mucho cuidado Lencho pasó a su amigo la amplia fuente en que habían estado los pasteles; y éste no la supo agarrar bien, y la dejó caer haciéndose pedazos” (1975: 69–70). El hecho de que se rompa la fuente es un augurio del quebranto amoroso entre Antonio y Finí. Esta situación representa la desconfianza que persiste entre Antonio y Lencho, pese a que están colaborando juntos en la limpieza. Así vemos como las pasiones se van calentando e intensificando entre ambos personajes. Cabe señalar que, en medio de estas circunstancias pasionales, Lencho aún desea encontrar esa vida mejor. Cuando vemos que trabaja como “dummy-man [que] consistía en recoger la loza sucia que bajaba del restaurante” (1975: 57), notamos que Lencho mantiene aire de optimismo. Esta segunda oportunidad de una nueva vida ahora se materializaba en este trabajo que Lencho llevaba a cabo en la parte posterior a la cocina. En el ambiente de los empleados de la cocina predominaba un aire boricua: “Lencho iba y venía, haciendo su trabajo, y de vez en cuando, haciendo un chistecito o algún comentario con el que le quedaba más cerca. Le encantaba aquel ambiente criollo: era como un oasis en medio de aquella ciudad extraña” (1975: 88). Así, la cocina es una metáfora de las dinámicas sociales de Puerto Rico que prevalecen en la burbuja en la que viven los puertorriqueños en la metrópoli. De igual modo, ese oasis como lo llama Cotto-Thorner, también muestra el aislamiento en el que viven los puertorriqueños de esta generación que habían emigrado a los Estados Unidos, representado en la falta de comunicación al no saber hablar inglés. La cocina es una metáfora para esa burbuja en la que se vive atrapado y separado de la sociedad, y de la cual, eventualmente, es necesario salir para encontrarse un camino propio, como lo hacía Juan Marcos. De la misma manera, esta cocina matizada por el ambiente boricua hace que Lencho se remonte a ese pasado que había deseado olvidar: Lencho al fin creyó haber anclado. Al tomar la decisión de cambiar la vida lo había hecho tratando simplemente de olvidar: pero poco a poco fue sintiendo los reptiles de la maldad agitándose de nuevo en el fondo de su consciencia enferma. (1975: 89) Así, el espacio de esa cocina puertorriqueña que le daba tanto confort, era el mismo que poco a poco iba consumiendo a Lencho mientras aumentaba su deseo de venganza. Asimismo, el espacio culinario será donde ocurrirá la transformación de Lencho. Es en este lugar donde Lencho concretiza su plan para separar a Antonio y a Finí. Por eso vemos que Lencho “hervía por dentro. Estaba amargado con la vida entera: tenía rabia con el destino” (1975: 108). Y de allí que ‘cocina’ su plan para separar a esta pareja a través de unas cartas anónimas firmadas por un buen amigo y dirigidas a Antonio, el mismo amigo, su compadre, con quien había compartido su comida, y de quien deseaba compartir algo más que su casa. Al final, el plan no funcionó, ya que los anónimos provocaron la duda y la ira en Antonio, pero sin tener consecuencias mayores en su relación con Finí. Al final de la novela, vemos que Lencho es consumido por un fuego que se produce en la cocina de un apartamento donde vivían hacinados un grupo de puertorriqueños. En su lecho de muerte, Lencho pide hablar con Antonio, [ 147 ] para así poder confesarse: “-Acérquese, Antonio... yo no soy bueno... aquellos anónimos, malditos anónimos... yo mismo los escribí” (1975: 179). Luego de esto, Antonio perdona a Lencho, razón por la cual vemos que prevaleció el compadraje y la amistad sobre la traición. La cocina representa una metáfora de las pasiones que se cuecen y que pueden consumir por completo a cualquiera cuando se vuelven irracionales, como sucedió en el caso de Lencho. Entonces, esto representa que no se puede huir de ese pasado que nos marca por completo. Cuando pensamos en el proceso migratorio, y en la importancia que tiene el pasado, se presenta el dilema de quedarse atrapado en un limbo temporal. Por eso la comida tiene una función crucial en este proceso, ya que es el medio a través del cual se mantiene un sentido de identidad aun lejos de la patria. Como resultado, la comida ayuda a subsanar esa nostalgia que invade al emigrante, mientras que le ayuda a llevar a cabo una transición a este nuevo espacio. Por eso, cuando se trata de suprimir el pasado, este se manifiesta de otros modos. Sin embargo, esta novela de Cotto-Thorner también muestra cómo la comida se convierte en el símbolo del bagaje cultural que trae consigo el emigrante al momento de salir de su país de origen. Retomando el análisis del personaje de Juan Marcos, sabemos que viene decidido a explorar y mejorar su situación, porque según él mismo explica: Soy un humilde maestro de escuela superior. Me gradué hace dos años y pico de la Universidad y luego de enseñar sociología decidí seguir la corriente y venirme para Nueva York. Mi interés principal es estudiar, pero para eso tengo que trabajar primero y economizar algo. (1975: 66) Contrario a Lencho, Juan Marcos no viene huyendo de su pasado, aunque sí había dejado a su ex-novia en la isla. Juan Marcos desea dar un nuevo giro a su vida. Por eso vemos que decide salir a experimentar la nieve y crea una tertulia donde se discute la situación de la isla. Finalmente, Juan Marcos inicia una relación amorosa con Miriam Santos, otra joven puertorriqueña que se encontraba separada de su antiguo compañero, y que vio en Juan Marcos una pareja con quien unir su vida. Estos dos personajes, cuyas historias se intercalan con las de Antonio, Finí y Lencho, habrán de enfrentarse a las dificultades de la vida de inmigrante, la cual se complica cuando ambos se convierten en pareja. Ahora, el pasado de ambos se convierte en un presente compartido. No obstante, y pese al acoso del ex-compañero consensual de Miriam, Juan Marcos logra formalizar su relación. Durante este proceso, la pareja de jóvenes decide bendecir su unión, razón por la cual deciden visitar a Doña Emilia, quien se había convertido en la abuela adoptiva de Miriam en Nueva York. Cotto-Thorner la describe así: “Sesenta y nueve años tenía Doña Emilia, y en sus labios nunca se oscurecía la sonrisa [...] Doña Emilia era una santa: era joven de espíritu porque había santidad en su corazón” (1975: 118–9). El personaje de Doña Emilia tiene un rol crucial al estudiar y tratar de recuperar el valor de la patria ausente, y de por qué mantener viva la herencia cultural por medio de la comida, pese a la distancia. Ella es la abuelaadoptiva de Miriam, quien había dejado a toda su familia en Puerto Rico. En medio de la soledad y de la burbuja en la que se vive en la gran ciudad, Doña Emilia había acogido a Miriam en su seno familiar, como hizo con muchos de los pupilos a los que hospedó y alimentó cuando vivía en la isla. [ 148 ] Lamentablemente, no todos estaban tan agradecidos de sus atenciones como lo estaba Miriam, ya que muchos se habían aprovechado de las buenas intenciones de la ‘abuelita’, y habían vivido de su generosidad. El narrador nos explica que en su hogar se hospedaban estudiantes de distintos orígenes raciales, siguiendo la honrosa tradición de la patria... Pasaron los años. Algunos de los estudiantes pobres se hicieron médicos, otros maestros, otros abogados o comerciantes, o ingenieros o jueces. Y también con el correr de los años todos ellos se olvidaron de la buena señora que los había albergado y alimentado durante sus estudios universitarios. (1975: 121) Es curioso el hecho de que Doña Emilia los alimentara, ya que esto nos trae de vuelta al significado del discurso gastronómico, como representación de la identidad y la cultura puertorriqueña. De aquí se desprende que ella asumía el rol de madre y proveedora para con los pupilos de su hospedaje, a lo que podemos añadir su papel como protectora del patrimonio cultural culinario de los puertorriqueños en Nueva York. El significado de alimentar a sus pupilos no se limita a la satisfacción de una necesidad biológica, ya la relación entre este personaje y la comida nos habla de un vínculo con la memoria, el pasado y la tradición, de los cuales los jóvenes habían olvidado. No obstante, ella no los olvida. El personaje de Doña Emilia representa la conciencia de ese pasado cultural que alimentó a estos profesionales que conducen el país, y que son parte de esta nueva sociedad modernizada. Basándonos en esto, podemos decir que este personaje representa el alma de lo puertorriqueño que prevalece con el paso del tiempo en su manifestación culinaria. Cuando Juan Marcos y Miriam visitan a Doña Emilia para pedirle su bendición, este momento pasa a ser una metáfora donde la abuelita transmite su legado a esta nueva familia que van a formar. “Que Dios me los bendiga” (1975: 122) dice Doña Emilia, por lo que este enlace es visto con buenos ojos. Más adelante, la abuelita se queja y les dice “¿que ustedes se quieren ir sin comer?” (1975: 123). Como resultado, para convencerlos y en su rol de proveedora, Doña Emilia seduce culinariamente a Juan Marcos y a Miriam por medio de unos pastelillos13, pero sin que “sus juveniles invitados participaran de las labores culinarias” (1975: 123). Este agasajo es necesario, a modo de pseudo-fiesta de bodas, donde se homenajea a los novios, algo en lo que habían pensado los enamorados, pero que dada la precaria situación económica en la que se encontraban, no iba a ser posible. No obstante, la comida que prepara Doña Emilia, junto a Clara, su ayudante, es donde se completa la transmisión del patrimonio cultural puertorriqueño como su bendición final. El narrador nos cuenta: La comida no pudo haber estado más deliciosa. Una florida bandeja servía de base a un cerro de sabrosos pastelillos, amarillos, tostaditos, repletos de carne picada y especias. A los lados de la bandeja, dos fuentes, una repleta de arroz “a la puertorriqueña”14 y en la otra unas habichuelas coloradas que hacían la boca agua. Y a un ladito, la ensalada de repollo, tomate, rábanos, de la cosecha del día. (1975: 123) Todo lo que aquí se menciona es representativo de la dieta tradicional puertorriqueña, en la que no pueden faltar los granos de arroz, que fueron traídos de España, y la [ 149 ] habichuela, originaria de la isla. Además, el plátano maduro, del cual se preparan los amarillitos, es una muestra de la herencia cultural africana en la isla. Entonces, este mélange culinario dio paso al ideal culinario puertorriqueño, siendo este plato descrito anteriormente, el plato típico que se sirve a diario en la mesa puertorriqueña. Con esta idea en mente, podemos discernir la transmisión de ese bagaje cultural puertorriqueño que Doña Emilia entrega a esta pareja por medio de la comida como símbolo. Como nos explica el antropólogo gastronómico Sydney Mintz, en su libro Tasting Food: Tasting Freedom: “The foods eaten have histories associated with the past of those who eat them [...] Its consumption is always conditioned by meaning. These meanings are symbolic and communicated symbolically; they also have stories” (1996: 7). Lo que aquí propone el antropólogo es muy interesante en relación con la cena de Doña Emilia, ya que tal vez ella no puede darles el regalo económico para ayudarlos en su unión, pero sí puede proveerles ese cúmulo cultural tan importante para una pareja emigrante que quiere iniciar esta nueva vida en un lugar distante a su patria. Ese simbolismo de la comida es el de la patria que no se debe olvidar, y la cual debemos tener presente y agradecer siempre, ya que nos ayudó a convertirnos en quienes somos ahora. Es en este punto donde podemos conectar el rol de Doña Emilia como la memoria de la patria ausente que se manifiesta a través del discurso gastronómico. la continuidad dE la hErEncia cultural a través dE la comida crEa una comunidad. Esta nueva generación de puertorriqueños en Nueva York no tiene por qué sentirse desconectada y distanciada de su país, ya que funciona como elemento de continuidad identitaria, cultural e histórica. La continuidad de la herencia cultural a través de la comida crea una comunidad. Graciela Torres, junto con Liliana Madrid y Mirta Santoni, explican que: “El alimento o cocina de un pueblo es patrimonio cultural de un pueblo, pese a su intangibilidad” (2004: 59). Al mismo tiempo, la condición de emigrante es un poco más fácil de sobrellevar, ya que al no estar familiarizado con ese contexto cultural de la vida en Nueva York, la presencia de una gastronomía boricua le permite acoplarse a la vida en este nuevo espacio. Precisamente, la comida que los une allí en Manhattan es lo que conserva esa idea de puertorriqueñidad, porque se convierte en símbolo patrio. Cuando empieza a marcarse la diferencia entre los puertorriqueños de la isla versus los puertorriqueños en Nueva York, es el discurso gastronómico lo que transciende las barreras geográficas, creando un puente donde ambos grupos pueden encontrarse, dejando a un lado las diferencias políticas, sociales y económicas que los separan. La representación de la identidad puertorriqueña a través de la comida trasciende las construcciones políticas de otros símbolos patrios como la bandera y el himno15, que en algunas ocasiones no expresan la pluralidad social e ideológica en la que vive el puertorriqueño. Por eso, la representación de la identidad por medio de la comida en la obra de [ 150 ] Cotto-Thorner permite ampliar el imaginario patriótico del puertorriqueño más allá del espacio geográfico en el que habita y de la política que lo divide. No sólo se trata de la unificación del grupo puertorriqueño a través de la comida, sino que, como sugiere Anny-Claire Jaccard en su artículo “Nourriture, syncrétisme et acculturation”, “la nourriture apparaît également comme un facteur de cohésion interne, permettant de neutraliser – en partie – les impacts menaçants de l’acculturation” (1997: 33). La comida sirve como medio de resistencia a la cultura americana, por lo que podemos notar que no existe una asimilación absoluta de lo puertorriqueño. Por eso es que todavía podemos hablar de la presencia de los puertorriqueños en Nueva York, ya que la comida también les ha servido como uno de los elementos de unidad para ellos como grupo en la metrópoli. Entonces, la comida es un mecanismo que ha hecho más manejable la dinámica cultural entre los puertorriqueños y los neoyorquinos, ya que esta comida boricua también representa la presencia de este grupo en la sociedadamericana, a la cual han ido adoptando poco a poco. Por eso veremos que muchas personas foráneas a lo puertorriqueño se ven atraídos por los diferentes restaurantes donde se preparan estos manjares boricuas, lo cual les sirve como una oportunidad para saborear la experiencia culinaria puertorriqueña. De igual modo, los puertorriqueños también se han ido amoldando a la vida americana, así como a los otros grupos étnicos y culturales presentes en Nueva York, y de los cuales han podido enriquecerse en el proceso de compartir y modificar recetas sin que éstas desaparezcan o se pierdan del todo. Consecuentemente, no sólo participan del mismo espacio físico, sino también de las tradiciones gastronómicas que cada grupo étnico trae consigo y que logra enlazar a las culturas más allá de su historia y de su lugar de origen. Después de haber analizado el significado del discurso gastronómico en Trópico en Manhattan, podemos darnos cuenta de que el uso de la comida en la novela nos guía paralelamente en el desarrollo psicológico y emocional de los personajes en la narración. En la obra de Cotto-Thorner, uno de los aspectos de la comida como símbolo es que lo gastronómico representa el pasado, la historia o la memoria de un pueblo, que en este caso se refiere a lo puertorriqueño. La representación de la cultura boricua por medio de la comida es importante en lo que se refiere al legado cultural de un pueblo que se transmite en lo que consume. En este caso es interesante señalar que lo que se cultiva en la tierra es representativo de ese espacio. Cuando vemos que estos alimentos se muestran como parte de las prácticas del diario vivir de los puertorriqueños en Manhattan, vemos que la tradición boricua se mantiene presente pese a la distancia geográfica. Además, la comida evoca la realidad de la isla y de esa manera se mantienen los lazos con el país de origen, lo que hace que seamos puertorriqueños de un lado y del otro, aunque los estilos de vida poco a poco se hayan ido transformando con el paso del tiempo. Puerto Rico, un país que ha vivido marcado por una realidad post-colonial que es el resultado de la relación política con los Estados Unidos, logra mantener ese colectivo de valores representativos de la esencia puertorriqueña a través de un elemento esencial de la vida diaria: la comida. Como nos explica Cruz Miguel Ortiz Cuadra en su libro Puerto Rico en la olla: ¿somos aún lo que comimos? [ 151 ] A lo largo de la historia han habido ciertos rasgos que se mantuvieron constantes, coherentes, y que la mayoría de la población vino a experimentar con cierta uniformidad, los cuales ayudaron a conformar la noción de permanencia que es la piedra angular en el nuevo deseo de definir a la comida y a la cocina como puertorriqueños. (2006: 322) Al hacer el análisis literario de esta novela de Cotto-Thorner, vemos que la comida es definitivamente el cimiento que mantiene la unidad de esto que llamamos puertorriqueño, que se representa a través de este discurso gastronómico. Paralelamente, la representación de la identidad puertorriqueña por medio de lo culinario también nos habla de la complejidad de la historia de este pueblo caribeño y su paso en el tiempo, junto a las diversas influencias de otras culturas que fueron formando la conciencia puertorriqueña. Esto logra trascender el aislamiento del individuo, por lo que se incorpora a este colectivo que encuentra en la comida este punto de encuentro que le sirve de guía y apoyo en su proceso y desarrollo histórico de adaptarse a nuevos espacios de la diáspora, al mismo tiempo que sirve como instrumento para la valoración cultural y de contacto con los orígenes de su pasado cultural. Para cerrar este análisis sobre Trópico en Manhattan, nos referiremos a las palabras del teórico post-colonial Franz Fannon, quien nos dice que “The claim to a national culture in the past does not only rehabilitate that nation and serves as a justification for the hope of a future national culture” (1995: 154) sino que se convierte en el enlace que permite mantener una continuidad representada y que se materializa a través de la comida como discurso. Y como analizamos en esta novela, la comida representa la memoria de este pueblo puertorriqueño que se afianza en las prácticas de su cocina como parte de esa cultura nacional que lo representa y lo une, pese a la separación geográfica que lo separa, que resulta de la emigración de los puertorriqueños. Esta memoria sigue presente y se proyecta en el futuro cuando retomamos los versos de Sandra María Estévez y su deseo de cosechar esa mítica caña de azúcar en la ciudad de Nueva York. Esto es una remembranza de uno de los aspectos de lo que significa ser puertorriqueño, dentro y fuera de la isla, y que queda perpetuado a través de la comida como metáfora. [ 152 ] n o t e s 1 Notamos que la poeta nuyorrican (Estevez 1974: 133) intenta recrear el paisaje caribeño re-contextualizado en el espacio del ghetto. Por eso destaca el azúcar y las frutas como elementos distintivos de la cultura del Caribe. Al mismo tiempo, sugiere lo fructífero del lugar, ya que se refiere a este como uno místico, lo cual tomamos con cierta ironía, ya que sabemos que estos productos se dan dentro de un espacio geográfico templado, que no es Nueva York. Posteriormente, esto se traduce como la situación del puertorriqueño fuera de la isla como un producto exótico y de difícil adaptación, el cual necesita crear un espacio que le permita cosechar la patria lejos de su país. 2 Es un vocablo del spanglish. Se refiere a múltiples ciudades de “New York”, como un espacio generalizado, pero que en realidad se relaciona con los diferentes puntos en los Estados Unidos a los que emigraron los puertorriqueños. Esto también implica un espacio geográfico fuera y lejano de la isla. 3 Es importante recalcar que existen múltiples muestras literarias puertorriqueñas (anteriores y posteriores a este texto) en las que la gastronomía sirve como medio para la representación de la identidad. En este caso, nos enfocaremos en la novela de Cotto- Thorner no como un texto aislado, sino como una muestra de un momento específico en la literatura puertorriqueña. 4 Es importante señalar que la referencia bibliográfica sobre Cotto-Thorner y su obra es muy limitada. 5 Cabe señalar que esta cita de Cotto-Thorner es representativa de la realidad sinestética que produce la presencia de la comida, ya que se habla de una combinación de lo olfativo con lo auditivo, con el propósito de amplificar esa experiencia gastronómica y a su vez, el recuerdo de la patria ausente. 6 Este documental explora los motivos que nos llevan a considerar cualquier comida como “comfort food” cuando específicamente: “transports us back home, because it is a way to stay in touch with home”. 7 Este aguinaldo puertorriqueño se canta típicamente durante las fiestas de Navidad. También es representativo de la conexión entre comida y cultura. La estrofa dice: Si me dan pasteles, dénmelos calientes Que pasteles fríos empachan la gente. Esto es representativo de la música tradicional de la isla y de estas festividades. 8 Este personaje es antagonista de Antonio, el esposo de Finí. Lencho estaba enamorado de Finí, al mismo tiempo que Antonio la pretendía. Ambas figuras masculinas se ven envueltas en una disputa verbal y física que termina con Lencho preso en una cárcel en Puerto Rico y Antonio y Finí, casados y viviendo lejos, en Nueva York. 9 La bolita es un juego ilegal, que consiste en apostar dinero a números en decenas y centenas, que cuando se parea con los terminales de los números oficiales de la lotería, se gana el juego. El bolitero es quien lleva la banca, donde se mantiene el registro de los números y los jugadores. El juego de la bolita es una práctica ilegal, pero deja mucho dinero, ya que el bolitero se queda con una parte del premio, y a veces, ni paga. De allí que se dice “juegue legal y cobre seguro”. Esta es laforma de subsistencia del personaje de Yeyo. 10 Los pasteles se hacen a base de guineos verdes molidos, a los cuales se le añade el achiote para dar un color rojizo a la masa. Luego, se sirve la masa en una hoja de guineo, donde se rellena con la carne de cerdo guisada. Después, se envuelve la masa con la carne en la hoja de guineo y se amarra con hilo. Esto se pone a hervir por una hora, y luego se come solo o con arroz con gandules y pan. [ 153 ] 11 Cabe señalar que anterior a la llegada de Finí a la casa, esta viene pensando en la comida que va a preparar para la familia. Cotto-Thorner (1975: 69) explica que Finí se dice a sí misma: “Abriré un par de latas y les diré que lo siento mucho [...] mientras le daba un vistazo al buzón para cerciorarse si había alguna carta, percibió un olor a comida criolla muy delicioso y sintió un poquito de remordimiento al pensar que mientras otros iban a satisfacerse sabrosos platos, su familia tendría que conformarse con alguna ‘melcocha’ enlatada”. Es interesante pensar en cómo los roles tradicionales de la mujer van cambiando con la necesidad de ajustarse a las realidades económicas que las llevan a salir de la casa. De este modo, Finí se ha convertido en una proveedora, razón por la cual al llegar a los Estados Unidos, vemos que no se trata de la ama de casa tradicional, por lo que ese remordimiento es representativo de una culpa por no poder llevar a cabalidad este rol en la casa, como esperado socialmente al ser mujer. Igualmente, el hecho de que salga a relucir esa ‘melcocha enlatada’ nos muestra cómo las demandas del mundo modernizado van cambiando los roles y las tradiciones en la familia, resultando así en la reducción de tiempo en los procesos alimenticios, a través de la substitución de la comida tradicional por un producto enlatado, que con el tiempo se representa a través de las comidas congeladas que se consumen frente al televisor. Finalmente, esto nos muestra la despersonalización de la sociedad y del individuo modernizado a través del consumo de la comida en latas, lo que se manifiesta como una amenaza de perder la identidad, al ser substituida por un producto genérico. 12 Las cursivas son mías. La entrega de comida como ofrenda nos recuerda al primer encuentro entre los indígenas y Colón, como descrito en el diario. Además, esto muestra el simbolismo del regalo como un medio para aliviar las tensiones entre dos bandos en conflicto, en este caso Antonio y Lencho. 13 Este postre se hace del hojaldre que se corta en cuadros y se rellena, tradicionalmente, de la pasta de guayaba o con queso. Luego, se hornea y se sirve espolvoreado de azúcar blanca. En este caso, el autor se refiere a los que se hacen rellenos de carne, y en los cuales se omite el azúcar como ingrediente. 14 Se refiere al arroz blanco hervido en el caldero. 15 En Puerto Rico existen varios dilemas en relación al uso de la bandera y el himno. En el caso de la bandera, fue creada a finales del siglo XIX (1894) en Nueva York por Francisco González Marín. Al principio, la monoestrellada era vista como símbolo que abogaba por la autonomía de la isla, además de un reconocimiento como país, aunque su uso como símbolo patrio fue perseguido y castigado como acto subversivo. En 1952, con la creación del Estado Libre Asociado, la bandera pasó a ser izada a la misma altura y a la izquierda de la bandera de los Estados Unidos, simbolizando la aparente equidad política entre ambos países. Sin embargo, el uso de la bandera por sí sola se considera todavía como un acto irreverente, ya que se relaciona con la ideología nacionalista e independentista para la isla, por lo que su significado ha sido polarizado políticamente. De otra parte, el dilema con el himno tiene una historia similar, ya que existen dos versiones líricas del mismo. La composición musical de “La Borinqueña”, una danza, fue escrita por Félix Astol Artés en el año 1867. Posteriormente, la poeta sangermeña Lola Rodríguez de Tió escribió la letra revolucionaria que luego fue sustituida por la versión que se usa actualmente, la cual fue escrita por Manuel Fernández Juncos en 1898. Al igual que con la controversia de la bandera, cuando la gente sustituye la letra con la versión revolucionaria, el himno presenta una posición política que divide en vez de unificar. Por esto, el uso de la comida como símbolo de identidad puertorriqueña en la novela trasciende lo político, y le permite unificar a esta comunidad boricua en Nueva York. [ 154 ] o b r a s c i t a d a s : Abbad y Lasierra, Iñigo. 1866. Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto-Rico. Ed. José Julián Acosta y Calbo. Puerto Rico: Imprenta y librería de Acosta. 12 ago. 2006. http://hdl.loc.gov/loc.gdc/lhbpr.06061. Barthes, Roland. 1997. Towards a Psychosociology of Contemporary Food Consumption. En Food and Culture: A Reader, ed. Carole M. Counihan and Penny Van Esterik. 202–08. New York: Routledge. Bell, David and Gill Valentine. 1997. Consuming Geographies: We Are Where We Eat. New York: Routledge. Biasin, Gian Paolo. 1993. Introduction. 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