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Tim_Keller_-_La_Oracion

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Table	of	Contents
Introducción:	¿Por	qué	escribir	un	libro	sobre	la	oración?
Parte	Uno	Deseando	la	oración
Uno	La	necesidad	de	la	oración
Dos	La	grandeza	de	la	oración
Parte	Dos	Entendiendo	la	oración
Tres	¿Qué	es	la	oración?٤
Cuatro	Conversando	con	Dios
Cinco	Encontrando	a	Dios
Parte	Tres	Aprendiendo	sobre	la	oración
Seis	Cartas	sobre	la	oración
Siete	Las	reglas	de	la	oración
Ocho	La	oración	de	las	oraciones
Nueve	Las	piedras	de	toque	de	la	oración
Parte	Cuatro	Profundizando	en	la	oración
Diez	Como	una	conversación:	Al	meditar	en	Su	Palabra
Once	Como	un	encuentro:	Al	buscar	Su	rostro
Parte	Cinco	Orando
Doce	Asombro:	Al	alabar	Su	gloria
Trece	Intimidad:	Al	encontrar	Su	gracia
Catorce	Lucha:	Al	pedir	Su	ayuda
Quince	Práctica:	La	oración	diaria
Apéndice:	Algunos	otros	modelos	para	la	oración	diaria
Reconocimientos
Bibliografía	seleccionada	comentada	sobre	la	oración
Notas
La	oración:	Experimentando	asombro	e	intimidad	con	Dios
Copyright	©	2016	por	Timothy	Keller
Todos	los	derechos	reservados.
Derechos	internacionales	registrados.
B&H	Publishing	Group
Nashville,	TN	37234
Clasificación	Decimal	Dewey:	248
Clasifíquese:	ORACIÓN	/	CRISTIANA
Publicado	originalmente	por	Penguin	Group	con	el	título	Prayer:	Experiencing	Awe	and	Intimacy	with	God	©
2014	por	Timothy	Keller.
Traducción	al	español:	Anabella	Vides	de	Valverde
Ninguna	parte	de	esta	publicación	puede	ser	reproducida	ni	distribuida	de	manera	alguna	ni	por	ningún	medio
electrónico	o	mecánico,	incluidos	el	fotocopiado,	la	grabación	y	cualquier	otro	sistema	de	archivo	y	recuperación
de	datos,	sin	el	consentimiento	escrito	del	autor.
A	menos	que	se	indique	otra	cosa,	las	citas	bíblicas	se	han	tomado	de	La	Santa	Biblia,	Nueva	Versión
Internacional®,	©	1999	por	Biblica®,	Inc.	Usadas	con	permiso.	Todos	los	derechos	reservados.	Las	citas	bíblicas
marcadas	RVR1960	se	tomaron	de	la	versión	Reina-Valera	Revisada	1960,	©	1960	por	Sociedades	Bíblicas	en
América	Latina;	©	renovado	1988	Sociedades	Bíblicas	Unidas.	Usadas	con	permiso.	Las	citas	bíblicas	marcadas
RVR1960	se	tomaron	de	la	versión	Reina-Valera	Revisada	1960,	©	1960	por	Sociedades	Bíblicas	en	América
Latina;	©	renovado	1988	Sociedades	Bíblicas	Unidas.	Usadas	con	permiso.
ISBN:	978-1-4336-4457-3
Impreso	en	EE.	UU.
1	2	3	4	5	*	19	18	17	16
Para	Dick	Kaufmann,
amigo	y	hombre	de	oración
H
Introducción
¿Por	qué	escribir	un	libro	sobre	la	oración?
ace	algunos	años	me	di	cuenta	de	que,	como	pastor,	no	tenía	un	primer	libro	que
ofrecer	 a	 alguien	 que	 quisiera	 entender	 y	 practicar	 la	 oración	 cristiana.	 Esto	 no
significa	 que	 no	 haya	 grandes	 libros	 sobre	 la	 oración.	Muchas	 obras	 escritas	 en	 el
pasado	son	más	acertadas	y	penetrantes	que	cualquier	otra	que	yo	pudiera	producir.	El
mejor	material	sobre	la	oración	ya	ha	sido	escrito.
Sin	embargo,	muchas	de	estas	excelentes	obras	están	escritas	en	un	lenguaje	arcaico
que	resulta	inaccesible	para	la	mayoría	de	los	lectores	contemporáneos.	Además,	esos
textos	tienden	a	tener	ante	todo	un	enfoque	teológico,	devocional	o	práctico,	pero	rara
vez	combinan	lo	teológico,	lo	vivencial	y	lo	metodológico	bajo	una	sola	portada.1	Un
libro	 sobre	 los	 aspectos	 esenciales	 de	 la	 oración	 debería	 tratar	 los	 tres	 aspectos.
Asimismo,	casi	todas	las	obras	clásicas	sobre	la	oración	invierten	bastante	tiempo	en
advertir	 a	 sus	 lectores	 sobre	 prácticas	 espiritualmente	 contraproducentes	 y
perjudiciales	que	se	daban	en	sus	días.	Estas	advertencias	deben	actualizarse	para	los
lectores	de	cada	generación.
¿Dos	clases	de	oración?
Los	autores	que	han	escrito	 recientemente	 sobre	 la	oración	 suelen	 tener	una	de	dos
posiciones	 sobre	 el	 tema.	 La	 mayoría	 enfatiza	 la	 oración	 como	 un	 medio	 de
experimentar	el	amor	de	Dios	y	conocer	la	unidad	con	Él.	Prometen	una	vida	de	paz	y
de	 continuo	 descanso	 en	 Dios.	 Estos	 escritores	 a	 menudo	 ofrecen	 radiantes
testimonios	de	sentirse	constantemente	rodeados	por	la	presencia	divina.	Otros	libros,
sin	embargo,	ven	la	esencia	de	la	oración	no	como	un	descanso	interno,	sino	como	un
clamor	a	Dios	para	que	venga	Su	reino.	A	menudo	se	considera	la	oración	como	un
combate	 de	 lucha	 libre	 y,	 quizás	 por	 lo	 general,	 no	 se	 tiene	 una	 idea	 clara	 de	 la
presencia	 inmediata	 de	Dios.	Un	 libro	 de	 esta	 clase	 es	The	Still	Hour	 [La	 hora	 de
quietud]	por	Austin	Phelps.2	El	autor	parte	de	la	premisa	de	que	sentir	la	ausencia	de
Dios	 es	 la	 norma	 para	 el	 cristiano	 al	 orar	 y	 que	 es	 difícil	 para	 la	 mayoría	 de	 las
personas	experimentar	la	presencia	de	Dios.
Otro	 libro	con	el	mismo	planteamiento	es	The	Struggle	 of	Prayer	 [La	 lucha	de	 la
oración]	por	Donald	G.	Bloesch.	Él	 critica	 lo	que	 llama	«el	misticismo	cristiano».3
Rechaza	 la	 enseñanza	 que	 afirma	 que	 el	 objetivo	 primordial	 de	 la	 oración	 es	 la
comunión	personal	con	Dios.	Piensa	que	esto	hace	de	la	oración	un	«fin	egoísta	en	sí
mismo».4	Desde	su	punto	de	vista,	el	objetivo	máximo	de	la	oración	no	es	la	reflexión
sosegada,	sino	la	súplica	ferviente	para	que	se	cumpla	el	reino	de	Dios	en	el	mundo	y
en	 nuestras	 propias	 vidas.	 El	 objetivo	 final	 de	 la	 oración	 es	 «la	 obediencia	 a	 la
voluntad	 de	 Dios,	 no	 la	 contemplación	 de	 Su	 ser».5	 La	 oración	 no	 es
fundamentalmente	un	medio	para	llegar	a	un	estado	interno,	sino	para	conformarse	a
los	propósitos	de	Dios.
¿Cómo	se	explican	estas	dos	posiciones,	que	podríamos	llamar	la	posición	«centrada
en	 la	comunión»	y	 la	posición	«centrada	en	el	 reino»?	Una	explicación	es	que	ellas
reflejan	 la	 experiencia	 real	 de	 las	 personas.	Algunos	 descubren	 que	 son	 insensibles
hacia	Dios	y	que	aun	estar	atentos	por	unos	minutos	durante	la	oración	les	resulta	muy
difícil.	Otros	 experimentan	 con	 regularidad	 un	 sentir	 de	 la	 presencia	 de	Dios.	 Esto
explica	 al	 menos	 en	 parte	 las	 distintas	 posiciones.	 Sin	 embargo,	 las	 diferencias
teológicas	 también	desempeñan	un	papel	en	esto.	Bloesch	argumenta	que	 la	oración
mística	concuerda	más	con	 la	posición	católica	que	enseña	que	 la	gracia	de	Dios	se
infunde	de	manera	directa	en	nosotros	mediante	el	bautismo	y	la	misa,	y	menos	con	la
creencia	protestante	que	enseña	que	somos	salvos	mediante	la	fe	en	la	promesa	de	la
palabra	del	evangelio	de	Dios.6
¿Cuál	de	estas	posiciones	es	la	mejor?	¿La	adoración	reposada	o	la	súplica	resuelta?
Esta	 pregunta	 da	 por	 sentado	 que	 la	 respuesta	 es	 una	 de	 las	 dos,	 lo	 cual	 es	 poco
probable.
La	comunión	y	el	reino
En	 busca	 de	 ayuda	 examinaremos	 primero	 el	 libro	 de	 Salmos,	 el	 libro	 sagrado	 de
oración	de	 la	Biblia.	Allí	 vemos	bien	 representadas	 ambas	 experiencias	 de	 oración.
Hay	salmos	como	los	Salmos	27,	63,	84,	131	y	los	«extensos	aleluyas»	de	los	Salmos
146–150	que	describen	la	comunión	llena	de	adoración	con	Dios.	En	el	Salmo	27:4,
David	declara	que	una	cosa	él	le	pide	a	Dios	en	oración,	«contemplar	la	hermosura	del
Señor».	Aunque	David	oró	por	otras	cosas,	él	quiere	decir,	por	lo	menos,	que	nada	es
mejor	que	conocer	la	presencia	de	Dios.	Por	eso	declara:	«Oh	Dios…	Mi	alma	tiene
sed	de	ti…	Te	he	visto	en	el	santuario	y	he	contemplado	tu	poder	y	tu	gloria.	Tu	amor
es	mejor	que	la	vida;	por	eso	mis	labios	te	alabarán»	(Sal.	63:1-3).	Cuando	el	salmista
adora	 a	 Dios	 en	 Su	 presencia,	 expresa:	 «mi	 alma	 quedará	 satisfecha	 como	 de	 un
suculento	banquete…»	(Sal.	63:5).	Esta	es	ciertamente	la	comunión	con	Dios.
Hay,	con	todo,	incluso	más	salmos	de	queja	que	claman	pidiendo	ayuda	o	para	que
Dios	 ejerza	 Su	 poder	 en	 el	 mundo.	 Hay	 también	 desoladas	 expresiones	 sobre	 la
experiencia	 de	 la	 ausencia	 de	 Dios.	 Ciertamente,	 vemos	 aquí	 la	 oración	 como	 una
lucha.	Los	Salmos	10,	13,	39,	42–43	y	88	son	solo	unos	pocos	ejemplos.	El	Salmo	10
comienza	preguntando:	«¿Por	qué,	Señor,	te	mantienes	distante?	¿Por	qué	te	escondes
en	 momentos	 de	 angustia?...».	 De	 pronto	 el	 autor	 clama:	 «¡Levántate,	 Señor!
¡Levanta,	 oh	 Dios,	 tu	 brazo!	 ¡No	 te	 olvides	 de	 los	 indefensos!»	 (Sal.10:12).	 Sin
embargo,	parece	que	casi	hablara	 tanto	consigo	mismo	como	con	el	Señor.	«Pero	tú
ves	 la	 opresión	 y	 la	 violencia,	 las	 tomas	 en	 cuenta	 y	 te	 harás	 cargo	 de	 ellas.	 Las
víctimas	 confían	 en	 ti;	 tú	 eres	 la	 ayuda	 de	 los	 huérfanos»	 (Sal.	 10:14).	 La	 oración
termina	con	el	salmista	que	se	postra	ante	el	tiempo	y	la	sabiduría	de	Dios	en	todos
los	asuntos,	pero	a	la	vez	clama	pidiendo	justicia	sobre	la	tierra.	Este	es	el	combate	de
lucha	libre	con	la	oración	centrada	en	el	reino.	El	Salterio,	entonces,	afirma	tanto	la
oración	que	busca	la	comunión	como	la	que	busca	el	reino.
Además	de	considerar	las	oraciones	reales	de	la	Biblia,	debemos	también	tomar	en
cuenta	 la	 teología	 de	 la	 oración	 en	 la	Escritura,	 es	 decir,	 las	 razones,	 en	Dios	 y	 en
nuestra	naturaleza	creada,	que	permiten	que	los	seres	humanos	oremos.Se	nos	declara
que	 Jesucristo	 se	 presenta	 como	 nuestro	mediador	 de	manera	 que	 nosotros,	 aunque
indignos	en	nosotros	mismos,	podemos	acercarnos	al	trono	de	Dios	y	clamar	para	que
nuestras	 necesidades	 sean	 satisfechas	 (Heb.	 4:14-16;	 7:25).	 También	 se	 nos	 declara
que	Dios	mismo	mora	dentro	de	nosotros	a	 través	del	Espíritu	 (Rom.	8:9-11)	y	nos
asiste	 para	 orar	 (Rom.	 8:26-27),	 así	 que,	 incluso	 ahora,	 por	 la	 fe	 podemos	mirar	 y
contemplar	 la	 gloria	 de	 Cristo	 (2	 Cor.	 3:17-18).	 Por	 lo	 tanto,	 la	 Biblia	 nos	 da
fundamento	 teológico	 tanto	 para	 la	 oración	 centrada	 en	 la	 comunión	 como	 para	 la
oración	centrada	en	el	reino.
Un	poco	de	reflexión	nos	mostrará	que	estas	dos	clases	de	oración	no	son	opuestas	y
ni	 siquiera	 son	 categorías	 distintas.	Adorar	 a	Dios	 es	 una	 actividad	marcada	 por	 la
súplica.	Alabar	a	Dios	es	orar	«Santificado	sea	tu	nombre»,	es	pedirle	que	muestre	al
mundo	Su	gloria	para	que	todos	le	rindan	honor	como	Dios.	Sin	embargo,	así	como	la
adoración	contiene	súplica,	del	mismo	modo,	buscar	el	reino	de	Dios	debe	incluir	orar
para	 conocerlo.	 El	 Westminster	 Shorter	 Catechism	 [Catecismo	 menor	 de
Westminster],	 nos	 señala	 que	 nuestro	 propósito	 es	 «glorificar	 a	Dios	 y	 gozar	 de	Él
para	siempre».	En	esta	conocida	declaración,	vemos	reflejada	la	oración	del	reino	y	la
oración	 de	 la	 comunión.	 Estas	 dos	 acciones,	 glorificar	 a	Dios	 y	 gozar	 de	Dios,	 no
siempre	coinciden	en	esta	vida,	pero	a	la	larga	deben	ser	la	misma	cosa.	Podemos	orar
por	 la	 venida	 del	 reino	 de	Dios,	 pero	 si	 no	 disfrutamos	 inmensamente	 de	Dios	 con
todo	nuestro	ser,	no	lo	estamos	honrando	de	verdad	como	Señor.7
Por	 último,	 cuando	 consultamos	 a	 muchos	 de	 los	 más	 grandes	 escritores	 de	 la
antigüedad,	 como	 Agustín,	 Martín	 Lutero	 y	 Juan	 Calvino,	 vemos	 que	 ellos	 no
pertenecen	 claramente	 a	 ninguna	 de	 estas	 dos	 posturas.8	 Sin	 duda,	 incluso	 el
prominente	 teólogo	 católico	 Hans	 Urs	 von	 Balthasar	 ha	 buscado	 dar	 balance	 a	 la
tradición	 mística	 y	 contemplativa	 de	 la	 oración.	 Advierte	 sobre	 el	 peligro	 de
encerrarse	demasiado	en	uno	mismo:	«La	oración	contemplativa…	ni	puede	ni	debe
ser	autocontemplativa,	sino	[más	bien]	es	considerar	y	escuchar	con	reverencia	a…	la
negación	del	yo,	es	decir,	la	Palabra	de	Dios».9
Pasando	de	la	obligación	al	deleite
Entonces,	 ¿a	 dónde	 nos	 lleva	 esto?	 No	 deberíamos	 crear	 una	 división	 entre	 la
búsqueda	de	la	comunión	personal	con	Dios	y	la	búsqueda	del	avance	de	Su	reino	en
los	corazones	y	en	el	mundo.	Y,	si	se	mantienen	unidas,	entonces	la	comunión	no	será
solo	 un	 conocimiento	místico	 sin	 palabras	 y	 nuestras	 peticiones	 no	 serán	 solo	 una
manera	de	procurar	el	favor	de	Dios	«…	por	sus	muchas	palabras»	(Mat.	6:7).
Este	 libro	mostrará	 que	 la	 oración	 es	 una	 conversación	 y	 un	 encuentro	 con	Dios.
Estos	 dos	 conceptos	 nos	 dan	 una	 definición	 de	 la	 oración	 y	 nos	 proveen	 de	 un
conjunto	de	herramientas	para	profundizar	en	nuestras	vidas	de	oración.	Las	formas
tradicionales	 de	 oración,	 adoración,	 confesión,	 acción	 de	 gracias	 y	 súplica,	 son
prácticas	 concretas	 así	 como	profundas	 vivencias.	Debemos	 conocer	 el	 asombro	 de
alabar	Su	gloria,	 la	 intimidad	de	 encontrar	Su	gracia	 y	 la	 lucha	de	 pedir	Su	 ayuda;
todo	 esto	 nos	 lleva	 a	 conocer	 la	 realidad	 espiritual	 de	 Su	 presencia.	 La	 oración,
entonces,	 es	 asombro	 e	 intimidad,	 lucha	 y	 realidad.	 No	 todos	 estos	 componentes
estarán	 presentes	 cada	 vez	 que	 oremos,	 pero	 cada	 uno	 debería	 ser	 un	 elemento
importante	de	nuestra	oración	a	lo	largo	de	nuestras	vidas.
En	su	libro	sobre	la	oración,	J.	I.	Packer	y	Carolyn	Nystrom	ponen	un	subtítulo	que
resume	todo	esto	de	buena	manera.	La	oración	es	«Encontrar	nuestro	camino	pasando
de	la	obligación	al	deleite».	Esta	es	la	travesía	de	la	oración.
PARTE	UNO
DESEANDO	LA	ORACIÓN
D
UNO
La	necesidad	de	la	oración
«No	lo	lograremos»
urante	la	segunda	mitad	de	mi	vida	adulta,	descubrí	la	oración.	Tuve	que	hacerlo.
En	el	otoño	de	1999,	dictaba	un	curso	sobre	el	libro	de	Salmos.	Se	hizo	evidente
para	mí	 que	 no	 estaba	 llegando	 al	 fondo	 de	 lo	 que	 la	 Biblia	 manda	 y	 promete	 en
relación	con	la	oración.	Luego	vinieron	las	semanas	sombrías	en	Nueva	York	después
del	 11	 de	 septiembre,	 cuando	 toda	 nuestra	 ciudad	 se	 hundió	 en	 una	 especie	 de
depresión	clínica	colectiva,	aun	cuando	se	recobró	de	tal	impacto.	Para	mi	familia	la
oscuridad	 se	 intensificó	 porque	 mi	 esposa,	 Kathy,	 luchaba	 con	 los	 efectos	 de	 la
enfermedad	de	Crohn.	Y	para	acabar,	se	me	diagnosticó	cáncer	en	la	tiroides.
En	cierto	momento,	en	medio	de	todo	esto,	mi	esposa	me	pidió	que	hiciéramos	algo
que	 nunca	 habíamos	 logrado	 hacer	 porque	 no	 habíamos	 tenido	 la	 disciplina	 para
hacerlo	de	manera	regular.	Me	pidió	que	orara	con	ella	cada	noche.	Cada	noche.	Usó
una	 ilustración	 que	 cristalizaba	 perfectamente	 sus	 sentimientos.	 Según	 recordamos,
expresó	algo	como	esto:
Imagínate	 que	 te	 diagnostican	 con	 una	 enfermedad	 letal,	 que	 el	 doctor	 te	 ha
dicho	 que	 morirás	 dentro	 de	 unas	 horas	 a	 menos	 que	 tomes	 una	 medicina
determinada,	una	píldora	cada	noche	antes	de	irte	a	dormir.	Imagínate	que	se	te
informó	 que	 nunca	 podrías	 dejar	 de	 tomarla	 o	morirías.	 ¿Olvidarías	 tomarla?
¿Dejarías	 de	 tomarla	 algunas	 noches?	 No.	 Sería	 tan	 importante	 que	 no	 lo
olvidarías.	 Bien,	 si	 nosotros	 no	 oramos	 juntos	 a	 Dios,	 no	 vamos	 a	 lograrlo
debido	 a	 todo	 lo	 que	 tenemos	 que	 enfrentar.	 Te	 aseguro	 que	 yo	 no	 podré
lograrlo.	Tenemos	que	orar;	simplemente	no	podemos	descuidarnos	en	esto.
Quizás	fue	el	poder	de	esta	ilustración,	quizás	fue	el	momento	preciso,	quizás	fue	el
Espíritu	de	Dios.	O	bien,	lo	más	probable	es	que	haya	sido	el	Espíritu	de	Dios	que	usó
el	momento	y	la	claridad	de	la	metáfora.	Ambos	nos	dimos	cuenta	de	la	gravedad	del
asunto	 y	 admitimos	 que	 cualquier	 cosa	 que	 fuera	 de	 verdad	 una	 necesidad	 no
negociable	 era	 algo	 que	 podríamos	 hacer.	 Esto	 ocurrió	 hace	 más	 de	 doce	 años,	 y
Kathy	 y	 yo	 no	 podemos	 recordar	 haber	 perdido	 una	 sola	 noche	 de	 oración	 juntos,
aunque	 fuera	 por	 teléfono,	 incluso	 cuando	 hemos	 estado	 separados	 en	 diferentes
hemisferios.
El	 estremecedor	 desafío,	 junto	 con	mi	 creciente	 convicción	 de	 que	 no	 entendía	 la
oración,	 me	 llevó	 a	 una	 búsqueda.	 Yo	 quería	 una	 mejor	 vida	 personal	 de	 oración.
Entonces	 comencé	 a	 leer	mucho	 sobre	 la	 oración	y	 a	 experimentar	 en	 ella.	Cuando
miré	alrededor,	me	di	cuenta	de	que	no	estaba	solo.
«¿Puede	alguien	enseñarme	a	orar?»
Cuando	Flan	Nery	O´Connor,	la	famosa	escritora	del	sur	de	Estados	Unidos,	tenía	20
años	 y	 estudiaba	 en	 Iowa	 sobre	 el	 arte	 de	 escribir,	 buscó	 profundizar	 su	 vida	 de
oración.	Tuvo	que	hacerlo.
En	 1946	 comenzó	 a	 llevar	 un	 diario	 de	 oración	 escrito	 a	mano.	 En	 él,	 O´Connor
describe	sus	luchas	por	ser	una	gran	escritora.	«Yo	quiero	mucho	triunfar	en	el	mundo
con	lo	que	quiero	hacer…	Estoy	tan	desilusionada	con	mi	trabajo…	La	mediocridades	 una	 dura	 palabra	 para	 aplicársela	 a	 uno	mismo…	 pero	 es	 imposible	 no	 hacerlo
conmigo…	No	tengo	nada	de	lo	cual	sentirme	orgullosa.	Soy	insensata,	tan	insensata
como	 las	 personas	 a	 las	 cuales	 ridiculizo».	 Esta	 clase	 de	 declaraciones	 pueden
encontrarse	 en	 el	 diario	 de	 cualquier	 aspirante	 a	 artista,	 pero	 O´Connor	 hizo	 algo
diferente	con	estos	sentimientos.	Ella	los	puso	en	oración	y	siguió	el	antiguo	ejemplo
de	los	salmistas	en	el	Antiguo	Testamento,	quienes	no	solo	identificaron,	expresaron	y
dieron	 rienda	 suelta	 a	 sus	 sentimientos,	 sino	 que	 además	 los	 procesaron	 con	 total
honestidad	en	la	presencia	de	Dios.	O´Connor	escribió:
…	el	 esfuerzo	 en	 este	 arte,	más	 que	 pensar	 en	Ti	 y	 sentirme	 inspirada	 con	 el
amor	que	desearía	 tener.	Querido	Dios,	no	puedo	amarte	de	 la	manera	en	que
quisiera.	Tú	eres	la	aparición	delgada	de	la	 luna	creciente	que	veo	y	yo	soy	la
sombra	de	la	tierra	que	me	impide	ver	toda	la	luna…	lo	que	me	asusta,	querido
Dios,	es	que	mi	propia	sombra	se	haga	tan	grande	que	tape	toda	la	 luna	y	que
me	 juzgue	 a	mí	misma	 por	 la	 sombra	 que	 no	 es	 nada.	 No	 te	 conozco,	 Dios,
porque	estoy	en	el	camino.	Por	favor	ayúdame	a	hacerme	a	un	lado.10
Aquí	O´Connor	 reconoce	 lo	 que	Agustín	 vio	 con	 claridad	 en	 su	 propio	 diario	 de
oración,	las	Confesiones:	vivir	bien	depende	del	reordenamiento	de	nuestros	afectos.
Amar	nuestro	éxito	más	que	a	Dios	y	a	nuestro	prójimo	endurece	el	corazón,	nos	hace
menos	capaces	de	sentir.	Lo	que,	irónicamente,	nos	hace	artistas	mediocres.	Por	eso,
debido	 a	 que	 O´Connor	 era	 una	 escritora	 con	 dones	 extraordinarios	 quien	 podía
convertirse	 en	 alguien	 arrogante	 y	 egocéntrica,	 su	 única	 esperanza	 estaba	 en	 la
constante	 reorientación	 de	 su	 alma	 a	 través	 de	 la	 oración.	 «Oh	 Dios,	 ayúdame	 a
aclarar	mi	mente.	Ayúdame	a	limpiarla…	Te	suplico	que	me	ayudes	para	escudriñar
las	cosas	y	encontrarte	donde	Tú	estás».11
O´Connor	 reflexionó	 sobre	 la	 disciplina	 de	 escribir	 sus	 oraciones	 en	 un	 diario.
Reconoció	el	problema	de	la	forma.	«He	decidido	que	esto	[el	diario]	no	es	como	un
medio	directo	de	oración.	Además,	la	oración	no	es	algo	premeditado	como	esto;	es
espontánea	y	esto	es	demasiado	lento	para	la	espontaneidad».12	Por	otro	lado,	existía
el	peligro	de	que	lo	que	ella	estaba	escribiendo	no	fuera	realmente	una	oración,	sino
un	 desahogo.	 «Yo…	 quiero	 que	 sea…	 algo	 para	 alabar	 a	 Dios.	 Es	 quizás	 más
probablemente	algo	terapéutico…	con	el	elemento	de	subrayar	sus	pensamientos».13
Sin	embargo,	ella	pensaba	que	el	diario	la	ayudaba	de	esta	forma:	«He	comenzado
una	nueva	etapa	en	mi	vida	espiritual…	librarme	de	ciertos	hábitos	de	adolescente	y
hábitos	de	 la	mente.	No	hace	 falta	mucho	para	darnos	 cuenta	de	qué	 tontos	 somos,
pero	lo	poco	que	toma	tarda	en	llegar.	Descubro	lo	absurda	que	soy	poco	a	poco».14	O
´Connor	 aprendió	 que	 la	 oración	 no	 es	 solo	 la	 exploración	 solitaria	 de	 tu	 propia
subjetividad.	Tú	estás	con	Otro,	y	Él	es	único.	Dios	es	la	única	persona	a	la	cual	no	le
puedes	 ocultar	 nada.	Ante	Él,	 llegarás	 inevitablemente	 a	 verte	 a	 ti	mismo	bajo	 una
nueva	y	única	perspectiva.	La	oración,	por	lo	tanto,	lleva	a	un	conocimiento	sobre	uno
mismo	que	es	imposible	lograr	de	otra	manera.
La	esencia	en	el	diario	de	O´Connor	era	 su	 simple	deseo	de	aprender	de	verdad	a
orar.	Ella	conocía	de	manera	intuitiva	que	la	oración	era	la	clave	para	todo	lo	demás
que	necesitaba	hacer	y	ser	en	la	vida.	No	estaba	contenta	con	las	prácticas	religiosas
superficiales	 de	 su	 pasado.	 «No	 pretendo	 negar	 las	 oraciones	 tradicionales	 que	 he
pronunciado	 durante	 toda	 mi	 vida;	 pero	 las	 he	 estado	 pronunciando	 y	 no	 las	 he
sentido.	Mi	atención	es	fugaz.	En	esta	forma,	la	mantengo	en	todo	momento.	Siento	la
calidez	del	amor	que	late	dentro	de	mí	cuando	pienso	y	escribo	esto	para	Ti.	Por	favor,
no	permitas	que	 las	explicaciones	de	 los	psicólogos	 lo	conviertan	de	pronto	en	algo
frío».15
Al	final	de	una	anotación,	ella	solo	 lanza	el	desafío:	«¿Puede	alguien	enseñarme	a
orar?».16	Millones	de	personas	hoy	están	haciendo	la	misma	pregunta.	Hay	un	sentir
sobre	la	necesidad	de	orar;	nosotros	debemos	orar.	Pero	¿cómo?
Un	panorama	confuso
En	 la	 sociedad	 occidental	 ha	 ido	 creciendo	 el	 interés	 por	 la	 espiritualidad,	 la
meditación	y	la	contemplación	que	comenzó	una	generación	atrás,	quizás	i-naugurado
por	el	 interés	de	 los	Beatles	en	 las	formas	de	meditación	oriental,	 lo	que	se	divulgó
ampliamente,	y	alimentado	por	el	debilitamiento	de	la	religión	institucional.	Cada	vez
son	menos	las	personas	que	conocen	la	rutina	de	los	servicios	religiosos	regulares;	sin
embargo,	permanece	un	deseo	espiritual.	Hoy,	nadie	parpadea	al	 leer	 en	un	artículo
del	New	York	Times	que	Robert	Hammond,	uno	de	los	fundadores	del	parque	urbano
High	Line	en	el	vecindario	de	Manhattan	llamado	Western	Chelsea,	viajará	a	la	India
para	un	retiro	de	meditación	por	tres	meses.17	Muchos	occidentales	inundan	cada	año
los	 ashrams	 [edificios	 religiosos	 hindúes]	 y	 otros	 centros	 de	 retiro	 espiritual	 en
Asia.18	Hace	poco,	Rupert	Murdoch	envió	un	mensaje	por	Twitter	en	el	que	compartía
que	 estaba	 aprendiendo	meditación	 trascendental.	 «Todos	 lo	 recomiendan»,	 afirmó.
«No	es	fácil	comenzar,	pero	dicen	que	mejora	todo».19
Dentro	de	la	iglesia	cristiana,	hay	una	explosión	similar	de	interés	en	la	oración.	Hay
un	fuerte	movimiento	hacia	las	prácticas	contemplativas	y	de	meditación	antiguas.	En
la	actualidad,	 tenemos	un	pequeño	 imperio	de	 instituciones,	organizaciones,	 redes	y
practicantes	que	enseñan	y	adiestran	en	métodos	como	la	oración	centrada,	la	oración
contemplativa,	la	oración	«que	escucha»,	la	lectio	divina	y	muchos	otros	sistemas	que
ahora	se	llaman	«disciplinas	espirituales».20
Sin	embargo,	todo	este	interés	no	debería	verse	como	una	«ola»	única	y	coherente.
Más	 bien,	 es	 un	 conjunto	 de	 contracorrientes	 poderosas	 que	 están	 generando	 aguas
turbulentas	 para	muchos	 que	 preguntan.	Ha	habido	 críticas	 sustanciales	 presentadas
en	 contra	 del	 nuevo	 énfasis	 en	 la	 espiritualidad	 contemplativa,	 tanto	 dentro	 de	 las
iglesias	católicas	como	de	las	protestantes.21	Al	buscar	recursos	que	me	ayudaran	en
mi	 vida	 de	 oración,	 así	 como	 en	 la	 de	 otros,	me	 di	 cuenta	 de	 cuán	 confuso	 era	 el
panorama.
«Un	misticismo	inteligente»
El	 camino	 que	 seguí	 fue	 volver	 a	 mis	 propias	 raíces	 teológicas	 y	 espirituales.	 En
Virginia,	 donde	 fui	 pastor	 por	 primera	 vez,	 y	 luego	 en	 la	 ciudad	 de	 Nueva	 York,
prediqué	la	carta	de	Pablo	a	los	Romanos.	A	la	mitad	del	capítulo	8,	Pablo	escribe:
Y	ustedes	no	recibieron	un	espíritu	que	de	nuevo	los	esclavice	al	miedo,	sino	el
Espíritu	que	 los	adopta	como	hijos	y	 les	permite	clamar:	«¡Abba!	 ¡Padre!».	El
Espíritu	mismo	 le	asegura	a	nuestro	espíritu	que	somos	hijos	de	Dios	 (vv.	15-
16).
El	Espíritu	nos	asegura	del	amor	de	Dios.	Primero,	el	Espíritu	hace	posible	que	nos
acerquemos	y	clamemos	al	gran	Dios	como	nuestro	padre	amoroso.	Luego,	se	acerca
a	nuestro	espíritu	y	aporta	un	testimonio	más	directo.	La	primera	vez	que	me	enfrenté
con	 estos	 versículos	 fue	 cuando	 leí	 los	 sermones	 de	 D.	 Martyn	 Lloyd-Jones,
predicador	inglés	y	autor	de	mediados	del	siglo	XX.	Argumentaba	que	Pablo	estaba
escribiendo	sobre	una	profunda	experiencia	de	 la	 realidad	de	Dios.22	Con	el	 tiempo
descubrí	 que	 la	 mayoría	 de	 los	 comentaristas	 modernos	 de	 la	 Biblia	 en	 general
coinciden	en	afirmar	que	estos	versículos	describen,	como	lo	expresa	un	estudioso	del
Nuevo	Testamento,	«una	experiencia	religiosa	que	es	inefable»	porque	la	certeza	del
amor	seguro	en	Dios	es	«mística	en	el	mejor	sentido	de	la	palabra».	Thomas	Schreiner
añade	 que	 no	 debemos	 «darle	 poca	 importancia	 al	 campo	 emocional»	 de	 la
experiencia.	«Algunos	se	apartan	de	esta	idea	debido	a	su	subjetividad,	pero	el	abuso
de	 la	subjetividad	en	algunos	círculos	no	puede	excluir	 las	dimensiones“mística”	y
emocional	de	la	experiencia	cristiana».23
El	planteamiento	de	Lloyd-Jones	también	me	llevó	de	nuevo	a	escritores	que	había
leído	en	el	seminario,	como	Martín	Lutero,	Juan	Calvino,	John	Owen,	teólogo	inglés
del	 siglo	 XVII,	 y	 Jonathan	 Edwards,	 filósofo	 y	 teólogo	 estadounidense	 del	 siglo
XVIII.	Descubrí	que	no	se	ofrece	alternativa	entre	verdad	o	Espíritu,	entre	doctrina	o
experiencia.	 Uno	 de	 los	 antiguos	 teólogos	 más	 destacados,	 John	 Owen,	 fue	 de
especial	ayuda	para	mí	en	este	punto.	En	un	sermón	sobre	el	evangelio,	Owen,	con
debida	 diligencia,	 expuso	 el	 fundamento	 doctrinal	 de	 la	 salvación	 cristiana.	 Pero
luego,	exhortó	a	sus	oyentes	a	«tener	una	experiencia	del	poder	del	evangelio…	en	y
sobre	 sus	 propios	 corazones	o	 toda	 su	profesión	 es	 un	 asunto	que	 expirará».24	Esta
experiencia	 del	 corazón	 del	 poder	 del	 evangelio	 puede	 suceder	 solo	 a	 través	 de	 la
oración,	tanto	de	manera	pública	en	la	asamblea	de	cristianos	como	de	manera	privada
en	la	meditación.
En	 mi	 búsqueda	 de	 una	 vida	 más	 profunda	 de	 oración,	 escogí	 un	 camino	 algo
inusual.	A	propósito,	evité	leer	todo	libro	nuevo	sobre	la	oración.	En	cambio,	regresé
a	los	textos	históricos	de	teología	cristiana	que	me	habían	formado	y	comencé	a	hacer
preguntas	sobre	la	oración	y	la	experiencia	de	Dios,	preguntas	que	no	habían	venido	a
mi	 mente	 con	 claridad	 cuando	 estudiaba	 estos	 textos	 en	 los	 cursos	 de	 posgrado
décadas	atrás.	Encontré	orientación	sobre	la	vida	interna	de	oración	y	la	experiencia
espiritual	 que	 me	 llevó	 más	 allá	 de	 las	 corrientes	 peligrosas	 de	 los	 debates	 y
movimientos	 contemporáneos.	 Un	 autor	 que	 consulté	 fue	 John	 Murray,	 teólogo
escocés,	quien	me	proveyó	de	una	de	las	ideas	más	útiles	de	todas:
Es	necesario	que	reconozcamos	que	hay	un	misticismo	inteligente	en	la	vida	de
la	 fe…	 de	 unión	 y	 comunión	 viva	 con	 el	 Redentor	 exaltado	 y	 siempre
presente…	Él	 conversa	 con	 Su	 pueblo	 y	 Su	 pueblo	 conversa	 con	 Él	 en	 amor
recíproco	 consciente…	 La	 vida	 de	 la	 fe	 verdadera	 no	 puede	 ser	 un	 acuerdo
hecho	fríamente.	Debe	tener	la	pasión	y	el	calor	del	amor	y	la	comunión	porque
la	comunión	con	Dios	es	la	corona	y	la	cúspide	de	la	verdadera	religión.25
Murray	no	era	un	escritor	propenso	a	los	pasajes	líricos.	Sin	embargo,	cuando	habla
de	 «misticismo»	 y	 «comunión»	 con	 Aquel	 que	 murió	 y	 vive	 para	 siempre	 por
nosotros,	él	asume	que	los	cristianos	tendrán	una	relación	de	amor	palpable	con	Él	y
que	 tienen	el	potencial	de	un	conocimiento	personal	y	una	experiencia	de	Dios	que
resulta	inimaginable.	Lo	cual,	por	supuesto,	se	refiere	a	la	oración,	pero	¡qué	oración!
A	la	mitad	del	párrafo,	Murray	cita	la	Primera	Epístola	de	Pedro:	«Ustedes	lo	aman	a
pesar	de	no	haberlo	visto;	y	aunque	no	lo	ven	ahora,	creen	en	él	y	se	alegran	con	un
gozo	indescriptible	y	glorioso»	(1:8).	La	RVR1960	lo	traduce	como	«gozo	inefable	y
glorioso».	La	LBLA	lo	traduce	«gozo	inefable	y	lleno	de	gloria».26
Al	reflexionar	sobre	este	versículo,	me	asombró	que	Pedro,	al	escribir	a	la	iglesia,	se
dirigiera	de	esta	manera	a	 sus	 lectores.	No	dijo:	«Entonces	algunos	de	ustedes,	que
tienen	una	espiritualidad	avanzada,	han	comenzado	a	experimentar	períodos	de	gran
gozo	en	la	oración.	Espero	que	el	resto	de	ustedes	lo	alcancen».	No,	él	dio	por	hecho
que	experimentar,	algunas	veces,	un	gozo	abrumador	en	la	oración	era	normal.	Estaba
convencido	de	ello.
Una	 frase	 de	 Murray	 que	 resuena	 en	 particular	 es	 que	 fuimos	 llamados	 a	 un
misticismo	inteligente.	Esto	se	refiere	a	un	encuentro	con	Dios	que	implica	no	solo	los
afectos	del	corazón,	sino	también	las	convicciones	de	la	mente.	No	fuimos	llamados	a
escoger	entre	una	vida	cristiana	basada	en	la	verdad	y	la	doctrina,	y	una	vida	llena	de
poder	 y	 experiencia	 espirituales.	 Ellas	 van	 juntas.	 No	 fui	 llamado	 a	 abandonar	 mi
teología	 y	 a	 lanzarme	 en	 la	 búsqueda	 de	 «algo	más»,	 de	 la	 experiencia.	Más	 bien,
tenía	que	pedirle	al	Espíritu	Santo	que	me	ayudara	a	vivir	mi	teología.
Aprendiendo	a	orar
Nos	 hacemos	 eco	 de	 la	 conmovedora	 pregunta	 de	 Flannery	 O´Connor	 y	 decimos:
¿Cómo,	entonces,	aprendemos	a	orar?
En	el	verano	posterior	al	que	fui	tratado	con	éxito	del	cáncer	de	tiroides,	hice	cuatro
cambios	 prácticos	 en	 mi	 vida	 de	 devoción	 personal.	 Primero,	 pasé	 varios	 meses
leyendo	los	Salmos	y	resumí	cada	uno	de	ellos.	Esto	me	permitió	comenzar	a	orar	a
través	de	los	Salmos	con	regularidad,	pasando	por	todos	ellos	varias	veces	en	el	año.27
Segundo,	establecí	un	tiempo	de	meditación	como	una	disciplina	transicional	entre	mi
lectura	de	la	Biblia	y	mi	tiempo	de	oración.	Tercero,	hice	todo	lo	que	podía	para	orar
en	la	mañana	y	en	la	noche;	no	solo	en	la	mañana.	Cuarto,	comencé	a	orar	con	mayor
expectativa.
Siempre	 lleva	 un	 tiempo	 para	 que	 los	 cambios	 den	 resultados,	 pero,	 después	 de
mantener	estas	prácticas	durante	dos	años,	comencé	a	obtener	algunos	logros.	Desde
entonces,	pese	a	 los	altibajos,	he	hallado	nueva	dulzura	en	Cristo	y	nueva	amargura
también,	 porque,	 a	 la	 luz	 de	 la	 oración	 enérgica,	 pude	 ver	 mi	 corazón	 con	 más
claridad.	Es	decir,	tuve	más	experiencias	reposadas	de	amor	al	igual	que	más	luchas
por	ver	a	Dios	triunfar	sobre	el	mal,	tanto	en	mi	corazón	como	en	el	mundo.	Estas	dos
vivencias	en	la	oración	que	discutimos	en	la	introducción	crecieron	juntas,	como	dos
árboles	idénticos.	Ahora,	entiendo	que	así	es	como	debe	ser.	Una	estimula	a	la	otra.	El
resultado	fue	una	vitalidad	y	fortaleza	espirituales	que	no	había	tenido	antes,	a	pesar
de	ser	ministro	del	evangelio	y	haber	predicado	por	tanto	tiempo.	El	resto	del	libro	es
un	relato	de	lo	que	aprendí.
La	oración	es,	no	obstante,	un	tema	en	extremo	difícil	sobre	el	cual	escribir.	No	se
debe	a	que	sea	un	concepto	indefinible,	sino	que,	ante	ella,	nos	sentimos	pequeños	e
incapaces.	Una	vez,	Lloyd-Jones	expresó	que	él	nunca	había	escrito	sobre	la	oración
debido	 a	 un	 sentimiento	 de	 incompetencia	 en	 esta	 área.28	 Dudo,	 sin	 embargo,	 que
alguno	 de	 los	 mejores	 autores	 sobre	 la	 oración	 en	 la	 historia	 se	 sintiera	 más
competente	que	Lloyd-Jones.	P.	T.	Forsyth,	escritor	inglés	de	principios	del	siglo	XX,
expresó	mi	propio	sentimiento	y	aspiración	mejor	de	lo	que	yo	mismo	podría	hacerlo:
Es	difícil	e	incluso	formidable	escribir	sobre	la	oración,	y	uno	teme	tocar	el	arca
del	pacto…	Pero	quizás	también	el	esfuerzo…	pueda	ser	considerado	con	gracia
por	 Él,	 quien	 vive	 para	 siempre	 para	 hacer	 intercesión	 como	 que	 fuera	 una
oración	para	saber	mejor	cómo	orar.	29
La	oración	es	la	única	entrada	al	genuino	conocimiento	de	uno	mismo.	Es	además	la
mejor	manera	para	experimentar	un	cambio	profundo,	el	reordenamiento	de	nuestros
afectos.	La	oración	es	como	Dios	nos	da	muchas	de	 las	cosas	 inimaginables	que	Él
tiene	 para	 nosotros.	 Ciertamente,	 la	 oración	 hace	 que	 sea	 seguro	 para	 Dios	 darnos
muchas	de	las	cosas	que	más	deseamos.	Es	la	manera	en	que	conocemos	a	Dios,	y	el
modo	en	que,	a	fin	de	cuentas,	tratamos	a	Dios	como	Dios.	La	oración	es	simplemente
la	clave	para	todo	lo	que	necesitamos	hacer	y	ser	en	la	vida.
Debemos	aprender	a	orar.	Tenemos	que	hacerlo.
U
DOS
La	grandeza	de	la	oración
Por	eso	yo,	por	mi	parte,	desde	que	me	enteré	de	la	 fe	que	tienen	en	el	Señor
Jesús	 y	 del	 amor	 que	 demuestran	 por	 todos	 los	 santos,	 no	 he	 dejado	 de	 dar
gracias	 por	 ustedes	 al	 recordarlos	 en	 mis	 oraciones.	 Pido	 que	 el	 Dios	 de
nuestro	Señor	Jesucristo,	el	Padre	glorioso,	les	dé	el	Espíritu	de	sabiduría	y	de
revelación,	para	que	lo	conozcan	mejor.	Pido	también	que	les	sean	iluminados
los	ojos	del	corazón	para	que	sepan	a	qué	esperanza	él	los	ha	llamado,	cuál	es
la	riqueza	de	su	gloriosa	herencia	entre	los	santos,	y	cuán	incomparable	es	la
grandeza	 de	 su	 poder	 a	 favor	 de	 los	 que	 creemos.	 Ese	 poder	 es	 la	 fuerza
grandiosa	y	eficaz.
Efesios	1:15-19
La	supremacía	de	la	oración
na	 rápida	 comparación	 de	 esta	 oraciónde	 Efesios	 1	 con	 las	 oraciones	 de
Filipenses	1,	Colosenses	1	y	Efesios	3	revela	que	esta	es	la	manera	habitual	en	la
cual	Pablo	oraba	por	aquellos	a	quienes	amaba.	En	el	corazón	gramatical	de	la	extensa
oración	de	Pablo,	hay	una	comprensión	sorprendente	de	la	grandeza	e	importancia	de
la	oración.	En	el	versículo	17,	escribe:	«Pido…	para	que	lo	conozcan	mejor».
Es	extraordinario	que	en	todos	sus	escritos	las	oraciones	de	Pablo	por	sus	amigos	no
contienen	peticiones	por	cambios	en	sus	circunstancias.	La	verdad	es	que	ellos	vivían
en	 medio	 de	 muchos	 peligros	 y	 privaciones.	 Enfrentaron	 persecución,	 muerte	 por
enfermedad,	 opresión	 por	 parte	 de	 fuerzas	 poderosas	 y	 separación	 de	 los	 seres
queridos.	Su	existencia	fue	mucho	menos	segura	que	la	nuestra	hoy.	Sin	embargo,	en
estas	 oraciones,	 no	 se	 encuentra	 ni	 una	 sola	 petición	 por	 un	mejor	 emperador,	 por
protección	contra	los	ejércitos	saqueadores	o	incluso	por	pan	para	la	próxima	comida.
Pablo	no	ora	por	los	bienes	que	nosotros	solemos	colocar	al	principio	de	nuestra	lista
de	peticiones.
¿Esto	 significa	 que	 es	 incorrecto	orar	 por	 estas	 cosas?	De	ninguna	manera.	Como
bien	lo	sabía	Pablo,	el	mismo	Jesús	nos	invita	a	que	pidamos	por	nuestro	«pan	de	cada
día»	y	para	que	se	nos	«libere	del	mal».	En	1	Timoteo	2,	Pablo	alienta	a	sus	lectores
para	 que	 se	 oren	 para	 tener	 paz,	 por	 un	 buen	 gobierno	 y	 por	 las	 necesidades	 del
mundo.	 En	 sus	 propias	 oraciones,	 entonces,	 Pablo	 no	 nos	 provee	 de	 un	 modelo
universal	para	la	oración,	como	tampoco	lo	hizo	Jesús.	Más	bien,	en	ellas	Pablo	revela
lo	 que	 pedía	 con	 más	 frecuencia	 para	 sus	 amigos,	 lo	 que	 creía	 que	 era	 lo	 más
importante	que	Dios	podía	darles.
¿Qué	es	 lo	más	 importante?	Conocerlo	mejor	a	Él.	Pablo	 lo	explica	con	colores	y
detalles.	 Significa	 tener	 «…	 iluminados	 los	 ojos	 del	 corazón…»	 (Ef.	 1:18).
Bíblicamente,	el	corazón	es	el	centro	de	control	de	toda	la	persona.	Es	el	depósito	de
los	compromisos	básicos,	 los	afectos	más	profundos	y	las	esperanzas	fundamentales
que	controlan	nuestros	sentimientos,	pensamientos	y	conducta.	Tener	«iluminados	los
ojos	del	corazón»	con	una	particular	verdad	significa	que	ha	penetrado	e	invadido	de
manera	tan	profunda	que	cambia	a	la	persona	completa.	Es	decir,	podemos	saber	que
Dios	es	santo,	pero	cuando	 los	ojos	del	corazón	son	 iluminados	en	relación	con	esa
verdad,	 entonces	 no	 solo	 conocemos	 cognitivamente,	 sino	 que	 emocionalmente
descubrimos	que	la	santidad	de	Dios	es	maravillosa	y	bella,	y	volitivamente	evitamos
actitudes	y	conductas	que	le	desagradan	o	lo	deshonran.	En	Efesios	3:18,	Pablo	indica
que	él	quiere	que	el	Espíritu	 les	dé	poder	para	que	«puedan	comprender»	 todos	 los
beneficios	pasados,	presentes	y	futuros	que	recibieron	cuando	creyeron	en	Cristo.	Sin
duda,	 todos	 los	 cristianos	 conocen	 sobre	 estos	 beneficios	 en	 sus	 mentes,	 pero	 la
oración	 es	 para	 algo	 más,	 es	 para	 tener	 un	 sentido	 más	 claro	 de	 la	 realidad	 de	 la
presencia	de	Dios	y	de	la	vida	compartida	con	Él.
Pablo	 considera	 este	 mayor	 conocimiento	 de	 Dios	 como	 un	 asunto	 más	 crítico	 a
recibir	que	un	cambio	en	las	circunstancias.	Sin	este	fuerte	sentido	de	la	realidad	de
Dios,	 las	circunstancias	buenas	pueden	conducirnos	a	una	confianza	excesiva	o	a	 la
indiferencia	 espiritual.	 «¿Quién	 necesita	 a	 Dios?»,	 podrían	 concluir	 nuestros
corazones	 cuando	 los	 asuntos	 parecen	 estar	 bajo	 control.	 Por	 otra	 parte,	 sin	 este
corazón	 iluminado,	 las	 malas	 circunstancias	 pueden	 conducirnos	 al	 desaliento	 y	 la
desesperación,	 porque	 el	 amor	 de	 Dios	 sería	 una	 abstracción	 y	 no	 la	 presencia
infinitamente	 consoladora	que	debería	 ser.	Por	 eso,	 conocer	mejor	 a	Dios	 es	 lo	que
debemos	tener	por	encima	de	todo	en	cualquier	circunstancia	de	la	vida	que	debamos
enfrentar.
La	mayor	 preocupación	 de	 Pablo,	 entonces,	 concierne	 a	 la	 vida	 de	 oración	 de	 los
creyentes	tanto	pública	como	privada.	Cree	que	el	bien	más	preciado	es	la	comunión	o
compañerismo	 con	 Dios.	 Una	 vida	 de	 oración	 abundante,	 dinámica,	 consoladora,
ganada	 con	 esfuerzo	 es	 la	 única	 que	 hace	 posible	 recibir	 todos	 los	 otros	 bienes
correcta	y	provechosamente.	Pablo	no	considera	la	oración	solo	como	una	manera	de
obtener	 cosas	 de	 parte	 de	Dios,	 sino	 también	 como	 una	manera	 de	 obtener	más	 de
Dios	mismo.	La	oración	es	procurar	«…	aferrarse	a	[Dios]…»	(Isa.	64:7)	del	mismo
modo	 que	 en	 la	 antigüedad	 las	 personas	 se	 aferraban	 al	manto	 de	 un	 gran	 hombre
cuando	 recurrían	 a	 él	 o	 del	 mismo	 modo	 que	 nosotros	 abrazamos	 a	 alguien	 para
demostrarle	amor.
Al	orar	de	esta	forma,	Pablo	estaba	dando	por	sentada	la	prioridad	de	la	vida	interior
con	Dios.30	La	mayoría	de	las	personas	en	estos	tiempos	basa	su	vida	interior	en	sus
circunstancias	externas.	Su	paz	interior	depende	de	la	valoración	que	hacen	otros,	de
la	posición	social,	de	la	prosperidad	y	del	desempeño	en	la	vida.	Los	cristianos	hacen
esto	tanto	como	cualquier	otra	persona.	Pablo	enseña	que,	para	los	creyentes,	debería
ser	 al	 contrario.	 De	 otro	 modo	 seremos	 golpeados	 por	 cómo	 van	 las	 cosas	 en	 el
mundo.	Si	los	cristianos	no	basan	sus	vidas	en	el	inalterable	amor	de	Dios,	entonces
tendrán	que	«aceptar	 como	éxito	 lo	 que	otros	 garantizan	que	 así	 es	 e	 interpretar	 su
felicidad	como	ellos	la	plantean,	según	los	estándares	del	mundo.	Ellos	tiemblan,	con
razón,	ante	su	destino».31
La	integridad	de	la	oración
Si	damos	prioridad	a	la	vida	exterior,	nuestra	vida	interior	será	sombría	y	aterradora.
No	 sabremos	 qué	 hacer	 con	 la	 soledad.	 Nos	 sentiremos	 profundamente	 incómodos
con	la	introspección	y	no	podremos	concentrarnos	en	ningún	tipo	de	reflexión.	Peor
aún,	 a	 nuestras	 vidas	 les	 faltará	 integridad.	Exteriormente,	 tendremos	que	proyectar
confianza,	salud,	y	plenitud	espiritual	y	emocional,	aunque	por	dentro	estemos	llenos
de	 inseguridades,	 ansiedades,	 autocompasión	 y	 viejos	 rencores.	 Sin	 embargo,	 no
sabremos	cómo	entrar	en	los	espacios	 interiores	del	corazón	ni	ver	con	claridad	qué
hay	allí	y	afrontarlo.	En	pocas	palabras,	si	no	le	damos	prioridad	a	la	vida	interior,	nos
convertiremos	en	unos	hipócritas.	John	Owen,	teólogo	inglés	del	siglo	XVII,	advirtió
a	los	ministros	populares	y	exitosos:
Un	ministro	puede	 llenar	 las	bancas	de	 su	 iglesia,	 la	 lista	de	 la	 comunión,	 las
bocas	de	la	opinión	pública,	pero	lo	que	ese	ministro	es	de	rodillas,	en	secreto,
ante	el	Dios	Todopoderoso,	eso	es	y	nada	más.32
Para	descubrir	tu	verdadero	yo,	ponte	a	reflexionar	en	qué	piensas	cuando	nadie	te
está	 viendo,	 cuando	 nada	 te	 está	 obligando	 a	 pensar	 en	 algo	 en	 particular.	 En	 esos
momentos,	 ¿tus	 pensamientos	 se	 dirigen	 hacia	Dios?	Es	 posible	 que	 quieras	 que	 te
vean	 como	 una	 persona	 humilde,	 sin	 pretensiones,	 pero	 ¿tomas	 la	 iniciativa	 de
confesar	tus	pecados	delante	de	Dios?
Deseas	que	los	demás	te	perciban	como	una	persona	positiva	y	alegre,	pero	¿sueles
agradecerle	a	Dios	por	 todo	 lo	que	 tienes	y	alabarlo	por	quien	es	Él?	Quizás	hables
mucho	sobre	la	«bendición»	de	tu	fe	y	cómo	«amas	de	verdad	al	Señor»,	pero,	si	no
oras,	 ¿es	 esto	 cierto?	 Si	 no	 tienes	 gozo,	 si	 no	 eres	 humilde	 y	 fiel	 delante	 de	Dios,
entonces	 lo	 que	 quieres	 aparentar	 en	 el	 exterior	 no	 se	 corresponde	 con	 quien	 eres
realmente.
Poco	 antes	 de	 dar	 a	 Sus	 discípulos	 la	 oración	 del	 Padre	 Nuestro,	 Jesús	 ofreció
algunas	ideas	preliminares,	incluyendo	la	siguiente:	«Cuando	oren,	no	sean	como	los
hipócritas,	porque	a	ellos	les	encanta	orar	de	pie	en	las	sinagogas	y	en	las	esquinas	de
las	plazas	para	que	 la	gente	 los	vea…	Pero	 tú,	cuando	 te	pongas	a	orar,	entra	en	 tu
cuarto,	 cierra	 la	puerta	y	ora	a	 tu	Padre,	que	está	en	 lo	 secreto…»	(Mat.	6:5-6).	La
prueba	infalible	de	la	integridad	espiritual,	afirma	Jesús,	es	la	vida	privada	de	oración.
Muchas	personas	oran	cuando	se	 sienten	obligadas	por	 las	 expectativasculturales	o
sociales,	 o	 quizás	 por	 la	 ansiedad	 que	 les	 causan	 las	 circunstancias	 perturbadoras.
Aquellos	que	 tienen	una	genuina	 relación	viva	con	el	Padre,	 en	cambio,	 tendrán	un
deseo	 interno	de	orar	 y	 por	 eso	orarán	 aunque	nada	 externo	 los	 presione	 a	 hacerlo.
Incluso	 buscarán	 orar	 durante	 los	 tiempos	 de	 aridez	 espiritual,	 cuando	 no	 haya
recompensa	social	o	vivencial.
Dar	prioridad	a	la	vida	interior	no	se	refiere	a	una	vida	individualista.	Conocer	mejor
al	Dios	de	 la	Biblia	no	es	algo	que	puedas	 lograr	 tú	solo.	Exige	 la	comunidad	de	 la
iglesia,	 la	 participación	 en	 la	 adoración	 como	 cuerpo	 así	 como	 en	 el	 tiempo	 de
devoción	 personal,	 la	 instrucción	 en	 la	 Biblia	 y	 la	 meditación	 en	 silencio.	 En	 el
meollo	 de	 todas	 las	 distintas	 formas	 para	 conocer	 a	 Dios	 está	 la	 oración	 tanto
colectiva	como	personal.
Un	 pastor	 y	 amigo,	 Jack	Miller,	 una	 vez	 señaló	 que	 podía	 decir	 mucho	 sobre	 la
relación	de	una	persona	con	Dios	al	escucharla	cuando	oraba.	«Se	puede	saber	si	un
hombre	o	una	mujer	tiene	de	verdad	una	buena	relación	con	Dios»	indicaba	Miller.	Mi
primera	respuesta	fue	anotar	en	mi	mente	que	nunca	oraría	en	voz	alta	frente	a	Jack.
He	 podido	 comprobar	 la	 tesis	 de	 Jack.	 Puedes	 ser	 florido,	 sano	 teológicamente	 y
ferviente	 en	 tus	 oraciones	 públicas	 sin	 cultivar	 una	 vida	 abundante	 y	 personal	 de
oración.	 No	 puedes	 fabricar	 la	 marca	 inequívoca	 de	 la	 realidad	 que	 solo	 viene	 de
hablar	no	hacia	Dios,	sino	con	Él.	Las	profundidades	de	la	oración	pública	y	privada
crecen	juntas.
La	dificultad	de	la	oración
No	se	me	ocurre	nada	bueno	que	además	sea	fácil.	La	oración	debe	ser,	entonces,	una
de	las	cosas	más	difíciles	del	mundo.	Admitir	que	la	oración	es	difícil,	sin	embargo,
puede	ser	alentador.	Si	luchas	mucho	con	esto,	no	estás	solo.
The	Still	Hour,	un	libro	clásico	sobre	la	oración,	escrito	por	Austin	Phelps,	teólogo
estadounidense	del	siglo	XIX,	comienza	con	el	capítulo	«La	ausencia	de	Dios	en	 la
oración»	y	el	versículo	de	Job	23:3,	«¡Ah,	si	 supiera	yo	dónde	encontrar	a	Dios!¡Si
pudiera	llegar	adonde	él	habita!».	El	 libro	de	Phelps	empieza	con	la	premisa	de	que
«una	consciencia	de	la	ausencia	de	Dios	es	uno	de	los	incidentes	esperados	en	la	vida
religiosa.	Incluso	cuando	las	formas	de	devoción	se	observan	de	manera	escrupulosa,
el	 sentido	de	 la	presencia	de	Dios,	 como	un	Amigo	 invisible,	 cuya	compañía	 es	un
gozo,	no	es	en	absoluto	continuo».33
Phelps	explica	las	numerosas	razones	por	las	cuales	hay	cierta	aridez	en	la	oración	y
cómo	 salir	 adelante	 con	 ese	 sentir	 de	 la	 irrealidad	 de	 Dios.	 La	 primera	 cosa	 que
aprendemos	 al	 intentar	 orar	 es	 nuestro	vacío	 espiritual,	 y	 esta	 enseñanza	 es	 crucial.
Estamos	tan	acostumbrados	a	estar	vacíos	que	no	reconocemos	la	vacuidad	como	tal
hasta	que	comenzamos	a	tratar	de	orar.	No	la	sentimos	hasta	que	empezamos	a	leer	lo
que	 la	Biblia	 y	 otros	 han	 expresado	 sobre	 la	 grandeza	 y	 la	 promesa	 de	 la	 oración.
Entonces,	finalmente	comenzamos	a	sentirnos	solos	y	hambrientos.	Es	un	primer	paso
importante	en	la	comunión	con	Dios,	pero	es	desorientador.
Cuando	nuestra	vida	de	oración	por	fin	comienza	a	florecer,	los	efectos	pueden	ser
notables.	Quizás	estés	lleno	de	autocompasión	y	justifiques	tu	rencor	e	ira.	Entonces
te	sientas	a	orar	y	la	reorientación	que	viene	delante	del	rostro	de	Dios	revela,	en	un
instante,	 la	mezquindad	 de	 tus	 sentimientos.	 Todas	 las	 excusas	 para	 autojustificarte
caen	al	suelo	hechas	pedazos.	O	quizás	hayas	sentido	una	gran	ansiedad	y	durante	la
oración	 te	 preguntas	 por	 qué	 estabas	 tan	 preocupado.	 Te	 ríes	 de	 ti	 mismo	 y	 le
agradeces	a	Dios	por	quien	es	Él	y	por	lo	que	Él	ha	hecho.	Esto	puede	ser	dramático.
Es	la	vigorizante	claridad	de	una	nueva	perspectiva.	Con	el	tiempo,	esta	puede	ser	la
experiencia	normal,	pero	nunca	es	así	como	comienza	la	vida	de	oración.	Al	principio
suele	dominar	el	sentimiento	de	miseria	y	ausencia,	pero	la	mejor	guía	para	esta	etapa
nos	 insta	 a	no	volver	 atrás,	 sino	a	 soportar	y	orar	de	 forma	disciplinada,	hasta	que,
como	lo	afirman	Packer	y	Nystrom,	pasemos	de	la	obligación	al	deleite.
Debemos	 tener	 cuidado	 de	 no	 malinterpretar	 estas	 frases.	 Las	 épocas	 de	 aridez
pueden	 retornar	 por	 una	 diversidad	 de	 causas.	 No	 pasamos	 un	 tiempo	 discreto	 de
aridez	 hasta	 que	 nos	 abrimos	 paso	 de	 forma	 permanente	 hacia	 el	 gozo	 y	 los
sentimientos.	Más	bien,	en	la	reorientación	vívida	de	la	mente	y	el	sentir	general	de
Dios	 en	 el	 corazón	 se	 suelen	 intercalar	 tiempos	 de	 lucha	 e	 incluso	 de	 ausencia,
algunas	 veces	 en	 formas	 sobrecogedoras.	 De	 todas	 formas,	 la	 búsqueda	 de	 Dios
mediante	 la	 oración	 con	 el	 tiempo	 da	 fruto,	 porque	 Dios	 nos	 busca	 para	 que	 lo
adoremos	(Juan	4:23)	y	porque	la	oración	es	inmensamente	abundante	y	maravillosa.
La	centralidad	de	la	oración
Toda	la	Biblia	es	sobre	Dios,	y	es	la	razón	por	la	cual	la	práctica	de	la	oración	permea
en	sus	páginas.	La	grandeza	de	la	oración	no	es	más	que	una	extensión	de	la	grandeza
y	 la	gloria	de	Dios	en	nuestras	vidas.	La	Escritura	es	un	extenso	 testimonio	de	esta
verdad.
En	Génesis	vemos	a	cada	uno	de	los	patriarcas,	Abraham,	Isaac	y	Jacob,	orando	con
familiaridad	y	 franqueza.	La	oración	 tenazmente	 insistente	 de	Abraham	pidiendo	 la
misericordia	 de	 Dios	 sobre	 las	 ciudades	 paganas	 de	 Sodoma	 y	 Gomorra	 es
extraordinaria	 (Gén.	 18:23ss.).	 En	 Éxodo,	 la	 oración	 fue	 la	manera	 en	 que	Moisés
aseguró	la	 liberación	de	Israel	de	 la	esclavitud	en	Egipto.	El	don	de	 la	oración	hace
grande	a	Israel:	«¿Qué	otra	nación	hay	tan	grande	como	la	nuestra?	¿Qué	nación	tiene
dioses	tan	cerca	de	ella	como	lo	está	de	nosotros	el	Señor	nuestro	Dios	cada	vez	que
lo	invocamos?»	(Deut.	4:7).34
No	orar,	entonces,	no	es	solo	quebrantar	una	regla	religiosa;	es	no	tratar	a	Dios	como
Dios.	Es	un	pecado	contra	Su	gloria.	«En	cuanto	a	mí»,	declaró	el	profeta	Samuel	a	su
pueblo,	«que	el	Señor	me	libre	de	pecar	contra	Él	dejando	de	orar	por	ustedes…»	(1
Sam.	12:23	 [énfasis	mío]).35	 El	 rey	David,	 que	 compuso	 gran	 parte	 del	 Salterio,	 el
libro	de	oración	dado	por	Dios,	lo	llenó	con	peticiones	al	Señor	«porque	escuchas	la
oración…»	 (Sal.	 65:2).	 Su	 hijo	 Salomón	 edificó	 el	 templo	 en	 Jerusalén	 y	 luego	 lo
dedicó	con	una	impresionante	oración.36	La	petición	fundamental	de	Salomón	por	el
templo	fue	que	desde	allí	Dios	escuchara	las	oraciones	de	Su	pueblo;	ciertamente,	la
oración	culminante	 fue	por	el	don	de	 la	misma	oración.37	Además	de	eso,	Salomón
esperaba	que	los	habitantes	de	otras	naciones	«…	oirán	hablar	de	tu	gran	nombre…	y
ore[n]	en	este	templo»	(1	Rey.	8:42).	De	nuevo,	vemos	que	la	oración	es	simplemente
un	reconocimiento	de	la	grandeza	de	Dios.
El	libro	de	Job	en	el	Antiguo	Testamento	es	en	gran	parte	el	registro	del	sufrimiento
y	dolor	de	Job,	superado	con	oración.	Al	final,	Dios	está	enojado	con	los	insensibles
amigos	de	Job	y	les	dice	que	Él	se	abstendrá	de	castigarlos	solo	si	Job	ora	por	ellos
(Job	 42:8).	 La	 oración	 permeó	 el	 ministerio	 de	 todos	 los	 profetas	 del	 Antiguo
Testamento.38	Pudo	haber	sido	el	medio	ordinario	por	el	cual	la	Palabra	les	llegó.39	La
preservación	y	el	retorno	de	los	judíos	del	exilio	en	Babilonia	se	realizó	esencialmente
a	través	de	la	oración.	Su	exilio	comenzó	con	un	llamado	a	orar	por	la	ciudad	y	sus
vecinos	 paganos	 (Jer.	 29:7).	 Daniel,	 casi	 ejecutado	 por	 las	 autoridades	 babilónicas
debido	 a	 su	 insistencia	 en	 orar	 tres	 veces	 al	 día,	 ora	 por	 el	 arrepentimiento	 de	 su
pueblo,	 pide	 por	 su	 retorno	 a	 la	 tierra	 y	 es	 escuchado.40	 Posteriormente,	Nehemías
reconstruye	el	muro	alrededor	de	Jerusalén	con	una	serie	de	grandes	oraciones	unidas
a	un	sabio	liderazgo.41
Jesucristo	 enseñó	 a	 Sus	 discípulos	 a	 orar,	 sanó	 a	 personas	 mediante	 la	 oración,
denunció	la	corrupción	de	la	adoración	en	el	templo	(este,	Él	declaró,	debería	ser	una
«casade	 oración»)	 e	 insistió	 en	 que	 algunos	 demonios	 podían	 ser	 expulsados
únicamente	a	través	de	la	oración.	Solía	orar	de	forma	regular	con	clamor	y	lágrimas
(Heb.	5:7)	y	algunas	veces,	durante	toda	la	noche.	El	Espíritu	Santo	vino	sobre	Él	y	lo
ungió	mientras	oraba	(Luc.	3:21-22).	Cuando	Jesús	enfrentó	su	mayor	crisis,	lo	hizo
con	oración.	Leemos	que	oró	por	Sus	discípulos	y	por	la	iglesia	la	noche	antes	de	Su
muerte	 (Juan	 17:1-26)	 y	 que	 luego	 rogó	 a	 Dios	 en	 Su	 agonía	 en	 el	 jardín	 de
Getsemaní.	Por	último,	murió	orando.42
Justo	después	de	la	muerte	de	su	Señor,	los	discípulos	se	prepararon	para	el	futuro	al
estar	 «…	 [dedicados]	 a	 la	 oración…»	 todos	 juntos	 (Hech.	 1:14).	 En	 todas	 las
reuniones	 de	 la	 iglesia	 «se	 mantenían	 firmes…	 en	 la	 oración»	 (Hech.	 2:42;	 11:5;
12:5,12).	El	poder	del	Espíritu	desciende	sobre	los	primeros	cristianos	en	respuesta	a
la	oración	poderosa,	y	los	líderes	son	seleccionados	y	nombrados	solo	con	oración.	Se
espera	 que	 todos	 los	 cristianos	 tengan	 una	 vida	 de	 oración	 que	 sea	 constante,	 fiel,
dedicada	 y	 ferviente.	 En	 el	 libro	 de	 Hechos,	 la	 oración	 es	 una	 de	 las	 principales
señales	de	que	el	Espíritu	ha	venido	al	corazón	mediante	la	fe	en	Cristo.	El	Espíritu
nos	da	 la	seguridad	y	el	deseo	de	orar	a	Dios	y	nos	permite	orar	 incluso	cuando	no
sabemos	qué	decir.	A	los	cristianos	se	les	enseña	que	la	oración	debe	permear	todas
sus	vidas	y	sus	días,	ellos	deberían	«[orar]	sin	cesar»	(1	Tes.	5:17).43
La	oración	es	tan	grande	que,	dondequiera	que	mires	en	la	Biblia,	allí	está.	¿Por	qué?
Donde	 sea	 que	Dios	 esté,	 también	 estará	 la	 oración.	 Puesto	 que	Dios	 está	 en	 todas
partes	y	es	inmensamente	grande,	la	oración	debe	estar	presente	en	todas	las	áreas	de
nuestras	vidas.
La	riqueza	de	la	oración
Una	de	las	mejores	descripciones	de	la	oración,	aparte	de	las	que	están	en	la	Biblia,
fue	escrita	por	el	poeta	George	Herbert	(1593-1633)	en	su	obra	«Prayer	(I)	[Oración
(I)]».	El	poema	es	extraordinario	porque	aborda	el	inmenso	tema	de	la	oración	en	solo
100	palabras	y	sin	un	solo	verbo	o	construcción	en	prosa	en	el	idioma	original.	Más
bien,	Herbert	nos	ofrece	unas	dos	docenas	de	poderosas	imágenes.
En	 los	próximos	capítulos,	nos	esforzaremos	por	definir	 la	oración,	pero	corremos
peligro	al	hacerlo.	Una	definición	busca	reducir	las	cosas	a	su	esencia.	George	Herbert
quiere,	en	cambio,	movernos	en	la	dirección	opuesta.	Quiere	explorar	la	riqueza	de	la
oración	 con	 todos	 sus	 infinitos	 e	 inmensidades.	 Lo	 hace	 al	 abrumar	 nuestras
facultades	analíticas	e	imaginativas.
Oración	ágape	de	la	iglesia,	la	edad	de	los	ángeles,
Aliento	de	Dios	cuando	nace	el	hombre,
El	alma	en	paráfrasis,	corazón	en	peregrinaje,
La	plomada	cristiana	que	sondea	cielo	y	tierra;
Torre	de	asedio	contra	el	Altísimo,	torre	del	pecador,
Trueno	invertido,	lanza	que	a	Cristo	en	el	costado	hiere,
El	mundo	de	seis	días	en	una	hora	transpuesto,
Una	melodía	que	todas	las	cosas	escuchan	y	temen;
Paz	y	ternura,	alegría,	amor	y	éxtasis,
Maná	exaltado,	alegría	suprema,
El	cielo	en	lo	ordinario,	hombre	bien	vestido,
La	Vía	Láctea,	el	ave	del	Paraíso;
Campanas	eclesiales	oídas	allende	las	estrellas,	sangre	del	alma,
La	tierra	de	las	especias,	algo	entendido.
La	oración	es	«aliento	de	Dios	cuando	nace	el	hombre».	Muchas	personas	que,	por
lo	 demás,	 son	 escépticas	 o	 que	 no	 son	 religiosas	 se	 asombran	 de	 encontrarse	 a	 sí
mismas	orando	pese	a	no	creer	formalmente	en	Dios.	Herbert	nos	da	su	explicación
para	 ese	 fenómeno.	 La	 palabra	 hebrea	 para	 «espíritu»	 y	 «aliento»	 es	 la	 misma,	 y
entonces,	dice	Herbert,	hay	algo	en	nosotros	que	proviene	de	Dios	que	sabe	que	no
estamos	solos	en	el	universo	y	que	no	fuimos	hechos	para	realizar	el	viaje	solos.	La
oración	es	un	instinto	humano	natural.
La	oración	puede	ser	«paz	y	ternura,	alegría,	amor	y	éxtasis»,	el	profundo	descanso
del	 alma	 que	 necesitamos.	 Es	 «sangre	 del	 alma»,	 la	 fuente	 de	 la	 fortaleza	 y	 la
vitalidad.	Mediante	la	oración	en	el	nombre	de	Jesús	y	la	confianza	en	Su	salvación,
nos	acercamos	como	un	«hombre	bien	vestido»,	apropiado	espiritualmente	para	estar
en	 la	 presencia	 del	 Rey.	 Por	 eso	 nos	 podemos	 sentar	 con	 Él	 en	 el	 «ágape	 de	 la
iglesia».	 Los	 banquetes	 nunca	 eran	 solo	 para	 comer,	 sino	 también	 una	 señal	 y	 un
medio	 de	 aceptación	 y	 comunión	 con	 el	 Anfitrión.	 La	 oración	 es	 una	 amistad
estimulante.
La	 oración	 también	 es	 «una	melodía».	 Pone	 tu	 corazón	 en	 sintonía	 con	 Dios.	 Al
cantar,	todo	el	ser	participa:	el	corazón	a	través	de	la	música	al	igual	que	la	mente	a
través	de	las	palabras.	Es	también	una	melodía	que	otros	pueden	escuchar	además	de
ti.	Cuando	tu	corazón	está	en	sintonía	con	Dios,	tu	gozo	tiene	un	efecto	sobre	aquellos
que	están	a	tu	alrededor.	Tú	no	estás	orgulloso,	frío,	ansioso	o	aburrido,	sino	que	eres
generoso,	 cálido,	 con	 una	 profunda	 paz	 y	 lleno	 de	 interés.	Otros	 lo	 notarán.	 Todos
«escuchan	y	temen».	La	oración	cambia	a	los	que	te	rodean.
La	oración	puede	ser	«la	tierra	de	las	especias»,	un	lugar	de	sobrecarga	sensorial,	de
aromas	 y	 sabores	 exóticos,	 y	 «la	 Vía	 Láctea»,	 un	 lugar	 de	maravillas	 y	 prodigios.
Cuando	 eso	 sucede,	 la	 oración	 es	 verdaderamente	de	«la	 edad	de	 los	 ángeles»,	 una
experiencia	 que	 trasciende	 la	 eternidad.	 Sin	 embargo,	 nadie	 en	 la	 historia	 ha
encontrado	esa	«tierra	de	las	especias»	rápida	o	fácilmente.	La	oración	es	también	«el
corazón	 en	 peregrinaje»	 y	 en	 la	 época	 de	 Herbert	 un	 peregrino	 era	 alguien	 que
emprendía	un	viaje	largo,	difícil	y	agotador.	Estar	en	peregrinación	significa	no	haber
llegado.	Hay	 un	 anhelo	 en	 la	 oración	 que	 nunca	 es	 llenado	 en	 esta	 vida,	 y	 algunas
veces	 las	 profundas	 satisfacciones	 que	 buscamos	 en	 la	 oración	 parecen	 escasas.	 La
oración	es	una	travesía.
Incluso	en	tiempos	de	pobreza	espiritual,	la	oración	puede	servir	como	una	especie
de	maná	celestial	y	reposada	«alegría»	que	nos	dan	fuerzas	para	seguir,	al	igual	que	el
maná	en	el	desierto	hizo	que	Israel	avanzara	hacia	su	esperanza.	El	maná	era	simple
alimento,	 en	 especial	 delicioso,	 pero	 difícilmente	 un	 banquete.	 Sin	 embargo,	 los
sustentó	 de	 maravilla	 y	 fue	 una	 clase	 de	 pan	 para	 el	 camino	 que	 les	 proveyó	 de
resistencia	interior.	La	oración	nos	ayuda	a	resistir.
Una	razón	para	lo	arduo	es	porque	la	verdadera	oración	es	«el	alma	en	paráfrasis».
Dios	no	solo	exige	nuestras	peticiones	sino	a	nosotros	mismos,	y	ninguna	persona	que
comienza	el	viaje	arduo	y	vitalicio	de	la	oración	sabe	aún	quién	es.	Nada	más	que	la
oración	te	revelará	tu	verdadero	yo,	porque	solo	ante	Dios	puedes	ver	y	llegar	a	ser	tú
mismo.	 Parafrasear	 algo	 es	 captar	 lo	 esencial	 y	 hacerlo	 accesible.	 La	 oración	 es
aprender	quién	eres	delante	de	Dios	y	darle	tu	esencia.	Significa	conocerte	a	ti	mismo
al	igual	que	te	conoce	Dios.
La	 oración	 no	 es	 solo	 calma,	 paz	 y	 compañerismo.	 También	 es	 «torre	 de	 asedio
contra	el	Altísimo»,	una	frase	sorprendente	que	con	claridad	se	refiere	a	las	máquinas
de	 asedio	 llenas	 de	 arqueros	 que	 se	 usaban	 en	 los	 días	 de	Herbert	 para	 tomar	 una
ciudad.	La	Biblia	contiene	lamentos,	peticiones	y	súplicas,	pues	la	oración	es	rebelión
contra	 el	 statu	 quo	 del	 mal	 en	 el	 mundo,	 pero	 no	 es	 en	 vano,	 porque	 son	 como
«campanas	 eclesiales	 oídas	 allende	 las	 estrellas»	 y	 ciertamente	 son	 «trueno
invertido».	El	trueno	es	una	expresión	del	asombroso	poder	de	Dios,	pero	la	oración
de	alguna	manera	emplea	ese	poder	para	que	nuestras	peticiones	no	sean	escuchadas
en	el	cielo	como	un	susurro,	sino	como	un	crujido,	una	explosión	y	un	estruendo.	La
oración	cambia	las	cosas.
No	obstante,	Herbert	 también	 afirma	que	 la	 oración	 es	 la	 «torre	 del	 pecador».	Un
espíritu	 arrogante	 no	 puede	 usar	 de	manera	 adecuada	 el	 poder	 de	 la	maquinaria	 de
asedio	de	la	oración.	La	«torre	del	pecador»	se	refiere	a	que	la	dependencia	en	oración
de	la	graciade	Jesús	es	nuestro	único	refugio	de	nuestro	propio	pecado.	No	podemos
acercarnos	a	la	presencia	de	Dios	a	menos	que	dependamos	del	perdón	de	Cristo	y	de
Su	 justicia	 delante	 de	 Dios,	 no	 de	 nosotros	 mismos.	 Ciertamente,	 la	 oración	 es	 la
«lanza	 que	 a	Cristo	 en	 el	 costado	 hiere».	Cuando	oramos	 pidiendo	 perdón	 sobre	 la
base	 del	 sacrificio	 de	 Jesús	 a	 nuestro	 favor,	 la	 gracia	 y	 la	misericordia	 fluyen	 aun
cuando	de	Su	costado	fluyó	agua	y	sangre.	La	oración	es	un	refugio.
Aunque	la	oración	es	un	tipo	de	artillería	que	cambia	las	circunstancias	del	mundo,
su	 otro	 objetivo,	 incluso	más	 importante,	 es	 cambiar	 nuestra	 propia	 comprensión	 y
actitud	 hacia	 esas	 circunstancias.	 La	 oración	 es	 «una	 melodía»	 que	 transpone	 «el
mundo	de	seis	días».	Los	seis	días	no	aluden	al	sábat,	el	día	de	adoración,	sino	a	 la
semana	de	trabajo	de	la	vida	cotidiana.	Con	todo,	«una	hora»	de	oración	lo	transpone
todo,	 como	 la	 transposición	 de	 una	 pieza	musical	 cambia	 su	 clave,	 tono	 y	 timbre.
Mediante	 la	 oración,	 que	 trae	 el	 cielo	 a	 lo	 ordinario,	 vemos	 el	 mundo	 de	 manera
diferente,	incluso	en	las	tareas	más	insignificantes	y	triviales.	La	oración	nos	cambia.
Así	 como	 las	 líneas	 de	 plomada	 medían	 las	 profundidades	 de	 las	 aguas	 bajo	 las
embarcaciones,	la	oración	es	una	«plomada	que	sondea	cielo	y	tierra».	Eso	significa
que	puede	sumergirnos	por	el	poder	del	Espíritu	en	las	«…	profundidades	de	Dios»	(1
Cor.	 2:10).	 Esto	 incluye	 la	 travesía	 indescriptible	 por	 la	 cual	 la	 oración	 puede
llevarnos	a	través	de	lo	ancho,	largo,	alto	y	profundo	del	amor	salvífico	de	Cristo	por
nosotros	(Ef.	3:18).	La	oración	nos	une	con	Dios	mismo.
¿Cómo	 termina	 esta	 fascinante	 serie	 de	 imágenes?	 Herbert	 concluye,	 de	 manera
sorprendente,	que	la	oración	es	«algo	entendido».	Muchos	estudiosos	han	debatido	el
aparente	anticlímax	de	este	gran	poema.	Parece	haber	un	«abandono	de	la	metáfora…
[pero]	su	culminante	final».44	Después	de	todas	las	imágenes	excelsas,	Herbert	pone
los	pies	en	la	tierra.	Mediante	la	oración	«algo»,	no	todo,	se	entiende	y	las	conquistas
de	la	oración	son	a	menudo	modestas.	Pablo	afirma	que	los	creyentes	en	este	mundo
ven	las	cosas	solo	«en	parte»,	así	como	el	reflejo	en	los	espejos	antiguos	estaba	lleno
de	 distorsiones	 (1	 Cor.	 13:12).	 No	 obstante,	 la	 oración	 despeja	 de	 manera	 gradual
nuestra	visión.	Cuando	el	salmista	estaba	cayendo	en	una	desesperación	mortal,	fue	a
orar	al	«…	santuario	de	Dios;	entonces	comprendí…»	(Sal.	73:17,	LBLA).
La	 oración	 es	 asombro,	 intimidad,	 lucha,	 pero	 es	 el	 camino	 a	 la	 realidad.	No	 hay
nada	más	 importante,	ni	más	difícil,	ni	más	enriquecedor,	ni	más	 transformador.	No
hay	absolutamente	nada	tan	grande	como	la	oración.
PARTE	DOS
ENTENDIENDO	LA	ORACIÓN
TRES
¿Qué	es	la	oración?
¿Qué	es	la	oración?	¿Todas	las	innumerables	formas	de	oración	en	el	mundo	son,	en
esencia,	 lo	 mismo?	 Y	 si	 no	 lo	 son,	 ¿cómo	 definimos	 y	 reconocemos	 la	 verdadera
oración?
Un	fenómeno	mundial
Para	 las	 grandes	 religiones	 monoteístas,	 el	 islam,	 el	 judaísmo	 y	 el	 cristianismo,	 la
oración	es	un	elemento	fundamental	de	lo	que	significa	creer.	Los	musulmanes	deben
orar	cinco	veces	al	día,	mientras	que	los	judíos	tradicionalmente	oran	tres	veces	al	día.
Cada	 grupo	 de	 la	 iglesia	 cristiana	 está	 saturado	 con	 distintas	 tradiciones	 sobre	 la
oración	en	común,	la	oración	privada	y	la	oración	pastoral.
Sin	duda,	la	oración	no	está	limitada	a	las	religiones	monoteístas.	Los	budistas	usan
ruedas	de	oración,	que	lanzan	oraciones	de	compasión	hacia	la	atmósfera,	para	unir
lo	espiritual	con	lo	natural,	mitigar	el	sufrimiento	y	 liberar	 la	bondad.45	Aunque	 los
hindúes	oran	pidiendo	ayuda	o	paz	en	el	mundo	a	cualesquiera	de	sus	muchos	dioses,
el	objetivo	final	es	la	unión	con	el	ser	supremo,	Brahman,	y	escapar	de	los	ciclos	de	la
reencarnación.46	Los	pueblos	de	otras	culturas,	como	los	beaver	(pueblo	del	castor),
tribu	india	del	suroeste	de	Canadá	y	los	pápagos,	tribu	india	del	suroeste	de	Estados
Unidos,	oran	mediante	el	canto.	Su	poesía	y	su	música	funcionan	como	oraciones	que
unen	 el	 ámbito	 espiritual	 con	 el	 físico.47	 La	 oración	 es	 uno	 de	 los	 fenómenos	más
comunes	de	la	experiencia	humana.
Incluso	 la	 gente	 que	 procura	 no	 ser	 religiosa	 ora	 en	 determinados	momentos.	Los
estudios	 han	 demostrado	 que	 en	 los	 países	 secularizados,	 la	 oración	 continúa
practicándose	 no	 solo	 entre	 aquellos	 que	 no	 tienen	 una	 preferencia	 religiosa,	 sino
incluso	entre	quienes	no	creen	en	Dios.48	Un	estudio	hecho	en	2004	halló	que	cerca
de	 un	 30%	 de	 personas	 ateas	 admiten	 que	 oran	 «algunas	 veces»,49	 y	 otro	 estudio
encontró	 que	 el	 17%	 de	 los	 no	 creyentes	 en	 Dios	 oran	 con	 regularidad.50	 La
frecuencia	 de	 la	 oración	 se	 incrementa	 con	 la	 edad,	 incluso	 entre	 aquellos	 que	 no
regresan	a	la	iglesia	ni	se	identifican	con	alguna	fe	institucional.51	El	erudito	italiano
Giuseppe	 Giordan	 resumió:	 «En	 casi	 todos	 los	 estudios	 de	 la	 sociología	 sobre	 la
conducta	religiosa	se	deduce	con	claridad	que	un	alto	porcentaje	de	personas	declara
que	 ora	 todos	 los	 días,	 y	 muchos	 incluso	 expresan	 que	 lo	 hacen	 muchas	 veces	 al
día».52
¿Esto	significa	que	 todos	oran?	No,	no	significa	eso.	Muchos	ateos	se	 sienten	con
razón	ofendidos	por	el	refrán	«no	hay	ateos	en	las	trincheras».	Hay	personas	que	no
oran	 siquiera	 en	 tiempos	 de	 gran	 peligro.	 Aun	 así,	 aunque	 la	 oración	 no	 es
literalmente	un	fenómeno	universal,	es	un	fenómeno	mundial,	que	habita	en	todas	las
culturas	e	implica	a	la	abrumadora	mayoría	de	las	personas	en	algún	momento	de	sus
vidas.53	 Los	 esfuerzos	 que	 se	 han	 hecho	 para	 encontrar	 culturas	 que	 no	 tuvieran
alguna	 forma	 de	 religión	 o	 de	 oración	 han	 sido	 en	 vano,	 incluso	 en	 las	 áreas	más
remotas	 y	 aisladas.	 Siempre	 ha	 habido	 algún	 intento	 de	 «comunicación	 entre	 el
ámbito	humano	y	 el	 divino».54	Al	 parecer	 hay	 un	 instinto	 humano	 para	 la	 oración.
Karl	Barth,	teólogo	suizo,	lo	denomina	nuestra	«enfermedad	incurable	de	Dios».55
Afirmar	que	la	oración	es	casi	universal	no	es,	sin	embargo,	afirmar	que	toda	oración
es	lo	mismo.	La	oración	presenta	una	diversidad	confusa	al	ojo	del	observador.	Basta
con	ver	 los	 trances	religiosos	de	 los	chamanes	nativos	americanos;	el	cántico	en	 los
monasterios	 benedictinos;	 los	 que	 practican	 yoga	 en	 las	 oficinas	 de	Manhattan;	 las
oraciones	pastorales	interminables	de	los	ministros	puritanos	del	siglo	XVII;	el	hablar
en	 lenguas	en	 las	 iglesias	pentecostales;	 los	musulmanes	que	participan	en	el	sujud,
con	la	frente,	las	manos	y	las	rodillas	en	el	suelo,	en	dirección	a	la	Meca;	los	hasidim
que	se	mecen	y	se	inclinan	en	oración	y	el	sacerdote	anglicano	que	lee	del	Libro	de
Oración	Común.56	Esto	nos	lleva	a	la	pregunta:	¿En	qué	sentido	todas	estas	clases	de
oración	son	lo	mismo	y	en	qué	sentido	son	diferentes?
Tipos	de	oración
Algunos	 de	 los	 primeros	 teóricos	 modernos	 que	 abordaron	 el	 tema	 de	 la	 oración
fueron	 Edward	 B.	 Taylor	 (1832-1917);	 James	 Frazer	 (1854-1941),	 autor	 de	 The
Golden	Bough	 [La	rama	dorada]	y	Sigmund	Freud	 (1856-1939).	Cada	uno	de	ellos
usó	 un	modelo	 darwiniano	 que	 teorizaba	 la	 oración	 como	 una	 forma	 que	 los	 seres
humanos	 usan	 para	 adaptarse	 a	 su	 ambiente,	 para	 controlar	 las	 fuerzas	 de	 la
naturaleza.	Según	esta	teoría,	la	oración	comenzó	cuando	la	mente	colectiva	humana
era	 «similar	 a	 la	 mentalidad	 del	 niño	 y	 el	 neurótico,	 cuyo	 rasgo	 principal	 es	 el
pensamiento	mágico	infantil».57
Con	 el	 paso	 del	 tiempo,	 la	 oración	 evolucionó	 y	 alcanzó	 formas	más	 refinadas	 y
contemplativas.	 No	 pretendía	 tanto	 comunicarse	 con	 un	 Dios	 personal	 sino	 mirar
hacia	 adentro	 y	 buscar	 cambios	 de	 conciencia	 y	 paz	 interior.	 Según	 este	 punto	 de
vista,	los	ejercicios	contemplativos	de	los	filósofos	griegos	eran	una	mejora	respectoa
los	 sacrificios	 y	 peticiones	 a	 Zeus	 para	 que	 lloviera	 sobre	 los	 cultivos.	 Aunque	 al
final,	estos	teóricos	creían	que	el	futuro	de	la	oración	humana	era	sombrío.	Puesto	que
la	 oración	 nació	 en	 medio	 de	 esfuerzos	 precientíficos	 con	 el	 propósito	 de	 usar	 la
religión	 y	 la	 magia	 para	 controlar	 el	 mundo,	 ahora	 que	 ha	 surgido	 la	 ciencia,	 la
oración	ya	no	nos	ayuda	a	adaptarnos	a	nuestro	ambiente.	En	estas	condiciones	«se
marchitará».58
Otro	 importante	 pensador	 que	 debemos	 considerar	 es	 Carl	 Jung,	 psicólogo	 de
principios	del	siglo	XX,	cuya	comprensión	de	la	experiencia	religiosa	también	veía	la
oración	más	como	un	volverse	hacia	adentro,	que	como	un	extenderse	hacia	fuera.59
Jung	creía,	como	los	pensadores	orientales,	que	los	individuos	humanos	eran	parte	de
una	 fuerza	 vital	 cósmica.60	 Nos	movemos	 hacia	 la	 salud	 y	 la	 plenitud	 cuando	 nos
damos	 cuenta	 de	 nuestra	 unidad	 con	 toda	 la	 realidad	 y	 el	mundo	 interconectado.61
Jung	 señalaba	 las	 similitudes	 entre	 este	 proceso	 y	 la	 experiencia	 budista	 zen	 del
satori.62	Los	 seguidores	 de	 Jung	no	 alentaban	 la	 idea	de	que	uno	debería	 buscar	 el
contacto	con	un	Dios	personal	fuera	de	uno	mismo.63	Era	mejor,	según	esta	postura,	la
transformación	de	la	conciencia,	el	conocimiento	puro	y	el	sentimiento	de	unidad	con
toda	la	realidad	que	viene	con	la	contemplación	espiritual.64
La	oración	mística	versus	la	oración	profética
Vale	 la	pena	mencionar	que	en	 los	estudios	sobre	 la	 religión	que	realizaron	Freud	y
Jung,	 la	 contemplación	 es	 considerada	 como	 una	 clase	 de	 oración	 más	 elevada	 y
sofisticada	que	 la	petición	a	un	ser	divino	personal.	Sin	embargo,	el	erudito	alemán
Friedrich	Heiler	propuso	un	estudio	diferente.	Heiler	se	refirió	a	la	oración	«mística»
enfocada	 hacia	 lo	 interior	 y	 la	 oración	 «profética»	 enfocada	 hacia	 lo	 exterior,	 y	 a
diferencia	de	teóricos	anteriores,	él	consideró	a	la	primera	como	superior.
Aunque	Heiler	creía	que	la	oración	mística	más	pura	se	encontraba	en	las	religiones
orientales,	 criticó	 también	 algunas	 formas	 de	 oración	 mística	 cristiana.65	 El
misticismo,	según	Heiler,	minimiza	la	diferencia	entre	Dios	y	la	persona	que	ora,	cuyo
propósito	 es	 «que	 se	 disuelva	 la	 personalidad	 humana,	 que	 desaparezca	 y	 sea
absorbida	 en	 la	 unidad	 infinita	 de	 la	Deidad».66	 La	 religión	mística,	 por	 eso,	 ve	 la
contemplación	silenciosa,	 tranquila	y	 sin	palabras	como	 la	 forma	más	elevada	de	 la
oración.	 Cuando	 lo	 logramos,	 ya	 no	 hablamos	 con	 Dios,	 sino	 que	 somos	 parte	 de
Dios.	 Esto	 lo	 contrastaba	 Heiler	 con	 «el	 clamor	 y	 los	 gemidos	 apasionados…	 la
demanda	y	la	súplica»,	la	lucha,	la	oración	verbal	de	la	religión	profética.67	Con	este
último	 término,	 se	 refería	 a	 la	 clase	 de	 oraciones	 que	 vemos	 en	 la	 Biblia	 en	 los
escritos	de	los	profetas,	y	posteriormente,	en	los	apóstoles	y	el	mismo	Jesús.
Según	la	postura	de	Heiler,	las	dos	clases	de	oraciones	son	distintas	ante	todo	por	su
idea	 de	 Dios.68	 La	 oración	 mística,	 pensaba	 él,	 enfatiza	 a	 Dios	 como	 un	 ser	 más
inmanente	que	trascendente.	Él	está	dentro	de	nosotros	y	dentro	de	todas	las	cosas.	La
mejor	manera,	entonces,	de	conectarte	con	Dios,	es	buscar	dentro	de	ti	mismo	y	sentir
tu	continuidad	con	lo	Divino.	Por	ejemplo,	el	teólogo	ortodoxo	Anthony	Bloom,	en	su
famoso	libro	Beginning	to	Pray	[Comenzando	a	orar],	expresa:	«Antes	que	nada,	el
evangelio	 nos	 dice	 que	 el	 reino	 de	Dios	 está	 dentro	 de	 nosotros…	 Si	 no	 podemos
encontrar	 a	 Dios	 dentro	 de	 nosotros,	 en	 lo	 más	 profundo	 de	 nuestro	 ser,	 nuestras
oportunidades	de	encontrarlo	fuera	de	nosotros	son	muy	escasas…	Entonces,	es	hacia
dentro	que	debemos	dirigirnos».69	La	oración	profética,	por	el	contrario,	enfatiza	que
Dios	está	fuera	de	nosotros,	que	nos	transciende	y	está	por	encima	de	nosotros,	que	es
glorioso	y	«distinto».70
Otra	 gran	 diferencia	 entre	 las	 dos,	 según	 Heiler	 lo	 entendía,	 estaba	 en	 su
comprensión	de	la	gracia.	Lo	místico,	pensaba	él,	podría	convertirse	en	«una	cosa…
meritoria»,	un	medio	por	el	cual	 las	personas	 intentaban	salvar	sus	propias	almas.71
La	 oración	 mística	 a	 menudo	 conlleva	 un	 largo	 proceso	 de	 «purificación»,	 un
«fatigoso	ascenso	gradual	hasta	llegar	a	nuevas	alturas	de	visión	y	unión	con	Dios»72,
mediante	el	cual	el	adorador	logra	alcanzar	un	estado	de	puro	amor	y	llega	a	ser	apto
y	digno	de	la	presencia	de	Dios.73
Sin	 embargo,	 Heiler	 percibió	 tanto	 en	 los	 profetas	 como	 en	 los	 salmistas	 que	 la
oración	no	era	una	forma	de	purificarse	a	sí	mismos	para	Dios,	sino	de	depender	de
«la	 gracia	 “anticipatoria”	 de	 Dios	 y	 “Sus	 dones”.	 La	 oración	 no	 es	 nuestro
descubrimiento,	sino	que	es	la	obra	de	Dios	en	el	hombre».74	El	objetivo	de	la	oración
profética	no	es	absorción	en	Dios,	sino	cercanía	con	Dios,	la	cercanía	de	un	niño	con
el	 padre	 o	 de	 un	 amigo	 con	 otro	 amigo.	 La	 oración	 mística	 llega	 a	 su	 punto
culminante	 sin	 palabras	 y	 de	 forma	 sosegada,	 mientras	 que	 la	 oración	 profética
encuentra	 su	 expresión	 final	 en	 palabras	 de	 alabanza	 y	 una	 explosión	 de	 fuertes
emociones.	Mientras	 que	 la	 oración	mística	 tiende	 a	 la	 desaparición	 de	 los	 límites
entre	 uno	 mismo	 y	 Dios,	 la	 oración	 profética	 conduce	 a	 un	 mayor	 sentido	 de	 la
diferencia	 entre	 sí	 mismo	 y	 el	 Dios	 majestuoso,	 un	 conocimiento	 del	 pecado.	 Sin
embargo,	 también	muestra	 la	 gracia	 que,	 a	 pesar	 de	 todo,	 abre	 el	 camino	 hacia	 la
intimidad	con	Dios.	Los	místicos	creen	que	 la	oración	consiste	de	etapas	 sucesivas,
que	pasa	de	la	petición	a	la	confesión	y	por	último	a	la	adoración,	una	contemplación
sin	palabras.75	Ahora	bien,	la	oración	profética	se	niega	a	ver	una	de	estas	formas	de
adoración	 como	más	 elevada	 que	 las	 otras.	Mezcla	 la	meditación,	 la	 petición	 y	 las
acciones	 de	 gracias,	 la	 confesión	 y	 la	 adoración,	 todas	 juntas.	 Ciertamente,	 en	 la
oración	profética	las	formas	estimulan,	profundizan	y	llevan	unas	a	otras.76
La	oración	mística	profética
¿Cuál	 es	 el	 punto	 de	 vista	 acertado	 sobre	 la	 oración?	 ¿Aquellos	 que	 defienden	 el
volverse	hacia	adentro	o	aquellos	que	lo	rechazan	por	ser	demasiado	«oriental»	y	no
totalmente	bíblico?77	Una	respuesta	es	rechazar	ambos	puntos	de	vista.	Philip	y	Carol
Zaleski,	en	su	 libro	Prayer:	A	History	 [La	oración:	Una	historia],	 critican	 tanto	 las
teorías	«evolutivas»	como	la	de	Heiler.	Afirman	que	cada	planteamiento	es	demasiado
negativo	 sobre	 algunas	 formas	 de	 oración	 y	 por	 eso	 «excluye	 un	 porcentaje
importante	del	repertorio	de	oración	en	el	mundo».78	Preguntan:	¿cómo	puede	alguien
eliminar	 la	mayoría	 de	 las	 oraciones	 de	 los	 seres	 humanos	 como	 algo	que	 no	 tiene
validez?	Aunque	reconocen	algunas	diferencias,	se	niegan	a	ver	una	clase	de	oración
como	mejor	que	la	otra.79
El	 análisis	 de	 los	 Zaleski	 es	 informativo,	 pero	 al	 final	 no	 le	 hace	 justicia	 a	 las
profundas	 diferencias	 entre	 las	 formas	 de	 la	 oración	 humana.	 Por	 ejemplo,	 no
convence	 su	 galante	 esfuerzo	 al	 comparar	 los	 trances	 de	 éxtasis	 del	 hindú	 Sri
Ramakrishna	 con	 el	 hablar	 en	 lenguas	 entre	 los	 pentecostales.80	 El	bhava	 samadhi
(éxtasis	 consciente)	 del	Ramakrishna	 y	 el	 hablar	 en	 lenguas	 comparten	 la	 similitud
externa	 del	 gozo	 emocional,	 pero	 buscan	 cosas	 contrarias.	 Un	 monje	 hindú	 al
describir	el	samadhi	indicó	que	cuando	lo	alcanzaba	«no	había	ningún	Dios,	excepto
yo	mismo».	También,	los	Zaleski	afirmaban	que	«los	judíos	ortodoxos,	los	cristianos
y	 los	musulmanes	 no	 pueden	 realmente	 buscar	 esta	 unión	 y	 ser	 piadosos	 al	mismo
tiempo,	 porque	 perder	 la	 identidad	 propia	 y	 llegar	 a	 ser	 uno	 con	 el	 cosmos	 es	 una
herejía	mortal	 en	 sus	 enseñanzas».81	 Puesto	 que	 los	 objetivos	 y	 los	 dioses	 son	 tan
diferentes	en	las	mentes	de	los	que	oran,	 insistir	en	que	todas	las	formas	de	oración
son	enesencia	lo	mismo	induce	al	error.
Pienso	 que	Heiler	 es	mucho	más	 sabio	 que	 los	 Zaleski	 en	 sus	 distinciones	 y	más
acertado	en	su	idea	básica.	Él	creía	que	la	oración	que	asumía	la	personalidad	de	Dios
era	mejor	que	la	oración	que	perdía	el	sentido	de	comunicación	entre	las	personas.82
Heiler	 veía	 la	 oración	 ante	 todo	 como	 una	 conversación	 verbal	 más	 que	 como	 un
encuentro	místico,	 sin	palabras.	Con	 todo,	algunas	de	 las	distinciones	de	Heiler	 son
excesivas.	Compara	la	calma	y	la	serenidad	que	se	buscan	mediante	la	oración	mística
con	el	fuerte	clamor	y	 la	 lucha	de	la	oración	profética.	Sin	embargo,	algunos	de	 los
salmos	hablan	de	una	serena	contemplación	de	la	belleza	de	Dios	(Sal.	27:4)	o	de	Su
gloria	 y	 amor	 (Sal.	 63:1-3).	 En	 el	 Salmo	 131:2,	 David	 habla	 de	 un	 profundo
contentamiento	espiritual	en	Dios:	«…	he	calmado	y	aquietado	mis	ansias.	Soy	como
un	 niño	 recién	 amamantado	 en	 el	 regazo	 de	 su	madre.	 ¡Mi	 alma	 es	 como	 un	 niño
recién	amamantado!».	Alguien	como	Jonathan	Edwards,	más	apegado	a	 la	 tradición
«profética»	protestante	que	a	 la	 tradición	mística	católica,	puede,	pese	a	ello,	hablar
de	 ser	 «vaciado	 y	 aniquilado»	 en	 oración.	 En	 su	 «Personal	 Narrative	 [Diario
personal]»,	un	registro	sobre	sus	experiencias,	Edwards	escribió:
Una	vez…	[año]1737…	en	divina	contemplación	y	oración,	tuve	una	visión,	que
para	mí	fue	extraordinaria,	de	la	gloria	del	Hijo	de	Dios,	como	Mediador	entre
Dios	 y	 los	 hombres,	 y	 de	 Su	 gracia	 y	 amor	maravillosos,	 grandiosos,	 plenos,
puros	y	dulces,	y	de	Su	condescendencia	mansa	y	gentil…	La	persona	de	Cristo
parecía	 i-nefablemente	 excelente,	 con	 una	 excelencia	 suficientemente	 grande
como	para	 absorber	 todo	pensamiento	 e	 imagen,	 la	 cual	 continuó	 tanto	por	 lo
que	recuerdo,	por	cerca	de	una	hora,	que	me	mantuvo	la	mayor	parte	del	tiempo
en	un	diluvio	de	lágrimas,	y	sollozando	en	voz	alta.	Sentía	un	anhelo	en	mi	alma
de	 ser,	 no	 sé	 cómo	 expresarlo	 de	 otra	 forma,	 vaciado	 y	 aniquilado;	 quedar
postrado	en	el	polvo,	y	estar	 lleno	únicamente	de	Cristo;	 amarlo	con	un	amor
santo	 y	 puro;	 confiar	 en	 Él,	 vivir	 para	 Él,	 servirlo	 y	 seguirlo;	 y	 ser
completamente	santificado	y	hecho	puro,	con	una	pureza	divina	y	celestial.83
Todo	aquel	que	esté	 familiarizado	con	 la	 teología	de	Edwards	 sabe	que	él	no	está
hablando	 de	 fusionarse	 con	 la	Deidad	 ni	 de	 una	 disolución	 panteísta	 de	 los	 límites
entre	sí	mismo	y	el	universo.	Heiler	tiene	razón	al	señalar	que	los	místicos	a	menudo
buscan	una	clase	de	autosalvación	mediante	la	meditación,	y	eso	no	puede	estar	más
alejado	de	la	comprensión	de	Edwards	sobre	la	redención	mediante	la	fe	y	la	gracia
únicamente.	No	obstante,	su	experiencia	de	comunión	con	Dios	parece	similar	a	 las
muchas	 experiencias	 de	 profundo	 amor	 y	 deleite	 en	 los	 registros	 de	 los	 escritores
místicos.
¿Por	 qué,	 entonces,	 Edwards	 puede	 hablar	 sobre	 la	 oración	 a	 un	 Dios	 personal,
transcendente,	con	tales	alusiones	místicas?	Porque,	aunque	el	Dios	de	la	Biblia	no	es
lo	 mismo	 que	 yo,	 no	 está	 completa	 ni	 remotamente	 lejos	 de	 mí.	 Los	 creyentes
cristianos	tienen	a	«Cristo	en	ustedes,	la	esperanza	de	gloria»	(Col.	1:27)	mediante	el
Espíritu	Santo.	Además,	Dios	nos	ha	dado	Su	Palabra,	las	Escrituras,	y	porque	Dios	es
divino,	 la	 Biblia	 no	 es	 solo	 un	 repertorio	 de	 información,	 sino	 un	 poder	 espiritual
dinámico.	Edwards	escribió:
En	 ese	 entonces,	 y	 en	 otros	 momentos,	 las	 Santas	 Escrituras	 eran	 mi	 mayor
deleite,	 más	 que	 cualquier	 otro	 libro.	 Muchas	 veces	 al	 leerlas,	 cada	 palabra
parecía	 tocar	mi	 corazón.	Alcanzaba	 una	 armonía	 entre	 algo	 en	mi	 corazón	 y
aquellas	 dulces	 y	 poderosas	 palabras.	 A	menudo	 veía	 tanta	 luz	 emanando	 de
cada	frase	y	recibía	un	alimento	tan	refrescante	que	no	podía	continuar	leyendo,
muchas	 veces	 deteniéndome	 en	 una	 oración,	 para	 observar	 las	 maravillas
contenidas	en	ella;	de	esta	manera	casi	cada	oración	me	parecía	estar	 llena	de
maravillas.84
Esto	es	en	extremo	místico	y	ricamente	profético,	a	la	vez.	Edwards	no	se	retrae	en
sí	mismo	para	tocar	el	terreno	impersonal	del	ser.	Está	meditando	en	las	palabras	de
Dios	en	 la	Escritura,	y	 la	 experiencia	adquirida	es	una	de	 tranquilidad	 sin	palabras.
Esto	no	es	el	«conocimiento	puro»	que	va	más	allá	de	la	predicación	y	el	pensamiento
racional.	En	realidad,	Edwards	se	siente	abrumado	por	el	poder	de	 las	palabras	y	 la
realidad	a	 la	cual	 las	palabras	apuntan.	Pienso	que	Heiler	 tiene	razón	al	 respecto;	 la
oración	es,	en	última	instancia,	una	respuesta	verbal	de	fe	a	la	Palabra	y	gracia	de	un
Dios	 transcendente,	 no	 un	 descenso	 hacia	 el	 interior	 para	 descubrir	 que	 somos	 uno
con	todas	las	cosas	y	con	Dios.	La	oración	«profética»	de	Heiler	se	asemeja	más	a	la
comprensión	bíblica	de	la	oración	que	la	de	otros	pensadores	que	hemos	examinado.
Aunque	sus	advertencias	contra	el	misticismo	son	cruciales,	debemos	reconocer	que
la	oración	también	puede	conducir	con	regularidad	a	un	encuentro	personal	con	Dios,
lo	 que	 sin	 duda	 puede	 ser	 una	 experiencia	 maravillosa,	 misteriosa	 y	 de
sobrecogimiento.85
Un	instinto,	un	don
Hemos	 visto	 que	 la	 oración	 es	 un	 fenómeno	 mundial	 y	 aun	 así	 hay	 diferencias
genuinas	 e	 irreducibles	 entre	 las	 clases	 de	 oración.	 Esto	 nos	 lleva	 de	 nuevo	 a	 la
pregunta:	¿Cuál	es	la	esencia	de	la	oración?	¿Cómo	podemos	definirla	de	modo	que
logremos	encontrarle	sentido	a	su	omnipresencia	en	la	vida	humana	y	aún	cultivar	la
práctica	fiel	hacia	la	oración	real?
Desde	el	punto	de	vista	bíblico,	el	fenómeno	casi	universal	de	la	oración	no	resulta
sorprendente.	Todos	los	seres	humanos	estamos	hechos	a	la	«imagen	de	Dios»	(Gén.
1:26-27).	 Llevar	 la	 imagen	 de	Dios	 significa	 que	 estamos	 diseñados	 para	 reflejar	 a
Dios	 y	 relacionarnos	 con	 Él.	 Es	 por	 esto	 que	 el	 reformador	 del	 siglo	 XVI,	 Juan
Calvino,	escribió	sobre	un	divinitatis	sensum,	el	sentido	de	la	Deidad	que	tienen	todos
los	 seres	 humanos:	 «…	 los	 hombres	 tienen	 un	 cierto	 sentido	 de	 la	 divinidad	 en	 sí
mismos;	 y	 esto,	 por	 un	 instinto	 natural»	 y,	 por	 eso,	 «la	 semilla	 de	 la	 religión	 es
sembrada	en	cada	persona».86	Otros	 teólogos	 también	han	entendido	este	divinitatis
sensum	como	la	razón	por	la	cual	la	oración	se	ha	extendido	por	toda	la	raza	humana.
Romanos	 1:19-20	 declara	 que	 podemos	mirar	 el	mundo	 y	 concluir	 que	 algún	 gran
poder	 lo	 creó	 y	 lo	 sustenta.	 Una	 experiencia	 de	 debilidad	 y	 precariedad	 pueden
entonces	desencadenar	este	conocimiento	primigenio	en	súplicas	pidiendo	ayuda.
El	teólogo	inglés	John	Owen	también	pensaba	que	el	impulso	natural	para	orar	está
presente	 en	 todas	 las	 personas,	 que	 es	 la	 «ley	 inicial	 de	 la	 naturaleza»	 y	 un
«reconocimiento	natural,	necesario	y	fundamental	del	Ser	Divino».	Owen	agregó	que
muchas	religiones	y	culturas	no	cristianas	han	avergonzado	a	los	cristianos	frente	a	la
diligencia	 de	 sus	 oraciones.87	 Jonathan	 Edwards	 añadió	 que	 «Dios	 se	 complace
algunas	veces	en	contestar	las	oraciones	de	los	no	creyentes»,	no	por	causa	de	alguna
obligación,	 sino	 estrictamente	 por	 causa	 de	 Su	 «compasión»	 y	 «misericordia
soberana»,	 al	 citar	 los	 ejemplos	 bíblicos	 en	 que	 Dios	 escucha	 las	 súplicas	 de	 los
ninivitas	en	Jonás	3	e	incluso	las	del	malvado	rey	Acab	(1	Rey.	21:27-28).88
Con	 todo	 esto	 en	 consideración,	 podemos	 definir	 la	 oración	 como	 una	 respuesta
personal	y	comunicativa	al	conocimiento	de	Dios.	Todos	los	seres	humanos	tienen	a
su	alcance	cierto	conocimiento	de	Dios.	De	algún	modo,	tienen	un	indeleble	sentido
de	que	necesitan	algo	o	a	alguien	que	está	en	un	nivel	superior	y	que	es	infinitamente
mayor	de	lo	que	ellos	son.	La	oración	es	intentar	responder	y	conectarse	con	ese	ser	y
esa	realidad,	aun	si	no	es	más	que	pedir	ayuda	al	aire.
Este	es,	creo,	el	denominador	común	de	toda	la	oración	humana.	Ahora	bien,	debido
a	que	nuestra	definición

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