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Table of Contents Introducción: ¿Por qué escribir un libro sobre la oración? Parte Uno Deseando la oración Uno La necesidad de la oración Dos La grandeza de la oración Parte Dos Entendiendo la oración Tres ¿Qué es la oración?٤ Cuatro Conversando con Dios Cinco Encontrando a Dios Parte Tres Aprendiendo sobre la oración Seis Cartas sobre la oración Siete Las reglas de la oración Ocho La oración de las oraciones Nueve Las piedras de toque de la oración Parte Cuatro Profundizando en la oración Diez Como una conversación: Al meditar en Su Palabra Once Como un encuentro: Al buscar Su rostro Parte Cinco Orando Doce Asombro: Al alabar Su gloria Trece Intimidad: Al encontrar Su gracia Catorce Lucha: Al pedir Su ayuda Quince Práctica: La oración diaria Apéndice: Algunos otros modelos para la oración diaria Reconocimientos Bibliografía seleccionada comentada sobre la oración Notas La oración: Experimentando asombro e intimidad con Dios Copyright © 2016 por Timothy Keller Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Clasificación Decimal Dewey: 248 Clasifíquese: ORACIÓN / CRISTIANA Publicado originalmente por Penguin Group con el título Prayer: Experiencing Awe and Intimacy with God © 2014 por Timothy Keller. Traducción al español: Anabella Vides de Valverde Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor. A menos que se indique otra cosa, las citas bíblicas se han tomado de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, © 1999 por Biblica®, Inc. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera Revisada 1960, © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera Revisada 1960, © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. ISBN: 978-1-4336-4457-3 Impreso en EE. UU. 1 2 3 4 5 * 19 18 17 16 Para Dick Kaufmann, amigo y hombre de oración H Introducción ¿Por qué escribir un libro sobre la oración? ace algunos años me di cuenta de que, como pastor, no tenía un primer libro que ofrecer a alguien que quisiera entender y practicar la oración cristiana. Esto no significa que no haya grandes libros sobre la oración. Muchas obras escritas en el pasado son más acertadas y penetrantes que cualquier otra que yo pudiera producir. El mejor material sobre la oración ya ha sido escrito. Sin embargo, muchas de estas excelentes obras están escritas en un lenguaje arcaico que resulta inaccesible para la mayoría de los lectores contemporáneos. Además, esos textos tienden a tener ante todo un enfoque teológico, devocional o práctico, pero rara vez combinan lo teológico, lo vivencial y lo metodológico bajo una sola portada.1 Un libro sobre los aspectos esenciales de la oración debería tratar los tres aspectos. Asimismo, casi todas las obras clásicas sobre la oración invierten bastante tiempo en advertir a sus lectores sobre prácticas espiritualmente contraproducentes y perjudiciales que se daban en sus días. Estas advertencias deben actualizarse para los lectores de cada generación. ¿Dos clases de oración? Los autores que han escrito recientemente sobre la oración suelen tener una de dos posiciones sobre el tema. La mayoría enfatiza la oración como un medio de experimentar el amor de Dios y conocer la unidad con Él. Prometen una vida de paz y de continuo descanso en Dios. Estos escritores a menudo ofrecen radiantes testimonios de sentirse constantemente rodeados por la presencia divina. Otros libros, sin embargo, ven la esencia de la oración no como un descanso interno, sino como un clamor a Dios para que venga Su reino. A menudo se considera la oración como un combate de lucha libre y, quizás por lo general, no se tiene una idea clara de la presencia inmediata de Dios. Un libro de esta clase es The Still Hour [La hora de quietud] por Austin Phelps.2 El autor parte de la premisa de que sentir la ausencia de Dios es la norma para el cristiano al orar y que es difícil para la mayoría de las personas experimentar la presencia de Dios. Otro libro con el mismo planteamiento es The Struggle of Prayer [La lucha de la oración] por Donald G. Bloesch. Él critica lo que llama «el misticismo cristiano».3 Rechaza la enseñanza que afirma que el objetivo primordial de la oración es la comunión personal con Dios. Piensa que esto hace de la oración un «fin egoísta en sí mismo».4 Desde su punto de vista, el objetivo máximo de la oración no es la reflexión sosegada, sino la súplica ferviente para que se cumpla el reino de Dios en el mundo y en nuestras propias vidas. El objetivo final de la oración es «la obediencia a la voluntad de Dios, no la contemplación de Su ser».5 La oración no es fundamentalmente un medio para llegar a un estado interno, sino para conformarse a los propósitos de Dios. ¿Cómo se explican estas dos posiciones, que podríamos llamar la posición «centrada en la comunión» y la posición «centrada en el reino»? Una explicación es que ellas reflejan la experiencia real de las personas. Algunos descubren que son insensibles hacia Dios y que aun estar atentos por unos minutos durante la oración les resulta muy difícil. Otros experimentan con regularidad un sentir de la presencia de Dios. Esto explica al menos en parte las distintas posiciones. Sin embargo, las diferencias teológicas también desempeñan un papel en esto. Bloesch argumenta que la oración mística concuerda más con la posición católica que enseña que la gracia de Dios se infunde de manera directa en nosotros mediante el bautismo y la misa, y menos con la creencia protestante que enseña que somos salvos mediante la fe en la promesa de la palabra del evangelio de Dios.6 ¿Cuál de estas posiciones es la mejor? ¿La adoración reposada o la súplica resuelta? Esta pregunta da por sentado que la respuesta es una de las dos, lo cual es poco probable. La comunión y el reino En busca de ayuda examinaremos primero el libro de Salmos, el libro sagrado de oración de la Biblia. Allí vemos bien representadas ambas experiencias de oración. Hay salmos como los Salmos 27, 63, 84, 131 y los «extensos aleluyas» de los Salmos 146–150 que describen la comunión llena de adoración con Dios. En el Salmo 27:4, David declara que una cosa él le pide a Dios en oración, «contemplar la hermosura del Señor». Aunque David oró por otras cosas, él quiere decir, por lo menos, que nada es mejor que conocer la presencia de Dios. Por eso declara: «Oh Dios… Mi alma tiene sed de ti… Te he visto en el santuario y he contemplado tu poder y tu gloria. Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán» (Sal. 63:1-3). Cuando el salmista adora a Dios en Su presencia, expresa: «mi alma quedará satisfecha como de un suculento banquete…» (Sal. 63:5). Esta es ciertamente la comunión con Dios. Hay, con todo, incluso más salmos de queja que claman pidiendo ayuda o para que Dios ejerza Su poder en el mundo. Hay también desoladas expresiones sobre la experiencia de la ausencia de Dios. Ciertamente, vemos aquí la oración como una lucha. Los Salmos 10, 13, 39, 42–43 y 88 son solo unos pocos ejemplos. El Salmo 10 comienza preguntando: «¿Por qué, Señor, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?...». De pronto el autor clama: «¡Levántate, Señor! ¡Levanta, oh Dios, tu brazo! ¡No te olvides de los indefensos!» (Sal.10:12). Sin embargo, parece que casi hablara tanto consigo mismo como con el Señor. «Pero tú ves la opresión y la violencia, las tomas en cuenta y te harás cargo de ellas. Las víctimas confían en ti; tú eres la ayuda de los huérfanos» (Sal. 10:14). La oración termina con el salmista que se postra ante el tiempo y la sabiduría de Dios en todos los asuntos, pero a la vez clama pidiendo justicia sobre la tierra. Este es el combate de lucha libre con la oración centrada en el reino. El Salterio, entonces, afirma tanto la oración que busca la comunión como la que busca el reino. Además de considerar las oraciones reales de la Biblia, debemos también tomar en cuenta la teología de la oración en la Escritura, es decir, las razones, en Dios y en nuestra naturaleza creada, que permiten que los seres humanos oremos.Se nos declara que Jesucristo se presenta como nuestro mediador de manera que nosotros, aunque indignos en nosotros mismos, podemos acercarnos al trono de Dios y clamar para que nuestras necesidades sean satisfechas (Heb. 4:14-16; 7:25). También se nos declara que Dios mismo mora dentro de nosotros a través del Espíritu (Rom. 8:9-11) y nos asiste para orar (Rom. 8:26-27), así que, incluso ahora, por la fe podemos mirar y contemplar la gloria de Cristo (2 Cor. 3:17-18). Por lo tanto, la Biblia nos da fundamento teológico tanto para la oración centrada en la comunión como para la oración centrada en el reino. Un poco de reflexión nos mostrará que estas dos clases de oración no son opuestas y ni siquiera son categorías distintas. Adorar a Dios es una actividad marcada por la súplica. Alabar a Dios es orar «Santificado sea tu nombre», es pedirle que muestre al mundo Su gloria para que todos le rindan honor como Dios. Sin embargo, así como la adoración contiene súplica, del mismo modo, buscar el reino de Dios debe incluir orar para conocerlo. El Westminster Shorter Catechism [Catecismo menor de Westminster], nos señala que nuestro propósito es «glorificar a Dios y gozar de Él para siempre». En esta conocida declaración, vemos reflejada la oración del reino y la oración de la comunión. Estas dos acciones, glorificar a Dios y gozar de Dios, no siempre coinciden en esta vida, pero a la larga deben ser la misma cosa. Podemos orar por la venida del reino de Dios, pero si no disfrutamos inmensamente de Dios con todo nuestro ser, no lo estamos honrando de verdad como Señor.7 Por último, cuando consultamos a muchos de los más grandes escritores de la antigüedad, como Agustín, Martín Lutero y Juan Calvino, vemos que ellos no pertenecen claramente a ninguna de estas dos posturas.8 Sin duda, incluso el prominente teólogo católico Hans Urs von Balthasar ha buscado dar balance a la tradición mística y contemplativa de la oración. Advierte sobre el peligro de encerrarse demasiado en uno mismo: «La oración contemplativa… ni puede ni debe ser autocontemplativa, sino [más bien] es considerar y escuchar con reverencia a… la negación del yo, es decir, la Palabra de Dios».9 Pasando de la obligación al deleite Entonces, ¿a dónde nos lleva esto? No deberíamos crear una división entre la búsqueda de la comunión personal con Dios y la búsqueda del avance de Su reino en los corazones y en el mundo. Y, si se mantienen unidas, entonces la comunión no será solo un conocimiento místico sin palabras y nuestras peticiones no serán solo una manera de procurar el favor de Dios «… por sus muchas palabras» (Mat. 6:7). Este libro mostrará que la oración es una conversación y un encuentro con Dios. Estos dos conceptos nos dan una definición de la oración y nos proveen de un conjunto de herramientas para profundizar en nuestras vidas de oración. Las formas tradicionales de oración, adoración, confesión, acción de gracias y súplica, son prácticas concretas así como profundas vivencias. Debemos conocer el asombro de alabar Su gloria, la intimidad de encontrar Su gracia y la lucha de pedir Su ayuda; todo esto nos lleva a conocer la realidad espiritual de Su presencia. La oración, entonces, es asombro e intimidad, lucha y realidad. No todos estos componentes estarán presentes cada vez que oremos, pero cada uno debería ser un elemento importante de nuestra oración a lo largo de nuestras vidas. En su libro sobre la oración, J. I. Packer y Carolyn Nystrom ponen un subtítulo que resume todo esto de buena manera. La oración es «Encontrar nuestro camino pasando de la obligación al deleite». Esta es la travesía de la oración. PARTE UNO DESEANDO LA ORACIÓN D UNO La necesidad de la oración «No lo lograremos» urante la segunda mitad de mi vida adulta, descubrí la oración. Tuve que hacerlo. En el otoño de 1999, dictaba un curso sobre el libro de Salmos. Se hizo evidente para mí que no estaba llegando al fondo de lo que la Biblia manda y promete en relación con la oración. Luego vinieron las semanas sombrías en Nueva York después del 11 de septiembre, cuando toda nuestra ciudad se hundió en una especie de depresión clínica colectiva, aun cuando se recobró de tal impacto. Para mi familia la oscuridad se intensificó porque mi esposa, Kathy, luchaba con los efectos de la enfermedad de Crohn. Y para acabar, se me diagnosticó cáncer en la tiroides. En cierto momento, en medio de todo esto, mi esposa me pidió que hiciéramos algo que nunca habíamos logrado hacer porque no habíamos tenido la disciplina para hacerlo de manera regular. Me pidió que orara con ella cada noche. Cada noche. Usó una ilustración que cristalizaba perfectamente sus sentimientos. Según recordamos, expresó algo como esto: Imagínate que te diagnostican con una enfermedad letal, que el doctor te ha dicho que morirás dentro de unas horas a menos que tomes una medicina determinada, una píldora cada noche antes de irte a dormir. Imagínate que se te informó que nunca podrías dejar de tomarla o morirías. ¿Olvidarías tomarla? ¿Dejarías de tomarla algunas noches? No. Sería tan importante que no lo olvidarías. Bien, si nosotros no oramos juntos a Dios, no vamos a lograrlo debido a todo lo que tenemos que enfrentar. Te aseguro que yo no podré lograrlo. Tenemos que orar; simplemente no podemos descuidarnos en esto. Quizás fue el poder de esta ilustración, quizás fue el momento preciso, quizás fue el Espíritu de Dios. O bien, lo más probable es que haya sido el Espíritu de Dios que usó el momento y la claridad de la metáfora. Ambos nos dimos cuenta de la gravedad del asunto y admitimos que cualquier cosa que fuera de verdad una necesidad no negociable era algo que podríamos hacer. Esto ocurrió hace más de doce años, y Kathy y yo no podemos recordar haber perdido una sola noche de oración juntos, aunque fuera por teléfono, incluso cuando hemos estado separados en diferentes hemisferios. El estremecedor desafío, junto con mi creciente convicción de que no entendía la oración, me llevó a una búsqueda. Yo quería una mejor vida personal de oración. Entonces comencé a leer mucho sobre la oración y a experimentar en ella. Cuando miré alrededor, me di cuenta de que no estaba solo. «¿Puede alguien enseñarme a orar?» Cuando Flan Nery O´Connor, la famosa escritora del sur de Estados Unidos, tenía 20 años y estudiaba en Iowa sobre el arte de escribir, buscó profundizar su vida de oración. Tuvo que hacerlo. En 1946 comenzó a llevar un diario de oración escrito a mano. En él, O´Connor describe sus luchas por ser una gran escritora. «Yo quiero mucho triunfar en el mundo con lo que quiero hacer… Estoy tan desilusionada con mi trabajo… La mediocridades una dura palabra para aplicársela a uno mismo… pero es imposible no hacerlo conmigo… No tengo nada de lo cual sentirme orgullosa. Soy insensata, tan insensata como las personas a las cuales ridiculizo». Esta clase de declaraciones pueden encontrarse en el diario de cualquier aspirante a artista, pero O´Connor hizo algo diferente con estos sentimientos. Ella los puso en oración y siguió el antiguo ejemplo de los salmistas en el Antiguo Testamento, quienes no solo identificaron, expresaron y dieron rienda suelta a sus sentimientos, sino que además los procesaron con total honestidad en la presencia de Dios. O´Connor escribió: … el esfuerzo en este arte, más que pensar en Ti y sentirme inspirada con el amor que desearía tener. Querido Dios, no puedo amarte de la manera en que quisiera. Tú eres la aparición delgada de la luna creciente que veo y yo soy la sombra de la tierra que me impide ver toda la luna… lo que me asusta, querido Dios, es que mi propia sombra se haga tan grande que tape toda la luna y que me juzgue a mí misma por la sombra que no es nada. No te conozco, Dios, porque estoy en el camino. Por favor ayúdame a hacerme a un lado.10 Aquí O´Connor reconoce lo que Agustín vio con claridad en su propio diario de oración, las Confesiones: vivir bien depende del reordenamiento de nuestros afectos. Amar nuestro éxito más que a Dios y a nuestro prójimo endurece el corazón, nos hace menos capaces de sentir. Lo que, irónicamente, nos hace artistas mediocres. Por eso, debido a que O´Connor era una escritora con dones extraordinarios quien podía convertirse en alguien arrogante y egocéntrica, su única esperanza estaba en la constante reorientación de su alma a través de la oración. «Oh Dios, ayúdame a aclarar mi mente. Ayúdame a limpiarla… Te suplico que me ayudes para escudriñar las cosas y encontrarte donde Tú estás».11 O´Connor reflexionó sobre la disciplina de escribir sus oraciones en un diario. Reconoció el problema de la forma. «He decidido que esto [el diario] no es como un medio directo de oración. Además, la oración no es algo premeditado como esto; es espontánea y esto es demasiado lento para la espontaneidad».12 Por otro lado, existía el peligro de que lo que ella estaba escribiendo no fuera realmente una oración, sino un desahogo. «Yo… quiero que sea… algo para alabar a Dios. Es quizás más probablemente algo terapéutico… con el elemento de subrayar sus pensamientos».13 Sin embargo, ella pensaba que el diario la ayudaba de esta forma: «He comenzado una nueva etapa en mi vida espiritual… librarme de ciertos hábitos de adolescente y hábitos de la mente. No hace falta mucho para darnos cuenta de qué tontos somos, pero lo poco que toma tarda en llegar. Descubro lo absurda que soy poco a poco».14 O ´Connor aprendió que la oración no es solo la exploración solitaria de tu propia subjetividad. Tú estás con Otro, y Él es único. Dios es la única persona a la cual no le puedes ocultar nada. Ante Él, llegarás inevitablemente a verte a ti mismo bajo una nueva y única perspectiva. La oración, por lo tanto, lleva a un conocimiento sobre uno mismo que es imposible lograr de otra manera. La esencia en el diario de O´Connor era su simple deseo de aprender de verdad a orar. Ella conocía de manera intuitiva que la oración era la clave para todo lo demás que necesitaba hacer y ser en la vida. No estaba contenta con las prácticas religiosas superficiales de su pasado. «No pretendo negar las oraciones tradicionales que he pronunciado durante toda mi vida; pero las he estado pronunciando y no las he sentido. Mi atención es fugaz. En esta forma, la mantengo en todo momento. Siento la calidez del amor que late dentro de mí cuando pienso y escribo esto para Ti. Por favor, no permitas que las explicaciones de los psicólogos lo conviertan de pronto en algo frío».15 Al final de una anotación, ella solo lanza el desafío: «¿Puede alguien enseñarme a orar?».16 Millones de personas hoy están haciendo la misma pregunta. Hay un sentir sobre la necesidad de orar; nosotros debemos orar. Pero ¿cómo? Un panorama confuso En la sociedad occidental ha ido creciendo el interés por la espiritualidad, la meditación y la contemplación que comenzó una generación atrás, quizás i-naugurado por el interés de los Beatles en las formas de meditación oriental, lo que se divulgó ampliamente, y alimentado por el debilitamiento de la religión institucional. Cada vez son menos las personas que conocen la rutina de los servicios religiosos regulares; sin embargo, permanece un deseo espiritual. Hoy, nadie parpadea al leer en un artículo del New York Times que Robert Hammond, uno de los fundadores del parque urbano High Line en el vecindario de Manhattan llamado Western Chelsea, viajará a la India para un retiro de meditación por tres meses.17 Muchos occidentales inundan cada año los ashrams [edificios religiosos hindúes] y otros centros de retiro espiritual en Asia.18 Hace poco, Rupert Murdoch envió un mensaje por Twitter en el que compartía que estaba aprendiendo meditación trascendental. «Todos lo recomiendan», afirmó. «No es fácil comenzar, pero dicen que mejora todo».19 Dentro de la iglesia cristiana, hay una explosión similar de interés en la oración. Hay un fuerte movimiento hacia las prácticas contemplativas y de meditación antiguas. En la actualidad, tenemos un pequeño imperio de instituciones, organizaciones, redes y practicantes que enseñan y adiestran en métodos como la oración centrada, la oración contemplativa, la oración «que escucha», la lectio divina y muchos otros sistemas que ahora se llaman «disciplinas espirituales».20 Sin embargo, todo este interés no debería verse como una «ola» única y coherente. Más bien, es un conjunto de contracorrientes poderosas que están generando aguas turbulentas para muchos que preguntan. Ha habido críticas sustanciales presentadas en contra del nuevo énfasis en la espiritualidad contemplativa, tanto dentro de las iglesias católicas como de las protestantes.21 Al buscar recursos que me ayudaran en mi vida de oración, así como en la de otros, me di cuenta de cuán confuso era el panorama. «Un misticismo inteligente» El camino que seguí fue volver a mis propias raíces teológicas y espirituales. En Virginia, donde fui pastor por primera vez, y luego en la ciudad de Nueva York, prediqué la carta de Pablo a los Romanos. A la mitad del capítulo 8, Pablo escribe: Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!». El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (vv. 15- 16). El Espíritu nos asegura del amor de Dios. Primero, el Espíritu hace posible que nos acerquemos y clamemos al gran Dios como nuestro padre amoroso. Luego, se acerca a nuestro espíritu y aporta un testimonio más directo. La primera vez que me enfrenté con estos versículos fue cuando leí los sermones de D. Martyn Lloyd-Jones, predicador inglés y autor de mediados del siglo XX. Argumentaba que Pablo estaba escribiendo sobre una profunda experiencia de la realidad de Dios.22 Con el tiempo descubrí que la mayoría de los comentaristas modernos de la Biblia en general coinciden en afirmar que estos versículos describen, como lo expresa un estudioso del Nuevo Testamento, «una experiencia religiosa que es inefable» porque la certeza del amor seguro en Dios es «mística en el mejor sentido de la palabra». Thomas Schreiner añade que no debemos «darle poca importancia al campo emocional» de la experiencia. «Algunos se apartan de esta idea debido a su subjetividad, pero el abuso de la subjetividad en algunos círculos no puede excluir las dimensiones“mística” y emocional de la experiencia cristiana».23 El planteamiento de Lloyd-Jones también me llevó de nuevo a escritores que había leído en el seminario, como Martín Lutero, Juan Calvino, John Owen, teólogo inglés del siglo XVII, y Jonathan Edwards, filósofo y teólogo estadounidense del siglo XVIII. Descubrí que no se ofrece alternativa entre verdad o Espíritu, entre doctrina o experiencia. Uno de los antiguos teólogos más destacados, John Owen, fue de especial ayuda para mí en este punto. En un sermón sobre el evangelio, Owen, con debida diligencia, expuso el fundamento doctrinal de la salvación cristiana. Pero luego, exhortó a sus oyentes a «tener una experiencia del poder del evangelio… en y sobre sus propios corazones o toda su profesión es un asunto que expirará».24 Esta experiencia del corazón del poder del evangelio puede suceder solo a través de la oración, tanto de manera pública en la asamblea de cristianos como de manera privada en la meditación. En mi búsqueda de una vida más profunda de oración, escogí un camino algo inusual. A propósito, evité leer todo libro nuevo sobre la oración. En cambio, regresé a los textos históricos de teología cristiana que me habían formado y comencé a hacer preguntas sobre la oración y la experiencia de Dios, preguntas que no habían venido a mi mente con claridad cuando estudiaba estos textos en los cursos de posgrado décadas atrás. Encontré orientación sobre la vida interna de oración y la experiencia espiritual que me llevó más allá de las corrientes peligrosas de los debates y movimientos contemporáneos. Un autor que consulté fue John Murray, teólogo escocés, quien me proveyó de una de las ideas más útiles de todas: Es necesario que reconozcamos que hay un misticismo inteligente en la vida de la fe… de unión y comunión viva con el Redentor exaltado y siempre presente… Él conversa con Su pueblo y Su pueblo conversa con Él en amor recíproco consciente… La vida de la fe verdadera no puede ser un acuerdo hecho fríamente. Debe tener la pasión y el calor del amor y la comunión porque la comunión con Dios es la corona y la cúspide de la verdadera religión.25 Murray no era un escritor propenso a los pasajes líricos. Sin embargo, cuando habla de «misticismo» y «comunión» con Aquel que murió y vive para siempre por nosotros, él asume que los cristianos tendrán una relación de amor palpable con Él y que tienen el potencial de un conocimiento personal y una experiencia de Dios que resulta inimaginable. Lo cual, por supuesto, se refiere a la oración, pero ¡qué oración! A la mitad del párrafo, Murray cita la Primera Epístola de Pedro: «Ustedes lo aman a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso» (1:8). La RVR1960 lo traduce como «gozo inefable y glorioso». La LBLA lo traduce «gozo inefable y lleno de gloria».26 Al reflexionar sobre este versículo, me asombró que Pedro, al escribir a la iglesia, se dirigiera de esta manera a sus lectores. No dijo: «Entonces algunos de ustedes, que tienen una espiritualidad avanzada, han comenzado a experimentar períodos de gran gozo en la oración. Espero que el resto de ustedes lo alcancen». No, él dio por hecho que experimentar, algunas veces, un gozo abrumador en la oración era normal. Estaba convencido de ello. Una frase de Murray que resuena en particular es que fuimos llamados a un misticismo inteligente. Esto se refiere a un encuentro con Dios que implica no solo los afectos del corazón, sino también las convicciones de la mente. No fuimos llamados a escoger entre una vida cristiana basada en la verdad y la doctrina, y una vida llena de poder y experiencia espirituales. Ellas van juntas. No fui llamado a abandonar mi teología y a lanzarme en la búsqueda de «algo más», de la experiencia. Más bien, tenía que pedirle al Espíritu Santo que me ayudara a vivir mi teología. Aprendiendo a orar Nos hacemos eco de la conmovedora pregunta de Flannery O´Connor y decimos: ¿Cómo, entonces, aprendemos a orar? En el verano posterior al que fui tratado con éxito del cáncer de tiroides, hice cuatro cambios prácticos en mi vida de devoción personal. Primero, pasé varios meses leyendo los Salmos y resumí cada uno de ellos. Esto me permitió comenzar a orar a través de los Salmos con regularidad, pasando por todos ellos varias veces en el año.27 Segundo, establecí un tiempo de meditación como una disciplina transicional entre mi lectura de la Biblia y mi tiempo de oración. Tercero, hice todo lo que podía para orar en la mañana y en la noche; no solo en la mañana. Cuarto, comencé a orar con mayor expectativa. Siempre lleva un tiempo para que los cambios den resultados, pero, después de mantener estas prácticas durante dos años, comencé a obtener algunos logros. Desde entonces, pese a los altibajos, he hallado nueva dulzura en Cristo y nueva amargura también, porque, a la luz de la oración enérgica, pude ver mi corazón con más claridad. Es decir, tuve más experiencias reposadas de amor al igual que más luchas por ver a Dios triunfar sobre el mal, tanto en mi corazón como en el mundo. Estas dos vivencias en la oración que discutimos en la introducción crecieron juntas, como dos árboles idénticos. Ahora, entiendo que así es como debe ser. Una estimula a la otra. El resultado fue una vitalidad y fortaleza espirituales que no había tenido antes, a pesar de ser ministro del evangelio y haber predicado por tanto tiempo. El resto del libro es un relato de lo que aprendí. La oración es, no obstante, un tema en extremo difícil sobre el cual escribir. No se debe a que sea un concepto indefinible, sino que, ante ella, nos sentimos pequeños e incapaces. Una vez, Lloyd-Jones expresó que él nunca había escrito sobre la oración debido a un sentimiento de incompetencia en esta área.28 Dudo, sin embargo, que alguno de los mejores autores sobre la oración en la historia se sintiera más competente que Lloyd-Jones. P. T. Forsyth, escritor inglés de principios del siglo XX, expresó mi propio sentimiento y aspiración mejor de lo que yo mismo podría hacerlo: Es difícil e incluso formidable escribir sobre la oración, y uno teme tocar el arca del pacto… Pero quizás también el esfuerzo… pueda ser considerado con gracia por Él, quien vive para siempre para hacer intercesión como que fuera una oración para saber mejor cómo orar. 29 La oración es la única entrada al genuino conocimiento de uno mismo. Es además la mejor manera para experimentar un cambio profundo, el reordenamiento de nuestros afectos. La oración es como Dios nos da muchas de las cosas inimaginables que Él tiene para nosotros. Ciertamente, la oración hace que sea seguro para Dios darnos muchas de las cosas que más deseamos. Es la manera en que conocemos a Dios, y el modo en que, a fin de cuentas, tratamos a Dios como Dios. La oración es simplemente la clave para todo lo que necesitamos hacer y ser en la vida. Debemos aprender a orar. Tenemos que hacerlo. U DOS La grandeza de la oración Por eso yo, por mi parte, desde que me enteré de la fe que tienen en el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los santos, no he dejado de dar gracias por ustedes al recordarlos en mis oraciones. Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz. Efesios 1:15-19 La supremacía de la oración na rápida comparación de esta oraciónde Efesios 1 con las oraciones de Filipenses 1, Colosenses 1 y Efesios 3 revela que esta es la manera habitual en la cual Pablo oraba por aquellos a quienes amaba. En el corazón gramatical de la extensa oración de Pablo, hay una comprensión sorprendente de la grandeza e importancia de la oración. En el versículo 17, escribe: «Pido… para que lo conozcan mejor». Es extraordinario que en todos sus escritos las oraciones de Pablo por sus amigos no contienen peticiones por cambios en sus circunstancias. La verdad es que ellos vivían en medio de muchos peligros y privaciones. Enfrentaron persecución, muerte por enfermedad, opresión por parte de fuerzas poderosas y separación de los seres queridos. Su existencia fue mucho menos segura que la nuestra hoy. Sin embargo, en estas oraciones, no se encuentra ni una sola petición por un mejor emperador, por protección contra los ejércitos saqueadores o incluso por pan para la próxima comida. Pablo no ora por los bienes que nosotros solemos colocar al principio de nuestra lista de peticiones. ¿Esto significa que es incorrecto orar por estas cosas? De ninguna manera. Como bien lo sabía Pablo, el mismo Jesús nos invita a que pidamos por nuestro «pan de cada día» y para que se nos «libere del mal». En 1 Timoteo 2, Pablo alienta a sus lectores para que se oren para tener paz, por un buen gobierno y por las necesidades del mundo. En sus propias oraciones, entonces, Pablo no nos provee de un modelo universal para la oración, como tampoco lo hizo Jesús. Más bien, en ellas Pablo revela lo que pedía con más frecuencia para sus amigos, lo que creía que era lo más importante que Dios podía darles. ¿Qué es lo más importante? Conocerlo mejor a Él. Pablo lo explica con colores y detalles. Significa tener «… iluminados los ojos del corazón…» (Ef. 1:18). Bíblicamente, el corazón es el centro de control de toda la persona. Es el depósito de los compromisos básicos, los afectos más profundos y las esperanzas fundamentales que controlan nuestros sentimientos, pensamientos y conducta. Tener «iluminados los ojos del corazón» con una particular verdad significa que ha penetrado e invadido de manera tan profunda que cambia a la persona completa. Es decir, podemos saber que Dios es santo, pero cuando los ojos del corazón son iluminados en relación con esa verdad, entonces no solo conocemos cognitivamente, sino que emocionalmente descubrimos que la santidad de Dios es maravillosa y bella, y volitivamente evitamos actitudes y conductas que le desagradan o lo deshonran. En Efesios 3:18, Pablo indica que él quiere que el Espíritu les dé poder para que «puedan comprender» todos los beneficios pasados, presentes y futuros que recibieron cuando creyeron en Cristo. Sin duda, todos los cristianos conocen sobre estos beneficios en sus mentes, pero la oración es para algo más, es para tener un sentido más claro de la realidad de la presencia de Dios y de la vida compartida con Él. Pablo considera este mayor conocimiento de Dios como un asunto más crítico a recibir que un cambio en las circunstancias. Sin este fuerte sentido de la realidad de Dios, las circunstancias buenas pueden conducirnos a una confianza excesiva o a la indiferencia espiritual. «¿Quién necesita a Dios?», podrían concluir nuestros corazones cuando los asuntos parecen estar bajo control. Por otra parte, sin este corazón iluminado, las malas circunstancias pueden conducirnos al desaliento y la desesperación, porque el amor de Dios sería una abstracción y no la presencia infinitamente consoladora que debería ser. Por eso, conocer mejor a Dios es lo que debemos tener por encima de todo en cualquier circunstancia de la vida que debamos enfrentar. La mayor preocupación de Pablo, entonces, concierne a la vida de oración de los creyentes tanto pública como privada. Cree que el bien más preciado es la comunión o compañerismo con Dios. Una vida de oración abundante, dinámica, consoladora, ganada con esfuerzo es la única que hace posible recibir todos los otros bienes correcta y provechosamente. Pablo no considera la oración solo como una manera de obtener cosas de parte de Dios, sino también como una manera de obtener más de Dios mismo. La oración es procurar «… aferrarse a [Dios]…» (Isa. 64:7) del mismo modo que en la antigüedad las personas se aferraban al manto de un gran hombre cuando recurrían a él o del mismo modo que nosotros abrazamos a alguien para demostrarle amor. Al orar de esta forma, Pablo estaba dando por sentada la prioridad de la vida interior con Dios.30 La mayoría de las personas en estos tiempos basa su vida interior en sus circunstancias externas. Su paz interior depende de la valoración que hacen otros, de la posición social, de la prosperidad y del desempeño en la vida. Los cristianos hacen esto tanto como cualquier otra persona. Pablo enseña que, para los creyentes, debería ser al contrario. De otro modo seremos golpeados por cómo van las cosas en el mundo. Si los cristianos no basan sus vidas en el inalterable amor de Dios, entonces tendrán que «aceptar como éxito lo que otros garantizan que así es e interpretar su felicidad como ellos la plantean, según los estándares del mundo. Ellos tiemblan, con razón, ante su destino».31 La integridad de la oración Si damos prioridad a la vida exterior, nuestra vida interior será sombría y aterradora. No sabremos qué hacer con la soledad. Nos sentiremos profundamente incómodos con la introspección y no podremos concentrarnos en ningún tipo de reflexión. Peor aún, a nuestras vidas les faltará integridad. Exteriormente, tendremos que proyectar confianza, salud, y plenitud espiritual y emocional, aunque por dentro estemos llenos de inseguridades, ansiedades, autocompasión y viejos rencores. Sin embargo, no sabremos cómo entrar en los espacios interiores del corazón ni ver con claridad qué hay allí y afrontarlo. En pocas palabras, si no le damos prioridad a la vida interior, nos convertiremos en unos hipócritas. John Owen, teólogo inglés del siglo XVII, advirtió a los ministros populares y exitosos: Un ministro puede llenar las bancas de su iglesia, la lista de la comunión, las bocas de la opinión pública, pero lo que ese ministro es de rodillas, en secreto, ante el Dios Todopoderoso, eso es y nada más.32 Para descubrir tu verdadero yo, ponte a reflexionar en qué piensas cuando nadie te está viendo, cuando nada te está obligando a pensar en algo en particular. En esos momentos, ¿tus pensamientos se dirigen hacia Dios? Es posible que quieras que te vean como una persona humilde, sin pretensiones, pero ¿tomas la iniciativa de confesar tus pecados delante de Dios? Deseas que los demás te perciban como una persona positiva y alegre, pero ¿sueles agradecerle a Dios por todo lo que tienes y alabarlo por quien es Él? Quizás hables mucho sobre la «bendición» de tu fe y cómo «amas de verdad al Señor», pero, si no oras, ¿es esto cierto? Si no tienes gozo, si no eres humilde y fiel delante de Dios, entonces lo que quieres aparentar en el exterior no se corresponde con quien eres realmente. Poco antes de dar a Sus discípulos la oración del Padre Nuestro, Jesús ofreció algunas ideas preliminares, incluyendo la siguiente: «Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea… Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto…» (Mat. 6:5-6). La prueba infalible de la integridad espiritual, afirma Jesús, es la vida privada de oración. Muchas personas oran cuando se sienten obligadas por las expectativasculturales o sociales, o quizás por la ansiedad que les causan las circunstancias perturbadoras. Aquellos que tienen una genuina relación viva con el Padre, en cambio, tendrán un deseo interno de orar y por eso orarán aunque nada externo los presione a hacerlo. Incluso buscarán orar durante los tiempos de aridez espiritual, cuando no haya recompensa social o vivencial. Dar prioridad a la vida interior no se refiere a una vida individualista. Conocer mejor al Dios de la Biblia no es algo que puedas lograr tú solo. Exige la comunidad de la iglesia, la participación en la adoración como cuerpo así como en el tiempo de devoción personal, la instrucción en la Biblia y la meditación en silencio. En el meollo de todas las distintas formas para conocer a Dios está la oración tanto colectiva como personal. Un pastor y amigo, Jack Miller, una vez señaló que podía decir mucho sobre la relación de una persona con Dios al escucharla cuando oraba. «Se puede saber si un hombre o una mujer tiene de verdad una buena relación con Dios» indicaba Miller. Mi primera respuesta fue anotar en mi mente que nunca oraría en voz alta frente a Jack. He podido comprobar la tesis de Jack. Puedes ser florido, sano teológicamente y ferviente en tus oraciones públicas sin cultivar una vida abundante y personal de oración. No puedes fabricar la marca inequívoca de la realidad que solo viene de hablar no hacia Dios, sino con Él. Las profundidades de la oración pública y privada crecen juntas. La dificultad de la oración No se me ocurre nada bueno que además sea fácil. La oración debe ser, entonces, una de las cosas más difíciles del mundo. Admitir que la oración es difícil, sin embargo, puede ser alentador. Si luchas mucho con esto, no estás solo. The Still Hour, un libro clásico sobre la oración, escrito por Austin Phelps, teólogo estadounidense del siglo XIX, comienza con el capítulo «La ausencia de Dios en la oración» y el versículo de Job 23:3, «¡Ah, si supiera yo dónde encontrar a Dios!¡Si pudiera llegar adonde él habita!». El libro de Phelps empieza con la premisa de que «una consciencia de la ausencia de Dios es uno de los incidentes esperados en la vida religiosa. Incluso cuando las formas de devoción se observan de manera escrupulosa, el sentido de la presencia de Dios, como un Amigo invisible, cuya compañía es un gozo, no es en absoluto continuo».33 Phelps explica las numerosas razones por las cuales hay cierta aridez en la oración y cómo salir adelante con ese sentir de la irrealidad de Dios. La primera cosa que aprendemos al intentar orar es nuestro vacío espiritual, y esta enseñanza es crucial. Estamos tan acostumbrados a estar vacíos que no reconocemos la vacuidad como tal hasta que comenzamos a tratar de orar. No la sentimos hasta que empezamos a leer lo que la Biblia y otros han expresado sobre la grandeza y la promesa de la oración. Entonces, finalmente comenzamos a sentirnos solos y hambrientos. Es un primer paso importante en la comunión con Dios, pero es desorientador. Cuando nuestra vida de oración por fin comienza a florecer, los efectos pueden ser notables. Quizás estés lleno de autocompasión y justifiques tu rencor e ira. Entonces te sientas a orar y la reorientación que viene delante del rostro de Dios revela, en un instante, la mezquindad de tus sentimientos. Todas las excusas para autojustificarte caen al suelo hechas pedazos. O quizás hayas sentido una gran ansiedad y durante la oración te preguntas por qué estabas tan preocupado. Te ríes de ti mismo y le agradeces a Dios por quien es Él y por lo que Él ha hecho. Esto puede ser dramático. Es la vigorizante claridad de una nueva perspectiva. Con el tiempo, esta puede ser la experiencia normal, pero nunca es así como comienza la vida de oración. Al principio suele dominar el sentimiento de miseria y ausencia, pero la mejor guía para esta etapa nos insta a no volver atrás, sino a soportar y orar de forma disciplinada, hasta que, como lo afirman Packer y Nystrom, pasemos de la obligación al deleite. Debemos tener cuidado de no malinterpretar estas frases. Las épocas de aridez pueden retornar por una diversidad de causas. No pasamos un tiempo discreto de aridez hasta que nos abrimos paso de forma permanente hacia el gozo y los sentimientos. Más bien, en la reorientación vívida de la mente y el sentir general de Dios en el corazón se suelen intercalar tiempos de lucha e incluso de ausencia, algunas veces en formas sobrecogedoras. De todas formas, la búsqueda de Dios mediante la oración con el tiempo da fruto, porque Dios nos busca para que lo adoremos (Juan 4:23) y porque la oración es inmensamente abundante y maravillosa. La centralidad de la oración Toda la Biblia es sobre Dios, y es la razón por la cual la práctica de la oración permea en sus páginas. La grandeza de la oración no es más que una extensión de la grandeza y la gloria de Dios en nuestras vidas. La Escritura es un extenso testimonio de esta verdad. En Génesis vemos a cada uno de los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, orando con familiaridad y franqueza. La oración tenazmente insistente de Abraham pidiendo la misericordia de Dios sobre las ciudades paganas de Sodoma y Gomorra es extraordinaria (Gén. 18:23ss.). En Éxodo, la oración fue la manera en que Moisés aseguró la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. El don de la oración hace grande a Israel: «¿Qué otra nación hay tan grande como la nuestra? ¿Qué nación tiene dioses tan cerca de ella como lo está de nosotros el Señor nuestro Dios cada vez que lo invocamos?» (Deut. 4:7).34 No orar, entonces, no es solo quebrantar una regla religiosa; es no tratar a Dios como Dios. Es un pecado contra Su gloria. «En cuanto a mí», declaró el profeta Samuel a su pueblo, «que el Señor me libre de pecar contra Él dejando de orar por ustedes…» (1 Sam. 12:23 [énfasis mío]).35 El rey David, que compuso gran parte del Salterio, el libro de oración dado por Dios, lo llenó con peticiones al Señor «porque escuchas la oración…» (Sal. 65:2). Su hijo Salomón edificó el templo en Jerusalén y luego lo dedicó con una impresionante oración.36 La petición fundamental de Salomón por el templo fue que desde allí Dios escuchara las oraciones de Su pueblo; ciertamente, la oración culminante fue por el don de la misma oración.37 Además de eso, Salomón esperaba que los habitantes de otras naciones «… oirán hablar de tu gran nombre… y ore[n] en este templo» (1 Rey. 8:42). De nuevo, vemos que la oración es simplemente un reconocimiento de la grandeza de Dios. El libro de Job en el Antiguo Testamento es en gran parte el registro del sufrimiento y dolor de Job, superado con oración. Al final, Dios está enojado con los insensibles amigos de Job y les dice que Él se abstendrá de castigarlos solo si Job ora por ellos (Job 42:8). La oración permeó el ministerio de todos los profetas del Antiguo Testamento.38 Pudo haber sido el medio ordinario por el cual la Palabra les llegó.39 La preservación y el retorno de los judíos del exilio en Babilonia se realizó esencialmente a través de la oración. Su exilio comenzó con un llamado a orar por la ciudad y sus vecinos paganos (Jer. 29:7). Daniel, casi ejecutado por las autoridades babilónicas debido a su insistencia en orar tres veces al día, ora por el arrepentimiento de su pueblo, pide por su retorno a la tierra y es escuchado.40 Posteriormente, Nehemías reconstruye el muro alrededor de Jerusalén con una serie de grandes oraciones unidas a un sabio liderazgo.41 Jesucristo enseñó a Sus discípulos a orar, sanó a personas mediante la oración, denunció la corrupción de la adoración en el templo (este, Él declaró, debería ser una «casade oración») e insistió en que algunos demonios podían ser expulsados únicamente a través de la oración. Solía orar de forma regular con clamor y lágrimas (Heb. 5:7) y algunas veces, durante toda la noche. El Espíritu Santo vino sobre Él y lo ungió mientras oraba (Luc. 3:21-22). Cuando Jesús enfrentó su mayor crisis, lo hizo con oración. Leemos que oró por Sus discípulos y por la iglesia la noche antes de Su muerte (Juan 17:1-26) y que luego rogó a Dios en Su agonía en el jardín de Getsemaní. Por último, murió orando.42 Justo después de la muerte de su Señor, los discípulos se prepararon para el futuro al estar «… [dedicados] a la oración…» todos juntos (Hech. 1:14). En todas las reuniones de la iglesia «se mantenían firmes… en la oración» (Hech. 2:42; 11:5; 12:5,12). El poder del Espíritu desciende sobre los primeros cristianos en respuesta a la oración poderosa, y los líderes son seleccionados y nombrados solo con oración. Se espera que todos los cristianos tengan una vida de oración que sea constante, fiel, dedicada y ferviente. En el libro de Hechos, la oración es una de las principales señales de que el Espíritu ha venido al corazón mediante la fe en Cristo. El Espíritu nos da la seguridad y el deseo de orar a Dios y nos permite orar incluso cuando no sabemos qué decir. A los cristianos se les enseña que la oración debe permear todas sus vidas y sus días, ellos deberían «[orar] sin cesar» (1 Tes. 5:17).43 La oración es tan grande que, dondequiera que mires en la Biblia, allí está. ¿Por qué? Donde sea que Dios esté, también estará la oración. Puesto que Dios está en todas partes y es inmensamente grande, la oración debe estar presente en todas las áreas de nuestras vidas. La riqueza de la oración Una de las mejores descripciones de la oración, aparte de las que están en la Biblia, fue escrita por el poeta George Herbert (1593-1633) en su obra «Prayer (I) [Oración (I)]». El poema es extraordinario porque aborda el inmenso tema de la oración en solo 100 palabras y sin un solo verbo o construcción en prosa en el idioma original. Más bien, Herbert nos ofrece unas dos docenas de poderosas imágenes. En los próximos capítulos, nos esforzaremos por definir la oración, pero corremos peligro al hacerlo. Una definición busca reducir las cosas a su esencia. George Herbert quiere, en cambio, movernos en la dirección opuesta. Quiere explorar la riqueza de la oración con todos sus infinitos e inmensidades. Lo hace al abrumar nuestras facultades analíticas e imaginativas. Oración ágape de la iglesia, la edad de los ángeles, Aliento de Dios cuando nace el hombre, El alma en paráfrasis, corazón en peregrinaje, La plomada cristiana que sondea cielo y tierra; Torre de asedio contra el Altísimo, torre del pecador, Trueno invertido, lanza que a Cristo en el costado hiere, El mundo de seis días en una hora transpuesto, Una melodía que todas las cosas escuchan y temen; Paz y ternura, alegría, amor y éxtasis, Maná exaltado, alegría suprema, El cielo en lo ordinario, hombre bien vestido, La Vía Láctea, el ave del Paraíso; Campanas eclesiales oídas allende las estrellas, sangre del alma, La tierra de las especias, algo entendido. La oración es «aliento de Dios cuando nace el hombre». Muchas personas que, por lo demás, son escépticas o que no son religiosas se asombran de encontrarse a sí mismas orando pese a no creer formalmente en Dios. Herbert nos da su explicación para ese fenómeno. La palabra hebrea para «espíritu» y «aliento» es la misma, y entonces, dice Herbert, hay algo en nosotros que proviene de Dios que sabe que no estamos solos en el universo y que no fuimos hechos para realizar el viaje solos. La oración es un instinto humano natural. La oración puede ser «paz y ternura, alegría, amor y éxtasis», el profundo descanso del alma que necesitamos. Es «sangre del alma», la fuente de la fortaleza y la vitalidad. Mediante la oración en el nombre de Jesús y la confianza en Su salvación, nos acercamos como un «hombre bien vestido», apropiado espiritualmente para estar en la presencia del Rey. Por eso nos podemos sentar con Él en el «ágape de la iglesia». Los banquetes nunca eran solo para comer, sino también una señal y un medio de aceptación y comunión con el Anfitrión. La oración es una amistad estimulante. La oración también es «una melodía». Pone tu corazón en sintonía con Dios. Al cantar, todo el ser participa: el corazón a través de la música al igual que la mente a través de las palabras. Es también una melodía que otros pueden escuchar además de ti. Cuando tu corazón está en sintonía con Dios, tu gozo tiene un efecto sobre aquellos que están a tu alrededor. Tú no estás orgulloso, frío, ansioso o aburrido, sino que eres generoso, cálido, con una profunda paz y lleno de interés. Otros lo notarán. Todos «escuchan y temen». La oración cambia a los que te rodean. La oración puede ser «la tierra de las especias», un lugar de sobrecarga sensorial, de aromas y sabores exóticos, y «la Vía Láctea», un lugar de maravillas y prodigios. Cuando eso sucede, la oración es verdaderamente de «la edad de los ángeles», una experiencia que trasciende la eternidad. Sin embargo, nadie en la historia ha encontrado esa «tierra de las especias» rápida o fácilmente. La oración es también «el corazón en peregrinaje» y en la época de Herbert un peregrino era alguien que emprendía un viaje largo, difícil y agotador. Estar en peregrinación significa no haber llegado. Hay un anhelo en la oración que nunca es llenado en esta vida, y algunas veces las profundas satisfacciones que buscamos en la oración parecen escasas. La oración es una travesía. Incluso en tiempos de pobreza espiritual, la oración puede servir como una especie de maná celestial y reposada «alegría» que nos dan fuerzas para seguir, al igual que el maná en el desierto hizo que Israel avanzara hacia su esperanza. El maná era simple alimento, en especial delicioso, pero difícilmente un banquete. Sin embargo, los sustentó de maravilla y fue una clase de pan para el camino que les proveyó de resistencia interior. La oración nos ayuda a resistir. Una razón para lo arduo es porque la verdadera oración es «el alma en paráfrasis». Dios no solo exige nuestras peticiones sino a nosotros mismos, y ninguna persona que comienza el viaje arduo y vitalicio de la oración sabe aún quién es. Nada más que la oración te revelará tu verdadero yo, porque solo ante Dios puedes ver y llegar a ser tú mismo. Parafrasear algo es captar lo esencial y hacerlo accesible. La oración es aprender quién eres delante de Dios y darle tu esencia. Significa conocerte a ti mismo al igual que te conoce Dios. La oración no es solo calma, paz y compañerismo. También es «torre de asedio contra el Altísimo», una frase sorprendente que con claridad se refiere a las máquinas de asedio llenas de arqueros que se usaban en los días de Herbert para tomar una ciudad. La Biblia contiene lamentos, peticiones y súplicas, pues la oración es rebelión contra el statu quo del mal en el mundo, pero no es en vano, porque son como «campanas eclesiales oídas allende las estrellas» y ciertamente son «trueno invertido». El trueno es una expresión del asombroso poder de Dios, pero la oración de alguna manera emplea ese poder para que nuestras peticiones no sean escuchadas en el cielo como un susurro, sino como un crujido, una explosión y un estruendo. La oración cambia las cosas. No obstante, Herbert también afirma que la oración es la «torre del pecador». Un espíritu arrogante no puede usar de manera adecuada el poder de la maquinaria de asedio de la oración. La «torre del pecador» se refiere a que la dependencia en oración de la graciade Jesús es nuestro único refugio de nuestro propio pecado. No podemos acercarnos a la presencia de Dios a menos que dependamos del perdón de Cristo y de Su justicia delante de Dios, no de nosotros mismos. Ciertamente, la oración es la «lanza que a Cristo en el costado hiere». Cuando oramos pidiendo perdón sobre la base del sacrificio de Jesús a nuestro favor, la gracia y la misericordia fluyen aun cuando de Su costado fluyó agua y sangre. La oración es un refugio. Aunque la oración es un tipo de artillería que cambia las circunstancias del mundo, su otro objetivo, incluso más importante, es cambiar nuestra propia comprensión y actitud hacia esas circunstancias. La oración es «una melodía» que transpone «el mundo de seis días». Los seis días no aluden al sábat, el día de adoración, sino a la semana de trabajo de la vida cotidiana. Con todo, «una hora» de oración lo transpone todo, como la transposición de una pieza musical cambia su clave, tono y timbre. Mediante la oración, que trae el cielo a lo ordinario, vemos el mundo de manera diferente, incluso en las tareas más insignificantes y triviales. La oración nos cambia. Así como las líneas de plomada medían las profundidades de las aguas bajo las embarcaciones, la oración es una «plomada que sondea cielo y tierra». Eso significa que puede sumergirnos por el poder del Espíritu en las «… profundidades de Dios» (1 Cor. 2:10). Esto incluye la travesía indescriptible por la cual la oración puede llevarnos a través de lo ancho, largo, alto y profundo del amor salvífico de Cristo por nosotros (Ef. 3:18). La oración nos une con Dios mismo. ¿Cómo termina esta fascinante serie de imágenes? Herbert concluye, de manera sorprendente, que la oración es «algo entendido». Muchos estudiosos han debatido el aparente anticlímax de este gran poema. Parece haber un «abandono de la metáfora… [pero] su culminante final».44 Después de todas las imágenes excelsas, Herbert pone los pies en la tierra. Mediante la oración «algo», no todo, se entiende y las conquistas de la oración son a menudo modestas. Pablo afirma que los creyentes en este mundo ven las cosas solo «en parte», así como el reflejo en los espejos antiguos estaba lleno de distorsiones (1 Cor. 13:12). No obstante, la oración despeja de manera gradual nuestra visión. Cuando el salmista estaba cayendo en una desesperación mortal, fue a orar al «… santuario de Dios; entonces comprendí…» (Sal. 73:17, LBLA). La oración es asombro, intimidad, lucha, pero es el camino a la realidad. No hay nada más importante, ni más difícil, ni más enriquecedor, ni más transformador. No hay absolutamente nada tan grande como la oración. PARTE DOS ENTENDIENDO LA ORACIÓN TRES ¿Qué es la oración? ¿Qué es la oración? ¿Todas las innumerables formas de oración en el mundo son, en esencia, lo mismo? Y si no lo son, ¿cómo definimos y reconocemos la verdadera oración? Un fenómeno mundial Para las grandes religiones monoteístas, el islam, el judaísmo y el cristianismo, la oración es un elemento fundamental de lo que significa creer. Los musulmanes deben orar cinco veces al día, mientras que los judíos tradicionalmente oran tres veces al día. Cada grupo de la iglesia cristiana está saturado con distintas tradiciones sobre la oración en común, la oración privada y la oración pastoral. Sin duda, la oración no está limitada a las religiones monoteístas. Los budistas usan ruedas de oración, que lanzan oraciones de compasión hacia la atmósfera, para unir lo espiritual con lo natural, mitigar el sufrimiento y liberar la bondad.45 Aunque los hindúes oran pidiendo ayuda o paz en el mundo a cualesquiera de sus muchos dioses, el objetivo final es la unión con el ser supremo, Brahman, y escapar de los ciclos de la reencarnación.46 Los pueblos de otras culturas, como los beaver (pueblo del castor), tribu india del suroeste de Canadá y los pápagos, tribu india del suroeste de Estados Unidos, oran mediante el canto. Su poesía y su música funcionan como oraciones que unen el ámbito espiritual con el físico.47 La oración es uno de los fenómenos más comunes de la experiencia humana. Incluso la gente que procura no ser religiosa ora en determinados momentos. Los estudios han demostrado que en los países secularizados, la oración continúa practicándose no solo entre aquellos que no tienen una preferencia religiosa, sino incluso entre quienes no creen en Dios.48 Un estudio hecho en 2004 halló que cerca de un 30% de personas ateas admiten que oran «algunas veces»,49 y otro estudio encontró que el 17% de los no creyentes en Dios oran con regularidad.50 La frecuencia de la oración se incrementa con la edad, incluso entre aquellos que no regresan a la iglesia ni se identifican con alguna fe institucional.51 El erudito italiano Giuseppe Giordan resumió: «En casi todos los estudios de la sociología sobre la conducta religiosa se deduce con claridad que un alto porcentaje de personas declara que ora todos los días, y muchos incluso expresan que lo hacen muchas veces al día».52 ¿Esto significa que todos oran? No, no significa eso. Muchos ateos se sienten con razón ofendidos por el refrán «no hay ateos en las trincheras». Hay personas que no oran siquiera en tiempos de gran peligro. Aun así, aunque la oración no es literalmente un fenómeno universal, es un fenómeno mundial, que habita en todas las culturas e implica a la abrumadora mayoría de las personas en algún momento de sus vidas.53 Los esfuerzos que se han hecho para encontrar culturas que no tuvieran alguna forma de religión o de oración han sido en vano, incluso en las áreas más remotas y aisladas. Siempre ha habido algún intento de «comunicación entre el ámbito humano y el divino».54 Al parecer hay un instinto humano para la oración. Karl Barth, teólogo suizo, lo denomina nuestra «enfermedad incurable de Dios».55 Afirmar que la oración es casi universal no es, sin embargo, afirmar que toda oración es lo mismo. La oración presenta una diversidad confusa al ojo del observador. Basta con ver los trances religiosos de los chamanes nativos americanos; el cántico en los monasterios benedictinos; los que practican yoga en las oficinas de Manhattan; las oraciones pastorales interminables de los ministros puritanos del siglo XVII; el hablar en lenguas en las iglesias pentecostales; los musulmanes que participan en el sujud, con la frente, las manos y las rodillas en el suelo, en dirección a la Meca; los hasidim que se mecen y se inclinan en oración y el sacerdote anglicano que lee del Libro de Oración Común.56 Esto nos lleva a la pregunta: ¿En qué sentido todas estas clases de oración son lo mismo y en qué sentido son diferentes? Tipos de oración Algunos de los primeros teóricos modernos que abordaron el tema de la oración fueron Edward B. Taylor (1832-1917); James Frazer (1854-1941), autor de The Golden Bough [La rama dorada] y Sigmund Freud (1856-1939). Cada uno de ellos usó un modelo darwiniano que teorizaba la oración como una forma que los seres humanos usan para adaptarse a su ambiente, para controlar las fuerzas de la naturaleza. Según esta teoría, la oración comenzó cuando la mente colectiva humana era «similar a la mentalidad del niño y el neurótico, cuyo rasgo principal es el pensamiento mágico infantil».57 Con el paso del tiempo, la oración evolucionó y alcanzó formas más refinadas y contemplativas. No pretendía tanto comunicarse con un Dios personal sino mirar hacia adentro y buscar cambios de conciencia y paz interior. Según este punto de vista, los ejercicios contemplativos de los filósofos griegos eran una mejora respectoa los sacrificios y peticiones a Zeus para que lloviera sobre los cultivos. Aunque al final, estos teóricos creían que el futuro de la oración humana era sombrío. Puesto que la oración nació en medio de esfuerzos precientíficos con el propósito de usar la religión y la magia para controlar el mundo, ahora que ha surgido la ciencia, la oración ya no nos ayuda a adaptarnos a nuestro ambiente. En estas condiciones «se marchitará».58 Otro importante pensador que debemos considerar es Carl Jung, psicólogo de principios del siglo XX, cuya comprensión de la experiencia religiosa también veía la oración más como un volverse hacia adentro, que como un extenderse hacia fuera.59 Jung creía, como los pensadores orientales, que los individuos humanos eran parte de una fuerza vital cósmica.60 Nos movemos hacia la salud y la plenitud cuando nos damos cuenta de nuestra unidad con toda la realidad y el mundo interconectado.61 Jung señalaba las similitudes entre este proceso y la experiencia budista zen del satori.62 Los seguidores de Jung no alentaban la idea de que uno debería buscar el contacto con un Dios personal fuera de uno mismo.63 Era mejor, según esta postura, la transformación de la conciencia, el conocimiento puro y el sentimiento de unidad con toda la realidad que viene con la contemplación espiritual.64 La oración mística versus la oración profética Vale la pena mencionar que en los estudios sobre la religión que realizaron Freud y Jung, la contemplación es considerada como una clase de oración más elevada y sofisticada que la petición a un ser divino personal. Sin embargo, el erudito alemán Friedrich Heiler propuso un estudio diferente. Heiler se refirió a la oración «mística» enfocada hacia lo interior y la oración «profética» enfocada hacia lo exterior, y a diferencia de teóricos anteriores, él consideró a la primera como superior. Aunque Heiler creía que la oración mística más pura se encontraba en las religiones orientales, criticó también algunas formas de oración mística cristiana.65 El misticismo, según Heiler, minimiza la diferencia entre Dios y la persona que ora, cuyo propósito es «que se disuelva la personalidad humana, que desaparezca y sea absorbida en la unidad infinita de la Deidad».66 La religión mística, por eso, ve la contemplación silenciosa, tranquila y sin palabras como la forma más elevada de la oración. Cuando lo logramos, ya no hablamos con Dios, sino que somos parte de Dios. Esto lo contrastaba Heiler con «el clamor y los gemidos apasionados… la demanda y la súplica», la lucha, la oración verbal de la religión profética.67 Con este último término, se refería a la clase de oraciones que vemos en la Biblia en los escritos de los profetas, y posteriormente, en los apóstoles y el mismo Jesús. Según la postura de Heiler, las dos clases de oraciones son distintas ante todo por su idea de Dios.68 La oración mística, pensaba él, enfatiza a Dios como un ser más inmanente que trascendente. Él está dentro de nosotros y dentro de todas las cosas. La mejor manera, entonces, de conectarte con Dios, es buscar dentro de ti mismo y sentir tu continuidad con lo Divino. Por ejemplo, el teólogo ortodoxo Anthony Bloom, en su famoso libro Beginning to Pray [Comenzando a orar], expresa: «Antes que nada, el evangelio nos dice que el reino de Dios está dentro de nosotros… Si no podemos encontrar a Dios dentro de nosotros, en lo más profundo de nuestro ser, nuestras oportunidades de encontrarlo fuera de nosotros son muy escasas… Entonces, es hacia dentro que debemos dirigirnos».69 La oración profética, por el contrario, enfatiza que Dios está fuera de nosotros, que nos transciende y está por encima de nosotros, que es glorioso y «distinto».70 Otra gran diferencia entre las dos, según Heiler lo entendía, estaba en su comprensión de la gracia. Lo místico, pensaba él, podría convertirse en «una cosa… meritoria», un medio por el cual las personas intentaban salvar sus propias almas.71 La oración mística a menudo conlleva un largo proceso de «purificación», un «fatigoso ascenso gradual hasta llegar a nuevas alturas de visión y unión con Dios»72, mediante el cual el adorador logra alcanzar un estado de puro amor y llega a ser apto y digno de la presencia de Dios.73 Sin embargo, Heiler percibió tanto en los profetas como en los salmistas que la oración no era una forma de purificarse a sí mismos para Dios, sino de depender de «la gracia “anticipatoria” de Dios y “Sus dones”. La oración no es nuestro descubrimiento, sino que es la obra de Dios en el hombre».74 El objetivo de la oración profética no es absorción en Dios, sino cercanía con Dios, la cercanía de un niño con el padre o de un amigo con otro amigo. La oración mística llega a su punto culminante sin palabras y de forma sosegada, mientras que la oración profética encuentra su expresión final en palabras de alabanza y una explosión de fuertes emociones. Mientras que la oración mística tiende a la desaparición de los límites entre uno mismo y Dios, la oración profética conduce a un mayor sentido de la diferencia entre sí mismo y el Dios majestuoso, un conocimiento del pecado. Sin embargo, también muestra la gracia que, a pesar de todo, abre el camino hacia la intimidad con Dios. Los místicos creen que la oración consiste de etapas sucesivas, que pasa de la petición a la confesión y por último a la adoración, una contemplación sin palabras.75 Ahora bien, la oración profética se niega a ver una de estas formas de adoración como más elevada que las otras. Mezcla la meditación, la petición y las acciones de gracias, la confesión y la adoración, todas juntas. Ciertamente, en la oración profética las formas estimulan, profundizan y llevan unas a otras.76 La oración mística profética ¿Cuál es el punto de vista acertado sobre la oración? ¿Aquellos que defienden el volverse hacia adentro o aquellos que lo rechazan por ser demasiado «oriental» y no totalmente bíblico?77 Una respuesta es rechazar ambos puntos de vista. Philip y Carol Zaleski, en su libro Prayer: A History [La oración: Una historia], critican tanto las teorías «evolutivas» como la de Heiler. Afirman que cada planteamiento es demasiado negativo sobre algunas formas de oración y por eso «excluye un porcentaje importante del repertorio de oración en el mundo».78 Preguntan: ¿cómo puede alguien eliminar la mayoría de las oraciones de los seres humanos como algo que no tiene validez? Aunque reconocen algunas diferencias, se niegan a ver una clase de oración como mejor que la otra.79 El análisis de los Zaleski es informativo, pero al final no le hace justicia a las profundas diferencias entre las formas de la oración humana. Por ejemplo, no convence su galante esfuerzo al comparar los trances de éxtasis del hindú Sri Ramakrishna con el hablar en lenguas entre los pentecostales.80 El bhava samadhi (éxtasis consciente) del Ramakrishna y el hablar en lenguas comparten la similitud externa del gozo emocional, pero buscan cosas contrarias. Un monje hindú al describir el samadhi indicó que cuando lo alcanzaba «no había ningún Dios, excepto yo mismo». También, los Zaleski afirmaban que «los judíos ortodoxos, los cristianos y los musulmanes no pueden realmente buscar esta unión y ser piadosos al mismo tiempo, porque perder la identidad propia y llegar a ser uno con el cosmos es una herejía mortal en sus enseñanzas».81 Puesto que los objetivos y los dioses son tan diferentes en las mentes de los que oran, insistir en que todas las formas de oración son enesencia lo mismo induce al error. Pienso que Heiler es mucho más sabio que los Zaleski en sus distinciones y más acertado en su idea básica. Él creía que la oración que asumía la personalidad de Dios era mejor que la oración que perdía el sentido de comunicación entre las personas.82 Heiler veía la oración ante todo como una conversación verbal más que como un encuentro místico, sin palabras. Con todo, algunas de las distinciones de Heiler son excesivas. Compara la calma y la serenidad que se buscan mediante la oración mística con el fuerte clamor y la lucha de la oración profética. Sin embargo, algunos de los salmos hablan de una serena contemplación de la belleza de Dios (Sal. 27:4) o de Su gloria y amor (Sal. 63:1-3). En el Salmo 131:2, David habla de un profundo contentamiento espiritual en Dios: «… he calmado y aquietado mis ansias. Soy como un niño recién amamantado en el regazo de su madre. ¡Mi alma es como un niño recién amamantado!». Alguien como Jonathan Edwards, más apegado a la tradición «profética» protestante que a la tradición mística católica, puede, pese a ello, hablar de ser «vaciado y aniquilado» en oración. En su «Personal Narrative [Diario personal]», un registro sobre sus experiencias, Edwards escribió: Una vez… [año]1737… en divina contemplación y oración, tuve una visión, que para mí fue extraordinaria, de la gloria del Hijo de Dios, como Mediador entre Dios y los hombres, y de Su gracia y amor maravillosos, grandiosos, plenos, puros y dulces, y de Su condescendencia mansa y gentil… La persona de Cristo parecía i-nefablemente excelente, con una excelencia suficientemente grande como para absorber todo pensamiento e imagen, la cual continuó tanto por lo que recuerdo, por cerca de una hora, que me mantuvo la mayor parte del tiempo en un diluvio de lágrimas, y sollozando en voz alta. Sentía un anhelo en mi alma de ser, no sé cómo expresarlo de otra forma, vaciado y aniquilado; quedar postrado en el polvo, y estar lleno únicamente de Cristo; amarlo con un amor santo y puro; confiar en Él, vivir para Él, servirlo y seguirlo; y ser completamente santificado y hecho puro, con una pureza divina y celestial.83 Todo aquel que esté familiarizado con la teología de Edwards sabe que él no está hablando de fusionarse con la Deidad ni de una disolución panteísta de los límites entre sí mismo y el universo. Heiler tiene razón al señalar que los místicos a menudo buscan una clase de autosalvación mediante la meditación, y eso no puede estar más alejado de la comprensión de Edwards sobre la redención mediante la fe y la gracia únicamente. No obstante, su experiencia de comunión con Dios parece similar a las muchas experiencias de profundo amor y deleite en los registros de los escritores místicos. ¿Por qué, entonces, Edwards puede hablar sobre la oración a un Dios personal, transcendente, con tales alusiones místicas? Porque, aunque el Dios de la Biblia no es lo mismo que yo, no está completa ni remotamente lejos de mí. Los creyentes cristianos tienen a «Cristo en ustedes, la esperanza de gloria» (Col. 1:27) mediante el Espíritu Santo. Además, Dios nos ha dado Su Palabra, las Escrituras, y porque Dios es divino, la Biblia no es solo un repertorio de información, sino un poder espiritual dinámico. Edwards escribió: En ese entonces, y en otros momentos, las Santas Escrituras eran mi mayor deleite, más que cualquier otro libro. Muchas veces al leerlas, cada palabra parecía tocar mi corazón. Alcanzaba una armonía entre algo en mi corazón y aquellas dulces y poderosas palabras. A menudo veía tanta luz emanando de cada frase y recibía un alimento tan refrescante que no podía continuar leyendo, muchas veces deteniéndome en una oración, para observar las maravillas contenidas en ella; de esta manera casi cada oración me parecía estar llena de maravillas.84 Esto es en extremo místico y ricamente profético, a la vez. Edwards no se retrae en sí mismo para tocar el terreno impersonal del ser. Está meditando en las palabras de Dios en la Escritura, y la experiencia adquirida es una de tranquilidad sin palabras. Esto no es el «conocimiento puro» que va más allá de la predicación y el pensamiento racional. En realidad, Edwards se siente abrumado por el poder de las palabras y la realidad a la cual las palabras apuntan. Pienso que Heiler tiene razón al respecto; la oración es, en última instancia, una respuesta verbal de fe a la Palabra y gracia de un Dios transcendente, no un descenso hacia el interior para descubrir que somos uno con todas las cosas y con Dios. La oración «profética» de Heiler se asemeja más a la comprensión bíblica de la oración que la de otros pensadores que hemos examinado. Aunque sus advertencias contra el misticismo son cruciales, debemos reconocer que la oración también puede conducir con regularidad a un encuentro personal con Dios, lo que sin duda puede ser una experiencia maravillosa, misteriosa y de sobrecogimiento.85 Un instinto, un don Hemos visto que la oración es un fenómeno mundial y aun así hay diferencias genuinas e irreducibles entre las clases de oración. Esto nos lleva de nuevo a la pregunta: ¿Cuál es la esencia de la oración? ¿Cómo podemos definirla de modo que logremos encontrarle sentido a su omnipresencia en la vida humana y aún cultivar la práctica fiel hacia la oración real? Desde el punto de vista bíblico, el fenómeno casi universal de la oración no resulta sorprendente. Todos los seres humanos estamos hechos a la «imagen de Dios» (Gén. 1:26-27). Llevar la imagen de Dios significa que estamos diseñados para reflejar a Dios y relacionarnos con Él. Es por esto que el reformador del siglo XVI, Juan Calvino, escribió sobre un divinitatis sensum, el sentido de la Deidad que tienen todos los seres humanos: «… los hombres tienen un cierto sentido de la divinidad en sí mismos; y esto, por un instinto natural» y, por eso, «la semilla de la religión es sembrada en cada persona».86 Otros teólogos también han entendido este divinitatis sensum como la razón por la cual la oración se ha extendido por toda la raza humana. Romanos 1:19-20 declara que podemos mirar el mundo y concluir que algún gran poder lo creó y lo sustenta. Una experiencia de debilidad y precariedad pueden entonces desencadenar este conocimiento primigenio en súplicas pidiendo ayuda. El teólogo inglés John Owen también pensaba que el impulso natural para orar está presente en todas las personas, que es la «ley inicial de la naturaleza» y un «reconocimiento natural, necesario y fundamental del Ser Divino». Owen agregó que muchas religiones y culturas no cristianas han avergonzado a los cristianos frente a la diligencia de sus oraciones.87 Jonathan Edwards añadió que «Dios se complace algunas veces en contestar las oraciones de los no creyentes», no por causa de alguna obligación, sino estrictamente por causa de Su «compasión» y «misericordia soberana», al citar los ejemplos bíblicos en que Dios escucha las súplicas de los ninivitas en Jonás 3 e incluso las del malvado rey Acab (1 Rey. 21:27-28).88 Con todo esto en consideración, podemos definir la oración como una respuesta personal y comunicativa al conocimiento de Dios. Todos los seres humanos tienen a su alcance cierto conocimiento de Dios. De algún modo, tienen un indeleble sentido de que necesitan algo o a alguien que está en un nivel superior y que es infinitamente mayor de lo que ellos son. La oración es intentar responder y conectarse con ese ser y esa realidad, aun si no es más que pedir ayuda al aire. Este es, creo, el denominador común de toda la oración humana. Ahora bien, debido a que nuestra definición
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