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El mito individual del neurótico(1)
(El Hombre de las Ratas)
Poesía y verdad en la neurosis
Hablaré de un tema que hay que considerar, en efecto, nuevo, y que en tanto tal es difícil.
La dificultad no es, en forma alguna, intrínseca a la exposición. Se debe a que se trata de
algo de cierta manera nuevo que me ha permitido percibir a la vez mi experiencia analítica
y durante una enseñanza llamada de seminario constituyó una tentativa por renovar o
solamente profundizar la enseñanza teórica de aquello que puede plantearse como la
realidad fundamental del análisis. Para algunos de ustedes el extraer esta parte nueva y
original y hacer que capten su alcance más allá de esta enseñanza y experiencia puede
resultar algo que comporte dificultades muy particulares en su exposición.
Pido por lo tanto disculpas de antemano por si existiese alguna dificultad en la
comprensión, al menos al principio.
El psicoanálisis —he de decirlo y recordarlo como preámbulo— es una disciplina, la cual
dentro del conjunto de las ciencias aparece con una posición verdaderamente particular.
Frecuentemente se dice que el psicoanálisis no es propiamente una ciencia, lo que
parecería indicar por oposición que se podría decir que es un arte. No se puede afirmar tal
cosa si por arte se entiende simplemente una técnica, un método operacional, praxis, u
otra cosa de este orden.
Creo que el término arte debe emplearse aquí con el sentido que tenía en la Edad Media,
cuando se hablaba de las artes liberales. Ustedes conocen la serie que desde la
astronomía, pasando por la aritmética y la música, se dirige a la dialéctica, la gramática, la
geometría. Nos es difícil hoy en día entender la función de ese arte y su alcance en la vida
y el pensamiento de los maestros medievales.
Lo que carácteriza a esas artes, y las distingue de las ciencias surgidas en última instancia
de las artes liberales, es la permanencia en primer plano de algo que puede denominarse
su relación esencial, básica, con la medida del hombre. Creo que tal vez e l psicoanálisis es
actualmente la única disciplina comparable con aquellas artes liberales, debido a esa
relación interna que no se agota jamás, que es cíclica, cerrada sobre sí misma: la relación
de la medida del hombre consigo mismo, y muy especialmente, y por excelencia, el uso del
lenguaje, el uso de la palabra.
Esto hace que la experiencia analítica no se agote en ninguna relación, que decisiva y
definitivamente no sea objetivable, dado que en definitiva la propia relación analítica
implica siempre en su seno la constitución de una verdad, que en cierta forma no puede
ser dicha, puesto que la palabra es la que la constituye y dice y habría entonces que decir
la palabra misma, y esto, propiamente hablando, no puede ser dicho en tanto que palabra.
Es cierto, por otro lado, que vemos emerger del psicoanálisis una serie de técnicas que
tienden, basadas en esa experiencia, a objetivar una serie de posibilidades de acción, de
medios de actuar sobre el objeto humano; pero sólo se trata de ciencias en cierta forma
siempre derivadas de ese arte fundamental constituido por la relación intersubjetiva del
mismo análisis, relación que —como he dicho— no puede agotarse puesto que se
encuentra en el mismo centro de lo que nos hace hombres en nuestra relación con otro
hombre.
Se trata de algo que intentaremos expresar en una fórmula esencial que muestra como en
el seno de la experiencia analítica se encuentra algo que hablando con propiedad, se
denomina, mito. El mito es precisamente lo que puede ser definido como otorgando una
fórmula discursiva a esa cosa que no puede transmitirse al definir a la verdad, ya que la
definición de la verdad sólo se apoya sobre sí misma, y la palabra progresa por sí misma, y
es en el dominio de la verdad, donde ella se constituye.
No puede ser àpresada ni àpresar ese movimiento de acceso a la verdad como una
verdad objetiva, sólo puede expresarla en forma mítica, y es exactamente en ese sentido
que se puede decir que, hasta cierto punto, aquello en lo que se concretiza la palabra
intersubjetiva fundamental, tal como se manifiesta en la doctrina analítica, el complejo de
Edipo, retiene en el interior mismo de la teoría analítica un valor de mito.
Me referiré hoy a una serie de hechos experimentales que intentaré ejemplificar a
propósito de una cosa básicamente conocida por todos aquellos que, de más cerca o de
más lejos, están iniciados en el análisis: la existencia de un cierto número de formaciones
que comprobamos espontáneamente en lo vivido, en la experiencia, en los sujetos
neuróticos, quienes necesitan aportar a ese mito edípico, en tanto que está en el centro de
la experiencia analítica, ciertos cambios de estructura correlativos a los progresos en la
comprensión de esa experiencia, y de alguna manera lo que nos permite en un segundo
momento comprender como toda la teoría analítica se extiende en el interior de la distancia
que separa el conflicto fundamental que, a través de la rivalidad con el padre, vincula al
sujeto a un valor simbólico fundamental.
Ella —lo veremos— está siempre en función de cierta degradación concreta, vinculada
quizá a condiciones y circunstancias sociales específicas; experiencia de la imagen y la
figura del padre tendida entre esa imagen del padre y otra imagen, que la experiencia
analítica nos permite considerar cada vez mejor.
Ella permite así calcular las incidencias en el propio analista en tanto que, bajo una forma
seguramente velada, enmascarada, casi renegada por la teoría analítica, alcanza de
cualquier manera y en forma casi clandestina en la relación simbólica con el sujeto, la
situación de ese personaje, borrado por la declinación de nuestra historia y que es en
definitiva el amo, el maestro moral, el que inicia en la dimensión de las relaciones humanas
fundamentales a quien está en la ignorancia, lo que puede ser llamado acceso a la
conciencia, a la sabiduría incluso, en la toma de posesión de la condición humana. 
Les recuerdo entonces que si confiamos en una definición del mito en tanto representación
objetivada de un epos, para decirlo todo, de un gesto que expresa de manera imaginaria
las relaciones fundamentales carácterísticas de ser del ser humano en una época
determinada, se puede decir con precisión de la misma manera que el mito se manifiesta a
nivel social, latente o patente, virtual o realizado, pleno o vacío de su sentido y reducido a
la idea de una mitología.
Nosotros podemos encontrar en la propia vivencia del neurótico todo tipo de
manifestaciones que propiamente hablando forman parte de ese esquema, y en las que se
puede decir que se trata de un mito.
Lo demostraré con ejemplos supuestamente familiares para todos aquellos de ustedes que
se interesen en estas cuestiones, a propósito de una de las grandes observaciones de
Freud. Esas grandes observaciones de Freud que periódicamente adquieren nuevo interés
en la enseñanza, ustedes la conocen, yo no las enumeraré. Hablaré de El hombre de las
Ratas. El caso es muy sorprendente y parece claro.
Uno no se sorprende al escuchar opiniones como la que recientemente escuché en boca
de un eminente colega con respecto al uso de la técnica, manifestaba cierto desprecio por
esos textos, llegando a decir que la técnica era entonces descuidada y arcaica, lo que con
todo puede sostenerse en relación a los progresos que hemos hecho, sobre la base de
una toma de conciencia de la relación intersubjetiva como se manifiesta actualmente en la
esencia del análisis, en la evolución del tratamiento, ocupando el primer plano las
relaciones que se establecen entre el paciente y el sujeto, y el intérprete que no interpreta,
de alguna manera sino a través de esa actualidad, lo que sirvió para constituir esa
personalidad del sujeto de la que nos ocuparemos.
Pero mi interlocutor extremaba las cosas hasta llegar a decir que esos casos habían sido
mal elegidos. Se puededecir por cierto que todos son incompletos y que en última
instancia son psicoanálisis detenidos a medio camino, que, después de todo, son trozos
de análisis.
Esto debe incitarnos, a reflexionar y a preguntarnos el por qué de tal elección por el autor,
otorgando, entiéndase bien, confianza a Freud. No con decir que ese resultado nos aliente
dado que muestra que con sólo la presencia de esa pizca de verdad en alguna parte, ese
poco de verdad llega a transparentar y surge en medio de las dificultades de las trabas
que la exposición puede oponerle.
Creo que las cosas, no son así exactamente y que se puede decir en ese caso que el
árbol de la práctica cotidiana esconde, a los que sostienen tal opinión, la emergencia del
bosque surgido de esos textos freudianos.
Yo mismo elegí El Hombre de las Ratas y creo también que el interés de la elección se
justifica en la obra de Freud. Se trata de una neurosis obsesiva. Pienso que ninguno de
quienes vinieron a escuchar esta conferencia pudo haber dejado de escuchar hablar de lo
que se considera la raíz y la estructura de la neurosis obsesiva: a saber, la tensión
agresiva, la fijación pulsional, toda la elaboración genética extremadamente compleja que
el progreso de la teoría analítica ubicó en el origen de nuestra comprensión de la neurosis
obsesiva.
Se puede decir, por supuesto, que tal o cual fragmento de esos elementos teóricos, tal o
cual fase familiar de esas especies de temas fantasmáticos que se encuentran siempre en
el análisis de una neurosis obsesiva, se encuentran al leer El Hombre de las Ratas. Eso es
lo que hace, con ese aspecto tranquilizador que adquiere para los lectores el encontrar
manifestaciones de pensamientos familiares y divulgados, que pueda ocultársele al lector
la originalidad y el carácter particularmente significativo y convincente de esa observación
freudiana.
Es seguro que toma incluso su título de una fantasía absolutamente fascinante que
interviene en la psicología de la crisis que conduce al sujeto a la puerta del analista, cuyo
valor desencadenante es evidente. Se trata del relato de un suplicio, el que siempre se ha
visto beneficiado con una especie de luminosidad singular, incluso cierta celebridad, el
relato de introducción mediante un dispositivo más o menos ingenioso de una rata más o
menos excitada por medios artificiales en el recto de la víctima.
Ese suplicio, cuyo relato provoca en el sujeto una especie de horror fascinante, se
encuentra en el origen del desencadenamiento en el sujeto no de la neurosis, sino de la
actualización de temas neuróticos, de angustia, y de toda una elaboración cuya estructura
e interés seguidamente veremos. Ese elemento es fundamental desde el punto de vista de
la teoría de los momentos del determinismo de una neurosis.
¿Quiere decir que lo que ahí se explica, y lo que por otra parte se reecontrará en todos los
temas en la observación de El hombre de las Ratas, constituye la base de su interés? No
solamente no lo creo, sino que en toda lectura atenta de esta observación se verá que su
mayor interés radica en la extrema particularidad del caso. Freud destacó que cada caso
debe estudiarse en su singularidad, como si ignoráramos todo sobre la teoría.
Es la particularidad del caso y su valor ejemplar, bajo el ángulo de relaciones visibles,
manifiestas, lo que está de verdad ahí en su simplicidad, y a la manera con que se dice en
geometría que un caso particular tiene una cierta superioridad de evidencia totalmente
deslumbrante en relación a la demostración, cuya verdad subyace, en razón de su carácter
discursivo, velada bajo las tinieblas de una larga cadena de deducciónes.
Mientras que un caso particular puede evidenciar algo de manera totalmente intuitiva. Se
puede decir que nos encontraremos entonces con algo exactamente análogo a lo que
ocurre en ese caso particular.
En eso consiste la originalidad que salta a la vista de todo lector atento. Se puede decir
que la constelación original de la cual emergió el desarrollo de la personalidad del El
Hombre de las Ratas —hablo de constelación en el sentido en que los astrólogos utilizan
el término—, eso de lo cual dependió su nacimiento y su destino, su prehistoria incluso, a
saber, las relaciones familiares fundamentales que presidieron la unión de sus padres, lo
que los condujo a esa unión, es algo que refiere a una relación a la que se puede tal vez
definir con la fórmula de una cierta transformación mítica, para hablar con propiedad, una
relación muy exacta con algo que aparece como lo más contingente, lo más fantástico, lo
más paradójicamente mórbido: el último estado de desarrollo de lo que en esta
observación se llama la gran aprensión obsesiva del sujeto, es decir, el escenario al que
llega, escenario imaginario y que debe resolver para él la angustia provocada por el
desencadenamiento de la gran crisis.
Me explico. ¿Por qué la constelación familiar, la constelación original del sujeto, se
consituyó en lo que se puede denominar la leyenda de la tradición familiar? Por el relato
de cierto número de rasgos que tipifican o especifican la unión de los padres, de los
progenitores.
Son las siguientes: en primer lugar el hecho de que el padre, que ha sido suboficial en el
inicio de su carrera, y que ha continuado siendo un personaje muy suboficial con lo que
ello comporta en lo concerniente a la autoridad, pero algo irrisorio, una cierta
desvalorización acompaña permanentemente al sujeto en la estima de sus
contemporáneos, una mezcla de desafío y estalido, con lo que compone una especie de
personaje convencional que se reencuentra a lo largo de la descripción del hombre
simpático en las declaraciones del sujeto, ese padre está luego del casamiento en la
siguiente posición: ha hecho lo que se llama un casamiento ventajoso. En efecto, es su
mujer quien ha aportado, por pertenecer a un medio social más elevado en la jerarquía
burguesa, los medios para vivir y a la vez la propia situación misma con la que él se
beneficia en el momento de tener el hijo.
El prestigio, entonces, está del lado de la madre. Y ese estilo de broma muy familiar entre
esos personajes que en principio se entienden bien, y que parecen vinculados además por
un afecto real, es una suerte de juego a menudo repetido, un diálogo entre esposos donde
la mujer, divertido y en broma, alude a la existencia, previo al matrimonio, de una
inclinación del marido por una muchacha pobre pero linda. El marido contesta, en cada
ocasión, que es algo tan fugitivo como distante y olvidado.
Pero ese juego, cuya repetición posee tal vez cierto artificio, ciertamente impresiona
profundamente al joven sujeto que posteriormente se convertirá en nuestro paciente.
Existe también otro elemento del mito familiar que no carece de importancia. El padre ha
tenido, en el transcurso de su carrera militar, lo que en términos púdicos podrían llamarse
dificultades, pero dificultades bastante serias. Lo que ha hecho, nada menos, ha sido
dilapidar los fondos que debía cuidar como obligación de sus funciones, los fondos del
regimiento, los ha dilapidado debido a su pasión por el juego, y su honor pudo salvarse,
incluso su vida, por lo menos en el sentido de su carrera y de la figuración social, gracias a
la intervención de un amigo que le prestó la suma que se debía devolver, figura del amigo
salvador en este episodio del que siempre se habla como de algo verdaderamente
importante y significativo en el pasado del padre.
Así se presenta, para el joven sujeto, la constelación familiar. Desde luego, todo esto
aparece poco a poco durante el transcurso del análisis. Y naturalmente, no es recordado
por el paciente ni referido a lo que sucede en el momento. Se requiere todo la intuición de
Freud, y habría que recordar en su momento lo que ha dicho para comprender como se
encuentran allí elementos absolutamente básicos en el desencadenamiento de la neurosis
obsesiva. El conflicto entre mujerrica y mujer pobre se reproduce muy exactamente en la
vida del paciente. Precisamente, cuando su padre lo presiona a que se case con una
mujer rica, se desencadena no solamente la crisis actual sino la neurosis. Y al referirse a
este hecho el paciente agrega al mismo tiempo: "Lo que le cuento no tiene relación con lo
que después me sucedió". Freud entonces inmediatamente, percibe la conexión.
Pero lo que resulta significativo, lo que se observa en un vuelo panorámico, es la estricta
correspondencia entre esos elementos iniciales, originales y fundamentales para el sujeto,
y el desarrollo ulterior de la obsesión fantasmática, esa obsesión engendrada por
elementos emotivos, según el modo del pensamiento propio del obsesivo y toda suerte de
temores obsesivos.
Este suplicio puede concebirse como habiéndole ocurrido a las personas que le son más
queridas, y especialmente al personaje de la mujer pobre idealizada por la cual él siente un
amor cuyo estilo y valor veremos enseguida, la forma misma de amor de que es capaz el
sujeto obsesivo, ya sea que ese suplicio ocurra —lo que es más paradójico aún— a su
padre, pese a que entonces está muerto y reducido a una persona de edad imaginada en
el más allá, pero también en el más allá de los temores fantasmáticos, una especie de
aprehensión obsesiva de la imagen fantasmática del suplicio atormenta al sujeto y lo
conduce a una serie de comportamientos cuyos eslabones intermedios les muestro, pero
que muy paradójicamente culminan para él en la obligación de pagar en determinadas
condiciones muy particulares, así como las construcciónes del obsesivo terminan por
confinar con las construcciónes delirantes propiamente dichas. 
Se encuentra en la siguiente situación. Esto también ocurre en relación a un incidente
producido durante los episodios que desencadenaron la neurosis. La situación, repetimos,
es la siguiente: debe pagar el precio de un objeto que no es indiferente precisar, unos
anteojos que ha perdido en el transcurso de importantes maniobras durante las cuales
escuchó el relato, y se desencadenó la crisis obsesiva actual.
Refiere la historia a uno de los oficiales, un oficial que lo impresiona mucho por su
ostentación, el mismo relato lo confirma, cierta exhibición de gustos punitivos y de
crueldad. El sujeto pide a su óptico de Viena que urgentemente le envíe nuevos anteojos
—todo esto sucede, desde luego, en la antigua Austria-Hungría, antes del comienzo de la
guerra del 14— por correo expreso. El óptico le envía una pequeña encomienda
conteniendo los anteojos, y el oficial que ha narrado la historia le dice que debe pagar el
reembolso a determinada persona, un teniente que ha pagado la suma por él.
En torno a esta idea del reembolso el sujeto se hace una especie de deber neurótico de
reembolsar la suma en determinadas condiciones. Se impone este deber en forma de esa
orden interior que emerge en el psiquismo obsesivo, en oposición con el primer
movimiento que se ha expresado en la forma: no pagar. Se liga así en una especie de
compromiso consigo mismo.
Muy pronto advierte que ese imperativo no involucra a nada inmediatamente realizado,
porque no es el teniente quien ha pagado; nunca se ha ocupado de los asuntos del correo,
no es pues ese teniente que nosotros llamaremos teniente A, sino el teniento B quien se
ocupa de esas cuestiones, por lo tanto es a este último a quien debe reembolsar la suma.
Pero el asunto no termina ahí. El sujeto sabe perfectamente —como se revela después en
el momento en que todas esas elucubraciones se producen en él— que en realidad no
debe ese dinero al teniente B, sino más simplemente a la encargada del correo, quien ha
confiado en ese caballero honorable que es un oficial de los alrededores. No obstante, el
sujeto se atormentará hasta finalizar la época de las maniobras, hasta el momento en que
decide confiarse a Freud en un estado de angustia intensa. Se ve perseguido por un
conflicto ansioso, carácterístico de las vivencias del obsesivo, que gira por entero
alrededor de este argumento: ya que ha jurado reembolsar la suma, conviene, para que
las catástrofes anunciadas por la obsesión no sobrevengan a las personas que él más
quiere, que haga reembolsar la suma en cuestión por intermedio del teniente A, a la
gEnerosa dama del correo, quien la entregará, delante de él, al teniente B y este mismo
podrá así, reembolsar la suma al teniente A que hasta ahora nada tiene que ver con el
asunto, cumplir su juramento, es decir llevar a cabo la ceremonia obsesiva que considera
necesario. Ved hasta donde lo lleva la orden procedente de la necesidad interior que le
ordena, por una especie de deducción propia de los neuróticos.
No pueden dejar de reconocer en esta escena del paso de cierta suma de dinero de A la
señora del correo, a la generosa dama que lo ha reemplazado en el pago; luego de la
dama del correo otro personaje masculino, algo que en una forma completaría en ciertos
aspectos, suplementaria en otros, paralela en determinada manera e inversa en otro
aspecto, resulta ser el equivalente de la situación original en tanto ella pesa ciertamente,
hasta determinado grado, en la mente del sujeto, en su formación, en sus relaciones
esenciales, en todo lo que hace de él ese personaje —con una forma de relaciónarse muy
especial con respecto a los hombres— que se denomina neurótico.
Es cierto que resulta absolutamente imposible llenar ese argumento si no fuera que por
ese hecho el sujeto sabe perfectamente que no debe nada a A ni a B; es a la encargada
del correo a quien debe, y si el argumento se completase sería la dama del correo quien
aparecería para que le reembolsara su gasto.
En verdad, como sucede siempre en la vivencia real de los neuróticos, la realidad
imperativa de lo real pasa muy por delante de todo lo que la atormenta infinitamente,
incluso en el tren que lo lleva efectivamente en la dirección contraria a la que debería ir
para cumplir con la ceremonia expiatoria frente a la dama del correo; se dirige hacia Viena
pensando en cada estación que aún puede descender, cumplir todo el rito. Pero no hace
nada de eso; una vez iniciada la cura con Freud, se limita simplemente a enviar un
mandato a la encargada del correo.
Por consiguiente, ese argumento fantasmático aparece como un pequeño drama; por lo
demás, él es exactamente lo que se denomina la manifestación del mito individual del
neurótico, en tanto expresa sin duda en una forma cerrada al sujeto pero no totalmente
cerrada, lejos de serlo, al que lo observa y lo ayuda a liberarse en esa ocasión, algo que
refleja exactamente, aunque resulte evidente que la relación no se ha elucidado totalmente
en la forma puramente fáctica con que expuse la relación inicial, inaugural entre el padre,
la madre y el personaje más o menos borrado en el pasado del amigo.
Esta constelación adquiere su valor debido a la aprehensión subjetiva que de ella tiene el
personaje interesado. Trataremos de ver, a través del mito mismo, a qué responde esto y
lo que hay que pensar al respecto.
Subrayo que lo que otorga carácter mítico a ese pequeño argumento fantasmático no
resulta simple debido a que manifieste una especie de ceremonia significativa y que
reproduzca más o menos exactamente relaciones que, en relación a su contenido presente
son secretas, ocultas, pero también que modifica esas relaciones en el sentido de
determinada tendencia.
Puede decirse que en el origen existía algo que podía definirse como una deuda del padre
con el amigo: por lo demás, he olvidado decirles que el padre nunca volvió a encontrar a
este amigo, esto permanece en el misterio en toda la historia original del sujeto, y nunca
pudo pagar su deuda. Por otra parte, existe algo que puede llamarse, en la historia del
padre, sustitución de la mujer rica por la mujer pobre en el amor del padre. Y, dentro de la
fantasía desarrollada por el sujeto, vemos algo muy singular, una especie de intercambiode los términos terminales de cada una de esas relaciones funcionales. Vemos que para
que la deuda sea pagada, no es cuestión de pagársela al amigo, hay que pagarla a la
mujer pobre, y la profundización de los hechos fundamentales en la crisis obsesiva ha
revelado que lo que constituye verdaderamente el objeto del deseo tantálico del sujeto de
volver al lugar donde está la dama del correo no es para nada esa dama sino un personaje
que en la historia reciente encarna el personaje de la mujer pobre.
Es la sirvienta de una posada que ha conocido durante las maniobras y en medio de la
atmósfera de pasión heroica que carácteriza la fraternidad histórica, y con quien se ha
entregado a algunas de esas operaciones de goce frívolo que carácterizan a esa generosa
fraternidad. Se trata en cierta medida de entregar la deuda a la mujer pobre. Y el
argumento imaginado nos muestra algo que es la sustitución de la mujer rica por la mujer
pobre.
Todo sucede como si las impasses propias de la situación original que en alguna parte no
se resuelve, se desplazaran hacia otro lugar de la red mítica, reproduciéndose siempre en
algún punto. Para comprender bien, es preciso señalar esto. Sin la situación original así
descrita, aparece una especie de deuda doble, de frustración, por una parte, del personaje
que se ha borrado, y hasta una especie de castración del padre, y, por otra parte el
elemento de deuda social nunca resulto implicado en la relación con el personaje del plano
de fondo del amigo, algo que en síntesis es muy diferente de la relación triangular
considerada típicamente como el origen del desenvolvimiento y del desarrollo neurotizante
propiamente dicho.
Vemos una especie de ambigüedad, de diplopía, una situación que hace que el elemento
de la deuda se sitúe en alguna medida en dos planos a la vez, y justamente en la
imposibilidad de unir ambos planos se desarrollará todo el drama del neurótico, como si
fuera que al tratar de hacerlos coincidir uno con otro se produjese una especie de
operación inestable, nunca satisfactoria, que no llegara jamás a anudarse en ciclo.
Es lo que sucede en lo que sigue. ¿Qué ocurre cuando El Hombre de las Ratas se confía
a Freud, al amigo que es Freud, pues sustituye muy directamente en las relaciones
afectivas del sujeto a un amigo que cumplía ese papel de guía, de consejero, de protector,
tutor, tranquilizante? El sujeto ya tenía en su vida alguien que cumplía esa misión amistosa
a quien confiaba sus obsesiones, sus angustias y que le decía: "Tú nunca causaste el mal
que crees haber hecho, no eres culpable, no te preocupes"; pero encontrará a Freud y le
hará ocupar el lugar de ese amigo. Y entonces, surgen rápidamente fantasías agresivas,
que de ninguna manera se vinculan solamente con la sustitución de Freud, así como la
propia interpretación de Freud tiende constantemente a considerarla como sustitución del
padre, sino que más bien se vincula con el hecho de que, así como en la fantasía, se lleva
a cabo una sustitución del amigo por la mujer rica.
Muy pronto, en efecto, el sujeto, en esa suerte de breve delirio que constituye, al menos en
los sujetos profundamente neuróticos una verdadera fase pasional dentro de la misma
experiencia analítica, comienza a imaginar que Freud desea nada menos que otorgarle su
propia hija, que él se imagina fantasmáticamente poseedora de todos los bienes de la
tierra con que sueña. Y se lo representa en la forma muy especial y carácterística de un
personaje con anteojos de bosta. Tiene lugar la sustitución del personaje de Freud por
alguien a la vez protector y maléfico, ambigüo, en una relación por otra parte narcisista con
el sujeto, marcado por los anteojos. Es impactante. El mito y la fantasía se unen.
La experiencia pasional, relaciónada con la vivencia real y actual, en el vínculo con el
analista, señala el pasaje, el trampolín hacia la resolución de cierto número de problemas a
través de esas identificaciones.
He tomado un ejemplo particular,. Quisiera insistir en él pues es una realidad clínica y
puede servir de orientación y de guía en la experiencia analítica, y constituye un esquema
general en el neurótico, una situación de cuarteto, cuarteto que se renueva continuamente,
pero que no existe en un mismo plano.
Digamos, para sintetizar las ideas, que en un sujeto de sexo masculino el problema del
desequilibrio moral, y psíquico y es el de la asunción de su propia función en tanto tal, vale
decir, una independencia moral, psíquica y ética, o sea la asunción de su rol en tanto se
reconoce como tal en su función, asunción de su propio trabajo en el sentido de asumir
sus frutos sin conflicto, sin sentir que es otro el que lo merece, o que él mismo sólo lo
recibe por casualidad, sin que exista la división interna que hace que el sujeto sólo sea en
cierta medida el testigo alienado de los actos de su propio yo. Tal es la primera exigencia:
la otra es ésta: un goce que pueda considerarse pacífico e igualmente unívoco del objeto
sexual una vez elegido, concedido a la vida del sujeto. 
Ahora bien, lo que vemos que sucede en el neurótico es algo aproximadamente así: cada
vez que el sujeto triunfa, o tiende a obtener éxito, esta asunción de su próximo rol, en el
sentido de que el sujeto asume en cierta medida sus responsabilidades, se torna idéntica a
sí misma y se asegura de lo bien fundado de su propia manifestación en un complejo
social determinado, y entonces el objeto (el personaje del compañero sexual) es quien se
desdobla (en este caso, en la forma de la mujer rica y de la mujer pobre). Y basta con
entrar, no ya en la fantasía, sino en la vida real del sujeto para palpar la cuestión.
Se trata de algo verdaderamente notable en la psicología de los neuróticos: sobre todo el
aura de anulación que rodea muy familiarmente para él al compañero sexual que tienen el
máximo de realidad, que es el más próximo y con el cual tiene en general los vínculos más
legítimos, ya se trata de una unión o un matrimonio, y, por otra parte, un personaje que
desdobla al primero, objeto de una pasión más o menos idealizada, más o menos
perseguida de manera fantasmática, con un estilo análogo al del amor pasión, y que, por
lo demás, impulsa a la identificación realizada efectivamente en la vivencia de modo muy
activo, una relación narcisista con el sujeto, vale decir una relación efectivamente de orden
mortal.
Y bien, este desdoblamiento del compañero sexual, del objeto del amor, si se ve al sujeto
en otra perspectiva, en otra fase de su vida, hacer un esfuerzo para recuperar su unidad y
su sensibilidad, constituirá para él otro extremo de la cadena relaciónal (es decir en la
asunción de su propia función social, de su propia virilidad, ya que elegí el caso de un
hombre) que el sujeto ve aparecer a su lado, si puede decirse, un personaje con el cual
también tiene esa relación narcisista como relación mortal, personaje en quien delega para
representarlo en el mundo, y que no es verdaderamente él. Se siente excluido, externo a
sus propias vivencias. No puede asumir particularidades, contingencias, se siente en
desacuerdo con su propia existencia, y en esta alternancia se reproduce la impasse. 
En esta forma muy especial de desdoblamiento narcisístico reside el drama personal del
neurótico, y en relación a él adquieren todo su valor las diferentes formaciones y
estructuras míticas que ejemplifican qué hace un instante, en forma de fantasías
obses ivas, pero que puede encontrarse en muchas otras formas, en sueños, en muchos
casos típicos en los relatos de mis pacientes, en los cuales pueden realmente mostrarse al
sujeto las particularidades originales de su caso, de manera ciertamente mucho más
rigurosa y viva para el sujeto que siguiendo los esquemas tradicionales de la tematización,
si puede llamarse así, triangular del complejo de Edipo.
Citaré otro caso, especialmente significativo y elocuente, para mostrar la coherencia que
tiene conel primero. Tomaré algo que está muy cerca de la observación de El Hombre de
las Ratas, pero con referencia a un tema de otro orden, el de la poesía o ficción literaria;
un aspecto de la propia vida de Goethe, pero al cual no fue llevado artificialmente. Trátase
de un episodio muy valorizado en la confidencia de El Hombre de las Ratas, uno de los
temas literarios más valorizados por él, aquel en el cual Goethe refiere en Poesía y Verdad
un episodio de su juventud.
Tiene por entonces veintidós años. Está en Estrasburgo. Es el célebre episodio de
Federica Brion. Cuento cómo esta especie de pasión constituyó después, en su vida, un
tema nostálgico que no se extinguió hasta una época avanzada de su existencia.
En Dichtung Wahrheit cuenta cómo Federica Brion, hija de un pastor de una pequeña
aldea cercana a Estrasburgo, logró superar la maldición que pesaba sobre él con
referencia a toda relación amorosa con una mujer, y muy especialmente al beso en los
labios, beso que le fuera prohibido debido a esa maldición, proferida por uno de sus
amores anteriores, la llamada Lucinda.
Lucinda lo sorprende durante una escena con su propia hermana, personaje demasido
refinado para ser honesto, que al tratar de persuadir a Goethe de las perturbaciones que él
le provoca a Lucinda rogándole a la vez que se aleje y que le dé a ellla la "fina mosca", la
garantía del último beso, entonces aparece Lucinda y dice "Malditos sean esos labios para
siempre. Que caiga la desgracia sobre la primera que reciba su homenaje".
Evidentemente, no sin razón y conmoción profunda, Goethe, con toda la infatuación de
una avasalladora adolescencia, recibe la maldición como algo que en lo sucesivo, durante
largo tiempo, le cierra el camino de sus relaciones amorosas. Y nos refiere cómo, exaltado
por el descubrimiento de esta joven encantadora que es Federica Brion, logra por primera
vez superar la prohibición, y siente la ebriedad del triunfo después de esta aprenhensión
de algo más fuerte que la asunción de sus propias prohibiciones interiores.
¿Qué hace él en realidad? Como ustedes saben es uno de los episodios más enigmáticos
de la vida de Goethe, y los Goetthesforscher —esas personas muy especiales que se
vinculan a un autor, aquellos cuyas palabras han dado forma a nuestros sentimientos, ya
se llamen stendhalianos o bossuetistas, y que pasan el tiempo revisando los papeles y los
armarios para analizar lo que el genio ha puesto en evidencia—, los Goethesforscher,
repito, han meditado sobre este hecho extraordinario: el abandono de Federica por parte
de Goethe. Han dado todo tipo de explicaciones. No quiero hacer aquí un listado de ellas.
Todas rozan esa suerte de filisteísmo consecutivo a sus investigaciones, realízanse éstas
en el plano común.
Y en verdad, tampoco podemos dejar de decir que existe siempre una oscura ocultación
de filisteísmo en las manifestaciones de las neurosis, pues es muy cierto que en el caso de
Goethe se trata de una manifestación neurótica propiamente dicha, como lo demostraron
las siguientes consideraciones.
Hay toda clase de detalles enigmáticos en la forma en que Goethe aborda esta aventura
con Federica Brion. Casi diría que la clave, la solución del problema se encuentra en los
antecedentes inmediatos.
Brevemente, Goethe, que en ese momento vive en Estrasburgo con uno de sus amigos,
conoce desde tiempo atrás la existencia de esta familia abierta, amable, acogedora que
son los Brion. Pero cuando va a verlos, se rodea de precauciones cuyo carácter muy
divertido refiere en su biografía. En verdad, si se examinan los detalles, uno no puede
dejar de sorprenderse de la estructura verdaderamente singular que parecen revelar.
Ante todo, creo que tiene que ir disfrazado. Goethe, hijo de un gran burgués de Francfort,
se distingue entre sus compañeros por sus finas maneras, por el prestigio de su atuendo,
por un estilo de superioridad social. Pero para ir a ver a la hija de un Pastor, se disfraza de
estudiante de teología, con un sobretodo muy gastado y descosido. Le acompaña su
amigo y durante todo el trayecto ríen a carcajadas.
Goethe, desde luego, se muestra excesivamente fastidiado cuando advierte que su arreglo
no lo favorece, o sea cuando la realidad de la evidente y deslumbrante seducción de la
joven surge en medio de esa atmósfera familiar. Le hace comprender que si quiere
mostrarse en su mejor forma debe cambiar inmediatamente ese sorprendente disfraz.
Las justificaciones que dio al partir resultan muy extrañas. Evoca nada menos que el
disfraz que vestían los Dioses para descender en medio de los hombres, lo que parece
indicar —como él mismo señala en el estilo del adolescente que era entonces— antes que
la infatuación de que hablaba hace un momento, más bien algo que confina con la
megalomanía delirante.
Si observamos las cosas en detalle, el texto mismo de Goethe nos muestra su
pensamiento. Es que después de todo, a través de esa manera de disfrazarse, los Dioses
intentaban sobre todo evitarse disgustos, y para decirlo todo era una manera de no sentir
como ofensas la familiaridad de los humanos, y al fin de cuentas lo que los Dioses tienen
más riesgos de perder, cuando descienden al nivel de los hombres, es su inmortalidad, y la
única manera de escapar a esa pérdida es ponerse en el plano de los mortales; al menos
en ese momento, ellos tienen cierta posibilidad de que no resulte afectada esa
inmortalidad.
Tratábase, en efecto, de algo similar. Todo ello se observa mejor después, cuando
Goethe regresa a Estrasburgo para retomar sus buenas maneras, no sin haber sentido,
algo tardíamente, su falta de delicadeza al presentarse en una forma que no era la suya, y
en cierto modo, haber engañado la confianza de esa gente que lo recibió con
encantandora hospitalidad. Y realmente en ese relato se encuentra la nota misma del
gemütlich.
Regresa pues a Estrasburgo. Pero, lejos de poner en ejecución su deseo de volver a la
aldea pomposamente vestido, no encuentra nada mejor que sustituir su primer disfraz por
otro, que le saca a un mozo de una posada, al pasar por un pueblo que se halla en el
camino.
Aparecerá así disfrazado, esta vez en una forma aún más extraña y discordante que la
primera. Sin duda pone la cosa en el plano del juego, pero un juego que se vuelve cada
vez más significativo, pues ya no se ubica en el nivel del estudiante de teología, sino
ligeramente más abajo; es una actitud bufonesca. Y todo entremezclado con una serie de
detalles intencionales, lo que hace que en síntesis todos comprendan y sientan muy bien,
todos los que colaboran en esta farsa que se trata de algo muy estrechamente ligado al
juego sexual, al juego de parada.
Hay incluso ciertos detalles que han adquirido el valor, si puede decirse, de inexactitud;
pues como lo indica el título Dichtung und Wahrheit, Goethe tuvo neta conciencia de que
tenía derecho y sin duda no tenía el poder de hacer lo contrario —de armonizar, de
organizar sus recuerdos, con toda clase de ficciones que para él colman lagunas, pero
cuya inexactitud ha demostrado el ardor de aquellos de quienes dije hace un momento
seguían la pista de los grandes hombres, y que son tanto más reveladores de lo que
puede llamarse las intenciones reales de toda la escena.
Goethe nos informa, por ejemplo, que apareció con el aspecto de un mozo de posada,
pero esta vez no solamente disfrazado sino también maquillado, diviertiéndose mucho con
el quid prro quo que resultó. Pero he aquí que se presentó además con una torta de
bautismo. Ahora bien, los Goeethesffforscher han demostrado que seis meses antes y seis
meses después del episodio de Federica no hubo ningún bautismo. La torta de bautismo,
homenaje tradicional al Pastor, no puede ser otra cosa que una fantasía goetheana. Para
nosotros, la torta de bautismo adquiere evidentemente todo su valor significativo por la
función paternal que implica, y el hecho de que justamente en sus recuerdosGoethe se
describa como no siendo el padre, sino expresamente que el que aporta algo, que tiene
una relación externa a la ceremonia; se convierte él mismo en el suboficiente, pero no en
el héroe principal.
De manera que toda esta ceremonia de sustracción aparece en verdad no sólo como un
juego, sino mucho más profundamente como precaución, y se sitúa en el registro de lo que
yo llamaba hace un momento el desdoblamiento de la propia función personal del sujeto
en relación con él mismo en las manifestaciones míticas del neurótico.
Goethe actúa así debido a que en ese momento tiene miedo, como lo manifestará luego,
pues esa relación irá declinando.
Y parece que, lejos de que el desencanto, el desembrujamiento de la maldición original se
haya producido, después de que Goethe osó franquear la barrera, muy por el contrario, en
todas las clases de formas sustitutivas, y la noción de sustitución está incluso indicada en
el texto de Goethe, han sido siempre crecientes los temores de la realización de esta
unión, y de este amor, y que todas las formas racionalizadas que pueden darse a ello para
preservar el destino sagrado del poeta, incluso la diferencia de nivel social que vagamente
podía obstaculizar la unión de Goethe con esa joven encantadora, todo ello no deja de ser,
en apariencia, la superficie de la corriente infinitamente más profunda que es la de la
huida, de la ocultación ante el objeto, el fin deseado, en la que también vemos
reproducirse esa equivalencia de la que les hablaba hace un instante, desdoblamiento del
sujeto, alienación en relación con sí mismo a la cual provee una especie de sustituto sobre
el cual deben dirigirse todas las amenazas mortales, o muy por el contrario, cuando
reintegra en alguna medida en sí mismo ese personaje sustituto, imposibilidad de alcanzar
el fin.
No quiero insistir. Existe también una hermana que secundariamente completa el carácter
estructural y mítico de toda la situación. Federica tiene un doble, una hermana llamada
Olivia. Aquí sólo puedo referir el tema general de la aventura. Pero si retoman el texto de
Goethe, verán que lo que puede parecer aquí en una rápida exposición, una construcción,
se confirma por toda clase de detalles extraordinariamente manifiestos y notables,
incluyendo las analogías literarias, que da Goethe con la historia bien conocida del vicario
de Wakefield, que representa también en el plano fantasmático una especie de
equivalencia y transposición de toda la aventura con Federica Brion.
¿De qué se trata pues en este mito cuaternario, si puede decirse así, que reencontramos
tan profundamente en el carácter de las impasses, de las insolubilidades de la situación
vital de los neuróticos?
He aquí algo que para nosotros se lleva a cabo como la prohibición del padre y el deseo
incestuoso por la madre con todo lo que pueda comportar como efecto de barrera, de
prohibido, e igualmente esas diversas proliferaciones más o menos exuberantes de
síntomas en torno a la relación fundamental llamada edípica.
Pues bien, creo que esto debería llevarnos a una discusión esencial de lo que representa
la economía de la teoría antropológica general que se desprende de la doctrina analítica,
tal como fuera enseñado hasta ahora, es decir a una crítica de todo el esquema del Edipo.
Es cierto que esta noche no puedo ocuparme de esto. Pero debo señalar que la solución
del problema, y si ustedes prefieren ese cuarto elemento en juego, manifiesta una
estructura vivida muy diferente de la experiencia que en el análisis se vincula con ello.
Efectivamente, si planteamos que la situación más normativizante de lo vivido efectivo
original del sujeto moderno, en la forma reducida que es la estructura familiar, la forma de
la familia conyugal, se vincula con el hecho de que el padre es el representante, la
encarnación de una función simbólica esencial, que concentra en sí lo que hay de más
esencial y dinámico en otras estructuras culturales, a saber, en lo que corresponde al
padre de la familia conyugal, los goces, diremos pacíficos, pero yo digo simbólicos,
culturalmente determinados, estructurados y basados en el amor por la madre, es decir el
polo que representa el factor cultural, al cual el sujeto está ligado por un vínculo
indiscutiblemente natural; ahora bien, digo que esta asunción de la función del padre
supone una relación simbólica simple, en la cual en alguna medida lo simbólico recubrirá
totalmente lo real.
El padre no sólo sería el nombre del padre, sino realmente un padre que asume y
representa en toda su plenitud esta función simbólica, encarnada, cristalizada en la función
del padre. Pero resulta claro que ese recubrimiento de lo simbólico y lo real es
completamente inasible, y que al menos en una estructura social similar a la nuestra el
padre es siempre en algún aspecto un padre discordante en relación con su función, un
padre carente, un padre humillado como diría Claudel, existiendo siempre una
discordancia extremadamente neta entre lo percibido por el sujeto a nivel de lo real y esta
función simbólica. En esa desviación reside ese algo que hace que el complejo de Edipo
tenga su valor, de ningún modo normativizante, sino generalmente patógeno.
Pero ello no quiere decir que hayamos avanzado mucho. El próximo paso, el que nos hace
comprender aquello de que se trata en esta estructura cuaternaria, constituye el segundo
gran descubrimiento del análisis, no menos importante que la manifestación de la función
simbólica del edipismo en la formación del sujeto: la relación narcisista, relación
fundamental en todo el desarrollo imaginario del ser humano, relación narcisista semejante
en tanto se vincula con lo que puede denominarse la primera experiencia implícita de la
muerte. Una de las experiencias más fundamentales, más constitutivas para el sujeto es la
de esa cosa extraña a él mismo en su interior que se llama yo.
El sujeto se ve primero en otro más terminado, más perfecto que él y que incluso ve su
propia imagen en el espejo en una época en que la experiencia prueba que es capaz de
percibirla como una totalidad, como un todo, mientras que él mismo se halla en la
confusión original de todas las funciones motrices afectivas, la de los seis primeros meses
después del nacimiento.
El sujeto tiene siempre, con respecto a sí mismo, esta relación, por una parte, anticipada
de su propia realización, lo que lo excluye de sí mismo, por una dialéctica de dos cuya
estructura es perfectamente concebible, que lo rechaza en el plano de una insuficiencia,
de una profunda grieta, de un desgarramiento original, de una derelicción, para usar un
término heideggeriano, enteramente constitutivos de su condición humana, a través de lo
cual su vida se integra en la dialética; y muy específicamente lo que se manifiesta en todas
las relaciones imaginarias a través de las cuales existe, positivamente una especie de
experiencia de la muerte original que, sin duda, es constitutiva de todas las formas, de
todas las manifestaciones de la condición humana, pero más especialmente manifiesta en
la conducta, en la vivencia, en la fantasía del neurótico.
Es pues en la medida en que el padre imaginario y el padre simbólico puedan por lo
general y fundamentalmente separados, y no sólo por la razón estructural, que estoy
explicando, sino también de manera histórica, contingente, particular, del sujeto.
En el caso de los neuróticos, en la forma más clara, es muy frecuente que el personaje del
padre, por algún episodio de la vida real, sea un personaje desdoblado, ya sea porque el
padre murió tempranamente, o por que un padrastro lo reemplazó y con el cual el sujeto se
encuentra en relación mucho más fraternal, en el sentido en que ella se desarrollará en el
plano de esa virilidad celosa que constituye la dimensión de la relación agresiva en la
relación narcisista, o bien, tratándose del personaje de la madre, que las circunstancias de
la vida permitan el ingresoen el grupo familiar de otra madre, o bien porque la intervención
del personaje fraterno introduzca realmente a la vez de manera simbólica esa relación
mortal de la que he hablado y al mismo tiempo la encarne en la historia del sujeto en una
forma que le suministra un soporte histórico totalmente real, para culminar en el cuarteto
mítico. Y muy frecuentemente, como he señalado en El Hombre de las Ratas, en la forma
de ese amigo desconocido y nunca vuelto a encontrar que desempeña un papel tan
esencial en la leyenda familiar; el cuarteto se reencuentra efectivamente encarnado y
reintegrable en la historia del sujeto.
Desconocerlo y desconocer su importancia es evidentemente desconocer por completo el
elemento dinámico más importante en el tratamiento mismo. Pero estamos aquí para
destacarlo. ¿Cuál es pues ese cuarto elemento que interviene en el edificio en su carácter
de formador?
Pues bien, ese cuarto elemento es la muerte, la muerte en tanto es además totalmente
inconcebible como elemento mediador. Antes de que la teoría freudiana pusiera el acento
definitivo con la existencia del padre, sobre una función que es, podría decirse, a la vez
función de la palabra y función del amor, la metafísica hegeliana no vaciló en construir
toda la fenomenología de las relaciones humanas en torno a la mediación mortal, y ella es
perfectamente concebible como el tercero esencial del progreso por el cual el hombre se
humaniza en una determinada relación con su semejante.
E incluso puede decirse que la teoría del narcisismo tal como la he expuesto hace un
instante esclarece ciertos hechos que de otro modo pueden permanecer enigmáticos en la
teoría hegeliana, porque después de todo para que esa dialéctica de la lucha a muerte, la
lucha de puro prestigio, pueda iniciarse, se requiere asimismo que la muerte no sea
realizada pues en caso contrario toda la dialéctica se detendría por falta de combatientes,
y por lo mismo es preciso que, en cierto modo, la muerte sea imaginada. En la relación
narcisista, en efecto, se trata justamente de la muerte imaginaria e imaginada.
Se trata también de la muerte imaginaria e imaginada, en tanto se introduce en la
dialéctica del drama edípico en la formación del neurótico, y tal vez después de todo
puede decirse, hasta cierto punto, que se introduce en algo que supera en mucho la
formación del neurótico, algo que sería nada menos que una actitud existencial, tal vez
más carácterística, específica del hombre moderno.
Seguramente, no habría que insistir mucho para hacerme decir que ese algo que
constituye la mediación en la experiencia analítica real, pertenece al orden de la palabra y
el símbolo, y se llama en otro lenguaje acto de fe. Pero seguramente, desde el punto de
vista teórico, no es lo que exige el análisis, ni tampoco lo que implica, y yo diría que se
relacióna más bien con el registro de la última palabra pronunciada por Goethe, a quien no
en vano lo he puesto esta noche como ejemplo, ese Goethe de quien pude decirse que
por su obra, su inspiración, su presencia vivida, evidentemente ha impregnado de manera
extraordinaria todo el pensamiento freudiano.
Freud ha confesado —pero esto es poco al lado de la influencia del pensamiento de
Goethe sobre la obra de Freud— que la lectura de los poemas de Goethe lo lanzó, lo
decidió a estudiar medicina, y al mismo tiempo decidió su destino.
Y es en fin una frase de Goethe, la última, la que para mí constituye la clave y el resorte de
nuestra búsqueda, de nuestra experiencia analítica. Son palabras muy conocidas
pronunciadas antes de sumergirse con los ojos abiertos en el negro abismo: "Luz, más
luz". "Mehr Licht".
Final del Seminario 0
Notas finales
1 (Ventana-emergente - El mito individual del neurótico)
*Le Mythe individuel du néurosé ou "Poésie et vérite" dans le néurosé. Centre de la documentation
universitaire. París, 1953. Mimeografiado.

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