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Vigilada MinEducaci—n.
Res. No. 16740, 2017-2021.
El retorno de los lápices
Periodismo, prosa y algo más
El retorno de los lápices
Periodismo, prosa y algo más
Compilador: Lizandro Penagos Cortés
El retorno de los lápices.
Periodismo, prosa y algo más.
© Catalina Villa, Gerardo Quintero Tello, 
Lina Álvarez, César Polanía, Ana María 
Ramírez Gómez, Valentina Parada, 
Lizandro Penagos Cortés, Guido Jácome, 
Paola Gómez Perafán, Mateo Uribe Sáe-
nz, Ana María Saavedra, Valentina Eche-
verri, María Fernanda Lizcano, Rodrigo 
Rodríguez, Ximena Serrano Gil, Marino 
Aguado Varela, María Antonia González 
Echeverri, Sonia Giraldo Velásquez, Jair 
Villano
ISBN ePub: 978-958-619-090-9
ISBN pdf: 978-958-619-091-6
Primera Edición, 2022
© Universidad Autónoma de Occidente 
Km. 2 vía Cali-Jamundí, A.A. 2790, Cali, 
Valle del Cauca, Colombia. 
El contenido de esta publicación no com-
promete el pensamiento de la Institución, 
es responsabilidad absoluta de sus autores. 
Tampoco puede ser reproducido por ningún 
medio impreso o digital sin permiso expreso 
de los dueños del Copyright.
Personería jurídica, Res. No. 0618, de la Gober-
nación del Valle del Cauca, del 20 de febrero de 
1970. Universidad Autónoma de Occidente, Res. 
No. 2766, del Ministerio de Educación Nacional, 
del 13 de noviembre de 2003. Acreditación Institu-
cional de Alta Calidad, Res. No. 16740, del 24 de 
agosto de 2017, con vigencia hasta el 2021. Vigilada 
MinEducación.
Gestión Editorial
Vicerrector de Investigaciones, Innovación y 
Emprendimiento
Jesús David Cardona Quiroz
Jefe Programa Editorial
José Julián Serrano Quimbaya
jjserrano@uao.edu.co
Coordinación editorial
Pamela Montealegre Londoño
Jorge Ivan Escobar Castro
jiescobar@uao.edu.co
Diagramación y diseño
Edward Leandro Muñoz Ospina
Impresión
Impreso en Colombia
Printed in Colombia 
El retorno de los lápices Periodismo, prosa y algo más / Compilador Lizandro Penagos Cortez; Catalina Villa, 
Gerardo Quintero Tello, Lina Álvarez, César y otros quince más-- Primera edición.-- Cali: Programa Editorial 
Universidad Autónoma de Occidente, 202. 2 páginas, ilustraciones.
ISBN: 978-958-619-090-0 
1. Periodismo. 2.. 3.. 3.. I. Penagos Cortez, Lizandro, compilador. II. Universidad Autónoma de Occidente. 
070.4- dc23
C O N T E N I D O
El retorno de los lápices. 
Periodismo, prosa y algo más 9
Gente con mente 21
Sonata del olvido: homenaje al maestro 
Antonio María Valencia
Catalina Villa 23
Tras las huellas de Larry Landa 
Gerardo Quintero Tello 31
Los secretos bajo el sombrero de ‘Visitante’, 
fundador de Calle 13 
Lina Álvarez 39
“Siempre he sido mañoso, pero no desleal”: 
Fernando “Pecoso” Castro 
César Polanía 45
Así se vivió en Guachené el debut como titular 
de Yerry Mina con el Barça 
Ana María Ramírez Gómez 51
Pal Ezio, el cura europeo que se quedó 
para siempre en Toribío 
Valentina Parada 55
Ahí les dejó esos libros. Adiós a Alfredo Molano 
Lizandro Penagos Cortés 59
 
Adiós a la guerra 63
“Mi hijo no es despedida de nadie” 
Guido Jácome 65
La verdad del más invisible de los delitos de 
la guerra en Colombia: la violencia sexual 
Paola Gómez Perafán 69
¿Quién será mi hijo? 
Mateo Uribe Sáenz 79
Al San Juan la paz aún no llega 
Ana María Saavedra 85
El exguerrillero más pequeño de las Farc-Ep que 
busca ser más grande que la guerra 
Valentina Echeverri 91
Oro, madera y religión: amenazas para pueblos 
indígenas aislados en Colombia 
María Fernanda Lizcano 97
Otras prosas sabrosas 105
Bonnie y Clyde en la era digital 
Rodrigo Rodríguez 107
El Trampolín de la muerte: camino de incorporación 
violenta de la Amazonía al Estado 
Ximena Serrano Gil 121
La fiesta popular: un museo vivo 
Marino Aguado Varela 127
Sobre arte y resistencia 
María Antonia González Echeverri & Sonia Giraldo Velásquez 133
“El cadáver insepulto” 139
Juan Carlos Romero
Una lectura amorosa de En busca del tiempo perdido. 
A 148 años del nacimiento de Marcel Proust 
Jair Villano 143
 9
El retorno de los lápices 
Periodismo, prosa y 
algo más
Tal vez nos convirtamos en sirvientes de la Cibernética. Pero 
sentimos que siempre sobrevivirá en algún lugar de la tierra un 
hombre distraído que dedique más horas al ensueño que al sueño 
o al trabajo y que no tenga otro remedio para no perecer como ser 
humano que el de inventar y contar historias.
Juan Carlos Onetti (1909-1994)
Antropófagos. Ese es el término despectivo con el que algunos críticos califican la sevicia con la que 
el periodismo nacional se ensaña con temas absurdos, 
triviales e intrascendentes –y en los que además se sugiere 
reposa la construcción social de la nación–, como los que 
suelen ocupar cada día los grandes titulares de los medios 
de comunicación en Colombia. Una apreciación injusta, 
porque el buen periodismo pervive como la necesidad 
cavernícola de contar historias alrededor del fuego. Es 
probable que los criterios de noticiabilidad suelan estar más 
del lado de lo intrascendente y las audiencias insaciables 
–amaestradas para consumirlos–pidan más y más de lo 
que menos importa. Pero siempre habrá un puñado de 
inactuales dispuestos a narrar con pasión y otro tanto a leer 
con fruición. Esa antropofagia mediática, por supuesto, 
encierra otros fenómenos como la incoherencia social, la 
incongruencia moral y la inconveniencia económica, sin 
embargo, no ha podido socavar la compleja simplicidad 
de disfrutar un buen texto que nos sumerja en una historia 
apasionante y verídica.
10 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
No faltará quien argumente que las historias cotidianas, las que le suceden a 
personas del común, a quienes más que vivir sobreviven, son más humanas, 
le ponen rostro a la tragedia nacional, logran comunicar mejor las situaciones 
sobre la degradación ética, moral, incluso religiosa, y retratan la intolerancia y la 
violencia en la que está sumido nuestro país. El problema no es registrarlas, sino 
ensañarse con ellas. En todas hay noticia, sin duda, pero no suceso. Pueden ser 
extraordinarias, es decir, se salen de lo común, pero no deberían determinar un 
cubrimiento tan extenso, pues no versan sobre cuestiones fundamentales. Esta 
antología –como todas incompleta– trasciende el registro, porque son historias 
que le ponen rostro a la noticia, pero también espíritu y alma a los sucesos que 
de ellas se desprenden. De hecho, muchas de ellas fueron registradas por otros 
medios pero alcanzaron su verdadera dimensión a través de la buena escritura. 
Todo el periodismo, incluso el mal hecho, permite sondear la sociedad a la que 
pertenece y sus niveles de construcción o devastación; pero cuando se hace 
bien, con fundamentos éticos e investigación, cimentado en los principios que 
rigen el deber ser social, anclado en los valores humanos y en sus derechos, el 
buen periodismo es el faro desde donde se guía a la sociedad y se enciende la 
luz bajo cuyo amparo se escribe la historia. Es incuestionable que los medios 
de comunicación deben hacer saber lo que pasa, el problema es que se dedican 
sobre todo a hacer creer y a hacer sentir superfluo, con muy poco criterio y 
bajísima investigación en procura de acercar al conocimiento. Hay excepciones 
por supuesto y suficientes como para creer que el buen periodismo no solo 
sobrevivirá a tantos avatares, sino que se fortalecerá gracias al advenimiento 
tecnológico que difumina los trazos del lápiz censurador. 
Pues bien, esta antología –reitero, como todas incompleta e injusta– es una 
muestra de cómo a pesar de dicho avasallamiento de la tecnología, el periodismo 
escrito bien elaborado –con creatividad, análisis y experimentación de 
posibilidades narrativas y estructurales– es un insumo básico que se alinea con 
aquellos con los que se erige la historia; al margen de los vertiginosos cambios 
en los modelos de producción, narración y difusión de la industria mediática, 
la narración excelsa sigue conquistando a las audiencias contemporáneas. Esto 
ocurre porque la promocionadatransformación digital pasa más por el cambio 
de mentalidad, que por la permanente actualización tecnológica. La cibernética 
–nadie puede negarlo– facilita algunas cosas, pero no podemos convertirla 
en el nuevo Dios que todo lo soluciona. La humanización del periodismo 
y de sus historias no es una cuestión de máquinas, sino de seres humanos 
sentipensantes, como nos dejó dicho el maestro Eduardo Galeano (2000). 
Desconocer que los avances científicos nos han mejorado la vida sería como 
volver a la compresión en el cuello hasta que el paciente pierda el conocimiento 
como la más eficaz forma de anestesia. Sin embargo al periodismo lo salvan 
 11
los inactuales en medio de esta carrera frenética hacia el desarrollo que relega 
también al progreso. 
Por cuenta de la televisión –el miembro más importante de la familia en 
palabras del maestro uruguayo (Galeano, 1996)– y el creciente tráfico de 
video en Internet1, poco a poco caemos en la quimérica ilusión de que ver es 
comprender y asistimos impávidos a la imposición de los criterios emocionales 
desnudos como superiores a los argumentos racionales. La posmodernidad 
ansiosa persigue el señuelo implacable de la tecnología con una asombrosa 
pasividad. Ya casi nada escapa a una cámara, todo queda grabado, la tecnología 
ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no 
hay nada, solo impacto mediático. La diferencia entre lo normal y lo anormal 
se diluye en darle a la gente lo que quiere, no importa lo que sea. Y la gente 
está dispuesta a ver lo que sea, menos a sí misma. Entretanto la educación, más 
que abrir caminos, impone barreras, y la inteligencia y la habilidad ahora se le 
endilgan a los aparatos y a las corporaciones. El modelo se repite y las ideas 
desechables se viralizan sin encontrar el camino al pensamiento crítico y eficaz.
Lo preocupante es que lo peor está siempre por venir. La reinvención pareciera 
ser más de lo mismo, pero con tapabocas y más miedo. Lo esperanzador es 
que siempre habrá quienes cuenten historias extraordinarias y fantásticas, 
que en la ficción son producto de la invención y en el periodismo son el 
resultado de la entrenada búsqueda del hallazgo detonante, de la pesquisa 
del detalle, del elemento diferenciador, de la narración asombrosa que logra 
comunicarse con el corazón de los lectores, en suma, de eso que se conoce 
como ‘olfato periodístico’ y arroja para la posteridad piezas que pueden llegar 
a ser clásicas si se rescatan del olvido cotidiano de lo periódico. Como son 
ajenas, las recomiendo. Son interesantes, divertidas, profundas, pero ante todo 
bien escritas.
No se aprende periodismo solo en la academia, allí se funden las bases, pero 
las columnas y las paredes de esa libre prisión se levantan en la calle, en la sala 
de redacción, en el diálogo cotidiano con la gente, en las lecturas y hasta en 
las noches de bohemia donde pensamos que es posible cambiar el mundo. 
Un periodista se forma mientras informa. O se deforma, si no es un adicto 
a la investigación. Si no es un enfermo del dato y de la cifra. Si no lee y 
tiene referentes. Todos los aquí compilados son egresados de la Universidad 
Autónoma de Occidente en Cali y apasionados periodistas que se niegan a 
1 Cada segundo, un millón de minutos de contenido de video cruzará la red en 2021. Un individuo tendría que 
vivir cinco millones de años para ver la cantidad de video que cruzará las redes cada mes.
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escribir para el olvido, a los que la pirotecnia tecnológica no les hace prescindir 
del fuego creativo, ni el resplandor de una pantalla, del refulgente brillo de una 
frase memorable. Son esas plumas excelsas cada vez más escasas, esos lápices 
que retornan ahora con más años y más oficio, con más canas y menos pelo –en 
algunos casos–, con hijos de carne y hueso y de palabras, con más recorrido y 
menos vanidad, con más experiencia, pero con el mismo ímpetu por al arte de 
narrar, de contar historias y conmover con un tipo de periodismo que más que 
producir contenidos para venderse a punta de likes, se preocupa por generar 
sensaciones y apasionar lectores. 
El ejercicio consciente del periodismo seguirá como los ciclones formándose 
en el mar de las letras, girando sobre sí mismo para crecer y proyectarse en la 
atmosfera social, afectando positivamente lectores que como islas se rodean de 
buena escritura e información, y ojalá, convertido en ese huracán del periodismo 
literario que logró introducirse en todo el continente. Con hombres y mujeres 
que son buenos seres humanos, pero que sobre todo son la suma de lo que 
el periodista no es: historiador, sociólogo, profesor, antropólogo, mensajero, 
psicólogo, científico, novelista, político y hasta buen antropófago, porque 
alimenta sus historias con espíritu humano. Vale la pena evocar la caricatura 
espléndida del lápiz que tiene punta y borrador, carboncillo y madera, que 
escribe y edita, que crea y renueva, que profesa y borra, que construye y arrasa, 
que reconstruye y transforma, en suma, que es el símbolo de la escritura misma, 
con la que un manojo de egresados respondió a la convocatoria de ofrecer 
textos que reivindiquen el ejercicio periodístico impreso. 
Los periodistas que dedican tiempo al ejercicio de la escritura son trabajadores 
solitarios que se enfrentan a la página en blanco con la idea romántica del que 
quiere transformar el mundo, que laboran en medios donde el trabajo en grupo 
es la norma que subvierten para encerrarse a escribir esa historia que se niega 
a ser para el olvido. Se mueven entre la presión del día a día, la hora de cierre, 
los enfoques del editor, las presiones del contexto, los intereses del medio y un 
etcétera con el que se han escrito infinidad de crónicas, por el solo placer de 
narrar la vida como la conciben. Aquí hay solo un pellizco de ellas, una muestra 
pequeña pero significativa de la calidad escritural de un puñado de seres que 
escriben con pasión y arrojo en este mundo de tiempos extraños. Todos rigurosos, 
preocupados por las formas de la narración y del lenguaje, arañándole tiempo 
a su tiempo y a sus otras pasiones para entregarnos esta piezas que se perfilan 
como modelos de esfuerzo investigativo, de plena dedicación y de compromiso 
con el lector. De ahí el regreso de los lápices, la vuelta a la esencia de la buena 
narración periodística, la que se detiene en el detalle sin perder su rumbo, la que 
sorprende en cada giro, esa que se pinta con escenas y conmueve porque es capaz 
de dibujar con palabras, de trabajar con las sensaciones y los pensamientos. Es 
 13
probable que en esta recopilación, siempre parcial, esté agazapado algún clásico 
al que solo el tiempo y la depuración de los lectores acuciosos colgará la esquiva 
medalla de la posteridad que tienen los que escriben desde las entrañas. 
Plumas que hacen o han hecho parte de grandes medios: Semana, Semana Rural, 
Arcadia, Don Juan, Gaceta, El Espectador, El Tiempo y El País, entre otros 
internacionales y universitarios que abrieron sus espacios al periodismo que 
construye historia; y también de algunos que podrían calificarse como aves de 
corto vuelo, pero que tienen aspiraciones de volar alto: Ciudad crónica, el blog 
del Noticiero 90 Minutos y el portal El Giro. En una primera parte los textos 
se aproximan al perfil, a la historia a través de un personaje. ¡Y qué personajes! 
El primer capítulo, Gente con mente, comienza con un texto en el que Catalina Villa 
hace sonar la vida de Antonio María Valencia con una cadencia abrumadora 
que parece una broma. Un músico adelantado a su tiempo, una existencia cuya 
banda sonora explota como la percusión, pero relaja con las armonías de las 
cuerdas, al tiempo que tranquiliza con los vientos consonantes que llevan al 
lector al compás de una partitura que merece varios minutos de silencio, de 
trompeta homenajeante.
La música y el narcotráfico se encuentran en una descarga de sonido bestial en 
la narraciónde Gerardo Quintero, sobre un hombre que no necesitó mucha 
vida para convertirse en una leyenda de la rumba y en el rebautista de Cali 
como capital de la salsa: Larry Landa. Un ser con una vida extraña que se 
movió entre la gesta cultural y el bajo mundo del negocio ilícito. Cada línea 
de esta historia intenta despejar dudas que terminan por sembrar otras, más 
interesantes y fabulosas, que tejen ribetes míticos alrededor de una persona 
que puso a sonar en Cali a los más grandes salseros del momento e hizo que 
viajaran de los acetatos a los rumbeaderos, para que todos comprobaran que 
era posible hacer realidad los sueños.
La variedad musical la complementa otro texto maravilloso que deja ver la 
cara oculta de Calle 13, una agrupación que transformó la escena musical 
latinoamericana e irrumpió con sonidos y temáticas que son fusión plena. El 
hombre detrás del vocalista, el de las líricas y las innovaciones, el que también 
compone y arregla, diseña y experimenta, el cerebro detrás de René Pérez Joglar, 
Residente, el showman. Lina Álvarez logra exprimir la potencia escénica de 
quien está en la retaguardia, de aquel al que no encandila el flash ni es buscado 
por los paparazzi, porque está ocupado pensando en cómo salirle al encuentro 
a la música que siempre toma caminos diferentes que solo encuentran los 
genios. Eduardo Cabra Martínez, Visitante, es expuesto desde los acordes de 
una actividad que lo rige todo en su vida: la música.
14 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
César Polanía se anota un golazo con la historia de Fernando el “Pecoso” 
Castro, un hombre polémico y temperamental que termina por confesarse como 
un tímido feligrés ante las arremetidas de un entrevistador bien informado que 
oficia como sacerdote consagrado al periodismo ortodoxo, pero moderno. El 
técnico de fútbol da paso al hombre, al padre, al hijo, al ser humano sensible 
y fogoso, pero con carácter y amoroso; su vehemencia se convierte en una 
revelación constante, un desahogo de aquello que la investigación ha sugerido 
para saber más del personaje que todos creen conocer. Nunca se rompe ni el 
respeto ni la cordialidad en esta pieza.
La negredumbre emerge con toda su fuerza en el relato de Ana María Ramírez, 
que desde su orgullosa condición afro logra comunicar toda la alegría, pero 
también toda la tristeza y desesperanza que rodea la vida casi imperceptible 
de los habitantes de un pueblo como Guachené que, desde el norte del Cauca, 
exporta futbolistas como el gran Yerri Mina al Barcelona. El debut del hombre 
ejemplo, del orgullo, de la sensación, del hijo de este terruño que más alto ha 
volado, se cuenta como la narración de un partido interminable que juegan 
quienes sueñan con llegar por lo menos al fútbol profesional. Por eso unos 
guayos y una cancha en mal estado se convierten en el escenario donde se 
desarrolla esta historia, casi la única alternativa de estos muchachos para poder 
torcer el destino.
También en el Cauca, un departamento azotado por todas las violencias, 
Valentina Parada volteó la ecuación e hizo que un padre ítalo-esloveno le 
confesara por qué se quedó en una población en la que ya se perdió la cuenta 
de los hostigamientos y tomas guerrilleras. Un hombre que ha vivido muchas 
las guerras, que ha contado muchos muertos, pero que no pierde ni la fe ni la 
ilusión. El perfil de Pal Ezio Guadalupe Roattino es un ejercicio de escucha 
desprendido de protagonismo, donde la periodista se dedica a esa manera 
olvidada de mirar que es la atención de quien nos habla. Un texto equilibrado 
y profundo, espiritual y descarnado, desgarrador y esperanzador.
Este capítulo cierra con una columna sobre Alfredo Molano donde el 
hombre que fusionó tantos saberes como disciplinas, tantos caminos como 
explicaciones, tanta interpretación como testimonios, se expone como el ser 
que dejó al país una visión de esta Colombia trágica y extraviada en tantas 
violencias. Todas sus verdades resumidas en una honestidad para narrar desde 
los recorridos y las experiencias, los trabajos de campo y el diálogo con la 
gente, con toda la gente. Muchas historias de vida que convirtieron la suya en 
una depositaria de esa verdad esquiva que es la primera víctima de cualquier 
guerra. Un obituario esperanzador es algo tan extraño como la mirada de 
Molano, infinitamente triste, pero efectivamente certera.
 15
Luego vienen, en el segundo capítulo, una serie de textos reunidos bajo esa 
ilusión que arropa a la mayoría de los colombianos, más allá de ideologías y 
plebiscitos: Adiós a la guerra. Una alusión al Adiós a las armas del gran Ernest 
Hemingway que como pocos dio ese salto del periodismo a la literatura e 
inscribió su nombre en la evocación de los obligados clásicos. No en vano se 
alzó con el Pulitzer y el Nobel, para que no quedara duda de esa magnífica y 
acertada transición. Guido Jácome, un periodista que luego tomaría el camino 
de la narración cinematográfica, despunta con Mi hijo no es despedida de nadie, 
una pieza que representa el drama inacabado de lo que no tiene nombre: la 
muerte de un hijo y el dolor sin medida de una madre. Con un texto adicional 
escrito 22 años después para saber y comprobar lo poco que han cambiado 
las cosas.
¿Quién será mi hijo? no hace más que reforzar la idea desgarradora de perder lo 
que ha llegado amarrado a este mundo y se desprende de un tajo del cordón 
umbilical sin desligarse nunca. La búsqueda de una madre que no cesa en su 
empeño de encontrar a su hijo en medio de una guerra fratricida que lo reclutó 
para las filas de las Farc-Ep sin volver a saber nada de él. Mateo Uribe logra 
trasladar al lector a un duelo incesante, una historia sin desenlace que permite 
sentir la angustia de la incertidumbre. 
Paola Andrea Gómez Perafán descolla con un ejercicio de periodismo pleno. 
Un recorrido por el cuerpo, el espíritu atribulado, las voces y la resiliencia de 
mujeres (incluye las trans) víctimas de la violencia sexual y otras múltiples 
violencias asociadas. Con testimonios y cifras, pero con un lenguaje cuidadoso, 
expone sin extralimitarse y contrasta para articular todas las tragedias de quienes 
desataron su alma para que fuera narrada. Una aproximación respetuosa a 
una realidad tantas veces oculta que la jefe de redacción del periódico El País 
exhibe sin ambages.
La Colombia profunda de la que hablan los sociólogos, la nación olvidada y 
excluida, el arrinconado revés de la nación del que hablara Margarita Serje, 
brota en el trabajo de Ana María Saavedra. Al San Juan la paz aún no llega es otra 
prueba de esa patria alejada de la senda del desarrollo con algunos avances 
producto más del impulso rebuscador, que de políticas públicas diseñadas 
desde ese centro alejado y privilegiado. Uno de los más de mil pueblos con sus 
veredas y corregimientos donde ha llegado la tecnología, pero no el progreso 
y menos la paz.
Se avanza con una historia que a pesar de la rudeza en la que se gesta, se 
transforma en un ejemplo de la metamorfosis positiva que puede generar la 
reinserción social de alguien que no tuvo más alternativas que engrosar las filas 
16 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
de la subversión y hacerse grande con base en la maldad. El exguerrillero más 
pequeño de las Farc-Ep que busca ser más grande que la guerra de Valentina Echeverri 
es una crónica que recoge elementos de las sombras del pasado para darle 
validez a un presente halagüeño, casi enternecedor, que vislumbra un mejor 
futuro de quien solo sabía hacer la guerra.
Cierra este capítulo un trabajo que se mueve en un tema tan complejo como 
olvidado en el agite de los medios: la ecología. Oro, madera y religión: amenazas 
para pueblos indígenas aislados en Colombia es una postal en la que a pesar de haber 
pasado siglos, María Fernanda Lizcano refleja la codicia por el oro y el impacto 
sobre un pueblo indígena que asiste a la posibilidad de desaparecer. Un texto 
que se mueve en espacios donde surge en algún momento el equilibrio delplaneta, el cuidado de la casa de todos, la explotación desmedida de los recursos, 
el respeto por los animales, la utilización de estos sin conciencia ni mesura, 
la globalización y la idea de progreso, el desarrollo sostenible y en general 
los problemas asociados con la preservación del ser humano como especie 
superior y depredadora, así como las apuestas que muchas veces, desde lugares 
olvidados, personas anónimas realizan para el bienestar futuro de todos. 
El último aparte, Otras prosas sabrosas, recoge maridajes excepcionales. 
El pasado y el futuro reunidos en unos textos que presentan y representan 
las evocaciones artísticas de la humanidad que ya lo han resuelto todo y las 
dimensiones desconocidas de lo que apenas estamos asimilando. Rodrigo 
Rodríguez abre este abanico maravilloso con una historia tan real como 
inverosímil, los ladrones digitales y la sencilla complejidad que rodea un ciber 
robo. Esto lo hace de la mano de un par de personajes de la historia real (Bonnie 
y Clyde, célebre pareja de enamorados ladrones estadounidenses declarados 
enemigos públicos en la década de los 30) que le sirven para retratar cómo 
ahora los raptores no llevan antifaz, ni armas, ni amenazan, solo invierten horas 
para descifrar códigos, alterar programas, crear sistemas y, en suma, robar de 
verdad lo que a todas luces parece apenas una ilusión digital o virtual. 
En El trampolín de la muerte: camino de incorporación violenta de la Amazonía al Estado, 
Ximena Serrano Gil logra desprenderse del acartonamiento académico y deleitar 
con una historia basada en la noticia sobre una investigación que cuenta con 
gracia y novedad: la de una de las carreteras más peligrosas de Latinoamérica. 
Esta es una reseña universitaria convertida en relato. La tensión de un libro y 
un documental se funden para narrar a través de esta pieza la hazaña de abrir 
un camino entre Pasto, Nariño y Mocoa, Putumayo. Una serpiente que se ha 
tragado vidas, carros y recursos. Una herida que tajó la montaña y descuajó la 
selva. Una sucesión de curvas y abismos que parecen interminables, pero que 
como todo en esta vida tiene su final. 
 17
El productor general del canal regional Telepacífico abandona por un momento 
las cámaras y todo el engranaje de la producción audiovisual, para escribir 
un texto que recorre Colombia como un río sinuoso de fiestas y alegrías, de 
ritmos y folclores, de tradiciones y coloridas celebraciones que se mueven 
entre el carnaval y la realidad que se espanta con cada evento. La fiesta popular: 
un museo vivo de Marino Alberto Aguado Varela, no deja libre un espacio de la 
geografía nacional para deleitarse e invitarnos a conocer y disfrutar toda la gama 
de festividades que no solo registró, sino que captó con su espíritu sensible y 
esa gran visión periodística que no consiguió cegar el cíclope electrónico de 
la cámara de televisión.
Una yunta de estudiantes cuya amistad comenzó en la universidad y superó 
todos los obstáculos que depara una carrera, indaga en un trabajo académico 
las honduras del mundo de los drag queens para averiguar las razones del 
deleite de algunos hombres –no necesariamente gais–, por ataviarse con ropajes 
femeninos y alterar las formas de su cuerpo en aras de alcanzar el goce estético 
de verse ‘hermosas y voluptuosas’. Y lo hacen de tal forma, que el resultado es 
un texto a ocho manos, porque estas dos chicas definen como protagonistas 
a dos hombres que resisten prejuicios y señalamientos para hacer lo que les 
gusta. María Antonia, Sonia, Darwin, Gonzalo, Byagra Atómica y V13n Rosa, 
se funden todas en una página que no tiene sexo.
Juan Carlos Romero vaticina un cierre memorable con una columna sobre 
el Festival de Cine de Cali que bajo el lapidario título El cadáver insepulto nos 
sumerge en la situación de incertidumbre del evento, pero sobre todo deja 
entrever el entorno histórico del cine nacional que para algunos simplemente no 
existe, pues lo que hay son esfuerzos aislados que trabajan con la uñas limpias, 
eso sí. En una entrevista que hicimos para Telepacífico y que tuvo lugar hacia 
el 2008 o 2009, Luis Ospina expresaba que en Colombia se hace cine animado: 
animado el amigo, el familiar, la esposa, el empresario, el actor. Hay que animar 
a todo el mundo, porque como negocio es una empresa a pérdidas, una locura 
que arroja satisfacciones y un par de premios si la factura de la película los 
merece. Como crítico de cine, Romero nos sorprende al recoger el nombre 
del libro de un caleño que retrató como pocos El Bogotazo: Arturo Alape. Y 
eso que sobre los dos temas ha corrido tanta tinta como sangre y rollos.
Este libro cierra con un texto que se presenta como ejercicio periodístico y 
literario, condensación de cualquiera de los objetivos que tenga quien escriba 
o publique sus ideas; un texto con la explicación del mundo por parte de 
quienes cumplen una de las funciones, o misiones si se quiere, más nobles de 
la humanidad: entregar el testimonio libre del tiempo que les ha correspondido 
vivir. Una lectura amorosa de En busca del tiempo perdido. A 148 años del nacimiento 
18 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
de Marcel Proust es un reencuentro con un clásico monumental de más de 
5000 páginas que no solo desnuda, sino que denuncia la degeneración de 
la aristocracia. Jaír Villano nos lleva de la mano por una obra analizada con 
fruición y amor, pues no es una crítica dura y descarnada, sino diáfana y limpia, 
pero contundente y precisa. 
Pasen entonces al deleite, comensales. El retorno de los lápices es para ustedes 
un plato servido, y para nosotros una provocación al goce, a la reflexión y al 
saboreo; una invitación humilde a no olvidar las palabras del escritor uruguayo 
Juan Carlos Onetti (1939), que fungió como epígrafe de esta entradilla. O si 
usted prefiere, sumérjase en estas historias con otra revelación del hombre 
que como nadie hablaba solo con sus letras: “Se dice que hay varias maneras 
de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, 
ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son 
recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”. Los escritores 
y sus textos aquí compilados develaron el alma de los hechos que relataron. 
Los llenaron no solo de datos, sino de sentimientos. No se limitaron a contar, 
sino que narraron desde la explicación llana y la riqueza del lenguaje. Su mirada 
particular la convirtieron en interpretación y la soportaron con argumentos. 
De ahí la promesa del subtítulo, porque aquí se encuentra periodismo, prosa y 
algo más. Finalmente, como en la vida, la felicidad no es el libro mismo, sino 
cómo lo disfrutas, cómo lo abordas, cómo juegas o sufres con él, cómo viajas 
a sus lugares, cómo los recorres, cómo los conoces y reconoces, cómo sueñas 
que eres el que admiras, y puede que ya no esté, pero te hace feliz.
Lizandro Penagos Cortés
 19
Referencias bibliográficas
Galeano, E. (1996, 25 de diciembre). El derecho de soñar. El País. https://elpais.com/
diario/1996/12/26/opinion/851554801_850215.html
Galeano, E. (2000). La utopía. https://www.poeticous.com/eduardo-galeano/la-utopia?locale=es
Onetti, J. C. (1939). El pozo. . Ediciones Signo. 
Gente 
con 
mente
Sonata del olvido: 
homenaje al maestro 
Antonio María Valencia
P O R : CATA L I N A V I L L A
*Publicado el 29 de enero de 2013 en la revista Gaceta de El País.
Repudiado por su condición de homosexual y su adicción 
a la morfina, Antonio María Valencia fue un adelantado 
a su tiempo. En la Sultana del Valle dejó una de sus más 
grandes obras: el Conservatorio de Cali. ¿Por qué tantos 
han olvidado su legado? 
Prendida de la mano de su madre, la niña solía llegar a la casa del maestro en horas de la tarde cuando 
ya el sol se había cansado de acosar los andenes de esa 
pequeña ciudad. Era una casa enorme, así la recuerda. 
Luego de pasar por un corredor, atravesaba un patio 
largo hasta llegar a su cuarto. Y allí, depie, estaba el 
maestro Antonio María Valencia: pelo negrísimo, nariz 
chata, tez de aceituna. A su lado, casi como una extensión 
de sí mismo, su piano de cola Erard, imponente.
Esa niña tiene hoy 73 años, pero su memoria no 
resbala para recordar aquella escena que se repetiría 
cada semana durante poco más de un año: “Yo lo 
veía a él como un Dios”, me dice con su voz aguda 
 23
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que se cuela como un hilo delgado por el teléfono. Recuerda que el maestro, 
asombrado por su virtuosismo, se había empeñado en prepararla para un 
concierto. Fueron días, semanas, meses frente al piano. Ella tenía 11 años, él 
49. Ella soñaba con ser una gran pianista, él ya lo era. Ella anhelaba llegar a 
París, la ciudad de la que Valencia nunca debió partir.
La noche del 15 de julio de 1952 la niña finalmente subió al escenario de la Sala 
Beethoven del Conservatorio. Llevaba el pelo adornado en forma de bucles con 
una cinta que iba de lado a lado de su cabeza y un vestido hasta las rodillas. Se 
sentó frente al piano, posó sus diminutas manos sobre las teclas e interpretó 
el concierto para piano y orquesta en sol menor de Mendelsohn. Tocó como 
los dioses, la niña. Lo que siguió lo recuerda así: aplausos cerrados, el público 
de pie, una ovación que parecía no terminar nunca, su foto en la prensa. 
Marjorie Tanaka, la niña, la pianista que tantos triunfos le ha dado a Colombia 
en los últimos 50 años, supo entonces que nunca pasaría un día de su vida lejos 
de un piano. Supo, también, siete días después del concierto, que el maestro 
Antonio María Valencia había fallecido en su casa a las 11:40 de la mañana, 
paralizado, a causa de la enfermedad. Eso decían, “la enfermedad”.
¿Quién fue Antonio María Valencia? 
En la casa adjunta al edificio principal del Instituto Departamental de Bellas 
Artes, la escuela a la que hoy pertenece el Conservatorio de Música, cuatro 
estudiantes hacen la fila para la matrícula de este semestre. Uno entrará a 
estudiar Música, dos terminarán este año Diseño Gráfico, otra estudia Artes 
Plásticas. 
Alexis Rentería, el músico, tiene la piel color chocolate, el pelo al estilo rasta y 
unos ojos risueños. A sus 28 años es músico empírico. Toca jazz en los bares. 
Cuando lo llaman para completar una orquesta se apunta, no importa si es 
de salsa o de merengue. Ha tocado casi de todo: tropical, un poco de punk y 
un poco de reggae. Menos los clásicos, la música culta, dice. Por eso quiere 
convertirse en profesional. Eso sí, cuando le pregunto, me advierte que no 
sabe quién era Antonio María Valencia.
—Tengo la somera idea de que fue uno de los primeros compositores de Cali, 
¿no?
Giselle Monsalve, que está a su lado, cursa décimo semestre de Artes 
Plásticas. Tampoco sabe bien quién es ese señor Valencia. El fundador, dice. 
 25
Nada más. Recuerda que se lo mencionaron en la inducción, cuando entró, 
hace cuatro años, pero ya lo olvidó. No sabe que fue justamente él quien lideró 
la creación del programa de Artes Plásticas, porque un conservatorio que solo 
enseñara música le parecía insuficiente. Fue entonces cuando invitó a Jesús 
María Espinosa a que dirigiera el programa. 
—¿Sabés que fue Valencia quien intercedió ante la Iglesia para que permitiera 
que modelos desnudos posaran antes los estudiantes en la clase de anatomía 
del dibujo?, le pregunto.
—No, me dice. 
Pocos saben.
Pocos saben que Antonio María Valencia fue un músico precoz que a los 8 
años ya tocaba el piano gracias a las lecciones de su padre, Julio Valencia, un 
violocellista [sic] que había hecho parte de la Lira Colombiana. Pocos saben 
que a los 14 dio conciertos en Panamá y Estados Unidos y que pronto entendió 
que estudiar en el exterior era perentorio si no quería asfixiar su talento en 
esa Cali de los años 20 anestesiada por el tedio. Que viajó a París en donde 
vivió los seis años más intensos de su vida. Que fue discípulo de Paul Braud 
y Vincent Dindy. Que se graduó con honores de la Schola Cantorum. Que 
triunfó en escenarios franceses interpretando a Schumann, a Chopin, a Fauré, 
a Albéniz. Que compuso 21 obras para piano. Que conoció a la escritora Anaïs 
Nin. Que Anaïs Nin lo menciona en su diario. Que renunció a una promisoria 
carrera de concertista en Europa para regresar al lado de su madre. Que era 
débil de carácter, adicto a la morfina. Que era un pesimista, Valencia. Que fue 
nombrado inspector general de estudios y profesor de piano del Conservatorio 
Nacional, en Bogotá. Que era tan bueno en lo que hacía, que despertó envidias 
y se ganó enemigos. Que regresó a Cali para dirigir el Conservatorio. Que fue 
blanco de burlas e insultos por ser homosexual. Que su trabajo redundó en la 
fama continental de esta ciudad en la década de los 40. Que aró en el desierto. 
Pocos saben.
El compositor, director e investigador chileno Mario Gómez Vignes es, tal vez, el 
que más sabe. Alto y delgado, Gómez esconde sus 78 años en un pantalón azul 
y una camisa de manga corta abotonada hasta el cuello. Tiene una barba blanca 
en forma de candado y la formalidad en el trato de los señores que nacieron 
antes del rock and roll. Me recibe en un salón de clases del Programa de Música 
de la Universidad del Valle donde es profesor desde 1981. En el salón de al lado 
un estudiante ensaya una tuba sin éxito. Me cuenta que sabe lo que sabe porque 
dedicó siete años de su vida a investigar la vida de Antonio María Valencia, 
26 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
sorprendido por su obra sincera y rigurosa, pero, sobre todo, espoleado por el 
silencio que rodeaba esa vida enigmática de la que nadie parecía querer hablar.
Todo empezó en 1981 cuando llegó a Cali como director del Conservatorio 
tras haberse desempeñado como docente en la Universidad de Antioquia. Allí 
se encontró una vitrina de dos cuerpos que parecía común y corriente pero que 
no lo era tanto. Era, en realidad, un botín que conservaba cartas, recortes de 
prensa, manuscritos y partituras que habían pertenecido a Valencia. ¿Quién era 
ese hombre que había logrado en tan poco tiempo fundar un conservatorio, 
una orquesta sinfónica, un coro polifónico, y liderar la construcción de un gran 
edificio a la orilla del río Cali que albergara el arte? ¿Por qué se conocían tan 
poco sus composiciones? ¿Cómo es que se había roto su relación con otro 
de los grandes músicos colombianos de su época, Guillermo Uribe Holguín? 
¿Por qué en 1952 pedían su renuncia de la dirección de la Orquesta?
—Yo sentía que había una especie de silencio cómplice sobre ciertas cosas, 
sobre todo de quienes habían tenido trato con él. 
Fue entonces cuando entrevistó a su sobrina más cercana, la antropóloga Irene 
Valencia, y a Rosario, su única hermana viva. Gracias a ellas descubrió otra 
valiosa joya: su correspondencia personal. Entonces, como buen investigador, 
cotejó datos, sopesó adjetivos, ató cabos, tomó distancia. Supo que tenía ante sí 
a un colonizador de la cultura en una ciudad que en aquella época más parecía 
un desierto; un hombre que ansiaba la gloria, pero que sufría infinitamente.
Psicoanálisis. Freud. Complejo de Edipo. Deseo inconsciente de mantener una 
relación incestuosa con el progenitor del sexo opuesto. Tal vez no haya otra 
explicación, en el caso de Antonio María Valencia, a esa atracción incontenible 
que profesaba por Matilde Zamorano, su madre, una mujer que se había 
convertido en el pilar de su existencia.
 “Yo jamás pensaré en formar un hogar nouveau, porque todos los que 
pudiera formar no valdrían un minuto de felicidad al sentirme muy juntito a 
ti y oír tu voz, y mirarme en tus ojos (…)”, le escribiría Valencia a su madre 
en 1952, desde París, declarándole su decisión de renunciar al matrimonio. 
No sería la única vez. En el libro Imagen y obra de Antonio María Valencia, 
Gómez Vignes advierte cómo en todas las cartas a su madre se repiten 
expresiones como “Recostaré mi cabeza en tu pecho y tú tejerás ilusiones 
en mis cabellos” o “Yo no me pertenezco,soy tuyo” o “Cuando pienso 
que de nuevo estaré a tu ladito para nunca más volver a separarnos”. 
 27
Siempre, en los conciertos, Valencia se aseguró de llevar en el bolsillo el retrato 
de su madre. Siempre. 
Mientras intenta calmar la ansiedad de sus dos perros que se pelean por sus 
mimos, Ireri Ceballos Valencia abre una pequeña caja que pertenecía a su 
madre, Irene Valencia. La caja está repleta de fotos debidamente marcadas y 
seleccionadas, cada montón resguardado con un papel atado con una cinta. 
Una por una, me describe cada escena, me nombra cada personaje.
—Esta es mi mamá recién nacida con Antuco, así lo llamaban. Y esta otra es 
mi mamá en el patio de la casa de sus abuelos, que ocupaba casi una manzana 
y tenía un patio enorme. 
Hay algo curioso en esas fotos. Alrededor de su madre recién nacida todos 
aparecen vestidos de negro. Entonces Irene me explica que estaban de luto pues 
al nacer Irene, su madre murió, y dada la tragedia que supuso para el padre, la 
niña quedó al cuidado de Matilde Zamorano, su abuela, y de Antuco, su tío. 
Irene Valencia fue entonces la persona más cercana al maestro durante años. 
Hoy tiene 83 años y no recuerda nada; hace cinco sufre de Alzheimer. Pero 
hay cosas que su hija Ireri sabe, como el sufrimiento que vivió Antuco por 
haber sido homosexual en la época equivocada.
—En la casa todos lo sabían, pero ese no era un tema que se hablara 
abiertamente. Mi mamá me contaba que cuando se sentaban a la mesa, en la 
cabecera siempre estaba la abuela Matilde, quien ejercía un matriarcado. A su 
lado se sentaba Antuco y al lado de éste, siempre había un puesto reservado 
para alguien más. Para un amigo de Antuco. Me contaba incluso que él solía 
llevar a sus amigos al cuarto y nadie le preguntaba nada. 
Fue justamente por su condición de homosexual que el músico caleño 
recibió las críticas más implacables en su ciudad natal. En 1940, el periódico 
El gato emprendió una campaña en contra del Conservatorio alegando una 
“escandalosa burocracia”, un despilfarro en salarios y pocos resultados. No 
con poca ironía, y a manera de burla, en una edición de febrero de ese año 
incluyeron un pie de foto con el siguiente texto: “Esta es la célebre Orquesta 
Sinfónica Juvenil que toma parte en la película Rapsodia de Juventud. Como 
ven los lectores, todos son niños de 9 a 16 años. (¿Qué haría usted, maestro 
Valencia, con todos esos niños, tan buenos músicos y tan bonitos?)”. 
París fue la ciudad en la que Antonio María Valencia vivió los años más intensos 
de su vida. Fue allí donde se consolidó como gran pianista y compositor. 
28 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
Fue allí donde hizo gala de su simpatía, de su don de gentes, de su entrega 
incondicional a la amistad. En su célebre diario, la escritora Anaïs Nin, quien 
coincidió con él en París, escribe: “Nosotros conocemos a un niño prodigioso 
sudamericano, Antonio Valencia, a quien su país lo ha enviado a estudiar piano 
aquí. Tiene alrededor de 20 años, cutis aceitunado, ojos negros, pequeño de 
estatura y superdotado. De modales suaves, sin pretensiones; comparte por igual 
una modestia y una sencillez poco usuales y mucha bondad. En este momento 
es el mejor amigo de Joaquín y ejerce sobre él una admirable influencia tanto 
musical como literaria”. 
Sería en París, también, donde nacería su adicción a la morfina. Corrían los 
años 20, años vertiginosos. París era una ciudad cosmopolita. La Nueva York 
de entonces, dice Mario Gómez Vignes.
—Con todas las vanguardias a la orden del día, muchos pintores, poetas, 
músicos, actores y gente de la farándula se drogaban y a nadie le parecía ese 
proceder escandaloso. Como el hachís en Baudelaire y el opio en Rimbaud o 
Verlaine en el mismo siglo XIX, las drogas eran consideradas de buen tono 
en un artista. Por eso creo que su inclinación a la morfina no se inició en 
Colombia; con eso ya venía desde Francia. 
La noticia fue una tragedia para la familia. “No puede ser, no lo creo, me es 
imposible creerlo… acabo de saber que las drogas heroicas se han apoderado 
de ti. Contéstame enseguida, dime que no es cierto, demuéstramelo en algo”, 
le escribió su cuñado Víctor en 1932.
En la terraza de su casa, sentada frente a un inmenso árbol de lychee y un 
jardín poblado de helechos, la historiadora Soffy Arboleda saca de entre sus 
pertenencias una esquela amarillenta, escrita con tinta sepia, que contiene una 
pequeña partitura del Ave María; un motete a tres voces. Abajo, la siguiente 
leyenda: “Para Soffy Arboleda, la pequeña de una ‘Theoría’ de mujeres 
inteligentes y artistas a quienes admiro. Antonio María Valencia, Cali, junio 
15/43”. 
La esquela de caligrafía impecable que ella conserva como un pequeño tesoro 
enmarcada en vidrio, le remueve los recuerdos de su infancia y adolescencia, 
época en la que ingresó a la Orquesta del Conservatorio que dirigía Antonio 
María Valencia. Tenía 12 años. Tocaba el violín. 
Recuerda que el maestro solía llamarla para escribir los dictados de sus 
improvisaciones; recuerda cuando le pidió que fuera solista en el Stabat Mater 
de Pergolesi junto a Elvira Garcés. Recuerda un viaje a Manizales, con la 
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Orquesta, en la que lo sacó a bailar para constatar algo increíble: que el mejor 
músico de Cali no sabía dar un paso de baile. 
Pero recuerda, también, episodios tristes. Entonces me pasa un sobre, también 
amarillo, y me pide que lea en voz alta la carta. Está dirigida a su madre 
Rosita, con fecha del 28 de noviembre de 1947, mientras el maestro Valencia 
se encontraba en una clínica de reposo. La carta habla de su mal estado de 
salud; de la neuralgia súbita y bastante aguda en el brazo izquierdo que lo tiene 
desquiciado moralmente. “Estoy por creer que el buen Dios me está probando 
con gran severidad, con lo cual no hace sino ejercer estricta justicia para 
conmigo, dada mi mala vida pasada, que usted conoce en mínimos detalles y 
dado también el propósito firme de rehacerme, de regenerarme, para lo cual la 
puso a usted, señora Rosita, en mi camino. (...) Lástima que me vea obligado a 
descender a la prosa diaria de la vida: Sra. Rosita, el muchacho acaba de llegar 
y tengo que decirle rápido y como yo no quisiera que si le es fácil auxiliarme 
con $45, me conceda ese nuevo favor. Con esto ya mi cuenta va en $780. 
Palabras no encuentro para expresarle cuánto siento: solo le pido a Dios me de 
fortaleza para vencerme a mí mismo y ser digno de usted y de mi mamacita”. 
De todas sus tribulaciones, quizás la que más lo atormentó fue la imposibilidad 
de desarrollar una exitosa carrera de concertista y compositor en su país, tras 
su regreso de Francia, segando sus ansias de gloria y decepcionando a sus 
maestros franceses que tantas esperanzas habían sembrado en él. Así se lo hizo 
saber, a finales de 1930, al poeta y amigo Guillermo Valencia, a través de este 
cable: “Constato dolorosamente tierra mía no comprende excelsas virtudes 
Maestro de los Maestros”. Se refería no solo al poco reconocimiento que tenía 
por parte de los colombianos, para entonces, el poeta Valencia; sino a las sillas 
vacías que a él lo saludaban en las salas en las que se presentaba. Se refería 
a la aridez y al desconocimiento que ‘llenaban’ el Teatro Colón en Bogotá y 
las salas en Cali. Atrás habían quedado los elogios de la crítica y los aplausos 
del público parisino. Ahora debía dedicarse a su gran obra: el Conservatorio, 
fundado en 1933. 
El 21 de julio de 1952, estando solo en su casa, Antonio María se despertó al 
amanecer con un agudo dolor en la nuca que recrudeció con las horas hasta 
paralizarlo. El diagnóstico del médico fue contundente: tétano. Y la búsqueda 
del medicamento: infructuosa. Antonio María Valencia moría el 22 de julio de 
1952 a causa de “la enfermedad”. Eso dijeron.
Quienes conocieron en vida al maestro Antonio María Valencia coinciden 
siempre en los adjetivos: virtuoso, riguroso, brillante, exigente. ¿Por qué, 
entonces, no se ha grabado toda su obra? ¿Por qué no todosconocen esa 
30 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
maravillosa pieza que es ‘Réquiem’, calificada como “densa, de amplio aliento, 
¿de técnica irreprochable?” ¿O ‘Sonatina Boyacense’, o ‘Emociones Caucanas’, 
¿o Barcarola? ¿Por qué tan pocos saben quién fue? 
En las escaleras de la entrada del Instituto Departamental de Bellas Artes, en 
ese barrio perfumado con el olor de las cadmias, Natalia Sánchez, estudiante 
de piano, sabe. Sabe que Antonio María fue un precursor, un pionero, un 
gran compositor. No entiende que hoy el Conservatorio tenga que sortear 
tantas crisis, cuándo él, hace 80 años, fue un adelantado de su época y dejó 
un reglamento de cómo debía regirse un templo del arte. Por eso se interesó 
en su obra. Montó para piano ‘Chirimía y bambuco sotareño’ y ‘Berceuse’, 
una canción de cuna. Tal vez monte otras. Puede ser. En su casa, me dice, ha 
hecho ilustraciones de él, porque además del piano le gusta el dibujo. Es su 
pequeño homenaje a un hombre que hizo lo que hizo por el arte en Cali. No 
todo fue arar en el desierto. No todo, maestro Valencia.
Tras las huellas de 
Larry Landa
 
 
P O R : G E R A R D O Q U I N T E R O T E L LO
*Publicado el 21 de diciembre de 2014 en El País.
Detrás del hombre que transformó la rumba en la ciudad, 
que creó los Carnavales de Juanchito y que trajo a Héctor 
Lavoe a vivir a Cali, se esconde una historia azarosa, trágica, 
frenética. Larry Landa vivió de prisa, en una rumba sin 
fin que le pasó cuenta de cobro. ¿Qué hizo posible que un 
humilde joven caleño se convirtiera en el gran mecenas de 
la rumba caleña? La trágica historia del empresario musical 
que convirtió a Cali en la ‘capital mundial de la salsa’.
Son las cinco de la mañana y ya amanece 
Juan Pachanga bien vestido aparece 
Todos en el barrio están descansando 
Y Juan Pachanga en silencio va pensando
Una noche de 1982, mientras el Club Discoteca Juan Pachanga, en Juanchito, ardía en medio del 
fragor de la rumba, por fin apareció Héctor Lavoe, ‘El 
cantante de los cantantes’, ‘El hombre que respiraba 
debajo del agua’. Era ya de madrugada y ‘El rey de 
la puntualidad’ no quería cantar. Larry Landa, el 
promotor de artistas de la salsa, quien había invitado 
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a Lavoe a Cali para que se ‘desintoxicara’ de sus excesos con la droga, lo había 
obligado a presentarse esa noche. Pero ‘Jéctor’ no estaba de buenas pulgas y en 
medio de la sorpresa de todos los asistentes, subió al escenario con sus gafas, 
su caminar cadencioso, su delgadez extrema, pero sin ninguna prenda de vestir. 
Tomó el micrófono y así, solo con sus interiores puestos, y un público que no 
salía de su asombro, los asistentes entendieron por qué Héctor le cantaba a la 
vida de risas y penas, de momentos malos y de cosas buenas. 
En un oscuro rincón, Larry contemplaba la escena sin ninguna sorpresa, ya 
sabía de lo que era capaz Lavoe. Alto, delgado, buena pinta, pelo abundante 
e impecable, ropa ceñida a su cuerpo, vestido a la última moda y perfumado, 
con zapato en colores yeyé bien lustrados, el dueño de Juan Pachanga vivía 
sus últimos meses de gloria en la rumba caleña.
Desandar las huellas de Larry Landa es una tarea difícil. Su vida transcurre en 
un extraño limbo en el que se funde lo real, lo mítico y la oscuridad. El hombre 
que transformó la vida musical de Cali, el primero que trajo a las estrellas de 
la Fania All Star, el ‘dandy’ al que el Grupo Niche inmortalizó en un disco, el 
mismo que hizo una réplica de la famosa discoteca La Jirafa, en su casa, en la 
Autopista con Calle 60, el que puso a figurar a Cali en el mercado mundial de la 
salsa, el que se inventó los Carnavales de Juanchito, el que trajo a vivir a Héctor 
Lavoe en Cali por cerca de seis meses, es como dice Cuco Valoy (otro de los 
grandes artistas que trajo por primera vez a la ciudad) un hombre misterioso. 
Tanto así que ni siquiera se llamaba Larry Landa. Sí, el ‘bacán’, el hombre del 
cabello abundante y siempre bien peinado que algunos consideraban el John 
Travolta caleño, comenzó su vida en el barrio Calima llamándose César Tulio 
Araque Bonilla. 
De eso pueden dar testimonio Benhur Lozada, Edgar Hernán Arce, Alfredo 
Palacios y Alberto Echeverry, leyendas de la locución caleña que lo conocieron, 
trabajaron e hicieron parte del circuito de la rumba con Landa en noches que se 
prologaban por 48 y 72 horas. Ellos recuerdan a un joven acelerado, moderno, 
de pelo largo, siempre con chaqueta y cuello de la camisa que se imponía por 
encima de la misma, atlético y una particular forma de hablar, medio enredada 
y “al que a veces se le pegaba la aguja”.
Termina una orquesta la otra está entonando... 
y... la gente aplaude y grita porque está gozando. 
¡Cómo! En el barrio hay tres días de carnaval 
pa’ gozar. 
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Como muchos jóvenes caleños de aquellos años 70, Araque partió a Nueva 
York buscando que el sueño americano no se volviera una pesadilla. Fue allá, 
a mediados de los setenta, cuando el exsecretario de gobierno de Cali, Miguel 
Yusti, lo conoció, mientras Larry Harlow, el ‘judío maravilloso’, interpretaba 
una brutal descarga de piano que encandilaba con sus acordes a Landa. “Él ya 
tenía sus ‘negocios’ y era un empresario de la salsa, un enamorado de la música 
y quería poner una discoteca en Nueva York”, agrega Yusty. 
Benhur Lozada, uno de los locutores que mandaba en la sintonía caleña con 
la inolvidable emisora salsera de los años 70, Radio Tigre, recuerda que Landa 
bautizó su discoteca como ‘Canario, Cali-New York’, en plena 69 E Broadway. 
Y desde ese momento la leyenda comenzó a abrirse paso. Algunos aseguran que 
la bautizó así porque simplemente no pudo ponerle ‘Perico Cali-New York’. Ya 
César Tulio Araque dejaba de existir y le daba paso a Larry Landa, el hombre 
que se movía como el gran promotor de artistas, el que todos querían, el que 
pagaba cumplido, el que se codeaba con los grandes de la salsa, el bacán del 
barrio y el de la fortuna sospechosa.
Pero los sueños de Larry no estaban en Nueva York, él quería convertir a Cali 
en eso que José Pardo Llada, con su voz portentosa, tronaba una y otra vez: 
“Cali, la capital mundial de la salsa”. Pero la verdad es que en aquellos setenta 
eso era solo un sueño, porque como recuerda el locutor y empresario musical 
Alberto Echeverry, más conocido como ‘Comidota’ y mano derecha de Larry 
en Juan Pachanga, “aquí no venía nadie, escuchábamos todos los discos, 
oíamos la aguja traquear con todos los temas salseros, pero no conocíamos a 
esos monstruos”.
Y es Larry, empotrado en sus fajos de dólares calientes, quien regresa a la 
ciudad y organiza una caseta que se llamaría Toro Sentao, en las Canchas 
Panamericanas. Y fue así como para una Feria se ‘soltaron los caballos’ y 
llegaron Joe Quijano, el Gran Combo, Ismael Miranda y la Dimensión Latina. 
Sin embargo, la paradoja era que Toro Sentao permanecía vacío y a Las Vallas, 
al norte de Cali, con la Fórmula 8 y Píper Pimienta, no le cabía un alma. “Landa 
llegaba con los músicos a ver nuestro espectáculo”, recuerda Benhur Lozada. 
Es en ese momento cuando se produce una alianza que rompe todo lo que se 
había hecho en la ciudad. Landa alquila por cinco años Las Vallas a un costo 
impensable para la época. Lozada, presentador de las orquestas, y Miguel 
Proaño, jefe de cocina de Las Vallas y el Club Campestre, advirtieron que se iban 
a quedar sin trabajo y este último le lanzó a Landa una propuesta que sellaría 
la llegada de decenas de grandes artistas a Cali. “Vea Larry, usted tiene la plata, 
pero de esto no sabe y nosotros no tenemos la plata, pero sabemos, así que si 
usted quiere trabajar con nosotros, vamos fifty fifty, cincuenta-cincuenta en las 
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utilidades, mas no en las pérdidas”, recuerda Lozada que le dijo al ambicioso 
‘empresario’, quien sin mucho tiempo para pensar respondió con un listo y 
así nació Promotores Asociados. 
Esta empresa trajoa Eddie Palmieri con su orquesta Original la Perfecta, la 
Yambú, la Típica Novel, Joe Quijano, el Conjunto Clásico y la Fania All Star, 
entre otros. De la noche a la mañana Cali se convertía después de Nueva York 
y San Juan, en Puerto Rico, en la tercera meca de la salsa. Y aquí la leyenda 
vuelve a hacer de las suyas. Las claves que marcan los recuerdos hablan de 
un Landa que no se medía en atenciones. Los artistas eran felices porque este 
mecenas de la rumba pagaba lo que pidieran, recuerda Yusti. Pero, además, 
el lado B, ese perfil oscuro de Landa comienza a surgir. Esa historia cuenta 
que Landa no solo pagaba cumplido en ‘verdes’, sino que también los artistas 
llegaban incentivados por ‘todos los juguetes’ que venían en el paquete del 
contrato: ‘perica’, licor y mujeres…
De allá arriba se ve un río 
También se ve un platanal 
De allá arriba se ve un río 
También se ve un platanal 
Se divisa un cafetal y más arriba un bohío 
Se marcharon los Rodríguez no se sabe para dónde 
dejaron su terruñito se fueron del monte (bis) 
Ay que pena me dio cuando los Rodríguez se fueron
Lozada y Edgar Hernán Arce desatan sus recuerdos y rememoran esas rumbas 
nunca antes vistas en la ciudad de la alegría. De cómo en esos finales de los 
setenta llenaron el Coliseo Evangelista Mora con un grupito recién descubierto, 
el Conjunto Clásico, que alcanzaría la fama justamente en Cali con un disco que 
‘traqueaba’ en la ciudad por todas las emisoras: Los Rodríguez. Y mientras se 
marchaban los Rodríguez y nadie sabía para dónde, otros llegaban a la ciudad 
atraídos por los dólares y la fama de ‘capital mundial de la salsa’ que comenzaba 
a hacerse internacional. Entonces muchos vieron cómo el faraón Óscar 
D’León hacía que los asistentes pasaran del llanto a la alegría con Siéntate ahí 
y luego con Llorarás, mientras Cuco Valoy, con su calva brillante, les cantaba 
a las caleñas Amor para mí. Pero Landa también apreciaba el bolero y por eso 
trajo al boricua Vitín Avilés para que en un rincón de la pista y a media luz se 
le pudiera cantar al oído a ese amor escondido aquellas canciones que ponían 
a temblar hasta el corazón más retrechero:
 
…Ahora te vas en primavera como si no supieras que para mí es mortal 
ahora ya está tarde y siento pena mi alma está muy llena de ti y de tu mal. 
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Por qué jurabas que me amabas sin sentirlo cuando enredabas tu cabello con cariño 
pudiste haber parado a tiempo con decirme mira niño es un juego y nada más…
Y en esa locura musical que obsesionaba a Larry comenzó a palpitar un sueño, el 
de hacer un Carnaval en Juanchito, ese corregimiento a orillas del río Cauca que 
simbolizaba tanto para el empresario, pues allí tenía su discoteca Juan Pachanga. 
Landa era terco y cuando una idea se le metía en la cabeza no se la sacaba nadie. 
Así también lo recuerda Edgar Hernán Arce, quien era el director y programador 
musical de la Voz del Valle y que además fue el locutor elegido por Landa para 
llevarlo a Nueva York a que presentara a Fruko y sus Tesos, la primera banda de 
salsa colombiana que se presentó en el Madison Square Garden. 
El sueño se hizo realidad y fue tal el impacto de los dos carnavales que hizo Landa 
en los comienzos de los ochenta, que algunos comentaban que eran mejores que 
la Feria de Cali. Landa, a orillas del Cauca, presentó a la Sonora Matancera con 
Celia Cruz a la cabeza. Allí también llegó la Fania con Jhony Pacheco dirigiendo 
la orquesta y Héctor Lavoe guapeando a la vieja usanza salsera. Al principio, 
cuando se anunció el espectáculo, todos pensaron que se trataba de una broma, 
pero allá llegaron los bravos del ritmo y fue una noche inolvidable.
El escritor bonaverense Medardo Arias recuerda que Landa creó, además del 
Carnaval de Juanchito, el Reinado de la Arena: “Para inaugurar estos eventos, 
incluido el club Juan Pachanga, trajo hasta las riberas del Cauca una orquesta 
de Nueva Orleans. En aquella noche memorable, mientras los músicos de 
Luisiana asordinaban sus trompetas con sombreros canotiers, en una mesa 
departían Celia Cruz, Pedro Knight, Alfredito de La Fe, el Negro Perea y los 
poetas Octavio Paz, el de Cali, y Luis Fernando Tascón, Taseche, más tarde 
notable crítico del fenómeno musical Caribe”.
Los Carnavales de Juanchito marcaron un hito en la rumba de la ciudad y el 
compadrazgo de Landa con los músicos le permitió incluso llevar a la Fania a 
una presentación en la cárcel de Villahermosa. “La gente olvidó las andanzas 
de Larry porque él fue un mecenas de la salsa, los demás eran empresarios, 
pero él hizo parte de la cotidianidad de los músicos. Los recibía como reyes y 
los atendía como sus hermanos, por eso trascendió. Larry fundó un universo 
que se llamó el Carnaval de Juanchito”, asegura Yusti, sin titubeos.
Todo tiene su final, nada dura para siempre 
tenemos que recordar que no existe eternidad 
Como el lindo clavel solo quiso florecer 
y enseñarnos su belleza y marchito perecer 
todo tiene su final nada dura para siempre 
tenemos que recordar que no existe eternidad…
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La construcción de la discoteca Juan Pachanga, a comienzos de los ochenta en 
Juanchito, y la llegada de Héctor Lavoe a Cali van de la mano. La ciudad ya se 
había transformado en la verdadera ‘capital mundial de la salsa’ por los artistas 
que Larry pagaba y no era extraño ver en los bajos del Hotel Petecuy, en plena 
Calle 15, al Pete el Conde Rodríguez, Rey Reyes, Santiago Cerón, Tito Nieves, 
Baby Rodríguez y La Compañía, la Orquesta Broadway, Andy Montañez. Los 
antiguos grilles de los setenta como el Honka-Monka, Maunaloa, Aretama, 
Séptimo Cielo, Cabo Rojeño, El Chira, entre otros, le habían dado paso a las 
modernas discotecas que concentraban las rumba en Alameda, la Calle Quinta 
y la Roosevelt, con Libaniel, El Habanero, Siboney, Cañandonga, La Jirafa, 
El Túnel del Tiempo, Manhattan, el Escondite, Village Game, Melodías, La 
Comparsa, Rumbahabana, La Manzana y se remataba pasando el puente sobre 
el río Cauca en el Abuelo Pachanguero, Don José, Agapito y El Concorde, la 
mega discoteca de moda en Juanchito y la joya de Hugo Valencia, El Divino, 
como le decían en el tórrido mundo de los narcos. Y también cuando acaba 
la rumba era inevitable ir a comer chuleta o carne encebollada al Bochinche, 
El Despiste o Apolo.
Eran los tiempos en el que el fútbol se había convertido en una extensión del 
poder narco y cada patrón tenía su propio equipo. Cali era una ciudad plena de 
contrastes. Una parte de los caleños vivía feliz porque América reunía grandes 
constelaciones futboleras del continente y ganaba todos los campeonatos, pero 
era también la ‘Cali caliente’ en la que ningún negocio del bajo mundo se hacía 
sin el visto bueno de los hermanos Rodríguez.
El escritor Umberto Valverde dice que la relación de Landa y Lavoe fue 
tormentosa, de amores y odios. Landa lo invitó a Cali a que se desintoxicara, 
pero lo que encontró ‘El cantante de los cantantes’ fue una rumba feroz y unas 
noches que no terminaban nunca. Como recuerda acertadamente el escritor 
Umberto Valverde, Lavoe vivía más de noche que de día. “Héctor vino a pasar 
una temporada en Cali que duró tres meses. Vivía más de noche que de día, iba 
a cantar a Juan Pachanga cuando quería. Héctor vivió en casa de Larry Landa, 
pero también fue protegido por un amigo panameño al que llamaban El Pana, 
quien le alcahueteaba la bohemia. Darío Muñoz, propietario de rumbeaderos 
legendarios, dice que una que otra noche Héctor Lavoe llegaba a Siboney, 
donde escuchaba música y tocaba maracas”.
Alfredo Palacios Rivera, director de Radio El Sol, otra de las emisoras que tuvo 
gran sintonía en la Cali ochentera, recuerda que una vez cuando estaba haciendo 
‘El Espectacular de la Salsa’, Larry llevó a Lavoe a la emisora. “Héctor era muy 
sencillo, se sentaba horas en la emisora a hablar por teléfono, mientras Landa 
hablaba con don Bernardo Tobón, propietario de Todelar”.
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El violinista salsero Alfredo de la Fe, quienfue director de la Orquesta de 
Juan Pachanga, le describió a la periodista caleña Lucy Libreros la locura que 
se vivía en la famosa discoteca: “Vine a Cali por tres semanas, pero terminé 
quedándome siete meses… Era una época de rumba pesada. Después de las tres 
de la mañana comenzaban a llenarse los bailaderos de Juanchito. Y empezabas 
a notar cómo llegaba el whisky y champañas caros a las mesas… Aquí me volví 
más loco que nunca. La primera vez que salí de Juan Pachanga, después de 
tocar toda una noche, descubrí algo poético en medio de tanta locura. Yo venía 
acostumbrado a amanecer en discotecas de Nueva York, ubicadas en sótanos. 
Pero aquí tú salías y lo que te encontrabas era el río Cauca y los pescadores 
comenzando su faena. Eso me parecía hermoso...”.
Y aquí entonces, nuevamente, la confusa realidad de aquellos años de la 
sicodelia se entremezcla con la leyenda. Alfredo De la Fe cree que durante 
su temporada en Juan Pachanga nacieron Juanito Alimaña y Triste y Vacía, 
dos de los clásicos de Lavoe. Valverde también hace su aporte y recuerda una 
rumba de tres días de carnaval en Juan Pachanga con Larry y Yusti. “El sol 
nos azotaba, nos despedimos y fui a subirme a la camioneta de Miguel Yusti, 
cuando Héctor le preguntó a Larry: 
—¿Dónde me voy? 
—Acá, le respondió.
Larry sacó del parqueadero un carro deportivo que tenía solo dos puestos, 
él andaba con su mujer, a quien se le conocía como La Flaca, atrás había 
un asientito de reserva, pero como para llevar a un perro, y Larry le repitió: 
“Súbete ahí”.
Héctor no tuvo otra alternativa. Fue una de las tantas escenas de amor y odio 
que protagonizaron el cantante y el empresario. Incluso, una vez, Héctor quiso 
meterle candela a un carro de Larry”.
Los tropeles de Landa y Lavoe rompieron la relación. Al tiempo que ‘el flaco 
de la salsa’ emprendía su regreso a Nueva York, ‘el loco’ Landa comenzaba 
su declive. Los excesos de la rumba y el derroche le pasaron factura. Larry se 
quedó sin dinero, consumido por la droga y el alcohol, solo y quebrado. De 
nuevo el mito dice que los patrones decidieron darle una oportunidad y lo 
mandaron cargado a Miami para que volviera a pararse. Sin embargo su suerte 
ya no era la misma. Allá fue capturado por la Policía en posesión de droga y 
fue condenado a 20 años de prisión. 
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La leyenda no termina, pues hasta los últimos días de su vida son borrascosos. 
Unos aseguran que fue molido a golpes en prisión y otros que después de una 
rumba en plena cárcel, con el Conjunto Clásico, una sobredosis le truncó sus 
sueños de volver para montar de nuevo los Carnavales de Juanchito. 
Una tercera versión, relatada a un amigo de Landa por el músico Leo Casino, 
su compañero de celda, sugiere que Larry murió en uno de sus tantos trucos. 
“Él se metió unas pastillas que aceleraban las pulsaciones del corazón. Quería 
que lo sacaran de la prisión a una clínica y ver si podía volarse para regresar a 
Colombia, ya lo había hecho una vez. Pero los guardias no le creyeron y Larry 
falleció prácticamente en su celda”, asegura la fuente.
Su muerte, entonces, no podía ser diferente a como fue su vida, es decir, 
excesiva, caprichosa y misteriosa. Con un poco más de 40 años, la historia 
de Larry se cerró. Todo tiene su final, Larry, como lo pregonó tu compadre 
Héctor, nada dura para siempre. Tu vida y tu final fueron azarosos, como el 
campeón mundial, que dio su vida por llegar y perder lo más querido, en las 
masas otro más. 
Los secretos bajo el 
sombrero de ‘Visitante’, 
fundador de Calle 13
 
P O R : L I N A Á LVA R E Z
*Publicado el 28 de noviembre de 2018 en la revista Arcadia.
Eduardo Cabra, ‘Visitante’, afirma que las plataformas 
de streaming condicionan lo que la gente escucha. Esta 
semana está en Cali hablando sobre los nuevos retos de 
la industria musical y de creatividad. Hablamos con él 
durante su visita.
Eduardo José Cabra tiene 40 años, 28 Grammys y un sombrero favorito. No se lo quita. Le gusta, le 
encanta, por la razón más legítima que existe: “porque 
sí”. Su primer sombrero se lo regaló su padre José 
hace una década. Aunque está roto, aún lo conserva. 
De allí saca uno que otro truco. 
La música para Eduardo es cuestión de sangre. La 
heredó de su padre, al igual que sus hermanos José e 
Ileana. Era tan un solo un niño que corría por la Calle 
13 de Trujillo Alto, en San Juan, Puerto Rico, cuando 
eligió el sobrenombre que lo acompañaría toda la 
vida: ‘Visitante’. Así se anunciaba ante el guarda de 
seguridad para que lo dejara entrar a la casa de René 
después de la separación de sus padres.
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De las veinticuatro horas que tiene el día, pasa más de doce en ‘La casa del 
sombrero’, un proyecto que nació en el 2015 como una productora para 
distintos artistas y bandas del mundo que hoy se consolida como un espacio de 
intercambio cultural en Puerto Rico. Allí se trabaja en equipo, como le gusta.
“Cuando empecé en esto de la música tocaba en la calle y me reunía con mis 
panas a improvisar sin repertorio, sin disco, sin nada. Antes uno se encerraba 
en el garaje de la casa con sus amigos a producir cosas; ahora los músicos 
se van solos al estudio. Claro que los avances tecnológicos nos ayudan, pero 
eso no fue lo que viví. Yo viví la organización de una banda, componiendo 
y tocando. Tocando mucho. Viví la música como lo que es: una creación 
colectiva”, explica Cabra.
Aunque se define como un adicto a la tecnología —enloquecería sin su móvil 
o sin internet—, es un old school del 78. Un romántico, en medio todo, en 
medio de tanto, que cree que la música, la buena música, es arte. Y que el arte 
no cabe en números, cifras, seguidores, likes, y mucho menos en premios.
“Debemos redefinir lo que llamamos éxito. El éxito no es el número de premios 
que tienes, es tu conexión con el público, el hecho de estar satisfecho con tu 
trabajo. Cuando la gente piensa en alcanzarlo, aspira a cosas que no tienen 
nada que ver con el arte. Piensan en glamur, estabilidad económica, fama y 
eso no significa nada”, afirma.
Es el músico, productor, compositor y multiinstrumentista latino con más 
nominaciones y premios en la historia de los Latin Grammy, y es quizás el más 
humilde. Cuando gana un premio lo desbordan dos emociones: la felicidad 
y “la cosa”. “Porque da cosa ganarse algo con tanta música chévere que hay 
en el mundo”.
Le gusta producir, fabricar, crear. Su oficio es comparable con el de un artesano, 
un constructor o un carpintero. Un hombre que guarda en sus manos la 
fórmula para que todas las piezas encajen. Un músico que conoce sus raíces 
boricuas, las respeta y sabe imprimirles notas electrónicas y urbanas para 
concebir nuevos ritmos.
Eso hizo con Calle 13, la agrupación que formó junto con su hermanastro 
René Pérez Joglar en 2005, reconocida por sus letras escritas en mayúscula 
y por ser de las primeras bandas en experimentar mezclando instrumentos 
orgánicos con música electrónica. Calle 13 se atrevió a dar importantes pasos 
hacia lo que sería el género urbano.
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Después de diez años de carrera, en 2015 ‘Residente’ y ‘Visitante’ decidieron 
hacer maletas en busca de otros rumbos. René siguió su camino como solista 
y Eduardo como productor musical.
Dicen los que saben que Cabra tiene un sello especial: crea música global. 
Entre los artistas que han trabajado con él resuenan Diana Fuentes, Vicente 
García, Shakira, La Vida Boheme, Chambao, Monsieur Periné, Jorge Drexler, 
entre otras grandes figuras de la industria.
Se alejó tres años de los escenarios y desde el 2018 volvió con Trending Tropics, 
un proyecto realizado a cuatro manos junto con el dominicano Vicente García. 
Una propuesta que, como su nombre lo dice, fusiona lo tropical con lo viral, 
lo orgánico con lo sintético, la música con la tecnología.
No es un proyecto común, es uno que le apuesta a “la música sin rostro en la 
época del selfie”. Una agrupación que tiene aun frontman —construido por 
Jesús Gómez, artista plástico puertorriqueño— como cara. Una premonición 
sobre el futuro que ya está aquí.
Trending Tropics forma una red horizontal. No cuenta con un vocalista sino 
con varios colaboradores entre los que están Ziggy Marley, Ana Tijoux, Richie 
Oriach, iLe y Wiso G. Alabao y La enfermedad son dos sencillos que sintetizan 
el Pacífico y el Caribe colombiano en las voces de Nidia Góngora de Canalón 
de Timbiquí y Li Saumet de Bomba Estéreo.
‘Visitante’ arribará a Colombia el próximo 28 de noviembre para asistir al 
Movimiento de Empresas Creativas, MEC 2018, que se realizará en Cali. Allí 
hablará de la industria musical, el trabajo colaborativo y la creatividad. Dentro 
de la agenda destaca su panel: ‘La importancia de la canción en un mundo 
dominado por el reguetón’.
Llegará como un mago con su sombrero: a compartir lo mejor de sus trucos 
con el público caleño.
El nombre de su panel es muy diciente. ¿Cómo ve el panorama actual 
de la industria musical?
Después del apocalipsis que tuvo la música con la piratería y el Internet, ya todo 
está estabilizado. Estamos mejorando. Ahora el problema es que las plataformas 
condicionan lo que la gente debe oír. Son ellas las que están seleccionando y 
posicionando las canciones. Ya no es lo que la gente quiere escuchar, sino lo 
que debería escuchar, lo que le pone la app.
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Las plataformas de una u otra forma posicionan los productos que les conviene 
y eso no está chévere para nadie. Es una forma de condicionar el arte. Allí ya 
depende del artista y el compositor si se deja llevar por los algoritmos o es 
honesto y valiente, y se atreve a hacer buena música.
¿Será que le hace falta regulación a este tipo de plataformas?
Sí y no. Hace falta que la gente exija proyectos diferentes. Que no dejen que le 
pongan lo que quieren que escuche. Es como si todavía le estuviesen dando la 
comida con cuchara: “Mira, esto es lo que debes comer. ¡Cómetela completa!”. 
Hay que tomar esa cuchara y servirse lo que a uno le da la gana. Comer de lo 
que a uno le gusta comer.
¿Qué debe hacer un músico para hacerle contrapeso a las reglas de la 
industria?
El mejor consejo que puedo dar es que sean honestos, que estén seguros del 
trabajo que están haciendo y del camino que eligieron. Que sus creaciones 
partan de una búsqueda, de una investigación.
Estamos viviendo un momento donde todos los temas suenan igual. Si haces 
algo que suene diferente, serás recordado.
Tenemos que apostarle a sonar distinto, proponer, probar nuevos sonidos. 
Debemos permitir esa diversidad. Si lo hacemos, la oferta musical será brutal.
Es reconocido por hacer historia en los Latin Grammy, pero siempre 
recalca que los premios están sobrevalorados. ¿Para usted qué es el éxito?
El éxito no se mide con premios, se mide con trabajo, con la capacidad de 
conectar con la gente. Hay muchos trabajos memorables como el de Bob 
Marley, Queen, Led Zeppelin. Muchos que nunca se han ganado un Grammy 
pero que son inmortales y van a estar ahí para siempre. Para mí eso es el éxito.
¿Cómo conectar con el público en un mundo donde la tecnología se 
interpone entre el artista y el espectador en un concierto? ¿Cómo hacer 
para que la gente suelte su celular y sienta la música?
Tocando, saliendo a la calle, haciendo las cosas bien. Hace un mes salió al 
aire mi proyecto nuevo, que justamente habla del papel de la tecnología en 
nuestra vida. Lo primero que le dije a Vicente García fue: “vamos a empezar 
a tocarlo rápido”.
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Tú puedes hacer un disco bien chévere en tu computadora, con una buena 
interfaz, pero donde realmente se defiende tu propuesta es en el escenario. 
Tenemos que salir a la calle a tocar, eso no se nos puede olvidar.
¿Qué escucharán los caleños que asistirán al Movimiento de Empresas 
Creativas, MEC 2018, en su charla?
Son demasiados los temas que quiero abordar. Creo que es inevitable que se 
queden cosas por fuera, así que quiero fluir ante las curiosidades de la gente.
En la producción musical lo más importante es el trabajo en equipo, pues allí 
entran a jugar demasiados departamentos, son procesos difíciles de sintetizar.
Cuando Juan Paz me invitó a participar en el MEC para dar una conferencia, 
me llamó muchísimo la atención que girara en torno a la creatividad, pues es 
un tema que se presta para fluir y proponer.
¿Cómo ve este tipo de encuentros que buscan impulsar la creatividad y 
la cultura en las ciudades? 
Me parecen súper nítidos. Creo que hay mucha hambre respecto a este tipo 
de temas. La gente quiere saber, oír, aprender.
En el mundo del arte siempre hay una búsqueda. A mí me gusta compartir 
lo que sé y agradezco mucho que la gente vaya a escucharme, a conocer los 
trucos que tengo para que aprendan a hacer los suyos.
“Siempre he sido mañoso, 
pero no desleal”: Fernando 
“Pecoso” Castro
 
 
 
P O R : C É S A R P O L A N Í A
*Publicado el 17 de mayo de 2015 en El País.
El País sacó al técnico del Cali una hora de la cancha para 
explorar esa faceta humana que pocos conocen. Contó sus 
mañas desde niño, sus escapadas en la calle desde el domingo 
hasta el martes y por qué su hijo Martín es un milagro.
La práctica termina y el técnico Fernando Castro abandona la cancha rumbo a los camerinos, donde 
lo aguarda la prensa. Lleva camiseta blanca, pantalón 
de sudadera gris, tenis negros y una gorra con los 
distintivos del Deportivo Cali. Mientras camina, 
sus ojos se estrellan con el escote de una periodista. 
“¡Ay, Dios!”, exclama, al tiempo que se lleva la mano 
al pecho con síntomas de dolor. Unos pasos más 
adelante, su mirada se pierde en las caderas de otra 
reportera que cruza apurada. “¡Me va a dar algo!”, 
expresa casi sin aliento. Otra de las mujeres que estaba 
ese martes en el entrenamiento del club azucarero, 
allí en Pance, cae en los engaños del “Pecoso” y 
pide agua porque “el ‘profe’ está como maluco” … 
 
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46 | E L R E T O R N O D E L O S L Á P I C E S
La escena contrasta con la de aquel hombre que en los partidos chifla con la 
cara descompuesta para llamar a sus jugadores, manotea constantemente y 
parece ponerse al borde de un infarto o maldice en un monólogo que parece 
interminable. También, con la del técnico al que muchos señalan por su mano 
dura con los futbolistas y con la de aquel lateral que en los años 70 y 80 se valía 
de mañas para ablandar a los rivales, como chuzarlos con agujas o echarles 
Vick Vaporub en los ojos. 
El País sacó al “Pecoso” una hora de la cancha para explorar esa faceta humana 
que pocos conocen del técnico manizalita, hoy de 66 años, tiempo en el que 
ha sido recogebolas, vendedor de panadería, jugador, mecánico automotriz, 
asistente técnico y entrenador del Cali en cinco oportunidades. Un ícono de 
la institución verdiblanca.
Termina la práctica y sale a bromear con la prensa. ¿Es así siempre 
fuera del campo? 
La gente habla de mí sin conocerme. Hay periodistas que dicen cosas mías y 
nunca me han dado la mano. Dentro de la cancha y en la concentración soy 
muy serio, pero cuando terminan los entrenamientos y los partidos soy una 
persona común y corriente. Me gusta disfrutar la vida.
¿Cuál es la peor calumnia que le ha levantado la prensa? 
Un periodista dijo que yo trataba mal a los jugadores del Cali. Jamás lo he 
hecho. Que yo tenga una forma de cobrar, es otra cosa. Cuando quiero a un 
jugador, le exijo y lo ‘aburro’, lo persigo, le toco en la puerta de su casa a ver si 
está. Y cuando no lo quiero, le aplico la más fácil: ‘buenos días, ¿cómo está?’. 
Cuando yo era jugador, me perseguían los técnicos Eduardo Luján Manera y 
Edilberto Righi, porque yo me perdía a hacer mis pilatunas y hoy en día les 
agradezco eso a ellos.
¿Cuáles eran esas pilatunas?
Yo jugaba un domingo y cuando salía del partido me iba a celebrar y me 
aparecía el martes en la casa solo para cambiarme e irme a entrenar. Eso me 
trajo muchos problemas. Perdí mi hogar, estaba ido de lo que es ser

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