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Publicado en A. POCIÑA PÉREZ- J. Mª GARCÍA GONZÁLEZ (eds.), En* Grecia y Roma, II: lecturas pendientes, Granada: Universidad de Granada, 2008, 11-28 ESTRABÓN: GEOGRAFÍA, FILOSOFÍA Y MITO* MINERVA ALGANZA ROLDÁN Universidad de Granada I. ESTRABON Y LA GEOGRAFÍA La aprehensión intelectual del espacio, que organiza el mundo conocido y señala sus límites con lo desconocido, es premisa y consecuencia de la actividad económica y de la política. En la antigua Grecia produce un tipo de saber, ligado desde sus orígenes a la exploración y la conquista, al comercio, la guerra y la colonización, que cristaliza en un discurso específico al que se denomina “geografía”. Según su etimología, designa tanto la descripción de la Tierra, en general, y del mundo habitado (o„koumšnh), en particular, en forma de escrito o tratado, como el trazado o dibujo del “mapa”, tareas ambas que se presuponen e implican, ya que el tratado asume con frecuencia la forma de comentario del mapa y las líneas del mapa se trazan inicialmente o se corrigen de acuerdo con los datos de los tratados. El término aparece por vez primera en Eratóstenes de Cirene (276-194 a. C.), erudito polifacético y director de la Biblioteca de Alejandría, que redefinió la disciplina a partir del examen crítico de la tradición en un horizonte ecuménico, ampliado por la expedición de Alejandro y modelado por la geometría de Euclides y la ciencia astronómica (Jacob 1993: 395-396; 406- 417; Prontera 2003: 29-43). La orientación de la obra perdida de Eratóstenes reaparece en la Guía geográfica (Geografik¾ Øf»ghsij) de Claudio Ptolomeo (100-178 d. C.), cuyas tablas de situación de lugares, de acuerdo con el cálculo matemático-astrológico de su latitud y su longitud, ocupan siete de sus ocho volúmenes. Ahora bien, tanto la literatura fragmentaria como la magna obra de Estrabón de Amasía (64 a. C.-24 d.C.) demuestran la persistencia de una concepción griega del espacio indisolublemente unida a la memoria mítica e histórica. Tal relación intrínseca se encarna primero en la figura de Hecateo, que habría puesto, a la vez, los cimientos de la “historia” en sus Genealogías y los de la “geografía” en la Periégesis. A partir del siglo IV a. C. Éforo y Polibio en sus historias universales trataron por separado la descripción de la “oikoumene”, superando tanto el limitado marco de las digresiones etno-geográficas al estilo de Heródoto y Ctesias, como la literatura de periplos y expediciones, reales o inventadas, género floreciente desde la edad helenística hasta finales de la Antigüedad (González Ponce 1998). De hecho, Estrabón presenta su obra geográfica como un apéndice de los Comentarios históricos (`Istorik| `Upomn»mata), conocidos por apenas una veintena de fragmentos (García Blanco 1991: 51-55). Se han conservado casi íntegros, en cambio, los 17 libros de la Geografía, redactados al final de su vida, que constituyen una vasta descripción de las regiones y ciudades coetáneas en sus aspectos físicos, etnográficos, políticos y económicos, siguiendo una elíptica que va de Iberia a la Transdanubiana y Asia Menor, y de la India a Egipto y Libia (García Blanco 1991: 114-180; Dueck 2000: 145-187). Por otra parte, ambos tratados aspiraban a ofrecer una “obra colosal” (kolossourg…a: I 1. 23), en la que la visión de conjunto se impusiese al detalle, útil para intelectuales y hombres de Estado, y que propiciase la integración de la tradición griega y la cultura romana en el clima ideológico de la “pax augustea” (Aujac 1969: XXV-XXIX; Biraschi 1994: 184- 188; Pothecary 2005). Un proyecto compartido, entre otros, por Diodoro de Sicilia y Dionisio de Halicarnaso, y que en el caso de Estrabón no encontró apenas eco entre sus contemporáneos, pero fue revalorizado por la posteridad. En efecto, frente a las cinco únicas citas de la Geografía anteriores al s. IV, dos siglos más tarde en las Étnicas de Esteban de Bizancio aparecen más de trescientas y desde el XIX Estrabón deviene el geógrafo por antonomasia de la Antigüedad. Pero, más allá de su valor como fuente para el estudio de la topografía, la toponimia, la etnografía y la historia regional del mundo grecorromano, la Geografía debe ser considerada como un documento de la historia cultural (Biraschi 2005: 82-85). En este sentido, se significan los “Prolegómenos” - denominación acordada para los dos primeros libros de nuestras ediciones-, y en concreto su primera parte (I-II 4), donde antes de exponer las bases matemáticas y astronómicas de la geografía física, Estrabón realiza su propuesta de concepto, método, fuentes y destinatarios, a partir de la crítica de sus antecesores, en general, y de Eratóstenes, el creador de la geografía científica, en particular, polémica en la que ocupa un lugar central Homero (Aujac 1969: 3-49). La “cuestión de Homero” implica no sólo a los orígenes de la geografía, sino que afecta inevitablemente a su delimitación respecto a otros géneros del discurso. Porque en Estrabón, al igual que en Eratóstenes, la “oikoumene” no es sólo el espacio físico de la Tierra, sino también el espacio mental de un discurso en cuyas fronteras, en el límite con lo desconocido, habita el mito. Nuestro geógrafo se incorpora, así, al debate acerca de “la verdad de los discursos” y “los discursos de la verdad”, que recorre la cultura griega desde la aparición de los distintos géneros literarios, en una coyuntura histórica y desde una adscripción ideológica determinadas, como iremos anotando al hilo de los textos de nuestra selección. II. LA GEOGRAFÍA COMO FILOSOFÍA La introducción general de la Geografía arranca con una declaración programática acerca de su alcance y finalidad, para a continuación fijar su lugar en la historia del género, siguiendo una pauta habitual de la tratadística griega a partir de Aristóteles (TEXTO 1). El precedente más importante de Estrabón era Eratóstenes, a quien, sin duda, sigue de cerca, de ahí las numerosas referencias al alejandrino que salpican los “Prolegómenos” (Aujac 1969: 43 ss.; Jacob 1993: 396-399). Estrabón define la geografía como un quehacer filosófico y en apoyo de su aserto comienza ofreciendo, en orden cronológico, una lista de sus “sabios” predecesores encabezada por Homero. Le siguen Anaximandro, el autor del primer mapa de la “oikoumene”, Hecateo, Demócrito, que corrigió el mapa a partir de la medición de la longitud, y ya en el siglo IV, el geógrafo y astrónomo Eudoxo y Dicearco, discípulo de Aristóteles que trazó el paralelo fundamental que unía las Columnas de Heracles con el norte del Ganges. A continuación nombra a Éforo y Polibio, y a las dos grandes autoridades de la Geografía: el ya ponderado Eratóstenes - primero en calcular con cierta precisión la circunferencia de la Tierra y autor del mapamundi comúnmente aceptado- y Posidonio de Apamea (135-50 a. C.), el filósofo, historiador y geógrafo estoico, antecedente y modelo de su ideal de geografía como filosofía no meramente especulativa, sino abierta a una curiosidad universal y etnográfica. (García Blanco 1991: 55-99). La formulación en nuestro texto de la filosofía como “summa” de saberes (polum£qeia) hereda la impronta de la erudición helenística, frente a la tendencia a la especialización abierta por Aristóteles y su escuela, pero pone el acento en la utilidad: por una parte, para las necesidades variadas del gobierno del mundo y por otra, para una vida feliz, temas sobre los que se insistirá en capítulos posteriores (I 1. 12-19). Tanto el interés por la felicidad del hombre como la idea de un mundo ordenado bajo una autoridad, demuestran el credo estoico de Estrabón, a pesar de haberse formado junto a peripatéticos tan distinguidos como Jenarco de Seleucia, preceptor de Augusto, y Tiranión de Amiso, quien enseñó gramática a los hijos de Cicerón y ayudó a organizar los fondos de la biblioteca de la Academia, que habían sido trasladados a Roma en el 84 a. C. A continuación, se apoya en Hiparco, uno desus correligionarios, para proclamar a Homero no sólo el más antiguo de los geógrafos, sino el fundador (¢rchgšthj) de esta ciencia (TEXTO 2). En efecto, este astrónomo del siglo II a. C., aparte de criticar los errores de cálculo de Eratóstenes, respaldaba el saber geográfico del Poeta, a quien el sabio alejandrino había expulsado del ámbito científico. Homero, por otra parte, además de fundar la geografía, habría marcado su orientación, ya que a su interés por los lugares se sumaba la intención de convertir las grandes hazañas del pasado en acicate para los hombres futuros, respaldando, así, el proyecto histórico y geográfico de Estrabón en la estela de Polibio (I 1. 18-19). En otro pasaje se le califica como “de mucha voces y múltiples saberes” (polÚfonoj kaˆ polu…stwr: III 2.12), epítetos en consonancia con el concepto de la geografía como filosofía. Por otra parte, la omnisciencia de Homero, proclamada en el s. II a. C. por Crates de Malos, significa la acomodación del Poeta al ideal del sabio estoico, entendido como “intelectual” u “hombre culto”. En la misma idea insistirá en el primer siglo de nuestra era el Heráclito autor de las Alegorías de Homero, cuando afirma que en los poemas están en germen todas las ciencias, las “raíces” a partir de las que se configuró el mundo como tal (22, 2; 65, 1). El Poeta no sólo resulta ser el autor más citado en el conjunto de la Geografía (Dueck 2000: 34 ss.), sino que la defensa frente a sus detractores constituye la columna vertebral de la primera parte de los “Prolegómenos”, hecho que, en principio, podría resultar extravagante para un lector moderno. Así, Aujac (1969: 11) escribe que en esta apología “la lógica cede a la pasión”, si bien advierte a renglón seguido que esta “pasión” se hace eco de las discusiones de su tiempo. En este sentido, Biraschi (2005: 85) concluye que a los ojos de un griego una cultura sin Homero no podía ser definida como tal. De hecho, nuestro autor transmite no sólo la valoración de Homero y del legado helénico de una determinada corriente filosófica, sino también los argumentos de otra perspectiva sobre esa misma tradición, la de Eratóstenes de Cirene, su principal interlocutor en los “Prolegómenos” (Prontera 2003: 13-26). De acuerdo con el testimonio de Estrabón, en el tratado de Eratóstenes, y como premisa de su exposición de la geografía general que sustentaba el trazado del nuevo mapa de la “oikoumene”, Homero abría la revisión crítica del corpus de materiales geográficos (TEXTO 1). Sin embargo, esta primacía era meramente cronológica, pues aún reconociendo su valor como poeta, el de Cirene negaba explícitamente que Homero hubiese fundado ciencia alguna: “el poeta atiende a la seducción del alma, no a la enseñanza” (TEXTO 3), afirmación que desde la Antigüedad se consideró un verdadero manifiesto. Como ha puesto de relieve Jacob (1993: 396 ss.), la posición de Eratóstenes viene mediatizada por su condición de filólogo – término acuñado por él (T 9 Jacoby)- que, por una parte, disecciona de los poemas los cuerpos extraños, los añadidos de una tradición espuria, y, por otra, a la vista de las contradicciones de los comentaristas y sus interpretaciones forzadas, se muestra escéptico respecto a su historicidad. Según el alejandrino, a Homero había que leerlo e interpretarlo como poeta; según algunos de sus sucesores, entre ellos Estrabón, la poesía de Homero era “una filosofía primera” y exigía un nivel de lectura específico, capaz de separar la fantasía de la información real y certera, esa exégesis alegórica nacida en Pérgamo y que el ya mencionado Heráclito define como “hablar de una cosa para referirse a otra distinta” (Alegorías de Homero 5, 2). Se trataría, por tanto, de una “cuestión de lenguaje”. III. POESÍA, MITO Y PAIDEIA La necesidad de delimitar las fronteras de los diferentes tipos de discurso, en efecto, constituía, al parecer, el núcleo de la teoría poética de Erastóstenes (TEXTO 3). Por lo tanto, al afirmar que el poeta sólo pretendía “seducir el alma” (yucagwg…a) - es decir, ganarse al público distrayéndolo- y no “enseñar” (didaskal…a), sacaba a la poesía del ámbito de los discursos fácticos, en la línea crítica de los sofistas que encontramos con formulaciones diversas en Tucídides, Platón y Aristóteles. Y una vez acotado el ámbito de la poesía y el de la ciencia, los datos sobre topografía y toponimia aportados por Homero y otros poetas sólo se utilizaban como testimonios e indicios en la reconstrucción arqueológica de los orígenes de la geografía, al igual que habían hecho Tucídides y Aristóteles respecto a la historia y la teoría política (Prontera 2003: 17). Para Estrabón, en cambio, la poesía no es sólo una forma de ocio placentero, sino la fuente primera e inagotable del conocimiento, de ahí el aserto, tomado de Crisipo, de que “sólo el sabio es poeta” (Aujac 1969: 184, n. 4). Esta valoración se justifica, en primera instancia, por el lugar preferente de la poesía en la educación de los niños y jóvenes griegos, hecho ampliamente testimoniado por Platón, y que el estoico Heráclito expresa gráficamente cuando compara las palabras de Homero con una leche nutricia, que amamanta a los niños en sus primeros estudios (Alegorías de Homero 1, 5). Tal fue, sin duda, el caso de nuestro geógrafo, nacido en el seno de una rica familia del Ponto y que recibió una educación esmerada, cuya primera etapa transcurrió bajo la tutela de Aristodemo en Nisa, ciudad donde radicaba un importante centro de estudios homéricos en la línea de Aristarco, el más célebre de los editores alejandrinos del Poeta. En este mismo texto Estrabón sostiene que la poesía forma de manera placentera “caracteres” (Àqh), “sentimientos” (p£qh) y “acciones” (pr£xeij), tripartición que reformula en clave estoica el pasaje de la Poética de Aristóteles (1447 a 27) donde se enumeran los objetos de la imitación artística, y cuya contrapartida en el arte oratoria es la máxima ciceroniana “docere, delectare, movere” (De oratore II 27. 115). La influencia de la elaboración aristotélica de la teoría de la mimesis (Poética 1447 a-b; 1448 b 19 ss.), seguramente a través de Posidonio, resulta aún más obvia cuando Estrabón dice que la virtud (¢ret») del poeta consiste en la imitación de la vida a través de las palabras, para lo cual se necesitan experiencia y sensatez (TEXTO 4). Pero, aclara, la excelencia poética está indisolublemente ligada a la categoría humana del artista, a diferencia de las restantes artes miméticas - la imaginería en madera o bronce, por ejemplo-, donde la pericia técnica no implica probidad moral. Esta identificación del “buen poeta con el buen hombre” se convirtió en uno de los tópicos de discusión favoritos de los círculos estoicos contemporáneos, plasmándose en el aforismo “vir bonus dicendi peritus”, atribuido a Catón por Quintiliano (Institutiones oratoriae XII 11, 31). Asimismo, la preeminencia de la poesía sobre las demás artes constituye un lugar común del discurso sobre la estética en la Antigüedad. En efecto, a pesar de la feliz definición de Simónides de la pintura como “poesía muda” y de la poesía como “pintura parlante” - en paráfrasis de Horacio “ut pictura poesis” (Ars Poetica 361-365)-, en general se acuerda un poder superior a la palabra, de ahí que el mismo Horacio prefiera el retrato poético a las figuras y estatuas de bronce (Epístolas II 248 ss.). Tal concepción, en último término, pone en evidencia el menosprecio ancestral hacia los artesanos, que Jenofonte explica porque sus condiciones de trabajo hacían sus cuerpos afeminados y sus almas flojas (Económico IV 2. 3). Aristóteles, en fin, prohíbe los oficios manuales a los ciudadanos, por innobles y contrarios a la virtud (Política, III, 1328). Al inicio del capítulo (TEXTO 4), Estrabón define la retórica como “la sensatez (frÒnhsij) en relación con el discurso”, adaptando el enunciado habitual desde Gorgias de la retórica como “arte de la persuasión”(Platón, Fedro 271 c 10; Aristóteles, Retórica, 1355 b 25) al contexto de su defensa de la poesía como educación (paide…a) contra la opinión de Eratóstenes. La retórica se revela, por tanto, no sólo como una forma encantadora de convencer, sino sobre todo como un eficaz instrumento educativo, idea que habría encontrado en Posidonio (Aujac 1969: 184 n. 7), aunque podría reflejar, sin más, la troncalidad de este arte entre las disciplinas propedéuticas. Más adelante, nuestro geógrafo menciona como opinión común entre los estoicos que la retórica no sólo era conocida por Homero, sino que toda ella dimanaría del Poeta (TEXTO 5). Y, apoyándose en esta premisa, despliega una vasta argumentación sobre el origen y desarrollo de los géneros del discurso, desde las varias formas de la poesía hasta la aparición de la prosa histórica y científica. A partir de la distinción aristotélica entre la lengua “desnuda” o prosa y la sometida a metro como “las especies de la imitación por palabras” (Poética 1448 b), Estrabón describe el paulatino allanamiento y pérdida de solemnidad experimentados por el lenguaje en el paso de la poesía a la prosa, sirviéndose del juego etimológico entre “prosa” y “prosaico” o “pedestre” (tÕ pezÒn; pezÒj lÒgoj), una imagen que amplifica con la prosopopeya de la poesía, que baja desde las altas cumbres de su dicción, o desde un carro, para pisar el suelo. Según Aujac (1969: 93 n. 2; 186, n. 1), todo el capítulo estaría inspirado en la Introducción al estilo (E„sagwg¾ perˆ lšxewj) de Posidonio y presenta evidentes paralelismos con otro de Plutarco (De Pythiae oraculis 406 b-e). No obstante, el de Queronea añade, significativamente, que tras descender del carro, “la historia con la prosa separó la verdad del mito”. Este corte epistemológico, que conlleva identificar la prosa con el discurso de la verdad y sobre la realidad, mientras el lenguaje poético se asimila a la ficción y a lo mítico, fue la empresa que en el terreno de la historia abordó primeramente Hecateo (F 1 Jacoby) y que Eratóstenes reivindicó para la geografía, separando los materiales pertinentes en un corpus donde reinaba la confusión de géneros. Así se explicaría la aparente paradoja de que Eratóstenes abriera su tratado de geografía con una teoría poética (Jacob 1993: 401-403). En realidad, Eratóstenes, más que a Homero mismo, atacaba a sus intérpretes, meros charlatanes que intentaban sutilmente extraer historia de los versos y que, a vueltas con la omnisciencia de Homero, bloqueaban la posibilidad de una ciencia geográfica fundada en la observación empírica y en los informes de exploradores y marinos (TEXTO 6). Entre los exegetas aludidos quizá figuraran Teágenes de Regio, considerado el primer alegorista de Homero, Evémero y sus seguidores, los estoicos de la escuela de Pérgamo Zenón y Cleantes e, incluso, su propio compatriota Calímaco. Estrabón, por su parte, en la estela de Crisipo, Crates y Posidonio, alega que el propio Poeta inventó la alegoría “en beneficio de la ciencia o mirando por la educación del pueblo”. Así pues, Homero no miente, sino que transmite un tesoro de información sobre Grecia y países lejanos con exactitud y verdad. Ahora bien, como advirtió Polibio, sus versos exigen una técnica de lectura que distinga “historia”, “disposición” y “mito”, es decir, la información real y cierta del ornato poético y la fantasía (TEXTO 7), una tripartición retórica basada en Aristóteles y cuya aplicación práctica ilustran, por un lado, Cicerón (De inventione I, 19) y, por otro, el manual de ejercicios retóricos de Teón (72 -73; 78). Mediante este instrumento exegético Estrabón considera que es posible conciliar a Homero con la geografía física de Eratóstenes, que en lo sustancial asume. Alegóricamente, pues, la imagen homérica de la “oikoumene” - un disco plano circundado por el Océano- bajo el dictado de Hiparco se hace coincidir con el mapamundi de Eratóstenes, resultado de proyectar en el plano la Tierra esférica, hipótesis de Aristóteles unánimemente aceptada. De acuerdo con el alejandrino, la parte habitada sería una isla en forma de clámide, con regiones configuradas por la geometría, lo que facilitaba la medición de las distancias entre puntos y el cálculo de las superficies (García Blanco 1991: 114-134). En cuanto a la geografía regional, con el apoyo de Crates y Polibio, Estrabón localiza en el mapa los periplos de Odiseo, Menelao y los Argonautas, y da razón de las aparentes incongruencias poéticas tanto en la descripción del Mar interior - climas, topografía, ríos y pueblos-, como en las del Océano y las regiones vespertinas, la Osa y los habitantes del norte o los etíopes en el fin del mundo (TEXTO 7; TEXTO 8; TEXTO 9). Por otra parte, en el curso de la argumentación se pone de manifiesto un tema de especial relevancia para nuestro asunto; a saber, que la mezcla de realidad y ficción no es exclusiva del lenguaje poético, sino que también afecta a la prosa; pero con una diferencia importante, ya que mientras los añadidos míticos de los poetas responden a su afán por instruir divirtiendo, los historiadores que practican la mitografía, únicamente pretenden sorprender, inventando toda clase de maravillas y portentos. En su elenco de falsarios - confesos o no- aparecen algunos de los nombres habitualmente vilipendiados por la crítica historiográfica griega desde Polibio a Luciano: Teopompo, Heródoto, Helánico, Ctesias y los historiadores de la India (TEXTO 8; TEXTO 9). Respecto al proceder exegético de Estrabón, resulta esclarecedor su comentario a los versos de la Odisea (XII 105-107) donde Circe advierte a Ulises sobre la terrorífica Caribdis (TEXTO 10). En los “Prolegómenos” se suele dar por buena la propuesta topográfica de Polibio para los distintos episodios del periplo (I. 2. 11 ss.) y, en concreto, la localización de Caribdis en el estrecho de Sicilia, cuyas fuertes corrientes personificaría. No obstante, una vez aceptado el símil naturalista, quedarían por solventar, por un lado, la discordancia entre un fenómeno que ocurre dos veces cada día, con la resaca triple del poema y, además, la salvación del héroe pese al pronóstico de Circe, cuestiones para las que se alegan el estilo y el propósito del episodio. En conclusión, no es Homero quien miente y yerra, sino el personaje, la hechicera que con engaños intenta aterrorizar a Odiseo y disuadirlo de la aventura. Circe, en fin, parece conocer bien el poder seductor de los mitos, que, según la ocasión, recurren al placer o al espanto, las armas de la mimesis poética y de la “paideia”. IV. LAS RAZONES DEL MITO En efecto, el “placer” (¹don») y el “miedo” (fÒboj) son términos inevitablemente asociados en la historia del pensamiento griego a la reflexión acerca de la naturaleza y función de los mitos, un debate en el que Platón intervino de manera decisiva. Aristóteles, de hecho, se apoya en su maestro para sostener la relación necesaria de la virtud con el placer y el dolor, puesto que la buena educación consistiría en aprender desde la más tierna infancia a alegrarnos y dolernos como es debido (Ética a Nicómaco II. 3). En nuestra opinión, la sombra de Aristóteles se proyecta sobre el amplio capítulo de los “Prolegómenos” dedicado a este asunto, y que nos limitaremos a comentar en sus puntos fundamentales (TEXTO 11). Tras haber examinado la génesis de los discursos en prosa a partir de la poesía (TEXTO 5), Estrabón pasa a ocuparse del origen, destinatarios y agentes de la creación mítica, así como de su función en la vida social (TEXTO 11). Remontándose en el tiempo, afirma que antes de convertirse en materia poética, los mitos ya eran utilizados por políticos y legisladores para domeñar y encauzar adecuadamente los instintos de sus conciudadanos, entre ellos esa curiosidad que es premisa del conocimiento y del aprendizaje. Precisamente, este impulso natural explicaría el gusto por los mitos, ya que lo desconocido se suele asociar con lo maravillosoy extraño. “Amante del saber es el hombre; y el amor a los mitos, su prólogo”, sentencia Estrabón, en lo que parece una paráfrasis del pasaje de la Metafísica (982b 11-19), donde Aristóteles afirma que “maravillarse es comenzar a filosofar”, y “el amante de los mitos, un filósofo”. Así pues, en Aristóteles, aunque el mito no produzca conocimiento verdadero, obedece al mismo impulso que la ciencia, y tiende a sustituirla cuando se desconoce la causa. Estrabón, por su parte, insiste en la función pedagógica de este saber primero, y no sólo para los niños, sino en cualquier edad, sobre todo para quienes a causa de su deficiente educación conservan el carácter infantil toda la vida. Por otro lado, continúa Estrabón, dado que en la categoría de la maravilla y el portento coexiste lo dulce (¹dÚ) con lo más terrible (foberÒn), el educador debe administrar sabiamente placer y miedo. Así, en el contexto de la comunicación mítica no sólo se aprende a escuchar y obedecer, sino también a discutir y a emular las conductas positivas, tras los pasos de los grandes héroes favorecidos por los dioses, y a rechazar las negativas, ante la perspectiva del castigo divino y de los monstruos terribles que poblaban los relatos tradicionales. Nos encontramos, sin duda, ante una reelaboración estoica de un tema presente en el pasaje antes aludido de la Ética a Nicómaco, donde el axioma de la relación de la virtud moral con acciones y pasiones justificaría la existencia de correctivos, a modo de medicinas para el carácter. Esta misma dialéctica de premio y castigo explica en nuestro texto la finalidad instructiva de los argumentos míticos en la poesía y las artes plásticas, un concepto que evoca, de nuevo, a Aristóteles; en concreto, la sección de la Poética (1448 a.; 1452 a-1453 b; 1456 b 2 ss.) sobre la función de la mimesis en la tragedia: provocar terror y conmiseración a la vista de situaciones extraordinarias e inesperadas, de esa paradoja (tÕ paradÒxon) que apunta al centro de la peripecia del héroe trágico. En la parte final del capítulo Estrabón deja clara su adscripción ideológico-filosófica cuando especifica que los destinatarios preferentes de la faz terrible de los mitos son las mujeres y la gentuza imposible de educar, y por tanto ingobernable, a no ser recurriendo a la amenaza del castigo y al temor supersticioso, instrumentos utilizados desde antiguo para mantener amedrentadas a estas almas simples. Al igual que Posidonio y otros intelectuales en la órbita del estoicismo - Cicerón, Séneca y Plutarco, por ejemplo-, nuestro geógrafo opone aquí la superstición (deisidaimon…a) a la piedad (eÙsšbeia) y las creencias (p…stij) verdaderas y basadas en la filosofía. Ambas formas de religiosidad se corresponden con dos tipos antropológicos distintos y definidos a partir de su relación con esos mitos donde se mezclan verdad y mentira, placer y espanto, tal cual la poesía de Homero (TEXTO 7; TEXTO 12). Por una parte, la masa de mujeres y varones incultos, ávidos de novedades y amigos de milagros y supercherías; por otra, los hombres libres y educados – es decir los filósofos y los políticos (I 1. 22)-, dotados de sensatez y capacitados para distinguir y aprovechar el saber verdadero que subyace en los mitos, con la ayuda exegética pertinente. Estos caracteres son mencionados en el proemio del tratado Sobre mitos increíbles del peripatético Paléfato y, varios siglos más tarde, la misma disyuntiva da título a un diálogo de Luciano- Amante de las mentiras o incrédulo (FiloyeudÁj ½ ¢p…stwn)-, donde el “amor a los mitos” ya no prefigura el “amor al saber” como en Aristóteles y Estrabón, sino la mera afición a las mentiras y los cuentos que caracterizaría a la mayor parte de la humanidad. Esta bipartición encuentra reflejo en los géneros del discurso, ya que mientras la filosofía se dirige a unos pocos, la poesía de Homero interesa a todos y cualquiera puede encontrar en ella una enseñanza al alcance de su inteligencia y condiciones. En efecto, el Poeta trasmuta el mito, “vierte oro sobre plata” (Odisea VI 232 = TEXTO 12), juicio que contrasta con el de Aristóteles, quien lo había nombrado “maestro de mentirosos”: “Homero más que nadie enseñó a los demás poetas a decir cómo hay que decir mentiras; a saber: en forma de falacia” (Poética 1460 a 18). Según Jacob (1993: 406), mientras Eratóstenes condena sin paliativos la poesía mítica en aras del progreso científico, el mito en Estrabón es “bifronte”: positivo, siempre que se encarne en la poesía para divertir y educar, y negativo, cuando engaña deliberadamente bajo la máscara de la prosa histórica. Por nuestra parte, añadiríamos que no se trata únicamente de una cuestión de discurso, porque en la perspectiva de Estrabón un elemento determinante para diferenciar la poesía de la filosofía – aparte de forma y estilo- es el alcance y el tipo de destinatario, hecho que enlaza directamente con la ambigüedad del mito y su función social e ideológica. En resumen, en la Geografía la poesía de Homero constituye una forma primigenia de la filosofía y, por lo tanto, de la ciencia geográfica; pero, además, una fuente de educación y conocimiento comunes, y a la vez desiguales y manipulados, de acuerdo con las condiciones históricas de reparto social de la riqueza, del poder y del saber que Estrabón, un filósofo griego al servicio de Roma, legitimaba y aspiraba a perpetuar. TEXTOS [Nota: traducimos a partir de la edición de G. Aujac 1969] 1.- I 1. 1: “Si algún otro asunto hay propio del filósofo, en nuestra opinión, es precisamente la geografía, que nos hemos propuesto estudiar ahora. Que no mal opinamos, por muchas razones está claro. En efecto, tales resultaron ser los primeros que se atrevieron a acometerla: Homero, y además el milesio Anaximandro y Hecateo, conciudadano suyo, según afirma también Eratóstenes; y, luego, Demócrito, Eudoxo, Dicearco, Éforo y otros muchos; y en fin, después de ellos, Eratóstenes y, además, Polibio y Posidonio, hombres amantes de la sabiduría. La omnisciencia a través de la cual únicamente se puede realizar este trabajo, no es propia de ningún otro sino del que observa las cosas divinas y las humanas, cuyo conocimiento se llama filosofía. E igualmente también su utilidad, al ser tan variopinta - por una parte, para los asuntos políticos y de gobierno, por otra, para el conocimiento no sólo de los fenómenos celestes y de los animales de la tierra y del mar, sino de las plantas, frutos y las demás cosas cuantas es posible ver en cada sitio-, presupone el mismo tipo de hombre, el que se ocupa del arte de vivir y de la felicidad”. 2.- I 1. 2: “Y, en primer lugar, tanto nosotros como nuestros predecesores, entre los cuales está también Hiparco, correctamente suponemos que el fundador de la geografía empírica es Homero: él no sólo ha superado por su excelencia en la poesía a todos, los antiguos y los posteriores, sino también casi por su experiencia en la vida política, a partir de la cual él no sólo se aplicó en las grandes acciones, para conocer las más posibles y transmitirlas a los que vendrían después, sino también en los lugares, tanto cada uno en particular, como los del conjunto del mundo habitado, tierra y mar”. 3.- I 2. 3: “En efecto, decía (Eratóstenes), que un poeta dirige todo a la seducción del alma, no a la instrucción. Pero, por el contrario, los antiguos llaman a la poesía una filosofía primera, pues nos introduce en la vida desde jóvenes y nos enseña caracteres, sentimientos y acciones con placer. Los nuestros, incluso, afirmaron que sólo el sabio es poeta. Por eso, también las ciudades griegas educan a los niños en primer lugar mediante la poesía, no para así sin más seducir sus almas, sino para hacerlos sensatos”. 4.- I 2. 5: “La retórica es, sin duda, la sensatez aplicada a las palabras […] Primeramente, podríamos decir que la valía del poeta no es otra que la imitación de la vida mediante palabras ¿Cómo, pues, podría imitarlacareciendo de experiencia de la vida y siendo un insensato? En efecto, no afirmamos que la valía de los poetas sea tal cual la de carpinteros o broncistas; sino que mientras esa no tiene nada de bello ni de venerable, la del poeta, en cambio, está enlazada con la del hombre, y no es posible llegar a ser un buen poeta, no siendo ya antes un hombre bueno”. 5.- I 2. 6: “Así pues, negarle la retórica al Poeta está muy alejado de nosotros. Pues ¿qué hay tan propio de la retórica como la dicción? ¿Y tan de la poesía? ¿Quién mejor que Homero en el arte de decir? […] Pues, ¿acaso no es el discurso un género, del cual son especies el sometido a metro y la prosa? […] En efecto, la elaboración poética fue la primera que se presentó en público y fue bien valorada; a continuación, imitándola, liberándola del metro, pero preservando lo demás de la poesía, compusieron sus obras escritores de la época de Cadmo, Ferécides y Hecateo; luego, sus sucesores, despojándola uno a uno de tales rasgos, la hicieron descender a la forma actual, como desde una cima […] Y que se llame “pedestre” al discurso sin metro demuestra que éste bajó como de una cima y desde su carro hasta el suelo”. 6.- I 2. 7: “Pero Homero no sólo habla de lo cercano, como ha dicho Eratóstenes, y de las regiones de Grecia, sino que también de las lejanas habla mucho y con precisión. Y aún más que sus sucesores cuenta mitos, no convirtiéndolo todo en prodigioso, sino ya practicando la alegoría en beneficio de la ciencia, ya adornándolos o seduciendo al pueblo con relatos como el de la andanza de Odiseo, respecto a la cual mucho yerra (Eratóstenes) cuando presenta como charlatanes a los exegetas y al Poeta mismo”. 7.- I 2. 17: “Mas si en algo no concuerda, (dice Polibio) que hay que culpar a cambios acaecidos o a la ignorancia, o incluso a la licencia poética, la cual está compuesta de “historia”, “disposición” y “mito”. Así pues, por una parte, el fin de la historia es la verdad, como cuando en el Catálogo de las naves el Poeta dice las características de cada lugar: esta ciudad “rocosa” y aquella “lejana”, y otra “rica en palomas” y una “próxima al mar”; mientras que el fin de la disposición es la vivacidad, como cuando introduce descripciones de batallas; y el del mito, el placer y el espanto. Pero el inventarlo todo no es admisible ni propio de Homero: en efecto, todos consideran su poesía materia filosófica, no como afirma Eratóstenes cuando exhorta a no juzgar los poemas con la inteligencia, ni a sacar historia de ellos”. 8.- I 2. 19: “En efecto, los relatos portentosos de países lejanos son una parte pequeña respecto a los acaecidos en Grecia y cerca de Grecia: cuales, por ejemplo, los trabajos de Heracles y de Teseo, y los mitos localizados en Creta, Sicilia y las otras islas, o respecto al Citerón, el Helicón, el Parnaso y el Pelio, y el Ática toda y el Peloponeso; y a partir de estos mitos, nadie acusa de ignorancia a los poetas míticos. Más aún, ya que todo lo que cuentan no es un mito, sino que añaden más cosas a los mitos, en particular Homero, quien investiga qué elementos míticos añaden los antiguos, no investiga si los añadidos míticos existieron o existen, sino que más bien busca la verdad respecto a aquellos lugares o personajes a los que se añaden elementos míticos: como la andanza de Odiseo, si sucedió y dónde”. 9.- I 2. 35: “A Hesíodo nadie lo acusaría de ignorancia cuando habla de “hemicanes”, “macrocéfalos” y “pigmeos”: pues tampoco al mismo Homero, cuando cuenta estos mitos, de los que también forman parte los pigmeos estos, ni cuando Alcman describe a los “pies de sombrilla”, ni Esquilo a los “cabezas de perro”, “ojos en el pecho” y “de un solo ojo”, dado que ni siquiera a los que escriben prosa en forma de historia, les prestamos mucha atención, aunque no admitan que hacen mitografía. En efecto, salta a la vista que entrelazan mitos a propósito, no por ignorancia de los hechos, sino con la invención de imposibles, para maravillar y divertir […] Teopompo lo reconoce al afirmar que también contará mitos en su historia, lo que es preferible a, por ejemplo, Heródoto, Ctesias, Helánico y los historiadores de la India”. 10.- I 2. 36: “En efecto, a partir de los flujos y reflujos de las mareas él creó el mito de Caribdis, sin que ella sea totalmente invención de Homero, sino elaborada a partir de los informes sobre el estrecho de Sicilia. Mas si, aunque el refluir de la corriente sucede dos veces cada día y cada noche, él ha dicho que tres – pues tres veces al día la vomita y tres veces la engulle-, es porque también podría decirse así. En efecto, no por ignorancia de la historia hay que suponer que se dice esto, sino en aras del tono trágico y del mucho miedo que Circe añade a sus palabras para disuadir (a Odiseo), de manera que se mezcla también falsedad. Ciertamente en estos versos Circe describe a Caribdis así: pues tres veces al día la vomita y tres veces la engulle, terrible: no te encuentres allí cuando trague, pues no te salvaría de la desgracia ni Poseidón. Y, en verdad, allí se encontró Odiseo durante la resaca y no pereció […] Luego, tras esperar los restos del naufragio y agarrarse de nuevo a ellos, logra salvarse, de manera que mintió Circe”. 11.- I 2. 8: “Y, en primer lugar, aceptaron los mitos no sólo los poetas, sino también las ciudades mucho antes y los legisladores a causa de su utilidad, a la vista de las pasiones naturales del animal racional. Pues amante del saber es el hombre; y el amor a los mitos, su prólogo. A partir de ahí, en efecto, comienzan los niños a atender y a participar en discusiones cada vez más; y la causa, que el mito es un relato novedoso, porque no expresa las realidades establecidas, sino otras diferentes a éstas; pero es agradable lo nuevo y lo que antes no se conocía. Esto mismo es también lo que hace amante del saber. Pero cuando se añade no sólo maravilla sino también portento, aumenta el placer, lo que precisamente es pócima para aprender […] Y todo hombre ignorante y sin educación en cierto modo es un niño y ama los mitos por igual; pero igualmente también el educado a medias: en efecto, éste no está fuerte en raciocinio, sino que aún subsiste su carácter de la niñez. Y puesto que no sólo agradable, sino también temible es lo portentoso, hay necesidad de ambas formas tanto para los niños como para los adultos. […] La mayoría de los habitantes de las ciudades son incitados a la emulación mediante el placer de los mitos, cuando oyen a los poetas narrar las hazañas viriles en forma mítica, como los trabajos de Heracles o de Teseo o las recompensas de los dioses, o, por Zeus, cuando ven dibujos, estatuillas o figuraciones que representan tal peripecia mítica; e incitados a la repulsión, en cambio, cuando aprenden los castigos de los dioses, temores y amenazas mediante discursos y figuras deformes, o incluso creen que algunos ocurren. Pues a una turba de mujeres y de gente de cualquier ralea no es posible conducirla mediante el discurso filosófico, ni exhortarla a la piedad, la santidad y la fe, sino que hace falta también del temor divino: y esto, no sin creaciones míticas y sin portentos. En efecto, rayo, égida, tridente, antorchas, serpientes y lanzas en forma de tirso, armas de los dioses, son mitos y toda teología arcaica; y los fundadores de los estados aceptaron estas cosas a modo de espantajos para las mentes simples […] Y después, con el paso del tiempo, la escritura de la historia y la actual filosofía hicieron su aparición; ésta última se dirige a unos pocos; la poesía, en cambio, es más útil al pueblo y capaz de llenar teatros, sobre todo la de Homero”. 12.- I 2. 9: “Puesto que refería los mitos a la manera pedagógica, el Poeta se preocupó en gran medida por la verdad: pero ponía en ella también falsedad, acogiendo a la una, pero con la otra conduciendo y dirigiendo a las masas. Como cuando un hombre vierte oro sobre plata, así él a las peripecias verdaderas añadíaun mito, haciendo placentera y adornando la dicción, pero mirando al mismo objetivo que el historiador y el que describe la realidad”. BIBLIOGRAFÍA AUJAC, G. (1969), “Introduction” en Strabon. 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