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CONOCIMIENTOCONOCIMIENTO
ANTROPOLÓGICOANTROPOLÓGICO
Actores sociales y etnografía
Paz Xóchitl Ramírez SánchezPaz Xóchitl Ramírez Sánchez
CoordinadoraCoordinadora
COLECCIÓN 
ETNOLOGÍA
Y ANTROPOLOGÍA SOCIAL 
SERIE FUNDAMENTOS
En este libro reunimos un conjunto de ensayos que 
abordan situaciones sociopolíticas y culturales di-
versas, de ahí que lo que marca su unidad es el 
enfoque que los autores dan a sus temas de inves-
tigación y que, con los matices más o menos fuertes 
que esta afirmación implica, podemos definir como 
antropológico en el sentido de que en cada uno de 
los ensayos encontramos la selección de un proble-
ma propio de un grupo social específico, la orienta-
ción para abordarlo desde la perspectiva de los 
actores y en el contexto de su universo simbólico y, 
cuando el problema lo exige, de la ubicación de 
dicho universo en entornos más amplios. Antropo-
lógico también en el sentido de la búsqueda in situ 
y a través de la convivencia, por parte del investiga-
dor con los sujetos que participan de la o las pre-
guntas que dan pie a la investigación. No menos 
importante, y ésta es una característica de los tra-
bajos reunidos, es que muestran la aportación que, 
para la comprensión de algunos problemas actuales, 
ofrece la aplicación de la perspectiva antropológica.
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ConoCimiento antropológiCo:
aCtores soCiales y etnografía
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ColeCCión etnología y antropología soCial
•
serie fundamentos
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CONOCIMIENTO 
ANTROPOLÓGICO: 
ACTORES SOCIALES 
Y ETNOGRAFÍA
•
Paz Xóchitl Ramírez Sánchez
Coordinadora
Autores
Giovanny Castillo
José Alejandro Reyes
Analí Ibarra Lerín
Teresa I. Villalobos N.
SECRETARÍA DE CULTURA
INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
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Ramírez Sánchez, Paz Xóchitl (coord.)
Conocimiento antropológico: actores sociales y etnografía / coord. y pref. de Paz Xóchitl 
Ramírez Sánchez, Giovanny Castillo … [et al.] . – México : Secretaría de Cultura, inah, 2022
190 p. : ilus.; 26 × 19 cm – (Colec. Etnología y Antropología Social, Ser. Fundamentos)
ISBN: 978-607-539-644-6
1. Antropología – Aspectos sociales 2. Antropología – Aspectos políticos 3. Antropología – 
Aspectos culturales 4. Antropología – Formación 5. Etnografía I. Castillo, Giovanny, coaut. II. 
t. III. Ser.
LC GN346
Primera edición electrónica: 2022
Producción:
Secretaría de Cultura
Instituto Nacional de Antropología e Historia
Imagen de portada: Mural de homenaje a Nelson Mandela,
12 de octubre de 2013. Fotografía: Giovanny Castillo.
D. R. © 2022 Instituto Nacional de Antropología e Historia
Córdoba, 45; 06700 Ciudad de México
informes_publicaciones_inah@inah.gob.mx
Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad 
del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción 
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, 
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, 
la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización 
por escrito de la Secretaría de Cultura / Instituto 
Nacional de Antropología e Historia
ISBN: 978-607-539-644-6
Hecho en México
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índiCe
Prefacio 9
Antropología situada: una propuesta para la discusión 
 Paz Xóchitl Ramírez Sánchez 15
“Etnografiar” las afrodescendencias en México. Reflexiones 
metodológicas a partir de una experiencia de campo entre 
los pescadores de Punta Maldonado, Costa Chica de Guerrero
 Giovanny Castillo 49
Etnografía e imagen: reflexiones sobre el uso de la fotografía 
y la imagen dentro de la producción de documentación 
etnográfica
 José Alejandro Reyes 93
Condiciones de trabajo en la gran minería del carbón en Minas 
de Barroterán, Coahuila, durante la primera década del siglo xxi
 Analí Ibarra Lerín 117
Prácticas sociales y ambientales de los “Proyectos de vida 
alternativa” en México. El caso de la granja “Tierramor” 
desde una perspectiva microsocial 
 Teresa Villalobos N. 155
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9
prefaCio
En este libro presentamos un conjunto de ensayos que abordan situa-
ciones sociopolíticas y culturales diversas, de ahí que lo que marca su 
unidad es el enfoque que los autores dan a sus temas de investigación 
y que, con los matices más o menos fuertes que esta afirmación impli-
ca, podemos definir como antropológico en el sentido de que en cada 
uno de los ensayos encontramos la selección de un problema propio 
de un grupo social específico, la orientación para abordarlo desde la 
perspectiva de los actores y en el contexto de su universo simbólico y, 
cuando el problema lo exige, de la situación de dicho universo en entor-
nos más amplios, como podremos ver en los trabajos aquí reunidos. Es 
antropológico también en el sentido de la búsqueda in situ y a través 
de la convivencia por parte del investigador con los sujetos que partici-
pan de la o las preguntas que dan pie a la investigación. Se trata de 
una perspectiva que busca respuestas “desde adentro y desde abajo”, 
tomo prestada la expresión del historiador chileno Gabriel Salazar 
(2003) pues, desde mi punto de vista, la frase resume esta intención 
fundamental de la mirada antropológica. No menos importante, y ca-
racterística de los trabajos reunidos, es que muestran la aportación que, 
para la comprensión de algunos problemas actuales, ofrece la aplicación 
de la perspectiva antropológica. 
Los autores son miembros de los programas del Posgrado en Antro-
pología del Departamento de Antropología de la Universidad Autóno-
ma Metropolitana (uam) Unidad Iztapalapa y del Programa de Posgrado 
en Antropología Social de la Escuela Nacional de Antropología e His-
toria (enah), ambos situados en la Ciudad de México. El objetivo de 
conjuntar sus trabajos en este libro es el de presentar algunos aspectos 
de su experiencia de investigación y, de manera más amplia e implícita, 
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10
PREFACIO
del proceso general de su formación como antropólogos. A los partici-
pantes se les solicitó preparar un ensayo en el que expusieran alguna 
faceta que les pareciera relevante de su trabajo de investigación, rela-
cionada con la producción de sus datos etnográficos, y que desde esta 
selección expusieran los resultados obtenidos. De este modo, cada autor 
expone –partiendo de sus preguntas de investigación–, con diferente 
énfasis, los recursos teórico-metodológicos y las técnicas que les per-
mitieron localizar el dato que buscaban obtener en el transcurso del 
trabajo de campo, las dificultades que se les presentaron durante su 
estancia en la zona de investigación y las reformulaciones que tuvieron 
que realizar a partir de los datos empíricos. Cada uno privilegia ciertas 
formas de acercamiento propias del enfoque antropológico pero selec-
cionadas de acuerdo con el problema propuesto. 
El primer ensayo, titulado “Antropología situada: una propuesta 
para la discusión”, propone elementos generales para la reflexión de 
los trabajos que aquí se presentan. El marco propuesto en este aparta-
do se refiere, en primer término, a la especificidad de la antropología, 
no sólo como un enfoque particular de la realidad sociocultural, sino 
además históricamente situado, de tal modo que llama la atención1 sobre 
la necesidad de valorar la producción de conocimiento desde las teorías 
antropológicas aplicadas a situaciones específicas, movimiento que re-
dunda en la producción de nuevos conocimientos.En esta línea de 
reflexión se exponen algunos aspectos del enfoque antropológico en el 
que se enfatiza la determinación mutua entre lo teórico y lo empíri-
co, que es una característica de los trabajos incluidos en este volumen. 
La propuesta de Giovanny Castillo, “‘Etnografiar’ las afrodescen-
dencias en México: reflexiones metodológicas a partir de una experiencia 
de campo entre los pescadores de Punta Maldonado, Costa Chica de 
Guerrero”, es especialmente aleccionadora debido a que se presenta el 
proceso de investigación incluidos los avances y las conclusiones preli-
minares lo que, en términos de la docencia, adquiere un gran valor. 
No menos importante resulta su enfoque acerca de la población ne-
gra. Castillo presenta una lúcida síntesis de los ejes analíticos a partir de 
los cuales se ha tratado el tema y frente a los cuales adopta una visión 
1 Hablo de “algunos aspectos” debido a las múltiples facetas que involucra el ejercicio de la 
antropología, así como las diferentes definiciones de que ha sido objeto tanto a través de su 
historia, como por parte de las corrientes teóricas que la conforman.
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PREFACIO
crítica respecto al predominio de los enfoques centrados en los aspec-
tos festivos frente a los escasos abordajes de las prácticas y los discursos 
cotidianos en los cuales se expresan las buscadas formas de afromexi-
canidad. El autor detalla de modo sintético lo que otros autores, tanto 
antropólogos como historiadores, han hecho sobre el tema, registra las 
aportaciones de estos enfoques y construye las que, desde su punto 
de vista, son las ausencias en las investigaciones realizadas y a partir de 
ello propone el problema central de su investigación, desde el cual 
justifica la elección de las orientaciones teóricas y metodológicas y su 
cristalización en el tipo de técnicas de investigación que pone en prác-
tica para la construcción del dato etnográfico. Además de un claro regis-
tro y una sobresaliente exposición del entorno físico y sociopolítico, es 
de destacar un ángulo de reflexión en que el autor, sin excesos acerca de 
su persona, reseña los conflictos que enfrentó en su calidad de “fuereño” 
y las formas en las que los sorteó. 
El trabajo que presenta José Alejandro Reyes, titulado “Etnografía 
e imagen: reflexiones sobre algunos desafíos del uso de la imagen den-
tro de la producción de documentación etnográfica”, propone la discu-
sión sobre el uso de la imagen en la producción del dato etnográfico y 
de su incorporación en el documento final como un reto metodoló-
gico, que aborda la imagen desde tres ángulos: como registro, como 
herramienta analítica-descriptiva, y como detonante de textualidad en 
la construcción de un discurso dialógico con informantes e interlocu-
tores. El autor se hace cargo de un llamado ético para el desarrollo del 
trabajo antropológico: el reconocimiento de que las decisiones que toma 
el antropólogo involucran no sólo sus propios intereses sino también, y 
de modo fundamental, los de los actores, a partir de cuyas actividades 
se pretende producir algún tipo de conocimiento. Desde luego, las re-
flexiones del autor van acompañadas de las consideraciones pertinentes 
acerca de los cambios en los usos de la imagen en la disciplina; a gran-
des rasgos, el autor encuentra una distancia entre el uso de la imagen 
como ilustración de algún evento y la producción del dato etnográfico 
por medio del registro audiovisual. En el marco de un uso cada vez 
más frecuente de la imagen, facilitado por el desarrollo de la tecnolo-
gía, las disquisiciones que propone el autor en torno a la necesidad de 
valorar el potencial de la imagen, como registro etnográfico desde una 
clara problematización metodológica y epistemológica, es una invita-
ción que tendremos que tomar en cuenta. 
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PREFACIO
Analí Ibarra Lerín presenta el ensayo titulado “Condiciones de 
trabajo en la gran minería del carbón en Minas de Barroterán, Coahuila, 
durante la primera década del siglo xxi”. El interés central de la autora 
es indagar sobre las percepciones que los mineros desarrollan acerca 
de sus condiciones de trabajo. Se trata de una exposición en la que se 
privilegian los relatos de los actores como la principal fuente para el 
acercamiento a la experiencia de los trabajadores; la autora ubica estas 
narraciones en los contextos históricos y políticos, las interacciones y 
los discursos del Estado de los representantes sindicales y laborales. 
En este trabajo, al igual que en el de Giovanny Castillo, encontramos 
un enlace entre la antropología y la historia cuya pertinencia destaca 
Teresa San Román (2009: 236) en relación con “las explicaciones pro-
cesuales y temporales en Antropología y por la necesidad de tomar en 
cuenta las aportaciones de la Historia para la comprensión de muchos 
procesos socioculturales”. De este modo, resulta de suma importancia 
el valor que da la autora a las tramas sociohistóricas y culturales en las 
que los mineros construyen sus percepciones acerca de sus condicio-
nes de trabajo y que articulan tanto la experiencia inmediata como la 
memoria histórica y las trayectorias de vidas familiares y laborales. De 
este modo, al finalizar la lectura tenemos, además de un acercamiento al 
complejo mundo de la explotación del trabajo minero, una propuesta 
que es posible dimensionar desde una perspectiva teórico-metodológica. 
En “Prácticas sociales y ambientales de los ‘proyectos de vida alterna-
tiva’ en México. El caso de la granja ‘Tierramor’ desde una perspectiva 
microsocial”, Teresa Isabel Villalobos toma como punto de partida el 
problema de la destrucción acelerada de los entornos ecológicos y las 
respuestas que algunos grupos ambientalistas proponen frente a este 
problema. Al igual que en los ensayos precedentes, encontramos una 
serie de puntos de partida teórico-metodológicos que dan el marco 
a la problemática elegida. Para el caso del trabajo etnográfico, la auto-
ra enfatiza dos aspectos centrales: el del trabajo de campo y el de la 
“observación participante”, ilustrados a través de una narración por-
menorizada de su experiencia. Desde esta perspectiva, es posible hacer 
la lectura desde dos miradores, el primero es la experiencia en sí de la 
investigadora como sujeto y aprendiz y que se convirtió en el recurso 
principal para dar cuenta de una forma de vida “alternativa”. ¿Alterna-
tiva respecto de qué? La respuesta que da Teresa Villalobos se inscribe 
en un diagnóstico de los grandes males que, en el campo del medio 
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13
PREFACIO
ambiente y el dominio del capital sobre las relaciones humanas, han 
conducido a algunos grupos a crear formas de relación social, modos 
de vida y construcciones de saberes que se materializan en la vida coti-
diana. En este artículo reconocemos de modo muy claro los vínculos 
entre lo local y lo global, entre lo “micro” y lo “macro”, así como una 
propuesta metodológica para abordar empíricamente estas interaccio-
nes; en este caso, la autora se apoya en una interpretación de la teoría 
de redes (Reynoso, 2008), vista como una forma de representación de 
las relaciones local-global, éste es el segundo mirador desde el cual di-
visamos, a partir de una detallada descripción, las formas de relación 
social, la difusión, la aplicación y la innovación de conocimientos y, 
desde luego, de los valores humanos que promueven propuestas como 
la que expresa este caso. 
Con énfasis diferentes, las autoras y los autores expresan los pro-
cesos teórico-metodológicos que pusieron en juego. Desde el enfoque 
teórico hasta los procedimientos a los que recurrieron para arribar a 
los objetivos propuestos. Esto incluye la vivencia personal, relacionada 
con la interacción que establecen con los grupos de conocimiento, sin 
ningún exceso de autopresentación. De este modo, en cada unode los 
trabajos encontramos una postura reflexiva en torno al trabajo antro-
pológico, así como la presentación, de manera sustentada, de datos 
empíricos que podrán ser de interés para los estudiosos de estos temas 
y punto de partida para posibles reestudios. Su lectura también puede 
ser útil para mostrar cómo, de acuerdo con el tema de investigación, 
se seleccionan ciertas formas de obtención de datos, en este sentido, 
pueden tomarse como ejemplos de la diversidad de enfoques, temas y 
estrategias empleados para realizar el trabajo de campo y abordar dife-
rentes problemas de investigación. 
Finalmente, con este libro buscamos incidir en una labor de difusión 
de las investigaciones realizadas por los estudiantes de los posgrados 
en Antropología y, al mismo tiempo, convocar a otras instituciones a 
colaborar en esta tarea pues estamos convencidos de que los nuevos 
temas, los enfoques novedosos y la renovación constante de la antro-
pología depende de modo importante de los jóvenes investigadores.
Paz Xóchitl Ramírez Sánchez 
enah, noviembre de 2019
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antropología situada: 
una propuesta para la disCusión
Paz Xóchitl Ramírez Sánchez*
A la grata memoria del amigo, maestro 
y antropólogo Juan Luis Sariego Rodríguez.
PRESENTACIÓN
Un tema que ha sido objeto de discusión entre diversos sectores de 
antropólogos latinoamericanos es el que tiene que ver con las caracte-
rísticas que posee el ejercicio de la antropología en América Latina. 
En un ensayo publicado en 2005, la antropóloga colombiana Miriam 
Jimeno resume un aspecto central de este debate cuando afirma que 
“existe una estrecha relación en Latinoamérica entre la producción 
teórica del antropólogo y el compromiso con las sociedades estudia-
das” como resultado de una condición de cociudadanía (Jimeno, 2005). 
Al respecto, Andrés Medina (2007: 31) destaca las implicaciones epis-
temológicas de esta situación, cuando señala que la formación de los 
antropólogos en un contexto multicultural que comparten con los su-
jetos de estudio “matiza el sentido de la alteridad”. En esta línea de 
reflexión, Mariza Peirano (1999) reconoce la centralidad de este con-
cepto para la teoría antropológica, sin embargo, llama la atención res-
pecto del hecho de que en el contexto brasileño las exigencias relativas a 
la alteridad se adquieren desde contornos específicos, lo que conduce 
a su propuesta de considerar la alteridad “en contexto”, afirmación que, 
considero, es aplicable al ejercicio de la antropología en cada país.1 Se 
* Instituto Nacional de Antropología e Historia/Escuela Nacional de Antropología e Historia.
1 Al respecto, véase el ensayo con el atractivo título “Antropología sin culpa” (Peirano, 2007).
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PAZ XÓCHITL RAMÍREZ SÁNCHEZ
trata de una peculiaridad de nuestras prácticas antropológicas, hecho 
que, por supuesto, no supone pensar en las antropologías latinoame-
ricanas como un bloque homogéneo, en ningún momento hablo de 
“una” antropología latinoamericana, pues tanto para el caso de la dis-
ciplina como de “América Latina” tomo en cuenta el comentario de 
Renato Ortiz (2000: 40): “No es fácil hablar de América Latina como 
si un continente geográfico encerrase en sí una totalidad única”. Sin 
embargo, es posible, agrega el autor, subrayar “ciertos trazos comunes 
a esta diversidad evidente. Trazos que de nuevo, aunque definidos histó-
ricamente, se diversifican en la constitución de los destinos nacionales 
de cada país”. Una aclaración más nos remite al origen de la disciplina 
en estrecho vínculo con los proyectos de construcción nacional en 
nuestros países, lo que marca una indeleble relación con las élites do-
minantes. Sin embargo, un acercamiento a sus historias y a sus prácticas 
actuales permitirá reconocer que el proyecto de la disciplina ha involu-
crado a las que podemos denominar “antropologías oficiales” y, frente 
a ellas y aún dentro de ellas, a la disidencia y a la crítica como una 
parte constitutiva de su desarrollo histórico2 y de su práctica vigente. 
Es nuevamente el maestro Andrés Medina quien nos permite citar un 
ejemplo de lo dicho al analizar la relación entre la antropología y la 
literatura, reconociendo el esfuerzo creativo que han desarrollado los 
antropólogos mexicanos3 cuando, al hacer investigación en el marco 
de los programas sociales gubernamentales, también se las han inge-
niado para “expresar sus utopías y sus reacciones en textos que, con 
frecuencia, han trascendido los límites del informe técnico, la mono-
grafía y el ensayo etnográfico” (2007: 25). 
El reconocimiento de la historicidad4 de las antropologías latinoa-
mericanas no implica su aislamiento de los debates internacionales, 
que periódicamente involucran a los científicos sociales respecto de la 
pertinencia del acervo propio de cada disciplina para la comprensión 
de las nuevas situaciones socioculturales que caracterizan cada mo-
mento histórico, debate del que, de acuerdo con nuestras propias ex-
2 Para un acercamiento a esta discusión, véase Ramírez (2011).
3 Desde luego, esta situación es extensiva a otros casos, entre los que destaca el peruano José 
María Arguedas. Véase, de la autoría de Fermín del Pino, el ensayo titulado “Arguedas como 
escritor y antropólogo” (s. f.). 
4 Mariza Peirano ha trabajado con amplitud y profundidad el caso de la antropología en 
Brasil, véanse, entre otros, Peirano (1981, 2004c, 2007).
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ANTROPOLOGÍA SITUADA: UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
periencias, formamos parte desde una concepción que reconoce que 
la ciencia es el resultado de una empresa colectiva. Es en esta perspec-
tiva que el objetivo de este ensayo introductorio es el de presentar un 
marco para la reflexión de los trabajos que integran este libro, a partir 
de la recuperación de las propuestas elaboradas desde el campo de 
esta disciplina acerca de las dificultades que enfrenta hoy día el ejerci-
cio de la antropología sociocultural,5 pero también de su potencial 
para coadyuvar a la comprensión de algunos de los problemas más 
acuciantes que hoy día enfrentan nuestras sociedades y del que los 
trabajos aquí reunidos son una expresión.
ACERCA DE LA “PERSPECTIVA”6 ANTROPOLÓGICA
“La antropología constituye mi archivo de historias de 
vida concretas, recogidas en todo tipo de etnografías acer-
ca de otras culturas y de otros pueblos que vivieron vidas 
completamente distintas de la mía, tanto en el pasado 
como en el presente […] no ha de suponerse que sea 
mejor que otros archivos disciplinarios. Por el contra-
rio, en los últimos quince años ha recibido cáusticas e 
incansables críticas. Pero, así y todo, es el que sé leer 
mejor” (Appadurai, 2001: 27).7
En no pocas ocasiones la mirada antropológica y sus formas de pro-
ducción de conocimiento, así como sus resultados, han sido vistos 
con cierta suspicacia, provocada quizá por las dificultades para definir 
a la disciplina,8 o por sus formas de acercamiento a la realidad, las cuales 
involucran una visión que, desde los paradigmas de la racionalidad, 
5 Utilizo antropología sociocultural para resumir las diversas denominaciones que en distin-
tos momentos y lugares se les han dado a las especializaciones que en México denominamos an-
tropología social y etnología. También en este texto me referiré en ocasiones a las “ciencias an-
tropológicas” para abarcar, además de las ya mencionadas, a la lingüística, la antropología física, 
la arqueología, la historia y la etnohistoria y, desde luego, a la etnología y a la antropología social.
6 También denominada “enfoque”, “punto de vista” o “mirada”.
7 La primera edición del texto en inglés es de 1996.
8 “Una de las ventajas de la antropología en tanto que tarea académica es que nadie, inclu-
yendo aquellos que la practican,sabe a ciencia cierta qué es la antropología” (Geertz, 2002: 41).
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18
PAZ XÓCHITL RAMÍREZ SÁNCHEZ
producen “desconfianza”, quizá por su gusto por “las historias y los 
acertijos”, como afirman los Comaroff (2012: 147), o por sus excesos en 
lo puntual. Quizá sea por el enfoque invertido que contradice la ten-
dencia a la aplicación de leyes generales. O su “gusto” por lo “margi-
nal”, por lo aparentemente intrascendente, por lo básico, por lo que 
importa de cerca y día a día, por cómo viven sus vidas las personas 
comunes y, en relación con ello, la importancia que adquieren los pro-
cedimientos de investigación que basados, en primera instancia, en la 
experiencia y en la intersubjetividad, se encuentran muy lejos de los 
parámetros de la verificación autentificados por otras ciencias sociales. 
Sin embargo, pese a todo ello, se trata de una disciplina que, parafra-
seando a Arjun Appadurai, ha formado a lo largo de su historia un 
archivo de historias de vida concretas sobre otras culturas, otras vidas 
y otras maneras de hacer y significar las cosas, a partir de un doble 
movimiento, el del acercamiento etnográfico y el de la reflexión y la 
teorización del conocimiento producido, definiendo, de este modo, 
su especificidad como disciplina y como una forma particular de acer-
camiento a la realidad sociocultural. Lo que, recurro nuevamente a 
Appadurai, no hace a la antropología mejor que otras disciplinas, ni 
tampoco la exime de hacerse cargo de las críticas bien fundadas de las 
que es objeto, así como de responder a los comentarios infundados. 
La revisión de los planteamientos de la disciplina propia y la atención 
a las observaciones críticas de las que es objeto son parte de un ejerci-
cio permanente de reflexión característico del pensamiento científico 
que, en las últimas décadas, se vio particularmente acelerado por las 
transformaciones socioculturales producidas por los procesos de glo-
balización y que, en nuestra disciplina, condujeron a la pregunta acerca 
de la pertinencia de la visión antropológica y de los recursos teórico- 
metodológicos que, históricamente y a través de sus diferentes expre-
siones, se han creado para la comprensión de los nuevos contextos 
producidos por los efectos globalizadores. Todo ello llevó a interrogantes 
como la que formula el antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot: 
“¿La antropología sociocultural –una empresa laboriosa que requiere 
lentos años de preparación y disfruta de la observación a largo plazo 
de grupos pequeños– juega algún papel en este mundo veloz y masi-
vo?” (Trouillot, 2011: 212). Y, ciertamente, preguntas de este tenor se 
hicieron cada vez más presentes tanto desde el interior como desde el 
exterior de la antropología. 
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19
ANTROPOLOGÍA SITUADA: UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
¿Cómo y desde qué lugar es posible hacerse cargo de estos juicios y 
estas problemáticas? ¿Cuál es el potencial de la antropología para in-
terpretar las situaciones actuales? ¿Cómo afrontar la docencia en la 
antropología en estos nuevos contextos? Éstas y otras preguntas que 
vienen con el cambio sociocultural han sido encaradas por los profe-
sionales de la disciplina enfatizando el doble sentido al que aludí en la 
presentación: el de su legado histórico y el de sus aplicaciones a las si-
tuaciones socioculturales e históricas específicas. Propongo estos dos 
aspectos para trabajar en torno a las posibles respuestas. Uno de los sen-
tidos alude a la perspectiva antropológica, el otro se refiere a las apli-
caciones locales de dicha perspectiva. Avancemos, hasta donde sea 
posible en ambos sentidos, buscando inicialmente ofrecer una caracte-
rización de la denominada perspectiva, enfoque o mirada antropoló-
gica, la cual es el resultado de su práctica histórica que es, al mismo 
tiempo, el de la constitución de la disciplina, para posteriormente re-
cuperar algunas vertientes de su aplicación. 
“Perspectiva antropológica”, ¿en qué consiste’?, ¿por qué en más 
de una ocasión –ya sea como estudiantes o como docentes– nos ha 
metido en grandes apuros a la hora de pedir o dar orientación? La di-
ficultad se ha hecho mayor a medida que la porosidad de las fronteras 
entre disciplinas aumenta. Aunque tenemos que admitir que una de 
las particularidades de la antropología es su vocación para cruzar tales 
fronteras. Sin embargo, reconocer la licencia que históricamente se ha 
dado la disciplina para recurrir a los conocimientos producidos desde 
otros puntos de vista disciplinarios es apenas una parte de la respues-
ta. La definición de ciertos actores sociales o de ciertas temáticas, de 
los espacios socioeconómicos, de las metodologías y las técnicas de re-
copilación de datos tampoco garantizan ninguna claridad pues prác-
ticamente todos ellos son el “objeto” de conocimiento de las ciencias 
sociales, mientras que los procedimientos y las técnicas de investiga-
ción derivadas de sistemas conceptuales y metodologías específicas 
han derivado en patrimonio común de las ciencias sociales y huma-
nas. Enfatizo esto último de manera particular para el caso de la antro-
pología pues es notable la frecuencia con la que su especificidad se fija 
en el trabajo de campo que a menudo se confunde con la etnografía. 
Un camino para el abordaje de este tema ha consistido en recurrir a la 
propia tradición antropológica, a los puntos de enfoque y a las obras 
que dan cuenta de las teorías y los acercamientos empíricos que sus 
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20
PAZ XÓCHITL RAMÍREZ SÁNCHEZ
practicantes han producido, así como a los diversos procedimientos 
de formación de los nuevos antropólogos, esto último involucra de 
modo fundamental el asunto de la docencia en antropología,9 vista 
desde la perspectiva de los procesos de transmisión de las teorías, las 
prácticas de la disciplina y su aplicación para la comprensión de pro-
blemas específicos que deriva en la producción de nuevos conocimien-
tos, contribuyendo de este modo a su reproducción, a su renovación y 
a la formación de profesionales, una formación, que ciertamente, no 
se agota con la obtención del grado académico sino que es un proceso 
continuo. Propongo esto último como punto de partida para meditar 
acerca de la “perspectiva antropológica”, para posteriormente desarro-
llar algunos de los que considero sus aspectos centrales, de acuerdo 
con los objetivos de este ensayo introductorio. 
Cada disciplina “ha creado a lo largo de su historia sus propias institu-
ciones, sus clásicos, sus modelos claves de orientación, sus métodos par-
ticulares, etc., que en su conjunto la distinguen de otras tradiciones 
científicas” (Krotz, 1989: 68) y que dan contenido al currículo a partir 
del cual se lleva a cabo “una especie de socialización –en términos antro-
pológicos: una aculturación– de nuevos miembros de una comunidad 
científica” (Krotz, 1989: 68). Éstas son las claves que elijo para proponer 
una caracterización del denominado enfoque antropológico. Para ello 
parto, enfáticamente, de la concepción según la cual los aspectos teóri-
cos y empíricos que constituyen una disciplina son inseparables entre sí 
y dependen de los contextos sociohistóricos en los que se originan los 
asuntos de los que se ocupan. En este sentido, estamos frente a un en-
tramado sociohistórico, teórico y empírico que se retroalimenta cons-
tantemente y a partir del cual se desarrolla un movimiento dialéctico de 
cuestionamientos, ratificaciones y rectificaciones de las teorías. Es por 
ello que la separación entre lo teórico y lo empírico es una discusión 
que queda rebasada.10 Así, cuando hablamos de la antropología como 
una tradición científica involucramos ambos aspectos, donde, parafra-
seando a R. Linton (1971: 47), es tan importante el hacha como las 
9 Se trata de un tema muy amplio del que sólo retomo los aspectos que involucra elargu-
mento que busco desarrollar.
10 En esta tesitura, Ana María Spadafora (2002) realizó una interesante reflexión en torno a 
la “dicotomización maniquea” entre investigación básica y aplicada, entre “teoría” y “práctica”.
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ANTROPOLOGÍA SITUADA: UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
ideas que una sociedad tiene sobre qué y cómo es el hacha. En definitiva, 
pensar en la antropología como una disciplina en constante construc-
ción, como lo exigen las diversas realidades de las que se ocupa, es 
adoptar una postura en la que “el proceso de descubrimiento antropo-
lógico resulta de un diálogo comparativo […] entre la teoría acu mulada 
de la disciplina y la observación etnográfica que trae nue vos desafíos 
para ser entendida e interpretada” (Peirano, 2004a: 337). Ambos aspec-
tos se tematizan en la docencia de acuerdo con cada tradición escolar, 
pero más allá de las particularidades podemos reconocer tiempos y 
espacios dedicados al conocimiento del origen de la disciplina, a sus 
formas de trabajo, a sus temas de reflexión, a sus clásicos y a sus obras. 
La formación escolarizada es, por lo tanto, una de las diversas vías que 
contribuyen a la formación de la mirada antropológica. La sensación de 
extrañamiento se cuela a través de la lectura de los primeros textos, 
de las primeras anécdotas que nos reseñan nuestros profesores. La di-
versidad cultural, la existencia de múltiples racionalidades expresadas 
en las vidas cotidianas, así como en los eventos extraordina rios que sub-
vierten las rutinas y que, a través de los textos producidos por los antropó-
logos, forma en los lectores una suerte de disposición al reconocimiento11 
y al respeto de las diferencias y a éstas como una característica de los 
grupos humanos y no como una anomalía. De este modo, cuando esta-
blecemos la relación entre la docencia12 y la perspectiva antropológica 
estamos, es cierto, frente a la transmisión de un conjunto de teorías, 
métodos y técnicas, pero también frente a la configuración de una acti-
tud que se va consolidando a través del conocimiento de las obras y de 
los modos de investigación antropológicos. Al igual que el resto de las 
ciencias sociales y humanas, la antropología es una disciplina compro-
metida con la comprensión de las relaciones entre los seres humanos, 
de éstos con sus entornos y con el mejoramiento de estas relaciones. Se 
trata de una tarea que se realiza a través de la aplicación de la perspec-
tiva que ha desarrollado a lo largo de su his toria en diálogo con otros 
enfoques. Desde luego, las relaciones no han sido tersas, ni al interior 
de la disciplina ni en su relación con las demás. Un acercamiento a 
11 Charles Taylor (1997) desarrolla los argumentos que demuestran la importancia de este 
concepto en el campo de las relaciones interculturales.
12 Respecto de estos temas me parecen relevantes los ensayos de Krotz (1989); Mariza Peirano 
(1992, 2004b, 2008, 2014) y Jociles (1999).
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PAZ XÓCHITL RAMÍREZ SÁNCHEZ
una de las vertientes de estas críticas y la respuesta a ella nos permitirá 
visualizar las que considero especificidades de la antropología. 
En un ensayo publicado originalmente en 1991,13 la antropóloga 
brasileña Mariza Peirano reflexiona acerca de las críticas de las que es 
objeto la práctica antropológica en el contexto de las ciencias sociales 
brasileñas (2010). Resulta relevante, para este ensayo, el resumen que 
presenta la autora de las opiniones del sociólogo Fábio Wanderley 
Reis, quien detecta “una cierta inspiración ‘antropológica’ en los tra-
bajos poco sofisticados de las ciencias sociales brasileñas en la actuali-
dad” (Peirano, 2010: 141), inspiración que se caracteriza por el exceso 
de descripción, el coyunturalismo y el historicismo. La autora no echa 
en saco roto las observaciones del sociólogo, sino que, por el contra-
rio, las considera serias y pertinentes, pues ella misma comparte una 
postura crítica frente a la reducción de la antropología al inmediatis-
mo de la experiencia y al olvido de su tradición (Peirano, 2010: 144). 
Estas observaciones son el punto de partida para que la autora no sólo 
aborde las críticas sino también para que proyecte tanto las limitacio-
nes como las posibilidades de la disciplina, a las que identifica como 
aquello que distingue a la antropología de otras ciencias sociales: 
Notoriamente preocupada por la especificidad de su objeto de investiga-
ción, la antropología tal vez sea entre las ciencias sociales, paradojalmente 
la más artesanal y la más ambiciosa: al someter conceptos preestablecidos 
a la experiencia de contextos diferentes y particulares, ella procura dise-
car y examinar, para entonces analizar, la adecuación de tales conceptos 
(Peirano, 2010: 141).
A partir de las características que la autora destaca podemos po-
ner de relieve la peculiaridad de la antropología que ha sido la base 
sobre la cual se ha constituido históricamente el “archivo de historias 
de vida concretas” del que antes nos habló Appadurai. Se trata de aspec-
tos cruciales de la disciplina que nos remiten a los elementos fundantes 
del enfoque antropológico: la relación de alteridad,14 pues es la consta-
13 Mariza Peirano, “Os antropólogos e suas linhagens”, publicado originalmente en la Revis-
ta Brasileira de Ciências Sociais, año 6, núm. 16, 1991, pp. 43-50. En este texto utilizo la edición 
del año 2010.
14 Para el estudio del concepto, véase Krotz (2002), y para una breve y bien lograda explica-
ción del concepto, véase Lins Ribeiro (1985).
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ANTROPOLOGÍA SITUADA: UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
tación de la otredad la que nos coloca de frente con “otras” maneras 
de hacer las cosas, por ello afirma Peirano (2010: 142) que el más efec-
tivo descubrimiento de Malinowski fue la confrontación de “las teo-
rías sociológicas, antropológicas, económicas y lingüísticas de la época 
con las ideas que los trobriandeses tenían con respecto de lo que ha-
cían”. Fue la confrontación entre unas/otras culturas la que abrió el 
camino hacia un enfoque de la realidad distinto al que otras discipli-
nas estaban construyendo a principios del siglo xx, un enfoque que 
nació del extrañamiento de la realidad; de esa sensación que produce 
el encuentro con los “otros” y de la incapacidad del observador para 
dar sentido, desde “su” perspectiva, a las prácticas socioculturales de los 
miembros de esos otros grupos. Es a través de la acción intercultural 
que se produce la experiencia del descubrimiento de la “igualdad en la 
diferencia y de diferencia en la igualdad” (Krotz, 2002: 53). Por supuesto, 
la mirada no siempre está balanceada y, con más frecuencia de lo de-
seable, el acento se coloca en la diferencia y a partir de ella se levantan 
discursos de toda laya que justifican la desigualdad y, de su mano, la 
dominación de unos grupos sobre otros. Se trata de un hecho fácil-
mente identificable en el campo de las relaciones político-sociales en-
tre grupos humanos, pero también en los diversos ámbitos académi-
cos. Ésta fue una de las reflexiones que condujeron a una serie de 
críticas en torno al concepto de cultura y a las formas de representa-
ción del “otro” creadas históricamente a partir de las diversas matrices 
antropológicas. La antropóloga brasileña Alcida Ramos ha llamado la 
atención sobre este tema a partir de una doble reflexión, por una par-
te señala que “las críticas a la cultura acentúan los aspectos negativos 
del concepto” y el mayor temor es que la antropología derive en un 
“discurso de alteridad que amplía la distancia entre los ‘otros’ y ‘noso-
tros’” (Ramos, 2007: 234),15 por otra parte reconoce que se trata de una 
preocupación legítima, sobre todo cuando “algunos productos de la etno-
grafía contribuyen al envilecimiento16 de los pueblos no occidentales, a 
los ojos de los centros de poder”(Ramos, 2007: 234). Sin embargo, en 
15 Un excelente desarrollo de esta posición lo encontramos en Abu-Lughod (2012). 
16 Se refiere a la monografía que el antropólogo norteamericano Napoleon Chagnon hiciera 
de los yanomami, un grupo étnico que habita en la selva amazónica entre las fronteras de Vene-
zuela y Brasil, como un resultado del trabajo de campo realizado por el autor de 1964 a 1969 
(Chagnon, 2006). Para un análisis crítico de los juicios de este antropólogo, véase Ramos 
(2004).
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el extremo de esta postura también podemos caer en la negación de 
las diferencias culturales, con lo que anularíamos “uno de los mayores 
valores de la antropología […] la importancia política y moral de la di-
versidad cultural” (Ramos, 2007: 234). Las conclusiones de la autora 
nos abren la puerta para pensar otras cuestiones que resultan de suma 
importancia: primero, la necesidad de reconocer que el concepto antro-
pológico del “otro” no remite a una esencia o una sustancia propia de 
los habitantes de los “márgenes del mundo”. No estamos frente a una 
“categoría sustantiva” sino frente a un “concepto analítico” susceptible 
de aplicarse en cualquier lugar “desde nuestros vecinos hasta nuestras 
antípodas (Ramos, 2007: 234). Segundo, que
No es abandonando la práctica de la etnografía local, […] que los antro-
pólogos alivian el peso del exotismo que doblega a estos pueblos. Tal 
actitud sólo hace abrir más el apetito por lo exótico, pues el otro distante 
continúa ininteligible al mundo que siempre lo ha exotizado (Ramos, 
2007: 235). 
Se trata entonces de pulir, con los instrumentos de la crítica, las 
formas de representación a partir de las cuales se han “construido” 
las imágenes del “otro” y que, más que ayudar a su comprensión, han 
propiciado y profundizado la idea de diferencia en sus versiones de lo 
incomprensible, de lo extraño o de lo amenazante, o bien las ideas de 
la “cultura” como lo fijo e intemporal que propician el “encapsula-
miento” de los grupos humanos en un falso aislamiento, o bien que 
los “ancla” a un pasado remoto. Es necesario reconocer la diferencia 
como un hecho consustancial a las sociedades y a sus agentes, una pro-
piedad que no está a discusión. La labor de la antropología cruza por 
este reconocimiento y con base en él define una de sus orientaciones: 
la de la comprensión de la diversidad cultural y de las intersecciones, las 
influencias y los conflictos entre las sociedades humanas y sus culturas. 
Se trata de un ejercicio de comprensión que se ve sometido a una 
crítica constante y que a partir de ella afina la mirada: los antropólo-
gos, señala Abu-Lughod, “representan a otros por medio de la escritura 
etnográfica […] ¿Hay formas de escribir de manera que se considere a 
otros como menos otros?” (Abu-Lughod, 2012: 146). Un camino, con-
tinúa la autora, es la escritura de “etnografías de lo particular” que 
eviten las generalizaciones sobre los grupos humanos y rescaten las 
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ANTROPOLOGÍA SITUADA: UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
acciones de los individuos particulares.17 Se trata de una propuesta 
que tiene que ver con la recuperación de la tradición antropológica y 
la centralidad que desde ésta se concede al “hecho etnográfico”,18 así 
como la orientación relacionada que consiste en colocar un evento en 
el contexto de la cultura dada. En este sentido la noción de otredad 
como construcción teórica, a partir de la cual identificamos la diferen-
cia –los otros modos de hacer las cosas– en su propio contexto, consti-
tuye una de las aportaciones de la antropología. Cierto, no se trata de 
abandonar el ejercicio de la etnografía sino de desarrollar su potencial 
para “generar dudas sobre verdades establecidas” (Ramos, 2007: 237) 
o, si se prefiere, para cuestionar las “leyes generales”. Uno de los cami-
nos es efectivamente las “etnografías de lo particular”, otro es el de re-
tomar reflexivamente la idea de totalidad,19 reconociendo que ésta no 
supone la posibilidad de que el antropólogo sea capaz de conocer ínte-
gramente una cultura y, en consecuencia, representar a esa cultura en 
todos sus detalles e interacciones. La noción de totalidad en antropo-
logía nos remite a la idea de que los hechos con los que tratamos están 
insertos siempre en un sistema mayor. Se trata de la propuesta de que 
la comprensión de un evento cultural (creencias y/o prácticas) sólo es 
posible si se ubica en el contexto del sistema sociocultural que lo con-
tiene y en relación con su propio sistema de significados. Desde luego 
esta aseveración resulta más compleja que la simplicidad con la que 
se enuncia. La noción de “holismo” o de “totalidad” en antropología 
adquiere sentidos diversos de acuerdo con los modelos teóricos20 que 
guían al investigador y el problema empírico del que se ocupa, en este 
sentido, se trata “de una operación de conocimiento” practicada por el 
17 Anali Ibarra retoma esta propuesta en su ensayo contenido en este libro.
18 Un elemento igualmente central para comprender la especificidad de la antropología es la 
idea del “hecho etnográfico”, para indicar aspectos de la vida sociocultural en sus manifestaciones 
históricas específicas (Ulin, 1990: 56). De acuerdo con la propuesta de Evans-Pritchard, quien 
reconoce a los “hechos sociales” como “generales, transmisibles y obligatorios” (Evans-Pritchard, 
1974: 68), mientras que reserva la idea de “hecho etnográfico” para dar cuenta de que en la 
observación que hace el antropólogo de una cultura hubo “selección e interpretación” 
(Evans-Pritchard, 1974: 100).
19 Es también Abu-Lughod quien señala el encadenamiento de la idea de “totalidad” o del 
“holismo” en antropología a una visión armónica de cultura.
20 Véase Díaz de Rada (2003), para una mejor comprensión de la determinación por el 
modelo teórico del concepto de totalidad que, en cada caso, es construido por el investigador.
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antropólogo que implica que “el todo, la totalidad y el holismo son cate-
gorías a definir en el nivel de la teoría y el método, no en el nivel del 
objeto, entendido como realidad pre-teórica” (Díaz de Rada, 2003: 238).21
Estas proposiciones generales son resultado histórico de la obser-
vación y la participación directa de los antropólogos entre las pobla-
ciones y grupos con los que realizan sus actividades de conocimiento. 
En tanto experiencia colectiva e histórica y más allá del paradigma del 
que sean partícipes sus creadores, la sistematización de estas activida-
des ha dado lugar a la perspectiva antropológica cuya construcción 
está indisolublemente ligada al trabajo de campo y a la etnografía. 
EL TRABAJO DE CAMPO Y LA ETNOGRAFÍA
“Mas busca en tu espejo al otro, 
al otro que va contigo”.
Antonio Machado 
Resulta entonces posible reconocer, más allá de las particularidades 
que imponen las especificidades regionales, una orientación comparti-
da que configuró la práctica de la disciplina, la que sin embargo no 
estuvo exenta de contradicciones, la más trascendente es la que derivó 
de la premisa de tomar en cuenta “el punto de vista del actor”, supues-
to fundamental en el que radica su fuerza pero también su debilidad, 
pues, al mismo tiempo que se trató de una perspectiva que nació en 
medio del auge del objetivismo con su pretensión de controlar y diri-
gir el proceso de investigación, implicó una forma de producción del 
conocimiento acerca de otras sociedades humanas que comprometió 
una relación en la que, por una parte, se exigía del investigador un 
objetivismo acorde a los ideales del pensamiento científico moderno, 
mientras que el peso de la interpretación de los aspectos observados 
quedaba en manos del nativo y de la habilidad del investigador para 
integrarse a la vida cotidiana del grupo. Ello introdujo la exigenciade 
la construcción de un vínculo extraordinario entre el investigador y las 
personas cuya cultura pretendía conocer. Se trató de una variable difí-
21 Para el planteamiento de esta problemática y en general del trabajo de campo en contex-
tos globalizados, véase Cruces (2003).
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ANTROPOLOGÍA SITUADA: UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
cilmente controlable, pese a los parámetros establecidos a través de las 
guías, los cuestionarios y el refinamiento de las técnicas de recopila-
ción de datos, que devienen insuficientes para remontar los obstáculos 
que se interponen entre el investigador y los investigados en el contexto 
de relaciones asimétricas. Éste es un tema central en el desarrollo de la 
disciplina que, sin embargo, no fue objeto directo de discusión preci-
samente como un resultado correlativo a las relaciones de poder sobre 
las que se desarrolló esta actividad y que comenzaron a hacerse eviden-
tes en los años posteriores a la segunda Guerra Mundial,22 alcanzando 
su mayor expresión a partir de los movimientos sociales y culturales 
que se iniciaron en la década de 1960.23
Claramente se trató de un movimiento sociocultural amplio que 
se expresó de diferentes maneras en correspondencia con las prácticas 
situadas de los antropólogos. De modo general, en los países latinoame-
ricanos se expresó en los juicios en torno al quehacer de los antropólo-
gos respecto de las políticas de incorporación dirigidas a las poblaciones 
indígenas, así como en relación a las políticas del “desarrollo” de la 
posguerra y sus consecuencias. Un caso especialmente visible resultó 
el debate abierto en la academia estadounidense, cuya referencia con-
temporánea nos remite al mítico encuentro realizado en la School of 
American Research de Santa Fe, en 1984, y a la publicación, dos años 
más tarde, de las ponencias expuestas en este evento.24 Las siguien-
tes décadas presenciamos un intenso movimiento de refiguración del 
pen samiento social, glosando el título de un ensayo paradigmático 
de Clifford Geertz publicado en 1983 (Geertz, 1994). Se trató de un 
maremagno y difícilmente podemos abordar las tramas, sus vínculos, 
los hilos que confluyen en esa “refiguración del pensamiento social”.25 
Los argumentos en contra de la “neutralidad” en las ciencias sociales 
22 Destaca la voz del etnólogo francés Michel Leiris a través de una conferencia dictada en 
1950 y publicada con el título “El etnógrafo ante el colonialismo” (Leiris, 2011: 124-146).
23 Para un acercamiento a los temas que se abordaron, véase Ghasarian (2008: 12).
24 Writing Culture. The Poetics and Politics of Ethnography, editado por James Clifford y George 
Marcus. Ese mismo año, George Marcus y Michael Fischer publicaron en coautoría Anthropo-
logy as Cultural Critique. An Experimental Moment in the Human Sciences. Ediciones en 
castellano: Clifford y Marcus (1991); Marcus y Fischer (2004).
25 Me interesa el contexto en el que la discusión acerca de la etnografía y el trabajo de cam-
po adquiere nuevas connotaciones, sin embargo, éstas adquieren sentido en un contexto más 
complejo del que me es imposible dar cuenta en este ensayo introductorio. Remito, por lo tan-
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alcanzaron un mayor desarrollo a partir del refinamiento de las teorías 
interpretativas que destacan los múltiples sentidos que los seres huma-
nos dan a sus acciones y a sus resultados materiales y simbólicos. De 
esta discusión uno de los aspectos, desde mi punto de vista, más rele-
vantes fue la incorporación del concepto de “reflexividad” que sintetizó 
tanto el talante crítico del que emanaban las reflexiones señaladas 
como la actitud que se demandaba, en adelante, de la práctica antro-
pológica. Vista como una capacidad humana, la de reflexividad se ha 
hecho extensiva a las actividades de los científicos sociales y ha toma-
do como blanco la antigua y la engañosa “neutralidad de las ciencias 
sociales” que con disfraces distintos reaparece constantemente. En este 
campo, una de sus expresiones más relevantes es el emplazamiento so-
ciohistórico del investigador, de éste como “sujeto ubicado” (Rosaldo, 
1991: 30). La reflexividad26 niega que la investigación social pueda ser 
“realizada en una especie de territorio autónomo aislado de la socie-
dad al completo y de la biografía particular del investigador, en el sen-
tido de que sus logros puedan quedar a salvo de los procesos sociales y 
de las características personales” (Hammersley y Atkinson, 1994: 31). 
Desde luego, este llamado abarcó todas las prácticas de los antropólogos, 
enfáticamente, la que corresponde a la relación investigador-“investi-
gado”, poniendo de manifiesto las relaciones asimétricas en las que 
hasta el momento se montó esa relación y subrayando la necesidad del 
diálogo igualitario que ha de regir ese vínculo. 
En este marco, las discusiones en torno a la orientación del trabajo 
de campo, la etnografía y la antropología marcaron nuevos enfoques. Un 
referente central por la influencia que ejerció en algunos antropólogos 
tanto estadounidenses como latinoamericanos es la definición que 
Geertz hiciera pública en 1973 de la etnografía como “descripción 
densa”. A partir de este ensayo encontramos una tendencia a la su-
peración del concepto como descripción simple y el arribo al recono-
cimiento de una tarea compleja que se define por el encuentro con 
múltiples estructuras conceptuales, entrelazadas, superpuestas, algu-
nas veces explícitas y otras implícitas, y frente a las que “el etnógrafo 
to, a algunos especialistas en este tema, véanse, entre otros, Fernández de Rota (2012) y Marcus 
(2013).
26 Al respecto, se puede consultar, entre otros, a Guber (2011), Ghasarian (2008) y Grimson 
(2003).
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ANTROPOLOGÍA SITUADA: UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
debe ingeniarse de alguna manera para captarlas primero y explicarlas 
después” (Geertz, 2003: 24). 
Con base en esta concepción se han desarrollado nuevas propues-
tas que, si bien pueden coincidir en las tesis más amplias, por ejemplo, 
en la necesidad de una práctica reflexiva, el esfuerzo por establecer 
diálogos simétricos, el reconocimiento de la complejidad de la vida 
sociocultural, entre otras; difieren, por el contrario, en la definición, 
tanto por separado como en su interacción, de la etnografía y del tra-
bajo de campo e incluso del lugar de la observación participante.27 Se 
trata de una discusión que difícilmente es posible abordar en este do-
cumento, de ahí que me limite a presentar una propuesta que, de ma-
nera amplia, corresponde a la intención de los trabajos incluidos en 
este volumen. 
Siguiendo la línea trazada por Geertz, autores como Wolcott 
(2007); Wilcox (2007); Velasco y Díaz de Rada (2006); Ferrándiz (2011) 
trazan una distinción entre etnografía28 y trabajo de campo, de forma 
tal que la primera alude al “proceso metodológico global característico 
de la antropología” (Velasco y Díaz de Rada, 2006: 18), mientras que 
el trabajo de campo suele designar “el período y el modo de investiga-
ción dedicado a la recopilación y registro de datos”. Se trata, afirman 
los autores, de una “situación metodológica” y, en sí mismo, de un 
proceso que involucra un conjunto de acciones, comportamientos y 
acontecimientos, algunos de ellos fuera del control del investigador. Es 
durante el trabajo de campo donde se establece la interacción social 
que se sustenta en la observación y en la observación participante, así 
como en los diversos modos de entrevista a partir de los cuales se produ-
ce la información que constituye la materia prima para la elaboración 
de la descripción densa. Lejos de mirar a estas actividades como conse-
cutivas, se trata de un proceso complejo en el que están implicadas 
concepciones de la sociedad y de la cultura que orientan al investigador 
a laselección de los hechos y sus conexiones. En este sentido Harry F. 
Wolcott expresa su preocupación acerca de la ausencia, en los trabajos 
27 Véanse, como ejemplo de estas diversas orientaciones, Guber (2011: 19); Restrepo (2018); 
Ingold (2015: 224).
28 Una propuesta respecto de esta problemática es la que en diferentes intervenciones desa-
rrolla el antropólogo británico Tim Ingold. Se trata de una reflexión compleja que amerita una 
discusión especial. Por el momento, remito al lector a algunos de sus ensayos (2011, 2012, 2015 
y 2017). 
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de orientación etnográfica, de “una reflexión auto-consciente sobre la 
naturaleza de la cultura”, lo que implica reconocer “en qué sentido es 
fundamental su visión de trabajo sobre la cultura en relación con 
aquello hacia lo que miran, lo que buscan y el modo en que tratan de 
darle un sentido” (Wolcott, 2007: 131).
Dar sentido a lo observado, a partir de establecer relaciones entre 
los hechos que se describen y apuntar el significado de éstos en el marco 
que ofrece un contexto histórico y sociocultural específico, es la meta 
del trabajo etnográfico y de la relación entre teoría e investigación en 
antropología.29 En esta línea de reflexión, el trabajo de campo resulta 
una instancia privilegiada del proceso de “descubrimiento antropoló-
gico” y de la formación de los profesionales de la disciplina. Se trata 
de una labor complicada en torno a la cual se han desarrollado las más 
diversas reflexiones, esto es así debido a que se trata de una actividad 
que posee su propia dinámica, que envuelve al antropólogo en un uni-
verso que “parece” desprenderse del pasado y del futuro y que involu-
cra de modo personal y total al practicante de la disciplina, no sólo al 
novel sino también al experimentado.30 En esta fase el antropólogo lidia 
tanto con las exigencias teórico-metodológicas que le impone su disci-
plina y las que de manera particular le exige el problema de investiga-
ción como con las relaciones humanas que implican la negociación 
de su presencia y su estancia en un territorio ajeno. Este esfuerzo múltiple 
que recae sobre la persona del antropólogo explica también una parte 
del aura de la que está rodeado el trabajo de campo. Desde luego no 
se trata de minimizar las emociones y las dificultades que producen estas 
situaciones ni, en muchos casos, la buena disposición, el gusto o, si se 
prefiere, la “vocación” que guía esta actividad. Sin embargo, es necesa-
rio, además de acotarla como un momento en sí mismo, que, como 
veremos más adelante, produce sus propios resultados, reconocerla 
como una situación clave en la que se expresa una concepción acerca 
del cómo se comprenden otras culturas y otros modos de hacer las cosas. 
Es en este momento cuando el antropólogo vive en su propia experien-
cia la relación de alteridad que tanto se esfuerza en comprender. Se 
trata de ese momento que Roberto DaMatta define como “esencial-
29 El ensayo que presenta Giovanny Castillo muestra de modo claro la articulación con las 
investigaciones precedentes –teoría acumulada–.
30 Al respecto, véase el extraordinario trabajo escrito por Teresa Valdivia (2007).
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mente globalizador e integrador: debe sintetizar la biografía con la teo-
ría, y la práctica del mundo con la del oficio” (DaMatta, 1999: 173).
El trabajo de campo se inicia con el establecimiento de relaciones 
sociales cuya buena gestión determina la posibilidad de su realización, 
el antropólogo debe ser aceptado. Se trata de una afirmación simple y 
definitiva: se “entra” en la vida de un grupo, de “otro” grupo distante 
no sólo –cuando es el caso– espacialmente sino culturalmente, por ello 
es que algunos afirman que el antropólogo está “solo” en el sentido cul-
tural. “No es la ausencia de otros, sino su diferencia, experimentada al 
compararse con los otros, la que le provoca a veces la impresión de estar 
‘solo’” (Caratini, 2013: 41). Es, entonces, desde la diferencia que se 
inicia el proceso de interacción entre el investigador y los integrantes 
de la sociedad que se busca conocer, y es ahí donde se ponen en juego 
tanto las teorías como los elementos de sentido común para el investi-
gador, y al mismo tiempo donde estos últimos se suspenden momen-
táneamente pues, como nos hace ver Sophie Caratini, “La inserción 
de la investigación en la trama de la vida cotidiana obliga al investiga-
dor a un esfuerzo de constante desdoblamiento” (Caratini, 2013: 104), 
ésta es la actitud que impone la práctica del método de la “observación 
participante” que “consiste –al menos teóricamente– en ‘observar’ al 
mismo tiempo que ‘participamos’, que vivimos con” (Caratini, 2013: 
104). Se trata, sin duda, de un contrasentido –estar “dentro” y “fuera” 
al mismo tiempo–. La implicación interna supone una actitud que se 
centra en el esfuerzo por comprender lo que se observa y que de algún 
modo provoca que se suspenda la reflexión y desaparezca por algunos 
instantes el “sí mismo”. Por otra parte, “estar fuera” no es del todo 
posible, la presencia física constituye, en sí misma, una intervención. 
Estar “dentro” y “fuera” es la condición contradictoria que parece impo-
ner el método de la “observación participante”. Estamos, sin ningún 
género de duda, frente a un asunto complejo que, como recuerda Teresa 
Valdivia, trata sobre el “método de campo” y sobre el cual ella comen-
zó a reflexionar gracias a la sugerencia de Andrés Medina, quien la 
conminó a 
reconocer que este tipo de trabajo también es antropológico y, por lo 
tanto, del mismo modo debe ser expuesto, analizado, discutido y refle-
xionado por el gremio, explotando todas sus ricas vetas. En esta clase de 
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materiales encontramos otras respuestas al método antropológico, a las 
técnicas y al estilo de hacer antropología en México (Valdivia: 2007: 15).
Estamos frente a un proceso compuesto por varias fases entrevera-
das y siempre en proceso de construcción. Esto último supone un con-
cepto de la descripción en el que ésta no se concibe –solamente– como 
la narración de una sucesión de acontecimientos o el ordenamiento 
de una colección de objetos o de costumbres sino que, desde la base 
que construimos a partir de nuestra orientación teórica y del interés 
por algún problema específico,31 vamos por un tipo de datos que dé 
cuenta del problema que queremos comprender. Se trata de una tarea 
que supone que en la búsqueda y en el encuentro de los datos se im-
plica una actividad constante de análisis y de interpretación, de modo 
que a lo largo del trabajo de campo es necesario, por lo menos en un 
primer nivel, una labor constante de interpretación pues si no ¿de qué 
otro modo podemos distinguir y seleccionar los datos que nos intere-
san de entre el cúmulo de informaciones que se desprenden de las ac-
ciones cotidianas de un grupo humano? De esta manera, nos encon-
tramos con una articulación constante entre la teoría antropoló gica 
y la etnografía, en una relación que podemos pensar como circular e 
interminable y a través de la cual se construye y se renueva la antropo-
logía, de tal modo que “la investigación etnográfica es el medio por el 
cual la teoría antropológica se desarrolla y se sofistica, cuando desafía 
los conceptos establecidos por el sentido común y la observación entre 
los nativos que estudia” (Peirano, 2004b: 336). 
Es frecuente que la antropología se vea limitada a alguno de sus 
aspectos, olvidando la estrecha relación entre teoría antropológica y 
etnografía, esta última, a su vez, reducida al trabajo de campo y a una 
idea simple de la descripción. Esto puede ser el resultado de que cada 
una de las fases del trabajo antropológico posee su propia dinámica y 
arroja sus propios productos,en más de una ocasión per se sumamente 
valiosos. Sin embargo, existen también trabajos que inscritos como 
antropológicos-etnográficos se acercan al formato del reportaje perio-
dístico –que tiene su valor y se rige por sus propias reglas–, o bien se 
limitan a una suerte de inventario, lo que se ve agravado con el abuso 
de largas citas textuales de los informantes sin propuesta alguna de in-
31 Los que a su vez fueron el resultado de procesos previos de investigación y de reflexión.
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terpretación. De lo anterior se desprende que algunos de los trabajos 
que se adscriben como etnográficos sean vistos como excesivamente 
descriptivos y coyunturales, trabajos en los que, como cáusticamente se-
ñala el sociólogo brasileño Fábio Wanderley Reis, el lector tiene que 
soportar abundantes declaraciones “en estado bruto de mujeres de la 
periferia urbana”, observación que para Marisa Peirano constituye 
una “metáfora para muchos de los problemas que ocurren también 
dentro de la disciplina” (Peirano, 2010: 141), entre ellos el de la deter-
minación mutua entre el trabajo empírico y el teórico, de tal modo 
que, cuando se deja de lado lo anterior, los resultados son descripcio-
nes simples sobre las cuales se han construido los estereotipos sobre 
“el empirismo de la antropología” o al amontonamiento de “un cú-
mulo de informaciones sobre situaciones bizarras” (Peirano, 2010: 
141). En estrecha relación con el estereotipo del “dominio” del empi-
rismo en la disciplina nos encontramos también con el de la “subje-
tividad”, como elemento predominante en una disciplina en la que el 
trabajo de campo constituye uno de los aspectos fundamentales y des-
de el cual la antropología aparece ante los ojos, no sólo de los de otras 
ciencias sociales, sino entre los del público, digamos, general, como 
una empresa, por decir lo menos, “extravagante” y el antropólogo 
como “el payaso de la ciencia social, alegrando el symposium con anéc-
dotas de canibalismo, de la caza de cabezas, de los ritos mágicos pre-
pósteros o de las danzas guerreras” (Malinowski, 1941: 120), se trata 
de imágenes que no sólo están asociadas a los sujetos de estudio inicia-
les de los antropólogos sino también a las formas de acercamiento a la 
realidad que caracterizan a la antropología, de manera específica el 
trabajo de campo, y la veracidad de los datos en manos del mismo an-
tropólogo, de ahí la pregunta “¿Qué tipo de científicos son aquellos 
cuya técnica principal es la sociabilidad y cuyo instrumento principal 
son ellos mismos?” (Geertz, 2002: 50). 
De esta manera, el trabajo de campo está rodeado de un aura que 
ha provocado algunos de los equívocos, pero también de los debates 
más interesantes al interior de la disciplina. El trabajo de campo consti-
tuye una instancia que juega el papel de gozne entre los fundamentos 
de la disciplina y la investigación empírica. Se trata, por lo tanto, de 
uno de los aspectos constituyentes de la construcción del conocimien-
to antropológico. Pero, además, se trata de la fase más espectacular, es 
la que implica la distancia de la cultura propia y la confrontación del 
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antropólogo32 con “otras” culturas. Es un momento que se tiñe del sa-
bor de la “aventura” y del “sacrificio”, un rito de paso primordial para 
ingresar al “mundo” de la antropología, lo que es, sin ningún género 
de duda, fundamental,33 pero en esa experiencia no se agota la labor. 
Se trata de valorar el trabajo de campo como una totalidad, efectiva-
mente, en tanto experiencia personal y vivencia única y como una re-
lación dialógica entre el sujeto-antropólogo y los sujetos-miembros del 
grupo, pero al mismo tiempo como un emprendimiento teórico-meto-
dológico que se nutre y se modifica, si es el caso, del material empírico 
que nos proporciona nuestra práctica en el terreno y que alcanza su 
completitud con su manifestación escrita a través de la etnografía,34 en 
la que resumimos y representamos, de acuerdo con nuestra orienta-
ción teórico-metodológica y nuestros objetivos iniciales, el problema, 
la situación o la vida del grupo con el que establecimos, durante un 
tiempo, una relación de convivencia. Un resultado de esta actividad y 
el que más se ha ponderado es la escritura de una monografía etnográ-
fica, sin embargo, tanto las consecuencias como los resultados son 
mucho más amplios. Joanne Rappaport, en sus reflexiones acerca de 
la “epistemología de la etnografía en colaboración”, llama la atención 
acerca de esos “otros” resultados que generalmente no son consigna-
dos y que se vieron aún más relegados, a partir de la “reubicación” que 
un sector de la antropología estadounidense hiciera “de la etnografía 
más en el acto de la escritura que en el trabajo de campo […] más en la 
monografía misma que en la serie de conversaciones o en las relacio-
nes de campo que la preceden” (Rappaport, 2007: 198). Ciertamente, 
la monografía es sólo uno de los posibles resultados del trabajo de 
campo, sin embargo, contra lo que se suele suponer, la mayoría de las 
veces no es éste el resultado principal. La autora apoya sus argumentos 
en el caso de su experiencia en Colombia, en la que registra que con 
poca frecuencia el trabajo de campo culmina con una “etnografía clási-
ca” y sí, la mayoría de las veces, se expresa en “artículos y ensayos aca-
démicos, en interpretaciones históricas y en otros géneros escritos que 
32 Sobre todo en las primeras etapas de la formación profesional.
33 Una de las más tempranas reflexiones realizadas en este sentido es el ensayo de Roberto 
DaMatta (1999), publicado originalmente en 1974; una reflexión más reciente se encuentra en 
Caratini (2013). 
34 Considerada como resultado.
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resultan de gran utilidad a las comunidades que están siendo estudia-
das” (Rappaport, 2007: 199). Otro referente en el mismo sentido es el 
trabajo continuo del equipo de antropólogos colombianos coordina-
dos por Myriam Jimeno, del que es posible hacer un seguimiento desde 
la presentación de la problemática sociocultural que es producto del 
ejercicio de la violencia sobre grupos indígenas y su abordaje teórico 
(Jimeno, 2005), para, en un segundo momento, elaborar una propues-
ta de la relación entre las experiencias de la violencia, la recomposi-
ción del tejido social y el papel de la etnografía (Jimeno et al., 2012) y 
un tercer momento representado, entre otras actividades, por la ela-
boración de un material documental (Cabildo Indígena Nasa Kitek 
Kiwe, Jimeno et al., 2011) que recoge la memoria histórica de la pobla-
ción en torno a las experiencias de violencia que se iniciaron en 2001 
en las tierras del río Naya –entre el Cauca y el Valle del Cauca. “El re-
lato está escrito desde el punto de vista de este grupo heterogéneo, 
compuesto por indígenas nasa y campesinos de variado origen, que 
hoy construye un nuevo proceso de vida en común” (Cabildo Indígena 
Nasa Kitek Kiwe, Jimeno et al., 2011: 5). A continuación, me permito 
citar in extenso pues, a mi juicio, el párrafo resume las diversas activida-
des que investigadores y pobladores realizaron conjuntamente. Se trata 
de un trabajo que realizaron
[…] tres antropólogos y un cineasta desde el año 2008 y hasta el 2010 en 
la modalidad que llamamos “acompañamiento” con los miembros de la 
comunidad. Trabajamos en la recolección de memorias, así como en su 
forma actual de vida, en las acciones de recuperación emprendidas, en 
sus marcos culturales de referencia y sus variedades internas de edad, gé-
nero y posición. Levantamos el censo y los cuadros de parentesco de la 
comunidad; recopilamos más de mil cien páginas en torno al caso; aco-
piamos varias fotografías y revisamos noticias en prensade los años 
1994-2010. Resaltamos dentro de los aportes más importantes la recolec-
ción de 69 conversaciones personales en profundidad, la realización de 
cinco conversatorios a manera de puesta en común y el sociodrama orga-
nizado por el grupo de niños del Centro Educativo Elías Trochez, en el 
que actuaron lo vivido. El relato, entonces, es resultado del intercambio 
entre miembros de la comunidad, líderes comunitarios y el equipo de 
investigadores. El diálogo estuvo organizado a través de tres ejes: el even-
to crítico de violencia, las acciones y sentimientos posteriores, y la reor-
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ganización personal y de grupo. Este texto se enmarca en la concepción 
nasa de la sociedad, el territorio, la familia y la justicia, pero se ha forja-
do a través del diálogo activo de varios años entre la comunidad y los in-
vestigadores (Cabildo Indígena Nasa Kitek Kiwe, Jimeno et al., 2011: 9).
 
Las consideraciones anteriores nos permiten valorar las fases del 
trabajo del antropólogo tanto desde el punto de vista del conjunto 
de procedimientos como, en más de un caso, de los resultados parciales 
que se pueden obtener en cada fase. En este sentido, me parece que 
algunas experiencias de la producción antropológica en México ofre-
cen pistas interesantes. Podemos destacar, por ejemplo, reportes y diarios 
de campo que reúnen información de primera mano y cuyo objetivo 
era, en su momento, ofrecer diagnósticos acerca de la situación de las 
poblaciones en los terrenos de la economía, la salud y, en general, de 
los recursos naturales, o bien de problemáticas puntuales como es el 
caso de los altos índices de alcoholismo entre las poblaciones indíge-
nas, en este último caso es ejemplar el informe que fue el resultado de 
una investigación realizada entre 1954 y 1955 por el antropólogo mexi-
cano Julio de la Fuente (2009) acerca del monopolio de la producción 
y venta del aguardiente y del alto nivel de consumo entre las pobla-
ciones indígenas de los Altos de Chiapas. Se trata de un material en el 
que es posible reconocer, a partir de datos de primera mano, las rela-
ciones de poder, las alianzas y los enfrentamientos entre las élites loca-
les y los vínculos entre éstas y el gobierno local y federal, además de las 
relaciones de los anteriores con las poblaciones indígenas alteñas. En 
esta línea, un antecedente obligado es la historia de vida realizada por 
el antropólogo Ricardo Pozas (1949), Juan Pérez Jolote. Biografía de un 
tzotzil, que es un resultado parcial de su obra mayor Chamula, un pueblo 
indio de los Altos de Chiapas (1959), una historia de vida35 cuyo propósi-
to fue difundir las condiciones de explotación de este grupo indígena; 
buscaba llegar “al público más amplio, que todo el mundo se diera 
cuenta de las condiciones en que viven los grupos indígenas […] por 
eso escribí El Jolote” (Durand y Vázquez, 1990: 145). Los ejemplos se 
pueden multiplicar para mostrar que en todos los casos se trata de re-
35 De la que Andrés Medina señala que “Tal documento etnográfico, transformado en no-
vela por arte de la publicidad editorial, es de hecho un texto profundamente entramado con la 
investigación científica” (2007: 37).
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sultados parciales de una obra mayor, pero en sí mismos completos. Los 
diarios de campo tienen un papel similar. El antropólogo Maurilio 
Muñoz (2009) muestra a través de sus registros cotidianos un conjunto 
de facetas poco estudiadas del desalojo y reacomodo de las poblaciones 
indígenas expulsadas de la cuenca del Papaloapan, en donde se cons-
truyó la presa Miguel Alemán que entró en funciones en el año de 
1962. Una afirmación similar se puede hacer respecto de los informes 
de investigación. Ángel Palerm participó en diversos programas de desa-
rrollo y planeación regional patrocinados tanto por la Organización 
de Estados Americanos como por el gobierno mexicano (Boehm, 2000: 
144). Algunos de los resultados de sus investigaciones de campo fue-
ron vertidos en informes presentados a los contratantes, como es el 
caso del “Informe de los aspectos socioculturales de la población afec-
tada por el Proyecto Angostura: estudio y recomendaciones” (1970), 
presentado a la Comisión Federal de Electricidad.36 Finalmente, un 
trabajo ejemplar es el que se viene realizando desde 1999 por parte de 
un formidable equipo de investigadores del inah agrupados en el pro-
yecto “Etnografía de la Regiones Indígenas de México en el Nuevo 
Milenio”, que ha producido un conjunto de trabajos entre los que se 
cuentan ensayos, atlas etnográficos, documentales, estudios etnográfi-
cos, entre otros, además de haberse convertido en un extraordinario 
programa de formación de nuevos etnógrafos.37 
Los ejemplos se pueden multiplicar, sin embargo, los citados me 
parecen suficientes para enfatizar el valor que poseen algunos de los 
resultados del trabajo de campo que no necesariamente se plasman en 
las más conocidas monografías, pero que son productos de la investi-
gación etnográfica y a los que en pocas ocasiones le damos el lugar que 
merecen en el proceso de producción de conocimiento antropológico. 
36 Brigitte Boehm comenta que “El contratante nunca prestó atención a la opinión del 
científico social y tampoco permitió la circulación del informe completo” (2000: 145).
37 Para una reflexión documentada de este programa, véase Rutas de Campo (2014). En este 
volumen, titulado “Etnografía de las regiones indígenas de México. 15 años de trabajo”, se pre-
senta un balance muy completo del trabajo realizado por este equipo desde diversas perspectivas.
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COMENTARIO FINAL
“Hoy en día, la mayoría de las sociedades estudiadas 
por los antropólogos han dado una o varias generacio-
nes de intelectuales susceptibles de leer y comentar a 
quienes fueron a observarlos o a observar a sus padres 
y abuelos. Y es que a los descendientes de los ‘salvajes’ 
de ayer les interesa enormemente los libros que los des-
criben” (Caratini, 2013: 15).
A la par que se ha demostrado satisfactoriamente el potencial de la etno-
grafía para la comprensión de los asuntos actuales, han aumentado las 
dificultades que para su realización imponen los variados contextos de 
violencia a los que día a día nos enfrentamos. Aída Castilleja (2014) 
propone una serie de reflexiones acerca de las dificultades que hoy en 
día enfrentamos en México para la realización del trabajo de campo y 
cómo esta situación ha conducido a omitir algunos puntos de la geo-
grafía nacional, todo lo cual conduce a la necesidad urgente de repensar 
y generar nuevas estrategias para la realización del trabajo de campo. 
Otras circunstancias nos hacen ver que el trabajo etnográfico se en-
cuentra en un momento que obliga a un replanteamiento del quehacer 
antropológico. Algunas antropólogas han sido especialmente sensibles 
a estos cambios y han registrado algunas de sus causas. Alcida Ramos 
registra reacciones negativas hacia los etnógrafos que son vistos como 
agentes que se apropian indebidamente de los conocimientos nativos 
(Ramos, 2007: 231), mientras que Ana María Spadafora señala que 
hoy día las “‘voces nativas’ cada vez menos necesitan de sus tradiciona-
les intérpretes (sean estos misioneros, antropólogos o activistas) para 
hacerse oír”, y en países como Brasil “las posibilidades de ‘entrar al 
campo’ se complican conforme a la politización de la causa indígena” 
(Spadafora, 2000). Mientras que Abu-Lughod (2012: 136) habla del 
“‘efecto Rushdie’ (el efecto de vivir en una era global cuando los suje-
tos de sus investigaciones empiezan a leer sus trabajos y los gobiernos 
de los países donde trabajan prohíben visas)”. Otras autoras han desta-
cado cómo, en algunos casos, el ejercicio de la disciplina ha

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