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07 El fin de la Guerra Fría Su significado para Europa y el Tercer Mundo (Artículo) autor Wolfgang Benz

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La Guerra Fría significó para los europeos un orden que se asumió como na-
tural y al que al final se habían acostumbrado. Mi generación, por ejemplo, no 
se pudo imaginar durante mucho tiempo que se produjera ningún cambio en 
el sistema, y en todo caso, la gente en general prefería una guerra fría a una 
guerra con armas. En realidad esta situación provocaba una especie de segu-
ridad, pues daba la sensación de que las potencias, aunque estaban en una 
competencia de armamento, no estaban realmente interesadas en una guerra. 
Así, la Guerra Fría se convirtió en una suerte de ceremonia con sus propios y 
específicos rituales, pero que en todo caso proporcionaba la seguridad de que 
ninguno de los dos lados se animaría a desatar una guerra. El hecho de que 
las fronteras de este conflicto pasaran por Alemania, por el muro que traspasó 
Berlín desde 1961, era además un problema especial para Alemania. En mi 
país la confrontación era algo cotidiano, y parecía que no se la podría superar. 
Se vivía permanentemente dentro de un campo de tensiones entre los Estados 
Unidos, que daban protección a Alemania Occidental, y la Unión Soviética, 
que lo hacía con la República Democrática Alemana.
Sin embargo, desde 1989 el sistema soviético colapsó. Y el hecho de que nadie 
esperara esto puede ser referido con una anécdota personal. En una conferen-
cia internacional realizada en París a comienzos de 1989, todos los colegas 
historiadores que participaban habían concluido en que un cambio de la 
situación no sería deseable ni posible. Para entender esta percepción es nece-
sario repasar la forma que adquirió este sistema estabilizado inmediatamente 
después de la Segunda Guerra Mundial.
La alianza que habían establecido las dos potencias aliadas para luchar contra 
Hitler no perduró después de 1945, pues ambas representaban sistemas diame-
tralmente opuestos: en Occidente, los Estados Unidos, con sus ideales de una 
El fin de la Guerra Fría. 
Su significado para Europa 
y el Tercer Mundo
Dr. Wolfgang Benz
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a democracia parlamentaria, como garantes de una libertad individual que tenía 
fundamento en un orden de mercado capitalista, por un lado, y la Unión So-
viética, por el otro, que prometía bienestar y felicidad en un futuro socialista y 
democrático-popular, como antítesis de la democracia individualista del capi-
talismo. Mientras que el éxito material y el estándar de vida lujoso que mostra-
ba el ciudadano norteamericano promedio era inmanente al modelo del orden 
de occidente, la felicidad que prometía el socialismo estaba en el futuro. 
Así, Europa y el mundo se dividieron en dos bloques de potencias y durante 
medio siglo ambos sistemas estarían confrontados diametralmente. La des-
confianza de Stalin activó el temor de Washington de una revolución mundial 
patrocinada por la Unión Soviética, por lo que inundó Europa con ayuda mate-
rial para inmunizarla del comunismo. El Plan Marshall, que entró en vigencia 
en 1948, fue verdaderamente una vigorosa y efectiva ayuda económica al oc-
cidente europeo, y sus efectos psicológicos y materiales fueron de una dimen-
sión difícil de valorar. La ayuda norteamericana fue especialmente apreciable 
para la parte occidental alemana. Muchos pensaban incluso que ayudar al 
enemigo después de tres años de finalizada la guerra era incomprensible y que 
en realidad Alemania debía ser castigada.
Pero esta ayuda generosa tuvo 
también como consecuencia la di-
visión del continente y después del 
mundo, abriendo la fase de la Gue-
rra Fría. El Plan Marshall se ofre-
ció también a la parte de Alemania 
ocupada por la Unión Soviética y 
a otros países de Europa occiden-
tal, además de Checoslovaquia y 
Polonia, países ya dominados por 
los soviéticos. Esto provocó que 
Moscú y los países dependientes 
de la Unión Soviética rechazaran 
esta ayuda, por considerarla diri-
gida a hace retornar a estos países 
al sistema capitalista. 
El dramatismo de la situación se 
puso en evidencia en la crisis de 
Berlín, en 1948. Para evitar la di-
fusión de la política norteameri-
cana, la Unión Soviética bloqueó 
la entonces capital alemana de la 
parte occidental del país. Los Estados Unidos vieron este acto de fuerza de los 
soviéticos como el principio de una expansión violenta y demostraron con un 
puente aéreo su superioridad técnica y económica. Una ciudad de millones de 
habitantes fue suministrada por el aire durante un año. Todavía se trata de un 
mérito increíble y constituyó de hecho uno de los rituales de la Guerra Fría a 
los que me he referido. Del mismo modo, años después, los norteamericanos 
Karim Borjas
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usaron la bomba atómica como una forma de demostrar la superioridad tec-
nológica norteamericana, y la Unión Soviética trató de hacer lo mismo con su 
incursión al espacio exterior en 1958.
En la Guerra Fría que vivió Europa y el mundo siempre se estaba en peligro de 
escalar a una tercera guerra mundial. Así, en 1950, en Corea, un país dividido 
como Alemania, entró armamento comunista del Norte al Sur, lo que resultó en 
una guerra entre Washington y Moscú que terminó sin dar ningún resultado y 
consolidó un statu quo que mantiene la división del país hasta ahora. 
La Guerra Fría entró a una fase de estabilización cuando pasó a expresarse 
en dos alianzas y sistemas de defensa. Moscú incluyó a los Estados bajo su 
influencia, el Este y Europa central, en un sistema económico y militar cono-
cido como el Pacto de Varsovia, mientras que bajo la dirección de los Estados 
Unidos se fundo la OTAN, a la que en 1955 se incorporó Alemania Occidental. 
Otro tanto ocurrió con la República Democrática Alemana respecto del Pacto 
de Varsovia. Y nada caracterizaría más claramente la división de la nación 
alemana que la inclusión de ambas partes en sistemas militares y económicos 
enfrentados. 
De la influencia de Moscú solamente quedó libre Yugoslavia, que había decidi-
do buscar el camino del socialismo por su propia cuenta, mientras que los Es-
tados neutrales de Europa se pusieron ideológica y económicamente del lado 
occidental; de eso no hubo duda desde el principio. Solamente Finlandia se vio 
obligada a hacer depender su gestión política de la Unión Soviética, aunque 
formalmente no era parte del bloque del este.
El sistema mundial que había hecho surgir la Guerra Fría parecía destinado 
a una subsistencia duradera como organismo, porque garantizaba una paz 
armada. Nadie dudó de esto durante décadas. El mundo estaba dividido en dos 
bloques de poder, y al lado existía un Tercer mundo que estaba representado 
en la ONU y que a su vez era objeto de competencia entre las potencias en el 
plano de la ayuda para su desarrollo. Una parte de estos países se unieron a 
la alianza occidental por medio de varios convenios de seguridad que habían 
firmado los Estados Unidos y 43 naciones en 1955. El bloque soviético por su 
parte, siguió un camino parecido aliándose con la República Popular China, 
Corea y Vietnam del Norte, en Asia.
La crisis de Cuba, ocurrida en 1960, pareció llevar una vez más al mundo al 
temido conflicto militar. En cuanto a la guerra del Vietnam, si bien en 1964 era 
para los Estados Unidos un escenario lateral de la Guerra Fría, sí tuvo efectos 
significativos para la autoestima norteamericana cuando en 1975, bajo la pre-
sión de la opinión pública, la potencia del Norte se vio obligada a retirarse de 
la guerra y reconocer de facto la victoria comunista. 
La estabilidad que habían conseguido ambas partes con el sistema de la Gue-
rra Fría dejó surgir la idea de que finalmente no habría una confrontación. 
Europa occidental se organizó en entidades de integración como la Unión Eco-
nómica Europea y el Consejo Europeo, de las cuales surgió la Unión Europea. 
Así, tanto en el Este como en el Oeste se buscó la formula de la coexistencia.No un acercamiento ni la disolución de las fronteras, porque ambas partes no 
eran entidades geográficas sino formas ideológicas diametralmente opuestas, 
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a y además con mucho armamento acumulado, pero sí una forma de conviven-
cia que evitara el peligro de la guerra. Porque Europa era un verdadero arsenal 
que se modernizaba y actualizaba permanentemente en ambas partes. 
Una de las razones por las que se escogía este statu quo era que ninguna de las 
partes parecía dispuesta a flexibilizar su posición. No había razones, por ejem-
plo, para dudar de la estabilidad del sistema soviético, mucho más después 
de que los levantamientos populares como el de la República Democrática 
Alemana en 1953 o el movimiento revolucionario de Hungría en 1956 fueran 
sometidos y quebrantados brutalmente y de modo expeditivo. La “Primavera 
de Praga” de 1968 tuvo otras características, y por eso resultó más peligrosa 
para el sistema socialista. El socialismo con rostro humano que en 1968 fue 
propagado en Checoslovaquia era atractivo en Europa del Este y por eso fue 
una fuerza explosiva. Por eso Moscú organizó el fin del intento checo de eman-
cipación como una intervención conjunta de los Estados del Pacto de Varsovia 
en un país amigo para volverlo al camino correcto. 
Esta intervención del intento de reforma de Praga se explicó ideológicamente 
con la llamada doctrina Brezhnev, una especie de constitución del sistema 
soviético que sostenía que no se podía dar jamás un paso atrás en la historia, 
y que la Unión Soviética tenía la misión de propagar la independencia, la paz 
y la seguridad en Europa del Este, conjuntamente con los otros miembros del 
Pacto, para poner una barrera insuperable contra las agresivas fuerzas impe-
rialistas. Pero detrás de la fraseología soviética estaba la intención muy clara 
de conservar y eternizar el statu quo alcanzado en Europa y el mundo. 
De manera que nadie pensó en este contexto que el sistema soviético se caería 
a pedazos. Sin embargo, un síntoma de crisis ya más severo fue lo que ocurrió 
en Polonia, donde el movimiento del sindicato “Solidaridad” dio fuerza a la 
idea de una sociedad nueva de modo tan peligroso que el General Jaruselzki 
impuso una dictadura militar para tener el país bajo control. El movimiento 
polaco podía haberse interpretado específicamente como producto del carác-
ter y la posición especial de la sociedad polaca en el bloque soviético, debido al 
catolicismo de su pueblo, a sus tradiciones nacionales o a otros motivos. Pero 
también países vecinos como Checoslovaquia y Hungría se remontaban a sus 
tradiciones europeas para llevar adelante sus movimientos. En todo caso, fue 
en la RDA, como parte más occidental del bloque soviético, donde esos cam-
bios fueron considerados más factibles.
Mientras, Mijail Gorbachov, desde 1985 el nuevo secretario general del Partido 
Comunista y hombre más poderoso en Moscú, había llegado como reformista a 
su cargo con propósitos de democratización y modernización del país. Glasnost 
y Perestroika se convirtieron en las palabras clave de la época, y acontecimien-
tos como la tragedia del reactor de Chernobyl, en Ucrania, y la guerra de Afga-
nistán fueron el trasfondo y el ambiente para la implementación de las reformas 
en la sociedad soviética. A pesar de la censura, tanto la catástrofe medioambien-
tal como el fracaso de la incursión militar en Afganistán no se pudieron guardar 
en secreto, y el descontento de los ciudadanos soviéticos salió a la luz. Polonia y 
Hungría se convirtieron entonces en la vanguardia de la revolución pacífica que 
en un corto lapso (otoño de 1989) se dio en Europa del este.
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No quiero seguir hablando de esto desde esta perspectiva individual, país por 
país, pero sí quiero hacerlo de forma breve en relación a las consecuencias 
del colapso del sistema soviético. En un barco ruso, en diciembre de 1989, se 
produjo finalmente el fin de la Guerra Fría, en una reunión entre el Presidente 
norteamericano y Gorbachov. Éste declaró que los métodos de la Guerra Fría y 
la confrontación de las potencias había fracasado, que el orden bipolar debería 
ser reemplazado por un sistema multipolar y que Europa debía tener cada vez 
más presencia en los dolorosos procesos por los cuales debían pasar los países 
del Este en su retorno hacia Europa y en la transición al modelo occidental 
de Estado y sociedad, que se caracteriza por tres elementos: la democracia 
parlamentaria, el Estado de derecho y la economía de mercado, es decir, el 
capitalismo. 
Sin embargo, eso significó para muchos ciudadanos una pérdida dramática 
de estatus económico. De ahí que la euforia de ese año transitorio de 1990 
se convirtió en un descontento. En Alemania el problema era especialmente 
agudo, porque la unificación de las dos Alemanias, pese al entusiasmo que 
provocó inicialmente, no solucionó los problemas económicos del Este; por el 
contrario, creo inmensos problemas económicos. 
La nueva Alemania unida, que se oficializó a partir de 1990, unión que para 
algunos había sido motivo de temor y para otros esperanza, cobijaba en reali-
dad a dos sociedades. Dos sociedades que compartían la misma historia, pero 
con una fase generacional en la que se habían desarrollado mentalidades muy 
diferentes, lo cual tenía necesariamente consecuencias. Dos sociedades que 
no podían convivir muy bien juntas, porque su socialización, sus valores y sus 
ideas se diferenciaban de manera muy marcada; además, durante la Guerra 
Fría se había desarrollado la idea de que al otro lado estaba el enemigo. Y di-
solver esas imágenes de enemistad toma mucho tiempo.
El proceso de transformación supuso un cúmulo de problemas económicos 
en relación con la pérdida de puestos de trabajo. Por eso en Alemania oriental 
muchos tuvieron la sensación de que el orden antiguo era mejor y mas cómo-
do, e incluso surgió la idea de que el país había sido ocupado por la otra parte 
de Alemania. Estos problemas eran más fuertes en Alemania que en otras 
partes, como por ejemplo en Polonia. 
El final de la Guerra Fría creo una situación absolutamente nueva en Europa. 
El Pacto de Varsovia y la alianza militar del Este se disuelven sin ser reempla-
zados, y los países miembros del Pacto ingresan a la alianza occidental de la 
OTAN. Este proceso, además de único en la historia, fue extremamente rápi-
do, de manera que sus consecuencias están todavía marcando nuestra vida 
diaria y la política interior de todos los países involucrados, que se volcaron a 
una economía capitalista. 
Con el colapso del sistema soviético también llegó el final de las ideologías. La 
visión de la humanidad del socialismo había fracasado, pero no sólo el socia-
lismo sino también los partidos socialdemócratas, que en todas partes tenían 
ahora muchas más dificultades para imponer sus programas redistributivos. 
Los ciudadanos ya no estaban tan interesados en programas o ideologías y 
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a surgieron nuevos problemas que no tenían nada que ver con los de la Guerra 
Fría. Los nuevos problemas están relacionados con la nueva situación de 
bienestar que han alcanzado la mayoría de los países europeos, mientras que 
los temas antiguos se circunscriben ahora al Tercer Mundo.
Otra consecuencia importante que se produce en Europa es la pérdida de con-
fianza en la política. Existe una tendencia fuerte que se inclina a la construc-
ción de un nuevo centro político, caracterizado por programas políticos y par-
tidarios sin ideologías, que ven al futuro signado por la economía de mercado. 
En lo que respecta al Tercer Mundo, el fin de la Guerra Fría no ha cambiado 
el hecho de que los problemas de la pobreza, el desempleo, etc., aún sean los 
principales, e incluso en algún sentido tal vez se hayan vueltomás graves. Pues 
los países que tienen mano de obra barata, por ejemplo, están en el peligro de 
convertirse en neocolonias. 
Una forma de ayudar a los países en desarrollo sería brindar apoyo efectivo en 
forma de fondos de solidaridad. Porque la solidaridad internacional funciona, 
eso se ha podido ver hace muy poco cuando ocurrieron las catástrofes en el 
sudeste de Asia, pero no se la está planteando en una perspectiva a largo plazo, 
sino como un producto emocional de las tragedias actuales. Y aunque sea una 
idea que a un economista le parecería poco aconsejable, se debería seguir la 
sugerencia de un historiador en sentido de que los países ricos deberían dar 
una parte de sus ganancias al Tercer Mundo. Un instrumento tal sería real-
mente efectivo y supondría un cambio de estructura tan revolucionario que 
solamente podría lograrse con la unión de todos los Estados.

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