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VIH y Terapia de Aceptación y Compromiso Adherencia Protocolos de Intervención y Casos Clínicos Cristian Leonardo Santamaría Galeno

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S232
Santamaría	Galeano,	Cristian	Leonardo,	autor
VIH	y	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso:	adherencia,	protocolos	de
intervención	y	casos	clínicos	/	Cristian	Leonardo	Santamaría	Galeano,	Ana
Fernanda	Uribe	Rodríguez,	autores	–	1	edición	–	Medellín	:	Universidad
Pontificia	Bolivariana.	Seccional	Bucaramanga,	2021.
216	p.,	16.5	x	23.5	cm.
ISBN:	978-958-764-905-5	(versión	e-pub)
1.	Sida	–	Aspectos	psicológicos	–	2.	Sida	-	-Terapias	de	aceptación	–	3.	Sida	–
Casos	clínicos	–	I.	Uribe	Rodríguez,	Ana	Fernanda,	autor	–	II.	Título
CO-MdUPB	/	spa	/	rda
SCDD	21	/	Cutter-Sanborn
©	Cristian	Leonardo	Santamaría	Galeano
©	Ana	Fernanda	Uribe	Rodríguez
©	Francisco	Montesinos	Marín
©	Marisa	Páez	Blarrina
©	Editorial	Universidad	Pontificia	Bolivariana
Vigilada	Mineducación
VIH	y	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso:	adherencia,	protocolos	de
intervención	y	casos	clínicos
ISBN:	978-958-764-905-5	(versión	e-pub)
Primera	edición,	2021
Escuela	de	Ciencias	Sociales
Maestría	en	Psicología.	(Salud	mental)
Dirección	de	Investigaciones	y	Transferencia	-	DIT
Seccional	Bucaramanga
Arzobispo	de	Medellín	y	Gran	Canciller	UPB:	Mons.	Ricardo	Tobón
Restrepo
Rector	General:	Pbro.	Julio	Jairo	Ceballos	Sepúlveda
Rector	Seccional	Bucaramanga:	Presbítero	Gustavo	Méndez	Paredes
Vicerrectora	Académica	Seccional	Bucaramanga:	Ana	Fernanda	Uribe
Rodríguez
Decana	de	la	Escuela	de	Ciencias	Sociales:	Ara	Mercedes	Cerquera
Córdoba
Directora	Facultad	de	Psicología:	Ángela	Pilar	Albarracín	Rodríguez
Gestora	Editorial	Seccional	Bucaramanga:	Ginette	Rocío	Moreno	Cañas
Editor:	Juan	Carlos	Rodas	Montoya
Coordinación	de	Producción:	Ana	Milena	Gómez	Correa
Diagramación:	Marta	Lucía	Gómez	Zuluaga
Corrección	de	Estilo:	Editorial	UPB
Imagen	portada:	Shutterstock
Dirección	Editorial:
Editorial	Universidad	Pontificia	Bolivariana,	2021
Correo	electrónico:	editorial@upb.edu.co
www.upb.edu.co
Telefax:	(57)(4)	354	4565
http://www.upb.edu.co
A.A.	56006	-	Medellín	-	Colombia
Radicado:	1998-16-06-20
Prohibida	la	reproducción	total	o	parcial,	en	cualquier	medio	o	para	cualquier
propósito	sin	la	autorización	escrita	de	la	Editorial	Universidad	Pontificia
Bolivariana.
Diseño	epub:
Hipertexto	–	Netizen	Digital	Solutions
http://www.hipertexto.com.co/
Contenido
Introducción
Capítulo	1
¿Cómo	se	vive	hoy	el	diagnóstico	de	VIH?
Francisco	Montesinos	Marín	&	Cristian	Leonardo	Santamaría	Galeano
1.1.	El	VIH	hoy
1.2.	Impacto	emocional	del	VIH
1.3.	Estigma	y	VIH
Capítulo	2
Adherencia	al	tratamiento	antirretroviral
Cristian	Leonardo	Santamaría	Galeano	&	Ana	Fernanda	Uribe	Rodríguez
2.1.	Adherencia	al	tratamiento
2.2.	Adherencia	al	tratamiento	antirretroviral	(TAR)
2.3.	No-adherencia	al	tratamiento
2.4.	Intervenciones	psicológicas	para	la	adherencia	al	TAR
Capítulo	3
Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso	y	VIH
Francisco	Montesinos	Marín	&	Marisa	Páez	Blarrina
3.1.	VIH	e	inflexibilidad	psicológica
3.2.	¿Qué	es	la	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso?
3.3	La	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso	en	personas	que	viven	con	VIH
3.4.	Evidencias
3.5.	Casos	clínicos
3.5.1.	Caso	1.	Manuel:	“El	mundo	es	hostil…	¿cómo	sigo	adelante?
3.5.2.	Caso	2.	Luisa:	“Mi	esposo	murió	de	sida	y	ahora	me	ha	tocado	a	mí”
3.5.3.	Caso	3.	Armando:	“Dios	me	ha	castigado,	yo	no	soy	homosexual”
3.6.	Conclusiones
Capítulo	4
Protocolo	de	intervención	grupal	basado	en	Terapia	de	Aceptación	y
Compromiso	(ACT)	para	la	adherencia	al	tratamiento	en	personas	que
viven	con	VIH
Cristian	Leonardo	Santamaría	Galeano	&	Ana	Fernanda	Uribe	Rodríguez
4.1.	Ficha	descriptiva
4.2.	Guion	general	de	las	sesiones
4.3.	Sesión	1:	Encuadre	del	contexto	terapéutico
4.4.	Sesión	2:	Desesperanza	creativa
4.5.	Sesión	3:	Valores
4.6.	Sesión	4:	Control	como	problema
4.7.	Sesión	5:	“Yo	contexto”
4.8.	Sesión	6:	Aceptación
4.9.	Sesión	7:	Valores	y	barreras
4.10.	Sesión	8:	Acciones	comprometidas
4.11.	Sesión	9:	Seguimiento
Capítulo	5
Resultados	preliminares	de	la	aplicación	del	“Protocolo	de	intervención
grupal	basado	en	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso	(ACT)	para	la
adherencia	al	tratamiento	en	personas	que	viven	con	VIH”
Cristian	Leonardo	Santamaría	Galeano	&	Ana	Fernanda	Uribe	Rodríguez
5.1.	Sesión	1:	Encuadre	del	contexto	terapéutico
5.2.	Sesión	2:	Desesperanza	creativa
5.3.	Sesión	3:	Valores
5.4.	Sesión	4:	Control	como	problema
5.5.	Sesión	5:	“Yo	contexto”
5.6.	Sesión	6:	Aceptación
5.7.	Sesión	7:	Valores	y	barreras
5.8.	Sesión	8:	Acciones	comprometidas
5.9.	Sesión	9:	Seguimiento	de	adherencia
5.10.	Discusión	y	conclusiones
Apéndice
Recomendaciones	para	la	implementación	del	“Protocolo	de	intervención
grupal	basado	en	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso	(ACT)	para	la
adherencia	al	tratamiento	en	personas	que	viven	con	VIH”
Cristian	Leonardo	Santamaría	Galeano	&	Ana	Fernanda	Uribe	Rodríguez
Notas	al	pie
Introducción
CRISTIAN	LEONARDO	SANTAMARÍA	GALEANO
El	Virus	de	Inmunodeficiencia	Adquirida	(VIH)	continúa	en	aumento	progresivo
y	no	ha	sido	posible	controlarlo	según	reportes	del	Programa	Conjunto	de	las
Naciones	Unidas	sobre	el	VIH/sida	(ONUSIDA,	2014,	2015,	2016,	2019,	2020),
por	lo	que,	pese	a	las	diferentes	políticas	de	prevención	y	educación,	los
protocolos	médicos	y	el	acceso	al	tratamiento	en	cada	país,	existen	dificultades
en	el	cumplimiento	de	los	objetivos	90-90-90	para	2020,	consistentes	en
diagnosticar	el	90%	de	las	personas	que	viven	con	VIH,	de	éstas	el	90%	reciba
tratamiento	y	90%	de	ellas	tenga	una	carga	viral	indetectable,	y	95-95-95	para
2030,	lo	que	permitiría	reducir	21	millones	de	muertes	relacionadas	con	el	sida	y
28	millones	de	infecciones	por	VIH	(ONUSIDA,	2015).
El	objetivo	de	conseguir	que	el	90%	de	las	personas	que	reciben	Tratamiento
Antirretroviral	(TAR)	mantenga	niveles	indetectables	en	su	carga	viral,	produce
considerables	beneficios	no	solo	para	la	calidad	de	vida	de	las	personas	que
viven	con	VIH,	sino,	también,	para	el	sistema	público	y	sanitario,	dado	que	el
TAR	se	ha	identificado	como	un	elemento	fundamental	para	acabar	con	la
epidemia	de	sida	y	conseguir	que	la	transmisión	del	VIH	sea	un	hecho
excepcional,	previene	la	ocurrencia	de	enfermedades	relacionadas	con	el	VIH,
evita	las	muertes	asociadas	al	sida,	previene	nuevas	infecciones	y	supone	un
ahorro	económico	al	reducir	los	gastos	médicos,	disminuir	el	cuidado	de
huérfanos	que	se	evitan,	así	como	garantizar	mejoras	en	la	productividad	laboral
(ONUSIDA,	2019).
En	este	contexto,	la	Psicología,	como	disciplina	científica,	en	su	búsqueda	de	la
comprensión	del	comportamiento	humano	que	procura	la	garantía	de	la	salud	y
el	mejoramiento	de	la	calidad	de	vida,	ha	avanzado	en	la	identificación	de
intervenciones	que	aumenten	la	tasa	de	respuesta	de	conductas	adherentes	al
TAR	en	personas	seropositivas;	sin	embargo,	no	se	ha	establecido	un	plan	de
tratamiento	que	asegure	el	nivel	óptimo	de	adherencia	requerido	para	el	control
adecuado	de	esta	enfermedad	crónica,	que	debe	ser	de	mínimo	un	95%.	Por
ende,	la	Psicología	requiere	profundizar	en	el	estudio	de	las	verdaderas	causas	de
la	conducta	no-adherente	de	las	personas	VIH+	y	promover	la	generación	de
programas	de	intervención	que	susciten	el	cambio	clínico	de	forma	eficaz,	desde
los	sistemas	y	centros	de	atención	especializados	para	esta	población
(Santamaría	&	Uribe,	2017).
Consecuentemente,	desde	el	enfoque	contextual	comportamental,
específicamente	la	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso	(ACT),	se	han
desarrollado	investigaciones	científicas	que	han	permitido	ir	esclareciendo	las
variables	relacionadas	con	el	comportamiento	de	adherencia,	lo	que	ha
posibilitado	introducir	herramientas	terapéuticas	eficaces	para	intervenir
problemáticas	vinculadas	al	VIH	que	conllevan	experiencias	significativas	de
malestar	para	las	personas	con	este	diagnóstico,	como	el	estigma,	la	escasa
aceptación	del	diagnóstico,	la	no-adherencia	al	tratamiento,	entre	otras	(Masuda
et	al.,	2007;	Moitra,	Herbert	&	Forman,	2011;	Ostos	&	Novoa-Gómez,	2013;
Patiño	&	Vargas,	2013;	Rodríguez,	2014;	Santamaría	&	Uribe,	2015,2017¹,
2017²,	2017³;	Skinta,	Lezama,	Wells	&	Dilley,	2014;	Yadavaia	&	Hayes,	2012).
Por	lo	anterior,	este	libro	se	ha	escrito	con	el	objetivo	de	entregar	al	lector
evidencia	empírica	actualizada	con	sustento	teórico	y	metodológico,	acerca	de	la
aplicación	eficaz	de	la	ACT,	con	resultados	efectivos	en	personas	que	viven	con
VIH	en	tanto	brinda	herramientas	terapéuticas	que	pueden	ser	implementadas	en
el	contexto	clínico	y	de	la	salud	por	profesionales	de	la	Psicología.	Inicialmente,
en	el	capítulo	1	se	expone	una	mirada	general	de	la	forma	en	la	que	se	presenta
el	VIH	hoy	en	día,	se	muestran	sus	características	y	el	impacto	del	diagnóstico
en	la	vida	de	las	personas,	así	como	los	efectos	negativos	que	causa	la	presencia
de	estigma	asociado	con	la	infección	en	personas	seropositivas	y	en	la	sociedad
en	general.
En	el	capítulo	2	se	expone	una	conceptualización	de	la	adherencia,	las
características	de	la	adhesión	al	TAR,	se	hace	énfasis	en	los	comportamientos
específicos	que	la	configuran	y	su	importancia;	las	implicaciones	nefastas	de	la
no-adherencia	al	TAR	y	se	cierra	este	capítulo	con	un	recorrido	por
intervenciones	psicológicas	que	han	intentado	explicar	y	mejorar	el	problema	de
la	no-adherencia,	sus	ventajas	y	desventajas	que	se	han	planteado	al	respecto
desde	diferentes	investigaciones	empíricas	y	formulaciones	metodológicas.
El	capítulo	3	expone	la	utilidad	de	la	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso	en
las	personas	que	viven	con	VIH.	Se	inicia	con	la	identificación	de	los
comportamientos	que	perjudican	la	salud	física	y	psicológica,	enmarcados	en	el
patrón	de	inflexibilidad	psicológica,	para	luego	definir	la	ACT	y	mostrar
evidencia	actualizada	de	su	aplicación	en	personas	seropositivas.	Se	presentan
tres	casos	clínicos,	correspondientes	a	pacientes	tratados	en	el	marco	de	un
proyecto	de	investigación	financiado	por	la	Universidad	Europea	de	Madrid	y	se
detalla	el	análisis	funcional	y	el	proceso	de	intervención,	en	el	que	los	resultados
muestran	los	beneficios	de	ACT	en	la	vida	de	estas	personas.
A	continuación,	el	lector	se	encontrará,	en	el	capítulo	4,	con	el	“Protocolo	de
intervención	grupal	basado	en	Terapia	de	Aceptación	y	Compromiso	(ACT)	para
la	adherencia	al	tratamiento	en	personas	que	viven	con	VIH”,	creado,	validado	e
implementado	a	partir	de	un	proyecto	de	investigación	financiado	por	la
Universidad	Pontificia	Bolivariana,	Seccional	Bucaramanga,	en	colaboración
con	la	Corporación	para	la	atención	y	el	diagnóstico	de	enfermedades	Milagroz
(Corporación	Milagroz).	Este	capítulo	contiene	la	ficha	descriptiva	del	protocolo
con	las	condiciones	mínimas	para	su	aplicación,	el	guion	general	que	marca	la
pauta	global	que	ha	de	seguir	el	terapeuta	y	las	ocho	sesiones	de	intervención	y
la	sesión	de	seguimiento,	con	sus	respectivos	temas,	objetivos,	conceptos
fundamentales,	metáforas,	contenidos	y	recursos.	Además,	se	brinda	a	los
terapeutas	interesados	en	ejecutar	este	protocolo,	el	procedimiento	para	su
adecuado	manejo.	Además,	este	capítulo	se	complementa	y	enriquece	con	el
Apéndice,	que	se	encuentra	al	final	de	todos	los	capítulos,	incluidas	las
recomendaciones	para	la	intervención	psicológica	eficaz	con	este	protocolo.
El	capítulo	5	entrega	información	correspondiente	a	la	validación	del	protocolo,
de	los	resultados	cualitativos	y	referencia	de	los	principales	resultados
cuantitativos	obtenidos	con	su	aplicación	preliminar	(estudio	piloto)	en	una
muestra	representativa	y	aleatoria	de	84	personas	seropositivas	que	recibían
tratamiento	antirretroviral	en	la	ciudad	de	Bucaramanga-Colombia.	Dicha
investigación	contó	con	un	diseño	experimental	de	Solomon,	realizada	por
Santamaría	y	Uribe	(2017)	con	el	apoyo	de	la	Universidad	Pontificia
Bolivariana,	Seccional	Bucaramanga,	la	Corporación	Milagroz	y	la	asesoría	del
Dr.	Francisco	Montesinos	y	la	Dra.	Marisa	Páez.
Finalmente,	se	considera	relevante	aclarar	que	el	presente	libro,	y	por
consiguiente	los/as	autores/as,	respetan	y	valoran	la	diversidad	de	todas	y	cada
una	de	las	personas,	teniendo	presente	el	enfoque	de	derechos	y	de	género
durante	todo	el	desarrollo	de	los	capítulos;	sin	embargo,	para	mayor	agilidad,
simplicidad	y	comprensión	de	las	temáticas	trabajadas,	se	emplea	un	lenguaje
basado	en	el	genérico	masculino	gramatical	según	la	RAE,	como	mecanismo
inclusivo	de	nuestra	lengua	para	aludir	a	colectivos	formados	por	femeninas,
masculinos,	otros/as,	etc.
Referencias
Masuda,	A.,	Hayes,	S.,	Fletcher,	L.,	Seignourel,	P.,	Bunting,	K.,	Herbst,	S.	et	al.
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Therapy,	45(11),	2764-2772.
Moitra,	E.,	Herbert,	J.	&	Forman,	E.	(2011).	Acceptance-Based	Behavior
Therapy	to	Promote	HIV	Medication	Adherence.	AIDS	Care,	23	(12),	1-8.
ONUSIDA	(2014).	Hoja	informativa	2014,	datos	estadísticos	mundiales.
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contribuir	al	fin	de	la	epidemia	de	sida.	Recuperado	de
http://www.unaids.org/sites/default/files/media_asset/90_90_90_es.pdf
ONUSIDA	(2015).	El	SIDA	en	cifras	2015.	Recuperado	de
http://www.unaids.org/sites/default/files/media_asset/AIDS_by_the_numbers_2015_es.pdf
ONUSIDA	(2016).	Estimaciones	sobre	el	VIH	y	el	SIDA	(2015).	Recuperado	de
http://www.unaids.org/es/regionscountries/countries/colombia
ONUSIDA	(2019).	90-90-90:	el	objetivo	de	ONUSIDA	para	acabar	con	el	VIH.
Recuperado	de	http://indetectables.es/90-90-90-el-objetivo-de-onusida-
paraacabar-con-el-vih.
ONUSIDA	(2020).	Hoja	informativa:	últimas	estadísticas	sobre	el	estado	de	la
epidemia	de	sida.	Recuperado	de	https://www.unaids.org/es/resources/fact-sheet.
Ostos,	D.	&	Novoa-Gómez,	M.	(2013).	Estigma	sentido	en	personas	con	VIH
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Psicología	Clínica,	Pontificia	Universidad	Javeriana.
Patiño,	L.	&	Vargas,	R.	(2013).	Efectos	de	la	terapia	de	aceptación	y
compromiso	(ACT)	en	la	adherencia	al	tratamiento	antirretroviral	de	pacientes
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Javeriana,	Bogotá	D.C.
Rodríguez,	T.	(2014).	The	role	of	acceptance	and	mindfulness	in	people	living
with	hiv/aids:	a	meta-analysis.	The-sis	Submitted	to	the	Graduate	College	of
Bowling	Green,	master	of	arts.	Recuperado	de
https://etd.ohiolink.edu/!etd.send_file?
accession=bgsu1404401086&disposition=inline
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pacientes	VIH+	desde	la	terapia	de	aceptación	y	compromiso.	En	Jaimes,	R.	Ed,
Memorias	IV	Congreso	Alfepsi	(388-397).	Santa	Marta,	Colombia.	ISSN:	2463-
1000.
Santamaría,	C.	&	Uribe,	A.	(2017).	Tera	de	acapieptación	y	compromiso	(ACT)
y	nivel	de	adherencia	al	tratamiento	en	pacientes	VIH+	de	la	ciudad	de
Bucaramanga.	Tesis	de	Maestría	en	Psicología,	Universidad	Pontificia
Bolivariana,	Seccional	Bucaramanga,	Colombia.
Santamaría,	C.	&	Uribe,	A.	(2017)¹.	Terapia	de	aceptación	y	compromiso	y
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de	la	Salud,	Número	especial,	227-231.
Santamaría,	C.	&	Uribe,	A.	(2017)².	ACT	en	la	adherencia	al	TAR.	En	García,	L.
Ed,	Memorias	IV	Congreso	ALFEPSI	(845-894).	Lima,	Perú.	ISBN:	978-607-
96454-9-6.
https://etd.ohiolink.edu/!etd.send_file?accession=bgsu1404401086&disposition=inline
Santamaría,	C.	&	Uribe,	A.	(2017)³.	Adherencia	al	tratamiento	en	pacientes
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Skinta,	M.,	Lezama,	M.,	Wells,	G.	&	Dilley,	J.	(2014).	Acceptance	and
Compassion-Based	Group	Therapy	to	Reduce	HIV	Stigma.	Cognitive	and
Behavioral	Practice,	22	(4),	481-490.
Yadavaia,	J.	&	Hayes,	S.	(2012).	Acceptance	and	Commitment	Therapy	for	Self-
Stigma	Around	Sexual	Orientation:	A	Multiple	Baseline	Evaluation.	Cognitive
and	Behavioral	Practice19,	545-559.
Capítulo	1.
¿Cómo	se	vive	hoy	el	diagnósticode	VIH?
FRANCISCO	MONTESINOS	MARÍN
CRISTIAN	LEONARDO	SANTAMARÍA	GALEANO
El	Virus	de	la	Inmunodeficiencia	Humana	(VIH	o	HIV	en	inglés)	destruye	las
células	del	sistema	inmune	y	debilita	los	sistemas	de	defensa	del	organismo.	Si
la	persona	infectada	no	es	tratada	puede	progresar	al	llamado	Síndrome	de
Inmunodeficiencia	Adquirida	o	sida	entre	2	y	15	años	tras	la	infección.	El	VIH
supone	hoy	un	problema	de	salud	pública	global	que	los	ciudadanos,	los
profesionales	sanitarios	y	las	autoridades	sanitarias	no	pueden	ignorar.	Más	de
38	millones	de	personas	viven	en	el	mundo	con	el	VIH,	un	virus	que	ha	cobrado
ya	35	millones	de	vidas	(Organización	Mundial	de	la	Salud,	2019).	Tanto	por	su
extensión,	como	por	las	vías	de	transmisión	del	virus	y	por	sus	repercusiones
psicosociales,	debe	ser	tratado	de	manera	multiprofesional.	En	este	capítulo
inicial	se	presentará	una	breve	introducción	actualizada	en	torno	a	los	aspectos
biológicos	del	VIH	y,	posteriormente,	se	mostrarán	algunos	datos	en	torno	al
impacto	psicológico	y	social	del	diagnóstico	y	el	conocido	estigma	que	lo
acompaña.
1.1.	El	VIH	hoy
El	reconocimiento	del	sida	comienza	en	1981	en	Estados	Unidos,	con	la
detección	de	infecciones	oportunistas	poco	frecuentes	en	varones	homosexuales
sanos	y,	más	tarde,	en	usuarios	de	drogas	inyectables,	hemofílicos	y	receptores
de	transfusiones	sanguíneas,	parejas	femeninas	de	varones	diagnosticados	e	hijos
nacidos	de	madres	con	sida	(Fauci,	Folkers	&	Lane,	2018).	Dos	años	después	de
la	identificación	de	los	primeros	casos,	la	investigación	permitió	aislar	el	VIH,	y
un	año	más	tarde	demostrar	que	el	virus	era	el	agente	causal	del	sida.	En	tan	solo
4	años,	se	había	creado	la	primera	prueba	diagnóstica	(Fauci,	Folkers	&	Lane,
2018).
Como	“afección	crónica	transmisible	de	tipo	progresivo	y	causa	viral”	(Lamotte,
2004),	el	VIH	es	el	lentivirus	de	la	familia	Retroviridae,	causante	del	Síndrome
de	la	Inmunodeficiencia	Adquirida	(sida),	en	su	expresión	clínica	final
(Ministerio	de	Salud	Chile,	2010;	Secretaría	de	Salud	México,	2012).	Se	han
identificado	dos	tipos	de	virus	VIH-1,	predominante	en	el	contexto	mundial,	y
VIH-2,	confinado	principalmente	en	África	(Armendáriz,	2004;	Chávez	&
Castillo,	2013;	Hightower	&	Kallas,	2003;	Ospina,	2006;	Reeves	&	Doms,
2002).	Su	cronicidad	tiene	que	ver	con	su	condición	de	lentivirus	(Longo	&
Fauci,	2018).	Se	caracteriza	principalmente	por	el	deterioro	progresivo	del
sistema	inmune,	pero	también	puede	originar	manifestaciones	neurológicas	y
tumorales	dado	que,	como	lentivirus,	infecta	las	células	macrofágicas	y	presenta
un	tropismo	especial	por	los	linfocitos	CD4	(Codina,	Martín	&	Ibarra,	2002).
Como	consecuencia,	disminuye	la	capacidad	de	respuesta	del	organismo	para
hacer	frente	a	infecciones	oportunistas	originadas	por	virus,	bacterias,	protozoos,
hongos	y	otro	tipo	de	infecciones	(Muñoz	&	Merino,	2015).
Su	ciclo	de	replicación	puede	dividirse	en	varias	etapas	(Reina,	Insausti	&	San
Miguel,	2012;	Tobón	&	Toro,	2008):	1)	Unión	del	virus	a	la	membrana	celular	y
entrada	al	citoplasma	de	la	célula	huésped,	con	intervención	de	las
glucoproteínas	gp	120	y	gp	41;	2)	Transcripción	inversa,	dada	la	penetración	del
virus,	se	libera	el	genoma	viral	y	se	inicia	la	formación	de	ADN	a	partir	del
ARN	viral,	con	la	intervención	de	la	enzima	transcriptasa	inversa;	3)
Integración,	cuando	el	ADN	proviral	sintetizado	se	integra	en	el	genoma	celular,
mediante	la	actuación	de	la	integrasa.	Luego	de	esto,	el	VIH	puede	permanecer
latente,	replicarse	de	forma	controlada	o	sufrir	una	replicación	masiva;	4)
Síntesis	de	las	proteínas	virales	y	maduración	y,	una	vez	sintetizadas	las
proteínas	virales,	se	procesan	de	forma	postraduccional,	mediante	la	acción	de	la
proteasa	viral;	5)	Gemación	y	difusión	de	los	virus,	con	la	maduración	de	los
viriones	y	el	ensamblaje	de	las	proteínas	virales,	el	nucleoide	se	desplaza	a	la
membrana	celular	y	es	liberado	por	gemación	(Bour,	Geleziunas	&	Wainberg,
1995;	Dalgleish	et	al.,	1984;	Deng	et	al.,	1996;	Doranz	et	al.,	1996;	Feng,
Broder,	Kennedy&	Berger,	1996;	Klatzmann	et	al.,	1984;	Weber,	Piontkivska	&
Quinones-Mateu,	2006;	Wyatt	&	Sodroski,	1998;	Zheng,	Lovsin	&	Peteerlin,
2005).
Su	transmisión	puede	darse	por	vía	sexual,	perinatal,	transfusión	sanguínea,
accidente	laboral	biológico	y	uso	compartido	de	agujas	por	usuarios	de	drogas
intravenosas	(OMS,	2016;	ONU,	2004;	Sánchez,	Acevedo	&	González,	2012;
Vera-Gamboa,	2001).	La	principal	causa	de	transmisión	del	VIH	en	todo	el
mundo	es	la	sexual	(Fauci	&	Lane,	2008,	Del	Rio,	Curran	&	Mandell,	2009,
citados	por	Sánchez	et	al,	2012;	Fondo	colombiano	de	enfermedades	de	alto
costo,	2014)	por	entrar	en	contacto	con	fluidos	anales,	seminales	o	vaginales,	es
decir,	practicar	sexo	oral,	anal	y	vaginal	sin	preservativo.	Se	ha	reportado	que,	en
África,	el	Caribe	y	Suramérica,	predomina	la	transmisión	en	personas	que
mantienen	sexo	heterosexual,	y	en	Europa	y	Norteamérica	se	transmite
principalmente	a	través	de	relaciones	homosexuales	en	varones	(Aceijas,
Stimson,	Hickman	&	Rhodes,	2004).
La	transmisión	por	vía	perinatal	puede	ocurrir	durante	el	embarazo,	el	parto	o	la
lactancia;	sin	embargo,	con	la	implementación	del	TAR,	la	cesárea	electiva	a	las
38	semanas	y	la	suspensión	de	la	lactancia	materna,	se	ha	logrado	reducir	la	tasa
de	hasta	un	40%	a	un	1%	(Gabiano	et	al,	1992,	Del	Rio,	Curran	&	Mandell,
2009,	citados	por	Sánchez	et	al,	2012).	El	riesgo	actual	de	transmisión	por
transfusión	sanguínea,	por	exposición	a	sangre	o	hemoderivados	es	cada	vez
menor	debido	a	las	precauciones	y	medidas	de	seguridad	de	los	bancos	de
sangre;	sin	embargo,	en	Colombia,	en	un	estudio	realizado	entre	febrero	y
septiembre	de	2003	se	encontró	una	frecuencia	de	1,8%	de	seropositividad	en
pacientes	con	múltiples	transfusiones	(Beltrán	et	al.,	2009).
El	accidente	laboral	biológico,	en	trabajadores	de	la	salud,	por	medio	de	material
corto-punzante	proveniente	de	pacientes	seropositivos,	ha	reportado	como	riesgo
promedio	de	seroconversión,	luego	de	una	herida	percutánea	a	través	de	una
aguja	con	sangre	infectada,	un	0,8%	y	por	contacto	de	fluidos	con	mucosa	o	piel
discontinua	un	0,09%	(Panlilio	et	al.,	2005,	citado	por	Sánchez	et	al,	2012).	Así
mismo,	los	usuarios	de	drogas	intravenosas	que	comparten	jeringas	presentan
alto	riesgo	de	transmisión	y	se	han	encontrado	reportes	de	diferentes	países	de
hasta	un	20%	de	prevalencia	y	la	heroína	es	la	más	comúnmente	utilizada
(Aceijas	et	al.,	2004;	Ross,	McCurdy,	Kilonzo,	Williams	&	Leshabari,	2008).	En
cualquier	caso,	hoy	se	sabe	que	su	transmisión	es	primariamente	por	contacto
sexual,	también	por	vía	sanguínea	o	de	madre	a	hijo	por	vía	perinatal	o	a	través
de	la	lactancia.	Por	otra	parte,	tras	35	años	de	observación,	no	existe	evidencia
de	otras	vías	de	transmisión	y,	aunque	se	encuentran	pequeñas	cantidades	de
virus	en	la	saliva,	las	lágrimas	y	el	sudor,	no	se	ha	comprobado	que	transmitan	el
VIH	(Fauci,	Folkers	&	Lane,	2018;	OMS,	2004).
Dentro	de	los	factores	asociados	con	un	mayor	riesgo	de	adquisición	del	VIH	se
han	descrito	la	dificultad	para	tomar	decisiones,	el	acceso	a	la	educación,	los
problemas	familiares	y	sociales,	el	desempleo,	dificultades	económicas	graves,
la	inequidad	social,	la	ignorancia	sobre	el	VIH/SIDA,	la	deficiente	educación
sexual,	tabúes	(Berbesi,	Segura-Cardona,	Caicedo	&	Cardona-Arango,	2015;
Mathers	et	al.,	2010;	Sánchez,	Acevedo	&	González,	2012;	Velásquez	&
Bedoya,	2010),	y	se	han	identificado	grupos	de	mayor	vulnerabilidad	tales	como
hombres	que	tienen	sexo	con	hombres,	habitantes	de	calle,	personas	privadas	de
la	libertad,	mujeres	transgénero,	usuarios	de	drogas	por	vía	inyectable	y
gestantes	(De	Anda,	Suárez,	Vera,	Castro	&	González,	2012;	Ministerio	de	Salud
y	Protección	Social,	2014).
La	infección	por	VIH	se	prolonga	en	tres	fases	caracterizadas	por	un	conjunto	de
síntomas	e	indicadores	clínicos	(Brito	&	Moreno,	2016;	Chacón-Quesada	et	al.
2009;	Chávez	&	Castillo,	2013;	InfoSIDA,	2018;	Lamotte,	2014;	Secretaría	de
Salud	México,	2012).	La	primera	de	ellas,	o	faseaguda,	que	corresponde	con	la
entrada	del	virus	al	cuerpo	y	puede	ser	asintomática,	como	ocurre	en	la	mayoría
de	los	casos,	o	sintomática,	con	manifestaciones	dermatológicas,
gastrointestinales,	neurológicas	y	generales,	parecidos	a	la	mononucleosis
infecciosa.	El	cuadro	de	infección	aguda	por	VIH	aparece	entre	la	segunda	y
sexta	semana	después	de	la	exposición	al	virus	y	desaparece	días	después;	en
ésta,	las	pruebas	diagnósticas	pueden	resultar	negativas,	aunque	el	virus	se
reproduce	rápidamente	y	se	propaga	por	el	cuerpo.
La	segunda	fase	o	fase	crónica	también	es	llamada	de	latencia	clínica	porque	el
portador	no	presenta	síntomas	que	puedan	asociarse	con	la	infección;	sin
embargo,	el	VIH	sigue	reproduciéndose	en	el	cuerpo,	pero	con	concentraciones
más	bajas.	Se	pueden	producir	adenopatías	persistentes	o	leves	infecciones
oportunistas.	Sin	TAR	puede	evolucionar	a	sida.	La	fase	sida	constituye	el
estadio	final	de	la	infección	por	VIH	y	se	caracteriza	por	la	aparición	de
infecciones	oportunistas	y	tumores;	representa	una	severa	inmunosupresión	con
significativa	depleción	de	linfocitos	CD4	y	alta	replicación	viral.	La	mayoría	de
pacientes	que	desarrolla	sida	no	sobrevive	más	de	tres	años	sin	TAR,	pero
incluso	en	esta	fase	crítica,	mediante	la	terapia	antirretroviral,	pueden	ser
controlados	(Gatell,	Clotet,	Podzamczer,	Miró	&	Mallolas,	2013).
La	intensa	investigación	realizada	ha	permitido	que	desde	1996	los	pacientes
dispongan	de	un	tratamiento	eficaz	para	frenar	la	replicación	de	este	virus	e
impedir	su	extensión	(Delgado,	2011).	El	tratamiento	antirretroviral	consiste	en
el	uso	de	medicamentos	específicos	contra	el	VIH,	denominados
Antirretrovirales	(ARV),	siendo	efectivos	para	prolongar	la	supervivencia	de	los
pacientes	con	infección	VIH,	mejorar	la	calidad	de	vida	y	retrasar	la	evolución	al
estadio	sida	(Asociación	Colombiana	de	Infectología,	Fundación	para	la
Investigación	y	el	Desarrollo	de	la	Salud	y	la	Seguridad	Social	&	Ministerio	de
la	Protección	Social,	2006;	Astuvilca	et	al.,	2007;	Fondo	Nacional	de	Recursos,
2019;	Hernández	&	Pérez,	2010;	InfoSIDA,	2017,	2019).
Los	ARV	bloquean	la	actividad	de	las	enzimas	del	VIH	para	impedir	que
cumplan	su	función	en	la	célula	infectada	puesto	que	ralentizan	o	detienen	la
replicación	del	VIH	o	producen	partículas	virales	que	no	son	viables,	reducen
drásticamente	el	nivel	de	actividad	del	virus	y	su	concentración	en	los	diferentes
fluidos	afectados	y	recuperan	paulatinamente	el	sistema	inmune	con	el
incremento	de	linfocitos	CD4	(InfoSIDA,	2017).	La	medicación	para	el	VIH
tiene	los	objetivos	de	aumentar	la	esperanza	y	calidad	de	vida,	evitar	la
progresión	de	la	enfermedad	porque	se	reduce	la	carga	viral	a	niveles
indetectables,	se	normaliza	el	estado	del	sistema	inmune	y	se	mantiene	el
recuento	de	CD4	en	rangos	adecuados	o	aumentarlo,	se	minimiza	la	transmisión
a	otras	personas	y	baja	la	incidencia	de	infecciones,	periodos	de
hospitalizaciones	y	la	mortalidad	(Gesida,	2019;	InfoSIDA,	2017;	Ministerio	de
Salud	y	Protección	Social	&	Fondo	de	Población	de	las	Naciones	Unidas,	2014;
Monforte	et	al.,	1998;	Peterson	et	al.,	2000;	Programa	de	Apoyo	a	la	Reforma	a
la	Salud,	2010;	Shen	et	al.,	1998).
Las	ventajas	del	TAR	son	la	disminución	de	la	activación	inmune	y	estado
inflamatorio	crónico,	reducción	del	desgaste	del	sistema	inmune,	de	la	evolución
del	VIH	y	de	su	diseminación	a	reservorios	celulares	y	órganos	santuarios,
disminución	de	incidencia	de	enfermedades	no	definitorias	de	sida
(cardiovasculares,	renales,	hepáticas,	neurológicas	y	oncológicas),	descenso	de
la	posibilidad	de	transmisión,	reducción	de	infecciones	oportunistas	y	neoplasias
asociadas	con	el	sida	y	aumento	de	la	expectativa	de	vida.	Por	otra	parte,	se
identifican	como	desventajas	el	hecho	de	ser	un	tratamiento	de	por	vida,	el
riesgo	de	tener	efectos	secundarios	o	tóxicos	de	los	medicamentos
(gastrointestinales,	cardiovasculares,	renales,	hepáticos,	cutáneos),	la	posibilidad
de	padecer	falla	virológica,	resistencia	viral,	limitar	opciones	terapéuticas,
transmitir	cepas	virales	resistentes	y	evolucionar	a	una	mayor	virulencia	si	no	se
tiene	un	nivel	óptimo	de	adherencia;	y	mantener	relaciones	sexuales	de	riesgo
por	considerar	que	la	terapia	reduce	el	riesgo	de	transmisión	(Centro	Nacional
para	la	Prevención	y	Control	del	VIH	y	el	sida,	2014).
No	obstante,	a	día	de	hoy,	la	infección	por	VIH	es	considerada	incurable	con
antirretrovirales	porque,	a	pesar	de	que	sea	posible	frenar	completamente	la
replicación	del	virus	durante	largos	periodos,	si	se	suspende	el	tratamiento	se
reinicia	la	replicación	a	expensas	de	un	reservorio	de	células	latentemente
infectadas	(Delgado,	2011).	Así	mismo,	a	pesar	de	la	efectividad	de	los	ARV	en
el	control	del	VIH,	la	respuesta	al	tratamiento	se	pierde	en	un	gran	número	de
pacientes	con	el	transcurso	del	tiempo,	lo	que	causa	falla	virológica	(aumento	de
la	carga	viral	plasmática),	falla	inmunológica	(disminución	del	recuento	de	CD4
en	la	sangre)	o	falla	clínica	(afecciones	clínicas	indicadoras	de	progresión	de	la
infección),	por	lo	que	es	fundamental	la	adherencia	del	paciente	al	TAR	y	de	esta
forma	evitar	y	retrasar	la	ocurrencia	de	estas	fallas	(Fondo	Nacional	de
Recursos,	2019).
En	los	países	industrializados	(Marrazzo	&	Holmes,	2018),	el	miedo	a	la
infección	por	VIH	desde	los	años	80	hasta	mediados	de	la	década	de	2000,	unido
a	la	extensión	de	las	intervenciones	conductuales	y	la	mejora	de	la	organización
de	los	sistemas	de	cuidados	de	las	enfermedades	curables	de	transmisión	sexual,
contribuyeron	inicialmente	a	frenar	la	transmisión	de	estas	enfermedades.	Sin
embargo,	la	disponibilidad	de	terapias	antirretrovirales	altamente	efectivas	y
bien	toleradas,	ha	llevado	a	que	el	VIH	se	haya	convertido	para	muchas	personas
en	una	enfermedad	crónica	asociada	con	una	vida	normal	y	una	elevada	calidad
de	vida,	lo	que	podría	estar	vinculado	con	el	bajo	índice	de	uso	del	preservativo
entre	los	jóvenes	(Centro	Reina	Sofía	sobre	adolescencia	y	juventud,	2019)
coincidente	con	la	tendencia	creciente	de	las	infecciones	de	transmisión	sexual
como	la	gonorrea,	clamidia	o	sífilis	(Rowley	et	al.,	2019;	Instituto	de	Salud
Carlos	III,	2019).	Para	la	prevención	y	el	control	de	las	infecciones	de
transmisión	sexual	se	recomienda	la	reducción	de	la	exposición	a	estas
infecciones	mediante	la	reducción	del	número	de	parejas	sexuales,	la	promoción
de	prácticas	de	sexo	más	seguro	como	el	uso	del	preservativo,	la	vacunación
frente	a	las	infecciones	HBV	(virus	de	la	hepatitis	B)	y	HPV	(virus	del	papiloma
humano),	la	circuncisión	masculina,	así	como	la	detección	temprana	y	el	inicio
precoz	del	tratamiento	de	los	pacientes	y	sus	parejas	sexuales.	(Marrazzo	&
Holmes,	2018).
1.2.	Impacto	emocional	del	VIH
El	VIH,	además	de	las	consecuencias	físicas,	implica	desajustes	psicológicos,
complicaciones	neurológicas	(que	se	presentan	de	acuerdo	con	la	fase	de	la
enfermedad),	efectos	secundarios	de	medicación	y	sentimientos	de	culpa	de	la
persona	diagnosticada.	Así	mismo,	factores	psicosociales	como	la	ansiedad,
depresión,	apoyo	social,	calidad	de	vida,	adherencia	al	tratamiento,
afrontamiento	del	diagnóstico	y	conductas	sexuales	de	riesgo,	pueden	incidir	en
que	la	enfermedad	avance	con	mayor	rapidez,	y,	por	ende,	en	la	vida	de	las
personas	seropositivas	(Rodríguez	et	al.,	2007).
Las	repercusiones	emocionales	del	diagnóstico	han	ido	evolucionando	a	medida
que	se	han	generado	los	avances	diagnósticos	y	terapéuticos	y	se	ha	modificado
la	respuesta	social	frente	al	VIH.	En	los	primeros	años	de	la	historia	de	la
infección,	el	diagnóstico	y	la	manifestación	de	síntomas	de	la	enfermedad
estaban	asociados	con	niveles	elevados	de	ansiedad,	depresión	e,	incluso,	con	un
elevado	riesgo	de	suicidio,	aunque	el	impacto	empezó	a	aplacarse	con	la	difusión
de	información,	el	counselling	antes	y	después	de	la	comunicación	de	los
resultados	de	las	pruebas,	el	acceso	a	los	tratamientos	médicos	y	el	cambio	en	las
expectativas	de	vida	(Chesney	&	Folkman,	1994).	Para	algunos	autores,	el	sida
en	sus	iniciosse	convirtió	en	una	especie	de	“muerte	social	anterior	a	la	muerte
física”	en	virtud	del	significado	social	asociado	con	el	diagnóstico	(Sontag,
1989).
El	diagnóstico	inicial	de	seropositividad	puede	convertirse	en	una	crisis	vital	que
altera	los	patrones	adaptativos	habituales	del	individuo	puesto	que	produce
estrés,	sentimientos	de	preocupación	por	la	amenaza	que,	para	su	vida,
representa	la	infección	por	VIH,	ansiedad	derivada	de	un	futuro	incierto	por	el
hecho	probable	de	no	disponer	claramente	de	los	recursos	necesarios	para	hacer
frente	a	su	situación	actual,	abatimiento	y	posible	depresión	ante	la	eventualidad
de	una	muerte	temprana	para	sí	mismo	o	para	personas	con	las	que	tiene	fuertes
vínculos	afectivos,	por	lo	que	afectan	la	percepción	del	paciente	sobre	su	estado
de	salud/enfermedad,	su	calidad	de	vida	e	inciden	en	la	progresión	de	la
enfermedad	(Arranz,	Bayés	&	Viladrich,	2001).
En	la	actualidad,	nuestra	experiencia	clínica	ha	revelado	que,	gracias	a	la
implementación	de	la	terapia	antirretroviral	de	gran	actividad,	la	percepción
social	del	VIH	se	ha	modificado	sustancialmente	y	la	infección	se	suele	vivir
como	una	enfermedad	crónica	con	escasa	repercusión	en	la	calidad	de	vida.	No
obstante,	el	proceso	de	asimilación,	aceptación	y	afrontamiento	del	diagnóstico
está	marcado	por	el	estigma	social	que	mantiene	asociado,	si	bien	de	manera	más
soterrada	y	menos	visible	que	hace	años.	Aunque	en	España	continúan
detectándose	actitudes	discriminatorias	hacia	las	personas	con	VIH	(Ministerio
de	Sanidad,	2013),	también	se	ha	identificado	una	tendencia	descendente	en	el
rechazo	hacia	las	personas	con	VIH	en	el	ámbito	escolar,	laboral	y	comercial
(Ministerio	de	Sanidad,	2014).	Sin	embargo,	en	Colombia	persisten	actitudes	de
estigma	y	la	discriminación	hacia	las	personas	con	VIH,	lo	que	continúa	siendo
una	barrera	para	la	prevención	y	la	atención	integral	en	salud	(Bermúdez-
Román,	Bran-Piedrahíta,	Palacios-Moya	&	Posada-Zapata,	2015;	Simbaqueba,
Pantoja,	Castiblanco	&	Ávila,	2011;	Tamayo-Zuluaga,	Macías-Gil,	Cabrera-
Orrego,	Henao-Peláez	&	Cardona-Arias,	2014).
Es	muy	característico	que	las	personas	diagnosticadas	mantengan	en	silencio	su
condición	de	seropositivas,	por	miedo	al	rechazo	y	a	las	repercusiones	sociales,
familiares	o	laborales.	El	impacto	inicial	en	el	estado	de	ánimo	y	las
preocupaciones	en	torno	a	la	salud	y	el	futuro,	con	frecuencia,	se	mantienen	en
secreto,	lo	que	limita	las	posibilidades	de	que	el	entorno	social	proporcione	el
apoyo	necesario	en	los	ámbitos	emocional	y	práctico.	La	persona	afectada	tendrá
que	enfrentarse	pronto	a	una	toma	de	decisiones	en	torno	a	la	revelación	del
diagnóstico	y	necesitará	valorar	con	qué	personas	cercanas	y	en	qué	momento
comparte	la	información	sobre	su	condición	de	seropositivo	y	su	estado	de	salud.
Esta	toma	de	decisiones	que,	en	muchos	casos,	se	inclina	hacia	la	revelación	de
esta	información	a	un	número	limitado	o	muy	limitado	de	allegados,	supone	un
estrés	añadido	al	diagnóstico.
Las	posibles	reacciones	adversas	de	algunas	personas	del	entorno	y	las
experiencias	de	discriminación	pueden	complicar	el	afrontamiento.	No	obstante,
el	estigma	estaría	muy	presente,	incluso,	aunque	no	se	haya	experimentado	el
rechazo	en	primera	persona.	De	este	modo,	a	la	experiencia	de	pérdida	de	la
salud	se	sumará	el	probable	sentimiento	de	soledad	y	la	preocupación	o	el	miedo
en	torno	a	que	alguien	pueda	descubrir	el	diagnóstico.	Además,	el	diagnóstico	de
una	enfermedad	crónica	transmisible	y	asintomática	supone	para	muchos
pacientes	un	cuestionamiento	del	propio	futuro	y	del	proyecto	de	vida	(Edo	&
Ballester,	2006).
También	se	ha	señalado	cómo	los	pacientes	seropositivos,	con	frecuencia,
manifiestan	somatización,	comportamientos	obsesivo-compulsivos	e	hipocondría
(Ballester,	2005),	en	relación	con	la	preocupación	a	padecer	síntomas	de	la
enfermedad.	Las	secuelas	psicológicas	más	citadas	en	la	literatura	en	el	ámbito
del	VIH	son	la	ansiedad	y	la	depresión.	El	nivel	de	ansiedad	y	depresión	en	VIH
llega	a	superar	al	de	los	pacientes	oncológicos,	así	como	su	preocupación	por	la
salud	y	la	interferencia	de	su	salud	en	sus	vidas,	mientras	que	es	menor	su
percepción	de	apoyo	social	y	su	autoestima	(Edo	&	Ballester,	2006).
Entre	las	repercusiones	psicosociales	de	la	infección	por	VIH,	la	depresión	se	ha
citado	como	un	predictor	de	resultados	negativos	en	los	pacientes,	en	concreto
menor	adherencia	a	la	medicación,	peor	calidad	de	vida	y	funcionalidad,	peores
resultados	del	tratamiento	y	la	eventualidad	de	empeoramiento	de	la	progresión
de	la	enfermedad	y	mayor	riesgo	de	mortalidad,	así	como	mayor	riesgo	de
transmisión	del	virus	(Nanni,	Caruso,	Mitchel,	Meggiolaro	&	Grassi,	2015).	El
ánimo	depresivo	parece	ser	uno	de	los	factores	con	más	peso	sobre	la	salud
mental,	influido	a	su	vez	por	el	estrés	que	ocasiona	el	VIH	y	la	autonomía
personal	(Ballester,	Gómez,	Fumaz,	González,	Remor	&	Fuster,	2016).
La	depresión	es	el	trastorno	mental	más	frecuente	en	pacientes	con	VIH	porque
su	incidencia	asciende	al	doble	o	el	cuádruple	que	entre	la	población	general
(Salazar,	2018).	La	presencia	de	depresión	está	asociada	con	peor	calidad	de	vida
y	baja	adherencia,	lo	que	afectaría	la	evolución	de	la	infección,	medida	a	través
del	deterioro	del	sistema	inmune	y	mayor	riesgo	de	progresión	a	sida	y	de
mortalidad	(Trépanier,	Rourke,	Bayoumi,	Halman,	Krzyzanowski	&	Power,
2005;	Jin	et	al.,	2006;	Nanni,	Caruso,	Mitchell,	Meggiolaro	&	Grassi,	2015;
Gonzalez,	Batchelder,	Psaro	&	Safren,	2011).	Así	mismo,	la	depresión	en
mujeres	con	VIH	está	asociada	con	mayor	riesgo	de	mortalidad	no	sólo	como
resultado	de	la	progresión	a	sida,	sino	debido	a	mayor	probabilidad	de	otros
riesgos	añadidos	como	accidentes,	violencia	y	sobredosis	de	alcohol	y	drogas
(Treisman	&	Angelino,	2007).
Entre	los	factores	de	riesgo	de	depresión	en	pacientes	VIH	se	han	mencionado	el
género	femenino	(Richards,	2011),	y	una	edad	superior	a	50	años	(quizás	debido
al	mayor	riesgo	de	comorbilidades	y	daño	cognitivo	en	pacientes	de	mayor	edad)
(Watkins	&	Treisman,	2012;	McArthur,	Steiner,	Sacktor	&	Nath,	2010).	También
se	han	señalado	como	factores	de	riesgo	condiciones	psicosociales	como
desempleo,	bajo	nivel	de	ingresos,	bajo	apoyo	social,	consumo	de	drogas	o	baja
autoeficacia	(Springer,	Chen	&	Altice,	2009;	Omiya,	Yamazaki,	Shimada	&
Ikeda,	2014).	Así	mismo,	se	ha	relacionado	la	depresión	en	VIH	con	el
autojuicio	(Eller	et	al.,	2014).	Otros	factores	que	predicen	mayor	riesgo	de
depresión	son	el	impacto	de	eventos	vitales	negativos	y	la	discapacidad	(Olley,
Seedat,	Nei	&	Stein,	2004).
La	depresión	en	personas	que	viven	con	el	VIH	parece	estar	relacionada	con	el
peso	asociado	a	sufrir	una	enfermedad	crónica	que	supone	una	amenaza	para	la
vida	(Clarke	&	Currie,	2009),	el	impacto	en	la	vida	diaria	y	las	relaciones
interpersonales,	la	conciencia	de	que	la	enfermedad	puede	ser	controlada	pero	no
curada,	el	estigma	relacionado	con	los	estilos	de	vida,	la	necesidad	de	una
adherencia	estricta	a	los	antirretrovirales,	y	la	ocurrencia	de	complicaciones	y
comorbilidades	(Nanni	et	al.,	2015).	También	se	ha	identificado	la	influencia
significativa	que	juega	la	pérdida	experimentada	por	los	pacientes	en	la
percepción	de	síntomas	y	la	depresión,	cuando	son	controladas	otras	variables
(Golub,	Gamarel	&	Rendina,	2014).	Además,	numerosos	estudios	avalan	que	el
estigma	y	la	falta	de	apoyo	social	parecen	estar	fuertemente	asociados	con	la
depresión	en	pacientes	con	VIH	(Logie	&	Gadalla,	2009;	Nachega	et	al.	2012;
Agrawal,	Srivastava,	Goyal	&	Chaudhury,	2012;	Stutterheim	et	al.,	2009;	Breet,
Kagee	&	Seedat,	2014).
Reacciones	y	trastornos	asociados	con	ansiedad	también	son	frecuentes	en	VIH.
Entre	las	respuestas	emocionales	más	habituales	se	encuentra	la	inseguridad	en
torno	al	futuro	y	el	miedo	a	la	enfermedad	(Salazar,	2018).	También,	se	ha
reportado	como	barreras	psicosociales	que	disminuyen	la	motivación	para	asistir
a	las	citas	de	control	y	tomar	los	medicamentos,	la	presencia	de	angustia,	falta	de
propósito	en	la	vida,negación	de	la	necesidad	de	dedicarse	atención	a	sí	mismo,
confianza	insuficiente	en	la	eficacia	de	la	atención	o	del	sistema	de	salud,	muerte
de	seres	queridos	que	conlleva	un	duelo	o	pérdida	de	apoyo	social	y	la
participación	en	comportamientos	específicos	de	evitación	como	el	consumo	de
drogas	y	alcohol	(Georgia	et	al.,	2018).
1.3.	Estigma	y	VIH
El	estigma	es	un	proceso	mediante	el	cual	se	atribuye	a	una	persona	o	grupo,	una
característica	que	desprestigia	a	ojos	de	los	demás	(Goffman,	2009),	y	hace
referencia	a	identificar	y	etiquetar	determinadas	diferencias	en	el	ser	humano,	lo
que	implica	relacionar	a	las	personas	etiquetadas	con	estereotipos	negativos,
como	si	se	tratara	de	una	categorización	que	facilita	la	discriminación	y	la
desigualdad	(Link	&	Phelan,	2001).	El	estigma	implica	identificar	y	reprobar	a
personas	que	se	apartan	de	la	norma	social,	lo	que	incrementa	la	ansiedad	y	los
sentimientos	de	amenaza	en	la	población,	que	se	protege	a	través	del	estigma	y
el	rechazo	para	aumentar	su	sensación	de	control	y	reducir	su	ansiedad
(Goffman,	2009).
El	estigma	es	experimentado	a	través	de	3	mecanismos:	estigma	declarado
(grado	en	que	la	persona	ha	experimentado	prejuicios	y	discriminación	de	otras
personas	de	su	comunidad),	anticipado	(grado	en	que	espera	experimentar
prejuicios	y	discriminación	en	el	futuro)	e	internalizado	(grado	en	que	las
creencias	y	sentimientos	negativos	asociados	con	el	VIH	son	interiorizados)
(Earnshaw	&	Chaudoir,	2009).	Se	ha	constatado	que	la	internalización	del
estigma	es	en	sí	misma	una	fuente	de	estigma	(Tsutsumi	&	Izutsu,	2010;	Fuster
&	Molero,	2011).
Se	han	reportado	diferentes	consecuencias	que	presentan	las	personas
estigmatizadas,	tales	como	mayores	síntomas	de	hipertensión	arterial,	menor
esperanza	de	vida,	amenaza	a	la	identidad	y	presencia	de	malestar	psicológico	y
emocional	(Major	&	O´Brien,	2005),	de	modo	que	podría	afectar	al	sistema
inmunológico	en	tanto	se	incrementa	la	vulnerabilidad	a	padecer	más
infecciones,	desembocando	en	una	más	rápida	progresión	de	la	enfermedad.	En
el	contexto	social,	el	estigma	proporciona	una	identidad	negativa	a	los
individuos	pertenecientes	a	los	grupos	estigmatizados	puesto	que	se	forman	un
autoconcepto	negativo	y	propicia	su	exclusión,	de	tal	forma	que	desencadena
eventuales	violaciones	en	sus	derechos	e	imposibilita	su	pleno	desarrollo
personal	(Fuster	&	Molero,	2011).
El	estigma	relacionado	con	el	VIH	se	ha	asociado	con	resultados	perjudiciales
para	las	personas	que	viven	con	VIH/sida	(Earnshaw	&	Chaudoir,	2009;	Skinta
et	al.,	2014),	lo	que	reduce	significativamente	su	bienestar,	afecta	la	adherencia	a
la	medicación	y	el	contacto	con	los	proveedores	médicos.	Por	otra	parte,	por	este
miedo	a	la	estigmatización	y	al	juicio,	muchas	personas	evitan	hablar	de	su
diagnóstico	y	reprimen	los	pensamientos	asociados	con	vivir	con	el	VIH.	Esta
supresión	conduciría	a	exacerbar	los	síntomas	y	disminuir	los	niveles	de	salud
mental	y	física,	es	decir,	se	limita	la	apertura	de	muchos	pacientes	con	respecto	a
su	enfermedad	y	su	gestión	(Moitra	et	al.,	2011).
El	estigma	asociado	con	el	VIH	y	la	resultante	discriminación	en	muchos	países
provoca	mayores	efectos	negativos	que	la	infección	misma.	Según	ONUSIDA
(2008),	consecuencias	como	el	abandono	por	parte	de	la	pareja	o	la	familia,	el
aislamiento	social,	la	pérdida	de	trabajo	o	bienes,	la	expulsión	del	sistema
educativo,	la	negación	de	servicios	médicos,	la	violencia	y	el	temor	a	sufrir	estos
efectos,	hace	menos	probable	que	las	personas	recurran	a	pruebas	diagnósticas
de	VIH,	adopten	comportamientos	preventivos	en	relación	con	el	VIH	que
niegan	la	existencia	de	riesgo,	revelen	su	estado	serológico	y	que	accedan	a
tratamiento,	cuidado	y	apoyo.	El	estigma	supone	la	disminución	de	la	auto-
eficacia	percibida	e	interfiere	con	el	uso	de	estrategias	de	afrontamiento
aumentando	las	estrategias	de	evitación	y	el	afecto	negativo	por	la	pertenencia	al
grupo	(Fuster	&	Molero,	2011).	Además,	el	estigma	está	relacionado	con
angustia,	vergüenza,	depresión,	disminución	de	la	autoestima,	peor	ajuste
psicológico,	estrés	asociado	con	la	revelación	del	diagnóstico	(González,
Solomon,	Zvolensky	&	Miller,	2006),	miedo	al	rechazo	y	riesgo	de	aislamiento
(Visser,	Neufeld,	De	Villiers,	Makin	&	Forsyth,	2008;	Black	&	Miles,	2002),
bajo	apoyo	social,	peor	salud	física	y	mental	(Logie	&	Gadalla,	2009)	y	una	peor
calidad	de	vida	(Cebolla,	2017).
El	estigma	puede	darse	en	lo	físico,	lo	social,	lo	verbal	y	lo	institucional	(Ogden
&	Nyblade,	2005).	En	lo	atinente	a	lo	físico	se	expresa	en	violencia	física,
aislamiento	como	separación	de	dormitorios,	utensilios	de	comida,	lavado	de
ropa,	así	como	no	permitir	que	la	persona	con	VIH	coma	junto	a	su	familia,	que
no	colaborare	en	actividades	domésticas	y	rechazo	en	espacios	públicos.	En	lo
social	se	identifica	en	la	reducción	de	interacciones	diarias	con	la	familia,	la
comunidad	y	pérdida	de	redes	sociales,	también	en	la	disminución	de	roles	al
categorizárseles	como	miembros	no	productivos	de	la	sociedad,	mermando
poder,	respeto	y	estatus	social.	El	estigma	verbal	se	evidencia	en	forma	directa	o
indirecta,	consistente	en	especulaciones,	rumores,	comentarios,	burlas	insultos,
amenazas,	reproches,	culpabilización	y	expresiones	de	vergüenza.	Sobre	lo
institucional	el	estigma	toma	forma	de	pérdida	de	empleo,	dificultades	de	acceso
a	la	educación,	trato	discriminatorio	en	lo	sanitario	y	mensajes	en	los	medios	de
comunicación	que	alimentan	una	imagen	negativa	de	las	personas	que	viven	con
VIH.
El	estigma	por	el	VIH/sida	afecta	a	cualquier	individuo	sin	distinción	e	involucra
a	las	personas	que,	se	sabe,	han	contraído	el	virus,	a	las	personas	que	se	presume
que	lo	han	contraído	o	que	son	vulnerables	al	virus,	como	los	profesionales	del
sexo	y	los	hombres	que	tienen	relaciones	sexuales	con	hombres,	a	las	familias	de
los	enfermos	y	a	quienes	los	cuidan.	Por	lo	tanto,	se	deben	desplegar	acciones	no
solamente	de	atención	al	VIH,	sino	que	es	necesario	incluir	en	la	atención
integral,	perspectivas	como	el	enfoque	de	género,	interculturalidad,	de	derechos
humanos	y	ampliar	el	campo	de	acción	en	los	ámbitos	social,	institucional	y
legal	que	frene	la	estigmatización,	exclusión	y	discriminación,	valiéndose	de	la
educación	y	eliminación	de	barreras	para	acceder	a	información	científica	y	clara
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Capítulo	2.
Adherencia	al	tratamiento	antirretroviral
CRISTIAN	LEONARDO	SANTAMARÍA	GALEANO
ANA	FERNANDA	URIBE	RODRÍGUEZ
Este	capítulo	brinda	una	aproximación	a	la	conceptualización	de	la	adherencia	al
tratamiento,	el	rol	que	juega	en	el	control	de	la	enfermedad,	los	principales
factores	que	la	favorecen	o	afectan,	los	comportamientos	y	conductas	específicas
que	configuran	un	nivel	de	adherencia	óptimo	en	el	tratamiento	del	VIH	y	la
prevención	de	complicaciones	clínicas.	Así	mismo,	se	presentan	algunas
aproximaciones	o	enfoques	que	han	intentado	explicar	y	mejorar	el	problema	de
la	no-adherencia	e	identificar	ventajas	y	desventajas	que	se	han	planteado	en
diferentes	investigaciones	empíricas	y	formulaciones	metodológicas.
2.1.	Adherencia	al	tratamiento
Un	aspecto	para	lograr	el	control	de	la	enfermedad	es	la	adherencia	terapéutica
(Arias,	Bórquez,	Moldenhauer,	Ortega	&	Pérez,	2004;	Lifshitz,	2007;	Soria,	et
al,	2009),	entendida	como	el	grado	en	que	coincide	el	comportamiento	del
paciente	con	las	recomendaciones	acordadas	por	el	personal	sanitario	(Infac,
2011).	Es	decir,	comprende	los	comportamientos	que	lleva	a	cabo	el	paciente	a
diario	y	que	“coinciden	y	son	coherentes	con	los	acuerdos	realizados	y	las
recomendaciones	discutidas	y	aceptadas	en	la	interacción	con	los	profesionales
de	la	salud	que	lo	atienden,	en	una	dinámica	de	implicación	activa	del	paciente
en	el	control	de	su	enfermedad”	(Varela	et	al.,	2008)	(p.	104),	esto	incluye	asistir
a	las	consultas	programadas,	completar	los	análisis	o	pruebas	solicitadas,	tomar
los	medicamentos	como	se	prescribieron	y	consolidar	cambios	de	estilo	de	vida
recomendados	(Silva,	Galeano	&	Correa,	2005).
La	adherencia	al	tratamiento	desde	modelos	socio-cognitivos	es	el	“resultado	de
una	decisión	racional	que	el	paciente	toma	y	que	dependería	de	sus	creencias
sobre	las	consecuencias	de	no	tomar	la	medicación,	su	vulnerabilidad	a	dichas
consecuencias	o	la	relación	costo-beneficio	que	supone	seguir	el	tratamiento”
(Amigo,	Fernández	&	Pérez,	1998,	citados	por	Remor,	2002)	(p.	262).	La	OMS
la	define	como	el	grado	en	que	el	paciente	sigue	las	indicaciones	o
recomendaciones	dadas	por	el	profesional	de	la	salud	(toma	de	medicamentos,
cambios	en	el	estilo	de	vida,	seguimiento	de	dieta)	(OMS,	2001).
Desde	el	enfoque	conductual	contextual,	la	adherencia	al	tratamiento	implica	el
desarrollo	de	diferentes	conductas	comprometidas	y	valiosas	de	implicación
activa	con	el	cuidado	de	la	salud	y	control	de	la	enfermedad,	elegidas
libremente,	interrelacionadas	y	en	constante	ejecución,	que	impregnan	una	o
varias	funciones	en	la	vida	del	cliente,	las	cuales	están	motivadas,	orientadas	e
impregnadas	de	valor	para	la	persona	(con	sus	valores	en	la	dimensión	de	la
salud	y	bienestar,	de	la	familia,	de	la	relación	de	pareja,	etc.)	y	se	llevan	a	cabo
teniendo	presente	diferentes	objetivos	individuales,	mismos	que	están	alineados
con	estos	valores;	siendo	mediador	de	este	proceso	la	historia	de	vida	personal,
el	contexto	vital	del	paciente,	la	aceptación	de	su	tratamiento	y	los	eventos
privados	relacionados	con	su	diagnóstico	y	tratamiento	(Santamaría,	2019).	Con
esta	perspectiva,	la	adhesión	terapéutica	es	propia	de	cada	persona	en	la	medida
que	se	reconoce	la	experiencia	individual,	los	eventos	privados	y	contexto	del
cliente,	además	de	la	función	que	tiene	el	régimen	terapéutico	y	las
recomendaciones	del	equipo	asistencial	en	su	vida,	así	como	de	las	acciones
comprometidas	que	debe	desplegar	y	mantener	para	cultivar	sus	valores
personales	implicados	en	su	diagnóstico	y	tratamiento	y,	por	tanto,	en	el	cuidado
de	su	salud	(Santamaría,	2019).
Comprende	un	conjunto	de	conductas	complejas	que	incluyen	aspectos
conductuales	(saber	qué	hacer,	cómo	hacerlo	y	cuándo	hacerlo),	relacionales	y
volitivos,	conducentesa	la	participación	activa	y	comprensión	del	tratamiento
por	parte	del	paciente,	de	manera	conjunta	con	el	profesional	de	la	salud,
evocando	una	respuesta	modulada	por	la	búsqueda	activa	y	consciente	de
recursos	para	mantener	a	lo	largo	del	tiempo	los	resultados	esperados	(Martín,
2004).	Implica	un	proceso	de	incorporación	(si	son	nuevos)	y	perfeccionamiento
(si	ya	existen)	de	hábitos	en	el	estilo	de	vida	y	de	modificación	de	aquellos	que
facilitan	el	progreso	de	la	enfermedad	(Varela	et	al.,	2008).	Es	necesaria	la
aceptación	del	diagnóstico	correspondiente	a	la	propia	enfermedad,	la	aceptación
convenida	del	tratamiento	y	el	seguimiento	de	este	con	participación	activa	y
voluntad	constante	del	paciente	(Martín,	2004;	Salinas	&	Nava,	2010).
2.2.	Adherencia	al	Tratamiento	Antirretroviral	(TAR)
La	adherencia	al	tratamiento	es	un	factor	fuertemente	asociado	con	el	éxito	o
fracaso	terapéutico	en	el	control	de	las	enfermedades	crónicas,	pero
específicamente	en	el	VIH/sida	cumple	un	papel	fundamental	para	el	manejo
adecuado	de	la	infección	y	éxito	del	tratamiento,	puesto	que	la	acelerada
replicación	y	mutación	del	virus	requiere	un	alto	grado	de	adherencia	(Patiño	&
Vargas,	2013).	Ésta	debe	ser	de	mínimo	95%	para	lograr	la	supresión	viral
(Carpenter	et	al.,	2000;	Escobar	et	al.,	2003;	Girón	et	al.,	2007;	Hecht	et	al.,
1998;	Hernández	et	al.,	2013;	Peñarrieta	et	al.,	2009;	Peterson	et	al.,	2000;
Remor,	2002;	Tafur	et	al.,	2008;	Varela	et	al.,	2008;	Ventura-Cerdá,	Mínguez-
Gallego,	Fernández-Villalba,	Alós-Almiñana	&	Andrés-Soler,	2006).
La	adherencia	al	TAR	comprende	aspectos	farmacológicos	y	no	farmacológicos
que	toda	persona	seropositiva	debe	incorporar	en	sus	hábitos	cotidianos,	llevar	a
cabo	desde	el	momento	de	su	diagnóstico	y	mantener	en	el	tiempo,	a	partir	de	los
acuerdos	que	establezca	con	los	profesionales	de	la	salud	que	le	atienden
(infectólogo/a,	psicólogo/a,	trabajador/a	social,	enfermero/a,	químico/a
farmaceuta,	regente	de	farmacia,	entre	otros),	dando	prioridad	a	su	cuidado	y
estableciendo	las	rutinas	necesarias	para	lograr	el	control	viral	y	prevenir
complicaciones	clínicas.
Dentro	de	estos	aspectos	se	incluye	tomar	los	medicamentos	antirretrovirales
según	las	prescripciones	médicas	(en	los	horarios	indicados,	la	cantidad	exacta	y
de	acuerdo	con	los	intervalos	o	frecuencias	de	las	dosis),	asistir	a	la	citas
médicas	periódicas	y	con	otros	profesionales	de	la	salud,	cumplir	con	la	toma	de
exámenes	de	control	(CD4,	carga	viral,	citología,	perfil	lipídico,	serología,	etc.),
practicar	ejercicio	físico	regularmente,	alimentarse	según	las	recomendaciones
médicas	y	nutricionales	(reducir	el	consumo	de	grasa,	azúcar,	harinas,	etc.),
manejar	adecuadamente	las	alteraciones	emocionales	que	influyen
negativamente	en	el	estado	inmunológico	(estrés,	ansiedad	y	depresión),	evitar	el
consumo	de	sustancias	psicoactivas	(alcohol,	cigarrillo	y	drogas	ilegales),
utilizar	métodos	de	prevención	de	la	reinfección	del	VIH	y	otras	infecciones	de
transmisión	sexual	(ITS)	(ej.	uso	correcto	del	preservativo),	observar	el	propio
cuerpo	para	detectar	si	hay	cambios	(ganglios	inflamados,	alergias,	manchas,
etc.),	y	priorizar	el	cuidado	de	sí	mismo	(conductas	de	autocuidado	de	la
apariencia	física	e	imagen	corporal,	sacar	tiempo	para	sí	mismo,	no	descuidar	el
propio	tratamiento	por	atender	el	de	los	demás,	etc.)	(Varela	&	Hoyos,	2015;
Varela	et	al.,	2008;	Varela	et	al.,	2009).
Estos	comportamientos	pueden	ser	facilitados	por	la	ejecución	de	conductas
específicas	y	habilidades	que	reduzcan	los	riesgos	del	fracaso	terapéutico
(Amigo,	Fernández	&	Pérez,	1998,	citados	por	Varela	et	al.,	2008),	como	usar
estrategias	eficaces	para	identificar	los	ARV,	recordar	la	toma,	mantenerlos	en	un
lugar	accesible,	establecer	alarmas,	manejar	posibles	efectos	secundarios	y
organizar	el	plan	terapéutico	(combinación	de	medicamentos,	dosis	y	horarios);
buscar	información	adecuada	y	veraz	sobre	su	diagnóstico	y	TAR,	y	mantener	un
diálogo	fluido	y	constante	con	los	profesionales	de	la	salud	para	aclarar	dudas
respecto	al	VIH	y	tratamiento;	buscar	ayuda	de	un	profesional	o	apoyo	social	en
grupos	o	instituciones	para	solucionar	problemas	emocionales	o	situaciones
difíciles;	reestructurar	las	rutinas	diarias	para	responder	a	las	necesidades	y
condiciones	propias	del	VIH	y	TAR;	llevar	consigo	contenedores	o	pastilleros
adecuados,	dosis	de	ARV	cuando	sabe	que	estará	lejos	del	lugar	donde
generalmente	los	mantiene	y	se	le	puede	pasar	el	horario	de	toma;	tener	reservas
de	medicamentos	para	no	suspender	el	tratamiento	en	caso	de	eventualidades	e
inconsistencias	con	su	seguro	médico	o	dispensario	farmacéutico;	implementar
alternativas	para	tomar	los	ARV	sin	que	los	demás	conozcan	su	diagnóstico;
planear	respuestas	convenientes	ante	las	preguntas	de	terceros	relacionadas	con
la	enfermedad	o	el	tratamiento;	conocer	sus	derechos	y	deberes	como	pacientes	y
utilizar	los	recursos	legales	para	hacer	respetar	el	derecho	a	recibir	tratamiento
oportunamente;	mantener	preservativos	disponibles	en	condiciones	adecuadas,
entre	otros	(Varela,	et	al.,	2008).
El	proceso	de	adherencia	al	TAR	se	ha	asociado	con	diferentes	factores,
agrupados	en	cuatro	grupos:	los	vinculados	con	los	factores	personales,	con	la
enfermedad	y	el	tratamiento,	con	el	sistema	de	salud	y	con	las	relaciones	sociales
(Turk	&	Meichenbaum,	1991;	Varela	et	al.,	2008).	Dentro	de	los	factores
personales	determinados	por	las	particularidades	del	paciente,	se	han	reportado
las	variables	sociodemográficas,	tales	como	la	edad,	sexo,	nivel	escolar,	ingresos
económicos,	entorno	familiar	y	social,	etc.	(Alvis	et	al.,	2009;	Chesney	et	al.,
2000;	Ickovics	&	Meade,	2002;	Simoni,	Frick,	Lockhart	&	Liebovitz,	2002;
OMS,	2004),	la	historia	de	tratamientos	de	la	persona	(Piña,	Corrales,	Mungaray
&	Valencia,	2006;	Spire	et	al.,	2002;	Wasti,	Simkhada,	Randall,	Freeman	&
Teijlingen,	2012),	el	conocimiento	sobre	el	diagnóstico	y	el	tratamiento,	su
autoeficacia	y	autocontrol	(Abel	&	Painter,	2004;	Andrinopoulos,	Kerrigan,
Figueroa,	Reese	&	Ellen,	2010;	Godin,	CoˆTé,	Naccache,	Lambert	&	Trottier,
2005;	Kalichman	et	al.,	2001;	Kumarasamy	et	al.,	2005;	Lewis,	Colbert,	Erlen	&
Meyers,	2006;	Ortíz,	2004;	Piña	et	al.,	2006;	Reynolds,	2003).
Así	mismo,	la	historia	personal	de	seguir	instrucciones,	las	verbalizaciones	de
voluntad	de	seguir	las	prescripciones,	el	tipo	de	consecuencias	de	las	actividades
prescritas	y	su	distribución	temporal	y	la	aceptación	del	sufrimiento	y	del	dolor
como	parte	de	la	propia	vida	(García,	García	&	Vives,	2004;	Herruzo,	1990;
Luciano	&	Herruzo,	1992),	la	presencia	de	estados	motivacionales	y
emocionales	positivos	(Godin	et	al.,	2005;	González	et	al.,	2004;	Lewis	et	al.,
2006;	Sánchez-Soza,	Cázares,	Piña	&	Dávila,	2009),	los	estilos	de	afrontamiento
adecuados	(Enríquez,	Gore,	O´Connor	&	McKinsey,	2004;	Molassiotis,	Lopez-
Nahas,	Chung	&	Lam,	2003),	la	ausencia	de	indicadores	de	problemas
psiquiátricos	(Carballo	et	al.,	2004;	Molassiotis	et	al.,	2003;	Piña	et	al.,	2006),	y
el	no	consumir	sustancias	psicoactivas	(Molassiotis	et	al.,	2003).
En	los	factores	relativos	a	la	enfermedad	y	el	tratamiento	se	incluyen	los
aspectos	asociados	al	VIH/sida,	las	implicaciones	en	el	estilo	de	vida	y	las
características	del	TAR	(Alvis	et	al.,	2009;	Knobel	et	al.,	2005;	Varela	et	al.,
2008;	Wasti	et	al.,	2012).	Dentro	de	estos	se	han	reportado	la	ausencia	de	efectos
secundarios	del	tratamiento	(Godin	et	al.,	2005),	la	baja	complejidad	del	régimen
terapéutico	(Abel	&	Painter,	2004;	Carballo	et	al.,	2004),	el	tiempo	de	infección
y	estado	inmunológico	(carga	viral,	CD4	y	estadio)	(Mocroft	et	al.,	2001;	Remor,
2002),	la	vía	de	transmisión	perinatal	(Veinot	et	al.,	2006)	y	la	eficacia
terapéutica	(Lewis	et	al.,	2006).
Los	factores	sociales	comprenden	las	relaciones	interpersonales	del	paciente	con
su	familia,	amigos,	pareja,	profesionales	de	la	salud	y	entorno	en	general	y	se
resalta	la	existencia	de	redes	de	apoyo	(Berg	et	al.,	2005;	Catz	et	al.,	2000;
Godin	et	al.,	2005;	Gordillo,	Del	Amo,	Soriano	&

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