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51 LA COMARCA MUNDO: ESCRITURA Y PATAGONIA EN MICROFILM DE CARLOS BLASCO Laura Pollastri Universidad Nacional del Comahue Recostadas contra el paisaje, Plaza Huincul y Cutral-Có emergen de las entrañas del desierto patagónico: dos ciudades construidas en torno a la explotación del petróleo. Una de ellas, Plaza Huincul, compone el humus originario en la escritura de Carlos Blasco generando una poética que puede extenderse a muchos otros escritores del sur. La comarca se vuelve entonces mundo, un lugar que tanto atrapa como expulsa: “pueblo chico… / pueblo de mierda / aquél que anda diciendo / aquélla que está relimada y habla boludeces / el otro que qué carajo se piensa / y mirala a aquella otra…/ ma’ sí yo me encierro / a ver cuánto aguanto / jugando al ajedrez / con la culpa” (Blasco 2006: 27). A esta voz le hace eco, por ejemplo, Silvia Mellado 1 : “este pueblo produce muchachas enfurecidas / no hay columpios sanos / donde hamacarse y / nadie las echa / se van solas a las ciudades” (Mellado 2014: 17); y, del lado chileno, Rosabetty Muñoz 2 establece el contrapunto en “(huele a esencias)”: “No esperen una postal amable / deste pueblo de mierda. // Aparte del mar encabritado / además de las ratas / devorándose entre ellas, / aún después de los cadáveres; / el asunto huele a esencias. // Para estar aquí / hace falta estar vencido.” (Muñoz [2005] 2012: 108. 1 Silvia Mellado nació en Zapala (Neuquén, Patagonia, Argentina) en 1977. Hizo sus estudios de grado en la Universidad Nacional de La Plata donde se recibió de profesora y licenciada en Letras. Al concluir sus estudios regresó a Neuquén, donde se desempeña como docente e investigadora en la Universidad Nacional del Comahue. En su tesis doctoral, realizada con una beca de CONICET, trabaja la literatura actual de la Patagonia argentina y fue presentada en la Universidad Nacional de Córdoba en el año 2013. Continúa estudiando la literatura del sur, ahora en torno a la Patagonia chilena. Ha publicado: La morada incómoda. Estudios sobre poesía mapuche: Elicura Chihuailaf y Liliana Ancalao (General Roca: Publifadecs, 2014). En el ámbito de la poesía, ha publicado: Celuloide (La Plata, Edulp: 2005); Acetato (Neuquén: EDUCO, 2009; moneda nacional (Neuquén: Edición de autor, 2013-2014) y Pantano seco (Neuquén: ediciones Con Doble Z, 2014). 2 Rosabetty Muñoz nació en 1960 en Ancud (Chiloé, Chile), donde reside. Ha ejercido como profesora de Castellano en diversos establecimientos educacionales de Chiloé. Integró el taller de Aumen (Castro 1975- 1991) y otros talleres que intervinieron en el desarrollo cultural del sur de Chile. Ha publicado, entre otros: Hijos (Valdivia: El Kultrún, 1994); Baile de señoritas (Valdivia: El Kultrún, 1994); La Santa, historia de su elevación (Santiago de Chile: Lom Ediciones, 1998); Sombras en Rosselot (Santiago de Chile: Lom Ediciones, 2002); Ratada (Santiago de Chile: Lom Ediciones, 2005); En Nombre de Ninguna. (Valdivia: El Kultrún, 2006). Integra numerosas antologías. 52 Estos elementos se retoman en Microfilm de Carlos Blasco, cuya versión más antigua, nos la envió Blasco en 2008 (por intermedio de la investigadora y poeta Silvia Mellado) cuando estábamos reuniendo material para Los umbrales imposibles. De la Patagonia al Caribe anglófono (Muestra crítica de textos) (Pollastri 2014): todos los textos caben en seis páginas con letra Times New Roman 12, espaciado sencillo: la totalidad del volumen tiene 2.359 palabras. Editado, el volumen apaisado de 14 cm. por 8,5 cm. ocupa un total de 74 páginas (incluyendo un prólogo escrito por mí que ocupa pares e impares de la página 7 a la 12), de la 13 a la 73 impresas sólo del lado de las impares ya que cada texto a lo sumo ocupa una de estas páginas completa, ciento cincuenta y ocho palabras tiene el más extenso de todos. Tapas con solapa. A modo de guarda, una foto tratada con efecto quemado de dos estructuras de hierro: Tapa de Microfilm de Carlos Blasco. Guarda inicial y epígrafe de Microfilm (foto facilitada por su autor, Carlos Blasco: vista noroeste de Plaza Huincul) 53 El perfil de una torre de petróleo -la réplica de la primera que hubo en Plaza Huincul- y la estructura de un dinosaurio. Un epígrafe para todo el libro: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” de Augusto Monterroso. De este modo, se inicia la aventura de leer un volumen que da otro sentido al microrrelato uno, frecuentado, reescrito y reinterpretado por críticos, lectores y escritores. Esta vez el dinosaurio efectivamente "estaba" y estaba efectivamente "allí" retratado en la presencia física de las estructuras que recuerdan dos momentos de la existencia de las tierras donde se desarrollan los hechos: la Era Mesozoica, y la modernidad -pasando por un guiño que parece recordarnos que la Modernidad en la Patagonia puede ser leída como otra Edad de hierro-. Al cerrase el libro, nuevamente una foto que completa la panorámica de Plaza Huincul. Entre estas dos imágenes, como acomodados sobre un estante de la sala, en la biblioteca o sobre la chimenea, fluyen uno tras otro los personajes de un paisaje resquebrajado por un sol o por un viento implacable. Son los habitantes de la Patagonia: la muerte como compañera ineludible merodea los relatos transidos de un enorme fatalismo. Guarda final de Microfilm. (Foto facilitada por su autor. Vista suroeste de Plaza Huincul) 54 Sin embargo, la nota de humor los asordina y entonces ellos murmuran al ritmo moroso del pueblo. Este libro es una visión desde dentro, en cierto sentido inscribe sobre positivo y negativo otra versión de Falsa calma. Un recorrido por los pueblos fantasma de la Patagonia de María Sonia Cristoff (Buenos Aires: Seix Barral, 2005): mientras la patagónica Cristoff 3 que entiende que “ya no pensaba ni como unos [porteños] ni como otros [patagónicos], y cuando el tiempo me había llevado pensar que, más allá de mi historia personal, el aislamiento está presente en todo lo que había encontrado escrito acerca de Patagonia” (Cristoff 2005: 9), queda fuera de las derivaciones de su relato y de las historias recogidas del lado de la crónica; Blasco infunde a sus textos el hálito vital no del cronista, sino del relator. 4 Por otra parte, Cristoff se nutre del recorrido, que el mismo título pregona, estableciendo una distancia y quedándose más del lado del antropólogo o del periodista. Casi hermanos de Comala o de Macondo, pero con menos calor, el hito petrolero de Plaza Huincul conjuga un conjunto de estampas contra el paisaje Patagónico. Una voz en tercera, pocas veces vuelta primera, salta de casa en casa y de situación en situación hilvanando los distintos fragmentos de este rompecabezas de tamaño irrisorio: sin título, cada página inicia y termina un lugar del recorrido. El libro conjuga una serie de elementos que configuran una poética patagónica, no por el paisaje, no por los recorridos –la temática del viaje obsesiona a los que ‘leen’ la Patagonia -Concha García, Cristian Aliaga, Ernesto Livon Grosman, Silvia Casini, María Sonia Cristoff- sino por su condición de estar allí -"Dasein", dice Martin Heidegger), por ser la Patagonia el "espacio vivido". La precepción de ese espacio adquiere distintos semas, se le adhieren y yuxtaponen una serie de elementos: aridez, soledad, preterición, inercia, muerte y carencia. Aunque también en esta desolada inscripción del hombre en el paisaje cohabitan los prototipos de una sociedad comarcana que se alimenta del murmullo: “Desde la calle se escuchan los 3 María Sonia Cristoff, nacida en Trelew, donde permaneció hasta principio de la década de 1980, momento en el que se va a Buenos Aires. Vuelve, 20 años después, para hacerla investigación que concluye con la publicación del volumen Falsa calma. 4 Esta categoría, la de ‘relator’, se encuentra desarrollada in extenso en mi trabajo: “La figura del relator en el microrrelato hispanoamericano” (Irene Andres-Suárez y Antonio Rivas 2008: 159-182). 55 reproches… los años de sacrificio, la escuela sin terminar. La gorda de enfrente ya lo sabe todo: el marido que empezó a tomar de nuevo, la piba con panza… y el novio que no aparece” (Blasco 2014: 51). Unas páginas después: “Contado por don Ávila: la otra noche como a las dos, dos y cuarto de la madrugada se agarraron a tiros frente a mi casa dos banditas de por ahí del barrio… si tuve que salir a decirles -¡¡Peero muchachos…!! Que hay una chica durmiendo acá al lado que tiene que trabajar… ¡¡¡y los chicos cche!!!!— y ahí nomás, Uyy disculpe don Ávila, no nos dimos cuenta….- y se fueron para el lado de la placita. (Blasco 2014: 55). Un relato de novela La sucesión de textos sin título, autónomos e interdependientes, organizan la cartografía de un villorrio al costado de una ruta, muy parecido a Plaza Huincul -Neuquén, Patagonia, Argentina-. Cada texto de este volumen se continúa en el siguiente, se fragmenta en el retrato trizado de una sociedad entre la prehistoria, la modernidad y lo posmoderno. Los treinta y uno que lo componen, si seguimos la metáfora óptica de la imagen de tapa, el trozo de una película, ocuparían poco más de un segundo: veinticuatro son los fotogramas por segundo necesarios para obtener la visión de movimiento en un film. La palabra ‘microfilm’ remite también a la microscopía, al archivo y al documento, detiene el movimiento y lo congela en el instante eterno mientras agranda cada imagen creando una panorámica que conservara cada detalle por pequeño que este sea. ¿Cómo leer este volumen?: por un lado, la autonomía de cada texto permite pensar cada página como un todo autónomo. Entendemos entonces que los textos conforman un libro de microrrelatos; por el otro, de algún modo los relatos se interconectan dando una visión de conjunto diversa del detalle de cada parte. Asimismo, la lectura puede iniciarse y terminarse en cualquier punto del recorrido: el principio y el final están dados por una cuestión posicional, pero no necesariamente definen una linealidad con un principio y un fin definidos. Entropía y sinergia, caos y cosmos: estamos en presencia de un volumen de microrrelatos integrados (cfr. Dunn y Morris 1995; Pollastri 2006); o de una novela 56 compuesta: por sus dimensiones, una nanonovela. De este modo, el volumen de Blasco se inscribe en distintas series: por un lado, en el conjunto donde incorporamos textos como La sueñera (1984) de Ana María Shua o La feria (1963) de Juan José Arreola. He señalado en otra parte (Pollastri 2006) cómo lo que denomino ‘efecto de lectura’ permite que la crítica revise la teoría de los géneros a la luz de las nuevas producciones de nuestros escritores. Los textos de Shua y Arreola, con 21 años de distancia uno del otro, canjean el modo de aproximarnos a ellos: ambos están formados por fragmentos, pero mientras uno es leído como novela, La feria; el otro lo es como conjunto de textos breves (microrrelatos) La sueñera. Me pregunté hace algún tiempo: ¿no se puede acaso leer La feria como microrrelatos integrados y La sueñera como novela compuesta? Ha pasado el suficiente tiempo y trabajos teóricos de peso como los reunidos en El ojo en el caleidoscopio coordinado por Evelia Romano y Pablo Brescia (2006) para que podamos incorporar ciertas categorías con un poco de libertad. Entre La feria y Microfilm se puede establecer un término de comparación estrecho debido a que en uno y otro caso el retratado es un villorrio: Zapotlán, el grande para el libro de Arreola, Jalisco en la plenitud inicial; Plaza Huincul, en Blasco, Patagonia y desierto en sus magnitudes opuestas. Las figuras que componen una población y otra quedan estampadas respectivamente: a través de las voces del pueblo en La feria; por medio de una mirada, la de un relator que vuelve en acción las imágenes que se despliegan en Microfilm. Desde el título, el volumen pregona la imagen en movimiento. Otra serie textual en la que es posible incorporar Microfilm la integran volúmenes como Haikus de César Aira (1999), un libro apaisado de 11,5 cm. por 11 cm aproximadamente, de unas 64 páginas donde se reparten 7 capítulos numerados con números romanos; La bala que acaricia el corazón (2010) de Pedro Guillermo Jara, 5 de 21 páginas con un total de 18 capítulos titulados cada uno, y La menor de Daniel Riera (2015), de 18cm. por 11 cm., 72 páginas con 60 capítulos sin titular, numerados con números romanos. Estos volúmenes desarrollan en un exiguo espacio los avatares de un 5 Pedro Guillermo Jara nació en Chillán (Chile) en 1951 y reside en Valdivia. Es fundador, editor y director de la revista de bolsillo Caballo de Proa. (1981-1984; 1984 a la actualidad); cfr. Espinosa 2009 y 2015. Ha publicado, entre otros: Historias de Alicia la uruguaya que llegó un día (Valdivia: Edición de autor: 1979); Para murales Valdivia: El Kultrún, 2988); El rollo de Chile Chico (Valdivia: Conarte, 2004); El Drac, una bajada al pensamiento (Valdivia: Ediciones Caballo de Proa, 2009). Para una mayor aproximación a la obra de Jara recomiendo Gabriela Espinosa 2008, 2014 y 2015. 57 sujeto, un crimen o una novela o se vuelven un pueblo completo en las manos del escritor patagónico. Por otras razones, el pequeño libro podría también habitar el mismo anaquel de la biblioteca que Celuloide (La Plata: Universidad Nacional de La Plata 2005) de Silvia Mellado (Zapala 1977) de 9,3 cm. por 8,5 cm: un volumen que reúne microrrelatos, como el primer texto, y poemas, como buena parte de los siguientes. El epígrafe de este libro objeto contesta el título del de Carlos Blasco: “No se tuerce ni se decolora y no le afecta la humedad. Su principal inconveniente es su alta inflamabilidad”. Junto con ellos, Radiofotos (2004) del residente neuquino Gerardo Burton. 6 El material, la apelación, la dinámica espacial, el referente social y una voz colectiva definen un árbol genealógico común que planta su raíz rizomática en nuestro sur (tanto el de Chile como el de Argentina): todas estas producciones complejas, casi juegos, sin embargo, constituyen formas de ruptura con los modelos de lectura -y de escritura- que impuso el siglo XIX y que se continuaron durante todo el siglo XX. El libro de Blasco está escrito de a poco -desde antes de 2008 ya contábamos con su noticia-y se lee a los saltos, desde el fondo de la mano en la que cabe, como quien leyera el destino en sus líneas, con la mirada perdida entre la letra impresa y el horizonte infinito de nuestro sur (cfr. Pollastri 2014). Sur Esta suerte de elogio de lo invisible organiza una secuencia en la que de algún modo Patagonia es reemplazada por sur; ese ‘sur’ cuyo mito literario en el Río de La Plata fue fundado por el “criollismo urbano de vanguardia” (Beatriz Sarlo) de Jorge Luis Borges. Un temprano texto de ficción, el microrrelato “Leyenda Policial”, (Borges 1995: 306), funda la mitología del margen y la orilla, del borde y el arrabal para el sur porteño de Borges. Este texto fundante es contestado por “Un cuerpo apuñala a otro en los suburbios del pueblo dormido” de Carlos Blasco que retoma aquel comienzo y lo empuja hacia otros destinos: 6 Gerardo Burton, poeta y periodista nacido en Buenos Aires en 1951, reside en la ciudad de Neuquén desde 1986. Editó las antologías de los concursos de poesía y cuanto patagónicos patrocinados por la Fundación Banco Provincia de Neuquén entre 1991 y 1999. Es difusor y estudioso de la obra de Irma Cuña cuya compilaciónprologó: Poesía junta 1956-1999 (Buenos Aires: Ediciones Último Reino, 2000). Publicó, entre otros, Radiofotos (Buenos Aires: Último Reino, 2004), Obra junta –recopilación de su obra hasta 2004. Neuquén: Municipalidad de Neuquén, 2007 y Nube nueve (Neuquén: Cebolla de vidrio Ediciones, 2010). Sus poemas integran diversas antologías. 58 antimítico, antiépico, antiutópico. En el microrrelato de Blasco no hay un proceso de mitificación, al sur no se lo dice sino que es un lugar de enunciación donde ‘vías de ferrocarril’, ‘suburbio’ y ‘baldío’ adquieren otras resonancias. No hay creación de un topos, ni heroísmo: simplemente queda la orfandad de una viuda desvelada, emblema de la tierra y del lugar, que espera en la noche y en la que, como en el hermoso poema de José Martí, “Dos patrias”, el sur ‘cual viuda triste me aparece’” (Cfr. Pollastri 2010: 453-455). Plaza Huincul, borde y centro de una experiencia capitalista: la explotación del petróleo, encuentra en los textos de Microfilm un doble disonante de las imágenes que encierran los textos: no sólo el margen de la ciudad, sino también el borde de la experiencia occidental. El texto inicial trama un génesis montado en el vacío: “Hace tres décadas que dejó de figurar en los mapas ruteros, como si jamás hubiese existido… como uno de esos sueños de la siesta de los que cuesta despertar y despertamos cansados. Ahora nada allí es tan real como para no desaparecer al día siguiente, tragado por el desierto, que nos está soñando a todos”. (Blasco 2014: 15). El pueblo, pretensiosamente llamado ciudad, reúne un conjunto de almas inicialmente concentradas en torno a la explotación del petróleo. La experiencia de sus habitantes es recogida por un escucha-testigo que plasma las voces que “desde la calle se escuchan” (Blasco 2014:51); “contado por don Ávila” (Blasco 2014: 55); “Y luego de oír las estrofas del himno Nacional” (Blasco 2014: 57). El oído combinado con la mirada establece un contrapunto donde no falta el elemento fantástico: “En la soledad al costado de la ruta hay un pequeño altar repleto de botellas con agua, lo habita una difunta milagrosa. Esta noche hay una llama de vela en su interior. A unos pocos metros un auto a gran velocidad se sale del camino dando tumbos y la oscuridad se lo traga de un bocado. Cuando amanece, la luz hace que todo parezca un accidente”. (Blasco 2014: 49) 7 Desfilan en sus voces e imágenes los diversos personajes dibujados con un fuerte trazo que los distingue: el afilador de cuchillos: “Una flauta de sátiro va y vuelve veloz 7 La Difunta Correa es una leyenda y un mito en torno a una figura que efectivamente existió: Deolinda (o Dalinda Antonia Correa) quien, según cuenta la leyenda, luego de muerta siguió amamantando a su hijo lactante. Al conocerse la historia, comenzó la peregrinación de los paisanos a su tumba en Vallecito (Provincia de San Juan). Luego le elevaron un santuario. Los arrieros primero, los camioneros después y los devotos de sus milagros le levantan pequeños altares en las rutas argentinas, en los cuales se dejan botellas de agua –para saciar la sed de la difunta—o se toca bocina a su paso; de lo contrario, se dice que se tendrá un accidente. De esta creencia se nutre el relato de Blasco. 59 sobre sus cinco notas, y la siesta se parte limpiamente al medio. El afilador es una pieza suelta” (Blasco 2014: 35); Rulo, el gomero cuyos “tatuajes verde birome ya son una mitología de tres cuadras a la redonda” (Blasco 2014: 25); la directora de escuela, la profesora de lengua, el linyera, la quinceañera, el delincuente, la gorda: cada personaje se acomoda en la galería de Microfilm. Otro escritor patagónico del otro lado de los Andes, Pedro Guillermo Jara, nos explica la versión chilena de esta experiencia: “provengo de un pequeño pueblo patagónico llamado Chile Chico, a orillas del majestuoso lago General Carrera […] Imagínese que en el principio sólo hubo un solo taxi, uno solo; un pintor, uno solo; un compositor, uno solo; un visionario, uno solo; un loco, uno solo”. (Espinosa 2014: 289) El estupor del hablante en el siguiente texto da cuenta de ese lugar impuesto por una mirada maniquea: “Brújula Por enésima vez tomo la brújula, me señala el Norte y no me puedo convencer que mi aldea se ubique justamente en el Sur, invariablemente en el Sur.” 8 Este texto de Pedro Jara nos dice cuánto hay de inhabitable en la noción de sur. La enorme violencia que el sujeto padece ante la escritura hace del lugar adjudicado al propio cuerpo el espacio de la inferioridad: lo de abajo, en la cartografía occidental, lo ubicado en el sur. De este modo, el domicilio es una prisión semiótica que viene cargada de calificaciones negativas: nuestro sur preeminentemente de lengua castellana o de hablas indígenas, o sea, en ninguna de las lenguas imperiales de la segunda modernidad, 9 es el espacio adjudicado a la barbarie. De un lado queda la civilización, la modernidad, el progreso; del otro, en una continuación del texto sarmientino, la barbarie, el retraso: en una operación que algunos designamos como patagonismo -Mellado, Casini 10 , Pollastri-: un conjunto de predicados adjudicados por el foráneo, por el que no es patagónico a lo patagónico –y que el patagónico debe resolver para hacer habitable su morada. A esto responde el habitante de nuestro sur con lo que denominaría una activa meridionalidad. Esta meridionalidad militante de los patagónicos carga los enunciados de un sentido colectivo y político –orientándose hacia una literatura 8 Texto enviado por el autor para su lectura al V Congreso Internacional de Minificción, realizado en la Universidad Nacional del Comahue, Neuquén, Argentina, en noviembre de 2008. Está incluido en Laura Pollastri: Los umbrales imposibles (de la Patagonia al Caribe anglófono, muestra crítica de textos), 2014. 155. 9 Estoy siguiendo la clasificación de Walter Mignolo cuando afirma que “las tres lenguas imperiales de la segunda modernidad [son] francés, inglés y alemán”. 10 Casini lo denomina ‘patagonialismo’ (Casini, 1993: 17 y ss.) 60 menor tal como la describen Deleuze y Guattari (1990)— desde el que se desmontan los dispositivos de enunciación que desde fuera de Patagonia la radicalizan; generando por un lado una espacialidad en tanto reserva utópica (leyenda rosa); y por el otro, el vacío (leyenda negra); la reacción intenta despabilar las proyecciones tanto negativas como positivas que se despliegan sobre Patagonia, y aun cuando se acuda a predicados negativos, estos acusan la condición colectiva y urbana del hablante patagónico (cfr. Pollastri 2012). La escritura de la expoliación: la presencia del petróleo La presencia ominosa del petróleo, mejor aún, de su explotación, expande una sombra sobre el espacio desde la foto inicial al interior de los textos de Microfilm. Se lee en los textos ubicados décimo cuarto y décimo quinto: Era un pibe joven... laburador, estaba en el campo, de boca de pozo en una petrolera grande, viste que no la cuidan a la gente. Fue antes del paro, haciendo el turno de día, con un viento de la san puta que sacudía toda la estructura... cuando cortó el tirante de acero se escuchó el latigazo, yo alcancé a verlo justo cuando le arrancaba la cabeza, caminó dos pasos así... como un borracho, y después se cayó para el costado. (Blasco 2014: 43) Una escena que parece reproducir en clave actual aquella de El matadero de Esteban Echeverría: la cabeza del decapitado, que rueda, al margen de toda justicia humana o divina. El siguiente microrrelato, en clave metaliteraria, descuartiza las coincidencias y las torna causalidades: De 200 a 250 es el número de ominosos jotes negros que sobrevuelan en círculos la destilería dondeuna vez me pegaron por ser docente. Esto ocurre por la emisiones de metanotiol, que es el mismo gas que despide un cadáver en descomposición. A veces la literatura ya viene hecha. (Blasco 2014: 45) Esta circunstancia reproduce la precariedad en la que algunos habitantes de nuestra Patagonia desarrollan su existencia. Plaza Huincul y Cutral-Có, aglomerado urbano en la provincia de Neuquén, nacieron como consecuencia de la existencia de petróleo en la región. 61 Otro escritor patagónico, Jorge del Río, 11 inscribe su visión de Plaza Huincul en Bus: Hace ya varias horas que estoy en este ómnibus que me lleva a Buenos Aires. La noche se mete por la ventanilla. El fallido intento de dormir me dejó los ojos hinchados, la boca seca y deseos de fumar. Bajo a la cabina de los conductores, tal vez allí pueda encender un cigarrillo. El recibimiento es amable; son las dos de la madrugada y uno de ellos dormita. Enciendo un cigarrillo y disfruto esa sensación de desplazarse a alta velocidad sobre el asfalto negro, delimitado por brillantes líneas amarillas y blancas. Estamos cruzando el desierto de La Pampa. Los faros del vehículo apenas abren una brecha en la sólida oscuridad de la llanura. El conductor me convida café, que acepto gozoso. Su nombre es Javier, vive en Plaza Huincul y es hijo de un ex empleado de una ex empresa petrolera. En Plaza Huincul, todo es “ex”. Javier es muy gordo. Su cuerpo sobresale de los límites de la gran butaca donde se apoltrona. Con sus manazas mantiene suavemente pero con firmeza el inmenso volante que le roza el abdomen. Tendrá unos treinta años. Ve a su novia muy de tanto en tanto. Su pasión no le deja mucho tiempo libre; y su pasión es ésta: conducir a través del misterio de la ruta. —Desde muy chico soñaba con manejar un camión— me dice. Su cara es la imagen de la felicidad. No puedo evitar el envidiarlo un poco. Comienza a relatarme una anécdota de alguno de sus viajes. Sobre el asfalto dos pupilas brillantes, la silueta de un zorro, un sonido sordo apenas audible y la leve sensación de una masa aplastada por las enormes ruedas. Con una mueca de espanto, miro a Javier. Él continúa relatando su historia. (Pollastri 2014: 104-105) La prosa y la poesía dan cuenta de la situación en la que se sume a los pobladores dependientes de la oscilación del destino del petróleo en el territorio, y retratan las diversas actuaciones de la situación petrolera en la Patagonia. Una práctica que la ciudad cooptó en su beneficio tuvo su origen en esta Patagonia que relatamos, me refiero al piquete 12 , al corte de ruta: ¿cómo convoca un ciudadano del desierto los ojos de un país que lo invisibilizan? Si el camino es su sino, si la travesía es su acto, qué mejor modo para convocar la atención de los otros que cortar las rutas, los lugares de paso por el que transitan los habitantes efímeros del viaje. La pueblada de Cutral Có 11 Jorge del Río nació en 1953, Buenos Aires. Desde 1993 reside en la provincia de Neuquén. Publicó textos en la revista El legendario de San Martín de Los Andes, en la que aparecieron los textos seleccionados. 12 El corte de ruta o ‘piquete’ se volvió una práctica nacional de protesta y generó un movimiento, el ‘movimiento piquetero’ de alcance nacional aunque el origen del mismo se perdió. 62 (Semana Santa, 1997) marcó un hito en la historia nacional y en la manifestación popular. Puso la luz de sus gomas incendiadas y a su amparo leyó la miseria que dejaban tras de sí las privatizaciones; el poeta neuquino Gerardo Burton toma el petróleo para hablar de la pueblada en el siguiente poema cuyos fragmentos cito: nada de vegetación, nada de regalo pero sí la plata dulce y el surgimiento del oeste argentino luego de la conquista allá era la california del sur sólo que con los andes, el desierto y los mapuches en lugar del pacífico y los japoneses […] oigan todos en las calles, en las rutas oigan este fuego negro que quema el cielo oigan las palabras de quienes no desean asaltar ningún palacio sino volver a su plan habitacional, sueldo, aguinaldo y vacaciones pagas oigan a los que vuelven a la utopía que alambra las barricadas, que enciende los fuegos que pugna desde un mundo cuyas puertas hace rato se cerraron como los ojos de teresa rodríguez un luminoso sábado al mediodía para macky corbalàn abril de 1997, pueblada en cutral co Mientras Martín Sebastián Pérez, chubutense, recoge la vana promesa de futuro en el pozo petrolero: “Oiremos detrás del desierto / la llamada perdida / de un alambrado caído / desde que las vías se enfantasman”. (Pérez 2007: 27-28) 63 Y “la llamada perdida” se trueca en “la llama que da pérdida”: un paisaje conocido, el fuego encendido por el venteo del gas que no es aprovechado, tornan el territorio, nuevamente la tierra del fuego con sus antorchas puntuando la soledad del espacio nocturno. Silvia Mellado publica en 2013 su volumen con el sugestivo título moneda nacional impreso en la parte de atrás del papel de perfil de petróleo. 13 Perfil de Petróleo facilitado por Silvia Mellado: soporte material de moneda nacional Mellado entrega a los paratextos y también a los soportes el espacio pecuniarizado, la marca económica que rotura todas las geografías: Pantano seco (2014) se divide en sectores que remiten a la explotación petrolera: “matriz”, “umbilical”, “perforaciones”, “mensuras y “yacimientos”. De la comarca mundo a la poética de la privación Presidida por los hierros que construyen la silueta de un dinosaurio al que escolta una torre que replica el pozo de petróleo número uno –remedos locales de una tour Eiffel inexistente por distante e imposible–, se desparrama Plaza Huincul (Neuquén, Patagonia, Argentina), una población que recibe al viajero con dos esqueletos coincidentes, el de dos pasados: el remoto y el inmediato, dos cuencas vacías que guiñan al viajero desprevenido con su condición de ruina construida y no desecho. Allí se hizo el primer piquete a fines del 13 Silvia Mellado: moneda nacional (edición de la autora sobre papeles de perfil del petróleo, Neuquén 2012 y Neuquén 2013; alrededor de 30 ejemplares sin numerar). Foto de venteo de gas en un pozo petrolero en Patagonia. Tomada de http://www.elpatagonico.net/nota/122790/ El patagónico, Comodoro Rivadavia regionales, 11 de mayo de 2012. http://www.elpatagonico.net/nota/122790/ 64 siglo XX: en los 90 el primer corte de ruta, la nacional 22, materializa la protesta social de quienes veían peligrar su trabajo y no encontraron mejor modo de atrapar la mirada de los otros que cortando el paso. De este modo comienza el final del viaje que había sido el mito fundante del discurso colonial en la Patagonia. El volumen de Blasco con su exigua presencia, recoge un conjunto de elementos que permiten dibujar una poética de lo espacial y una figuración de los sujetos. Por una parte, tanto el espacio como los sujetos aparecen pauperizados, reducidos a manifestaciones gestuales que los congelan en el borde mismo de cualquier movimiento: la tensa quietud subrayada por el murmullo de las voces vuelven estampido la flauta satírica del afilador, la presencia indispensable del linyera, el diputado servicial con el gerente petrolero y su esposa con una juventud mantenida a cirugías: hitos por los que se detiene la mirada y el oído que recogen las historias. Porque se desarrollan muchas historias y una y la misma. Absolutamente todo ha sido impregnado con el valor del capital: el espacio pecuniarizado aparece teñido de una disponibilidad engañosa, y cuando la individualidad es confrontada con el signo monetario, retornan las prácticas urbanas fuertemente enraizadas en el mundoglobalizado, que la reducen a los límites propios de su condición de sujeto social, político, económico. El discurso reclama este espacio como capital privado –en un doble sentido, el del sujeto particular y el del espacio expropiado, aquel del que los sujetos son privados- y colectivo (reclamado por la colectividad frente a un público que lo consume en tanto mercancía). El escritor patagónico en la encrucijada entre espacio, sujeto y dinero asume su condición de presa entre dos fuegos: el que enciende su conciencia ante lo políticamente correcto, y el que esgrime un mundo pendiente no de la geografía humana, de la que el escritor también forma parte, sino de sus espacios abiertos, sus ricos subsuelos, su agua milenaria entendidos como mercancías. Asume, entonces, el lugar límite en el que lo pone una economía que tiene en la mira el espacio que pisa. Compelido a hacer de la palabra su domicilio --entrecruza en sus páginas una babel de signos donde conviven el inglés y el galés, el mapudungun y el español—y responde con un ritual de inquisición, a la vez iniciático, consciente de que ya no puede ni descubrir, ni conquistar, ni fundar: la voz emerge de un sujeto migrante, nómade obligado, que de pronto se detiene. La cartografía dibujada entonces por el verbo patagónico es la escritura en una lengua desterritorializada, 65 de un sujeto plural y colectivo que forja una literatura deleuzianamente menor, trazando sobre el territorio una caligrafía nomádica de puntos, que fijos y en suspenso en el fugaz rapto del instante, enlazan en una frase infinita sujetos, y no ciudades o destinos, recorridos que van de casa a casa, de domicilio a domicilio, de persona a persona. Referencias bibliográficas Aira, César. Haikus. Buenos Aires: Mate, 1999. Arreola, Juan José. La feria [1963]. México: Joaquín Mortiz, 1966. Blasco Carlos. “Esa casa”. 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