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51 
LA COMARCA MUNDO: ESCRITURA Y PATAGONIA 
EN MICROFILM DE CARLOS BLASCO 
 
Laura Pollastri 
Universidad Nacional del Comahue 
 
Recostadas contra el paisaje, Plaza Huincul y Cutral-Có emergen de las entrañas del 
desierto patagónico: dos ciudades construidas en torno a la explotación del petróleo. Una de 
ellas, Plaza Huincul, compone el humus originario en la escritura de Carlos Blasco 
generando una poética que puede extenderse a muchos otros escritores del sur. La comarca 
se vuelve entonces mundo, un lugar que tanto atrapa como expulsa: “pueblo chico… / 
pueblo de mierda / aquél que anda diciendo / aquélla que está relimada y habla boludeces / 
el otro que qué carajo se piensa / y mirala a aquella otra…/ ma’ sí yo me encierro / a ver 
cuánto aguanto / jugando al ajedrez / con la culpa” (Blasco 2006: 27). A esta voz le hace 
eco, por ejemplo, Silvia Mellado
1
: “este pueblo produce muchachas enfurecidas / no hay 
columpios sanos / donde hamacarse y / nadie las echa / se van solas a las ciudades” 
(Mellado 2014: 17); y, del lado chileno, Rosabetty Muñoz
2
 establece el contrapunto en 
“(huele a esencias)”: “No esperen una postal amable / deste pueblo de mierda. // Aparte del 
mar encabritado / además de las ratas / devorándose entre ellas, / aún después de los 
cadáveres; / el asunto huele a esencias. // Para estar aquí / hace falta estar vencido.” (Muñoz 
[2005] 2012: 108. 
 
1
 Silvia Mellado nació en Zapala (Neuquén, Patagonia, Argentina) en 1977. Hizo sus estudios de grado en la 
Universidad Nacional de La Plata donde se recibió de profesora y licenciada en Letras. Al concluir sus 
estudios regresó a Neuquén, donde se desempeña como docente e investigadora en la Universidad Nacional 
del Comahue. En su tesis doctoral, realizada con una beca de CONICET, trabaja la literatura actual de la 
Patagonia argentina y fue presentada en la Universidad Nacional de Córdoba en el año 2013. Continúa 
estudiando la literatura del sur, ahora en torno a la Patagonia chilena. Ha publicado: La morada incómoda. 
Estudios sobre poesía mapuche: Elicura Chihuailaf y Liliana Ancalao (General Roca: Publifadecs, 2014). En 
el ámbito de la poesía, ha publicado: Celuloide (La Plata, Edulp: 2005); Acetato (Neuquén: EDUCO, 2009; 
moneda nacional (Neuquén: Edición de autor, 2013-2014) y Pantano seco (Neuquén: ediciones Con Doble Z, 
2014). 
2
 Rosabetty Muñoz nació en 1960 en Ancud (Chiloé, Chile), donde reside. Ha ejercido como profesora de 
Castellano en diversos establecimientos educacionales de Chiloé. Integró el taller de Aumen (Castro 1975-
1991) y otros talleres que intervinieron en el desarrollo cultural del sur de Chile. Ha publicado, entre otros: 
Hijos (Valdivia: El Kultrún, 1994); Baile de señoritas (Valdivia: El Kultrún, 1994); La Santa, historia de su 
elevación (Santiago de Chile: Lom Ediciones, 1998); Sombras en Rosselot (Santiago de Chile: Lom 
Ediciones, 2002); Ratada (Santiago de Chile: Lom Ediciones, 2005); En Nombre de Ninguna. (Valdivia: El 
Kultrún, 2006). Integra numerosas antologías. 
 
 
 
52 
Estos elementos se retoman en 
Microfilm de Carlos Blasco, cuya versión 
más antigua, nos la envió Blasco en 2008 
(por intermedio de la investigadora y poeta 
Silvia Mellado) cuando estábamos 
reuniendo material para Los umbrales 
imposibles. De la Patagonia al Caribe 
anglófono (Muestra crítica de textos) 
(Pollastri 2014): todos los textos caben en seis páginas con letra Times New Roman 12, 
espaciado sencillo: la totalidad del volumen tiene 2.359 palabras. Editado, el volumen 
apaisado de 14 cm. por 8,5 cm. ocupa un total de 74 páginas (incluyendo un prólogo escrito 
por mí que ocupa pares e impares de la página 7 a la 12), de la 13 a la 73 impresas sólo del 
lado de las impares ya que cada texto a lo sumo ocupa una de estas páginas completa, 
ciento cincuenta y ocho palabras tiene el más extenso de todos. Tapas con solapa. A modo 
de guarda, una foto tratada con efecto quemado de dos estructuras de hierro: 
 
 
Tapa de Microfilm de Carlos Blasco. 
 
Guarda inicial y epígrafe de Microfilm (foto facilitada por su autor, Carlos Blasco: vista noroeste de Plaza Huincul) 
 
 
 
 
53 
El perfil de una torre de petróleo -la réplica de la primera que hubo en Plaza Huincul- y la 
estructura de un dinosaurio. Un epígrafe para todo el libro: “Cuando despertó, el dinosaurio 
todavía estaba allí” de Augusto Monterroso. De este modo, se inicia la aventura de leer un 
volumen que da otro sentido al microrrelato uno, frecuentado, reescrito y reinterpretado por 
críticos, lectores y escritores. 
Esta vez el dinosaurio efectivamente "estaba" y estaba efectivamente "allí" retratado 
en la presencia física de las estructuras que recuerdan dos momentos de la existencia de las 
tierras donde se desarrollan los hechos: la Era Mesozoica, y la modernidad -pasando por un 
guiño que parece recordarnos que la Modernidad en la Patagonia puede ser leída como otra 
Edad de hierro-. 
Al cerrase el libro, nuevamente una foto que completa la panorámica de Plaza 
Huincul. 
 
Entre estas dos imágenes, como acomodados sobre un estante de la sala, en la 
biblioteca o sobre la chimenea, fluyen uno tras otro los personajes de un paisaje 
resquebrajado por un sol o por un viento implacable. Son los habitantes de la Patagonia: la 
muerte como compañera ineludible merodea los relatos transidos de un enorme fatalismo. 
Guarda final de Microfilm. (Foto facilitada por su autor. Vista suroeste de Plaza Huincul) 
 
 
 
 
54 
Sin embargo, la nota de humor los asordina y entonces ellos murmuran al ritmo moroso del 
pueblo. 
Este libro es una visión desde dentro, en cierto sentido inscribe sobre positivo y 
negativo otra versión de Falsa calma. Un recorrido por los pueblos fantasma de la 
Patagonia de María Sonia Cristoff (Buenos Aires: Seix Barral, 2005): mientras la 
patagónica Cristoff
3
 que entiende que “ya no pensaba ni como unos [porteños] ni como 
otros [patagónicos], y cuando el tiempo me había llevado pensar que, más allá de mi 
historia personal, el aislamiento está presente en todo lo que había encontrado escrito 
acerca de Patagonia” (Cristoff 2005: 9), queda fuera de las derivaciones de su relato y de 
las historias recogidas del lado de la crónica; Blasco infunde a sus textos el hálito vital no 
del cronista, sino del relator.
 4
 Por otra parte, Cristoff se nutre del recorrido, que el mismo 
título pregona, estableciendo una distancia y quedándose más del lado del antropólogo o del 
periodista. 
Casi hermanos de Comala o de Macondo, pero con menos calor, el hito petrolero de 
Plaza Huincul conjuga un conjunto de estampas contra el paisaje Patagónico. 
Una voz en tercera, pocas veces vuelta primera, salta de casa en casa y de situación 
en situación hilvanando los distintos fragmentos de este rompecabezas de tamaño irrisorio: 
sin título, cada página inicia y termina un lugar del recorrido. 
El libro conjuga una serie de elementos que configuran una poética patagónica, no 
por el paisaje, no por los recorridos –la temática del viaje obsesiona a los que ‘leen’ la 
Patagonia -Concha García, Cristian Aliaga, Ernesto Livon Grosman, Silvia Casini, María 
Sonia Cristoff- sino por su condición de estar allí -"Dasein", dice Martin Heidegger), por 
ser la Patagonia el "espacio vivido". 
La precepción de ese espacio adquiere distintos semas, se le adhieren y yuxtaponen 
una serie de elementos: aridez, soledad, preterición, inercia, muerte y carencia. Aunque 
también en esta desolada inscripción del hombre en el paisaje cohabitan los prototipos de 
una sociedad comarcana que se alimenta del murmullo: “Desde la calle se escuchan los 
 
3
 María Sonia Cristoff, nacida en Trelew, donde permaneció hasta principio de la década de 1980, momento 
en el que se va a Buenos Aires. Vuelve, 20 años después, para hacerla investigación que concluye con la 
publicación del volumen Falsa calma. 
4
 Esta categoría, la de ‘relator’, se encuentra desarrollada in extenso en mi trabajo: “La figura del relator en el 
microrrelato hispanoamericano” (Irene Andres-Suárez y Antonio Rivas 2008: 159-182). 
 
 
 
 
55 
reproches… los años de sacrificio, la escuela sin terminar. La gorda de enfrente ya lo sabe 
todo: el marido que empezó a tomar de nuevo, la piba con panza… y el novio que no 
aparece” (Blasco 2014: 51). Unas páginas después: “Contado por don Ávila: la otra noche 
como a las dos, dos y cuarto de la madrugada se agarraron a tiros frente a mi casa dos 
banditas de por ahí del barrio… si tuve que salir a decirles -¡¡Peero muchachos…!! Que 
hay una chica durmiendo acá al lado que tiene que trabajar… ¡¡¡y los chicos cche!!!!— y 
ahí nomás, 
Uyy disculpe don Ávila, no nos dimos cuenta….- y se fueron para el lado de la 
placita. (Blasco 2014: 55). 
 
Un relato de novela 
La sucesión de textos sin título, autónomos e interdependientes, organizan la cartografía de 
un villorrio al costado de una ruta, muy parecido a Plaza Huincul -Neuquén, Patagonia, 
Argentina-. 
Cada texto de este volumen se continúa en el siguiente, se fragmenta en el retrato 
trizado de una sociedad entre la prehistoria, la modernidad y lo posmoderno. Los treinta y 
uno que lo componen, si seguimos la metáfora óptica de la imagen de tapa, el trozo de una 
película, ocuparían poco más de un segundo: veinticuatro son los fotogramas por segundo 
necesarios para obtener la visión de movimiento en un film. La palabra ‘microfilm’ remite 
también a la microscopía, al archivo y al documento, detiene el movimiento y lo congela en 
el instante eterno mientras agranda cada imagen creando una panorámica que conservara 
cada detalle por pequeño que este sea. 
¿Cómo leer este volumen?: por un lado, la autonomía de cada texto permite pensar 
cada página como un todo autónomo. Entendemos entonces que los textos conforman un 
libro de microrrelatos; por el otro, de algún modo los relatos se interconectan dando una 
visión de conjunto diversa del detalle de cada parte. Asimismo, la lectura puede iniciarse y 
terminarse en cualquier punto del recorrido: el principio y el final están dados por una 
cuestión posicional, pero no necesariamente definen una linealidad con un principio y un 
fin definidos. 
Entropía y sinergia, caos y cosmos: estamos en presencia de un volumen de 
microrrelatos integrados (cfr. Dunn y Morris 1995; Pollastri 2006); o de una novela 
 
 
 
56 
compuesta: por sus dimensiones, una nanonovela. De este modo, el volumen de Blasco se 
inscribe en distintas series: por un lado, en el conjunto donde incorporamos textos como La 
sueñera (1984) de Ana María Shua o La feria (1963) de Juan José Arreola. He señalado en 
otra parte (Pollastri 2006) cómo lo que denomino ‘efecto de lectura’ permite que la crítica 
revise la teoría de los géneros a la luz de las nuevas producciones de nuestros escritores. 
Los textos de Shua y Arreola, con 21 años de distancia uno del otro, canjean el modo de 
aproximarnos a ellos: ambos están formados por fragmentos, pero mientras uno es leído 
como novela, La feria; el otro lo es como conjunto de textos breves (microrrelatos) La 
sueñera. Me pregunté hace algún tiempo: ¿no se puede acaso leer La feria como 
microrrelatos integrados y La sueñera como novela compuesta? Ha pasado el suficiente 
tiempo y trabajos teóricos de peso como los reunidos en El ojo en el caleidoscopio 
coordinado por Evelia Romano y Pablo Brescia (2006) para que podamos incorporar ciertas 
categorías con un poco de libertad. 
Entre La feria y Microfilm se puede establecer un término de comparación estrecho 
debido a que en uno y otro caso el retratado es un villorrio: Zapotlán, el grande para el 
libro de Arreola, Jalisco en la plenitud inicial; Plaza Huincul, en Blasco, Patagonia y 
desierto en sus magnitudes opuestas. Las figuras que componen una población y otra 
quedan estampadas respectivamente: a través de las voces del pueblo en La feria; por 
medio de una mirada, la de un relator que vuelve en acción las imágenes que se despliegan 
en Microfilm. Desde el título, el volumen pregona la imagen en movimiento. 
Otra serie textual en la que es posible incorporar Microfilm la integran volúmenes 
como Haikus de César Aira (1999), un libro apaisado de 11,5 cm. por 11 cm 
aproximadamente, de unas 64 páginas donde se reparten 7 capítulos numerados con 
números romanos; La bala que acaricia el corazón (2010) de Pedro Guillermo Jara,
5
 de 21 
páginas con un total de 18 capítulos titulados cada uno, y La menor de Daniel Riera 
(2015), de 18cm. por 11 cm., 72 páginas con 60 capítulos sin titular, numerados con 
números romanos. Estos volúmenes desarrollan en un exiguo espacio los avatares de un 
 
5
 Pedro Guillermo Jara nació en Chillán (Chile) en 1951 y reside en Valdivia. Es fundador, editor y director 
de la revista de bolsillo Caballo de Proa. (1981-1984; 1984 a la actualidad); cfr. Espinosa 2009 y 2015. Ha 
publicado, entre otros: Historias de Alicia la uruguaya que llegó un día (Valdivia: Edición de autor: 1979); 
Para murales Valdivia: El Kultrún, 2988); El rollo de Chile Chico (Valdivia: Conarte, 2004); El Drac, una 
bajada al pensamiento (Valdivia: Ediciones Caballo de Proa, 2009). Para una mayor aproximación a la obra 
de Jara recomiendo Gabriela Espinosa 2008, 2014 y 2015. 
 
 
 
57 
sujeto, un crimen o una novela o se vuelven un pueblo completo en las manos del escritor 
patagónico. Por otras razones, el pequeño libro podría también habitar el mismo anaquel de 
la biblioteca que Celuloide (La Plata: Universidad Nacional de La Plata 2005) de Silvia 
Mellado (Zapala 1977) de 9,3 cm. por 8,5 cm: un volumen que reúne microrrelatos, como 
el primer texto, y poemas, como buena parte de los siguientes. El epígrafe de este libro 
objeto contesta el título del de Carlos Blasco: “No se tuerce ni se decolora y no le afecta la 
humedad. Su principal inconveniente es su alta inflamabilidad”. Junto con ellos, Radiofotos 
(2004) del residente neuquino Gerardo Burton.
6
 El material, la apelación, la dinámica 
espacial, el referente social y una voz colectiva definen un árbol genealógico común que 
planta su raíz rizomática en nuestro sur (tanto el de Chile como el de Argentina): todas 
estas producciones complejas, casi juegos, sin embargo, constituyen formas de ruptura con 
los modelos de lectura -y de escritura- que impuso el siglo XIX y que se continuaron 
durante todo el siglo XX. 
El libro de Blasco está escrito de a poco -desde antes de 2008 ya contábamos con su 
noticia-y se lee a los saltos, desde el fondo de la mano en la que cabe, como quien leyera el 
destino en sus líneas, con la mirada perdida entre la letra impresa y el horizonte infinito de 
nuestro sur (cfr. Pollastri 2014). 
 
Sur 
Esta suerte de elogio de lo invisible organiza una secuencia en la que de algún modo 
Patagonia es reemplazada por sur; ese ‘sur’ cuyo mito literario en el Río de La Plata fue 
fundado por el “criollismo urbano de vanguardia” (Beatriz Sarlo) de Jorge Luis Borges. Un 
temprano texto de ficción, el microrrelato “Leyenda Policial”, (Borges 1995: 306), funda la 
mitología del margen y la orilla, del borde y el arrabal para el sur porteño de Borges. Este 
texto fundante es contestado por “Un cuerpo apuñala a otro en los suburbios del pueblo 
dormido” de Carlos Blasco que retoma aquel comienzo y lo empuja hacia otros destinos: 
 
6
 Gerardo Burton, poeta y periodista nacido en Buenos Aires en 1951, reside en la ciudad de Neuquén desde 
1986. Editó las antologías de los concursos de poesía y cuanto patagónicos patrocinados por la Fundación 
Banco Provincia de Neuquén entre 1991 y 1999. Es difusor y estudioso de la obra de Irma Cuña cuya 
compilaciónprologó: Poesía junta 1956-1999 (Buenos Aires: Ediciones Último Reino, 2000). Publicó, entre 
otros, Radiofotos (Buenos Aires: Último Reino, 2004), Obra junta –recopilación de su obra hasta 2004. 
Neuquén: Municipalidad de Neuquén, 2007 y Nube nueve (Neuquén: Cebolla de vidrio Ediciones, 2010). Sus 
poemas integran diversas antologías. 
 
 
 
58 
antimítico, antiépico, antiutópico. En el microrrelato de Blasco no hay un proceso de 
mitificación, al sur no se lo dice sino que es un lugar de enunciación donde ‘vías de 
ferrocarril’, ‘suburbio’ y ‘baldío’ adquieren otras resonancias. No hay creación de un topos, 
ni heroísmo: simplemente queda la orfandad de una viuda desvelada, emblema de la tierra y 
del lugar, que espera en la noche y en la que, como en el hermoso poema de José Martí, 
“Dos patrias”, el sur ‘cual viuda triste me aparece’” (Cfr. Pollastri 2010: 453-455). 
Plaza Huincul, borde y centro de una experiencia capitalista: la explotación del 
petróleo, encuentra en los textos de Microfilm un doble disonante de las imágenes que 
encierran los textos: no sólo el margen de la ciudad, sino también el borde de la experiencia 
occidental. El texto inicial trama un génesis montado en el vacío: “Hace tres décadas que 
dejó de figurar en los mapas ruteros, como si jamás hubiese existido… como uno de esos 
sueños de la siesta de los que cuesta despertar y despertamos cansados. Ahora nada allí es 
tan real como para no desaparecer al día siguiente, tragado por el desierto, que nos está 
soñando a todos”. (Blasco 2014: 15). 
El pueblo, pretensiosamente llamado ciudad, reúne un conjunto de almas 
inicialmente concentradas en torno a la explotación del petróleo. La experiencia de sus 
habitantes es recogida por un escucha-testigo que plasma las voces que “desde la calle se 
escuchan” (Blasco 2014:51); “contado por don Ávila” (Blasco 2014: 55); “Y luego de oír 
las estrofas del himno Nacional” (Blasco 2014: 57). El oído combinado con la mirada 
establece un contrapunto donde no falta el elemento fantástico: “En la soledad al costado de 
la ruta hay un pequeño altar repleto de botellas con agua, lo habita una difunta milagrosa. 
Esta noche hay una llama de vela en su interior. A unos pocos metros un auto a gran 
velocidad se sale del camino dando tumbos y la oscuridad se lo traga de un bocado. Cuando 
amanece, la luz hace que todo parezca un accidente”. (Blasco 2014: 49)
7
 
Desfilan en sus voces e imágenes los diversos personajes dibujados con un fuerte 
trazo que los distingue: el afilador de cuchillos: “Una flauta de sátiro va y vuelve veloz 
 
7
 La Difunta Correa es una leyenda y un mito en torno a una figura que efectivamente existió: Deolinda (o 
Dalinda Antonia Correa) quien, según cuenta la leyenda, luego de muerta siguió amamantando a su hijo 
lactante. Al conocerse la historia, comenzó la peregrinación de los paisanos a su tumba en Vallecito 
(Provincia de San Juan). Luego le elevaron un santuario. Los arrieros primero, los camioneros después y los 
devotos de sus milagros le levantan pequeños altares en las rutas argentinas, en los cuales se dejan botellas de 
agua –para saciar la sed de la difunta—o se toca bocina a su paso; de lo contrario, se dice que se tendrá un 
accidente. De esta creencia se nutre el relato de Blasco. 
 
 
 
59 
sobre sus cinco notas, y la siesta se parte limpiamente al medio. El afilador es una pieza 
suelta” (Blasco 2014: 35); Rulo, el gomero cuyos “tatuajes verde birome ya son una 
mitología de tres cuadras a la redonda” (Blasco 2014: 25); la directora de escuela, la 
profesora de lengua, el linyera, la quinceañera, el delincuente, la gorda: cada personaje se 
acomoda en la galería de Microfilm. 
Otro escritor patagónico del otro lado de los Andes, Pedro Guillermo Jara, nos 
explica la versión chilena de esta experiencia: “provengo de un pequeño pueblo patagónico 
llamado Chile Chico, a orillas del majestuoso lago General Carrera […] Imagínese que en 
el principio sólo hubo un solo taxi, uno solo; un pintor, uno solo; un compositor, uno solo; 
un visionario, uno solo; un loco, uno solo”. (Espinosa 2014: 289) El estupor del hablante 
en el siguiente texto da cuenta de ese lugar impuesto por una mirada maniquea: “Brújula 
Por enésima vez tomo la brújula, me señala el Norte y no me puedo convencer que 
mi aldea se ubique justamente en el Sur, invariablemente en el Sur.”
8
 Este texto de Pedro 
Jara nos dice cuánto hay de inhabitable en la noción de sur. La enorme violencia que el 
sujeto padece ante la escritura hace del lugar adjudicado al propio cuerpo el espacio de la 
inferioridad: lo de abajo, en la cartografía occidental, lo ubicado en el sur. De este modo, el 
domicilio es una prisión semiótica que viene cargada de calificaciones negativas: nuestro 
sur preeminentemente de lengua castellana o de hablas indígenas, o sea, en ninguna de las 
lenguas imperiales de la segunda modernidad, 
9
 es el espacio adjudicado a la barbarie. De 
un lado queda la civilización, la modernidad, el progreso; del otro, en una continuación del 
texto sarmientino, la barbarie, el retraso: en una operación que algunos designamos como 
patagonismo -Mellado, Casini
10
, Pollastri-: un conjunto de predicados adjudicados por el 
foráneo, por el que no es patagónico a lo patagónico –y que el patagónico debe resolver 
para hacer habitable su morada. A esto responde el habitante de nuestro sur con lo que 
denominaría una activa meridionalidad. Esta meridionalidad militante de los patagónicos 
carga los enunciados de un sentido colectivo y político –orientándose hacia una literatura 
 
8
 Texto enviado por el autor para su lectura al V Congreso Internacional de Minificción, realizado en la 
Universidad Nacional del Comahue, Neuquén, Argentina, en noviembre de 2008. Está incluido en Laura 
Pollastri: Los umbrales imposibles (de la Patagonia al Caribe anglófono, muestra crítica de textos), 2014. 
155. 
9
 Estoy siguiendo la clasificación de Walter Mignolo cuando afirma que “las tres lenguas imperiales de la 
segunda modernidad [son] francés, inglés y alemán”. 
10
 Casini lo denomina ‘patagonialismo’ (Casini, 1993: 17 y ss.) 
 
 
 
60 
menor tal como la describen Deleuze y Guattari (1990)— desde el que se desmontan los 
dispositivos de enunciación que desde fuera de Patagonia la radicalizan; generando por un 
lado una espacialidad en tanto reserva utópica (leyenda rosa); y por el otro, el vacío 
(leyenda negra); la reacción intenta despabilar las proyecciones tanto negativas como 
positivas que se despliegan sobre Patagonia, y aun cuando se acuda a predicados negativos, 
estos acusan la condición colectiva y urbana del hablante patagónico (cfr. Pollastri 2012). 
 
La escritura de la expoliación: la presencia del petróleo 
La presencia ominosa del petróleo, mejor aún, de su explotación, expande una sombra 
sobre el espacio desde la foto inicial al interior de los textos de Microfilm. Se lee en los 
textos ubicados décimo cuarto y décimo quinto: 
Era un pibe joven... laburador, estaba en el campo, de boca de pozo en una petrolera 
grande, viste que no la cuidan a la gente. Fue antes del paro, haciendo el turno de día, 
con un viento de la san puta que sacudía toda la estructura... cuando cortó el tirante de 
acero se escuchó el latigazo, yo alcancé a verlo justo cuando le arrancaba la cabeza, 
caminó dos pasos así... como un borracho, y después se cayó para el costado. (Blasco 
2014: 43) 
 
Una escena que parece reproducir en clave actual aquella de El matadero de 
Esteban Echeverría: la cabeza del decapitado, que rueda, al margen de toda justicia 
humana o divina. 
El siguiente microrrelato, en clave metaliteraria, descuartiza las coincidencias y las 
torna causalidades: 
De 200 a 250 es el número de ominosos jotes negros que sobrevuelan en 
círculos la destilería dondeuna vez me pegaron por ser docente. Esto ocurre por la 
emisiones de metanotiol, que es el mismo gas que despide un cadáver en 
descomposición. A veces la literatura ya viene hecha. (Blasco 2014: 45) 
 
Esta circunstancia reproduce la precariedad en la que algunos habitantes de nuestra 
Patagonia desarrollan su existencia. Plaza Huincul y Cutral-Có, aglomerado urbano en la 
provincia de Neuquén, nacieron como consecuencia de la existencia de petróleo en la 
región. 
 
 
 
61 
Otro escritor patagónico, Jorge del Río,
11
 inscribe su visión de Plaza Huincul en 
Bus: 
Hace ya varias horas que estoy en este ómnibus que me lleva a Buenos Aires. 
La noche se mete por la ventanilla. El fallido intento de dormir me dejó los ojos 
hinchados, la boca seca y deseos de fumar. Bajo a la cabina de los conductores, tal vez 
allí pueda encender un cigarrillo. El recibimiento es amable; son las dos de la 
madrugada y uno de ellos dormita. Enciendo un cigarrillo y disfruto esa sensación de 
desplazarse a alta velocidad sobre el asfalto negro, delimitado por brillantes líneas 
amarillas y blancas. Estamos cruzando el desierto de La Pampa. Los faros del vehículo 
apenas abren una brecha en la sólida oscuridad de la llanura. El conductor me convida 
café, que acepto gozoso. Su nombre es Javier, vive en Plaza Huincul y es hijo de un ex 
empleado de una ex empresa petrolera. 
En Plaza Huincul, todo es “ex”. 
Javier es muy gordo. Su cuerpo sobresale de los límites de la gran butaca 
donde se apoltrona. Con sus manazas mantiene suavemente pero con firmeza el 
inmenso volante que le roza el abdomen. Tendrá unos treinta años. Ve a su novia muy 
de tanto en tanto. Su pasión no le deja mucho tiempo libre; y su pasión es ésta: 
conducir a través del misterio de la ruta. 
—Desde muy chico soñaba con manejar un camión— me dice. Su cara es la 
imagen de la felicidad. 
No puedo evitar el envidiarlo un poco. 
Comienza a relatarme una anécdota de alguno de sus viajes. Sobre el asfalto 
dos pupilas brillantes, la silueta de un zorro, un sonido sordo apenas audible y la leve 
sensación de una masa aplastada por las enormes ruedas. 
Con una mueca de espanto, miro a Javier. Él continúa relatando su historia. 
(Pollastri 2014: 104-105) 
 
La prosa y la poesía dan cuenta de la situación en la que se sume a los pobladores 
dependientes de la oscilación del destino del petróleo en el territorio, y retratan las diversas 
actuaciones de la situación petrolera en la Patagonia. 
Una práctica que la ciudad cooptó en su beneficio tuvo su origen en esta Patagonia 
que relatamos, me refiero al piquete
12
, al corte de ruta: ¿cómo convoca un ciudadano del 
desierto los ojos de un país que lo invisibilizan? Si el camino es su sino, si la travesía es su 
acto, qué mejor modo para convocar la atención de los otros que cortar las rutas, los lugares 
de paso por el que transitan los habitantes efímeros del viaje. La pueblada de Cutral Có 
 
11
 Jorge del Río nació en 1953, Buenos Aires. Desde 1993 reside en la provincia de Neuquén. Publicó textos 
en la revista El legendario de San Martín de Los Andes, en la que aparecieron los textos seleccionados. 
12
 El corte de ruta o ‘piquete’ se volvió una práctica nacional de protesta y generó un movimiento, el 
‘movimiento piquetero’ de alcance nacional aunque el origen del mismo se perdió. 
 
 
 
62 
(Semana Santa, 1997) marcó un hito en la historia nacional y en la manifestación popular. 
Puso la luz de sus gomas incendiadas y a su amparo leyó la miseria que dejaban tras de sí 
las privatizaciones; el poeta neuquino Gerardo Burton toma el petróleo para hablar de la 
pueblada en el siguiente poema cuyos fragmentos cito: 
nada de vegetación, nada de regalo pero sí la plata dulce 
y el surgimiento del oeste argentino luego de la conquista 
allá era la california del sur 
sólo que con los andes, el desierto y los mapuches 
en lugar del pacífico y los japoneses 
[…] 
oigan todos en las calles, en las rutas 
oigan este fuego negro que quema el cielo 
oigan las palabras de quienes no desean asaltar ningún palacio 
sino volver a su plan habitacional, sueldo, aguinaldo y vacaciones pagas 
oigan a los que vuelven 
a la utopía 
que alambra las barricadas, que enciende los fuegos 
que pugna desde un mundo cuyas puertas 
hace rato se cerraron 
 como los ojos de teresa rodríguez un luminoso sábado al mediodía 
 
para macky corbalàn 
abril de 1997, pueblada en cutral co 
 
Mientras Martín Sebastián Pérez, chubutense, recoge la vana promesa de futuro en 
el pozo petrolero: “Oiremos detrás del desierto / la llamada perdida / de un alambrado 
caído / desde que las vías se enfantasman”. (Pérez 2007: 27-28) 
 
 
 
63 
 
 
Y “la llamada perdida” se trueca en “la llama que da pérdida”: un paisaje conocido, 
el fuego encendido por el venteo del gas que no es aprovechado, tornan el territorio, 
nuevamente la tierra del fuego con sus antorchas puntuando la soledad del espacio 
nocturno. 
Silvia Mellado publica en 2013 su volumen con el sugestivo título moneda nacional 
impreso en la parte de atrás del papel de perfil de petróleo.
13
 
 Perfil de Petróleo facilitado por Silvia Mellado: soporte material de moneda nacional 
 
Mellado entrega a los paratextos y también a los soportes el espacio pecuniarizado, 
la marca económica que rotura todas las geografías: Pantano seco (2014) se divide en 
sectores que remiten a la explotación petrolera: “matriz”, “umbilical”, “perforaciones”, 
“mensuras y “yacimientos”. 
 
De la comarca mundo a la poética de la privación 
Presidida por los hierros que construyen la silueta de un dinosaurio al que escolta 
una torre que replica el pozo de petróleo número uno –remedos locales de una tour Eiffel 
inexistente por distante e imposible–, se desparrama Plaza Huincul (Neuquén, Patagonia, 
Argentina), una población que recibe al viajero con dos esqueletos coincidentes, el de dos 
pasados: el remoto y el inmediato, dos cuencas vacías que guiñan al viajero desprevenido 
con su condición de ruina construida y no desecho. Allí se hizo el primer piquete a fines del 
 
13
 Silvia Mellado: moneda nacional (edición de la autora sobre papeles de perfil del petróleo, Neuquén 2012 y 
Neuquén 2013; alrededor de 30 ejemplares sin numerar). 
Foto de venteo de gas en un pozo petrolero en Patagonia. 
 Tomada de http://www.elpatagonico.net/nota/122790/ El patagónico, Comodoro Rivadavia regionales, 11 de mayo de 2012. 
 
http://www.elpatagonico.net/nota/122790/
 
 
 
64 
siglo XX: en los 90 el primer corte de ruta, la nacional 22, materializa la protesta social de 
quienes veían peligrar su trabajo y no encontraron mejor modo de atrapar la mirada de los 
otros que cortando el paso. De este modo comienza el final del viaje que había sido el mito 
fundante del discurso colonial en la Patagonia. El volumen de Blasco con su exigua 
presencia, recoge un conjunto de elementos que permiten dibujar una poética de lo espacial 
y una figuración de los sujetos. Por una parte, tanto el espacio como los sujetos aparecen 
pauperizados, reducidos a manifestaciones gestuales que los congelan en el borde mismo de 
cualquier movimiento: la tensa quietud subrayada por el murmullo de las voces vuelven 
estampido la flauta satírica del afilador, la presencia indispensable del linyera, el diputado 
servicial con el gerente petrolero y su esposa con una juventud mantenida a cirugías: hitos 
por los que se detiene la mirada y el oído que recogen las historias. Porque se desarrollan 
muchas historias y una y la misma. 
Absolutamente todo ha sido impregnado con el valor del capital: el espacio 
pecuniarizado aparece teñido de una disponibilidad engañosa, y cuando la individualidad es 
confrontada con el signo monetario, retornan las prácticas urbanas fuertemente enraizadas 
en el mundoglobalizado, que la reducen a los límites propios de su condición de sujeto 
social, político, económico. El discurso reclama este espacio como capital privado –en un 
doble sentido, el del sujeto particular y el del espacio expropiado, aquel del que los sujetos 
son privados- y colectivo (reclamado por la colectividad frente a un público que lo consume 
en tanto mercancía). 
El escritor patagónico en la encrucijada entre espacio, sujeto y dinero asume su 
condición de presa entre dos fuegos: el que enciende su conciencia ante lo políticamente 
correcto, y el que esgrime un mundo pendiente no de la geografía humana, de la que el 
escritor también forma parte, sino de sus espacios abiertos, sus ricos subsuelos, su agua 
milenaria entendidos como mercancías. Asume, entonces, el lugar límite en el que lo pone 
una economía que tiene en la mira el espacio que pisa. Compelido a hacer de la palabra su 
domicilio --entrecruza en sus páginas una babel de signos donde conviven el inglés y el 
galés, el mapudungun y el español—y responde con un ritual de inquisición, a la vez 
iniciático, consciente de que ya no puede ni descubrir, ni conquistar, ni fundar: la voz 
emerge de un sujeto migrante, nómade obligado, que de pronto se detiene. La cartografía 
dibujada entonces por el verbo patagónico es la escritura en una lengua desterritorializada, 
 
 
 
65 
de un sujeto plural y colectivo que forja una literatura deleuzianamente menor, trazando 
sobre el territorio una caligrafía nomádica de puntos, que fijos y en suspenso en el fugaz 
rapto del instante, enlazan en una frase infinita sujetos, y no ciudades o destinos, recorridos 
que van de casa a casa, de domicilio a domicilio, de persona a persona. 
 
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