Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
83 Sirenas liberadas o todos somos Ulises José Pablo Camarena Sánchez Facultad de Filosofía y Letras, UNAM camarenajp@gmail.com Llegarás primero a las Sirenas, que encantan a cuantos hombres van a encontrarlas. He pasado algún tiempo de mi vida enseñándome a eludir a las sirenas. Dicen tantas cosas acerca de su canto y de su belleza, de su poder y seducción, que ya no sé qué resulta más fácil: huir de ellas o entregarme a sus encantos. ¿Qué importa si son aves o peces? ¿Qué más da si Ulises resistió a sus hechizos o si Homero simplemente las inventó? ¿Qué hay detrás de su genealogía? ¿Qué si son griegas?, ¿qué si son irlandesas?, ¿qué si son mexicanas o simples dibujos de la lotería?… ¿Qué importa si dejo de eludirlas? Y dejé de hacerlo. Dejé de evitarlas el día en que ellas decidieron llegar a mí disfrazadas de libro. Ese libro, La música de las sirenas, que es otra forma de llamar a la cautivadora obsesión del antologador, Javier Perucho. Estas sirenas llegaron a mí en tan diversas formas que no supe cuándo estaba sumido en sus historias, en sus mitos y en sus maneras de representarse. En una bandada de la más breve narrativa, las encontré poéticas, metafóricas, salvajes y, en algunos casos, planas o con truculentos significados. Una vez que dejé de esquivarlas, pasé a analizarlas. Este libro del sirenólogo de Axolotitlan goza de la capacidad de reunir autores de diferentes filiaciones literarias, estilos, épocas y perspectivas. Tal vez los autores de estas brevedades no podrían estar unidos si no fuera por las sirenas, esos seres femeninos que se han abierto brecha en el largo camino de la historia literaria. Y digo que es gracias a las sirenas porque, después de leer los primeros relatos, uno se da cuenta que no es la minificción lo que une a los escritores, sino estas criaturas bestiales. Todo en el libro está dispuesto para el goce de las ninfas y para la satisfacción de los deseos de sus (per)seguidores. Pocos casos hay en la actual práctica de las antologías minificcionales donde los textos se subordinen de forma tan ordenada al tema, pues por lo regular la excusa 84 de escribir prosas brevísimas gana la partida y se lleva el estrellato: escribir minificción por el hecho de hacerlo y dejar el asunto central como un llano pretexto. Aún no entiendo cómo pude escaparme de ellas durante tanto tiempo —ya no estoy seguro de que así fue—, si con los textos de este libro caí en la cuenta de que hay sirenas de aire (“¡Sirenas!” de Ginés S. Cutillas), agua (“Lorelei” de Lilian Elphick) y tierra (“La sirena del desierto” de Martín Gardella); sirenas viejas (“La última sirena” de Diego Muñoz Valenzuela), modernas (“Una cosa por otra” de Laura Elisa Vizcaíno) y mitológicas (“El amor de las sirenas” de Wilfredo Machado”; sirenas poetizadas (“Los pescadores de sirenas” de Rubén Darío), históricas (“Sirenas” de Jorge Luis Borges) y dibujadas (“Caldo largo de cola de sirena” de Ana Clavel). Así, los escritores de veta más antigua (Enrique Anderson Imbert, José Antonio Ramos Sucre, Ramón Gómez de la Serna, Marco Denevi) comparten espacio con autores contemporáneos (David Baizabal, Adriana Azucena Rodríguez, Ana María Shua). Estos escritores antiguos se acercan mucho más al mito y al relato histórico o épico, se emparentan con el texto libresco e intimista, y con la tradición más pura y menos experimental. Por el contrario, los autores de nuestra actualidad son completamente minificcionales en el sentido más posmoderno del concepto, juegan con lo establecido y en ese arranque corren el riesgo de perder la esencia literaria y de caer en la escritura vacía y anecdótica. Sin embargo, todos los textos hablan por sí solos, son defendibles desde una perspectiva crítica y su inclusión en la antología está más que justificada en la pluralidad de formas, voces y maneras de encarnar a las sirenas y sus tópicos. Como un preludio a La música de las sirenas está el otro libro de Javier Perucho, Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano, y creo que el presente libro no podría existir sin su hermano, ese primogénito que se encargó de abrirle la puerta al emblema, figura y símbolo de las sirenas para que llegaran a todos los lectores en su forma minificcional, para que llegaran a mí y me perdiera en sus perfiles. Lo interesante es que en ambos títulos se le da una preponderancia al canto, a la musicalidad, a esa cualidad intrínseca de todas las sirenas, hasta la de Disney. El canto funciona como la perfecta metáfora para hablar del erotismo, del goce de los sentidos, de eso que nos toca pero que no podemos tocar, de eso que cautiva y confunde. En el prólogo de este último libro hay una ligera advertencia: “¿la 85 música de las sirenas es una melodía?, ¿vocaliza un secreto?, ¿o una revelación del más allá?” (p. 14). La bondad del libro, en primera instancia, es que no ofrece ninguna interpretación y que ésta queda en manos —y ojos— del lector. La sirena no es de quien la posee sino de quien se deja poseer por ella. Una vez arrastrados a sus dominios podemos acomodarla a nuestro antojo y despojo. Por eso el prólogo es interesante, pues plantea una introducción a la teoría de la sirenología (una parte ya había sido publicada en “Introducción a la sirenología” de Javier Perucho en Fix100, número 1, julio-diciembre del 2009, p. 31). Este prolegómeno nos inicia en una teoría sobre una entidad legendaria y, con la constante lectura sobre sirenas, el interesado se percata de que la frontera entre lo ilusorio y lo real se diluye, que la frontera entre lo fantástico y otras concepciones genéricas se disuelve. Esto sucede gracias a la teoría circundante planteada por Javier Perucho, y podemos encontrar un paralelismo con lo que acontece con la minificción como género y su estudio: la teoría sienta bases que deben facilitar y encausar una lectura crítica y completa. Y así como hablo del prólogo, hablo de la “Noticia documental” que funciona como un anexo bibliográfico que da constancia de la extracción de cada uno de los textos. Mientras unos fueron escritos expresamente para esta antología, otros fueron buscados, encontrados, recordados y seleccionados. La música de las sirenas se vuelve, entonces, un registro bibliográfico y una antología sui generis que va de la recopilación a la creación expresa. Este registro final no sólo hace pensar en la vasta tradición literaria sobre las oceánidas y en el constante regreso a su simbología y su significado, también hace pensar en que estamos frente a un bestiario moderno que se despliega como un catálogo de la expresión estética de la palabra. Ya que me he entregado sin reservas a la autoridad mítica de las sirenas, sólo me queda decir que ellas no tienen nombre. Una sirena es todas las sirenas, así como todos los autores son un mismo Ulises buscando su salvación o su condena. Al final del tiempo serán ellas quienes conserven la voz de las historias que las circundan y que intentan aprehenderlas, no los autores, ni siquiera los textos. Estas sirenas han llegado a mí envueltas de literatura con el libro La música de las sirenas y espero que conquisten a varios más. Es imposible ignorarlas, es imposible engañarlas y es imposible no sentirse atraídos por ellas (¿seguiré hablando de las sirenas o de las mujeres en general?). Las sirenas, más que narrarse, describirse o exponerse, se escuchan… a las sirenas se les escucha. Sólo me resta preguntar: ¿Es 86 Javier quien vive obsesionado por las sirenas o son las sirenas quienes se han obsesionado con él? Después de leer la antología, les recomiendo cambiar el nombre de Javier por el suyo propio e intentar responder esta pregunta. Javier Perucho (prologuillo, espiga y documentación): La música de las sirenas. Toluca, Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2013.
Compartir