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Sirenas liberadas o todos somos Ulises 
 
José Pablo Camarena Sánchez 
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM 
camarenajp@gmail.com 
 
Llegarás primero a las Sirenas, 
que encantan a cuantos hombres van a encontrarlas. 
 
 
He pasado algún tiempo de mi vida enseñándome a eludir a las sirenas. Dicen tantas 
cosas acerca de su canto y de su belleza, de su poder y seducción, que ya no sé qué 
resulta más fácil: huir de ellas o entregarme a sus encantos. ¿Qué importa si son aves 
o peces? ¿Qué más da si Ulises resistió a sus hechizos o si Homero simplemente las 
inventó? ¿Qué hay detrás de su genealogía? ¿Qué si son griegas?, ¿qué si son 
irlandesas?, ¿qué si son mexicanas o simples dibujos de la lotería?… ¿Qué importa si 
dejo de eludirlas? 
Y dejé de hacerlo. Dejé de evitarlas el día en que ellas decidieron llegar a mí 
disfrazadas de libro. Ese libro, La música de las sirenas, que es otra forma de llamar a 
la cautivadora obsesión del antologador, Javier Perucho. Estas sirenas llegaron a mí 
en tan diversas formas que no supe cuándo estaba sumido en sus historias, en sus 
mitos y en sus maneras de representarse. En una bandada de la más breve narrativa, 
las encontré poéticas, metafóricas, salvajes y, en algunos casos, planas o con 
truculentos significados. Una vez que dejé de esquivarlas, pasé a analizarlas. 
Este libro del sirenólogo de Axolotitlan goza de la capacidad de reunir 
autores de diferentes filiaciones literarias, estilos, épocas y perspectivas. Tal vez los 
autores de estas brevedades no podrían estar unidos si no fuera por las sirenas, esos 
seres femeninos que se han abierto brecha en el largo camino de la historia literaria. Y 
digo que es gracias a las sirenas porque, después de leer los primeros relatos, uno se 
da cuenta que no es la minificción lo que une a los escritores, sino estas criaturas 
bestiales. Todo en el libro está dispuesto para el goce de las ninfas y para la 
satisfacción de los deseos de sus (per)seguidores. 
Pocos casos hay en la actual práctica de las antologías minificcionales donde 
los textos se subordinen de forma tan ordenada al tema, pues por lo regular la excusa 
 
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de escribir prosas brevísimas gana la partida y se lleva el estrellato: escribir 
minificción por el hecho de hacerlo y dejar el asunto central como un llano pretexto. 
Aún no entiendo cómo pude escaparme de ellas durante tanto tiempo —ya 
no estoy seguro de que así fue—, si con los textos de este libro caí en la cuenta de que 
hay sirenas de aire (“¡Sirenas!” de Ginés S. Cutillas), agua (“Lorelei” de Lilian 
Elphick) y tierra (“La sirena del desierto” de Martín Gardella); sirenas viejas (“La 
última sirena” de Diego Muñoz Valenzuela), modernas (“Una cosa por otra” de Laura 
Elisa Vizcaíno) y mitológicas (“El amor de las sirenas” de Wilfredo Machado”; 
sirenas poetizadas (“Los pescadores de sirenas” de Rubén Darío), históricas 
(“Sirenas” de Jorge Luis Borges) y dibujadas (“Caldo largo de cola de sirena” de Ana 
Clavel). 
Así, los escritores de veta más antigua (Enrique Anderson Imbert, José 
Antonio Ramos Sucre, Ramón Gómez de la Serna, Marco Denevi) comparten espacio 
con autores contemporáneos (David Baizabal, Adriana Azucena Rodríguez, Ana 
María Shua). Estos escritores antiguos se acercan mucho más al mito y al relato 
histórico o épico, se emparentan con el texto libresco e intimista, y con la tradición 
más pura y menos experimental. Por el contrario, los autores de nuestra actualidad son 
completamente minificcionales en el sentido más posmoderno del concepto, juegan 
con lo establecido y en ese arranque corren el riesgo de perder la esencia literaria y de 
caer en la escritura vacía y anecdótica. Sin embargo, todos los textos hablan por sí 
solos, son defendibles desde una perspectiva crítica y su inclusión en la antología está 
más que justificada en la pluralidad de formas, voces y maneras de encarnar a las 
sirenas y sus tópicos. 
Como un preludio a La música de las sirenas está el otro libro de Javier 
Perucho, Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano, y creo 
que el presente libro no podría existir sin su hermano, ese primogénito que se encargó 
de abrirle la puerta al emblema, figura y símbolo de las sirenas para que llegaran a 
todos los lectores en su forma minificcional, para que llegaran a mí y me perdiera en 
sus perfiles. Lo interesante es que en ambos títulos se le da una preponderancia al 
canto, a la musicalidad, a esa cualidad intrínseca de todas las sirenas, hasta la de 
Disney. El canto funciona como la perfecta metáfora para hablar del erotismo, del 
goce de los sentidos, de eso que nos toca pero que no podemos tocar, de eso que 
cautiva y confunde. En el prólogo de este último libro hay una ligera advertencia: “¿la 
 
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música de las sirenas es una melodía?, ¿vocaliza un secreto?, ¿o una revelación del 
más allá?” (p. 14). 
La bondad del libro, en primera instancia, es que no ofrece ninguna 
interpretación y que ésta queda en manos —y ojos— del lector. La sirena no es de 
quien la posee sino de quien se deja poseer por ella. Una vez arrastrados a sus 
dominios podemos acomodarla a nuestro antojo y despojo. Por eso el prólogo es 
interesante, pues plantea una introducción a la teoría de la sirenología (una parte ya 
había sido publicada en “Introducción a la sirenología” de Javier Perucho en Fix100, 
número 1, julio-diciembre del 2009, p. 31). Este prolegómeno nos inicia en una teoría 
sobre una entidad legendaria y, con la constante lectura sobre sirenas, el interesado se 
percata de que la frontera entre lo ilusorio y lo real se diluye, que la frontera entre lo 
fantástico y otras concepciones genéricas se disuelve. Esto sucede gracias a la teoría 
circundante planteada por Javier Perucho, y podemos encontrar un paralelismo con lo 
que acontece con la minificción como género y su estudio: la teoría sienta bases que 
deben facilitar y encausar una lectura crítica y completa. 
Y así como hablo del prólogo, hablo de la “Noticia documental” que 
funciona como un anexo bibliográfico que da constancia de la extracción de cada uno 
de los textos. Mientras unos fueron escritos expresamente para esta antología, otros 
fueron buscados, encontrados, recordados y seleccionados. La música de las sirenas 
se vuelve, entonces, un registro bibliográfico y una antología sui generis que va de la 
recopilación a la creación expresa. Este registro final no sólo hace pensar en la vasta 
tradición literaria sobre las oceánidas y en el constante regreso a su simbología y su 
significado, también hace pensar en que estamos frente a un bestiario moderno que se 
despliega como un catálogo de la expresión estética de la palabra. 
Ya que me he entregado sin reservas a la autoridad mítica de las sirenas, sólo 
me queda decir que ellas no tienen nombre. Una sirena es todas las sirenas, así como 
todos los autores son un mismo Ulises buscando su salvación o su condena. Al final 
del tiempo serán ellas quienes conserven la voz de las historias que las circundan y 
que intentan aprehenderlas, no los autores, ni siquiera los textos. 
Estas sirenas han llegado a mí envueltas de literatura con el libro La música 
de las sirenas y espero que conquisten a varios más. Es imposible ignorarlas, es 
imposible engañarlas y es imposible no sentirse atraídos por ellas (¿seguiré hablando 
de las sirenas o de las mujeres en general?). Las sirenas, más que narrarse, describirse 
o exponerse, se escuchan… a las sirenas se les escucha. Sólo me resta preguntar: ¿Es 
 
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Javier quien vive obsesionado por las sirenas o son las sirenas quienes se han 
obsesionado con él? Después de leer la antología, les recomiendo cambiar el nombre 
de Javier por el suyo propio e intentar responder esta pregunta. 
 
Javier Perucho (prologuillo, espiga y documentación): La música de las sirenas. 
 Toluca, Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2013.

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