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La úLtima utopía. 
Los derechos humanos 
en La historia
sa m u eL m oyn
t r a d u cci ó n d e J o r g e go n z á L e z J áco m e
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Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito 
de la Pontificia Universidad Javeriana.
Reservados todos los derechos
©Pontificia Universidad Javeriana
©Samuel Moyn
©de la traducción Jorge González Jácome
Título original: The Last Utopia. 
Human Rights in History. 
Harvard University Press, 2012.
Primera edición en español: 
Bogotá, D. C., diciembre del 2015
ISBN: 978-958-716-901-0
Impreso y hecho en Colombia
Printed and made in Colombia
Editorial Pontificia Universidad Javeriana
Carrera 7a, Núm. 37-25, oficina 13-01
Edificio Lutaima
Teléfonos: 3208320 ext. 4752
www.javeriana.edu.co/editorial
Bogotá - Colombia
Traducción:
Jorge González Jácome
Corrección de estilo:
Carlos Alberto Morales Espinosa
Diseño de colección:
Boga Cortés y Triana | www.bogavisual.com
Diagramación:
Sonia Rodríguez
Montaje de cubierta:
Boga Cortés y Triana
Impresión:
Javegraf
Moyn, Samuel, 1972-, autor
 La última utopía : los derechos humanos en la historia / Samuel Moyn ; Traducción de Jorge González 
Jácome. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Ciencias 
Jurídicas, 2015. 
 340 páginas ; 24 cm
 Incluye referencias bibliográficas.
 ISBN: 978-958-716-901-0
 1. DERECHOS HUMANOS – HISTORIA. 2. DERECHO INTERNACIONAL. 3. UTOPIAS. 4. INTER-
VENCIÓN HUMANITARIA - HISTORIA. I. González Jácome, Jorge, traductor. II. Pontificia Universidad 
Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas
CDD 323.4 edición 21
Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.
___________________________________________________________________________________________
inp. Diciembre 11 / 2015
Facultad de Ciencias Jurídicas
ASOCIACIÓN DE UNIVERSIDADES
CONFIADAS A LA COMPAÑIA DE JESÚS
EN AMÉRICA LATINA
MIEMBRO DE LA 
RED DE 
EDITORIALES 
UNIVERSITARIAS
DE AUSJAL
www.ausjal.org
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prólogo
Cuando las personas escuchan el término “derechos humanos” piensan 
en los preceptos morales e ideales políticos más elevados. Y tienen razón 
en hacerlo. Tienen en mente una serie de prerrogativas liberales indispen-
sables y algunas veces principios más amplios de protección social. Pero 
también hacen referencia a algo más. Este término implica una agenda 
para hacer del mundo un mejor lugar y ayudar incluso a crear uno nuevo 
en el que la dignidad de cada individuo tenga protección internacional. 
A todas luces este es un programa utópico: considerando los estándares 
políticos que se aducen y las pasiones que despierta, este programa se 
construye a partir de la imagen de un lugar que aún no ha sido posible 
erigir; promete penetrar las inexpugnables fronteras estatales y reempla-
zarlas paulatinamente por la autoridad del derecho internacional. Los 
“derechos humanos” se ufanan de realizar este programa trabajando de 
la mano con los Estados cuando ello sea posible, pero también intentan 
denunciarlos y avergonzarlos públicamente cuando violan las normas 
más elementales. En este sentido, los derechos humanos han llegado a 
definir las aspiraciones más elevadas de los movimientos sociales y las 
entidades políticas —estatales e interestatales—, evocando esperanzas y 
motivando a la acción.
Es sorprendente que este programa haya alcanzado una difusión con-
siderable alrededor del mundo hasta hace poco tiempo. Durante la década 
de los setenta el espacio moral de Occidente se transformó abriendo una 
zona que no existía con anterioridad para que se produjera la fusión entre 
un cierto tipo de utopismo y el movimiento internacional por los derechos 
humanos. Los derechos del hombre fueron proclamados en la era de la 
Ilustración, pero eran tan profundamente diferentes a los de hoy sobre 
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todo en cuanto a sus consecuencias prácticas —a punto tal de incluir las 
revoluciones violentas— que pueden considerarse como una concepción 
completamente distinta. En 1948, con posterioridad a la Segunda Guerra 
Mundial, se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 
Pero ello no era tanto el anuncio de una nueva era sino sobre todo una 
corona funeraria puesta sobre la tumba de las esperanzas nacidas en el 
tiempo de la guerra. El mundo miró hacia arriba por un instante. Luego 
reanudó sus agendas de posguerra, las cuales se habían concretado por la 
misma época del nacimiento de las Naciones Unidas —organización que 
había patrocinado la Declaración—. La prioridad de estas agendas era la 
victoria de alguna de las dos visiones de la Guerra Fría, bien para los Estados 
Unidos o para la Unión Soviética, y la división del continente europeo que 
estaban repartiéndose. De igual modo, la lucha por la descolonización de 
los territorios imperiales hizo de la Guerra Fría una lucha global, incluso 
a pesar de que algunos de los nuevos Estados intentaron marginarse de 
la rivalidad para construir un camino propio. Los Estados Unidos, que 
habían inflado las esperanzas globales durante la Segunda Guerra para la 
construcción de un nuevo mundo cuando el conflicto terminara e introdu-
jeron tímidamente la idea de “derechos humanos”, pronto abandonaron 
esta frase. De otro lado, la Unión Soviética y las fuerzas anticolonialistas 
estaban más comprometidas con ideas colectivistas sobre la emancipa-
ción —comunismo y nacionalismo— como el camino para el futuro y 
no se interesaban en el reclamo directo de derechos individuales ni en su 
consagración en el derecho internacional.
Incluso en 1968, declarado por la onu como el Año Internacional de 
los Derechos Humanos, estos derechos continuaron siendo marginales 
como concepto articulador, y prácticamente inexistentes como movimien-
to social. La onu organizó el vigésimo aniversario de la conferencia en 
Teherán, Irán, para recordar y revivir los malogrados principios. La escena 
fue algo fuera de lo común. El dictador, el shah Mohammad Reza Pahlavi, 
abrió la conferencia en la primavera atribuyendo el descubrimiento de los 
derechos humanos a sus viejos compatriotas; la tradición milenaria del 
emperador persa Ciro el Grande, afirmó el shah, había sido perpetuada e 
implementada gracias al respeto de su dinastía por los principios morales. 
Las reuniones que siguieron, lideradas por su hermana, la princesa Ashraf, 
evidenciaron una interpretación de los derechos humanos que hoy no 
es plausible: la liberación de las naciones anteriormente sometidas al go-
bierno imperial fue presentada como el avance más significativo hasta el 
momento, el resultado de la larga marcha de los derechos humanos y el 
modelo que debía ser plenamente realizado —sobre todo en Israel, del cual 
se habló particularmente a la luz de sus adquisiciones luego de la Guerra 
de los Seis Días contra sus vecinos árabes—. Pero aparte de la onu en 1968, 
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los derechos humanos no se habían convertido aún en un poderoso con-
junto de ideales y este aspecto es más importante que todo lo que sucedió 
en el evento montado por el shah1. A medida que la conferencia avanzaba 
conforme a un libreto prestablecido, en el mundo real explotaban las 
revueltas. Mayo del 68 llevó a París la mayor convulsión de la posguerra 
con estudiantes y trabajadores paralizando el país y demandando la fina-
lización de los compromisos de clase media. En diversos lugares alrededor 
del mundo, desde el este de Europa hasta China y a través de los Estados 
Unidos desde Berkeley hasta Nueva York, la gente —especialmente la gente 
joven— exigía un cambio. Aparte de quienes estaban en Teherán, en medio 
de la convulsión global que reclamaba un mundo mejor, nadie considerabaque ese mundo debía gobernarse por medio de los “derechos humanos”.
El drama de los derechos humanos, entonces, es que emergieron en 
la década de los setenta aparentemente de la nada. Si la Unión Soviética 
en general había perdido credibilidad (y la aventura vietnamita de Es-
tados Unidos generaba igualmente la indignación internacional), los 
derechos humanos no eran los beneficiarios inmediatos de esta situación. 
Otras utopías prosperaron durante la crisis del orden global construido 
a partir de las superpotencias de los años sesenta. Esta últimas clamaban 
por la construcción de comunidad, redimiendo así a los Estados Unidos 
del vacío consumismo, por crear un “socialismo con un rostro humano” 
en el imperio soviético, o por la ulterior liberación del llamado neocolo-
nialismo en el tercer mundo. Para ese entonces no había nada cercano a 
organizaciones no gubernamentales que buscaran trabajar en pro de los 
derechos humanos; Amnistía Internacional, una incipiente agrupación, 
permaneció prácticamente desconocida. Desde los años cuarenta hasta 
1968, las pocas ong que sí vieron los derechos como parte de su misión 
lucharon por ellos dentro del marco de las Naciones Unidas, pero la confe-
rencia en Teherán confirmó el agónico sinsentido de este proyecto. Un jefe 
de muchos años de una ong, Moses Moskowitz, observó amargamente 
luego de la conferencia que la idea de los derechos humanos “aún tenía 
que despertar la curiosidad del intelectual, revolver la imaginación del 
reformista político y social y evocar la respuesta emocional del moralista”2. 
Estaba en lo cierto.
No obstante, en la década siguiente los derechos humanos empezarían 
a ser invocados a lo largo y ancho del mundo desarrollado y por muchas 
más personas comunes y corrientes que en el pasado. En lugar de referirse 
1 Véase onu, Documento A/Conf.32/SR.1–13 (1968). Compárese con Roland Burke, “From 
Individual Rights to National Development: The First un International Conference on Human 
Rights, Tehran, 1968”, Journal of World History, 19, n.° 3 (2008): 275-96.
2 Moses Moskowitz, “The Meaning of International Concern with Human Rights”, en René 
Cassin: Amicorum Discipulorumque Liber, 4 vols. (Paris: A Perdone, 1969), 1:194.
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a la liberación colonial y a la creación de naciones independientes, los 
derechos humanos ahora significaban más frecuentemente la protección 
individual frente al Estado. Amnistía Internacional se convirtió en una 
entidad visible y, como antorcha de nuevos ideales, ganó el Premio Nobel 
de la Paz en 1977 gracias a su trabajo. La popularidad de este nuevo modelo 
de defensa y promoción de los derechos humanos transformó para siem-
pre lo que significaba movilizarse por causas humanas y dio origen a una 
nueva marca para la promoción de estos derechos basada en la idea de un 
ciudadano internacional. Los occidentales dejaron atrás el sueño de la revo-
lución —tanto para sí mismos como para el tercer mundo que alguna vez 
habían gobernado— y adoptaron otras tácticas, imaginándose un derecho 
internacional de los derechos humanos como el administrador de normas 
utópicas y como el mecanismo para su satisfacción. Incluso los políticos, 
notablemente el presidente estadounidense Jimmy Carter, empezaron a 
invocar los derechos humanos como una razón fundamental para guiar la 
política exterior de los Estados. Y aún más evidente, la relevancia pública 
de los derechos humanos se disparó si se mide simplemente por el número 
de veces en que el término apareció en los periódicos, desembocando en la 
actual preponderancia de los derechos humanos. Casi sin uso antes de los 
años cuarenta, década en la que experimentaron un modesto incremento, 
las palabras “derechos humanos” se imprimieron en 1977 en el New York 
Times cerca de cinco veces más a menudo de lo que se habían usado en 
cualquier otro año anterior en la historia de esta publicación. El mundo 
moral había cambiado. “La gente cree que la historia es algo que sucede a 
la larga”, dice Philip Roth en una de sus novelas, “pero la verdad es que se 
trata de algo muy repentino”3. Nunca esto ha sido tan cierto como en la 
historia de los derechos humanos.
No es posible entender el surgimiento reciente y el poder contempo-
ráneo de los derechos humanos sin concentrarse en su aspecto utópico: la 
imagen de otro mundo mejor con dignidad y respeto, valores que se en-
cuentran en la base de su atractivo, incluso cuando los derechos humanos 
parecen ocuparse de reformas lentas y graduales. Sin embargo, lejos de ser 
el único idealismo que ha despertado la fe y el activismo en el curso de los 
acontecimientos humanos, los derechos humanos emergieron histórica-
mente como la última utopía —la cual adquirió su poder y preminencia 
porque otras visiones colapsaron—. Los derechos humanos solo son una 
versión moderna específica del viejo compromiso de Platón y el Deutero-
nomio —y Ciro el Grande— con la causa de la justicia. Incluso entre los 
3 Phillip Roth, Pastoral americana (Barcelona: Random House Mondadori, 2010), 115. [N. del T.: 
los libros citados por el autor en la edición original están escritos en inglés. He remplazado las 
referencias originales por las ediciones en castellano en los casos en los que ello es posible]
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modelos modernos de libertad e igualdad, los derechos humanos son solo 
uno entre muchos; están lejos de haber sido los primeros en hacer de las 
aspiraciones globales de los seres humanos un asunto capital. Los derechos 
humanos tampoco son el único grito de guerra imaginable alrededor del 
cual los movimientos populares de base se pueden construir. Tal como lo 
entendió adecuadamente Moses Moskowitz justo antes de que adquirieran 
la prominencia que hoy tienen, los derechos humanos tendrían que ganar 
o perder, en primer lugar, en el terreno de la imaginación. Y para que ellos 
ganaran, otros tendrían que perder. En el campo del pensamiento, tal como 
ocurre en el de la acción social, los derechos humanos son entendidos 
de una mejor manera como sobrevivientes: el dios que no falló cuando 
otras ideologías políticas lo hicieron. Si evitaron su fracaso ello se debió, 
sobre todo, a que eran entendidos como una alternativa moral frente a la 
bancarrota de las utopías políticas.
Los historiadores en los Estados Unidos empezaron a escribir la histo-
ria de los derechos humanos hace una década. Desde entonces un nuevo 
campo se ha formado y florecido. Casi unánimemente, los historiadores 
contemporáneos han celebrado la aparición y el progreso de los derechos 
humanos acompañando los recientes entusiasmos de trasfondos históricos 
edificantes y optimistas, difiriendo principalmente sobre la localización del 
verdadero momento de ruptura en los griegos o judíos, los cristianos medie-
vales o los filósofos de la edad moderna, los revolucionarios democráticos 
o los héroes abolicionistas, los internacionalistas estadounidenses o los 
visionarios antirracistas. En la reconstrucción de la historia del mundo 
como materia prima para el ascenso progresivo de los derechos humanos 
internacionales, los historiadores raramente han aceptado que la historia 
dejó abiertos diversos caminos para el futuro en lugar de allanar una sola 
vía hacia los modos de pensamiento y acción contemporáneos. Adicional-
mente, en el estudio reciente de los derechos humanos, los historiadores, 
al llegar a la escena, han sido reacios a verlos como solo una entre otras 
ideologías atractivas. En su lugar, han usado la historia para confirmar su 
ascenso inevitable sin registrar las decisiones que se tomaron y los acci-
dentes históricos que ocurrieron. Una aproximación diferente es necesaria 
para revelar los verdaderos orígenes de este programa utópico tan reciente.
Los historiadores de los derechos humanos se aproximan a este tema, 
a pesar de su novedad, de la misma forma en que los historiadores de laIglesia se aproximan al suyo. Consideran los fines fundamentales de los 
derechos humanos —tal como el historiador de la Iglesia consideraba a 
la religión cristiana— como una verdad salvadora, descubierta en con-
traposición a construida a través de la historia. Si un fenómeno histórico 
puede mostrarse como un precursor de los derechos humanos, aquel es 
interpretado como si llevara inevitablemente a ellos de forma similar a 
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como la historia de la Iglesia trató por mucho tiempo al judaísmo, como un 
movimiento protocristiano simplemente confundido sobre su verdadero 
destino. Mientras tanto, los héroes que son vistos como movilizadores de 
la causa de los derechos humanos en el mundo —tal como los apóstoles y 
santos del historiador de la Iglesia— son tratados con una admiración acríti-
ca. Con el propósito de propiciar la imitación moral de quienes persiguen la 
llama, la hagiografía se convierte en el género principal. Y las organizaciones 
que finalmente parecen institucionalizar los derechos humanos son trata-
das como la Iglesia temprana: una incipiente, y ojalá universal, comunidad 
de creyentes luchando por el bien en un valle de lágrimas. Si se fracasa en 
la causa es culpa del mal; si se tiene éxito no es por una coincidencia sino 
porque la causa era justa. Estas aproximaciones proveen los mitos que 
el nuevo movimiento quiere o necesita. Estos mitos coinciden con un 
consenso público y políticamente consecuente sobre las fuentes de los 
derechos humanos, los cuales aparecen frecuentemente en comentarios 
periodísticos y en discursos políticos como una causa tanto antigua como 
obvia. Tanto los historiadores como los expertos apuntan, a más tardar, a 
la década de los cuarenta como la era crucial del surgimiento y victoria de 
los derechos humanos. Observadores sofisticados —por ejemplo Michael 
Ignatieff— ven los derechos humanos como un antiguo ideal que finalmen-
te se materializó como respuesta al Holocausto, lo cual puede ser el mito 
más repetido universalmente sobre sus orígenes. En la década de los no-
venta, una era de limpieza étnica en el sureste de Europa y en otros lugares, 
durante la cual los derechos humanos tuvieron un atractivo literalmente 
milenario en el discurso público de Occidente, se convirtió en lugar común 
asumir que, incluso desde su nacimiento en un momento de sabiduría 
post-Holocausto, los derechos humanos se incrustaron lentamente pero 
de manera firme en la conciencia de los seres humanos, ocasionando una 
revolución con un tinte moral. En medio de la euforia muchas personas 
creyeron que una orientación moral segura nacida de la conmoción que 
siguió al Holocausto, y prácticamente irrefutable en sus premisas, estaba a 
punto de desplazar el interés y la fuerza como fundamentos de la sociedad 
internacional. Esta línea de argumentos hace perder de vista que, sin el 
impacto transformador de los eventos ocurridos en la década de los setenta, 
los derechos humanos no se hubieran convertido en la utopía del presente 
y no habría movimiento alguno alrededor suyo.
Una historia alternativa de los derechos humanos como una cronología 
mucho más reciente se ve muy diferente a estas aproximaciones conven-
cionales. En lugar de atribuir sus fuentes a la filosofía griega y a la religión 
monoteísta, al derecho natural europeo y a las revoluciones de la temprana 
Modernidad, al horror contra la esclavitud estadounidense y a la matanza 
judía perpetrada por Hitler, esta historia muestra que los derechos humanos, 
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como un ideal y movimiento internacional poderoso, tienen un origen 
específico en una fecha mucho más reciente. Es cierto, los derechos han 
existido desde hace mucho, pero desde el principio eran parte de la autori-
dad del Estado y no se invocaban para trascenderlo. A lo largo de la historia 
moderna fueron más visibles en el nacionalismo revolucionario —hasta que 
los “derechos humanos” desplazaron al nacionalismo revolucionario—. La 
década de los cuarenta terminó siendo crucial, sobre todo por la Declaración 
Universal que quedó atrás, pero es fundamental preguntarse por qué los 
derechos humanos no lograron interesar a muchas personas —ni siquiera 
a los abogados especializados en derecho internacional— en esa época e 
incluso en las décadas siguientes. En realidad, los derechos humanos eran 
marginales en la retórica del periodo de la guerra y en la reconstrucción de 
posguerra, no eran centrales para los resultados que se buscaban. Contrario 
a las suposiciones convencionales, en la posguerra no había una conciencia 
mundial sobre el Holocausto y por ello los derechos humanos no podían 
ser una respuesta a ella. Más aún, ningún movimiento internacional por los 
derechos emergió en ese momento. Esta historia alternativa se ve obligada, 
en consecuencia, a asumir como su principal reto entender por qué no fue a 
mediados de los cuarenta sino a mediados de la década de los setenta que los 
derechos humanos vinieron a definir las esperanzas futuras de las personas, 
convirtiéndose en el fundamento de un movimiento internacional y una 
utopía del derecho internacional.
El ascenso ideológico de los derechos humanos en la memoria viva 
fue la consecuencia de una combinación de historias separadas que in-
teractuaron en una explosión impredecible. Las coincidencias tuvieron 
un papel, tal como ocurre en todos los acontecimientos humanos, pero 
lo que más importaba era el colapso de esquemas universales previos y la 
construcción de los derechos humanos como una alternativa atractiva 
a ellos. En el umbral están las Naciones Unidas, las cuales introdujeron 
los derechos humanos, pero para que el concepto empezara a tener más 
importancia la organización a su vez tenía que dejar de ser la institución 
esencial en donde se iba a desarrollar este ideal. En la década de los cuarenta, 
las Naciones Unidas se erigieron como un concierto de grandes potencias 
que se rehusaban a romper tanto con la soberanía como con los imperios. 
Desde el principio, ella fue tan responsable por la irrelevancia de los de-
rechos humanos como por su desglose en una lista de prerrogativas. Y el 
surgimiento de nuevos Estados nacionales luego del proceso de descolo-
nización, desestabilizador para la organización en otros sentidos, cambió 
el significado del propio concepto de los derechos humanos pero los dejó 
en una posición periférica en el escenario internacional. En cambio, fue 
solamente en la década de los setenta cuando un movimiento social ge-
nuino alrededor de los derechos humanos hizo su aparición, capturando 
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los espacios políticos de vanguardia y trascendiendo las instituciones 
gubernamentales, especialmente las de carácter internacional.
Efectivamente, hubo una cantidad de catalizadores para esta explo-
sión: la búsqueda de una identidad europea por fuera de los términos de 
la Guerra Fría; la recepción de disidentes, periodistas e intelectuales sovié-
ticos y unos años después también procedentes de otros países de Europa 
Oriental; y el desplazamiento liberal de los Estados Unidos en materia de 
política exterior al adoptar términos morales novedosos luego del desastre 
en Vietnam. Igualmente significativo, pero menos reconocido, fue el final 
del colonialismo formal y la crisis del Estado poscolonial, particularmente 
a los ojos de Occidente. La mejor explicación general sobre los orígenes 
de este movimiento social y el discurso común alrededor de los derechos 
continúa siendo el colapso de otras utopías previas, tanto las que se basa-
ban en el Estado nación como aquellas fundadas en alguna versión u otra 
del internacionalismo. Estos eran sistemas de creencias que prometían un 
estilo de vida libre pero terminaron en ríos de sangre, u ofrecían emanci-
pación frente al imperio y al capital pero repentinamentese terminaron 
convirtiendo en una suerte de tragedias oscuras en lugar de ser esperan-
zas luminosas. En medio de esta atmósfera surgió un internacionalismo 
construido alrededor de los derechos individuales, y apareció porque fue 
definido como una alternativa pura en una era de traiciones ideológicas 
y colapso político. Fue entonces cuando el término “derechos humanos” 
entró en el lenguaje común del idioma inglés. Y es desde este momento 
reciente que los derechos humanos han definido el presente.
Renunciar a hacer la historia de la Iglesia no es celebrar en su lugar una 
misa negra. Escribí este libro a partir de un profundo interés —incluso de 
una admiración— por el actual movimiento por los derechos humanos, el 
utopismo de masas más inspirador que los occidentales han tenido frente a 
ellos en las décadas más recientes. Para los utopistas de hoy el movimiento 
es sin duda un punto de partida. Pero especialmente para quienes sienten 
su poderosa atracción, los derechos humanos tienen que ser abordados 
como una causa humana y no como un proyecto inevitable a largo plazo 
y con una autoevidencia moral presumida desde el sentido común. Un 
mejor entendimiento de cómo fue que los derechos humanos llegaron 
al mundo en medio de la crisis del utopismo revela no solamente sus 
orígenes históricos sino su situación contemporánea de manera mucho 
más exhaustiva que otras aproximaciones. El surgimiento de los derechos 
humanos se dio, así, luego de pagar un precio muy alto en una era en la 
que otras viejas y atractivas utopías murieron.
La verdadera historia de los derechos humanos es importante, sobre 
todo, para valorar las perspectivas de hoy y del futuro. Si de hecho con-
densan una serie de valores que han existido desde hace mucho tiempo, es 
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igualmente relevante entender de manera más honesta cómo y cuándo fue 
que los derechos humanos tomaron forma y se convirtieron en un pode-
roso conjunto de aspiraciones aceptado por un gran número de personas 
para lograr un mundo mejor y más humano. Después de todo, han hecho 
mucho más para transformar el terreno de las ideas que para cambiar el 
mundo como tal. A través de su surgimiento como la última utopía luego 
de que los predecesores y rivales colapsaran, los dilemas más complejos 
para el movimiento ya estaban presentes. Aunque nacieron como una 
alternativa a los grandilocuentes proyectos políticos —o incluso como 
un espacio de crítica moralista contra la política—, los derechos humanos 
forzosamente tuvieron que asumir el gran proyecto político de proveer 
un trasfondo global para el logro de la libertad, identidad y prosperidad. 
Fueron forzados, lentamente pero de manera decidida, a asumir el propio 
maximalismo que habían evitado para su propio ascenso.
Este dilema contemporáneo debe ser enfrentado directamente y una 
historia celebratoria de sus orígenes es de poca ayuda. Pocos fenómenos po-
derosos en la actualidad, luego de ser investigados rigurosamente, pueden 
considerarse eternos e inevitables y el movimiento por los derechos huma-
nos no es ciertamente uno de ellos. No obstante, esto también significa que 
los derechos humanos no son tanto una herencia que debe ser preservada 
sino una invención que debe rehacerse —o incluso dejarse atrás— si su pro-
grama aspira a ser relevante y vital en lo que ya es un mundo muy distinto 
a aquel en el que recientemente surgieron. Nadie sabe a ciencia cierta, a la 
luz de la inspiración que ellos proveen y los retos que deben enfrentar, qué 
clase de mundo mejor pueden construir los derechos humanos. Y nadie 
sabe si otra utopía puede aparecer en el futuro en caso de descubrir que 
tienen graves fallas, tal como los derechos humanos alguna vez surgieron 
a partir de las ruinas de sus predecesores. Los derechos humanos nacieron 
como la última utopía —pero un día podría aparecer otra—.
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