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desintegración radiactiva que originaron un intenso desprendimiento de calor y, a causa de ello, ocurriría la fusión parcial del interior de la Tierra . Algo semejante se supone halla sucedido en las etapas iniciales de consolidación de los restantes planetas, pudiéndose explicar de este modo la diferenciación gravitacional de la sustancia en el interior de los mismos y la formación de capas concéntricas como resultado inmediato de esta. O. Y. Shmidt y, más tarde sus discípulos expusieron una seria argumentación fisicomatemática de este modelo de formación de los planetas del Sistema Solar, a partir de la cual estimaron a qué distancias debieron surgir unos de otros. Asombrosamente, estos cálculos teóricos coincidieron casi exactamente con las distancias reales que separan a los planetas del Sol. En resumen, esta hipótesis llega a explicar convincentemente las particularidades del movimiento de los planetas (forma de las órbitas, rotación en diversos sentidos, etc.), la distribución real de los mismos según sus masas y densidades, la relación entre los momentos cinéticos planetarios y el momento cinético solar, etc. La falla principal de la hipótesis de Shmidt radica en la escasa probabilidad de que el Sol haya atraído a una nebulosa de gas y polvo de la galaxia, debido a que para la ocurrencia de esta es necesario el apoyo gravitacional de otra estrella cercana, la coincidencia de estas dos condiciones es bastante improbable, por lo que, de haber ocurrido así, representaría un acontecimiento extraordinario. Hipótesis de Fesenkov. El académico V. G. Fesenkov (1960) relacionó el origen del Sistema Solar con las leyes generales de formación de la materia en el espacio cósmico. Esta hipótesis concebía que el Sol y los planetas se habían formado en los límites de una nebulosa gigantesca (glóbulo), constituida por una materia bastante enrarecida (con una densidad de 10-22 g/cm3) representada fundamentalmente por hidrógeno, helio y una pequeña cantidad de elementos más pesados. Al principio, en el núcleo de esta nebulosa se formó el Sol, que era una estrella más ardiente y masiva que en la actualidad. Como resultado de determinados procesos de emisión de energía, el Sol comenzó a comprimirse rápidamente y su velocidad de rotación a aumentar. Estos procesos provocaron el aumento de la fuerza centrífuga y, por consiguiente, ocurrieron repetidas irrupciones de materia solar hacia la nube protoplanetaria que rodeaba al Sol. De esta forma, el Sol perdió parte de su masa y trasmitió una parte considerable de su momento cinético a los planetas que se estaban formando. Los cálculos muestran que contando con irrupciones no estacionarias de materia desde el interior del Sol, pudo llegar a formarse una relación práctica entre los momentos cinéticos del Sol y la nube protoplanetaria equivalente a la observada actualmente entre el Sol y los planetas. El mecanismo de formación de los planetas, según esta hipótesis, se asemeja al propuesto por Shmidt aunque, en este caso, el material primario estuvo constituido por gotas condensadas (condras) de materia solar. La evolución de los planetas formados se orientó hacia el calentamiento radiogénico (debido a los procesos de desintegración radiactiva de los isótopos 40K, 238U, 235U, 232Th) y hacia la fusión parcial del interior de los mismos. A pesar de que algunos puntos de vista fueron acertados, esta hipótesis suscitó también una serie de objeciones, de las cuales las más importantes son: 1. Aún admitiendo que los planetas pudieran haberse formado a partir de las irrupciones de materia solar hacia la nube protoplanetaria, queda sin explicar de donde surgió la fuerza que separó después los planetas, originados en las cercanías del Sol, a las enormes distancias existentes en la actualidad. 2. No pueden ser explicadas las diferencias en la composición química del Sol y de la Tierra. El hidrógeno y el helio representan en el Sol alrededor de un 90% de su masa, mientras que en la Tierra sus cantidades son insignificantes. 14
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